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en introducir y consolidar otros elementos
harto reconocibles del cine quinqui: esos
repartos repletos de actores no profesionales
y nuevos rostros, el uso de la jerga de los
bajos fondos y los dialectos merchero y
caló en los diálogos, la predilección por los
motes y los apodos en los personajes, y la
traslación de las persecuciones del cine de
serie B norteamericano a la iconografía y la
ambientación cañí. Así, en las revistas de la
época no sorprendía encontrarnos al último
descubrimiento del cine español (con Interviú
a la cabeza, claro); nos acostumbramos por
unos años a palabras como “chute”, “gachís”
o “perolo”; llamábamos a nuestros amigos “El
Pijo”, “El Chino” o “El Fitipaldi”; y soñábamos
con mangarle a nuestros padres el Seat
Ritmo, el Talbot 150 o el Tiburón y darnos un
garbeo con esa vecinita a la que le pondrías
una canción -cómo no- de Los Chichos.
Mención aparte merecen las bandas sonoras
del cine quinqui, otra marca de la casa:
himnos calorros (“Soy un perro callejero”, de
Los Chunguitos), puñalás al corazón (“Me
quedo contigo”, esa joya de canción también
de la familia Salazar que Rosalía y Maria
Rodés revisitaron recientemente), rumba
para todos los gustos y de todas las cifras
(Rumba Tres, Bordón 4…), coqueteos con
el italodisco y otros novios transalpinos (La
Bottega dell’Arte, Stefano Liberati…) y su
mijita de rock, cuanto más urbano mejor, eso
sí (C-Pillos, Burning, Obús…).
Y ya que andamos con lo urbano, nadie mejor
para retratar lo suburbio que el otro padre
del género: Eloy de la Iglesia. Siempre
acompañado de la polémica, este miembro
del PCE incorporó al corpus del cine quinqui
temas peliagudos -la homosexualidad, la
lucha antifranquista- mientras amplificaba
hasta el extremo los ya habituales: la droga,
el extrarradio, el desencanto. De la Iglesia,
además, y adelantándose quince años a Larry
Clark, tenía un ojo infalible para encontrar
belleza entre lo sórdido, con especial y atenta
mirada al encanto salvaje de la adolescencia.
De hecho, antes de sumergirse entre navajas,
colegas y picos, el de Zarauz ya había tratado
la juventud como manifestación de rebeldía
en la un tanto lóbrega “Juego de amor
prohibido” (1975). Después de aquella, y tras
graduarse en la inseguridad ciudadana como
tesis en “Miedo a salir de noche” (1980),
llegarían sus monumentales aportaciones
al género: “Navajeros” (también de 1980),
“Colegas” (estrenada en 1982 en la Seminci,
ojo), el aplaudido díptico “El pico” (1983) y “El
pico 2” (1984), y la muy teatral “La estanquera
de Vallecas” (1987). Todas unidas, a pesar de
sus diferencias, por ese afán de De la Iglesia
por retratar aquellos que habitualmente
nunca están en el plano. “Yo descubrí en mí
mismo eso de lo que tantas veces te permites
hablar y opinar: lo marginal”, confesaba en
El Mundo en 2001, cinco años antes de su
fallecimiento.
Fa-Fa-Fa-Fa-Fascinado.
Algo de lo que se habló y opinó -y mucho- en
plena eclosión de ese cine quinqui fue de un
título en concreto: “Deprisa, deprisa”. El 24 de
febrero de 1981 la película de Carlos Saura
se alzaba con el Oso de Oro en el Festival de
Berlín, el mismo año que se estrenaba fuera
de competición “Toro salvaje”, esa bestialidad
de obra de arte firmada por Martin Scorsese.
Pero el milagro no solo quedó ahí. Pese a que
a su estreno el 2 de abril del mismo año en
nuestro país no pudieron acudir sus principales
protagonistas (José Antonio Valdelomar “El
Nini” y Jesús Arias Aranzauque “El Meca”)
por estar encarcelados tras atacar una
sucursal del Banco de Vizcaya, el filme se
convirtió en un éxito de taquilla. De hecho, fue
la película más taquillera que Saura rodaría
jamás con Elías Querejeta como productor,
un tándem que nos ha legado títulos como
“La caza” (1966), “La prima Angélica” (1974) y
“Mamá cumple 100 años” (1979), entre otros
indispensables de nuestra cinematografía.
“La crónica de Carlos Saura”, escribía el
articulista y posterior director del Festival
de Cine de San Sebastián Diego Galán en
el momento de su estreno, “es la más firme,
dura, importante, de cuantas se han aportado
a la comprensión de un fenómeno social
Otro ingrediente fundamental en tan explosivo cóctel: la
aparición -y proliferación- de la heroína. Para muchos jóvenes
una válvula de escape a la triste realidad que les rodeaba, un
sueño opiáceo que acabó transformado en toda una pesadilla.
que en nuestro país adquiere características
realmente importantes”. Un fenómeno que
encontró en el celuloide su más popular
consecuencia: entre 1977 y 1987 se
facturaron en España medio centenar de
películas sobre delincuencia juvenil.
Ese interés del cine español por lo marginal,
por lo quinqui, no ha desaparecido desde
entonces, con algún que otros destellos
momentáneos más -“7 vírgenes” (2005),
“Volando voy” (2006)- o menos -“El Bola”
(2000), “Grupo 7” (2012)- canónicos. Quizás
la propuesta más cercana en forma y fondo
al cine quinqui de los últimos años haya
sido “Criando ratas” (2017): 5.000 euros de
presupuesto y seis años de rodaje para un
relato cani hasta la médula con protagonista
a la antigua usanza (Ramón Guerrero, “El
Cristo”) y cambiando los barrios marginales
de Madrid y Barcelona por La Colonia
Requena y Las Mil Viviendas de Alicante.
Este 2021, lo quinqui amenaza con ponerse
de moda. Daniel Monzón prepara su asalto a
las taquillas el próximo otoño con “Las leyes
de la frontera”, adaptación de la novela de
Javier Cercas ambientada en la Barcelona
de finales de los 70, con un protagonista, el
Zarco, inspirado en -¿adivinan quién?- Juan
José Moreno Cuenca, alias “El Vaquilla”. La
banda sonora, por si aun nos queda duda
de lo que se avecina, cuenta con Derby
Motoreta’s Burrito Kachimba, que han
hecho de su kinkidelia toda un ejercicio de
estilo, como principales artífices.
Nuestra fascinación por lo quinqui, sin duda
alguna, sigue intacta. Como muestra, y antes
de despedirnos y volver al barrio, un dato que
corrobora esta afirmación: en 2015 “Perros
callejeros”, un filme -no lo olvidemos- de
1977, se convertía en la película más vista
en la historia de Paramount Channel, un
canal que ya llevaba cuatro, sí cuatro, años
entre nosotros. Y lo hizo alcanzando un 5,2%
de share y superando la cifra de 1.018.000
espectadores. A punto estuvo de ser la cinta
más vista en la TDT en todo 2015. Solo
pudo superarla el estreno de “Ocho apellidos
vascos”, con un 6,2% de share y 1.020.000
espectadores. Puto Dani Rovira.
Tali Carreto
26
Rock Bottom Magazine