Fantasio Cuentos para bailadores Por Fabio Martínez - Dirección de ...
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UN CADÁVER AMBULANTE<br />
A su majestad, Joe Arroyo<br />
Date cuenta, me dijo, cuando el mundo llama <strong>de</strong>l otro lado<br />
<strong>de</strong> la puerta, no hay nada que hacer; y arreglándose el smoking<br />
que parecía prestado, se sentó en mi mesa y empezó a contar<br />
con esa voz carrasposa y trasnochada <strong>de</strong> los viejos cantantes.<br />
No sé cuándo empezó todo esto. Tú sabes... Cuando yo lo<br />
conocí tenía trece años, y andaba por las calles <strong>de</strong> la ciudad<br />
con una caja <strong>de</strong> embolar y una pelota <strong>de</strong> trapo. Decía que<br />
quería ser cantante, como yo, y a mí me daba risa porque <strong>para</strong><br />
ser cantante se necesita tener alma. Tú sabes.... La música<br />
es un sentimiento y si no lo tienes, es mejor que te <strong>de</strong>diques a<br />
otra cosa.<br />
El negro, gran<strong>de</strong> y pesado, hablaba con esa voz grave <strong>de</strong><br />
patriarca, y cada vez que mencionaba al muchacho, sus ojos<br />
se inundaban <strong>de</strong> lágrimas.<br />
Tenía trece años cuando llegó <strong>de</strong>l puerto. Tú sabes... Lo<br />
que significan trece años. La edad <strong>de</strong> los poetas. Pero el<br />
muchacho no tenía alma <strong>de</strong> poeta, ni <strong>de</strong> cantante, ni <strong>de</strong> nada.<br />
Si querés, tenía alma <strong>de</strong> negro, como yo, y vivía <strong>de</strong> los marineros<br />
que le regalaban un dólar, cada vez que él les mostraba un<br />
bur<strong>de</strong>l. Luego, aburrido <strong>de</strong> transportar marineros que no<br />
hablaban una pizca <strong>de</strong> español, se embarcó en un bus que<br />
venía hasta la ciudad, y aquí se quedó.<br />
Ya vas a ver qué pasó en la ciudad. Como aquí no había<br />
marineros, le tocó hacer <strong>de</strong> todo, <strong>para</strong> conseguir «el chute»<br />
como él le <strong>de</strong>cía a la comida. Bueno, empezó lavando carros<br />
en una bomba y, <strong>de</strong> paso, a meter gasolina; <strong>de</strong>spués, vendió<br />
periódicos, y creo que fue aquí don<strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrió que tenía voz<br />
<strong>de</strong> cantante. Imagínate, ¡voz <strong>de</strong> cantante! «¡El Paííísss!» «¡El<br />
Tiempoooj» «¡El Espectadorrr!», voceaba con esa jeta horrible<br />
<strong>de</strong> negro, y se le metió en la cabeza que lo suyo era el canto.<br />
Del periódico un buen día lo echaron (se había comido el<br />
dinero <strong>de</strong> una edición dominical); entonces, solo y abandonado<br />
en una ciudad don<strong>de</strong> no hay y nunca habrá marineros, pensó<br />
en la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la cajita <strong>de</strong> embolar. Ya tú ves, mi pana, como es<br />
que se van haciendo los cantantes en esta ciudad.