INFIERNO Y GLORIA Por Silvina Dell'Isola Nota ... - Winisis On Line
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<strong>INFIERNO</strong> Y <strong>GLORIA</strong><br />
<strong>Por</strong> <strong>Silvina</strong> <strong>Dell'Isola</strong><br />
<strong>Nota</strong> publicada en la edición de abril 2012 de El Gráfico Nº 4421<br />
Un atleta que estuvo en la guerra. Un soldado que corre. Los dos hombres, superficie y abismo,<br />
conviven en Marcelo Vallejo, exveterano de Malvinas. Convencido en el 82 de arriesgar su vida por<br />
la Patria, la moneda de cambio fueron más de veinte años cayendo, saliendo y volviendo a caer en<br />
su propio pozo de drogas, alcohol, culpa y depresión. Se recuperó gracias al deporte y lo cuenta en<br />
un valiente monólogo.<br />
“El día que se recuperaron las islas yo estaba en una herrería de obra que quedaba a dos cuadras de<br />
mi casa en el barrio San Jorge de Villa de Mayo, donde trabajaba desde los 15 años. Ese 2 de abril<br />
tenía 19 y hacía cuatro meses que había terminado el servicio ilitar, una dura instrucción en tierra en<br />
Mercedes, Provincia de Buenos Aires. Mandaban cartas de llamada, pero yo no esperé que me<br />
llegara, yo me presenté. Sentía que tenía que estar. Era un deber y lo hice con gusto.<br />
Me fui enojado con mi vieja, casi sin despedirme. Le había dicho que me llamara a las 4 de la<br />
mañana, que era el horario en que sabía que había un tren que me llevaba hasta el cuartel. Me dejó<br />
dormir y me desperté a las 7. Me puse un pantalón, una remera, agarré los documentos y salí<br />
saludando mal. En la guerra esa pendejada me pesaba porque no sabía si la volvería a ver”.<br />
“Pisamos Malvinas el 13 de abril. Fue emocionante. Al empezar a armar las carpas en ese lugar y<br />
con ese clima tan hostil nos empezamos a sentir soldados. Ya no era una práctica más del servicio<br />
militar. Recuerdo aquella caminata de casi 20 kilómetros hasta el Monte Williams, donde armamos<br />
nuestra posición hasta el final del conflicto. Llevábamos un mortero que pesaba casi 500 kilos<br />
empujándolo entre siete. La oscuridad, el viento, la llovizna constante, hacer el pozo para el<br />
mortero, cavar trincheras, cuidar nuestras carpas para que no se volaran... Puede parecer una<br />
tontería, pero estábamos en la nada. Mantenernos unidos nos permitió soportar no solo el clima sino<br />
los interminables bombardeos a partir de 1 de mayo. Compartíamos todo. El rezo del rosario todos<br />
juntos en la noche, las guardias, el abrazo cuando nos caían las bombas cerca, los puchos, la<br />
comida… Y no hablo de un montón de comida. A veces nos traían un guiso y a veces zanahoria<br />
hervida. Era muy poco para el frío que hacía. Siempre teníamos hambre. Una única vez nos llegó un<br />
mantecol. Nos metimos en la carpa, lo medimos con un palito y lo partimos en tres. Para no<br />
desperdiciar las miguitas que caían a la frazada las juntábamos con los dedos chupados”.<br />
“Las cartas eran el único contacto con la vida. Si pasaba una semana y no nos llegaba nada de<br />
nuestras familias, nos daban las cartas que mandaban los chicos de las escuelas. Eso nos levantaba<br />
el ánimo. Conservo solo una, de una nena de La Plata, que me había quedado en el bolsillo del<br />
pantalón. Eran cartas que decían que estaban orgullosos de que estuviéramos defendiendo la Patria<br />
y todas cosas así. Nuestro orgullo y moral de estar luchando por nuestras islas siempre estuvo por<br />
sobre todo. Yo me iba a leer por ahí, solo, y después las compartía con los chicos agrandando un<br />
poco las historias. Mi familia nunca me mandó cosas. Pero porque yo nunca les conté lo que pasaba<br />
allá, que estaba mal, que nos ponían bombas. Les escribía que tenía ganas de comer un asado, pero<br />
nada más. Siempre les decía que yo estaba cien puntos”.<br />
“Estaba en ese lugar para defender a la Patria hasta perder la vida. No me hubiera importado. El día<br />
a día de combatir nos iba preparando para ese momento. Uno siente odio porque caen compañeros.<br />
Yo estoy acá porque no me tocó. Pero a otro que estaba al lado mío, sí. Eso nos endureció. Nunca<br />
fuimos chicos. En Malvinas hubo hombres. Jamás vi llorar a un soldado o esconderse. Dieron hasta<br />
el máximo de sus fuerzas y nadie pidió nada a cambio.<br />
Sergio Azcarate era mi compañero. Un ejemplo en nuestro grupo. Quiero nombrarlo porque él es
nuestra historia, no yo. El y todos los 649 héroes nos enseñaron de sacrificio, de valor, de honor.<br />
Como dijo antes de caer, mostrándome unas municiones: 'Todavía tengo estas balas para estos hijos<br />
de puta'. Ese fue su último ¡Viva la Patria!<br />
Sergio murió al lado mio. Yo estaba shockeado. Un cabo primero me zamarreaba y me decía que ya<br />
estaba, que no podía hacer nada más, que teníamos que irnos. Lo cubrió con una manta y lo<br />
dejamos ahí”.<br />
“El regreso fue mucho más duro que la guerra por la indiferencia de los gobiernos y de gran parte<br />
de la sociedad. Sin entender nada y a los ponchazos, cada uno trató de rehacer su vida, pero ya no<br />
éramos los mismos. Yo extrañaba mi pozo, a mis compañeros, el viento, el olor de las islas. No<br />
encontraba interés de nadie: el partido ya había terminado. Nos decían 'los chicos de la guerra' y que<br />
no habíamos estado preparados. Ese fue uno de los golpes más duros. Ni siquiera hicieron un desfile<br />
para que la gente nos recibiera. Nos escondieron. Y yo me encerré. En mi trabajo me dijeron que ya<br />
habían tomado a otra persona, que yo era Gardel y que pronto conseguiría uno mejor. Me empecé a<br />
juntar con los Veteranos, con ellos me sentía bien. Nos encontrábamos en el Obelisco a la mañana<br />
para repartir volantes invitando a quien pasara a participar de nuestros actos. Muchos los agarraban<br />
y los tiraban. Nos trataban de locos. Cargábamos con la derrota, con la indiferencia, con el<br />
abandono, no teníamos atención médica ni nadie que nos preguntara ¿cómo se sienten?, ¿qué<br />
necesitan?”.<br />
“Muchisimos Veteranos se quitaron la vida. Yo lo pensé varias veces. A pesar de tener a mi familia,<br />
salía, me emborrachaba y cada vez estaba peor. Me decía: 'Sigo de largo con el auto y me estrello'.<br />
No sé por qué nunca me pasó nada: de tan borracho no llegaba ni a la cama, dormía tirado en el piso<br />
del comedor. Tomar y meterme tanta droga en el cuerpo era una forma de matarme. Me sentía<br />
culpable, me preguntaba '¿<strong>Por</strong> qué no me quedé en las islas? ¿<strong>Por</strong> qué no me mataron a mi?'. Mi<br />
culpa viene de haber estado ahí con Sergio muerto y no haberlo podido llevar con nosotros, de<br />
haber perdido.<br />
Tuve un trabajo en Ford hasta el año 2000, pero no pude conservarlo porque nada me importaba.<br />
Tomaba todo el tiempo y vivía vestido de soldado. Me internaron en el Hospital Militar durante<br />
cuatro meses. Me daban quince pastillas por día pero yo no quería que me borraran los recuerdos:<br />
en las paredes de la habitación pintaba los montes de Malvinas, el mortero...”.<br />
“Un dia durante un viaje con Veteranos me tiré al Dique de Olta, en La Rioja, borracho y sin saber<br />
nadar. Otra vez me salvé. Me gustó y volví con la idea de aprender. Con 40 años no sería fácil, pero<br />
agarré un bolso y fui a la pileta del Club Muñiz, en San Miguel, a tomar clases. Solo yo sé lo que<br />
me costó nadar 25 metros seguidos. Iba todos los días y a los tres meses mi profesor me invitó a una<br />
competencia de 2 kilómetros en aguas abiertas, en San Pedro. Sabía un solo estilo y me iba para una<br />
costa y para la otra. Terminé último con todos los botes que cuidan a la gente, pero llegué. Fue una<br />
alegría enorme para todos lo que habían venido a alentarme, mi mujer Adriana, mis hijos Facundo y<br />
Juan Domingo, mis tres hermanas, mis amigos. Yo quería festejar con una cerveza. Miraba a todos<br />
con su agua mineral, con sus frutas, un mundo nuevo que yo no conocía, y me dije: 'Esto me va a<br />
salvar'. Era una soga, y la tomé.<br />
Luego, hace ocho años, llegaron la bici y el atletismo. Había acompañado a mi hijo mayor a una<br />
competencia en San Antonio de Areco. Nos preguntaron a los padres si queríamos participar de esos<br />
3 kilómetros. Me anoté, sufrí, me faltaba el aire, pero me atrapó. Empecé a entrenarme cada tarde<br />
como empiezan todos. Y me gustó el ambiente. En el 2003 me invitaron a una carrera de aventura<br />
en Los Robles, cerca de Moreno. Fui con una bici de tres cambios. Cuando vi las máquinas que<br />
tenían los demás me dio vergüenza bajarla de la camioneta. Hasta que tomé coraje y con mis<br />
pantaloncitos de jugar al fútbol me presenté en la largada. Solo quería llegar y salí 13º en la general.
Eramos un montón”.<br />
“No fue fácil dejar las adicciones. Es una lucha diaria con mil recaídas. La gente piensa que empecé<br />
a correr y se acabaron las drogas y el alcohol de un día para el otro. Había noches en que parecía<br />
que me levantaban de la cama, temblaba, me faltaba la cocaína. Resistía porque estaba medicado<br />
con el tratamiento que me daba el Ejército y de a poquito lo fui pasando. <strong>Por</strong> ahí cada 15 días me<br />
iba a la banquina. Me daba cuenta de que todo lo que me entrenaba, lo perdía en un fin de semana y<br />
trataba de no salir. Dejé de ir a los lugares donde antes me juntaba con los Veteranos. Y empecé a<br />
luchar por ellos corriendo con la bandera. Era mi forma de apoyarlos. Ya no más drogas. El deporte<br />
y gente que me ayuda y a quienes no les quiero fallar me dan la fuerza para seguir”.<br />
“En el año 2004 vino mi primer triatlón. A partir de ahí y sin darme cuenta, iba mejorando y empecé<br />
a estar entre los primeros de mi categoría. Gané 4 campeonatos argentinos en distancia Medio<br />
Ironman –1.900 metros de natación, 90 kilómetros de ciclismo y 21 kilómetros de carrera–; un<br />
campeonato sudamericano; un campeonato bonaerense de duatlón; gané carreras en Chile y en<br />
Brasil; estuve en un podio en un campeonato mundial en Florida, Estados Unidos, con un cuarto<br />
puesto en el 2007. Corrí 3 mundiales. Corrí seis Ironman –3.800 metros de natación, 180 kilómetros<br />
de ciclismo y 42 kilómetros de maratón– en Brasil, México y Estados Unidos y pude bajar de las<br />
diez horas en las últimas tres carreras. Estuve a un minuto de clasificar para el Mundial de Hawaii y<br />
en abril voy a Sudáfrica, a buscar una nueva clasificación.<br />
Me entreno seis veces a la semana con mi entrenador Diego Marquine: tres días nado 3.500 metros<br />
y corro entre 15 y 20 kilómetros, dos días hago 90 kilómetros de ciclismo, y los sábados hago un<br />
fondo largo de 120 kilómetros con la bici. Viajé y conocí países con la ayuda de mucha gente, sobre<br />
todo con la de mis amigos del Sindicato de Mecánicos, al que pertenecía cuando trabajaba en una<br />
fábrica de autos y en el cual tengo un montón de amigos de la vida.<br />
Me pasaron cosas que nunca pensé que me podían pasar, pero siempre, siempre llevé mi bandera y<br />
nuestra causa”.<br />
“Ahora lucho desde este lugar que también me dio la posibilidad de volver a Malvinas en abril del<br />
2009, después de 27 años. Fui a participar en una maratón junto a otros dos Veteranos y junto a<br />
Marcelo de Bernardis -el primer argentino en correr en las islas- y a Andrea Mastrovinchenzo -la<br />
primera argentina en ganar esa prueba-. Una semana antes de viajar se me empezaron a borrar todos<br />
los recuerdos que había tenido tan presentes durante tantos años. No lo podía creer. '¿Qué me pasa?<br />
¡Se me está olvidando todo!', me decía. Mi psicóloga me explicó que la mente se estaba preparando<br />
para el golpe de encontrarme con el lugar donde perdí a mis compañeros y donde me pasaron todas<br />
estas cosas que me marcaron la vida. Fue terrible. Cuando llegué a ese monte donde combatimos y<br />
donde perdimos a Sergio, la carrera pasó totalmente a un segundo plano. Creo que ni me enteré de<br />
que estaba en una maratón. Iba por el circuito, camino al aeropuerto, haciendo el mismo camino que<br />
había hecho el día que dejamos las armas, nos llevaron presos y nos tiraron a la intemperie sin carpa<br />
y sin frazadas, tapados entre ocho con un techito de nylon improvisado. Al final de esa carrera sentí<br />
una paz enorme”.<br />
“Volver a Malvinas de esta manera fue volver de pie. Corrí con las imágenes de la guerra todo el<br />
tiempo y cuando llegué a un retome pude ver mi lugar y pegué un grito que me salió del alma:<br />
'Amigos, acá estoy, ¡volví!'. Fui cuatro veces más acompañando a otros compañeros en su primer<br />
viaje desde el 82; me llevé una bici e hice los 90 kilómetros que separan Puerto Argentino de<br />
Darwin, donde está el cementerio; nadé en la Bahía San Carlos… Y todo eso lo pude hacer porque<br />
sentía la compañía de mis hermanos de combate. Fueron pequeños homenajes para los que<br />
quedaron en ese suelo. Hoy podría contar muchas más cosas de lo que pasó allí hace treinta años,<br />
pero también son muchas las cosas que pude cambiar. Puedo contar que en Malvinas corrí, anduve
en bici, nadé y las caminé en paz. Mi lucha es porque tengo compañeros caídos allá. Tengo un<br />
compromiso con ellos de por vida, por haber sido yo el que sobrevivió. Muchos nacimos cuando<br />
ellos murieron. Siempre que termino una carrera despliego la bandera. Es mi forma de recordarlos y<br />
de recordar que las Malvinas son argentinas. ¡Honor y gloria a nuestros héroes!”.