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Revista Artística y Literaria Año VIII. No.1 enero-abril 2007 - Atenas

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“Quédate. Mi madre y yo vamos a protegerte”. (No quería<br />

dejarlo ahora que por fin lo había encontrado.)<br />

El taxi llamaba insistente desde los bajos del edificio.<br />

Tres vecinos asomados a sus balcones señalaban a nuestro<br />

apartamento. (¿Cuál de los tres sería el espía, el que avisó de la<br />

presencia de aquel ser que ya se iba, insistiendo en su condición<br />

de fantasma?) Nunca sabría yo cuál de los tres vecinos dio parte<br />

a la policía, es decir, a los inspectores, a Jensen-Hjell… (Ésas<br />

son informaciones muy secretas.)<br />

“No puedo perder mi derecho a la inmortalidad. Son<br />

trámites engorrosos y debo seguirlos. No quiero que ustedes<br />

se sientan utilizadas. No fue mi intención. (Cuando digo que<br />

son ángeles, es cierto. Conozco a muchos ángeles, y algunos<br />

ya quisieran...) Vine porque debía estar una semana en un sitio<br />

donde me acogieran desinteresadamente, y pudiera ejercitar<br />

mi vida pasada. Fue maravillosa la estancia aquí pero ya debo<br />

irme. Han sido tan reales estos hechos que hasta el propio Karl<br />

Jensen-Hjell, descontento con el retrato que le hice y envidioso<br />

del número tan alto que tiene en la cola de la inmortalidad, ha<br />

venido a perseguirme, a destruir mis planes. Eso a pesar de<br />

saber que sin mí no sería nadie. ¿Quién es un figurante sin su<br />

retratista? NADIE. ¿Quién recordaría su nombre? ¡En lugar<br />

de cuidarme...! La ingratitud y la envidia, amiga, son armas<br />

poderosas”.<br />

¿Munch?, Munch... le grité cuando ya entraba al taxi y<br />

tomé conciencia de que se iba para siempre. Haciendo bocina<br />

con mis manos comencé a llamarlo pegada a la baranda del<br />

balcón, envuelta en una manta negra. Estaba tan mareada que<br />

podía caer. Un grito, mi grito: “Munch, Munch, Munch”, con<br />

todas mis fuerzas. Las energías cósmicas se arremolinaban en<br />

Alejandro<br />

González<br />

28<br />

Trata de mirar*<br />

-Júramelo.<br />

—Te lo juro. Te regalo mis bolas. Mira, tengo...<br />

— ¿Pa’ qué yo quiero bolas?<br />

—Te lo juro, de verdad.<br />

— ¿No se lo vas a decir a nadie? ¿A nadie? ¿A nadie? ¿A<br />

nadie?<br />

—A nadie, de verdad.<br />

— ¿Ni a Tato, ni a Pepe, ni a Aldo, ni a Machaco, ni...<br />

—A nadie, chica, de verdad... ¿Te vas?<br />

—No, voy a recoger la manguera. Me mandaron.<br />

— ¿Por qué no subes al techito y hablamos por la tapia? Mira,<br />

yo me subo por la cerca del gallinero y hablamos.<br />

— ¿Tú estás loco? Mi mamá no me deja.<br />

—No te demores. No te puedo ver por aquí.<br />

—Ya, me ensucié las manos. Siempre me toca recoger la<br />

manguera, después es que me dejan jugar. Yo prefiero recoger<br />

la manguera que botar la basura.<br />

— ¿Te la ensuciaste mucho? Mete una mano por aquí, yo te<br />

la limpio.<br />

—...<br />

torno de mi cuerpo. (Era incómodo y risible decir Munch en<br />

tiempo de seguidilla.) La noche era cerrada, fría, extranjerano-turista.<br />

El cielo parecía salpicado de grumos de sangre<br />

congelada: una lámina pintada con crayolas por un inocente.<br />

Mi rostro empalidecía con el estrés del acertijo. (Sin pretenderlo,<br />

estaba involucrada en el ejercicio final de un proyecto de<br />

inmortalidad. ¡Oh, maigod, tú que lo ves todo, mira qué bien<br />

me porto hasta con los fantasmas!, ¡qué grande es mi entrega!,<br />

¡qué desinteresada soy y sin embargo cuánto sufro! Yo, que<br />

sólo pretendo vivir aquí y ahora.)<br />

El taxi encendía sus luces y rodaba por la calle llevándose el<br />

fantasma de Munch en el asiento trasero. Él miraba esa desdicha<br />

y escuchaba el eco cada vez más apagado de mi grito. Hasta<br />

que por fin perdí su rumbo.<br />

El timbre del teléfono rompió la rigidez en la que habíamos<br />

quedado mi madre y yo después de estos incidentes y sus<br />

continuas quejas y rememoraciones. (Parecíamos también<br />

modelos de otro cuadro.) Tomé unos segundos para aplacar<br />

la agitación que provocó ese ruido persistente: “Yes, okey”,<br />

dije y dicté despacio la dirección de nuestra casa. “Is Holger,<br />

móder (comencé de nuevo a practicar mi inglés rudimentario<br />

y salvador. ¿Habían pasado años, meses, o sólo una semana?).<br />

Dentro de media hora estará aquí: ¡Holger, Holger! Recuerda<br />

madre: si los vecinos preguntaran quién es él, dirás que estamos<br />

recibiendo a un extranjero que vino por asuntos de trabajo, a un<br />

amigo nuestro, entrañable: Holger, el danés. No es turista pues<br />

trae visa familiar y pasaporte en orden”. Vi que en los ojos de<br />

mi madre se dibujaba un tramo infinito de chocolate, mientras<br />

pasaba un paño húmedo a la cama de cedro: “Los artistas lo<br />

complican todo, hija, pero los héroes son distintos”.<br />

—No te rías, de verdad, yo te la limpio, para que no te ensucies<br />

el vestido.<br />

— ¿Qué vas a hacer?... Fíjate...<br />

—Nada limpiártela con la mía o con el pulóver.<br />

—No me pongas ningún bicho, ¿oíste?<br />

—No, muchacha, no te voy a hacer nada, te la limpio y ya.<br />

Primero pasa una y después la otra. Ven.<br />

—Bueno, pero rápido, apúrate.<br />

— ¡Qué bonita la tienes! La mía es más grande. ¿Tú te pintas<br />

las uñas?<br />

—A veces, cuando mi mamá me deja y tiene dinero. ¿Ya?<br />

Dale, mijo...<br />

—Espérate un momentico. ¿Te la puedo besar?<br />

— ¿Pa’ qué?... ¿Ya?... Se acabó el tiempo.<br />

—Dame la otra.<br />

—No. Me voy a raspar con el ladrillo. ¿Quién hizo ese<br />

hueco?<br />

—No sé. Estaba así.<br />

— ¿Y eso qué es?<br />

— ¿Qué cosa?<br />

—Eso donde tú estás.<br />

—Ah, un cuarto de desahogo. Este patio tiene tres cuartos,<br />

dos que le dicen de desahogo y otro que está mejor, es donde<br />

duerme mi tío y tiene baño. Él se divorció y vino a vivir pa’cá.<br />

Tiene un santo atrás de la puerta. Dame la otra.<br />

—Me van a regañar, apúrate.<br />

—Esta no está tan sucia. ¡Qué bonita!<br />

— ¿Qué?... No hables tan bajito, no te oigo.<br />

—Que tienes la mano bonita... Nos van a oir.<br />

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