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POETAS Y CRONISTAS:<br />
CONSIDERACIONES SOBRE LA<br />
REESCRITURA DE LA ARAUCANA EN EL<br />
DISCURSO HISTORIOGRÁFICO DEL SIGLO<br />
XVI CHILENO<br />
Stefanie <strong>Massmann</strong><br />
Universidad Andrés Bello<br />
La Araucana de Alonso de Ercilla (1569, 1578, 1589), el poema fundacional de la conquista del<br />
Reino de Chile, tuvo una accidentada recepción en la letras de este territorio. Fue imitado por los<br />
poemas épicos de fines del siglo XVI (Arauco domado [1596] de Pedro de Oña y Purén indómito<br />
[1599] de Diego Arias de Saavedra), utilizado como fuente en las relaciones históricas del siglo<br />
XVII y XVIII (Histórica relación del Reino de Chile [1646] de Alonso de Ovalle, Historia general<br />
de Reino de Chile, Flandes indiano [1674 de Diego de Rosales e Historia de Chile [1751] de Pedro<br />
de Córdoba y Figueroa), y apropiado ideológicamente durante el siglo XIX como parte del mito<br />
fundacional de la nación recién emancipada.<br />
En este artículo pretendemos dar algunas claves para la reconstrucción de este largo y complejo<br />
diálogo intertextual, particularmente en lo que toca a dos textos de carácter historiográfico escritos<br />
inmediatamente después de la aparición de la primera parte del poema. Estudiaremos, en efecto, los<br />
modos en que La Araucana fue leída y reescrita en Historia de todas las cosas que han acaecido en<br />
el reino de Chile y de los que lo han gobernado (1575), redactada por el soldado andaluz Alonso de<br />
Góngora Marmolejo, y Crónica del Reino de Chile, reducida a nuevo método y estilo por el padre<br />
Bartolomé de Escobar, de la Compañía de Jesús (h. 1594), texto compuesto originalmente por el<br />
soldado Pedro Mariño de Lobera y luego corregido por el sacerdote Escobar, tal como se menciona<br />
en el título. En estas crónicas tempranas es posible percibir una relación difícil con el poema, al que,<br />
antes de que se vuelva una autoridad indiscutible, critican sin desautorizarlo del todo. 1<br />
_________________________<br />
1 Por los datos de Ávila Martel sabemos que la primera parte de La Araucana, publicada en 1569,<br />
fue conocida en Chile en 1571 (14). Góngora Marmolejo la conoció y utilizó como fuente histórica<br />
(Invernizzi, “¿Ilustres hazañas?” 8); no sucede lo mismo con la segunda y tercera partes del poema,<br />
cuya publicación es posterior a la escritura de su Historia. En el caso de la crónica de Mariño de<br />
Lobera (quien acompañó a Ercilla en sus campañas militares) y Escobar, la composición es<br />
posterior a la publicación de las tres partes de La Araucana. Ambas obras se refieren directamente a<br />
Ercilla y si bien critican algunos aspectos del poema épico, nunca lo descalifican directamente como<br />
fuente histórica y ni contradicen en lo fundamental los hechos narrados en el poema (Toribio<br />
Medina, “Verdad histórica de La Araucana” 411-12). José Durand repasa con detalle estas críticas,<br />
33
34<br />
<strong>Poetas</strong> y <strong>cronistas</strong>: consideraciones sobre la reescritura de La Araucana<br />
Manifestación de sensibilidades y puntos de vista diversos sobre el proceso de conquista, esta<br />
recepción polémica implica, por supuesto, una diferencia que es tanto estética como ideológica.<br />
Expondremos, en primer lugar, algunas cuestiones sobre la relación entre La Araucana y el<br />
discurso historiográfico colonial de manera global, para luego abordar el modo en que las dos<br />
crónicas del siglo XVI la siguen a veces pero, sobre todo, disputan con ella la primacía de una<br />
perspectiva privilegiada sobre la costosa y larga guerra que se libra en los márgenes del Imperio.<br />
Trataremos en detalle la reescritura de dos episodios clave del poema: el abandono de la ciudad de<br />
Concepción, en la Primera Parte, y la muerte de Caupolicán en la Tercera. Puesto que ambas<br />
crónicas fueron publicadas cuando la Primera Parte del poema de Ercilla ya era conocida en<br />
América, sus versiones sobre el primer episodio pueden considerarse una respuesta directa a lo que<br />
allí se apunta. Lo mismo puede decirse de la muerte de Caupolicán narrada por Mariño de Lobera;<br />
la que describe Góngora Marmolejo, en cambio, redactada antes de la publicación de la Tercera<br />
Parte, muestra diferencias que deben leerse como síntomas de la oposición entre el espíritu que<br />
anima al poema y el que alienta las crónicas. Como se verá, la disputa ocurre primordialmente en<br />
los dominios discursivos que lidian con la moral de la conquista y su descripción económica, e<br />
iluminan las profundas diferencias entre el lugar de enunciación del joven Ercilla, hasta hace poco<br />
paje de Felipe II, y los <strong>cronistas</strong> Góngora Marmolejo y Mariño de Lobera-Escobar, simples<br />
soldados que esperaban mejorar su condición social con el esfuerzo de la conquista. Este trabajo se<br />
enmarca, así, en una perspectiva que releva el modo en que los textos ejecutan el proyecto imperial,<br />
en el entendido de que el conocimiento que producen estos discursos está vinculado a las prácticas<br />
colonialistas europeas. La lectura del poema y las dos crónicas permitirá describir el modo en que,<br />
apenas pisado el suelo americano, el discurso que sostiene el proyecto imperial muestra fisuras<br />
desde las cuales se articulará, más adelante, un nuevo discurso: el de la identidad criolla.<br />
Ercilla y el discurso historiográfico<br />
La discusión que emprenderemos se enmarca en una serie de problemas que se han vuelto<br />
tópicos ineludibles cuando se trata de leer el poema épico; me refiero a todas aquellas preguntas que<br />
tocan, de algún modo, la relación entre La Araucana y las crónicas o historias coloniales. La<br />
articulación del más célebre poema épico de la conquista de América con el discurso historiográfico<br />
ha sido siempre difícil; desembarazar de su envoltura épica los hechos históricos, aparentemente,<br />
deja en evidencia la fragilidad de los límites entre la “verdad” y la “ficción” literaria. Esta<br />
ambigüedad del poema ha resultado en opiniones que, si bien no son enteramente contradictorias, al<br />
menos representan modos distintos de valorar su historicidad. Quisiera dar cuenta muy brevemente<br />
de las principales inflexiones de la discusión—que en ocasiones ha adquirido el carácter de<br />
controversia—sobre el predominio del carácter literario o histórico del poema.<br />
Los primeros estudios sobre Ercilla pusieron especial énfasis en comprobar la historicidad de La<br />
Araucana; así se lee en el trabajo de Andrés Bello 2 y en los estudios de José Toribio Medina 3 y<br />
que se relacionan fundamentalmente con la tendencia de Ercilla a la exageración, el deslucido rol<br />
que le otorga a García Hurtado de Mendoza y su falta de prolijidad (Durand, “Caupolicán, clave<br />
historial” 372-75).<br />
2 Andrés Bello argumenta que la fidelidad histórica del poema está relacionada con la inmediatez<br />
de los sucesos narrados: “Ercilla, escribiendo los hechos en que él mismo intervino, los hechos de<br />
sus compañeros de armas, hechos conocidos de tantos, contrajo la obligación de sujetarse algo<br />
servilmente a la verdad histórica. Sus contemporáneos no le hubieran perdonado que introdujese en<br />
ellos la vistosa fantasmagoría con que el Tasso adornó los tiempos de la primera cruzada, y<br />
Valbuena, la leyenda fabulosa de Bernardo del Carpio” (345).
Stefanie <strong>Massmann</strong> 35<br />
Tomás Thayer Ojeda, quien concluye que “en lo pertinente a la memoria de los guerreros, Ercilla es<br />
el más fidedigno de los <strong>cronistas</strong>” (387). La cuestión del valor histórico del poema ha seguido<br />
captando la atención de críticos como José Durand, quien se preocupó de demostrar la veracidad de<br />
la prueba del tronco de Caupolicán en un erudito artículo de 1978 4 . Otros, sin negar que la mayor<br />
parte de los hechos narrados en el poema son verídicos, intentan destacar su factura artística. 5 Frank<br />
Pierce enfatiza el carácter poético de una obra que, en comparación con las crónicas, entrega mayor<br />
“profundidad” a los personajes y presenta los acontecimientos en términos “dramáticos”,<br />
“emotivos” y “personales”. 6 El papel que juega el propio Ercilla como narrador es utilizado<br />
también, en ocasiones, para destacar el carácter literario del poema, 7 como lo hace Avalle-Arce:<br />
“Alabar al poema por ser historia es un solemne caso de miopía crítica. La Araucana es un poema y<br />
como tal hay que juzgarlo. Es un poema épico en el que las interrupciones del yo son tan frecuentes<br />
que han despistado a la crítica, que no ha visto en él un insigne caso de épica personalizada” (55).<br />
La relevancia que se da a los episodios fantásticos es también variable: mientras unos opinan que en<br />
3 José Toribio Medina argumenta a favor de la historicidad del poema acudiendo al juicio de<br />
numerosos críticos e historiadores, quienes coinciden en considerar el poema como histórico. Las<br />
licencias poéticas del autor no harían mella en su historicidad, como aclara a continuación: “sería<br />
absurdo suponer siquiera que no hay nada en la Araucana que no sea rigurosamente histórico. La<br />
índole de la obra, conforme a los propósitos del autor, era, ciertamente, histórica, pero el carácter<br />
poético de que a la vez la adornaba, no podía ni debía excluir ficciones, encarecimientos e<br />
hipérboles. Para eso era al fin poeta. Pero los adornos los emplea en circunstancias tales, que a nadie<br />
pudieran engañar” (420).<br />
4 Durand intenta rehabilitar el carácter histórico de La Araucana demostrando la autenticidad del<br />
episodio en que Caupolicán realiza la prueba del madero (Canto II), leído por lo general como<br />
fantástico. El principal argumento de Durand se basa en las coincidencias entre Ercilla y la obra de<br />
Jerónimo de Vivar, Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile (1558) (ver<br />
Durand “Caupolicán”). Isaías Lerner, aunque no comparte la lectura historicista del poema, también<br />
constata que el poema “funcionó como documento durante más de tres siglos” (“Introducción” 20).<br />
5 Particularmente lúcida es la argumentación de Marcos A. Morínigo, quien señala que “la intención<br />
con que el autor emprende la redacción de su obra excluye la prosa porque La Araucana fue<br />
concebida como un poema heroico-histórico. Poema en primer lugar, es decir como una obra de arte<br />
literario—y lo que el autor afirma sobre esto se desautoriza desde los primeros versos de la obra—y<br />
heroico-histórico luego, porque su tema son las hazañas de unos seres sobrehumanos de existencia<br />
histórica cierta: los españoles y los indios” (208). Luego agrega que “este carácter poemático de La<br />
Araucana es lo que explica bien la actitud de Ercilla hacia los españoles. Para él los españoles son<br />
personajes históricos …los indios en cambio son personajes poemáticos por su exotismo, porque no<br />
pertenecen al mundo dominado por la civilización cristiana” (209).<br />
6 Pierce destaca, por ejemplo, la mayor importancia de las mujeres en el poema en comparación<br />
con la que les conceden las crónicas, y señala que “the working of the female element into the<br />
Araucana gives another kind of depth in the depiction on single characters” (Alonso de Ercilla y<br />
Zúñiga 34); un poco más adelante concluye que “it is abundantly clear that Ercilla as a poet tends to<br />
personalise and sees even collective actions in emotive and dramatic terms” (Alonso de Ercilla y<br />
Zúñiga 35).<br />
7 Las técnicas que utiliza Ercilla en relación con el yo poético son estudiadas por Avalle Arce en<br />
“El poeta en su poema: el caso de Ercilla”, por Cedomil Goic en “Ercilla y Cervantes: imágenes en<br />
suspenso” y por Frank Pierce en Alonso de Ercilla y Zúñiga (62-69).
36<br />
<strong>Poetas</strong> y <strong>cronistas</strong>: consideraciones sobre la reescritura de La Araucana<br />
el poema hay una clara predominancia del relato histórico en desmedro de la fantasía, otros destacan<br />
su valor a pesar de la escasa presencia que tiene en términos cuantitativos. 8<br />
En esta discusión cabe también la pregunta por el tipo de recepción que tuvo el poema por parte<br />
de sus contemporáneos, la cuestión de sus modos de lectura y utilización. Hay cierto consenso en la<br />
popularidad del poema a pesar de las críticas que recibió 9 : así lo afirman Marcelino Menéndez y<br />
Pelayo, Irving Leonard 10 y Frank Pierce. Este último destaca que La Araucana “gozó de<br />
popularidad excepcional hasta 1700” (La poesía épica 265). El grado de influencia literaria de la<br />
obra, sin embargo, no responde a la pregunta por la manera en que fue leída por sus<br />
contemporáneos. Lía Schwartz Lerner resume la recepción del poema señalando que “[e]l poema de<br />
Ercilla fue considerado como una obra ‘literaria’ escrita de acuerdo con ciertos cánones retóricos y<br />
así fue considerada en su época” (615). Otros autores, por el contrario, prefieren enfatizar la<br />
recepción de los acontecimientos históricos, lo que va aparejado, naturalmente, con su utilización<br />
como fuente histórica. Es así como Durand afirma que “prevaleció la opinión de que Ercilla fue<br />
autor veraz” (372), agregando que La Araucana fue leída en su tiempo como documento histórico y<br />
así utilizada por Alonso de Góngora y Marmolejo y Pedro Mariño de Lobera. Con mayor<br />
moderación, y tomando en cuenta los rasgos del género épico, Avalle-Arce confirma esta idea al<br />
describir el vínculo entre épica e historiografía: “La historiografía medieval castellana siente a la<br />
epopeya de su terruño como algo tan fundamentalmente real y apegado a la verdad que se la utiliza<br />
como fuente histórica” (21), actitud que a su juicio se extiende hasta el Renacimiento. La utilización<br />
como fuente histórica no significa, claro está, que el poema haya sido leído como una crónica.<br />
Plantear esta discusión en términos de una oposición directa entre la vocación histórica o<br />
literaria del poema es, en mi opinión, peligroso, pues se corre el riesgo de ignorar tanto el carácter<br />
_________________________<br />
8 La inclusión de los episodios fantásticos en el poema fue, en general, interpretada (de modo<br />
crítico o justificándola) solo como un modo de amenizar la materia del poema (Medina, Historia de<br />
la literatura colonial de Chile 28). Jaime Concha, por el contrario, subraya estos episodios porque<br />
ligan la colonia con la metrópoli; la opinión de Concha tiene eco en Isaías Lerner (36-37) y en el<br />
excelente estudio de James Nicolopulos, quien estudia especialmente el uso político de la profecía<br />
que se expresa a través de la imitación de modelos literarios prestigiosos.<br />
9 La historia crítica de La Araucana puede revisarse en La poesía épica del Siglo De Oro, de Frank<br />
Pierce. Si bien, como señala Íñigo Madrigal, en las fechas de su aparición y aun en el siglo XVII los<br />
juicios sobre la obra de Ercilla eran, por lo general, encomiásticos (198), podemos encontrar uno de<br />
los primeros reparos al poema en Cristóbal Suárez de Figueroa; sus Hechos de Don García Hurtado<br />
de Mendoza, Quarto Marqués de Cañete (1613) fustigan el poema por su falta de unidad. Ya en el<br />
siglo XVIII, la condena más influyente fue la de Voltaire, que alaba algunos pasajes del poema pero<br />
termina censurando su falta de unidad, monotonía y exagerada extensión. Los juicios de Voltaire<br />
siguieron teniendo eco durante el siglo XIX.<br />
10 Menéndez y Pelayo indica que La Araucana “sirvió de prototipo a todos los [poemas] de materia<br />
histórica, compuestos en América, o sobre América, durante la época colonial” (292); Leonard<br />
destaca que La Araucana era uno de los libros que con mayor frecuencia traían los conquistadores a<br />
América, como puede deducirse de los informes de los inquisidores (144). El estadounidense agrega<br />
que el poema de Ercilla es una excepción en cuanto es el único texto relacionado con la conquista<br />
americana que se encuentra en las bibliotecas limeñas: ello muestra, a su juicio, “la aparente<br />
indiferencia por los temas locales y la preocupación por las letras europeas” debidas a “la completa<br />
subordinación de la sociedad indiana a la fuerza espiritual, económica y política de la metrópoli”<br />
(189). No es sorpresivo que La Araucana sea leída en este contexto; si bien es de tema indiano, se<br />
trata de una obra escrita desde y para la metrópoli.
Stefanie <strong>Massmann</strong> 37<br />
del discurso histórico como las convenciones del género épico. En cuanto al primer punto, debe<br />
considerarse discutirse la propia concepción de “verdad histórica”, un criterio que ha sufrido<br />
cambios importantes a lo largo de los siglos. Es inadecuado juzgar la noción de “historia verdadera”<br />
que Ercilla menciona en el Prólogo de la Primera Parte según una concepción iluminista que exige<br />
la correspondencia de lo verdadero con aquello que es comprobable por otros; el concepto de<br />
verdad histórica vigente durante el Renacimiento respondía más bien a las garantías que ofrecía el<br />
prestigio del autor en cuanto a que lo narrado por él era cierto (Zamora 338). Por lo demás, este tipo<br />
de historiografía permitía ciertas libertades al autor, como inventar diálogos o adornar ciertas<br />
escenas, lo que no minaba su cualidad de texto histórico. En cuanto al segundo punto, hay que<br />
recordar la tradición literaria en la que se enmarca el poema de Ercilla. Se trata de un poema épico<br />
renacentista en su vertiente histórico-política, es decir, característicamente basado en hechos<br />
históricos, 11 aunque esto no impide la incorporación de elementos fantásticos o la disposición de los<br />
hechos de acuerdo al paradigma de la épica. La oposición entre historia-verdad y literatura-ficción<br />
que a veces subyace a la discusión sobre la veracidad histórica de La Araucana es, a fin de cuentas,<br />
falsa, pues en esta clase de épica la verdad histórica y la factura literaria no son mutuamente<br />
excluyentes.<br />
Pero la admisión de este axioma no soluciona todos los problemas, y así nos lo muestra la<br />
lectura de textos contemporáneos al poema de Ercilla que discuten este mismo asunto. Debemos<br />
aceptar, pues, que existe siempre una zona gris, una cierta dificultad para leer e interpretar, hoy<br />
como ayer, un texto que representa con criterio artístico acontecimientos históricos. 12 Lo anterior<br />
puede comprobarse fácilmente con un rápido vistazo a los juicios que Pedro Mariño de Lobera y<br />
Alonso de Góngora Marmolejo hacen sobre el valor de la verdad histórica en el poema de Ercilla.<br />
Ambos autores separan claramente el “estilo” del autor, es decir, la calidad literaria del texto, de su<br />
valor como documento histórico. Incluso en el prólogo de su crónica, donde defiende la originalidad<br />
de su trabajo afirmando que es el primero que escribe sobre el reino de Chile en prosa, Góngora<br />
Marmolejo menciona a Ercilla. Esto muestra que, incluso sin tenerle simpatía, La Araucana es un<br />
referente ineludible para cualquiera que escriba sobre la Guerra de Arauco: “Aunque don Alonso de<br />
Arcila, caballero que en este reino estuvo poco tiempo en compañía de don García de Mendoza,<br />
escrebió algunas cosas acaecidas en su Araucana...por no ser tan copiosa cuanto fuera necesario<br />
para tener noticia de todas las cosas del reino, aunque por buen estilo, quise tomallo desde el<br />
principio hasta el día de hoy, no dejando alguna cosa que no fuese a todos notoria” (Góngora<br />
Marmolejo 70). El cronista no pone en duda el talento artístico de Ercilla, pero desliza una crítica al<br />
señalar que el poema no entrega una idea completa de lo sucedido. La tarea de contar la “verdadera”<br />
historia de los acontecimientos recae, entonces, en manos del cronista. Mariño de Lobera, por su<br />
parte, pone en el centro de la discusión al lector, el que debiera saber cómo leer un poema épico. Al<br />
respecto, comenta largamente el modo correcto de interpretar lo contado por Ercilla sobre la prueba<br />
del tronco de Caupolicán:<br />
_________________________<br />
11 Lara Vilà utiliza esta denominación para referirse a los poemas épicos del Renacimiento español,<br />
particularmente los producidos desde mediados del siglo XVI hasta principios del XVII, que se<br />
caracterizaban por “tratar de hechos esforzados y heroicos a través de los cuales se hace referencia a<br />
la historia pasada o reciente de la nación y cuya finalidad es fundamentalmente política” (140).<br />
Evidentemente, hablamos de lo que se denomina “épica culta”, que imita modelos clásicos, y no de<br />
los poemas épicos “primarios” que siguen el cauce popular, oral, de la gesta medieval (Quiñones<br />
259).<br />
12 En Menéndez y Pelayo puede leerse el planteamiento de este problema (230). Irving Leonard<br />
confirma, también, la idea de que los límites entre historia y ficción fueron siempre difusos (143).
38<br />
<strong>Poetas</strong> y <strong>cronistas</strong>: consideraciones sobre la reescritura de La Araucana<br />
No quiero dejar de advertir al lector sobre este punto, que si acaso leyere la historia<br />
llamada Araucana, compuesta por el ilustrísimo poeta don Alonso de Ercilla vaya<br />
con tiento en el dar el lejítimo sentido a las palabras con que pondera el largo tiempo<br />
que este Capolicán tuvo en sus hombros un pesadísimo madero, arrojándole después<br />
un grande trecho de sí como cosa en que consistia su eleccion por estar determinado<br />
que el que mas tiempo sustentase aquel madero, fuese electo. En lo cual me refiero a<br />
su historia avisando aquí al lector que entienda que este caballero habla como poeta<br />
con exajeracion hiperbólica, la cual es tan necesaria para hacer excelente su poesía,<br />
como lo es para mi historia el ser verdadera sin usar de las licencias que Horacio<br />
concede a los poetas (Mariño de Lobera 149).<br />
A Ercilla hay que tomárselo, dice, cum grano salis, mientras que la crónica hay que leerla de modo<br />
literal. No obstante, de inmediato aclara que “mientras la exajeracion es mayor tanto mas se debe<br />
alabar a don Alonso de Ercilla: poniendo empero resguardo a que entienda el lector que no por esto<br />
deja de ser verdad comúnmente lo que escribe, pues una ficcion no quita el crédito a la poesía. Y así<br />
verá el lector que en las mas concuerda con lo que aquí se escribe, que es lo que pasó en efecto de<br />
verdad” (Mariño de Lobera 149-50). Incluso los lectores de entonces necesitaban, al parecer,<br />
referencias para enfrentarse a un texto como el de Ercilla, puesto que siempre estaba presente el<br />
peligro de leer de modo literal escenas que tenían intención estética.<br />
La Araucana y las crónicas del reino de Chile: aproximaciones a una recepción crítica<br />
La recepción polémica de La Araucana por parte de los <strong>cronistas</strong> del reino de Chile puede<br />
rastrearse especialmente hacia fines del siglo XVI y principios del siglo XVII, es decir, en Pedro<br />
Mariño de Lobera, Alonso de Góngora Marmolejo y Alonso González de Nájera. Con posterioridad<br />
las críticas se fueron suavizando e incluso algunos <strong>cronistas</strong> como Alonso de Ovalle siguieron al<br />
poema épico de cerca, y en obras como Restauración de la nueva Imperial (h. 1700), de Juan de<br />
Barrenechea y Albis, Ercilla tiene el privilegio de ser ampliamente citado. Esta tibia recepción en<br />
los textos tempranos debe apreciarse, en principio, considerando las contiendas personales de los<br />
autores, particularmente el conocido episodio de la disputa entre Ercilla y el entonces gobernador<br />
don García Hurtado de Mendoza, quien lo condenó a muerte (ver Medina, Vida de Ercilla 77-81).<br />
La providencial salvación de Ercilla no aminoró, por cierto, su disgusto, motivo por el cual su<br />
poema “pasa tan de corrido por la hazañas de don García, que apenas se repara en alguna de ellas”<br />
(Mariño de Lobera 238), como se le reprocha. Sin embargo, hay más que contiendas personales en<br />
la resistencia de los <strong>cronistas</strong> a aceptar la representación que hace Ercilla de la Guerra de Arauco. El<br />
interés de lo que sigue es, precisamente, definir estas diferencias más allá de las disputas que tienen<br />
por objeto intereses personales.<br />
Parte de estas divergencias se deben a las particularidades de cada tipo discursivo. En su artículo<br />
“Literary Production and Supression: Reading and Writing about Amerindians in Colonial Spanish<br />
America”, Rolena Adorno puso en el tapete algunas de ellas a propósito de la representación del<br />
indígena, señalando que los <strong>cronistas</strong> debían ser mucho más cuidadosos que los poetas al<br />
describirlo. Estos últimos podían ampararse en el modelo del poema épico, que controla qué se dice<br />
y cómo se dice, algo que los mantenía a salvo de cualquier sospecha de alentar o justificar la<br />
rebelión indígena. Los textos épicos, además, representan al indígena como una víctima que ha sido<br />
destruida, y su final nunca es amenazante pues consiste siempre en su docilidad o muerte. 13 La<br />
_________________________<br />
13 La representación en la épica de este ineludible “destino” del indígena debe entenderse en el<br />
marco del poder que ejerce el género en cuanto a la construcción de un discurso que verifique las<br />
victorias imperiales. El discurso épico es, por tanto, teleológico, pues proyecta su poderío presente
Stefanie <strong>Massmann</strong> 39<br />
libertad de los <strong>cronistas</strong> constituía un peligro y, por tanto, las descripciones de los habitantes nativos<br />
debían ser más recatadas y cuidadosas para evitar la censura (Adorno 6). No es una sorpresa<br />
entonces que la representación del indígena en las crónicas del reino de Chile diste mucho de la<br />
caracterización heroica que Ercilla adscribió a los mapuches.<br />
Las observaciones de Adorno con respecto a las diferencias entre épica y crónica están<br />
relacionadas con la función que cumplen estos textos como manifestaciones ideológicas. Con<br />
respecto a ello, la complicidad de los textos épicos con la perpetuación del poder imperial es un<br />
hecho irrefutable, aunque La Araucana en particular haya sido entendida en ocasiones como un<br />
texto que, por lo menos parcialmente, critica aspectos del lado español. 14 No obstante, y más allá de<br />
la discusión a propósito de la importancia que puede atribuírsele a las críticas a los soldados<br />
españoles y el respeto por el enemigo mapuche, la afirmación de la fidelidad fundamental del<br />
poema hacia el proyecto imperial me parece inevitable.<br />
La situación de las crónicas coloniales es algo diferente, aunque también tienen su origen en las<br />
necesidades del imperio. 15 Con frecuencia se les atribuye, sin embargo, un carácter contrahegemónico<br />
o desmitificador de la representación heroica de la conquista. Sin negar en absoluto que<br />
muchas crónicas se alejan del relato épico al representar la conquista, debemos ser cuidadosos en<br />
calificar el grado de desapego del proyecto imperial que esto conlleva, que en muchas ocasiones es<br />
muy parcial: tanto épica como crónica cumplen un rol importante como parte de un entramado<br />
discursivo que se encuentra, en mayor o menor medida y con alguna que otra renuncia, al servicio<br />
del imperio. Las diferencias entre épica y crónica no se relacionan tanto con el grado de adhesión a<br />
la ideología imperial sino más bien con el lugar desde donde estos discursos pueden adherirse a ella.<br />
Si el rol de la épica, tal como señala Elisabeth Davis, es “proyectar una imagen idealizada de un<br />
grupo social al que los escritores pertenecían, una elite que consideraba sus propios intereses<br />
compatibles con los de la monarquía y con el proyecto imperial” (traducción mía, 207), entonces<br />
podemos suponer que el compromiso de la crónica con este proyecto no es necesariamente menor.<br />
Simplemente no puede establecerse desde el mismo lugar, es decir, desde una identificación entre<br />
los intereses de los <strong>cronistas</strong> y los de la monarquía, sino que en el marco de una dependencia de<br />
de manera profética hacia el futuro y descubre en el pasado su origen legitimador (Quint, “Epic and<br />
Empire” 27). En todo momento la narración de los acontecimientos bélicos conduce<br />
inevitablemente a la victoria y a la confirmación del efectivo ejercicio del poder.<br />
14 Beatriz Pastor destaca la importancia que tiene en el poema la crítica al español, pues encontramos<br />
una “desmitificación y crítica abierta de los conquistadores españoles … así como de los<br />
valores que aquellos encarnan” (521). Más adelante señala que “La Araucana no narra el proceso de<br />
restauración de una mítica coherencia entre proyecto ideológico y realidad colonial, sino la<br />
progresiva toma de conciencia de la imposibilidad de esta unidad” (569). Tendremos oportunidad de<br />
plantear, a lo largo de este trabajo, una lectura alternativa a esta.<br />
15 Roberto González Echevarría ha llamado la atención sobre la influencia de la “relación” en la<br />
historiografía indiana, por resultar un medio útil para responder a los requerimientos legales<br />
(González Echevarría 20). En efecto, la relación es un relato o informe solicitado por la corona<br />
(Mignolo 70), y aunque hay muchos textos que no responden de modo oficial a este tipo de<br />
requerimiento, se modelan en parte bajo sus principios organizativos e ideológicos. Marie Louise<br />
Pratt ha llamado la atención sobre las relaciones entre conocimiento e imperialismo; particularmente,<br />
ha advertido cómo la circunnavegación de Magallanes y el relevo cartográfico de las costas<br />
del Nuevo Mundo constituyen proyectos totalizadores o planetarios, así como más adelante la<br />
exploración científica se convertiría en un aparato ideológico a través del cual Europa se relataría a<br />
sí misma ante otras partes del mundo (51). También en el caso de la crónicas coloniales el<br />
conocimiento está, evidentemente, al servicio de la dominación política y económica.
40<br />
<strong>Poetas</strong> y <strong>cronistas</strong>: consideraciones sobre la reescritura de La Araucana<br />
estos intereses. 16 Hasta cierto punto, se trata de lugares de enunciación distintos en términos de<br />
clase, pero también geográficos (metrópoli-colonia) y en cuanto a la relación que los escritores<br />
establecen con la colonia (chapetones-baquianos). Esta diferencia implica un modo de dar cuenta de<br />
los acontecimientos distinta, y podemos suponer que La Araucana, aunque por una parte constituye<br />
una autoridad, por otra da cuenta de una mirada al imperio que no corresponde con la que<br />
representan los <strong>cronistas</strong>.<br />
Tomando en cuenta estas consideraciones revisaré la recepción que tuvo la publicación de la<br />
primera parte de La Araucana (1569) en los dos primeros textos históricos que se escribieron<br />
inmediatamente después de la publicación del poema, Historia de todas la cosas que han acaecido<br />
en el reino de Chile y de los que lo han gobernado (1575) y Crónica del reino de Chile (h.1594).<br />
Estas crónicas tienen como indudable referencia el poema de Ercilla, ya sea basándose en mayor o<br />
menor medida en el poema para el relato de los acontecimientos, ya sea aceptando o discutiendo<br />
ciertas representaciones que este proporciona. La pregunta será, entonces, en qué sentido las<br />
crónicas reelaboran ciertas representaciones de Ercilla y cómo pueden interpretarse en términos<br />
ideológicos.<br />
Cómo escribir a pesar de La Araucana<br />
Alonso de Góngora Marmolejo es un soldado español que acompaña a Pedro de Valdivia en la<br />
conquista de Chile y que escribe su Historia relatando, en su mayoría, asuntos en los que él mismo<br />
ha participado. Su obra narra los hechos ocurridos desde la fracasada entrada de Diego de Almagro<br />
a Chile en 1536 hasta el gobierno de Melchor Bravo de Saravia en 1575. Como soldado poco<br />
versado en las letras, se trata de una obra escrita en un estilo sobrio; es una escritura denotativa, 17<br />
aunque lejos de ser, por ello, objetiva. 18 Por el contrario, lo alienta la vocación por exponer un punto<br />
de vista claro y juzgar el accionar de los gobernadores y autoridades, de modo que la crítica a la<br />
administración colonial resulta uno de sus temas recurrentes (Invernizzi, “Los trabajos de la guerra”<br />
12). El relato está plagado de intrigas, engaños y mentiras que tejen una red que, más allá de la<br />
guerra que rodea los frágiles intentos de los españoles por asentarse, ahoga el ímpetu conquistador.<br />
_________________________<br />
16 José Durand utilizó un punto de vista muy parecido al analizar la actitud de Ercilla frente a<br />
españoles e indios en “El chapetón Ercilla y la honra araucana”. Allí asocia las críticas del poeta a<br />
los españoles a su actitud “antibaquiana”, es decir, a las rivalidades internas entre los conquistadores<br />
viejos, los “baquianos” y los recién llegados, “chapetones”, a quienes separaban “intereses<br />
económicos, sociales y también un factor psicológico” (113). También Quint ha señalado que<br />
“Ercilla identifies with the power and interests of the king over those of the colonist” (Epic and<br />
Empire 172). Con respecto a este asunto, es Hernán Vidal quien probablemente explica de mejor<br />
modo la relación entre clase social y épica, al señalar que en esta “la arquetipificación universalista<br />
no logra borrar . . . el origen clasista de esta construcción. Esto es visible en la estructura misma de<br />
la épica: la narración enfoca primordialmente al héroe y a sus lugartenientes más cercanos . . . por el<br />
contrario, en la narración las masas de soldados aparecen como fuerza anónima, difusa, sin voluntad<br />
propia, maleables a la voluntad del héroe y su élite” (37).<br />
17 Miguel Donoso describe a Góngora Marmolejo como “poco dado a la fantasía y a engrandecer<br />
con exageraciones los hechos bélicos” y, como él mismo señala, coincide con el juicio que hiciera<br />
Diego Barros Arana sobre este autor, a quien califica de equitativo y desapasionado (Donoso 72).<br />
18 Lucía Invernizzi ha probado esto de modo contundente en su estudio introductorio a la obra del<br />
cronista, “Estructura de la Historia de Góngora Marmolejo” y en su artículo “¿Ilustres hazañas?”.
Stefanie <strong>Massmann</strong> 41<br />
La precariedad de la conquista y, más allá incluso, la de la sociedad colonial, tiene un lugar<br />
primordial en la crónica compuesta, conjuntamente, por el soldado Pedro Mariño de Lobera y el<br />
fraile Bartolomé de Escobar. 19 Su estilo, mucho más florido, busca producir un impacto en el lector.<br />
Se trata de un texto que representa de modo muy explícito y visible tanto las virtudes como los vicios<br />
del nuevo mundo y de sus habitantes, ofreciendo descripciones hiperbólicas de su riqueza y de<br />
las miserias que deben vivir los conquistadores. Los indígenas tienen un lugar importante en el texto<br />
y el autor hace referencias críticas al modo en que son explotados y violentados, pero no deja de<br />
lado la representación del indígena como un bárbaro capaz de las mayores torpezas en caso de<br />
necesidad.<br />
Ante la dificultad para acomodarse a la visión triunfalista de La Araucana en medio de la<br />
inestabilidad de la guerra, Góngora Marmolejo y Mariño de Lobera dan a conocer una visión más<br />
sombría, 20 alejándose de la concepción de la guerra como el medio violento a la vez que sublime<br />
que instaura el orden al que está predestinado el universo; por el contrario, la guerra es percibida<br />
como fuente del caos más brutal. La imaginación de Mariño de Lobera es la que extrema esta idea:<br />
en su texto deambulan, por una parte, las fantasías de la conquista como una riqueza incontable, los<br />
milagros que indican la benevolencia de Dios con esa tierra; por otro lado, hay escenas infernales de<br />
canibalismo, guerra, crueldades injustificadas, miserias, presencia demoníaca y hambre—todas<br />
indican un equilibrio muy precario, tanto en términos bélicos como en términos económicos y<br />
morales. Siempre se está a un paso de hundirse en la derrota militar, y también en la miseria<br />
material y moral. 21<br />
_________________________<br />
19 Este último reescribió, a petición del ex gobernador de Chile , don García Hurtado de Mendoza,<br />
un escrito que el viejo soldado había dejado antes de morir, en donde narraba sucesos de la historia<br />
de Chile en los que había participado. El fraile reescribió la historia destacando el papel de Hurtado<br />
de Mendoza, así como agregando referencias cultas y digresiones que presumiblemente no estaban<br />
en el relato original, aunque no puede determinarse con exactitud hasta qué punto el texto fue<br />
intervenido. Estas circunstancias de composición fueron motivo de reproche por parte de<br />
historiadores como Crescente Errázuriz y Luis Thayer Ojeda, pues se consideró que lo convertían en<br />
un texto poco fiable, además de tener un fin propagandístico, lo que le restaría valor histórico. Me<br />
parece, no obstante, que en la enunciación del texto intervienen elementos paradigmáticos de la<br />
cultura colonial que lo convierten en una obra de gran riqueza como señaló en su momento<br />
Fernando Casanueva (126). La necesidad de relatar aquello que ha sido presenciado con los propios<br />
ojos, lo visto y lo vivido por el propio autor es fundamental para establecer la autoridad de un texto<br />
en la tradición colonial. Por otra parte, la espada debe ir acompañada por la pluma, que en el caso de<br />
Lobera parecía ser insuficiente y que la enciclopedia del fraile suple con entusiasmo. La narración<br />
de los sucesos históricos, además, se entremezcla con el propósito político de ensalzar a Hurtado de<br />
Mendoza y con el de ofrecer una interpretación teológico-moral de la conquista. La obra adquiere,<br />
así, una rica densidad asociada a la multiplicidad de propósitos que convergen en ella.<br />
20 Gilberto Triviños incluye los textos de Góngora Marmolejo y de Lobera-Escobar entre aquellos<br />
que forman parte de una tradición textual que erosiona el mito de la conquista (51). No obstante,<br />
hay que destacar que la obra de Lobera-Escobar es notablemente más crítica que la de Góngora<br />
Marmolejo con respecto al tratamiento que reciben los indígenas.<br />
21 Aludiendo a la desaparición de cualquier regla social y moral entre los conquistadores, en<br />
Mariño de Lobera-Escobar se lee que “vivia cada uno como queria” (330) y más adelante se explica<br />
que “los indios estaban cada dia mas ladinos, mas diestros, mas saboreados de la guerra, mas<br />
encarnizados en sus contrarios. Los españoles estaban cada dia mas pobres, mas codiciosos, mas<br />
desesperados, y mas amigos de hacer molestias a los indios usando con ellos extraordinarios
42<br />
<strong>Poetas</strong> y <strong>cronistas</strong>: consideraciones sobre la reescritura de La Araucana<br />
Es así como en estas crónicas la representación del indígena está mediada por el miedo a la<br />
derrota por un lado, y el miedo a la propia barbarie por otro. Si bien las crónicas recuperan en<br />
ocasiones la representación heroica del araucano presente en el poema de Ercilla, se trata de una<br />
representación insostenible que rápidamente deriva en la imagen del indígena como bárbaro o como<br />
víctima inocente.<br />
La moral de la conquista: Caupolicán empalado y el sacrificio o el menester de morir en<br />
Arauco<br />
El mecanismo que permite esta desviación puede describirse con mayor detalle si nos detenemos<br />
en el modo en que las crónicas elaboran el conocido pasaje de la muerte de Caupolicán en La<br />
Araucana. Se trata de un pasaje clave del poema, pues resuelve de manera ejemplar los conflictos<br />
dispuestos en la obra. Caupolicán forma parte del grupo de indígenas que, junto a Colo-Colo, se<br />
describen como razonables y capacitados, al contrario del prototipo del indígena irracional e<br />
instintivo representado por Tucapel (estos dos modelos de representación del indígena han sido<br />
notados por Roberto Castillo Sandoval [239]). La violencia sin motivo ni razón encarnada en este<br />
último, si bien en parte admirable, es una manifestación de la barbarie primordial de los indígenas;<br />
la racionalidad y prudencia de Caupolicán, en cambio, lejos de ser una racionalidad “otra”, coincide<br />
con la racionalidad de los propios conquistadores. El líder araucano, una vez capturado, ofrece a los<br />
españoles la rendición, haciendo resplandecer por un momento el cumplimiento de la utopía de la<br />
conquista:<br />
Y pues por la experiencia claro has visto,<br />
que libre y preso, en público y en secreto,<br />
de mis soldados soy temido y quisto,<br />
y está a mi voluntad todo sujeto,<br />
haré yo establecer la ley de Christo,<br />
y que, sueltas las armas, te prometo<br />
vendrá toda la tierra en mi presencia<br />
a dar al Rey Felipe la obediencia (XXXIV, 14).<br />
Caupolicán lo ofrece todo en la lógica del español: su conversión y la de los suyos y la rendición de<br />
su pueblo aceptando la autoridad española. Pese a ello, el líder debe morir. Ercilla critica su muerte<br />
como una decisión apresurada (XXXIV, 17), y se asegura de atribuir la responsabilidad a otros. Él,<br />
que había participado en las batallas descritas en el texto, se encuentra ahora en un discreto segundo<br />
plano, lejos de los acontecimientos, y asegura “que si yo a la sazón allí estuviera, / la cruda<br />
ejecución se suspendiera” (XXXIV, 31). Se reconoce, por tanto, un grado de injusticia en la<br />
ejecución de Caupolicán, el admirado guerrero que decide, en la lógica del poema, tomar el camino<br />
“correcto” de la conversión y la rendición. No obstante, Ercilla convierte esta escena “injusta” en el<br />
momento cúlmine de su obra, subrayando así las condiciones del mundo que representa. En ese<br />
universo, ni las reprochables acciones de algunos españoles ni la valentía del araucano, así como<br />
tampoco su prudencia ni su sentido de justicia, tienen incidencia alguna en el destino final del<br />
Imperio, que es imponerse por derecho propio. En esta lógica, la abdicación de Caupolicán no es<br />
necesaria para la realización de la conquista, que ha de concretarse de cualquier modo—con o sin<br />
abdicación, con o sin conversión. La conquista no depende, finalmente, de las acciones de los<br />
indígenas, de la valentía o prudencia de sus caudillos ni de sus habilidades bélicas, pues en todo<br />
momento el destino final es su realización histórica.<br />
Caupolicán acepta su ejecución con un estoicismo que sería completamente admirable si en él<br />
no resonara el eco de las certeras palabras de Fresia reprochándole su derrota; la figura reúne, así,<br />
desafueros y crueldades. Y así era todo inquietudes y todo alborotos, todo guerra, y todo mortandades”<br />
(380).
Stefanie <strong>Massmann</strong> 43<br />
elementos irreconciliables, como la deserción y la valentía. Más aún, la escena resplandece<br />
justamente por la contradicción que encarna, pues ni su rendición ni su conversión tienen efecto<br />
alguno sobre su destino; su muerte es, de este modo, un costo que simplemente se debe asumir. Solo<br />
queda la contemplación de un sacrificio que, si bien es brutal, reafirma el orden fundamental de la<br />
primacía del colonizador. 22<br />
Contrariamente a lo que observamos en La Araucana, los <strong>cronistas</strong> necesitan explicar la muerte<br />
de Caupolicán como consecuencia de ciertos hechos y condiciones, en vez de exponer su castigo<br />
como una necesidad desvinculada de lo contingente. Veamos cómo funciona este mecanismo.<br />
Góngora Marmolejo describe al guerrero con notas negativas, pues señala que es un “hombre<br />
valiente y membrudo, a quien los indios temían mucho, porque además de ser guerrero era muy<br />
cruel con los que no querían andar en la guerra y seguir su voluntad” (168). El cronista hace<br />
referencia a la fortaleza física y a la valentía del guerrero que había destacado Ercilla, pero lo<br />
convierte en un tirano que resulta cobarde y mentiroso, pues promete traer a sus captores una<br />
espada, una celada y una cadena de oro con un crucifijo que habían pertenecido a Pedro de Valdivia,<br />
además de ofrecer su rendición, lo que resultó ser “entretenimiento y mentira”. A consecuencia de<br />
ello es castigado con la muerte, y Góngora Marmolejo sentencia con desprecio: “este es aquel<br />
Queupulican que don Alonso de Arcila en su araucana tanto levanta sus cosas” (168). No describe el<br />
modo en que fue muerto, más allá de la escueta declaración de que fue empalado, y destaca las<br />
consecuencias positivas de ello: “Muerto este indio belicoso, comenzó a venir de paz la demás parte<br />
que no la había querido dar” (168). Al destacar a Caupolicán como un bárbaro abusivo, deshonesto<br />
y cobarde, se excluye la posibilidad de la negociación y se justifica plenamente su sentencia a<br />
muerte, que no es descrita para causar compasión en el lector sino más bien para destacar que se<br />
trata de una consecuencia necesaria de su rebeldía.<br />
Otra descripción es la que tenemos en la crónica de Mariño de Lobera. La muerte del jefe viene<br />
precedida de una turbadora escena en la que Fresia no sólo le reprocha su debilidad sino que<br />
culmina con el parricidio del hijo en común: “diciendo esto tomó la criatura, y dio con ella en un<br />
peñazco haciéndola pedazos cruelmente, y así se volvió llena de congoja dejando a Caupolican en<br />
manos de los vencedores” (236). Si en La Araucana Fresia recuerda aquello a lo que ha renunciado<br />
el sumiso Caupolicán y lleva a cuestionar, al menos en parte, la decisión del indígena de claudicar<br />
en la lucha, en esta crónica cumple la función contraria, pues solo confirma que Caupolicán ha<br />
acertado al pedir su conversión y alejarse, así, de los bárbaros congéneres capaces de tan grandes<br />
crueldades. La muerte de Caupolicán es celebrada como parte de una victoria militar, es decir, en la<br />
lógica de la guerra, pues Caupolicán “había muerto a Valdivia con su ejército y alcanzado las demás<br />
victorias desbaratando a Villagran y otros capitanes, y destruyendo ciudades echándolas por tierra<br />
de suerte que todo el daño y calamidades de Chile habían sucedido por el valor y gobierno de este<br />
indio” (236). Como en la crónica anterior, no se destaca la crueldad de la ejecución y ni siquiera se<br />
alude al empalamiento, solo a su sentido y sus consecuencias: “trató el maese de campo de hacer<br />
justicia de Caupolican para poner temor a todo el reino. Y fué su muerte celebrada con más<br />
solemnidad por haberse hecho cristiano llamándose Pedro; el cual murió al parecer con muestras de<br />
viva fé y verdadera penitencia pidiendo a dios perdón por sus pecados” (236-37). A la victoria<br />
militar se suma la espiritual, esta conversión que morigera la severidad del castigo. Caupolicán es<br />
_________________________<br />
22 En la lectura que hago de esta escena pueden observarse los mecanismos del poema épico que<br />
conducen a la realización de un principio del género descrito muy bien por Hernán Vidal: “el interés<br />
material patente en la épica dirige la atención sobre el revés de la trama de la convención épica<br />
universalizante: para obtener el botín, el héroe y su élite deben ejercer una extraordinaria violencia<br />
para someter a otros hombres, despojarlos de sus tierras y pertenencias, convertirlos en trabajadores<br />
forzados y reorientar la producción de la tierra según los nuevos intereses” (38).
44<br />
<strong>Poetas</strong> y <strong>cronistas</strong>: consideraciones sobre la reescritura de La Araucana<br />
ejecutado aquí justamente como consecuencia del estado de guerra, y su castigo se compensa con el<br />
regalo de la verdadera fe que implica su alejamiento de la barbarie y la violencia irracional<br />
evidenciadas en la actitud de Fresia.<br />
Si observamos ahora las dos crónicas en contraste con Ercilla, podemos afirmar que tanto<br />
Góngora Marmolejo como Mariño de Lobera presentan la muerte del héroe indígena como justa y<br />
necesaria, sin reparar mayormente en la crueldad de la tortura a la que es sometido. En el primer<br />
caso, la muerte está puesta en un contexto que destaca la perversidad del indio, de manera que<br />
relaciona sus vicios con su final; el segundo cronista muestra su muerte en el contexto de la guerra y<br />
de la destrucción que esta provoca; si bien evita calificar a Caupolicán de modo negativo en forma<br />
directa, existe una clara relación entre el daño infligido a la causa española y su castigo final.<br />
Caupolicán es descrito por Lobera como un sujeto razonable, pero su pertenencia al bando del<br />
enemigo es irrenunciable, pues “era elejido para que guardase fidelidad a su patria siendo siempre<br />
leal a ella” (237); al “entrar en razón” no puede ofrecer la rendición de su pueblo como en el poema<br />
de Ercilla, sino únicamente acompañar la conversión con la muerte. En definitiva, el guerrero,<br />
aunque valiente y razonable, debe morir porque es el enemigo, tal como lo dicta el estado de guerra<br />
reinante.<br />
En Ercilla el sentido de la muerte de Caupolicán está puesto allá lejos, en la realización de un<br />
destino que no toma en cuenta la virtud o los vicios de los protagonistas de la historia, un destino<br />
que es la verificación del proyecto imperial cuya legitimidad está dada de antemano. En los<br />
<strong>cronistas</strong>, por el contrario, la muerte del guerrero aparece como consecuencia directa de la<br />
perversidad del guerrero o, en Mariño de Lobera, de sus acciones destructivas en contra de los<br />
españoles. En ambos casos se trata de una muerte que tiene estrecha relación con los acontecimientos<br />
inmediatos de la historia. Si en La Araucana el horizonte que impone la legitimidad del<br />
imperio está por sobre cualquier otra consideración moral y se manifiesta en una teleología que<br />
describe el final de Caupolicán como la realización de su destino, las crónicas intentan explicar los<br />
acontecimientos a la luz de los sucesos y condiciones más directos. Para ellos tanto los aciertos y<br />
virtudes de unos como los vicios y desaciertos de otros deben tener una incidencia directa en los<br />
vaivenes de la larga guerra. Es por esto que, aunque su representación de la muerte de Caupolicán<br />
parece en cierto sentido más sencilla que la de Ercilla, describe una concepción de la realidad más<br />
precaria, en la cual el éxito del proyecto imperial no está garantizado y depende, en definitiva, de las<br />
decisiones de los propios conquistadores como ejecutores de ese deseo imperial.<br />
La economía de la conquista: el saqueo de Concepción y la apropiación material de las<br />
colonias<br />
Un segundo episodio, central en La Araucana pero también un hito en el desarrollo de la guerra<br />
de Arauco, nos permitirá observar este problema desde un ángulo distinto. Se trata del modo en que<br />
se describen las riquezas materiales, es decir, cómo se abordan las relaciones económicas que se dan<br />
en la conquista. En el caso de Ercilla, es ampliamente comentado su rechazo a la codicia como el<br />
vicio que lleva finalmente al fracaso de la conquista, como sucede con Pedro de Valdivia. 23 La<br />
relación con los bienes materiales está mediada, de este modo, por la referencia a un vicio abstracto,<br />
_________________________<br />
23 Esta se manifiesta especialmente cuando se aborda la figura de Pedro de Valdivia. Allí Ercilla<br />
apunta: “Codicia fue ocasión de tanta guerra/ y perdición total de aquesta tierra./ Ésta fue quien<br />
halló los apartados/ indios de las antárticas regiones;/ por ésta eran sin orden trabajados/ con dura<br />
imposición y vejaciones” (III, 3 y 4). La guerra y la explotación de los indios sigue la lógica de la<br />
codicia, un vicio abstracto que nada tiene que ver con el sustento material de los conquistadores.
Stefanie <strong>Massmann</strong> 45<br />
reprochable en sí y que también en sí mismo porta la semilla de la derrota. La codicia es un deseo<br />
desordenado, irracional, absurdo y externo a las condiciones materiales en las que viven los<br />
conquistadores.<br />
Esta tendencia a llevar la riqueza al plano de lo moral y de lo abstracto es disuelta de modo<br />
sorprendente, no obstante, en la descripción del saqueo de Concepción. Se trata del único momento<br />
en el que se hace referencia explícita, en medio de un mundo poblado por acontecimientos bélicos, a<br />
la riqueza concreta y palpable, condición material que es consecuencia y acicate de esa guerra.<br />
Aunque Concepción es descrita en el momento de su destrucción, de todos modos representa<br />
aquello que posibilitará el triunfo en la guerra, que es siempre un estado de excepción por<br />
interminable que se haya vuelto. 24 En la pintura de la destrucción de esta ciudad la explotación del<br />
indígena, asociada en otras partes del poema al vicio abstracto de la codicia, nos da aquí una pista<br />
indirecta sobre su verdadero papel en la economía colonial. Con las imágenes de sangrientas<br />
batallas reverberando aún en los ojos, de pronto se abre para el lector una perspectiva distinta, un<br />
atisbo a la vida “corriente”, aunque violenta, de los ciudadanos españoles:<br />
Desampara la turba temerosa<br />
sus casas, posesión y heredamiento,<br />
sedas, tapices, camas, recamados,<br />
tejos de oro y de plata atesorados (VII, 17).<br />
Cuando los indígenas destruyen la ciudad, tenemos la oportunidad de echar un vistazo a su vida,<br />
opacada en el resto de poema por los campos de batalla:<br />
Rompen y descerrajan los cajones;<br />
baten tapices, rimas y ornamento,<br />
camas de seda y ricos pabellones,<br />
y cuanto descubrir pueden de vista<br />
que no hay quien los impida ni resista (VII, 47).<br />
Como en todo relato épico, la riqueza de la urbe está magnificada, pero aun así sorprende la<br />
suntuosidad de un territorio que en, otro lugar del poema, Ercilla describe como “unos terrones<br />
secos” (Parte II, 463). Estas descripciones no forman parte del discurso abstracto y moralizante<br />
sobre la codicia o de la referencia igualmente abstracta a la riqueza o al oro como aquello que la<br />
representa; se trata de cosas concretas, asibles, de la “riqueza” vuelta objeto particular: los tapices,<br />
las camas, las sedas y los ornamentos, las casas y las calles. La fortuna convertida en aquello que se<br />
toca, se ve y se siente, y que desaparece consumido por las llamas del enemigo. Cuando Ercilla<br />
menciona al pasar el origen de la riqueza, “cien mil casados súbditos servían/ a los de la ciudad<br />
desamparada/ sacar tanto oro en cantidad podían,/ que a tenerse viniera casi en nada” (VII, 58),<br />
olvida de pronto las duras críticas a la codicia. Cuando la riqueza se retrae a su existencia concreta y<br />
material, Ercilla la desvincula de los abusos y del origen de la guerra; por el contrario, destaca el<br />
dolor de la pérdida de un mundo material que constituye la realización utópica de la conquista:<br />
“Piérdese la ciudad más fértil de oro/ que estaba en lo poblado de la tierra” (VII, 56).<br />
El acercamiento de los <strong>cronistas</strong> a este asunto es distinto. El tema de la riqueza y de la<br />
existencia, la explotación y la distribución del oro ocupa un lugar central en las crónicas. Mariño de<br />
Lobera y Góngora Marmolejo comparten el discurso moralista de Ercilla, pero cuando se trata de<br />
describir la existencia material de esa riqueza fijan su mirada en aspectos diversos. El caso de<br />
Mariño de Lobera es el más notorio, pues junto a la condena hacia el abuso del indígena podemos<br />
encontrar descripciones detalladas del proceso extractivo del oro:<br />
_________________________<br />
24 Julie Greer Johnson describe muy bien el espesor simbólico que tiene Concepción en el poema<br />
de Ercilla, pues representa tanto un ideal político como moral, de modo que su pérdida no solo tiene<br />
un significado estratégico-militar.
46<br />
<strong>Poetas</strong> y <strong>cronistas</strong>: consideraciones sobre la reescritura de La Araucana<br />
les mandaron trabajar con instrumentos de cobre que para hacerlos y aderezarlos por<br />
momentos era menester otra tanta jente como para sacar oro: el cual se descubria con<br />
incomparable trabajo, faltando instrumentos de fierro . . . y así se comenzaron a<br />
labrar las minas de Malgamalga, ocupándose en ellas todos los indios que no<br />
estaban, o sirviendo en las casas o en la agricultura . . . se ocupaban en lavar oro<br />
ocho meses al año por no haber agua en los cuatro restantes que eran de verano... Y a<br />
este paso iban los demas encomenderos con notabilisimos detrimentos de los<br />
cuerpos, y almas de los desventurados naturales; por que hombres y mujeres de tal<br />
edad que toda es fuego, todos revueltos en el agua hasta la rodilla, bien se puede<br />
presumir que ni toda era agua limpia ni el fuego dejaba de encenderse en ella, ni el<br />
lavar oro era lavar almas, ni finalmente era oro todo lo que relucía. (Mariño de<br />
Lobera 75)<br />
Me parece relevante trascribir este pasaje porque muestra hasta qué punto se describe la materialidad<br />
del trabajo de extracción: hay referencias al tipo de herramientas que se utilizan, al modo en que<br />
se exponen los cuerpos esclavos de los indígenas al agotador trabajo y a sus condiciones físicas.<br />
Lobera revela un aspecto de la producción de bienes que estaba omitida en Ercilla. Cuando el<br />
cronista decide abandonar el discurso moral abstracto no elige describir el producto elaborado, sino<br />
el proceso de su producción. La codicia no es, por lo tanto, un vicio que se condena como idea<br />
abstracta sino que se encadena con un modo abusivo de producción de bienes establecido por los<br />
colonizadores. 25<br />
El contrapunto con la crónica de Góngora Marmolejo es de gran interés, ya que presenta el<br />
mismo principio desde una perspectiva muy distinta. Lejos de toda simpatía hacia el indígena,<br />
Marmolejo no dedica grandes pasajes a su descripción ni a su rol en la guerra. Su interés está puesto<br />
en la fragilidad del mundo español, en el modo en que la riqueza corrompe las relaciones entre los<br />
mismos conquistadores. No se preocupa, entonces, de la producción de la riqueza o del modo en<br />
que se reparte entre los españoles; más bien describe las relaciones de dependencia y de poder que<br />
produce el capital. La crítica no se vincula solamente con el rechazo de la codicia en tanto vicio<br />
abstracto sino que avanza hacia la descripción de un modo de repartir la hacienda que está<br />
vinculado con la continuidad de la guerra. Góngora Marmolejo pone especial atención en la<br />
administración de las riquezas obtenidas en la conquista, principalmente tierras, y en el modo en que<br />
ellas se reparten, qué formas de distribución son justas, qué gobernadores las administran<br />
correctamente. De igual modo entran en su cálculo los gastos en que se incurre a causa de la guerra,<br />
como puede apreciarse en el siguiente pasaje:<br />
porque el sustento ordinario de todo el reino ha dependido de ellos, recibiendo<br />
soldados en sus casas, curándoles enfermedades, dándole de comer a ellos y a sus<br />
criados y caballos, vistiendo a los desnudos, dando caballos a los que estaban a pie,<br />
gastando en general sus haciendas sirviendo al rey; que de justicia habían de ser<br />
jubilados, lo que no se ha hecho ni hace, sino derrama en pensiones, si en el reino se<br />
echan por los gobernadores con las colores que quieren, ellos han sido los primeros<br />
que las pagan y lo son en el día de hoy, sin atención a lo que tengo dicho, porque en<br />
_________________________<br />
25 Puede decirse que algunos de los aspectos más llamativos del texto de Lobera siguen esta misma<br />
lógica: hablo de sus referencias al canibalismo indígena y de ciertos milagros que “materializan”<br />
vicios, es decir, que los describen de modo muy concreto. En el caso del canibalismo, de alguna<br />
manera se traspasa la lógica de la producción del oro a la “producción” de carne humana por parte<br />
de los indígenas. Esto pone en perspectiva la idea de que el cronista es un defensor de los indígenas:<br />
como se ve, puede ser igualmente entusiasta al defender los abusos como al denostar al indio.
Stefanie <strong>Massmann</strong> 47<br />
la Indias el rey don Felipe, nuestro señor, no es tan señor dellas como lo son sus<br />
gobernadores. (242)<br />
Aquí se enumera de modo concreto los recursos que se necesitan para costear la guerra, como<br />
alimentos, vestimenta, caballos, casas. Nuevamente se trata de un aspecto que omite Ercilla y que<br />
enfatiza la distribución de los recursos. Lo que el cronista critica—algo frecuente en los textos<br />
coloniales—es el hecho de que los ciudadanos deban costear la guerra sin recibir beneficios a<br />
cambio, lo que tiene como consecuencia directa la debilitación del bando español y la imposibilidad<br />
de lograr un triunfo definitivo.<br />
De esta manera, podemos concluir que en los <strong>cronistas</strong> el discurso económico, cuando se aleja<br />
de su consideración moral de manera abstracta, se centra en la formas de producción y distribución<br />
y se asocia directamente con el origen de la guerra. En Ercilla estas cosas, en cambio, se encuentran<br />
disociadas; por una parte aparece el rechazo al vicio abstracto, por otra la descripción material de los<br />
productos elaborados; no hay, tampoco, una evaluación moral o una vinculación con la explotación<br />
del indio o con el origen de la guerra.<br />
Conclusiones<br />
A través del análisis del comportamiento del discurso moral y económico en Ercilla, Góngora<br />
Marmolejo y Mariño de Lobera, hemos podido apreciar que, sin importar las grandes diferencias<br />
entre ambas crónicas, ellas funcionan fundamentalmente con un mecanismo muy distinto al del<br />
poema de Ercilla cuando se trata del modo en que abordan la materialización histórica de la<br />
conquista americana. Para Ercilla el proyecto imperial que justifica la conquista se encuentra tan<br />
lejos que no entra en conflicto con las contradicciones que plantea su materialización histórica. La<br />
necesidad de eliminar u oprimir al indígena está, así, por sobre sus cualidades, y el sustento material<br />
de los españoles se da por sentado sin cruzarse con el discurso moral que condena la codicia. Por<br />
otro lado, los <strong>cronistas</strong> vinculan fuertemente el discurso ideológico y moral que justifica la<br />
conquista, así como su posibilidad de éxito en términos militares y políticos, con sus experiencias<br />
como participantes y testigos de dicho proceso. Estas experiencias plantean conflictos morales,<br />
políticos y económicos que ponen en duda la realización de la utopía que anima la conquista. La<br />
consecuencia de ello en la representación que ofrecen los textos es manifiesta: allí donde Ercilla<br />
conjura los costos de la conquista a través de la exposición abierta de sus contradicciones—el<br />
valiente a la vez que sumiso Caupolicán condenado a una muerte cruel, los <strong>cronistas</strong> intentan torcer<br />
aquello que parece desviado del objetivo de la conquista justificando cada una de sus acciones o<br />
fustigando los errores como una amenaza a la estabilidad colonial. En otras palabras, mientras la<br />
espectacular escena de la muerte de Caupolicán muestra la injusticia a la vez que contiene y controla<br />
su peligro, las crónicas exponen el peligro que estas injusticias engendran y que conducen a la<br />
representación de un mundo inestable y amenazante.<br />
Lo dicho no debe interpretarse, como he señalado más arriba, en términos de una mayor o<br />
menor lealtad al proyecto imperial, sino como distintos modos de relacionarse con este. Si<br />
aceptamos que el poema épico es un género que trabaja sobre la identificación absoluta de los<br />
lectores con el proyecto imperial de modo que los beneficios de su realización recaerían sobre este<br />
mismo grupo social, hay que aceptar también que los autores de las crónicas, soldados o misioneros,<br />
no escriben bajo este mismo supuesto. Se trata, pues, de una diferencia de clase, de lugar<br />
geográfico, de relación con la colonia asociada a una experiencia radicalmente distinta de la<br />
conquista y que—con el tiempo—será reelaborada para formar parte de un discurso ya propiamente<br />
criollo. Podemos hablar, como hace Fredric Jameson, de dos “lógicas culturales” distintas para<br />
poetas y <strong>cronistas</strong>, las que pueden entenderse acudiendo a la dinámica hegeliana del “amo” y del<br />
“esclavo”, en donde el esclavo se encuentra condenado al materialismo y el amo al idealismo, de<br />
modo que la “conciencia de su situación concreta se le escapa como un sueño, como una palabra
48<br />
<strong>Poetas</strong> y <strong>cronistas</strong>: consideraciones sobre la reescritura de La Araucana<br />
olvidada que está en la punta de la lengua, una duda inoportuna que su mente confundida no puede<br />
formular” (Jameson 336, traducción mía). 26<br />
Las crónicas, apartadas del impulso de estetizar los costes de la conquista, tienen la capacidad<br />
de fijar la mirada en el ámbito de su existencia palpable y concreta, y dramatizan la necesidad de<br />
hacerse cargo de este precio. Los <strong>cronistas</strong> representan, así, a quienes deben enfrentar diariamente<br />
las secuelas de ejecutar la empresa colonial, ya sea sufriéndola de modo personal (la injusticia de la<br />
repartición de la riqueza, la pérdida de patrimonio, la muerte) o materializando en el cuerpo de otros<br />
la violencia de la conquista, principalmente a través del genocidio y esclavización del indígena (los<br />
“esclavos” deben esclavizar a otros; los “amos” esclavizan a través de intermediarios). Ello no lleva,<br />
necesariamente, a un impulso por renegar de la legitimidad del proyecto imperial pero sí, como<br />
hemos podido observar en estas páginas, a formas muy diversas de representar en términos estéticos<br />
y de significar en términos ideológicos la violencia que implica el establecimiento de un imperio<br />
colonial.<br />
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_________________________<br />
26 Esta referencia de Fredric Jameson a la dinámica del “amo” y del “esclavo” es un corolario de su<br />
descripción de los textos literarios del “Tercer Mundo” como alegorías nacionales que manifiestan<br />
los vínculos entre esfera pública y privada. Aunque se trata de un artículo discutido (Ajmad Ahmad)<br />
me parece que, tal como señala Imre Szesman, las afirmaciones de Jameson no deben ser entendidas<br />
como un juicio estético a la producción literaria del Tercer Mundo sino como un punto de vista que<br />
considera esos textos en el marco de un sistema económico y político global (806-07) que permite<br />
un acercamiento propiamente materialista a los textos y contextos (804), cuestión que he intentado<br />
abordar en este trabajo.
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