26.03.2014 Views

VE-00 MARZO 2014

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

VALENCIA ESCRIBE<br />

La revista<br />

Número 0 – Marzo <strong>2014</strong>


© Eulalia Rubio Pérez (Valencia)<br />

©de los textos: Lucho Bruce, Malén Carrillo, Eric Grants, Lu Hoyos, Asun<br />

Ferri, Marco Antonio Torres Mazón, David Rubio, Rafa Sastre, Amparo<br />

Hoyos, Lidia Castro Hernando, Pernando Gaztelu, Eva Franco, Jeremías<br />

Wayne, Puri Otero Domarco, Benjamín Blanch, Carmen Ferrer, Reca<br />

Refojos.<br />

Colaboradora especial (fotos): Eulalia Rubio Pérez (Valencia) – Blog:<br />

http://jardinesrioturia.blogspot.com.es/<br />

Diseño y edición: Rafa Sastre<br />

Para ver y descargar esta revista en formato pdf (3.41 mb):<br />

http://www.mediafire.com/view/ypm0vr9q0sr9820/<strong>VE</strong>-<strong>MARZO</strong>.pdf


Índice<br />

Nace una aventura (Rafa Sastre) Pág. 1<br />

Escribir es… (Lucho Bruce) Pág. 3<br />

Mis ojos son tuyos (Malén Carrillo) Pág. 5<br />

Al final del día solo hay noche (Eric Grants) Pág. 9<br />

El bailarín del Metro, la filósofa momia<br />

y el observador amorfo (Lu Hoyos) Pág. 15<br />

Han caído los corazones (Asun Ferri) Pág. 19<br />

Estampa de Vermeer con melodía<br />

de Chet Baker (Marco Antonio Torres Mazón) Pág. 21<br />

Peláez y el parque de los diez millones<br />

de euros (David Rubio) Pág. 23<br />

El cuadro que mira a un hombre (Rafa Sastre) Pág. 29<br />

La epidemia de lágrimas (Amparo Hoyos) Pág. 31<br />

A imagen y semejanza (Lidia Castro Hernando) Pág. 33<br />

Crónica de guerra (Pernando Gaztelu) Pág. 35<br />

Líneas asentadas en el tiempo (Eva Franco) Pág. 39<br />

La tumba de mi conciencia (Jeremías Wayne) Pág. 41<br />

El creador del mundo (Puri Otero Domarco) Pág. 49<br />

Línea 1 (Benjamín Blanch) Pág. 53<br />

De sabor intenso (Carmen Ferrer) Pág. 55<br />

De animalitos alados y otros<br />

parientes animados (Reca Refojos) Pág. 57


Three-masted ship JOSEPH CONRAD leaving Sydney Harbour<br />

http://www.flickr.com/photos/anmm_thecommons/with/9462951814


Nace una aventura<br />

Ahora que me paro a pensar, no sé a ciencia cierta en qué berenjenal me<br />

he clavado. Hace unos días, propuse a Lucrecia y Amparo (o Amparo y<br />

Lucrecia, monta tanto), almas-mater del blog Valencia Escribe y buenas<br />

amigas, el publicar una revista digital -a ser posible con frecuencia<br />

mensual- destinada a reproducir textos propios, colaboraciones de<br />

compañeros de ese bonito proyecto que confío perdure por años.<br />

La iniciativa ha tenido buena acogida. Junto a la participación de firmas<br />

habituales en <strong>VE</strong>, nos hacen el honor otros amigos que, gracias a<br />

nuestras modestas peripecias literarias, hemos tenido la enorme fortuna<br />

de conocer en distintos ámbitos reales o virtuales. Es el caso de Lucho<br />

Bruce. Este entrañable argentino es autor del texto titulado “Escribir<br />

es…” que, desde que lo leí, representa para mí el padrenuestro del<br />

escritor. Le solicité poder reproducirlo aquí, pues pienso que es la mejor<br />

manera de iniciar una divertida aventura que nadie sabe dónde nos<br />

llevará. Tal vez esa incógnita contribuya a alimentar nuestra curiosidad,<br />

estimulándonos a continuar navegando a través del extenso mar de las<br />

palabras mientras salpicamos a los lectores de grandes historias y<br />

hondos sentimientos.<br />

Gracias a todos. De corazón.<br />

Rafa Sastre<br />

1


Man Writing a Letter - Gabriel Metsu (1629-1667)<br />

2


Escribir es…<br />

Escribir es…<br />

Escribir es como…<br />

Escribir es como masticar…<br />

Escribir es como masticar, empiezas…<br />

Y no puedes parar si te gusta cómo sabe lo que mascas, si te gusta lo que<br />

te dicta tu cabeza, si te gusta cómo suenan las comillas, las metáforas,<br />

las prisas de la prosa, fluida y expectante, llena de sonetos y letras<br />

delirantes, repleta de comas, puntos y mentiras, que te inventas tú<br />

mismo y las compartes…<br />

Si te toman amable y angelado, siembras flores de arco iris en las hojas,<br />

si te encuentran torvo y desafiante, escupes mil demonios con tu<br />

diestra.<br />

Para que otros la crean como ciertas, para que otros las traten como<br />

amantes, para que los demás rían contigo, para que aquellos lloren<br />

como amigos, para que te odien los reyes de la burla, para que te<br />

quieran los mendigos de cariño, para que sueñen los que no tienen<br />

sueños y que descansen los que no tienen nido.<br />

Comienzas y no paras, te apasionas, el negro de la letra abofetea el<br />

blanco del papel inmaculado, que te mira y se ríe entre renglones, y tú le<br />

llenas de paréntesis de estrofas todo el blanco… te llenas de aire puro la<br />

cabeza, soltando las palabras que se caen, desmayándose de amor sobre<br />

la mesa.<br />

Y quieres tú parar pero no puedes, no sea que tu musa se adormezca, no<br />

sea que tu frase más buscada se muera arrodillada en tu cabeza.<br />

3


Con suerte y con el viento a tu favor, quizás no todo ya esté escrito,<br />

quizás falten palabras a tu grito, quizás le falten letras a tu vida.<br />

Y si dejas que las letras te acaricien, si dejas que la hoja esté dispuesta,<br />

disfrútala como mujer, amable y tersa, que los años ajan los papeles que<br />

no llenas de puntos, signos, letras.<br />

Y paras, te relees, te avergüenzas, por no tener la prosa de Cervantes…<br />

Autor: Lucho Bruce (Mar del Plata – Argentina)<br />

4


Mis ojos son tuyos<br />

El caminante sobre el mar de nubes - Caspar David Friedrich (1774-1840)<br />

Jumeirah Port de Sóller, 29 de septiembre<br />

Querida mía:<br />

El día se alarga en esta costa acantilada del oeste de la isla como racimos<br />

de uva madura que no quiere ser recogida; del mismo modo, el sol no<br />

desea despedirse del verano. La atmósfera continúa cálida y el mar,<br />

siempre presente allá donde mires, le hace guiños al astro solar,<br />

incitándome también al baño. Es tiempo de membrillos y manzanas<br />

5


einetas. Es tiempo de vendimia, de catar juntos los mejores caldos.<br />

Septiembre. Y yo estoy sin ti, en este trozo de paraíso mediterráneo que<br />

se llama Mallorca. Y te quiero saborear, aunque estés lejos, con mi<br />

nostalgia.<br />

Esta mañana, contemplaba el paisaje desde aquí, donde cielo y mar se<br />

unen entre aroma de pinos, y me he sentido tan atrapado que no he<br />

podido hacer nada más. Lo miraba por los dos, pensando que este valle<br />

es uno de los lugares más bellos del mundo y echándote de menos. Tu<br />

risa cantarina sería el mejor regalo para mis oídos y tu presencia, para<br />

mis viejos huesos. No ha podido ser y me conformo. Aún así, te lo<br />

describo porque sé que te encanta y mi vista es también la tuya, y te<br />

cuento y te cuento para que luego tú imagines, con los ojos de los<br />

sueños, los mejores relatos. Dominan el verde, el blanco y el azul. Cielo<br />

limpio y nubes de algodón, como a ti te gustan, recién estrenado un<br />

nuevo día. Tú descubrirías navíos que surcan mares y continentes<br />

remotos; piratas que trepan por el velamen y caballeros que rescatan<br />

damas en torres vigías suspendidas sobre acantilados imposibles. Y<br />

nubes que representan formas de ancianas bondadosas y que pasan<br />

veloces porque las reclaman en sus lejanos cuentos.<br />

Al atardecer las montañas se tornan rojizas y he creído reconocer la luz<br />

cálida del ambiente de los largos días de estío, que tú transformarías en<br />

imágenes de caravanas cruzando desiertos dorados como el color de los<br />

albaricoques o el de las arenas, o como los últimos rayos de este sol que<br />

ya se oculta tras el horizonte marino, dándose un único y majestuoso<br />

baño. Y yo te cruzo a ti, y tu piel es terciopelo cálido con sabor a<br />

melocotón maduro. Y quiero sumergirme contigo en aguas atestadas de<br />

sirenas y descubrir para ti, tesoros e islas desiertas. Y te codicio así,<br />

soñadora y valiente; libre y espontánea como las palabras que se ocultan<br />

en tus labios y que yo descubro y relamo a placer sin pedirte permiso.<br />

6


Después de tantos años juntos, creo que me atrevo a proclamar a los<br />

cuatro vientos que eres la hechicera de mi vida, mi protectora, mi<br />

estrella polar, mi faro… La magia de tus relatos me hace mejor persona,<br />

me quita miedos y pesadillas. Eres, sin duda, el mejor destino soñado<br />

nunca, el paisaje más plácido y ya sabes… que mis ojos son tuyos y mis<br />

médulas, como diría Quevedo, también.<br />

Nota: texto escrito en alfabeto braille<br />

Tu fiel contemplador, amante y compañero<br />

Autora: Malén Carrillo, “Maga” (Sóller, Mallorca)<br />

http://enredadaenlaspalabras.blogspot.com.es<br />

Carta finalista del I Concurso de Cartas de Amor convocado por<br />

Jumeirah Port Soller Hotel & Spa (<strong>2014</strong>)<br />

7


All over town - Massimo Strazzeri (http://5<strong>00</strong>px.com/)<br />

8


Al final del día solo hay noche<br />

Imagen cortesía de Eugenia Álvarez Blanch<br />

(http://eugenialvarezblanch.blogspot.com.es/)<br />

¿Y es que es casualidad que después de treinta años vuelvas a tener mi<br />

mundo a tus pies? Precisamente ahora que comenzaba a olvidarte a<br />

golpe de insomnio y algún que otro Bourbon de más, porque aún duele<br />

mucho más el pensar que todo pudo acabar en el mismo instante en que<br />

tu cuerpo se separó del mío aquella fría noche de verano. Éramos todo<br />

lo que cualquiera querría ser pero ni siquiera lo sabíamos. Prolongamos<br />

la estancia más de lo debido y pagamos la merecida multa riéndonos de<br />

todo en cualquier lugar desierto mientras el sol se daba por vencido sin<br />

quitarnos ojo de encima. ¿Aún recuerdas nuestra despedida? Yo prefiero<br />

9


no hacerlo porque tengo la certeza de que soy el único que lloraría y<br />

estoy cansado de ser pionero.<br />

Y es que verte de nuevo ha sido duro. Fueron treinta años viviendo con<br />

tu recuerdo, intentando por todos los medios dedicarme a algo que me<br />

hiciera feliz, entregándome a los antidepresivos como primera solución e<br />

intentando escribir para la editorial como solución alternativa…<br />

– ¿En qué momento has escrito esto? ¿En qué coño estabas pensando<br />

cuando decidiste hacerlo?<br />

Eran las palabras más suaves que salían de la boca de mi jefe día sí y día<br />

también, pero llevaba razón. Se supone que debía de seguir el hilo de<br />

una historia de detectives y, puedes imaginarte por qué, mis escritos<br />

acababan en una vorágine de desgracias y desamores. Al quinto capítulo<br />

ya había roto cuatro parejas y matado a tres personajes, uno de ellos<br />

protagonista, y lo más curioso fue que…<br />

–No entiendo nada contigo Martín. Rompes parejas míticas de la saga, te<br />

cargas a un personaje protagonista y a la gente le encanta. Hemos<br />

vendido más ejemplares que nunca en cinco años, no sé quién te ha roto<br />

el corazón pero, espero que vuelva a hacerlo, me estás haciendo ganar<br />

mucho dinero, pequeña escoria.<br />

Parecía que a la gente le encantaba el drama siempre y cuando no fuera<br />

suyo.<br />

Ante palabras tan encantadoras solo me quedaba irme a mi<br />

apartamento e intentar no llorar mientras encadenaba una serie de<br />

placenteros cigarrillos y varias dosis de alcohol que burlaban a mi<br />

perfecta memoria. No quería recordar.<br />

Y así pasaron varios años en los que compartí cama con buenas mujeres<br />

y con otras no tan buenas. Le rompí el corazón a alguna poniéndole tu<br />

cara y dándome cuenta de lo estúpido que era solo cuando estaba<br />

10


demasiado borracho para ponerme los pantalones. La editorial subía<br />

como la espuma y yo me hundía bajo mi cama de tal manera que me<br />

tiraba noches enteras sentado frente a la máquina de escribir y solo<br />

conseguía poner…<br />

– ¿Dónde estás?<br />

Diez años después, y gracias en parte al nombre que conseguí hacerme<br />

en la editorial, decidí dejar de escribir sobre dramas ajenos y hacerlo<br />

sobre el mío. En dos semanas, varias editoriales, incluyendo para la que<br />

trabajé, se mataban entre ellas por hacerse con el material. Fue un éxito<br />

rotundo y en un mes se coló entre los cinco más vendidos a nivel<br />

nacional y se estaba preparando su lanzamiento al extranjero.<br />

Escritor, era lo que quería ¿recuerdas? Pero sin embargo no significaba<br />

nada para mí si no podía compartirlo contigo. Reconozco que durante un<br />

tiempo te busqué, quise saber de ti, pero fue más con miedo que con<br />

decisión y no obtuve resultado alguno.<br />

Hoy ha comenzado oficialmente el invierno, y mientras daba una charla<br />

en una librería sobre mi libro, un apuesto caballero se ha levantado y me<br />

ha preguntado.<br />

–Disculpe señor Martín, ¿sería usted tan amable de leer la primera<br />

página del capítulo cuatro? Sería un honor escucharla con su voz.<br />

Asentí con media sonrisa, sostuve el libro entre mis manos y lo abrí por<br />

la citada página.<br />

Era medianoche y llovía con intensidad. Las gotas serpenteaban por mi<br />

ventana escapando de mi cansada mirada que a duras penas podía<br />

perseguirlas. Estaba tan cansado que me costó despojarme de la ropa<br />

mojada, quizás más culpa del viento cuando decidió asesinar a mi<br />

paraguas sin piedad que de la misma lluvia. Después de pelear en la<br />

cocina para conseguir alimentarme, me senté en el sofá aún con los pies<br />

11


helados y con las fuerzas mermadas hasta para sostener el primer vaso<br />

de Bourbon de la noche.<br />

Dos horas después estaba derramado en la barra de algún bar. Creí<br />

poder levantarme y acabé haciéndole una larga visita al frío suelo que<br />

pronto pasó a una temperatura más cálida cuando me oriné encima<br />

mientras escuchaba de fondo las carcajadas de personas que jamás han<br />

escuchado romperse su corazón y se ríen sin empatizar. No sabría decir el<br />

tiempo que estuve tirado en aquel lugar llorando y balbuceando palabras<br />

de amor, llenas de dolor y sumergidas en alcohol.<br />

Más tarde, el frío volvió como un martillo y me hizo abrir los ojos<br />

repentinamente. La calle estaba solitaria y oscura excepto por dos<br />

brillantes luces que tenía aquella niña en sus ojos.<br />

–No tengo nada de tu talla para dejarte como ropa, lo siento.<br />

Yo no salía de mi asombro, y decidí preguntar algo que quizás no querría<br />

saber.<br />

– ¿Qué hace una niña como tú en la calle a estas horas?<br />

–La vida no es buena con todos, y creo que tú de eso sabes bastante, solo<br />

hay que mirarte.<br />

–Ya pero, ¿de dónde? quiero decir, ¿dónde…<br />

Aquella criatura me puso un dedo en los labios, me hizo callar, paró a un<br />

taxi, sacó mi cartera y, tras negociar con el conductor, se acercó a mí, me<br />

ayudó como pudo a levantarme y me metió dentro del coche.<br />

–Déjame preguntarte una cosa, Martín, ¿esto es lo que hace el amor?<br />

Me tomé unos segundos antes de contestar aquella pregunta porque<br />

quizás fuera lo único de provecho que haría en mucho tiempo.<br />

–No cariño, esto es solo la parte mala.<br />

12


Ella sonrió, cerró la puerta del taxi y se despidió agitando la mano.<br />

Cuando terminé de leerlo reconozco que me costó mantener la<br />

integridad. El caballero que realizó la petición comenzó a aplaudir y toda<br />

la sala lo imitó, pero me llamó la atención la mujer que apareció mirando<br />

a través del cristal de la librería. Levantó el brazo para poder ver mejor<br />

qué pasaba dentro y por qué tanto alboroto de repente, y aquello fue<br />

suficiente.<br />

Me quedé inmóvil, no tenía palabras y mi cuerpo era un carrusel de<br />

estímulos. Ella sin embargo, tuvo que mirar un par de veces para darse<br />

cuenta, y cuando lo hizo, una extraña mueca sobrevoló su rostro hasta<br />

que acabó en una sonrisa perfecta, como ella… Como las de antaño.<br />

El caballero que formuló la pregunta salió de la librería, se acercó a ella,<br />

la besó, la cogió de la mano y comenzaron a caminar. Ella, antes de salir<br />

de mi campo de visión, levantó la mano y me saludó. Mi mundo quedó a<br />

sus pies y aquella frase volvió a mí mente y la susurré.<br />

“Al final del día solo hay noche”<br />

Autor: Eric Grants (Málaga)<br />

http://writtenrumors.com/inicio/<br />

13


Óleo de Evelyn Carell (Valencia)<br />

http://evelyncarell.artelista.com/<br />

14


El bailarín del Metro, la filósofa momia y el<br />

observador amorfo<br />

Untitled - Timothée Taupin (http://5<strong>00</strong>px.com/)<br />

Hoy no es una excepción, hoy me siento como siempre muy cansada.<br />

Suena el despertador a las 6:30, reprimo mis deseos de estamparlo<br />

contra la pared y seguir durmiendo. Me levanto arrastrando mi cuerpo<br />

dolorido hasta el cuarto de baño. El espejo me devuelve la imagen de<br />

una mujer derrotada, una mujer que ha perdido todos los trenes y que<br />

está a punto de perder el que hoy ha de llevarla a su destino de absurda<br />

profesora, de filósofa muerta, de chillona crónica que se rompe la<br />

garganta cada día para hacerse oír por su reducido auditorio. ¡No voy, no<br />

voy, hoy no voy, no puedo! El cuerpo no me responde. Me duele<br />

también el alma. Finalmente consigo vencer mis aprensiones con una<br />

ducha caliente y una taza de humeante té. Disfrazo mi rostro con un<br />

poco de maquillaje. Salgo a la calle. Es uno de diciembre y hace frío.<br />

Todavía es de noche. Ando con paso rápido hasta la estación del metro;<br />

15


esta marcha me libera de la mala conciencia que tengo de llevar una<br />

vida sedentaria. Llego a tiempo, aún tendré que esperar unos diez<br />

minutos. Estoy sofocada, tiro la mochila en un banco, empiezo a<br />

despojarme del abrigo y de la bufanda y me doy aire con un abanico. Me<br />

siento exhausta. Hay poca gente en los andenes. De pronto veo a un<br />

joven en frente que baila al ritmo de la música que sale de los altavoces.<br />

Se siente observado y exagera su excentricidad. Va vestido con un<br />

uniforme verde. ¿Bailas? -Me pregunta- Y yo le contesto con un gesto de<br />

mis manos, como si fuera a echarme a volar por encima de las vías que<br />

nos separan. Le sonrío. Él sigue su baile con esmero. También canta,<br />

avivando la mortecina voz de los viejos bafles de la estación. Me<br />

pregunta que si me divierto, le respondo que sí. Llega mi tren. Le digo<br />

adiós con la mano. Me pierdo en la tristeza de un vagón atiborrado de<br />

sonámbulos...<br />

Me levanto de un brinco apenas oigo el despertador. Ya es viernes. Hoy<br />

voy a verla, me muero de ganas. Mi chica, ¡qué buena está!, me comeré<br />

sus labios y la apretujaré entre mis brazos, la amaré la noche entera. Hoy<br />

voy a decirle que la quiero. Me doy una ducha de agua fría y me lanzo a<br />

la calle sin desayunar. Llego a la parada de metro, bajo las escaleras de<br />

dos en dos. Si voy rápido me da la impresión que acorto las horas que<br />

me faltan para verla. Estoy tan contento que voy a ponerme a bailar aquí<br />

mismo. Se oye un cha cha cha por los desvaídos altavoces de la estación.<br />

A ver: un, dos, Cha cha cha; un, dos cha cha cha, paso abierto; un, dos,<br />

cha cha cha, un, dos, cha cha cha; un, dos, cha cha cha, paso cerrado; un,<br />

dos, cha cha cha; un dos cha cha cha, voy y vengo; un, dos, cha cha, cha;<br />

vuelta; un, dos, cha, cha, cha media vuelta; un dos tres, un dos tres,<br />

vuelta entera... ¡Me sale bien! Estoy en forma. ¡Cuánto me gustan las<br />

clases de baile! En el andén de en frente, hay una mujer que me observa<br />

y me sonríe. Hago un quiebro, media vuelta y me palmeo el culo.<br />

¿Bailas? -Le pregunto-, y me contesta que sí, pero las vías se interponen<br />

entre nosotros. Le digo que la cuestión es no aburrirse. Soy tan feliz que<br />

16


me siento capaz de dar un salto y bailar con ella. Debe de estar tan loca<br />

como yo pero parece triste a pesar de su sonrisa. Me gustaría darle un<br />

poco de mi magia, que sintiera la vida latir con la misma intensidad que<br />

yo la siento. Qué bien me sienta el uniforme de jardinero. Debo estar<br />

irresistible, esa mujer continúa mirándome. Viene un tren. Me dice adiós<br />

con la mano. Desaparece...<br />

Lo primero que hago cuando me despierto es encender un cigarrillo. Un<br />

día más. Cuento los putos días que me quedan para jubilarme. De<br />

camino al metro me paro en el bar de siempre y me pido un café y un<br />

copazo de cazalla con el segundo pitillo, es que si no, no hay quien me<br />

mueva. Una vez entonado el cuerpo, ya no le temo a nada. Soporto al<br />

cabrón del jefe como si la cosa no fuera conmigo. Hay que ver lo que me<br />

aprietan estos pantalones, cada día como menos y tengo la barriga más<br />

gorda, lo he heredado de mi padre, seguro. ¡Vaya!, me he adelantado,<br />

aún queda un rato para que llegue mi tren. ¡Hostia!, no me queda<br />

tabaco, me fumo el último. Cuando llegue, me meto en el bar de<br />

enfrente de la obra y me pido otro aguardiente de paso que saco un<br />

paquete de la máquina. ¡Hay que joderse!, como está el personal, de<br />

manicomio vamos, mira ese tipejo ligando con una mujer que podría ser<br />

su madre, aunque todavía tiene un buen polvo, seguro que es un putón,<br />

como todas. Vivir para ver. Y a estas horas. Desde luego, ¡mujeres!<br />

Verlas, olerlas y salir huyendo por si te atrapan. Lo único que les interesa<br />

es el dinero. Y él parece maricón, mira como se mueve y ahora se da una<br />

palmada en el culo y ella se ríe. Seguro que está drogado, si no de qué<br />

iba a estar haciendo el payaso aquí a estas horas. A dónde vamos a<br />

llegar... ¡Ay! Si Franco levantara la cabeza... ¡Qué tiempos estos! Ya no<br />

hay vergüenza ni decencia ni hay nada. Viene el tren de ella y luego el de<br />

él y yo aquí, esperando y sin un puto cigarro que llevarme a la boca...<br />

Autora: Lu Hoyos (Valencia)<br />

http://inventariodelucrecia.blogspot.com.es/<br />

17


Over and under – Ed Kreminski (http://5<strong>00</strong>px.com/)<br />

18


Han caído los corazones<br />

Alegoría de los cuatro elementos – Mark Ryden, 2<strong>00</strong>6<br />

Han caído los corazones,<br />

han caído como hojas marchitas,<br />

esperando el frío que no llega<br />

una lengua de fuego los abrasó,<br />

convirtiéndolos en negro carbón<br />

a los pies del árbol artificial<br />

de hojas perennes<br />

como agujas de jeringuilla.<br />

Rebosó el cupo de las emociones,<br />

desbaratadas las ilusiones,<br />

la tierra ha quedado sembrada<br />

de boletos no premiados.<br />

19


Los jirones de nubes de azúcar<br />

en la boca se convierten en hiel,<br />

mejor no crear ni creer,<br />

refugiar el alma en las solapas<br />

esperando el golpe de gracia<br />

de la bruja del tren.<br />

¿Truco o trato? Pregunta la muerte<br />

parapetada tras un disfraz barato.<br />

Huyendo de ella te internas<br />

en el laberinto de cristal,<br />

cuesta encontrar la salida,<br />

no hay ni atisbo de la utopía rota,<br />

desde el mostrador de trofeos<br />

en la caseta de las escopetas,<br />

contempla boquiabierta<br />

la cuba en que fermentan<br />

las uvas de la ira<br />

mientras brota a borbotones<br />

el néctar que apaga las revoluciones.<br />

Han caído los corazones,<br />

llovieron falsas monedas,<br />

como confeti de alta alcurnia<br />

pagado con impuestos,<br />

ahora ruedan manzanas caramelizadas<br />

que una fiera sibilina<br />

sostiene entre sus fauces.<br />

Autora: Asun Ferri (Valencia)<br />

http://patadeelefanta.wordpress.com/<br />

20


Estampa de Vermeer con melodía<br />

de Chet Baker<br />

Para Ana, autora de todas las cosas.<br />

Estoy sentado en un café de la alameda. En la pequeña mesa una taza<br />

aún humeante, un libro de Salinas y mi pipa. La luz del atardecer se ha<br />

escapado de alguna pintura de Vermeer. Si me viera Ana, pienso, me<br />

diría que la pipa me hace más viejo. ¿Y no me hace más viejo leer a<br />

Pedro Salinas? ¿Ir con un ejemplar de La voz a ti debida y ponerme a leer<br />

en un café no mete algún año en el bolsillo de mi chaqueta? Hay en la<br />

21


mesa de al lado un chico y una chica. Son jóvenes. Apenas hablan. Sólo<br />

de vez en cuando uno de ellos dice: mira, y le enseña su teléfono. No<br />

hace tanto yo estaba ahí, en esa mesa, contigo. No teníamos teléfonos y<br />

todo estaba por descubrir. El vértigo siempre viene del salto<br />

generacional. ¿Recuerdas aquel trabajo sobre Unamuno, en el instituto?<br />

No es mal padrino para un noviazgo. Utilizar una palabra como<br />

“noviazgo” delata mi prematura vejez, mucho más que la pipa y el libro<br />

de Salinas juntos. Pero no me importa, y eso sí que es síntoma de tener<br />

cierta edad. Termino el café y pago la cuenta. Vivir no es más que estar<br />

continuamente pagando la cuenta.<br />

Ya fuera enciendo la pipa, y el humo me parece triste como la trompeta<br />

de Chet Baker. Decido dar un paseo antes de regresar a casa. La ciudad<br />

ha cambiado tanto... Las casas de planta baja han dado paso a esos<br />

edificios idénticos unos a otros: fotocopias de hormigón de un mal gusto<br />

considerable. Vendimos nuestras ciudades y ni siquiera fuimos capaces<br />

de cobrar algo por esa venta. Vendimos nuestras ciudades y nos<br />

vendimos nosotros también. Aquellas pompas de jabón que eran<br />

nuestros ideales terminaron por explotar y desaparecer. Era tan delicado<br />

el material con el que estaban hechos nuestros sueños...<br />

Antes de meter la llave para abrir la puerta de casa me gusta escuchar<br />

las voces de Ana y Esperanza al otro lado. Es la sintonía de la vida, del<br />

hogar, del único lugar donde uno se encuentra seguro. Es el trinar de lo<br />

cotidiano; de esa costumbre a la que te agarras como un náufrago en<br />

alta mar; el asidero para no caer al vacío. Soy tan débil, pienso mientras<br />

giro la llave. Con un solo paso cruzo el umbral: esa línea que separa<br />

aquello de lo que puedo despojarme de aquello que es irrenunciable. La<br />

puerta, al cerrarse, suena igual que el punto y final de un relato.<br />

Autor: Marco Antonio Torres Mazón (Torrevieja, Alicante)<br />

http://itacadeshabitada.blogspot.com.es/<br />

22


Peláez y el parque de los diez<br />

millones de euros<br />

—Peláez, el periódico —Demandó el alcalde tapando con su mano el<br />

micrófono.<br />

Bajo la tarima, instalada para la inauguración del nuevo parque<br />

municipal, Fulgencio Peláez, flamante secretario adjunto a la alcaldía,<br />

observaba embelesado al gentío, con la sonrisa boba de alguien al que la<br />

vida le sonreía sin saber por qué.<br />

—Peláez… ¡coño!<br />

Fue entonces cuando reaccionó, pues, aunque tiraba a sordo, había<br />

palabras que podía escuchar con inusitada agudeza. De una abultada<br />

cartera de piel marrón, extrajo el diario, subió los dos escalones y se lo<br />

entregó.<br />

23


—Permitidme que os lea lo que decían algunos —Exclamó el regidor<br />

dirigiéndose de nuevo a la concurrencia—: “El incompetente alcalde<br />

incumple su promesa de construir un nuevo parque”. ¿Y qué es lo que<br />

veis ahora a vuestro alrededor?<br />

La gente congregada miró a un lado; después al otro; luego, entre sí y,<br />

finalmente, volvieron su vista al estrado.<br />

— ¡Eso es! ¡Un parque que será el orgullo de nuestra ciudad! —Los<br />

flashes de la prensa iluminaron su orondo y risueño rostro—. Ha sido<br />

difícil. Hemos tenido que hacer enormes sacrificios para reunir los diez<br />

millones de euros. Pero al fin tenéis lo que os prometí.<br />

Unos estruendosos aplausos retumbaron en la megafonía. Sonaron un<br />

tanto desafinados lo que suponía una prueba empírica de que los CD se<br />

deterioran con el uso.<br />

Fulgencio observaba embobado a aquel hombre que ahora levantaba<br />

los brazos, formando con sus dedos el signo de la victoria. Lo adoraba. La<br />

mala vida lo llevó a mendigar comida en casas de caridad. Fue en una de<br />

ellas donde el alcalde lo conoció y le dijo: “Quiero en mi gobierno a<br />

gente como tú”. Y le dio casa, comida y un cargo que le llevó una<br />

semana aprenderse su nombre. ¿Qué había visto en él para hacerle<br />

merecedor de tantas consideraciones? No podía comprenderlo, aunque<br />

no le pareció raro pues nunca fue persona de entender las cosas con<br />

facilidad.<br />

Después de cinco minutos en los que el alcalde expresó su<br />

agradecimiento a ingenieros, constructoras, arquitectos, entidades<br />

financieras y demás instituciones, bajó del estrado. Hizo un guiño al<br />

fotógrafo para que le acompañara. Peláez le escoltaba en un segundo<br />

plano. Al poco un grupo de vecinos les rodearon. Un anciano fue el<br />

primero en hablar:<br />

—Ilustrísima, gracias por el parque —Le dijo sin saber si ese tratamiento<br />

era el adecuado—, pero ¿me permitiría una sugerencia?<br />

24


— ¡Cómo no va a poder hablar a quien es su servidor!<br />

—Digo que, con lo grande que es el parque, ¿no podrían haber<br />

construido un lago? Con patitos y eso.<br />

— ¿Un lago? ¡Pues claro que pensamos en un lago!... ¡Peláez, los<br />

informes!<br />

El secretario adjunto levantó la pierna a la manera de los flamencos (a<br />

las aves me refiero) y apoyó la cartera sobre su muslo para sacar una<br />

carpeta de color rojo.<br />

— ¡Mire aquí está!: “Los riesgos de los culícidos, vulgarmente conocidos<br />

como mosquitos, como transmisores de enfermedades” —leyó—. Ya<br />

sabe que donde hay lago, hay mosquitos. No hemos querido crear un<br />

nido de infecciones para nuestros ciudadanos.<br />

— ¡Caramba! —Exclamó el anciano—. Pero al menos hubiera quedado<br />

muy bien alguna fuente. Una de esas con una estatua rodeada de caños.<br />

Es muy agradable escuchar el sonido de los chorros de agua.<br />

—Peláez, el informe de la concejalía de medioambiente —El adjunto le<br />

entregó solícito una carpeta de color verde—. Aquí lo tiene: “La crisis<br />

hidráulica mundial: soluciones de futuro” —El alcalde buscó una de las<br />

páginas y leyó—. “Las únicas medidas efectivas deben tomarse de abajo<br />

a arriba; desde los particulares, hasta las grandes organizaciones<br />

estatales, pasando por los municipios…”. ¡Le aseguro que no instalar una<br />

fuente es una lección de compromiso que le ofrecemos al mundo!<br />

Mientras el mandatario atendía a los ciudadanos, Peláez notó una<br />

vibración en el bolsillo de su pantalón. Ya dijimos que era un poco sordo,<br />

por eso llevaba ahí su teléfono móvil. Era la mujer del concejal de<br />

urbanismo y hermana del contable del Ayuntamiento:<br />

—Fulgencio, tengo a la policía en mi casa y no consigo localizar a mi<br />

marido. ¡Están hurgando hasta en las bolsas de basura!<br />

—Tranquila, se lo diré al alcalde. Él sabrá qué hacer —Respondió Peláez.<br />

25


Peláez, repito, no tenía grandes entendederas. Pero sabía reconocer<br />

cuando había problemas. Se acercó al alcalde y le estiró de la manga.<br />

—Fulgencio, ¿no ves que estoy departiendo con nuestro pueblo? —Le<br />

respondió de forma desairada—. ¡Claro que pensamos en plantar<br />

césped, joven! Pero eso convertiría el parque en un hogar de haraganes<br />

y calenturientos y yo quiero gente activa. ¡Deportistas!<br />

— ¿Es por eso que tampoco hay bancos? —Preguntó una señora con su<br />

permanente recién sacada de la peluquería.<br />

— ¡Exacto! Es un orgullo ser alcalde de ciudadanos tan inteligentes.<br />

De nuevo el bolsillo del pantalón de Peláez volvió a vibrar. Esta vez era<br />

el contable del Ayuntamiento que al parecer se había montado con su<br />

cuñado, el concejal de urbanismo, en un avión rumbo a Islas Caimán. Le<br />

pidió que dijera a su hermana que lo negara todo cuando la llamaran a<br />

declarar.<br />

Volvió a estirar de la manga al alcalde pero esta vez acompañó la acción<br />

con un: “Señor, es muy urgente”.<br />

—Joder, ahora te atiendo, pero antes sácame el informe sobre la<br />

prevención de la siniestralidad de los niños —El secretario adjunto sacó<br />

una carpetilla de color amarillo y se la dio—. Fíjese señora: “El 2% de los<br />

accidentes que sufren los menores se producen en toboganes y<br />

columpios”. Que no haya una zona de juegos infantiles es mi forma de<br />

proteger a nuestros pequeños.<br />

—Pero señor Alcalde —volvió a inquirir el anciano que le pidió un lago—<br />

fíjese que en esta ciudad, el Sol calienta todo el día y quizás no hubieran<br />

estado de más algunos árboles que dieran buena sombra.<br />

—Enseguida le respondo buen hombre… A ver Fulgencio, ¿qué es tan<br />

urgente?<br />

El secretario adjunto le puso al tanto de las llamadas. El mandatario se<br />

quedó pálido y le susurro al oído:<br />

26


—El maletín está en el maletero del Audi, ¿verdad?<br />

—Ahí está el pequeño, los otros siguen en…<br />

—Calla, calla —El alcalde le puso el dedo en los labios y volvió a<br />

dirigirse al anciano que le preguntaba por los árboles—. ¿Cómo íbamos a<br />

tapar la belleza y elegancia de un espacio diáfano como este? Sepa que<br />

se ha diseñado según las más vanguardistas tendencias de ingeniería<br />

urbanística. Además, así se realza el hermoso pino que preside el<br />

parque.<br />

En ese instante se vieron llegar varios coches de policía.<br />

—Ya los veo Fulgencio… ¿Farolas? Querido vecino, ¿para qué queremos<br />

farolas? Jamás me perdonaría privar a esta ciudad de la maravillosa luz<br />

de la bóveda celeste —respondió sin apartar la vista de los policías que<br />

se acercaban—. Y ahora si me disculpan…<br />

El alcalde se zafó del brazo de Peláez, que lo agarraba como si de un<br />

niño buscando la protección de su padre se tratara, subió a la tarima y<br />

agarró el micrófono.<br />

— ¡Ciudadanos! Estoy desolado. Acabo de ser informado de que mis<br />

más fieles colaboradores han cometido unas irregularidades que no<br />

puedo tolerar. Es más, he conocido que incluso mi secretario adjunto, a<br />

quien tanto he dado, ha distraído fondos públicos y los ha ocultado en el<br />

maletero del coche oficial. Prometo que no descansaré hasta llevar a<br />

todos los culpables ante la justicia.<br />

Fulgencio, aunque no entendía demasiadas cosas, comprendió al fin<br />

para qué le confió el alcalde ese cargo.<br />

Autor: David Rubio (Sant Adrià del Besòs, Barcelona)<br />

http://elreinorobado.blogspot.com.es/<br />

27


Have a holly Dali Xmas – Ed Kreminski (http://5<strong>00</strong>px.com/)<br />

28


El cuadro que mira a un hombre<br />

Nunca le ha interesado el arte, tampoco ahora, pero desde hace tres<br />

años Juan acude todos los días al Museo. Su recorrido es invariable:<br />

entra, saluda con amabilidad al conserje, sube lentamente al primer piso<br />

y accede a la sala 5, donde se sienta, siempre frente al mismo cuadro.<br />

Los celadores ya no se sorprenden, todos conocen la historia del anciano<br />

visitante; la mujer del óleo, recreada hace más de cuarenta años por un<br />

pintor excelente aunque poco conocido, era su esposa. En la tela se la ve<br />

sentada en una mecedora, con un libro en su regazo, mirando de soslayo<br />

al espectador. Los ojos y el semblante de la joven, enmarcados en un<br />

bello rostro latino, evocan una sensación de paz y sosiego que no pasa<br />

desapercibida al observador.<br />

Cada día, el hombre llega a las doce y permanece quince minutos ante la<br />

pintura, despidiéndose con un “Hasta mañana, Isabel”. Una vez alguien<br />

le preguntó por qué seguía viniendo. “Maldito idiota”, pensó entonces la<br />

mujer del cuadro sin mudar su dulce expresión, “cualquiera entendería<br />

que Juan necesita transmitirme que me seguirá amando hasta el final”.<br />

Autor: Rafa Sastre (Valencia)<br />

http://rafasastre.blogspot.com.es<br />

Relato finalista en el 7º Certamen Internacional de Relatos Hiperbreves<br />

convocado por la Universidad Popular de Talarrubias (Badajoz), 2013.<br />

29


© Eulalia Rubio Pérez (Valencia)<br />

30


La epidemia de lágrimas<br />

Eva, llorando, le suplicó que no se marchara. Él abrió la puerta con los<br />

ojos inundados de lágrimas. Le rogó, por favor, que no pusiera tantas<br />

trabas. La decisión ya estaba tomada y no había tiempo para rectificar.<br />

Ya no quedaba nada entre los dos. Aún así, ella no veía el momento de<br />

quedarse sola, no podía imaginar su vida sin él. Evitaron mirarse para no<br />

aumentar su dolor pero sus lágrimas se derramaron como torrentes. La<br />

vecina salió al rellano al oír sus llantos. No daba crédito a lo que<br />

contemplaba, jamás los había oído discutir, siempre andaban cogidos de<br />

las manos y ahora esto… Les acercó una caja de pañuelos para secar sus<br />

rostros empapados pero la rechazaron. Siguieron llorando rotos por la<br />

angustia que les producía la idea de la separación. La continua<br />

proliferación de lágrimas provocó que sus ropas empezaran a calarse y<br />

la vecina, quien también comenzaba a llorar, llamó a Gloria, de la puerta<br />

seis. Ésta subió y, al contemplar la escena, quiso ayudarles con el trapo<br />

de cocina que llevaba anudado en su delantal. Fue inútil, los tres<br />

rechazaron su ayuda debido al olor a ajo que despedía. Gloria, ante<br />

31


tanta impotencia, comenzó a sollozar y, temiendo lo peor, pidió ayuda al<br />

portero. Miguel, era muy eficiente pero tartamudo, no pudo articular<br />

palabra alguna y se quedó paralizado mirando a los cuatro vecinos. Se<br />

encontraba limpiando el polvo de la escalera cuando le avisaron y, como<br />

era alérgico, empezó a estornudar. Los incesantes estornudos le irritaron<br />

los ojos que comenzaron a protestar emitiendo una cascada de lágrimas.<br />

Tanta humedad comenzó a producir estragos y la vecina de la puerta<br />

cinco salió irritada para protestar: el agua ya le llegaba al salón... Miguel,<br />

aunque mudo, seguía teniendo la cabeza en su sitio y, con diligencia,<br />

llamó a los bomberos. Éstos tan sólo tardaron siete minutos en llegar.<br />

Quedaron estupefactos. El oficial al mando, preguntó por la causa de tal<br />

desaguisado y, entre gimoteos, Gloria señaló a la pareja. Mientras los<br />

demás achicaban el agua, el cabecilla se dirigió hacia los dos y, como no<br />

se trataba de un incendio, alzó la visera del casco para ver mejor. Sus<br />

ojos se quedaron hechizados por los de Eva. Ésta contempló al atractivo<br />

oficial y, de sopetón, paró de llorar. Sucesivamente cesaron todos de<br />

lamentarse. Roberto, que así se llamaba nuestro bombero, tomó a Eva<br />

entre sus brazos fornidos y, sin mediar palabra, la condujo hasta el<br />

interior de su vivienda. El marido cogió la maleta y, calladito, llamó al<br />

ascensor. Su vecina, con su mejor sonrisa, entró en su casa, se sirvió un<br />

trago y continuó escribiendo su relato. Gloria se quitó el delantal, se lavó<br />

las manos y se fue con Miguel a tomar un café a casa de la vecina de la<br />

puerta cinco. Los bomberos, sin su jefe, se dirigieron veloces a contener<br />

otro incidente. En el número tres, el agua no cesaba de salir y ya caía por<br />

las alcantarillas...<br />

Autora: Amparo Hoyos (Valencia)<br />

32


A imagen y semejanza<br />

El hombre baja cadencioso la escalinata de la Catedral cuya cúpula se ve<br />

más roja que antes, tiñéndose de dolor por ir perdiendo para siempre a<br />

su feligrés enfermo.<br />

Cuenta treinta y nueve escalones de mármol hasta la plaza, y como gran<br />

avaro que es, desea no haber sabido que va a morirse. Pero lo sabe y<br />

aún así, alucina que de los árboles cuelgan monedas de oro, y que esas<br />

piezas de metal podrían comprarle, quién sabe dónde, un poco más de<br />

vida. Las palomas esperan que les tire unas migajas al verlo sereno,<br />

altivo, descargado de culpas tras la confesión. No perciben ningún<br />

peligro, e ignoran la fuerza que tienen sus cuarenta años para la<br />

crueldad. Confiadas, se le amontonan entre las piernas.<br />

Él se agacha, tira unos cuantos trozos de pan y con la velocidad de la luz,<br />

sus dedos aprietan con refinado deleite el pescuezo de un palomo<br />

inmaculadamente blanco. Las demás huyen en vuelo despavorido.<br />

Después de la absolución tras la reja confesional, éste es su primer y<br />

último pecado, una muerte sin razón y sin más premio que el goce<br />

malévolo de sentir ese postrer latido. Se recuesta en el banco de piedra<br />

y agoniza, aliviada su sed de maldad. Mientras, las alas inútiles caen sin<br />

haber tenido tiempo de conocer el miedo.<br />

Este hombre no murió por avaro, por cruel, por cínico, ni por enfermo;<br />

murió simplemente por ser un hombre. Así los creé: mortales; como a<br />

las cándidas palomas.<br />

Autora: Lidia Castro Hernando (Mar del Plata – Argentina)<br />

http://escritosdemiuniverso.blogspot.com.es/<br />

33


Chaos - Lori Peterson (http://5<strong>00</strong>px.com/)<br />

34


Crónica de guerra<br />

Esta madrugada, alrededor de las tres de la mañana ha estallado la<br />

guerra mundial definitiva. El bien conocido general de las fuerzas<br />

armadas aliadas ha lanzado el ataque con misiles. Está planeado que<br />

continúe durante dos días, hasta diezmar completamente el poderío de<br />

los insurgentes. Según datos de la agencia de inteligencia, los estados<br />

implicados tienen armas químicas, misiles de largo alcance y artillería<br />

pesada aunque no se tiene conocimiento de la existencia de armas de<br />

destrucción masiva o biológicas.<br />

En una operación que lleva meses de estudio, se lanzaron misiles<br />

teledirigidos sobre los principales puntos de conflicto, ubicados a varios<br />

miles de kilómetros uno de otro. Las dianas o puntos objetivo de los<br />

misiles han sido marcados con sistemas locales de direccionamiento<br />

para minimizar el efecto de dispersión y error que tienen los sistemas<br />

teledirigidos sin ajuste local. Estos sistemas de posicionamiento local<br />

están formados por células de militares infiltrados en el territorio<br />

35


enemigo que son capaces de apuntar al blanco de los misiles con una<br />

precisión de décimas de metro siendo marcados los puntos desde diez o<br />

doce kilómetros de distancia, asegurando así que el radio de acción de<br />

los misiles no afecta al personal de marcado. Los «marcadores» son<br />

militares expertos entrenados en el arte de encontrar blancos partiendo<br />

de imágenes satélite. Una vez visualizado el blanco, apuntan sus<br />

marcadores láser sobre los objetivos y permanecen durante horas<br />

esperando el impacto de los misiles. Su misión comienza en la búsqueda<br />

de la diana y termina con la confirmación —vía satélite— de la<br />

destrucción del punto marcado.<br />

A partir de las tres y media de la mañana los «marcadores» comenzaron<br />

a dar las primeras confirmaciones de blanco. El enemigo, sorprendido<br />

por los misiles —recordemos que estaban aún en fase de negociaciones<br />

con los aliados y la ONU no ha aceptado ningún ataque preventivo—, no<br />

ha tenido tiempo de reacción ante los primeros ataques. Alrededor de<br />

las cuatro de la mañana, comenzaron los impactos en zonas no<br />

marcadas, según nos confirmó una fuente local de una de las zonas<br />

atacadas. Parece ser que los insurgentes, conocedores de la técnica de<br />

marcado de los aliados, usaron la misma para encontrar primero a los<br />

marcadores y luego hacerse con los equipos. Los aliados, sin ser<br />

prevenidos del hecho y sin esperar confirmación de la segunda tanda de<br />

impactos, lanzaron la tercera y esta es la que ha sido determinante en la<br />

batalla del día de hoy. El fuego amigo ha destruido cientos de aldeas de<br />

países vecinos. El ingenio de los insurgentes ha dado tiempo suficiente<br />

para adherir a drones —aviones normalmente no tripulados— a tres de<br />

los «marcadores» —junto a sus expertos militares aún con vida— que<br />

habían sido robados a los aliados hace unas semanas. Estos drones<br />

fueron teledirigidos a las principales ciudades aliadas y el saldo de<br />

muertes es aún desconocido pero según nuestras estimaciones podría<br />

rondar el millón y medio de personas.<br />

36


La situación actual es desconcertante. Los aliados han decidido hacer un<br />

alto el fuego mientras estudian la forma de asegurar que los<br />

«marcadores» no vuelven a ser interceptados y, por otro lado, tratan de<br />

explicarse lo sucedido. Los gobiernos de los aliados están sumidos en el<br />

caos tratando de consolar a las víctimas y a la vez actuar contra un<br />

enemigo invisible, según ellos, que ha provocado el rearme de los<br />

insurgentes. La opinión pública y los medios de muchos países<br />

cuestionan en estos momentos la idea del desarme de los enemigos,<br />

dado que aunque ya no disponían de armas de destrucción masiva, sólo<br />

su ingenio les ha valido para usar las de los aliados en su contra.<br />

Algunos medios —entre los que se encuentra nuestro rotativo— piensan<br />

que los aliados están perdiendo una guerra que comenzaron con<br />

objetivos económicos y que por lo tanto no fue ni planificada ni<br />

necesaria a nivel internacional. Llevamos ya cinco horas de alto el fuego<br />

y las manifestaciones contra la guerra están siendo multitudinarias,<br />

sobre todo en las ciudades que han sido masacradas. La gente en<br />

occidente sale a las calles con los féretros de sus muertos, con la sangre<br />

de sus muertos sobre la cara y clama, a los gobiernos de los aliados, que<br />

paren esta matanza sin sentido.<br />

Más allá de las transmisiones en cadena del líder del gobierno de<br />

nuestro país y de los demás aliados, transmitiendo tranquilidad y que lo<br />

sucedido era un hecho aislado que no volvería a repetirse, lo que la<br />

masa reclama es volver a la normalidad antes de la guerra. Diezmados<br />

por la inflación y los impuestos, los ciudadanos de las naciones<br />

occidentales exigen paz. Ya no se trata del bienestar común o las<br />

libertades individuales en riesgo, el pueblo exige a sus estados que<br />

vuelva la paz y las negociaciones entre las partes. Aún no tenemos<br />

respuesta de los aliados ante este reclamo y según nos aseguran<br />

37


nuestros reporteros a pie de calle, la gente se está organizando y<br />

probablemente esta exigencia pacífica pronto se trasforme en algo más.<br />

Seguiremos informando.<br />

Autor: Pernando Gaztelu (Iruña, Navarra)<br />

http://lokos-a-disfrutar.blogspot.com.es/<br />

38


Líneas asentadas en el tiempo<br />

Foto: Eva Franco<br />

Líneas de sus manos acuñadas por la vida,<br />

llenas de punzadas de sus anzuelos finos,<br />

bordando con su sangre la piel envejecida,<br />

atrapando en la atarraya los sueños esparcidos,<br />

en el inmenso mar arado por sus dedos<br />

Líneas del carbón de cazuela encendida,<br />

adobado con recuerdos de largos pasos,<br />

estampado ha quedado el tiempo en su rostro,<br />

envuelta en aliño que perfuma su alma,<br />

alimentando con amor a su rebaño<br />

39


Líneas de punzadas por miles de quimeras,<br />

en sedas blancas borda la costurera<br />

con perlas y flores de primavera,<br />

acaricia la tela suave que despierta,<br />

el amor de antaño que su alma añora.<br />

Líneas del despertar de cada aurora<br />

con la tonada del campesino en su jornada<br />

presionando la ubre que da la leche cálida<br />

que beben sus pelaos en la madrugada<br />

impregnados del eco de su dulce canto<br />

Líneas asentadas en el tiempo,<br />

dibujadas en el rostro y en las manos,<br />

de todo ser errante que pinta con su sangre,<br />

las letras indeleble de sus historias en término<br />

nacidas de la tierra que tanto evoca<br />

Líneas como pinceladas divinas<br />

traspasando muchas veces lo prohibido,<br />

atrapadas por siempre en lo perdido,<br />

como mi abuela en sus recuerdos,<br />

dibujando con mis dedos lo sentido<br />

Líneas, sólo líneas<br />

cada una con las huellas de la vida,<br />

en cada rostro prendido en mis pupilas,<br />

de agua clara y desbocada en el camino<br />

reflejo de las lágrimas bañadas de sonrisas.<br />

Autora: Eva Franco (Isla de Margarita – Venezuela)<br />

40


La tumba de mi conciencia<br />

– ¡Vamos, hijo mío, o me dices algo o te vas y me dejas ir a cenar, que ya<br />

son horas! –dijo el padre Beltrán, visiblemente irritado ante mi largo<br />

silencio tras el primer “Ave María Purísima” y el “sin pecado concebida”<br />

de rigor.<br />

Me aseguré por enésima vez de que ninguna oreja indiscreta podía<br />

captar mi horrible pecado, y viendo que en la iglesia ya no quedaba<br />

nadie salvo el párroco, mi conciencia intranquila y yo, por fin me decidí a<br />

confesar:<br />

–Padre, he incumplido el noveno mandamiento, creo –tenté a la suerte<br />

con una posibilidad entre diez de acertar, y todo por no decir,<br />

literalmente, que había matado a un hombre.<br />

–Conque el noveno... ¿Y tantas vueltas para confesar unos actos<br />

impuros? A ver, hijo, dime, ¿has pecado con el pensamiento o también<br />

con la carne...? ¡Aunque tienes cara de haberte tocado! ¡Confiesa,<br />

pequeño sátiro!<br />

41


–Sí... ¡No, no...! No era eso lo que quería decirle –nervioso, tragué saliva<br />

y seguí tentando al azar: –Padre, disculpe mi ignorancia, pero ¿me<br />

podría decir cuál era el quinto mandamiento?<br />

– ¿Tú a qué has venido, a que te confiese o a catecismo? –me recriminó<br />

el sacerdote. Calló de repente, y le oí repasar los mandamientos de<br />

carrerilla. Cuando llegó al quinto, se detuvo y quiso saber de mí si me<br />

había vuelto a equivocar o si, en verdad, había matado a un hombre.<br />

Asentí avergonzado, y entonces, exclamó: –¡María Santísima, madre del<br />

Señor! –a través de la rejilla del confesionario, lo escuché santiguarse<br />

mientras invocaba a santos cuyo nombre ni siquiera conocía.<br />

Finalmente, añadió en voz baja: –¿Pero a quién has matado, hijo mío?<br />

Si el doctor Frankenstein creó a su engendro a partir de retales de<br />

distintos cadáveres que él mismo había seleccionado por los<br />

cementerios y morgues de Ingolstad, mi monstruo se formó, sin que yo<br />

quisiera ni supiera, con pedazos de malos recuerdos, de vivencias<br />

horribles que yacían enterradas en algún oscuro rincón de mi memoria.<br />

El crimen que cometí fue la chispa que prendió aquel mecanismo<br />

infernal y reanimó al ser maligno que vive ahora enquistado dentro de<br />

mí, agarrado a mi ser como una necrosis cuyos insultos lo deshacen cada<br />

día un poco más.<br />

–Por lo menos dime que no sufrió mucho –me rogó el padre Beltrán una<br />

vez le dije a quién había matado, cómo lo hice y dónde enterré el<br />

cuerpo.<br />

–Todo fue rápido, padre. No creo que tuviera tiempo de sufrir.<br />

–Eso espero, hijo mío. ¡Pobre Horacio! Sabía que acabaría así, pero...<br />

¡Ay, tuviste que ser tú...! ¡Y encima el mismo día en que venían de la<br />

Institución a llevarse a Aurora...! Menos mal que ya no echará en falta a<br />

42


su padre... –el cura calló un momento, para luego añadir inquisitivo: –<br />

Porque te aseguraste de que la niña ya no estaba allí, ¿verdad?<br />

Yo simplemente asentí.<br />

Aurora era la hija de Horacio, el hombre que maté. Su madre falleció<br />

poco antes de darla a luz, y a causa de ello, la criatura vino al mundo casi<br />

muerta, con una severa parálisis cerebral que la mantendría postrada de<br />

por vida, durmiente como una flor solitaria ajándose en un mugriento<br />

cuartucho. Pero su peor desgracia era su padre, un borracho; un<br />

mujeriego; un jugador empedernido al que sus vicios apenas le dejaban<br />

tiempo para cuidarla. Hace unos meses, el gobierno entrante implantó<br />

un programa de ayudas especiales para discapacitados, que financiaba el<br />

ingreso de Aurora en una moderna clínica estatal. De hecho, el mismo<br />

día que maté a Horacio los funcionarios venían a por ella.<br />

– ¡Pero mira que eres bruto! ¡En lugar del perdón de Cristo, has venido<br />

buscando los consejos de un curandero! –Me riñó el indignado cura<br />

cuando le pregunté cómo quitarme a Horacio de la cabeza–. ¿Acaso te<br />

importan tres pimientos el alma del hombre que mataste o incluso la<br />

tuya misma, condenada a disolverse en azufre? Me respondo: ¡no! Tú<br />

sólo quieres que te libre de la voz de tu conciencia podrida; porque no es<br />

un espíritu el que te insulta, son tus mismos remordimientos.<br />

–Sí, lo admito, padre: soy una mala persona –suspiré–. Sólo matan las<br />

malas personas, y más yo por cómo y por qué lo hice. ¿Y qué quiere que<br />

le diga? Ya sé que voy a ir al infierno... ¡pero todavía lo veo tan distante!<br />

En cambio, la voz que me tortura, sea mi conciencia o la del propio<br />

Horacio, está ahí, dentro de mi cabeza, masticándome el cerebro con<br />

sílabas afiladas. Sólo quiero que se vaya, padre, que descanse en paz y<br />

me deje descansar en vida a mí también. Ya sin él, tendré la lucidez<br />

mental y de espíritu suficiente para rogar la misericordia de Nuestro<br />

43


Señor... –callé un momento y, con mucho esfuerzo, logré que brotaran<br />

dos lagrimitas de mis ojos–. ¡Padre, tenga piedad de este pobre diablo<br />

que abre su corazón ante usted...! ¡Se lo ruego!<br />

Por lo visto, mi testimonio regado de lágrimas falsas ablandó por fin la<br />

dura coraza moral del cura, que dejó de refunfuñar y me indicó cómo<br />

acallar la voz de mi conciencia. Dijo que tenía que desenterrar los<br />

despojos de Horacio, llevarlos al lugar del crimen, a su propia casa, y una<br />

vez allí pedirle disculpas sinceras al muerto y rezar una oración por su<br />

alma. Al final, debía enterrarlo en suelo bendito. El cura me sugirió que<br />

fuera al Cementerio Viejo, porque fue abandonado hace décadas y,<br />

además, la losa que cubría la fosa común estaba suelta, con lo cual me<br />

resultaría más fácil de mover. Él mismo estaría allí a medianoche para<br />

oficiar el sepelio.<br />

Desenterré a Horacio, guardé los restos en un saco de tela y fui directo a<br />

su casa. Entré por la misma ventana que la otra vez. Estaba todo igual<br />

que entonces: sillas y mesas tumbadas, platos rotos por el suelo, sangre<br />

seca en las paredes...; incluso los mismos individuos que provocamos tal<br />

desorden, sólo que uno de ellos en un saco sobre mi hombro. No<br />

quedaba en pie más que un viejo perchero, del cual todavía colgaba la<br />

vieja chaqueta de Horacio. Puse al muerto en el centro del salón y me<br />

arrodillé para rezar; pero en aquel momento vino a mi cabeza algo como<br />

el lamento de un niño incorpóreo. Un llanto desconocido y tan turbador<br />

que incluso olvidé la oración que me enseñó el cura.<br />

Permanecí un buen rato de cuclillas, con la mente en blanco y pendiente<br />

de nada más que de aquel suspiro. Di unos pasos para despejarme y, al<br />

pasar junto al perchero, vi que asomaba algo del bolsillo de la chaqueta.<br />

Era una carta. Cuando la cogí, el llanto se volvió más intenso si cabe, tan<br />

vívido y doloroso como un arpón hincado en mis meninges. Mayor fue<br />

todavía el espanto que sentí al leer aquella carta del Ministerio de<br />

44


Sanidad, en donde se denegaba el ingreso de Aurora, la hija de Horacio,<br />

en aquella clínica estatal por no sé qué recortes de última hora en unas<br />

partidas presupuestarias. Así pues, los funcionarios nunca pasaron por<br />

allí, ni se llevaron a la niña. Un ingrato calor húmedo me bajó por la<br />

entrepierna. Arrugué el papel, horrorizado, y fui corriendo al cuarto de<br />

Aurora.<br />

En torno a la cabeza del pelele amorfo y deshinchado que se pudría ante<br />

mí en la cama de Aurora, un puñado de moscas coronaba con una<br />

aureola funesta a aquella santa podrida. Santa por llevar con valentía y<br />

resignación el mal que le tocó al nacer; santa por morir de hambre y de<br />

sed en el sórdido cadalso que yo mismo, sin saber, le construí cuando<br />

maté a su padre. Conteniendo el vómito y la respiración, envolví los<br />

restos de la niña con la sábana bajera de su cama, los saqué al salón y los<br />

puse al lado de Horacio. Los espíritus de padre e hija por fin se<br />

reunieron, en un encuentro tan efusivo para ellos como repugnante para<br />

mí. Les pedí mil perdones y recé por sus almas lo primero que se me<br />

ocurrió.<br />

–Llegas tarde –gruñó el padre Beltrán desde un tétrico rincón de al lado<br />

de la fosa común. Cuando me acerqué más, exclamó: – ¡Gorrino, hueles<br />

a meados!<br />

Me encogí de hombros, sin saber qué responder.<br />

–La niña no estaba, ¿verdad? –me soltó el cura a bocajarro.<br />

Conforme negué con la cabeza, se bosquejó en mi mente la cruel<br />

estampa del suplicio de Aurora. Su cuerpecito era ya casi como el<br />

guiñapo podrido que recogí de casa de Horacio, apenas media hora<br />

antes, sólo que en mi visión aún respiraba. Noté el sabor amargo de su<br />

último aliento en mi boca y cómo su corazón se retorcía en mi pecho<br />

45


hasta pararse del todo; también sentí el charco de heces y orines que la<br />

bañaban cuando murió (o tal vez eran los míos).<br />

Una sonora colleja me devolvió a este mundo. Era el padre Beltrán,<br />

azuzándome para que me pusiera manos a la obra. Invertí no pocos<br />

esfuerzos en mover la dichosa piedra que sellaba la fosa común, hasta<br />

que abrí una rendija lo bastante amplia como para poder echar ambos<br />

cuerpos en el osario.<br />

–Ahora, abre el saco –dijo el cura mientras se colocaba cuidadosamente<br />

la estola.<br />

– ¿Abrir el saco? ¿Para qué? –pregunté bastante contrariado, pues de<br />

abrirlo él se enteraría del final de Aurora, y yo quedaría como mentiroso<br />

y doblemente asesino.<br />

–Tengo que bendecir al muerto antes de enterrarlo. Ábrelo, muchacho;<br />

obedece.<br />

–Padre, le insisto, es mejor que no lo abra: el desgraciado todavía se está<br />

pudriendo y huele bastante mal. Yo le recomiendo...<br />

– ¡Déjate de milongas y abre ya el puñetero saco!<br />

No recuerdo qué pretexto absurdo le puse aquella vez, ni las siguientes.<br />

Tan sólo recuerdo cómo se le iba hinchando la vena del cuello conforme<br />

yo le daba largas, y justo cuando parecía que la aorta le iba a estallar, el<br />

crispado sacerdote se abalanzó a por el saco; pero no le dejé cogerlo. Lo<br />

intentó otras tantas veces, y yo se lo volví a impedir. Así hasta que, entre<br />

manotazos y empujones, ambos nos enzarzamos en una pelea más<br />

ridícula que feroz. Horacio y Aurora, por su parte, animaban al padre<br />

Beltrán desde el interior de mi cráneo; a mí me abucheaban.<br />

En pleno fragor de aquella riña de memos, el padre Beltrán perdió el<br />

equilibrio (quizás yo lo empujé), y al caer se abrió la cabeza contra el<br />

46


canto de una lápida. Quedó tendido en el suelo, retorciéndose igual que<br />

un gato recién arrollado y con el cerebro asomando por el boquete de su<br />

mollera. Ciertamente, parecía tener hurones debajo de la sotana.<br />

Cuando se paró, me acerqué a él para constatar lo evidente: aquel<br />

hombre estaba muerto.<br />

Si matando a Horacio me salté el quinto mandamiento y con la muerte<br />

de su hija lo violé, con aquel nuevo crimen sentí que lo estaba<br />

sodomizando salvajemente, hasta sangrar. Había sumado uno más a mi<br />

lista, nada menos que un sacerdote, y Dios debía de estar ya muy<br />

enfadado conmigo; tanto o más que Aurora y su padre, a cuyas voces se<br />

unió enseguida la del padre Beltrán. Tres víctimas, y tres pecados<br />

capitales que me condenaban sin remisión. Pero entonces el infierno me<br />

importaba bien poco: mi mayor prioridad era librarme de aquellos tres<br />

antes de perder el juicio, ya tendría tiempo de rezar después. Primero,<br />

tiré el maldito saco por el hueco que abrí en la fosa; después fui a por el<br />

cura para hacer lo mismo.<br />

Los dos cadáveres entraron bien por la rendija, pero el enorme pandero<br />

de aquel ballenato con sotana resistía allí varado su paso al otro mundo.<br />

Y es que, a pesar de mis golpes y empujones, no había forma de moverlo<br />

ni un solo milímetro. Por eso, maldiciendo cada uno de los cocidos,<br />

pasteles y lonchas de panceta que habían ido cebando el trasero del<br />

cura a lo largo de estos años, me subí en él y dejé caer todo mi peso para<br />

que bajara. Salté repetidas veces sobre su culo atascado, hasta que<br />

cedió de repente bajo mis pies y caímos los dos dentro de la fosa común.<br />

Aquí dentro está oscuro, muy oscuro, y aunque la piedra que me cubre<br />

esté corrida, la luz no quiere llegar hasta aquí abajo ni respirar de este<br />

aire infecto que lija mis entrañas. Detrás, a un lado y a otro, hay<br />

calaveras, costillas punzantes y demás restos humanos; justo debajo,<br />

tengo las nalgas mullidas y un tanto viscosas del padre Beltrán. Por<br />

47


delante húmedas paredes me cercan, tan resbaladizas que se hace<br />

imposible trepar a la abertura. También intento subir por los huesos,<br />

pero ceden bajo mis pies y acabo cayendo otra vez en este pozo de<br />

muerte. Para colmo de males, las voces de mis tres víctimas ya no sólo<br />

me insultan, sino que además se ríen de mí y me dicen que me pudriré<br />

con ellos en esta tumba, la tumba de mi conciencia.<br />

Autor: Jeremías Wayne (Petrer, Alicante)<br />

http://cuentosdesdelasombra.blogspot.com.es/<br />

48


El creador del mundo<br />

La tarea encomendada era ardua y de difícil realización. Estaba solo ante<br />

el vacío más absoluto y dentro de ese espacio una luz sin origen<br />

aparente le indicó cual era su misión:<br />

-Estás solo, ante la más cruda soledad, pero se te ha encomendado crear<br />

un mundo a tu libre albedrío, tu único compañero será el azar y con él<br />

viajarás por la senda del destino. Debes partir de la nada en la que vives<br />

y desde ahí dejar caer el origen del todo realizado. Debes partir de la<br />

inexistencia de la materia y llegar al goce del espacio creado.<br />

Una vez la luz se hubo consumido, la ceguera la invadió con la<br />

obscuridad de la noche y el hombre tuvo miedo, pero al instante se dio<br />

cuenta del poder que le habían otorgado y se puso manos a la obra.<br />

Crear un mundo, siendo el azar mi compañero, debo empezar por<br />

extraer de la nada algo que pueda ayudarme a conseguir mi meta.<br />

Tendré que crear un hombre que sea igual a otro y así todos. El patrón<br />

del que parta servirá para desterrar la envidia y cuando uno de ellos<br />

quiera abandonar ese espacio de nada, solo necesitará alojarse en lo<br />

etéreo de su vida y disfrutar del paso a la otra dimensión. Lo que puedo<br />

crear para estos hombres es algo distinto, algo que les empuje a la<br />

49


úsqueda de la felicidad ya que creo que eso debe ocupar un espacio<br />

importante en su existencia, “LA FANTASÍA”.<br />

El creador del mundo pensó si con eso los hombres por él creados<br />

podrían desarrollar su existencia de forma cordial y transcurridos los<br />

espacios de nada obtuvo la respuesta: “SÍ”. Se puso manos a la obra y<br />

pensó que antes de obtener la materia para crear ese hombre debía<br />

crear un espacio en el que ese ser creado pudiera vivir y desarrollar su<br />

existencia y se puso a ello.<br />

El mundo a crear debería constar de dos partes: el ser vivo y la materia<br />

que lo alimente. Ardua tarea pensó, si lo importante de las acciones a<br />

desarrollar era crear el alimento que forme la sustancia que dé origen al<br />

ser creado, dudó y en ese punto se sintió vencido. El azar lo empujó y<br />

con éste como compañero se sintió capaz y como si algo superior el<br />

insuflara fuerza fue extrayendo de su cerebro ideas brillantes para la<br />

creación.<br />

En este punto la luz apareció y lo iluminó todo, era la fuerza que él<br />

precisaba y todo lo que necesite, pensó, estará cubierto por la luz de la<br />

vida.<br />

Lo necesario para buscar la materia que alimentara al ser vivo estaría<br />

escondido en esa luz y desde el final se obtendría el principio. Se sintió<br />

cansado al observar el vacío iluminado, y pensó en rendirse y dejar que<br />

el vacío y la soledad siguieran cubriendo ese mundo imposible de crear y<br />

optó por la salida más práctica.<br />

Empezó por extraer de la nada el origen del ser a crear y en ese<br />

momento separó un trozo de su materia y no sintió dolor y el azar le<br />

animó a unir varios trozos para conseguir otro ser como él. Una vez<br />

extraído el otro ser se alegró, ya que ahora ya no sentía soledad y eso le<br />

hizo sentirse feliz.<br />

50


Había creado materia para crear y ahora necesitaba tierra y alimento<br />

para poder sobrevivir y observó que cuando uno de sus seres creados<br />

desaparecía con el tiempo se convertía en tierra, y así fue creando y<br />

destruyendo, lo que le permitía obtener materia sobre la que pisar.<br />

Ahora precisaba crear la materia que los alimentara y en ese momento<br />

el azar se presentó ante él dando respuesta a todas sus dudas.<br />

Sacrificaré mi propio cuerpo para ser el alimento de los otros.<br />

En ese punto de sintió incapaz de seguir y pidió ayuda a la luz, pero<br />

nadie escuchó su súplica, solo estaba a su lado el azar.<br />

Aquel mundo que empezaba a tener vida necesitaba de su sacrificio para<br />

sobrevivir y tras meditarlo se alojó en lo etéreo y se dispuso a disfrutar<br />

del paso a la otra dimensión.<br />

Cuando encontró la ruta a seguir, la luz le dio calor, se agarró al azar y<br />

cobijó su ser, lo que le produjo alegría y fuerza para llegar al final de la<br />

creación del mundo.<br />

Autora: Puri Otero Domarco (Vigo, Pontevedra )<br />

http://puri-dulcinea.blogspot.com.es/<br />

51


The Lady of Shangai - François Vigneron (http://5<strong>00</strong>px.com/)<br />

52


Línea 1<br />

Es la única con mirada desatenta,<br />

solo ella no se rinde a la pantalla,<br />

sus dedos no teclean excitados,<br />

se enlazan reposando en su rodilla.<br />

La única que espera el tren desaplicada,<br />

que deja caer huecos los minutos<br />

o llenos de ligeros pensamientos.<br />

La única que, simplemente, espera.<br />

Solo ella salta el foso y los raíles<br />

y su mirada se sorprende con la mía<br />

que estaba esperando ese atropello.<br />

Su tren llega primero y se detiene<br />

cortando nuestro encuentro subterráneo,<br />

arranca… y allí queda,<br />

solo ella en el andén sigue esperando.<br />

Ahora llega mi tren,<br />

venciendo tentaciones<br />

me subo en él y marcho.<br />

La dejo en este túnel elegido<br />

para esperar…<br />

Sin prisa, sin horario.<br />

Autor: Benjamín Blanch (Valencia)<br />

53


Young Man Drinking a Glass of Wine -Jan van Bijlert (1597-1671)<br />

54


De sabor intenso<br />

Las manecillas del reloj rozaban las 10 de la noche cuando me senté en<br />

aquella mesa de un bar de la Calle Mayor.<br />

Parecía que el lunes no iba a tener fin. Desde que puse el pie en el suelo<br />

esa mañana, todo había ido sucediendo al antojo de la rutina y de sus<br />

prisas. Sin tiempo para pensar ni descansar. Una cosa y después otra y<br />

otra más.<br />

Apoyé la espalda en el respaldo de aquel banco de madera y la cabeza<br />

en la pared, cerrando los ojos un instante y dejando mis pies libres,<br />

doloridos, de esos dichosos zapatos nuevos. Un suspiro de alivio se me<br />

escapó mientras recordaba, sonriendo, que una conocida del trabajo me<br />

había dicho que eran “ideales”. “Estos zapatos son ideales, Carmen”<br />

creo que fueron sus palabras exactas.<br />

Tomé la copa de tinto que me había traído el camarero y con el primer<br />

sorbo, sin saber el motivo, su imagen vino a mi memoria y recordé sus<br />

palabras. “Si yo fuese una bebida, ¿qué sería?” me preguntó. Y yo,<br />

sonriendo, pensé que si yo fuese un líquido en ese instante, estaría<br />

rebosando aún estar dentro del recipiente más grande que nadie<br />

pudiese fabricar o imaginar.<br />

Recuerdo que estábamos estirados en la cama y él jugaba con mis rizos,<br />

enredándolos en sus dedos. Sus manos eran enormes en comparación<br />

con las mías y sus dedos largos y bronceados tenían un tacto suave. Cada<br />

caricia suya en mi piel era como un bálsamo, tenía el poder de<br />

hipnotizarme con un simple roce.<br />

Estuvimos juntos “solamente una vez”, como reza el bolero, y no podría<br />

decir si fue un amigo o un simple amante, lo que sé es que fue algo tan<br />

55


intenso para mis sentidos que se me quedó clavado y desde entonces no<br />

he pasado una sola hoja del calendario sin pensar en él.<br />

“Vino. Sin duda alguna, tú eres como el vino” le contesté perdiéndome<br />

en el marrón de sus ojos, “pero no un vino cualquiera, claro que no”. Me<br />

acurruqué entre sus brazos y nos quedamos callados.<br />

Él no hablaba mucho pero cuando lo hacía, el tono de su voz, profundo e<br />

intenso, se colaba por mis oídos y me llenaba de tal manera que el<br />

mundo parecía desaparecer. Escuchar sus susurros en mi oído era, no sé,<br />

creo que jamás he vuelto a sentir una sensación de paz y seguridad<br />

como aquella.<br />

Me incorporé apoyando el brazo en la almohada y clavando mis ojos en<br />

los suyos, con el alma ardiendo y deseando con rabia que el tiempo se<br />

detuviese. Con la voz apenas dibujada en un susurro, le dije:<br />

“Vino. Vino tinto de sabor intenso, con un gran cuerpo. Con notas de<br />

ligero sabor a cacao. Amargo al entrar en boca, pero de final afrutado y<br />

dulce. Ideal para tomar por el puro placer de disfrutar de la vida”.<br />

Autora: Carmen Ferrer (Barcelona)<br />

56


De animalitos alados y otros<br />

parientes animados<br />

Black & White – Jorge Almeida (http://5<strong>00</strong>px.com/)<br />

A un enorme panal de miel, donde tan ricamente nos divertíamos toda<br />

la familia celebrando el aniversario del abuelo Papamoscas, dos gigantes<br />

acudieron. Viendo la fiesta que habíamos organizado con nuestras<br />

buenas amigas y vecinas las abejas, en cólera montaron e iniciaron una<br />

matanza sin precedentes entre las nuestras.<br />

El horror que en mi produjo la visión de aquellos cadáveres, maltrechos<br />

e irreconocibles, hundidos en la afrodisíaca melaza que instantes antes<br />

servía de alimento y regocijo a las mías, me llevó a reflexionar<br />

profundamente acerca de tan feos y terribles seres. Mis alas vibraban<br />

con rabia reclamando venganza.<br />

Las pocas que sobrevivimos al trágico episodio regresamos, como<br />

pudimos, a la comunidad. El interés general por lo sucedido apenas pasó<br />

de un frío “Buzzz” y un par de “Blizzz!, pero yo no podía dejar pasar<br />

57


aquella aniquilación sin castigo. Me pasaba las horas y los días<br />

revoloteando de un lado para otro sin rumbo. Mis colegas pensaban que<br />

había perdido el juicio completamente, pero en mi cabezota se iba<br />

urdiendo un plan de ataque.<br />

Sabía dónde vivían, y como eran, a pesar del camuflaje que llevaban la<br />

mañana de autos, pero tenía que ser cauta y dar los pasos correctos<br />

antes de lanzarme. Tendría que convencer a un buen puñado de mis<br />

chispas. Además necesitaba una buena alianza… ¡Necesitaba esa alianza!<br />

Mi madre, víctima también de aquella dulce muerte, me había hablado<br />

una mañana de esa parte de la familia de negro pasado y oscuro<br />

presente. Tan solo pensar en ellas y palidecían hasta mis alas. Lo único<br />

que sé es que son parientes muy lejanas que un día, en el amanecer de<br />

los tiempos, decidieron dejar de volar para caminar por el tenebroso<br />

interior del subsuelo. No tenemos relación –no recuerdo que la hayamos<br />

tenido alguna vez-. Son hurañas, conflictivas y muy peligrosas; además<br />

de no parecernos ni en las antenas. Viven entre esos titanes, dentro de<br />

sus moradas, en medio de sus paredes.<br />

¡Qué difícil y arriesgado va a ser contactar con las cucarachas!<br />

- Entonces, ¿estáis conmigo? – Pregunté al medio millar de amigas que<br />

estaban en la reunión, luego de exponer mis intenciones.<br />

- ¡Bliiizzz! – El asentimiento fue unánime.<br />

- Entonces no hay tiempo que perder.<br />

De todas era conocido que aquellos bípedos descomunales, al ocultarse<br />

la gran luz, desaparecían en sus viviendas y se volvían inofensivos. Ese<br />

era el momento en que mis primas salían de sus oscuros escondites para<br />

robarles comida. Por lo tanto no cabía duda de que era el mejor<br />

momento para hablar con ellas sin correr riesgos ni sobresaltos. Me<br />

seguían temblando todas la patas.<br />

58


- ¡Cruiiich! ¿Qué haces a estas horas tan lejos de casa, pequeño<br />

alfeñique alado? – Fue su saludo al verme.<br />

- Hola prima, cuanto gusto conocerte. ¿Tendrías un minuto para hablar<br />

conmigo?<br />

- ¿Un minuto? Para acabar contigo me sobran cincuenta y nueve<br />

segundos, mequetrefe.<br />

- Vengo en son de paz, Cuca. Necesito tu ayuda.<br />

- Mira, Mosqui, la noche es muy corta y si no nos damos prisa antes de<br />

que se haga la luz, el amo de la casa no tendrá piedad con nosotras.<br />

¿Entiendes?<br />

- No mucho, disculpa, esto es nuevo para mí. Tan solo busco castigo y<br />

venganza contra ése que tú llamas amo.<br />

- ¡Cruiiich! ¡Ja ja ja! ¿Pero de qué vas, enanita voladora? Nunca alguien<br />

tan pequeño como tú o como yo podrá vencer al gran señor.<br />

- Somos muchas y valientes.<br />

- Nosotras también ganamos en número, incluso en inteligencia, pero él<br />

es más fuerte y posee armas capaces de aniquilar a todo lo que se ponga<br />

por delante y no le guste.<br />

- Si nos unimos en ataque combinado tierra-aire, le venceremos.<br />

- Si nos unimos, chiquitina, la furia del grandullón será mayor y la<br />

carnicería será recordada por las tuyas y las mías durante generaciones.<br />

- Te equivocas, prima. Tengo un plan y sé que podemos vencer.<br />

Confiadas al verme hablando sosegadamente con aquellas culilargas, mis<br />

amigas se envalentonaron y fueron entrando en la estancia por el hueco<br />

59


de la ventana entreabierta. El ruido comenzó a ser atronador, tantas<br />

eran las que estaban dispuestas a luchar a mi lado.<br />

- ¿Lo ves? Somos una gran multitud. Le derrotaremos.<br />

- ¡Siiisss! Callaos. Dejad ya de armar tanto jaleo.<br />

- Es el sonido de la victoria.<br />

- Es el sonido de la derrota.<br />

- Te equivocas, Cuca. Solo hay un camino hacia la venganza y es éste.<br />

- ¡Bluuuzzzzzzz! ¡Bluuuzzzzzzz! ¡A por ellos! – Gritaron todas al unísono.<br />

- ¡Callaos de una vez, moscas escandalosas! Le despertareis.<br />

- Eso es lo que pretendemos.<br />

- Insensatas, lucháis contra un poder que desconocéis.<br />

- Luchamos contra la injusticia.<br />

- Perderéis.<br />

- Ganaremos.<br />

- Allá vosotras, conmigo no contéis.<br />

- La unión nos hará más fuertes. Venid con nosotras.<br />

- No en esta guerra inútil.<br />

De pronto, un pequeño destello rojo en una esquina dio paso a una luz<br />

en lo más alto del cuarto, encerrada en una extraña jaula. No era<br />

demasiado brillante, pero ese tono azul pálido la hacía de lo más<br />

atrayente. El pequeño animalito de tierra, de cuerpo alargado y más<br />

largas aun las antenas, dio unos pasas hacia atrás. Estaba aterrorizada.<br />

- No os acerquéis. Es la muerte.<br />

60


- ¡Oh! Es la luz.<br />

- ¡No! Esos son los trucos del amo. Os deslumbra, os atrae y luego acaba<br />

con vosotras.<br />

Volé en círculos por toda la sala. No había rastro de ningún gigante.<br />

Seguro que seguía durmiendo.<br />

- No veo peligro alguno. Adelante mis valientes, la luz siempre nos da<br />

fuerza.<br />

Atravesamos en tromba los barrotes que rodeaban la luz…<br />

Entramos en tromba en aquella celda que cubría la luz… Lo último que<br />

escuché antes de morir fue:<br />

- Mira que se lo avisé.<br />

Autor: Reca Refojos (Vigo, Pontevedra)<br />

61


Óleo de Evelyn Carell (Valencia)<br />

http://evelyncarell.artelista.com/<br />

62

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!