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L

a tormenta finalmente pasa, dejando una Estenzia devastada a su paso, techos

de tejas rotos, templos inundados, barcos destrozados, muertos y

moribundos. Mientras las personas se juntan en los templos, otros se

agrupan en las plazas de Estenzia. Teren guía a la más grande de esas

multitudes. Puedo verlo todo desde los balcones de la Corte Fortunata.

—Dejamos que un malfetto ganara las carreras de clasificación —grita—, y miren cómo

nos han castigado los dioses. Están enojados con las abominaciones que permitimos

caminar entre nosotros.

La gente lo escucha en un silencio sombrío. Otros comienzan a gritar, alzando sus

puños en respuesta. Detrás de Teren hay tres jóvenes malfettos, uno de ellos apenas salido

de la infancia. Probablemente los sacaron de los guetos de la ciudad. Están atados juntos a

una estaca erguida en el centro de la plaza, amordazados. Sus pies están ocultos por una pila

de madera. Un par de sacerdotes los flanquean, dando su silenciosa aprobación.

Teren levanta la antorcha en sus manos. La luz del fuego arroja un tinte naranja en sus

pálidos iris.

—Esos malfettos están acusados de ser Jóvenes Élites por estar junto a los que

atacaron a los Inquisidores durante las carreras. El Inquisidor los ha encontrado culpables.

Es nuestro deber enviarlos de regreso al Inframundo, para mantener la ciudad segura.

Arroja la antorcha a la pila de madera. Los malfettos desaparecen, gritando, detrás de

cortinas de fuego.

—De hoy en adelante —grita Teren sobre el sonido de las llamas—, todas las familias y

tiendas malfetto pagarán el doble de impuestos a la corona, para reparaciones por la mala

fortuna que trajeron a nuestra sociedad. Negarse será visto como una causa razonable de

sospecha de trabajar con los Jóvenes Élites. Los delincuentes serán detenidos de inmediato.

No puedo ver a los Dagas desde aquí, pero sé que están mirando la quema desde los

techos. Sé que justo ahora, Dante está poniendo flechas en su arco, preparándose para sacar

a los malfettos de su miseria. Intento no pensar en por qué no se arriesgan a salvarlos.

Al día siguiente, una multitud enojada destroza la tienda de una familia malfetto.

Vidrios rotos cubren las calles.

Mi lección se acelera.

Enzo me toma bajo su tutela, viniendo a la corte tarde en la noche o temprano en la

mañana. Hasta que Gemma me lo susurra, no me entero de que Enzo nunca entrenó así a

alguien antes. Sus palabras pretenden ser alentadoras, pero lo único que puedo hacer es

yacer despierta en la noche, temiendo el momento de ver a Teren otra vez.

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