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98 PADRES FUERTES, HIJAS FELICES<br />
—Lo dejo —dijo a su hija—. Es hora de regresar a casa, Amy. Esto fue un craso error.<br />
Entonces le contó a Amy por qué se había marchado la mujer del centro. Ella había llegado<br />
quejándose de dolores en el pecho. Aunque Andy es un médico especialista en neumología, no<br />
encontró nada anormal en los pulmones de aquella mujer. Finalmente se dio cuenta de que el<br />
problema no era que padeciese del corazón o de los pulmones, sino que su novio la golpeaba<br />
sistemáticamente en el pecho. Andy le dijo que tenía que librarse de aquellos abusos, que tenía que<br />
decirle a su familia que la llevase a otra población. Eso era imposible, le dijo la mujer. No tenía coche,<br />
ni bicicleta, ni dinero, ni familia (ninguno de los habitantes de la aldea tenía coche o bicicleta).<br />
Andy se dio cuenta de que no podía hacer nada. No había medicina que pudiera curar a aquella<br />
mujer. Tampoco podía protegerla de la brutalidad de su novio.<br />
Andy había visto a aquella pobre y ultrajada mujer como un ser precioso, quizás más precioso<br />
que él mismo. Aquel día, en el autobús y bajo aquel calor, no pudo evitar el llanto. Se había visto<br />
cara a cara con sus limitaciones de un modo que jamás se había podido ver en su cátedra del<br />
hospital de Pennsylvania. En aquel centro disponía de un equipamiento de millones de dólares que<br />
podía utilizar siempre que quisiera; tenía un magnífico equipo médico y toda una perfecta<br />
infraestructura a su servicio. Allí podía palpar el poder y el éxito.<br />
Pero aquel día en la aldea sólo se tenía a sí mismo, y sus limitaciones.<br />
Andy pensó en dejar el país al cabo de una semana.<br />
—eQué sentido tiene quedarse aquí? —se preguntó En realidad no podemos ayudar a esta<br />
gente. No tenemos suficientes medicinas ni recursos; y, aunque los tuviésemos, en cuanto nos<br />
marcháramos aquí todo volvería a ser como antes. No tenemos nada que ofrecerles. Necesitan<br />
demasiado y nosotros no somos bastante para ellos. Ninguno de nosotros lo es.<br />
Pero Amy le dijo:<br />
—De acuerdo, papá, ¿pero qué podemos decir del amor a Dios? Siempre podríamos entregarles<br />
eso.<br />
—Eso no les serviría de mucho. Lo que a ellos les hace falta es agua, alimentos y electricidad.<br />
No necesitan que venga alguien a