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RockBottomMagazine.Numero.17.Julio.2020

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perdonables. No todo han sido buenas críticas

a la película de los hermanos Pastor. Tal vez

sea algo plana visualmente y poco original

en una historia ya contada anteriormente,

pero en mi opinión es un trabajo disfrutable,

entretenido, que te impulsa a tomar parte en

un duelo de poder sin recurrir al tópico de la

simpatía del perdedor.

De sentimientos intrínsecamente humanos,

de reacciones visceralmente planeadas, trata

también a groso modo “Quien a hierro mata”

(Paco Plaza, Valencia 1973). Estamos ya

ante un trabajo de un director consagrado, de

los tildados como “de género”, que venía de

dar la sorpresa hace dos temporadas con la

estupenda “Verónica”, una cinta con la que

sin renunciar a la querencia al sobresalto del

director, se adentraba en una exploración

más ortodoxa de lo paranormal. Moviéndose

a un terreno menos terrorífico de lo habitual,

pero igualmente intenso y por momentos

absorbente, Plaza tira en esta ocasión de

Luis Tosar para construir la pequeña historia

de un celador que ejerce su profesión en

una residencia de ancianos y al que la

casualidad le sirve en bandeja la oportunidad

de acometer ciertos reajustes vitales movidos

por motivaciones que no plasmaremos en este

artículo para no espoilear al lector. Porque

ciertamente, al igual que el hilo conductor de

los films comentados más arriba no eliminan la

posibilidad de gozar con los mismos, en este

caso nos reservaremos el manido manual de

uso de una película que sólo se explica por

sí misma conforme el espectador deshace

el nudo que se forma alrededor de los dos

personajes centrales. No conviene por tanto

ir más allá, si acaso reseñar, aunque resulte

ya innecesario por manido, el espectacular

trabajo de un Tosar incapaz de ofrecer una

interpretación desmedida a pesar de la

fuerte carga motivacional de su personaje,

que se mueve como excelente jugador de

póker con las cartas marcadas en una mano

en la que apuesta todas las fichas. “Aunque

estuviese leyendo ´Mujercitas´pensaría que

podría funcionar con Luis Tosar”, afirmaba

con acierto Paco Plaza en una entrevista

con Spin Off. La película brilla por tanto

bajo el fulgor de esa estrella incansable,

pero apoyada en una historia tan humana

y creíble como su inenarrable escena final.

No dejen de verla, y no investiguen por su

cuenta para conocer ese sorprendente final

y por qué se llevó a cabo de esa manera,

merece la pena llegar a ese momento

junto al protagonista, en su tiempo y forma.

Si existe un actor que pueda competir con

Tosar en cuanto a intensidad y capacidad

de potenciar al personaje que interpreta

hasta el máximo nivel de realismo, ese es

Antonio de la Torre, que entre otros trabajos

a lo largo de la temporada, consigue dar

calidad documental a la triste historia de un

republicano escondido durante la mayor parte

de la dictadura franquista en la fabulosa “La

trinchera infinita” (Garaño, Arregi y Goenaga).

En este caso, si bien estamos ante otra cinta

claramente orientada a la empatía espectadorprotagonista,

no hay espoiler posible que

pueda arruinar su visionado. La historia es

bien conocida, y está basada en numerosas

experiencias reales que tristemente se dieron

en nuestro mismo país en el siglo pasado.

El poder de la cinta reside, por tanto, en el

claustrofóbico ambiente de la España oculta,

ruralmente agobiada, cristalizada en la historia

del matrimonio protagonista; al fabuloso

De la Torre le acompaña una contenida y

espectacular actuación de Belén Cuesta,

actriz de profunda personalidad que asume

el rol de nexo entre realidad y pesadilla en la

que tanto el protagonista como el espectador

se sumergen y cuyo papel le valió un premio

Goya. Rodada en Higuera de la Sierra

(Huelva), localidad que apenas dista mucho

de lo que pudo ser cualquier población de la

España posterior a nuestro triste conflicto civil,

y que acogió un rodaje en la que la producción

añadía un atrezo que evolucionaba desde las

iniciales purgas de subversivos republicanos,

rodadas con cierta descoloración intencionada,

hasta la luminosidad de un pueblo tranquilo

treinta años más tarde. Entre esos dos

momentos, acompañamos al protagonista en

su zulo de soledad pero también de creciente

desconfianza, aislamiento, desarraigo, y a

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