Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A
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—Me parece que estás adoptando una actitud de lo más irracional.<br />
—¿Supongo que no es nada irracional invitar a gente sin consultarme?<br />
Larry la miró muy ofendido, y reanudó su lectura.<br />
—Bueno, yo he hecho todo cuanto estaba en mi mano —dijo— no puedo hacer más.<br />
Se hizo un largo silencio, en el que Larry leía plácidamente mientras Mamá abarrotaba jarrones de<br />
rosas y los diseminaba a voleo por la sala, murmurando para sí.<br />
—Podías no tumbarte a la bartola —dijo finalmente—. Al fin y al cabo, son amigos tuyos. Es a ti<br />
a quien le corresponde hacer algo.<br />
Con gesto de prolongados sufrimientos, Larry dejó el libro.<br />
—Pero si es que no sé qué es lo que pretendes que haga —dijo—. Todas mis sugerencias te<br />
parecen mal.<br />
—Si sugirieses cosas sensatas no me parecerían mal.<br />
—No veo nada disparatado en todo lo que te he sugerido.<br />
—Pero, Larry, por favor; sé razonable. Sencillamente, no podemos salir corriendo a otra villa<br />
porque vengan unas personas. Dudo que la encontrásemos a tiempo, de todos modos. Luego, está el<br />
problema de las clases de Gerry.<br />
—Todo eso se podría resolver fácilmente con tal de proponérnoslo.<br />
—Pues no nos mudaremos a otra villa —dijo Mamá—; y no hay más que hablar.<br />
Se enderezó las gafas, dirigió a Larry una mirada de desafío y salió andando para la cocina,<br />
exhalando decisión por todos sus poros.<br />
Segunda Parte<br />
7 la villa color narciso.<br />
No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron<br />
algunos, sin saberlo, a ángeles.<br />
Epístola a los Hebreos, 13:2<br />
La nueva villa era enorme: una mansión de tipo veneciano alta y cuadrada, con los muros de un<br />
amarillo color narciso pálido, contraventanas verdes y el tejado rojizo. Se alzaba sobre una colina<br />
mirando al mar, rodeada de descuidados olivares y silenciosos huertos de limoneros y naranjos.<br />
Todo el lugar exhalaba una atmósfera de melancolía antigua: la casa con sus muros llenos de grietas<br />
y desconchones, el eco de sus salones inmensos, las terrazas, en las que el viento había apilado<br />
cúmulos de hojas del pasado invierno, tan rebosantes de enredadera y hiedra que los cuartos del<br />
piso bajo yacían en una perpetua penumbra verdosa; en el tapiado y hundido jardincillo que se<br />
extendía a un lado de la casa, roñosas de orín sus verjas de hierro forjado, había rosas, anémonas y<br />
geranios que se derramaban por entre los senderos cubiertos de maleza, y los mandarinos, hirsutos y<br />
sin podar, estaban tan cargados de flor que el aroma era casi asfixiante; más allá del jardín, los<br />
huertos yacían quedos y callados, a excepción del zumbido de las abejas, y, de vez en cuando, el<br />
revuelo de un pájaro en las ramas. Casa y terreno decaían lánguida, tristemente, en el olvido de una<br />
colina abierta al mar brillante y a los montes viejos y desgastados de Albania. Era como si la villa y<br />
el paisaje estuvieran semidormidos, aletargados bajo el sol de primavera, entregados al musgo, a los<br />
helechos y a las legiones de setas diminutas.