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Historia de los Patriarcas y Profetas (2008) - Ellen G. White Writings

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Capítulo 4—El plan <strong>de</strong> re<strong>de</strong>nción<br />

La caída <strong>de</strong>l hombre llenó todo el cielo <strong>de</strong> tristeza. El mundo que<br />

Dios había hecho quedaba mancillado por la maldición <strong>de</strong>l pecado,<br />

y habitado por seres con<strong>de</strong>nados a la miseria y a la muerte. Parecía<br />

no existir escapatoria para aquel<strong>los</strong> que habían quebrantado la ley.<br />

Los ángeles suspendieron sus himnos <strong>de</strong> alabanza. Por todos <strong>los</strong><br />

ámbitos <strong>de</strong> <strong>los</strong> atrios celestiales, hubo lamentos por la ruina que el<br />

pecado había causado.<br />

El Hijo <strong>de</strong> Dios, el glorioso Soberano <strong>de</strong>l cielo, se llenó <strong>de</strong><br />

compasión por la raza caída. Una infinita misericordia conmovió su<br />

corazón al evocar las <strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong> un mundo perdido. Pero el amor<br />

divino había concebido un plan mediante el cual el hombre podría<br />

ser redimido. La quebrantada ley <strong>de</strong> Dios exigía la vida <strong>de</strong>l pecador.<br />

En todo el universo únicamente existía uno que podía satisfacer<br />

sus exigencias en lugar <strong>de</strong>l hombre. Puesto que la ley divina es tan<br />

sagrada como el mismo Dios, solamente uno igual a Dios podría<br />

expiar su transgresión. Ninguno sino Cristo podía salvar al hombre<br />

<strong>de</strong> la maldición <strong>de</strong> la ley, y colocarlo otra vez en armonía con el<br />

cielo. Cristo cargaría con la culpa y la vergüenza <strong>de</strong>l pecado, que<br />

era algo tan abominable a <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> Dios que iba a separar al Padre<br />

y su Hijo. Cristo <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>ría a la profundidad <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgracia para<br />

rescatar la raza caída.<br />

Cristo intercedió ante el Padre en favor <strong>de</strong>l pecador, mientras<br />

la hueste celestial esperaba <strong>los</strong> resultados con tan intenso interés<br />

que la palabra no pue<strong>de</strong> expresarlo. Mucho tiempo duró aquella<br />

misteriosa conversación, el “consejo <strong>de</strong> paz” (Zacarías 6:13) en<br />

favor <strong>de</strong>l hombre caído. El plan <strong>de</strong> la salvación había sido concebido<br />

antes <strong>de</strong> la creación <strong>de</strong>l mundo; pues Cristo es “el Cor<strong>de</strong>ro, el cual<br />

fue muerto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong>l mundo”. Apocalipsis 13:8. Sin<br />

embargo, fue una lucha, aun para el mismo Rey <strong>de</strong>l universo, entregar<br />

a su Hijo a la muerte por la raza culpable. Pero, “<strong>de</strong> tal manera amó<br />

Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel<br />

que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Juan 3:16.<br />

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