Guía de la Carta de la Tierra y el Desarrollo Sostenible
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Esa noche <strong>el</strong> rey volvió a disfrutar <strong>de</strong>l canto <strong>de</strong> los ruiseñores, sin <strong>la</strong> molestia<br />
<strong>de</strong> <strong>la</strong>s ranas. Se levantó f<strong>el</strong>iz como nunca lo había estado en su vida. Así transcurrió<br />
un día tras otro, y pasó una semana completa...<br />
Pero <strong>la</strong>s ranas cuando mueren <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> comer moscas, <strong>de</strong> modo que éstas<br />
empezaron a proliferar en <strong>el</strong> estanque y en los jardines <strong>de</strong>l pa<strong>la</strong>cio. A<strong>de</strong>más, a los<br />
pocos días <strong>la</strong>s ranas empezaron a oler mal y pudrirse, y eso fue como un rec<strong>la</strong>mo<br />
que atrajo a miles <strong>de</strong> nuevas moscas y mosquitos. El aire que ro<strong>de</strong>aba <strong>el</strong> estanque se<br />
llenó pronto <strong>de</strong> tal cantidad <strong>de</strong> insectos que se convirtieron en una presa fácil para<br />
los hambrientos murcié<strong>la</strong>gos, que cada noche acudían a los jardines <strong>de</strong>l pa<strong>la</strong>cio a<br />
darse un banquete <strong>de</strong> minúsculos seres vo<strong>la</strong>dores. Tantos murcié<strong>la</strong>gos acudían allí<br />
que empezaron a habitar algunos huecos <strong>de</strong>l pa<strong>la</strong>cio. Y, como los ruiseñores no<br />
soportan vivir cerca <strong>de</strong> los murcié<strong>la</strong>gos, abandonaron <strong>el</strong> lugar.<br />
El rey <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> escuchar <strong>el</strong> adorado canto <strong>de</strong> los ruiseñores. Ya no volvió a<br />
dormir por <strong>la</strong>s noches, porque le faltaba <strong>la</strong> m<strong>el</strong>odía que tanto le gustaba, y porque<br />
a<strong>de</strong>más se sentía tan triste que sólo era capaz <strong>de</strong> pasar <strong>la</strong>s noches esforzándose en<br />
recordar su canto, mientras oía <strong>la</strong> lluvia golpeando los cristales <strong>de</strong> su ventana.<br />
Y así fue como <strong>el</strong> rey enfermó <strong>de</strong> tristeza y <strong>de</strong> nostalgia. Dejó <strong>de</strong> comer y <strong>de</strong><br />
beber. No tenía apetito ni tenía sed. Pasaba <strong>la</strong>s noches llorando por haber perdido lo<br />
que más quería en su vida, y sentía una gran rabia por haber sido precisamente él <strong>el</strong><br />
responsable <strong>de</strong> <strong>la</strong> catástrofe. Pero ya era tar<strong>de</strong> para <strong>la</strong>mentos, no podía dar marcha<br />
atrás en su <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> envenenar a <strong>la</strong>s ranas.<br />
Poco a poco, <strong>la</strong> fiebre se fue apo<strong>de</strong>rando <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong>bilitado <strong>de</strong>l monarca,<br />
y así estuvo durante siete días y seis noches, empeorando cada vez más, sin dormir,<br />
comer ni beber, sólo añorando <strong>el</strong> canto <strong>de</strong> los ruiseñores, que él, por su<br />
inconsciencia, había hecho <strong>de</strong>saparecer. A <strong>la</strong> séptima noche, en medio <strong>de</strong> una<br />
tormenta, su corazón <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> <strong>la</strong>tir, y <strong>el</strong> rey murió <strong>de</strong> tristeza, mientras su pa<strong>la</strong>cio<br />
empezaba a ser invadido por los murcié<strong>la</strong>gos.<br />
- FIN -