Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
ientras el sol se pone en Estenzia, Teren se encierra en sus aposentos. Su
M
mandíbula apretada con frustración.
Ya han pasado varias semanas desde que Adelina escapó de su
ejecución. No ha encontrado un solo rastro de ella. Se rumorea que vino
aquí a Estenzia, al menos, eso fue todo lo que sus patrullas de la
Inquisición pudieron reunir. Pero Estenzia es una ciudad grande. Él necesita más
información que esa.
Teren desabrocha los botones dorados de su uniforme de la Inquisición, despojándose
de su túnica, y se quita la armadura. Saca su camiseta de lino delgado por encima de su
cabeza, dejando su torso al aire. El brillo naranja del atardecer que entra por su ventana
ilumina sus hombros y el duro contorno de su espalda.
También ilumina el laberinto de cicatrices que cruzan su cuerpo.
Teren suspira, cierra sus ojos, y tuerce su cuello. Sus pensamientos vagan hacia la
reina. El rey había estado mortalmente borracho en la reunión del consejo, riéndose de su
gente hambrienta al protestar por sus impuestos, impaciente por volver a sus tardes de
viajes de caza y burdeles. Durante toda la reunión, la reina Giuletta observaba en silencio.
Sus ojos fríos, calmados y oscuros. Si su esposo la irritaba, no lo mostró. Ciertamente
tampoco mostró ninguna señal de que había invitado a Teren a sus aposentos la noche
anterior.
Teren cierra los ojos ante el recuerdo de ella en sus brazos, y tiembla de anhelo.
Baja la vista al látigo que yace cerca de su cama. Se acerca. Tuvo que mandar que
hicieran el arma especialmente: está compuesta de nueve colas diferentes, cada una
equipada al final con largas cuchillas de platino, con punta de acero afinado tan finamente
que sus bordes pueden abrir la piel con el toque más leve.
En cualquier hombre normal, un arma como ésta destrozaría su espalda con un solo
golpe. Incluso en alguien como Teren, de piel y carne endurecida por arte de magia
demoníaca, el látigo de metal causa estragos.
Se arrodilla en el suelo. Levanta el látigo. Contiene la respiración. Luego lanza el látigo
sobre su cabeza. Las hojas se hunden profundamente en la carne de su espalda, rasgando
líneas irregulares a través de su piel. Deja escapar un jadeo ahogado mientras el dolor lo
inunda, robándole el aliento. Casi de inmediato, los cortes comienzan a sanar.
Soy una criatura deforme, susurra en voz muy baja, repitiendo las palabras que una
vez dijo de niño cuando tenía doce años, un entrenamiento de la Inquisición, arrodillado
ante la princesa Giulietta de dieciséis años.