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cordones desechos revelando su piel por debajo. Su cabello está incontrolable y suelto, una
melena pelirroja oscura que cae ligeramente más allá de sus hombros. Una mano sostiene
una espada. Eso es lo que había estado sonando en el pasillo. Enzo debe haber estado
entrenando para el duelo de mañana.
Lo sigo por el pasillo con pasos ligeros hasta que llegamos a la puerta de su habitación.
Entramos sin hacer ruido. Ahí dentro, el rostro de Enzo está apenas iluminado por las
suaves velas. Mi corazón golpea en mi pecho. Me quedo cerca de la puerta mientras él gira
alrededor de la pequeña mesa junto a su cama y utiliza su energía para reforzar el
resplandor de la vela. Su camisa suelta revela la piel de la parte inferior de su cuello. El
silencio se coloca fuertemente entre nosotros. Hace una seña a la silla del escritorio.
—Siéntate, por favor. —Entonces, se apoya contra el borde de su cama.
Me siento. Un largo silencio se establece entre nosotros. Ahora que estamos solos, sus
ojos son suaves, no la dura, oscura mirada a la que estoy tan acostumbrada, sino la misma
blandura que vi cuando nos besamos en el patio. Me estudia. Hay una nube de temor
cerniéndose alrededor suyo esta noche, sutil pero importante. ¿Tiene miedo de mí?
—Dime. ¿Por qué te escapaste realmente? —pregunta—. Había otra razón que no era tu
hermana. ¿No estaba allí?
Él lo sabe. Un repentino temor me inunda. No sabe sobre Dante, ¿cómo podría? Está
cavando en busca de otra cosa. Lentamente, me permito repasar la noche en que cubrí todo
el piso de mi habitación con visiones de sangre, cuando garabateé palabras de ira en mi
pared.
—¿Es cierto? —contesto finalmente —. ¿Lo que te dijo Dante en el pasillo esa noche?
Acerca de… ¿deshacerte de mí?
Enzo no luce sorprendido. Sospechó mi razón todo este tiempo.
—Estuviste allí en el salón —dice.
Asiento sin palabras. Al cabo de un rato, aclara su garganta.
—Las opiniones de Dante eran solo suyas. —Después, añade en un tono más suave—:
No voy a hacerte daño.
Eran. Tiemblo. De repente, la habitación parece más fría.
—¿Que le sucedió a Dante? —pregunto.
Enzo se detiene por un momento. Entonces me mira otra vez. Me dice cómo todos ellos
buscaron por la ciudad esa noche después de ver Inquisidores inundando las calles. Cómo se
separaron. Cómo todos volvieron, salvo uno. Cómo Lucent fue la que descubrió el cuerpo de
Dante en un callejón. La historia despierta los susurros en mi mente, llamándolos de vuelta
a la superficie, así que por un momento apenas escucho a Enzo a través de los silbidos de
mis pensamientos. Dante se lo merecía, dicen los susurros. Murmuro mis condolencias a
través de una confusión y Enzo se lo toma todo con una cara serena.
¿Cuánto tiempo podré mantener esta mentira?
Caemos en un largo silencio. Mientras los segundos pasan, siento una nueva energía
procedente de Enzo, algo demasiado familiar para mí pero extraño de él. Lo miro por un
tiempo antes de estar segura de lo que estoy sintiendo. Tiene miedo.