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RockBottomMagazine.Num.21

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en introducir y consolidar otros elementos

harto reconocibles del cine quinqui: esos

repartos repletos de actores no profesionales

y nuevos rostros, el uso de la jerga de los

bajos fondos y los dialectos merchero y

caló en los diálogos, la predilección por los

motes y los apodos en los personajes, y la

traslación de las persecuciones del cine de

serie B norteamericano a la iconografía y la

ambientación cañí. Así, en las revistas de la

época no sorprendía encontrarnos al último

descubrimiento del cine español (con Interviú

a la cabeza, claro); nos acostumbramos por

unos años a palabras como “chute”, “gachís”

o “perolo”; llamábamos a nuestros amigos “El

Pijo”, “El Chino” o “El Fitipaldi”; y soñábamos

con mangarle a nuestros padres el Seat

Ritmo, el Talbot 150 o el Tiburón y darnos un

garbeo con esa vecinita a la que le pondrías

una canción -cómo no- de Los Chichos.

Mención aparte merecen las bandas sonoras

del cine quinqui, otra marca de la casa:

himnos calorros (“Soy un perro callejero”, de

Los Chunguitos), puñalás al corazón (“Me

quedo contigo”, esa joya de canción también

de la familia Salazar que Rosalía y Maria

Rodés revisitaron recientemente), rumba

para todos los gustos y de todas las cifras

(Rumba Tres, Bordón 4…), coqueteos con

el italodisco y otros novios transalpinos (La

Bottega dell’Arte, Stefano Liberati…) y su

mijita de rock, cuanto más urbano mejor, eso

sí (C-Pillos, Burning, Obús…).

Y ya que andamos con lo urbano, nadie mejor

para retratar lo suburbio que el otro padre

del género: Eloy de la Iglesia. Siempre

acompañado de la polémica, este miembro

del PCE incorporó al corpus del cine quinqui

temas peliagudos -la homosexualidad, la

lucha antifranquista- mientras amplificaba

hasta el extremo los ya habituales: la droga,

el extrarradio, el desencanto. De la Iglesia,

además, y adelantándose quince años a Larry

Clark, tenía un ojo infalible para encontrar

belleza entre lo sórdido, con especial y atenta

mirada al encanto salvaje de la adolescencia.

De hecho, antes de sumergirse entre navajas,

colegas y picos, el de Zarauz ya había tratado

la juventud como manifestación de rebeldía

en la un tanto lóbrega “Juego de amor

prohibido” (1975). Después de aquella, y tras

graduarse en la inseguridad ciudadana como

tesis en “Miedo a salir de noche” (1980),

llegarían sus monumentales aportaciones

al género: “Navajeros” (también de 1980),

“Colegas” (estrenada en 1982 en la Seminci,

ojo), el aplaudido díptico “El pico” (1983) y “El

pico 2” (1984), y la muy teatral “La estanquera

de Vallecas” (1987). Todas unidas, a pesar de

sus diferencias, por ese afán de De la Iglesia

por retratar aquellos que habitualmente

nunca están en el plano. “Yo descubrí en mí

mismo eso de lo que tantas veces te permites

hablar y opinar: lo marginal”, confesaba en

El Mundo en 2001, cinco años antes de su

fallecimiento.

Fa-Fa-Fa-Fa-Fascinado.

Algo de lo que se habló y opinó -y mucho- en

plena eclosión de ese cine quinqui fue de un

título en concreto: “Deprisa, deprisa”. El 24 de

febrero de 1981 la película de Carlos Saura

se alzaba con el Oso de Oro en el Festival de

Berlín, el mismo año que se estrenaba fuera

de competición “Toro salvaje”, esa bestialidad

de obra de arte firmada por Martin Scorsese.

Pero el milagro no solo quedó ahí. Pese a que

a su estreno el 2 de abril del mismo año en

nuestro país no pudieron acudir sus principales

protagonistas (José Antonio Valdelomar “El

Nini” y Jesús Arias Aranzauque “El Meca”)

por estar encarcelados tras atacar una

sucursal del Banco de Vizcaya, el filme se

convirtió en un éxito de taquilla. De hecho, fue

la película más taquillera que Saura rodaría

jamás con Elías Querejeta como productor,

un tándem que nos ha legado títulos como

“La caza” (1966), “La prima Angélica” (1974) y

“Mamá cumple 100 años” (1979), entre otros

indispensables de nuestra cinematografía.

“La crónica de Carlos Saura”, escribía el

articulista y posterior director del Festival

de Cine de San Sebastián Diego Galán en

el momento de su estreno, “es la más firme,

dura, importante, de cuantas se han aportado

a la comprensión de un fenómeno social

Otro ingrediente fundamental en tan explosivo cóctel: la

aparición -y proliferación- de la heroína. Para muchos jóvenes

una válvula de escape a la triste realidad que les rodeaba, un

sueño opiáceo que acabó transformado en toda una pesadilla.

que en nuestro país adquiere características

realmente importantes”. Un fenómeno que

encontró en el celuloide su más popular

consecuencia: entre 1977 y 1987 se

facturaron en España medio centenar de

películas sobre delincuencia juvenil.

Ese interés del cine español por lo marginal,

por lo quinqui, no ha desaparecido desde

entonces, con algún que otros destellos

momentáneos más -“7 vírgenes” (2005),

“Volando voy” (2006)- o menos -“El Bola”

(2000), “Grupo 7” (2012)- canónicos. Quizás

la propuesta más cercana en forma y fondo

al cine quinqui de los últimos años haya

sido “Criando ratas” (2017): 5.000 euros de

presupuesto y seis años de rodaje para un

relato cani hasta la médula con protagonista

a la antigua usanza (Ramón Guerrero, “El

Cristo”) y cambiando los barrios marginales

de Madrid y Barcelona por La Colonia

Requena y Las Mil Viviendas de Alicante.

Este 2021, lo quinqui amenaza con ponerse

de moda. Daniel Monzón prepara su asalto a

las taquillas el próximo otoño con “Las leyes

de la frontera”, adaptación de la novela de

Javier Cercas ambientada en la Barcelona

de finales de los 70, con un protagonista, el

Zarco, inspirado en -¿adivinan quién?- Juan

José Moreno Cuenca, alias “El Vaquilla”. La

banda sonora, por si aun nos queda duda

de lo que se avecina, cuenta con Derby

Motoreta’s Burrito Kachimba, que han

hecho de su kinkidelia toda un ejercicio de

estilo, como principales artífices.

Nuestra fascinación por lo quinqui, sin duda

alguna, sigue intacta. Como muestra, y antes

de despedirnos y volver al barrio, un dato que

corrobora esta afirmación: en 2015 “Perros

callejeros”, un filme -no lo olvidemos- de

1977, se convertía en la película más vista

en la historia de Paramount Channel, un

canal que ya llevaba cuatro, sí cuatro, años

entre nosotros. Y lo hizo alcanzando un 5,2%

de share y superando la cifra de 1.018.000

espectadores. A punto estuvo de ser la cinta

más vista en la TDT en todo 2015. Solo

pudo superarla el estreno de “Ocho apellidos

vascos”, con un 6,2% de share y 1.020.000

espectadores. Puto Dani Rovira.

Tali Carreto

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