11.06.2013 Views

Spiderman-tambien-tiene-frio-Promo

Spiderman-tambien-tiene-frio-Promo

Spiderman-tambien-tiene-frio-Promo

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

SPIDERMAN TAMBIÉN TIENE FRÍO<br />

Sergio Espada Martín<br />

1


Nunca he sido un héroe.<br />

Vale, sí, una vez agarré del brazo a un niño que se<br />

precipitaba a la calzada justo en el momento en que pasaba<br />

un autobús. La muy atribulada y despistada madre me<br />

abrazó, regañó al niño, me besó, regañó al niño, quiso recompensarme<br />

con algo que pensaba sacar de un enorme<br />

bolso y que con los nervios no fue capaz de encontrar,<br />

supongo que sería dinero; volvió a regañar al niño que a<br />

esas alturas ya lloraba desconsoladamente, imagino que en<br />

parte por los gritos de su madre pero sobre todo por la<br />

impresión de haber vivido una experiencia tan cercana a la<br />

muerte sin haber llegado siquiera a empezar la escuela<br />

primaria, sin haber besado aún a una chica. Al final de<br />

tanto grito y tanta reverencia, la madre se despidió de mí<br />

abrazándome, besándome sonora y efusivamente en la<br />

mejilla y estrechando mis dos manos entre sus dos manos<br />

en una suerte de confuso maremágnum de dedos, uñas y<br />

sortijas. Después agarró con violencia al niño de un brazo<br />

y se alejaron y me pareció que todavía continuaba<br />

regañándole aunque esto último ya no puedo jurarlo. Por<br />

2


mi parte, yo me quedé henchido de vano orgullo, y es que<br />

no todos los días <strong>tiene</strong> uno la oportunidad de salvar la vida<br />

de un crío. Pero lo cierto es que, varios años después de<br />

aquel incidente, éste sigue erigiéndose a día de hoy como<br />

el momento más heroico de toda mi vida. Si acaso el<br />

único.<br />

Tampoco puede decirse que sea un hombre de acción,<br />

no hay motivo para intentar fingir algo distinto. Si por<br />

ejemplo me quedase encerrado en un rascacielos con una<br />

veintena de terroristas alemanes probablemente todo lo<br />

que haría sería sentarme cerca de la mesa de los canapés<br />

para no pasar mucha hambre y esperar a que el Johnmcclane<br />

de turno nos sacase a todos de semejante embrollo.<br />

No soy, y no creo que llegue a serlo jamás, una estrella<br />

del rock. Dudo que alguna vez llegue a convertirme en<br />

un guerrillero revolucionario escondido tras una teatral<br />

máscara o en un atracador de bancos con un turbio pasado<br />

y una muerte tan prematura como violenta aguardándome<br />

en un inhóspito y hostil futuro. Y desde luego, si hubiese<br />

estudiado Historia con especialización en Arqueología<br />

seguramente no pasaría de profesor en un instituto de secundaria<br />

cualquiera. No he viajado a Gaza o Sarajevo y he<br />

vuelto para contarlo en una obra que con el tiempo habría<br />

de devenir en objeto de culto y no creo que sobreviviese<br />

más de una semana, quizá dos, en un mundo post-apocalíptico<br />

plagado de zombis.<br />

Total, que si en el futuro alguien se decidiese, por los<br />

motivos que fuesen, a escribir mi biografía, no debería<br />

3


llevarle más de diez minutos resumir lo más destacable, a<br />

saber: tengo una tienda de comics de mi propiedad que<br />

constituye, junto a los dos Anillos consecutivos que conquisté<br />

con los Portland Trail Blazers en modo leyenda con<br />

el NBA2K8 y contando tan solo con los refuerzos de Gilbert<br />

Arenas y Jose Manuel Calderón, más la liberación de<br />

la Francia Ocupada en el Company of heroes en el breve<br />

espacio de tres semanas y no sin antes perder a un buen<br />

puñado de mis mejores muchachos; mis mayores logros en<br />

la vida. Bueno, es cierto que también tenía una novia a la<br />

que adoraba, veneraba, idolatraba, reverenciaba y todos<br />

los sinónimos que figuran en wordreference.com del verbo<br />

“Amar”. Lo que sucede es que al principio de todo este<br />

embrollo no estaba muy seguro de que Sara, así se llama<br />

ella, fuese a seguir siendo mi novia durante mucho más<br />

tiempo.<br />

Y una vez aclarado todo esto creo que merece la pena<br />

que escuchéis lo que tengo que contar.<br />

Me llamo Fernando Martín y esta es mi historia.<br />

Madrugada de la Nochebuena de 2010.<br />

Hacía frío.<br />

Al salir a Alcalá dejando atrás la calle Barquillo, una<br />

ráfaga de aire helado consiguió que me estremeciese y que<br />

todo mi cuerpo se encogiese, retrayéndose sobre sí mismo<br />

como un flotador al que ya se le ha escapado todo el aire.<br />

4


De lo más profundo de mis entrañas me llegó entonces<br />

algún que otro aullido de dolor, el lastimoso y sordo quejido<br />

de mis músculos al contraerse. Por eso dudé unos<br />

instantes si girar hacia Gran Vía y volver a casa olvidándome<br />

de mi disparatado paseo nocturno o bajar a Cibeles<br />

para prolongar un poco más aún el sinsentido de aquella<br />

noche, para perpetuar el despropósito en que se había convertido<br />

toda mi vida en las últimas horas. Bueno, pues por<br />

si tenías alguna duda, giré a la izquierda. Escogí la pastilla<br />

roja.<br />

Me detuve nuevamente, unos minutos después, en el<br />

semáforo que hay junto al Cuartel General del Ejército,<br />

frente al Banco de España. Mientras aguardaba a que se<br />

pusiese en rojo, saltando ligeramente de un pie a otro para<br />

combatir el frío, un taxi pasó a menos de medio metro de<br />

mí, aproximadamente a unos trescientos kilómetros por<br />

hora, en dirección a la Puerta del Sol. Si hubiera habido un<br />

charco junto a la acera creo que las gotas habrían salpicado<br />

hasta la Plaza de Colón. Me volví entonces hacia él<br />

furioso y deseé tener una botella o una piedra a mano para<br />

estrellársela contra la luna trasera. O ya puestos a pedir,<br />

tener los ojos de Scott Summers hubiesen sido perfectos<br />

para este momento concreto. Pero como lo cierto es que<br />

no tenía nada, ni piedra, ni botella, ni rayos ópticos, me<br />

tuve que conformar con gritarle algún improperio en<br />

forma de maldición, algo relacionado con una farola y sus<br />

sesos desparramados por todo el salpicadero del coche.<br />

Me volví de nuevo hacia el semáforo, inquieto, sin<br />

poder dejar de moverme y reparé entonces en que, en la<br />

5


acera de enfrente aguardaba una pareja esperando, como<br />

yo, para cruzar. No debían de tener ni veinticinco años y<br />

eran verdaderamente guapos los dos. Él la rodeaba por el<br />

hombro con su brazo izquierdo y ella lo abrazaba con el<br />

brazo derecho por detrás de su cintura y el izquierdo por<br />

delante, en una postura realmente incómoda para caminar<br />

salvo que estés pensando en hacerlo de lado. No sólo eran<br />

guapos, también iban muy bien vestidos, quiero decir que<br />

su ropa era estilosa y bonita, no que él fuera con el<br />

esmoquin de James Bond y ella como una especie de<br />

Jackie Kennedy juvenil, para nada. Pero con todo, lo peor<br />

era que él se reía espontanea y ostensiblemente de algo<br />

que había dicho ella y que todo el rato parecían estar<br />

queriéndose mucho y ser muy conscientes de ello. A buen<br />

seguro que en cuanto llegasen a casa harían el amor, este<br />

tipo de parejas nunca folla, sólo hace el amor, durante<br />

horas. Y después se quedarían dormidos muy abrazados el<br />

uno al otro y por la mañana él le llevaría un desayuno<br />

continental a la cama a ella y en todo ese tiempo ninguno<br />

de los dos dejaría de oler a otra cosa que no fuese a Kenzo<br />

o Hugo Boss o Carolina Herrera.<br />

Por si fuera poco, al cruzarnos en la mediana, se detuvieron<br />

un instante para darse un dulce y fugaz beso en los<br />

labios. No pude evitar quedarme mirándoles descaradamente<br />

con la única intención de que se percatasen de lo<br />

enojoso e inapropiado que resultaba ir exhibiendo su felicidad<br />

de forma tan obscena por el mundo. Y más en Nochebuena.<br />

Fue en ese momento cuando se me ocurrió la<br />

brillante idea de crear Patrullas Vecinales Navideñas, inte-<br />

6


gradas por todos los insignificantes desgraciados que<br />

abundan en estos días, por todos los desheredados y desterrados<br />

para siempre de la Tierra del Amor y la Concordia.<br />

Y su cometido no sería otro más que limpiar las calles de<br />

desaprensivos como estos dos jóvenes y hermosos enamorados.<br />

Y este era, más o menos, mi verdadero estado de<br />

ánimo cuando me adentré en el bulevar del Paseo del<br />

Prado unos minutos después de las dos de la mañana. Y<br />

toda la culpa era tuya. A ti, sólo a ti, Sara Lenzi, te responsabilizo<br />

de que la noche del veinticuatro al veinticinco de<br />

diciembre de 2010, yo tuviese tantas ganas de matar a todos<br />

aquellos con los que me cruzaba como de dejarme<br />

atropellar por un taxista kamikaze.<br />

Nochebuena de 2010, unas horas antes.<br />

Llego a casa pasadas las tres de la tarde. Ha sido una<br />

mañana agotadora, con decenas de clientes indecisos,<br />

clientes de los no habituales en busca de sus regalos navideños,<br />

con poco presupuesto pero millones de preguntas.<br />

Además, aún tenía que colocar un par de pedidos y me<br />

había hecho el firme propósito de reordenar la zona de las<br />

camisetas. Por si todo esto fuera poco, Juanma ha aparecido<br />

por la tienda diez minutos después de que abriese y se<br />

ha ido cinco minutos antes de que cerrase y en todo ese<br />

tiempo no ha dejado de parlotear y si bien es cierto que a<br />

7


los diez minutos de estar escuchándole he logrado poner<br />

mi cerebro en standby me imagino que habrá sido el<br />

mismo discurso dogmático y delirante de siempre: Brubaker<br />

y Bendis están sobrevalorados, John Romita Jr. es a su<br />

padre lo que Jordi Cruyff al suyo, Ridley Scott tendría que<br />

haber muerto después de hacer Blade Runner para no tirar<br />

su carrera a la basura, si aún no he visto Breaking bad o<br />

Dexter estoy desperdiciando mi vida, Iliketrains es mucho<br />

mejor banda que The Killers (aquí tengo que darle la razón<br />

aunque estoy convencido de que el día que Iliketrains tengan<br />

más de diez mil seguidores en Facebook renegará de<br />

ellos como siempre ha renegado de los Guns n’ Roses<br />

post-Lies!) e imagino que habrá acabado con su inevitable<br />

y sempiterna homilía sobre la ineludible responsabilidad<br />

del Real Madrid en todas las desgracias pasadas, presentes<br />

y futuras del Estudiantes y en menor medida del Atlético<br />

Madrid.<br />

El caso es que cuando por fin cierro la puerta de casa<br />

tras de mí todo lo que ansío es sentarme en pijama frente a<br />

la televisión con el menú Long chicken con extra de queso<br />

más patatas y refresco grandes que acabo de comprarme<br />

en el Burger King y distraerme un par de horas con unos<br />

cuantos capítulos de Big-bang theory antes de que llegue<br />

Blanca y nos tengamos que poner con los preparativos de<br />

la cena. Así que me cambio de ropa rápidamente mientras<br />

miro el Emule y el Facebook: dos discos, el The hawk is<br />

hawling de Mogwai y el primero de Kasabian, más algunos<br />

capítulos de Mad men y Cómo conocí a vuestra madre<br />

es el botín de toda una mañana de descargas ilegales. Es-<br />

8


toy por buscar a Ramoncín en Twitter y contárselo pero<br />

tengo mucha hambre. En el Facebook nada nuevo. Ah sí,<br />

Fran cree que el reciente divorcio de Scarlett Johansson ha<br />

incrementado notablemente sus opciones de acabar yéndose<br />

a la cama con ella. “Claro que sí, es Navidad, el<br />

tiempo de los milagros” le escribo mientras intento acertar<br />

con mi pie derecho dentro de la zapatilla.<br />

Vuelvo a la cocina, pongo la comida en una bandeja y<br />

cojo un plato donde vuelco las patatas fritas; después de<br />

añadirle unos dos o tres litros de kétchup (¿o son kilos?<br />

Nunca tendré claro si el kétchup se pesa en kilos o litros),<br />

me voy al salón y derrengado, me dejo caer en el sofá<br />

mientras enciendo la televisión: en París unas trescientas<br />

personas tendrán que pasar la Nochebuena en el Charles<br />

de Gaulle por culpa de la nieve y yo me quedo absorto<br />

viendo la noticia, con una patata colgando lacia de la<br />

punta de mis dedos, a menos de quince centímetros de mi<br />

boca abierta, bendiciendo nuestra infinita fortuna porque<br />

sea desde Nueva York desde donde <strong>tiene</strong>s que volar tú y<br />

porque los Estados Unidos no estén bajo los efectos de<br />

esta inoportuna ola de frío polar que deja a los aviones en<br />

tierra e impide que la gente se reúna con sus seres queridos<br />

(o huya de ellos, que todo puede ser en estos extraños<br />

y melancólicos días), reflexión que me trae a la cabeza, de<br />

forma completamente arbitraria e inmediata, el argumento<br />

de La jungla 2 y de ahí a inferir que puede ser un gran<br />

plan para después de la cena de esta noche sólo hay un<br />

pequeño paso. Así que decido que en cuanto termine de<br />

comer le mandaré un mensaje a Beatriz por si se quiere<br />

9


quedar a dormir y con la excusa nos hacemos un insuperable<br />

y entrañable programa doble de terroristas navideños.<br />

He dado tres mordiscos a mi hamburguesa y comido<br />

unas ocho patatas cuando en el móvil empieza a sonar<br />

New York, New York, en versión de Frank Sinatra, tampoco<br />

es que conozca otra, y eso sólo puede significar una<br />

cosa: que me estás llamando. Dejo la bandeja atropelladamente<br />

sobre la mesa, cojo el mando y al mismo tiempo<br />

que descuelgo intento dar con el botón del mute para silenciar<br />

la televisión y tragarme de golpe, casi sin masticar,<br />

un trozo de hamburguesa.<br />

-¡Hola, princesa!<br />

-Hola, amor. Qué tal –cuatro palabras, catorce letras y<br />

puedo detectar una remota y muy, muy ligera sombra de<br />

pesar en tu tono de voz. Soy como esos enólogos que con<br />

un pequeño sorbo de vino son capaces de determinar que<br />

había comido el tío que plantó la vid dos días antes de<br />

hacerlo. Y es que ya son muchos años a tu lado y todo este<br />

tiempo de estrecha convivencia me ha servido, entre otras<br />

cosas, para ser capaz de desentrañar, en cada leve inflexión<br />

de tu voz, el pequeño mensaje subliminal que subyace<br />

tras ella; para establecer una relación directa entre la<br />

forma en que modulas la voz, entre el tono y la cadencia<br />

con que pronuncias cada una de las palabras y tu auténtica<br />

estado de ánimo. Es lo que <strong>tiene</strong> vivir siendo consciente de<br />

que tu salud mental es una fina y muy frágil pompa de<br />

jabón que se puede quebrar con el tenue suspiro de La<br />

Otra Persona. Para algunos esto es el Amor; para otros,<br />

mucho más cínicos o tal vez simplemente más descreídos<br />

10


se trata de pura y enfermiza Obsesión. Para mí tan sólo era<br />

(y es) No sabría hacerlo de otra manera.<br />

-Bien, cansado, he tenido una mañana un poco liosa. Oye,<br />

¿estás bien?<br />

-Sí, sí… bueno, la verdad es que no. La verdad es que…<br />

-¿Qué te pasa? –me ha parecido que dejabas la frase colgada<br />

de la última palabra para no echarte a llorar y eso ha<br />

disparado de inmediato todos mis sistemas de alarma, lo<br />

que se traduce en que de repente note los latidos de mi corazón<br />

en la punta de los dedos, en las sienes o en los oídos;<br />

en que la cabeza me zumbe como una lavadora centrifugando<br />

y en que en el estómago todo se agite provocándome<br />

un enorme arcada con sabor a kétchup, patata y bilis.<br />

Ya está, va a dejarme, se veía venir. Ha conocido a un<br />

americano interesantísimo, de ojos azules y pectorales<br />

marmóreos, ávido lector de los clásicos rusos que la invita<br />

a cenar en lujosos restaurantes con vistas al Hudson, lo<br />

sabe todo de vinos franceses y la lleva a funciones de teatro<br />

alternativo en el Village. Seguro que el muy bastardo<br />

llora con discreta emoción al final de El diario de Noah y<br />

<strong>tiene</strong> dos sobrinas pequeñas que son su verdadera pasión<br />

y que adoran al muy insuperable Uncle Peter.<br />

-Yo… Fer, cielo, lo siento, creo que no voy a poder ir a<br />

pasar la Nochevieja contigo –¿Ya está? ¿Eso es todo? ¿En<br />

serio es eso todo lo que te pasa? ¿Para eso he hecho yo<br />

un atropellado y precipitado recuento mental de al menos<br />

veinte argumentos definitivos por los que no puedes dejarme,<br />

por los que soy y seré siempre mejor novio que ese<br />

peripatético sucedáneo de Harrison Ford con casa en<br />

11


Williamsburg? ¿Para eso he elaborado una lista de cinco<br />

sitios donde podría recluirme a esperar el Fin del Mundo<br />

en caso de que la Debacle se consumase y hasta del<br />

montón de cosas que aún hay por la casa que me recuerdan<br />

a ti y que inexorablemente habrían acabado ardiendo<br />

en una pira exorcizante? Y todo ello en un lapso de tiempo<br />

no superior a tres segundos, un auténtico prodigio de<br />

agilidad mental que ahora resulta completamente estéril,<br />

vacuo, fútil. No está bien, Sara, cielo, no está bien que me<br />

asustes de esta manera, que generes esta congoja inoportuna<br />

y definitivamente desmedida por algo que, siendo<br />

una mala noticia, no deja de ser un problema más o menos<br />

solucionable. Vale, no puedes venir en Nochevieja<br />

pero eso no es como si me fueses a dejarme y… espera,<br />

espera ¿cómo qué no puedes venir en Nochevieja? ¿Por<br />

qué? ¿Qué ha pasado?<br />

-¿Cómo? ¿Por… por… por qué? ¿Qué… ha… pasado? –y<br />

debo aclarar que hago una pausa de lo más dramática después<br />

de cada palabra, como si me acercase muy despacito,<br />

paso a paso, a un abismal precipicio, porque no estoy nada<br />

seguro del terreno que piso, de querer terminar de formular<br />

la pregunta. Sobre todo porque no estoy nada, pero<br />

nada convencido de que la respuesta me vaya a consolar lo<br />

más mínimo. La sombra de este galán trasnochado al que,<br />

ignoro los motivos, desde hace unos segundos me imagino<br />

como una versión hiperanabolizada de Bon Jovi con pelo<br />

corto y jersey negro de cuello vuelto, vuelve a acecharme<br />

desde los más recónditos, oscuros y siniestros rincones de<br />

mi cabeza.<br />

12


-Tengo un Congreso en Boston desde este lunes hasta el<br />

treinta y uno. Aunque cogiese el último vuelo del día no<br />

llegaría a Madrid antes del mediodía del día uno.<br />

-No me jodas, Sara. ¿Y no puedes cambiarlo? ¿No<br />

puede… no sé, ir alguien en tu lugar? Alguien qué no<br />

tenga a su familia a ocho mil kilómetros de allí, por ejemplo<br />

–intento fingir un malestar que sin embargo ya no soy<br />

capaz de sentir como propio. Por lo menos no en la dosis<br />

que parecería oportuna. ¡Es trabajo, sólo trabajo! ¡Mi<br />

novia no puede venir a verme porque <strong>tiene</strong> que trabajar!<br />

¡Ja, chúpate ésa, BonJovidebolsillo! ¡Vete a lloriquear a<br />

tu cama de rosas como la mujerzuela que siempre has sido<br />

porque Sara es mía! ¡Sólo mía!<br />

-No, cielo, lo he intentado todo antes de llamarte, créeme,<br />

pero no hay forma de que lo evite. No sin perder la beca.<br />

-Está bien, está bien. Qué le vamos a hacer. ¿Vendrás de<br />

todas formas? Aunque sea el día uno –toda vez que he<br />

logrado tranquilizarme y la amenaza de una cruenta ruptura<br />

ha vuelto a DEFCON 4, me entrego con denuedo y<br />

rigor a la tarea de interpretar el papel de Abnegado Novio<br />

Moderno Comprensivo y Respetuoso con la Carrera Profesional<br />

de su Pareja y lo hago tan bien que si hubiera<br />

unos premios en los que se reconociese esta labor yo debería<br />

estar nominado, sin duda alguna, junto a Mary Jane<br />

Parker-Watson y, quizá Carmela Soprano, aunque de ésta<br />

tengo mis dudas ya que dejé de ver la serie después de la<br />

tercera temporada. Igual que de Alfred Pennyworth, el<br />

flemático y sacrificado mayordomo de Bruce Wayne que,<br />

si bien ha hecho méritos sobrados para entrar en este se-<br />

13


lecto club puede que quedase excluido al no tratarse de<br />

una pareja sentimental al uso, por mucho que los muy<br />

chistosos y homófobos detractores de Batman quieran insistir<br />

en una supuestamente cuestionable heterosexualidad<br />

de Bruce Wayne y allegados.<br />

-Lo estoy intentando. En principio tendría que estar aquí<br />

de nuevo el tres así que no <strong>tiene</strong> sentido gastarme un dineral<br />

y darme una paliza así para estar poco más de un día en<br />

casa. Si logro que me den unos días libres, iré a pasar Reyes<br />

contigo. Te lo prometo.<br />

-Vale. Vale. No te preocupes. Cuando sepas algo me vas<br />

contando ¿vale?<br />

-Sí, sí, claro. Cielo, lo siento tanto… Estoy… yo, tengo<br />

muchas ganas de verte –venga, Sara, arráncate a llorar,<br />

sólo un poco, unos breves y enternecedores sollozos que<br />

me reconforten, que me permitan espantar de una vez por<br />

todas el terrible fantasma de los celos y de paso constatar<br />

hasta que punto te duele no venir a pasar el Año Nuevo<br />

conmigo, hasta que punto estás abatida por todo este<br />

inoportuno y lamentable asunto. Sólo eso, un pequeño y<br />

discreto llanto que aporte unas dosis de dramatismo y<br />

congoja y que además me permita consolarte para que yo<br />

pueda rematar con una gloriosa salida mi memorable<br />

actuación. Como un gimnasta que se clava en el suelo sin<br />

titubear después de un ejercicio de diez en las barras.<br />

Pero aunque la voz se te quiebra un par de veces, logras<br />

rehacerte y mantener la compostura y una parte de mí<br />

se alegra sinceramente de ello y lo da por bueno, por mucho<br />

que el resto de la conversación sea una penosa suce-<br />

14


sión de lamentos, palabras de consuelo y espurias promesas<br />

de futuro que no conducen a ninguna parte. Así que<br />

cuando por fin cuelgo el teléfono la sensación que me<br />

queda es la de haberme peleado con un oso pardo durante<br />

una hora para terminar dándonos la mano como dos cordiales<br />

enemigos eternos antes de irnos cada uno por nuestro<br />

lado.<br />

Exhausto, me recuesto en el sofá y miro a mi alrededor<br />

y de golpe todo lo que me rodea me resulta ridículo y<br />

absurdo, innecesario y prescindible, definitivamente fuera<br />

de lugar, como un número de malabares en mitad de un<br />

entierro. Me siento terriblemente solo y abandonado y me<br />

dan ganas de patear la bandeja y esparcir las patatas llenas<br />

de kétchup y la Coca-cola de medio litro por todo el salón.<br />

Ya no tengo ganas de comer y desde luego no me voy a<br />

poner a ver Big-bang theory ni nada por el estilo.<br />

Puta mierda de Navidad, murmuró mientras me levanto<br />

para recoger. En la televisión el telediario de CNN+<br />

vuelve a empezar y de nuevo hablan de los trescientos cretinos<br />

atrapados en el Charles de Gaulle de París y esos<br />

pobres desgraciados que hace menos de una hora me parecían<br />

los seres más desdichados del planeta, de buenas a<br />

primeras se me antojan los inmerecidos portadores de un<br />

billete de lotería premiado. Apago la televisión y justo en<br />

ese momento me suena el aviso de mensaje en el móvil. Es<br />

Beatriz: Puedo llevarme los deuvedés de Indiana Jones y<br />

las ponemos después de cenar ¿vale?<br />

Haz lo que quieras, le contesto y un segundo después<br />

de enviarlo me arrepiento de haber sido tan hosco con mi<br />

15


adorable hermana pequeña y estoy convencido de que los<br />

días que están por venir van a ser una maldita e infinita<br />

tortura. Perdona. Sara acaba de llamarme para decirme<br />

que no viene en Nochevieja y estoy un poco de bajón.<br />

Tráete las pelis y ya vemos. Besos.<br />

Luego cojo mi cazadora y me voy a la calle.<br />

Madrugada de la Nochebuena de 2010.<br />

Después de cenar habíamos estado jugando un rato al<br />

Scattergories pero cuando vetamos a mi padre por tercera<br />

vez en media hora después de que hubiese intentado que<br />

aceptásemos Hermanos Hernández como Nombre de comercio<br />

por H, pretendiendo además que se lo contásemos<br />

doble (“alguno habrá en algún lado” fue su endeble línea<br />

de defensa), Cucarachas como Cosas que se encuentran<br />

en una cocina y el definitivo y absolutamente inadmisible<br />

Hijos como Cosas reemplazables, dimos la partida por<br />

concluida sin proclamar un vencedor (aunque en un recuento<br />

oficioso y no vinculante Beatriz había sacado<br />

quince puntos más que Óscar, el novio de Blanca, y treinta<br />

y cinco más que yo) y pusimos la televisión. En algún canal<br />

acababa de empezar La fiera de mi niña y eso fue lo<br />

que dejamos hasta mucho después de que terminase porque<br />

lo cierto es que no le prestamos demasiada atención ya<br />

que tan solo unos minutos después Blanca y yo nos enzarzamos<br />

en una discusión sobre la hipócrita y siniestra polí-<br />

16


tica exterior de la Unión Europea en oposición al monolítico<br />

y despiadado Imperialismo Americano que terminó<br />

derivando en una confrontación pizza italiana versus pizza<br />

americana, con esa lógica tan particular que suele imperar<br />

en ciertas discusiones familiares, por lo menos en nuestro<br />

caso.<br />

Pasada la una de la mañana y visto que el único punto<br />

que habíamos logrado poner en común entre todos es que<br />

la Administración Bush Jr. había sido la más nefasta de<br />

cuantas éramos capaces de recordar en la reciente historia<br />

de Estados Unidos y que la piña y el pimiento verde son<br />

de todo punto y por distintos motivos ingredientes absolutamente<br />

inaceptables en una pizza, mis padres, secundados<br />

por Blanca y Óscar, anunciaron que se marchaban<br />

mientras que Beatriz aprovechó para seguirme disimuladamente<br />

hasta el dormitorio donde estaban guardados los<br />

abrigos y preguntarme, casi a hurtadillas, como si del nudo<br />

gordiano de una secreta conspiración al más alto nivel se<br />

tratase, si quería que se quedase a dormir y viésemos En<br />

busca del arca perdida o jugásemos al Risk o hiciésemos<br />

lo que yo quisiese. De momento había preferido no hacer<br />

mención del ligero contratiempo que había sufrido tu viaje<br />

para no generar un incómodo estado de compasión en el<br />

resto de mi familia que además no habría hecho sino<br />

ahondar en mi ya de por si inabarcable sensación de desamparo.<br />

Así que, salvo Beatriz, nadie sabía nada al respecto<br />

y era éste y no otro el motivo que justificaba su exceso<br />

de celo, su muy sutil y discreto comportamiento. Le<br />

di las gracias y también un gran abrazo y le mentí sólo un<br />

17


poco cuando le contesté que en realidad pensaba irme a la<br />

cama ya porque estaba agotado. Y digo que le mentí un<br />

poco porque, aunque era cierto que estaba realmente<br />

exhausto, no pensaba acostarme todavía. Era muy consciente<br />

de que no iba a ser capaz de dormirme y de que me<br />

pasaría al menos dos horas dando vueltas, regodeándome<br />

en mi infortunio y mi pesar antes de lograr conciliar el<br />

sueño. También mentí otro poco cuando dos segundos más<br />

tarde le aseguré que estaría bien. Para nada. No iba a estar<br />

bien, de hecho me encontraba a mil millones de kilómetros<br />

de cualquier estado que se asemejase siquiera a estar bien.<br />

Estar bien era esa noche, para mí, el País de Nunca Jamás,<br />

Gotham City, Macondo, el maldito Rivendel.<br />

Así que desconfiando de mi palabra pero resignada a<br />

aceptarla, Beatriz accedió a marcharse con mis padres y<br />

cuando al fin me quedé solo estuve veinte minutos fregando<br />

platos para inmediatamente después prepararme un<br />

Colacao, encender la consola y ponerme a jugar con el<br />

NBA2K9. Pero después de que los siempre patéticos<br />

Clippers me hicieran treinta y cuatro puntos en el tercer<br />

cuarto tras al menos ocho pérdidas de balón por mi parte y<br />

cinco triples seguidos fallados, la apagué sin terminar el<br />

partido y fue entonces cuando decidí salir a dar una vuelta,<br />

no sin antes hacer, eso sí, un verdadero ejercicio de autocontrol<br />

para no lanzar la Play por la ventana en un último<br />

y justificadísimo furibundo ataque de ira.<br />

Después de caminar un buen rato por las enrevesadas,<br />

oscuras y solitarias calles de Noviciado y Malasaña, después<br />

de acabar cruzándome con taxistas kamikazes e irri-<br />

18


tantes parejas felices, había terminado sentándome finalmente<br />

en un banco de piedra, cerca de la Plaza de Neptuno,<br />

frente al Thyssen. Me alegré entonces de haber cogido<br />

mi gorro de lana por el mismo motivo por el que me<br />

arrepentí de haberme dejado en el último momento los<br />

guantes sobre la cama. Estaba pasmado de frío pero aún<br />

no tenía ninguna gana de volver a nuestra casa así que me<br />

senté intentando arrebujarme dentro de la ropa, confiando<br />

en que el cansancio (del sentido común no cabía esperar<br />

mucho más, por lo visto) me impulsaría finalmente a regresar<br />

al calor del hogar justo a tiempo de evitarme una<br />

ridícula y absurda muerte por hipotermia.<br />

Lo que si había cogido era el ipod que me habías regalado<br />

las Navidades pasadas. Hasta un momento antes de<br />

sentarme había estado escuchando El manifiesto desastre,<br />

de Nacho Vegas, pero justo entonces había terminado la<br />

desgarradora Morir o matar, el más triste epílogo a un<br />

disco que era capaz de recordar en ese momento, así que<br />

saqué el ipod del interior de la cazadora para elegir otro<br />

disco. Después de decantarme por el Curtains de Tindersticks,<br />

otro Must have en la fonoteca de cualquier proceso<br />

autodepresivo que se precie, me quedé mirando la inscripción<br />

con que lo habías hecho grabar por detrás: El mundo<br />

se derrumba y nosotros nos enamoramos.<br />

Fue como recibir un puñetazo en la sien, una patada<br />

en la entrepierna, un empujón al borde de un precipicio.<br />

Un escalofrío me recorrió la espalda desde la nuca hasta el<br />

coxis. Pero esta vez no había sido el frío polar. Esta vez<br />

19


fue recordar cómo nos conocimos y porque aquella terminó<br />

siendo Nuestra Frase.<br />

20

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!