Alternativa 3 - La Verdad Oculta entre las Sombras
Alternativa 3 - La Verdad Oculta entre las Sombras
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CARMELL: ¿Hiciste lo que te aconsejé? ¿Destruiste aquella cinta?<br />
BALLANTINE: No hablé con nadie al respecto, pero aún la tengo a buen resguardo...<br />
CARMELL: ¡Gracias a Dios! Entonces podemos destapar la maldita cuestión...<br />
BALLANTINE: Disculpa... ¿de qué están hablando?<br />
CARMELL: <strong>La</strong>s remesas..., de eso hablo. Debo decirte, amigo mío, que es increíble lo<br />
que están haciendo esos gori<strong>las</strong>...<br />
BALLANTINE: ¿Remesas? Ignoro qué significa eso...<br />
CARMELL: Bestiales atrocidades; eso significa. Pero no quiero decir una palabra más<br />
por teléfono. Te lo contaré en cuanto llegue.<br />
BALLANTINE: ¿Vendrás a Inglaterra?<br />
CARMELL: En cuanto me sea posible tomar un avión. He dejado la NASA y tomé<br />
prestada una pequeña gramola...<br />
BALLANTINE: Me parece que no comprendo esa...<br />
CARMELL: Una gramola, ya sabes... Una descodificadora como la que usamos el año<br />
pasado... Ahora tengo una y la llevaré a Inglaterra...<br />
BALLANTINE: Pero, ¿qué ha ocurrido? ¿Qué son remesas?<br />
CARMELL: Espera a que nos veamos, amigo; entonces comprenderás... y estallarás.<br />
Sabía que esos hijos de puta era perversos, pero nunca imaginé... Oye, te telefonearé en<br />
cuanto llegue a Londres, ¿de acuerdo?<br />
BALLANTINE: ¿Esperas llegar mañana?<br />
CARMELL: No lo sé con certeza. Saben que tengo el aparato y me están buscando, de<br />
modo que tengo que andar con cuidado. Intentaré pasar a Canadá y salir desde allí... Dame<br />
hasta... bueno, digamos una semana a partir del domingo. Tendría que lograrlo antes...<br />
BALLANTINE: Me resulta difícil creerlo. ¿Corres realmente algún peligro?<br />
CARMELL: No corro algún peligro, amigo; corro el peor riesgo posible, pero no puedo<br />
cruzarme de brazos y permitir que hagan lo que están haciendo... Oye, ahora tengo que... A lo<br />
sumo una semana a partir del domingo, ¿de acuerdo?<br />
BALLANTINE: Eso sería el 6 de febrero...<br />
CARMELL: Sí, pero con suerte será antes... Si no has recibido noticias mías el 6 de<br />
febrero a <strong>las</strong> cuatro de la tarde, digamos... significará que todo ha fallado.<br />
BALLANTINE: ¡Santo Dios! Pero, si eso ocurriera, ¿qué debo hacer?<br />
CARMELL: Si te interesa la decencia y la dignidad humana... seguirás adelante y<br />
destaparás esta hedionda cuestión. En Ginebra hay un tipo que te ayudará. Se llama...<br />
Eso fue lo esencial de la conversación. No publicaremos el nombre mencionado en ese<br />
momento por Harry Carmell, ya que corresponde al hombre al que nos referimos como<br />
Troyano. Dada la forma en que Troyano ha contribuido a esta investigación, su vida correría<br />
grave peligro si de alguna manera se le identificara a través de este libro.<br />
Así, aquel 6 de febrero Ballantine aguardaba en su estudio. Eran <strong>las</strong> 4,45 de la tarde y<br />
Carmell aún no había llamado.<br />
“Quizá –pensó ballantine- Carmell ha sido atrapado. Acaso lo han capturado y matado”.<br />
Eso rayaba en lo verosímilmente imposible, pero, después de lo que había visto en la NASA,<br />
Ballantine ya no consideraba que nada fuera imposible.<br />
Obviamente, tendría que ponerse en contacto con el hombre de Suiza. Se lo había<br />
prometido a Carmell. O casi se lo había prometido. Pero no era tan sencillo como parecía.<br />
Carmell no le había dado ningún domicilio ni un número de teléfono. Sólo un apellido. Y<br />
Ginebra era bastante extensa.<br />
A <strong>las</strong> 5,30 se convenció de que Carmell estaba muerto. También de que él mismo<br />
corría grave peligro. <strong>La</strong>s palabras Carmell seguían bullendo en su mente: “Sabía que esos hijos<br />
de puta eran perversos, pero nunca imaginé...” Se desbordó la imaginación de Ballantine.<br />
Probablemente ellos ya sabían lo de la cinta y conocían sus intenciones...<br />
Cogió la cinta magnetofónica del escritorio, sabiendo que tenía que ponerla a salvo. En<br />
ese momento recordó que contaba con un amigo que posiblemente podía aconsejarlo: John<br />
Hendry, el director administrativo en Londres de una agencia informática internacional.<br />
En principio, Hendry contaba con un periodista en Ginebra, que caso con certeza<br />
lograría rastrear al hombre mencionado por Carmell. Además, Hendry también podría decirle<br />
cuál era la mejor forma de dar la noticia, ya que era esencial lograr el mayor impacto inicial<br />
posible. Expondría toda la cuestión a la mirada pública. También exigiría una minuciosa<br />
investigación acerca de la desparición de Harry Carmell.