Fantasio Cuentos para bailadores Por Fabio Martínez - Dirección de ...
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¡No te imaginas a ese negrito que una noche se acercó por<br />
aquí con una caja <strong>de</strong> embolar y una pelota <strong>de</strong> trapo! En menos<br />
<strong>de</strong> un año todo el mundo lo conocía, se había vuelto muy popular,<br />
la gente cansada <strong>de</strong>l viejo traqueteo <strong>de</strong> los años cincuenta, al<br />
<strong>de</strong>scubrir en él algo nuevo y al mismo tiempo emocionante, lo<br />
fue subiendo hasta el pináculo <strong>de</strong> la fama, a don<strong>de</strong> sólo tienen<br />
acceso los ídolos, los dioses; y una noche, en medio <strong>de</strong>l sonido<br />
metálico que producen las trompetas y los saxos, lo proclamó<br />
«rey» como a Tito Rodríguez, el inolvidable, cuando cantó por<br />
última vez en el Madison Square Gar<strong>de</strong>n.<br />
Era increíble. Esa capacidad que tenía <strong>de</strong> electrizar a la<br />
gente, <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdoblarse en el escenario. Cuando subía a cantar<br />
y tomaba el micrófono y empezaba a modular los primeros<br />
compases, no te imaginas cómo agarraba a la gente y la<br />
transportaba hasta los profundos límites <strong>de</strong>l paroxismo<br />
<strong>de</strong>lirante.<br />
Pero ese <strong>de</strong>lirio, <strong>de</strong>safortunadamente, duró muy poco.<br />
¿Recuerdas lo que dijo Tito aquella noche en el Madison?<br />
Bueno, palabras más, palabras menos, eso mismo fue lo que<br />
dijo el negro una noche que salíamos <strong>de</strong> aquí en dirección a la<br />
Trucha Golosa. Algo <strong>de</strong> la fama. Algo así como que la fama lo<br />
estaba matando, y a partir <strong>de</strong> ese momento el negro se vino<br />
abajo. Fue como si le hubiera caído la roya. ¡Había que verlo<br />
cómo llegaba a los ensayos y, <strong>de</strong>spués, en la noche, cuando<br />
tenía que <strong>para</strong>rse en el escenario! Era una verda<strong>de</strong>ra lástima.<br />
¡Si se equivocara en una frase! ¡Pero no! El hombre no sólo se<br />
enredaba en el fraseo, sino que perdía el compás, perdía el<br />
ritmo, se cruzaba con los coros y, lo peor, lo que nunca se le<br />
pue<strong>de</strong> perdonar a un músico serio. ¡Se <strong>de</strong>-sa-fí-na-ba!.<br />
¡La fama,! me <strong>de</strong>cía. ¡La fama! Detrás <strong>de</strong> esto no pue<strong>de</strong><br />
haber otra cosa sino droga. Droga y mujeres que es lo único<br />
que consigues en este bendito oficio. Y sabe qué ¿familia?<br />
Empecé a marcarlo. Sí. Como si fuera Val<strong>de</strong>rrama.» Qué pasa,<br />
grone, <strong>de</strong>címe la verdad, ¿ya no te gusta la música?»<br />
En los últimos días que lo vi había comprado unas gafas<br />
oscuras que le ocultaban los ojos y, andaba con una muchacha<br />
<strong>de</strong> piel canela y pelo castaño, a quien le <strong>de</strong>cían «Ese oscuro<br />
objeto <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo». No sé hermano, tú qué puedas pensar <strong>de</strong><br />
esto. Tú que tocas como los dioses las negras y las blancas.<br />
Y cuando el viejo cantante se disponía a secarse las lágrimas,