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Presente y futuro de la educación en Aguascalientes - Instituto de ...

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MezquiteJAIME ARTEAGA NOVOAACÁ POR MI TIERRA hay unos árboles grandesy poderosos, conocidos como mezquites.Esta es la historia de un uno de ellos, masno de uno cualquiera; déjenme decirles porqué. Lo conocí de chamaco, hace más decinco décadas, y entonces ya me parecía unviejo entre los de su especie.Lo perdí de vista un tiempo, hastapensé que se lo había tragado el cemento,y no, un día ya mayor, fui a pasear a unaciudad deportiva recién inaugurada, y parami alegría ahí estaba el mezquite, comosiempre, con un tronco chaparro y macizode donde salían dos ramas colosales,convertidas cada una de ellas en un árbol.En realidad eran dos mezquites en uno.Después de 50 años lo imponente nolo había perdido. Cada una de sus ramasera un gran mezquite, demasiado grandes,observé, por lo inclinadas que debieroncrecer en aquel tronco, parecía como si encualquier momento pudiera romperse subase común.Me gustaba pasar entre las ramas delmezquite doble; con ellas había formadouna gran sombra que me cubría del solpor un momento. Me gustaba verlos delejos porque cada uno de ellos, a pesarde su inclinación, doblaba en tamaño alos mezquites vecinos. Y en un alarde defortaleza, sus puntas habían crecido haciael cielo.Perdonen la insistencia: me parecía comosi en cualquier momento fueran a caer;su tronco parecía forzado por el peso yseguramente más de cien años así, soportandoa los mezquites gemelos. Cualquier día–pensaba yo– los voy a encontrar en elsuelo, y hasta comenzó a darme miedo correr bajosu sombra, pero ya dentro sentía la protección desus brazos fuertes, ásperos y espinosos.No era el único en gozar con su presencia, dehecho todos los corredores pasaban bajo su sombrapor un camino hecho a fuerza de pisadas, y lesgustaba verlo coronado de espinas rojas en lossangrientos atardeceres de por acá.Era un ícono –como dicen los nuevoscomunicadores– cualquiera daba razón de losmezquites gemelos, como terminaron por decirles.Y digo era un ícono, porque ya no lo es. Finalmentemis temores se cumplieron una noche.Vamos a decir: lo presentí. Esa mañana al pasarbajo sus ramas escuché un crujido y creí habervisto que se movían sin mediar viento. Cuando salíde su sombra me detuve y no sucedió nada, sentílo peor. Los mezquites gemelos se habían quejado,entonces pensé: el final está cerca.Al regresar por la tarde, los miré recortados enel fondo púrpura y fue la última vez. Cuando todosse habían ido y solamente el Cerro del Muerto y yoquedábamos de testigos, los mezquites gemelos sedesprendieron uno del otro lentamente, quejándosecomo se quejan los colosos vencidos, hasta caercon estruendo, en medio de una nube terregosa dedonde salían sus estertores. El derrumbe parecíano tener fin. Cada una de sus ramas buscabaacomodo, las más delgadas saltaban al quebrarseante el embate total.La débil luz de la luna menguante, me permitióver cuando se aplacó el polvo. Sentí miedo y mefui. Al amanecer regresé. Los mezquites gemelosaún caídos eran más grandes que los otros y por lomismo no podían seguir ahí, habían tapado el paso.Tiempo después se los llevaron, ahora el lugar seve triste y ya nadie va en las tardes, hacen falta susramas espinosas arañando la cola roja del día.61

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