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Mi familia y otros animales (PDF) - Trebol-A

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Después salíamos por los alrededores a la caza de animalillos, o hacíamos lo que él llamaría una<br />

excursión a alguna charca o zanja próximas, en busca de fauna microscópica con destino a su<br />

colección. Identificó sin dificultad mi singular escarabajo de los élitros encogidos y pasó a contarme<br />

algunas cosas notables de la especie.<br />

—¡Aja! Sí —dijo, inspeccionándolo de cerca—, es una carraleja... meloe proscaraboeus... Sí... son<br />

insectos muy chocantes, ciertamente. ¿Cómo dice? Ah, sí, los élitros... Bien, ya ve usted que no<br />

vuela. Existen varias especies de coleópteros que han perdido la facultad de volar, por una u otra<br />

causa. Lo que es curioso de estos escarabajos es su biografía. Ésta, desde luego, es una hembra. El<br />

macho es bastante más pequeño... yo diría que abulta sólo la mitad. Parece ser que la hembra pone<br />

cierto número de huevecitos amarillos en el aceite. Al salir, las larvas trepan a cualquier flor cercana<br />

y se meten en los capullos. Tienen que esperar a cierto tipo de abeja solitaria, y cuando entra en la<br />

flor, las larvas... hacen auto—stop... eh... se agarran fuerte al vello de la abeja con sus garras. Si<br />

tienen suerte, la abeja será una hembra que recoge miel para depositarla en las celdas con su huevo.<br />

Entonces, en cuanto la abeja ha completado el relleno de la celda y pone su huevo, la larva salta<br />

sobre él y la abeja tapona la celda. Entonces la larva se come el huevo y se desarrolla dentro de la<br />

celda. Lo que siempre me ha parecido más curioso es que sólo haya una especie de abejas de las que<br />

las larvas puedan ser huéspedes. Me imagino que muchas de ellas se agarrarán a una abeja de otra<br />

especie, y al final se morirán. Pero además, incluso si es una abeja de la especie indicada, no hay la<br />

menor... hum... garantía de que sea una hembra dispuesta a desovar.<br />

Calló un instante, se empinó de puntillas varias veces y contempló pensativo el suelo. Después<br />

alzó la vista, con ojos risueños.<br />

—Quiero decir —continuó—, es como apostar a un caballo en una carrera... hum... con bastantes<br />

pronósticos en contra.<br />

Meció levemente la caja: por la tapa de vidrio se veía a la carraleja patinar de un extremo al otro,<br />

meneando las antenas con extrañeza. Luego la restituyó cuidadosamente al estante junto a mis <strong>otros</strong><br />

ejemplares.<br />

—A propósito de caballos —dijo alegremente, balanceándose con los brazos en jarras—, ¿le he<br />

contado alguna vez lo de cuando encabecé la entrada triunfal en Esmirna a lomos de un corcel<br />

blanco? Pues fue durante la primera guerra mundial, sabe usted, y el comandante de mi batallón<br />

estaba empeñado en que entrásemos en Esmirna en... eh... columna triunfal, encabezada, si era<br />

posible, por un jinete sobre un caballo blanco. Fue, por desdicha, a mí a quien tocó en suerte el<br />

dudoso privilegio de abrir el desfile. Por supuesto que yo sabía montar, pero no era lo que se dice...<br />

hum... un caballista experto. Bueno, pues todo iba muy bien, y el caballo se comportó con gran<br />

decoro, hasta que llegamos a los arrabales de la ciudad. Como usted sabe, hay en algunas regiones<br />

de Grecia la costumbre de arrojar colonia, perfume, agua de rosas o cosas por el estilo al paso de<br />

los... eh... héroes victoriosos. Según iba yo cabalgando al frente de la columna, una vieja salió<br />

disparada de una bocacalle y se puso a tirar agua de colonia a diestro y siniestro. Eso al caballo le<br />

traía sin cuidado, pero desgraciadamente una pequeña cantidad del líquido debió salpicarle en un<br />

ojo. Bueno, estaba muy habituado a los desfiles y demás, y a las multitudes enfervorizadas y esas<br />

cosas, pero no a recibir jeringazos de colonia en pleno ojo. El incidente... eh... le enojó muchísimo y<br />

empezó a actuar más como un caballo de circo que como un corcel. Yo me tenía en la silla<br />

sencillamente porque las botas se me habían encajado en los estribos. La columna tuvo que romper<br />

filas por tratar de calmarle, pero era tal su enojo que al fin el comandante decidió que no sería<br />

prudente dejarle tomar parte en el resto de la entrada triunfal. Así que mientras la columna desfilaba<br />

por las calles principales con las bandas tocando y la gente vitoreándoles, etcétera, yo no tuve más<br />

remedio que seguirles furtivamente por las callejuelas cercanas a lomos de mi caballo blanco, los<br />

dos, para mayor humillación y escarnio, oliendo profusamente a agua de colonia. Hum... desde<br />

entonces no he vuelto a disfrutar realmente con la equitación.

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