28.04.2013 Views

la oscura quintería - Bibliotecas Públicas

la oscura quintería - Bibliotecas Públicas

la oscura quintería - Bibliotecas Públicas

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Españo<strong>la</strong>…Desde 1936 (entonces contaba el<strong>la</strong><br />

ocho años) no había pisado tierra españo<strong>la</strong> doña<br />

Sara. Su informe lo decía. ¿Cómo habría ido a<br />

parar tan lejos? La guerra, c<strong>la</strong>ro, el viento<br />

maldito de <strong>la</strong> guerra <strong>la</strong> fue arrastrando de un<br />

<strong>la</strong>do para otro como a una hoja huérfana, como<br />

a un trapito abandonado en <strong>la</strong> calle, seguro,<br />

aunque no me lo dijo el<strong>la</strong>, no, el<strong>la</strong> no hab<strong>la</strong>ba de<br />

esas cosas, ya no le interesaban, parecía, sólo le<br />

interesaba el ron, Arecha si puede ser, directora,<br />

es bueno, es el que tomo siempre, tengo <strong>la</strong><br />

costumbre y no me hace mal, se lo prometo.<br />

Pero yo hice mis averiguaciones.<br />

No tenía familia en el pueblo, me aseguró el<br />

secretario del ayuntamiento, al menos familia<br />

cercana. Por eso nadie se aproximó al autobús<br />

aquel<strong>la</strong> tarde para interesarse por el<strong>la</strong>, por eso<br />

el<strong>la</strong> no preguntó tampoco por ninguno. Pero <strong>la</strong><br />

noticia del regreso de <strong>la</strong> vieja Cubana corrió<br />

como <strong>la</strong> pólvora por <strong>la</strong>s otras residencias de<br />

ancianos, por <strong>la</strong>s so<strong>la</strong>nas, por los bares, por <strong>la</strong>s<br />

bodegas, por <strong>la</strong>s casas, y al fin algo se supo de<br />

aquel<strong>la</strong> misteriosa aparecida: siempre hay<br />

alguien que conoció, que oyó, gente a <strong>la</strong> que le<br />

contaron alguna vez historias, sucedidos.<br />

He consultado al doctor, doña Sara, y no, el ron<br />

no es una bebida medicinal como usted dice,<br />

aunque puede que sí, que alegre el alma, que<br />

aleje <strong>la</strong> me<strong>la</strong>ncolía, que espante <strong>la</strong>s te<strong>la</strong>rañas de<br />

<strong>la</strong> tristeza, que disipe los malos humores, que<br />

ayude a distraer los pensamientos, pero no cura<br />

<strong>la</strong> gripe, no es bueno para <strong>la</strong> circu<strong>la</strong>ción, usted<br />

está equivocada, doña Sara, <strong>la</strong> han informado<br />

mal, esa bebida no es nada recomendable para<br />

usted, debe creerme.<br />

Y yo <strong>la</strong> veía consumirse a <strong>la</strong> viejecita cada<br />

tarde, cada vez más comprimida en sus magras<br />

carnes de jilguerillo enjau<strong>la</strong>do, mirando de<br />

través por <strong>la</strong> ventana de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de estar hacia un<br />

horizonte indefinido mientras los otros ancianos<br />

seguían los programas de televisión, jugaban a<br />

<strong>la</strong>s cartas, dormitaban, o hacían <strong>la</strong>s tres cosas a<br />

<strong>la</strong> vez (tal vez ninguna). ¿En qué pensaba el<strong>la</strong>,<br />

qué recuerdos pob<strong>la</strong>rían su cabecita gacha, sus<br />

prolongados silencios? Desde allí no se veían<br />

mares de ensueño ni engañosos valles ni épicas<br />

montañas como en el oriente de su is<strong>la</strong> lejana ni<br />

se oían los cantos de cotorras o guacamayos en<br />

los patios ni se olía el viento perfumado de<br />

sal… no, allí solo se oían los chirridos<br />

estridentes de <strong>la</strong>s cigarras al atardecer, a veces a<br />

algún perro callejero y abandonado, con suerte a<br />

algún mirlo risueño persiguiendo una sombra, y<br />

sólo se veían <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>nuras interminables de <strong>la</strong><br />

Tierra de Campos, de los campos de tierra que<br />

dijera el poeta, los rastrojos amarillentos, los<br />

cielos viudos de nubes…<br />

¿Habría estado casada La Cubana? El informe<br />

aseguraba que sí, que incluso tenía una hija de<br />

<strong>la</strong> que no había noticia, tampoco del marido.<br />

DESDE EL ÁRBOL GORDO Nº 5 – JUNIO 2010<br />

7<br />

Mire, doña Sara, vamos a hacer un trato, no<br />

piense usted más en regresar, me han llegado<br />

rumores, aquí se sabe todo, alegre esa cara, he<br />

comprado una botellita de ron, pásese usted por<br />

mi despacho y hab<strong>la</strong>mos, hab<strong>la</strong>mos despacito, y<br />

que esto quede entre nosotras como me dijo<br />

usted, ¿de acuerdo? Y fue entonces cuando vi<br />

por primera vez un amago de sonrisa en aquel<strong>la</strong><br />

cara de arrugas como surcos, un intento<br />

imposible de mirar hacia arriba para<br />

agradecerme el gesto con los ojos, <strong>la</strong> primera<br />

vez que separó sus manos instintivamente para<br />

buscar <strong>la</strong>s mías…<br />

Y a partir de entonces cada tarde, a <strong>la</strong>s seis,<br />

doña Sara entraba puntual en mi despacho con<br />

el mismo saludo: ¿p<strong>la</strong>ticamos un poco,<br />

directora? Y yo le preparaba su copita (diez por<br />

ciento de ron, noventa de agua fría, ese había<br />

sido el trato) y p<strong>la</strong>ticábamos. Yo no soy una<br />

ja<strong>la</strong>da como dicen, directora, el ron cicatriza <strong>la</strong>s<br />

heridas, ¿sabe usted?, es solo eso.<br />

Era verdad, sí, era verdad lo que rumoreaba <strong>la</strong><br />

gente del pueblo, y el<strong>la</strong> me lo confirmó una de<br />

aquel<strong>la</strong>s tardes, cuando el recelo y los silencios<br />

de los primeros días dejaron paso a <strong>la</strong>s<br />

confidencias espaciadas y a <strong>la</strong>s torrenteras de <strong>la</strong><br />

añoranza reprimida: habían sido tres los<br />

hermanos que nacieron allí, en el pueblo, dos<br />

varones y el<strong>la</strong>, y a sus padres los fusi<strong>la</strong>ron, sí, a<br />

los dos juntos, en <strong>la</strong>s tapias del cementerio,<br />

como a otros, en una noche <strong>oscura</strong> y fría de un<br />

noviembre lejano, de eso todavía se acordaba,<br />

cómo olvidar. ¿Sabe, directora? No es lo mismo<br />

con agua, parece caldo de chícharo, pero es<br />

mejor que nada, ¿eh?, je, je, je, ¿no me<br />

acompaña usted? Y lo que <strong>la</strong> gente no sabía y <strong>la</strong><br />

viejecita me confesó en susurros al abrigo de <strong>la</strong><br />

amistad cómplice y al empuje del ron dosificado<br />

era que podían haber sido cuatro hermanos al<br />

menos, sí, cuatro, porque aquellos salvajes le<br />

fusi<strong>la</strong>ron a <strong>la</strong> mamacita preñada de ocho meses,<br />

qué barbaridad, de eso sí se acordaba, pero de<br />

los portugueses no, no quería acordarse, de eso<br />

no me pregunte, directora, ¿otra copita? No se<br />

enterará nadie, se lo juro, pero esta vez de<br />

Arecha, si es posible. No, de los hermanos<br />

nunca supo, estarían ya muertos, quién sabe, y<br />

tampoco, tampoco habían regresado al pueblo<br />

jamás, se los tragó <strong>la</strong> tierra, el tiempo los iría<br />

devorando, como a el<strong>la</strong> el mar, así es <strong>la</strong> vida. El<br />

Arecha no se vende por aquí, doña Sara, ya se lo<br />

he dicho, pero este ron también es cubano, ¿no<br />

le gusta? Mañana otra copita, pero hoy ya no<br />

más, ese fue el trato.<br />

La vieja administraba sus historias cada tarde<br />

como yo el ron rebajado con que <strong>la</strong> obsequiaba<br />

a escondidas: tenían que durar, el<strong>la</strong> lo sabía, <strong>la</strong>s<br />

historias y el ron, por eso remoloneaba, o tal vez<br />

no, quizá no quería recordar (¿quiénes serían<br />

aquellos portugueses?), a fin de cuentas no

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!