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La balada del bajista


Judit Gerendas<br />

La balada del bajista


1 a edición, 2006<br />

1 a Reimpresión, 2008<br />

ILUSTRACIÓN DE PORTADA<br />

David Morey, 2006<br />

© MONTE ÁVILA EDITORES LATINOAMERICANA, C.A., 2006<br />

Apartado Postal 70712, Caracas, Venezuela<br />

Telefax: (58-212) 263.8508<br />

www.monteavila.gob.ve<br />

Hecho el Depósito de Ley<br />

Depósito Legal Nº lf50020088003888<br />

ISBN 980-01-1400-9


Por el contrario, he leído muchas novelas donde<br />

las palabras son capaces de descubrirlo todo,<br />

primero ocultan la verdad con distintas capas<br />

de significado y después la van develando, como<br />

las capas de la cebolla protegen su propio núcleo.<br />

Pero al llegar al centro vemos que no hay nada,<br />

que el trabajo fue justificarse y de esta manera<br />

crearse a sí misma. ¿Las vidas humanas son así<br />

de inútiles y enteras al mismo tiempo?<br />

Boca de lobo,<br />

SERGIO CHEJFEC


Se acordó de una representación de circo que vio una<br />

vez con su madre, cuando niño, durante un festival<br />

de teatro en Alemania al que asistió ella, llevándolo<br />

consigo, y entonces vieron un acto de payasos que<br />

los cautivó y de cuya seducción él nunca pudo librarse<br />

por completo. Eran todos miembros de una misma<br />

familia, hermanos y otros parientes, y el número<br />

consistía únicamente en que se proponían construir<br />

un puente. Andaban de un lado para otro, canturreando<br />

o gritando, siempre la misma frase, en alemán por<br />

supuesto, algo así como aine brucke, aunque había<br />

algunas palabras que no recordaba, que iban<br />

delante, pero que en definitiva significaban simplemente<br />

que vamos a construir un puente, así se lo había explicado<br />

su madre entonces. Todo el número no consistía<br />

más que en eso, un ir y venir de un lado a otro,<br />

un alistarse para ese gran proyecto de construir<br />

un puente, en medio de brincos y caídas y volteretas,<br />

sin que en ningún momento se abocaran a construir<br />

nada. Pero construían su número.<br />

GABRIEL ARENAS en La balada del bajista


1<br />

La mirada de Camila pareció recorrer la sala entera, comenzando<br />

por las butacas del patio, la platea toda, las gradas,<br />

hasta abarcar los asientos de los palcos, como si sus ojos estuvieran<br />

saludando a cada uno de los presentes, dando la impresión<br />

de entablar una comunicación personalizada con<br />

cada espectador en particular. Pero ella en realidad a ninguno<br />

veía, concentrada como estaba en producir ese efecto de calidez,<br />

de vínculo, de inicio de una ceremonia en la que irían a<br />

participar todos juntos. Aunque desde otra perspectiva hubiera<br />

podido decirse, sin embargo, que sí los veía, pero no a<br />

través de esos ojos en los que brillaban la elocuencia y la expresividad,<br />

sino desde adentro, prefigurando, una vez más,<br />

como ya en tantas otras representaciones, a ese público que<br />

era uno sólo y a la vez una infinidad de públicos.<br />

Había estado horas enteras frente al espejo trabajando<br />

esta mirada. Repetía el gesto en cada oportunidad con un<br />

matiz nuevo, buscando un algo singular que lograra crear la<br />

impresión de naturalidad y que al mismo tiempo ofreciera<br />

una imagen de fervor, que de entrada encendiera al público y<br />

amarrara la mirada de cada uno de sus integrantes a la de<br />

ella, que estaría obligada a generar la suficiente fuerza como<br />

para mantener vivo ese vínculo durante las dos horas que duraría<br />

el montaje. Desde el momento mismo en que había hecho<br />

su entrada al escenario había planteado el proceso de<br />

colaboración que tendría que irse diseñando paso a paso,<br />

5


muy tenuemente, sin prisas y sin fatigar al auditorio ni acorrararlo<br />

con estruendos o trucos baratos, sino a partir de esa mirada<br />

de la que tendrían que nacer, sin aspavientos ni excesos histriónicos,<br />

la fiereza de la cólera o la frialdad de la indiferencia;<br />

y sus ojos, trágicos o risueños, tendrían que ser capaces<br />

tanto de iluminarse con el cálido resplandor de la lumbre como<br />

ponerse cenicientos y opacos con los signos de la depresión<br />

y la tristeza, para así ir narrando las historias, los<br />

sentimientos, los conflictos y los desencuentros.<br />

Durante las próximas dos horas ella iba a tener que echar<br />

mano de todos los recursos que hubiera ido decantando a lo<br />

largo de los años y dedicarse en cuerpo y alma a la celebración<br />

que tendría lugar, humillándose en la súplica o revolviéndose<br />

salvajemente, seduciendo con el ingenio, contoneando su<br />

cuerpo con coquetería o haciendo un leve quiebre en un gesto<br />

casi imperceptible, que mostrase el desamparo o la derrota y<br />

produjera la imagen del abandono y la soledad.<br />

Las tramoyas irían participando del acontecer de la obra a<br />

lo largo de la función y ella tendría que concertar su actuación<br />

con todo el proceso que se desarrollaría sobre el escenario, interactuar<br />

con el resto del grupo y al mismo tiempo continuar siendo<br />

ella misma, es decir, su personaje. Y estaría también obligada<br />

a seguir tejiendo con su mirada y con sus gestos las articulaciones<br />

y las correspondencias con ese público con el que terminaría<br />

constituyendo una cofradía, a la que ella misma pertenecería<br />

también, pero con el cual siempre se corría el peligro de que algún<br />

paso en falso, algún sonido desacompasado, alguna torpeza<br />

en el gesto o un desenfocarse de la mirada pudieran conducir a<br />

la pérdida del contacto y a la ruptura del hechizo. Entonces el<br />

espacio de la cofradía se desvanecería y en su lugar ella y la<br />

compañía se tendrían que enfrentar a un monstruo cruel y disforme,<br />

para el cual los gestos se convertirían en muecas, los movimientos<br />

en caricaturas y el juego de las miradas en simples<br />

guiños inexpresivos.<br />

6


Era ése un reto eternamente repetido, un desafío renovado<br />

noche tras noche y año tras año, al cual ella se enfrentaba<br />

una y otra vez desde su precariedad y su desvalimiento,<br />

para conquistarse un espacio cuya posesión sería siempre provisional<br />

y que tendría que reconquistarse cada vez de nuevo.<br />

Lo extraordinario era que a pesar de todo ello jamás<br />

iba a dejar este juego al borde del precipicio, el cual interpretaba<br />

delante de todos aquellos que sabía que estaban ahí en la<br />

oscuridad de la sala, observándola, escrutándola, soñando<br />

con ella, viviendo junto con ella la historia que se estaba representando,<br />

mientras el tiempo real se detenía y el suspenso<br />

que ella contribuía a crear obligaba a aquellos que estaban<br />

allá abajo a alterar el ritmo de su respiración y a sentirse atenazados<br />

a sus butacas.<br />

Hablar resultaba más fácil. El registro de su voz alta<br />

y melodiosa era capaz de suscitar la sensación de que estaba<br />

implorando y reconviniendo simultáneamente, como por<br />

ejemplo en la escena en la que llamaba por su nombre a su<br />

compañero, con gracia y delicadeza, pero también con fuerza<br />

y aspereza, de tal manera que parecía, más que interpelarlo,<br />

estarlo invocando, como conjurándolo, expresando con palabras<br />

un algo inefable o, más bien, no con palabras, sino con las<br />

resonancias de su voz, con el tono, con ésa su capacidad de aullar<br />

con un sonido penetrante y duro, de un modo tan encarnizado<br />

y sostenido que a los espectadores se les hacía casi<br />

insoportable la violencia del momento. Para luego permitirles<br />

reconstituirse, darles una tregua, durante la cual ella susurraba<br />

quedamente palabras de consuelo, apaciguadoras y serenas,<br />

pronunciadas de tal manera que el susurro se oyera en toda la<br />

sala, un suspiro apenas, pero que llegara hasta los espectadores<br />

de la última fila del patio e incluso hasta a aquellos que<br />

estaban allá arriba en los balcones. Y podía también arrullar<br />

amorosamente a una criatura, o al hombre amado, rendida<br />

apasionadamente ante él, y entonces parecía que su voz se estaba<br />

originando, no en las cuerdas vocales, sino en las entrañas<br />

7


mismas, produciendo como una resonancia subterránea, como<br />

viniendo desde lo profundo de una cueva, desde un espacio<br />

acogedor en el cual fuera posible acunar a la frágil criatura<br />

o darle refugio al amante. En otras ocasiones, en cambio, podía<br />

reírse estrepitosamente, como en un relincho, mostrándose<br />

vulgar y ordinaria, ofreciéndose con una expresión chabacana<br />

que se correspondía con la postura del cuerpo y con el gesto<br />

de la cara.<br />

Noche tras noche el equipo entero experimentaba el<br />

vértigo de un comienzo siempre renovado, reducidos todos a<br />

un estado miserable y abyecto, convencidos de haber hecho un<br />

trabajo chapucero, superficial y frívolo, que quizás profesionalmente<br />

no dejaba de ser aceptable, pero ante el cual sentían<br />

que en verdad no se habían desgarrado la piel ni el alma, se<br />

habían protegido para que la obra no les llegara hasta el hueso<br />

y se habían limitado a una puesta en escena que, por lo mismo,<br />

no dejaría de ser convencional, intrascendente y olvidable.<br />

Desde los varios rincones oscuros de detrás de bastidores<br />

la observaban, noche tras noche, pronunciando sus palabras<br />

conocidas, emitiendo sonidos, diseñando gestos y contorsionando<br />

el cuerpo, mientras elaboraban junto con ella los silencios<br />

que le otorgaban densidad a la obra, la cual a partir de<br />

un cierto momento comenzaba a respirar, a hacer sentir que estaba<br />

viva, sostenida sobre el aliento de todos ellos, que se cruzaban<br />

los dedos y agonizaban, hasta que de pronto se producía<br />

el milagro, cada noche, una y otra vez, y la obra se desprendía,<br />

ya sin necesidad de apoyo, suelta, ajustada, resplandeciente, tal<br />

como la habían soñado, increíblemente pura, con un hechizo<br />

que no podían explicarse de dónde surgía.<br />

La obra entonces comenzaba a revelar todo aquello<br />

que contenía en su interior, a exhibir impúdicamente sus joyas<br />

y adornos, como las vitrinas de un almacén que muestran<br />

su mercadería, los géneros, los brillantes objetos de bazar, su<br />

quincallería toda, sin tapujos, descaradamente, con avidez,<br />

pero también con orgullo, con satisfacción, y con ternura y<br />

8


humildemente, ofreciéndose con dulzura, como en una súplica,<br />

en un regateo, con codicia, impulsada por el afán de cautivar,<br />

de lograr hacer que el público se enamorara y se mantuviera<br />

así, enamorado, conquistado por todos esos objetos resplandecientes,<br />

tratando permanentemente de evitar que los mirara con<br />

displicencia o con desprecio y empujándolo con todos los recursos<br />

a su alcance a precipitarse vorazmente sobre ellos para<br />

disfrutarlos sin reservas. Entonces, durante las próximas dos<br />

horas, podría establecerse el juego de la seducción y del despertar<br />

del deseo, de la reticencia, y diseñarse el vaivén entre el<br />

negarse a la entrega y el ofrecerse obscenamente.<br />

Las palabras de ella se escuchaban claras y solemnes,<br />

ancestralmente desnudas, duras y despojadas:<br />

—Pues no son de hoy ni de ayer, sino que de siempre<br />

viven, y nadie sabe cuándo aparecieron. Por la infracción de<br />

estas leyes no iba yo, temiendo los caprichos de hombre alguno,<br />

a pagar la pena entre los dioses. Que había de morir,<br />

ya lo sabía, ¿cómo no?, aunque tú no lo hubieses anunciado<br />

en tu proclama.<br />

Su voz se imponía, desgarrada e imperativa, contribuyendo<br />

a gestar un mundo sombrío en el que se instalaba la<br />

muerte. Pero no se trataba en este caso de una muerte cualquiera,<br />

sino de una de entre las más terribles de todas, la que<br />

es producto del fratricidio. La elevada y esbelta figura de ella, es<br />

decir, del personaje que ella representaba, o más bien la figura<br />

que ella le estaba prestando al personaje, se destacaba, exquisita,<br />

en medio de ese mundo tenebroso y sangriento, hecho de angustias<br />

y de rivalidades, en el cual sólo su presencia altiva respondía<br />

a los designios más profundos de lo sagrado, de aquello que era<br />

hechura de los seres humanos, pero que se correspondía con<br />

sus creencias más arraigadas y sus deseos más intensos. Los valores<br />

de la femineidad resonaban en su voz y en sus palabras,<br />

con las que imprecaba duramente a los representantes de esa legalidad<br />

que se atrevía a prohibirle a ella, es decir, a su personaje,<br />

llevar a cabo actos que le resultaban del todo irrenunciables.<br />

9


No pertenecía esta figura trágica a la que ella otorgaba voz y<br />

cuerpo e iluminaba de espíritu, al mundo acuático, no era ni<br />

de los ríos ni de la lluvia ni de los cuencos lacustres de sosegadas<br />

aguas, ni tampoco formaba parte del mundo terráqueo<br />

de la fecundidad, la germinación y la fertilidad; era ella del<br />

mundo de lo subterráneo y su ámbito era el de los espacios de<br />

las cuevas, las bóvedas ocultas en el interior de las grutas y<br />

todos aquellos que le dan forma y contorno a las profundidades<br />

del subsuelo.<br />

Erguida frente al público, aunque sin verlo, pero manteniendo<br />

vivo el tembloroso vínculo que llenaba de desazón<br />

a los que la miraban y la escuchaban, con voz enronquecida<br />

siguió pronunciando las palabras del drama:<br />

—Sin llantos, sin amigos, sin himeneos, desgraciada,<br />

me llevan por este camino dispuesto para mí. Ya no me está<br />

permitido, desventurada, ver ese rostro sagrado del sol. Y<br />

ninguno de los míos gime por mi muerte no llorada.<br />

Se estaba llevando a cabo la representación del domingo.<br />

Mañana no habría función y luego iba a haber un estreno<br />

en el que ella no aparecía. Se trataba de una obra cuyo tema<br />

giraba en torno a la violencia en una gran ciudad latinoamericana,<br />

y en la cual el autor intentaba mostrar la indefensión y la<br />

mutua dependencia de la gente. La semana siguiente volvería<br />

a las tablas la obra que se estaba montando hoy, la cual se alternaría,<br />

semana de por medio, con la de la violencia urbana.<br />

Todo ello le permitiría leer otra vez la nueva obra que le<br />

habían ofrecido, en la cual tendría un papel muy peculiar. Iba<br />

a tener que pensar largamente en cómo construir al personaje<br />

y diseñar las técnicas para una puesta en escena convincente.<br />

Se trataba de interpretar a una mujer ciega y le daba horror la<br />

idea del melodrama, la posibilidad de caer en el estilo de las<br />

telenovelas más triviales. Pero se había explorado por dentro<br />

y había constatado que en realidad deseaba vehementemente<br />

ese papel, para asumir el reto, casi inconcebible, de tener que<br />

actuar sin poder valerse de la mirada, teniendo que prescindir<br />

10


de ése su instrumento de expresión más eficaz, apagar los<br />

ojos, despojarse de su luz y de su intensidad, y a partir de ahí<br />

fabricar un personaje que no fuera patético, pero que tampoco<br />

llegara a estar desdibujado o carecer de fuerza. Tendría que<br />

pensar muy bien en cómo lograrlo y conversarlo detenidamente<br />

con Philippe, menos mal que se entendían tan bien y<br />

casi siempre estaban de acuerdo, tanto en los planteamientos<br />

de fondo como en los detalles. Quizás podría imprimirle una<br />

tensión trágica a este personaje, aunque claro, sin otorgarle<br />

la grandeza sobrehumana de las obras de la antigüedad, sino<br />

una dignidad humana que tendría que fabricar de alguna manera<br />

eficaz y poética, para que no resultara un cliché o una<br />

moraleja. Lentamente la figura empezó a surgir en su mente,<br />

algo difuminada todavía, como un montón de trapos que poco<br />

a poco van cobrando vida, retazos apilados de cualquier manera<br />

pero a los que ella estaba comenzando ya a moldear en<br />

su imaginación, ordenándolos, ajustándolos, enderezándolos<br />

aquí y allá, alisándolos, inventando un estilo, una peculiar figura<br />

que tendría que ir puliendo y diseñando, de modo que en<br />

el momento de su presentación, en un futuro estreno, resultara<br />

tan natural en su condición y en su comportamiento, que a<br />

nadie se le ocurriría pensar que pudiese ser de otra manera.<br />

Sintió que sí podría inspirarse y que se estaba empezando<br />

a gestar el feeling entre ella y su personaje, se estaba produciendo<br />

una química que comenzaba a generar sus efectos, y<br />

que sí lograrían enganchar la una en la otra. Su intuición la<br />

conduciría, una vez más, a encontrar el tono adecuado, a destilar<br />

una esencia que terminaría corporeizándose en esa mujer<br />

ciega, de la que ya se estaba imaginando incluso el cómo daría<br />

sus pasos en el escenario, entre vacilantes y firmes, titubeantes<br />

y seguros, caminando sobre los pies que ella le prestaría y extendiendo<br />

la mano otorgada por ella, riéndose con ayuda de la<br />

voz, de la boca y de la cara con las que ella la fabricaría.<br />

Todavía no sabía si la haría señorial o humilde, confusa<br />

o lúcida, aunque claro, eso no sólo dependía de ella, sino del<br />

11


texto, obviamente, del autor, y también de la perspectiva de<br />

Philippe, que para algo era el director, aunque él nunca dejaba<br />

de discutir con ella la orientación del montaje, porque confiaba<br />

mucho en su intuición y en su capacidad de inferir y deducir<br />

todo lo que no era obvio pero que estaba ahí, en la savia de<br />

la obra, en su alma, en sus principios internos más profundos.<br />

Se imaginó a sí misma llevando consigo a la ciega a todas<br />

partes, haciéndole conocer el mundo a través de ella, titubeando<br />

en medio de las tinieblas, pero intentando resolver las<br />

situaciones, con torpeza y habilidad al mismo tiempo, asumiendo<br />

las contradicciones entre sus aspiraciones y la imposibilidad<br />

de llevarlas a cabo, sus dificultades y sus desesperanzas,<br />

su inconformidad ante una condición tan injusta, su angustia<br />

por no poder conocer el propio rostro ni sopesar la proporción o<br />

desproporción de los seres y de las cosas, ni la fealdad o la hermosura<br />

inherentes a ellos, ni comparar lo armónico con lo grotesco,<br />

o vislumbrar lo atractivo y disfrutar del encanto de las<br />

formas y de los colores, recibir la gracia de la luz o acceder a la<br />

opción de la oscuridad por voluntad propia.<br />

Recordaba que, según el libreto, en algún momento la<br />

ciega sufriría un accidente, chocaría contra algo o caería de<br />

bruces, ahora no estaba segura, víctima de algún desgraciado<br />

suceso en el cual se haría mucho daño, llevaría un fuerte golpe<br />

y padecería un desmayo, expuesta en la calle a la mirada de<br />

todos aquellos a quienes ella de todas maneras nunca podría<br />

ver, pero que la verían a ella, ahí desmoronada, en medio de<br />

su desamparo y su miseria, contemplándola ávidamente, hasta<br />

que al fin a alguien se le ocurría llamar a una ambulancia y<br />

por fin la trasladarían a un hospital o a una clínica cercana.<br />

Este tipo de escena tenía que desarrollarse de una manera<br />

muy dinámica, como cinematográfica, aquí no interesaban<br />

los matices expresivos del rostro, sino el juego corporal, la dinámica<br />

que se establecía con todo el resto del grupo, una especie<br />

de coreografía cuya composición no podía dejarse al<br />

azar, en la que todos tendrían que aportar su gestualidad y sus<br />

12


movimientos para articular la escena, como el pintor que diseña<br />

su cuadro prefigurando los volúmenes y las masas, o las<br />

líneas verticales y rectas, como en La rendición de Breda,<br />

por ejemplo, todo tan proporcionado, pero al mismo tiempo<br />

dramático y desgarrado.<br />

También tendría que ensayar largamente el recital de<br />

poesía que ofrecería en el centro cultural al que la habían invitado,<br />

hacer una buena selección de los poemas, escoger<br />

aquellos que fueran adecuados para su tono y su dicción, y<br />

luego leerlos en voz alta, una y otra vez, tratando de situarse<br />

fuera de sí misma para intentar escucharse y de esta manera<br />

captar el efecto producido. Hacía tiempo ya que había desistido<br />

de usar la grabadora, debido a que sus metálicas distorsiones<br />

hacían perderse todas las resonancias, las inflexiones<br />

melodiosas, los bajos, las fricciones de las efes y de las ces, y<br />

también el temblor casi imperceptible del lamento, el cual, a<br />

fin de cuentas, tendría que ser perceptible del todo.<br />

Estaba jugando también con la idea de hacerse acompañar<br />

por una guitarra, con un rasgueo de sonidos muy menudos,<br />

como unas gotas que fueran cayendo de a poco, espaciadas, tamizadas,<br />

sueltas, como en una ofrenda que se fuera desgranando<br />

para contribuir a crear ese milagro que ella tendría que<br />

producir. Se imaginó el escenario desnudo de cualquier decorado,<br />

un espacio puro desde el cual ella tendría que ser capaz<br />

de expresar los sentimientos hasta con el movimiento de las<br />

cejas. Recordó la expresión dura que podía alcanzar una actriz<br />

como Jeanne Moreau con apenas un leve curvarse hacia abajo<br />

de los labios, aunque claro, ella contaba para eso con el don<br />

natural que era poseer una boca con esa forma tan excepcional,<br />

a la vez gruesa y exquisita, carnosa, pero como dibujada<br />

por un artista. La Moreau podía llenar de calidez el escenario<br />

—o la pantalla, más bien, en su caso— con el sólo gesto de beber<br />

de una copa de coñac, gesto con el cual expresaba una sensualidad<br />

que iba naciendo suavemente, sabiamente, a medida<br />

que ella iba entibiando el coñac con las manos, que era como<br />

13


ir entibiando también al mismo tiempo el aire que la rodeaba.<br />

Su boca se abría muellemente, muy despacio, y esbozaba con<br />

blandura, poco a poco, un erotismo decantado y maduro. La<br />

había admirado especialmente en una película de Antonioni,<br />

una película cuyo título se le había olvidado y en la que la actriz<br />

había contado con muy poco parlamento en que apoyarse,<br />

e incluso con muy pocas acciones que llevar a cabo, no había<br />

nada en realidad de qué asirse para facilitar su trabajo. Sin embargo,<br />

a partir de esa carencia de recursos materiales y técnicos<br />

ella había logrado crear su personaje, con una mirada que podía<br />

volverse amenazadora, como cargada de una fuerza despiadada<br />

que no permitía el sosiego. La recordó llorando recostada de<br />

espaldas contra una pared desnuda, tal como ella querría el escenario<br />

para sí misma; había llorado sin nada añadido, sin contorsiones<br />

del cuerpo ni sollozos que la sacudiesen, sin palabras,<br />

sin gestos, con sólo su estar ahí inmóvil contra la pared, mientras<br />

las lágrimas le corrían por la cara dura y áspera, en medio<br />

de ese silencio que le daba tanto cuerpo a la película. Su dolor<br />

se expresaba apenas con esa comisura de la boca tan marcada,<br />

tan extraña, tan salvaje. Tan extraordinariamente hermosa. También<br />

sus ojos eran muy grandes, como brotados. Quizás sufría<br />

de alguna enfermedad. Recordó cómo con apenas un leve y<br />

torturado giro de la cabeza había sido capaz de expresar el dolor<br />

que estaba sintiendo, y cómo luego, después de un instante<br />

que fue como una eternidad durante la cual ella asimiló y aceptó<br />

la muerte que lloraba y que la desgarraba, levantó la cabeza<br />

con altivez para asumir su destino, al igual que dos mil quinientos<br />

años antes Antígona había asumido el suyo.<br />

La silueta frente al muro, sin ningún otro decorado, expresaba,<br />

sin palabras y sin aspavientos, la insondable soledad<br />

del ser humano. Luego la actriz, sobria, áspera y contenida, regresaba<br />

del dolor, la mirada cargada de rencor, aunque sin<br />

amargura, delineando la voluntad de persistir en la existencia.<br />

Habían pasado varios minutos desde que Camila había<br />

salido de escena, su papel ya concluido, aunque allá afuera<br />

14


seguía transcurriendo el drama de Tebas. Sin saber por qué,<br />

aunque sin detenerse tampoco a intentar comprender el origen<br />

de la fugaz asociación, en ese momento recordó también<br />

otra imagen cinematográfica, el perfil de suaves líneas redondeadas<br />

de Elba Escobar, en una película venezolana que<br />

había visto con José Antonio. El volumen de la cabeza, contrastando<br />

con la delicadeza del perfil, condujo sus pensamientos<br />

hacia las figuras de Botticelli, aunque la de la película<br />

era una mujer morena, y no una de esas sutiles rubias del<br />

maestro florentino, de cuyos cabellos, de hebras finísimas, se<br />

desprendía una luminosidad difusa y resplandeciente. Pero<br />

también los cabellos de Elba Escobar se difuminaban tenuemente,<br />

a partir de una oscuridad dulce y serena, en medio de<br />

esa casa, o convento, o quizás capilla, en donde transcurría la<br />

acción, un espacio pequeño y cerrado como el escenario de un<br />

teatro, que sólo al final de la obra se abría a unos ángulos y<br />

pasillos que subrayaban la presencia de la tragedia que había<br />

irrumpido desde el mundo de afuera en este otro, íntimo y acogedor.<br />

Un hogar apacible y suave, sencillo y femenino como el<br />

pan tierno que horneaba Verónica Oddó, la otra actriz de la película.<br />

La interpretación de Verónica había sido impecable.<br />

Había logrado expresar el dolor del ser humano, erguida y vertical<br />

sobre su angustia, pura como una figura del Greco, seca,<br />

enjuta, despojada, de carnes magras, con una sonrisa amarga,<br />

enfrentando sin misericordia el suplicio a su vez inmisericorde.<br />

El texto y el montaje las había instalado a ambas, tanto a<br />

la que parecía una figura de Botticelli como a la que era como<br />

si fuera del Greco, en el centro de esa angustia, enfrentadas a<br />

un muchacho desamparado, mirar al cual era como mirar a un<br />

niño. Un muchacho que ya había pactado con la muerte, pero<br />

que se resistía todavía a entregarse a ella, y con quien terminarían<br />

por establecer un vínculo de mutuo amparo, reticente<br />

e instintivo por parte de la de líneas suaves y redondeadas,<br />

lúcido y comprometido por parte de la que parecía trazada<br />

con líneas desnudas de todo elemento que no formara parte<br />

15


de lo esencial. En el hogar de esta heroica Antígona moderna<br />

amasadora de pan y guardiana de los consuelos de su religión<br />

penetraban incesantemente los aterradores ruidos de los soldados<br />

marchando en la calle, así como los del constante desplazarse<br />

de los camiones repletos de gente armada.<br />

Recordó los matices de la cara de Elba Escobar cambiando<br />

paulatinamente, pasando de la incredulidad a la exaltación,<br />

su sonrisa, su voz ronca y cristalina, su rezo a la vez<br />

sereno y dramático, su estado de angustia y de zozobra, y recordó<br />

también nítidamente a Verónica Oddó, echada en posición<br />

fetal, expresando un terror como de animal, para luego crecer<br />

desde su miedo hasta esa grandeza que sólo las verdaderas<br />

actrices trágicas podían alcanzar.<br />

Sintió que todas esas artistas que ahora casualmente le<br />

habían venido a la mente, así como muchas otras en las que en<br />

ese momento no pensaba, pero que de alguna manera vivían<br />

dentro de ella, eran como sus hermanas, que la habían alimentado<br />

con su trabajo, y que de alguna manera también ella<br />

las alimentaba con todos los papeles en los que había actuado,<br />

como éste de hoy, de tan ardua resolución.<br />

En ese instante escuchó el sonido de los aplausos.<br />

Indudablemente la obra había terminado y todo indicaba que<br />

había gustado, que el éxito de las representaciones anteriores<br />

se seguía manteniendo. Los otros actores y actrices iban entrando<br />

y saliendo, progresivamente, de acuerdo con la importancia<br />

de sus respectivos roles, hasta que finalmente le tocó a<br />

ella, que había sido la protagonista. Entonces salió y se detuvo<br />

frente al público, que en ese momento se levantó de los<br />

asientos para ovacionarla de pie, largamente, cálidamente,<br />

adorándola, rendidos ante el hechizo que se había desprendido<br />

de ella a lo largo del espectáculo. Ella los miraba ahora de<br />

verdad, ya sin tener que representar nada, embriagada con el<br />

triunfo, sin artificio, disfrutando de la belleza de este acto no<br />

dirigido por nadie, logrado como un milagro, deslumbrante y<br />

prodigioso. Se inclinó profundamente, con gracia y con estilo,<br />

16


lo que hizo que los aplausos se redoblaran más todavía, constituyendo<br />

con su presencia y con su materialidad este fugaz momento<br />

que sería imperecedero en su memoria, mientras ésta<br />

existiese. Como en un destello recordó otra representación, en<br />

una oportunidad en la que estuvieron de gira en el exterior,<br />

en un lugar con una tradición teatral mucho más arraigada que<br />

la que podía encontrarse aquí, en ésta su ciudad, en donde la<br />

gente se mantuvo de pie aplaudiendo por más de veinte minutos,<br />

algo realmente insólito para ellos, poco acostumbrados a<br />

una entrega tan generosa. Ahí la ceremonia del teatro incluía<br />

rituales tan sugestivos como el bajar, luego de cerrada la cortina<br />

de tela, y cuando ya los aplausos estuviesen cediendo un<br />

poco, la cortina de hierro, con una puertecita rectangular en el<br />

medio, por la cual iban saliendo los artistas uno por uno, saludando<br />

con una inclinación o con apenas un gesto de la cabeza,<br />

o sólo asomándose apenas, ya en una despedida final, en un<br />

último adiós que costaba dar por terminado.<br />

Esa misma noche, un par de horas después, ya sentada<br />

en el jardín de su casa, intentó reencontrar el sosiego, sin lograrlo,<br />

todavía tensa por el esfuerzo realizado. Se encontraba<br />

sola. Su hijo aún no había llegado y ni Philippe ni José Antonio<br />

la habían llamado. Pero la soledad no la molestaba, todo<br />

lo contrario, era su espacio preferido para reencontrarse consigo<br />

misma, lograr despojarse de Antígona o de cualquier otro<br />

papel que le hubiera llegado así, hasta la médula. El suave aire<br />

nocturno estaba ayudándola a sosegarse, al igual que la contemplación<br />

de su montaña, el <strong>Ávila</strong>, ofreciendo su imagen de<br />

certidumbre, que tanto apoyo le prestaba para regresar de la<br />

fantasía, de esos mundos imaginarios que ella contribuía a<br />

construir y a recrear, pero que la invadían de tal manera que<br />

luego, una y otra vez, tenía que elaborar un largo, lento y fatigoso<br />

proceso de retorno a la realidad.<br />

La recorrió un ligero escalofrío. La noche estaba cayendo<br />

y el aire empezaba a sentirse más fresco. Sin embargo,<br />

no se movió. Su cuerpo se había ido relajando de a poco y de<br />

su mente se iban alejando los contornos de los fantasmas a los<br />

17


que la representación les había otorgado vida un par de horas<br />

antes. Ahora de un solo soplo los ahuyentó de su lado, tratando<br />

de apartar de sí hasta su recuerdo, vaciarse de su presencia<br />

febril y despejar el camino de regreso hacia sí misma.<br />

Comenzó a garuar de una forma muy tamizada, una lluvia<br />

que apenas la rozaba. Cerró los ojos, para disfrutar aún<br />

más del instante. Se sintió viva, vuelta a ser ella misma, desposeída<br />

de todos sus personajes, propietaria de su cuerpo,<br />

dueña de su respiración, sin necesidad de tener que regularla<br />

ni sujetarla a control alguno, libre en medio de la noche y de<br />

la lluvia. Cuando volvió a abrir los ojos vislumbró a lo lejos<br />

el <strong>Ávila</strong>, ahora ya sólo una mole oscura que se iba cubriendo<br />

de nubes. En ese momento escuchó girar la llave de la puerta<br />

principal. Seguramente sería su hijo que regresaba. Aunque<br />

estaba disfrutando plenamente el momento de soledad y de<br />

reencuentro consigo misma, de inmediato la invadió la alegría<br />

que sentía siempre que oía los sonidos que anticipaban<br />

esa llegada.<br />

18


2<br />

El violento zumbido envolvía a la multitud desenfrenada,<br />

con su sonido desabrido carente de melodía, desprovisto de<br />

sincopación, acre y desapacible, golpeándolos violentamente,<br />

como un oscuro alarido lanzado en medio de las luces y<br />

de las sombras que recorrían el gigantesco coso, batiéndolos,<br />

arrojando sobre ellos su presencia destemplada y manteniéndolos<br />

vinculados en una inmensa masa homogénea, como<br />

sumergidos todos en una gelatina visceral, blanda y flexible,<br />

que los hacía seguir juntos, moviéndose todos al unísono, bañados<br />

por las luces rojas, moradas y verdes de los reflectores,<br />

no como en un entretenimiento o en una convencional fiesta,<br />

sino en la expresión de un arte aún inédito, no registrado todavía<br />

por los cánones de la estética, una danza no soñada por<br />

ningún coreógrafo, como una lucha feroz y salvaje en la cual no<br />

tenía cabida la compasión por el contrario, un brillante juego<br />

que era como un salto hacia la muerte, una expresión de las vidas<br />

de todos aquellos que ahí se agitaban como traspasados por<br />

un fervor religioso, configurando círculos, elaborando hileras,<br />

cantando y aullando, desintegrados, hechos polvo, convertidos<br />

en moléculas aisladas, pero unidos en un sólo lamento, preguntándose<br />

por el cómo y el cuándo del estropearse del mundo,<br />

maldiciendo y blasfemando, sollozando y amenazando,<br />

balbuceantes, violentos, enloquecidos, bebiendo cerveza y<br />

fumando marihuana, mientras bailaban con las manos alzadas,<br />

muchachas y muchachos pegados los unos a los otros,<br />

19


las caras tapadas por los cabellos en desorden y los ojos atisbando<br />

a través de las hebras de pelo.<br />

—Me siento feo, no tengo suficiente dinero —cantaban<br />

las voces enronquecidas, las del conjunto y las del público,<br />

tenaces, erizadas, los cuerpos resplandecientes como diamantes<br />

iluminados por el sudor que los empapaba, destrozados,<br />

despedazados, corroídos por la sustancia de esa canción<br />

que narraba su verdad más íntima, para renacer luego, en un<br />

paroxismo de felicidad, reflejados en la belleza del muchacho<br />

que se enfrentaba al micrófono, invencible y eterno, con<br />

su arete en una oreja, sus ojos almendrados y el timbre metálico<br />

de su voz, que se quebraba en una inflexión particular.<br />

—Me has echado encima la cerveza, coño —dijo un tipo<br />

sin camisa que bailaba en la olla, logrando alzar la voz<br />

gruesa y amenazante de tal manera que fue capaz de sobreponerse<br />

al estrépito reinante, haciéndose escuchar claramente en<br />

medio de ese fragmento pequeño de espacio al que pertenecía,<br />

junto con todos los demás que configuraban ese trozo<br />

particular, delimitado con líneas invisibles para todos los que<br />

no fueran de esa tribu.<br />

Joaquín había sustituido ya a Gabriel frente al micrófono.<br />

En la pantalla gigante colocada a un lado se veía su<br />

imagen luminosa, agrandada como si quisiera sobrepasar la<br />

dimensión de todos los objetos a su alrededor, como en un<br />

intento de fundirse con el armatoste de acero que le servía de<br />

soporte, situado por encima de las cabezas de las personas<br />

que configuraban la multitud que se agitaba allá abajo.<br />

Creían disfrutar de la libertad de bailar sin pasos preestablecidos,<br />

inventando cada cual su propia soltura o escogiendo<br />

la rigidez de la tiesura, endurecidos o flexibles, elaborando<br />

cada uno sus propias figuras, fundidos con el ritmo, a la vez<br />

aislados e integrados en un sólo movimiento, juntos en medio de<br />

la separación, de la sucesión de sonidos que les iba llegando<br />

por oleadas, como un río desbordado que los arrastrara, fluyendo,<br />

corriendo, derramándose, un río que careciese de re-<br />

20


mansos, como si de sus profundidades surgieran remolinos<br />

que los mantuvieran atrapados. El sonido no les daba tregua y<br />

había que saltar, liberados de sus amarras por el baterista que<br />

ahora se arrancaba con una percusión que parecía empujarlos<br />

por un pasadizo, haciendo desvanecerse la sensación de libertad,<br />

una libertad que había sido sólo condicional, ahora se hacía<br />

obligatorio entrar por el pasadizo, aunque ellos no lo<br />

quisieran. Era inútil resistirse, el sonido sangrante los acuchillaba<br />

y no había escapatoria posible. Hubieran deseado caer<br />

de rodillas, posar la frente en el suelo y llorar, llorar sin consuelo,<br />

expresar su tristeza y su desconcierto, y sujetar el manar<br />

indetenible de esa materia sorda y viscosa que llevaban<br />

dentro de sí como una aflicción carente de nombre, como una<br />

rabia que los lastimara. Alcanzar el acceso a una forma sólida y<br />

salir de la espesa sustancia que los mantenía entremezclados,<br />

forjar un algo duro y metálico que les permitiera superar el<br />

mundo informe y blando que los amenazaba con la disolución<br />

en su esfera coloidal y que les hacía sentir el peligro de<br />

ser desleídos en medio de una masa pastosa, ya casi incandescente,<br />

de la cual hubieran querido emerger cristalizados en<br />

una figura pura, alargada y única, desprendida de todo lo accesorio,<br />

como una llama solitaria, inasible y decantada, con el<br />

resplandor y la transparencia del cristal de roca y con la luminosidad<br />

de las aguas que se han trasmutado en hielo.<br />

Gabriel encendió un cigarrillo, mientras en el escenario<br />

Joaquín tocaba la guitarra. Recordó a Sonia llorando en la cocina,<br />

donde se había refugiado mientras en la sala y en la terraza<br />

la fiesta seguía su curso habitual, estruendoso y múltiple,<br />

un espacio para el movimiento y para la risa, para vasos, servilletas<br />

y equipos de sonido, pero no para unas lágrimas que,<br />

a fin de cuentas, eran en verdad más adecuadas para un rincón<br />

de la cocina, cerca de las cebollas, aunque para nada debían<br />

ser asociadas con éstas, puesto que no había entre ellas<br />

y el llanto ninguna relación de causa y efecto, simplemente<br />

de cercanía entre esa hortaliza de poco esplendor, aunque<br />

21


esencial, y esa muchachita que había estado ensayando ser<br />

mujer, pero que en determinado momento cayó fuera de su<br />

papel y sin querer ni saber por qué, se había puesto a llorar.<br />

Para esconder la vergüenza que le producía semejante actitud<br />

infantil, inexcusable para el explosivo grupo conformado por<br />

la gente segura de sí misma y poco dada a niñerías que se divertía<br />

en el desenfreno de la fiesta, se había ocultado en la<br />

cocina, y ahí la había encontrado Gabriel. En un primer momento,<br />

debido a lo imprevisto del llanto de ella, la situación fue<br />

embarazosa para los dos, pero luego sintieron cómo la noche<br />

rezumaba su oscuridad asordinada, ahí en esa cocina que parecía<br />

navegar fuera del mundo de la fiesta, destilando gota a gota<br />

el sosiego y haciendo aquietarse la ansiedad de sus corazones.<br />

Él sólo había entrado para buscar dos latas de cerveza,<br />

una para sí y otra para María Teresa, que se había quedado en<br />

la terraza, pero la figura de Sonia llorando, ahí en la cocina, sentada<br />

junto a la pequeña mesa donde de día se rebanaban las verduras<br />

o se batía la mezcla de las tortas, tan quieta, tan pequeña,<br />

parecía indicar el camino hacia un pasaje invisible que al mismo<br />

tiempo era, paradójicamente, perceptible con toda claridad. Había<br />

un algo que convidaba a traspasar el umbral que se intuía<br />

que estaba ahí y que incitaba a dirigirse hacia la muchacha, sin<br />

prisas, lentamente, como cuando uno recuerda a alguien perteneciente<br />

a un tiempo muy lejano, pero cuyo contorno se ha ido<br />

ya esfumando poco a poco, confundido con el olvido.<br />

Creo que he tomado demasiado, pensó entonces. Sin<br />

embargo, entró con decisión en la cocina y abrió las dos latas<br />

de cerveza. De una de ellas se derramó la espuma, que se extendió<br />

por la superficie de la mesa, mientras el pequeño ambiente<br />

se llenaba del penetrante olor de la cebada fermentada.<br />

Ella se pasó la mano por los ojos, tratando de disimular las lágrimas,<br />

y buscó un paño para secar el charco de pequeñas burbujas<br />

blancas, cuya mancha sobre la mesa iba ocupando un<br />

espacio cada vez mayor. Él se sintió confundido y trató de ayudar<br />

también, mientras miraba de reojo a la muchacha.<br />

22


Ella se movía con la fragilidad de un pajarito, con pasos<br />

titubeantes, y uno casi podía visualizarla batiendo las alas, ahí<br />

en medio de los trastos de la cocina. La escasa luz la bañaba<br />

con un color amarillo ocre que de alguna manera la asociaba,<br />

arbitrariamente, con la cerveza que se había quedado en los<br />

vasos en los que había sido vertida, ya detenidos también en el<br />

ámbito de esa cocina que parecía deslizarse hacia el nocturno<br />

viaje que daba la impresión de estarse apenas iniciando.<br />

Lograron por fin secar entre los dos el líquido derramado,<br />

aunque el fuerte olor permaneció diseminado en el aire, acre y<br />

áspero. Ella fue hasta el fregadero y abrió el grifo para lavar el<br />

paño, sobre el cual dejó correr abundantemente el agua. Parecía<br />

estar adquiriendo más confianza, poco a poco, dejando de asemejarse<br />

a un pajarillo, para irse ahora asimilando más bien a una<br />

sacerdotisa, muy menuda, eso sí, pero revestida ya, ahí frente al<br />

chorro de agua, de un aire peculiar que hasta entonces había estado<br />

oculto. En torno a ellos se había ido atemperando el bullicio<br />

de la fiesta. Entonces él, olvidado de aquello para lo que<br />

había venido, se sentó en el taburete que estaba en un rincón,<br />

junto a la tostadora de pan y la ristra de ajos de piel violeta que<br />

colgaba de la pared en la que apoyó la espalda.<br />

—¿Quieres un cafecito? —le preguntó ella, y al hablar<br />

su voz pareció adquirir forma, algo así como la de un cuenco<br />

que contuviese dentro de sí a todo el espacio de la cocina, la<br />

cual seguía deslizándose por el terso itinerario nocturno, como<br />

por un declive que los estuviera transportando fuera del tiempo.<br />

Él asintió, sin palabras, y entonces ella prendió un fósforo<br />

y encendió la hornilla del gas. Al rato, el aroma del café<br />

recién hecho cubrió con su presencia el olor de la cerveza, del<br />

cual de todas maneras ya casi no quedaba nada. Él se levantó y<br />

buscó dos tacitas, en las que ella vertió el líquido negro e hirviente,<br />

al cual luego cada cual endulzó a su gusto.<br />

—¿Tú no eres el que canta? —preguntó ella de pronto,<br />

con lo cual el movimiento estable de la cocina pareció tambalearse.<br />

Él se sintió incómodo, como cada vez que se constataba<br />

23


famoso, para luego de inmediato sentirse irritado contra sí mismo<br />

por no haber podido vencer todavía esa incomodidad y no<br />

aceptarse exitoso. Tuvo ganas de contestar con alguna pesadez,<br />

para castigarla por esa pregunta intempestiva y fuera de contexto,<br />

pero luego se contuvo.<br />

—Sí —dijo, desganado, y el monosílabo dicho así pareció<br />

erigir una pared en aquella zona de la pequeña cocina. Ella<br />

se dio cuenta de esa presencia invisible, aunque casi palpable,<br />

y se sintió azorada. Pero ya no tuvo tiempo de retroceder.<br />

—Yo te vi una vez, pero no te reconocí en el momento<br />

—dijo, sabiendo que no debía decirlo. La frase quedó flotando<br />

en la cocina, para contribuir a darle más altura a la pared<br />

que, sin querer, estaban ahora erigiendo. Ella tuvo entonces<br />

el coraje de decidirse a derrumbarla, aunque para ello tuviese<br />

que pronunciar palabras que su timidez en general no le<br />

permitía formular. Con las cuales corría, por otra parte, lo<br />

presintió al momento, el riesgo de levantar hasta el techo<br />

mismo ese muro, terminando de fabricar una separación definitiva—.<br />

Lo que más recuerdo de ti en ese concierto, es<br />

cuando saliste como una tromba al escenario, corriendo, pero<br />

también como dando pasos de danza, o como si estuvieras<br />

volando. Como si hubieras venido saltando por los montes, o<br />

brincando por los collados.<br />

Él apreció dentro de sí el valor que había tenido ella de<br />

hablar de esa manera. La miró a los ojos, sonriéndole, con lo<br />

cual el muro se esfumó al momento, y en su lugar se restableció<br />

el sosiego en medio del cual la cocina pudo continuar desplazándose<br />

en su suave navegar. En vez del muro se configuró en<br />

ese espacio la entrañable imagen de él que ella había diseñado<br />

con sus palabras, una presencia móvil, danzante, que pareció<br />

empezar a hacer girar la cocina a un ritmo diferente, más veloz,<br />

pero también más melodioso. Era como si ella, en vez de hablar,<br />

hubiera entonado un cantar, y que de su canto hubiera<br />

nacido la danzante figura de él.<br />

24


Ella devolvió la mirada y la sonrisa, a su vez agradecida<br />

por habérsele permitido corregir el rumbo del viaje nocturno,<br />

y se limitó a decir:<br />

—¿Quieres otro cafecito?<br />

—Sí, pero ahora lo voy a preparar yo. Tú quédate ahí<br />

sentada.<br />

Fue en ese momento que apareció María Teresa, la cual<br />

los fulminó con los ojos. Con furia creciente miró los dos vasos<br />

de cerveza recalentada y explotó:<br />

—¡Tú sí que eres de pinga, vale, yo ahí esperándote, y<br />

tú aquí, bien chévere!<br />

Él se levantó con expresión sombría:<br />

—Bueno, y qué.<br />

Parado ahora ahí en la punta del escenario, se preguntó,<br />

irritado y nervioso, por qué justo en estos momentos había<br />

tenido que recordar toda esa situación, por qué había<br />

venido a su mente todo ello en un momento tan inoportuno,<br />

precisamente cuando nada debía distraerlo, cuando todas sus<br />

energías debían estar concentradas en lograr que el espectáculo<br />

saliera como lo habían previsto.<br />

Percibió que la multitud de gente que se encontraba allá<br />

abajo bailando era mucho más grande que cualquier cantidad<br />

con la que hubieran soñado. El hervidero de muchachos y<br />

muchachas que se agitaban en el inmenso coso había conseguido<br />

hacer de ese gigantesco lugar un mundo íntimo y propio,<br />

algo así como la patria de todos ellos, o mejor dicho,<br />

como su hogar, como un sitio que hubiesen logrado hacer<br />

confortable como un nido, un ámbito en el cual poder sentirse<br />

acogidos, como hermanos, aunque algunos grupos se pelearan<br />

con otros, como no dejaban de hacerlo siempre todos los hermanos,<br />

desde los tiempos más remotos. Los instrumentos sonaban<br />

al unísono, trepidantes, el grupo se estaba dando entero,<br />

fervorosamente acoplados al público que saltaba sin parar,<br />

participando de esa germinal celebración que podía quizás parecer<br />

simplemente la ceremonia de una horda de salvajes,<br />

25


pero que en realidad era un milagro que se estaba gestando, el<br />

don de estar ahí todos unidos, temblando y sacudiéndose, trémulos,<br />

inclementes, iracundos, convulsionados, sin querer<br />

aceptar el mundo de afuera, que en realidad tampoco los convocaba,<br />

y ellos no querían morir, al menos no de la manera<br />

mezquina y miserable que el mundo les ofrecía, y tampoco<br />

aceptaban vivir de un modo anémico y desteñido, o al menos<br />

en este instante creían que nunca lo aceptarían. Soy como el<br />

caracol caminando por el filo de una navaja, había dicho<br />

Marlon Brando hacía ya tiempo, allá en Apocalypse now, y<br />

ellos sabían que era eso lo que les esperaba, el apocalipsis seguía<br />

permeando todos los resquicios con su insidiosa e impalpable<br />

presencia, todos ellos serían abiertos en canal, como<br />

ineludiblemente lo sería el caracol, y la grasa y los pellejos y<br />

los intestinos y todo su contenido de excrementos, mezclado<br />

con la sangre y con los otros humores del cuerpo, todo se voltearía<br />

hacia afuera y sólo quedaría el espanto en la cara de los<br />

cadáveres, los ojos abiertos, gigantescos, el grito todavía en la<br />

boca en el último alarido, desnudos, pero carentes de la gracia<br />

y de la sensualidad del desnudo, y ya más allá del desamparo,<br />

por siempre jamás. Sus miembros caerían muellemente cuando<br />

los tirasen en alguna inmensa fosa común que se transformaría<br />

en su último nido, en donde quizás sus cuerpos se<br />

acomodarían en una posición fetal, al fin sosegados y a salvo<br />

del horror. El tractor los iría empujando, apilaría esa inmensa<br />

cantidad de cadáveres, los cuales irían cayendo en el foso,<br />

amontonados, sin piedad, sin ritos, fuera de lo que alguna vez<br />

les hubiesen hecho creer que era la cultura humana, pero quizás<br />

más bien dentro de su expresión más acabada.<br />

La música seguía sonando y la multitud continuaba<br />

gritando ah-ah-ah, los brazos alzados y saltando rítmicamente,<br />

al tiempo que Gabriel cantaba, y a la vez creía percibir fugazmente<br />

a una muchacha negra muy bella que le sonreía,<br />

los ojos brillantes y un largo zarcillo pendiente de una oreja.<br />

Ella bailaba y sonreía, mientras se iba alejando de su pareja,<br />

26


a la vez que la multitud se interponía y los iba separando, pero<br />

ella continuaba bailando y sonriendo, sin apegos, bañada por<br />

las luces de distintos colores de los reflectores. En cuestión de<br />

segundos se perdió en medio de la masa de gente que se la tragó<br />

sin dejar huellas y apenas quedó esa fugaz grabación casi subliminal<br />

en el inconsciente de Gabriel, luego de traspasar sus<br />

pupilas sin que él prácticamente se diera cuenta, a su vez<br />

traspasado por su propia música, febril, extenuado, en medio<br />

de un desgaste de energías tremendo, generando energías en<br />

otros, en todos los seres que allá abajo vibraban con el grupo,<br />

fluyendo, aullando, al borde del paroxismo, apasionados, impulsados<br />

ardientemente a consustanciarse en un sólo movimiento,<br />

mientras la realidad de afuera se hundía en la nada,<br />

como tragada por la intensidad de la fuerza producida por todos<br />

ellos, chupada por la gran masa que parecía tener unos<br />

únicos y gigantescos labios dispuestos a deglutir y a triturar<br />

esa realidad exterior, que de esta manera era embebida por el<br />

mundo gelatinoso que ellos configuraban. Realidad hundida,<br />

realidad de un día, era como la letra para una canción que tratara<br />

de la realidad masticada y vomitada, aspirada por el centro<br />

de un volcán y consumida por el fuego perenne del interior<br />

del cráter, efímera, pasajera, fugaz, materia para ser carcomida<br />

por los dientes, rasgada violentamente, ajada, marchita, desabrida<br />

y, al mismo tiempo, derrotada fugazmente por el suntuoso<br />

esplendor de esta noche, por la embriagante belleza de este<br />

momento glorioso, puro como el sonido de una campana, pero<br />

también áspero y duro, hecho para chocar y al mismo tiempo<br />

para fabricar una quimera, para vivir las pesadillas y para<br />

imaginar los sueños, para saberse vivos y sentir la felicidad de<br />

estarlo, y también para llorar afligidos y sin medida por las<br />

ilusiones hechas trizas, por los corazones rotos y solitarios, los<br />

lonely hearts eternos y siempre renovados, tan tremendamente<br />

cursis y tan ciertamente verdaderos.<br />

El concierto tocaba a su fin. Los integrantes del grupo<br />

se sentían exhaustos, aunque al mismo tiempo la convicción<br />

27


de que habían logrado el éxito y de que el vínculo con el público<br />

se había establecido desde un comienzo y se había mantenido<br />

así hasta el último minuto les producía la excitación<br />

necesaria para poder continuar moviéndose frenéticamente en<br />

el escenario, sudorosos, desmelenados, convulsionados por<br />

dentro y por fuera, sintiendo la emoción del triunfo, el haber<br />

conquistado al mundo, el cual se les entregaba rendido, en<br />

medio de la ovación que ahora los rodeaba y los envolvía, en el<br />

circular recinto que les devolvía desde todas partes la compensación<br />

que ciertamente habían esperado y prefigurado,<br />

pero cuya vivencia real superaba cualquier idea que se hubiesen<br />

hecho al respecto.<br />

De pronto Gabriel se dio cuenta de la ausencia del collar<br />

que hasta hacía poco, estaba seguro de eso, había sentido colgar<br />

de su cuello. Lo fastidió constatar la pérdida. El público,<br />

sobre todo el de atrás, estaba empezando ya a salir, pero todavía<br />

quedaba muchísima gente, y los más cercanos al escenario<br />

seguían ahí, impertérritos, como negados a la idea de retornar<br />

a una existencia cuya presencia material se había diluido en<br />

el olvido durante este par de horas fastuosas y magníficas.<br />

Hubiera resultado bastante inconcebible que la estrella del<br />

grupo Ciudad Sitiada de pronto se dedicara a arrastrarse por<br />

el piso del escenario, quizás a cuatro patas, tratando de encontrar<br />

un diminuto objeto perdido, rebuscando en un lugar y en<br />

otro, escudriñando miserablemente en medio del polvo y de la<br />

basura, desdibujando el mito que recién acababa de delinearse<br />

y cuyo recuerdo seguía vivo en todos los presentes, algunos de<br />

los cuales continuaban saliendo, lentamente, pero de los cuales<br />

muchos permanecían aún ahí, obcecados y tesoneros, esperando<br />

en vano el renacer del milagro que se estaba apagando junto<br />

con las luces del Poliedro, a las cuales el personal técnico estaba<br />

ya extinguiendo.<br />

Poco a poco la oscuridad fue invadiendo el coso. De la<br />

gran fiesta ahora ya sólo quedaban los desperdicios, la basura<br />

que había generado impúdicamente toda esa gente, los res-<br />

28


tos de cigarrillos y los vasos de cartón, las latas y las botellas<br />

vacías, los charcos de orina y los vómitos, los condones, las bolsas<br />

de plástico y de papel, algún que otro zapato y unas cuantas<br />

prendas de vestir, devaluados objetos a los que la oscuridad fue<br />

cubriendo paulatinamente.<br />

Gabriel sintió el frío del sudor que le empapaba las ropas<br />

y que se transmitía a su piel, pegajosa y húmeda. Torpemente<br />

se puso a buscar el collar por el piso del escenario,<br />

ahora ya en penumbras, convertido en apenas un gran tablado<br />

desnudo y sucio, lleno de manchas de todo tipo, en el cual no dejaba<br />

de resultar bastante inverosímil la idea de poder localizar<br />

un objeto tan pequeño como el que él estaba buscando. Se trataba<br />

de un collar de cuero trenzado, hecho con piezas cuadradas<br />

de distinto tamaño, de color marrón, en diversos matices, aunque<br />

todos más bien oscuros, de manera que decididamente no<br />

sería fácil encontrarlo, puesto que además era delgado, de modo<br />

que pudo haberse escurrido por cualquier rendija o caído en<br />

algún rincón. Se lo había traído Sonia una vez de un viaje a<br />

Barquisimeto y él desde entonces lo consideraba un poco como<br />

su amuleto, se lo había puesto en cada presentación importante<br />

y su contacto le producía un efecto de certidumbre y confianza.<br />

Recordó cómo Sonia se lo había entregado con una mirada de<br />

esas tan propias de ella, con las que había terminado por robarle<br />

el corazón, algo que él nunca hubiera considerado como una<br />

posibilidad real, fortificado como lo tenía con las defensas que<br />

había levantado y con las que creía estar a salvo de semejantes<br />

invasiones, seguro de no correr riesgos y de estar más allá de<br />

cualquier peligro de esa naturaleza.<br />

Joaquín se había acercado varias veces, intrigado, para<br />

preguntarle qué diablos le estaba pasando y por qué no venía<br />

a celebrar con el grupo, ya los compañeros del equipo técnico<br />

habían recogido casi todo y estaban a punto de terminar, y<br />

los demás estaban eufóricos, agotados pero felices, coño, habían<br />

logrado llenar el Poliedro, panita, tenemos que celebrar,<br />

qué güevonada le había entrado, por qué se había quedado<br />

29


aquí en esta solitaria oscuridad. Ciertamente no era poca cosa<br />

haber llenado el Poliedro, nadie hubiera apostado un año atrás<br />

a favor de esa opción, es más, ni siquiera se lo hubieran planteado,<br />

cuatro muchachos casi desconocidos, cuatro loquitos que<br />

sólo se habían presentado en algunas salas de segunda categoría,<br />

y luego en las calles y en las plazas, en espacios cada vez<br />

más grandes y con un poder de convocatoria cada vez mayor,<br />

eso sin duda había que reconocerlo, pero de ahí a pensar en el<br />

Poliedro el salto era muy grande. Pero ellos lo habían dado, milagrosamente,<br />

increíblemente, y no sólo lo habían logrado,<br />

sino que, en contra de todo presagio, el gigantesco recinto se<br />

había llenado por completo, daba terror ver desde atrás del<br />

escenario a esa inmensa muchedumbre, miles de miles de<br />

personas que esperaban de ellos algo grandioso e inolvidable,<br />

expectativas para las cuales, en el momento de pánico que los<br />

invadió antes de iniciar el espectáculo, se sintieron absolutamente<br />

incapaces de dar respuesta. Paralizados por el terror, hubieran<br />

deseado huir y habrían dado cualquier cosa por estar<br />

muy lejos de ahí, por convertirse en seres anodinos y carentes<br />

de sueños de gloria, negados por siempre para la fama y cualquier<br />

riesgo. Pero era necesario empezar, porque vuelta atrás<br />

ya no había, y entonces comenzaron a tocar y el mundo dio un<br />

vuelco. La música producida por el grupo llenó todos los espacios<br />

y la tibieza volvió a los pies y a las manos de cada uno de<br />

ellos, a la vez que el pánico desaparecía sin dejar huellas.<br />

Cuando él irrumpió en el escenario, como si hubiera venido<br />

saltando por los montes, o brincando por los collados, tal como<br />

lo había dicho aquella vez Sonia, comenzando a dejar fluir<br />

libremente su canto, ya sólo sentían el goce de estar ahí, disfrutando<br />

de su propia capacidad de crear sonidos, de la emoción<br />

de que toda esa gente estuviese vibrando con ellos, en una entrega<br />

que no se daba fácilmente, no era un amor devaluado ni<br />

unos amoríos de pasada, sino una devoción larga y ardiente, y<br />

desde ahora ya decisivamente arraigada dentro de cada uno de<br />

los que constituían esa enorme masa.<br />

30


—Ya voy, chamo, es que se me perdió el collar, no sé<br />

qué coño se hizo.<br />

Joaquín se quedó un rato ayudándolo a buscar, pero<br />

luego abandonó una labor que no parecía conducir a ninguna<br />

parte. Sentía frío, igual que todos, empapados como estaban<br />

de sudor, estaba feliz pero cansado y tenía ganas de irse, celebrar,<br />

descansar, comer, emborracharse, tantas cosas. Se alejó<br />

hacia los vestuarios.<br />

—Apúrate, vale —le gritó todavía.<br />

Gabriel recordó que en determinado momento había<br />

saltado en medio del público desde el escenario, de manera<br />

que bajó y se puso a recorrer aquello que había sido la olla,<br />

tan efervescente no hace mucho, pero que ahora sólo era un<br />

espacio quieto y mortecino, venido a menos, con el piso por<br />

completo cubierto de desperdicios, entre los cuales sería ciertamente<br />

una misión imposible encontrar su collar, ese collar<br />

del que le estaba costando tanto sentirse separado definitivamente.<br />

Anduvo entre las hileras de sillas de las primeras filas,<br />

removiendo la basura con el pie, sin decidirse a agacharse para<br />

buscar con las manos. Así se estuvo un tiempo, dedicado a<br />

esta actividad tan infructuosa, hasta que, desesperanzado, se<br />

sentó en una de las sillas y desde ahí contempló el escenario<br />

ahora vacío. Desde ese lugar los habían mirado a ellos con<br />

ojos cómplices y enamorados hasta hacía poco, y los habían<br />

percibido grandes y fabulosos, dioses eternamente bellos y jóvenes,<br />

objetos de adoración y de idolatría. No había pasado ni<br />

media hora desde que toda esa gente se había ido, pero ahora<br />

costaba trabajo reconstruir esos momentos, de los cuales él sólo<br />

algunos fragmentos podía recordar, aunque quizás los que<br />

estuvieron allá abajo mirando y escuchando, compartiendo y<br />

bailando afiebrados, sin sentarse ni un segundo, no como estaba<br />

él ahora, desmadejado en esta silla, sino dando saltos sin cesar,<br />

así como los dio él ahí arriba, sin parar tampoco ni un<br />

instante, quizás aquellos recordarían mejor cada detalle y retendrían<br />

en sus corazones todo lo que aquí habían vivido esta<br />

31


noche. La noche en la que se acababa de producir la consagración<br />

del grupo Ciudad Sitiada y de su cantante Gabriel Arenas,<br />

así como también la de su guitarrista estrella, Joaquín Bravo,<br />

el cual ahora lo estaba llamando a gritos, impaciente:<br />

—¡Gabriel, coño, muévete, nojoda!<br />

Entonces él se levantó y renunció a seguir buscando su<br />

collar. Mentalmente lo dio de baja y se olvidó del asunto.<br />

Ya mucho más tarde, tomando caña y comiendo desordenadamente,<br />

un poco borrachos, excitados y deshechos, ansiando<br />

poder relajarse y descansar, pero también deseando<br />

que el momento no pasara nunca, repasaron lo que habían vivido,<br />

y hablaron también de los proyectos nuevos.<br />

—Ciudad Sitiada ha estado al margen de la música como<br />

negocio —le decía Robert a María Elena. Ella, con su<br />

habitual sensatez, opinó que habría que hacer todo lo necesario<br />

para organizar ese aspecto del asunto. Mientras hablaba,<br />

contempló con ojos críticos a Beatriz y, una vez más, sintió<br />

con nitidez el tamaño de la distancia que las separaba. Robert,<br />

sin darse cuenta de la instantánea evaluación, consideró que<br />

después de este éxito llegarían, sin lugar a dudas, ofertas de<br />

las casas disqueras y quizás hasta de las televisoras, y entonces<br />

él tendría que pensar muy bien en cómo manejar la nueva<br />

situación y sopesar todas las posibilidades. Sacó su agenda e<br />

hizo algunas anotaciones al respecto.<br />

Sonia se sentó junto a Gabriel. Como en tantas otras<br />

ocasiones, de nuevo algo le impidió decir las palabras que<br />

dentro de sí misma le resultaba tan fácil pronunciar. Gabriel<br />

la miró con ojos escrutadores, en tanto que ella sentía que la<br />

oportunidad se le escapaba, en la inseguridad del instante.<br />

El asombrado deseo se tejía, reiterándose, entre Laura<br />

y Joaquín, olvidados de las asperezas, las cuales una vez más<br />

se habían replegado.<br />

Luis se abrazó a Joaquín. Se reía como un loco, eufórico<br />

y borracho, lanzado hacia mundos virtuales que sentía al<br />

alcance de la mano:<br />

32


—Joaquín, pana, lo logramos, coño. Chamo, qué tripa,<br />

coño, hicimos algo bien de pinga, lo tocamos y sonó, se<br />

prendió todo ese Poliedro, ahora vendrán los viajes, chamo,<br />

los festivales, Joaquín, panita.<br />

José lo miró con cara de pocos amigos:<br />

—¡Apelemos a la cursilería! —sentenció.<br />

Pero Luis no se dio por aludido. Se puso a cantar A mike’n<br />

boom in your living room y luego, cambiando de registro,<br />

comenzó a bailar solo en la pista, abrazado a un cojín, los<br />

ojos cerrados, en éxtasis, moviendo las caderas, soñando ahora<br />

con un ritmo latino muy diferente al que ellos habían interpretado,<br />

moviéndose gatunamente, bailando en un sólo<br />

ladrillo, como lo habían hecho ya tantas generaciones anteriores,<br />

como al son de una música tenuemente erótica que él<br />

estaba tocando ahora dentro de sí con su bajo, solamente para<br />

sí mismo. El leve golpeteo de sus pies seguía este ritmo<br />

sólo escuchado por él, aunque en verdad bailaba más con el<br />

cuerpo que con los pies. Se detuvo un momento, casi sin<br />

abrir los ojos, lo necesario para tomarse otro trago de ron, y<br />

luego continuó su danza en solitario, la frente cubierta de sudor,<br />

los ojos cerrados, escuchando por dentro una canción<br />

nunca antes oída, tocada como por una mandolina. Soltó el<br />

cojín y se abrazó a sí mismo por los hombros, y fue así desplazándose<br />

lentamente por todo el salón.<br />

Yenifer lo miraba, como en sueños. Gabriel, que a su<br />

vez lo contemplaba, contuvo los deseos de vacilarse la nota del<br />

pana y de azuzar contra él a los otros compañeros, para empezar<br />

con los juegos de burla y de chalequeo a los que eran tan<br />

dados. Estaban aquí, viviendo juntos esta felicidad de ahora,<br />

«tocando el cielo con las manos», como había dicho la generación<br />

a la que habían pertenecido sus padres, años luz atrás, frasecita<br />

de la que siempre se habían burlado, pero a la cual ahora<br />

podían comprender, hasta cierto punto, y quizás perdonar, hasta<br />

cierto punto también, a aquellos que la habían pronunciado<br />

con tanto orgullo y tanta soberbia. La década de los noventa,<br />

33


con todas sus pesadillas y sus males, estaba pasando de largo con<br />

una velocidad impresionante. Sin embargo, él y el resto del<br />

grupo no podían dejar de reconocer que la habían disfrutado<br />

intensamente. Ciudad Sitiada le había mostrado al mundo<br />

que estaba ahí, y el mundo le había respondido dando cuenta<br />

de su presencia.<br />

Gabriel recordó los tiempos en que él y Robert se daban<br />

de golpes y se arrancaban los juguetes de las manos el uno al<br />

otro. En la precariedad de sus ocho años, el mundo se ensanchaba<br />

a través de esas peleas, en un espacio en el que ellos trazaron<br />

una línea que ninguno de los dos debía traspasar, uno de<br />

un lado y el otro del otro. Camila les tomaba fotos y les compraba<br />

ropa y <strong>libro</strong>s de cuentos a ambos. Les leía historias en<br />

voz alta, mientras José Antonio daba vueltas por ahí, y el padre<br />

de Robert entraba y salía, siempre muy apresurado. Recordaba<br />

a Philippe diciéndole a Camila que era muy chic, esa palabra se<br />

le había quedado grabada. También recordaba cómo su madre<br />

siempre estaba rodeada de gente que se desvivía por ella,<br />

gente que la admiraba y la amaba y ella tomaba todo eso como<br />

algo natural. Pero cuando estaba en casa se ocupaba de<br />

que ellos dos hicieran la tarea y luego José Antonio se los llevaba<br />

y les compraba discos y chucherías y les hablaba de las<br />

injusticias sociales.<br />

En el aire siempre había algo extraño, como un misterio,<br />

un secreto, se intuía que existía algo oculto, pero nadie<br />

daba una explicación y ellos dos no sabían cómo preguntar<br />

ni acerca de qué. Probablemente era algo relativo a la madre<br />

de Robert, el cual era todavía una criatura cuando se quedó<br />

solo con Philippe, y sobre eso no se había vuelto a hablar.<br />

Robert se movía titubeante entre los artistas que continuamente<br />

rodeaban a su padre, pero algunas veces, sobre todo<br />

cuando estaba con él, irrumpían los dos de golpe en los ensayos<br />

y obligaban a los actores a suspender sus parlamentos.<br />

Camila entonces los observaba en silencio, como una soberbia<br />

representación de la justicia, y eso era mucho peor que si<br />

34


los hubiera regañado. Los miraba de frente un rato, y luego<br />

sólo les decía, no interrumpan el trabajo, niños. Deberías llevártelos,<br />

José Antonio, agregaba después. Entonces ellos se<br />

iban, y transcurrían muchas horas antes de que él volviese a<br />

ver a su madre. Por las noches desaparecía la audacia que lo<br />

había acompañado durante el día y soñaba con ella convertida<br />

en estatua de la justicia, persiguiéndolo, y sólo con mucho esfuerzo<br />

lograba salirse de ese sueño.<br />

Una vez Camila le compró una camisa a Robert y se la<br />

ofreció con un susurro, diciéndole algo que él no llegó a escuchar.<br />

Le parecía verlos a los dos ahí, la imagen detenida, como<br />

retratados, y luego él salió a la calle, asombrado, y cuando un<br />

vecino le habló no le pudo contestar.<br />

Pasó el tiempo y crecieron, y entonces, ya muchachos,<br />

prefirieron responder a la llamada del valle y de los cerros, y se<br />

desprendieron cada vez más de sus respectivas casas. Dejaron<br />

atrás las fascinantes imágenes de Camila y de Philippe, rodeados<br />

siempre de público, y se sintieron mejor entre gente que<br />

nada significaba. Buscaron distanciarse de las altisonantes palabras<br />

de José Antonio y prefirieron andar con otros muchachos.<br />

Entonces conocieron a Luis, y a Joaquín, y más tarde a<br />

Álvaro, y también a José.<br />

35


3<br />

Su arraigado sentido ético se rebelaba ante la propuesta que le<br />

acababan de hacer por teléfono, a la cual, por distintas circunstancias,<br />

no fue capaz de decir que no de frente, tal como hubiera<br />

debido hacerlo, se recriminaba ahora. Se había limitado<br />

a expresar ciertas dudas, a pensar sobre la alternativa propuesta,<br />

sin rechazarla de una vez ni explicar claramente las razones<br />

por las cuales debía hacerlo, para que la situación se aclarase<br />

desde un comienzo. Pero no lo había hecho, y ello ahora le<br />

producía una desazón tan insoportable, que ya le fue imposible<br />

seguir dejándose llevar por el ritmo de la música que había estado<br />

escuchando antes de recibir la llamada.<br />

Le hubiera gustado poseer la flexibilidad que algunos<br />

otros directores de teatro que conocía lograban desarrollar en<br />

relación con los encargos comerciales que les hacían, y justificarse,<br />

como ellos, con las obligaciones económicas que tenían<br />

con la familia, con las exigencias de la realidad o con la necesidad<br />

de tener que ser prácticos. No te enrolles tanto, Philippe,<br />

le decían, mientras le recordaban que hasta Bergman y Fellini<br />

habían tenido que llegar a compromisos y aceptar encargos<br />

que nada tenían que ver con sus propuestas, y que incluso lo<br />

hacían a conciencia, en aras de la propia obra, para obtener los<br />

recursos necesarios y garantizarse la libertad que requerían como<br />

creadores. Lástima que él no pudiera ser así, que sus características<br />

personales, contra las cuales había dejado ya de<br />

pelear hacía tiempo y con las cuales convivía de una manera<br />

37


azonablemente resignada y risueña, lo impulsaran casi de<br />

una forma natural y espontánea, prácticamente automática, a<br />

cuestionar todos sus actos y a someterlos a una evaluación<br />

permanente, obligándose a tener que justificar cada elección,<br />

analizándola una y otra vez, persistente y continuamente, sin<br />

darse sosiego.<br />

Con seguridad a eso se debía el que, a pesar de pertenecer<br />

al ambiente teatral desde hacía tanto tiempo, hubiera montado<br />

relativamente pocas obras. Para cuando llegaban a cada<br />

una de esas prodigiosas y miserables noches en las cuales se<br />

estrenaba una pieza, no sólo había tenido que coordinar el<br />

proceso de la puesta en escena, manejar todos los hilos y servir<br />

de apoyo a cada uno de los integrantes del equipo, sino resolver<br />

internamente sus propios conflictos personales, sus<br />

dudas éticas y sus cuestionamientos intelectuales, sin cargar a<br />

ningún otro miembro del grupo con ellos, y además ir afinando<br />

el montaje, desesperante y pacientemente, hasta lograr el altísimo<br />

nivel estético que era su meta irrenunciable, para exasperación<br />

de todos los que trabajaban a su lado, los cuales, sin<br />

embargo, no dejaban de amarlo y respetarlo, y volvían a trabajar<br />

con él una y otra vez, a pesar de que en cada oportunidad<br />

juraban que ésa sería la última.<br />

Sólo se permitía consultar estos problemas con Camila,<br />

con quien tenía una afinidad tan especial que ya prácticamente<br />

se entendían sin necesidad de hablarse, y revisaban cada<br />

gesto y cada movimiento e iban diseñando juntos las características<br />

de los personajes y la manera de enfocar la dinámica<br />

interna de la puesta en escena. Ella había actuado en casi todas<br />

las obras de él, primero en papeles secundarios y luego<br />

como protagonista, desde aquella vez, hacía ya tantos años,<br />

en la que, siendo aún muy joven, hizo de Katrin en Madre<br />

Coraje y sus hijos, cuando él tuvo su época brechtiana, como la<br />

habían tenido todos. Curioso que estuviese recordando eso<br />

ahora, ese primer papel que habían trabajado juntos, en el que<br />

Camila hacía de muda, difícil por el mismo hecho de no po-<br />

38


der recurrir a las palabras ni al sonido de su voz, que siempre había<br />

sido tan expresiva; recordar eso justo ahora, cuando estaban<br />

diseñando otro papel aún mucho más difícil, por complejo y<br />

protagónico, el de una ciega que todavía no vislumbraban bien<br />

cómo la construirían. Recordó a la Camila joven tocando el tambor<br />

con vehemencia en lo alto del techo, como una presencia<br />

salvaje y dramática, golpeando el instrumento cada vez con más<br />

ímpetu y ritmo, batiendo el tambor y llorando, girando allá arriba<br />

en el techo y llenando todo el escenario con su silueta.<br />

Los unía la complicidad de saber que estaban participando<br />

en el mejor juego del mundo, y se divertían escogiendo<br />

los trajes y las pelucas, buscando los colores del maquillaje,<br />

dibujando las distintas versiones del decorado, probando las<br />

variantes de las luces y de las sombras, contemplando la belleza<br />

de los gestos, de los rostros, de los movimientos y de los<br />

cuerpos, y percibiendo cómo se iba gestando el hechizo y el<br />

magnetismo que los iba envolviendo.<br />

El individuo que lo había llamado, Vladimir Núñez, había<br />

sido un destacado dirigente estudiantil en la época en la<br />

que él estuvo a cargo del teatro universitario. Ya antes de eso lo<br />

había conocido en el Liceo Andrés Bello. Mucho tiempo había<br />

transcurrido desde entonces, y sin embargo lo sorprendió constatar,<br />

una vez más, la falta de continuidad entre la imagen que<br />

guardaba de una persona, en su memoria, y la presencia real<br />

en la actualidad de ese mismo individuo.<br />

En medio del silencio de la noche, de pronto lo sobresaltó<br />

el inesperado sonido del timbre. No era usual que alguien<br />

viniera a esta hora, y menos aún que lo hiciese sin<br />

anunciarse previamente, puesto que todos sus amigos y relacionados<br />

sabían que una parte de él continuaba perteneciendo<br />

a la cultura europea, en particular en lo que atañía a la<br />

puntualidad y a la intempestiva aparición de personas inesperadas.<br />

De una manera totalmente irracional pensó que sería<br />

ese cretino de Núñez con el que acababa de hablar, para continuarlo<br />

presionando, y demoró en levantarse, para posponer<br />

39


el hecho de tener que sumergirse en el profundo disgusto que el<br />

personaje le producía. Por eso, cuando al atisbar por la mirilla<br />

vislumbró la figura de un muchacho al que no conocía, en lugar<br />

de irritarse por esa presencia normalmente indeseable a esta<br />

hora absurda, sintió un verdadero alivio y hasta se mostró<br />

cordial en el momento de abrir la puerta de madera y desde detrás<br />

de la reja preguntarle al desconocido visitante qué deseaba.<br />

El chico se veía tremendamente confundido y se notaba<br />

que estaba haciendo un esfuerzo para lograr pronunciar<br />

las primeras palabras. Su aspecto generaba un efecto contradictorio,<br />

algo así como una imagen de colores fríos que al<br />

mismo tiempo fuese capaz también de suscitar una especie<br />

de sentimiento de ternura. Sus cabellos eran largos y enmarañados,<br />

de un rubio cobrizo, llevaba un bluejeans desteñido<br />

y una franela de color verde agua, encima de la cual tenía<br />

una chaqueta de tela gruesa de un verde un poco más oscuro,<br />

como esos suntuosos verdes que él tanto amaba en los maestros<br />

flamencos del siglo XV. Su tez tenía una coloración amarillenta<br />

y en las manos llevaba, curiosamente, un ramo de<br />

flores de cardo.<br />

Parecía salir de uno de esos sfumatos de Leonardo, una<br />

imagen de un titilar trémulo y tembloroso, algo así como alguien<br />

que sólo está de paso, después de haber llegado con<br />

unas pisadas ligeras, de esas que ni siquiera dejan huella, para<br />

seguidamente desaparecer del mismo modo liviano y oscilante,<br />

una figura parpadeante y fugaz, la cual, sin embargo,<br />

era capaz de producir, simultáneamente, la impresión de una<br />

concentrada presencia de vida.<br />

En la penumbra del pasillo y de las escaleras la silueta<br />

del muchacho se delineaba nítida, casi luminosa. De una forma<br />

bastante incongruente, en la cabeza llevaba una desflecada<br />

gorra roja y, a pesar de su evidente timidez, ahora lo<br />

estaba mirando de frente, con una mirada altiva que parecía<br />

traspasar sin dificultad la oscuridad reinante. Él, metido ya<br />

dentro de lo absurdo del instante, recordó en ese momento,<br />

40


de una manera totalmente inverosímil, los inconfundibles compases<br />

del tango A media luz, la inflexión particular de esa música<br />

que habían escuchado juntos tantas veces Camila y él, en<br />

otros tiempos que ahora ya parecían prehistóricos, esa música<br />

que lloraba por un sufrimiento de amor, con un sonido desgarrado<br />

y asordinado, la aspereza de lo auténtico entremezclada<br />

con la cursilería de estados anímicos igual de auténticos.<br />

Y todo a media luz, resonaba ahora la melodía inolvidable dentro<br />

de él, atrapado por ese sentimiento de nostalgia que tanto<br />

detestaba y contra el cual estaba manteniendo una lucha encarnizada<br />

en sus clases de estética en la Escuela Superior de<br />

Teatro, en combate con las ideas de moda, traspasadas por la<br />

superficial búsqueda de un ayer que los que la proponían sólo<br />

conocían de una manera trivial e inconsistente. Pero ahora la<br />

canción volvía irreprimiblemente dentro de él, con estos tangos<br />

de mi flor, chabacanos e inmortales, cantados en la media luz de<br />

amor y recordados en este momento difuso y extraño que se<br />

estaba haciendo del todo insoportable, y al cual interrumpió<br />

con una violencia impaciente, ya superado el alivio surgido<br />

por la milagrosa no-aparición de Núñez:<br />

—Dime.<br />

La escueta frase en nada podía ayudar al indefenso interlocutor,<br />

al cual realmente no se le podía otorgar aún esa<br />

denominación, si es que en algún momento iría a llegar a serlo<br />

efectivamente. Se compadeció un poco de su evidente desamparo,<br />

aunque al mismo tiempo comenzó a percibir dentro<br />

de sí ese sentimiento de irritación que le nacía con tanta facilidad,<br />

y que podía crecer hasta alcanzar magnitudes insospechadas.<br />

De manera que agregó unas mínimas palabras más<br />

para ayudarlo, hasta donde le fuera posible a él, en particular<br />

en estas circunstancias:<br />

—Dime, qué deseas.<br />

El muchacho por fin logró sobreponerse a su timidez y<br />

se decidió a hablar, al principio tan bajito que casi no lo entendió,<br />

pero luego cada vez con más seguridad:<br />

41


—Señor Philippe, disculpe la hora. Pero…. este… el autobús<br />

se accidentó en la carretera… Yo vengo de Mérida, y entonces,<br />

como el autobús se accidentó, llegué así tan tarde, por<br />

eso. Discúlpeme, por favor. Me dijo el profesor Jorge López<br />

que lo buscara, él fue el que me dio su dirección. Ahora me<br />

doy cuenta de que no he debido venir tan tarde…, que debí<br />

haber esperado ahí en el terminal hasta mañana.<br />

Lo dejó pasar. El muchacho le tendió una hoja de papel,<br />

con las palabras de recomendación de su amigo Jorge<br />

López, que se había refugiado allá en Mérida hacía ya varios<br />

años, para hacer teatro. Le ofreció asiento en una de las butacas<br />

y él se sentó en otra, enfrente. Percibió cómo el cuerpo<br />

del chico, maltratado por el largo viaje y por las infames condiciones<br />

de los autobuses de ruta, se acomodaba con placer al<br />

blando y amplio espacio de la butaca, y cómo sus miembros<br />

agarrotados se aflojaban, en una expresión de alivio. Se condolió<br />

de él, y aunque ya internamente había decidido no ofrecerle<br />

nada, para castigarlo por su invasiva y extemporánea<br />

presencia, se encontró de pronto diciéndole que le traería algo<br />

de comer y tomar. El muchacho, de quien para ese momento<br />

ya sabía que se llamaba Alberto Durán, sólo le pidió agua. Se<br />

tomó un vaso tras otro, desesperado, deshidratado, y luego<br />

suspiró largamente, en una nueva demostración de alivio. Él<br />

le trajo entonces algo de la empanada gallega que le había<br />

quedado en el horno, y cuando lo vio devorarla con avidez regresó<br />

a la cocina y le trajo todo el resto, del cual el muchacho<br />

también dio cuenta vorazmente. Él se volvió a sentar enfrente,<br />

y apretó automáticamente el botón de su equipo de sonido,<br />

en el cual siempre había algún cidí, de acuerdo a su gusto del<br />

momento, que ciertamente variaba de época en época. No recordaba<br />

qué había colocado, pero desde el disco inmediatamente<br />

se alzó la voz de otro muchacho, traspasando el tiempo ya<br />

transcurrido, solitaria, desnuda, con su canto que era como una<br />

apelación, ese Hey, jude que siempre le pareció dirigido especialmente<br />

a él, desde la primera vez que lo escuchó, hacía ya<br />

42


de eso unos treinta años, maldita sea, quién lo diría. Volvió de<br />

nuevo su mirada irónica sobre sí mismo, para constatar que decididamente<br />

esta noche era la de la nostalgia, la gran cuestionada,<br />

la cual se había colado aparentemente sin ser llamada, al<br />

igual que este muchacho, de modo que durante este breve lapso<br />

nocturno podía considerarse invadido doblemente.<br />

La ensoñadora voz contribuyó a hacer aún más irreal<br />

la atmósfera que se había ido gestando, con la presencia absurda<br />

del muchacho instalado ya de una forma tan natural en<br />

la sala de su casa, en un acto que, sin embargo, no podía decidirse<br />

a calificar de frescura, por lo que, a fin de cuentas, el<br />

elemento más absurdo terminaba siendo él, el hombre que<br />

normalmente jamás permitiría invasiones de esta índole, ni<br />

siquiera de parte de sus amigos más apreciados, y del cual<br />

mucho menos hubiera podido suponerse que lo soportaría de<br />

tan buen talante de parte de un chico de aspecto tan estrafalario<br />

como éste. Sólo Camila tenía derecho a llegar a cualquier<br />

hora y en cualquier circunstancia, pero últimamente, constató<br />

una vez más con cierta melancolía, cada vez hacía menos<br />

uso de este privilegio.<br />

De pronto el muchacho se levantó y se acercó a él, y de<br />

una manera del todo inopinada le tendió el pequeño ramo de flores<br />

de cardo con el que había llegado, al que quién sabe dónde<br />

había estado guardando hasta ese momento. Pensó que se estaba<br />

burlando de él, pero no, el muchacho lo miraba con seriedad,<br />

con sus ojos almendrados, de los que había ya desaparecido toda<br />

timidez, y en los que se expresaba un gesto orgulloso y altivo.<br />

Remember, cantaba la voz solitaria del disco, como conminándolo,<br />

y desde algún profundo rincón de su memoria se abrió<br />

paso el recuerdo de que en una mitología popular, que en este<br />

momento no sabía cuál era, esa flor tan modesta simbolizaba<br />

la fidelidad. Ahora del disco surgía una loca gritería, un estruendo<br />

escandaloso que a su vez parecía una burla, pero que<br />

quizás más bien era como una fiesta, una alegría envolvente,<br />

el sentimiento de ser aceptado. En medio de esa algarabía<br />

43


sólo se entendía la incesante repetición de la palabra jude, que<br />

ya no era pronunciada por la voz solitaria, sino gritada por el<br />

grupo entero, ese jude-jude-jude-jude chillado, vociferado, jadeado<br />

y reído en medio de un escándalo desenfrenado. Sin saber<br />

por qué lo estaba haciendo, extendió la mano y aceptó el ramo<br />

de flores, en el mismo momento en que la canción llegaba a su<br />

final. Con la otra mano apretó el botón, imponiendo silencio.<br />

Contempló absorto el pequeño ramo que sostenía, y de<br />

nuevo empezó a nacer en él, esta vez con más fuerza, un sentimiento<br />

de irritación por estar siendo envuelto en tanta sensiblería<br />

barata, impropia de su espíritu sobrio y escéptico. Sintió la<br />

perentoria necesidad de deshacerse de ese malhadado ramo,<br />

aunque al fin terminó por hacerlo de la manera más domesticada<br />

posible, colocándolo en un florero y hasta tomándose la molestia<br />

de verter en él un poco de agua. Ubicó el recipiente sobre<br />

el televisor, debajo de un cuadro que apreciaba especialmente,<br />

la reproducción de un Degas en el que el pintor había atrapado<br />

uno de esos instantes anteriores al del alzamiento del telón, en<br />

el teatro, cuando la costurera le da los últimos toques al vestido<br />

de la actriz, un vestido de un verde excepcionalmente bello, como<br />

el de la chaqueta de Alberto, sólo que el de la artista era más<br />

lujoso y oscuro, y como de una tela más pesada. Las dos mujeres<br />

aparecían sentadas sobre una alfombra, y en el regazo de<br />

la actriz se hallaban sus guantes, a la espera de que se iniciara<br />

el movimiento, el gesto de colocárselos en la mano una vez<br />

que la modista terminase de ajustar la caída exacta que debía tener<br />

el vestido, para producir el efecto de belleza y de grandiosidad<br />

requerido. Para que la actriz pudiera salir al escenario y dar<br />

comienzo al hechizo inmemorial que pertinazmente se reproducía,<br />

desde el comienzo de los tiempos, cada vez que un<br />

hombre o una mujer iniciaban la escenificación de alguna representación<br />

y de esta manera lograban conmover el ánimo de<br />

los espectadores, dejándolos estremecidos, afligidos o alegres,<br />

pero en todo caso alterados y diferentes, intensamente involucrados<br />

en el juego que se gestaba allá arriba en las tablas.<br />

44


Ahora era aquí abajo, en la sala de su casa, donde se estaba<br />

escenificando un juego extraño e imprevisto, entre su persona<br />

y este joven que había irrumpido sin previo aviso en el<br />

espacio cuidadosamente diseñado por él, en el cual normalmente<br />

presencias de esta índole no tenían cabida, gente así,<br />

que traía sus propios verdes, ajenos a los que él había seleccionado<br />

y aceptado, y blancas flores de cardo que transgredían<br />

y perturbaban el mundo del cual él era soberano, mundo que<br />

bajo ningún concepto había sido pensado como albergue para<br />

acoger visitantes tan singulares como este forastero, que<br />

ahora estaba conversando con él con toda naturalidad, como<br />

si durante su vida entera hubiera habitado en esta casa, la cual<br />

parecía, a su vez, estar comenzando a tejer una complicidad<br />

casi palpable con el muchacho, acogiéndolo en sus ámbitos<br />

por su propia iniciativa, independizada de la voluntad de él, y<br />

convirtiéndose ella misma en anfitriona, en morada que estaba<br />

admitiendo en su seno a este muchacho que venía de Mérida,<br />

pero que igual hubiera podido haber venido del espacio sideral<br />

o de alguna galería subterránea.<br />

Percibió el agotamiento en la cara juvenil, lo mucho<br />

que le estaba costando al chico mantener los ojos abiertos, y<br />

cómo los párpados se le estaban cerrando, por más esfuerzos<br />

que hacía para evitarlo. Le señaló con un gesto el sofá y salió<br />

a buscar una almohada y una cobija, pero para cuando regresó,<br />

ya Alberto se había tirado boca abajo en el sofá, así vestido<br />

como estaba, y se hallaba durmiendo profundamente.<br />

Sólo se había quitado unas botas depauperadas que parecían<br />

pregonar con su presencia el largo camino que su propietario<br />

había recorrido. La gorra roja estaba a un lado, en el suelo,<br />

echada ahí de cualquier manera.<br />

Él se sentó de nuevo en su habitual butaca, y a su vez cerró<br />

los ojos. Como solía hacer casi inconscientemente con todo<br />

lo que leía o escuchaba, empezó a visualizar lo relatado, a través<br />

de imágenes que lo fueron invadiendo sin él proponérselo. Se<br />

imaginó al muchacho desorientado y aturdido en el terminal<br />

45


de autobuses del Nuevo Circo, rodeado de gente que gritaba y<br />

corría de un lado a otro, y también por seres que sólo parecían<br />

sombras, agazapados y estragados, cercándolo en silencio. Lo<br />

intuyó acobardado y desmoralizado, quizás arrepentido de haber<br />

emprendido este viaje, parado ahí en medio de la atmósfera<br />

rancia, envuelto por olores ácidos, de orina y de moho, titubeante<br />

y tropezando con la gente, sin saber hacia dónde dirigirse,<br />

buscando la salida hacia la oscuridad de la ciudad nocturna, intentando<br />

encontrar un rumbo y emprender la marcha hacia una<br />

dirección desconocida, dudando, girando a un lado y a otro para<br />

descifrar los nombres de las calles y de las esquinas, tratando de<br />

encontrar las claves que le habían indicado allá en Mérida a fin<br />

de no perderse, y sin embargo ya perdido desde un principio,<br />

sintiéndose derrotado en medio de la avalancha de gente cuyo<br />

fluir no se detenía nunca, ni de día ni de noche, entre el torrente<br />

de automóviles cuya masa tampoco disminuía a ninguna hora,<br />

abalanzándose los unos sobre los otros y cruzando sin ningún<br />

orden ni concierto, pero moviéndose todos con desenvoltura en<br />

medio de los semáforos que no funcionaban, los conductores tirándoles<br />

los vehículos encima a los peatones, los cuales no se<br />

inmutaban y se lanzaban al torrente, el cual seguía precipitándose<br />

sin cesar e indeteniblemente, mientras los que andaban de a<br />

pie sorteaban los autos con garbo y elegancia, con un espíritu<br />

competitivo y deportivo, precisos y eficaces, del todo inconscientes<br />

en medio de ese juego irresponsable.<br />

Se lo imaginó caminar titubeante en ese contexto tan<br />

natural para los demás, pero al cual él evidentemente no dominaría,<br />

ajeno a ese mundo de aceras rotas y de bolsas de basura<br />

acumulándose en todas partes, de autos estacionados<br />

amontonándose también de cualquier manera, casi que unos<br />

encima de los otros, sintiéndolo cercado por el grito incesante<br />

de los ciegos y su oferta de la telefónica, la telefónica, la tarjeta<br />

magnética que ellos vendían, así como por gente tomando<br />

cerveza en todas partes, en medio de los autobuses de<br />

colores chillones; lo vislumbró enfrentando a la rueda gigante<br />

46


ubicada en el parque de atracciones del terreno que estaba al<br />

lado del terminal de autobuses, la cual seguramente se encontraría<br />

detenida, como siempre, símbolo devaluado de una<br />

rueda de la fortuna paralizada, que recibe al viajero sin girar,<br />

clausurada a la posibilidad de ofrecer opción alguna en cuanto<br />

a estar arriba o abajo.<br />

Seguramente las sirenas de las patrullas de policía no<br />

habrían dejado de aullar ni un momento, entremezcladas con<br />

los alaridos de las ambulancias, que tampoco dejarían de pasar<br />

a toda velocidad a toda hora, siempre y cuando a los conductores<br />

de los otros vehículos les diera por cederles el paso,<br />

claro, lo cual nunca dejaba de ser una probabilidad incierta.<br />

Se fue imaginando todo eso como una película que él estuviese<br />

dirigiendo y montando, y entonces vio al muchacho<br />

decidirse a hacer todo el largo camino a pie, incapaz de adivinar<br />

qué autobús o qué camioneta tomar, y mucho menos<br />

orientarse en dirección al metro.<br />

Puso en escena mentalmente la vía que tuvo que haber<br />

recorrido el chico, en esa Caracas nocturna con las calles<br />

abarrotadas de gaveras con botellas de cerveza y de refrescos<br />

vacías, y empezó a rodar para sí esa película imaginaria que<br />

comenzó a fluir sin mayores dificultades. Alberto pasaba por<br />

delante de un gran cartel que ofrecía certificados psicológicos<br />

para porte de armas, al lado del cual se hallaba sentada<br />

una mujer con dos niños pequeños, vendiendo cigarrillos. De<br />

debajo de un kiosco de periódicos ya cerrado se asomaban dos<br />

pies de hombre descalzos, sucios, sugiriendo al individuo que<br />

seguramente no tendría otro espacio más adecuado para pasar<br />

la noche. Le molestó un poco el cariz neorrealista que empezaba<br />

a tomar su imaginaria película, pero no halló manera de<br />

matizarla o suavizarla. Puso a su personaje a recorrer la avenida<br />

Universidad, que en verdad de universitaria no tenía absolutamente<br />

nada, a menos que uno se estuviese refiriendo a lo que el<br />

lugar común denomina la universidad de la vida, en donde en<br />

vez de clases se imparten balazos, aunque no sujetos a horarios<br />

47


de ningún tipo. Alberto miraría inquieto los nombres de las<br />

esquinas, tratando de ubicarse en medio de esa extraña nomenclatura,<br />

como Sur 5, por ejemplo, para ir luego subiendo<br />

por la esquina de Perico, y continuar por Manduca y por Ferrenquín,<br />

soslayando a los grupos de borrachos que pululaban<br />

en medio de las aguas podridas chorreantes, junto a los<br />

vendedores de perros calientes y hamburguesas que todavía<br />

retaban el destino, a esa hora de la noche, en medio de sus<br />

frascos de salsas de dudosos colores y de los cartones llenos de<br />

huevos, que constituían una innovación local dentro de la<br />

cultura universal del fast food. Se lo imaginó tratando de revisar<br />

un viejísimo plano de Caracas, ya totalmente desdibujado<br />

y cubierto por un vidrio manchado y sucio, convertido<br />

así en algo del todo inútil, y presintió su miedo al ver a gente<br />

tirada en la calle, durmiendo sobre periódicos, a policías<br />

marchando con determinación, pero haciéndose los desentendidos<br />

ante la desembozada venta de droga al menudeo,<br />

barata y en pequeñas dosis. Lo vio caminar titubeante frente<br />

a las nuevas edificaciones que se levantaban una tras otra, resplandecientes<br />

y opacas, brillando como espejos que se niegan<br />

a devolver la imagen de la ciudad, y pasar luego delante de un<br />

cilindro azul incrustado en la proa de un barco rojo. Anheló<br />

que al menos se hubiese encontrado con algo que humanizase<br />

tanta estructura absurda y le ofreciese amparo ante ese mundo<br />

inconexo que parecía trazado por la mano de un ebrio; que se<br />

hubiera encontrado con la presencia de un algo infantil, quizás,<br />

aunque no fuese más que el chasquido de la perinola de<br />

uno de esos niños que venden baratijas de esa índole en medio<br />

de la noche, o incluso menos aún, sólo el esbozo de la presencia<br />

de otros seres humanos, de los hombres que todavía a<br />

esa hora arrastran carritos de refrescos o cajas de madera, algo<br />

que contrarrestara, aunque fuese mínimamente, el aviso<br />

sobre el techo del taxi que afirmaba, arbitraria y agresivamente,<br />

que Tú y Maggi como siempre, como siempre qué, pudo<br />

haberse preguntado, al ver el conocido amarillo chillón de<br />

48


fondo, antes de llegar al Toys City Import y a las ventas de<br />

lotto, o al anuncio que ofrecía los servicios de un ojalador<br />

industrial, como si se pudieran industrializar los anhelos, los<br />

suspiros en los que se expresa la ancestral idea de que ojalá<br />

suceda aquello que tanto deseamos.<br />

Vería las brillantes e inmensas motos BMW oYamaha estacionadas<br />

frente a las areperas, pasaría delante de la tasca El<br />

Barco de Colón, con su sempiterno portero vestido de marinero,<br />

llegaría a nuevos puestos de lotto y de kino, asegurando impúdicamente<br />

ganancias por valor de cientos de millones de bolívares,<br />

seguiría por las esquinas de La Cruz y Alcabala, para encontrarse<br />

con nuevas discordancias, tales como una Cervecería Self<br />

Service o los <strong>libro</strong>s que se vendían hasta de noche, los Misterios<br />

develados de Conny Méndez o El arte de ser feliz, quién iba a<br />

negarse a comprarlo con ese título que prometía tanto. Lo vio<br />

apurar el paso por Puente Anauco y vislumbrar la alta silueta<br />

de los edificios bancarios, esas nuevas catedrales, junto a un<br />

MacDonald’s, claro está, otro lugar común, en frente de otro más<br />

aún, Arturo’s, el del pollo más crujiente y más sabroso, al lado de<br />

la gigantesca mole del edificio Centro Parque Caracas.<br />

Quizás con un poco de suerte su personaje habría visto<br />

algo bonito también, algo que a lo mejor todavía podía ofrecer<br />

la ciudad nocturna, como a un muchacho acariciando el cabello<br />

de una chica, por ejemplo, antes de llegar a la esquina de<br />

Cervecería, donde se reiteraría aquello de la Cervecería Self<br />

Service, en ese sitio en el que antes, hacía ya tantos años,<br />

existió el inolvidable Cine Caracas en el cual él, a su vez un<br />

muchacho entonces, vio tantas películas que lo dejaron deslumbrado,<br />

cada vez que lograba escabullirse del Liceo Andrés<br />

Bello, que quedaba, y todavía queda, aunque para nada es ya<br />

el mismo, un poco más atrás de donde estaba el cine. Recordó<br />

que ahí vio ese Paths of glory al que aquí dieron con el absurdo<br />

título de La patrulla infernal, de Stanley Kubrick, cuando<br />

Kubrick aún no estaba reconocido como el incuestionable maestro<br />

en el que se convirtió después, y una vez más se sorprendió<br />

49


de lo mucho que lo había afectado esa película que vio a los dieciocho<br />

años, y la cual lo seguía atormentando aún hoy día, pasado<br />

ya tanto tiempo, esa historia en la que el destino de algunos<br />

seres desvalidos e inermes era despiadadamente manipulado<br />

para hacer trizas el concepto de justicia. Cuarenta años habían pasado<br />

desde entonces, y por más que la había buscado, nunca<br />

había vuelto a encontrar esa película, la cual, aparentemente, había<br />

sido secuestrada por el gobierno de Francia.<br />

Posó la vista sobre el apagado televisor de la sala, encima<br />

del cual, desde su modestia e insignificancia, el pequeño ramo<br />

de flores de cardo parecía desprender una luminosidad insospechada,<br />

y luego volvió a seguir rodando mentalmente la larguísima<br />

caminata que debió haber tenido que hacer el muchacho,<br />

hasta finalmente llegar, después de todo, a la puerta de su casa,<br />

a la dirección precisa que había buscado. Lo imaginó remontando<br />

la esquina de Barrilito, para de pronto ver desde ahí, en la<br />

lejanía, deslumbrante, la inesperada imagen de la mezquita, alzando<br />

su elevada y delgada figura, tal cual una sostenida plegaria<br />

subiendo en dirección al cielo, con sus minaretes y sus ojivas,<br />

una presencia que parecía del todo incompatible con las fachadas<br />

de las construcciones que estaban ahí, de Paradero a Venus,<br />

y luego ya en plena Quebrada Honda y en Santa Rosa, donde<br />

ciertamente vería de más cerca a la mezquita, con sus grandes<br />

letras de oro. Allá arriba se delineaba nítidamente una media luna<br />

pura y limpia, mientras que la miseria circundante se expresaba<br />

a través de las ropas que guindaban de las ventanas de<br />

los edificios y de las casuchas. Frente a las fachadas rotas y<br />

desportilladas deambulaban seres buñuelescos, mezclados con<br />

policías que parecían especies novedosas de Aliens, con sus<br />

lentes oscuros, sus uniformes negros, sus chalecos antibalas y<br />

sus peinillas colgándoles del cinto como si fueran espadas, otra<br />

de esas incongruencias irreales que ofrecía con tanta frecuencia<br />

la realidad.<br />

Tal vez ahí el muchacho, cansado y desesperanzado, se<br />

concedería una tregua y cometería la imprudencia de sentar-<br />

50


se en alguno de los bancos cercanos, en medio de las sombras<br />

amenazantes de la noche, junto a la mezquita, o un poco más<br />

allá, en la Plaza Colón, en el centro de la cual se levantaba la<br />

estatua con el infaltable dedo descubridor, señalando a algún<br />

lugar tan indefinido como lo era en ese momento para Alberto<br />

Durán la dirección a la cual pretendía llegar. Jugueteó con<br />

la idea de que el banco sería el mismo en el que un día él leyó<br />

una frase, tan sinceramente ingenua, patética y sensiblera, que<br />

quizás por eso mismo resultaba tan dramáticamente verdadera,<br />

una frase que alguien había grabado sobre la piedra, dándole<br />

rigor a la afirmación solemne: Juro por mis hijos que voy<br />

a lograr el éxito. Al juramento, como para darle aún mayor<br />

validez a la tremenda frase, lo habían acompañado de una<br />

rúbrica, de una firma ilegible, con la cual de esta manera se<br />

sellaba el pacto. Quiso creer que a esos hijos —niños, probablemente—<br />

ninguna desgracia les había sucedido, y que el<br />

empecinado y apasionado individuo que había dejado ahí ese<br />

testimonio tan rotundo de su voluntad, había logrado alcanzar<br />

efectivamente aquello que él consideraba el éxito, ese algo tan<br />

vago y azaroso que sólo una vez obtenido deja traslucir que el<br />

esfuerzo realizado para alcanzarlo no había valido la pena realmente,<br />

mucho menos al extremo de apostar por él la salud, o<br />

la vida misma, de los propios hijos, a través de ese ancestral<br />

recurso de un juramento.<br />

Mentalmente desenchufó la película que estaba proyectando<br />

y, cerrando los ojos, reclinó la cabeza en el espaldar<br />

de la butaca en la cual estaba sentado.<br />

Nuevamente, a lo largo de la extraña noche, se sintió<br />

inesperadamente invadido por una melodía no convocada,<br />

perdido el habitual control racional que ejercía sobre este tipo de<br />

apariciones involuntarias. Con los ojos cerrados escuchó dentro<br />

de sí, una vez más durante este breve período de tiempo<br />

que se había iniciado con el sonido desapacible del timbre,<br />

una voz desnuda y ascendente, cantando ahora aquel bolero<br />

tan remoto en el tiempo, aunque tan cercano en el recuerdo,<br />

51


en el que alguien suplica y reclama al mismo tiempo: Júrame,<br />

que aunque pase mucho tiempo, no olvidarás el momento en que<br />

yo te conocí... Era el famoso bolero de María Grever, en el<br />

cual un ser humano trémulo pedía, desde su desamparo, nada<br />

más y nada menos que lo imposible, un juramento que garantizara<br />

sólidamente las quimeras y le otorgara confiabilidad a<br />

los sueños: Júrame, que no hay nada más profundo, ni más<br />

grande en este mundo, que el cariño que te di. La voz se embelesaba,<br />

embriagada y desmesurada, en la solicitud única y<br />

perenne, irrepetible, aunque continuamente renovada: Bésame,<br />

con un beso enamorado, como nadie me ha besado, desde el<br />

día en que nací…<br />

Se quedó un rato así, con los ojos cerrados, saboreando<br />

desde adentro la belleza de la canción. Pero luego los abrió,<br />

irritado una vez más, y se los frotó, como tratando de ahuyentar<br />

hasta el último residuo de esa pegajosa y dulzona melodía,<br />

la cual ninguna relación podía tener con este momento especial<br />

que él estaba viviendo. Paseó la mirada por su casa, en<br />

medio de la cual se había instalado con tanto desparpajo este<br />

muchacho, y la sintió cálida y apacible, cómplice de todas las<br />

presencias no convocadas que habían irrumpido aquí esta<br />

noche, generando una vibración especial en el ambiente, disociando<br />

de cierta manera las partículas de luz, de modo que<br />

los objetos todos parecían haber perdido un poco su peso, su<br />

contorno y sus límites, difuminándose y fusionándose entre<br />

sí, como en una pintura en la que lo importante no fuera el<br />

dibujo, sino los trazos de pastel apenas sugiriendo una cierta<br />

luminosidad oscilante.<br />

Ahora lamentó que el muchacho se hubiese quedado<br />

dormido. Le hubiera gustado poder entablar con él un verdadero<br />

diálogo y pulsar su ingenio y su capacidad para la réplica,<br />

jugar a ese tenis mental que tanto disfrutaba, y para el cual le<br />

costaba cada vez más encontrar contrincantes dignos de ser tenidos<br />

en cuenta. Formular preguntas, a partir de las cuales ir<br />

luego derivando hacia otras y otras más, abordando los asuntos<br />

52


desde una perspectiva y otra, ejercitando una especie de<br />

mayéutica irónica y amorosa, juntándose y separándose en<br />

el juego del intelecto, como en esa música de tango que lo<br />

sugestionó desde el momento mismo en que vislumbró al<br />

muchacho en medio de la penumbra, esa danza en la que se<br />

arrincona a la pareja, para luego dejarse arrinconar por ella, escenificando<br />

simultáneamente un combate encarnizado y una<br />

aceptación rendida y conmovida.<br />

Y entonces, una vez más a lo largo de esa noche, volvió<br />

a cuestionarse por ésa su forma de ser que exorbitaba todas las<br />

cosas, sacándoles demasiado filo, exagerando los detalles y<br />

llevando el análisis hasta sutilezas de una índole que para nada<br />

estaba de acuerdo con los tiempos actuales.<br />

Miró el reloj y constató que eran las tres de la mañana. Ya<br />

era hora de desintoxicarse, se dijo a sí mismo. Deshacerse de<br />

todas las imágenes y sonidos que lo invadieron en contra de su<br />

voluntad, desde el momento mismo en que el muchacho, con<br />

su leve presencia, se instaló en su casa, haciendo dispararse la<br />

desmesura que estaba en el origen de todas sus creaciones.<br />

53


4<br />

Nunca antes había hecho tanto calor en septiembre. Sintió<br />

que hasta los huesos se le iban a derretir si seguía ahí, en medio<br />

del aire sofocante que lo envolvía, inmerso en un bochorno<br />

negado a la clemencia de un poquito de brisa, de algo que<br />

evitara esa impresión de que se estaba fundiendo por dentro.<br />

Intentó pensar en otra cosa, mientras siguió subiendo por<br />

la estrecha calle, con la mirada fija en el pavimento, el cual parecía<br />

haberse reblandecido hasta el punto de amenazar también<br />

con derretirse. Trataba así de evitar en los ojos la luz enceguecedora<br />

que le daba directamente de frente en la cara.<br />

Volvió a recordar, una vez más, cómo se había tripeado el concierto<br />

la semana pasada, el éxito tan grande que habían alcanzado,<br />

el fervoroso amor que les había sabido transmitir el<br />

público, y de nuevo se sintió sorprendido de que para los demás<br />

ya todo eso estaba tan lejos que prácticamente nadie lo<br />

recordaba, puesto que nuevos acontecimientos y nuevos eventos<br />

habían ido sustituyendo al que habían protagonizado ellos,<br />

esa fiesta fabulosa que para él había sido única e insuperable,<br />

pero de la cual ya nadie hablaba, ni siquiera aquí, en su propio<br />

barrio. Después de la euforia del día siguiente ya nadie se le<br />

acercaba para abrazarlo y decirle, coño, Luis, se botaron, panita,<br />

estuvieron del carajo, gracias, amigo, eso fue de lo máximo.<br />

Pero no, inexplicablemente la vida había continuado<br />

igualita, tal cual, como si nada hubiera pasado. Ellos habían<br />

logrado producir un sonido que pudo conmover a toda esa<br />

55


gente que había unido sus voces a la música de ellos, al canto<br />

de Gabriel, a la guitarra de Joaquín prendiendo la fiesta, al<br />

duro ritmo de la batería de José dándole respaldo a todos<br />

ellos, sosteniendo al grupo, al igual que él mismo con su bajo,<br />

con ese golpeteo reiterado que les permitía a los demás<br />

recomenzar una y otra vez, remontar el vuelo, con la seguridad<br />

de que él estaba ahí, sujetando el empuje de los demás,<br />

manteniendo dentro de sus cauces el vocerío desenfrenado,<br />

evitando con su subterránea presencia el riesgo de que el sonido<br />

se desbordase y se diluyera en una confusión alborotada,<br />

en una turbulencia de alaridos.<br />

Habían logrado llevar a pulso el espectáculo a lo largo<br />

de esa noche esplendorosa, que él recordaría durante toda su<br />

vida como la más feliz de su existencia, y hacia la cual volvería<br />

su mirada ya por siempre, como hacia una luz muy intensa.<br />

Quizás no fue más que una exhalación, o un fuego fatuo, una<br />

estela de chispas que se apagan, como la que deja tras sí una estrella<br />

fugaz o un cometa, pero él lo había vivido y había sentido<br />

la respuesta de todos los que esa noche vibraron con ellos, desde<br />

los huesos, desde la médula, comulgando juntos en esa ceremonia<br />

que ellos habían inventado y llevado a cabo, y que los<br />

demás habían aceptado, entrando en el juego, dándole carnadura<br />

a esa misa en la que habían compartido el cuerpo y la<br />

sangre todos los que habían participado.<br />

Pasó por entre las primeras construcciones y siguió subiendo,<br />

en medio de los grupos de hombres que estaban tomando<br />

cerveza en las esquinas o sentados en la acera, estudiando los<br />

programas de las carreras de caballos, algunos con botellas de<br />

ron, todos buscando refugio en la sombra, alelados por el calor<br />

que los envolvía. De uno que otro grupo surgía un saludo, un<br />

epa, pana, qué hubo, y entonces él percibió que en verdad hubieran<br />

querido decirle algo más, pero que no sabían cómo hacerlo,<br />

puesto que no estaban acostumbrados a expresar sus<br />

sentimientos y les daba vergüenza hacerlo. Intuyó algo de lo que<br />

hubieran podido decirle si no hubieran estado atrapados en-<br />

56


tre tantas barreras, y como era de naturaleza alegre y poco<br />

complicada, se sintió reconfortado y agradecido por dentro, y<br />

entonces se hizo a la idea de que en verdad le habían dicho<br />

las palabras que él hubiera querido escuchar.<br />

Volvió a pensar en Yenifer. Sintió rabia por el hecho de<br />

que estuviera pasando por una situación en la que se estaban<br />

malogrando sus proyectos, los cuales no eran nada del otro<br />

mundo, nada desmesurados, todo lo contrario, más bien podían<br />

considerarse de lo más corrientes, aunque justos y razonables.<br />

Se había presentado con sus papeles y sus diplomas y sus notas<br />

en un sin fin de empresas, y había contestado una enorme<br />

cantidad de avisos, había llenado planillas y realizado entrevistas<br />

y había visitado agencias de empleo, para finalmente<br />

no llegar a saber nunca a qué se debían las negativas, o más<br />

bien las ausencias de respuesta, por qué se generaba tanto vacío<br />

y escurrir el bulto, después del mucho esfuerzo realizado,<br />

para finalmente ahora tener que dedicarse a hacer mermeladas<br />

y dulces caseros, algo tan ajeno a lo que ella era y a lo que había<br />

soñado. El otro día le había dicho que estaba pensando en<br />

ampliar su pequeño negocio casero —mi sector informal, subrayó,<br />

y en sus ojos apareció esa mirada burlona que por suerte<br />

no había perdido—, en incluir también la venta de quesos,<br />

lo cual era más complicado, porque ya no era algo que prepararía<br />

ella misma, sino que tendría que comprarlos al por<br />

mayor y venderlos rápido, mientras estuvieran todavía frescos.<br />

Las mermeladas al menos se conservaban ahí tranquilitas, sin<br />

urgencias ni presiones. Pero el mercado de mermeladas era reducido,<br />

no era tanta la gente que Yenifer conocía, y sus amistades<br />

eran personas comedidas, que consumían de a poquito,<br />

de manera que cada frasco les duraba bastante, por lo cual para<br />

ella, que a duras penas había logrado elaborar una reducida<br />

lista de posibles compradores, la situación no era fácil. Y por<br />

eso estaba inventando ahora lo de los quesos, porque ése era<br />

un alimento que la gente engullía en cantidades mayores y<br />

con más frecuencia, de manera que, indudablemente, tenía<br />

57


que resultar un negocio más productivo. Claro, por eso mismo<br />

requería una inversión mucho mayor y, en general, presentaba<br />

complicaciones de más envergadura. Pero a ella eso<br />

no la asustaba, porque a pesar de que era una muchachita tan<br />

delgada y menuda, que ni siquiera representaba sus veintidós<br />

años, tenía una voluntad a prueba de balas. Luis sabía cuánto<br />

la angustiaba la falta de dinero, la carencia del capital que tendría<br />

que invertir para trabajar con los dichosos quesos. Yenifer<br />

se creía capaz de resolver cualquier cosa y ya había iniciado<br />

los contactos necesarios para obtener un préstamo, pero nada<br />

resultaba fácil, puesto que ella no tenía referencias ni propiedades,<br />

por lo cual a los ojos de los bancos y de las entidades<br />

financieras era tal cual como si ni siquiera existiese.<br />

Ahora él y el grupo habían tenido ese éxito tan tremendo,<br />

y era indudable que cobrarían una buena suma, aunque todavía<br />

no habían terminado de liquidarles sus ganancias, debido a algún<br />

problema con el impuesto, o algo así, él no estaba muy al<br />

tanto, era Robert quien se ocupaba de todo eso. Pero él se estaba<br />

dirigiendo en este momento a casa de Yenifer, a decirle que<br />

podría contar con todo el dinero que le hiciese falta para sus<br />

quesos, y que incluso le compraría una nevera grande o, quizás,<br />

si la plata le alcanzaba, hasta una cava industrial. Le hacía una<br />

ilusión tremenda imaginarse el momento en el cual le ofrecería<br />

esas palabras a ella, palabras que serían como un regalo<br />

envuelto en papel lujoso y con un gran lazo encima. No le<br />

permitiría darle las gracias, puesto que no era su agradecimiento<br />

lo que él quería: aspiraba solamente a percibir su alegría,<br />

celebrar juntos el regocijo, doble, del éxito obtenido y de<br />

la posibilidad de materializar los proyectos. Aunque fuesen<br />

sólo de mermeladas y de quesos.<br />

Se encontró delante de la vieja capilla, rodeada de árboles<br />

leñosos, cuyas raíces emergían de la blanda tierra sobre<br />

la cual se asentaba esa pequeña construcción a la que había<br />

entrado un par de veces cuando niño, ya que una de sus tías<br />

prefería estar ahí y no en los grandes espacios de la iglesia<br />

58


de al lado, en medio de la multitud que ahí se aglomeraba. Se<br />

acordó de cómo lo habían obsesionado los candeleros sosteniendo<br />

las velas encendidas, las muchas luces delgadas y titilantes<br />

junto a la lumbre de los cirios más gruesos, pequeños<br />

fuegos que de alguna manera terminaban por sustituir el ardor<br />

cada vez más escaso de una fe que se iba apagando.<br />

Seguía envuelto por un calor que parecía llevarlo, por<br />

su propia cuenta, por un camino empedrado que no recordaba<br />

haber pisado nunca antes, como desplazándose oscilante<br />

sobre una aparición que estuviera reverberando en el aire caliente<br />

que vibraba, en medio del cual la realidad circundante<br />

parecía haberse evaporado, para dar lugar a la presencia tardía<br />

de un silencioso entramado de épocas pasadas, evanescente,<br />

como de otro siglo, cuando todavía andaban por ahí<br />

los carruajes tirados por caballos, errantes en medio de la noche,<br />

llevando en su interior a caballeros ligeramente ebrios y<br />

a damas de sombreros de alas anchas, o a generales recién<br />

llegados del monte, rígidamente erguidos en el asiento, escrutando<br />

con miradas en las que sólo cabían las certezas, los<br />

recovecos de la sinuosa calle en subida, buscando, entre vuelta<br />

y vuelta, alguna señal de vida sobre la cual ejercer una acción<br />

cualquiera.<br />

En aquel entonces, en las casas de frescos patios interiores<br />

rodeados de corredores, en esos ámbitos construidos de<br />

piedras que ofrecían una opción para la humedad y para la<br />

sombra, para la contemplación de alguna pequeña fuente de<br />

la que manase el agua que impregnara el aire, la existencia adquiría<br />

otras modalidades, otro ritmo vital, otro tempo. Se imaginó<br />

a sí mismo incorporándose a ese mundo, pero en verdad<br />

no le fue posible concebirse sin la acelerada y violenta música<br />

que producía su bajo y sintió la convicción de que ninguna<br />

otra época podría haber sido posible para él, y que así como<br />

eran las cosas hoy día era como debían de ser ahora, no había<br />

ninguna vuelta atrás posible, ni era deseable que la hubiese.<br />

Dentro de sí comenzó a sentir el golpeteo de la música que<br />

59


él era capaz de producir, un poco atenuada, aunque sin perder<br />

nada de su vehemencia, de su violencia impetuosa e iracunda,<br />

un rock como una guerra, como cuando rumbeaban de noche,<br />

el cual ahora sonaba dentro de él algo más tenue, pero con toda<br />

la altivez de la que no podría prescindir ya nunca más en la<br />

vida. Se sabía dueño de un tremendo toque, como el mejor de<br />

todos, y ello lo hacía sentirse bien, pero los humos no se le habían<br />

subido a la cabeza, porque eso no iba con él para nada,<br />

simplemente estaba contento y feliz, alegre y encariñado consigo<br />

mismo, con ese Luis del cual sabía, sin aspavientos, pero<br />

también sin falsas modestias, que era uno de los mejores bajistas<br />

del país, es más, seguramente en condiciones de competir<br />

con cualquier otro en cualquier lugar del mundo.<br />

Pasó a la acera de enfrente, donde ahora había un poco<br />

más de sombra, para aliviar ligeramente la intensa presencia<br />

del sol. Aunque en verdad él se encontraba tan bien en este<br />

momento, que a pesar de tener la camisa empapada de sudor<br />

y las palmas de las manos pegajosas, por dentro se sentía<br />

fresco y liviano y seguía haciendo sonar internamente su música,<br />

disfrutando de antemano del instante en el cual le brindaría<br />

a Yenifer la ofrenda que le estaba llevando, las palabras<br />

con las que le aseguraría que podría contar con todo el dinero<br />

necesario para llevar adelante su proyecto.<br />

Yenifer era lo más lindo que le había ocurrido en la vida,<br />

y en verdad era la única persona, aparte de los panas, a la<br />

cual pertenecía realmente. En su infancia, que no era tan remota,<br />

no había habido ningún paraíso, de manera que menos<br />

aún podía hablarse de algún paraíso perdido, como lo hacían<br />

tantas canciones sentimentales. A su niñez, más que el espacio,<br />

lo había marcado el tiempo, un transitar de un hogar a<br />

otro, de la casa de una tía a la de otra, y de ahí a la de la abuela,<br />

siempre bajo el signo de lo efímero, de lo azaroso, de una<br />

no pertenencia que implicaba una constante movilidad que le<br />

imprimía un carácter fugaz a las situaciones y a las personas,<br />

a través de esa serie de cambios que se sucedían unos a otros.<br />

60


El tiempo lo marcó con el sentido de la velocidad y de lo<br />

breve, con la imagen de períodos que, apenas iniciados, se<br />

daban ya por concluidos. La infancia misma, toda, fue realmente<br />

corta y difusa, algo que de repente terminó casi sin haber<br />

siquiera comenzado, para dar luego paso a otra etapa que<br />

tampoco hubiera sido capaz ahora de definir con palabras, ni<br />

de ponerle un nombre, la cual lo había conducido, casi imperceptiblemente,<br />

a lo que era hoy día, un joven, para algunos<br />

apenas un muchacho, pero en verdad un hombre, desde hacía<br />

ya bastante tiempo.<br />

Dejó atrás el breve trozo de sombra, cuyo efecto duró<br />

apenas un fugaz y pasajero instante, para continuar bajo el sol<br />

inclemente. La gente se mantenía agazapada en el interior de<br />

sus casas y sólo algunos niños, inmunes por igual a los efectos<br />

de la lógica y del clima, correteaban y jugaban en las calles.<br />

Tuvo la certeza de que algunos de ellos estaban armados con<br />

chuzos y cuchillos. —Entonces, ¿para qué coño…? —gritó<br />

uno de ellos, a lo que los demás contestaron con una gritería<br />

incomprensible, y luego de inmediato se produjo una pelea en<br />

la que se enzarzaron todos contra todos.<br />

Desde el lugar donde ahora él se encontraba se veían<br />

las autopistas que atravesaban la ciudad, al igual que los edificios<br />

de cristal, allá a lo lejos. Apuró el paso. Se acordó de la<br />

primera vez que Yenifer escuchó al grupo, de lo arrecho que<br />

tocaron ese día, de cómo esa noche fueron puro ritmo, y era<br />

él el que llevaba el ritmo con su bajo, y cómo de pronto un tipo<br />

con el cuerpo todo tatuado subió violentamente al escenario<br />

y se lanzó contra él, se notaba lo drogado que estaba, y él<br />

se quedó paralizado por un instante, pero ya al momento siguiente<br />

Gabriel estaba ahí, interponiéndose, obligando al tipo<br />

a bajarse, con esa seguridad con la que Gabriel parecía hacerlo<br />

todo, aunque según él por dentro no se sentía nada seguro,<br />

era sólo cuestión de apariencia. Luego el concierto<br />

siguió, de lo máximo, y la gente corría de un lado a otro, una<br />

inmensa masa ahí enfrente de ellos, agitándose al unísono.<br />

61


Fue bordeando un bar tras otro, del interior de la mayoría<br />

de los cuales se escuchaba a la gente corear a gritos algún suceso.<br />

Sintió que le era imposible continuar en medio de ese calor<br />

sofocante sin remediar el estado de total sequedad al que había<br />

llegado ya su garganta. Entró a un bar y pidió una cerveza. Al no<br />

más entrar, de inmediato se dio cuenta de que ahí estaba Wilmer<br />

y que le sería imposible evitar el encuentro. Fue realmente una<br />

mala suerte haber escogido justo ese bar, pero ahora ya no podría<br />

retroceder. Efectivamente, el otro muchacho, sin perder<br />

tiempo, se plantó frente a él, interpelándolo con su voz untuosa:<br />

—Qué concierto tan malo, chamo, de lo más ladilla...<br />

Él lo miró sin contestarle. No iba a caer en provocaciones.<br />

El otro continuó, avanzando en la ofensiva:<br />

—Bien malo de verdad. Suicídense, chamo, eso que<br />

ustedes hacen es pura basura.<br />

Él lo miró de arriba a abajo y mantuvo la sangre fría:<br />

—Eso me sabe a bola.<br />

Pero el otro le sostuvo la mirada y siguió tratando de<br />

arrinconarlo:<br />

—Si aceptas que fue una cagada no hay rollo.<br />

Por su mente pasó fugazmente la imagen de la inmensa<br />

cantidad de gente que estuvo ahí con ellos, cantando y aullando<br />

y lamentándose. Se acordó de los chillidos, de los brazos<br />

desnudos de José, mostrando su máximo esfuerzo tocando la<br />

batería y de los movimientos de tantas cabezas haciendo volar<br />

al unísono sus cabellos. Se acordó de su bajo de color rojo y<br />

de cómo esa noche sonó como nunca, de cómo habían dado<br />

saltos danzando al son del ritmo que ellos mismos producían<br />

y cómo de verdad fueron unos tremendos locos, a los que el<br />

público adoró, con fervor y apasionadamente. Pero nada de<br />

esto era de la incumbencia de Wilmer, él ninguna explicación<br />

tenía que darle.<br />

—A la gente le gustó —se limitó a decir con firmeza.<br />

—Mírenme al macho-man —dijo el otro con sorna, acercándosele<br />

despacio, mientras se tongoneaba deliberadamente.<br />

62


El ritmo duro que había estado escuchando dentro de sí<br />

hasta ese momento, rememorando todo lo que habían vivido<br />

en ese entonces, se apagó de golpe. Dejó de escuchar la voz de<br />

Gabriel, que podía llegar a ser tan delicadamente dulce en algunos<br />

momentos, y se enfrentó a Wilmer sin bajar la mirada:<br />

—Nos la tripeamos de la forma más arrecha.<br />

—Pero a la gente nais como nosotros no nos gustó,<br />

güevón.<br />

Él recordó cómo habían surgido las manos desde el<br />

público y cómo ellos mismos habían saltado repetidas veces<br />

desde la tarima y se habían entremezclado con la gente, abrazándose<br />

y dándose las manos, haciendo chocar sus palmas<br />

con las de los demás, una y otra vez, y entonces, nostálgico,<br />

perdió los instantes necesarios para contestar adecuadamente.<br />

El otro no desaprovechó la oportunidad:<br />

—Han caído bien bajo, coño, en la propia chabacanería,<br />

güevón.<br />

Él, inexplicablemente, se estaba dejando llevar por el<br />

embrujo de su propia música, que ahora, sin haberla convocado,<br />

resonaba dentro de su cabeza, hechizándolo, paralizando<br />

sus capacidades de defensa y sacándolo fuera del torneo,<br />

para gran sorpresa de los otros muchachos que estaban ahí,<br />

los cuales se mantenían expectantes, observando en silencio<br />

el enfrentamiento.<br />

Sin él darse cuenta, por ese paso en falso, originado en su<br />

irreprimible costumbre de vivir sus ensueños, aunque no fuese<br />

más que por unas breves fracciones de segundos, se transformó,<br />

de contrincante en un combate en el que hasta ahora se había<br />

mantenido de igual a igual con el otro, y quién sabe si hasta ligeramente<br />

vencedor, en una presa. Wilmer, con su agudo olfato de<br />

cazador, percibió en el acto el giro que estaban tomando los acontecimientos.<br />

Su instinto lo impulsó a acercársele más, haciendo<br />

que la distancia entre los dos se redujese a apenas un metro.<br />

El juego cambió. Lo que hasta ahora había sido una lucha<br />

entre dos guerreros, se convirtió en una persecución.<br />

63


Inconscientemente, Luis dio un par de pasos hacia atrás, acercándose<br />

más a la pared, como buscando protección, pero Wilmer,<br />

sin titubear ni un instante, de inmediato dio la misma<br />

cantidad de pasos, manteniendo así invariable la distancia entre<br />

ambos. Los otros muchachos, que hasta entonces habían permanecido<br />

al margen, sentados a las mesas, se fueron acercando,<br />

y él entonces de pronto tuvo conciencia de que lo tenían<br />

acorralado, y que estaba solo frente a esa enorme cantidad de<br />

caras que lo contemplaban aviesamente. Tras de ellos deambulaba<br />

la gente en la calle. Una chica pasó, pero no miró hacia<br />

adentro.<br />

Sintió ganas de vomitar, pero ya no tuvo tiempo para<br />

hacerlo, puesto que el cuchillo relumbró en la mano del otro,<br />

y a él se le cortó la respiración, y se le cortaron también las<br />

ganas de vomitar. Se quedó petrificado, mientras algunos<br />

momentos intensos de su vida, a la velocidad de una película<br />

enloquecida, pasaron delante de sus ojos con una nitidez<br />

exasperante. Una voz dentro de él pronunció palabras que<br />

nunca antes había formulado: Hace mucho tiempo que no<br />

tengo padre. Nunca lo tuve. Al mismo tiempo, creyó vislumbrar<br />

las lisas paredes de la capilla, rosadas y de cornisas blancas,<br />

ésas de piedra tallada. Gloria patri et filis et spiritus<br />

sancto. La puerta de madera, de color verde oscuro, con el<br />

balconcito de rejas. Yenifer. No, Yenifer no. A ella que no se<br />

la quitaran. Tenía que verla, entregarle el precioso regalo que<br />

iba a cambiar su vida. Yenifer con sus pasos menudos y alados<br />

no, a Yenifer no, por qué iban a quitarle a Yenifer.<br />

Todavía canturreó dentro de sí A mike’n boom in your living<br />

room, mientras sintió que lo iban empujando hasta arrinconarlo<br />

del todo contra la pared. De pie, con la espalda apoyada en<br />

el muro, vio ante sus ojos relumbrar de nuevo el cuchillo, el<br />

cual, esta vez, con un sólo movimiento certero, se clavó en su<br />

corazón. De sus labios brotó un grito inarticulado y prolongado<br />

y luego se fue escurriendo a lo largo de la pared, hasta quedar<br />

tendido en el suelo. Extrañamente ya no sintió calor, y aunque el<br />

64


sol seguía brillando allá afuera en el cielo, aquí en el bar ahora<br />

estaba haciendo frío, un frío helado que lo iba penetrando hasta<br />

los huesos, invadiendo cada una de sus células. Pero la sangre<br />

late aún ahí adentro, pensó, para luego de pronto percibir que el<br />

día se estaba tornando en noche, una noche particularmente sucia,<br />

de un color confuso, como de un tiempo agotado. En ese<br />

momento dejó de respirar.<br />

65


5<br />

En general no fumaba más de media cajetilla al día, pero<br />

ahora había perdido ya la cuenta de los cigarrillos que llevaba<br />

consumidos, uno tras otro, sin parar, prendiendo el siguiente<br />

antes de apagar el anterior. En medio de la situación<br />

de irrealidad que estaba viviendo, el evanescente humo que<br />

exhalaba parecía lo único real y tangible, frente a la sensación<br />

de inexistencia en la que se encontraba inmerso desde el<br />

momento en que le avisaron de la muerte de Luis, y sobre todo<br />

desde el instante en el que vio en el suelo del bar el bulto<br />

cubierto por una sábana, debajo de la cual se vislumbraba el<br />

contorno inmóvil de una figura humana. Ese bulto era su<br />

amigo, Luis, su pana, el buena nota, el tipo cálido y afectuoso<br />

de movimientos gatunos, al que resultaba insoportable tener<br />

que identificar con la rigidez de ese objeto inerte ahí tirado.<br />

Por un fugaz segundo irracional se imaginó que todo eso no<br />

podía ser sino una broma y que sin lugar a dudas Luis estaría a<br />

punto de ponerse de pie de un salto y se sacaría de encima la<br />

sábana de un manotazo, para reírse a carcajadas de semejante<br />

chiste estúpido y de mal gusto, pero chiste al fin, no podía ser<br />

otra cosa. Obviamente esta idea fue insostenible y tuvo que<br />

hacer acopio de toda su fuerza para reciclar su mente y enfrentarse<br />

al crudo hecho real ante el cual no había escapatoria<br />

posible. Era evidente que por más que hubiera querido volver<br />

a oír la voz del pana, la inflexión particular que le imprimía a<br />

las palabras, ésa su voz un poco ronca y al mismo tiempo muy<br />

67


tersa, una combinación sorprendente, eso ya nunca más sería<br />

posible. Luis estaba muerto, era un hecho irreversible.<br />

Pisó el cigarrillo para apagarlo y se acercó a la taquilla de<br />

la jefatura civil. Entregó los timbres fiscales que ya tenía preparados<br />

y fue suministrando los datos que le iba preguntando<br />

el funcionario. Le ordenaron que aguardara, y entonces se sentó<br />

de nuevo y prendió otro cigarrillo. Sin darse cuenta, y sin<br />

proponérselo, las lágrimas volvieron a salir de sus ojos, inesperadamente,<br />

sin previo aviso, en este desabrido lugar de paredes<br />

sucias y piso manchado en el cual se encontraba rodeado de<br />

personas que sólo indiferencia podían sentir por él, gente cansada<br />

y displicente que parecía estar mimetizada desde tiempos<br />

inmemoriales con este espacio sórdido y mezquino y ante<br />

quienes daba rabia entregar los sentimientos de una manera tan<br />

desnuda y desprotegida.<br />

—Esas cosas suceden —dijo de pronto una mujer que<br />

estaba sentada a su lado, y entonces él sintió una cólera mucho<br />

mayor aún de la que ya estaba sintiendo, puesto que era<br />

un hecho obvio que esas cosas pasaban, él no era ningún imbécil<br />

para ignorarlo, pero era la primera y única vez que a<br />

quien le había sucedido eso era a Luis Jiménez, el amigo para<br />

el cual las opciones sobre la tierra se habían clausurado.<br />

No contestó nada, en primer término porque no podía, y en<br />

segundo porque a fin de cuentas qué maldita cosa se podía<br />

contestar a algo así.<br />

Luego de un rato lo llamaron y le entregaron el trozo<br />

de papel sin el cual aparentemente no estaba permitido fallecer,<br />

la partida de defunción que autorizaba al cadáver a ser<br />

trasladado legalmente por la ciudad y a ser cubierto por la tierra<br />

sin contravenir ninguna ordenanza ni decreto ni reglamento.<br />

Ahí estaban pegados los timbres fiscales que él había<br />

comprado, cual devaluados óbolos que permitían franquear<br />

las puertas del más allá, y se hacía constar que en este día y<br />

hora se había presentado ante ese despacho el ciudadano<br />

Gabriel Arenas, para aportar los datos relativos al tránsito de<br />

68


un ser humano que hasta unos instantes antes de los hechos<br />

en autos había creído estar vivo, es más, había sido realmente<br />

un tipo muy vital, pero el suceso del que aquí se daba fe,<br />

aunque obviamente sin rozar ni la superficie de esos hechos,<br />

le había acaecido durante el fatal paréntesis que decidió abrir<br />

desprevenidamente para tomar una cerveza, sin imaginarse<br />

para nada que nunca más tendría la posibilidad de cerrarlo, y<br />

que todo quedaría en unos puntos suspensivos, dando cuenta<br />

del carácter inconcluso de los hechos mismos. Murió a consecuencia<br />

de una herida punzopenetrante, producto de una<br />

cuchillada que le atravesó el corazón, la cual al mismo tiempo<br />

maltrató también el corazón de Yenifer, y el del propio<br />

Gabriel, y el de unas cuantas personas más, como algunos tipos<br />

que andaban manejando motos o emborrachándose con<br />

ron o fumándose un pito de marihuana, pero que a fin de cuentas<br />

eran buenos panas, capaces de empatarse en una fiesta en<br />

cualquier parte de la ciudad, pero también de andar a solas<br />

en medio de la oscuridad de la noche, si así fuese el caso.<br />

Todo ello había sucedido dentro de los ámbitos de esta<br />

jurisdicción, hecho en sí en verdad poco relevante, pero que<br />

por esa circunstancia obligaba al funcionario abajo suscrito a<br />

certificar la exactitud de la presente copia, con la cual en este<br />

momento Gabriel Arenas partía de regreso a la funeraria,<br />

para demostrar que el muerto era en verdad Luis Jiménez, y<br />

que efectivamente estaba muerto, y que las autoridades competentes<br />

no veían ningún impedimento para que se procediese<br />

a darle sepultura, en algún lugar así previsto para tal fin.<br />

Los gastos del ceremonial corrían por cuenta del señor<br />

Luis García, el lejano padre de Luis, que sólo había aparecido<br />

fugazmente en algunos momentos notorios de la vida del<br />

hijo, y ahora también en éste, bastante notorio a su vez, el de<br />

su muerte, en una aparición de carácter igualmente fugaz,<br />

que se redujo básicamente a tomar las disposiciones del caso<br />

y a dejar firmados unos cuantos cheques.<br />

69


La rabia que le empezó a nacer en la jefatura le fue creciendo<br />

dentro del cuerpo, a medida que avanzaba a una lentitud<br />

insoportable en medio del tráfico y el calor sofocante. Si había<br />

alguien que no merecía tanto desamor y tanta indiferencia era el<br />

pana que ahora debía estar ahí rígido en su ataúd, en esa actitud<br />

tan antinatural en él, metido en el estrecho molde en el cual seguramente<br />

ya lo habrían comprimido, a él que se había caracterizado<br />

por estar siempre en movimiento y por sus gestos<br />

alegres y sus pasos muelles y felinos, y también por su manera<br />

de ser alborotada y turbulenta y por estar siempre chalequeando<br />

y echando broma. No era justo que el último acto relacionado<br />

con su presencia en el mundo estuviera signado por tanto<br />

convencionalismo estereotipado, tanta buena costumbre domesticada<br />

y tanta rutina carente de espíritu.<br />

Apretó los dientes. No lo iba a permitir. Comenzó a hacer<br />

las maniobras necesarias para evadir el tráfico que lo aprisionaba<br />

y poco a poco fue orillando el carro hasta el borde de<br />

la autopista, donde el movimiento era más fluido y era posible<br />

entregarse al juego de esquivar un vehículo tras otro. Ya no tenía<br />

ganas de llorar, y también su rabia estaba encontrando un<br />

cauce por dónde encaminarse. No, no lo iba a aceptar. Si ellos<br />

se llamaban Ciudad Sitiada, eso no podía ser una simple frase<br />

gratuita y vacía, porque entonces no serían más que unos canallas<br />

que se fingían y se vendían como diferentes, para a la<br />

hora de la verdad ser más de lo mismo, quizás más tramposos<br />

todavía, por no asumirlo directamente, como lo hacían tantos.<br />

Habían escogido ese nombre en una actitud de desafío, para<br />

provocar a la gente y decirles okey, estamos cercados y nos<br />

sentimos acosados, pero no lo ignoramos, estamos conscientes<br />

y aceptamos el reto, y estamos retándolos también a ustedes,<br />

ahí les devolvemos ese nombre, para que se irriten con<br />

nuestra irritación. Ahora tendrían que hacer honor a ese nombre,<br />

porque si no todo sería una cosa de niños apenas, una pataleta<br />

sin consecuencias, inocua e intrascendente. El desafío<br />

no podía ser sólo nominal, una habladera de paja como quien<br />

70


dice, tenían que demostrar que la cosa iba en serio. No permitirían<br />

que el pana muerto fuera atrapado por los estereotipos,<br />

no lo dejarían marcharse de esa manera mezquina y trivial,<br />

previsible y preestablecida, que podía ser muy apropiada en<br />

cuanto a los parámetros del señor García, pero que no se correspondían<br />

para nada con lo que había sido Luis Jiménez, quien<br />

durante toda su vida se había dado entero y nunca se había regateado<br />

ni dejado de ser alegre, ni era de los que agachaban fácilmente<br />

la cabeza. Soñador sí había sido, y bastante, pero eso no<br />

era sino un motivo más para arrancarlo de esa ceremonia que<br />

nada tenía que ver con él.<br />

Estuvo seguro de que tanto Joaquín como Yenifer lo<br />

apoyarían. Los demás ya se vería.<br />

Estacionó el vehículo frente a la funeraria y entró con<br />

pasos decididos. Era aún muy pronto y el ritual propiamente<br />

dicho no había comenzado. Ni siquiera el protagonista había<br />

sido subido todavía de los sótanos, donde, según dijeron, «lo<br />

estaban preparando».<br />

—Parece que lo están maquillando —susurró Yenifer,<br />

con una voz casi inaudible. Se le veía el rostro desencajado,<br />

pero tenía los ojos secos y la mirada dura. Gabriel se sentó a<br />

su lado y le pasó un brazo por la espalda. Por ahí estaban<br />

también Sonia, Joaquín, José y Robert. Enfrente se encontraba<br />

Camila, demudada, junto a Philippe, con la cara sepultada<br />

entre las manos. Un poco más allá se hallaba José Antonio,<br />

fumando, y hacia el otro lado estaban las tías de Luis, con<br />

pañuelos que se llevaban a los ojos cada cierto tiempo.<br />

Camila se levantó y se acercó a Yenifer. Se sentía agobiada<br />

al pensar que los jóvenes de Ciudad Sitiada únicamente<br />

habían intentado prender su fiesta en las calles y en las<br />

plazas y en los grandes anfiteatros, su propósito no había sido<br />

el de ofrendar sus propios cuerpos sino el de aportarlos<br />

para la danza, llenar el espacio con sus voces y con el sonido<br />

de sus instrumentos y hacer unos montajes en los cuales exhibir<br />

la gracia de sus figuras.<br />

71


La vorágine que se había apoderado de la ciudad se había<br />

tragado a Luis, un muchacho sencillo y alegre, similar al<br />

de la película de Elba Escobar y Verónica Oddó que ella había<br />

estado recordando recientemente.<br />

Trató de decirle algo a Yenifer, peo su voz se nubló y no<br />

pudo hacerlo. La muchacha le tomó la mano y se la apretó sin<br />

hacer ningún comentario, como invitándola a no sentirse obligada<br />

a decir nada.<br />

Los demás se fueron acercando también. José Antonio<br />

palmeó en la espalda a Gabriel con torpeza, y le pasó fugazmente<br />

la mano por el cabello a Yenifer, con más torpeza todavía.<br />

Luego tomó la partida de defunción y la recorrió con la<br />

mirada. Ni siquiera en estas circunstancias pudo dejar de admirarse<br />

de la pasmosa capacidad de la burocracia de corroer la<br />

pura simplicidad de los hechos con afirmaciones absolutamente<br />

innecesarias, que sólo servían para violentar la más<br />

elemental racionalidad. Levantó la cabeza y quiso hacer un comentario,<br />

pero sólo se encontró con la mirada fija de Yenifer,<br />

sin lágrimas, como ida, y entonces ya se abstuvo de decir nada.<br />

Le devolvió el documento a Gabriel, quien se puso de<br />

pie y se alejó un poco, llevando consigo a su padre.<br />

—Papá, voy a sacar a Luis de aquí —dijo en voz baja y<br />

serena—. Él no se merece estar en un antro como éste.<br />

A José Antonio lo atravesó la fulminante e inexorable<br />

idea de que su hijo se había vuelto loco, de que el trágico<br />

acontecimiento lo había trastornado definitivamente. Hay<br />

que hacer algo rápido, pensó, llamar a un médico, quizás<br />

ponerle una inyección, empezar de inmediato una cura de<br />

sueño. Buscó con la mirada a Camila, para advertirle de la<br />

gravedad de la situación, pero no la vio por ninguna parte. Se<br />

sintió abrumado. Una vez más constató hasta qué punto era<br />

inútil en los momentos de verdadera emergencia, y de cómo<br />

los acontecimientos que exigían una intervención rápida y<br />

enérgica ejercían sobre él un efecto paralizante, exactamente<br />

lo contrario de lo que se requería en esas circunstancias.<br />

72


Miró a Gabriel con asombro, con dolor, con miedo. En ese<br />

mismo momento el muchacho tuvo la certeza de que tampoco<br />

esta vez le sería posible hacerse comprender por el padre,<br />

así que, impaciente, dio media vuelta y volvió a sentarse junto<br />

a Yenifer.<br />

—Yenifer —susurró Gabriel—. Saquemos a Luis de<br />

aquí. Tenemos que despedirlo de otra manera.<br />

Ella levantó la cara y lo miró directo a los ojos, y entonces<br />

él sintió que lo había comprendido y que estaba junto<br />

a él, en la misma onda.<br />

—¿Cómo? —preguntó ella.<br />

—No sé. Pero tenemos que inventar algo. Algo digno<br />

de él, no sé…<br />

Ella asintió con la cabeza, en silencio.<br />

La ayudó a levantarse y juntos se acercaron a Joaquín,<br />

seguidos por la mirada angustiada y desconcertada de José<br />

Antonio, el cual continuaba aún en el mismo sitio en el que<br />

su hijo lo había dejado.<br />

Joaquín estaba literalmente desplomado. Tenía una coloración<br />

cadavérica, el cuerpo desmadejado y la cabeza caída<br />

hacia adelante, como si el golpe recibido hubiera sido demasiado<br />

para él. A su lado estaban Laura, José y Sonia, aplastados<br />

a su vez. A ninguno de ellos se le podía quitar de la mente<br />

la imagen del amigo muerto, ese muchacho que ya nunca más<br />

volvería a escuchar la belleza de la música que tanto amaba.<br />

Su cara se iría derritiendo rápidamente, y al poco tiempo sólo<br />

quedaría de ella una calavera carente de brillo. No una calavera<br />

metálica y dorada, como la que habían usado ellos una vez<br />

en uno de sus espectáculos más vistosos, que parecía resplandecer<br />

en medio de algo como un aire líquido, o una presencia<br />

ígnea, sino simplemente un objeto óseo igual, con levísimas<br />

diferencias, al que le correspondía a cualquier miembro de la<br />

humanidad, tal como ésta era actualmente.<br />

Cada vez había más gente. La increíble noticia de que<br />

habían matado a Luis Jiménez se había ido extendiendo por<br />

73


la ciudad, y amigos y conocidos y desconocidos que igual los<br />

conocían y los amaban, se fueron congregando, sin que hubiera<br />

habido necesidad de convocarlos; simplemente vinieron,<br />

para acompañar por última vez a ese ser que los había ayudado<br />

a soñar y a sentirse vivos. De todos los lugares de la ciudad habían<br />

venido, para hacerles sentir a los miembros del conjunto<br />

que su público regresaba y se mantenía a su lado, junto a los<br />

tres miembros sobrevivientes, como si quisieran sostener el<br />

deseo que tantas veces había surgido de los sonidos del bajo,<br />

ese instrumento al que Luis Jiménez se había entregado y el<br />

cual ahora se hallaba detenido, ya no se oían ni sus disonancias<br />

ni sus armónicos acordes. Para los amigos más cercanos de<br />

Luis, ocupados con la congoja y la aflicción, no había habido<br />

opción para ningún otro sentimiento. Pero en las caras de los<br />

que fueron llegando después, junto al dolor se expresaban también<br />

la rabia y el odio, y el violento deseo de tomar venganza,<br />

de hacerle pagar al maldito desgraciado que había cometido el<br />

crimen. El nombre de Wilmer Tovar era repetido una y otra<br />

vez, porque fueron muchos los testigos presenciales del asesinato,<br />

y algunos habían hablado y habían contado los hechos,<br />

omitiendo su propio papel en los mismos, declinando mencionar<br />

que todos los que habían estado ahí de alguna manera eran<br />

cómplices y que habían participado como comparsa en la coreografía<br />

diseñada por Wilmer, acompañándolo como masa compacta<br />

en su enfrentamiento con Luis, solitario en el otro lado<br />

de la raya invisible que entre todos ellos habían trazado. Nada de<br />

esto fue dicho y nada de esto trascendió. Se hablaba sólo de Wilmer<br />

y de que Wilmer había desaparecido, lo cual, evidentemente,<br />

era justo lo que se podía esperar en esas circunstancias.<br />

Sentada en un rincón junto a Philippe, Camila los contemplaba,<br />

absorta. Dueña de la despiadada mirada del artista,<br />

los estudiaba, llena de compasión y sin misericordia, situando<br />

mentalmente todo lo que veía en la escena imaginaria de<br />

una obra, estudiando los gestos, las posiciones de los cuerpos,<br />

el timbre de las voces, los movimientos y los desplaza-<br />

74


mientos. Analizaba el contorno de los cuerpos y los volúmenes<br />

que constituían los que habían tomado asiento, percibiendo<br />

la armonía o la disarmonía que configuraban en relación<br />

con aquellos que se mantenían de pie, formando diversos diseños<br />

geométricos, y los entresoñaba en el escenario de un<br />

teatro, reorganizados de otra manera, sometiéndolos en la imaginación<br />

al artificio de una disposición que los hiciera parecer<br />

más naturales y auténticos. A su mente acudían, fugazmente y<br />

en desorden, fragmentos de trozos de textos que había recitado<br />

alguna vez o que había oído recitar a algún colega. Pero luego,<br />

en un escalofrío, se cuestionó a sí misma: ¿sería posible que en<br />

este momento, en medio del intenso dolor que estaba sufriendo<br />

su hijo, y esperando el descoyuntado cuerpo del chico que ella<br />

también había querido tanto, fuera capaz de ocupar su mente<br />

en semejantes aspectos? ¿Era ella una persona indiferente, insensible,<br />

refugiada en la esfera del arte como en una burbuja,<br />

ajena a la realidad de la vida? Veía la congoja ensombreciendo<br />

las caras juveniles y el luto en los ojos apagados, jóvenes absortos<br />

en la idea del vacío que se estaba generando en torno al<br />

compañero muerto, viviendo con las cabezas bajas un rito que<br />

los aplastaba, y en cambio ella se dedicaba a estudiar los rostros<br />

y las actitudes, para poder construir luego, a partir de su recuerdo,<br />

los personajes que le tocaría interpretar en algún futuro<br />

indeterminado, pero abierto. Se tapó la cara con las manos, para<br />

poner coto de la manera más expedita a semejante actitud,<br />

que tanta angustia le produjo.<br />

De pronto una voz, que reconoció como la de su hijo,<br />

se alzó en medio de la multitud y pidió silencio. Sorprendida,<br />

bajó las manos y vio frente a sí a Gabriel, pálido, pero con<br />

una extraña decisión en la mirada:<br />

—Quisiera anunciarles algo —dijo, y su voz se sintió tensa<br />

y quebradiza—. Cuando suban el cuerpo de Luis, nos lo vamos<br />

a llevar de aquí, y lo velaremos en otra parte, tocando<br />

la música que a él le gustaba. Tenemos el consentimiento por escrito<br />

de sus tías. Ahora queremos contar con la colaboración<br />

75


de todos ustedes, para que no haya desorden y para que todo<br />

quede bien, tal como él se lo merece.<br />

Al pronunciar esta última frase ya su voz se sentía<br />

tranquila y reflejaba seguridad. Pero el efecto de sus palabras<br />

se materializó inmediatamente en un alboroto increíble.<br />

Todos empezaron a hablar al mismo tiempo y se movían inquietos,<br />

haciendo subir el ruido a un volumen incompatible<br />

con el sitio en el cual se encontraban, en donde con toda seguridad<br />

estaban teniendo lugar en ese mismo momento otros<br />

velorios. Un empleado, muy pulcro, probablemente el propio<br />

gerente, hizo su aparición, pero al percibir el rebullicio del<br />

todo inusual se detuvo, perplejo, indeciso en cuanto a quién<br />

dirigirse para pedir explicaciones.<br />

Acostumbrado al manejo aséptico y disciplinado de<br />

los muertos, no podía comprender el impacto producido por<br />

el hecho de que una vida se hubiese apagado, ni cabía en su<br />

cabeza que estos jóvenes que se habían reunido aquí tuviesen<br />

el impulso de intentar mantener encendido algo de la llama<br />

que ese muchacho había llevado dentro de sí durante su corta<br />

existencia. Tenían la fiereza necesaria como para sostener<br />

en sus manos, por un momento más, esa llama, sin importarles<br />

el riesgo de quemarse, decididos a evocar de alguna manera<br />

la presencia de ese ser del que no estaban dispuestos a<br />

desprenderse de una forma tan acelerada, todo lo contrario, se<br />

sentían obligados a permitirle quedarse un rato más entre ellos,<br />

para luego dejarlo irse de a poquito, y así ayudarlo a entrar finalmente<br />

en la sombra húmeda, y ayudarse a sí mismos también<br />

para aceptar los hechos, ayudándolo a dejar tras de sí algo<br />

de sí mismo, aunque fuese algo muy tenue, como un poco de<br />

musgo sobre la dura roca, o un poco de aire y polvo solamente,<br />

tamizando la luz que permite percibir las partículas que se<br />

mueven en su claroscuro, y así crear el espacio del estar, aun<br />

no estando.<br />

Joaquín se mantuvo muy cerca de Gabriel. Sabía que<br />

al pana en este momento no se le debía dejar solo. También<br />

76


se le aproximó José Antonio, sin saber qué decir, ni qué opinar<br />

siquiera sobre esta locura, pero presintiendo a su vez que<br />

el hijo necesitaba de su apoyo.<br />

—Lo llevamos a casa de Álvaro, ¿verdad? —susurró<br />

Joaquín.<br />

Gabriel no había pensado en esa posibilidad, pero al oír<br />

al amigo formular la propuesta, tuvo la certeza de que ése era<br />

el sitio ideal. Se había paseado por varias alternativas, pero<br />

ninguna lo había convencido realmente. Ahora sintió que<br />

Joaquín había escogido el único lugar adecuado, la casona<br />

de Álvaro en Los Chorros, donde se habían reunido tantas veces<br />

para ensayar y también para rumbear y celebrar con regocijo y<br />

alegría el hecho de estar juntos.<br />

Robert mientras tanto se enfrentaba al gerente, tranquilizándolo<br />

y dándole todas las garantías necesarias en cuanto a<br />

que ellos asumirían por entero la responsabilidad del traslado,<br />

y ni el buen nombre ni los intereses económicos del establecimiento<br />

sufrirían perjuicio alguno. El hombre, que ya tenía los<br />

consabidos cheques del señor García en su poder, exigía que<br />

fuese la misma persona que había contratado el servicio el que<br />

diera su consentimiento para la modificación de lo acordado.<br />

Pero Robert era ideal para resolver este tipo de situaciones. Su<br />

serenidad, su aplomo y su sonrisa sustituían con ventaja cualquier<br />

razonamiento. También Joaquín se acercó, para reforzarlo,<br />

trayendo consigo a la tía Mercedes, la tía con la que más<br />

tiempo había convivido Luis. Quizás porque la situación general,<br />

tan fuera de lo común, le causaba un nerviosismo extremo,<br />

una condición que no era deseable prolongar de ninguna manera,<br />

el gerente dio su consentimiento mucho más fácil y rápidamente<br />

de lo que se habían imaginado. La tía Mercedes firmó,<br />

haciéndose responsable en su calidad de familiar cercano, y<br />

también lo hicieron Joaquín, Robert y Gabriel, para respaldar<br />

de alguna manera la posición legal de los responsables en última<br />

instancia, es decir, de Mercedes Jiménez y del gerente, muy<br />

en particular en relación con la ausente figura del señor Luis<br />

77


García, la cual se hallaba bien presente en la imaginación de<br />

cada uno de los implicados, aunque a estas alturas ya todos<br />

omitieron cuidadosamente pronunciar su nombre. Gabriel<br />

mentalmente apostó al real y auténtico desinterés del señor<br />

García por Luis Jiménez, a quien prácticamente ni conocía,<br />

pero no dejó de contrabalancear esta indiferencia con el valor<br />

que le otorgaba García al uso de su dinero y, quizás más aún,<br />

a la autoridad y al poder inherentes a su persona y a la toma<br />

de decisiones que de todo ello emanaba, lo cual ciertamente<br />

salía menoscabado con esta interferencia que, con seguridad,<br />

no dejaría de considerar como una última muestra de la rebeldía<br />

y del mal gusto de este hijo impresentable. En fin, ya se enfrentarían<br />

con García en el momento oportuno, ahora lo mejor<br />

era olvidarlo por completo, para dedicarse sólo a Luis. Para vivir<br />

a fondo la despedida, y para decirle adiós de una manera<br />

digna de él, y digna también de aquellos que lo despedían.<br />

Subieron el ataúd, cerrado. Un gran silencio se produjo.<br />

Luego, sin ponerse de acuerdo, todos se fueron acercando,<br />

aglomerándose en torno al muerto. José, que era el más alto y<br />

fornido del grupo, abrazó con firmeza la menuda figura de Yenifer<br />

y, protegiéndola con una mano, fue abriéndole paso con<br />

la otra en medio de la multitud, hasta dejarla instalada al lado<br />

del féretro. Ella se quedó ahí parada, inmóvil, con la misma expresión<br />

dura que había llevado impresa en la cara durante todo<br />

el tiempo. José se mantuvo detrás de ella, impidiendo que la<br />

multitud la aplastara, al tiempo que Gabriel y Robert lograban<br />

abrirse paso también, para colocarse a ambos lados de la muchacha.<br />

Las habilidades diplomáticas de Robert, quien en verdad<br />

en nada se parecía en esto a su padre, tan torpe e inhibido<br />

para menesteres de esta índole, habían conseguido lo aparentemente<br />

imposible: el aséptico gerente les facilitaba uno de los<br />

vehículos que transportaban ataúdes, para que pudieran trasladar<br />

a su deudo hasta el lugar que quisieran. Quizás simplemente<br />

estaba siguiendo los dictados del sabio refrán que ordena<br />

tender al enemigo que huye puente de plata. Pero quizás, por el<br />

78


contrario, algún sector insospechado de su persona de pronto<br />

había hecho su aparición, sorpresivamente, y había entrado en<br />

la puesta en escena que habían inventado estos muchachos,<br />

indudablemente sujetos a algún inesperado ataque de locura.<br />

Álvaro no había llegado todavía, por lo cual Gabriel lo<br />

llamó por teléfono. Tuvo que explicarle tres veces seguidas,<br />

muy despacio y pausadamente, qué era lo que estaba sucediendo.<br />

Mejor dicho, qué era lo que estaba por suceder.<br />

Escuchó el largo y pesado silencio que se produjo en el otro lado<br />

del teléfono y estuvo perfectamente preparado para lo que<br />

oyó a continuación:<br />

—¡Qué bolas tienes tú!<br />

No se alteró. Sabía que lo más difícil ya se había logrado<br />

y que Álvaro era pana, no se negaría, sólo necesitaba<br />

tiempo para digerir la idea.<br />

Escuchó con calma los improperios que soltó Álvaro<br />

antes de terminar aceptando, y entonces se abrió paso de<br />

nuevo en medio de la multitud y se volvió a colocar junto a<br />

Yenifer. Ella le informó, escuetamente, de una decisión que<br />

había tomado:<br />

—Yo voy junto con él, en la furgoneta. Al lado del chofer.<br />

Todos trataron de disuadirla, en medio del revuelo que<br />

se formó instantáneamente. Pero cuando contemplaron la<br />

fiera expresión que se dibujó en su cara se callaron, y tuvieron<br />

que someterse a lo que era, evidentemente, su voluntad<br />

inquebrantable. Lo que menos les gustaba de la idea era que<br />

tendrían que dejarla sola, porque nadie más cabía en ese vehículo<br />

expresamente diseñado para transportar cadáveres.<br />

El grupo entero se puso en marcha, con el féretro en el<br />

medio. Por un instante pudo haber parecido que la multitud<br />

que se había reunido estaba ahí para iniciar un nuevo concierto,<br />

dispuestos a entrar en una relación familiar con la muerte, y<br />

que de un momento a otro todos comenzarían a saltar y a bailar,<br />

decididos a no dejar descansar en paz al amigo, a hacer revivir<br />

su risa y a invocar por su nombre al que algún día atendió<br />

79


al que él llevaba, pero en ese momento de pronto las tías<br />

prorrumpieron de nuevo en llanto, con lo cual todos se sintieron<br />

reinstalados en el ceremonial fúnebre que estaban tratando<br />

de subvertir.<br />

Gabriel seguía dándole vueltas en la cabeza a la idea de<br />

no enterrar en una tumba de ésas de cemento y de placa metálica<br />

al amigo. Todavía si hubiera podido ser directamente<br />

en las entrañas de la tierra, entonces sería distinto, sería algo<br />

más dulce y aceptable, pero la imagen de la tumba de concreto le<br />

producía un profundo rechazo, de manera que llegó a la conclusión<br />

de que, ya que había iniciado toda esta historia, seguiría<br />

con ella hasta el final, y que si el velorio no iba a ser<br />

convencional, tampoco lo sería el entierro.<br />

Parecía inverosímil, pero cada quien de alguna manera<br />

se acomodó en algún vehículo, y en poco tiempo estuvieron<br />

listos para partir. Se encontró rodeado en su pequeño automóvil<br />

de gente que no conocía, pero no le importó, porque<br />

presintió que de cierta manera sí se conocían entre todos.<br />

Había perdido de vista a sus padres, pero tampoco ello le<br />

preocupó, puesto que estaba seguro de que se las arreglarían<br />

para llegar hasta la casa de Álvaro. Lo único que lo asombró<br />

en ese instante fue constatar que, durante todo el largo tiempo<br />

transcurrido desde que se había enterado de la muerte de<br />

Luis, para irlo a buscar al bar, hasta el momento presente, casi<br />

no había tenido ningún contacto con Sonia, y que ella no<br />

había hecho intento alguno por estar a su lado ni por darle<br />

apoyo. Lo invadió la decepción, pero a la vez también se sintió<br />

sorprendido por el hecho de que él mismo no la hubiese<br />

buscado, aun sabiendo que debía estar ahí cerca, que sólo<br />

ahora estuviese notando su escasa presencia. Recordó a Laura,<br />

todo el tiempo al lado de Joaquín, sujetando sus manos<br />

entre las suyas.<br />

Enfiló hacia las verjas del gran caserón donde vivía Álvaro,<br />

cuyos padres viajaban la mayor parte del tiempo. Buscó<br />

dónde estacionar el carro y se bajó, al mismo tiempo que lo ha-<br />

80


cían también sus pasajeros, los cuales se fueron desperdigando<br />

por el inmenso parque que rodeaba la mansión.<br />

Se sentía más agobiado de lo que ya había estado desde<br />

que se enteró de que habían matado a Luis, cuando de<br />

pronto se encontró con Sonia caminando hacia él, con sus<br />

característicos pasos titubeantes. Supo entonces que sólo su<br />

timidez le había impedido ocupar el lugar que le correspondía<br />

a su lado y en ese momento al menos una parte de su<br />

agobio desapareció.<br />

Eran muchos los que habían llegado antes que él, y el<br />

espacio se veía ya copado por la multitud. Había un ir y venir<br />

incesante, un movimiento como en remolino, todos girando en<br />

torno al ataúd, al que estaban buscando colocar en algún lugar<br />

del cual nadie parecía tener una idea clara cuál podía ser.<br />

Muy cerca del féretro, sin despegarse de él, se encontraba Yenifer,<br />

cada vez más pálida, pero igual de firme, junto a Robert,<br />

que estaba tomando las disposiciones del caso. Álvaro, de pie<br />

en la escalera, contemplaba, absorto, todo ese tráfago de gente,<br />

todo ese ir y venir en el jardín de su casa, y su expresión era<br />

una extraña mezcla de incredulidad por aquello que sus ojos<br />

estaban observando y de dolor por la muerte del amigo encerrado<br />

ahí en esa caja.<br />

Finalmente lo colocaron encima de la verde grama, en<br />

un sitio en el que había como un montículo, un desnivel en la<br />

ladera que configuraba la inclinación del parque. Gabriel contempló<br />

desde lejos cómo abrían el féretro, que en la funeraria<br />

había sido cerrado, mas no sellado. La gente seguía yendo y<br />

viniendo, cumpliendo las instrucciones que estaba impartiendo<br />

Robert, el cual estaba ahora poniendo en práctica lo que<br />

habían inventado cuando decidieron hacer todo esto.<br />

Con extremada delicadeza sacaron el cuerpo del estrecho<br />

cajón que lo aprisionaba, y lo tendieron sobre unas angarillas<br />

que algunos habían fabricado, con los restos de unas<br />

escaleras de madera, con ramas y hojas grandes, y con un cojín<br />

que trajeron de dentro de la casa. Yenifer en un primer<br />

81


momento se echó para atrás, espantada, pero luego se acercó<br />

más y se acurrucó junto a él.<br />

Muy poco a poco, tenuemente, se empezó a escuchar<br />

el sonido que Joaquín comenzó a hacer brotar de las cuerdas<br />

de una guitarra, que no era la eléctrica de siempre, sino el<br />

instrumento clásico al que desde hacía tiempo no tocaba, pero<br />

cuyo rasgueo, sin embargo, no había olvidado. Las sombras<br />

de la noche comenzaron a asomarse, aunque el aire de la<br />

penumbra se notaba aún transparente y cristalino. El rumor y<br />

el murmullo de la gente se fueron apagando y todos se quedaron<br />

escuchando la cadencia de la música. Gabriel y Sonia<br />

se sentaron en una piedra, un poco lejos, y ahí se mantuvieron<br />

en silencio. Todavía quedaba un breve resquicio de la luz<br />

del día. Cada cual se fue ubicando en la hierba o en las rocas<br />

esparcidas por el inmenso parque. Sólo los niños correteaban<br />

en medio de los distintos grupos, gritando y jugando, sin que<br />

nadie los mandara a callar. En los corazones comenzó a nacer<br />

el sosiego, aunque tampoco olvidaban que ese muchacho<br />

había sido asesinado, que no se trataba de aquello que llaman<br />

una muerte natural, sino de la interferencia de alguien que<br />

había roto el hilo de una existencia. De esa herida era que estaba<br />

naciendo la música que estaban escuchando.<br />

La mayoría de los miembros de la multitud pensaba en<br />

estas cosas y en otras parecidas, y algunos comenzaron a<br />

sentirse indignados y coléricos, mientras que otros, en cambio,<br />

se sintieron desprotegidos y angustiados.<br />

Una suave brisa descendía desde la montaña. En determinado<br />

momento Joaquín se levantó de la silla en la que había<br />

estado sentado y se desplazó en medio del círculo que lo<br />

rodeaba. Las cabezas giraron en dirección al guitarrista, cuya<br />

música imperceptiblemente fue cambiando de ritmo, para<br />

pasar a sonar con un golpeteo más duro y vibrante. Gabriel<br />

se puso de pie también, y dejando sola a Sonia, se acercó al<br />

compañero. Estaban los dos enfrente del cuerpo tendido de<br />

Luis, junto al cual seguía acurrucada Yenifer, y a cuyo lado<br />

82


alguien había colocado su reluciente bajo de color rojo. Como<br />

si estuviera en un escenario, sin dificultad alguna, Gabriel se<br />

arrancó a cantar. El ver a dos miembros del grupo interpretando<br />

su música hacía más insoportable el mirar tendido al tercero,<br />

sin posibilidad de incorporarse para prestar su apoyo rítmico,<br />

siempre tan certero. Ya para ese momento también José se había<br />

puesto de pie y se había acercado a los otros dos compañeros.<br />

No podía tocar su batería, la cual no estaba aquí, pero empezó<br />

a balancearse al son de la melodía. Era su último homenaje al<br />

amigo que se había dado de baja intempestivamente. El grupo<br />

Ciudad Sitiada ahora se entregaba sin rubor al dolor, ante su<br />

compañero muerto, mientras los presentes también se ponían<br />

de pie, para verlo, y también para ver a los vivos y sentirse parte<br />

de ellos.<br />

Camila se hallaba sentada en medio de un montón de<br />

jóvenes a quienes no conocía, y quienes probablemente tampoco<br />

la conocían a ella. Recordó antiguos rituales, salvajes y<br />

ásperos, algunos de los cuales hubiera querido poner en práctica<br />

ahora, desgarrarse de una manera más dura de lo que le<br />

permitía esta ceremonia que estaba compartiendo, hacer algo<br />

así como tapar los espejos con un paño o voltear contra la pared<br />

los cuadros y los retratos, esparcirse cenizas sobre la cabeza,<br />

aullar como una loba y vestirse de luto cerrado, de<br />

negro por completo desde el cuello hasta los pies.<br />

Se levantó y, caminando lentamente, se fue alejando,<br />

hasta llegar a una escalera de piedra. Ahí se volvió a sentar, un<br />

poco más sosegada. Desde abajo subía la música, atenuada por<br />

la distancia. Miró el movimiento general de la multitud, observando<br />

cómo algunos se acercaban al cuerpo tendido y cómo<br />

unos cuantos incluso lo tocaban, al mismo tiempo con temor y<br />

con afecto, intentando cada cual diseñar alguna ceremonia<br />

personal de despedida. Una vez más los vio como desplazándose<br />

por un escenario sin límites y creando un espontáneo episodio<br />

colectivo. Contempló los numerosos y pequeños faroles<br />

escondidos entre los árboles, a los que alguien, probablemente<br />

83


Álvaro, había encendido. La gente que se movía allá abajo era<br />

una masa anónima, pero al mismo tiempo eran amigos entre<br />

sí, y seguían todos conmocionados por la irremediable inmovilidad<br />

de la figura tendida en el centro, junto a su bajo de color<br />

rojo, caído también a su lado.<br />

Philippe levantó la mirada, y al ver a Camila allá arriba,<br />

se imaginó su sentimiento de derrota. Pensó en acercarse,<br />

pero la intuyó inabordable y refrenó su impulso. Entre él y<br />

Camila siempre había como una línea invisible, trazada por<br />

la mano de ella, y aunque estaban en un mismo plano, de<br />

profunda afinidad, ya sólo en el teatro podía ir el uno al encuentro<br />

de la otra. Él se había acostumbrado a hacer pasar<br />

por sus pensamientos lo que se imaginaba que ella sentía, pero<br />

sólo en sueños la veía venir a él, ahora que ella ya parecía<br />

vivir únicamente para sí misma o, más bien, para su obra.<br />

Camila se empeñaba en delimitar los recuerdos, aunque<br />

debido a la secreta corriente de pensamiento que los vinculaba,<br />

a Philippe no se le hacía difícil imaginarse cuáles eran, más allá<br />

de la soledad que se constataba en sí mismo.<br />

Ahora, mientras la seguía mirando, pensó que la aventura<br />

vital que habían emprendido, hacía ya tantos años, se<br />

había congelado en el tiempo, y que ya sólo los bosquejos de<br />

las formas del trabajo que habían realizado juntos parecían<br />

ser capaces de generar algún vínculo entre ellos. Hubiera querido<br />

entregársele en regalo y revertir esa ausencia que ahora<br />

sentía como una blasfemia, desde el espacio en cuyo centro estaba<br />

él, pensando en solitario.<br />

Parado en la puerta de la mansión, José Antonio oía<br />

cantar a Gabriel, rindiéndole tributo al amigo muerto. Pensó<br />

que su hijo se había atrevido a salirse de las convenciones y<br />

se había expuesto a sí mismo, para transgredir las ceremonias<br />

usuales. Estaba ahí cantando, sin temor, respondiendo a<br />

un impulso que había nacido de su espíritu, un algo que se<br />

estaba materializando aquí en la intemperie, en torno al cuerpo<br />

del compañero. Una ceremonia inventada para hacer apa-<br />

84


ecer la oscilante belleza de la solidaridad en una manifestación<br />

no prevista por los cánones tradicionales.<br />

Camila sintió una presión que la obligó a levantarse de<br />

nuevo y a caminar muy despacio, respirando profundamente,<br />

para tratar de restablecer el equilibrio.<br />

De espaldas a la ceremonia que seguía teniendo lugar<br />

en el parque, miró a la ciudad nocturna que se extendía a sus<br />

pies, allá abajo, en la lejanía. Las luces de la ciudad, pensó, y<br />

se sonrió a sí misma con acritud, al darse cuenta de que en<br />

ningún momento podía dejar de moverse mentalmente dentro<br />

de los códigos del mundo del espectáculo.<br />

Siguió caminando, pero ahora ya en dirección contraria,<br />

de vuelta hacia el lugar donde la multitud seguía aglomerada,<br />

frente al gran caserón. Se aproximó al sitio donde yacía<br />

el muchacho y contempló las muchas flores que habían<br />

amontonado en torno a él sus amigos, en un intento por hacer<br />

el luto más llevadero.<br />

Se aproximó al cuerpo. Se agachó junto a Yenifer, y ahí<br />

se mantuvo, quieta y sin decir nada, compartiendo con ella el<br />

mismo espacio y el mismo desconsuelo. La noche, como una<br />

mortaja, los fue cubriendo a todos paulatinamente.<br />

85


6<br />

Se sirvió otro trago de whisky. Estaba empeñado en que lo<br />

único que finalmente podría hacerlo dormir era el whisky, y<br />

Laura no encontraba argumentos convincentes para disuadirlo,<br />

porque también anhelaba verlo reposar y liberarse por fin<br />

de esta tortura. Ya aturdido por el alcohol, la había obligado a<br />

poner una y otra vez los conciertos para violín de Vivaldi, cuyos<br />

sugestivos movimientos seguían sonando mientras él vomitaba,<br />

esa música a la vez alegre y densa que llenaba la<br />

habitación entera, al mismo tiempo que él continuaba arrojando<br />

una sustancia viscosa y espesa de la cual no parecía<br />

poder terminar de vaciarse.<br />

Volvió a tomar otro trago, mientras la maldita música<br />

siguió martillando dentro de su cabeza. Ahora hubiera preferido<br />

pedirle a Laura que apagara el equipo de sonido, pero no<br />

tuvo acceso a las palabras y le fue imposible hacerlo.<br />

Todo eso tan insoportable, sin embargo, no era nada en<br />

comparación con el hecho de tener que aguantar la presencia<br />

de Luis, sentado ahí a su lado en el suelo, en un rincón, mirándolo<br />

con sus ojos asesinados, despojado también de las<br />

palabras. En cierto momento el bajista se levantó y se acercó<br />

a la ventana, acompañado del propio Joaquín, parados el uno<br />

junto al otro, aunque para la limitada visión de Laura él seguía<br />

sentado en el suelo, con la cara sepultada entre los brazos<br />

apoyados sobre las rodillas y el vaso de whisky al lado.<br />

Estaban intentando contemplar la ciudad que se extendía allá<br />

87


afuera, con sus modernos y sofisticados rascacielos de brillo<br />

metálico entremezclados con ranchos desparramados sobre<br />

las laderas de las montañas, tal como lo habían hecho en tantas<br />

otras oportunidades.<br />

Probó quitarse de un manotazo de delante de la vista esas<br />

imágenes insoportables, e intentó concentrar la memoria en el<br />

momento en que entre todos trajeron de vuelta la pequeña urna<br />

con las cenizas de Luis, desde el crematorio que funcionaba<br />

dentro del cementerio, Yenifer, Gabriel y él encabezando la marcha,<br />

y cómo habían regresado con ella a la casa de Álvaro, donde<br />

los seguía esperando toda la gente que ahí se había reunido.<br />

Le pareció al volver que había llegado más gente todavía, eran<br />

tantos los que se veían sentados o recostados en un lugar o en<br />

otro del gigantesco parque. Después subieron al corredor situado<br />

en lo más alto de la mansión, con Yenifer siempre adelante.<br />

El cuarto se fue cubriendo, paulatinamente, de una coloración<br />

grisácea.<br />

Luis cerró de golpe la ventana y le tendió su vaso vacío.<br />

Él le sirvió un trago. Las facciones de Luis expresaban<br />

una tristeza desolada, y fue evidente su decepción al darse<br />

cuenta de que ya no estaba en condiciones de mojar los labios<br />

y de que le estaba vedado paladear bebida alguna. Se<br />

miraron el uno al otro largamente y entonces a él se le erizó<br />

la piel.<br />

Sintió de nuevo deseos de huir de esta larga noche y<br />

recibir el compasivo alivio de dormir. Pero el sueño siguió<br />

negándose a acudir a su llamado y las imágenes continuaron<br />

asediándolo.<br />

La escena retornó a los acontecimientos que tuvieron<br />

lugar en medio de los gigantescos eucaliptos que constituían la<br />

arboleda del parque de la casa de Álvaro, rodeados de los<br />

cuales subieron hasta el corredor más alto, en medio de un<br />

silencio por el que él hubiera dado cualquier cosa en este<br />

momento, para cortar la interferencia de la festiva melodía<br />

que le martillaba los oídos.<br />

88


En el parque comenzó un nuevo día, y la tenue claridad<br />

del sol se fue abriendo paso. El aire vibró con una luminosidad<br />

acre, como un líquido dorado. Ya había pasado un<br />

día desde que habían sufrido la pérdida de un ser insustituible<br />

reducido ahora a apenas un puñado de cenizas, para cuya<br />

despedida final se habían concentrado ahí por tan largas horas,<br />

como si estuvieran reviviendo el multitudinario concierto que<br />

habían dado hacía poco, durante el cual habían entrechocado<br />

tantas veces las manos con las del público presente, disfrutando<br />

de la alegría del triunfo, sin imaginarse que se encontraba<br />

próximo el final de fiesta para uno de ellos, quizás el más dulce<br />

de todos. Ninguno presintió ni remotamente en ese momento<br />

que el cuerpo felino y de elásticos movimientos adquiriría<br />

muy pronto una rigidez decisiva, para luego desintegrarse en<br />

unas mínimas partículas sin peso y sin forma, sosteniendo las<br />

cuales subieron hasta la galería más elevada. En su recuerdo el<br />

amplio espacio del terreno en medio del cual se levantaba la<br />

gran casa de Álvaro se fragmentó en múltiples trozos aislados,<br />

que parecieron independizarse los unos de los otros, como si<br />

estuviesen a la deriva, ocupado cada cual por fantasmagóricas<br />

figuras que no lograban conectarse con el resto de los que estaban<br />

ahí presentes, oscilando en medio del espacio que los<br />

contenía, incapaces de aceptar el sosiego que la luz del día<br />

parecía ofrecerles.<br />

Por fin llegaron hasta la parte más alta, y entonces, una<br />

vez más, Gabriel se dirigió hacia todos los reunidos, y con un<br />

gesto convocó a la gente, sin pronunciar palabra alguna, simplemente<br />

extendiendo el brazo con la mano abierta y vuelta<br />

hacia arriba, como pidiendo algo o, por el contrario, ofreciendo<br />

un algo invisible a los ojos, pero claramente perceptible al<br />

ánimo de todos los que se hallaban ahí reunidos, inclinado<br />

por encima de las rejas de hierro forjado del balcón, bajo la<br />

bóveda de cielo azul matizado por la presencia solar, irisándose<br />

y disociándose en un juego de policromías, resplandeciente<br />

en su transparencia y su brillo.<br />

89


Lentamente Gabriel alzó la urna, y ante la mirada expectante<br />

de todos los presentes, fue esparciendo al voleo las<br />

cenizas del amigo entrañable, las cuales iluminaron con su levedad<br />

y su momentáneo titilar el espacio ya de por sí iluminado,<br />

fundiéndose con el mundo circundante. Yenifer le quitó la<br />

urna, para facilitar sus movimientos, y la mantuvo alzada, sujeta<br />

con las dos manos, a la altura del joven cantante, cuyo brazo<br />

fue reproduciendo el amplio y milenario gesto semicircular<br />

del sembrador que va dejando caer la semilla en los surcos que<br />

previamente ha dispuesto para ello. Al igual que en el final de<br />

una fuga, las cenizas, como en contrapunto, parecieron responder<br />

a la luz dispersa que se abría ante ellas, antes de enrumbarse<br />

hacia la lejanía. Yenifer las siguió con la mirada<br />

hasta el último segundo, durante todo el tiempo que pudo convencerse<br />

de que aún seguía viendo a esas pequeñísimas partículas<br />

de por sí casi invisibles, parada ahí en medio de toda esa<br />

gente, dueña de una insospechada y madura serenidad que<br />

mantuvo hasta el final de la ceremonia, después de la cual<br />

también se limitó solamente a pedir un cigarrillo. Joaquín se lo<br />

prendió y se lo colocó en la boca, antes que nadie, aunque fueron<br />

muchos los que saltaron para complacerla. Vio alrededor a<br />

algunos de los seres más cercanos a ellos, como a Philippe,<br />

que se había tapado la cara con las manos, a José, que continuaba<br />

de pie detrás de Yenifer, y a José Antonio, sentado un<br />

poco más lejos, como derrumbado.<br />

Luis ya se había integrado al universo, tal como ellos lo<br />

habían querido, evitándole las formalidades, los protocolos y<br />

los esquemas preestablecidos que tan poco iban con su manera<br />

de ser y con los que había estado reñido durante toda su<br />

corta existencia, de modo que no hubiera sido justo obligarlo<br />

a participar inconsultamente en una ceremonia con la cual<br />

seguramente no hubiera estado de acuerdo. Ello les daba algo<br />

de consuelo, en particular a Gabriel, que había inventado<br />

todo esto, aunque Joaquín no lograba arrancarse de la mente<br />

la idea de que el pana ya nunca más andaría enredado con los<br />

90


enchufes de los cables y con toda la instalación eléctrica, como<br />

era usual verlo antes de las presentaciones, al igual que<br />

en los ensayos y al finalizar los actos.<br />

Las suaves laderas que constituían el parque de la casa<br />

de Los Chorros, que habían albergado a tanta gente, comenzaron<br />

a despejarse poco a poco. La multitud se alejó despacio,<br />

con pasos cansinos.<br />

Sentado en el sucio piso y en medio del desorden, en la<br />

penumbra del cuarto, Joaquín intentó olvidar. Laura se había<br />

sentado junto a él, pegada costado con costado y cadera con<br />

cadera. Poco a poco Joaquín se fue sosegando. En cierto momento,<br />

hasta pareció dormitar un poco. La oscuridad de la noche<br />

entró por la ventana y disolvió los restos de luz que habían<br />

quedado. Apoyó la cara sobre el hombro de Laura, cerró los<br />

ojos y pareció por fin encontrar algo de descanso. Laura hubiera<br />

querido levantarse para apagar la música, pero no se atrevió<br />

a hacerlo, para no interrumpir ese dormir que se estaba iniciando.<br />

No se atrevió más que a quitarse los zapatos y estirar las<br />

piernas, para alcanzar un mínimo de comodidad en estas circunstancias<br />

poco propicias para ello. Por un momento pensó<br />

en Sandrita, a la cual habían dejado en casa de los abuelos.<br />

Ahora que Joaquín dormía por fin, se dejó envolver<br />

por esa música que tanto amaba, y a la cual no había podido<br />

prestar atención. Se imaginó a un grupo de concertistas, de<br />

siglos atrás, con sus sombreros ladeados, vestidos con camisas<br />

de mangas abullonadas, con los bigotes en punta y largas<br />

cabelleras que les caían sobre los hombros. Se los imaginó<br />

parecidos a los mosqueteros que solía ver en el cine o a los<br />

rockeros de hoy. Seguro que también a ellos los apuñalaban<br />

por un quítame esas pajas, en algún oscuro pasadizo, y entonces<br />

sin lugar a dudas los otros concertistas lo lloraban durante<br />

un tiempo y luego buscaban otro integrante para el<br />

grupo, que lo sustituyera.<br />

Se movió un poco, con mucho cuidado, tratando de<br />

cambiar de posición, para aliviar en algo el cansancio extremo<br />

91


que la invadía. Giró el cuello a un lado y a otro, buscando relajar<br />

la tensión de sus músculos. Pero entonces, de improviso,<br />

Joaquín se despertó y sin más se reinstalaron ambos en el infierno,<br />

del que sólo por breves minutos lograron escapar.<br />

Ella le rozó la cara suavemente con los dedos, con la<br />

esperanza de que se durmiera de nuevo, como si fuera un bebé,<br />

pero él hizo un gesto como para sacársela de encima, y<br />

hasta se separó un poco. Ella se mantuvo alejada también,<br />

mirándolo muy seria. Entonces él, inesperadamente, comenzó<br />

a cantar con voz ronca, carrasposa y desacompasada, muy<br />

distinta a como era su voz normalmente, y eso produjo en<br />

ella un efecto atroz. Nadie escribirá mi biografía, canturreó,<br />

o gruñó más bien; mi historia se repite en otras vidas, siguió,<br />

y las palabras parecían crujir en su boca, mientras se acompañaba<br />

con el rítmico golpeteo de los pies.<br />

Laura hubiera dado cualquier cosa para que se volviera<br />

a dormir, pero esa posibilidad parecía remota por el momento.<br />

Joaquín siguió sentado en el mismo lugar, en el suelo, tocándose<br />

los brazos y el pecho, como para comprobar que todavía<br />

estaba vivo, o simplemente para constatar que aún estaba ahí.<br />

Luego, mirando hacia un punto que no era en donde ella se<br />

encontraba, dijo de golpe:<br />

—Él no nos conoce ya, aunque esté aquí a nuestro lado.<br />

Se convirtió en polvo de un momento a otro, no le dimos tiempo<br />

para que se fuera haciendo a la idea, para acostumbrarse<br />

a su nueva situación, no le dejamos humedecerse primero para<br />

resecarse después, no le permitimos irse introduciendo de a poco<br />

en su propia muerte. Los muertos tienen que pasar primero<br />

por la putrefacción y por toda esa historia de los gusanos, y<br />

ahora nosotros hemos impedido todo eso.<br />

Luego de sobreponerse a la sorpresa que le produjo la<br />

coherencia del discurso, Laura intentó responder, para rebatir<br />

lo dicho por Joaquín y defender las decisiones tomadas<br />

por todos y llevadas a cabo de una manera tan lograda, pero<br />

para cuando consiguió organizar sus ideas y preparar su dis-<br />

92


curso, ya Joaquín se encontraba ensimismado de nuevo, como<br />

desconectado y aletargado, como si no hubiese sido él el que<br />

hubiese hablado. Todo parecía una pesadilla, de esas que vuelven<br />

una y otra vez. Laura pensó que le iban a fallar las fuerzas<br />

para continuar con ese siniestro juego. Permaneció callada y<br />

encogida, cuando de pronto oyó a Joaquín cantar la canción de<br />

The Clash que tanto le había gustado a Luis, y por la que le habían<br />

echado tanta broma, ésa de A mike’n boom in your living<br />

room, y se sintió conmovida de nuevo y sin poder decir nada,<br />

de tanta consternación.<br />

Como si hubiera escuchado sus pensamientos, Joaquín levantó<br />

la cabeza y, por primera vez en la noche, la miró. Vio a<br />

la esbelta muchacha que era su mujer, con su larga falda marrón,<br />

como de tul, o de gasa, o muselina, una falda recta abierta<br />

a ambos lados, con unos flecos que volaban cuando ella caminaba.<br />

La vio con su chaqueta marrón, corta, de una tela fuerte, y<br />

miró sus largos cabellos castaños y sus pies descalzos, los zapatos<br />

toscos y cuadrados echados a un lado. Vio su incongruente<br />

morral morado, tirado también sobre el piso, y recordó lo mucho<br />

que se solían reír, sin ton ni son, caminando por las calles.<br />

Hizo un esfuerzo sobrehumano por levantarse, para tratar<br />

de formular en palabras todo lo que estaba sintiendo, pero<br />

tuvo conciencia de que le sería imposible hacerlo. Hubiera<br />

querido condensar las imágenes y las ideas que tenía en su<br />

mente en un sólo gesto, algo así como lamer cada uno de los<br />

dedos de los pies descalzos de Laura, algo que pudiese ser<br />

comprendido de inmediato por ella.<br />

Finalmente se paró, y dando tropezones, trató de acercarse<br />

a ella. Pero al momento sintió que el mundo daba un<br />

vuelco y todo se oscureció ante sus ojos. Comenzó a vomitar<br />

una vez más, indeteniblemente, con violencia, ahogándose,<br />

con la boca repleta de ese líquido asqueroso que salía de dentro<br />

de él sin que lo pudiese evitar, que lo obligaba a arquearse<br />

y a lanzar hacia afuera esa masa nauseabunda, que salía de<br />

su garganta y de las paredes de su estómago, contraídas en<br />

93


un continuo espasmo, devolviendo trozos repelentes de comidas<br />

consumidas hacía tiempo.<br />

Laura se acercó a él, como una sonámbula, y le alcanzó<br />

un vaso de agua. Ahora se veía frágil y abatida, frente a toda esa<br />

hedionda materia orgánica que él había expulsado, y andaba con<br />

movimientos tan lentos como si estuviera filmada en cámara<br />

lenta, como si de verdad estuviera caminando dormida, o como<br />

si los dos estuvieran soñando a la vez el mismo sueño, o la misma<br />

pesadilla. Seguramente habían pasado ya demasiadas horas<br />

juntos en medio de esta viscosidad, encerrados en esta burbuja<br />

que los aprisionaba, en la cual ningún auxilio podían esperar del<br />

mundo exterior, ningún soplo de aire fresco que les aliviara la<br />

sensación de ahogo que estaban sufriendo.<br />

Allá afuera estaba la noche y hubiera sido bueno salir,<br />

desprenderse de tanto vómito y de tanto recuerdo, pero a<br />

Joaquín los pies no lo ayudaban y le costaba coordinar los<br />

movimientos. Sin embargo, al menos había logrado detener<br />

las vueltas que estuvo dando el cuarto y había alcanzado una<br />

estabilidad algo precaria, pero estabilidad al fin. Buscó de<br />

nuevo con la mirada a Laura, y la vio desvalida y agotada.<br />

Luis ya no era sino una sombra, y la vida tendría que<br />

continuar. Quizás podrían salir de este cuarto asfixiante y entrar<br />

en el interior de la noche que los aguardaba allá afuera,<br />

sentarse en alguno de los bancos de la placita cercana, con su<br />

fuente de esmaltes, diseñado en ese juego de azul oscuro con<br />

azul claro que tanto le gustaba a ella, y soñar que estaban en la<br />

Venecia del prete rosso, allá en el settecento, danzando en otra<br />

plaza, en una que estuviese rodeada por las aguas, sometidos al<br />

tempo propio de la gente que no tiene automóviles ni lanchas<br />

de motor ni vive obsesionada por un horario, soñar que estaban<br />

allá girando al compás de la música de Vivaldi, persiguiendo<br />

todos los posibles matices de un mismo tema.<br />

Todos hemos de morir algún día, pensó, pero antes de<br />

que ese día llegue, danzaremos al son de la música que nosotros<br />

mismos inventemos y toquemos.<br />

94


Se levantó, ya sereno. El haber vomitado tanto lo había<br />

vaciado de todo lo que lo estaba envenenando. Ayudó a Laura<br />

a levantarse también.<br />

—Ven —dijo, y la tomó de la mano—. Salgamos.<br />

—Es muy tarde —susurró ella—. Es peligroso. A estas<br />

horas no hay nadie en las calles.<br />

—A Luis lo mataron al mediodía, delante de un gentío.<br />

Ella se puso unos zapatos bajitos, y entonces descendieron<br />

por la escalera de flexible curvatura que tanto admiraban,<br />

Laura adelantando su pie exquisito y dejando volar su<br />

larga falda. Ambos estaban todavía un poco pálidos, pero se<br />

habían desprendido ya de la fatiga. Así salieron a la calle,<br />

donde los envolvió el aire fresco que tanto habían anhelado.<br />

Conmovidos, se detuvieron frente a la puerta de la casa y contemplaron<br />

el mundo solitario que se ofrecía entero para ellos.<br />

Él observó la cabeza de la muchacha, que dibujaba un<br />

oval perfecto, en el que se destacaban sus pestañas larguísimas,<br />

los labios suavemente abiertos y el cuello corto, lo único<br />

que le restaba hermosura.<br />

Comenzaron a pasear despacio por las largas galerías<br />

blancas, sostenidas por columnas, que conducían hacia la<br />

plaza. Cruzaron cerca de terrenos baldíos llenos de basura y<br />

desperdicios, y en algún momento pasó junto a ellos un borracho<br />

inofensivo. Nunca antes habían andado por la ciudad<br />

a esta hora, pero sentían como si lo hubieran hecho desde<br />

siempre, y que todo era familiar y conocido.<br />

Llegaron junto al estanque y se detuvieron para contemplarlo.<br />

Joaquín se sintió invadido de nuevo por la pena de<br />

que Luis ya no pudiera observar algo así, pero se mantuvo en<br />

silencio, para no volver a perturbar a su compañera. No era<br />

justo empezar de nuevo. Siguieron caminando, a lo largo de<br />

la hilera de casas, todas las puertas con candados y cerraduras<br />

y recubiertas de rejas de todo tipo.<br />

Luego se detuvieron de nuevo, para mirar un rato la taciturna<br />

luz de las estrellas, las mismas cuya belleza había<br />

95


percibido Vivaldi, y tantísima gente que ya había pasado,<br />

mientras que ellas seguían estando ahí por los tiempos de los<br />

tiempos, aunque a veces caían en cascada, cuando se convertían<br />

en estrellas fugaces. Caminaron a lo largo de los altos muros<br />

de piedra, en medio de la quietud de la noche. La luz de la<br />

luna se abrió paso, titubeante, en medio de los vapores que parecían<br />

rodearla. Las nubes pasaron navegando frente a ella, produciendo<br />

una imagen borrosa sobre las formas difuminadas,<br />

dibujando castillos en el aire, de bordes brillantes, que no duraban<br />

mucho tiempo constituyendo la misma figura, la cual<br />

súbitamente se desvanecía, para reaparecer luego en nuevas<br />

formaciones y deshacerse finalmente en medio de la nada.<br />

De la fuente de la plaza fluía el agua, y hubiera sido bueno<br />

poder beber de ella, como hacía la gente en días lejanos,<br />

cuando las aguas todavía eran cristalinas, aunque quizás ni<br />

siquiera lo fueran, sólo que la gente se lo imaginaba así y por<br />

eso no tenía reparos en tomar de ella.<br />

El silencio que los rodeaba sí debía ser igual al que existió<br />

tiempos atrás, lo mismo que la soledad también, una soledad<br />

en la que no se espera nada, ni a nadie, y durante la cual el<br />

mundo parece estar en reposo, como lo estaba ahora aquí, en<br />

el valle de Caracas, cubierto por las sombras. Las blancas paredes<br />

de las casas resplandecían, reflejando la luz de la luna, y<br />

junto a ellas no erraba ningún fantasma meditabundo. Todo lo<br />

que los rodeaba era real, incluyendo al tipo que estaba parado<br />

en la esquina, el cual los observó con ojos escrutadores,<br />

como intentando evaluar las pertenencias que podían llevar<br />

consigo. Pero el estilo de su vestimenta, cuyo código era ampliamente<br />

manejado por todos los habitantes de la ciudad, hizo<br />

perder rápidamente el interés del tipo, de modo que pudieron<br />

continuar su camino en paz. También ellos, expertos caraqueños,<br />

habían evaluado la mirada, y se sintieron aliviados al<br />

comprobar que la ausencia de acciones por parte del individuo<br />

tuvo lugar de la manera previsible. Claro, si hubiera habido alguna<br />

droga de por medio la situación hubiera sido diferente,<br />

96


ahí no había reglas posibles. Pero ahora, de acuerdo con las modalidades<br />

del juego, ellos no desviaron su rumbo ni aceleraron<br />

sus pasos, y mantuvieron las cabezas erguidas, enviando con todo<br />

ello el mensaje de que no tenían miedo y de que incluso quizás<br />

estaban armados y dispuestos a enfrentar un ataque. Eran<br />

las formas aceptadas de la guerra cotidiana que se estaba librando,<br />

y en la cual todos eran víctimas, aunque algunos lo eran<br />

más que otros.<br />

Siguieron caminando, pegados hombro con hombro,<br />

transmitiéndose la tibieza de sus cuerpos. Pasaron en medio<br />

de unos matorrales, de esos que de vez en cuando surgían<br />

sorpresivamente en los espacios de la ciudad, connotando la<br />

fragmentación que caracterizaba a este mundo urbano. A orillas<br />

de la avenida se veía una gran cantidad de botellas de ron<br />

vacías y de latas de cerveza, entremezcladas con otros objetos<br />

de diversa índole, que le imprimían un aspecto mustio a<br />

esta parte de la ciudad, donde la vegetación ya escaseaba y<br />

sólo trozos de basura en descomposición se deslizaban junto<br />

al borde de las aceras, configurando un mundo diluido, de<br />

malezas putrefactas que los llevaban a resbalarse, dentro de la<br />

oscuridad cada vez más impenetrable.<br />

Laura miró a Joaquín, y en medio del silencio que los<br />

rodeaba, en la vereda vacía de gente, ahora toda de ellos, le<br />

sonrió con la alegría de costumbre y le dijo:<br />

—Creo que tengo un hueco en el estómago y que me<br />

voy a desmayar aquí mismo, si no comemos algo.<br />

Él se echó a reír y le pasó el brazo por los hombros. Ella<br />

tenía toda la razón del mundo, llevaban horas sin comer decentemente,<br />

aparte de lo poco que habían logrado tragar apresuradamente<br />

allá en la funeraria y luego en un lugar y otro.<br />

—Vamos a casa. ¿Hay algo de comer?<br />

—Sí, quedó la sopa de lentejas que hice el otro día, y<br />

un poco de pollo. Debe haber pan también, aunque me imagino<br />

que estará seco.<br />

97


—No importa. Me lo podría comer aunque esté como<br />

una piedra.<br />

Desandaron sus pasos y emprendieron el camino de regreso,<br />

mirando hacia atrás de vez en cuando para ver si nadie<br />

los seguía. Laura tomó de la mano a Joaquín, para sentir la certeza<br />

de que estaba ahí con ella, y siguieron caminando, hasta<br />

llegar a la casa. En ese momento ella recordó la hediondez a<br />

vómito que los esperaba y tuvo una clara visión de todo lo que<br />

tendrían que limpiar antes de lograr alcanzar por fin el tan anhelado<br />

descanso. El hambre se le quitó por completo.<br />

98


7<br />

—No, güevón, despreocúpate, olvídate de eso.<br />

Un numeroso grupo de niños pasó, con un leve revuelo,<br />

peleando los unos con los otros, sin volverse siquiera para<br />

saber a quién le estaban dando.<br />

—Yo no tuve la culpa de que él, de puro pendejo que<br />

era, no usara la cabeza. Él solito se jodió, se colocó ahí y yo<br />

no tengo la culpa de eso, él tenía que saber cómo funcionan<br />

las cosas. De esa historia a mí nadie me puede acusar, todo el<br />

mundo vio que yo no lo busqué, más bien lo que tengo ahora<br />

es un problema por culpa de él. Pero a mí nadie me puede<br />

culpar, todos fueron testigos de que él fue el que se metió<br />

donde nosotros, él había transitado aquí toda su vida y debía<br />

saber. Él mismo fue la causa de que le sucediera lo que le sucedió,<br />

se quiso tripear una de artista y echársela de que ahora<br />

podía hacer lo que le diera la gana.<br />

No es que yo quiera borrar la culpa, pero es que no la<br />

había, él no podía haber olvidado las reglas, de bolas que no.<br />

Claro, si él ahora vivía en las estratósferas y lo que quería era<br />

sentirse por encima de la demás gente, eso ya es otra cosa. Y<br />

él lo que era era un débil, con eso de andar en los teatros y todo<br />

eso. Entonces, si a él le llegó la muerte, eso fue porque así<br />

tenía que pasar, él no iba a salir incólume de ahí.<br />

Ahora, yo sigo intacto, aunque no estoy de humor, pero<br />

esas viejas historias ya no me interesan.<br />

99


Continuó comiendo, mientras seguía hablando:<br />

—Yo no tengo de qué preocuparme, ni esconderme me<br />

he escondido, y no he dejado de atender a los que me buscan.<br />

Conmigo siempre se puede contar, eso todo el mundo lo sabe.<br />

Tomó una fruta y comenzó a morderla:<br />

—Al carajo ese lo velaron durante un acto que nadie que<br />

no esté loco puede entender, y después lo lanzaron al cielo.<br />

Ya estaba aplacando su hambre. Terminaron de comer<br />

y él y el otro se montaron en el carro. Siguió hablando mientras<br />

manejaba:<br />

—Yo lo que digo es que en muy poco tiempo esos asuntos<br />

se olvidan. Seguro que lo mejor que nos hicieron fue ese<br />

acto, todo eso sirvió solamente para levantarle una estatua al<br />

carajo. Con eso se tranquilizaron todos ellos. Un montón de<br />

gente, me cago de la risa, todo eso se diluyó. Parece que había<br />

ahí un poco de gente que le dio rabia por lo que le pasó a él, y<br />

dicen que querían hacerme pagar, y tal, y se estaban preparando<br />

para algo, me muero de la risa, todo eso se les olvidó, se les<br />

pasó, ahorita ya a nadie le importa nada lo que sucedió.<br />

Se sentía invulnerable. Él cumpliría con lo que tenía<br />

que cumplir, y eso en verdad lo hacía sin esfuerzo alguno.<br />

Continuó hablando:<br />

—En esto no hay garantías de ningún tipo, eso ya se<br />

sabe. Pero lo único que uno no puede ser es ser débil. Yo no<br />

tengo por qué andarme escondiendo. Hay que ir por el desquite<br />

y todo lo que pasó, pasado está. Ésta es mi vaina, y en<br />

eso nadie se puede meter.<br />

El sol reverberaba sobre las formas de metal del carro.<br />

De vez en cuando, desde las montañas vecinas, caían algunos<br />

terrones escurriéndose por las laderas.<br />

La conocida carretera bordeaba el acantilado. Sentado al<br />

volante, controlaba con placer el movimiento del vehículo.<br />

Rodaba por el asfalto del pavimento que se abría delante de él,<br />

sobre el cual se había desplazado tantas veces, en medio de las<br />

laderas y de las curvas que tomaba a gran velocidad. Desde la<br />

radio se escucharon voces que pasaron sin rozarle la mente.<br />

100


Era como si el carro volara en el aire, sobre el vacío<br />

que se extendía ahí abajo. La masa del sol parecía salir de<br />

adentro. Pero el vehículo rodaba a ras de la tierra y el control<br />

y las decisiones eran de él.<br />

—Sí, el carajo ese cometió el error de su vida, yo no hice<br />

más que corregir su equivocación, para que no fuera bruto. De él<br />

mismo fue la culpa. Yo estoy tranquilo, pana. Si el coño e madre<br />

se desprendió de este mundo, bueno, la vida es así, uno tiene que<br />

pagar el precio de lo que hace, eso todo el mundo lo sabe. Yo lo<br />

maté, pero es que él se colocó ahí, eso no tiene defensa posible.<br />

Él mismo, por sus propios pasos, se colocó fuera de este mundo.<br />

Eso es algo por lo que no vale la pena arrecharse tanto. Del morir<br />

nadie puede abstenerse, a mí ese tema no me quebranta, de<br />

aquel músico no valió la pena hacer tanto escándalo, peló bola,<br />

dejó de funcionar, después de que se las echaba de tan galán.<br />

Consciente de su propia importancia, miró con ojos<br />

expectantes al muchacho que iba sentado a su lado, para calibrar<br />

si había logrado despertar su admiración. Era su subordinado,<br />

pero sentía la perentoria necesidad de ser valorizado<br />

por él, que supiera de una manera irremisible lo tremendamente<br />

vergatario que él era. El dueño de la situación, el que<br />

estaba siempre alerta, el que había salido triunfante en contra<br />

de un sin fin de tipos.<br />

Entraron a rodar por la avenida, donde el tráfico comenzó<br />

a llevarlos a su propio ritmo. Pensó en lo preocupada que<br />

había estado Paula cuando vio el despliegue publicitario que se<br />

le dio a la muerte de ese bajista. Prendió un cigarrillo. Paula era<br />

una mujer increíble, aunque no era ninguna tierna, y tenía una<br />

forma de hablar especial, confundía a cualquiera.<br />

Él tenía mucha rutina en eso de mimetizarse y en lograr<br />

ingresar en el olvido, no podía dejar que lo enmarañaran,<br />

y cuando tomaba decisiones siempre lo hacía en grande.<br />

Se movía como un gato y nunca cometía imprudencias.<br />

Empezó a reírse. El otro lo miró, sorprendido. El tráfico siguió<br />

llevándolos, dándole forma al desplazamiento, insertándolos<br />

101


en medio del movimiento. Él fue eludiendo con soltura la<br />

masa de vehículos que se cruzaban y se descruzaban entre sí<br />

con eficacia, como una organización espontánea capaz de armonizar<br />

el caos.<br />

Ya era tiempo de terminar con los problemas que estaba<br />

creando Yenifer. Una vez que esa gente de teatro, entre los<br />

cuales ella andaba como una luminaria, aunque no era nadie,<br />

se hubiese olvidado de todo, él vería cómo hacer para contenerla.<br />

A la señora Mercedes también podrían enseñarle un<br />

par de cosas.<br />

Sus decisiones él sabría hacerlas cumplir de una manera<br />

discreta. Sería como un delicado roce que lo eximiría de<br />

tener que poner a esa gente fuera de circulación, a todos esos<br />

que se creían tan inteligentes, pero que en realidad no se daban<br />

cuenta de nada. Ellos querían venganza y todo eso, pero<br />

con esas mariqueras era bien difícil conformar dentro de este<br />

mundo, con canciones y poesía, qué bolas, no sabían cómo<br />

se mueve la vaina. Él estaba resguardado de todo eso, no había<br />

problema alguno.<br />

Se rió otra vez. Vio la cara de Yenifer navegando hacia<br />

un encuentro, pero se supo a sí mismo a salvo, por encima de<br />

todo eso. Estaba relajado, todo normal, y ahora mismo dejaría<br />

de pensar en ese asunto y se iría a beber. No tenía por qué<br />

ocuparse de esa gente tan babosa. Se iría a tomar un ron, una<br />

copa que vaciaría de un sólo trago y dejaría penetrar dentro<br />

de sí ese líquido, sin rabia, porque él era un tipo tranquilo.<br />

Después se iría a buscar a Paula.<br />

102


8<br />

Siempre tenía el cabello como si recién acabara de salir del<br />

baño, cada uno de sus pelos tratando de separarse del resto,<br />

hebras que parecían chorrear agua aunque no estaban ni mojadas,<br />

como si nunca les hubiera pasado un peine ni de cerca,<br />

cubiertas por un rocío sempiterno, o como si ella acabara de<br />

llegar de pasear bajo la lluvia, de unas calles donde debía de estar<br />

lloviendo perennemente, para que sus cabellos tuvieran que<br />

tener siempre ese aspecto de mojados.<br />

Paradójicamente, ello no generaba una imagen de desaliño,<br />

más bien le daba un aire de frescura, como si hubiera<br />

sido recién bautizada, en un manantial o bajo el chorro de alguna<br />

cascada, despeñadero de agua con el cual su ser parecía<br />

haber quedado conectado para siempre.<br />

Mi diosa de las aguas, acostumbraba decirle Gabriel,<br />

en un tiempo remoto ahora ya cada vez más lejano, inconcebiblemente<br />

lejano, aunque ni un año había pasado desde que<br />

habían terminado, desde que apareció esa mosquita muerta<br />

de Sonia y ella dejó de existir para Gabriel, algo tan increíble<br />

que si alguien se lo hubiera pronosticado simplemente se hubiera<br />

reído.<br />

Recordó cómo, ya definitiva la separación, se había sentado<br />

en el banco de una iglesia a llorar. Sólo tratos superficiales<br />

había tenido hasta entonces con la religión y no sabía<br />

por qué había entrado ahí ni qué consuelo podía alcanzar ni<br />

a quién pedírselo ni cómo, pero un inesperado impulso la hizo<br />

103


entrar, y una vez adentro, se sintió avasallada por ese ambiente<br />

y se entregó al llanto. Había muy poca gente en ese<br />

momento, y el silencio le hizo bien, le permitió sacar fuera<br />

de sí la tristeza que sentía, el dolor de no pertenecer ya al<br />

grupo, de no participar de la producción de los espectáculos<br />

ni de la realización de esa música que había sido parte de su<br />

vida, de no seguir frecuentando los lugares en los que se reunían<br />

y, sobre todo, el dolor de tener que prescindir de Gabriel,<br />

de aquél que había sido su hombre y cuya ausencia<br />

nadie podría sustituir. Nunca encontraría a nadie igual a él,<br />

estaba segura de eso. Lo recordaba tendido boca abajo, las dos<br />

nalgas poderosas con su línea divisoria en el centro, se recordó<br />

a sí misma de pie, desnuda, con sólo un breve collar al<br />

cuello, y a él arrodillado, besándola lentamente, y le parecía<br />

inconcebible que todo eso hubiera podido acabarse como si<br />

nunca hubiera existido, y que la vida, sin embargo, pudiera<br />

seguir su marcha, tal cual como si aquellos sucesos nunca<br />

hubieran tenido lugar.<br />

—Mientras estuvimos juntos creímos el uno en el otro<br />

—pensó—. Pero él resultó un falso, y apenas se le atravesó<br />

esa tipa que lo encandiló, la satana esa, la maldita, a la que<br />

bien maldita tengo, con su carita de muy santa, todo se acabó,<br />

y chao contigo María Teresa, gracias por todo, si te vi no<br />

me acuerdo. Gracias por el embarque, Gabriel —continuó el<br />

diálogo mentalmente—, pasé a engrosar el número de tus ex<br />

novias. Recoge tus cosas, chama, y guárdate tus sentimientos,<br />

y haz con ellos lo que mejor te parezca, vete, ya no te acompañaré<br />

más hasta la Facultad, de ahora en adelante tendrás que<br />

hacer tu camino tú sola, ándate con tu pelo desvaído, yo ya no<br />

siento ningún interés por ti. Eso sería lo que pensó, seguramente,<br />

o algo parecido a eso.<br />

Dios mío, él ya no siente ningún interés por mí —se<br />

espantó, reiterativa—, a lo mejor ni me recuerda siquiera. Es<br />

como si yo estuviera muerta. Dentro de su corazón yo estoy<br />

muerta. Yo que había sido lo máximo para él, por eso me<br />

104


confié tanto. Ahora ya es demasiado tarde para arrepentirse.<br />

Nada que ver con Gabriel, todo eso pertenece al pasado.<br />

Levantó la mirada y vio frente a sí el tríptico del altar,<br />

recargado y barroco. Las paredes del templo estaban pintadas<br />

de un azul celeste carente de matices y de profundidad,<br />

como el glaceado de una torta de bodas, con copos blancos<br />

en la parte de arriba, tal cual la crema chantilly de pastelería.<br />

El púlpito estaba todo recamado en dorado y era ése el color<br />

que predominaba en todas partes.<br />

Se sintió cansada de la dureza del banco en el cual se<br />

encontraba sentada, pero no se animó a arrodillarse, aunque<br />

sólo fuera para cambiar de posición. Ahora le parecía que todos<br />

los santos la miraban con hostilidad desde sus nichos en<br />

las paredes, como sabiendo que ella en verdad no pertenecía<br />

a ese lugar y nada tenía que buscar ahí.<br />

Enfrente había muchos ramos de flores blancas, y eso<br />

le gustó. Había también grandes lámparas de hierro forjado<br />

colgando del techo, largas, de esas que llaman arañas, quién<br />

sabe por qué, bueno, en verdad probablemente por eso mismo,<br />

porque colgaban del techo. El feo piso de granito tenía<br />

aspecto de barato, con sus colores blanco y negro, pero los<br />

vitrales de las ventanas eran hermosos, combinaciones de<br />

colores vivos, azules y rojos, junto a un amarillo pálido y<br />

otro como tostado.<br />

El silencio, que en un primer momento la había tranquilizado,<br />

fue sustituido gradualmente por el runrún de la gente<br />

que se había ido reuniendo y que conversaba entre sí en voz<br />

baja, ellos sí sintiéndose como en su propia casa, compartiendo<br />

un espíritu de pertenencia.<br />

Entonces se levantó bruscamente y huyó de ahí, impulsada<br />

por el irracional miedo de que de pronto todos se pusieran<br />

de acuerdo para echarla, reconociendo su condición de intrusa,<br />

farsante sin derecho a ocupar un lugar que no le correspondía.<br />

Una vez fuera en la calle, contempló el reflejo de su<br />

cara en una vitrina y sintió rabia contra sí misma. Para qué<br />

105


coño había entrado a rezar si no sabía. No es posible despachar<br />

un dolor tan fuerte con una fórmula así de sencilla. Se preguntó<br />

con desesperanza por qué a ella siempre le sucedían cosas así,<br />

tan mal hilvanadas, siempre atrapada por las circunstancias<br />

y dejándose llevar por ellas sin oponer resistencia, para luego<br />

quedarse sola con su tristeza, como con este sentimiento de pesadumbre<br />

de ahora, y la desazón por ser tan torpe, por hacer las<br />

cosas de una manera tan atolondrada, para después tener que<br />

lidiar con una rabiosa aflicción, como ésta de ahora.<br />

Una noche ya remota se había acostado con Orlando sin<br />

saber realmente por qué lo hacía, aunque en verdad sin plantearse<br />

tampoco ninguna interrogante, se trataba más bien de<br />

que todas lo habían hecho ya en el salón, allá en el liceo, y ella<br />

no iba a quedarse atrás. ¿O sería solamente que se había imaginado<br />

que ya todas lo habían hecho? Bueno, daba lo mismo.<br />

Casi no recordaba cómo era Orlando. De lo que se acordó<br />

fue de esa canción que cantaban los viejos de su familia, de<br />

que el primer amor, ni se olvida ni se deja, o algo así. Una verdadera<br />

ridiculez. ¿Pero acaso podía llamarse primer amor eso<br />

que ella tuvo con Orlando? Todo había sucedido tan rápidamente<br />

y de una manera tan confusa. Ella lo único que recordaba<br />

era el miedo y el desagrado, porque en el fondo ese<br />

Orlando lo que era es un baboso, ahora ya no se explicaba cómo<br />

había podido ir con él. Claro, ella en ese entonces no tenía<br />

todavía criterio, era apenas una carajita, aunque eso sí, ya con<br />

el cuerpo de mujer que tenía ahora.<br />

Después de Orlando vinieron otros, que ahora se le confundían<br />

en el recuerdo. Era difícil parar una vez que se empezaba.<br />

Existía la necesidad de rellenarse la vida con cuerpos de<br />

muchachos, no dejar ni un espacio vacío. Ahora, sin Gabriel,<br />

era como si estuviera sumergida en un tiempo sin fronteras,<br />

como en esa canción que cantaba Shakira y que expresaba<br />

tan bien cómo eran ahora sus días, tan faltos de aire, tan llenos<br />

de nada, chatarra inservible, basura en el suelo, moscas<br />

en la casa.<br />

106


Le hubiera gustado encontrar una fórmula para lograr<br />

olvidarlo, expulsar de su memoria todas las imágenes relacionadas<br />

con él, las cuales surgían en su mente en los momentos<br />

más inesperados, y entonces ser capaz, cuando alguien<br />

le preguntara sin mala intención, o con toda la mala fe del<br />

mundo, por Gabriel, de contestar distraídamente que, ah, sí,<br />

hace tiempo que no lo veo, tú sabes, ahora ando muy ocupada,<br />

y que en ese mismo momento no se le hiciera presente<br />

inopinadamente la imagen de su figura en el escenario.<br />

Prendió la tiffany que tanto le gustaba, aunque esta vez no<br />

le echó ni una mirada, agotada y desanimada como se encontraba.<br />

En verdad a ella siempre todo le salía así. Ahora mismo estaba<br />

estudiando una carrera en la Facultad de Humanidades que<br />

no le interesaba para nada, simplemente porque el Consejo Nacional<br />

Universitario la había ubicado ahí. Se sentía extraña a sí<br />

misma, como si ni sus propios huesos le perteneciesen. La noche<br />

anterior había estado en una discoteca con Claudio y sus<br />

amigos, cada quien con su resuelve del momento, y ella trató de<br />

tener la mente positiva, pero en el fondo lo que estaba era bien<br />

aburrida, y cuando Claudio le tocó el sexo, en vez de entrar en el<br />

juego y dejarse llevar, lo que hizo fue preguntarse por qué diablos<br />

estaba ella ahí, con ese Claudio que era un vendedor de automóviles,<br />

y que no era un mal tipo, y no tenía ninguna culpa de<br />

que ella ahí en la oscuridad de la discoteca sólo estuviese pensando<br />

en Gabriel y en la insensata idea de que algún día volvería.<br />

Se vio a sí misma bella y resplandeciente, caminando como<br />

una modelo en dirección a él, superando todos los obstáculos y<br />

escuchándole decir por fin las palabras largamente anheladas,<br />

yo sin ti, María Teresa, no puedo vivir. Y ella entonces iba, radiante,<br />

con su look a lo Fey, sus pantalones de cuadritos, su franela<br />

debajo del blazer, su maquillaje natural, y con su propio<br />

look, su cabello de ricitos que parecían estar chorreando agua,<br />

mientras él la esperaba al final de la pasarela, con los brazos<br />

abiertos, diciéndole, mi diosa del agua qué bueno que has vuelto,<br />

te he estado esperando, por qué has tardado tanto, quiero que<br />

escuches nuestra nueva canción, la escribí para ti.<br />

107


Cómo se burló de mí, el maldito desgraciado, cómo me<br />

cambió por la primera tipa que se le atravesó, esa bicha que con<br />

su carita de yo no fui se aprovechó de la ocasión ahí en la cocina,<br />

aquella noche con la cerveza derramada, con ella y aquellos<br />

dos embelesados mirándose a los ojos, la misma película proyectándose<br />

incesantemente, haciéndola ver infinitas veces esa<br />

escena de mierda.<br />

Recordó cómo en ese entonces ella pensó que el asunto<br />

no pasaría a mayores, total, no era la primera vez que esas cosas<br />

pasaban en el mundo, a fin de cuentas también ella había<br />

tenido su aventura con Marco Vinicio, aunque claro, Gabriel<br />

nunca sospechó nada, de ese tipo que se le había arrimado diciéndole<br />

que no podía vivir sin su presencia, y que nada había<br />

en el mundo como los ojos de ella, y entonces se dejó engatusar<br />

por el tipo y lo hicieron sin condón, porque todo fue tan rápido,<br />

tan de repente, como sucedían siempre todas las cosas en<br />

su vida, de pronto ocurrían y luego pasaban sin dejar rastro<br />

prácticamente, aunque aquella vez el rastro consistió en la tremenda<br />

angustia que ella sentía cada cierto tiempo al recordar<br />

que lo habían hecho sin condón, ella y ese tipo casi desconocido,<br />

y quién sabe cuántos años viviría con esa tortura, otra de<br />

esas pesadillas que sufría estando despierta y que se le repetía<br />

hasta el infinito, intercalada con otras experiencias y otras escenas,<br />

como cuando la invitaron a probar la marihuana, y ella<br />

se percibió a sí misma toda floja por dentro, sus movimientos se<br />

hicieron torpes y como en cámara lenta, pero en verdad no sintió<br />

nada del otro mundo, más bien fue como un malestar. Qué<br />

ladilla que ella nunca sentía nada en ninguna circunstancia,<br />

aunque jamás titubeaba en participar de todas las que se le<br />

iban presentando, zambulléndose en ellas de cabeza, sin pensarlo<br />

dos veces.<br />

De nuevo recordó una canción de Shakira, a cuya música<br />

se había aficionado tanto, parecía que esa muchacha escribía<br />

sus canciones expresamente para ella, para darle cuerpo<br />

a todo el desamor que la habitaba, era verdad eso de que me<br />

108


sigue rodeando la sombra de ti y siguen rodando por ahí todas<br />

las palabras que dijimos, de verdad se habían dicho tantas<br />

cosas que ella ahora no se podía sacar de la cabeza, se le<br />

habían quedado pegadas y no se las podía desprender, aunque<br />

lo que más deseaba era arrancárselas, como se van despegando<br />

las tiras de la piel quemada cuando ya la piel nueva que<br />

tiene que surgir debajo se ha regenerado. Pero no lo había logrado,<br />

todo lo contrario, esos nombres con los que él la había<br />

obsequiado, diosa de las aguas, mariaté, mariateta, mibestiecita,<br />

mi musa, mi amada de los ricitos trenzados, volvían a<br />

su cabeza una y otra vez, ahondando la desesperanza.<br />

No cesaba de rondarla el recuerdo de cómo había empezado<br />

todo, allá en el espacio Balzac del Ateneo, donde una<br />

banda estaba tocando Stupid Girl, y ella se sentía tan identificada<br />

con eso, para nada agredida, sólo como representada en<br />

algo que sentía en lo más profundo. El azar los colocó el uno<br />

junto al otro, la multitud los apretujaba, y entonces ella decidió<br />

ayudar al azar, de manera que construyó la oportunidad de que<br />

sus cuerpos se rozasen, de lo cual él al principio no se dio<br />

cuenta, los hombres siempre son tan caídos de la mata. Ella llevaba<br />

una franela negra y un bluejean, y aunque se había acostado<br />

a las cinco de la mañana tenía la certeza de que en su cara<br />

no había ni rastros de trasnocho, se sentía confiada de su look<br />

natural y luminoso. Entonces de pronto Gabriel entró en onda,<br />

hay que reconocer que no hizo falta emplearse demasiado a<br />

fondo. También él buscó cómo inclinar su cuerpo sobre el de<br />

ella, así, sin querer, sólo llevado por la masa que los empujaba,<br />

y luego ya se desató la mutua atracción, y al poco tiempo<br />

vinieron los abrazos, y el amor, y el desenfreno, el andar juntos<br />

de día y de noche, los recorridos nocturnos por todas las<br />

areperas, y luego el desafiar al mundo entero, chocarlos y<br />

maltratarlos y reírse de ellos, el raparse los dos por completo<br />

las cabezas, para consternación y admiración de todas sus<br />

amistades, y para disfrutar el ambiente de desastre general<br />

que devastó a sus respectivas familias.<br />

109


Su mamá, tan distinguida siempre, le lanzó toda clase<br />

de improperios, y su papá, en general tan comedido, los acusó<br />

de artificiosos, exhibicionistas y pantalleros, de inauténticos<br />

en su búsqueda de autenticidad, y de estar sumergidos en<br />

un lamentable mal gusto que no terminaba de comprender de<br />

dónde les había nacido.<br />

Si pudiera encontrar dentro de sí la fortaleza para dar<br />

de baja mentalmente a Gabriel y dejar de creer en milagros,<br />

aceptar su propia indigencia, sin necesidad de verse compelida<br />

a sentarse con los que ella llamaba amigos, pero que eran<br />

prácticamente unos desconocidos, en la barra de un bar o en<br />

los taburetes de una tasca. ¿Por qué la necesidad de escuchar<br />

perennemente el ruido de las palabras? ¿Por qué no soportar<br />

el no hacer nada y aceptar la soledad, acomodarse dentro de<br />

su tiempo y de su ritmo?<br />

Tenía que salir viva de todo esto, dejar de pensar en<br />

Gabriel como en el maldito desgraciado o como en el milagro<br />

que algún día retornaría, y simplemente dejarlo ir en la corriente<br />

del tiempo. Nunca más irían juntos a la Cinemateca, ni<br />

a Plaza Las Américas, y a pesar de todo eso no tendría que<br />

sentir compasión hacia sí misma, no debería contar con nadie,<br />

ni con su madre ni con su padre, aunque en verdad nunca había<br />

contado con ellos, pero hasta ahora jamás se lo había confesado<br />

a sí misma, porque era demasiado insoportable, los<br />

veía ahí a lo lejos, al comienzo del camino, en el punto inicial<br />

de la pasarela por la cual ella había marchado hasta ahora, o<br />

más bien dado brincos, pero por la cual en este momento apenas<br />

si se arrastraba, sin saber hacia dónde iba ni prever cómo<br />

serían los años por venir, los cuales deberían ser construidos<br />

sin canciones ajenas, ella en verdad necesitaría inventar sus<br />

propias canciones.<br />

Sabía que no sería fácil, ahora mismo estaba constatando<br />

que una vez más sus pensamientos se habían independizado<br />

de ella, y por su propia cuenta se habían puesto a<br />

pensar de nuevo a Gabriel, a su cabello volando al aire, dan-<br />

110


zando en el escenario, con su público y con su banda, ésa de la<br />

que ahora ya faltaba Luis, así como faltaba ella también del<br />

grupo, era como si también hubiera muerto. Pero por ella nadie<br />

se había reunido para llorarla todos juntos y despedirla con<br />

demostraciones de sentimiento alguno, porque a veces la muerte<br />

de una persona no era percibida por los demás, la gente la miraba<br />

y no veía que internamente ya ella no existía y a nadie se le<br />

ocurría celebrar sus exequias.<br />

Se levantó y fue a buscar su diario. Necesitaba poner<br />

por escrito todas las encontradas ideas que estaban cruzándose<br />

por su cabeza. Cerró los ojos y se quedó muy quieta, tratando<br />

de atrapar esas ideas, para colocarlas en las páginas de<br />

color crema, de modo que si alguien las leyera algún día, pudiese<br />

percibir todo su inmenso dolor y la tragedia entera de<br />

su vida. Demasiadas páginas escritas por ella tiempos atrás,<br />

en el diario, le habían parecido luego tremendamente ridículas<br />

cuando las había vuelto a leer. Ahora, claro, se supone<br />

que una no escribe un diario para que sea leído por la gente,<br />

sino para una misma, para fijar los recuerdos y los sentimientos,<br />

desahogarse y anotar lo más secreto, lo más recóndito.<br />

A veces le daba por hablar paja de todo el mundo,<br />

y entonces llenaba las páginas con chismes y con historias<br />

de toda índole, comentarios diversos, páginas que luego le<br />

provocaba arrancar, y en algunas ocasiones hasta llegó a<br />

hacerlo, qué hubiera pasado si los aludidos las hubieran<br />

leído. Como cuando, y éste era de los más suaves, se burló<br />

de Laura, cuyo gusto exquisito y porte de reina todo el mundo<br />

alababa, pero la muy exquisita apareció un día con unas<br />

medias tobilleras gruesas, tejidas, de un color azul oscuro<br />

horrendo, sin elegancia ninguna. O cuando criticó el velorio<br />

aquel en el que los familiares estaban más pendientes de que<br />

los presentes estuvieran bien atendidos y consumieran en el<br />

cafetín de la funeraria todo lo que ellos ya habían pagado por<br />

adelantado, que de su propio muerto, ahí de cuerpo presente,<br />

tal cual si se tratara de un agasajo y no de lo que en verdad<br />

111


era, un entierro. Pero otros comentarios eran mucho más delicados<br />

todavía, acerca de quién se acostaba con quién y cómo<br />

se intercambiaban las parejas o qué consumía cada cuál.<br />

Abrió los ojos y se dio cuenta de que no se le había<br />

ocurrido absolutamente nada. Miró por la ventana y vio el<br />

<strong>Ávila</strong>, sobre el cual flotaban algunas nubes deshilachándose,<br />

y se imaginó las numerosas caídas de agua que guardaría en<br />

su espesura inaccesible. A su mente vino también la imagen<br />

de Camila, que tanto amaba esa montaña, y de nuevo sintió<br />

el dolor de la pérdida, esta vez por Camila.<br />

Se puso a escribir desganadamente, casi con repugnancia.<br />

En vista de que las tragedias no le salían, empezó a anotar<br />

lo primero que se le vino a la mente, el encuentro que<br />

había tenido la tarde anterior con Patricia, su amiga chilena,<br />

una chica muy discreta cuya madre vestía de colores brillantes<br />

y se volvía loca por el jazz latino, y cuando la veía a ella,<br />

siempre con algún delgado collar al cuello y muchas veces<br />

con alguna franela negra, encima de la cual a lo mejor llevaba<br />

una batica estampada sin mangas, de corte suelto, entonces la<br />

regañaba, le explicaba que se lo decía por su bien no más, que<br />

una chica tan linda no podía andar tan desaliñada, y le daba consejos<br />

sobre los estilos de moda, los aretes que se llevaban ahora,<br />

las pulseras, los collares largos, y a ella eso la reventaba, lo único<br />

que la fastidiaba más era cuando empezaba a hablar de la política<br />

chilena, entonces sí se las arreglaba para escabullirse, y<br />

arrastraba consigo a Patricia, en cuya cara en esos momentos se<br />

fijaba una sonrisa estereotipada, con la cual aspiraba, sin éxito,<br />

tapar la falta de tacto de la madre.<br />

La tarde anterior habían ido a Las Mercedes, donde, sorpresivamente,<br />

se habían topado con un prematuro decorado<br />

navideño, por toda la avenida principal, una serie de arcos de<br />

triunfo devaluados, uno tras otro, amontonándose cómicamente<br />

a lo largo de esa calle ya de por sí tan estrafalaria, arcos forrados<br />

de rojo y blanco ostentando los símbolos y las imágenes<br />

de la Coca Cola y de San Nicolás, donde las figuras de la co-<br />

112


nocida botella se mezclaban con las bolas de colores que pretendían<br />

hacer presente el espíritu navideño.<br />

Una manada de muchachos de distinta edad, cada cual<br />

con franelas y pantalones como de tallas más grandes que<br />

sus cuerpos, pasó delante de ellas. Parecían unos cubos ambulantes,<br />

o unas cajas de cartón, o quizás figuras de Botero,<br />

la vida caricaturizando a las caricaturas.<br />

Los pórticos de coca cola-santa claus se sucedían uno tras<br />

otro, rectangulares y carentes de gracia, y las bolas navideñas<br />

eran cada vez de un tamaño más gigantesco, haciendo contrapunto<br />

con el verde chillón de los vidrios del edificio Banesco,<br />

de cuya fachada colgaba un inmenso y rojo San Nicolás inflado,<br />

balanceándose en el aire, al hombro un gigantesco saco<br />

con el letrero Banesco, de espaldas a la calle y con una rodilla<br />

doblada, como tratando de entrar al asalto por la ventana, cual<br />

villano de alguna película de Batman, uno de esos malhechores<br />

de Ciudad Gótica.<br />

Se acordaba de todo con detalles, pero no hallaba cómo<br />

describirlo. Puso otra vez el disco de Shakira, quizás eso<br />

la ayudaría a inspirarse.<br />

Abandonaron Las Mercedes, que definitivamente se<br />

había convertido en un sitio de lo last. Patricia sugirió ir<br />

a Altamira. En la entrada del Metro se encontraron otra manada<br />

de chicos iguales a los que habían visto antes. Lograron sortearlos<br />

y llegar hasta la cervecería a la que iban siempre. Para<br />

llegar hasta una mesa tuvieron que pasar en medio de un grupo<br />

de muchachos y muchachas tirados en las escaleras. Apenas<br />

se sentaron se les acercó Dayana, con unos pantalones de pana<br />

marrón oscuro que le quedaban de muerte, sobre todo por<br />

como hacían juego con el chalequito sin mangas también de<br />

pana marrón, pero más claro, como beige más bien. Estaba<br />

vendiendo entradas para una rumba, a beneficio de alguna futura<br />

promoción de bachilleres, con la presencia de unos grupos<br />

de pop rock y otros de latino con percusión. Hablaba con entusiasmo,<br />

casi a gritos, exagerando la nota. María Teresa se dedicó<br />

113


a observar sus zapatos desteñidos y dejó de escucharla, entretenida<br />

en constatar cómo detalles así podían echar a perder un<br />

conjunto tan atractivo como el que llevaba puesto la chama. De<br />

pronto se dio cuenta de lo harta que estaba de ese lugar.<br />

—Ay, vámonos de aquí, esto es un fastidio.<br />

—¿Adónde? —preguntó Patricia, sorprendida. Se encontraba<br />

de lo más cómoda en la silla de mimbre del lugar.<br />

—A cualquier sitio. A algún centro comercial, a ver<br />

otro tipo de gente. Hay que rodearse de gente positiva.<br />

Dayana saltó, ofendida.<br />

—Si lo dices por mí, no te preocupes, ya yo me iba.<br />

Para la próxima, me lo dices de frente.<br />

—Ya va, chama, perdóname pero discúlpame. Nada<br />

que ver contigo. Es algo que iba a decir desde antes de que tú<br />

llegaras, sólo que no me diste chance.<br />

Dayana se evaporó y ellas fueron, caminando, hasta el<br />

Sambil. Ingresaban enormes masas de gente, que una vez adentro<br />

circulaban de un lado a otro, muchachos y muchachas elegantes<br />

con morrales a la espalda, mujeres arrastrando niños,<br />

hombres de todas las edades. María Teresa se detuvo fascinada,<br />

contemplando la brillante oferta de mercancías. Las velas aromatizadas<br />

de distintos colores, los ositos de peluche, los ángeles<br />

de diversas formas y la increíble cantidad de <strong>libro</strong>s de autoayuda,<br />

provocaba comprarlos todos, tan necesitada que estaba de ellos.<br />

Toda la decoración contribuía al espíritu festivo y daba<br />

gusto caminar en medio de esa baraúnda de gente, sentirse<br />

consustanciada con ellos y marchar a su mismo ritmo, con<br />

elegancia, con charm, con el paso triunfal que le serviría para<br />

continuar desfilando por la pasarela, altanera y glamorosa,<br />

con su cabello siempre goteando rocío y sus ojos también<br />

siempre húmedos, por la savia vital que bullía dentro de ella,<br />

o por las lágrimas que trataban de brotar por más esfuerzos<br />

que hacía por contenerlas.<br />

Un muchacho se acercó, como muy interesado en observar<br />

los mismos objetos que ellas estaban mirando. A María<br />

114


Teresa le pareció que lo conocía de alguna parte, y se puso a<br />

rebuscar en su memoria, pero mientras estaba pensando el tipo<br />

se puso bruto y de buenas a primeras le dijo algo en relación<br />

con sus tetas y de ir a tomarse unas cervecitas. Ella le contestó<br />

con mucha dignidad:<br />

—Por favor, no me hables así…<br />

Pero no pudo terminar, porque Patricia, mucho más<br />

expedita, ya la arrastraba consigo, alejándola del muchacho.<br />

Ella se indignó:<br />

—Coño, pana, no le diste ni una oportunidad. El carajo<br />

estaba de lo más bueno. No lo dejaste ni expresarse, se notaba<br />

que estaba confundido.<br />

—Tú sí que estás loca, María Teresa. Quiérete un poco,<br />

amiga, respétate, al menos.<br />

En ese momento una manada de chicas con grandes<br />

zapatos de hombre y medias decoradas con muñequitos de<br />

Walt Disney pasó en tropel al lado de ellas. María Teresa volteó<br />

los ojos hacia arriba, desesperada, como buscando la ayuda<br />

divina, o la de algún espíritu que la iluminara. Pero allí en<br />

lo alto su mirada sólo se tropezó con las gigantescas bolas navideñas<br />

que colgaban desde los elevados techos del Sambil, el<br />

centro comercial de moda al que ningún caraqueño podía faltar<br />

un fin de semana.<br />

Ahora, aquí en su casa, también miró hacia arriba, como<br />

buscando la inspiración, pero seguía con la mente en blanco,<br />

sin las palabras que había esperado que acudiesen en su ayuda.<br />

Desanimada, cerró el diario, aunque luego se consoló pensando<br />

que cualquier otro día se sentiría más dispuesta y entonces<br />

escribiría todo aquello que llevaba por dentro y que no había<br />

hallado cómo expresar.<br />

115


9<br />

No terminaba de vislumbrar la escena, por más vueltas que<br />

le daba en la cabeza. Aunque tenía una idea muy clara acerca<br />

de lo que pretendía lograr, siempre había algo que no encajaba,<br />

algo que restaba fuerza y no permitía alcanzar la intensidad<br />

dramática que buscaba, ese suspenso que tenía que atrapar al<br />

espectador, una escena que tuviera la fuerza suficiente para generar<br />

intensamente el efecto perseguido.<br />

Se reclinó en el sillón y cerró los ojos. Mentalmente continuó<br />

dando vueltas en torno a la atmósfera peculiar que aspiraba<br />

producir, una cierta disposición de todos los elementos, de<br />

tal manera que afectara decisivamente a cada miembro del público,<br />

transmitiendo la sensación de pánico que había invadido<br />

al protagonista, indefenso y desamparado, al darse cuenta de<br />

que ya todas las opciones con las que había creído contar se habían<br />

cancelado, y que ninguna salida le quedaba.<br />

La iluminación de esta escena tendría que contribuir de<br />

manera impecable para crear una atmósfera que sugiriera tanto<br />

el terror como la desesperanza, una luz a la vez suave y fría,<br />

que no fuera demasiado dura, para que los contrastes no fueran<br />

excesivamente notorios, una luz blanca quizás, casi opaca,<br />

lechosa, que envolviera al personaje y de alguna manera lo hiciera<br />

fusionarse con el escenario, potenciando una situación<br />

que debía terminar por hacerse del todo insoportable para el espectador.<br />

Hacer sentir que ya no quedaba nada de la fidelidad<br />

en la que se había creído en alguna época ya cancelada.<br />

117


Se imaginó al protagonista ovillándose sobre el piso en<br />

medio del blanco azuloso que lo iba envolviendo, paralizado<br />

y encogido. Pero al llegar a este punto abrió los ojos, invadido<br />

por un sentimiento de irritación extrema. ¿De dónde diablos<br />

habían surgido estas imágenes, no sólo absolutamente<br />

decadentes, sino del todo manidas, vistas ya miles de veces,<br />

fáciles y tramposas, efectos convencionales?<br />

No, esa escena de ninguna manera sería así. Él no podía<br />

permitirse trucos tan baratos. Se sabía con el coraje suficiente<br />

como para escoger el silencio y la retirada si un día se daba cuenta<br />

de que su capacidad creadora se había agotado. Pero no creía<br />

que ese día hubiese llegado aún, de manera que se dispuso a enfrentar<br />

de nuevo el problema de construir la escena.<br />

Sintió la convicción de que la atmósfera tendría que<br />

surgir del interior del personaje y no de efectos materiales.<br />

Tendría que ser el trabajo del actor el que generara la escena,<br />

y no los colores de la iluminación ni nada parecido. El trabajo<br />

del protagonista y del conjunto de los otros intérpretes, en<br />

un escenario desnudo, sin nada que estorbara la presencia actoral.<br />

Habría que omitir todo otro elemento del campo visual<br />

de los espectadores, en el cual apenas debía quedar el temblor<br />

que se macera en el juego de las apariencias.<br />

Se imaginó a un hombre maduro, de pie, erguido, vestido<br />

de negro, la cara impenetrable, las manos muy blancas,<br />

quietas sobre el fondo negro, una figura que expresase a la<br />

vez fuerza y serenidad, y detrás de él a un muchacho, alguien<br />

muy joven, de rodillas, abrazándolo desde atrás, con un gesto<br />

de dolor y de angustia en la cara: una figura, en oposición<br />

a la anterior, excesiva y barroca.<br />

La indefensión y el desamparo serían del muchacho,<br />

frágil y atormentado, con su rostro juvenil expresando la ansiedad<br />

por una falta de respuesta, viviendo una situación de<br />

angustia y aguardando en vano un gesto, el mismo que junto<br />

con él tendría que estar esperando todo el público, algo que<br />

pudiera hacerles creer a los que estaban sentados allá abajo<br />

118


que todavía había un posible futuro para ese muchacho, que<br />

obtendría todo aquello que había estado buscando y que ciertamente<br />

se merecía, el sueño que había perseguido a lo largo de<br />

toda la obra, una ilusión que había ido construyendo junto con<br />

los espectadores, cuya angustia también crecería progresiva e<br />

insoportablemente, mientras irían adquiriendo la convicción<br />

de que en las condiciones que había ido mostrando el drama<br />

no iba a ser posible que ello se lograra. El personaje todavía lo<br />

ignoraría, pero el público ya lo sabría. Y, sin embargo, a pesar<br />

de haber recibido todos los datos necesarios para imaginarse la<br />

resolución del conflicto, toda la problemática perfectamente<br />

planteada, en lo más profundo de sus sentimientos los espectadores<br />

no querrían tomar en cuenta esos datos. Se sentirían,<br />

más allá de toda lógica, entre la esperanza de que todavía la<br />

obra sería capaz de dar un giro inesperado, y la dolorosa convicción<br />

de que eso sería del todo imposible.<br />

Se acordó de una frase de Goethe que había leído en<br />

alguna parte, ya hacía tiempo, algo así como que sólo lo inacabado<br />

era fecundo. La idea se instaló en el centro de su pensamiento<br />

y entonces ya no le fue posible escapar de ella.<br />

Se imaginó otra escena, una cuerda con poleas descendiendo<br />

del techo, del cual esta vez el muchacho estaría colgando<br />

cabeza abajo, los brazos tratando infructuosamente de<br />

alcanzar el suelo, y vislumbró también la figura yacente de una<br />

muchacha sobre el piso.<br />

La puerta de la sala se abrió y al instante la imagen se borró<br />

de su mente. Alberto entró y, como siempre, su llegada irradió<br />

una extraña y concentrada presencia de vida. Seguía utilizando<br />

las mismas botas depauperadas con las que había irrumpido en<br />

su existencia, a la que había trastornado sin sentir ni el más mínimo<br />

sobresalto por ello, sin tener siquiera conciencia de haberlo<br />

hecho, comiendo su comida y utilizando sus pertenencias sin<br />

ningún reparo, como si fuera lo más natural del mundo.<br />

En verdad, lo más sorprendente no era eso, sino el hecho<br />

de que él mismo se lo hubiera permitido de tan buen grado,<br />

119


que se hubiese sometido a esta situación y que hubiese cedido<br />

así su espacio y su privacidad, a los que había preservado siempre<br />

tan celosamente, y a los que no tenía acceso libre ni siquiera<br />

su propio hijo, sólo Camila, pero ella siempre había hecho<br />

uso de sus privilegios con discreción y tacto, con delicadeza,<br />

porque sabía lo susceptible que él era y siempre había respetado<br />

su manera de ser. Pero ahora este chico se paseaba por todas<br />

partes con insolente desparpajo, y él, quién lo diría, se lo permitía<br />

sin fijarle condiciones ni imponerle límite alguno.<br />

El muchacho seguía teniendo ese leve aire de revelación<br />

que lo había deslumbrado desde el momento de su llegada,<br />

aquella noche que ahora ya parecía tan remota. Continuaba poseyendo<br />

sus propios matices de verde, diferentes a los de cualquier<br />

otro, tal cual como si acabara de salir de un cuadro, de<br />

una de esas pinturas del Renacimiento, o de la de algún maestro<br />

flamenco, con sus gruesos pliegues de blandas telas de color<br />

verde oscuro, o en suaves tonos de verde manzana. Él se<br />

deleitaba contemplándolo, como si fuera un hijo nacido de la<br />

nada o una inefable presencia que hubiese aparecido de pronto<br />

desde un origen incierto. Lo miraba tal como nunca había contemplado<br />

a Robert. Volvió a cuestionarse a sí mismo, una vez<br />

más, asombrado y perplejo, y se preguntó, con implacable<br />

lucidez, si no sería él un nuevo Aschenbach, obsesionado y<br />

fascinado por este nuevo Tadzio, bien poco original sería si<br />

así fuese, realmente patético más bien.<br />

En Alberto había algo que remitía a un tiempo pasado,<br />

como si sólo fuese una aparición. Como si se hubiera desprendido<br />

de algún cuadro antiguo y hubiera regresado a unos<br />

tiempos que no eran los suyos, como si fuera apenas un fugaz<br />

pasajero en busca de algo que quizás ni él mismo sabía<br />

qué era, a lo mejor sólo un pequeño ramo de flores de la fidelidad,<br />

en una época que no parecía estar dispuesta a acompañarlo<br />

en semejantes búsquedas.<br />

También él sentía que estaba volviendo al pasado, por algún<br />

resquicio de la noche. Pero no tuvo tiempo de seguir espe-<br />

120


culando sobre ello, puesto que en ese mismo momento Alberto,<br />

por completo ajeno a estas turbias reflexiones, lo interrumpió:<br />

—Quisiera preguntarle algo —dijo, desprevenido—.<br />

Quisiera mandar a traer mis <strong>libro</strong>s de Mérida. No son muchos,<br />

pero tampoco son tan poquitos. Como unas tres cajas medianas.<br />

Un amigo mío que tiene carro va a venir en estos días, y<br />

podría aprovechar para pedirle que me los traiga. Si a usted<br />

no le importa, claro. Es decir, si usted me lo permite.<br />

Philippe se levantó y se acercó a la ventana. Por la calle<br />

paseaban niñas disfrazadas de gitanas españolas, mujeres maravilla<br />

y blancanieves, así como muchachitos vestidos de batman,<br />

diablos con tridente y zorros. Por la ancha avenida circulaban los<br />

vehículos de último modelo, desmintiendo con su ilógica abundancia<br />

la incuestionable crisis por la que estaba atravesando el<br />

país. Se volvió hacia Alberto, que lo miraba con sus ojos serenos<br />

y penetrantes, y entonces se dio cuenta de que lo que lo atraía<br />

de él era que nunca tenía prisa, era capaz de darle a sus interlocutores<br />

todo el tiempo necesario para permitirles madurar<br />

cada palabra y cada acto, con una sabiduría ancestral que no<br />

se correspondía con su figura juvenil, aunque era, a la vez,<br />

esencialmente inherente a su persona.<br />

Cruzó la sala y se asomó a la otra ventana. Como siempre,<br />

se sorprendió del carácter surrealista de la ciudad, o más<br />

bien de sus opciones para el pastiche, para la superposición sin<br />

jerarquías de maneras y estilos de muy diversa índole, prácticamente<br />

en el mismo espacio, aunque constituyendo, simultáneamente,<br />

espacios del todo incompatibles los unos con los<br />

otros, incongruentes y absurdos, y sin embargo conviviendo el<br />

uno junto al otro sin conflictos ni antagonismos.<br />

Al acercarse a la ventana de la otra pared sus ojos pudieron<br />

observar el retorcido callejón que se extendía por detrás<br />

del edificio, con sus casitas miserables, de fachadas limpias y<br />

bien pintadas, detrás de las cuales se escondía, para los que<br />

caminaban por la calle, a quienes se les sustraía expresamente<br />

esa imagen, aquello que él veía perfectamente desde el<br />

121


piso donde se encontraba su apartamento: los techos de zinc<br />

sobre los cuales se hallaban colocados ladrillos y estacas para<br />

que no se volaran, los tanques de agua repletos de un líquido<br />

pútrido, con una gruesa capa gelatinosa y amazacotada que<br />

cubría su superficie, traspatios de jardines macilentos convertidos<br />

en depósitos de chatarras y trastos viejos, platabandas<br />

sin terminar, con las cabillas al aire, mostrando impúdicamente<br />

su carácter inconcluso, que no eran ni techo ni terraza, y a la<br />

vez eran las dos cosas, llenas de maceteros sin flores y de toda<br />

clase de objetos desportillados y en desuso, de cuya conservación<br />

probablemente nadie podría dar cuenta, pero a las que,<br />

evidentemente, tampoco nadie se había decidido a botar. En la<br />

pared de uno de esos proyectos de terraza se veía un gran letrero,<br />

ya desteñido por el sol y las lluvias, que decía feliz cumpleaños,<br />

escrito con pintura blanca, un deseo expresado quién<br />

sabe cuándo, y que seguía reverberando inútilmente a través<br />

del tiempo.<br />

También la imagen que el carnaval ofrecía para la mirada<br />

que partía desde esa ventana trasera era diferente a la que se<br />

observaba desde la principal. En dos de las terracitas, de casas<br />

situadas una frente a la otra, a ambos lados del callejón, se<br />

amontonaban personas de diversa edad, pero todas entregadas<br />

con fervor a bañar a los transeúntes y a los vehículos que pasaban<br />

desprevenidamente en medio de los dos bastiones. Se lo<br />

imaginó como la escena perfecta para un primer plano y recordó<br />

que le había prestado su vieja cámara súper 8 a Robert,<br />

quien, aunque ya no la necesitaba, olvidaba reiteradamente devolvérsela.<br />

Una flaquita de shores blancos, que no tendría más<br />

de catorce años, era la más veloz en una de las casas, y apenas<br />

vaciaba su lata de agua sobre alguien corría hasta el grifo a llenarla<br />

nuevamente. Si una víctima se le escapaba, caía irremediablemente<br />

bajo el chorro que le lanzaba desde la otra casa un<br />

hombre gordo que tendría ya sus cuarenta años cumplidos.<br />

La gente bañada vacilaba un segundo, en su húmedo<br />

desamparo, pero luego, prácticamente sin excepción, seguían<br />

122


su camino, como si nada hubiera pasado, tratando de mantener<br />

su dignidad, sin mirar hacia arriba, como para no darles<br />

gusto a los que ahí se encontraban, con lo cual los de arriba<br />

se divertían más todavía, muertos de la risa al verlos alejarse,<br />

dentro de su compostura de pollos mojados y su dignidad pasada<br />

por agua.<br />

Sintió regocijo al ver a esa mínima y espontánea fiesta<br />

popular escenificada con tan elementales recursos, tan alejada<br />

del refinamiento de las máscaras de los carnavales de Venecia<br />

o de los sofisticados trajes largamente preparados por las<br />

escuelas de samba del Brasil, y de nuevo blasfemó internamente,<br />

pensando en la serie de tomas que se estaba perdiendo.<br />

Se volvió hacia Alberto, que continuaba tranquilamente<br />

en el mismo lugar, esperando su respuesta. Lo atravesó la<br />

idea de que su mundo se abría a todas las posibilidades, y en<br />

vez de considerar la petición como un evidente signo de lo<br />

descarado y atrevido que era ese muchacho, le contestó sin<br />

titubear que podía traerse sus <strong>libro</strong>s cuando quisiese, que ya<br />

verían dónde los acomodarían.<br />

Entró a la cocina y puso a hervir agua para el té. Se acordó<br />

de sus padres, muertos hacía ya tanto tiempo, en los que en<br />

general no pensaba mucho, pero de quienes le quedó esa costumbre<br />

de tomar té negro con azúcar y sin limón, así como su<br />

amor por el cine y el teatro, ese magnetismo que ejercieron sobre<br />

él desde pequeño los mundos de ficción que le parecían tan<br />

reales cuando los veía en el escenario o en la pantalla. Le vino a<br />

la memoria la primera vez que su padre lo llevó al teatro, lleno<br />

de orgullo por poder mostrarle al niño ese ámbito desconocido,<br />

como el mago que descorre la cortina con un soberbio gesto de<br />

dominio, ante la atónita y deslumbrada mirada de aquellos a<br />

quienes aspira impresionar y cuya reacción espía anhelante.<br />

Recordó la expresión de desilusión que pasó fugazmente por la<br />

cara del padre cuando observó que todo el entusiasmo del niño<br />

se concentraba en los bastoncitos fritos hechos con papas que le<br />

había comprado, y volvió a sentir el sabor inolvidable de esos<br />

123


astoncitos, que nunca más había reencontrado, pero que representaban<br />

la felicidad de estar caminando tomado de la mano del<br />

padre en dirección a algo desconocido, dentro de lo cual se ocultaba<br />

una promesa de felicidad que luego se materializó en una<br />

serie de sketchs cuya ingeniosidad fue entendiendo lentamente,<br />

pero cuya magia absorbió al instante, haciendo que el sentimiento<br />

de orgullo y alegría volviera de nuevo al espíritu de su<br />

padre. Se embelesó con los movimientos de los personajes y<br />

su capacidad de expresar energía o dulzura, con el tono farsesco<br />

de algunos episodios y con la belleza de otros, como la<br />

escena de los enamorados, dos seres anónimos interpretados por<br />

dos actores igualmente anónimos, hasta el gran acto final,<br />

cuando el hombre tragafuegos permaneció incólume y grandioso<br />

luego de devorar todas esas llamas que le produjeron terror y<br />

fascinación, una impresión de esplendor y magnificencia que<br />

nunca más ningún grupo pudo causar en él en toda su vida, ni siquiera<br />

cuando, siendo ya un profesional de teatro prestigioso y<br />

conocedor de todos los recursos del oficio, vio espectáculos de<br />

alta factura técnica y estética, de verdadero teatro popular al aire<br />

libre en interacción con el público: ni siquiera entonces sintió el<br />

deslumbramiento que generó en él esa compañía de quinta categoría<br />

que vio en su niñez con su padre, en ése su primer y decisivo<br />

encuentro con el mundo del espectáculo.<br />

Alberto entró también a la cocina, con sus eternos blujeans<br />

desteñidos, y entonces él le ofreció una taza de té. El<br />

muchacho fue a cortar un limón y lo exprimió dentro del líquido<br />

oscuro. Sus movimientos eran escurridizos y seguía<br />

generando la sensación de haber salido de un sfumato de<br />

Leonardo, o quizás de un texto medieval, con sus cabellos<br />

largos y enmarañados, de ese color rubio cobrizo.<br />

Evidentemente había algo en su esencia que parecía<br />

venir de épocas remotas, de un pliegue o de un surco o de<br />

una alforza en el tiempo, como si por algún error del destino<br />

hubiera rodado fuera del momento que le hubiese correspondido<br />

vivir, y ahora estaba aquí, con su aspecto estrafalario,<br />

124


como venido del fondo de antiguas memorias de larga data,<br />

de muy lejos, de algún pasado ignorado que su presencia parecía<br />

evocar perennemente. Era justo como el personaje con<br />

el que había soñado desde siempre, aunque nunca lo hubiera<br />

sabido y sólo ahora se daba cuenta de ello. Pero el problema<br />

consistía en que era una persona y no un personaje, y él no<br />

hallaba cómo aproximársele sin asustarlo ni atosigarlo, para<br />

apoderarse de su ser y meterlo en una historia, así como él<br />

era, con su franela color verde agua, sus pisadas ligeras y su<br />

altiva dulzura.<br />

Necesitaba encontrar un pretexto, inventar la manera<br />

de atrapar el espíritu de este chico, que era en verdad un perfecto<br />

desconocido, pero que había llegado hasta él por sus<br />

propios pasos, con su hálito de poesía y su chaqueta de tela<br />

gruesa, tal cual como si hubiera caído de una estrella o salido<br />

directamente de las sombras, para poder ser integrado, sin<br />

modificación alguna, a la ficción del espectáculo.<br />

Alberto, totalmente ajeno a estos pensamientos y proyectos,<br />

se estaba calentando en ese momento un trozo de la costilla<br />

de res asada que él había preparado el día anterior, con papas y<br />

tocino, una de esas recetas que había encontrado en un viejo<br />

cuaderno de su madre, escritas en francés sobre grandes hojas<br />

escolares ahora ya amarillentas y de frágil textura. Seguía conservando<br />

el excelente apetito del que había dado muestras desde<br />

la noche misma de su llegada, aunque él no dejaba de sorprenderse<br />

una y otra vez de esas ganas de comer de las que podía dar<br />

muestras a cualquier hora del día. Robert nunca había sido así,<br />

más bien era de poco comer, y él mismo, a pesar de que disfrutaba<br />

de la buena cocina, se había acostumbrado, con el paso de<br />

los años, a ser frugal en la mesa.<br />

Alberto había violado una ley no escrita de su casa, en<br />

verdad una entre muchas, la de que ahí no se desayunaba, a excepción<br />

del cafecito negro y del vaso de jugo, y se había mostrado<br />

capaz de ingerir carne, garbanzos o lo que fuese a esas<br />

horas tempranas de la mañana, lo cual él contemplaba con una<br />

125


mezcla de atracción y horror, pero en todo caso con una fascinación<br />

renovada día a día en el momento del pantagruélico desayuno.<br />

Le costaba hacer confluir mentalmente en su personaje<br />

ese apetito voraz con el titilar trémulo y tembloroso que también<br />

generaba, y casi sin darse cuenta se dedicó a revisar mentalmente<br />

los elementos de utilería que tendría que emplear para<br />

apoyarse en la construcción de un personaje como ése y que fuera<br />

verosímil, hambriento y titilante al mismo tiempo, tan fantasmal<br />

y tan corpóreo; pero por más que intentó imaginarlo, la<br />

figura no logró materializarse, todas sus variantes parecían tan<br />

incongruentes que terminaron por no dar cuenta de esa incongruencia<br />

esencial que él hubiera querido plasmar, de esa contradicción<br />

peculiar que caracterizaba a Alberto, que de pronto<br />

rebasaba toda su experiencia profesional anterior.<br />

Su fantasmagórico y oscilante personaje en ese momento<br />

se estaba cortando un grueso trozo de pan, sin oscilación ni<br />

titubeo alguno, con toda precisión más bien, moviéndose con<br />

aplomo y seguridad en esa cocina que no era suya, pero de la<br />

que parecía haberse apropiado sin remordimientos ni conflictos<br />

existenciales de ningún tipo.<br />

Había llegado con ese insólito ramo de flores de cardo,<br />

como salido de las tinieblas de un sueño, con su tez de color<br />

amarillento y arrastrando consigo un aire de otros tiempos,<br />

una nebulosa figura de gran apetito que le confesó que llegaba<br />

sin nada de dinero, que con lo que había salido de Mérida no le<br />

hubiera alcanzado ni siquiera para pagarse el pasaje a Caracas<br />

si no hubiera logrado convencer al chofer de que le permitiera<br />

viajar en el último puesto, a cambio de la exigua cantidad que<br />

llevaba consigo.<br />

Allá afuera se seguía oyendo el alboroto de los jugadores<br />

de carnaval y los gritos de alegría indicaban que una nueva<br />

víctima había recibido un baño inesperado.<br />

Se sirvió otra taza de té. Recordó cómo Alberto, al día<br />

siguiente de su llegada, luego de dormir doce horas continuas,<br />

le había dicho, sereno y con mirada altiva, estas breves<br />

126


y concisas palabras: soy actor. No dijo he trabajado en el teatro,<br />

ni que me gustaría actuar en alguna obra o algo parecido,<br />

sino eso, simplemente: soy actor. Se admiró de que ese muchacho<br />

no tuviera ninguna duda al respecto, de que hubiese<br />

encontrado su forma de estar en el mundo, y percibió que su<br />

imagen trashumante escondía el coraje de un ser mineral tenaz<br />

y forjado sólo para decir esas palabras, soy actor, manteniendo<br />

al mismo tiempo la mirada altiva y sintiendo que no hacía falta<br />

agregar más nada.<br />

Supo enseguida que lo iba a ayudar, aunque en verdad el<br />

muchacho ni siquiera había formulado una petición, quizás<br />

convencido de que podría lograr todo lo que se proponía sin<br />

apoyo alguno. Recordó a la Camila joven, que también había<br />

sido así, a la vez tímida y fuerte, incapaz de resolver en aquellos<br />

tiempos remotos los problemas más elementales de la vida<br />

cotidiana, pero con una tremenda confianza en su propio<br />

valer, con un orgullo que no era soberbia, sino fe en la propia<br />

vocación, y confianza absoluta de poseer el talento para lograr<br />

ponerla en práctica. Recordó que aquello había sido lo primero<br />

que lo había atraído de ella, esa apariencia de libertad y de<br />

estar más allá de cualquier contingencia; recordó cómo, siendo<br />

todavía sólo una extra en muchas de las obras que se montaron<br />

en esa época, cuando ella aún estudiaba en la Escuela de<br />

Teatro, interpretando ínfimos papeles en los que ni siquiera<br />

hablaba todavía, ya lograba meterse tanto dentro de aquellos<br />

roles insignificantes, que les otorgaba una especial luminosidad<br />

a los anónimos seres que encarnaba. Era como si llenara al<br />

personaje de un hálito de vida que obligaba al público a mirar<br />

solamente a esa campesina de entre muchas otras, o a esa novicia,<br />

o esa prostituta, dependiendo de la obra que se estuviese<br />

montando. Personajes sin espesor propio, sin raíz alguna en el<br />

argumento, pero que en la práctica terminaban atrayendo sobre<br />

sí la atención del público, a partir de una mínima reformulación<br />

que Camila les ofrecía. Con lo cual las hacía salir del anonimato,<br />

y la gente, desde el patio y desde las galerías, sentía<br />

127


una conmoción ante ese personaje de escaso volumen, pero en<br />

el cual se ponían de relieve todas sus posibilidades ocultas,<br />

gracias a la orientación que una actriz todavía igual de anónima<br />

les proporcionaba.<br />

En ese entonces ella era una chica delgada de líneas rectas,<br />

aunque no tenía nada de desgarbada, su figura se parecía a<br />

la de Audrey Hepburn, con sus formas largas y elegantes. Lo<br />

había deslumbrado en particular su espalda, esa curva amplia<br />

que delineaba con su espacio la magia de su presencia.<br />

De los papeles colectivos había pasado a interpretar<br />

otros ya un poco más destacados, aunque todavía secundarios,<br />

pero a los que siempre pudo configurar con un matiz<br />

peculiar, sobre todo a partir de cierta ironía que le permitía<br />

distanciarse un poco de sus personajes, para luego regresar a<br />

ellos con una ternura carente de sentimentalismos.<br />

Desde muy joven tuvo una manera absolutamente personal<br />

de abordar sus papeles, audaz y agresiva, como si nunca nadie<br />

antes de ella hubiera interpretado al personaje en cuestión,<br />

como si el escritor, quién sabe cuántos siglos atrás, hubiera escrito<br />

esa obra pensando exclusivamente en ella, para que ella<br />

diseñara su rol como si fuera la que lo estuviera estrenando.<br />

Cuando empezaron a trabajar juntos permanentemente,<br />

luego del éxito de Madre Coraje, en particular de Camila en<br />

el papel de Katryn, se acostumbraron a salir todas las noches,<br />

finalizados los ensayos, para irse a beber algo en las tascas y<br />

marisquerías de La Candelaria. Él vivía no lejos de ahí, en un<br />

edificio cercano al Parque Carabobo, por los lados del Liceo<br />

Andrés Bello, cuyo teatro dirigió algún tiempo, ilusionado de<br />

volver al lugar donde habían transcurrido sus años de estudiante.<br />

La ilusión le duró muy poco, pues todo había cambiado<br />

demasiado, y el director del Liceo pretendió inmiscuirse<br />

en lo que él hacía y ejercer un control que no estuvo dispuesto<br />

a soportar, de manera que renunció al poco tiempo.<br />

Recordó la expresión de felicidad de Camila el día<br />

que, caminando por el mercado de Chacao, encontraron las<br />

128


piezas exactas que le servirían para vestir a un personaje que<br />

estaba comenzando a trabajar en ese momento. A cada papel<br />

se entregaba intensamente, y se ocupaba personalmente de<br />

cada detalle, conviviendo con el ser que interpretaba. Jugaba<br />

a ser el personaje y ese juego la divertía, aunque nunca perdía<br />

su profesionalismo, y lo único que la desesperaba era la<br />

imposibilidad de sentarse en medio del público para poder<br />

verse a sí misma y percibir los efectos que generaba. En eso<br />

el cine quizás era más gratificante, aunque ahí todo era muy<br />

distinto, en verdad no se podían comparar.<br />

Se quedó pasmado al escuchar que Alberto estaba batiendo<br />

unos huevos, evidentemente para prepararse una tortilla<br />

o algo así. Lo contempló casi con repugnancia, incapaz de<br />

comprender que alguien pudiera atracarse de comida de esa<br />

manera, devorar con tanta avidez un alimento tras otro, ofendiendo<br />

el buen gusto y hasta los valores de la estética. Dentro de<br />

él comenzó a nacer una cierta irritada sospecha de que el tipo<br />

fuese un farsante, o, más bien, que él se hubiese engañado en<br />

relación al muchacho, que hubiese depositado su confianza y<br />

su aprecio, que eran en verdad lo más valioso que él podía ofrecer,<br />

más que todos sus conocimientos de teatro o sus vínculos en<br />

el medio, en una persona que no era merecedora de ellos y que<br />

él, a fin de cuentas, estaba haciendo el papel de idiota, embelesado<br />

con un muchachito a quien de pronto percibió más como<br />

salido de la picaresca que de toda esa puesta en escena idílica y<br />

etérea que él había inventado para un personaje creado por su<br />

imaginación, a quien había soñado en su necia fantasía como a<br />

un hijo ideal, a través de toda clase de transacciones mentales<br />

de las cuales sólo él, imbécil que era, tenía la culpa, puesto que<br />

Alberto no podía ser responsable en ningún caso de que a él<br />

le diese por tener delirios, sufrir de alucinaciones o perder el<br />

contacto con la realidad para aventurarse en inferencias carentes<br />

de todo sustrato objetivo.<br />

Una sorda cólera se apoderó de él y estuvo a punto de<br />

encararse con el muchacho, aunque terminó por refrenarse,<br />

129


para no hacer el ridículo doblemente. ¿Qué le podía reprochar?<br />

¿Que comiera demasiado? ¿Que no encajara dentro de los<br />

moldes que él, arbitrariamente, le había fabricado? ¿Que en<br />

contra de sus expectativas, en vez de sacar de algún sitio oculto<br />

un laúd y entonar una balada medieval, se fajara a comer a dos<br />

carrillos, en lugar de recitar de memoria algún soneto o revolotear<br />

como un duende? No era una apariencia irreal hecha carne,<br />

demasiada carne más bien, dictaminó finalmente, como<br />

quien, después de haber creído con ingenuidad de criatura en<br />

el Niño Jesús y en sus infaltables regalos debajo del árbol, se daba<br />

de cabeza en contra del muro, no de las lamentaciones, sino<br />

del de la verdad, el cual, a fin de cuentas, no dejaba de conducir<br />

en la mayoría de los casos a tener que deshacerse en lamentos.<br />

Terminó de tomarse el té. La luz de la tarde empezó a colarse<br />

por la ventana y las voces de los jugadores de carnaval se<br />

fueron atemperando. Se acordó de las muchas veces que su padre,<br />

a quien la historia había hecho tan desconfiado, le había<br />

aconsejado que no se confiara tanto de la gente y que no depositara<br />

tantas ilusiones en ella. Se acordó también de sí mismo<br />

como el joven con aires de superioridad que descalificaba mentalmente<br />

lo que pensaba en ese entonces que eran palabras<br />

superficiales del padre, típicas palabras de una clase media europea<br />

que se había quedado a mitad de camino entre la grandeza<br />

y la abyección, anclada en la mediocridad. Él se sentía<br />

seguro de que aquí en la América Latina donde él se había criado<br />

y a la cual se sentía pertenecer plenamente, esas medias<br />

tintas no tenían lugar, aquí la gente se entregaba del todo y<br />

apostaba por el destino con su ser entero. Hacía años que le había<br />

nacido un acre sentimiento de solidaridad con el padre, con<br />

el cual compartía ya el descreimiento, aunque, como estaba<br />

siendo evidente en este caso, sin tenerlo internalizado realmente,<br />

propenso a recaer una y otra vez, con todos los agravantes.<br />

Ahora le hubiera gustado retomar esa conversación con el viejo<br />

o, más bien, iniciarla realmente, puesto que él nunca le había<br />

prestado atención en verdad a esas grandes parrafadas, carga-<br />

130


das de retórica, de las que se valía su padre. Pero esa oportunidad<br />

se había clausurado y ya él no le podría decir, viejo,<br />

cuánta razón tenías en muchas de las cosas que dijiste, dime algo<br />

más, ahora sí te escucho, padre. Te escucharía, si pudieras recuperar<br />

tu voz, aunque fuese sólo por un insignificante instante.<br />

Sin duda, constató con aspereza, él se estaba volviendo<br />

viejo. Sólo pensamientos mágicos se cruzaban por su mente, y<br />

su razón, hasta ahora en general tan alerta, parecía haber entregado<br />

la guardia. Había sido el soporte principal de sus actos durante<br />

toda su existencia, poblada de acontecimientos azarosos,<br />

aventuras y desventuras, heroicidades y miserias, pero sustentada<br />

siempre sobre el pensamiento, aunque, también tenía que reconocerlo,<br />

con un perenne espacio abierto para la imaginación.<br />

Recordó la primera vez que vio desnuda a Camila, tan<br />

joven, el cuerpo alargado y delgado, echado sobre la cama,<br />

ofreciéndose con naturalidad, aunque de alguna manera el<br />

miedo y el pudor se colaban en el gesto de los brazos, cruzados<br />

sobre el pecho para taparse los senos.<br />

Su vínculo, nacido sobre las tablas y no entre las cuatro<br />

paredes de una casa, nunca llegó a convertirse en una llama<br />

domesticada. En el teatro entraban en un juego siempre renovado,<br />

en el registro del encantamiento y de los escenarios de<br />

fábula y de la invención. Después se iban juntos, en medio de<br />

las sombras de la noche, pero ningún hogar los esperaba, aunque<br />

sí muchos rincones acogedores de la ciudad, ideales para<br />

tomarse unas copas de vino o de brandy. Ella no quería otras<br />

opciones, no quería amarrarse y no soñaba con casas, sino<br />

con escenarios. A él también le fascinaba todo eso, pero al<br />

mismo tiempo la imagen del hogar estaba demasiado arraigada<br />

en él y no dejó de ser en ningún momento una nostalgia,<br />

un innominado deseo venido de muy atrás, quizás desde el espanto<br />

del propio judío errante, condenado a andar sin cesar<br />

y sin poder establecerse jamás en ninguna parte.<br />

A Camila ni siquiera se le ocurría considerar la idea de tener<br />

una casa, organizar un hogar y mantener un orden doméstico.<br />

131


Eran jóvenes, se amaban, vivían al día, tenían dónde encontrarse,<br />

y todo lo demás a ella le parecía un estorbo, algo que<br />

podría interferir en su apasionada relación con el teatro, lo cual<br />

definitivamente no estaba dispuesta a permitir. Él no se atrevía a<br />

pronunciar ni una palabra al respecto. A veces titubeaba, cuando<br />

la oía renegar de las comidas de los restaurantes y de las incomodidades<br />

de su vivienda precariamente provisional, y pensaba que<br />

ése sería justo el momento adecuado para ofrecerle una alternativa,<br />

pero luego desistía, porque estaba convencido de que ante esa<br />

perspectiva todas sus molestias pasarían a segundo plano y sólo<br />

consideraría los inconvenientes que representaría todo eso en su<br />

trabajo de actriz.<br />

El sistema de vida impuesto por ella funcionó por años, y<br />

en verdad dio buen resultado, eso no lo podía negar. Pero él nunca<br />

dejó de añorar una cotidianidad más convencional, que permitiese<br />

cerrar los límites de una libertad que a veces se le hacía<br />

demasiado pesada, confinarla en un mundo que sólo fuera de<br />

ellos, en donde los diálogos se desgastaran en la rutina del día a<br />

día, lejos de las grandezas mitológicas y más allá de las luces de<br />

las tablas. Pero a Camila sólo le interesaban las cortinas del<br />

escenario, no los visillos de una cocina, sino el grueso telón<br />

principal y las cortinas de tul que bajaban cuando querían representar<br />

los sueños de algún personaje.<br />

Quizás fue la añoranza de un hogar lo que lo impulsó a<br />

clausurar una libertad que se le hizo insoportable, y entonces<br />

terminó casándose con una joven actriz para quien él era el<br />

dios a través de cuyos ojos percibía el transcurrir del mundo.<br />

Como no podía ser de otra manera, el matrimonio resultó un<br />

desastre, y de ese paraíso convertido en infierno la muchacha<br />

un día huyó, dejando tras de sí no sólo al marido, sino también<br />

a la criatura que había nacido de esa azarosa unión.<br />

Él nunca dejó de trabajar con Camila y su lugar de encuentro<br />

natural nunca dejó de ser el teatro. Pasaban semanas<br />

enteras ensayando una escena y luchando con ella. Igual a<br />

como lo estuvo haciendo él ahora con la escena que intentó<br />

132


vislumbrar, desde comienzos de la tarde, y de la cual se había<br />

alejado tanto, sin llegar a encontrar ninguna imagen convincente,<br />

ni noción alguna en cuanto a lo que realmente quería<br />

lograr. Le parecía que en todo lo que había brotado de su<br />

mente no había nada que sirviese para algo, y que tendría<br />

que desechar todo eso y comenzar de nuevo. Sabía que le<br />

bastaría tomar el teléfono y llamar a Camila, y que ella sin<br />

duda se esmeraría en ayudarlo y trataría de pensar y de soñar<br />

junto con él la escena, pero ya nada era como antes, de modo<br />

que su mano no se movió en dirección al aparato. Iba a ser<br />

necesario enfrentarse solo al hecho de tener que trabajar de<br />

nuevo mentalmente ese montaje, en otra oportunidad en la<br />

que estuviera mejor dispuesto, definir el estilo y el lenguaje,<br />

revisar el libreto y reencontrar el espíritu dominante, y entretejer<br />

todas esas ideas e imágenes dispersas que se le habían<br />

ido ocurriendo y crear con ellas algo nuevo y coherente, producto<br />

de esa chispa que tendría que brotar en algún momento,<br />

pero que definitivamente durante esta tarde no se había<br />

querido prender.<br />

Olvidado de la escena, pudo ahora volver a pensar, con<br />

dolor y con rabia, en otra problemática que lo preocupaba, la<br />

constatación de que en los años setenta funcionaban en Caracas<br />

catorce salas de teatro, la mayoría de ellas con compañías estables,<br />

todas llenas de vitalidad, colectividades entusiastas que estaban<br />

al día con lo que sucedía en el exterior en el mundo del<br />

espectáculo, pero también con toneladas de inventiva propia,<br />

innovadores y renovadores. Los grupos viajaban a festivales y<br />

regresaban trayendo las experiencias del intercambio, para incorporar<br />

de manera no mecánica en el trabajo propio aquello<br />

que habían visto en otros lugares, y con la feliz convicción<br />

de que lo que ellos habían aportado también sería útil y<br />

valioso para los que los habían visto allá en el exterior. Fue<br />

una época de intensa experimentación, con algunas propuestas<br />

realmente radicales, cuyas huellas todavía seguían presentes,<br />

más de veinte años después, en estos tiempos sin recursos<br />

133


económicos ni alicientes, tiempos de miseria y disolución, en<br />

verdad pocas opciones tenían los jóvenes, ni para el escenario ni<br />

para la casa, mucho menos para una elección libre entre ambos,<br />

puesto que los dos estaban prácticamente fuera de su alcance.<br />

El pensar todo eso lo puso definitivamente de mal humor.<br />

¿Qué herencia cultural y moral le estaban dejando a la juventud?<br />

¿Podía ser esto el resultado de todo lo que soñaron y por lo que<br />

habían luchado? El futuro por el que hubieran estado dispuestos<br />

a dar la vida ya estaba aquí, era este presente deleznable que parecía<br />

estarse deslizando hacia mundos dislocados y atrofiados<br />

carentes de límites y cuyo final no se vislumbraba.<br />

En ese momento Alberto entró a la sala y se sentó frente<br />

a él. En sus manos traía la vieja guitarra que Robert había<br />

dejado de usar hacía ya tanto tiempo. Lo miró con sus ojos<br />

escrutadores y luego, sin decir palabra, se dedicó a ajustar las<br />

cuerdas y a afinar el instrumento. La suerte de fascinación<br />

que el muchacho ejercía sobre él lo invadió instantáneamente.<br />

Se sintió afortunado de haber podido dar albergue a ese<br />

chico que había venido hasta su casa trayendo en sus manos<br />

una flor que era símbolo de fidelidad y el cual ahora se disponía<br />

a pulsar la guitarra.<br />

Los dedos empezaron a recorrer las cuerdas, haciendo<br />

brotar un tenue sonido sostenido, como un rumor suave, liviano<br />

como el aire o como la filigrana de los sueños.<br />

Era quizás una serenata o una canción de amor, un tañido<br />

que se fue haciendo cada vez más oscuro, hasta el acorde<br />

final, tras del cual los dedos permanecieron quietos en<br />

reposo sobre el instrumento.<br />

134


10<br />

Parecía salida de un medallón antiguo, con el collar de cuero<br />

trenzado y su expresión acorde con el alucinante vestido, o quizás<br />

más bien desprendida de una revista de alta costura, con<br />

sus aires de modelo famosa. Se miró en el espejo, complacida,<br />

y vio el largo cuello mostrando la emblemática posesión de<br />

aquello que le permitiría dar los pasos para recuperar al hombre<br />

que debía pertenecerle.<br />

Nunca se hubiera imaginado que Gloria, la hermana de<br />

Patricia, cumpliría sus exigencias hasta tal punto, y que, mientras<br />

sonaba la música, sus ojos precisos percibirían el destello<br />

del collar cayendo a tierra, un accidente hecho a la medida,<br />

indudablemente dispuesto por la providencia. Menos mal que<br />

Gloria había tenido los ojos fijos en Gabriel todo el tiempo,<br />

para eso la había enviado, en representación de ella misma,<br />

porque claro, era obvio que ella no podía ir, eso era una cuestión<br />

de orgullo. Así que Gloria estuvo constantemente pendiente<br />

de Gabriel, para poderle contar a ella todo con lujo de<br />

detalles, y por eso fue que vio la caída del collar. Seguramente<br />

nadie más se dio cuenta.<br />

El anuncio había ofrecido hacer volver a la persona<br />

amada a los brazos que la esperaban, y una gran maestra prometía<br />

hacer y deshacer cualquier tipo de trabajo. Ella la había<br />

llamado, y la maestra, que era una verdadera consejera<br />

espiritual, después de darle muchos ánimos y decirle cosas<br />

muy bonitas, le había ordenado traerle un objeto personal del<br />

135


hombre a quien había que hacerle el trabajo. Y ahora ella había<br />

conseguido el collar, el cual, con toda seguridad, le permitiría<br />

lograr cumplir su voluntad y hacer que la tipa, la tal<br />

Sonia, que pretendía burlarse de ella, viviera en carne propia<br />

lo que era enfrentarse a un mal destino. Las cuentas del collar,<br />

esas piezas cuadradas, medirían el largo del tiempo que le<br />

quedaba, y entonces la porquería esa de la Sonia sentiría en<br />

su propio cuerpo que le caían todas las enfermedades, esa<br />

mosquita muerta que tendría que desaparecer del universo.<br />

Con seguridad este procedimiento finiquitaría de una sola<br />

vez, y de un modo definitivo, la carencia de rumbo de la vida<br />

de ella, y le señalaría el camino por el cual debería en lo<br />

sucesivo marchar triunfante. La alegría volvería a su existencia,<br />

la felicidad le llegaría, y ella luciría entonces su precioso<br />

vestido para Gabriel.<br />

Ya tengo el remedio para que me recuerde, él vendrá<br />

por sus propios pasos, a mi demanda responderá y nuestras<br />

bodas celebraremos. Sobre la mesa están puestas las cartas y<br />

este collar es prenda de que el destino nos reunirá. Es como<br />

un relicario dentro del cual se concentra la esperanza, y todo se<br />

cumplirá, y habrá una segunda oportunidad para mí.<br />

Menos mal que no me resigné, y ahora colocaré el collar<br />

en el baño de raíces que la maestra me indicó, y rezaré la oración<br />

que ella me dio, dadme el favor de que sus pasos se enderecen<br />

hasta esta casa y así se reúna conmigo, y eso una verdad<br />

será, por su propio bien él emprenderá ese camino, y entonces<br />

se producirá el encuentro, que será el verdadero. Yo estaré<br />

aquí esperándolo y mi sueño por fin se cumplirá.<br />

Al fin podría saber a su amado de su propiedad, y entonces<br />

él la contemplaría como siempre, a sus cabellos que<br />

parecían chorrear gotas de agua, y miraría en lo más profundo<br />

de su ser, la vería tal como era ella, y entonces la rodearía<br />

con sus brazos y sería como si en el mundo entero sólo estuvieran<br />

ellos dos, y entonces descenderían dentro de la noche,<br />

136


hasta el interior profundo de sus excesos, sintiendo un roce<br />

antes nunca sentido.<br />

Las fuerzas que le permitirían ir por ese camino serían<br />

conjuradas por este objeto encontrado, por este amuleto que<br />

ella, la diosa de las aguas, no se quitaría del cuello hasta lograr<br />

cambiar su suerte. Hasta que él recordara, hasta que tuviera<br />

la revelación de cómo era ella, de cómo bebían el uno de la boca<br />

del otro, de cómo se habían amado. Este collar, de piezas<br />

cuadradas de distinto tamaño, señalaría los límites de la entrega,<br />

la presencia de ella desnuda, traspasada por el deseo, bajo<br />

el renovado contacto de antiguas huellas, propiciadas por las<br />

artes de la gran maestra. Ella, erguida en su magnífica figura,<br />

sabría hacer reflejar de una forma distinta el llamado que se<br />

desprendería del collar marrón, y los murmullos enamorados<br />

tendrían en ese objeto su punto de apoyo.<br />

137


11<br />

Francisco hacía todo lo que estaba a su alcance para convertirse<br />

en un miembro más del conjunto. Pero había un cierto<br />

espíritu de grupo que no lograba atrapar. No conocía las historias<br />

comunes, ni captaba al vuelo los cuentos que los demás<br />

contaban, ni descifraba las palabras que condensaban<br />

largas referencias que él ignoraba. Frecuentemente, cuando<br />

en medio de sus múltiples desconocimientos se encontraba<br />

junto a los demás integrantes de Ciudad Sitiada, se sorprendía<br />

a sí mismo abstraído, con las ideas ocupadas en otros asuntos.<br />

A veces le parecía que hablaban un idioma desconocido,<br />

o que, aunque emplearan las mismas palabras que él utilizaba,<br />

lo hacían con un sentido que resultaba imposible descifrar.<br />

Era como si unas telarañas muy sutiles e invisibles, pero<br />

firmemente tejidas, lo separaran de ellos.<br />

Sentía que él navegaba en una canoa aparte, a un costado<br />

de la barca en la que estaba el resto. Tocaban la música<br />

juntos cuando se celebraba algún concierto, él en el bajo, pero<br />

luego una cierta oscuridad se obstinaba en impedir el conocerse,<br />

y entonces él se abstraía, en medio de aquellos que<br />

había creído que serían sus amigos. Terminaba por parecer<br />

estar siempre en otra parte, con todo ese esplendor que se le<br />

escapaba. Su tristeza entonces se asomaba sin remedio, al sentirse<br />

ajeno a tanta maravilla que había existido antes de él y<br />

que se negaba a entregársele.<br />

139


Un día un pensamiento que debió de estar sumergido en<br />

alguna zona primaria de su mente ascendió de golpe, y entonces<br />

se dio cuenta de que no era una cuestión de tiempo lo<br />

que engendraba el que se sintiese tan miserable, sino la existencia<br />

de un modelo que irradiaba sobre el conjunto una confiada<br />

convicción de pertenencia, lo cual les proporcionaba a<br />

ellos la seguridad y a él la desazón que lo recorría. Entonces<br />

sintió una presión distinta, que lo empujó a plantearse la necesidad<br />

de innovar y de ser diferente a todos aquellos que veía tan<br />

compenetrados entre sí.<br />

Supo entonces, con orgullo, que sería capaz de ofrecer<br />

todo lo que podría aportar, y que lograría hacerlo por sí mismo.<br />

Mientras tanto, aceptaría con dignidad el lugar marginal<br />

que ahora ocupaba, con el mismo respeto con el que miraba<br />

la belleza de la flexibilidad de su propio cuerpo, dentro del<br />

cual corría la sangre que lo impulsaba.<br />

140


12<br />

Alberto sintió dentro de sí removerse el espíritu de juego que en<br />

ocasiones lo traspasaba y lo envolvía, para devolverlo al mundo<br />

de la niñez, al cual siempre terminaba asociando con la figura de<br />

su padre, viéndolo usar el lápiz y el carbón, empleando antiguas<br />

técnicas que a su vez él había aprendido de su padre, trazando<br />

unos rasgos que traían resonancias de tiempos antiguos, y que<br />

generaban una calidez compartida, allá en medio del frío del páramo.<br />

Esa calidez a veces se atemperaba cuando optaba por utilizar<br />

colores de tonos grisáceos o de pizarra, o la iridiscencia<br />

de los huesos, unos colores que no parecían ofrecerse para el<br />

amor, pero a los que su padre amaba intensamente, en ese<br />

mundo parco al que pertenecía.<br />

Con los ojos semicerrados pensó en las largas lluvias<br />

que debían estar cayendo ahora allá en su tierra, y se preguntó<br />

acerca del probable quehacer de la gente de su casa, esa casa<br />

tan insignificante en su pequeñez, rodeada del aire de la<br />

montaña, al cual sólo podía oponer su propio aire de desamparo.<br />

Sintió hambre, esa condición que lo invadía en los momentos<br />

más inesperados, haciéndose sustancia de su cuerpo más<br />

allá de su voluntad. Era un hambre estrafalaria que se presentaba<br />

como un temblor en el interior de sus entrañas y que no le permitía<br />

retardar ni un minuto el acto de ir a la cocina o a donde fuese<br />

para procurarse alimentos, y hasta una botella, si fuera<br />

posible, en un impulso de vida desaforado que se agazapaba detrás<br />

de su aspecto sereno y soñador, incorporado indeleblemente<br />

a la materia de su ser.<br />

141


En la cocina encontró unos bocadillos de membrillo<br />

que de alguna manera indirecta le recordaron de nuevo el<br />

mundo de su infancia, el desván al que lo mandaban cuando<br />

estaba castigado, sin sospechar que ése era para él el lugar<br />

más amable de la casa, en el cual los objetos le hablaban con<br />

palabras que sólo él comprendía, y él los interrogaba una y<br />

otra vez, con una curiosidad siempre renovada, un extraño espacio<br />

que para él fue como una ermita, santuario del cual era<br />

el único ermitaño, torre de prisión que no cumplía sus funciones<br />

y que parecía más bien llevarlo a un tiempo de otras dimensiones.<br />

Además, era el lugar en donde se atracaba de golosinas, a<br />

los que tenía el buen cuidado de ir almacenando ahí, en un depósito<br />

oculto en el que abundaban los bocadillos de guayaba,<br />

tan comunes en la región.<br />

Ahí fue también donde comenzó a leer, empezando<br />

por los primeros <strong>libro</strong>s que el azar colocó en sus manos, como<br />

en general suele suceder, y que en el caso de él ese azar<br />

quiso que fueran obras de teatro, quién sabe qué ancestro había<br />

arrumbado ahí alguna vez unos delgados volúmenes de Chéjov<br />

y de Shakespeare, de Ibsen y de algunos más que ahora<br />

ya no recordaba muy bien, aunque eso no había sido hacía<br />

tanto tiempo. El desván se convirtió en su primera sala de teatro<br />

y en su primer escenario, sin público ninguno, cuya presencia<br />

de todas maneras aún no le hacía falta. Al principio se<br />

dedicó a intentar componer él también obras que hiciesen volar<br />

la imaginación, como lo habían hecho las que había leído, en<br />

esa cueva de maravillas que era el desván, pequeño rincón en el<br />

que él ingería cosas de un tipo y de otro, tales como bocadillos<br />

de frutas y novelas de Rómulo Gallegos, que también las<br />

había, perdiéndose tras la búsqueda de quimeras y descubriendo<br />

mundos ocultos, vencida su resistencia inicial y entregado<br />

ya sin reservas, en medio del silencio sólo interrumpido por<br />

el leve roce del paso de los ratones, con los cuales había aprendido<br />

a convivir en ese espacio de revelación y penumbra.<br />

Una vez fracasados sus incipientes intentos de escribir<br />

obras prodigiosas, decidió utilizar la boca no solamente para<br />

142


introducir alimentos en ella, sino también para modular las<br />

palabras que habían sido escritas para esa multitud de personajes<br />

que, a través de su voz, empezaron a poblar el desván.<br />

Él los convocaba y ellos llegaban, puntuales, a ese lugar cuyas<br />

paredes parecían desleírse para dar paso a la ciudad de<br />

Tebas, con su espacio público delante del palacio de Edipo,<br />

o, por el contrario, se hacían más cerradas e íntimas de lo que ya<br />

eran, transformándose en alguna de las alcobas a las que ingresaba<br />

Don Juan.<br />

Él se ponía de pie y entonces se iniciaba, en ese sitio<br />

insospechado, la milenaria ceremonia del teatro. Al principio<br />

recitaba desmañada y torpemente, pero luego logró soltar la<br />

voz, modularla de acuerdo al carácter de cada personaje, algo<br />

así como entonarse a sí mismo, afinarse de acuerdo con<br />

las necesidades de cada uno de ellos, el altivo y el humilde, el<br />

bondadoso y el malvado, cualquiera que le salía al paso en<br />

ese juego en el que imágenes y fantasmas se corporeizaban a<br />

través de él, artista adolescente que entre actuación y actuación<br />

mordía su verde manzana, allá en ese rincón perdido del<br />

mundo, los labios pronunciando palabras que no eran suyas,<br />

pero que ya eran tan propias como si desde el origen mismo<br />

de su vida le hubieran pertenecido.<br />

Encerrado ahí interpretó, o soñó interpretar, a piratas y<br />

a exploradores y a gigantes y a labradores arreando algún burro,<br />

hasta que su padre venía a buscarlo, arrepentido del castigo,<br />

y lo abrazaba al liberarlo, y entonces él lo abrazaba<br />

también, acongojado por haber sido liberado y por tener que<br />

dejar ahí solos a todos esos personajes que habían acudido de<br />

tan buen grado a su llamado. Su padre le pasaba la mano por<br />

la cabeza, por los cabellos enmarañados, y trataba de borrar<br />

con alguna confusa y balbuceante explicación las huellas de<br />

lo que había tenido que hacer, argumentando que era por el<br />

bien de él, en lo cual en verdad no se equivocaba en nada,<br />

aunque ni siquiera sospechaba hasta qué punto era cierto lo<br />

que decía.<br />

143


De todas maneras los castigos se siguieron repitiendo,<br />

aunque cada vez más distanciados, pero él aprendió a escurrirse<br />

en el desván por su propia cuenta, en aquellas horas en<br />

las que sabía que no sería descubierto. Ya para ese entonces<br />

había tomado la indoblegable decisión de dedicarse al teatro,<br />

y hasta había hecho un juramento solemne en cuanto a ello.<br />

Muchos de los discursos de sus personajes se los sabía<br />

de memoria, y los recitaba para sí mentalmente, en cualquier<br />

momento, y eran ésos los instantes más felices del día, o de la<br />

noche, aquellos en los cuales se abstraía de tal manera que a veces<br />

ni cuenta se daba de lo que sucedía a su alrededor. El viento<br />

podía pasar silbando, azotando y batiendo el mundo circundante,<br />

haciendo vibrar las campanas de la iglesia y arrastrando consigo<br />

todo lo que encontraba a su paso, que él sólo percibiría las palabras<br />

de Yago, que repetía en sus adentros, aquellas que hablaban<br />

de la fidelidad hasta la muerte, traidoras palabras que escondían<br />

la falsedad y el crimen, allá en la lejana Venecia, y entonces, ahora<br />

sí, se imaginaba al local del teatro lleno de espectadores, el público<br />

aplaudiendo largamente, y él, entonces, en lo más hondo de<br />

su ser albergaría a Yago, con la expresión con la que se veía en el<br />

espejo al interpretarlo, los ojos brillantes, el cabello luminoso, la<br />

mirada cargada de malicia, en los labios una sonrisa levemente<br />

torcida, la seducción y la capacidad de cautivar personificadas.<br />

Cuando finalmente su padre descubrió sus intenciones,<br />

él se sintió tan criminal como Yago traicionando la confianza<br />

que el crédulo Otelo había depositado en él. Era el<br />

menor de los hijos, el más consentido, y tuvo que tragar<br />

grueso cuando su padre le dijo, le gritó más bien, que nunca<br />

permitiría semejante locura, y que ya podía olvidarse de esas<br />

estupideces, más le valía arrancarse todas esas ideas de la cabeza<br />

de una sola vez, porque él no pensaba volver a discutir<br />

el tema, ya podía considerarlo definitivamente clausurado.<br />

Él en ese entonces no se atrevió a enfrentarlo, sino que,<br />

derrotado y avergonzado, se escurrió fuera de la casa, para<br />

ponerse a vagar por las calles oscuras y empedradas, la luna<br />

144


menguante iluminando apenas las casas rectangulares, todas<br />

muy bajitas, como mucho de dos pisos, desde una de las cuales le<br />

pareció que lo miraba una calavera asomada por la ventana.<br />

Se estuvo recorriendo el pueblo durante horas, sin ningún<br />

deseo de volver a casa, y sin hallar tampoco una manera<br />

digna de hacerlo, por una parte demasiado alterado y dolido<br />

por causarle dolor al padre, pero por la otra firmemente decidido<br />

a no ceder, por más grande que fuese ese dolor.<br />

Su padre hubiera querido que él aprendiera a dibujar y a<br />

grabar en madera, en el tibio ambiente de su taller, en el cual<br />

ardía el leño en la chimenea, inclinados los dos juntos sobre la<br />

mesa de trabajo. Ahora seguramente lo daría por muerto. Él le<br />

había regalado los lápices de dibujo para que aprendiera a delinear<br />

el contorno de las figuras y a ensombrecer los volúmenes,<br />

para que les diera cuerpo con mano firme, y soñaba con el<br />

cuadro que pintaría alguna vez, como lo habían hecho sus antepasados<br />

en épocas remotas, en otras tierras, fantasmales familiares<br />

que presionaban desde el pasado para ver coronada<br />

la magna obra comenzada por ellos, depositando sobre este<br />

muchacho que los representaba el peso asfixiante de su afecto<br />

y de sus esperanzas. Tú eres nuestro descendiente, no lo olvides,<br />

nosotros siempre estaremos detrás de ti, no lo olvides,<br />

ningún otro interés debe guiar tus pasos.<br />

La noche multiplicó sus temores y potenció la sensación<br />

de que sería derrotado, de que no iba a ser capaz de enfrentar a<br />

una legión semejante. Pero luego se vio a sí mismo de pie en el<br />

escenario, vuelto hacia el público, interpretando alguna de esas<br />

inmortales historias que lo habían cautivado, y entonces supo<br />

que no habría familia en el mundo capaz de cobrarle una deuda<br />

que él no había contraído, y que él no estaba obligado a pagar,<br />

dentro de los límites de su breve existencia humana,<br />

ningún impuesto para obtener el permiso de realizar aquello<br />

para lo cual se sentía llamado.<br />

Ahora, aquí en la casa de Philippe, comió un poco más<br />

del dulce de membrillo y se sentó en una butaca, vuelto hacia<br />

145


la puerta por donde ella tendría que hacer su entrada. Ya había<br />

llegado, pero se dirigió, antes que nada, al baño. Él anhelaba<br />

descubrirla y a su vez ser descubierto, con plena conciencia<br />

del momento que estaba viviendo, sabiendo el encanto<br />

que ella era capaz de generar, y consciente también, sin falsas<br />

modestias, de su propio encanto. Este tiempo sería de<br />

ellos y era un instante que nunca volvería, apenas un pulsar el<br />

cómo se caerían el uno al otro, dos seres rendidamente entregados<br />

al escenario, artistas capaces de moverse con soltura en las<br />

tablas y sintiéndose trastocados cada vez que ingresaban a una<br />

sala de teatro. Se preguntó si ella sería tal como la había visto en<br />

el cine y en la televisión, puesto que nunca había tenido oportunidad<br />

de verla en directo en el teatro, el cual, sin embargo, era su<br />

escenario natural.<br />

Cuando finalmente Camila entró, acompañada por Philippe,<br />

ella supo de inmediato que éste no había exagerado.<br />

Por un momento creyó que, llevado por su inveterado quijotismo,<br />

había idealizado a ese chico del que le había hablado<br />

tanto. Ciertamente tenía razón Philippe al decir que el muchacho<br />

generaba una concentrada presencia de vida, y que de él<br />

emanaba un algo secreto que parecía marcar todos sus gestos.<br />

Supo también que el bastión de soledad que Philippe había<br />

levantado y preservado con tanto empeño y durante tanto<br />

tiempo por fin había sido invadido decisivamente, y que él<br />

ahora se permitiría a sí mismo dejar fluir todo el potencial de<br />

sentimientos represados tras de su apariencia áspera y carente<br />

de indulgencia.<br />

La actriz que había acumulado una madura experiencia<br />

a lo largo de su vasta carrera y el joven actor que recién se<br />

estaba iniciando, saborearon lentamente el jerez que Philippe,<br />

asumiendo el papel de director de la entrevista, les había<br />

servido. Él mismo había preparado la comida. Trajo la<br />

cazuela de barro en la cual se hallaba el fricasé bañado con<br />

una espesa salsa de crema de leche y el jugo de los ingredientes<br />

usados.<br />

146


Se sentía orgulloso de la simplicidad clásica de los platos<br />

franceses, en los cuales podía confiar con toda seguridad,<br />

nunca lo dejarían mal parado. Como siempre, se había tardado<br />

todo lo necesario en su preparación, y había evitado caer<br />

en la tentación de aumentar la llama de la hornilla cuando el<br />

olor que empezó a desprenderse de la cazuela le indicó que<br />

gran parte de la cocción ya se había cumplido. Camila lo<br />

ayudó a servir, regocijándose desde ya, con la mirada, por los<br />

sabores que el aspecto del cocido prometía, los cuales, ciertamente,<br />

no la defraudaron. Alberto, que en verdad no era<br />

ningún gourmet degustador de sutilezas, sino un fiero devorador<br />

de lo que fuese, hizo honor a su fama hiperbólica, en<br />

cuanto a ser capaz de tragarse cualquier cantidad de comida.<br />

—Estaba recordando —dijo Philippe— un fricasé de<br />

conejo que hacía mi abuela, allá en la Borgoña, con vino tinto, y<br />

cómo me gustaba esperar que todo ese pastoso líquido rojo empezase<br />

a borbotar, antes de ponerse a hervir en forma. Uno parecía<br />

ver la sustancia del calor haciéndose materia.<br />

Camila levantó la cara, inclinada sobre el plato, y lo miró<br />

sonriente. Mucho tiempo había pasado desde la última vez<br />

que Camila lo había mirado así. Una imagen hizo su aparición<br />

en su mente, del todo inesperada, la de Camila girando ante él,<br />

riéndose, feliz, la blusa flotando a causa de sus movimientos,<br />

abriéndose poco a poco, hasta dejar ver sus senos pequeños y<br />

redondos. Un trozo de vida, un trozo de sueño.<br />

Le devolvió la mirada, agradecido y en silencio, y luego,<br />

tratando de reingresar a la realidad, comenzó a contar otra historia,<br />

ésta acerca de un loco que llegó una vez a la Escuela de<br />

Teatro, justo en el momento en el que él estaba explicando algo<br />

sobre la obra de Gogol, el Diario de un loco, una de esas coincidencias<br />

tan ridículas e inverosímiles en las telenovelas y en el<br />

arte en general, pero tan frecuentes en la vida real, que era mucho<br />

más cursi y convencional de lo que nos gusta reconocer, y<br />

de cómo los estudiantes creyeron que esa aparición imprevista<br />

había sido preparada cuidadosamente por él, la presencia<br />

147


de ese ser excluido y situado en el último escalafón de la existencia,<br />

a nivel del polvo de las carreteras, incorporado a la larga<br />

hilera de los locos que desde los inicios de los tiempos<br />

habían atravesado el mundo de los que se creían cuerdos, generación<br />

tras generación, cruzándose en su camino, entremezclándose<br />

con ellos y, de vez en cuando, intercambiándose de<br />

lugar, los de un bando con algunos de los que se creían estar en<br />

el otro. Cuando la figura real ingresó al aula, con toda su corporeidad<br />

expresando una condición que no dejaba ninguna<br />

duda al respecto, los alumnos tuvieron la certeza de que se<br />

trataba de un excelente actor que estaba ofreciéndoles una interpretación<br />

memorable, hasta que algún oscilar de esos que<br />

hacen vacilar la línea divisoria, o la mínima rendija abierta entre<br />

ficción y realidad, hizo germinar en algunos de ellos la sospecha<br />

de que se trataba de algo de más espesor que un invento<br />

ingenioso de su profesor.<br />

Por supuesto, el ámbito del teatro estaba lleno de anécdotas<br />

de ese tipo, un sin fin de historias, o un conjunto de historias<br />

sin fin, como la que vivió él una vez, ensayando con<br />

uno de sus actores más apreciados, tirados los dos en el suelo<br />

del escenario, repasando las hojas del libreto, el actor ya metido<br />

en su papel, aunque vestido normalmente, puesto que era<br />

un ensayo sin vestuario, uno de esos largos ensayos a los que<br />

él sometía a su compañía, ambos emitiendo unos sonidos similares<br />

en busca de un efecto que no terminaban de encontrar,<br />

ninguno se les parecía a ese ideal que estaban buscando,<br />

que expresara un algo de ambigüedad y de incertidumbre.<br />

Luego se les acercó otro de los actores, que también se involucró<br />

en la búsqueda, los tres discutiendo sobre apenas un<br />

sonido, escuchándose mutuamente con devoción, atentos a<br />

cada vibración del registro de sus voces, pero sin terminar de<br />

dar con el apropiado, sabiendo que tampoco el escritor de la<br />

obra estaría de acuerdo con estos resultados, el asunto que él<br />

quería plantear era otro, y en los sonidos de ellos quedaba todavía<br />

un resto de arrogancia, algo de sus propias personas que<br />

148


no debía permanecer ahí, una nota que indicaba que ellos seguían<br />

estando dentro del personaje, no habían logrado apagar<br />

su propia voracidad de vida, la misma que les había permitido<br />

apostar por el teatro como lo más importante, pero la que<br />

también les impedía terminar de aceptar que era un juego al<br />

cual ellos prestaban su figura, su voz, su existencia misma, su<br />

vitalidad inventada, pero en el cual las sombras eran ellos y<br />

no los personajes, ellos apenas unas vagas presencias que<br />

contribuían a generar la ilusión, a construir ese mundo fugaz<br />

que se desvanecía en el momento de cerrarse las cortinas, pero<br />

que mientras estaba transcurriendo sobre las tablas podía<br />

quemar como la lumbre, aunque luego terminara por apagarse,<br />

blandamente, clausurándose a las miradas que, emocionadas,<br />

habían estado puestas en la seducción que se desprendía<br />

desde el escenario y que las había mantenido atrapadas en ese<br />

mundo intensamente.<br />

El efecto buscado no quería aparecer, y ellos tres siguieron<br />

tendidos ahí en el suelo, concentrados al máximo,<br />

tratando de hallar la naturaleza justa del sonido, sus posibles<br />

inflexiones, haciendo el aprendizaje del desprendimiento,<br />

volviendo a leer el texto una y otra vez, tratando de encontrar<br />

algún detalle utilizable, oculto entre líneas, que les mostrara cómo<br />

debía ser articulado aquello que querían escuchar, ese sonido<br />

que les estaba costando tanto sudor y esfuerzo, que se les<br />

estaba haciendo tan cuesta arriba, encontrar esa esencia que no<br />

estaban dispuestos a dejar escapar.<br />

En determinado momento llegó la actriz que protagonizaba<br />

la obra, la cual inevitablemente era Camila, con sus pantalones<br />

deportivos, trayendo su ejemplar del libreto en la mano,<br />

ya actuando desde la puerta misma, abrazando con la otra mano<br />

al actor principal, el cual se arrodilló a su lado, en correspondencia<br />

con el parlamento que ella estaba diciendo.<br />

Alguien había traído unas cervezas y el actor más joven<br />

discretamente emprendió la retirada. Pero Philippe lo hizo volver.<br />

Siempre fue inflexible con la disciplina. Comenzó a explicar<br />

149


con gestos, con la mano, torciendo el cuerpo e inclinando la cabeza,<br />

cómo vislumbraba esta nueva escena que se le presentaba.<br />

El actor joven, de pie, vestido de bluejean, lo escuchaba serio y<br />

atento, humildemente. El otro, sentado a un lado, ensayaba<br />

por su cuenta, la mirada perdida en el horizonte, la barbilla<br />

levemente apoyada en la mano, todo él expresión de la duda y<br />

la desconfianza. Y entonces, cuando ya también Camila estaba<br />

inmersa en el problema de encontrar el sonido tan asediado,<br />

que seguía sin querer entregárseles, de pronto entró corriendo<br />

una niña, una criatura que no era como suelen ser las niñas,<br />

tenía como un lado oscuro, y producía una sensación extraña.<br />

Se le acercó directamente a él y le tendió la mano, una mano<br />

frágil que se mantuvo por un instante entre la suya, como un<br />

pichón de paloma de sangre caliente que quisiera seguir<br />

un momento más en el nido, antes de alzar el vuelo, o como si<br />

estuviera sepultada en esa mano tan grande que la contenía. Su<br />

mirada era como la de Alicia posando para el reverendo Dodgson,<br />

o como Lolita haciendo girar con su cuerpo el aro del hula-hop,<br />

y cuando habló, en su voz se sintió un arrastrar de<br />

violentas caídas de agua, un deje insolente y provocativo, aunque<br />

sólo hizo una pregunta:<br />

—¿ Por qué no vienes conmigo a ver las flores?<br />

Esto no puede ser verdad, se dijo él a sí mismo en ese<br />

momento, pero más tarde se dio cuenta de que sólo él había<br />

percibido algo extraño en la niña, para los demás apenas era<br />

una criatura atolondrada que andaba correteando por donde<br />

no debía.<br />

—Es la hija de la señora que limpia —comentó Camila<br />

con indiferencia.<br />

Pero él ya había captado el registro de voz por el cual<br />

iba a poder guiarse para marcar el tono, y eso se lo debía a<br />

esa niña, que le había regalado el poder escuchar una voz poco<br />

elaborada, un poco destemplada, pero a la vez muy mundana,<br />

con un fondo de desparpajo que subyacía en el tono. El<br />

sonido largamente buscado le fue entregado en un instante,<br />

150


no por la voz de un artista experimentado, sino por la de una<br />

muchachita que prácticamente lo había dejado fuera de combate<br />

con su brevísima actuación.<br />

Conmovida, Camila bajó la vista y se puso a mordisquear<br />

un dulce de coco. La historia relatada por Philippe, de la<br />

cual no se acordaba en absoluto, le hizo sentir que estaba viviendo<br />

nuevamente aquellos tiempos gloriosos, aquellos impresionantes<br />

ensayos en los que se arrastraban sobre las tablas,<br />

reptaban, brincaban y rodaban dando alaridos, sin dificultad<br />

alguna, elásticos, ágiles, imbatibles, sin sentir cansancio jamás,<br />

sólo después, ya en la casa; en el teatro los integrantes del<br />

grupo bullían por todas partes, entrando y saliendo, desplegando<br />

una actividad sin sosiego, peleándose y contentándose,<br />

conflictuándose en un momento y pasando en el otro a un estado<br />

como de gracia, viviendo la quimera del éxito o sintiendo<br />

el fracaso como algo insuperable, el llanto brotando de los ojos,<br />

sin poder esperar la hora de irse a la casa, para acostarse sin<br />

comer, derrumbados física y espiritualmente para siempre, invocando<br />

la muerte, para luego, al día siguiente, no sólo volver<br />

a encontrar el rumbo, sino deseando reaparecer lo más rápido<br />

posible, para demostrar de lo que eran capaces todavía.<br />

Poco a poco fue regresando de ese mundo del pasado<br />

en el que se sumergió tan inesperadamente. Miró a Alberto, a<br />

quien tenía enfrente, y se sorprendió al notar que también él<br />

parecía estar saliendo del fondo de algún mundo perdido, como<br />

de más lejos aún que ella. Tenía una expresión a la vez altiva<br />

y dulce, sensual y provocativa, y su mirada era una extraña<br />

mezcla de rebeldía y de paz interior. Le recordó fugazmente<br />

un cuadro de Durero que había visto hacía tiempo en el Louvre,<br />

un autorretrato en el que, hasta donde podía acordarse,<br />

contrastaban sugestivamente los colores oscuros con una luminosidad<br />

que brotaba desde adentro.<br />

La invadió una inesperada alegría por el privilegio de<br />

conocer a este muchacho, que venía a pedirle ayuda y deseaba<br />

aprender de ella, y de pronto se encendieron dentro de su<br />

151


alma unos celos inexplicables, por haber sido Philippe el primero<br />

a quien hubiese buscado, y también por todos los días<br />

que éste había pasado ya en su compañía.<br />

Contempló una vez más al muchacho, y la asombró<br />

encontrarse con su mirada cargada de ironía, fija en la cara<br />

de ella, como si hubiera sido capaz de leer sus pensamientos<br />

más secretos.<br />

Philippe, ignorante del todo de las alteraciones internas<br />

por las que estaban pasando sus invitados, se levantó y se<br />

dirigió a la cocina.<br />

Las miradas que siguieron fluyendo entre la mujer y el<br />

muchacho en nada podían aliviar la situación que se estaba<br />

gestando. Camila se dio cuenta de que todavía tenía en sus<br />

manos la posibilidad de evitarlo. Pero la belleza del muchacho<br />

y el color cobrizo de sus cabellos influyeron más que su<br />

decisión de levantarse y salir tras de Philippe, con la excusa de<br />

ayudarlo a servir el café, de manera que se quedó sentada, absorta<br />

en la contemplación de la figura juvenil que a su vez seguía<br />

mirándola, imperturbable. Al mismo tiempo supo que no<br />

podía continuar permaneciendo callada, era urgente iniciar<br />

cualquier charla convencional, volver a aterrizar en la banal<br />

realidad que era tan útil para la marcha confiable de los sucesos.<br />

De modo que se aprestó a decir alguna tontería que contribuyera<br />

a destruir el hechizo, pero ya no tuvo tiempo para<br />

hacerlo, puesto que la puerta batiente de la cocina se abrió y<br />

la oportunidad para acabar con esa atmósfera enrarecida pasó.<br />

El anfitrión se había esmerado, lo cual en realidad no<br />

era nada sorprendente en él, y antes del café sirvió todavía un<br />

platón de frutas. En el centro se destacaban unas parchitas,<br />

abiertas por la mitad, cada uno de los dos trozos semiesféricos<br />

repletos de la peculiar pulpa de esa fruta, tan gelatinosa<br />

y con tantas semillas. Había también una entera todavía, cerrada<br />

sobre sí misma, delineando un bello círculo imperfecto.<br />

Maracuyá les decían en otras partes, un nombre tan sensual<br />

como la fruta misma.<br />

152


Philippe, dueño de una intuitiva percepción para pulsar<br />

las atmósferas densas y eróticas, comprendió de repente la<br />

composición de la escena. Lo invadió la cólera y se sintió doblemente<br />

traicionado, tanto por él como por ella. Entonces<br />

comenzó a exagerar su don natural de anfitrión, para desde<br />

ese punto de partida irse adueñando de la voz de mando.<br />

—Yo soy el director —dijo, y se rió, pero con una risa<br />

maligna, Camila se dio cuenta inmediatamente de ello, demasiado<br />

bien lo conocía—. De modo que me van a permitir servirles<br />

de estas frutas exquisitas aquellas combinaciones que a<br />

mí se me ocurran, ya que ustedes van a ser los protagonistas de<br />

la próxima obra que voy a montar. De modo que desde ya los<br />

considero bajo mis órdenes.<br />

Se volvió hacia Alberto:<br />

—Mucho camino hemos andado Camila y yo. Tú ni<br />

habías nacido todavía, no estabas en ninguna parte, cuando<br />

ya nosotros estábamos estudiando los diálogos de Sartre en A<br />

puertas cerradas, en esos tiempos prehistóricos en los que<br />

todavía se hablaba de compromiso del arte y de resistencia y<br />

de tantas otras cosas. Pero ésos no son tus tiempos, tú entonces<br />

todavía estabas mamando la leche materna o gateando en<br />

el suelo, con los pañales mojados. Los nuestros sí fueron unos<br />

tiempos densos, por decir lo menos, y ya entonces éramos huesos<br />

duros de roer.<br />

Camila empezó a desflecar los hilillos de los que estaba<br />

labrado el mantel. Si la intención de Philippe había sido quebrantar<br />

su espíritu, ciertamente que el golpe había sido certero.<br />

Había subrayado que ella era una mujer madura, una vieja más<br />

bien, y que el otro era apenas un muchachito, un algo más que<br />

una criatura recién salida del cascarón, y para colmo un don<br />

nadie, como lo había dado a entender, aparentemente con mucha<br />

sutileza, pero en realidad sin ninguna.<br />

—Me las va a pagar —pensó, furiosa—. Qué se habrá<br />

creído, ¿el dueño de todo el mundo teatral, del mismo teatro<br />

El Globo, quizás? El muy cretino. ¿Para qué me habrá traído<br />

153


a este chico? —continuó espoleando su violento ritmo de<br />

pensamiento, pero después, de golpe, se sintió invadida por<br />

el cansancio y entonces echó hacia atrás la cabeza, cerró los<br />

ojos y así los mantuvo.<br />

—Los inicios siempre son alegres —siguió diciendo<br />

Philippe—. Pero después es fácil quedarse solo. Muchas actrices<br />

famosas no tienen reparos en iniciar aventuras, que no<br />

dejan de tener luego un destino incierto.<br />

Alberto entonces se desprendió del tiempo presente,<br />

de esa mesa que carecía de flores de cardo y en donde no se<br />

hablaba de papeles a interpretar en el escenario sino de roles<br />

en el resbaladizo terreno de la vida.<br />

A estas alturas la cena había naufragado. Las frutas,<br />

intactas, parecían más bien cadáveres, y el silencio había<br />

asumido el papel principal en la obra representada.<br />

En su fuero interno Philippe reconoció que como director<br />

había resultado un fracaso. Se avergonzó y se acongojó,<br />

porque él no era así, nunca lo había sido, pero ahora había<br />

ofendido a los dos seres a quienes menos hubiera deseado<br />

agraviar. Se habían reunido simplemente para pasarla bien,<br />

eso había sido lo más importante, todo lo demás debió de haber<br />

venido como un añadido. Pero ahora en cada rincón de su<br />

casa parecía haberse instalado la hostilidad. Hubiera dado<br />

cualquier cosa por oírles decir a sus dos invitados algo así como,<br />

«estoy bien, no te preocupes, no tiene importancia, todo<br />

sigue igual», pero nada parecía más lejano. El abismo que se<br />

había abierto entre ellos daba la impresión de estarse agrandando<br />

cada vez más.<br />

Él, el inflexible cultivador de los valores de la ética,<br />

paladín de una integridad que no debía ser producto del dogmatismo<br />

sino de una opción existencial, todo ello recibido<br />

como herencia y legado de sus ancestros, a través de un espíritu<br />

que había respirado junto con el aire mismo en el mundo<br />

familiar en el que se había criado, ahora había infringido un<br />

código fundamental, algo que no podía suscitar sino el más<br />

intenso de los desprecios.<br />

154


Hubiera querido pedir perdón, borrar las palabras pronunciadas,<br />

echar el reloj para atrás y modificar los hechos, pero<br />

nada de eso era posible y ya Camila se había puesto de pie y<br />

se preparaba para marcharse.<br />

También Alberto se levantó y, dirigiéndose a la ventana,<br />

contempló con sus ojos almendrados la noche detenida,<br />

como un cristal negro resplandeciente oscilando sobre su eje,<br />

el cielo lleno de estrellas, el centelleante parpadeo de los astros<br />

brillando en la lejanía.<br />

Entonces, los dos seres que estaban de espaldas a Philippe<br />

escucharon su voz recia, dignamente humilde, pronunciando<br />

las palabras que podían disolver la desazón y la<br />

hostilidad que se hallaban cuajadas en el aire:<br />

—Estoy muy avergonzado.<br />

Alberto se sintió conmovido, pero avergonzado también.<br />

No se atrevió a volver la mirada hacia Philippe. Camila,<br />

en cambio, recuperada su calidez y vitalidad, corrió hacia él<br />

y lo abrazó fuertemente.<br />

Luego, separándose un poquito, para romper la solemnidad<br />

del momento y soslayar el ridículo que estaban bordeando,<br />

le dijo, muerta de la risa:<br />

—Y yo que creía que ésa era una ranchera de José<br />

Alfredo Jiménez.<br />

155


13<br />

Abrió una lata de cerveza y tomó un trago. Wilmer era su compañero<br />

y juntos se dedicaban a cultivar el mundo. Siempre, al<br />

menos hasta ahora, habían estado en sintonía, prácticamente<br />

sin necesidad de hablarse. Pero a Paula no le gustaban las improvisaciones<br />

y sabía manejar a sus subordinados como a una<br />

orquesta bien acoplada, afinada y precisa. Los trabajos chapuceros<br />

la irritaban, y sólo desprecio generaban en ella.<br />

Las mujeres seguían a Wilmer, eso ya lo sabía, lo buscaban<br />

en cualquier lugar de Caracas. Mientras estuvieron en<br />

el barrio él fue el jefe, lo cual a muchas atraía, aunque también<br />

le tenían miedo, eso tampoco se podía negar. Pero a esas<br />

dos tipas, a Beatriz y a Yenifer, no les daba miedo, también<br />

eso tenía que reconocerlo. Él se burlaba de la devoción de<br />

ellas por los músicos, los cuales lo enfurecían, y fue entonces<br />

cuando Luis, ese bajista de pacotilla, empezó a evitarlo, aunque<br />

también sin darle mucha importancia, ése fue su gran<br />

error, ya Wilmer lo tenía sentenciado, lo cual fue un error<br />

mucho más grande todavía.<br />

Paula sabía que Beatriz nunca había confiado en ella,<br />

era de las pocas que desde el principio notó que ella siempre<br />

traía un juego entre manos. Esa Paula no es de confiar, así le<br />

oyó decir poco antes de desaparecerse de ahí, una vez que<br />

pasó al lado de un grupo donde estaban haciendo comentarios<br />

sobre su persona. Luego se enteró de que muchos pensaron<br />

que ella se había ido porque le tuvo miedo al barrio,<br />

157


creencia que evidentemente le convenía, para nada intentó desmentirla.<br />

Nadie tenía que saber que ahora ella andaba con gente<br />

de mucha plata y que en su lugar estaba enviando a unos<br />

tipos que allá nadie conocía y que sólo iban de paso, cada<br />

cierto tiempo.<br />

Una rosa que se hallaba junto a ella parecía un acontecimiento<br />

surgido del asombro. Como si proviniera de una<br />

historia que hubiese crecido en otro lado, o como si fuese un<br />

mensaje que hubiese rodado fuera del espacio, así era esa rosa<br />

roja, en su simplicidad, ahí bajo la luz de la lámpara, que<br />

la transparentaba. Como lavada, como si hubiera aparecido<br />

ahí de improviso, única y suelta. Lentamente la deshizo entre<br />

los dedos, desmenuzando la peculiar e irrebasable materialidad<br />

de sus pétalos.<br />

Los dos fueron famosos en el barrio, tanto Wilmer como<br />

Luis. Tiempos atrás, que ahora parecían remotos, pero<br />

que en verdad fueron hace poco, a veces se quedaban sentados<br />

juntos, en un escalón, como esperando, aunque sin esperar<br />

nada, sólo viendo pasar a las muchachas. Paula los veía,<br />

sabía que Wilmer la miraba, mientras ella se desviaba para<br />

hablar con algunos hombres, de los cuales también todos sabían<br />

quiénes eran y a qué aspecto del código respondían.<br />

Ahora ella sólo se rodeaba de personas seductoras, entre<br />

las cuales se sentía como una estrella. Andaba en carros<br />

de lujo y eso era mucho mejor que andar por las veredas por<br />

las que había transitado en otros tiempos. Los vestidos que<br />

usaba le daban esa apariencia teatral que tanto le gustaba.<br />

Sabía, porque los informes le seguían llegando, que ahora<br />

eran José y Francisco los que caminaban por ahí y se sentaban<br />

en los escalones, entre los sonidos acostumbrados.<br />

Pensó en que Fuentes, perentorio, le exigía resultados,<br />

y que ella tendría que cumplir. Su voluntad se abismó en la<br />

noche, mientras sujetó sus pensamientos, para iniciar los gestos<br />

que probablemente la llevarían a desplazarse por dramas<br />

casi intransitables. Los trabajos pendientes se superponían<br />

158


los unos a los otros y nuevas imágenes cubrían a las que se<br />

habían ido generando previamente.<br />

Ahora había surgido este problema. Los hechos necesariamente<br />

tendrían que cambiar, puesto que Wilmer había<br />

llevado a cabo esa acción por iniciativa propia, una verdadera<br />

falta de lealtad con la organización, que sólo perjuicios<br />

podía traer.<br />

En medio de la noche, se abocó a revisar los papeles que<br />

daban cuenta de un mundo surgido de la violencia, en el cual<br />

rara vez se producían las ataduras necesarias para mantener a<br />

los protagonistas fijados en el espacio. Ella en particular se desplazaba<br />

por todos los territorios, como una gata que no se marca<br />

límites, que se instala en cualquier lugar y desde ahí espera al<br />

ratón que ha de cazar.<br />

Pero las transacciones a veces fallaban, lo cual nunca<br />

dejaba de irritarla. Los músicos habían acusado a Wilmer y<br />

ahora ella tendría que ejercer el poder que había acumulado.<br />

Se sintió invulnerable, blindada, a pesar de la estupidez que<br />

Wilmer había cometido. Indudablemente tendría que desarrollar<br />

alguna de sus tácticas más implacables.<br />

Se puso a revisar los documentos en los cuales se registraban<br />

los hechos y sus aparentes causas, papeles que, generalmente,<br />

le devolvían la historia de su propia astucia. La invadió una<br />

feroz alegría. Sintió la convicción de que iba a ser capaz de dirigir<br />

con total frialdad las políticas y las acciones que sería necesario<br />

acometer.<br />

Nunca se cansaría, en toda su vida, de Wilmer. Trató de<br />

justificar lo que él había hecho. Seguramente fue algo importante<br />

lo que lo obligó a enfrentarse al señorío de Ciudad Sitiada, a<br />

desmontar esa sugestión que ellos ejercían sobre la gente.<br />

Imperiosamente, con su proverbial intuición, regó en<br />

medio de los informes del legajo su propia versión de los hechos,<br />

en previsión de lo que quizás algún día tendría que hacerse<br />

público. Así logró redefinir la situación, dando a entender<br />

que el asesinato fue un acto de defensa y que se trataba apenas<br />

de la respuesta a una violencia que ya estaba dada.<br />

159


Revisando todos los asuntos vinculados a esta indeseable<br />

situación, planificó una visita al domicilio de Beatriz, la<br />

cual tendría que ser llevada a cabo de acuerdo con las instrucciones<br />

que puso por escrito.<br />

Sabía que Beatriz y Yenifer iban y venían por las estrechas<br />

calles por las cuales antaño Wilmer y Luis caminaron tantas<br />

veces, en medio de un escalofrío que parecía aposentarse<br />

ahí para siempre, en ese lugar en el que en el registro mental<br />

de todos se hallaban los mismos códigos, lo cual les permitía<br />

manejarse con fluidez por ese espacio.<br />

Ahora ya José y Francisco también los conocían, iban<br />

ahí cada cierto tiempo a divertirse un rato, a pasar unos momentos<br />

intrascendentes, lejos de los problemas que los rodeaban,<br />

en medio de la claridad de la tarde que destacaba el contorno<br />

de las cosas, aunque éstas parecían estar más bien arregladas<br />

para la opacidad, para la penumbra, que era el momento propicio<br />

para los encuentros.<br />

A veces la gente se quedaba como detenida, sobreexpuesta<br />

a una sospecha de la cual no escapaban ni las largas<br />

amistades. Luego todos adquirían nuevas expresiones, y cada<br />

quien, en medio de las antenas de televisión y de las parabólicas,<br />

percibía que el código se había reformulado. Entonces<br />

seguían transitando, sin mayores tropiezos, dentro del entramado<br />

que así se iba modificando.<br />

Muchos recordaban aún los tiempos de antes, en los<br />

que Paula venía, pasaba de largo, mientras los ojos de Wilmer<br />

parecían acribillarla con fiereza, hasta que ella no volvió<br />

más, y también él empezó a aparecer cada vez con menos<br />

frecuencia.<br />

Beatriz andaba por ahí, con el bebé, moviéndose como<br />

una reina, cuando Luis y Wilmer todavía se la pasaban sentados<br />

en las escaleras, con ese gran fuego en el que parecían<br />

estarse cocinando, aunque con su máscara de indiferencia puesta.<br />

Pero en el barrio no se dejaban engañar, cada quien sabía<br />

lo que sabía.<br />

160


A Beatriz el nacimiento de su hijo le había otorgado una<br />

posición, un lugar distinto al que ocupaba antes. El padre no tenía<br />

importancia. Paula supo que la última vez que se vieron<br />

los dos a ella le dio igual, fue como si él estuviera flotando en<br />

medio del alcohol que estaba tomando. El niño se había vuelto<br />

hacia el papá, y él, que en general era un tipo rudo, lo abrazó todito,<br />

y entonces quiso reintegrarse a sus vidas. Pero ya Beatriz<br />

no estaba dispuesta a dejarlo entrar, así le dijeron. Su hijo le permitía<br />

exhibir ante los demás una especie de certeza que se había<br />

posado sobre ella. El hombre entonces trajo un barquito velero,<br />

y ése fue su último aporte, luego ya no se le vio más por la zona.<br />

Bebiendo lentamente de su cerveza, Paula continuó<br />

dedicada a los documentos, a esas páginas que hablaban de<br />

importantes vínculos internacionales, dentro de los cuales el<br />

puñal de Wilmer no tenía derecho a ocupar lugar alguno. Los<br />

casos que esa documentación exhibía, como si fueran obras<br />

de teatro con todos los hilos finamente tramados, no guardaban<br />

ninguna semejanza con el sentido al que se circunscribía<br />

ese puñal, del cual, sin embargo, ahora debían proclamar una<br />

noticia no solicitada.<br />

161


14<br />

Golpeó con fuerza el lápiz labial contra la superficie de la peinadora<br />

y se miró en el espejo, como tratando de convencerse<br />

de que la imagen que veía pertenecía a la misma muchacha<br />

que estuvo con Gabriel, años luz atrás. Recordó los sones de<br />

su guitarra y los movimientos de sus manos y de sus caderas, y<br />

le pareció que todo eso fue un sueño que había sido soñado<br />

por otra. Entonces se sulfuró una vez más, al pensar en esa<br />

maldita cualquiercosa de la Sonia, contemplando embobada a<br />

Gabriel, embelesada y devota, la muy boquiabierta.<br />

El olor del baño de raíces se había vuelto muy espeso. El<br />

collar llevaba tiempo macerándose, pero la conducta de Gabriel<br />

no había cambiado en nada y, por lo tanto, la vida de ella tampoco<br />

había comenzado el ascenso que la consejera espiritual le<br />

había garantizado.<br />

La ponían furiosa los comentarios que le llegaban sobre<br />

los amores de él con esa flaca, con la sonsa esa que no<br />

terminaba de sufrir los esperados efectos del trabajo.<br />

Volvió a mirarse. Detrás de ella la cortina pareció flotar<br />

por la habitación, y la luz de la mañana se filtró a través<br />

de la tela. Su memoria osciló también, mecida por algún<br />

aliento que venía de lejos, y entonces los viejos recuerdos se<br />

instalaron una vez más en ese lugar del cual en vano trataba<br />

de expulsarlos.<br />

Los pasos de Gabriel no se habían enderezado hacia ella, y<br />

por las noches, cuando llegaba la imposible hora de los sueños,<br />

163


sólo escuchaba el rugido de los automóviles, pero no el conocido<br />

sonar de esos pasos, que el collar, húmedo de tanto macerarse,<br />

no terminaba de conducir hasta su puerta. Quizás él era<br />

inmune a ese tipo de procedimientos. Seguramente había algo<br />

con lo que la Sonia lo mantenía amarrado, algo más efectivo que<br />

los métodos de esa falsa maestra. Ellos desplegaban su amor públicamente,<br />

por todos los espacios de la ciudad que antes habían<br />

sido de ella y de Gabriel. Se obsesionaba en escuchar lo que le<br />

contaban los demás, una y otra vez, de lo muy atractivo que estaba<br />

él y de cómo andaba siempre con la Sonia, para arriba y<br />

para abajo, y eso deshacía sus esperanzas, las ilusiones en las<br />

que estaba cifrada su vida entera.<br />

Las palabras que no había pronunciado estaban atragantadas<br />

dentro de ella, y el interlocutor al cual debieron de<br />

haberse dirigido se había ausentado. La imagen, con sus cabellos<br />

como recién enjuagados, parecía haberse residenciado<br />

en la superficie del espejo, como si ésa fuera su casa. No en el<br />

otro lado, puesto que ella no era Alicia ni sabía jugar ajedrez,<br />

sino en la lisa cara que la duplicaba y la contenía, como una<br />

vivienda a la que le faltaran dos de las tres dimensiones.<br />

Se mantenía todo el tiempo vigilante, pendiente de<br />

cualquier señal, pero nada había sucedido, el esperado cambio<br />

no se había producido. La influencia de los astros parecía<br />

no tener ascendencia alguna sobre Gabriel.<br />

Sintió que debía volver a esa muchacha que la miraba<br />

desde el espejo. Ya no se trataba de levantarse a un tipo, sino de<br />

recoger esa vieja historia, reencontrarse en una segunda opción<br />

del tiempo y restablecer la continuidad, más allá del intervalo<br />

por el cual se había disparado.<br />

Un destello de lucidez la obligó a constatar que la Sonia<br />

había triunfado, y que su cantante, con su increíble cadencia al<br />

menearse, con el inimitable quiebre de su cintura, con su figura<br />

toda, seguía atrapado en la maraña que la otra había tejido, y<br />

que ella, en cambio, había quedado extraviada en medio de<br />

las artes que la gran maestra tan falsamente le había enseñado.<br />

164


El anhelado reencuentro no se había producido, Gabriel no había<br />

vuelto, andaba en medio de otra gente, y era para otros el<br />

sonido de su música.<br />

Se colocó su collar de perlas cultivadas. Ya no seguiría<br />

esperando nada de ese maloliente menjurje, al cual, sin pensarlo<br />

dos veces, vació en el bajante, con collar y todo. Ella<br />

ahora marcharía por sí misma, se inventaría sus propias palabras,<br />

sola avanzaría entre los días que irían transcurriendo,<br />

dando sus pasos por los caminos, aunque fuesen empedrados,<br />

por tantas calles cuyo rumbo tendría que escoger, y transitaría<br />

por ellas todo el tiempo que hiciese falta, hasta llegar a<br />

donde tuviese que llegar. Se deslizaría sobre la superficie del<br />

espejo y afinaría su rumbo, para traspasar los límites que la<br />

cercaban, y entonces viajaría en pos de la sugestión tan largamente<br />

solicitada.<br />

165


15<br />

Fue a atender el teléfono desprevenidamente, olvidado por<br />

completo de ese miserable individuo, transcurridos ya varios<br />

meses desde la memorable noche en la que habían hablado<br />

—memorable no por ese hecho, sino por haber sido aquella en<br />

la que Alberto tocó a las puertas de su casa—, de manera que<br />

escuchar la voz de Vladimir Núñez no sólo lo sorprendió por<br />

lo inesperado, sino que lo agarró sin sus defensas psicológicas<br />

habituales.<br />

—Caro amigo —dijo la voz inconfundible desde el<br />

otro lado de la línea—, gusto en saludarlo.<br />

Él, alelado, se quedó en silencio. El otro aprovechó la<br />

circunstancia táctica:<br />

—Philippe, coño, vale, una amistad como la nuestra no<br />

puede acabarse así, por un malentendido de mierda. ¿Qué te<br />

pasa, viejo?<br />

Finalmente reencontró su voz:<br />

—Vladimir, no fue un malentendido. Fue algo demasiado<br />

bien entendido, me parece. Pero si no tocamos de nuevo<br />

ese punto, por supuesto que podemos hablar, no veo por<br />

qué no podamos hablar. Yo hablo con mucha gente, se supone<br />

que es parte de mi trabajo.<br />

Pero el otro iba directo a lo que le interesaba:<br />

—Viejo, piensa en lo que te dije. No estás para mariqueras,<br />

Philippe, a estas alturas de la vida no puedes seguir actuando<br />

como un adolescente, traspasado de ese fuego sacrosanto,<br />

167


puro e incontaminado. Aterriza, hermano, no hay nada de malo<br />

en andar con los pies sobre el suelo, en vez de estar montado<br />

en las nubes.<br />

Mientras el hombre seguía su perorata, la mente de Philippe<br />

se desplazó, errabunda, hasta desembocar en los lejanos<br />

tiempos del Liceo Andrés Bello, cuando Vladimir, iluminado<br />

y fervoroso, luego de la caída de Pérez Jiménez, organizaba<br />

el club de ajedrez y el taller de teatro, y con palabras ardorosas<br />

convocaba a asambleas multitudinarias en las cuales, líder<br />

nato, galvanizaba a los muchachos como él, que lo admiraban<br />

y lo seguían incondicionalmente. Recordó también la salida de<br />

aquella marcha inmensa, encabezada por Vladimir Núñez,<br />

un río de gente en dirección al Panteón, cuando tenían apenas<br />

diecisiete años y era cuestión de vida o muerte el impedir<br />

que Nixon entrara ahí y colocara su corona de homenaje ante<br />

el sarcófago que contenía los restos de Bolívar. Sí, efectivamente<br />

Vladimir había aterrizado, tenía los pies en el suelo,<br />

y se notaba que tampoco tendría problemas en llegar hasta el<br />

subsuelo, si fuera necesario.<br />

—Entonces, ¿estamos de acuerdo? —terminó su discurso<br />

el doctor Núñez, mientras la mente de Philippe regresaba de<br />

los jardines del Panteón, en donde la multitud, en aquel entonces,<br />

se mantuvo sentada por ocho horas seguidas, en vigilia, ya<br />

informados de que el vicepresidente norteamericano había desistido<br />

de esa visita y cambiado de rumbo, pero cuidando aún<br />

la entrada, creyendo que con eso se decidiría algo significativo,<br />

no fuera a ser que en un descuido de ellos Nixon se regresase<br />

y se escurriese, triunfante, dentro de la edificación.<br />

No escuchó ninguna de las palabras que llevaron a<br />

Núñez a esa firme convicción de que ya estaban de acuerdo,<br />

pero pudo imaginárselas perfectamente. Sabía muy bien cuál<br />

era el objetivo que perseguía.<br />

—Yo salgo de viaje mañana —continuó el hombre,<br />

arreglándoselas para no soltar la iniciativa de la cual se apoderó<br />

desde el comienzo, y ahora intentando remachar su labor,<br />

168


cercándolo, dándole a entender que ya habían establecido definitivamente<br />

su convenio, y que sólo faltaba que se reunieran<br />

luego, posteriormente, para finiquitar los detalles—. Voy en la<br />

comitiva presidencial, tú sabes. Pero apenas regrese nos reunimos<br />

para recordar los antiguos tiempos y echarnos unos palos.<br />

Philippe contestó, despacio:<br />

—Me das lástima, viejo. Sólo te escuchas a ti mismo,<br />

emites y emites, pero eres incapaz de escuchar a los demás, tus<br />

aparatos de recepción están dañados. Creía que había quedado<br />

del todo claro que acuerdo no hay, ni podrá haber. Entiéndelo,<br />

Vladimir, no te gastes, es inútil.<br />

Pero Núñez tenía la piel bien curtida, dura y gruesa, nada<br />

lo afectaba, y cuando quería lograr algo no le cabía en la<br />

cabeza la idea de no poder obtenerlo. Eso lo tenía descartado<br />

a priori, lo cual le otorgaba la ventaja de luchar con la seguridad<br />

del éxito, el cual sólo debía ser cuestión de tiempo y de encontrar<br />

la estrategia adecuada a cada caso. Paciencia le sobraba, dinero<br />

y tiempo también, de manera que el discurso de Philippe lo<br />

dejó impávido y continuó con el suyo como si tal cosa, sólo que<br />

cambió imperceptiblemente la táctica:<br />

—Mira, Philippe. Todos estamos claros en que tú eres el<br />

mejor director de cine y de teatro de este país. No, no me interrumpas<br />

con falsas modestias, la vaina está clara. Y no eres ninguna<br />

virgencita para que adoptes esas posiciones de doncella<br />

ofendida. ¿Qué tiene de malo hacer una película para vender un<br />

candidato? Tú has hecho cuñas de publicidad, ¿en qué te compromete<br />

eso? ¿Acaso alguien va a ir a tu casa a ver si de verdad<br />

usas el desodorante cuya propaganda has hecho, o si usas otro?<br />

¿Qué te importa cómo es el candidato? ¿O a quién le importa<br />

que no sea tu candidato? Eres un profesional, ¿no es así? Y ese<br />

es un trabajo profesional, así de simple. Una transacción comercial,<br />

en la que ambas partes salen beneficiadas. Nosotros, porque<br />

queremos hacer algo diferente, queremos dirigirnos a un<br />

tárget al que tú le llegas, el que delira por ti y por tu estilo, y tú,<br />

porque te vamos a pagar una bola de plata, y de ahí vas a poder<br />

169


montar diez mil obras de las que a ti te gustan y que ahora no<br />

puedes montar porque estás pelando. Te vamos a resolver la vida,<br />

viejo, y tú ahí, con esa actitud de beata, hecho el mártir, a tu<br />

edad esa actitud romántica, perdóname, pero es francamente ridícula.<br />

No me contestes ahora, piénsalo y yo sé que vas a entrar<br />

en razón, no creo que seas tan idiota como para desaprovechar la<br />

oportunidad. Contéstame cuando yo vuelva del viaje, yo sé que<br />

la respuesta va a ser que sí.<br />

El tipo colgó. Philippe también, despacio, de golpe entristecido,<br />

porque cayó en cuenta de que todo lo que había dicho<br />

ese sujeto sonaba a cierto. Le había salido un trabajo bien<br />

remunerado y él no estaba en condiciones de rechazar trabajos,<br />

no le llovían las ofertas como para que él se pudiera dar el lujo<br />

de decidir, ésta no y ésta tampoco, y ésta otra quizás sí, quién<br />

sabe. Necesitaba el dinero, lo necesitaba desesperadamente,<br />

en bien de su propia obra, y si los artistas del Renacimiento habían<br />

aceptado los encargos de la Iglesia y con ello promovido<br />

sus postulados, pero también garantizado la subsistencia de su<br />

arte, los de ahora tendrían que aceptar los de los políticos, para<br />

garantizarse eso mismo. Lo demás sería marginarse, cerrarse<br />

todas las puertas, dar un salto al vacío.<br />

Pero no se pudo conformar. No era lo mismo, las circunstancias<br />

eran diferentes. Mucha agua había corrido desde los<br />

tiempos del Renacimiento. Pintar la Capilla Sixtina no podía<br />

equipararse con la producción de una película de media hora<br />

para promover la imagen de un candidato en el cual él no sólo<br />

no creía, sino que además lo despreciaba. Seguramente no era<br />

eso lo que pensaba Miguel Ángel de Dios, o de Adán, o de cualquiera<br />

de las otras figuras que pintaba, todo lo contrario, era<br />

muy probable que creyera y confiara en ellos sinceramente.<br />

Pero incluso si no fuera así, en ningún caso los despreciaría,<br />

eso era francamente inverosímil. En eso radicaba la diferencia,<br />

en que en ese entonces el encargo y la obra coincidían, en<br />

cambio ahora el encargo era algo del todo ajeno a él, sólo un medio,<br />

un vehículo, para llegar después a la obra, la cual era algo se-<br />

170


cundario, derivado, más bien inexistente e innecesario para el<br />

que hacía el encargo, a quien le daba lo mismo que él se gastara<br />

el dinero recibido en comprarse un automóvil o un penthouse,<br />

o en unas francachelas, o se dedicara a montar todas esas<br />

obras a las cuales era tan dado. A su patrón, el contratante, no le<br />

molestaba que lo hiciera, si ése era su gusto. Pero tampoco las<br />

necesitaba, podía prescindir de ellas perfectamente, como de<br />

hecho prescindía, al no acudir a verlas, ni él ni todos aquellos a<br />

quienes representaba, ni reseñarlas en la prensa y en los otros<br />

medios que controlaba, que eran prácticamente todos, al menos<br />

los que eran de difusión masiva.<br />

Si aceptaba el trabajo, idea que definitivamente le repugnaba,<br />

vendería su alma al diablo, pero, como en todas las transacciones<br />

demoníacas conocidas, recibiría mucho a cambio, ya<br />

que Satanás valorizaba las almas, y por ende las pagaba a buen<br />

precio. ¿Era justo con su grupo, en este momento casi inexistente,<br />

disuelto, puesto que prácticamente todos sus miembros se habían<br />

tenido que buscar algún trabajo alimenticio para resolver su<br />

vida y la de sus familias, era justo rechazar el trabajo, que les garantizaría<br />

estabilidad, los aliviaría de desempeñar actividades<br />

que no amaban, que los deprimían, y les permitiría volver a celebrar<br />

la fiesta de las tablas, la fiesta con la que se habían comprometido<br />

de por vida, y con la que estaban a punto de verse<br />

obligados a romper el compromiso?<br />

Pero entonces sería él el que se vería obligado a hacer<br />

un trabajo que no amaba, y no sólo eso, sino algo mucho más<br />

grave todavía, a hacer un trabajo con el cual, mediante su talento,<br />

su ingenio, su ojo de artista, su capacidad de montaje<br />

de planos y de movimiento de cámaras, y todos los recursos<br />

humanos y técnicos que sabía emplear y de los cuales en este<br />

caso seguramente dispondría en abundancia, se promoverían<br />

ideas, planteamientos y formas de comportamiento con<br />

los cuales no podía comulgar, y se sentiría culpable y despreciable<br />

por contribuir a hacerlos atractivos.<br />

171


No, no podía aceptar, eso estaba claro. Lamentablemente.<br />

Cualquiera de las dos decisiones lo entristecía y lo<br />

deprimía, lo hacía sentirse como un perro apaleado.<br />

Los negocios son negocios, Philippe, se dijo a sí mismo,<br />

dejando hablar esta vez a su Mr. Hyde personal. Hay que taparse<br />

la nariz y entrar en el campo de batalla, no tiene sentido el<br />

retirarse a los cuarteles de invierno, ya de todas maneras éste<br />

está siendo un invierno demasiado largo, tendría que permanecer<br />

en los cuarteles la vida entera.<br />

Pero la voz de Mr. Hyde, hablando con esa terminología<br />

bélica, lo único que logró fue ahondar su tristeza. ¿Acaso era<br />

él un guerrero? ¿Acaso los espacios que había elegido eran<br />

campos de batalla y cuarteles?<br />

Trató de pensar en otra cosa, y se acercó a la ventana que<br />

daba al callejón de atrás. Vio pasar a una niña, vestida con una<br />

franela y bluejeans, el suéter amarrado a la cintura, copiando la<br />

estrategia de los adolescentes para esconder su cuerpo, que tantos<br />

problemas les traía, y al cual tapaban de esa manera, que ya<br />

se había convertido en moda, moda que los miembros de la infancia<br />

imitaban sin tener necesidad de ello. Luego vio cómo la<br />

niña, en la esquina de más abajo, se encontraba con otra muchachita,<br />

uniformizada en el mismo estilo.<br />

Sin saber por qué, en ese momento recordó la fotografía<br />

de la muerte del miliciano, de Robert Capa, a la que había<br />

visto reproducida tantas veces, pero a la cual contempló en<br />

original unos días atrás, en la exposición del Museo de Arte<br />

Contemporáneo. A su mente retornó la emoción que lo invadió<br />

por el sólo hecho de tener el privilegio de poder ver en persona<br />

esa foto memorable, en la cual el ojo y el dedo habían<br />

logrado captar ese difuso instante fugaz en el que el ser humano<br />

pasa de la condición de existente a la de muerto. El miliciano,<br />

con sus pertrechos de combate en la cintura, una fracción<br />

de segundo antes había estado todavía repleto de energía, sus<br />

nervios y sus músculos en alerta, acechando al enemigo que<br />

a su vez lo acechaba a él. Pero en el momento de la foto ya ha-<br />

172


ía iniciado su entrada a la nada, produciendo la imagen de su<br />

caída, las rodillas doblándose, el brazo derecho vaciado del<br />

impulso de vida, aún extendido, pero la mano abierta soltando<br />

blandamente el fusil, el instante mismo en el que se producía<br />

el gesto de la entrega a la muerte, el imperceptible y evanescente<br />

paso que lo llevaba del combate al no-ser. El azar había<br />

contribuido a la genialidad de la foto, no colocando ningún<br />

elemento detrás del hombre que caía, ni un delgado árbol ni<br />

una brizna de hierba, ningún objeto ni ser viviente, sólo el horizonte<br />

vacío, la nada misma hecha sustancia, en su extrema<br />

severidad, sin un sólo elemento que ofreciese un consuelo, por<br />

trivial o barato que fuese.<br />

Su recuerdo saltó de ahí a otra de las fotos de Capa que<br />

vio en la exposición, la de una casa, una vivienda totalmente agujereada<br />

por los disparos, frente a cuya puerta, contribuyendo a<br />

la imagen de irracionalidad que la devastación generaba por sí<br />

misma, se hallaba parada una mujer, con su cotidiano delantal<br />

a cuadros amarrado a la cintura, riéndose, y delante de la casa<br />

hecha un colador, dos niñas jugaban sobre la acera destrozada.<br />

Ese fotógrafo había improvisado su itinerario por tierras<br />

españolas transidas por la violencia, de acuerdo con su libre albedrío,<br />

sin tener que rendir cuentas a ningún patrón ni cumplir<br />

ningún encargo. Sus pies siguieron la marcha de aquellos con<br />

quienes estaba comprometida su conciencia, y no a los del otro<br />

bando, cuyos propósitos, métodos y objetivos despreciaba. Habían<br />

transcurrido más de sesenta años desde que había tomado<br />

esas fotografías, pero su inmortalidad, que se debía a la universalidad<br />

de lo cotidiano, de la cotidianidad de la guerra,<br />

esa paradoja de la realidad, nacía también del hecho de que el<br />

artista había escogido libremente las imágenes, o quizás ellas<br />

lo habían escogido a él y él las había acogido de buen grado,<br />

sin mediaciones provenientes de otra instancia que pretendiese<br />

dictar sus pautas.<br />

Por supuesto, él había necesitado vender sus fotos, y<br />

existían revistas y periódicos que se las compraban, pero el<br />

173


vínculo lo construía él y ninguna de esas fotos, ni una sola,<br />

había nacido de un encargo.<br />

De pronto se sintió seguro de que si llegara a aceptar el<br />

trabajo que le ofrecía Núñez, a fin de cuentas la abdicación de<br />

sus principios sería por completo inútil, porque, y en esto su<br />

intuición no solía fallar, con toda probabilidad su capacidad<br />

creativa abandonaría el campo por un tiempo indefinido, sin<br />

indulgencia alguna hacia él y sus necesidades económicas, de<br />

manera que su ignominia vendría a darse por partida doble,<br />

puesto que habría terminado por agachar la cabeza, para luego<br />

tener que reconocer que la había agachado en vano.<br />

Se acercó al teléfono y llamó a Camila. Del otro lado se<br />

oyó la voz que lo había enamorado hacía ya tanto tiempo, no la de<br />

la actriz, sino la de la mujer, la propia de Camila, esa mujer que,<br />

para su bien o para su mal, lo había obsesionado toda la vida.<br />

—Philippe —exclamó ella, y él se sintió como un adolescente<br />

al oír pronunciar su nombre por la voz tan conocida,<br />

aunque ahora tan alejada de él, una situación que nunca terminaría<br />

de aceptar.<br />

Le expuso el problema, analizando todos sus detalles,<br />

los pros y los contras. Ella lo escuchó en silencio, atentamente,<br />

con paciencia, sin interrupciones. Sólo habló cuando él finalmente<br />

se calló, como en un suspiro. También entonces comenzó<br />

diciendo su nombre, el cual adquiría una resonancia<br />

especial cuando salía de su boca.<br />

—Philippe —le dijo, como haciendo fluir la palabra a través<br />

del cable, y dejándola corporeizarse al llegar hasta donde era<br />

escuchada—. Vente para acá y lo hablamos personalmente.<br />

Su estado de ánimo cambió. Se preparó en un segundo<br />

y bajó a la calle. Antes que nada fue a comprar cigarrillos. El<br />

entusiasmo por visitar a Camila, por compartir con ella sus<br />

preocupaciones y sus reflexiones, la idea de estar cerca de su<br />

persona y de sentirla cerca de él, hizo que la energía volviera<br />

a sus miembros y su cuerpo se llenara de nuevo con la tensión<br />

vital que usualmente lo caracterizaba.<br />

174


En el momento de entrar a la panadería una mujer de<br />

cierta edad se cruzó en su camino y lo interpeló:<br />

—Señor Fontén —dijo, y él se sorprendió de que fuera<br />

tan famoso, de que gente desconocida lo abordara en la calle.<br />

Pero inmediatamente después se sintió avergonzado, cuando<br />

ella continuó, evidentemente apenada también:<br />

—¿No se acuerda de mí? Soy Mercedes Jiménez, la tía<br />

de Luis.<br />

Vagamente comenzó a hacer coincidir la difusa imagen<br />

de la mujer con el difuso recuerdo que le quedaba de<br />

ella. Al mismo tiempo, como en un destello, pasó por su<br />

mente la idea de que demasiadas personas estaban haciendo<br />

una reaparición del todo indeseable en el transcurso de un<br />

mismo día.<br />

La mujer siguió hablando:<br />

—No pude conseguir su teléfono, pero me acordaba de<br />

que vivía por aquí, y entonces vine a ver si lo encontraba. Ya<br />

vine el lunes también, y el miércoles, y, bueno, ahora por fin<br />

lo consigo. De verdad que me da mucha pena, perdóneme,<br />

pero es que tengo que hablarle de algo muy grave, no sé si<br />

usted tiene tiempo de escucharme ahorita. Es muy importante.<br />

Si no no me hubiera atrevido a buscarlo de esta manera,<br />

qué pena con usted.<br />

Pensó en Camila, que lo aguardaba, pero supo que a<br />

esta mujer no le podría decir que no, él no era así, maldita<br />

sea, ni esta mujer se dejaría sacar de encima tan fácilmente,<br />

ella a su vez, ya se veía, era así. La invitó a tomarse un café<br />

en otro sitio, un poco más abajo, hacia la Solano, donde podrían<br />

sentarse. No le quedaba más remedio que entrarle a este<br />

problema, el cual, ya lo presentía, sólo serviría para complicarle<br />

la vida y crearle más ansiedades de las que ya tenía.<br />

Estaba seguro de no equivocarse. Por un segundo pensó en<br />

que quizás todavía estaba a tiempo de huir, hallar una excusa<br />

plausible, decir un par de palabras corteses y explicar que tenía<br />

una cita, lo cual, por otra parte, era del todo cierto, y no<br />

175


asomarse al mundo que arrastraba consigo esta mujer, el cual<br />

lo iba a envolver también a él, de eso tampoco tenía ninguna<br />

duda. Supo que iría a tardar mucho en llegar hasta donde lo<br />

esperaba Camila, quizás varias horas, y se arrepintió, por<br />

enésima vez, de no tener teléfono celular, a causa de su decisión<br />

de mantenerse al margen de las modas y de las fiebres<br />

que invadían cada cierto tiempo a los caraqueños.<br />

—Yo no conocía a ninguno de ellos —se arrancó a hablar<br />

Mercedes, sin ningún preámbulo, como si él estuviera<br />

obligado a saber a quiénes se refería—, nunca los había visto<br />

por el barrio, y eso que llevo casi treinta años viviendo ahí, y<br />

conozco a todo el mundo en la zona. Llegaron temprano, como<br />

a las ocho de la mañana, no eran ésas horas de visita.<br />

Sabían mi nombre, me hablaron de mi sobrino Luis y dijeron<br />

que eran amigos de Yenifer y que era preciso que me hablaran<br />

de ella, que era algo urgente y grave. Entonces yo les<br />

abrí, ahora sé que fue una tontería, pero la vida es así, uno<br />

puede ser muy sensato durante cuarenta, cincuenta años, y<br />

luego comete una tontería, un sólo segundo, y ya todo lo anterior<br />

queda cancelado, y uno empieza a hundirse en algo<br />

que toda su vida había logrado evitar, y que de pronto lo<br />

mantiene atrapado y entonces eso ya no tiene remedio.<br />

Claro, yo tampoco era ya la misma de antes, Luis había<br />

sido como si fuera mi propio hijo, yo lo crié, y desde que lo<br />

mataron, bueno, es como si me hubieran matado también a mí.<br />

Yo vivo toda aturdida, se me olvidan las cosas que tengo que<br />

hacer, todo se me pierde, el dinero, los documentos, los paraguas,<br />

todo lo voy perdiendo, me voy al cuarto a buscar algo y<br />

no recuerdo a qué he ido y me quedo parada ahí y no tengo ni<br />

idea para qué he ido. Un día me pasó la cosa más increíble, usted<br />

no me lo va a creer, iba yo caminando por la calle, sin pensar<br />

en nada en especial, y pasé por delante de la funeraria en la<br />

que comenzamos a velar a Luis, antes de llevarlo a Los Chorros,<br />

y entonces yo sentí algo, eso no se puede explicar lo que yo<br />

sentí en ese momento, no sé ni cómo pude pensar eso, porque<br />

176


lo pensé de verdad, no fue que lo soñé ni nada, pero pensé que ahí<br />

adentro estaba Luis, que siempre estaba ahí, acostado en su féretro,<br />

y que yo podría entrar y volverlo a ver, aunque fuese una<br />

sola vez más, una última vez. Y me puse a caminar más de prisa,<br />

casi que me puse a correr, para entrar de nuevo a la funeraria y<br />

volverlo a ver una vez más. Hasta que me di cuenta de lo absurda<br />

que era mi idea, y entonces me paré, y luego seguí caminando<br />

muy despacio, y era como si todo el mundo diera<br />

vueltas conmigo, como un vértigo.<br />

Bueno, no sé ni siquiera por qué le estoy contando todo<br />

eso. Ah, sí, era para explicarle por qué yo fui capaz de dejar<br />

entrar a esos tres muchachos desconocidos en mi casa,<br />

como una misma pasmada. Para eso le conté todo eso. Yo soy<br />

ahora así, ya no soy la que era antes. Cuando ellos tocaron el<br />

timbre, yo estaba viendo la televisión, yo me levanto muy<br />

temprano, la casa estaba limpia y ordenada, porque eso sí, en<br />

eso nunca llegué a fallar, es más bien un consuelo, limpiar el<br />

piso, coletearlo y dejarlo brillante, eso lo distrae a uno.<br />

Philippe no hallaba cómo interrumpirla. Miró disimuladamente<br />

su reloj, y se alarmó al constatar todo el tiempo que<br />

había pasado, sin que esta mujer hubiera comenzado siquiera a<br />

entrar en materia.<br />

La gente circulaba alrededor, tipos extraños, en ese sitio<br />

que era como un lugar de cruce, unos se dirigían hacia la calle<br />

y otros hacia diversos pasillos del centro comercial que se alzaba<br />

detrás del café, todo lo cual contribuía a que se conformara<br />

un espacio como desintegrado, con líneas de fuga que no<br />

se correspondían las unas con las otras, tiendas amontonadas<br />

de cualquier manera y personas repartiendo volantes inverosímiles,<br />

del tipo mucho le agradeceré su ayuda y buena fe al<br />

comprar estos ricos y aromáticos inciensos para el buen ambiente<br />

de su hogar, oficina o negocio, todo eso tenía al maldito<br />

espacio interferido, como si todo fuera una película mal montada.<br />

El tiempo siguió transcurriendo. Tuvo la sensación de<br />

que masas enteras de tiempo se iban convirtiendo en tiempo<br />

177


muerto, y la mujer seguía hablando y él ya sólo escuchaba algo<br />

así como un ruido.<br />

—Yo a esos muchachos no los conocía —dijo ella con<br />

obstinación, como si no lo hubiera dicho ya antes, o como si<br />

ese hecho crudo y simple exigiera ser repetido para adquirir<br />

forma y consistencia—. Todos nos equivocamos alguna vez,<br />

para eso somos humanos, y yo los dejé entrar. Una vez que<br />

estuvieron adentro enseguida me arrepentí por haberles permitido<br />

pasar, y entonces los miré bien, ellos estaban ahí inmóviles,<br />

como congelados, viéndome fijamente, y yo mirándolos<br />

también, aterrada. Había tres malandros dentro de mi casa y<br />

yo sentí que la sangre se me helaba.<br />

Ellos me miraban desde su altura de tipos sobrados, como<br />

estudiándome, tres tipos fuertes, y yo me di cuenta de que<br />

la situación no tenía arreglo. Desde afuera se oía una música, y<br />

de pronto pensé que era imposible que al mismo tiempo que<br />

me estuviera pasando eso a mí, alguien disfrutara escuchando<br />

una música. Me encogí en la silla, hubiera dado cualquier cosa<br />

por volverme invisible, ponerme de cuclillas, esconderme debajo<br />

de la mesa, rogarles que me dejaran vivir aunque sea hasta<br />

la noche, para ver una vez más las estrellas, antes de difuminarme<br />

en medio de ellas, como se había difuminado Luis.<br />

Los muebles estaban ahí, detrás de mí, como siempre,<br />

el Cristo crucificado colgando de la pared, ellos estaban en<br />

su sitio, era sólo yo la que estaba en trance de algo que únicamente<br />

esas personas que habían irrumpido en mi casa, de rostros<br />

altivos, vestidos con sus bluejeans y sus zapatos de goma,<br />

decidirían qué sería.<br />

—No tenga miedo, doña —me dijo uno de ellos—. No<br />

vinimos a hacerle mal. Sólo queremos hablar con usted amistosamente,<br />

evitar que suceda una desgracia, ponerle un parado<br />

a un asunto que todavía estamos a tiempo de detener, no le<br />

vamos a hacer nada, no es usted la que nos interesa.<br />

—Es esa caraja, la tal Yenifer, ella que se cree muy<br />

arrechita —continuó otro, hablando muy despacio, arrastran-<br />

178


do las palabras—. Pero dígale que se deje de jueguitos, porque<br />

nosotros sí que no estamos jugando. Ella sí, lo que ella está haciendo<br />

es un juego, pero mejor es que se deje de eso, porque<br />

ella es una nadie, y la vamos a joder. Dígale que sabemos en<br />

qué anda, conocemos todos sus pasos, y que si sigue en eso, la<br />

vamos a fundir.<br />

Debió pasar mucho tiempo, años enteros me parecieron,<br />

hasta que me convencí de que se habían ido, de que me había librado<br />

del peligro, y que esos malandros se habían marchado. La<br />

gran amenaza que me anduvo rondando desapareció, y el terror<br />

que se había adueñado de mí también. Me sentí aliviada de momento,<br />

pero luego me entró la desesperación otra vez, al pensar<br />

en esa niña, en Yenifer, ella sí que corría peligro, mil veces más<br />

grande que el que yo había corrido. Algo tenía que hacer, no me<br />

podía quedar inerme, tratando de hacerme creer a mí misma que<br />

no había pasado nada. Sentí que el ojo azul de Cristo me estaba<br />

mirando, no había misericordia, ese ojo perfecto que le queda,<br />

allá en la pared, porque el otro le falta desde hace tiempo y yo<br />

nunca tengo plata para mandárselo a poner.<br />

SiYenifer estaba dando una pelea para que Wilmer pagase<br />

por Luis, yo no la podía dejar sola con eso. Dios no me lo<br />

perdonaría. Pero no sé qué hacer, tengo mucho miedo, esa niña<br />

es muy temeraria, y nos podemos meter en un problema. Poco<br />

después de la muerte de Luis ya yo empecé a sospechar que<br />

ella estaba en algo, no era casualidad que ella siempre estaba<br />

ocupada, y se le veía tanta decisión en la cara, a él no lo nombraba<br />

casi nunca, y nunca tenía tiempo para nada, se la pasaba<br />

corriendo, y aunque ella siempre fue una muchachita tan fuerte,<br />

ahora lo parecía más, parecía una roca, y yo la fui a buscar<br />

muchas veces, eso se lo debía a Luis, pero casi nunca la encontré.<br />

Luego ella me llamaba por teléfono, me ofrecía visitarme,<br />

pero después casi nunca aparecía, y ella nunca fue así, era<br />

muy cumplida, muy puntual. Una sola vez nos vimos, pero<br />

también entonces llegó retrasada, y no me dio ni los buenos<br />

días, estaba como ida, se la veía inquieta, como haciendo un<br />

179


esfuerzo para mostrarse calmada, pero se le notaban los ojos enloquecidos,<br />

estaban demasiado abiertos y vigilantes. Yo le ofrecí<br />

unas rosquitas que acababa de hacer, pero ella no las aceptó,<br />

me dijo, voy muy apurada, señora Mercedes, se lo agradezco, y<br />

entonces a mí me provocó abrazarla, llevarla hasta el cuarto<br />

y decirle que se recostara un poquito, decirle que no se sacrificara<br />

tanto, que nosotros también sufríamos, pero que había<br />

que seguir viviendo, que no creyera que no nos costaba, el golpe<br />

había sido duro, y también nosotros sentíamos dolor, pero<br />

lo llevábamos con nosotros como a un conocido, no nos despedazábamos<br />

así contra el mundo, como lo estaba haciendo<br />

ella. Pero no dije nada, y Yenifer tampoco, sólo me miró con esos<br />

ojos tan grandes, y no dijo nada. Allá afuera la esperaba alguien<br />

en una moto. Así estuvimos un rato, y luego de repente<br />

ella se fue, y yo todavía dije, Dios me la bendiga, mija, pero yo<br />

creo que no me oyó, se dirigió hacia el terraplén donde la estaban<br />

esperando, fumándose su cigarrillo, sin el cual ya nunca la<br />

veíamos. Y yo entonces sentí un dolor más grande todavía, porque<br />

a la edad de ella una muchacha tiene que estar pensando en<br />

bailes y vivir la fiebre que lleva por dentro, no estar planificando<br />

acciones, sino soñar con el amor, volverse a enamorar, no estar<br />

sopesando posibilidades ni estarse internando por caminos<br />

que no son los de ella. Yo después me recriminé de que no la había<br />

aconsejado, pero es que tampoco me dio tiempo, estamos<br />

ahora viviendo cosas que nunca habíamos vivido antes, y no sabemos<br />

cómo reaccionar, bueno, al menos yo no sé cómo reaccionar,<br />

y en verdad quién soy yo para estarle dando consejos a<br />

Yenifer, ella veía por los ojos de Luis y Luis veía por los de ella,<br />

entre ambos se entendían con sólo mirarse. Ésa es la verdad.<br />

La mujer se calló, extenuada. Ya la tarde se despedía.<br />

Philippe estaba conmocionado por todo lo que había oído.<br />

La muerte violenta seguía rondándolos, Yenifer mantenía vivo<br />

el recuerdo de lo que había pasado y la reacción no se había<br />

hecho esperar. Wilmer estaba respaldado, los individuos<br />

que habían ido a amedrentar a Mercedes Jiménez no estaban<br />

180


jugando, no se desplazaron hasta la casa de ella por perder el<br />

tiempo, ellos mismos habían aclarado que no estaban jugando.<br />

No ejercieron ninguna acción violenta contra ella, pero<br />

dejaron muy en claro que estaban dispuestos a hacerlo en<br />

contra de Yenifer.<br />

Evidentemente se trataba de un grupo bien organizado,<br />

al que no le temblaba la mano a la hora de ajustar cuentas, y al<br />

cual se le había ordenado buscar a una muchacha que estaba<br />

provocando situaciones inconvenientes, orden que ellos llevaron<br />

a cabo planificadamente, sin resquicios para la duda,<br />

conduciendo el asunto como cualquier trabajo a llevar a término,<br />

con seriedad, aunque si era necesario sin remilgos ante<br />

la necesidad de ensuciarse las manos. Habían sido enviados<br />

expresamente para eso, y si fuera necesario, evidentemente sacarían<br />

a Yenifer del juego.<br />

A Philippe se le ocurrió que debía llamar a Robert, un ser<br />

eminentemente práctico, que ganaba sumas considerables elaborando<br />

videoclips y que sabía moverse en la realidad como él<br />

nunca había sabido hacerlo. Pasaba más tiempo en Estados<br />

Unidos que en el país y vivía inmerso en un mundo de imágenes,<br />

sonidos, textos y estrategias, para producir para la empresa<br />

para la cual trabajaba, un sin fin de microhistorias convertidas<br />

en imagen, las cuales debían ser lo suficientemente eficaces<br />

como para transportar al espectador a una atmósfera que contribuyera<br />

a generar en él la capacidad de disfrutar de la ilusión,<br />

y a la vez incorporar en sus puntos de vista ciertas ideas<br />

cuidadosamente delimitadas.<br />

Robert era un hombre de acción y éste era un momento<br />

que requería actuar, hacer algo urgentemente. Diseñar una<br />

estrategia inteligente y eficaz, no caer en el terreno escogido<br />

por los otros ni jugar bajo las reglas señaladas por ellos.<br />

Mercedes, que en verdad no podía estar al tanto de todas<br />

estas elucubraciones, levantó la vista y lo miró a la cara,<br />

los ojos cargados de reproche.<br />

181


—Estoy pensando, Mercedes, discúlpeme. Lo que me<br />

cuenta no es fácil de asimilar, y mucho menos lo es dar con una<br />

solución. Lo más importante sería hablar con Yenifer, pero quizás<br />

de quien primero que nada tenemos que protegerla es de sí<br />

misma, y eso es lo más difícil. Si nos vamos de bruces, a lo mejor<br />

lo que conseguimos es todo lo contrario, impulsarla a correr<br />

a más velocidad hacia el peligro. Conociéndola como la conocemos,<br />

sabemos que ésa sería su reacción. Al mismo tiempo, lo<br />

que ella está haciendo es admirable, más bien todos los demás<br />

debiéramos estar avergonzados de no haber hecho nada, dejar<br />

que el crimen de Luis quede impune. Tanto que hablamos de<br />

justicia y de ética, tanto que las trabajamos en nuestras obras,<br />

para luego, cuando nos toca personalmente en nuestras vidas,<br />

quedarnos así tan tranquilos.<br />

Realmente estaba contrariado. Él no era así, en general<br />

no era así. Se pasó la mano por los cabellos, torturado, acusándose<br />

mentalmente de acomodaticio y de falto de sensibilidad,<br />

de haber abdicado hasta de los últimos restos de lo que fueron<br />

sus ideales. Presumes mucho, Philippe, se dijo, y te sientes satisfecho<br />

de ti mismo, pero en verdad no haces más que interpretar<br />

un papel, te crees una maravilla, un perfeccionista, pero<br />

en el fondo vives constreñido a los cánones más trillados, ahí<br />

apoltronado en la sala, amurallado contra el miedo.<br />

Volvió a maldecir por no tener celular. Tampoco llevaba<br />

tarjeta telefónica, para poderle avisar a Camila que llegaría tarde,<br />

o que quizás ni siquiera alcanzaría a llegar. Sus manos empezaron<br />

a martirizar los objetos que encontraron a su alcance,<br />

como cuando era joven, para separar y juntar las partes de las<br />

que estaban compuestas las diferentes cosas, actividad incesante<br />

que desesperaba a todos los que lo rodeaban, pero que a<br />

él lo ayudaba a conseguir la tranquilidad que necesitaba, aunque<br />

ni siquiera se daba cuenta de que lo estaba haciendo. Sacó<br />

un billete para pagar la consumición, y mientras esperaban a la<br />

camarera, lo fue doblando en infinitos dobleces, de una manera<br />

tan horrorosa, pensó Mercedes, que ni el Banco Central<br />

182


estaría en condiciones de reconocerlo. No se pudo contener y<br />

le rogó que no se siguiera ensañando con el billete. Pero las<br />

manos de él ya no podían detenerse y entonces fue para ella,<br />

incapaz de despegar los ojos de ese insufrible quehacer, una<br />

espera inacabable, hasta que por fin la muchacha se llevó el billete<br />

de dos mil bolívares, luego de echarle una mirada de repugnancia<br />

a Philippe, quien se mantuvo del todo ajeno a lo<br />

que les sucedía a esas dos mujeres, al desasosiego de la una y<br />

al desprecio de la otra. Sus manos iniciaron una nueva acción<br />

infatigable, esta vez orientada sobre una servilleta, acción que,<br />

por su condición de duplicación de la anterior, ejerció sobre el<br />

cerebro de Mercedes el efecto de un golpeteo implacable, como<br />

el de las veloces puntadas de la aguja de una máquina de<br />

coser, a un lado y otro de su cráneo, por dentro y por fuera.<br />

De nada de esto se dio cuenta Philippe. Internamente ya<br />

había aceptado el compromiso que se le planteaba. Ahora la<br />

pelota estaba en el campo de ellos y él estaba dispuesto a tomar<br />

la iniciativa. Tenía plena conciencia del riesgo que asumía,<br />

y también de que él solo no podría resolver el problema, tendría<br />

que involucrar a otros, lo cual implicaba una responsabilidad<br />

adicional, mayor todavía, puesto que entonces ya no se<br />

trataría sólo de arriesgar su propia persona, sino también la<br />

de los demás.<br />

Un hombre pasó junto a ellos, gritando es para hoy,<br />

agitando sus billetes de lotto-quiz. La oscuridad de la noche<br />

empezó a ser perforada por la luz que emitían los aparatos<br />

eléctricos. La hilera de automóviles de los que regresaban<br />

del trabajo a sus casas apenas si avanzaba, cual larga fila de<br />

hormigas laboriosas, desgranando el tiempo vital que les correspondía.<br />

La luna, esa esfera blanca que planeaba en la<br />

profundidad de la noche que se iba iluminando, seguía su<br />

curso en ascenso.<br />

Se levantaron y se pusieron en marcha en medio del<br />

gentío que pululaba por Sabana Grande. Un afiche pegado<br />

a las puertas de cristal de un banco pregonaba, con letras<br />

183


inmensas, las bondades de una lotería bancaria. Philippe logró<br />

comprar una tarjeta telefónica y por fin pudo comunicarse<br />

con Camila. La voz de ella ahora se escuchó fría y distante, y<br />

él, en lugar de decirle lo que en verdad hubiera querido, que<br />

me gustaría que vivas conmigo, sólo le dijo que no podría ir<br />

a verla y que luego le explicaría. Tal como esta situación solían<br />

ser todas las que a él le sucedían con Camila, a lo largo<br />

de la vida entera le fueron sucediendo un montón de pequeños<br />

desencuentros y malentendidos, y era por eso, quizás,<br />

por motivos así de simples y torpes, que no dormían juntos<br />

desde hacía ya tanto tiempo. Por un momento lo invadió la<br />

desesperanza y se preguntó si no estaría cerrándose una última<br />

opción que se le presentaba, perdiendo la única causa<br />

que, en el fondo, le hubiera gustado ganar.<br />

Hicieron la cola en la parada del metrobús, ambos concentrados<br />

en las contradictorias preocupaciones que ocupaban<br />

sus almas. Una vieja depauperada pasó voceando el kino del<br />

Táchira, ofreciendo riquezas astronómicas. Era la rutina de<br />

costumbre, nada fuera de lo usual. La representación de la vida<br />

concentrada en una parada, caravanas de seres buñuelescos<br />

cruzándose con caravanas de seres armados hasta los dientes,<br />

tipo termineitor, sólo que sus implementos no eran de utilería,<br />

sino crudamente reales, tanto, que posiblemente no tendrían<br />

cabida ni siquiera dentro del neorrealismo. Un poco más allá,<br />

junto a un kiosko, un hombre y una mujer se abrazaban, cerrados<br />

al mundo circundante, materializando una vez más la<br />

perenne imagen del amor.<br />

Los seres fluían en medio de las distintas caravanas que<br />

se desplazaban sobre el pavimento, repeliéndose sordamente, a<br />

veces girando en remolino en medio del tráfago, todos intentando<br />

llegar a algún punto, muchos tratando de cambiar de<br />

rumbo, mientras rumiaban sus monólogos solitarios, buscando<br />

medicina para sus dolores, algunos de los cuales eran demasiado<br />

fuertes como para que su portador pudiera soportarlos, y sin<br />

embargo los seguían soportando, aparentemente impávidos,<br />

184


aunque por dentro estuvieran diciendo ay, mi madre, y por<br />

fuera se les fuera curvando un poco más la espalda.<br />

Ya la noche había caído cuando por fin llegaron a casa<br />

de Robert, quien no estaba solo, sino con un grupo de amigos,<br />

a quienes Philppe no conocía. Una muchacha cortaba pan,<br />

mientras un chico vigilaba el asado de la carne, en una parrillera<br />

portátil. Otros ya estaban comiendo, con evidente apetito.<br />

Un conjunto de personas en medio de las cuales vinimos a<br />

aterrizar como dos marcianos, pensó Philippe, y se sintió terriblemente<br />

ridículo. Se preguntó cómo enfrentar la estúpida<br />

situación, y trató de buscar en el arsenal de sus recursos alguno<br />

que le permitiera salir airoso de ella.<br />

Robert sonrió divertido al ver la cara de turbación de su<br />

padre. Si hubiera tenido una cámara fotográfica a mano, no hubiera<br />

perdido la oportunidad de retratarlo. Philippe le devolvió<br />

la mirada, agradecido de la sonrisa, e intentó entrar en un papel<br />

que fuera convincente y justificara su intempestiva presencia.<br />

Se acordó de las numerosas veces que había manifestado con<br />

extrema claridad que no admitía ser visitado sin previo aviso,<br />

y cómo esa advertencia incluía hasta a su propio hijo. Este recuerdo<br />

lo hizo sentirse especialmente irritado consigo mismo,<br />

y lo empujó fuera del papel que pretendió asumir, en el cual, de<br />

esta manera, ni siquiera llegó a entrar. Pero ya Robert, con toda<br />

naturalidad, los hizo pasar, y los jóvenes presentes se arrimaron<br />

para dejarles espacio. Robert, sin manifestar sorpresa alguna,<br />

ni por la visita ni por el hecho de haberse constituido los visitantes<br />

en una pareja desde todo punto de vista inesperada, les<br />

ofreció servirse de la cena. Philippe rápidamente contestó que<br />

sólo deseaba un vaso de agua. Mercedes a su vez dio las gracias<br />

y manifestó encontrarse llena.<br />

Sentado en la muelle y afelpada butaca que daba cuenta<br />

del buen gusto de su hijo, apoyado blandamente en el amplio<br />

respaldo, Philippe se dio cuenta por primera vez de que Robert<br />

poseía un verdadero hogar, no simplemente un apartamento,<br />

como lo había pensado siempre.<br />

185


—Por supuesto que lo podemos hacer. Tenemos los recursos,<br />

las ideas, sabemos cuál debe ser el argumento y cómo debemos<br />

llenar ese contenido —decía un chico, subrayando con<br />

gestos enfáticos su discurso, al mismo tiempo que se dejaba acariciar<br />

por la muchacha que tenía al lado, cuya mirada amorosa<br />

se posaba con devoción en la cara del que hablaba. Más atrás,<br />

en un rincón, sentados en la penumbra, una pareja parecía estar<br />

a punto de empezar a desnudarse, aunque quizás ello no<br />

era más que una impresión injustificada. Pero desde detrás de<br />

un sofá se asomaba una pierna de mujer, y aquello, sin lugar a<br />

dudas, era algo concreto.<br />

El joven que había estado hablando echó el brazo hacia<br />

atrás, para fundirse más con la muchacha, mientras siguió<br />

argumentando:<br />

—Si utilizamos esa música en los momentos adecuados,<br />

ahí les vamos a dar en la madre, y si logramos producir<br />

el efecto que debe tener una marca tan sofisticada, entonces<br />

ya esa gente es nuestra, es pan comido.<br />

Allá atrás la escena de desnudo se estaba haciendo una<br />

realidad, en medio de risas y de otros sonidos poco articulados.<br />

—Sí, pero acuérdate que el empresario de música del<br />

consorcio pidió seis millones por los derechos, ahí habrá que<br />

negociar fuerte, mucho más de lo que tú te imaginas —lo interrumpió<br />

una mujer delgada y de lentes, que parecía un poco<br />

mayor que el resto.<br />

Philippe se refugió en la contemplación de un afiche que<br />

reproducía una obra de Picasso, por el cual pareció demostrar un<br />

interés extremo, aunque en verdad lo que hubiera deseado en ese<br />

momento era ser ejecutado por un pelotón de fusilamiento, por<br />

idiota, o hacerse invisible ante esa masa de gente, escribirle una<br />

carta de despedida a Robert, pedirle perdón, y lograr desaparecer<br />

de ahí, para reaparecer instantáneamente en su propia casa.<br />

Se dio cuenta de que una de las muchachas lo examinaba<br />

con una curiosidad despiadada. Ello terminó de asestarle un<br />

golpe considerable a su amor propio, y lo llevó a maldecir los<br />

186


pasos que lo habían conducido hasta la puerta de la casa de su<br />

hijo. Pero entonces éste decidió acudir en su ayuda y lo convidó<br />

a la cocina, sin dejar de lado tampoco a Mercedes, la otra integrante<br />

de la dispareja pareja, cuya presencia junto a Philippe, a<br />

estas horas y en este lugar, seguía siendo un enigma.<br />

Grandes cabezas de ajo, con su blancura de hueso, colgaban<br />

de la pared de la cocina de Robert. El ruido de la conversación<br />

de afuera se amortiguó al cerrarse la puerta. Dentro<br />

de la cocina también se produjo un silencio, ya que de pronto<br />

ninguno de los tres quiso ser el primero en hablar. A Robert<br />

lo sedujo el aleteo de alivio que percibió en la mirada de aprobación<br />

que le dirigió su padre. Somos propensos a escuchar<br />

las mismas llamadas, pensó, aunque aparentemente nuestros<br />

caminos sean tan diferentes. Sabía que sólo algo muy grave<br />

pudo impulsar a Philippe a presentarse de esta manera intempestiva<br />

en su casa, y supo que él también se involucraría sin<br />

reservas en lo que ya aquel estaba evidentemente involucrado.<br />

La presencia de Mercedes indicaba las pistas acerca de dónde<br />

podía provenir el problema.<br />

Al fin, fue él el que habló de primero. Se dirigió a su padre,<br />

y con suavidad le preguntó qué le pasaba. Para ayudarlo<br />

más aún, le adelantó que podía contar con él, fuera lo que fuese,<br />

pero que, indudablemente, necesitaba saber en qué consistiría<br />

la ayuda requerida. También a Mercedes, que estaba como<br />

congestionada, le dijo algunas palabras tranquilizadoras, señalándole<br />

con la mano dónde podía sentarse, ya que la mujer se<br />

mantenía hieráticamente de pie.<br />

Entonces, entre ambos visitantes, le expusieron a Robert<br />

la situación, lo más serena y objetivamente que pudieron. A<br />

medida que fue escuchando la historia, su espíritu se fue ensombreciendo.<br />

¿Era posible que la pesadilla que habían estado<br />

viviendo en los últimos tiempos se hiciera peor todavía?<br />

Evidentemente Yenifer se estaba enfrentando ella sola a una<br />

banda bien organizada, y cualquier intervención de parte de<br />

ellos, que sin lugar a dudas era urgente, eso no era ninguna<br />

187


exageración de sus inesperados visitantes, tendría que ser bien<br />

planificada, sería una verdadera estupidez actuar por simple<br />

impulso, por una suerte de acción samaritana, de esas que sólo<br />

sirven para empedrar los consabidos caminos que conducen a<br />

los igualmente consabidos infiernos. Miró a Philippe, y vio ante<br />

sí a un hombre bueno, lo cual no era poco decir en los tiempos<br />

que corrían, en medio de un operativo de bandas armadas,<br />

y al ver la cabeza entrecana no pudo contener el impulso de<br />

acercarse y rodearlo con sus brazos, ya no buscando protección,<br />

como cuando era niño, sino intentando él ampararlo.<br />

Philippe, sorprendido ante esta apertura afectiva a la<br />

que ya no estaba acostumbrado, retribuyó el abrazo, al mismo<br />

tiempo que pensó que quizás sin las situaciones límite a<br />

las que los empujaba la vida, no hubieran logrado expresar<br />

su afecto, más allá de las convenciones sociales de una cultura<br />

para la cual las demostraciones de cariño entre los seres<br />

del género masculino estaban mal vistas, se consideraban<br />

sensiblerías inadmisibles.<br />

—Con apurarnos no vamos a conseguir nada, sólo caernos<br />

de bruces. Hay que pensar primero —dijo Robert, deshaciendo<br />

el abrazo—. Mañana mismo buscamos a Yenifer y<br />

organizamos un plan de acción.<br />

—A Yenifer nunca se la consigue —dijo Mercedes—.<br />

Yo la he llamado un sin fin de veces y nunca está.<br />

—¿Por qué no probamos llamarla ahora? —sugirió<br />

Philippe, quien parecía no haber escuchado nada de lo que<br />

había dicho su hijo.<br />

Robert empezó a sentirse irritado, pero decidió no perder<br />

la calma. De todas maneras no iban a lograr localizar a<br />

Yenifer.<br />

—¿Usted se sabe el número, señora Mercedes?<br />

Ella le dictó el número de un celular y él marcó. En<br />

contra de todas sus expectativas, atendió la propia muchacha.<br />

Al mismo tiempo, como si la situación entera hubiera ingre-<br />

188


sado a una dimensión enloquecida, los de afuera levantaron<br />

la voz, y alguien gritó, indignado:<br />

—¡Pero si acaba de firmar con la discográfica Pacific<br />

Angel!<br />

—Aló, ¿Yenifer? —dijo Robert, y trató de ganar tiempo.<br />

Estaba sucediendo todo lo contrario de lo que hubiera deseado—.<br />

Soy yo, Robert.<br />

Tres chicas irrumpieron de golpe en la cocina.<br />

—¡Escucha, Robert! —le gritó una de ellas, como si<br />

no viera que él estaba hablando por teléfono—. Tienes a todo<br />

el grupo allá afuera esperándote, el tiempo corre, pana, este<br />

proyecto hay que entregarlo mañana.<br />

Él le hizo un gesto perentorio con la mano, y le dio la espalda,<br />

como protegiendo el teléfono. Ahora que tenía a Yenifer<br />

en la línea se dio cuenta de que no la podía dejar escapar.<br />

—Yenifer —dijo con dulzura— me gustaría mucho<br />

verte. ¿Por qué no te acercas a la casa?<br />

—Parece que le estuviera hablando en alemán —siguió<br />

diciendo la muchacha que lo había increpado—, para el caso<br />

que me hace, igual sería que le hubiera hablado en alemán.<br />

—No, yo no estoy solo, estoy con unos amigos que tú<br />

no conoces —siguió diciendo Robert—. Y también con algunos<br />

que sí conoces.<br />

—Éste es capaz de hacer aquí una reunión paralela<br />

—dijo otra de las muchachas, indignada.<br />

—Coño, espérate, vale —se volteó hacia ella con violencia<br />

Robert, y luego volvió otra vez hacia el teléfono, mientras<br />

desde afuera siguió entrando más gente en la cocina.<br />

—Esto se lo llevó el diablo —pensó Philippe—. Y yo<br />

tengo la culpa.<br />

—Sí, creo que sí —decía en ese momento Robert, tratando<br />

de mantener la tersura de su voz, para que Yenifer no se<br />

asustara y la comunicación no se interrumpiera—. Sí, bajo mi<br />

responsabilidad —seguía diciendo Robert—. No, no es tarde.<br />

No, chica, no te preocupes, todas esas personas son de las…<br />

189


Pero durante el tiempo que hablemos, todo el tiempo que sea,<br />

nadie va a estar presente. Oye, no creo que nos estén grabando.<br />

—Queremos empezar la lectura de la pauta —se asomó<br />

una cabeza por la puerta.<br />

Alguien pasó llevando un plato de sandwiches.<br />

—Lo único que te pido, Yenifer —dijo ahora con firmeza<br />

Robert—, pero de la manera más solemne que te puedas<br />

imaginar, de verdad, es que procures venirte sin pérdida de<br />

tiempo, ahora mismo.<br />

—Es para hoy —volvió a gritar alguien.<br />

—En un momento estoy con ustedes —contestó Robert,<br />

quien definitivamente estaba haciendo méritos para ganarse el<br />

título de Caballero de la Serena Condición—. Espérenme sólo<br />

un segundo y voy —dijo, y cerró la puerta de la cocina. El<br />

ruido de afuera se amortiguó nuevamente.<br />

Los tres se quedaron mirándose, expectantes, mientras<br />

la noche fluía hacia adentro, a través de la ventana. El<br />

juego de luces producido por los anuncios luminosos y por<br />

los bombillos del cine cercano les otorgó una imagen de evanescencia<br />

y generó una sugestión de placidez que estaban lejos<br />

de sentir.<br />

Robert buscó una botella de whisky y sirvió en tres vasos.<br />

La fragancia de la bebida los compensó un poco de las largas<br />

horas que estaban todavía por transcurrir y de las difíciles<br />

negociaciones que tendrían que entablar. Allá afuera seguía<br />

fluyendo la noche como un río, mientras que detrás de la puerta<br />

ascendía el ruido de una discusión.<br />

—Tengo que salir —les dijo Robert—, tenemos que<br />

entregar un trabajo importantísimo mañana. Me van a matar<br />

si no continúo con ellos.<br />

Los jóvenes de la sala lo recibieron con una rechifla. Uno<br />

de los muchachos se paró sobre una silla y, tocándose con la mano<br />

la frente, el pecho y las rodillas, le hizo una reverencia oriental.<br />

—Oh, gracias, gran señor, por honrar a tus humildes<br />

vasallos con tu esplendorosa presencia.<br />

190


Otro de los integrantes del grupo se acercó al primero<br />

y le dio un empujón, haciéndolo caer de la silla. Luego miró<br />

con severidad a Robert:<br />

—Creo que ha sido un error hacer la reunión en tu casa.<br />

Me gustaría que tuvieras conciencia de todo el trabajo<br />

que tenemos por delante todavía.<br />

—La historia me juzgará —bromeó Robert, tratando de<br />

aliviar el ambiente, aunque internamente no dejaba de dar vueltas<br />

en torno al asunto de la banda de Wilmer. Al mismo tiempo,<br />

sabía que no debía perder el control de la situación aquí afuera.<br />

—Te dicen, ahora tienes que echar el resto, el cliente<br />

está disgustado —siguió diciendo el que había hablado antes—,<br />

en un sólo día tienes que elaborar un proyecto que normalmente<br />

te lleva un mes, tienes que alcanzar el máximo de<br />

tus posibilidades, y entonces, entre que combinan el trabajo<br />

que hay que terminar a como dé lugar con parrillas y bochinches<br />

y la rochelita, nos vemos invadidos por los problemas<br />

personales del responsable del proyecto, no me jodas, esto no<br />

hay forma de justificarlo.<br />

Robert se puso rojo de la rabia. Estuvo a punto de lanzarse<br />

sobre el imbécil y desintegrarlo a puñetazos, pero luego recordó<br />

a los dos seres que estaban en su cocina y pensó que no se<br />

merecían un escándalo de esa naturaleza. Dos personas de las<br />

que se sentía responsable, y por ello las cosas no podrían seguir<br />

su propio curso, sino que iban a tener que acoplarse a la tangible<br />

presencia de esos seres, allá atrás, en ese espacio doméstico. De<br />

manera que se contuvo y retrocedió, hasta sentarse en un banco<br />

de madera rústica que tenía al fondo de la habitación. Alargó la<br />

mano hacia su vaso de whisky y se lo tomó de un trago.<br />

De una gran carpeta sacó las instrucciones del cliente,<br />

una transnacional proveniente de Francia, tantos legajos como<br />

integrantes del equipo estaban presentes. Guardó los originales<br />

y se enfrentó al grupo. Se hizo un silencio sepulcral,<br />

en correspondencia con el ambiente, que ya de por sí se había<br />

vuelto digno de un cementerio:<br />

191


—No es cierto que tenemos que hacer el trabajo de un<br />

mes en un día, o en apenas lo que queda de noche. El proyecto<br />

está casi listo, María Elena y yo lo hemos estado adelantando,<br />

sólo falta maquillarlo, hacerlo sugestivo, atractivo, agregarle los<br />

extras, convertirlo en el inevitable objeto del deseo del cliente.<br />

Lo que falta es el toque creativo, de imaginación, de ensueño,<br />

pero el trabajo en sí está hecho. Por eso no importaba vincularlo<br />

con un ambiente festivo, que propiciara una cierta locura. En<br />

cuanto a mis problemas familiares, les pido disculpas, lo lamento<br />

mucho. Pero creo que nadie está en condiciones de escoger<br />

cuál es el momento oportuno para tener problemas familiares.<br />

Su capacidad de persuasión volvió a funcionar una vez<br />

más y la gente se tranquilizó. Robert se sintió aliviado, aunque<br />

a la vez agotado, luego de haberse enfrentado con éxito a las<br />

crisis que se le fueron presentando. Había logrado capear momentáneamente<br />

ambos temporales, el de la cocina y el de aquí<br />

afuera, pero ahora bruscamente tuvo conciencia de que estaba<br />

siendo atrapado en una tela de araña que había sido tejida por<br />

otros, cuyos hilos estaban muy bien urdidos, lo cual hizo que<br />

sus posibilidades de sintonizarse con el equipo menguaran. Sin<br />

embargo, logró sobreponerse una vez más, durante esa noche<br />

que presagiaba ser larga y fatigosa.<br />

—Juan José tiene razón —dijo—, ahora tenemos que<br />

tener claro que esto es un lugar de trabajo. Es hora de darle<br />

formalidad al asunto.<br />

En un dos por tres desaparecieron los restos de la comida,<br />

y las parejas que se habían concedido un paréntesis se<br />

reintegraron al trabajo. Cada cual se sumergió en la revisión<br />

de las pautas contenidas en los papeles que les había repartido<br />

Robert, y las fue comparando con el sector del proyecto que<br />

le había tocado desarrollar.<br />

—Si lograras rebajar aquí un diez por ciento, la oferta<br />

será mucho más ventajosa —dijo la mujer de los lentes, señalando<br />

con el dedo un ítem en el papel—. Aquí, en la página<br />

tres, lo relativo a…<br />

192


En ese momento sonó el timbre.<br />

El nivel de armonía al cual había logrado ascender la<br />

reunión volvió a sufrir una conmoción. La calle irrumpía de<br />

nuevo en el aséptico mundo empresarial que ellos aspiraban<br />

preservar.<br />

La muchacha de zapatos desgastados que hizo su entrada<br />

miró sin simpatía los rostros que la rodeaban, los cuales<br />

le devolvieron miradas de la misma índole. Robert la presentó,<br />

y luego le ofreció un whisky.<br />

—Prefiero una polarcita —dijo Yenifer, mirando ahora<br />

sólo a su amigo, y desentendiéndose del resto del auditorio.<br />

Robert de nuevo fue rápido en la decisión:<br />

—Me van a disculpar un momento. Voy a designar a<br />

Juan José director de debates y les agradeceré que sigan discutiendo<br />

la pauta. Que alguien anote todas las observaciones<br />

y sugerencias.<br />

Sin esperar respuesta, acompañó a Yenifer a la cocina.<br />

Ella se detuvo, asombrada, al ver a las dos personas que la esperaban,<br />

a las que nunca hubiera imaginado encontrar en ese sitio.<br />

Al mirar a Yenifer, a la mente de todos los presentes acudió<br />

la imagen de Luis. Pero ahora Luis estaba muerto, y Yenifer<br />

siguió parada ahí, en la puerta, quietecita y en silencio, pálida<br />

y delgada. Su figura se había afantasmado, se había hecho como<br />

transparente. Los miraba con sus grandes ojos que desde<br />

que era tan delgada y translúcida parecían aún mayores. Ellos<br />

hubieran querido volverla a ver echando broma, burlona y<br />

juguetona, vacilándose a todo el mundo, pero ahora no sonreía<br />

siquiera, sólo los miraba desde la profundidad de sus<br />

ojos agrandados, y hasta daba la impresión de ser más alta,<br />

probablemente por lo delgada; en todo caso, definitivamente<br />

más adulta y madura.<br />

Mercedes se acercó y la abrazó. Luego Robert la condujo<br />

hasta la mesa junto a la cual habían estado sentados<br />

Philippe y Mercedes. Philippe colocó su mano sobre la de ella,<br />

y la mantuvo ahí, sintiendo que con ese gesto de amparo podría<br />

193


transmitirle algo que fuese capaz de cambiar las circunstancias.<br />

Pero ella no pareció percibir el contacto, como impermeable ya<br />

a cualquier vínculo. Finalmente él quitó la mano. Ella ni pareció<br />

darse cuenta. Se acomodó en un taburete, aunque más que<br />

sentarse fue como un acurrucarse sobre él, como atornillada,<br />

como si deseara no despegarse de ese lugar más nunca.<br />

Los miró con sus ojos agrandados, como si ya no estuviera<br />

ahí, como si sus pasos rítmicos la fueran a llevar a algún<br />

sitio muy lejano, a algún distante lugar solitario hacia el<br />

cual los demás ya no tendrían acceso.<br />

Robert se agachó junto a ella y la abrazó. Entonces Yenifer<br />

comenzó a hablar, a tratar de explicar algo, pero le resultaba difícil<br />

expresarse con fluidez y de un sólo tirón, tal como pretendía.<br />

Habló de una manera balbuceante y entrecortada, y los demás,<br />

por más que se esforzaron en entenderla, no lograron comprender<br />

nada. Robert la mantuvo abrazada y le susurró que no dijera<br />

nada ahorita, que esperara un poquito. Pero ella se zafó violentamente<br />

y corrió hasta el baño, de donde regresó al rato, con la respiración<br />

más acompasada. Se mantuvo de pie, erguida, como<br />

erizada, con la misma mirada cargada de angustia que le habían<br />

visto antes, como encerrada dentro de una burbuja. Philippe<br />

constató que ni él ni Robert habían logrado traspasar la esfera<br />

que la tenía atrapada y dentro de la cual se debatía.<br />

Se quedó callada, torturada, mirándolos con una mirada<br />

que sólo producía desasosiego. Luego que pasó un rato<br />

así, finalmente empezó a hablar.<br />

De lo que contó pudo sacarse en claro que nunca más<br />

había vuelto a ocuparse de su venta de mermeladas. Su manera<br />

de ser había hecho que fuera querida en todo el barrio,<br />

que la gente estuviera pendiente de saludarla, que intentaran<br />

cuidar de su ir y venir, tanto de día como de noche, admirando<br />

su voluntad de pelear, a la cual no veían decaer, observando<br />

cómo visitaba, semana tras semana, sórdidos tribunales penales<br />

en pos de justicia, y percibiendo cómo no lograba obtener nada,<br />

194


viéndola irse desanimando, enmarañada en medio de ese sistema<br />

en el cual los dramas y las tragedias se convertían en meros<br />

formularios que se atascaban y paralizaban sin llegar a<br />

nada. Y luego la vieron también comenzar a reunirse con seres<br />

dudosos en lugares igualmente dudosos y se notó que estaba<br />

planificando algo cuando empezó a andar muy de prisa,<br />

a correr de un lado a otro, sin sosiego, encontrándose con elementos<br />

poco recomendables, lanzada tras la persecución de<br />

Wilmer y de su gente, sin darse cuenta de que era ella la que ya<br />

tenía una jauría completa persiguiéndola, ella, que era apenas<br />

como una frágil liebre.<br />

—Y también fui a visitar a Luis García —siguió explicando—,<br />

cuando me di cuenta que sólo gente como él no era<br />

tratada en forma despectiva, fui a hablar con él, aunque seguro<br />

que a Luis eso no le hubiera gustado, pero ahora ya las decisiones<br />

no eran de los dos, las tenía que tomar yo sola, de manera<br />

que di ese paso también, yo estaba dispuesta a no echarme para<br />

atrás ante ninguno, y entonces fui y hablé con él. Me salió<br />

una mujer alta y flaca, la cual al principio no me quiso dejar<br />

pasar, pero yo me había preparado, me había concentrado bastante,<br />

y hasta había ensayado las distintas alternativas, de manera<br />

que le dije: señora, el hijo del señor García ya murió, ya<br />

no le tienen que reclamar nada, entonces, el que yo hable o no<br />

con el señor García en nada va a cambiar los hechos, ni a fin de<br />

cuentas tiene mayor importancia, de manera que él no pierde<br />

gran cosa con hablar conmigo, y entonces, qué le cuesta, más<br />

bien le quedaría elegante recibirme.<br />

La flaca se impresionó con ese discurso y hasta me lanzó<br />

una sonrisa. Me hizo pasar, y a mí, mientras esperaba a Luis<br />

García, me dio tristeza recordar cuánto trabajo había pasado<br />

Luis, pero luego me dio rabia mi tristeza, porque Luis toda su<br />

vida estuvo tocando música, fue un tipo alegre, nunca le hizo<br />

daño a nadie, le bastaba con sus canciones. A veces se refería a<br />

su padre, y entonces se notaba que le dolía no pertenecer a su<br />

195


hogar, estuviera aquí o en una isla remota. Yo estaba pensando<br />

en estas cosas, y entonces no me di cuenta de cuándo apareció<br />

García, de pronto escuché que me estaba diciendo:<br />

—¿En qué puedo servirle, señorita?<br />

Eso fue tan falso y tan antinatural, y yo además me había<br />

distraído, lo cual fue imperdonable, así que de golpe no<br />

supe qué contestarle. Me quedé callada, y él se aprovechó de<br />

eso, agarró otro tono, y me dijo:<br />

—Realmente estoy apurado. Diga a qué vino y terminemos<br />

con esto de una vez.<br />

Presentí que el tipo pensaba que yo había venido a sacarle<br />

dinero, y lo que me provocó fue mandarlo a la mierda.<br />

Pero luego aterricé y me acordé de todas las estrategias que<br />

había preparado. Yo no podía titubear, sabía lo que quería de él,<br />

y tampoco le tenía miedo, yo entonces no le tenía miedo a<br />

nada. Así que me guardé mi rabia, recordé que para como era el<br />

país se requerían tipos como éste, en un territorio agrietado<br />

yo había escarbado en las grietas y no había conseguido nada,<br />

pero había gente que tenía la varita mágica, bastaba que dijeran<br />

algunas palabras, ábrete sésamo o algo así, para que ante<br />

ellos se abrieran todas las galerías subterráneas, suavecito,<br />

sin dificultades.<br />

Entonces le hablé de la forma en que lo tenía ensayado,<br />

lo miré implorante, y le expliqué detalladamente todo lo que<br />

había hecho, por las vías legales y por las otras. Me escuchó en<br />

silencio, y luego me miró con ironía, con lástima, con sus aires<br />

de superioridad, y me dijo:<br />

—Señorita, no le quedan bien esos papeles de justiciera,<br />

de vengadora errante. El mundo es como es y no lo podemos<br />

reformar. Debiera quedarse sentada tranquilamente en<br />

su trasero y no meterse en problemas. No sé cómo se le ocurrió<br />

venir a verme. Es usted muy bonita, añadió con cierta<br />

condescendencia, pero no sabe nada acerca de la vida.<br />

Yo entonces me levanté, ya sabía que había perdido mi<br />

tiempo. No necesito sus clases sobre la vida, le dije, aunque<br />

196


me imagino que usted tiene un posgrado sobre una cierta forma<br />

de vida. Un máster en patrañas, eso se nota a ojos vistas.<br />

Lo miré una vez más, para grabarme su imagen en la<br />

memoria, y mentalmente le di la razón a Luis. Amor, pensé,<br />

tenías razón, no debí de haber venido, aquí sólo encontré aridez,<br />

perdóname, amor, por haber venido.<br />

El tal Luis García era muy rata, no había otro calificativo<br />

posible para él, de esa conversación, si es que así podía<br />

llamarse, no podía deducirse otra cosa. No comentó nada sobre<br />

su hijo, no formuló ninguna pregunta, no hizo ninguna<br />

acusación. Estaba realmente desinteresado. Era un hombre<br />

facultado para resolver sus propios asuntos, para eso se bastaba<br />

solo, indudablemente su persona ocupa el primer lugar<br />

en el campo de sus intereses, y lo demás no le incumbe, eso<br />

lo tiene bien claro.<br />

Yenifer se detuvo, cansada, y pidió un vaso de agua.<br />

Luego continuó su historia. Había ido a buscar a un hombre,<br />

pero no sabía que otro a su vez la andaba buscando a ella. Y<br />

que ahí iba a empezar otra historia. Ella había estado trabajando<br />

duramente para atrapar a alguien a quien se imaginó<br />

huyendo de la justicia, de quien pensaba que debía vivir escondiéndose,<br />

calculando cada paso, con la angustia de la presa<br />

que sabe que está siendo cercada.<br />

—Y entonces —dijo—, yo estaba una noche preparándome<br />

la cena, los muchachos que siempre venían a hacerme<br />

compañía ya se habían ido, porque si se quedaban hasta tarde<br />

tenían que pagar peaje en sus zonas. Todo estaba muy quieto,<br />

y después de comer y recoger la cocina yo todavía me quedé<br />

levantada, porque ahora casi no puedo dormir, me acuesto<br />

tarde y me despierto temprano. Eran ya como las dos de la<br />

mañana, y por fin sentí que tenía sueño y me preparé para<br />

acostarme, me serví un poco de agua en una taza de peltre que<br />

Luis me trajo una vez de Trujillo, y yo la pongo siempre en la<br />

mesita de noche, también le di cuerda al reloj de pared, porque<br />

esa noche le tocaba, ya tenía bastante sueño de verdad, tantos<br />

197


años que lleva ese reloj ahí y nunca se ha parado, yo tenía<br />

sueño y le daba despacito, porque la cuerda es dura, y yo en<br />

ese momento ya estaba muy cansada. A esa hora ya hacía bastante<br />

frío, de vez en cuando se oía algún tiroteo a lo lejos, por<br />

eso es que a partir de cierta hora por ahí no circula nadie, así es<br />

como ahí funciona la vida.<br />

Y entonces, de pronto, yo tuve la certeza de escuchar<br />

unos pasos. Los escuché claramente, allá afuera, pero muy<br />

cerquita. Me quedé quieta, esperando, pero los pasos se detuvieron<br />

y ya no los volví a oír. Me fui al cuarto y arreglé la cama,<br />

y al rato de nuevo escuché clarito los pasos. Me levanté de<br />

un salto, corrí hasta la puerta, y sin abrirla, grité preguntando<br />

que quién andaba por ahí. Pero nadie me contestó. Caminé por<br />

toda la casa, asomándome por una ventana y por otra, una vez,<br />

y otra, y otra, sin ver nunca a nadie. Después de eso los pasos<br />

no se volvieron a repetir. A mí se me quitó por completo el<br />

sueño, me quedé tensa y alerta, pero ya ningún sonido se volvió<br />

a escuchar, la noche estaba quietecita, de manera que un rato<br />

después de todas maneras me dormí.<br />

Pero a mitad de la noche me desperté sobresaltada,<br />

consciente de pronto de que alguien había estado rondando<br />

alrededor de mi casa, en medio de la noche y de la soledad.<br />

¿A qué se debió esa presencia, a qué pudo deberse el que<br />

luego se fuera, si seguramente sabía que yo estaba sola, con<br />

qué fin había venido ese individuo, una sola persona, de eso<br />

estaba casi segura, en qué podía yo apoyarme para saber<br />

quién era ése que pretendía cercarme?<br />

Podía ser alguien del grupo de Wilmer, pero también<br />

podía ser alguien de la policía, yo me había metido demasiado<br />

profundo en terrenos prohibidos, había entrado en un<br />

mundo de historias de las que nadie habla.<br />

Los pasos que escuché aquella noche sólo fueron un anuncio<br />

de lo que me esperaba, de la guerra psicológica que iban a<br />

desatar contra mí durante las semanas siguientes. Empecé a<br />

vivir en un sólo sobresalto, a dormir menos de lo que ya dor-<br />

198


mía, y la comida no me pasaba por la garganta, me fui volviendo<br />

así de esquelética.<br />

Ahora ya estaba segura de que andaba en un campo minado,<br />

y de que habían colocado unas trampas especialmente para<br />

mí. Muchas personas empezaron a rehuirme. El hombre con<br />

el que había estado en conversaciones sobre el negocio de los<br />

quesos me miró casi como pidiéndome perdón, pero dijo que ya<br />

no podríamos seguir adelante con el asunto. Desde muchos lugares,<br />

pero sin que yo pudiera definir exactamente de dónde, me<br />

llegaba la música de Ciudad Sitiada, la gente subía el volumen<br />

de las radios cuando eran ellos los que tocaban, y yo no sabía si<br />

era por cariño, o como homenaje, o más bien como una forma<br />

de agresión, como para hacer revivir unos sucesos y escarbar en<br />

la herida, aunque yo de todas maneras no había olvidado ni quería<br />

olvidar. Yo había escogido un camino y no me iba a echar<br />

para atrás, pero no podía saber si había alguien dispuesto a<br />

acompañarme. Los sonidos de esa música se desplazaban por<br />

el aire, pero la situación no me permitía entregarme a ellos, sino<br />

al hecho de que estaba rodeada de seres para quienes era importante<br />

hacerme sentir que ellos estaban ahí, que estaban pendientes<br />

de lo que yo hacía, y que, para bien o para mal, podrían<br />

darme alcance, así como me alcanzaba esa música que ellos me<br />

enviaban. Una cierta atmósfera fue ganando cuerpo, poco a poco,<br />

creciendo y ramificándose, y yo la percibía a toda hora, lo<br />

mismo cuando hacía arepas que cuando iba al puesto de policía,<br />

era un algo que me envolvía y dejaba señales por todas partes.<br />

La mirada de Yenifer se perdió en una lejanía inaccesible<br />

para los demás, como si ella estuviera ahí en la casa de Robert<br />

sólo de prestado, provisionalmente, pero en verdad perteneciera<br />

a otro ámbito, formara parte ya de otra historia. Como si estuviera<br />

escuchando algo que ninguno de los demás oía. Todo<br />

eso apenas duró una fracción de segundo, y después Yenifer regresó,<br />

aunque en el primer momento pareció no tener idea de<br />

dónde se encontraba. Volvió a pedir un vaso de agua, y luego<br />

su espíritu logró entrar de nuevo a la cocina de Robert.<br />

199


—Deja ese asunto quieto, oí que alguien me decía un día,<br />

en la cola de un banco, mientras esperaba para cobrar un cheque.<br />

Me volteé, pero sólo vi la espalda de un tipo que iba saliendo<br />

por la puerta. Ya no sabía quiénes eran, ni cuántos. El tiempo<br />

mismo se me confundió y se me hizo uno sólo.<br />

Un día alguien me preguntó si no le podía dar un cigarrillo.<br />

Levanté la mirada y entonces me encontré cara a cara<br />

con Wilmer. En ese instante el universo pareció detenerse y<br />

fue como si sólo quedáramos en el mundo él y yo.<br />

—Está visto que tú no entiendes de razones —me dijo,<br />

mientras me miraba de arriba a abajo, como metido con su<br />

mirada dentro de mi cuerpo, revisándome de un lado y de<br />

otro. Luego el mundo volvió a ponerse en marcha y desde un<br />

bar cercano se escuchó la música de Tito Puente. Él me agarró<br />

por un brazo y me obligó a entrar a un taller mecánico.<br />

Había montones de vehículos desarmados, motos, camionetas,<br />

carros de todos los tamaños, de lejos se olía que eran vehículos<br />

robados. Era un taller grande, con muchos tipos vestidos de<br />

mecánico, un viejo dormido sobre unos periódicos, algunos<br />

policías, y unos muchachos que ya yo había visto antes en el<br />

barrio, vendedores de bazuko. De la radio de un carro convertible,<br />

de ésos de antes, salía una música bailable.<br />

Wilmer me apretó con fuerza la muñeca:<br />

—Si quisiera, te cogería aquí mismo —dijo—. Haría<br />

contigo lo que me diera la gana. Y después agarraría tu cuerpo<br />

y lo partiría en trozos, eso es todo lo que quedaría de ti, qué te<br />

parece —me soltó. Yo sólo pensé en huir. Miré hacia atrás, pero<br />

no vi sino unas escaleras, subir por ahí hubiera sido meterse en<br />

una ratonera peor. Pero después tuve conciencia de que estaba<br />

frente al tipo al cual durante tantos meses había perseguido, o<br />

intentado que lo persiguiera una justicia que no me había respondido,<br />

para que pagara por lo que había hecho. Volví a mirar a<br />

mi alrededor, pero en ese gran galpón, en el que había tanta gente,<br />

nadie parecía prestarnos atención. Me sentí muy pequeña y él<br />

se dio cuenta, me miró burlándose y haciendo un gesto como de<br />

200


quitarse de encima una mosca que lo estuviera fastidiando. Un<br />

algo extraño se estaba estableciendo entre nosotros dos, como<br />

en un vértigo, pero luego yo me reencontré a mí misma, y tuve<br />

conciencia de que tenía que hallar las palabras claves para desarmarlo,<br />

desactivar su soberbia, ese orgullo que lo envanecía.<br />

Detrás de él había unas planchas de metal calentadas, yo me di<br />

cuenta de eso, se notaba que estaban calientes.<br />

Entonces le hablé: —Quiero saber qué pasó en ese bar y<br />

por qué tanta gente se quedó inmóvil, por qué fueron empujándote<br />

sobre mi hombre, seguro que muchos lo habían escuchado<br />

tocar en los conciertos, o lo habían mirado caminar por<br />

aquí o lo habían visto sentarse a una mesa, tomándose un refresco,<br />

aunque sabía que tenía enemigos, en este barrio en el<br />

cual cada quien rastrea a alguien y cada quien se cree jefe y así<br />

es como tenemos que sobrevivir. Podemos pegarnos de la pared,<br />

hacer como si no estuviera pasando nada, cuando alguien<br />

viene pisando duro hacernos los valientes, pero en el fondo no<br />

somos más que un montón de gente indefensa ahí aglomerada.<br />

Pero mira una cosa, Wilmer, le dije, tú ahora me podrás<br />

violar y me podrás matar, y me podrás cortar en pedacitos,<br />

tal como lo has dicho. Pero vendrán mis amigos, y los<br />

amigos de mis amigos, y volveré yo misma de alguna forma<br />

del otro mundo, y tú no tendrás ni un minuto de paz, ni en este<br />

mundo ni en ningún otro. Júralo.<br />

Ahí mismo lo iba a empujar contra las planchas calientes,<br />

pero él entonces me dijo:<br />

—Güevona, tus amigos no son nadie, yo tengo a toda<br />

la policía conmigo, escríbelo ahí, tú a mí no me interesas,<br />

pendeja, y no voy a perder mi tiempo contigo, quién necesita<br />

a una flaca como tú, pero sí te digo que si sigues con tus<br />

mariqueras, a quien vamos a joder es a todos tus amigos,<br />

no quedará ni uno para contar la historia, sólo quedarás tú,<br />

para que la sufras. Empezaremos por Mercedes Jiménez, y<br />

luego seguiremos con todos, con cada uno. Ahora lárgate,<br />

no me interesas.<br />

201


Yo salí de ahí tambaleándome, como si estuviera borracha.<br />

El asesino me había dejado ir, nadie me disparó desde atrás.<br />

Yo era nadie para ellos. Me encerré entre las cuatro paredes de<br />

mi casa, y algo dentro de mí se agrió. Tuve la sensación de que un<br />

ejército de batidores andaba detrás de los seres que yo amaba,<br />

para amedrentarlos o eliminarlos. Dejé de contestar el celular,<br />

fue algo como instintivo. Parecía que era yo la que debía bajar la<br />

cabeza. Sólo salía muy de vez en cuando, porque ya no tenía objeto<br />

seguir con toda esa actividad que me había ayudado a continuar<br />

viva. Paralizarme así de golpe me deprimió. Sólo andaba<br />

por los pasajes menos transitados, me sentía avergonzada y no<br />

quería que me vieran. Caminaba por esas calles mal iluminadas<br />

y si veía a más de tres personas juntas torcía el rumbo, buscando<br />

lugares en los que no hubiera gente. Todos los sitios me parecían<br />

una base de operaciones, cada palabra afectuosa de alguien me<br />

hacía sospechar una trampa.<br />

La historia había cambiado y los papeles se habían invertido.<br />

Éramos dos los enfrentados, yo y Wilmer, pero detrás<br />

de cada uno de nosotros había un grupo de gente, y yo<br />

tenía que proteger a los míos. Lo único que me quedaba era<br />

mantenerme escondida en mi cuarto. Empecé a asumirme<br />

como la que perdió el juego, la que fue ponchada, y de la que ya<br />

nadie querría saber nada.<br />

Así pasé seis días. Seis días fuera de combate. A la<br />

sexta noche llamaron a la puerta. Fueron unos golpes exagerados,<br />

o al menos yo los sentí así, con los nervios alterados<br />

como los tenía. Comencé a pensar en lo que debía hacer, traté<br />

de poner en orden mis ideas, hacer funcionar mi mecanismo<br />

mental, que se había detenido, cuando la voz conocida de<br />

Beatriz me hizo volver a la calma, y entonces abrí la puerta.<br />

Ella me miró un rato, como si le costara empezar a hablar, y<br />

luego me dijo, así muy rapidito:<br />

—Yenifer, pensé que, bueno, como ahora ya no estás<br />

vendiendo las mermeladas y eso, bueno, no sé, perdona si te<br />

202


ofendo, pero yo te traje esta platica, después tú me la devuelves,<br />

¿okey?<br />

Yo creo que me notó demasiado flaca, y pensó que yo ya<br />

no tenía qué comer. En eso en verdad tenía razón, pero era porque<br />

yo no había salido a comprar nada, pero no por falta de<br />

plata, porque Luis me había dado, antes de morir, y también<br />

Gabriel me hizo un cheque, después de ese funeral que hicimos.<br />

Yo me quedé ahí con el dinero en la mano, porque Beatriz<br />

se esfumó tan de repente como vino, mientras yo seguí ahí<br />

parada con la puerta abierta.<br />

Cuando volví a entrar sentí que quizás quedaban algunas<br />

opciones todavía. Yo siempre había contado con las gentes<br />

del barrio, tenía infinidad de amigos ahí, era a ellos a quienes<br />

tenía que buscar, con ellos sería con quienes yo lograría obtener<br />

lo que buscaba.<br />

Al día siguiente salí y fui por el callejón del medio, hasta<br />

la casa de Beatriz, para darle las gracias, ya que la noche<br />

anterior me había quedado tan alelada. Mientras iba caminando<br />

hasta la casa de ella me saludó muchísima gente. En el fogón<br />

Beatriz tenía montada una olla con lentejas y pasta, y<br />

entonces me convidó. Esa comida me cayó como hacía tiempo<br />

no me caía ninguna, me tomé dos platos y me quedé así de<br />

llena. Nos debías esta visita, Yenifer, dijo Beatriz, no puedes<br />

echarte encima el mundo entero tú sola, nadie puede cargar<br />

solo con el mundo, es mucho peso para uno solo.<br />

Ella tenía a su bebé ahí al lado, en su cuna, metido en<br />

su monito, que era más grande que él. Donde debían ir los<br />

pies no había nada, esa parte de la ropa quedaba ahí guindando,<br />

ya ahí no era ropa sino sólo un trapo.<br />

Yenifer se quedó callada y se reclinó, agotada, en el respaldar<br />

de la silla. La fascinación con la que la habían escuchado<br />

no desapareció sino algunos segundos después. El primero<br />

cuyo mecanismo mental se puso en acción fue Robert. ¿Qué<br />

tendría que hacer? ¿Cómo se había producido todo esto?<br />

Llegó a la conclusión de que Yenifer no debía volver a<br />

su casa, aunque trasladarla a otra parte tampoco garantizaría<br />

203


nada, era evidente que las fuerzas que estaban tras de sus pasos<br />

llegarían a cualquier sitio, hasta involucrar a todos aquellos<br />

con quienes estuviera.<br />

Tendría que llamar a Gabriel y ponerse de acuerdo con<br />

él para llevarla a su casa, es decir, a la de Camila. Miró su reloj.<br />

La noche había pasado y era ya de madrugada.<br />

Se acordó de su grupo de trabajo y salió a ver qué había<br />

sucedido allá afuera. Pero ya no había nadie. En la pantalla de su<br />

computadora encontró un mensaje en el que su equipo le informaba<br />

que esa noche se había vuelto a comprobar, pana, una<br />

vez más, que nadie es imprescindible, ni siquiera tú, oh gran<br />

jefe, puesto que hemos terminado el trabajo y nos quedó de<br />

pinga, ahí está impreso, cualquier cosa que le quieras cambiar<br />

puedes hacerlo, y si te provoca puedes escribir hasta un <strong>libro</strong><br />

completo, pero eso sí, con nosotros no cuentes ni para cambiar<br />

una coma.<br />

Por fin algo lo hizo sonreír, luego de esa larga y difícil<br />

noche. Recogió los papeles mientras siguió reflexionando.<br />

—¿Qué queremos nosotros, los que hemos sido amigos<br />

de Luis? Cuando los obstáculos con los que hay que enfrentarse<br />

son tan considerables, ¿es realmente necesario romper<br />

con todas las reglas del instinto de supervivencia? ¿Acaso es<br />

posible restituirle la vida a Luis, si se logra castigar a Wilmer?<br />

Ningún ademán, ningún gesto ni palabra alguna les había<br />

sido dado en calidad de advertencia, acerca del hecho de<br />

que les tocaría vivir en un mundo ilícito, el cual les sería ofrecido<br />

como un legado común, como una ardiente esfera que difumina<br />

una luz de la cual nadie puede escapar.<br />

La música que había tocado el pana ya había cesado.<br />

A partir del momento de la muerte, en un sólo instante, se<br />

hacía pública la incompetencia del ser para seguir hablando, o<br />

cantando, o para tocar el bajo, o lo que fuese, condenado ya,<br />

por los tiempos de los tiempos, al silencio y a la abolición de<br />

todo movimiento. Si existieran los ángeles, quizás el espíritu podría<br />

seguir correteando por ahí, o volando más bien, sintiendo<br />

204


todavía algo, aunque lo más probable era que los ángeles fueran<br />

tan neutros e incompetentes como los que había creado Wim<br />

Wenders. Pero más seguro todavía era que los ángeles no existiesen<br />

en absoluto; ellos, en todo caso, no eran ángeles, ciertamente,<br />

eran apenas unos seres humanos frágiles y falibles, y no<br />

podrían dejar de preguntarse si era justo que Yenifer les exigiese<br />

una estatura de héroes de la que carecían y a la cual tampoco<br />

aspiraban llegar.<br />

Pero más allá de eso, la única otra idea coherente que se<br />

le ocurrió fue la de que sería necesario hacer café para sus<br />

trasnochados huéspedes, los cuales seguían en la cocina, de<br />

manera que volvió a entrar. Yenifer dormía sentada, reclinada<br />

sobre el hombro de Mercedes, mientras que Philippe se mantenía<br />

parado junto a la ventana, contemplando el despertar del<br />

mundo. Colocó el café y el agua en la cafetera y prendió la<br />

hornilla. Tomó un paquete de galletas y le ofreció a su padre:<br />

—Señor director —le dijo, sonriéndole— es necesario<br />

alimentar también el cuerpo, no basta con absorber imágenes a<br />

través de los ojos. El tubo digestivo también necesita realizar<br />

sus absorciones.<br />

Philippe le devolvió la sonrisa. Su hijo evidentemente lo<br />

conocía bien, sabía que su mente funcionaba a través de imágenes.<br />

Tomó una galleta y sus ojos penetrantes contemplaron<br />

al joven con quien en esta dramática noche había vuelto a<br />

encontrarse. Se lo imaginó protagonista de una película de<br />

la cual él apenas era un espectador, ya ahí no le correspondía<br />

el papel de director.<br />

¿A qué juego de personajes se habían enfrentado esta<br />

noche? Habían conjurado actos de violencia, crímenes cometidos<br />

o por cometer, organizaciones delictivas y opciones para<br />

organizar acciones punitivas. Se estuvieron un rato en silencio,<br />

sentados alrededor de la mesa de la cocina, con la familiar<br />

luz caraqueña de la madrugada contribuyendo a estabilizar sus<br />

corazones y a contener sus emociones. Las dos mujeres dormitaban<br />

sentadas, reclinadas la una sobre la otra.<br />

205


Finalmente Robert se levantó, se acercó al teléfono y<br />

llamó a Gabriel. Escuchó un momento sus improperios debidos<br />

a la hora, pero luego lo interrumpió sin remordimientos:<br />

—Tranquilo chamo, baja el tono. Parece que hay que<br />

dar una pelea y vamos para allá para hablar de eso. No, no,<br />

después te explico.<br />

Le ofrecieron a Mercedes llevarla a su casa, pero ella<br />

no aceptó. De manera que se montaron en el Mazda de Robert<br />

y se incorporaron al tráfico matutino de la ciudad.<br />

Una vez más, Philippe se sintió conmovido ante la visión<br />

del <strong>Ávila</strong> enfrentándose incólume al pavimento, como<br />

un animal de verde pelaje ubicado junto a las antenas de televisión<br />

y las torres de electricidad.<br />

En casa de Camila, Robert les expuso, brevemente, a<br />

ella y a Gabriel, la situación. A pesar de lo objetivo que intentó<br />

ser, él mismo percibió el espíritu sombrío que se posó,<br />

al conjuro de sus palabras, en las personas que ahí se encontraban,<br />

como vistiéndolas con una indumentaria diferente a<br />

la que ellas habían escogido, obligándolas a írsela poniendo<br />

a medida que él iba sacando las piezas de una perversa valija<br />

que traía en la mano.<br />

Gabriel rompió el mal hechizo acercándose a Yenifer y<br />

estrechándola contra sí:<br />

—Hermanita, panita —le susurró, y entonces también<br />

ella lo abrazó.<br />

Tan jóvenes, pensó Camila, y teniendo que vivir en un<br />

mundo en el cual todo lo que les ha sucedido es tan habitual<br />

que ya nadie se sorprende ni se resiste, ni mucho menos ofrece<br />

combate. Lo único inusual en este caso ha sido la actitud<br />

de Yenifer.<br />

También ella se acercó a la muchacha y la abrazó.<br />

Un largo silencio se produjo entonces, abarcando la dimensión<br />

entera de la sala.<br />

Muchos años se resumen en este silencio, pensó Camila,<br />

mirando a Philippe, quien en ese momento justo también<br />

206


la estaba mirando a ella. Nos comprendemos sin necesidad de<br />

hablarnos, siguió pensando Camila, mientras Robert hablaba<br />

con Yenifer y Gabriel:<br />

—Tenemos que llamar a Joaquín y a José, para que<br />

vengan también.<br />

—Bueno —respondió Gabriel, y estuvo a punto de añadir,<br />

hay que reunir al grupo entero, pero luego se dio cuenta de<br />

que el grupo eran apenas ellos, al faltar Luis ya no había más<br />

ninguno a quien convocar. Francisco, el nuevo bajista, era por<br />

completo ajeno al pasado común, de manera que no era justo<br />

involucrarlo, ni sería útil, probablemente. Pero Robert, en ese<br />

mismo momento, ya estaba diciendo que sería bueno que viniera<br />

Francisco también, él ahora era miembro de Ciudad<br />

Sitiada y tendría que asumir su rol, el cual, por lo visto, no<br />

podía reducirse sólo a tocar música. Lamentablemente.<br />

A Gabriel no le gustaba la ecuación que se le estaba planteando.<br />

Tal como se presentaba, su desarrollo y su desenlace<br />

eran demasiado previsibles: ellos se enfrentarían a Wilmer Tovar<br />

por las vías legales, Wilmer las burlaría, y de paso se burlaría<br />

de ellos, y probablemente de añadidura se cargaría a alguno.<br />

Dar esos pasos de esa manera era como ponerse la soga al cuello,<br />

apostar de entrada a la derrota, o interpretar una coreografía<br />

ya preestablecida, ingresar a un rígido mecanismo y someterse<br />

a la acción de leyes no escritas, pero que funcionaban de una<br />

manera tan inexorable como las de la naturaleza o las mismas<br />

del sistema judicial, tal como ya se sabía que operaban. Serían<br />

capturados por ese mecanismo, cuyo funcionamiento Wilmer<br />

Tovar no sólo conocía mucho mejor que ellos, sino del cual era<br />

parte integrante, por lo que a la pretensión de ellos, sólo cuatro<br />

gatos apenas, gente de palabras y de sonidos, no de armas ni de<br />

billetes, ni de poder ni de influencias, no le veía ninguna opción<br />

real para lograr algo concreto, eficaz, algo más allá de<br />

un gesto que sólo serviría para reconfortarlos a ellos mismos,<br />

hacerles sentir que estaban haciendo algo, algo importante y<br />

significativo, hacerles sentirse buenos y generosos, superiores<br />

207


al resto de la gente, o sea, a fin de cuentas, una actitud tramposa<br />

y despreciable.<br />

No, el compañero muerto no se merecía que lo usaran<br />

para crearse una buena conciencia, por más que lo hicieran de<br />

buena fe. Pero aunque sentía claramente cómo era lo que no se<br />

debía hacer, no hubiera podido explicar qué era lo que debía<br />

hacerse, cómo podrían ellos intervenir para cambiar el curso de<br />

los acontecimientos.<br />

—Yenicita —dijo—, has sido una verdadera guerrera<br />

—se sentó a su lado y le pasó el brazo por los hombros. Ella<br />

había actuado, pero ya no se podía seguir por esa misma vía,<br />

pensó, tendrían que inventar algo diferente, ir a la prensa,<br />

movilizar a la opinión pública, revivir el caso, el cual, como<br />

suele suceder, ya a los tres días de haber ocurrido había dejado<br />

de ser noticia, a pesar de la relativa fama de la que había<br />

gozado la víctima.<br />

Se dirigió a los presentes:<br />

—No creo que podamos ir por los caminos trillados.<br />

Tenemos que inventar algo distinto, algo que sacuda a la gente,<br />

que los despierte.<br />

Hizo una pausa, y luego siguió:<br />

—Tenemos que diseñar un plan de acción que nos permita<br />

mostrar que las letras de las canciones de Ciudad Sitiada<br />

pueden materializarse en hechos, sin perder por ello su<br />

condición de canciones y al mismo tiempo pararse en un segundo<br />

escenario, el de la realidad, y ahí dar un combate, darlo<br />

para vencer, si vamos a pelear no podemos permitirnos<br />

el lujo de ceder terreno, ni dejarnos arrastrar a formas de pelea<br />

que no hemos escogido.<br />

El tiempo se hizo largo, como si en vez de segundos estuvieran<br />

transcurriendo años. Y el silencio se hizo sensible, como<br />

una materia perceptible que se hubiera asentado sobre la mesa.<br />

—Yo estoy de acuerdo —dijo de pronto Yenifer—.<br />

Se terminó la historia con esa gente. Vamos a intentar hacer<br />

algo distinto.<br />

208


Philippe tomó en sus manos la aceitera, bella como un<br />

objeto de orfebrería, la cual siempre le había gustado tanto,<br />

con su parte de abajo de cristal, como repujada, labrada en<br />

relieve, la parte de arriba configurando con el pico, la tapa y<br />

el asa una delicada curvatura, un escorzo elegante y exquisito,<br />

un lujo de plata tallada, con grabados, un conjunto barroco,<br />

excesivo, un detalle sobre otro. Apenas una aceitera.<br />

—Haremos un gran espectáculo —escuchó en ese momento<br />

a Gabriel—, por la amistad, por la libertad de vivir.<br />

Aquí hay gente de teatro y hay gente del rock, vamos a tomar<br />

la noche caraqueña y nos vamos a salir de la trampa que nos<br />

están tendiendo.<br />

Los demás se quedaron mudos de nuevo. El silencio se<br />

hizo ausente, más bien como un vacío. Esa nada empezó a<br />

ser llenada por cuerpos a medida que los integrantes del grupo<br />

y sus allegados, convocados por Robert, fueron haciendo<br />

su aparición. Antes que ninguno José, luego Joaquín y Laura,<br />

y después Sonia, y algo más tarde, de a uno en uno, Alberto,<br />

ese extraño chico que vivía en casa de Philippe, y luego<br />

Francisco y José Antonio, y también Beatriz.<br />

A Mercedes le parecía que su cuerpo se estaba desintegrando,<br />

después de la mala noche pasada. Pero sintió la obligación<br />

de participar:<br />

—Yo no creo que estemos para juegos ni para cuestiones<br />

de espectáculos.<br />

—De lo que se trata, señora Mercedes —la interrumpió<br />

José, de ordinario tan parco en palabras—, es de prender<br />

un fuego, levantar a la gente, sacudirla. Eso no es ningún juego,<br />

ni los espectáculos son algo superfluo, Luis creía en<br />

ellos, eran su vida, usted no debiera despreciarlos.<br />

Camila contemplaba a Philippe. A sus hermosos cabellos<br />

entre plateados y negros, un poco abiertos en el medio,<br />

lo cual los llevaba a caer a ambos lados de la cara. Si hubieran<br />

vivido durante el Renacimiento probablemente sus experiencias<br />

hubieran sido muy diferentes, quizás no se hubieran<br />

209


equivocado tanto como lo hicieron, o quizás las formalidades<br />

de la vida de ese entonces ni siquiera les hubieran dado la<br />

oportunidad de equivocarse. Se lo imaginó con una capa al<br />

hombro, revisando textos teatrales, porque imaginárselo en otra<br />

cosa le resultaba imposible, paseando a orillas de algún río de la<br />

campiña francesa, intentando gobernar sus ideas, tan propensas<br />

a dispersarse, y encontrándose ahí con ella, saludándose ambos<br />

con una reverencia, ella también cubierta por un manto, confabulándose,<br />

riéndose juntos, posando los dos para algún cuadro<br />

de un pintor famoso, un cuadro de formato mediano, que ella<br />

luego colgaría en su camerino…<br />

Pero hasta ahí llegó su fantasía, la cual se cortó de golpe,<br />

porque cayó en cuenta de que en esa época ella no tendría<br />

ningún camerino, ni sería actriz tampoco, y eso sí que no se<br />

lo podía imaginar.<br />

Su mente retornó a la reunión. La sorprendió escuchar<br />

que estaba interviniendo Alberto Durán, el muchacho de cabellos<br />

cobrizos enmarañados al que los demás jóvenes casi<br />

ni conocían:<br />

—Es necesario aprender a utilizar todos los recursos.<br />

Solamente después de la realización de un gran evento así,<br />

en el que participe una colectividad muy grande…<br />

En ese momento sonó el teléfono. Camila atendió y se<br />

lo pasó a Robert:<br />

—Te llaman de tu oficina. Juan José Crespo.<br />

—Si hace falta, consulta con el gerente —habló Robert<br />

al teléfono, mientras Alberto contemplaba a un pájaro caminando<br />

en el jardín, de un lado a otro, como midiendo con sus<br />

livianos pasos toda esa vasta región, vasta para él, por supuesto,<br />

antes que propietario de algún terreno más bien actor en un<br />

escenario, haciendo constar con su presencia el desnudo hecho<br />

de la existencia.<br />

Robert terminó de hablar. Alberto retomó la palabra:<br />

—Yo creo que sí podemos hacer un gran festín, un espectáculo<br />

en el que se combinen la música y el teatro…<br />

210


—¿Volver a los montajes de protesta? —intervino<br />

Laura en un tono entre irónico y escéptico, asombrada ante<br />

lo que estaba oyendo—.Todo eso está ya más que visto, es<br />

algo manido, de otra época, no se corresponde con los finales<br />

de los noventa. Además, no veo adónde pueda conducir<br />

todo eso.<br />

Alberto le concedió parte de razón:<br />

—Sí, podría decirse que estamos desfasados, no sólo<br />

por lo del montaje protesta, sino por creer a estas alturas que<br />

el arte puede salvarnos de algo, o interferir de alguna manera en<br />

la realidad. Pero se me ocurre que podríamos vincular todo<br />

eso con alguna otra cosa, no sé, una cosa bien audaz, inventar<br />

a una persona, informarle a los medios que alguien muy<br />

importante va a llegar, un ser misterioso, un hombre o una<br />

mujer, no sé, eso tendríamos que decidirlo, podríamos maquillar<br />

y disfrazar a alguien y distribuir unas fotografías, crear una<br />

expectativa y todo…<br />

José Antonio lo interrumpió:<br />

—No entiendo en absoluto qué vamos a lograr con todo<br />

eso.<br />

Alberto titubeó. Desde que los conocía, sentía amor por<br />

la mayoría de las personas que estaban ahí presentes, sabía algo<br />

de sus historias, a través de fragmentos de conversación<br />

mantenidos con Philippe, y deseaba contribuir de algún modo<br />

al buen éxito del complejo proyecto, en el cual veía que todos<br />

ellos estaban dispuestos a involucrarse. Pero de pronto no supo<br />

cómo explicarse. José Antonio continuó hablando:<br />

—El mundo contemporáneo ha desechado actividades,<br />

perdónenme lo que les voy a decir, tan traídas por los cabellos.<br />

Y el mismo Alberto lo ha visto con mucha claridad: ésta<br />

no es la función del arte. Entonces no entiendo por qué ustedes<br />

se empeñan en resolver un problema criminal de la gravedad<br />

del que estamos confrontando, en un mundo súper sofisticado,<br />

con un ritual dionisíaco por completo fuera de lugar en estas<br />

circunstancias.<br />

211


—Sí, tenemos que usar el sentido común —afirmó Robert,<br />

en cuya mente volvieron a surgir dudas en cuanto a lo justo<br />

que era con cada uno de ellos el verse obligados a participar de<br />

unos proyectos tan quijotescos y absurdos. Pero eso no lo quiso<br />

decir en voz alta todavía.<br />

—Yo sí creo que la idea de un espectáculo así nos puede<br />

llevar a enfrentar el problema —dijo Francisco con firmeza, y<br />

todos sintieron que ese chico realmente estaba integrado al<br />

grupo—. Lo que hace falta es afinar la idea, buscar respaldo en<br />

otros sectores, involucrar a los que trabajan en las radios, ellos<br />

le llegan a muchísima gente. Y lo que dijo Alberto en cuanto a<br />

una persona ficticia, bueno, a mí eso me parece del carajo,<br />

pero también esa idea hay que afinarla, con cuidado, meterle<br />

bastante cráneo.<br />

—Yo ya tengo una idea de cómo hacerlo —intervino<br />

Beatriz—. El escenario debe expresar la voluntad de crear su<br />

propia ilusión. Ningún sustento específico tendrá, ni será fácil<br />

de lograr, pero deberá generar por sí mismo lo que queremos<br />

mostrar.<br />

Philippe la miró con reconocimiento. Como director<br />

apreciaba particularmente la colaboración de una escenógrafa<br />

de tanta creatividad como Beatriz.<br />

Las palabras de Beatriz hicieron nacer el efecto de<br />

que el telón ya se había levantado para iniciar ese espectáculo.<br />

Gabriel se imaginó a todo el grupo en una plaza, llena<br />

de público, y vislumbró la obra de Beatriz, el decorado<br />

que ella construiría para crear el espacio para los sonidos y<br />

los gestos que tendrían que ofrecer el equilibrio que sostuviera<br />

ese montaje.<br />

—Yo creo que no debemos pararnos en ningún límite<br />

—dijo Yenifer con vehemencia.<br />

Ahí de pronto empezó una discusión en la que intervinieron<br />

casi todos. Robert insistía en que, todo lo contrario a lo<br />

que decía Yenifer, era necesario fijarse límites muy precisos.<br />

La algarabía subió de punto y entonces Philippe se retiró un<br />

212


poco mentalmente del debate. Se reclinó en el sillón, agotado,<br />

y se abandonó a un semisueño, desde el cual contempló<br />

como a través de un tamiz al conjunto de las personas que ahí<br />

se encontraban. Su mirada se centró en Alberto, en su expresión<br />

altiva, su gesto decidido, su aire frágil, esa combinación<br />

tan extraña. No soy su padre, pensó, a fin de cuentas no soy nada<br />

de él, pero creo que ahora ya me costaría mucho tener que separarme<br />

de este muchacho, el sólo contemplarlo me hace feliz.<br />

Alberto levantó la vista y de un sólo golpe se dio cuenta<br />

de que tanto Camila como Philippe lo estaban contemplando.<br />

La situación lo divirtió enormemente. Les gusto, constató sin<br />

remordimientos. Sus miradas son para mí, y ahora lo que los<br />

une es mi persona. No les hace falta hablarse, en el espacio de<br />

mi cuerpo el combate no es por mí, y los triunfadores terminarán<br />

siendo ellos mismos.<br />

Sus ojos almendrados de pronto tuvieron un deje demoníaco,<br />

de guerrero, como dispuestos a la lucha y cargados<br />

de una fuerza que parecía permitirle extraer, del mundo que<br />

veía, la sustancia que necesitaba para constituirse a sí mismo,<br />

para luego regresarse a ese mismo mundo, que así le había<br />

servido de alimento, y volverse a relacionar con los otros seres<br />

humanos.<br />

Los presentes siguieron enzarzados en una discusión que<br />

cada vez se hacía más violenta. Ya no se sabía quién hablaba, las<br />

voces se superponían las unas a las otras y estaban a punto de<br />

enfrentarse en una guerra que ninguno había previsto, soltando<br />

un montón de palabras de las que posteriormente con toda seguridad<br />

se arrepentirían, de aquellas que se guardan en la utilería,<br />

pero las que en condiciones normales nadie emplea.<br />

José, en tono sarcástico, en ese momento se dirigía a la<br />

señora Mercedes:<br />

—Claro, es mucho más cómodo dedicarse a llorar y a<br />

suspirar y creerse un alma buena, para así no tener que hacer<br />

nada. Eso es una papaya, señora, perdone que se lo diga.<br />

213


Mercedes se sulfuró:<br />

—¿Qué es lo que tú te crees, mono, quién te crees que<br />

eres? Te crees muy famoso, ahora te las echas de redentor del<br />

mundo, pero de la vida tú no sabes nada, las cosas no son ni<br />

remotamente como tú te las imaginas.<br />

Sonia titubeaba entre su deseo de hablar y su dificultad<br />

para hacerlo, hasta que de pronto, sin darse cuenta cómo,<br />

empezó a intervenir:<br />

—Yo sí creo que hay que actuar sobre la opinión pública,<br />

porque en verdad opinión pública ni siquiera hay, no ha<br />

habido en este caso, lo que hay es una inercia que da miedo.<br />

Se inclinó, confundida, para disimular su turbación.<br />

Pero siguió hablando:<br />

—Yenifer nos ha dado un ejemplo, y ha hecho por cuenta<br />

de los demás lo que los demás, con nuestra indiferencia, le<br />

hemos permitido hacer, cargando en ella lo que a nosotros nos<br />

resultó más cómodo no asumir.<br />

—Vamos a serenarnos todos —dijo Laura—. De nada<br />

sirve que ahora nos pongamos a echarnos culpas por lo que<br />

hemos hecho o dejado de hacer. Estamos enfrentando un gran<br />

problema, que no es de fácil solución, para nada. Entonces, no<br />

miremos para atrás, y sopesemos las opciones y los riesgos<br />

que todos vamos a correr.<br />

No lo dijo, pero en quien pensó fue en su hija. En el<br />

peligro al cual podría ser expuesta.<br />

—Tienes razón —concedió Sonia—. Ahora, también<br />

yo pienso, como Gabriel, aunque no sé cómo podemos lograrlo,<br />

que tenemos que movernos en un terreno que conozcamos<br />

bien, donde las ventajas sean las nuestras.<br />

En ese momento intervenía Joaquín:<br />

—Yo retomo la idea de Gabriel. Esa gente no da cuartel.<br />

No se la dieron a Luis, no se la han dado a Yenifer, han<br />

acosado a Mercedes. Wilmer anda libremente por ahí desde<br />

hace más de tres meses, y resulta evidente que nadie lo está<br />

persiguiendo, ese crimen quedó impune. Entonces, si noso-<br />

214


tros montamos un gran espectáculo, contando con Camila,<br />

con Philippe y Alberto, y con otra gente del teatro, y con nosotros,<br />

los de Ciudad Sitiada, y maquillamos y disfrazamos a<br />

alguien para que parezca Luis, y entonces Luis hace su aparición<br />

en determinado momento, y también creamos a alguien<br />

para que sea idéntico a Wilmer, y escenificamos el<br />

crimen, en un espacio abierto, al aire libre, con la participación<br />

de un público masivo, entonces, bueno, no sé si logremos<br />

hacer justicia ni castigar el crimen, pero sí habremos<br />

interferido la realidad y catapultado a la opinión pública a<br />

otro nivel de conciencia.<br />

Philippe se decidió a intervenir. Habló muy suavemente,<br />

a partir de su experiencia proveniente de haber dirigido a<br />

muchos seres humanos, todos diferentes entre sí, hacia un<br />

objetivo común que siempre había aspirado a que fuera perfecto,<br />

aunque no siempre lo había logrado:<br />

—Creo que esa idea de ustedes ya la tuvo alguien una<br />

vez. Hace muchos siglos. Desde entonces es una escena clásica<br />

y la llaman teatro dentro del teatro. Claro, no llegaba a<br />

interferir directamente en la realidad, pero su influencia, sin<br />

lugar a dudas, ha llegado hasta hoy.<br />

Joaquín se sintió amoscado. Philippe continuó hablando,<br />

siempre con esa suavidad profesional:<br />

—¿Acaso quieren hacer otro Woodstock? Esas cosas<br />

no se decretan. Esas cosas surgen de repente, son como una<br />

eclosión, una epifanía, responden a la voz secreta de los<br />

tiempos. Lo demás es forzar las cosas.<br />

Yenifer se soliviantó:<br />

—Coño, pero entonces qué coño podemos hacer —dijo,<br />

y su voz fue elevándose de registro—, que si ni esto, que si ni<br />

aquello. La policía y los tribunales no funcionan, el señor<br />

que es un tipo poderoso, el papá del muerto, bien gracias, nada<br />

que ver, ir por los caminos verdes, como hice yo, buscar la<br />

venganza, hacer una justicia paralela, eso tampoco, desencadenaría<br />

una matanza, una historia sin fin de muertos. Okey,<br />

215


entonces vamos por las vías pacíficas, que si la creatividad y la<br />

vaina, pero entonces eso tampoco, eso ya está manido y eso<br />

no se puede decretar. O sea que mejor no hacemos nada, aquí no<br />

ha pasado nada. Entonces más nos valdría suicidarnos, si no hay<br />

ninguna salida. Hamlet en Woodstock, eso no camina. Okey.<br />

Yo quiero entonces que alguien me diga qué vamos a hacer.<br />

Qué carajo vamos a hacer.<br />

216


16<br />

Aunque terminaron por tomar la decisión de filmar una película,<br />

un mes había pasado desde entonces y prácticamente no<br />

se había hecho nada al respecto. Cuando Philippe se enteró de<br />

que el director de fotografía con el que había trabajado toda la<br />

vida se había ido del país, cayó en un estado de malhumor del<br />

que no había logrado despegarse. El resto del grupo se contagió,<br />

no por la ausencia del aparentemente imprescindible individuo,<br />

sino porque todos habían supeditado sus actividades al proyecto<br />

común, posponiendo otros y dejando de lado nuevas opciones.<br />

La inactividad acentuaba el sentimiento de frustración y derrota.<br />

De rodillas, María Elena Ribas, la asistente de Robert, intentaba<br />

cambiar sobre un diseño extendido en el piso las indicaciones<br />

para el departamento de producción, al mismo tiempo<br />

que le daba vueltas en la cabeza al asunto de cómo abordar el<br />

personaje del cual le habló Robert. Las instrucciones de él habían<br />

sido tan inusualmente confusas, que no quedaron claros ni<br />

los objetivos, ni las características, ni el contexto ni nada.<br />

Se levantó y entró a la otra oficina.<br />

—Robert —le dijo— me gustaría mucho que me<br />

redactaras brevemente lo que quieres en relación con el personaje<br />

del que me hablaste. De verdad que necesito una explicación<br />

detallada.<br />

—¿Qué te parece si hacemos una fiesta para su recepción?<br />

—le preguntó Robert—. Podría ser en tu casa, ¿no crees?<br />

217


—¿En la mía? —se aterró ella. Se imaginó a su casa<br />

invadida por peligrosas hordas oscuras, ruidosas y salvajes.<br />

A su vez hizo una pregunta, sin ocultar su molestia:<br />

—¿Es todo lo que se te ocurre para promocionar tu genial<br />

idea?<br />

—Chica, creí que tenías una mentalidad más amplia —le<br />

tomó el pelo él. Llevaban ya cerca de dos años trabajando<br />

juntos, actuando coordinadamente, pensando y escribiendo las<br />

pautas para los videoclips y para comerciales de publicidad,<br />

imaginándose las escenas y fabulando el acontecer, evitando<br />

caer en estereotipos, soslayando los lugares comunes y revisando<br />

bibliografías insospechadas, tales como últimamente las<br />

de la poesía italiana renacentista, por ejemplo, para luego hacer<br />

pasar los elementos que encontraban en esas asombrosas canteras<br />

por sus corrosivas miradas interiores, para así darles vida<br />

nueva en un contexto actualizado. Habían navegado juntos en<br />

la red y llevaban unas relaciones sexuales de lo más asépticas,<br />

con todas las seguridades del caso, sin sobresaltos y sin alarmas,<br />

con el fin de aplacar los impulsos de sus cuerpos, aunque<br />

cuidando de no involucrar demasiado los sentimientos. Eran<br />

las relaciones correspondientes a dos personas muy modernas<br />

y sensatas, que salían juntas, iban a las mismas fiestas y a las<br />

mismas discotecas, bailaban los mismos ritmos actuales, pero<br />

que no compartían sus vidas, porque eso era de la incumbencia<br />

personal de cada cual.<br />

Ahora tenían que diseñar ese libreto, imaginárselo y escribirlo,<br />

pero el asunto no se quería dar, siempre había algo que<br />

no cuadraba, que hacía que todo pareciese inverosímil y que la<br />

situación no estuviera suficientemente justificada. Y cuando<br />

trataban de enfocarla desde otro punto de vista, la cosa se les<br />

iba por otro lado, tendía a descuadrarse en otro sentido.<br />

El serrucho se les había trancado y no hallaban cómo<br />

destrabarlo. Robert se paró, fastidiado. Eran casi las cinco de<br />

la tarde.<br />

218


—¿Por qué no bajamos al litoral? —propuso—. Quizás<br />

ahí atrapemos a la musa —agregó, burlándose un poco de su<br />

propia idea.<br />

María Elena asintió. Como muchos otros jóvenes, preferían<br />

bajar a las playas en las horas vespertinas o nocturnas,<br />

sólo a ver el mar, a tomarse unos tragos y a alejarse un poco<br />

de la ciudad avasallante.<br />

Frente al sereno mar del crepúsculo, bañado por la luz<br />

dorada del día que se despedía, las olas horizontales rodando<br />

una tras otra, el mar teñido por la incandescencia del ocaso,<br />

el sol sumergiéndose, convirtiendo las aguas en una reverberante<br />

masa de bronce diluido, se sintieron inspirados, pero no<br />

por la musa, sino por sensaciones de otra índole. La imagen<br />

de ese sol, que parecía irradiar sus rayos luminosos desde el<br />

fondo del océano, encendió el sol interior de ellos, y los hizo<br />

pensar en ir a buscar algún acogedor sitio a la vera de la costa.<br />

Un hotelito limpio y discreto, donde un hombre y una mujer<br />

pudiesen entrar sin verse golpeados por la sordidez del<br />

ambiente, y encontrar alguna habitación que tuviese sus toques<br />

cálidos y sus paredes gruesas, a través de las cuales no<br />

se escuchase lo que sucedía en otras habitaciones, ni desde<br />

las cuales se oyese lo que estuviera sucediendo en ésta.<br />

Las preguntas que se estaban haciendo internamente<br />

acerca del personaje y de su guión siguieron ahí, latentes, inquietándolos,<br />

cada vez más complicadas y en mayor cantidad,<br />

pero sin vías de encontrar solución todavía.<br />

De una rockola cercana brotó una canción a través de la<br />

cual una mujer lloraba a causa del largo camino que voces lejanas<br />

la habían obligado a recorrer, para tratar de llegar a un<br />

puerto inaccesible, imposible de alcanzar.<br />

Ellos, en cambio, eran dos personas prácticas que ni lloraban<br />

ni se les ocurría emprender viajes hacia puertos de los<br />

cuales desde un principio se supiese que serían inalcanzables.<br />

Sí tenían ciertos problemas de trabajo, a los cuales seguramente<br />

no dejarían de encontrar solución, pero no por eso<br />

219


ehuirían el mantener una relación sexual cuya perspectiva<br />

los seducía y los conminaba a ponerse en marcha hacia un<br />

hotel al cual ya habían ido en otras oportunidades.<br />

La ráfaga que escucharon en ese momento, por el sonido<br />

y por la violencia, debió salir de un Fal, una ráfaga tan intensa<br />

como si se hubiera desatado una guerra.<br />

La noche cerró sus fronteras a la humedad pegajosa que<br />

destilaba el mar y se convirtió en un lugar seco y duro, sobre el<br />

cual era posible disparar balas en medio del silencio. La brisa<br />

pareció sorber una de esas balas y tomarla engañosamente por<br />

su cuenta. Pasó tan cerca de Robert que fue como si sus invisibles<br />

partículas lo estuvieran salpicando. Como si la bala sólo<br />

hubiera querido seducirlo con su coqueteo, para perderse después,<br />

con la promesa de un próximo encuentro.<br />

Al igual que las musas, también las divinidades del eros<br />

huyeron de María Elena y Robert. Se tomaron fuertemente de<br />

las manos, como dos criaturas, y por sus cabezas cruzó la idea<br />

de tirarse al piso y aplastarse contra el suelo. La noche se desintegró,<br />

y sus habitantes huyeron en dirección a sus guaridas.<br />

María Elena y Robert fueron hacia el Mazda. Las playas<br />

dejaron de corresponderse con sus atributos y su espacio<br />

fue interferido por el sonido del arma.<br />

Robert fue el primero en serenarse.<br />

—Vámonos a mi casa, María Ele —le dijo, compadecido<br />

de la expresión desolada de la muchacha—. Compré un disco<br />

de música brasileña, unos solos de guitarra. Olvídate de<br />

lo que pasó. Ya pasó, María Ele, no te preocupes, ya se acabó,<br />

no nos pasó nada. Las ráfagas son como el oleaje del mar,<br />

vienen y van. Éstas ya se fueron.<br />

Pero en los ojos de María Elena había una angustia que<br />

no le permitía hablar, como una luz dislocada, disociada de las<br />

reminiscencias del acuático sol que los había iluminado no hacía<br />

mucho. Robert le rozó la cara, mientras manejaba con la<br />

otra mano, y entonces ella se pegó de él y por fin logró hablar:<br />

—Sí, es mejor estar en una casa. En tu casa.<br />

220


Y luego de un rato de silencio, agregó:<br />

—Todo esto debiera ser incorporado de alguna manera<br />

a la construcción del personaje.<br />

Cuando finalmente llegaron a la casa de Robert, éste<br />

escuchó los mensajes de la contestadora. Entre varios provenientes<br />

de distintas actividades de trabajo había uno de Yenifer<br />

informándole escuetamente de su decisión de regresarse<br />

a su casa en el barrio.<br />

—Es lo que faltaba para completar este maldito día<br />

—gruñó Robert, y miró su reloj. Era casi medianoche. No<br />

había nada que hacer a esta hora. De todas maneras, tampoco<br />

sabía qué se tendría que hacer. Su mente estaba en blanco.<br />

—Tenemos que dedicarnos también al comercial de la<br />

tarjeta de crédito —le recordó María Elena, y entonces él se<br />

sintió más agobiado aún de lo que ya estaba.<br />

—Creo que ya es mucho por hoy —dijo, malhumorado—.<br />

Vamos a dormir.<br />

221


17<br />

Finalmente Philippe se decidió a enfrentar el proyecto. Lo primero<br />

que tendría que escoger serían los recursos de los que se<br />

valdría para mostrar esa historia. Las diversas variantes de la<br />

puesta en escena daban vueltas en su cabeza, mientras anticipaba<br />

las arduas jornadas de trabajo a realizar hasta lograr crear<br />

en el papel lo que luego se representaría sobre el escenario.<br />

Lo que se fuera a exponer no debía suscitar la compasión,<br />

ni mucho menos ser un acto para convocar la intervención<br />

policíaca. Tampoco podría ser un burdo dispositivo social<br />

carente de gracia o el campo de la venganza en el cual se arrinconara<br />

el objeto del asedio. Quizás los bufones serían los<br />

únicos capaces de conducir a buen fin los propósitos que se<br />

habían trazado.<br />

La imagen de Alberto Durán surgió en medio de sus<br />

dispersas ideas. Sin saber claramente por qué, de pronto sintió<br />

que sería importante lograr expresar el hechizo peculiar<br />

que lo había envuelto aquella noche, en la sala de su casa,<br />

cuando ese muchacho se instaló ahí con tanto desparpajo. De<br />

alguna manera tendría que capturar el ser de ese chico, y a<br />

partir de ahí generar al otro personaje, recrear el aire de pureza,<br />

la oscilante corporeidad, el vínculo con la flor de cardo, y<br />

lograr todo eso sin caer en lo cursi, encontrar los difíciles recursos<br />

que requería una simplicidad decantada.<br />

Tendría que luchar contra ese material, evitar las tentaciones<br />

metafísicas y las del realismo mágico. Todo tendría<br />

223


que empezar como una ceremonia religiosa que suscitara la<br />

participación del público, para luego deslizarse hacia un giro<br />

que terminara por llevar la obra al paroxismo, hasta el aullido<br />

que tendría que brotar de un rostro, cuyas formas serían<br />

una creación que él tendría que lograr, trasvasando la titilante<br />

imagen a la leve figura que tendría que concentrar sobre sí<br />

la atención del público asistente.<br />

El problema consistía en encontrar cómo expresar la<br />

quintaesencia de ese personaje y cómo dejarlo destilarse gota<br />

a gota. Lograr la fusión, ser capaz de moldear lo que estuviese<br />

disociado y darle forma y plasticidad a la historia que<br />

finalmente se representaría.<br />

El magnetismo que fluía de la personalidad de Alberto y<br />

su arrastrar de antiguas maneras exigían un oscuro acercamiento<br />

a la ligera porosidad que sería necesario mostrar, y vincular<br />

la imagen del recuerdo con la efervescencia del texto que<br />

él tendría que escribir, para desde ahí regresar a los hechos. No<br />

era fácil, era algo francamente utópico, y todo en general era<br />

como inasible, no había lugar para el razonamiento, pero tampoco<br />

era posible limitarse sólo al grito. Sería preciso ir tamizando<br />

la presentación de los acontecimientos y poner en<br />

marcha la rueda que hiciera moverse a esa historia.<br />

El problema era cómo abordar a Wilmer. Él, como autor,<br />

tendría que hacer pasar, con extremado cuidado, como en<br />

el teatro dentro del teatro hamletiano, un discurso dentro de<br />

otro, hacer espejear una imagen frente a la otra y ver todas<br />

las combinaciones posibles y así terminar por desplazar la<br />

obra hacia el mundo.<br />

No se trataba de proclamar una filosofía, sino de crear<br />

una atmósfera en torno a esos dos personajes, aunque habría<br />

que distinguir al uno del otro, al que mató y al que mataron,<br />

eso también debía quedar claro.<br />

Alberto podría terminar por cuestionar los recuerdos, o<br />

expresar la resurrección de un impulso, mostrar la posibilidad<br />

de tejer un entramado que cubriera el vacío, establecer<br />

224


algo que no desapareciera con la vida. El exquisito acto de su<br />

llegada quizás permitiría pasar del nivel de la representación<br />

al terreno de la realidad y viceversa, en el vaivén de un ir y<br />

venir del uno al otro. El atractivo que se desprendería de él le<br />

permitiría entonces convertirse en el centro de la ficción y<br />

prolongar el acto en el gesto de la escenificación.<br />

.<br />

225


18<br />

Todos eran distantes, como si dudaran de su calidad de bajista.<br />

Resultaba evidente que no sabían nada acerca de él, que no tenían<br />

ni idea de la música que él era capaz de tocar sin esfuerzo<br />

alguno. Cuando hacía sonar el bajo lo ponía a departir con los<br />

demás instrumentos, y entonces salía un sonido duro y trágico,<br />

aunque también de una alegría radical, que entraba en sintonía<br />

con el efecto que Ciudad Sitiada generaba.<br />

Claro, cuando las cenizas del anterior bajista se convirtieron<br />

en el vapor que se fundió con el cosmos él todavía no<br />

formaba parte de esta historia. Pero ahora ya estar integrado al<br />

grupo era su vida, nada tenía importancia fuera de eso, y él sabía<br />

que llegaría a ser un ídolo y que ejercería su trabajo gloriosamente.<br />

A él en verdad no le interesaba tanto lo sombrío y lo<br />

amenazante, prefería regresar siempre al instante en el que por<br />

primera vez había tensado las cuerdas, y eso era como implorar,<br />

aunque también era sostener el rigor de la técnica, obtener<br />

el efecto acústico que él buscaba para que Yenifer y toda la<br />

gente del teatro y los miembros de Ciudad Sitiada se dieran<br />

cuenta por fin de lo que él era, un artista capaz de estar a tono<br />

con la batería de José, y junto con él crear un gran tumulto sonoro,<br />

dentro del cual era él el que proporcionaba la confianza.<br />

En otras oportunidades, en cambio, se situaba en un punto musical<br />

desde el que convertía con firmeza el sonido en un encuentro<br />

de cadencias en torno a la guerrera elegía que cantaba<br />

Gabriel, cuya voz se apoyaba en los instrumentos del grupo,<br />

227


ellos la sostenían en medio de esa tormenta, desde el ojo del<br />

huracán dentro del cual se hallaban y desde donde extendían<br />

esa turbulencia, hasta incorporar a ella al público, al que envolvían<br />

de esa manera.<br />

Él era el que iniciaba ese estrépito, bailando sobre el escenario<br />

mientras se suspendía la atención de la gente y todos<br />

entraban en el lugar de encuentro que él empezaba a gestar, haciéndolos<br />

ingresar a unos sonidos que parecían ir adquiriendo<br />

cuerpo. Al tocar, siempre comenzaba de una manera pausada,<br />

sin dejar entrever lo que vendría después, como si fuera independiente<br />

del grupo, con un donaire que luego se cerraba sobre<br />

sí mismo, volviéndose humilde y monástico, para después<br />

abiertamente subordinarse a los demás.<br />

A la orilla del sonido del bajo él era una presencia que<br />

lentamente confluía dentro de la comunidad, como dejándose<br />

arrastrar por las aguas de un río, acoplándose al grito de<br />

Gabriel en medio de la noche fragmentada, generando el hipnótico<br />

erotismo que permeaba el sonido impalpable.<br />

La cadencia plañidera provocaba la entrada vertiginosa<br />

de la guitarra de Joaquín. Entonces el sonido del bajo se<br />

hacía lejano, como acotando el tiempo, para tratar de superar<br />

la indiferencia de Yenifer, la cual tan fieramente se encerraba<br />

dentro de su rabia.<br />

Las luces producían una atmósfera como de azufre, y el<br />

tañer de la guitarra arrastraba la exigencia de resistirse al aniquilamiento,<br />

estrellándose en el compacto desatarse del primario<br />

metal, el brutal poder de las tensas cuerdas produciendo<br />

una tonalidad oxidada, mientras la locura nacía en los ojos del<br />

público, en las miradas trémulas que revoloteaban cruzando<br />

los aires guerreros que surgían de las cadencias lentas y obsesivas,<br />

pero que luego alcanzaban una velocidad que llevaba a<br />

Francisco a perderse en los ángulos de la áspera melodía que<br />

parecía surgir de subterráneas disonancias.<br />

Las polaridades que sus manos ofrecían se imbricaban<br />

con el humo que cubría todo ese ámbito, en medio del cual<br />

se trenzaba también el deseo.<br />

228


Cada vez que él se entregara a tocar el bajo, el sinuoso<br />

sonido alcanzaría a posarse sobre todos aquellos que estarían<br />

ahí reunidos y que siempre querrían seguir, aunque sólo fuese<br />

por unos minutos más, a ese cobrizo sonido que vislumbraban<br />

en la huidiza música, antes de que ésta terminara por<br />

desembocar en el apagado remanso de los desperdicios que<br />

quedaba tras de tanta exaltación.<br />

229


19<br />

El tipo se la quedó mirando como si con los ojos pudiera<br />

traspasar su falda. Evidentemente no pertenecía al civilizado<br />

ámbito de ella, en el que los asuntos correspondientes al<br />

campo amoroso se manejaban de una forma mucho más discreta.<br />

El hombre no hacía el menor esfuerzo por disimular la<br />

expresión de su rostro y, sobrado, se imaginaba que ella no se<br />

daba cuenta.<br />

—Como decíamos —intentó rectificar la situación<br />

María Elena—, en verdad los temas que usted ha mencionado<br />

no son los que al grupo le interesan.<br />

El hombre pareció llevarse a la boca un pedazo del<br />

cuerpo de ella y paladearlo ávidamente:<br />

—Mi joven amiga —contestó en tono autosuficiente—,<br />

la música es un negocio. No podemos ser infantiles.<br />

Tenemos que tener claro lo que debemos ofrecerle al público.<br />

No podemos hablar como si se tratara de una misión, eso ya<br />

pasó de moda y todos los artistas están conscientes de eso.<br />

Desde la disquera vamos a promover a Ciudad Sitiada de<br />

acuerdo con los parámetros actuales y con los temas que están<br />

dentro del perfil de la empresa.<br />

El deseo de levantarle la falda reapareció insistentemente<br />

en la cara del tipo y, como un latido en la sombra, se<br />

estuvo acunando en medio de la discusión que tenía lugar.<br />

—Vea —dijo ella, armándose de paciencia y sin mostrar<br />

aún la carta oculta que tenía entre manos—, a nosotros<br />

231


nos causaría gran satisfacción trabajar con su disquera. Pero<br />

sólo con ciertas condiciones.<br />

Se calló un momento y tomó un poco de agua. De esta<br />

conversación dependía mucho. No podía darse el lujo de<br />

ofenderse. Eso tenía que tenerlo claro a priori.<br />

—Estamos conscientes de que hay que adaptarse a los<br />

estilos en boga —agregó, conciliadora—. El grupo está en<br />

capacidad de conferir a su música un cierto toque.<br />

—Bien —dijo él, satisfecho—. Ahora ya estamos entendiéndonos<br />

—trató de vislumbrar el cuerpo de ella a través<br />

de las telas. Detrás de la cota creyó percibir sus pezones, al<br />

natural, sin sostén de por medio.<br />

—Ellos —continuó María Elena, como si no se diera<br />

cuenta— están muy al día con lo que sucede en el ámbito musical<br />

actual. Pero también son originales, son algo diferente.<br />

El hombre, cada vez más confiado en que ya ella estaba<br />

ingresando a su terreno, ofreció, magnánimo:<br />

—Podemos gestionarles una presentación en alguna televisora.<br />

De pronto quizás hasta una transmisión internacional.<br />

El sitio en el que tenía lugar la negociación era la oficina<br />

de ella. Largas horas había llevado preparar esa reunión,<br />

para la cual se habían barajado varios escenarios posibles.<br />

La secretaria entró trayendo una bandeja con café.<br />

María Elena dio un nuevo giro a la conversación:<br />

—Creo recordar que ya todo esto lo aclaramos la última<br />

vez que hablamos. Usted me aseguró que la disquera no influiría<br />

en el perfil de la música que va a aparecer en el disco.<br />

—Señorita, usted olvida que no podemos forzar el mercado.<br />

Yo entiendo que el grupo que usted representa no es de<br />

los que llaman fashion, pero también usted debe comprender<br />

que las disqueras no están hechas para divulgar música underground,<br />

eso sería un contrasentido. Partiendo de que no tendremos<br />

que discutir este tipo de problemas, que simplemente<br />

están fuera de cuestión, podríamos dedicarnos a revisar el borrador<br />

del contrato, de acuerdo con el cual nosotros le compra-<br />

232


mos los derechos de autor a Ciudad Sitiada y ustedes se comprometen<br />

a cumplir con las cláusulas que ya hemos decidido.<br />

—Nada ha sido decidido todavía —dijo María Elena con<br />

suavidad—. Creo que debo decirle que, antes de firmar, hemos<br />

consultado también con Sonidos Incorporated. Y nos han hecho<br />

una oferta diferente, de acuerdo con la cual ganaremos diez<br />

por ciento más que con ustedes y ellos se comprometen a no<br />

inmiscuirse para nada en las canciones.<br />

La expresión del hombre cambió. De pronto su apariencia<br />

de sobrado pareció desteñirse. Sacó su ejemplar del<br />

documento de la carpeta y se ajustó los lentes. Maldijo mentalmente<br />

el no haberlo hecho firmar apenas terminaron la<br />

primera ronda de conversaciones.<br />

—Usted no va a decirme ahora que Sonidos les va a aceptar<br />

eso, porque no se lo voy a creer —contestó, mientras trataba<br />

de recordar alguna maniobra con la cual poder desarmar con rapidez<br />

este montaje, algo que le permitiese absorber al grupo musical<br />

que prometía tanto. Contestarle lo preciso a esta petulante<br />

mujercita, la cual ahora parecía escapar de su dominio, sobre<br />

todo porque aquellos a quienes ella representaba a él le interesaban<br />

demasiado y tenía la firme decisión de lanzarlos al mercado.<br />

Por todo ello habría que revisar la lista de las malditas canciones,<br />

no sabía muy bien cómo, pero de alguna manera tendría que rematar<br />

esta negociación, en todo caso estaba claro que él no había<br />

nacido ayer. Una vez más lamentó haberse dedicado a trabajar<br />

con artistas, esa gente que siempre creaba problemas. Era evidente<br />

que algunas de esas canciones de ninguna manera podían<br />

ser consideradas comercialmente.<br />

Aunque envuelta en la sensación de triunfo, María Elena<br />

no se permitió envanecerse. Sabía que tendría que llevar<br />

adelante todavía discusiones muy engorrosas y dedicarle bastante<br />

tiempo a este asunto. Dar muchas vueltas antes de poder<br />

ir realmente al grano.<br />

Se levantó y, con amabilidad, le sirvió más café al tipo.<br />

Había que dorarle la píldora. Sólo como por descuido tomó una<br />

233


carpeta en la que se había asegurado que estuviera únicamente<br />

una parte de la oferta de Sonidos Incorporated y se la mostró:<br />

—No es ningún secreto. Ya ellos nos han hecho unas<br />

pruebas en un programa radial, y la música en vivo fue un argumento<br />

de peso. Estos documentos se refieren a algunos de<br />

los aspectos que nos interesan. Ellos garantizan el equipo<br />

electrónico que exige el grupo.<br />

La pasión que impulsaba a los integrantes de Ciudad<br />

Sitiada chocaba contra la pared que representaban las disqueras.<br />

Para alcanzar la difusión era imprescindible pasar a<br />

través de ellas. La música que hacía sonar el grupo, de la que<br />

sabían que tenía calidad como para lograr situarlos en un<br />

puesto que les pertenecía en derecho, tendría que ser sopesada<br />

por estos hombres de negocios y era necesario tomar en<br />

cuenta sus deseos. Eran muchos los que querían ingresar a<br />

ese extraño mundo, donde no siempre era la excelencia lo<br />

que determinaba a quién se le abrían las puertas y quién era<br />

el que tenía que marcharse. A ellos los recorría una gran fiebre,<br />

una efervescencia que ya se había convertido en una condición<br />

inherente a su ser. Pero ahora tendrían que reconocer la<br />

imposibilidad de que esa sensación pudiese arraigarse en los<br />

demás sin la intermediación de esos empresarios, que abarcaban<br />

todo el espectro de la divulgación musical.<br />

María Elena volvió a sentarse. También ella tenía claro<br />

que los negocios no eran cuestión de romanticismos. La época<br />

actual había bajado el telón sobre ese tipo de manifestaciones<br />

ahora consideradas ingenuas, y todos creían que eso a ellos no<br />

los incomodaba, todo lo contrario, así la cuestión resultaba<br />

más madura y adulta. El poder de las disqueras era acatado y<br />

la irreverencia permanecía encerrada en las canciones.<br />

El aire acondicionado y la luz del neón contribuían a<br />

que el espacio se percibiera más grande de lo que en realidad<br />

era, y que tuviera un toque rígido y frío. Se sentía que todo lo<br />

personal se había ocultado detrás de los pulcros objetos que<br />

en ese lugar se encontraban. Pero el hombre, sin dejarse ame-<br />

234


drentar, miró de nuevo sin disimulo las piernas de la muchacha,<br />

y eso desestabilizó la frialdad del recinto.<br />

Se volvió hacia ella y, poniendo de lado la oferta de la<br />

competencia, le dijo, con cierta aspereza:<br />

—Tenemos que afinar los puntos ya decididos. Las opciones<br />

que nosotros le podemos garantizar al grupo que usted<br />

representa les ofrecen ventajas mucho más amplias. Las<br />

condiciones económicas podemos mejorarlas. Tenemos un<br />

poder de penetración mucho más grande que Sonidos. Pero<br />

es imprescindible que se tome en cuenta la moda, eso no lo<br />

podemos obviar. Tiene que tener eso claro.<br />

María Elena pensó en que aquel hombre nunca había<br />

visto ni escuchado a Ciudad Sitiada, y que probablemente<br />

nunca lo haría. Recibía los informes ya filtrados por sus asistentes.<br />

Aunque sabía que así era como funcionaban las cosas<br />

en el mundo empresarial, se sintió desencantada de ser interlocutora<br />

de alguien para quien el sonido de un grupo musical<br />

representaba exactamente lo mismo que un aparato eléctrico<br />

o un juego de vajillas.<br />

El simétrico orden sobre su escritorio la ayudó a reorganizar<br />

las imágenes de su mente. Esta batalla tendría que<br />

ganarla. Sus gestos se suavizaron y los complejos lineamientos<br />

generales de la rechinante negociación, que con tanta dificultad<br />

estaba llevando adelante, le exigieron que se relajara<br />

y adoptara la imagen de una dama que escucha con sofisticado<br />

embeleso a su interlocutor.<br />

235


20<br />

Ya desde afuera se escuchaba el llanto del bebé de Beatriz.<br />

Una vez adentro, Yenifer se sorprendió al ver un desorden<br />

por completo inusual en la casa de su amiga, las gavetas de la<br />

cómoda abiertas y revueltas y los objetos regados por el suelo.<br />

Miró desconcertada a Beatriz, pero ella conservaba su<br />

tranquilidad de costumbre.<br />

—Es que estuvieron aquí mis sobrinos —explicó.<br />

Rodó la cuna en dirección a la mínima ventana, para<br />

que al niño le llegara un poco de sol, mientras una corriente<br />

subterránea de la conciencia de Yenifer entraba en alerta,<br />

porque algo de la situación no le cuadraba.<br />

Quiso indagar un poco más, pero Beatriz la interrumpió,<br />

eufórica:<br />

—No me lo vas a creer: conseguí cupo en la universidad.<br />

La mirada de Yenifer siguió recorriendo el mínimo espacio,<br />

deteniéndose en el aspecto de Beatriz y revisando al<br />

bebé, definitivamente ya habituada a hacer pesquisas y a encontrar<br />

pistas, colmada de desconfianza, automáticamente<br />

dedicada a tratar de comprobar la veracidad de las informaciones<br />

recibidas. Aparentemente ella nunca más dejaría de<br />

funcionar así, las actitudes de sospecha y de investigación se<br />

habían hecho ya parte de su ser.<br />

En casa de Beatriz sonaba la radio. Una voz varonil<br />

cantaba sobre una borrachera y una decepción amorosa nacida<br />

del fondo del corazón y reencontrada en el fondo de una<br />

237


copa, una copa que se alzaba en recuerdo de ese amor perdido,<br />

ese único e irreemplazable amor.<br />

Yenifer siguió sin poder aceptar que tanta ropa y tantos<br />

objetos estuvieran regados de esa manera en el suelo. Beatriz<br />

no era la clase de persona que fuera a permitirle a unos sobrinos<br />

hacer semejante desastre. Volvió a tratar de descifrar la expresión<br />

de su amiga, dedicada ahora a recoger y a guardar todas<br />

esas cosas, y creyó notar en ella un gesto sombrío que no<br />

se compadecía con la voz despreocupada con la que le hablaba<br />

en ese momento, ni con las palabras triviales que estaba<br />

pronunciando. Le pareció vislumbrar una fugaz expresión de<br />

ansiedad en su rostro, mientras barría con rapidez los restos<br />

de un vaso roto, en los que Yenifer ni siquiera había reparado<br />

hasta entonces.<br />

—¿Pero cómo es posible que les hubieras permitido<br />

hacer este desbarajuste? —preguntó.<br />

Por la fracción de un instante Beatriz dio la impresión<br />

de titubear antes de dar la respuesta, pero luego cambió de<br />

opinión, rehuyendo la opción de decir algo.<br />

—Imagínate que él ya me reconoce —dijo finalmente,<br />

como si nada—, cuando me acerco a la cuna me sonríe, y me<br />

sigue con la mirada.<br />

Para ella debe representar un riesgo muy grande contarme<br />

lo que pasó, pensó Yenifer, quizás la han amenazado<br />

con hacerle algo al bebé y ella no puede exponerse a eso.<br />

Por un momento sintió nostalgia de aquellos tiempos<br />

que ahora parecían tan remotos, en los cuales todos habían<br />

sido espontáneos y nadie inventaba excusas inverosímiles ni<br />

se lanzaba a inquisitivas pesquisas indagatorias, como si fuera<br />

el detective de alguna novela de misterio.<br />

Las posibilidades de llegar a saber lo que aquí había<br />

pasado, probablemente pocos minutos antes de llegar ella, no<br />

se veían claras. Quizás se había salvado sólo en el último instante<br />

de un encuentro violento, de los que tanto amenazaban<br />

su existencia en los tiempos recientes.<br />

238


Se quedaron mirándose las dos, frente a frente, los nervios<br />

de Beatriz a punto de traicionarla, aunque luego logró<br />

controlarse de nuevo, y una vez más desvió la conversación,<br />

la cual en verdad ni siquiera había comenzado:<br />

—Me aceptaron por CNU. Sólo había quince cupos y<br />

yo quedé en el puesto cinco. Pero, dime tú ahora, cómo puedo<br />

yo cursar una carrera supercostosa, donde hay que estar<br />

comprando materiales a cada rato. Es un imposible para mí,<br />

no sé ni para qué me presenté. Sólo por no dejar.<br />

La mirada de Yenifer siguió explorando el espacio y<br />

revisando lo poco que éste contenía. Beatriz, sin darse por<br />

aludida, le sirvió un refresco. La mirada escrutadora de Yenifer<br />

no dejó de barrer el lugar ni por un momento, mientras<br />

Beatriz revoloteaba sin cesar, tratando de mantenerse fuera<br />

del foco de esos ojos grandes y lúcidos.<br />

—¿Qué hacer? —se preguntó Yenifer, como ya tantas<br />

veces en los últimos tiempos. Beatriz le envió una mirada implorante,<br />

como suplicándole, chama, no me preguntes, que yo<br />

no te puedo decir ni palabra. Si eres mi amiga, como yo soy la<br />

tuya, entonces, por el bien de las dos, no hablemos de nada.<br />

Hablemos sólo del niño, mira cómo ya intenta rodarse un poco<br />

en la cuna.<br />

Pero nada de esto fue dicho, y a lo mejor todo no era<br />

más que una arbitraria interpretación de la exaltada mente<br />

de Yenifer.<br />

En la torre de la iglesia cercana comenzaron a sonar las<br />

campanas. Los tañidos ingresaron a la habitación, cual música<br />

de fondo de la guerra cotidiana de cada cual. Yenifer había venido<br />

a vivir a este lugar, sola, porque su espíritu de independencia<br />

la había llevado a tomar esa decisión. Tenía su filosofía,<br />

aunque la señora Mercedes decía que no era sino pura soberbia<br />

y más nada. Pero ella se conocía bien. En un tiempo había vivido<br />

en otro lugar de la ciudad, con una amiga, para compartir<br />

los gastos, pero había sido muy difícil la convivencia. Ahora,<br />

aunque vivía en un barrio, estaba haciéndolo de acuerdo con<br />

239


sus propios patrones, y creía haberse despojado de lo que otros<br />

le habían querido imponer.<br />

Se preparaba su comida, hablaba con la gente, y cuando<br />

llegó, antes de conocer a Luis, entró en el juego de los que<br />

buscaban gustar, en medio de hombres y mujeres que iban y<br />

venían, subiendo y bajando escaleras, con pasos que no rehuían<br />

la guerra. Ahora ella tampoco la rehuía. Inmutables, se apartaban<br />

de las claves de la acera y se abrían al código de la calle<br />

del medio. Se mantenían de pie en las esquinas, adonde les<br />

llegaba el brillo de las grandes avenidas, mientras ellos se<br />

quedaban ahí, alertas, evitando que alguien los matara.<br />

Ahora, una vez más, escrutó el rostro de Beatriz. Ésta<br />

era su casa, aquí transcurría su existencia. ¿Acaso tenía ella<br />

derecho a venir a perturbarla? En ese pequeño espacio se<br />

concentraba la vida de Beatriz.<br />

Pero Beatriz no era así, Beatriz luchaba a pulso por llevar<br />

adelante a su bebé y tenía la fortaleza de un muro y era un<br />

avión, había conseguido escapar de muchas asechanzas, no<br />

consumía hierba y tampoco había aceptado las propuestas de<br />

un señor con mucha plata que le había ofrecido montarle un<br />

apartamento. Fumar cigarrillos sí fumaba, eso sí, pero no tenía<br />

amistad ni con los choros ni con los tipos de uniforme, aunque<br />

se saludaba con todos ellos. Se ocupaba sólo de sus máscaras<br />

y de la utilería, las diseñaba y fabricaba, iba de su casa al taller y<br />

luego al teatro. No miraba hacia atrás ni le reclamaba nada a<br />

nadie, tampoco perdía el tiempo con sueños de futuro, simplemente<br />

vivía el presente, bañaba al niño, medía con sus pasos<br />

el mínimo lugar del que disponía, y de vez en cuando recibía<br />

ahí a algún hombre que le gustaba. Se conformaba con escuchar<br />

la música de su radio y poco le importaba que la pudiesen<br />

ver bailando sola o con su bebé en brazos. No encendía velas<br />

ni le pedía a Dios que la ayudara.<br />

Tiempos atrás se había dedicado a fabricar y a vender<br />

imágenes de santos y crucifijos. Se sentaba en la acera y desde<br />

ahí ofrecía su mercancía. Esa vez que todo cambió en su<br />

240


vida se había colocado junto a la puerta principal del teatro,<br />

y el viento tumbó todo el tinglado, haciendo rodar el corazón<br />

de Jesús y los demás santos. Gabriel se detuvo junto a ella y<br />

la ayudó a recoger el estropicio, mientras le explicaba que él<br />

venía ahí porque necesitaba hablar con su mamá, la cual ahora<br />

tenía un ensayo. Después la invitó a entrar. Ella nunca antes<br />

había pensado en que el amigo de Luis era el hijo de esa<br />

actriz tan famosa, Camila Valdivia, pero entonces cayó en<br />

cuenta. Ese día no había vendido casi nada y se sentía de lo<br />

más desgraciada. Entró con él y la mamá de Gabriel los saludó<br />

con un gesto, mientras seguía interpretando la obra que<br />

estaban ensayando. Después vio que el padre de Robert también<br />

estaba ahí.<br />

Sintió deseos de pertenecer a ese grupo, pero no se<br />

imaginó que su deseo se cumpliría tan rápidamente. Ahí sentada<br />

en una butaca, viendo a la actriz cubierta por un magnífico<br />

manto, sintió que ése tendría que ser su mundo, no<br />

podría ser ningún otro. Entonces se reclinó en el asiento y se<br />

dedicó a estudiar todos los decorados que ahí se encontraban,<br />

todos los sugestivos objetos que configuraban ese fantástico<br />

mundo de apariencias que ahí se hallaba.<br />

El ensayo se interrumpió. Philippe se puso a explicar<br />

algo a uno de los actores jóvenes, después de lo cual el montaje<br />

continuó. Luego, ya finalizado, Gabriel la llevó a hablar<br />

con el director, y Philippe vio las cosas que ella hacía y le dio<br />

la oportunidad. Entonces ella se abocó al estudio de las diferentes<br />

maneras con las que se podía disfrazar el instante y las<br />

formas que para eso debían inventarse.<br />

Luego todo volvió a cambiar. Luis ya no existía y<br />

Paula había desaparecido. Ella ahora tenía miedo. Las posiciones<br />

estaban marcadas y se sentían rodeados. Estaba segura<br />

de que la vigilaban. Hubiera sido necesario marcharse de<br />

ahí, entremezclarse con el mundo y confundirse, como un árbol<br />

del bosque con otro árbol. Pero no era fácil. Ahora siempre<br />

andaba nerviosa y sólo cuando estaba en la sala de teatro,<br />

241


viendo resplandecer los objetos que ella había fabricado, se<br />

apaciguaba la inquietud, y le nacían las ganas de quedarse ahí<br />

por más tiempo.<br />

Compró nuevos candados para la puerta, mientras veía<br />

que Yenifer andaba una vez más con toda clase de misterios.<br />

Parecía perseguir a alguna gente a la que no estaba dispuesta<br />

a dar tregua y a la cual no quería dejar escapar. La veía intentar<br />

establecer vínculos con personas a las que antes ni siquiera<br />

saludaba. Todo estaba enmarañado.<br />

Yenifer sintió que no tenía derecho a traerle problemas<br />

a Beatriz. Reorganizó su mente y se orientó hacia los intereses<br />

de su amiga. Era lo único justo con ella:<br />

—¿Y cómo piensas hacer con el cupo de Arquitectura?<br />

—Esta semana pensaba ir a ver qué posibilidades hay<br />

para una beca. Pero no sé, estoy tan dudosa… Quizás sería<br />

más práctico estudiar computación o secretaría en una academia<br />

y no complicarme tanto la vida.<br />

Yenifer pensó en sus propios estudios de administración<br />

de empresas, cursados en un colegio universitario, y en la elaboración<br />

de mermeladas en la que habían desembocado, pero<br />

prefirió no decir nada. Le sorprendió constatar que el venirse<br />

de casa de Camila, donde no se estaba avanzando nada en<br />

cuanto a los proyectos que habían discutido en aquella lejana<br />

oportunidad, no la estaba conduciendo a ninguna parte. Había<br />

pensado que a partir de Beatriz se volvería a vincular con la gente<br />

del barrio, que reiniciaría alguna gestión en torno a Wilmer y<br />

que los demás la ayudarían a inventar alguna nueva jugada, pero<br />

nada de eso se estaba dando.<br />

De pronto tuvo la convicción de que todo la conducía a<br />

ninguna parte, y se sintió abandonada en este asunto en el que<br />

se había metido empujada por el inexorable hecho de que la<br />

música viva de su compañero había sido apagada por la voluntad<br />

de alguien.<br />

—Hay que acostumbrarse a las cosas, convivir con<br />

ellas —oyó en ese momento que le estaba diciendo Beatriz, y<br />

242


no quiso dar crédito a sus oídos. No, eso no podía ser lo que<br />

estaba diciendo su amiga, eso debía ser producto de una alucinación,<br />

o algo así. ¿O es que toda la gente se había puesto<br />

de acuerdo para recomendarle el conformismo?<br />

De la rabia instantánea pasó, instantáneamente también, a<br />

una tristeza que la fue invadiendo. Sus amigos del espectáculo<br />

no le habían respondido, y los del barrio aparentemente tampoco<br />

lo harían. Pero luego decidió que no importaba. Ella no necesitaba<br />

de nadie. Siempre había sabido valerse por sí misma.<br />

Afuera se oían los conocidos sonidos de una balacera.<br />

Un sonido disperso que parecía venir de diferentes lugares,<br />

como un tiroteo generalizado. Beatriz se acercó a la cuna y le<br />

puso la mano encima al bebé, como si eso sirviera de algo,<br />

como si de esa manera pudiera protegerlo.<br />

Si hubiese logrado detectar lo que había sucedido aquí<br />

antes de su llegada, pensó Yenifer, quizás le resultaría más fácil<br />

comprender a su amiga. Quizás podría aceptar, entender<br />

más allá de lo incomprensible, y durante esta nueva y larga jornada<br />

la amistad de ellas dos hubiera ganado en espesor y ahora<br />

podrían estar en paz la una con la otra.<br />

Pero eso no había sucedido. Sintió que no había logrado<br />

mover las voluntades de ninguno de sus numerosos amigos,<br />

por más buena intención que algunos de ellos habían<br />

mostrado, y se sentía extraviada en la maraña en la que se había<br />

convertido su mundo.<br />

—Yenifer —dijo en ese momento Beatriz, como si le<br />

hubiera adivinado el pensamiento, y ahora su voz era diferente,<br />

y su mirada también—. Ellos entraron aquí y me pusieron un<br />

cuchillo en el cuello, y me dijeron, te vamos a cortar la vena. Y<br />

uno de ellos dijo, si no dejas de tratar a esa tipa, a la tal Yenifer,<br />

no vas a echar el cuento, ciérrale la puerta cuando venga si<br />

quieres que a tu carajito no le pase nada, aquí en este barrio<br />

ya ella no tiene lugar, este país es grande, que desaparezca de<br />

aquí y dé gracias de poder hacerlo.<br />

243


Ahora ya estaba dicho. ¿No era eso lo que había querido?<br />

Sin embargo, tuvo que sentarse, el mundo pareció empezar<br />

a dar vueltas.<br />

—¿Qué más me puede pasar? —se preguntó. Le provocó<br />

decir, padre, aparta de mí este cáliz, pero en verdad no había<br />

a quién decírselo, porque padre terrenal no tenía, y en el<br />

otro no creía. Ella podría caminar sobre toda la esfera terrestre,<br />

o quizás arrastrarse, como los reptiles, o como los insectos, salir<br />

por una puerta falsa, por la más oculta y pequeña, aislarse de<br />

todos, desprenderse de la comunidad humana, reducirse al tamaño<br />

de un molusco, optar por el silencio, evadir todo encuentro<br />

con la gente y olvidarse de sus ideales. Pero ella no era así,<br />

ella no iría a rehuir las situaciones críticas, y no sólo por Luis,<br />

no era sólo a él a quien se lo debía, sino también por sí misma,<br />

se lo debía también a sí misma.<br />

Miró a Beatriz con reconocimiento, por haber tenido el<br />

valor finalmente de decirle la verdad, a pesar de todos los<br />

evidentes riesgos que corría con ello.<br />

—¿Quiénes fueron? —preguntó, en voz baja.<br />

—No sé —contestó en un tono igual Beatriz—. No los<br />

había visto nunca antes.<br />

Después, titubeante, preguntó:<br />

—¿No has pensado en desistir? Has escogido un camino<br />

demasiado duro. Y ya el mundo es duro de por sí, Yenifer.<br />

Yo creo que a Luis le gustaría que te permitieras vivir un poco<br />

más suavemente.<br />

La imagen de un mundo muelle, en medio del cual ella<br />

pudiera marginarse de esta guerra implacable, darse un respiro,<br />

divertirse, abdicar de tanta responsabilidad y de tanto<br />

compromiso y simplemente dejarse llevar, gustar de la música<br />

sin tener que dar la vida por uno de los que la había interpretado,<br />

y que ello fuera válido y justo, esa imagen la sedujo por<br />

un momento y le hizo sentir el vértigo de la libertad reconquistada.<br />

Ella no quería lastimarse, no le gustaba la idea de<br />

que la lastimaran.<br />

244


Pero luego recordó que había asumido el asesinato de<br />

Luis como si le hubieran dictado un testamento, y tenía que<br />

actuar en consonancia con la misión que se le había otorgado<br />

como legado. Miró los materiales con los que trabajaba<br />

Beatriz, que estaban ahí, colocados en orden sobre un estante.<br />

Por alguna razón desconocida los invasores no habían<br />

descargado su furia sobre ellos. Entonces el bebé empezó a<br />

llorar de nuevo y Beatriz lo alzó en sus brazos. Volvió los<br />

ojos hacia Yenifer, quien ahora la miró con una serenidad<br />

nueva, madurada por el lento fuego al que habían sido sometidos<br />

sus sentimientos. Pero ya nada se dijeron. Pasó junto al<br />

mínimo grupo que formaban la madre y el niño, acarició la<br />

cabeza de éste, y salió a la calle.<br />

245


21<br />

Estaba seguro de que la única actriz capaz de incorporar a<br />

ese papel tan difícil las emociones necesarias para hacerlo<br />

verosímil era Camila Valdivia. La única, además, capaz de<br />

hacerlo salir a él de Mérida para trasladarse a Caracas, con la<br />

ilusión de volver a trabajar con ella. Ciertamente estaba también<br />

la solicitud de su amigo Philippe Fontaine, con quien<br />

había colaborado en casi todos sus proyectos de envergadura.<br />

Nunca se había negado a formar parte de un equipo dirigido<br />

por él. La satisfacción adicional era saber que en ese equipo<br />

estaría también su antiguo discípulo, Alberto Durán; sin embargo,<br />

por encima de todo, el hecho central era poder trabajar,<br />

una vez más, con su actriz preferida. A estas alturas de su<br />

vida ni siquiera por Philippe hubiera dejado sus tertulias nocturnas,<br />

sus hábitos de tantos años, los vínculos con los integrantes<br />

de su grupo de teatro, que lo habían apoyado en tantas<br />

batallas libradas en el ámbito de la cultura, con quienes había<br />

montado obras en condiciones precarias, sin recursos, luchando<br />

permanentemente por sobrevivir, resolviendo circunstancias<br />

problemáticas insólitas, como aquella vez que les cortaron la<br />

luz y ellos siguieron ensayando en la penumbra titilante producida<br />

por las velas.<br />

Con los ojos resecos y los pies un poco hinchados, se<br />

encontraba ahora en casa de Philippe, cansado después del<br />

largo viaje por carretera, pero dispuesto a asumir el reto. Le<br />

hubiera gustado tomarse una taza de chocolate caliente con<br />

247


canela, como el que hacía su mujer, pero se conformó con el café<br />

que le ofreció su amigo.<br />

En cuanto a este proyecto de Philippe, tenía que quedar<br />

claro que no se trataría de ningún tipo de venganza. Ellos debían<br />

crear algo en honor a ese muchacho muerto, que fuera capaz<br />

de mostrar su atractivo, la sensualidad con la que había<br />

seducido a su público. Un trabajo madurado, que adquiriera poco<br />

a poco cuerpo por sí mismo. Se acordó de tantas obras<br />

precedidas de mucha fama que había visto, a las que les faltó<br />

la lentitud necesaria para expresar su espíritu, para dar rienda<br />

suelta a los demonios que hubieran podido guardar en su interior.<br />

Muchos de esos montajes que había visto sólo respondían<br />

a razones económicas. Él a la final casi nunca podía tolerar<br />

esos trabajos que hechizaban a tantas personas, y se salía en<br />

medio de la función.<br />

Hizo un esfuerzo por volver al presente. Le echó otra<br />

mirada al libreto y reflexionó en sus implicaciones políticas.<br />

En las piezas que él y Philippe habían montado juntos siempre<br />

había estado presente el país, en el desgarramiento de pedir<br />

justicia, en la protesta, en todas las huellas que se grababan en<br />

las obras, todo eso decisivo en las historias que ellos escenificaron.<br />

Como dioses creyeron en su momento que tenían el<br />

destino en sus manos, y que su intromisión en la realidad<br />

produciría cambios en ella, lo cual en ese entonces los llenaba<br />

de orgullo. Pero luego tiempos desvaídos impusieron su<br />

orden y hasta un cierto chisporroteo, que se prolongó un poco<br />

más, finalmente también se apagó.<br />

Quedaba Camila. Él la había visto levantar una obra<br />

con su mera presencia, con su increíble don para la seducción,<br />

y arrastrar con ella a la compañía entera. Una vez a Philippe<br />

se le ocurrió la alucinada idea de hacer una representación en<br />

la playa, un montaje junto al mar. Ella interpretó el papel de<br />

reina, una reina vieja y derrotada, parada en medio de un público<br />

compuesto más que todo por jóvenes, a nadie más se le<br />

iba a ocurrir soportar ver teatro en esas condiciones. El mar<br />

248


subrayaba la musicalidad de las palabras, las cuales, al igual<br />

que las olas, daban la impresión de generar un vaivén ahí en<br />

medio de la juventud, toda esa gente que miraba en silencio a<br />

Hécuba, quien parecía contemplar las naves aqueas, a la vez<br />

que imprecaba y maldecía por la muerte de sus hijos, los cuales<br />

en los orígenes habían formado parte de su cuerpo. Las<br />

manos de Camila se movían dándole vida a esas fuentes, a esa<br />

fertilidad que ya había abandonado a la envejecida figura.<br />

Con una mezcla de dureza y ligereza en los gestos.<br />

La recordaba sola, en cierto instante ya echada sobre la<br />

arena, derribada en tierra.<br />

Había sido una idea ingeniosa por parte de Philippe, a<br />

pesar de todas las críticas que le llovieron, el colocar la obra<br />

en un lugar donde el resplandor del sol vespertino le sirviese<br />

de contraste al horror que suscitaba esa mujer fantasmal clamando<br />

por sus hijos, ninguno de los cuales existía ya.<br />

La mujer, ahí tirada en el suelo, despojada de sí misma<br />

y de los seres que había amado, expresaba el coraje y la dignidad<br />

que aún le quedaban, en una corporeización del espanto.<br />

Sobre la seca arena, esperpéntica figura como salida de<br />

un cuadro de Hieronymus Bosch, ponía de relieve todo el horror<br />

de unas muertes que no alcanzaron a sus hijos después<br />

de haberse macerado durante el largo viaje de la vida, sino<br />

que habían brotado inesperadamente de la violencia sin sentido<br />

que se ensañó con los más jóvenes de todos.<br />

Los integrantes del público, algunos sentados en troncos<br />

caídos, otros apoyados en palmeras, las aguas bañándoles los<br />

pies descalzos, se mantenían en sintonía con el personaje interpretado<br />

por la actriz, con esa mujer echada en el escenario<br />

sin límites, imprecando a los forajidos guerreros que la obra<br />

invocaba.<br />

Una muchacha pasó corriendo en medio de la gente, sin<br />

apercibirse de que ahí estaban participando de una ceremonia.<br />

Cuando algunos del público la insultaron, se dio cuenta de repente<br />

de su descuido. También el deseo de los que la miraban<br />

249


gravitó por un instante sobre ella, hasta que un vigilante la<br />

condujo suavemente fuera de ese espacio en el cual la ciudad<br />

de Troya había caído.<br />

Las partículas de arena resplandecían debajo del cuerpo<br />

de la reina. A lo lejos se escuchaban disparos, el sonido de<br />

proyectiles desplazándose en direcciones encontradas. Pero<br />

la multitud seguía manteniéndose unida alrededor de los actores.<br />

Entre ellos deambulaba un niño, alejándose cada vez<br />

más del grupo al cual pertenecía. Iba como reconociendo a la<br />

gente que se hallaba en ese escenario grandioso. Pero de<br />

pronto se sintió solo entre la multitud y comenzó a llorar.<br />

La actriz que interpretaba a Casandra había iniciado ya<br />

su canto. Jorge López, que hacía de Taltibio, se acercó al niño.<br />

De las guitarras que Philippe incluyó en el montaje surgía<br />

el acompañamiento del trágico canto de himeneo, cada<br />

vez más fuerte, hasta culminar en un golpeteo que era como<br />

un redoble. Astianax, el desdichado niño, pronto sería matado<br />

en la obra, pero ahora a orillas del mar Jorge tomó de la<br />

mano al otro, al que formaba parte del público, y lo condujo<br />

de vuelta hasta las personas con las que lo había visto, las<br />

cuales ni siquiera se habían apercibido de su ausencia.<br />

Una intensa corriente emocional se tendía entre los actores<br />

y el público. El eclecticismo con el que Philippe dirigía logró la<br />

máxima expresión de su refinamiento. De él había aprendido cómo<br />

variar las estrategias y el juego de acuerdo con cada obra y a<br />

cada objetivo, para llevar a cabo sin apresuramiento los proyectos<br />

que elegía, los cuales nunca fueron fáciles, siempre presentaron<br />

una alta exigencia. Philippe lo hacía todo con una gran seguridad,<br />

al menos aparentemente, no como él, a quien lo invadía el<br />

miedo antes de iniciar un proceso, una reiterada sensación a la<br />

que, por más años que llevaba en el oficio, nunca había podido<br />

vencer. Como en el momento actual, en el que se enfrentaban a<br />

este enloquecido proyecto que sobrepasaba por completo los límites<br />

usuales de un espectáculo.<br />

250


Ahora miró al muchacho que conocía desde niño, su<br />

antiguo alumno de la Escuela de Teatro. Se sintió feliz del<br />

reencuentro, pero al mismo tiempo se extrañó de los cambios<br />

producidos en Alberto desde la última vez que se vieron.<br />

Se pusieron a revisar juntos los papeles de la obra, ese espectáculo<br />

en el que, con los recursos del teatro, tratarían de darle<br />

cuerpo al inapresable hecho de la muerte. Él seguía considerando<br />

que se trataba de un absurdo, y sólo participaba en ella por<br />

trabajar junto a la actriz a la que tanto admiraba.<br />

En cuanto al encuentro con Alberto en esta ciudad, les<br />

brindaba de nuevo la posibilidad de volver a inventar la seducción<br />

del teatro, como lo habían hecho ya tantas veces, en esas<br />

largas jornadas de imaginación que habían compartido. Se confrontaban<br />

con el drama que necesitaban poner en escena, con<br />

los imposibles que tendrían que resolver, y con la exigencia de<br />

llevar a cabo un proyecto de tan compleja ambición. El escenario<br />

sería como una plaza pública, el puro suelo a nivel de los espectadores,<br />

no habría tarimas ni cortinas que fijaran límites.<br />

A Jorge le parecía que su antiguo alumno, que tan real<br />

había sido, ahora era como una especie de quimera, con la<br />

cabeza cubierta por esa desflecada gorra roja. Sería uno de<br />

los protagonistas que reinarían por el breve lapso del montaje,<br />

durante el cual se develaría el misterio de Wilmer. Todos<br />

los actos tendrían que conducir a descifrar el mundo que<br />

ellos interpretarían.<br />

Miró la solitaria figura, ensimismada en la lectura de<br />

su papel, y de nuevo sintió la felicidad de poder trabajar<br />

con él, para elaborar juntos el drama que quizás terminaría<br />

siendo comedia.<br />

Se hallaban en la sala, discutiendo el papel que le correspondería<br />

a Alberto. Había que afinar muy bien su construcción<br />

y moldearlo de acuerdo con su función dentro de la trama.<br />

—¿Con cuánto dinero cuentas? —preguntó Jorge. Ése<br />

era un dato fundamental, un factor del que dependían todas<br />

las otras opciones.<br />

251


Philippe se disponía a contestar cuando hizo su entrada<br />

Camila. Como tantas otras veces, Jorge López se sorprendió<br />

al constatar cuánto más pequeña era de lo que parecía en el cine<br />

o en la televisión; pero en esta oportunidad comprobó también<br />

que en la pantalla se veía mucho más joven de lo que era<br />

ahora, en la realidad, al natural, sin maquillaje.<br />

No podía imaginarse hasta qué punto sus pensamientos<br />

coincidían con los de la propia Camila, la cual se encontraba<br />

todavía bajo los efectos de la película Hasta el fin del mundo,<br />

de Wim Wenders, que había visto la noche anterior. Al<br />

margen de las excelencias de la película, la había conmovido<br />

profundamente reencontrarse con una Jeanne Moreau irreconocible.<br />

¿Dónde estaban la boca sensual, la honda mirada, la<br />

cara tan expresiva? La golpeó percibir tantas ausencias, y se<br />

preguntó a sí misma, sin piedad alguna, si no sería que tenía<br />

razón la Greta Garbo y era mejor retirarse a tiempo, antes que<br />

ofrecer una imagen tan lastimosa. Al mismo tiempo, se sorprendió<br />

de lo chiquita que era la Moreau, en verdad nunca había<br />

pensado que fuera tan chiquita. Pero, fuese cual fuese su<br />

tamaño, ya no era la de La noche, de Antonioni. Se había dejado<br />

engordar, de eso podía decirse que era su culpa, si es que<br />

alguna culpa había en ello. Pero la vejez era simplemente una<br />

desdicha natural, algo que le había caído encima, como les<br />

caía a todos los seres humanos, con excepción de aquellos que<br />

se morían antes de que se produjera ese proceso. Pero quizás<br />

más bien siempre fue así, tan inexpresiva, y toda la imagen<br />

que generaba se debía a que la naturaleza la dotó de unas ciertas<br />

características que ella, simplemente, ofrecía a las cámaras,<br />

sin mayor elaboración. Y luego la naturaleza, tal como se<br />

las había otorgado, la había despojado de ellas.<br />

—Tenemos tiempo sin vernos —dijo Camila, mirando a<br />

Jorge con cariño, mientras se saludaban con besitos de mejilla.<br />

—Si recuerdo bien, yo a ti te vi por primera vez hace<br />

unos dos mil quinientos años —dijo Jorge, y de pronto los demás<br />

pensaron que se había vuelto loco momentáneamente—.<br />

252


Cuando tú me transportaste a Troya, y me hiciste vivir la altiva<br />

resistencia de las mujeres troyanas frente a la adversidad.<br />

Desde entonces tengo una deuda de agradecimiento contigo.<br />

—Pero ha pasado mucho tiempo —le contestó ella, reconocida<br />

por el reconocimiento, y jugando con la ambigüedad.<br />

—¿Desde aquella guerra? —preguntó él, siguiendo<br />

con el juego—. ¿O desde aquel instante en que te metiste<br />

dentro de mis sueños?<br />

Ahora resulta que aquí en mi casa —se sulfuró para sí<br />

Philippe—, sea con quien sea que se encuentre, esta mujer se<br />

pone a coquetear, no importa la edad del fulano, ni que sea<br />

amigo mío, ni que sea yo el que haya facilitado el contacto.<br />

Aquellos siguieron el escarceo:<br />

—Se han sucedido muchas guerras en estos últimos<br />

dos mil quinientos años —dijo Camila—. Pero Hécuba se ha<br />

hecho eterna, y a pesar de todas sus tragedias, hace nacer un<br />

sentimiento dulce en todos los que nos reencontramos, una y<br />

otra vez, en torno a ella.<br />

—Sí, los comediantes salimos a la plaza, o al mercado<br />

público, y entonces Andrómaca y Hécuba vuelven a vivir y a<br />

morir, o a convertirse en perras, a repetir su tragedia perennemente,<br />

y nosotros sentimos la dulzura reiterada de volverla a<br />

ver, o de representarla.<br />

—Creo que los aires de montaña te han afectado el cerebro<br />

—intervino ásperamente Philippe—. Los directores no<br />

nos podemos desplazar así en el tiempo, como aparentemente<br />

ustedes dos lo hacen con tanta facilidad. Los montajes que<br />

hacemos hablan desde nuestra mirada de hoy, porque no podemos<br />

tener otra, por más antigua que sea la obra. Jamás sabremos<br />

de verdad cómo fue representada en su momento. No<br />

creo que en el caso tuyo sea distinto, Jorge. Y si dices lo contrario,<br />

no te lo creeré.<br />

Camila se sintió molesta. Una vida entera le había aguantado<br />

estas mínimas intemperancias a Philippe, las que, sumadas,<br />

fácilmente alcanzarían el tamaño de una torre. Una vez<br />

253


más se congratuló por haber logrado separarse de él a tiempo,<br />

a pesar de lo mucho que lo seguía queriendo, de una cierta manera,<br />

y de lo mucho que lo apreciaba, sin reserva alguna.<br />

—Vamos a sentarnos tranquilamente —dijo, con su<br />

voz más serena y cálida— y leamos la obra —en ese momento<br />

miró a Alberto y se dio cuenta de que de nuevo se tensaba<br />

entre él y ella una invisible cuerda, una transacción inesperada<br />

que estaba comenzando. Trató de desentenderse de ello y dio el<br />

ejemplo, sentándose a la mesa sobre la cual se encontraban preparados<br />

los papeles. Jorge admiró su gracia, ese don de moverse<br />

como en cámara lenta, o como dentro de un acuario, cada<br />

gesto correspondiéndose con un ritmo interior, con el misterio de<br />

un poder de seducción que fluía desde adentro.<br />

También los hombres se acercaron a sus respectivas<br />

cuartillas, en las cuales estaban impresos los signos que materializaban<br />

el reto al que tendrían que enfrentarse. Las había<br />

preparado Philippe y fue él el que les informó, ya antes de la<br />

reunión, cuáles eran los puntos centrales que debían tener presente<br />

todo el tiempo, y cómo tendrían que encontrarles soluciones<br />

eficaces. Ahora volvió a insistir, ya sereno él también:<br />

—Lo más importante es llevar esto a pulso, tener siempre<br />

muy claro cuál es el objetivo, no perder de vista los efectos<br />

que queremos lograr. A eso se debe la construcción como<br />

en círculos concéntricos. Se trata de abordar una determinada<br />

forma de morirse, un cierto desgarramiento que se produce en<br />

la existencia de una comunidad. Es una estructura que da<br />

vueltas en torno al asunto, intentando llegar a su centro.<br />

El juego mortalmente serio que ellos construían comenzó<br />

a respirar. Día y noche se la pasarían juntos, metidos<br />

en sus personajes, y cuando al final de la jornada se sentaran<br />

a cenar cualquier cosa, sentirían el terror de volver a ser ellos<br />

mismos, de tener que desprenderse de las ficticias identidades<br />

de las que terminaban por enamorarse.<br />

Se imaginaron las calles de oscuro latir, desde las cuales<br />

se había ido generando todo esto, y en las que habían nacido<br />

254


los hechos que terminaron rubricados por una navaja. De ahí<br />

había surgido la necesidad de representar el acontecer al que<br />

estaban abocados.<br />

Tanteaban para encontrar el ritmo exacto de la puesta en<br />

escena. Afinaban el oído y escuchaban el pulso de la obra,<br />

en la cual se haría figurar el crimen, el acontecimiento central<br />

que teñía la música que interpretaría el grupo.<br />

De la sombra saldrían saltando para fracturar el espacio<br />

sobre el cual se asentarían los restos de un mundo fragmentado.<br />

Se dedicaron al estudio de la obra que finalmente habían<br />

diseñado, luego de desechar el proyecto cinematográfico.<br />

A Jorge no le convencía del todo el asunto. ¿Acaso eran ellos<br />

unos caballeros andantes, o unos cruzados, o descendientes directos<br />

de la Madre Teresa de Calcuta, o eran la banda de Robin<br />

Hood transportada a los finales del siglo XX? Se imaginó a sí<br />

mismo blandiendo una espada, seguido por Philippe y por<br />

Camila, así como por el resto del equipo, abalanzándose contra<br />

un imperio de mafiosos, los pillos de Ciudad Gótica hechos<br />

dueños del mundo, y entonces tuvo una lúcida imagen de lo<br />

patético que era este proyecto y del papel lastimoso que iban a<br />

hacer todos ellos.<br />

Lo que Philippe se proponía era algo estrafalario, fuera<br />

de toda lógica. Un algo como trabajar con seres de ultratumba,<br />

bajar con Virgilio al Inferno para filmar las sombras.<br />

No pudo dejar de expresar sus dudas y sus temores, su<br />

angustia ante todo ello, al mismo tiempo que subrayó su admiración<br />

por alguien capaz de proponer algo tan radicalmente<br />

insensato. Probablemente un romántico perteneciente a<br />

siglos pasados que se quedó encerrado aquí, atrapado en los<br />

tiempos actuales. Camila, entonces, a su vez, también planteó<br />

sus dudas, y señaló que la información recibida era escasa,<br />

resultaba bastante difícil opinar en cuanto a si todo eso<br />

era viable o no. Finalmente hasta Alberto mencionó sus reservas<br />

en cuanto al éxito del proyecto.<br />

255


Philippe los miró malhumorado:<br />

—Avisaré al resto del equipo que se tomen unas vacaciones,<br />

porque el torneo de retórica al que nos vamos a dedicar<br />

aquí puede fácilmente consumirnos los dos años venideros, y<br />

quizás hasta más. En un momento los llamo por teléfono, y de<br />

una vez los despacho.<br />

Camila tuvo que respirar hondo. El maldito viejo, pensó.<br />

—¿Por qué no dejas la ironía, Philippe? Nos vamos a<br />

involucrar en tu empresa y tenemos derecho a exponer nuestras<br />

dudas, flaco. Pero okey, podemos dejarlas para después,<br />

continuemos leyendo.<br />

Poco a poco la sesión de lectura en voz alta, en la cual<br />

cada uno leía el rol de varios personajes, los fue introduciendo<br />

en una atmósfera que terminó por atraparlos. Se dejaron<br />

llevar por el ritmo de la trama, que los fue arrastrando hasta<br />

insertarlos en el mundo ahí representado.<br />

Camila se inclinó hacia Philippe. Se sentía abrumada:<br />

—¿Te parece que todo esto es muy sencillo, flaco, crees<br />

realmente que puede ser llevado a cabo?<br />

Él la miró, torturado, y le contestó en voz baja, esta<br />

vez desprovisto de su aspereza habitual:<br />

—¿Tú crees que para mí es fácil? ¿Te parece que esto es<br />

un acto de orgullo, algo que me satisface, que yo quiero sentar<br />

cátedra? Este proyecto ha nacido bajo la presión de las circunstancias.<br />

Y sabes que me resistí bastante antes de ceder,<br />

sólo me decidí cuando me vi acorralado por la pura brutalidad<br />

de los hechos, entre la espada y la pared. Mis defensas cedieron<br />

ante Yenifer. Y ante Wilmer, paradójicamente, el eje central<br />

de este asunto. Trabajé con Robert y con María Elena y<br />

llegamos a esto que ahora ustedes están leyendo, pero qué no<br />

daría yo por librarme de este asunto, no se corresponde con<br />

mi estilo, con mi manera de ser, mis células protestan contra<br />

este trabajo que no fue previsto por mí, no lo planifiqué yo, y<br />

frente al cual vacilo más que ustedes, aunque no me lo crean.<br />

Pero si dejara de hacerlo, me sentiría más canalla todavía y<br />

tampoco me lo perdonaría. Opción no hay.<br />

256


Se quedó mirando el suntuoso verde del cuadro de Degas.<br />

Dentro de su cabeza retumbaba un ruido ensordecedor,<br />

como el balido de mil ovejas juntas, un rebaño al cual en vano<br />

intentó controlar. Millares de pedruscos rodaban a través de su<br />

cerebro, mientras las ovejas seguían balando. Se levantó y se<br />

sirvió un vaso de agua. Entonces, finalmente, logró encontrar<br />

un pasaje secreto en el interior de su mente y por ahí consiguió<br />

pastorear a ese rebaño indeseado y hacerlo salir de escena.<br />

—Que quede claro que no va a ser una obra de denuncia<br />

—señaló. Conjuró a su cuerpo, o a su voluntad, ya no estaba<br />

seguro de nada, a reconstituirse, a seguir aceptando este proyecto<br />

no elegido, que lo había elegido a él, que había hecho su<br />

aparición así como había aparecido en su vida Alberto, sin<br />

invitación alguna, sin dejarle escapatoria. Había aceptado<br />

convivir con esos invasores, tanto con el proyecto como con el<br />

muchacho, compartiendo con el primero su talento y con el segundo<br />

su casa, sus espacios interiores y externos, tan sagrados,<br />

venciendo las resistencias que ofrecía un individuo como él,<br />

que había optado por la soledad y la independencia, después de<br />

lograr reprimir sus innatas tendencias gregarias y comunitarias.<br />

—Técnicamente podría considerarse casi como del género<br />

policial —siguió explicando—, pero existencialmente no.<br />

—Tráeme algo de comer —le pidió Camila—. Pan<br />

con mantequilla, si tienes.<br />

—Tengo otras cosas que ofrecerte, algo mejores que eso.<br />

—No, no, a mí lo que me provoca es comer pan con<br />

mantequilla. Más nada.<br />

—Si quieren, yo bajo a comprar algo —se ofreció<br />

Jorge, pero los demás lo hicieron callar. Demasiado hacía<br />

con estar sentado ahí, trabajando con el intelecto, luego de un<br />

viaje tan agotador como el que acababa de hacer.<br />

—Estoy intentando soñar mi papel, pero no logro entrar<br />

en él. Alguien que investiga un crimen, eso es un lugar<br />

común, algo tan convencional —dijo Camila, mientras untaba<br />

la mantequilla sobre su pan—. La verdad es que salí premiada<br />

con este papel…<br />

257


—Todos hemos salido premiados aquí —la miró Alberto,<br />

sonriente.<br />

—Si yo hubiera tenido la menor idea del lío en el que<br />

me iba a meter, me quedo en mis montañas, sorbiendo mis<br />

tazas de chocolate —remató Jorge.<br />

—Creo que algo más que chocolate acostumbras sorber<br />

tú —bromeó Philippe.<br />

—Sí, claro, chimó —respondió Jorge—. Pero eso lo<br />

mastico.<br />

—Será como una guerra diaria, la guerra concéntrica<br />

que nos va cercando, vida y guerra como estratos de la misma<br />

masa. Una guerra fragmentada pero continua, sin grandes<br />

proclamas, más bien de monosílabos, de breves consignas publicitarias.<br />

En la obra deberá aparecer todo eso —siguió explicando<br />

Philippe—, debe aparecer sin denuncia.<br />

—Tenemos que seguir estudiando esto, se nos va a hacer<br />

demasiado tarde —insistió una vez más Camila, tratando<br />

de hacerlos retornar a la realidad del trabajo.<br />

Se dedicaron de nuevo a la lectura del guión.<br />

Las paredes de la casa de Philippe parecieron entonces<br />

irse disolviendo y el espacio se fue abriendo al mundo. Desde<br />

las páginas del libreto comenzaron a recorrer su camino los diferentes<br />

personajes, para vivir su destino y someterse a la trayectoria<br />

que se les había trazado.<br />

El primero que se les enfrentó, sin querer aceptar la acción<br />

que había sido diseñada para él, fue aquel por quien, supuestamente,<br />

se estaba haciendo todo esto. Los miró a la cara y<br />

los calificó de buitres, de comemuertos y necrofílicos, de devoradores<br />

de cadáveres y tripas y vísceras, y los acusó de buscar<br />

únicamente efectos crudos y desagradables. Al menos a él,<br />

particularmente, enfatizó, esos efectos no le agradaban. Les recriminó<br />

el hecho de que nada estuviera definido, y luego se dedicó<br />

a desmontar el libreto y a expresar sus reservas. Después,<br />

inesperadamente, se encaramó de un salto en la mesa y se puso<br />

a exhibir todo aquello que él era capaz de hacer todavía. No en-<br />

258


tendía por qué le habían asignado un papel tan pasivo, eso no<br />

se correspondía con su psicología, les dijo, grandilocuente<br />

y sobrado, haciendo cabriolas y brincando sobre la mesa, como<br />

un bufón de otros tiempos.<br />

—Ustedes no entienden nada —los regañó—. Han llegado<br />

a mí como llegan los turistas, con una percepción epidérmica,<br />

pasando sin ver, corriendo para cumplir con una<br />

tarea, creyéndose felices por estar haciendo lo que están haciendo,<br />

entrando a mansalva en sitios en los que es preciso<br />

entrar como en un santuario, o más bien quedarse quietos,<br />

sentarse sobre un fragmento de columna, o en el suelo de tierra<br />

del cerro, y permanecer ahí con humildad, dejarse permear por<br />

el espíritu que pugna por salir, de las piedras y de los terrones,<br />

para expresarse. Esa obra de ustedes va a quedar como si fuera<br />

de anime, como si fuera de cartón. Ustedes, con sus fantásticas<br />

ideas, haciendo sus operativos, creyéndose tan perspicaces, no<br />

han visto nada, no saben nada, no hay nada que ustedes puedan<br />

estudiar. Si ustedes entre las ruinas encontraran alguna vasija<br />

de barro, o alguna taza de greda, sólo pensarían en la importancia<br />

del hallazgo, se apropiarían de todo ello, pero no pensarían<br />

en cómo habrían sido fabricadas ni por quién, un alguien<br />

que fue una vida, a quien otro alguien seguramente quería, y<br />

seguro que también él quería a alguien.<br />

Sintieron que el personaje estaba siendo injusto con<br />

ellos. Tanto que les había costado dar este paso, tanto que habían<br />

titubeado, para finalmente asumir todos los riesgos, que<br />

no eran sólo de orden artístico, sino de vida y de muerte, se estaban<br />

metiendo en la boca del lobo, pero ellos lo habían aceptado<br />

así, era un caso de conciencia, una forma de subvertir la<br />

realidad, para que ahora viniera este personaje carente de escrúpulos<br />

a salirse por la tangente, a cuestionarlos y a intentar<br />

escapárseles de las manos. Pero quizás también ellos eran unos<br />

villanos, pensó Philippe, ya lo había dicho Shakespeare, one<br />

may smile, and smile, and be a villain, sonaba tan bien como<br />

para letra de una de esas canciones que componía Gabriel,<br />

259


qué tal el grado de cinismo al que había llegado, cuando uno<br />

se inicia por el camino del envilecimiento ya no hay forma<br />

de detenerse.<br />

Camila se volvió hacia él, que sólo existía porque ellos<br />

le habían insuflado vida, como el doctor Frankenstein a su<br />

monstruo, y le recriminó por su ingratitud.<br />

—Eres sólo un ente de papel, ni siquiera has llegado todavía<br />

al celuloide —le dijo, y se sintió como si fuera Alicia hablando<br />

con las cartas de la baraja, o con las piezas del tablero<br />

de ajedrez. Le provocó hacerlo volar por los aires, o darle una<br />

patada—. Si te hacemos caso, la gente no va a creer en ti, en tu<br />

verosimilitud. Debes aceptar la obra tal como es, lo que tú dices<br />

suena muy bien, y hasta podemos estar de acuerdo, pero<br />

ésa no es la obra que nosotros queremos hacer, ésa es otra. Tú<br />

no puedes tener tus propias fantasías, eso está descartado.<br />

Jorge se cubrió la cara con las manos. El cansancio del<br />

viaje se le estaba saliendo ahora, le costaba seguir el guión, y<br />

la construcción del personaje evidentemente se presentaba<br />

problemática, con facilidad podía escapárseles de las manos.<br />

Pero la solución no estaba en someterlo a una camisa de fuerza,<br />

porque entonces se convertiría meramente en un símbolo.<br />

Philippe se levantó y fue a hacer café. También él estaba<br />

cansado, y no veía tan claro el libreto como cuando lo diseñaron<br />

con Robert y María Elena. Tendrían que seguir combatiendo<br />

con este material, hasta que se les sometiera. Lo abrumaba<br />

la idea del trabajo que todavía le esperaba, la cantidad de horas<br />

que tendría que dedicarle a la revisión del texto. Pensó<br />

que ya estaba demasiado viejo para enfrentarse a proyectos<br />

de tanta exigencia.<br />

Camila esta vez entró a la cocina para hacerle compañía.<br />

Se mantuvo junto a él, y su presencia trajo la calma. Nada<br />

se dijeron, nada efectivo se resolvió ahí en la cocina, ninguna<br />

escena del libreto fue reformulada, pero la perfección de<br />

ese silencio les hizo aceptar humildemente el desnudo drama<br />

de la existencia.<br />

260


Alberto se sintió aislado. Prendió un cigarrillo y le ofreció<br />

otro a Jorge. Entonces el humo se esparció por el aire y<br />

las pequeñas lumbres asumieron, entre los dedos de los fumadores,<br />

el leve movimiento que sustituyó a las palabras.<br />

—No tengo el valor de suspender el proyecto —continuó<br />

hablando Philippe en la cocina—, pero es una carga<br />

muy grande.<br />

El poder armar un montaje teatral o una película, a<br />

partir, básicamente, de su imaginación, un ensueño que se<br />

materializaría por medio de luces, trozos de hierro, fragmentos<br />

de cuero, telas, maderas, pintura, plataformas y cámaras<br />

y otras cosas, siempre fue para él como celebrar una ceremonia<br />

sagrada. Y a pesar de ser tan escéptico, ninguna derrota<br />

había logrado mermar su capacidad de trabajo, que renacía<br />

cada vez que iniciaba una nueva aventura, en la cual él ejercería<br />

el control, pero también sería el principal responsable.<br />

Emprender y llevar a cabo esas aventuras siempre lo<br />

llenaban de zozobra. Pero este reto de ahora era diferente.<br />

También había una zozobra, pero no ésa de siempre, con la<br />

cual se podía convivir, que generaba una efervescencia, un<br />

angustioso impulso, una desazón que había que aplacar desplegando<br />

una acción permanente. Ahora se sentía trabado,<br />

impotente, a punto de naufragar.<br />

Este problema que enfrentaba era distinto, porque no<br />

se trataba sólo de la parte de la creación, que ya de por sí<br />

ofrecía tantas dificultades, sino de esta locura a la cual él se<br />

había prestado, en contra de todas sus convicciones, la decisión<br />

de interferir la realidad a partir de un acto creador, algo<br />

del todo absurdo, ahora estaba realmente seguro de ello.<br />

Él ya no era joven y sus ilusiones y sus impulsos ya no<br />

brillaban con la intensidad de antes, más bien estaban recubiertos<br />

de un tinte melancólico. Pero eran muchos los jóvenes<br />

con los que se había comprometido para llevar a término este<br />

proyecto, había movilizado a López, le había hecho suspender<br />

a Camila otros planes en los que ella estaba involucrada,<br />

261


y ahora no tenía derecho a darle rienda suelta a sus dudas.<br />

Todo eso le generaba un estado de ansiedad, una angustia que<br />

ascendía desde algún centro vital de su organismo, para quedarse<br />

dispersa y repartida por sus miembros y su sangre, innumerables<br />

partículas de angustia.<br />

Le ofreció café a Camila y se sirvió él. Sólo un rato<br />

después habló ella, con la taza ya vacía.<br />

—Volvamos a la sala y sigamos intentándolo. No es<br />

justo que dejemos a Jorge y a Alberto solos tanto tiempo.<br />

Es la estrella de mi vida, pensó Philippe, pero no lo dijo.<br />

Quisiera tenerla viviendo bajo mi techo, siguió pensando<br />

mientras entraban de nuevo a la sala. Jorge López dormía<br />

profundamente sobre el sofá. Alberto fumaba en silencio.<br />

—No busques la perfección, Philippe —dijo Camila—.<br />

Vamos a intentar resolver esto de la mejor manera posible,<br />

pero sin fijarnos metas inaccesibles.<br />

Él no podía seguir ese consejo. En ningún momento de su<br />

vida lo hubiera seguido, pero ahora menos que nunca, en relación<br />

con este proyecto, al cual, por más desazón y dudas que le<br />

produjera, consideraba uno de los más importantes que le había<br />

tocado resolver. Y aunque seguía teniendo la sensación de que<br />

estaba involucrándose en una persecución policíaca, más que en<br />

la realización de un espectáculo, a estas alturas era preferible ni<br />

mencionar ese aspecto, para no hacer fracasar los objetivos.<br />

Una vez más volvieron al texto, ahora ellos tres. Pero el<br />

texto tenía un algo letal que se desprendía de él apenas lo tocaban.<br />

Philippe suspiró, desanimado. Desde las páginas del libreto<br />

se levantó de nuevo el personaje, mirándolos con sorna.<br />

—Este proyecto es nauseabundo —les dijo—. Ustedes<br />

creen que es un canto a la fraternidad humana y que va a producir<br />

un efecto irresistible sobre el público y sobre los culpables.<br />

Se imaginan ser unos grandes revolucionarios y arden en<br />

deseos de demostrarlo. Pero yo les voy a enfriar el ánimo, voy<br />

a aguarles su fiesta, no me cansaré de buscar cántaros de agua<br />

para echárselos encima, hasta lograr acabar con esto, que más<br />

262


que hablar de la muerte, habla de lo que está dentro de sus corazones,<br />

de su espíritu de solidaridad y de su generosidad,<br />

para lograr tener a los demás rendidos ante su grandeza, en<br />

perpetua adoración. Son unos seres muy civilizados, de luminosos<br />

espíritus. Pero yo he huido de sus mentes y ahora escupo<br />

sobre lo que han preparado, desde aquí, de la otra orilla,<br />

para echar encima mis chorros de saliva sobre esa famosa integridad<br />

de ustedes, especializada en husmear historias ajenas,<br />

dirigidas a espectadores igualmente ávidos que se dignarán<br />

contemplar durante dos horas limitadas pulcramente lo que le<br />

ha sucedido a otras gentes, y que ellos considerarán que es del<br />

todo incompatible con sus propias vidas.<br />

—No trabajemos más por hoy —dijo Alberto—. Algo<br />

no funciona en esto.<br />

Philippe y Camila compartieron su punto de vista. No sabía<br />

muy bien por qué, pero Philippe sintió que un dolor entraba<br />

en su corazón. Se sabía a sí mismo de vuelta de todo sentimiento<br />

egocéntrico, cualquiera podía seguir en el conjunto de su<br />

obra, paso a paso, el proceso de su despojamiento, y ahora<br />

su ambición cabía dentro del cuerpo de un colibrí. No entendió<br />

por qué sentía ese malestar, esa desazón que lo mortificaba.<br />

—Creo que tendré que reescribir a ese personaje —dijo—,<br />

hay algo en él que no funciona, tengo que ajustarlo,<br />

limitarlo un poco, reubicarlo en el espacio, contextualizarlo<br />

mejor dentro del guión.<br />

—Yo creo que hay que revisarlo todo —dijo Camila—.<br />

Hay partes que no están claras, pareciera que todo se enmaraña.<br />

Estaban agotados, como si hubieran hecho un esfuerzo<br />

físico muy grande. Como si alguien les hubiera caído a golpes.<br />

263


22<br />

Joaquín tomó otro trago de su cerveza, sin dejar de observar<br />

que la espuma no era tan festiva como la del afiche de la propaganda<br />

que tenían enfrente, donde todo estaba magnificado<br />

y el sueño de la contemporaneidad se servía en bandeja, ofrecida<br />

al cliente desconocido.<br />

El decorado lo proporcionaban figuras generadas por la<br />

publicidad, imágenes de mujeres que respondían a un sólo patrón.<br />

La música que sonaba era seca y plana, un golpeteo que se<br />

abría paso como a culatazos, tocada por un grupo muy famoso<br />

dedicado a complacer a las disqueras a costa de lo que fuese.<br />

El empresario se hacía esperar. Joaquín sacó de su<br />

estuche, una vez más, el único CD que habían grabado hasta<br />

ahora, y luego lo volvió a guardar. Ordenó otras dos cervezas.<br />

Una mujer entró con su hijo en brazos, pidiendo ayuda.<br />

Laura se había empeñado en acompañarlo a la cita. No<br />

le inspiraba ninguna confianza el individuo con el que Joaquín<br />

tendría que entrevistarse. Seguramente no resultaría fácil<br />

convencerlo para que fuera el productor del espectáculo que<br />

ellos querían montar, ni hacerle aceptar el tema alrededor del<br />

cual querían que girara esa obra.<br />

Estaba nervioso. Miró el reloj, encendió un cigarrillo y<br />

luego volvió a mirar el reloj. Después se levantó y salió del establecimiento,<br />

para que el tipo lo viera, si de pronto estaba<br />

por ahí cerca y no encontraba el lugar. Aunque no creía posible<br />

que hubiese algún error en cuanto a la dirección, eso había<br />

quedado aclarado muy bien, no había pérdida.<br />

265


Regresó, igual de nervioso. Mientras se acercaba a la<br />

mesa, contempló la refinada figura de Laura, que desentonaba<br />

tanto en ese sitio. Para llenar el tiempo, decidió ordenar<br />

algo de comer. Les trajeron unas chinchurrias y unos quesos<br />

de dudoso origen. Laura comió con gusto, él sólo un poco,<br />

en verdad, lo menos que tenía eran ganas de comer.<br />

—Ya vendrá —intentó tranquilizarlo ella—, tú sabes<br />

cómo es la gente de impuntual.<br />

Pero no era fácil tranquilizarse. De por sí la maldita tarea<br />

de convencer al tipo para que se embarcara en la producción de<br />

un espectáculo algo especial, sin aclararle en qué consistiría<br />

ese algo especial, parecía una misión imposible, quién iba a<br />

aceptar una vaina así, en verdad él hubiera tenido que ser un<br />

mago para hechizar a un tipo tan curtido como ése.<br />

Ellos vendrían embozados en la oscuridad de la noche,<br />

para pedir cuentas por una vida, pero lo harían en medio de un<br />

espectáculo del cual a nadie habrían prevenido, ni al productor<br />

que iba a poner el dinero, ni al público que iba a poner el entusiasmo.<br />

¿Tenían derecho a manipular de esa manera a la gente?<br />

Quizás lo que ellos pretendían no era más que una simple<br />

venganza, enmascarada tras de un espíritu de justicia, o de solidaridad,<br />

o de lealtad con el amigo desaparecido. Él ahora tendría<br />

que hablar con este productor que se retrasaba, y en ese<br />

momento comenzaría la farsa, el engaño que él iba a tener<br />

que poner en marcha, hilando muy delgado, aquí, en este inicio,<br />

que era todavía un momento de cristalina pureza, pero<br />

desde el cual se pondría a funcionar la idea central en torno a<br />

la cual se había construido el asunto, lo que empujaría a todos<br />

los presentes a un viaje colectivo en el que algunos de los viajeros<br />

conocerían su destino y otros no. Pero para ninguno habría<br />

ya escapatoria, una vez comenzado el evento, que de<br />

alguna manera los salpicaría a todos, a toda la masa de gente<br />

que ahí se reuniría, sin vocación para actos heroicos, sin haber<br />

tenido oportunidad de curtirse espiritualmente para lo que ahí<br />

se iba a desarrollar, como sí la habían tenido ellos, dentro de<br />

266


cuyos corazones germinó este proyecto y se estaban dictando<br />

las pautas a las cuales tendría que ceñirse.<br />

—Debiera haber otra salida —dijo, sin preámbulo alguno,<br />

como si Laura estuviera obligada a saber lo que transcurría<br />

en su mente. Pero ella lo sabía, porque contestó sin titubear:<br />

—Tiene que haber otra salida. ¿Por qué no tratamos de<br />

encontrarla? No importa que no estén los demás, tú y yo podemos<br />

llevarles otra propuesta, tendrán que escucharnos. Estamos<br />

a finales del siglo XX, lo que hemos decidido es del<br />

todo anacrónico, no se corresponde con la sensibilidad de esta<br />

época, no es justo para con nosotros ni para con Philippe y<br />

su gente. Ni su grupo de teatro ni Ciudad Sitiada estuvieron<br />

nunca anclados en ningún ayer, sino asentados en el presente.<br />

La música de ustedes es de ahora, no son cánticos de los<br />

tiempos de los caballeros del Rey Arturo.<br />

El tiempo transcurría. En ambos se fue materializando<br />

la sensación de que la espera sería inútil.<br />

—Me huele que esto va a ser un embarque —dijo<br />

Joaquín.<br />

Pasaron algunas mujeres que se dirigieron hacia la parte<br />

interior del negocio.<br />

—Ya son las tres —agregó—. Creo que a éste nuestra<br />

música no debe interesarle mucho.<br />

De adentro salieron corriendo varios niños semidesnudos.<br />

Uno de ellos pidió agua a gritos. Detrás salió una mujer con una<br />

correa en la mano. Después todos se perdieron de vista.<br />

El calor era agobiante. Hubiera sido una dicha contar<br />

con un ventilador, o mejor aún, habría sido una delicia estar<br />

ahora en la playa. Laura empezó a reírse. Joaquín la miró<br />

sin comprender.<br />

—¿Cuál es el chiste? —preguntó, malhumorado.<br />

Pero ella no le podía contestar porque no podía dejar<br />

de reírse. Entonces él se obsesionó con la situación y ya no<br />

fue capaz de despegar los ojos de ella, como hipnotizado ante<br />

la secreta causa de esa risa inesperada.<br />

267


—Chica, ya está bueno —dijo, impaciente. Ella se secó<br />

los ojos.<br />

Su corporalidad expresaba ahora una actitud que en<br />

nada se correspondía con su innata elegancia. Su risa sonaba<br />

vulgar, era como si se hubiera contaminado con la atmósfera<br />

que se desprendía de ese sitio infecto.<br />

Todo se estaba volviendo confuso. ¿Por qué el ejecutivo<br />

los había citado en este lugar? ¿Y por qué no había aparecido?<br />

¿Por qué diablos se reía Laura y por qué no podía parar?<br />

Entró un grupo grande de gente al local. La risa de<br />

Laura se cortó de golpe. Él le dirigió una mirada de asombro,<br />

y percibió tanto miedo y desesperación en su cara, que se<br />

sintió conmovido y comenzó a acariciarle la mano, intentando<br />

tranquilizarla. De adentro salía más gente, como si allá<br />

atrás existieran muchas habitaciones. Joaquín torció el cuello<br />

para ver de dónde provenía tantísima gente, pero sólo vislumbró<br />

un patio. Un hombre pasó y lo miró con severidad,<br />

como si lo hubiera atrapado en una acción indebida o haciendo<br />

algo obsceno.<br />

—Creo que deberíamos irnos —dijo, inseguro. Le pareció<br />

que llevaba ya varias semanas sentado ante esa mesa,<br />

esperando a un tipo a quien no conocía, con quien sólo había<br />

hablado por teléfono, y el cual, por lo visto, no vendría. Esperando<br />

a Godot, pensó. Pero luego sacudió la cabeza, impaciente.<br />

Tenemos que volver a la realidad. Tomó su celular y<br />

llamó a María Elena Ribas. Ella era la que había concertado la<br />

cita y la que conocía al empresario.<br />

Estaba sonando una música que dificultaba las posibilidades<br />

de hablar. Al mismo tiempo el local siguió destilando<br />

gente desde adentro. Logró comunicarse con María Elena y,<br />

con cierta dificultad, hacerse entender por ella. La asistente<br />

de Robert se comprometió a llamar de inmediato al tipo a la<br />

disquera y volverlo a llamar a él después.<br />

Prendió otro cigarrillo. Somos personas adultas, pensó,<br />

pero nos estamos comportando como unos carajitos,<br />

268


como si tuviéramos doce años, Tom Sawyer y sus aventuras,<br />

la persecución de bandoleros y todo eso ya nos tiene trastornados,<br />

no sé quién diablos ha inventado esto, pero ya hemos<br />

llegado demasiado lejos, sin haber llegado a ninguna parte,<br />

por lo demás.<br />

Ahora fue Laura la que puso su mano sobre la de él. La<br />

expresión de su cara era la de siempre. Discúlpame, susurró.<br />

Luego hizo un esfuerzo y alzó la voz:<br />

—Tenemos que volver a la normalidad —dijo, mientras<br />

respiraba profundo. Él le apretó la mano y se dispuso a<br />

contestarle, cuando de un pasillo lateral que hasta entonces<br />

no había notado salió un individuo vestido por completo de<br />

blanco, con unos collares al cuello. Debía ser un santero. Iba<br />

apurado, como dispuesto a acudir al trabajo. Detrás de él iba otro<br />

sujeto, más joven, que vestía una franela negra sin mangas y<br />

unos amplios pantalones floreados; en los pies llevaba sandalias.<br />

Luego corrió tras ellos otro joven, de bluejeans. El que parecía<br />

un santero se volvió hacia los que habían conformado<br />

esta pequeña comitiva y los increpó:<br />

—Si llegamos a tiempo a la plaza será de pura vaina.<br />

Desaparecieron de escena. El celular de Joaquín sonó en<br />

ese momento y María Elena se comunicó con él para decirle<br />

que no había podido contactarse con el empresario, el casillero<br />

de su celular estaba lleno, sólo había hablado con su secretaria,<br />

la cual le informó que el tipo se dirigía al lugar de la<br />

cita. Que lo esperaran, dijo.<br />

La comunicación se cortó.<br />

Joaquín contempló el afiche de «Tu rubia genuina».<br />

La imagen seguía ahí, ofreciéndose como un concentrado de la<br />

alegría, la salud y la vitalidad, enviando su mensaje crudamente,<br />

sin mayores sofisticaciones, aunque, por supuesto,<br />

cada detalle debió haber sido elaborado con cuidado. De hecho,<br />

seguramente fue diseñado por profesionales preparados, para<br />

quienes la modelo que ocupaba el espacio central en el afiche<br />

quizás no había representado ninguna alegría en particular,<br />

269


aunque sin lugar a dudas sus ojos se habían paseado por su cuerpo<br />

y se habían detenido en algunas partes de él más que en otras.<br />

Volvió a sacar el CD del estuche y revisó la lista de las<br />

canciones. Ahora sentía que ninguna de ellas podría gustarle a<br />

ese promotor, con toda seguridad se iría por lo fácil y lo comercial,<br />

su objetivo principal en la vida debía ser simplemente<br />

vivir de la mejor manera posible, sin ninguna complicación,<br />

como esa que le iban a traer ellos, por ejemplo, aunque él todavía<br />

no lo sospechara, o quizás sí, lo sospechaba, pero sin llegar<br />

nunca a imaginarse que fuese una complicación de la<br />

naturaleza y de la magnitud de la que ellos preparaban.<br />

Estoy lleno de estereotipos y de prejuicios culturosos, se<br />

reprochó. ¿Cómo podía él saber qué le interesaba al empresario,<br />

ni mucho menos cuáles eran sus parámetros en cuanto a la<br />

vida? ¿Y por qué tendría él que juzgarlos de acuerdo con su<br />

propio patrón de valores, acaso era él el dueño de alguna verdad<br />

comprobable? A la misma rubia genuina, ¿por qué tenía<br />

que descalificarla? Vive y deja vivir, se regañó mentalmente.<br />

Aunque claro, también faltaría saber si ellos lo dejarían<br />

vivir a él.<br />

Lo sacó de estos pensamientos la presencia de una<br />

nueva avalancha de gente que salía del cuarto de atrás, el<br />

cual, por lo visto, debía de tener las paredes flexibles, o no<br />

tenerlas en absoluto, para poder contener dentro de sí a una<br />

cantidad tan ilimitada de personas.<br />

De nuevo sonó su celular. Papá, escuchó al atender, y<br />

entonces sintió por fin algo de calor cerca del corazón. Sandrita,<br />

contestó, al oír lo cual Laura pareció emerger de la nada<br />

en la cual se había sumergido y trató de quitarle el teléfono.<br />

Él no la dejó.<br />

—Ahora dentro de un rato vamos para allá —habló hacia<br />

el teléfono— Sí, te quiero mucho. Iremos al parque más tarde,<br />

hija. Bueno, como dentro de una hora. Te paso a tu mami.<br />

Este lugar carece de ventilación, pensó, abrumado. He<br />

estado en sitios de aire viciado, pero como éste, ninguno.<br />

270


¿Quién escogió este maldito lugar? Lamentó haber traído a<br />

Laura, la cual en este momento se despedía de la niña.<br />

—Si yo pudiera, iría enseguida —le decía—. Pero no<br />

puedo. Pórtate bien y hazle caso a la abuela.<br />

Se volvió hacia él, golpeada por la misma sensación<br />

que él había experimentado:<br />

—Aquí pareciera que no hubiera aire. ¿Qué pasó?<br />

—No sé. Es un lugar de mierda. Debiéramos irnos.<br />

—Pero María Elena dijo que el hombre ya venía. Cómo<br />

nos vamos a ir ahora.<br />

—No sé. De todas maneras yo creo que a esto se lo llevó<br />

el diablo.<br />

Laura comenzó a escarbar con una uña la superficie de<br />

la mesa de madera.<br />

—Bueno, esperaremos, aunque yo no le veo mucho<br />

sentido —accedió Joaquín.<br />

—¿Qué carro? —preguntó el hombre de la mesita de<br />

al lado, hablando por su celular—. Ah, bueno. Para mañana<br />

se lo podemos tener.<br />

Laura se volvió hacia Joaquín. De nuevo su mirada estaba<br />

cargada de angustia:<br />

—¿Tú qué piensas de todo esto?<br />

Él al principio no entendió, pensó que se refería a la situación<br />

de espera, o al incalificable lugar en el que se encontraban,<br />

pero luego se dio cuenta de que la pregunta tenía<br />

alcances más vastos, y que otra vez se trataba del proyecto de<br />

todos ellos, eso que era aún más incalificable. Pero la pregunta<br />

sólo era retórica, porque ella misma empezó a contestarla:<br />

—Estamos tratando con un asesino —comenzó a decir,<br />

al mismo tiempo que alguien le subía el volumen al altavoz,<br />

del cual ahora brotaban las notas de una ranchera—.<br />

Con un criminal —continuó.<br />

Así es mi amor, amor del bueno, proclamaba la voz<br />

melodiosa y varonil del cantante.<br />

271


—Sí, de color de guayaba —vociferaba el hombre de<br />

al lado—. Súper potente. Ése lo traslada hasta el último rincón<br />

de Venezuela sin problemas.<br />

—Y entonces nosotros vamos y pretendemos llevarlo a<br />

un espectáculo —siguió diciendo Laura—. Y dar un combate<br />

completamente mal planteado, mezclando elementos incompatibles<br />

entre sí, peras con manzanas. ¡Vea el gran match, artistas<br />

versus asesinos, cada cual con los recursos de su oficio!<br />

Es algo que carece de toda lógica —lo miró con ojos llenos de<br />

desesperanza—. Es una misión imposible, Joaquín. Un absurdo.<br />

Debemos parar todo eso. El plan entero, nada tiene sentido<br />

ahí. No entiendo cómo gente sensata, como Philippe y Camila,<br />

aceptaron semejante idea, para mí es del todo incomprensible.<br />

Se detuvo, pero como él no dijo nada, evidentemente<br />

agobiada, continuó:<br />

—Me imagino a cada uno de nosotros, en un momento<br />

o en otro del espectáculo, deambulando en medio del<br />

público, buscando a un asesino advertido, expresamente invitado,<br />

no se puede negar que eso es muy audaz, pero también<br />

es del todo ingenuo, una verdadera tontería. Y al mismo<br />

tiempo las cámaras filmando, todos los presentes son espectadores<br />

y protagonistas al mismo tiempo, el más grande reality<br />

show del mundo, con muerto y todo incorporado, eso es<br />

algo inaceptable.<br />

El hombre de al lado seguía hablando, tratando de convencer<br />

a su cliente. Había sacado lápiz y papel y estaba haciendo<br />

unos cálculos:<br />

—Bueno, pero ese precio es estrictamente de contado.<br />

Ah, no, por favor, eso bajo ningún concepto. Sí, claro, por supuesto,<br />

la garantía es total.<br />

Laura se volvió hacia Joaquín, y pareció suplicarle:<br />

—Ya es demasiado, es una perfecta locura, sin comparación<br />

con nada de lo que se haya hecho, ni en Latinoamérica<br />

ni en ninguna parte del mundo. ¿Quién emplearía semejantes<br />

métodos? Nadie en su sano juicio.<br />

272


Los ojos de Joaquín se detuvieron en un afiche en el<br />

que no había reparado hasta entonces. Representaba a una<br />

mujer con los labios embadurnados y la mirada seductora.<br />

Un nuevo integrante del mundo de la trastienda hizo su<br />

aparición. Había un algo indecible en su aspecto, algo que no<br />

se podía definir. Se trataba de una mujer con cuerpo de rumbera,<br />

como esculpido, de carnes exuberantes y voluminosas,<br />

una mujer de esas de las que se dice que paran el tráfico.<br />

Pero cuando se observaba su cara, casi tapada por el pelo negro,<br />

espeso y enmarañado, se vislumbraba una mirada como<br />

nublada, de la que había desaparecido la energía que permite<br />

tomar decisiones, y en la que sólo quedaba un asombro, como<br />

si de repente se hubiera dado cuenta de que su rol en la existencia<br />

había sido cancelado y el contrato ya no se iba a renovar.<br />

Se había quedado ahí, como un papel arrugado tirado en<br />

el suelo, entregada al viento, incorporada a la dulce descomposición<br />

del mundo orgánico, dejada del otro lado, más allá<br />

de su cuerpo de artista de grandes shows tropicales.<br />

Se notaba que su vieja falda pegada había visto días<br />

mejores, quizás aquellos de la cosecha de aplausos, antes de<br />

que fuerzas que ella no controlaba penetraran en lo que había<br />

sido su existencia, un hecho ante el cual ella había cedido y<br />

entregado la guardia.<br />

Joaquín miró de nuevo su reloj. El representante de la<br />

gran empresa que se permitía dictaminar sobre los cidís que<br />

existían o que disponía cómo deberían ser los que iban a producirse,<br />

seguía sin hacer su aparición.<br />

La mujer, que era alta, sobresalía aún más en medio de<br />

la gente por esa espesa mata de pelo, a la cual coronaba una<br />

flor artificial de color morado. La sostenía una especie de sagrado<br />

movimiento epiléptico, como a una muñeca movida<br />

por hilos invisibles.<br />

Joaquín pidió dos cafés. Los tomaron mirando hacia la<br />

puerta, a ver si el individuo tan esperado hacía por fin su entrada.<br />

En verdad, ya Joaquín no sabía si deseaba que viniera<br />

273


o si se alegraba de que hubiera dejado de venir. Pero Laura<br />

fue categórica:<br />

—Ojalá no venga, sería lo mejor.<br />

La luz de afuera invitaba a salir, a participar del espacio<br />

de lo abierto. El día estaba todavía vivo, realzando mediante la<br />

suave luminosidad vespertina su presencia entre los árboles.<br />

—Yo creo que tenemos que proponernos como tarea<br />

primordial —dijo Laura— desmontar este proyecto. No podemos<br />

aceptar que en nuestro mundo impere la perspectiva<br />

del matón. Si hacemos lo que hemos planificado, nunca más<br />

levantaremos cabeza. En los años por venir seremos ya gente<br />

sin vida, y nunca más podremos disfrutar de paz.<br />

Joaquín la miró, y le preguntó, despacio:<br />

—¿A ti no te importa que la muerte de Luis quede impune?<br />

—Claro que me importa —contestó ella, furiosa—.<br />

No acepto que me hagas esa pregunta. Pero estoy segura de<br />

que Luis no querría que nos desgraciáramos la vida. De todas<br />

maneras no le podemos devolver la suya. Luis no estaría<br />

de acuerdo con esto. Es Yenifer la que es así de implacable.<br />

—Cada quien es responsable de su destino —continuó—.<br />

Es algo que no podemos delegar en otros.<br />

—Ah, Laura, eso no es así. Pensar de esa manera es algo<br />

cínico, perdóname. Si fuera así, entonces si alguien traiciona<br />

a otro, la responsabilidad es del traicionado, por qué se<br />

dejó. Por qué no lo impidió.<br />

—No quise decir eso —respondió ella—. Claro que<br />

existen la lealtad y la solidaridad. O debieran existir. Pero eso<br />

no quiere decir que seamos responsables de todo lo que sucede<br />

a nuestro alrededor. Es una cuestión hasta de humildad.<br />

No somos tan todopoderosos. Cada quien tiene que manejar<br />

su propia vida, no la puede delegar en otro. Por la autopista<br />

que le tocó, o por el caminito de tierra, con una camioneta Wagoneer<br />

o con un viejo Volkswagen escarabajo, cada cual tiene<br />

que dirigir su vehículo y tiene que hacerlo con sus dos manos,<br />

si otro mete la suya, eso sería el desastre completo.<br />

274


—Creo que no alcanzo a comprender tu metáfora automotor.<br />

Si yo tengo un amigo eso no es un vehículo, ni tampoco<br />

un conductor de vehículos, creo que la vida es mucho<br />

más compleja que eso.<br />

Pero luego le acarició la cara con los dedos:<br />

—No nos alteremos —le dijo en voz baja. Ahora era<br />

como si estuvieran sólo ellos dos en el lugar, que al resto de<br />

la gente la hubieran apagado y hubieran borrado todas las<br />

otras mesas, dejando sólo la de ellos en el centro, como en<br />

medio del escenario de un teatro—. Perdóname. Tú eres más<br />

sabia que yo.<br />

La tarde se fue poniendo de un color amarillo. El aire no<br />

tenía todavía la gravedad de la noche, pero ya en sus entrañas<br />

llevaba la sugerencia de la oscuridad que se avecinaba. Definitivamente<br />

el hombre los había dejado esperando en este extraño<br />

lugar. Pero ahora ya estaban decididos a irse, más bien se<br />

dieron cuenta de que debieron de haberlo hecho mucho antes.<br />

La calle los aguardaba y ellos estaban ansiosos por volverse a<br />

integrar al tráfico y dejar atrás este sitio, que allá al fondo quizás<br />

era un lugar de culto, o un prostíbulo, o el consultorio de un<br />

brujo, pero en todo caso un sitio al que venía gente en busca de<br />

algo, para luego irse, quién sabe si habiendo obtenido lo que había<br />

venido a buscar, o sin haberlo logrado. Al mismo tiempo era<br />

un lugar donde despachaban caña y cerveza y alimentos y se<br />

escuchaba todo tipo de música.<br />

Ya era casi de noche cuando finalmente salieron. Atrás<br />

quedó el extraño local, con su no menos extraña clientela.<br />

—Lo que no termino de entender —dijo Laura— es<br />

dónde cabía esa pila de gente que circulaba por ahí. En un<br />

momento quise entrar a buscar un baño, para ver cómo era<br />

ahí atrás, pero después no me atreví. Es que me es imposible<br />

comprender cómo podían haber tantas personas.<br />

—No sé, mi amor, no tengo respuesta —contestó<br />

Joaquín—. Pero la ausencia del tipo significa que la grabación<br />

que pensábamos conseguir con él se ha quedado en nada.<br />

275


Los pregoneros todavía voceaban la edición del periódico<br />

de la tarde. Grandes hileras de automóviles ingresaban a<br />

las avenidas. Algunas zonas de la calle sufrían la acción de<br />

pesadas maquinarias que golpeaban la superficie hasta sacar<br />

a la vista las vísceras urbanas, la red de tuberías por las que circulaba<br />

la vida oculta de la ciudad. Los mecanismos de compleja<br />

tecnología empezaban a trabajar desde muy temprano y<br />

continuaban arrastrando materiales y arrancando trozos de<br />

pavimento hasta entrada la noche. Los servicios que prestaban<br />

destejían la calle, colocándola en una posición precaria,<br />

rodeada por esas gigantescas máquinas que copiaban a las<br />

que en décadas precedentes habían realizado una labor similar,<br />

en tantas otras oportunidades.<br />

Joaquín llamó por el celular a Sandra y escuchó sus<br />

violentos reproches. Trató de aplacarla contándole algunas<br />

historias del extraño lugar en el que habían estado, pero ella<br />

se negó a escucharle. Le lanzó un montón de palabras de regaño,<br />

de los que tenía un buen repertorio, y luego, con desenfado,<br />

le preguntó si sería capaz de imaginarse cómo era el<br />

desorden que había instaurado en su cuarto.<br />

La pequeña cínica, se sonrió Joaquín. Pero para efectos<br />

de la niña asumió con mucha formalidad su rol de padre y le<br />

comunicó, severo, que ya hablarían cuando él y mamá llegaran<br />

a casa. Hablaremos los tres, recalcó, anticipándose a la<br />

posibilidad de que ellas dos se confabularan contra él, lo que<br />

había ocurrido ya no pocas veces. Yo y tu mamá tendremos<br />

una conversación contigo, insistió. Pero ya Laura se guindaba<br />

de su brazo y le arrancaba el teléfono:<br />

—Tesoro, pórtate bien. Papi y yo tuvimos un día difícil<br />

hoy. Después te explico. Ahora mismo estaremos ahí.<br />

Pasaron junto a una mata de cayenas y entonces a él se<br />

le ocurrió recoger unas cuantas de esas húmedas flores rojas.<br />

Hizo un manojo y, con una reverencia, se lo ofreció a su mujer.<br />

Impulsada por la alegría de recibirlas, Laura se acercó a<br />

la verja de un parque y arrancó unos cuantos helechos. Los<br />

276


arregló a su vez en un pequeño ramillete y se los ofreció a<br />

Joaquín, a ese ser que era candidato a mantener el interés de<br />

ella por el resto de sus vidas. El deseo se prendió en los dos y<br />

se instaló en la orilla de sus pieles. Ella, parada junto a un muro,<br />

se mecía sobre sus pies, mientras la noche seguía aproximándose.<br />

Del movimiento del mundo sólo les llegaba una<br />

imagen velada. En un momento así ya no les hacían falta las<br />

palabras, bastaba la fe que habían puesto el uno en el otro.<br />

—Vámonos a casa, amor —dijo Laura—. Detrás de<br />

nuestra puerta seremos nosotros los que escojamos las canciones,<br />

y los santos que veneremos los habremos elegido nosotros.<br />

277


23<br />

—Aquella tarde ella venía como buscando amparo. Y yo estaba<br />

ahí regando mis matas, y ahora pienso que no fui capaz<br />

de darle el apoyo que ella esperaba. Pero más bien fue que no<br />

quise dárselo. Es que lo que ella espera es algo así como un<br />

milagro. Vino aquí a mi casa, buscando ese apoyo, pero ella<br />

no se da cuenta de que ya no hay nada que hacer, y que hay<br />

que aceptar las cosas tal como son. Yo sé que es duro, y todo<br />

eso pesa mucho sobre ella. Esa tarde Yenifer llegó hasta mi<br />

puerta, pero yo me mantuve como muerta, mirando mis matas,<br />

y mirando hacia lo lejos, pero sin mirarla a ella, porque<br />

habían pasado muchos días, y yo ya no tenía ganas de seguir<br />

pensando tal como Yenifer quería que yo pensara.<br />

Desde tempranito, terminado el almuerzo, había venido<br />

ella y me había dicho, señora Mercedes, yo ya no sé si es<br />

venganza, o qué otra cosa es, pero es algo que a veces es como<br />

si me estuviera quemando por dentro, y otras es que me<br />

siento tan triste. ¿Usted no cree que la justicia debiera existir<br />

entre los seres humanos? Claro que yo sé que la podredumbre<br />

existe, añadió, no soy ciega ni estoy sorda, una desde que<br />

aprende a entender las palabras se apercibe de todo, y sin estar<br />

pendiente se va dando cuenta poco a poco de cómo son<br />

las cosas.<br />

Y entonces yo le dije que había que seguir viviendo, si<br />

no, una se vuelve loca, no hay otra salida. Ella pareció estarse<br />

sofocando, y se veía que no estaba de acuerdo con lo que<br />

279


yo le estaba diciendo. Yo le dije que era mucha ya la gente que<br />

habían matado, que todos los días sucedían esas cosas, bastaba<br />

con leer el periódico o escuchar la radio. Y aunque eso produce<br />

mucho sufrimiento, es un asunto que hay que dejarlo en<br />

las manos de Dios.<br />

Entonces ella se fue, no me dijo más nada, pero se notaba<br />

que estaba furiosa.<br />

Y tanto que una cree estar a cubierto del pasado, pero<br />

cuando menos se lo espera, aunque una ha determinado otra<br />

cosa, luego, en la oscuridad de la noche, las ideas llegan sin<br />

previo aviso, es como si una fuese dos personas.<br />

Y, bueno, yo te digo una cosa, Beatriz, yo admiro a<br />

Yenifer, que puede ser tan feroz, pero a mí ya no me gusta tenerla<br />

cerca, eso también hay que decirlo. Yo me la paso aquí<br />

sentada, por las mañanas o en la nochecita, en este pedacito<br />

de terreno, y todo el que pasa me saluda, y entonces pienso<br />

en cómo pudo suceder lo que pasó, y cómo fue que de pronto<br />

yo me estoy adelgazando y adelgazando, porque ya no me<br />

provoca comer, y de cómo la vida de una se ha vuelto tan<br />

triste. Porque se siente una pena de la que una no puede hablar,<br />

pero que está ahí, es como una sensación de vacío, como<br />

una ilusión que estaba adentro y que ya no está.<br />

Prendió la luz del bombillo. En esta época del año oscurecía<br />

temprano.<br />

—Pero hay que aceptar las cosas, no entregarse al abatimiento,<br />

aunque las noches, todas las noches, sean tan terribles.<br />

Pestañeó varias veces. Su figura parecía un poco afantasmada,<br />

con su leve aire de suave frustración, y con el agotamiento<br />

instalado en el cuerpo.<br />

Las pequeñas matas dosificaban su señorío, como escoltando<br />

los mínimos gestos que de manera casi imperceptible<br />

subrayaban las palabras. Beatriz, sentada enfrente, intuyó<br />

que, a pesar de las frases que había pronunciado, ella seguía<br />

esperando el regreso de un bajista, el cual una vez le había<br />

dicho que vendría cualquier tarde libre que tuviese.<br />

280


No había ahí ningún fuego de osada llama, sólo un simple<br />

azoramiento, carente ya de la mágica proximidad del titilar<br />

del nombre de Ciudad Sitiada y de sus famosos integrantes.<br />

Sólo el lugar no había sufrido variación alguna.<br />

281


24<br />

Francisco sentía que Laura, cuando venía a buscar a Joaquín,<br />

al final de la tarde, lo miraba con displicencia, como si le estuviera<br />

diciendo, ahora tienes que demostrar lo que vales. Él,<br />

entonces, con un amplio gesto, retomaba el bajo y comenzaba<br />

a tocar, sabiéndose sujeto a esa atención y poniendo en su<br />

música todo aquello de lo que él era capaz.<br />

Las veces que llegaba Yenifer, vestida con su minifalda,<br />

informando acerca del más reciente abogado con el que había<br />

discutido, los sonidos le servían para esconderse detrás de ellos<br />

y contemplarla desde ahí. Por su mente pasaba la idea de atraparla<br />

y llevarla a su cama, cazarla con mucho cuidado y colocarla<br />

sobre el colchón con toda delicadeza, no fuera a ser que<br />

se deshiciera, como se deshacían las imágenes que bullían en su<br />

fantasía. Ella, siempre apurada, ni cuenta se daba. Entonces él<br />

se entregaba al ritmo de su bajo, hasta culminar con audacia los<br />

temas propuestos, con facilidad, como jugando, sin esfuerzo<br />

alguno, dibujando la melodía en el aire.<br />

También eso había que tenerlo, ese don. Él había nacido<br />

para tocar las cuerdas, para hacerlas implorar en su lugar, y para<br />

permitirle ingresar en medio de la gente, montado en el escenario<br />

o parado en una plaza pública, a veces hasta de pie<br />

sobre una mesa, rodeado por todos los que concurrían a esos<br />

sitios. Él no solicitaba el favor de ser recibido, ni pretendía hacerle<br />

saber a nadie lo solitario que se sentía. Simplemente estaba<br />

ahí, sin camisa, el pantalón de leve tela pegado al cuerpo,<br />

como si estuviese desnudo, tocando en nombre de Yenifer, con<br />

los ojos cerrados, produciendo un sonido que brotaba como<br />

283


un cantar cuyo tema sostenía él, que entonces se sentía de lo<br />

máximo, un carajo admirable era él.<br />

Seguramente de todas partes de Caracas vendría el público,<br />

y él sería feliz, dispuesto a cerrarse ante todo lo que no<br />

fuesen esos espectadores, los cuales vendrían para deleitarse,<br />

como en una feria de pueblo, lo que era, al fin y al cabo, el<br />

motivo por el cual alguien tocaba el bajo, y también para soñar<br />

con los muslos de Yenifer, una imagen que llevaba clavada<br />

en su mente y que caía gota a gota dentro de su música,<br />

siguiendo el ritmo que exigía la guitarra de Joaquín y desplegando<br />

el suyo propio, para incendiar el ánimo de todos los<br />

que llegaran a escucharlos. El hilo que haría posible el cronometrado<br />

avance sobre el público que bailaría en la olla era<br />

el que enhebraría el bajo de él, el esplendor de ese sonido sobre<br />

el cual se produciría la contienda que estaba planteada.<br />

Serenamente había decidido ya no dejarse subestimar por<br />

nadie. Él era un maestro, de eso estaba seguro, dueño de su calidad<br />

de bajista, aunque no lo fuera de Yenifer, lo cual le generaba<br />

una desazón difícil de controlar. El problema era que ella iba en<br />

pos del pasado, de lo que había sucedido antes de que él hubiese<br />

llegado, siguiendo los dictados de su conciencia, tras de alguien<br />

a quien no se permitía olvidar, el bajista anterior, que había sido<br />

como un hermano para estos muchachos, los cuales también<br />

lo guardaban en un lugar especial de sus afectos.<br />

—¿Estás molesto? —le preguntó un día Yenifer, inesperadamente,<br />

y entonces él no le pudo contestar. Pero luego<br />

reencontró su voz:<br />

—No, sólo pienso que es necesario curarse del pasado,<br />

no es bueno quedarse varado en el tiempo, eso es lo que pienso.<br />

—Lo que ha sucedido, sucedió, y contra eso no hay<br />

nada que hacer —contestó ella, y se sentó junto a Francisco.<br />

Llevaba esa minifalda que lo sugestionaba, era la mujer que<br />

él quería atrapar, y entonces el fuego lo recorrió hasta la última<br />

célula de su cuerpo, ante la alucinante visión que le hacía<br />

sentir que se estaba desintegrando por dentro.<br />

284


25<br />

Había transcurrido demasiado tiempo. El mundo no se detenía<br />

y los seres humanos andaban ocupados con sus propios asuntos,<br />

zarandeados por los acontecimientos históricos y por las<br />

fuerzas económicas, los cuales parecían desprenderse con cierta<br />

regularidad de la matriz de los años que se iban sucediendo.<br />

Gabriel tiró el grueso pulóver en cualquier parte y tomó<br />

en sus manos el cuaderno en el que estaban sus anotaciones,<br />

las observaciones de los integrantes del equipo y el plan general<br />

del espectáculo. En una carpeta aparte se encontraba el esbozo<br />

del guión. Hojeó el cuaderno por millonésima vez y<br />

percibió, como en cada oportunidad, que no estaba conforme.<br />

Sus ideas actuales no coincidían con las de la mayoría<br />

del grupo. Él seguía creyendo firmemente en el proyecto, en<br />

ese espectáculo dentro del cual se iría disolviendo el espíritu<br />

de fiesta, para focalizar la propuesta en el gran tema de la<br />

muerte. Pero no se trataría de la universal condición de todo<br />

ser vivo en tránsito inevitable hacia la extinción, sino de la<br />

muerte violenta, voluntariamente proporcionada por un ser<br />

viviente a otro que, en consecuencia, dejaba de serlo. Sería el<br />

mundo del teatro en el teatro del mundo transcurriendo bajo<br />

la luz de los reflectores, con la participación coral del público<br />

en el espacio abierto de la plaza, una masa de gente bailando,<br />

repitiendo la letra de las canciones, y la música de ellos sonando<br />

y la gente corriendo, hasta que en determinado momento se<br />

planteara el gran duelo que tendría lugar.<br />

285


La responsabilidad era mucha, ciertamente, y el camino a<br />

recorrer estaría lleno de dificultades que tendrían que irse sorteando<br />

hasta que ellos lograran enfrentar a los contrincantes.<br />

Pero ahora lo que era necesario enfrentar era un caso<br />

en particular, para el cual también se requería estar bien curtido,<br />

que era conseguir hablar con Yenifer, la cual se había<br />

ido de esta casa, irritada, más bien francamente furiosa, cuestionándolos<br />

a todos ellos, acusándolos de pusilánimes y de<br />

incompetentes, y con la cual no había sido posible volver a<br />

hablar por teléfono, se veía que no atendía las llamadas, o<br />

quizás hasta había cambiado de número. O le pasó algo. De<br />

manera que sería necesario ir al barrio y buscarla en ese sitio<br />

cuyo código existencial ellos no conocían. Joaquín se había<br />

ofrecido a acompañarlo. La molestia de Laura hacia Yenifer,<br />

que ya existía, no hizo más que acrecentarse.<br />

Sus pensamientos se desplazaron de nuevo al gran espectáculo<br />

que montarían. Todas las artes el arte, reflexionó, parafraseando<br />

a uno de sus escritores preferidos. Música, baile,<br />

teatro y cine. El quinto sería el crimen. Se extrañó de su propio<br />

pensamiento, luego de haberlo formulado. La idea lo inquietó<br />

tanto que tuvo que levantarse y realizar alguna acción para vencer<br />

su desasosiego. De manera que salió a la cocina a preparar<br />

café. Inesperadamente se acordó de María Teresa y, por<br />

primera vez desde que se separaron, pudo pensar en ella sin<br />

rencor y olvidarse de todos los insultos que ella le había lanzado.<br />

Ahora por fin pudo recordar sus rizos que parecían estar<br />

goteando agua perennemente. Recordó las ridiculeces a<br />

las que podía llegar, los muchos desplantes que le había hecho<br />

en público, lo cuaima que se podía volver, con su preciosa carita<br />

de yo no fui, y entonces se congratuló de no estar más con<br />

ella, por más que lo volvieran loco sus cabellos marineros.<br />

Sin ella, y junto a Sonia, había recuperado la paz, de manera<br />

que lo mejor era permitirle a la imagen de María Teresa retornar<br />

a la nada, de donde se había asomado silenciosamente.<br />

286


Bebió el café caliente y salió en busca de Joaquín. Creyó<br />

sentir que el motor de su carro no respondía, que se esforzaba<br />

demasiado para alcanzar la velocidad que le estaba<br />

pidiendo. Se puso alerta, el oído atento, por si escuchaba algún<br />

sonido inusual producido por mecanismos fuera de lugar, y le<br />

pareció que ciertamente había algún ruido que no debía estar<br />

ahí. Sus conocimientos mecánicos no eran muchos, generalmente<br />

se confiaba de su padre en cuanto a esos asuntos. Pero<br />

quién podía saber dónde estaba José Antonio en este momento.<br />

De manera que mantuvo su estado de alerta, mientras circulaba<br />

por las avenidas en las cuales las casas y los edificios<br />

exhibían su múltiple variedad de rejas, convertidos en cárceles<br />

por mano de sus propios habitantes, los cuales alguna vez quizás<br />

habían soñado con poseer palacios, pero que finalmente<br />

optaron por encerrarse en fortalezas.<br />

Un vendedor de chicha, quedado aquí de épocas antiguas,<br />

ofrecía su mercancía. Una lluvia de invierno comenzó<br />

a caer torrencialmente. El limpiaparabrisas se hizo insuficiente<br />

para garantizar la visibilidad. Prendió las luces del carro<br />

y redujo la velocidad lo más que pudo, ya que estaba<br />

manejando casi a ciegas. En el siguiente cruce tuvo que detenerse<br />

frente a la luz verde, a causa de que un autobús decidió<br />

seguir su marcha, en la calle perpendicular a aquella por la<br />

que se desplazaba él, aunque el semáforo le indicaba que debía<br />

pararse. La esquina siguiente se había convertido en una<br />

inesperada laguna, en la que los vehículos se hundían de golpe,<br />

sin posibilidad de retroceso, sin que nadie se hubiera molestado<br />

en proporcionarles una información previa, aunque en<br />

verdad tampoco nadie la esperaba, ya el mero hecho de que el<br />

cielo hubiera dejado de ser azul era señal suficiente para que<br />

todos los automovilistas que circulaban en la ciudad estuvieran<br />

preparados mentalmente para encontrarse en cualquier sitio con<br />

lagunas de esta índole, en las cuales sus vehículos se sumergirían<br />

como animales acuáticos, grandes monstruos prehistóricos<br />

que flotaban pesadamente en medio de aguas pestilentes<br />

287


que se extendían en lugar del pavimento que, de esta manera, incumplía<br />

con las expectativas de firmeza y estabilidad usuales.<br />

Gabriel bajó la ventanilla, a riesgo de quedar empapado<br />

por la lluvia. El brazo y un trozo de la camisa empezaron a<br />

mojarse, al mismo tiempo que tuvo la sensación de que el carro<br />

estaba a punto de apagarse. Quizás no podría llegar a casa de<br />

Joaquín, aunque ya el edificio estaba cerca, faltaba poco. Tenía<br />

que llegar, pensó, no era posible que todo el tiempo los objetivos<br />

se les fueran desplazando, como si lo que trataran de asir<br />

fuera una sombra imposible de apresar, o perteneciese a un<br />

mundo paralelo, a una dimensión que estuviese al lado, muy<br />

próxima, pero inaccesible.<br />

Se acordó de una representación de circo que vio una<br />

vez con su madre, cuando niño, durante un festival de teatro<br />

en Alemania al que asistió ella, llevándolo consigo, y entonces<br />

vieron un acto de payasos que los cautivó y de cuya seducción<br />

él nunca pudo librarse por completo. Eran todos<br />

miembros de una misma familia, hermanos y otros parientes,<br />

y el número consistía únicamente en que se proponían construir<br />

un puente. Andaban de un lado para otro, canturreando<br />

o gritando, siempre la misma frase, en alemán por supuesto,<br />

algo así como aine brucke, aunque había algunas palabras<br />

que no recordaba, que iban delante, pero que en definitiva<br />

significaban simplemente que vamos a construir un puente,<br />

así se lo había explicado su madre en ese entonces. Todo el<br />

número no consistía más que en eso, en ir y venir de un lado<br />

a otro, un alistarse para ese gran proyecto de construir un<br />

puente, en medio de brincos y caídas y volteretas, sin que en<br />

ningún momento se abocaran realmente a construir nada.<br />

Pero construían su número.<br />

Ésa era la imagen que nunca se le había borrado de la<br />

memoria. Pero ahora la relacionó con la práctica de ellos<br />

mismos, con ese ir y venir que habían emprendido, muy lanzados<br />

a enfrentar la construcción de su puente, a partir de un<br />

proyecto que parecía estar minado por alguna inconsistencia<br />

288


desde adentro, como si un punto de apoyo central, por alguna<br />

razón desconocida, hubiera desaparecido. Sintió que el proyecto<br />

se les podía convertir en sólo hablar y canturrear, sin<br />

construir nada. Necesitaban hacerlo, y tendría que ser para<br />

ahora, no podían seguir perdiendo el tiempo. Si no, dejaría de<br />

tener significado, el público que aspiraban a reunir se habría<br />

distanciado ya demasiado de los acontecimientos y quizás<br />

sólo se fascinaría con ellos, como los payasos alemanes, encerrando<br />

el acontecer en su propia hechura.<br />

De pronto se encontró de frente con un automóvil conducido<br />

por una mujer. Por encima del ruido de la lluvia, traspasándolo,<br />

se escuchaba una canción que no se sabía de dónde<br />

provenía, probablemente de la radio del carro que tenía enfrente,<br />

el cual a su vez no se podía discernir de dónde había aparecido.<br />

And don’t be stingy, bei-bi, cantaba la voz ronca y gutural<br />

de una mujer, y ese sonido se esparcía por un mundo que parecía<br />

haber perdido sus límites, quizás desdibujados por la misma<br />

lluvia, el suelo convertido en agua, la visibilidad nula, las<br />

vaharadas de vapor difuminando el contorno de las cosas y<br />

borrando las señas que podían asegurar el poder encontrar<br />

las direcciones y localizar las referencias.<br />

También el tiempo parecía haber perdido sus límites,<br />

como si se hubiera ahogado en este lugar encharcado, dentro<br />

del cual se hallaba detenido, como una película que se congela<br />

de repente, o como estaba detenido ese carro que había<br />

venido en sentido contrario y del cual ahora se bajaba, a pesar<br />

del aguacero, una mujer que, al acercarse a la ventanilla,<br />

mostró unas cejas muy marcadas que le otorgaban a su mirada<br />

un aire incisivo, como el de esas mujeres fatales del cine<br />

norteamericano de los años treinta, o como si hubiera salido<br />

de una comiquita, como si fuera la propia Gatúbela o alguien<br />

así. La mujer se apoyó en su ventanilla y, asomando por la<br />

cartera el caño de una pistola, le dijo:<br />

—Ruédate, Arenas, que ahora manejo yo.<br />

289


Gabriel, aturdido, se deslizó al asiento de al lado. No<br />

lo puedo creer, pensó, esto no me puede estar pasando a mí.<br />

—¿Qué tal, sarnita? —dijo, más que preguntó, la mujer—.<br />

Una bonita casualidad haberte encontrado por aquí.<br />

Me imagino que pensabas dar un paseo bajo la lluvia. Bueno,<br />

ahora vas a dar uno conmigo.<br />

El tiempo no sólo se volvió a poner en marcha, sino<br />

que adquirió una velocidad vertiginosa. La mujer tomaba las<br />

curvas en ángulo recto, mientras los cauchos chillaban, levantando<br />

las aguas de las calles y bañando las fachadas y los<br />

postes de las aceras desiertas. Gabriel se había quedado sin<br />

voz. Unas cuadras más allá la mujer detuvo el vehículo y él<br />

en cuestión de segundos se sintió rodeado por gente desconocida,<br />

sacado del carro y trasladado a otro que estaba ahí<br />

parado, esperándolos. Ahora manejaba un muchacho, y él estaba<br />

sentado atrás, en medio de la mujer y de otro individuo.<br />

En medio de personas que se habían complotado en contra<br />

de él, antes de que él lograra armar su propio complot.<br />

El auto pareció enrumbar hacia una de las salidas de la<br />

ciudad, quién sabe en dirección a cuál lejano rincón fuera de<br />

ella. Entonces el mundo cotidiano desapareció de los procesos<br />

mentales de Gabriel. No quedó lugar para nada de lo que constituía<br />

su vida, la cual ahora se concentró única y exclusivamente<br />

en el hecho de lograr sobrevivir a esta situación, de<br />

resistir, en el mínimo espacio de este carro, al cual se reducían<br />

ahora todas sus opciones.<br />

Al parecer no pensaban matarlo, ya lo hubieran hecho,<br />

sería más fácil transportar su cadáver, o lanzarlo en algún sitio,<br />

que a él en persona.<br />

—¿Por qué me secuestran? —preguntó, recuperando<br />

la voz.<br />

—Porque eres muy bello, mi amor. ¿Por qué más iba a<br />

ser? No puede haber otra razón —se lo vaciló la mujer, aunque<br />

la expresión fiera de su cara no se correspondía para nada<br />

con las palabras que pronunciaba. Pero de inmediato éstas<br />

cambiaron, para volverse duras también:<br />

290


—¿Tú eres el lidercito, no? Eres muy gallo, y estás jugando<br />

al superhéroe. Puede que nosotros te propongamos algún<br />

otro jueguito, te va a divertir horrores, aunque también<br />

vas a tener que trabajar un poco, papito.<br />

Entre la ciudad que iban dejando atrás y la parte alta de<br />

la montaña hacia la cual se dirigían, se extendía una empinada<br />

y pedregosa carretera sin asfaltar. Aquí ya no llovía. Gabriel<br />

se sintió profundamente acongojado. Pensó en Sonia, en<br />

su angustia al enterarse de lo que le había pasado, y también<br />

en la rutinaria civilización de la que se alejaban, la cual ahora<br />

se ofrecía a la imaginación como algo esplendoroso.<br />

A lo lejos, detrás de un espeso conjunto de hierbas y de<br />

matorrales, se veían las primeras construcciones de lo que parecía<br />

un caserío.<br />

—¿Cuál es el programa? —preguntó, haciendo un esfuerzo<br />

por mostrarse a la altura de las circunstancias. Pero<br />

nadie se molestó en contestarle.<br />

Frente a ellos se abría ahora un precipicio. Lo invadió<br />

el pánico. Si lo hacían desaparecer por aquí más nunca lo encontrarían,<br />

no quedarían de él ni huellas. Se imaginó a sí<br />

mismo saltando sobre la maldita mujer que tenía al lado, para<br />

destrozarla, y luego huir de vuelta a su mundo y reintegrarse<br />

a su vida y a su música y a sus salas de concierto.<br />

—El programa es —dijo inesperadamente la mujer—<br />

que después de que rodeemos este acantilado, te vas a encontrar<br />

con un montón de admiradores tuyos, con personas que<br />

te tienen un gran amor, todo el día están pendientes de ti. Un<br />

festival vamos a tener ahí.<br />

Sonó un equipo de radiocomunicación que estaba en el<br />

vehículo. El que manejaba informó escuetamente que el operativo<br />

había sido positivo y que iban okey hacia el lugar indicado.<br />

—Todo se cumplió como estaba previsto —agregó.<br />

Una voz le contestó que okey, entendido, y la comunicación<br />

se interrumpió.<br />

291


Aparte del miedo, sintió la humillación de haberse convertido<br />

en un mero objeto que esta gente manejaba a su antojo.<br />

Lo sacaron de su vehículo porque así les dio la gana, y<br />

luego lo metieron en otro, lo estaban llevando a un sitio al<br />

que él no aspiraba ir, era un paquete en manos de unos individuos<br />

que habían surgido de la nada, de un mundo que él<br />

desconocía y al cual, temerariamente, había pretendido aleccionar,<br />

y ese mundo apareció, puntual, para cobrarle las cuentas<br />

que él, impensadamente, había suscrito, al involucrarse en<br />

actividades de las cuales a estos sujetos, de alguna manera,<br />

les habían llegado las noticias.<br />

¿Cómo podría ponerle fin a todo esto? Tendría que comunicarse<br />

con alguien, con sus amigos, con su mamá, enviar<br />

una carta, un mensaje, quizás lanzar una botella al mar, como<br />

las que salían en las comiquitas, emitir señales de algún tipo.<br />

Tengo que salirme de las fantasías, se recriminó. Necesito<br />

mantener la mente clara. Intentó mirar a través de las<br />

ventanillas del carro, pero, hundido entre sus dos acompañantes,<br />

sólo logró ver el volumen de los cuerpos de ellos, que<br />

le tapaban la visibilidad a ambos lados de la carretera. Colocado<br />

en el centro del asiento trasero, sintió que estaba fundido<br />

con sus captores, en contacto íntimo con ellos, sin que<br />

él lo hubiera querido así, una situación con la cual parecía<br />

que, por efectos de alguna magia siniestra, tendría que convivir<br />

en los próximos e intensos tiempos que se avecinaban, en<br />

oposición a lo que él había escogido, que era estar en el centro<br />

de un escenario, solo, corriendo y volando, sostenido por<br />

su música y por su canto.<br />

Trató de observar mejor la cara del hombre que estaba a<br />

su izquierda, pero sólo pudo vislumbrar que usaba bigotes.<br />

Pretendió volverse un poco hacia el tipo para verlo mejor, como<br />

si emprendiera un gesto confidencial, pero el otro le metió<br />

un codazo entre las costillas que lo dejó desprovisto de aire y<br />

puesto fuera de combate antes de entrar siquiera en él. El intenso<br />

dolor en el costado lo paralizó por un tiempo. Pero luego<br />

292


empezó a divagar otra vez. Se preguntó por los titulares de<br />

prensa que saldrían y se los imaginó, en primera plana, anunciando<br />

que el vocalista de Ciudad Sitiada, el hijo de la afamada<br />

actriz Camila Valdivia, había sido secuestrado. Gabriel<br />

Arenas desaparecido, diría algún otro, y quizás añadiría, más<br />

abajo, las fuerzas policiales buscan a lo largo de todo el país al<br />

cantante, cuya misteriosa desaparición ha consternado a sus<br />

numerosos admiradores. Un titular a seis columnas.<br />

Si alguien es básicamente tan idiota como yo, se recriminó<br />

de inmediato, tan güevón, no debiera ponerse a dirigir<br />

proyectos de envergadura. Se movió, incómodo, y el gordo de<br />

bigotes que tenía al lado, ensañándose con él, le metió de gratis<br />

otro codazo. Dejó escapar un ay, que se desgajó de él de<br />

una manera involuntaria, y al que él repudió con rabia, prometiéndose<br />

no caer en ninguna otra debilidad. Tengo que disciplinar<br />

mi cuerpo, se dijo, para que sea capaz de soportar lo<br />

que venga, y a mi mente, para que no se pierda en mariqueras<br />

y se mantenga alerta, sin dejar que las fantasías desvíen mi<br />

atención, concentrarme en interpretar cualquier signo que se<br />

presente, que me pueda ayudar a ver la situación con más claridad.<br />

Tendría que observar a los ocupantes del vehículo sin<br />

que éstos se dieran cuenta. Se exigió a sí mismo mantener la<br />

dignidad pasase lo que pasase y ser fiel a sus valores, aunque<br />

le costase la vida.<br />

El carro empezó a rodar más despacio. Su estómago se<br />

contrajo. Debía ser que estaban llegando a destino. Si es que<br />

se podía llamar destino a esto que le estaba sucediendo. El<br />

conductor se comunicó por la radio y dio una clave que lo<br />

identificaba, después de lo cual le abrieron un grueso portón<br />

que luego se cerró tras ellos.<br />

Gabriel experimentó una violenta conmoción. Sintió,<br />

más que durante todo el trayecto, su desamparo y fragilidad, la<br />

descomunal diferencia de fuerzas entre él y sus captores, de<br />

cuyas decisiones dependía ahora toda su existencia, incluso la<br />

elemental condición de poder seguir vivo, así como la opción<br />

293


entre volver a la libertad o permanecer encadenado aquí, en<br />

este lugar escondido y desconocido.<br />

El carro se detuvo. Él no se movió. Los recibió una mujer<br />

de cabello largo, tras de la cual salieron un montón de individuos,<br />

todo alborozados, los cuales le dirigieron un sin fin de<br />

elogios a la mujer del carro, por el buen éxito del operativo.<br />

Entre el conductor y el gordo lo hicieron salir del vehículo.<br />

El cielo se veía azul y se percibía una gran paz en el inmenso<br />

parque que se abría al frente, cruzado por numerosos senderos,<br />

como si fuera un club de veraneo. La parte central estaba ocupada<br />

por una pequeña glorieta, de refinada construcción.<br />

—Ahí es donde realizamos nuestros asesinatos —le dijo<br />

en tono burlón la mujer del carro, de quien había oído que<br />

se llamaba Paula y la cual había seguido el curso de su<br />

mirada—. Pero si quieres, tú puedes traer a tus compañeros y<br />

nos hacen ahí un concierto, de esos tan bonitos que ustedes hacen.<br />

Puedes creerme que nos encantaría tenerlos a todos aquí.<br />

Desde las laderas del parque llegaba la olorosa presencia<br />

de los jazmines. El bucólico espacio no parecía ser el lugar<br />

propicio para un crimen, aunque quizás más bien fuera el<br />

más propicio de todos.<br />

De dentro de la casa salió un sujeto de expresión adusta,<br />

ante cuya presencia todos los demás se callaron. Se notó<br />

enseguida que era el jefe.<br />

Gabriel sintió que también a él lo traspasaba el frío que<br />

se desprendía del tipo, un frío que se cuajó en la sensación de<br />

terror que lo invadió.<br />

—Apúrense —gruñó, más que dijo, el individuo.<br />

La mujer llamada Paula agarró a Gabriel por el brazo y<br />

lo empujó hacia la edificación. De adentro salieron más mujeres,<br />

hablando y riendo entre sí.<br />

—Vamos a negociar —dijo Paula, al oír lo cual Gabriel<br />

sintió un alivio indecible, a pesar de la pistola de la que ella<br />

no se separaba—. Solamente que lo vamos a hacer en una cierta<br />

situación especial, en deferencia a nuestro músico prefe-<br />

294


ido —agregó, lo que hizo que la sensación de angustia retornara<br />

al espíritu de Gabriel—. Es más —continuó ella—,<br />

son negociaciones que nos pueden llevar meses, tranquilamente<br />

—Gabriel ahora ya no sabía si sus palabras provocaban<br />

en él ansiedad o alivio. Quizás lo que buscaba la mujer<br />

era volverlo loco.<br />

—Uno aquí tiene la política de ser lo más discreto posible<br />

—siguió gorjeando la mujer, como si de verdad se tratase<br />

de una amistosa charla de negocios—. Tenemos en alto concepto<br />

la profesionalidad y la capacidad de nuestros expertos.<br />

Entró un individuo con una cámara de filmación en<br />

la mano.<br />

La mujer aferró la pistola y, colocando el dedo en el<br />

gatillo, apuntó a Gabriel:<br />

—Tú sabes —canturreó—. También nosotros hacemos<br />

películas. Y compartimos plenamente la estética de ustedes,<br />

en cuanto a que el arte puede interferir de manera directa en<br />

la realidad.<br />

295


26<br />

Échame un ring y hablamos, le había dicho el otro día Marco<br />

Vinicio, cuando se encontraron casualmente en la calle. Porque<br />

ella siempre mantenía buenas relaciones con sus antiguas<br />

parejas, el único que cortó todo vínculo fue Gabriel.<br />

Las pocas veces que se habían encontrado después de la separación<br />

él se había mostrado tan distante como un británico<br />

y tan frío como un esquimal.<br />

Pero ahora a Gabriel lo habían secuestrado, así lo dijo la<br />

radio, el locutor insistió en que no había ni rastros de él, y que<br />

nadie tenía ni idea acerca de dónde lo podían tener escondido.<br />

Un motorizado pasó a su lado a toda velocidad, y ella tuvo<br />

que dar un salto para que no se la llevara por delante. Se<br />

quedó detenida en la acera, asustada, en medio del fluir de la<br />

gente que se desplazaba de un lugar a otro, algunos probablemente<br />

marchando en dirección a su sitio de trabajo, aquellos<br />

que lo tuvieran, o en busca de uno, aquellos que no lo tenían, o<br />

en pos de enriquecerse por medios diferentes, los otros.<br />

Dónde estarás, Gabriel, pensó en un suspiro, qué te estarán<br />

haciendo. Hubo una época en que anduvimos juntos por<br />

estas aceras, pero ahora yo estoy amargada y tú a lo mejor estás<br />

muerto. Tantas veces que deseé, durante este último año,<br />

que te murieras, pero eso era de los dientes para afuera, ahora<br />

estoy aterrada, Gabriel, qué no daría yo por verte vivo, si alguien<br />

te quitó la vida, yo eso no lo soportaría.<br />

297


Caminaba con rapidez. Necesitaba caminar y no le importaba<br />

atravesar la ciudad a pie, más bien era eso lo que la podía<br />

ayudar. En un momento así no era posible quedarse quieta,<br />

sólo moviéndose lograría, quizás, ordenar sus pensamientos.<br />

Iría a ver a Marco Vinicio, era absolutamente impostergable<br />

hablar con él. Sus zapatos negros se fundían con sus medias<br />

negras mientras iba caminando, traspasada por el puro espanto,<br />

luego de haber salido de su casa impulsada por la necesidad<br />

de hacer algo.<br />

No había ninguna información sobre el paradero del<br />

cantante Gabriel Arenas, había dicho la radio, pero la policía<br />

estaba reactivando las huellas dactilares encontradas en el<br />

vehículo abandonado y seguramente pronto se tendrían pistas<br />

en torno a este lamentable hecho.<br />

Diez mil veces, por lo menos, había repetido ella en su<br />

mente estas frases. Que la policía se estaba reactivando en<br />

torno a este lamentable hecho y que pronto tendrían pistas<br />

sobre el paradero de Gabriel Arenas.<br />

El mundo debería ser sólo de alegría y de disfrute, pensó.<br />

No debería ser así, de sufrimiento. Si ella veía una cruz en<br />

el centro de un lugar, en ningún momento se le ocurriría pensar<br />

que estaba ahí para que alguien fuese crucificado, sino<br />

para bailar a su alrededor, como en una festividad de cruz de<br />

mayo. Un universo de colores resplandecientes, como un gran<br />

show, en el que la luz del sol cayera sobre los gestos y la danza<br />

de los presentes, eso era lo que ella se imaginaba que debía<br />

ser el mundo, un lugar donde se sirviesen fuentes con<br />

grandes trozos de carne bañados por una salsa espesa, filetes<br />

brillantes y perfectos de carnosidad rosada y con finas vetas<br />

de grasa flotando en la salsa. No le gustaba un mundo en el<br />

que las personas podían desaparecer, como Gabriel, o ser<br />

abandonadas y agredidas, como le había pasado a ella, para<br />

qué se producían ese tipo de cosas. El tatuaje que se hizo el<br />

otro día fue para sentirse mejor, uno de color clarito, porque<br />

ahora tenía la piel bronceada, bastante dinero le costó, pero<br />

298


no lograba sentirse mejor, de manera que parecía que había<br />

perdido sus reales. Más bien ahora se sentía alejada de todas<br />

esas cosas. Porque antes ella había sido la diosa de las<br />

aguas de Gabriel, pero de eso no quedó nada, aunque las palabras<br />

seguían resonando en sus oídos.<br />

No importaba. Ella rescataría a Gabriel. Tomaría todas<br />

las medidas de seguridad necesarias, pero, sucediera lo que<br />

sucediese, no se echaría para atrás, y a menos que la mataran,<br />

lograría sus propósitos, de eso estaba convencida, y esa idea<br />

nadie se la podría sacar de la cabeza, sobre todo porque a nadie<br />

se la iba a comunicar. Y si tendría que morir, bueno, eso sería<br />

algo bestial, la gran noticia sería, historia de amor y de muerte<br />

la titularían los periódicos. Aunque en verdad le daba mucho<br />

dolor pensarse a sí misma como muerta, era preferible que<br />

eso no ocurriera.<br />

Lo que ella sentía ahora era muy ajeno a su espíritu de<br />

siempre, y ella estaba consciente de eso. Siempre había estado<br />

a la defensiva, para impedir que alguien interfiriera en sus<br />

actividades. Pero en esta nueva situación había decidido tomar<br />

la iniciativa y pasar a la ofensiva, se había desprendido<br />

de sus centros comerciales y, de estar siempre rodeada de mucha<br />

gente, había pasado a este caminar en solitario. Caminaba<br />

así de rápido para mantener a raya a las dudas, las cuales venían<br />

en picada, pero que no contaban con que ella tenía estudiada<br />

ya su táctica y que se las podía quitar de encima dándoles<br />

un manotazo y caminando cada vez más de prisa, para que no<br />

pudieran alcanzarla.<br />

A su alrededor pasaban vendedores ambulantes ofreciendo<br />

toda clase de mercancías, seres que se desplazaban al<br />

aire libre o se establecían en la acera en lugares estratégicos.<br />

En algún lugar sonaba una radio, de la cual se desprendía una<br />

música festiva, abriendo la opción para una alegría que de repente<br />

había desaparecido de la calle.<br />

No se tienen noticias del paradero del cantante Gabriel<br />

Arenas, decía ahora la voz de un locutor. Los secuestradores<br />

299


hasta ahora no se han puesto en contacto con los familiares de<br />

la víctima de este abominable hecho. Pasaron varios muchachos.<br />

De un hueco de debajo de la acera salía más gente; daba<br />

la impresión de que vivían ahí. Surgían, uno tras otro, y se desparramaban<br />

entre los cafés, las discotecas y los bares que se<br />

multiplicaban en el lugar. Parecía como una escena elaborada<br />

por un cineasta, como una propuesta que estuviese haciéndose<br />

ahí, indetenible, a la vista de todos, un experimento con imágenes<br />

que ninguna revista escogería para ilustrar sus portadas.<br />

El suntuoso amarillo del atardecer dio la impresión de envolver<br />

a todos los que transitaban por la calle, como untándolos,<br />

y produciendo en ellos la ficción de que no estaban solos, por<br />

más que en el fondo supieran que siempre, dentro del conjunto<br />

del que formaran parte, cada cual iría por su propio camino.<br />

El mundo zumbaba a través de un sin fin de sonidos<br />

dispersos y superpuestos. En su vientre se gestaba el tiempo,<br />

que removería a toda esa gente, a cada cual se le diría en algún<br />

momento, es tiempo ya de ceder el paso, retírate, tu presencia<br />

ha sido cancelada. Ellos lo sabían desde el comienzo,<br />

estaban conscientes de que sólo contaban con un tiempo restringido,<br />

que muy pronto no habría lugar para ellos, y que el<br />

recuerdo de su efímero paso por el mundo sería igual de breve.<br />

De manera que se ponían sus mejores ropas, sobre las<br />

cuales se colocaban su imagen más pantallera, y se aprestaban<br />

a destruir al mundo mientras fuera posible, mientras el<br />

mundo no los destruyera a ellos.<br />

Algunos se dedicaron a piropear a María Teresa, deteniéndose<br />

en la contemplación de su cuerpo, al que volvían a<br />

esculpir minuciosamente con sus miradas. Ella se sentía de<br />

lo máximo escrutada así, observada, penetrada por esos ojos,<br />

los de todos los afectados por su presencia, los cuales irremediablemente<br />

tendrían que sentirse atraídos por ella, esa<br />

era una condición insoslayable.<br />

Contempló de reojo a esos hombres desconocidos, y se<br />

sintió feliz por lo cotizada que estaba entre ellos, por ver<br />

300


cómo se encendía una luz en sus miradas y cómo en todos<br />

ellos germinaba el fiero deseo de tenderla en una cama, para<br />

tirársela con violencia, una y otra vez, hasta el agotamiento.<br />

La auscultaban, la observaban como con un lente de aumento,<br />

con el impulso de saltar sobre ella.<br />

—Por más importancia que te des, yo te espero en la<br />

bajadita —le dijo uno.<br />

—Esa mamita es para mí —dijo otro.<br />

—No nos tira nada —bufó otro, y el olor a licor invadió<br />

el ambiente—. Una mami tan rica como ésta lo mira a<br />

uno como si fuera una chiripa.<br />

—Voy a explicarle quiénes somos nosotros aquí —dijo<br />

un tipo, que se acercó mucho, como dispuesto a leerle alguna<br />

proclama.<br />

El secreto movimiento de los millones de habitantes de<br />

la ciudad seguía transcurriendo. Sólo un ruido sordo llegaba<br />

de la lejanía.<br />

—Dámela, mamita —dijo uno de los tipos, y entonces<br />

ella se puso a correr, en medio de las risas de los hombres,<br />

los cuales, evidentemente, no estaban en la mejor situación<br />

para hacerle nada aquí, en medio de tanta gente que andaba<br />

de un lado a otro.<br />

—Hola, bella —dijo una voz de mujer a su lado—.<br />

Qué casualidad, andaba yo por estos lados, pensando en ti, y<br />

cuando menos me lo espero, me topo de frente contigo, es de<br />

verlo y no creerlo.<br />

María Teresa no conocía a esta mujer, la cual tenía un<br />

aire incisivo y unas cejas muy marcadas, que la hacían parecer<br />

una de esas mujeres fatales del cine norteamericano de<br />

los años treinta. O salir de una comiquita, algo así como la<br />

Gatúbela de Batman. Se quedó helada cuando oyó la continuación<br />

de su discurso:<br />

—Sólo quería preguntarte cuánto dinero estarías dispuesta<br />

tú a dar para que se te devuelva sano y salvo tu amor.<br />

Es sólo una encuesta que estamos haciendo, tú sabes.<br />

301


El asfalto pareció derretirse bajo los pies de María<br />

Teresa, mientras dejaba de sentir la compañía de la gente que<br />

la rodeaba. Sintió que tenía fiebre.<br />

—Él está en un palacio encantado, imagínate —siguió<br />

runruneando la mujer—. Ocupa un sitial preferido en la ilícita<br />

realidad en la que nos ha tocado vivir. Y va a entrar a una situación<br />

decisiva. Es el propio momento para hacer algo por él.<br />

El mundo parecía estar dando vueltas, de una manera<br />

suave pero claramente perceptible. Un grupo de personas pasó<br />

junto a ellas, peleando entre sí.<br />

—Yo no me la calo —dijo una tipa sifrinísima. Alguien<br />

le contestó algo, pero sus palabras se perdieron en el vacío. De<br />

lejos se oía un canto que se dispersaba en el aire.<br />

María Teresa decidió enfrentar a la mujer:<br />

—Ojalá te mueras, maldita. Dices que te has apoderado<br />

de ese muchacho, y te crees una gran vaina, con tus sofisticadas<br />

técnicas, de cualquier espacio público crees que tienes<br />

derecho a apoderarte. Pero déjame hablarte de un amigo mío<br />

con el que me voy a ver ahorita, aunque tú quieras evitarlo, un<br />

amigo muy apreciado, y luego, puedes creérmelo, ya la cosa<br />

no va a ser tan fácil para ti.<br />

—Me caes bien, María Teresa —moduló la mujer con<br />

su voz melodiosa—. Me gusta la gente cool. Pero tú, con tu<br />

juventud, en verdad no sabes mucho de la vida. La vida está<br />

jalonada de cadáveres y de piedras en el camino, y uno tiene<br />

que abrirse paso a plomo limpio. Casi todos le hacen ascos las<br />

primeras veces, pero luego empiezan a moverse con tanta habilidad<br />

por esos terrenos, que sólo un verdadero conocedor<br />

podría diferenciar a los profesionales de aquellos que apenas<br />

son unos aficionados. Pero también hay que cultivar los estados<br />

de transición —agregó, de pronto en onda filosófica.<br />

María Teresa afirmó, rotunda:<br />

—Voy a seguir mi camino. Estés tú de acuerdo o no.<br />

Trató de emprender la marcha, pero la mujer, interponiéndose<br />

a su paso, se lo impidió. La avalancha de gente que se<br />

302


desplazaba en la acera les dificultaba los movimientos a ambas.<br />

En ese momento en la calle se detuvo el tráfico de vehículos<br />

para darle paso a una ambulancia. María Teresa le dio un<br />

empujón a la mujer. Corrió perdiéndose en medio de la multitud,<br />

abriéndose campo entre los pies y las cabezas que marchaban<br />

en la acera, los cuales, a la vez que le impedían el paso, la<br />

incorporaban a su fluir masivo y la ocultaban dentro de él.<br />

Sintió ganas de orinar. Más aún, sintió que se iba a orinar<br />

de un momento a otro. Se paró de golpe y se escondió<br />

detrás de unos arbustos, y entonces experimentó el inefable<br />

placer de que en ese espacio abierto, que para nada se parecía<br />

a lo que pudiera considerarse una sala de baño, fluyera con<br />

tanta fuerza el líquido amarillo cuya salida deshizo la violenta<br />

presión creada en el interior de su cuerpo, que su esfínter ya no<br />

hubiera podido soportar.<br />

El chorro abierto parecía no acabarse nunca. Como<br />

una gallina clueca tuvo que mantenerse agachada ahí por un<br />

largo rato, hasta que por fin todo el contenido de su vejiga<br />

salió a la luz pública, y si alguien hubiera podido verla, ahí<br />

detrás de los arbustos, hubiera logrado leer en su cara el alivio<br />

que experimentaba.<br />

Finalmente reapareció y siguió su camino. Una vieja<br />

mendiga pasó a su lado, y ella, automáticamente, le dio unas<br />

cuantas monedas. Los vehículos rodaban a toda velocidad<br />

por la avenida, y ella continuó caminando en medio de los<br />

vendedores de lotería y de otras mercancías, sorteando los expendios<br />

de gasolina y las fuerzas del orden público, que marchaban<br />

entre la gente, removiéndola con su sola presencia,<br />

como una máquina excavadora remueve la tierra y la desperdiga<br />

a un lado y a otro.<br />

Un muchachito le tocó las nalgas y ella lo miró con rabia,<br />

desde la altura de su espigada estatura, a ese piojo que<br />

apenas era una insignificante presencia en el mundo, al cual<br />

no hacía tanto que había llegado.<br />

303


Pensó de nuevo en Gabriel, y en cuando todavía andaban<br />

juntos, cuando fueron dos seres que representaron para<br />

todos los demás uno sólo. Ellos como pareja habían dictado<br />

la pauta para toda la gente joven que los rodeaba en ese entonces,<br />

en esos tiempos en los que Ciudad Sitiada era todavía<br />

sólo un sueño, un proyecto en el que fueron muchos los<br />

que no creyeron, aunque ella siempre supo que lo que iba a<br />

salir de ahí tendría éxito y gustaría.<br />

Hasta un disco sacaron, cuando ya ella había desaparecido<br />

de la escena, sustituida por la mosca muerta de Sonia, a<br />

quien con placer le clavaría un cuchillo en cualquier momento,<br />

a la quedada esa, un siglo parecía haber pasado desde esa noche<br />

en que habían sucedido los hechos que ya nunca olvidaría.<br />

En la esquina siguiente un choque había embotellado<br />

el tráfico. Los conductores se insultaban, rodeados por la<br />

gente que se entretenía contemplando el espectáculo gratis.<br />

Un fiscal de tránsito dibujaba con tiza la silueta de los vehículos<br />

sobre el pavimento. Los blancos trazos pretendían<br />

dar cuenta del frenazo y del fuerte golpe que había abollado<br />

a los dos carros involucrados, pero su patética precariedad no<br />

bastaba para divulgar la materialidad de las duras sustancias<br />

implicadas en el accidente.<br />

Se quedó un rato viendo los notables intentos de uno<br />

de los choferes para entregarle un billete al fiscal, ante la mirada<br />

de unos cincuenta espectadores, pero luego siguió su camino,<br />

acelerando de nuevo el ritmo de sus pasos. Era urgente<br />

llegar por fin a la oficina de Marco Vinicio.<br />

304


27<br />

Atravesaron el mercado. Una música que parecía promover alguna<br />

religión se difundía a través del aire, mientras que desde<br />

una pared los miraba Van Damme parte II, con su fiereza habitual.<br />

Encima de sus cabezas las frondosas copas de las acacias<br />

insistían en ofrecer una imagen digna de un anuncio<br />

turístico, como organizando la ambientación para el placer<br />

de los potenciales viajeros, cada vez que a algunos de ellos<br />

se les ocurriera pasar por aquí, a toda velocidad, claro, como<br />

era lo usual en estos casos, cumpliendo con el itinerario instituido<br />

por las agencias de viajes. El suelo, sin embargo, producía<br />

una imagen diferente, con troncos y ramas de árboles<br />

caídos tirados ahí en desorden, de cualquier manera, y generando<br />

la impresión de que era norma establecida que las<br />

personas, para poder desplazarse por ese espacio, tuvieran<br />

que sortear toda clase de obstáculos.<br />

Grandes masas de gente se encontraban ahí reunidas,<br />

escuchando las palabras, a veces amenazantes y otras esperanzadoras,<br />

de un individuo que ofrecía a la vez bienestar espiritual<br />

y castigos del infierno, de acuerdo con la senda que<br />

escogiera cada cual, la del bien o la del mal, las cuales, en<br />

esas palabras, parecían tan fáciles de distinguir y de separar<br />

la una de la otra como la paja del grano. Las fragancias del<br />

incienso encendido subrayaban el discurso con el humo evanescente,<br />

que se reflejaba en las vidrieras en las que se encerraban<br />

las mercancías que se consideraban legales, frente a la<br />

ilegalidad de la mercadería que circulaba en las calles.<br />

305


Las ofertas de la Biblia se mezclaron con las primeras<br />

gotas de agua que comenzaron a caer, y con las notas de una<br />

música pop que llegaban de una venta de discos cercana. En<br />

pocos segundos la lluvia se hizo torrencial y la gente ahí congregada<br />

huyó en busca de resguardo. Los vendedores ambulantes<br />

recogieron su mercancía con velocidad profesional y<br />

desaparecieron de repente.<br />

Marco Vinicio miró a la muchacha que tenía enfrente,<br />

a la que había conocido como a alguien movido por una perenne<br />

necesidad de ser amada, y se sorprendió del cambio<br />

que se había producido en ella. Había perdido su terrenal y<br />

salvaje ímpetu, y ahora se veía traspasada por la desesperación<br />

y el miedo. Trató de tranquilizarla:<br />

—Evidentemente, no son unos aficionados. Y también<br />

está claro que la policía no ha encontrado ninguna pista. Habrá<br />

que actuar por medio de los contactos —explicó, persuasivo—.<br />

Es necesario llegar hasta el centro de esa organización, porque<br />

de eso se trata, seguramente, no es una partida fácil, eso también<br />

es evidente. A lo mejor hay que rastrear la ciudad centímetro<br />

a centímetro, precisar quiénes son los sospechosos, y si<br />

fuera posible, lograr aunque sea una mínima descripción de alguno<br />

de ellos. Habría que contar con alguna pista. No podemos<br />

guiarnos por la pura intuición, María Teresa.<br />

Ella no parecía escucharlo. Su mente estaba ocupada con<br />

la extraña aparición que se había encontrado en su camino, la<br />

misteriosa mujer de la que no tenía ni idea de cómo se llamaba.<br />

La pesadilla no parecía tener visos de desaparecer. Estaba ahí,<br />

puntual, clavada en su cabeza. Expendio de pesadillas, pensó,<br />

véalo aquí. Se cambia cabeza por no poderla soportar.<br />

La lluvia pasó, tan rápido como había llegado. Una<br />

gran variedad de seres comenzó a hacer de nuevo su aparición,<br />

iniciando algo así como un movimiento perpetuo, cercándolos<br />

y restableciendo el constante desplazamiento que<br />

sólo transitoriamente se había suspendido.<br />

La angustia se fue concentrando en su vientre. Ahora<br />

que por fin estaba aquí, frente al hombre en quien había con-<br />

306


fiado tan plenamente, en quien pensó como en el indicado para<br />

aportar una solución al grave problema que la había motivado<br />

a buscarlo, sintió que ni siquiera tenía la certeza de para qué<br />

había venido. Le pareció que estaba viviendo despierta dentro<br />

de esa pesadilla, y la traspasó la idea de que a lo mejor ya durante<br />

todo el resto de su vida tendría que convivir con ella, que<br />

ya nunca más estaría libre de su presencia.<br />

Marco Vinicio, mientras tanto, miraba disimuladamente<br />

su blusa, a través de la cual se intuía la presencia de sus pezones,<br />

erguidos en todo su poderío. Le hubiera gustado llevársela<br />

de una vez a la cama.<br />

María Teresa se dirigió a él:<br />

—¿Pero tú crees que haya alguna posibilidad de localizar<br />

dónde se encuentra? ¿Tú crees que sea posible rescatarlo?<br />

El hombre había arrimado su silla hasta pegarla de la<br />

que ocupaba ella, y ahora le echaba el aliento en la cara.<br />

Colocó su mano en la cintura de María Teresa, una mano<br />

grande como la de un remero, y con la cual, evidentemente,<br />

se aprestaba a remar sobre el cuerpo de ella. La muchacha se la<br />

quitó de encima, casi sin darse cuenta, y comenzó a narrar de<br />

nuevo los hechos, como si no los hubiera contado ya con detalles,<br />

los pocos que sabía, claro, intentando transmitir la angustia<br />

que estaba sintiendo.<br />

Él, como al descuido, le rozó el brazo con los dedos.<br />

Entonces ella se estremeció en un escalofrío, pero Marco<br />

Vinicio, como si no se hubiera dado cuenta, se aproximó más<br />

aún y, engolando la voz como un galán de televisión, con su<br />

porte de actor de cine y consciente de su atractivo, ya casi pegado<br />

de ella, constató, reiterativo también:<br />

—Pero ustedes ya habían terminado. Creí entender<br />

que lo de ustedes ya había llegado a su final definitivo.<br />

—Qué me cuentas —le contestó ella, sulfurándose—.<br />

Tremenda noticia que me estás proporcionando, de veras que<br />

me llenas de asombro.<br />

Todo el impulso que había traído durante la marcha parecía<br />

haberse evaporado, junto con su energía y su seguridad<br />

307


en sí misma y la fe en Marco Vinicio. Lo había buscado porque<br />

él se movía en un terreno que acogía a seres de múltiples<br />

extractos sociales, a quienes les vendía información e influencias.<br />

Era el jefe de una pequeña red que formaba parte<br />

de otra más grande, la cual a su vez se entrecruzaba con múltiples<br />

otras redes, algunas de las cuales sólo se rozaban entre<br />

sí, y otras no llegaban ni siquiera a eso, cada quien moviéndose<br />

únicamente en la suya, en medio de ramificaciones que<br />

generaban su propia dinámica.<br />

Un disparo sonó en las cercanías, pero no provocó ningún<br />

cambio en los presentes. El mercado siguió arrojando<br />

montones de seres que pululaban por los alrededores, a ambos<br />

lados de la localidad, con la excepción del rincón del<br />

fondo en el que ellos se encontraban.<br />

La coreografía diseñada por la multitud se correspondía<br />

con los parámetros de esta época y de este mundo. No era una<br />

ronda en la que cada quien le daba la mano a otro, ni una seguidilla<br />

en la que todos los participantes danzaban al mismo<br />

ritmo, sino una creación personal en la que cada cual tenía que<br />

inventar sus propios pasos y sus propias figuras.<br />

Anochecía. La luz fluorescente producía imágenes espectrales,<br />

como desprendidas de una situación límite. Marco<br />

Vinicio y María Teresa reanudaron su diálogo.<br />

—¿Cuándo lo secuestraron? —preguntó él.<br />

—Hoy es lunes —dijo ella, pensativa—. Entonces ya lleva<br />

seis días. Está desaparecido desde hace seis días —suspiró.<br />

Él aprovechó para aproximarse un poco más todavía.<br />

Su deseo había sido despertado de nuevo por esta chica que<br />

tenía enfrente. Claro, también lo impulsaba la ancestral costumbre<br />

que lo obligaba a levantarse a toda muchacha bonita<br />

que se le atravesara, repetir una vez más el movimiento envolvente<br />

con el que lograría cautivarla, para luego tener qué<br />

contar, junto a una jarra de cerveza, a los amigos, tal como se<br />

lo había visto hacer a su padre, y también al padre de éste.<br />

Para él la guerra de los sexos estaba planteada a toda hora, y<br />

308


él había elaborado su estilo de guerrero, de ataques y contraataques,<br />

dentro de una tradición que se había visto en la necesidad<br />

de practicar, sin siquiera reflexionar sobre ella, ni<br />

mucho menos ponerla en duda.<br />

Sin embargo, tampoco podía dejar de ocuparse del<br />

problema que la mortificaba.<br />

—Tenemos un archivo —le dijo—. Por ahí podemos<br />

empezar. Pero es un trabajo grande, porque no lo hemos<br />

computarizado todavía.<br />

Hablaba por hablar. En realidad no pensaba tomar ninguna<br />

iniciativa en este caso que, evidentemente, superaba sus posibilidades.<br />

Pero la muchacha que estaba sentada junto a él, por<br />

alguna razón que se le hacía incomprensible, estaba buscando<br />

entrar en este juego peligroso, en pos del fantasma de un amor<br />

ido, de ese cantante que durante un tiempo había sido de ella.<br />

La invitó a subir a su oficina para examinar juntos el<br />

archivo. El escueto mobiliario y la superficialidad de los letreros<br />

que ofrecían consejos, clavados en las sucias paredes,<br />

daban cuenta de las características de ese espacio. De una estantería<br />

bajó unas carpetas, y entonces de nuevo se sentó junto<br />

a María Teresa, para revisarlas con ella, dedicándose así<br />

juntos a investigar la muerte, aunque alguien hubiera podido<br />

creer que se estaban abriendo a la vida.<br />

Poco a poco la mísera ambientación pareció desaparecer,<br />

y la ciudad, que había quedado afuera, también se difuminó,<br />

para dar paso al sentimiento que los fue arrastrando, el<br />

de que podrían salvar una vida humana, convicción que los<br />

fue cautivando más allá de sus objetivos iniciales.<br />

De tres viejos archivos, grises y cubiertos de polvo,<br />

Marco Vinicio fue sacando carpeta tras carpeta. Un verdadero<br />

interés se despertó en él, y cada vez revisaba los documentos<br />

con más dedicación.<br />

Por la ventana comenzó a filtrarse la noche, y las estrellas<br />

se desperdigaron por su itinerario acostumbrado, en el<br />

corazón de la oscuridad, iluminando la vida que transcurría<br />

309


debajo de ellas, incluso las de estos dos seres que ahora estaban<br />

rastreando en pos de otro, por un compañero de existencia,<br />

para quien la muerte a lo mejor ya estaba escribiendo el<br />

libreto y planteando el gran acorde final, el solo de guitarra,<br />

más allá de toda promiscuidad, ya en la soledad última.<br />

Después de revisar un sin fin de expedientes, María<br />

Teresa y Marco Vinicio, rodeados por las carpetas que habían<br />

apilado en el suelo, se sentían agotados. Él hubiera dado cualquier<br />

cosa por dormir un poco. Los objetos dispersos en esa<br />

sórdida oficina parecían haberse alimentado de los destinos<br />

humanos que pugnaban por salir de las carpetas que los aprisionaban,<br />

de esas páginas amarillentas, a veces rotas, que daban<br />

cuenta del mundo que desde ellas se ofrecía. Un mundo<br />

que hería en su campo visual a los que se acercaban a él,<br />

mostrando un escenario al que María Teresa poco se había<br />

asomado hasta entonces.<br />

Ahora en el lugar se desparramaban todos esos expedientes<br />

que hablaban de balaceras, rivalidades y exterminios,<br />

de seres heridos mortalmente dando aún una última declaración<br />

o maldiciendo a alguien con su último suspiro, seres de<br />

todos los estratos y de todas las clases sociales, entremezclados<br />

a través de una inédita movilidad no prevista en ningún<br />

manual de sociología. Esas hojas ofrecían un nuevo retrato<br />

de la ciudad, y de ellas, que ahora reposaban en la quietud del<br />

piso, emergía la faz de un imprevisto Jano bifronte, la dualidad<br />

de un ente único que la ciudadanía no conocía, aunque<br />

intuía oscuramente su existencia.<br />

—No nos podemos rendir —dijo María Teresa—, por<br />

ningún concepto podemos abandonar ahora —agregó, sorprendiendo<br />

una vez más, durante la larga jornada, a Marco<br />

Vinicio, quien nunca se la hubiera imaginado asumiendo posiciones<br />

tan radicales.<br />

Sin decir nada, sacó otro lote de carpetas. Acomodó<br />

las rumas de expedientes que ya habían sido revisadas en<br />

pilas que se levantaban desde el suelo, dando cuenta de un<br />

310


país del que la mayoría de sus habitantes no tenía ni idea de<br />

cómo funcionaba.<br />

—Hemos revisado ya más de la mitad, María Teresa<br />

—acotó, por fin, en voz baja, producto del cansancio.<br />

—No importa —contestó ella con firmeza—. Aunque<br />

las carpetas terminen por llegar hasta el techo, nosotros llegaremos<br />

hasta el fondo.<br />

Le pareció que de las incontables páginas que había revisado<br />

brotaba un aullido que atravesaba el espacio entero, a la<br />

vez que permanecía agazapado en esos documentos, desde los<br />

cuales no cesaba de desprenderse un ulular de timbre penetrante,<br />

que a partir del día de hoy, probablemente, ya ella no dejaría<br />

de escuchar nunca más, ni siquiera cuando estuviese dormida.<br />

La clandestina actividad de los guardianes del orden, que<br />

contribuía a generar el caos, la acumulación de los expedientes,<br />

fértil campo para el quehacer de los abogados, la presencia de<br />

seres desesperados que se abrían paso a golpes en medio del<br />

conjunto de otros seres desesperados, todos intercambiando permanentemente<br />

los papeles, todo eso era algo que de repente le<br />

hizo darse cuenta a María Teresa de que hasta ahora había vivido<br />

en otra galaxia, que nada tenía que ver, aparentemente, con la<br />

que se desparramaba por el suelo.<br />

Los textos que estaba viendo mostraban con crudeza, y<br />

de un modo reconcentrado, a un colectivo en el cual cada<br />

quien se dedicaba a la cacería del otro, dramas que no se agotaban<br />

al cerrarse el círculo, más bien no había ningún círculo,<br />

sólo un largo camino a cuyos lados se encontraban unos<br />

zanjones dentro de los cuales iban siendo lanzados los desechos<br />

de las redes, entre cuyos intersticios se habían atascado,<br />

en un itinerario que terminaba conduciendo al vacío.<br />

—Todos éstos son casos que están todavía en proceso<br />

—explicó Marco Vinicio—. Tenemos gente en la calle investigándolos.<br />

Hay antiguos inspectores sumamente preparados<br />

que están dedicados a esto. Pero lo más difícil es adivinar<br />

dónde te conseguirás con un obstáculo insalvable, atravesado<br />

311


en tu camino, en un espacio que se va modificando permanentemente,<br />

cerrándose sobre sí mismo.<br />

María Teresa tuvo la sensación de haber extraviado todas<br />

las fórmulas y todas las estrategias preestablecidas con las<br />

que hasta ahora había intentado dar cuenta del presente, y que<br />

necesitaba hacer coincidir su andar con el nuevo ritmo que había<br />

descubierto y, al mismo tiempo, mantener la mirada inquisitiva<br />

que había empezado a poner en práctica en este día,<br />

para sujetar su terror y utilizar su agudeza mental, y así poder<br />

enfrentar este mundo hasta ahora insospechado.<br />

—Vamos a bajar un momento, María Teresa —suplicó<br />

Marco Vinicio—, necesito despejar la cabeza y comer algo.<br />

Bajaron. Un gentío se movía en el local, al igual que tantas<br />

horas antes, fabricando un tráfago en el que algunos a veces<br />

lograban llevar a cabo los asuntos que se proponían, mientras<br />

que otros se estaban ahí solamente para captar las oportunidades<br />

que se presentasen. María Teresa sintió que toda esa gente<br />

que los rodeaba era como una repetición, en vivo, de los grupos<br />

de las carpetas, que, de esta manera y en contra de su voluntad,<br />

en el día de hoy la invadían doblemente.<br />

Al poco tiempo insistió en volver a subir. La iglesia de al<br />

lado del mercado se manifestaba como una línea inmóvil en<br />

medio del constante pulular de la gente, todas esas personas<br />

yendo de un lugar a otro, siempre alertas, sin sorprenderse<br />

nunca, ni siquiera ante frases como esa de que no se mueva, si<br />

no lo mato, al oír las cuales quizás sólo se pondrían a caminar<br />

un poco más despacio, o simplemente tratarían de mimetizarse<br />

con la basura, o de hacerse invisibles en medio del embrollado<br />

desplazamiento.<br />

Una vez de vuelta en la oficina, respondiendo a un impulso<br />

repentino, se abrazó a Marco Vinicio. Él, olvidando todas<br />

sus estrategias, la acogió con muelle naturalidad. Así se<br />

estuvieron, como si se hubieran puesto de acuerdo, movidos<br />

por un poderoso y violento sentimiento de mutuo amparo, hasta<br />

que la sangre que corría en sus venas se despertó también,<br />

312


y entonces ya se produjo un cambio en el juego de las manos, y<br />

las piernas comenzaron a enredarse las unas con las otras, las<br />

cabezas olvidadas del ambiente sórdido que las rodeaba.<br />

Ella percibió la solidaridad y lo agradeció entrando en el<br />

ritmo de él, inspirándose en su inspiración, girando los dos<br />

al unísono, aparejados, huyendo de las tragedias, imprimiéndole<br />

velocidad al ritual que estaban escenificando en ese lugar, un<br />

ritual que esta vez no era sólo respuesta al ardor de sus cuerpos,<br />

sino también manifestación de la compasión con la que intentaban<br />

conjurar la presencia de tantas navajas que se levantaban<br />

erizadas desde los papeles que habían estado revisando.<br />

Pero al poco rato él comenzó a irritarse por haberse contagiado<br />

del estado anímico de ella, cuando a fin de cuentas su<br />

empresa se alzaba sobre ese orden que tanto la había afectado,<br />

sobre la gran violencia reinante, que generaba tragedias que<br />

eternamente se repetirían, y ya él estaba más que acostumbrado<br />

a tratar con ellas. Él era un tipo básicamente alegre, que no<br />

se enrollaba fácilmente, y para verlo a él traumatizado hacía falta<br />

mucho más que estos documentos, a los que, además, ya se<br />

conocía de memoria, él era un macho, para qué le estaría haciendo<br />

caso a esta carajita, ni las armas verdaderas le producían<br />

impresión a él, mucho menos lo iba a lograr su mera descripción,<br />

por mejor presentados que estuviesen esos textos.<br />

A medida que todo esto le fue pasando por la cabeza se<br />

fue quedando quieto, puede que hasta dormido. María Teresa,<br />

que se había dejado llevar por el tempo de él, se sintió<br />

desconcertada. Había estado en sintonía con él mucho más<br />

que la otra vez, sintiendo algo más que lo puramente genital,<br />

y de pronto ahora estaban el uno junto al otro, pero la comunicación<br />

se había clausurado. Eres tan linda, le había dicho<br />

él, quisiera estar contigo todas las veces del mundo, mi reina,<br />

acéptame, llega conmigo hasta el final. Pero ahora de repente<br />

ya no había viaje, algo lo había interrumpido, algo detuvo<br />

lo que habían emprendido de común acuerdo, algo que sólo él<br />

sabría en qué consistía.<br />

313


De tanta muerte que habían encontrado habían pasado<br />

al tanto amar, al quererse el uno al otro. Para María Teresa<br />

fue sentirse de nuevo formando parte de una pareja, no como<br />

en los tantos encuentros casuales que había tenido, de los que<br />

prefería no acordarse. Había creído encontrar a alguien con<br />

quien compartir los silencios y las inseguridades, para percibir<br />

juntos una atmósfera común, y también para abocarse<br />

con una voluntad simple y pura a la exigencia que se desprendía<br />

de todas esas carpetas que ahí, desde el suelo, mostraban<br />

la representación de las duras acciones a las que, a lo<br />

largo de este día, había asistido como espectadora.<br />

Sin embargo, ya ella había cambiado. Lamentó la cancelación<br />

del viaje, pero no hizo de ello un caso de amor propio.<br />

Con cuidado, con levedad, se desprendió de Marco Vinicio, el<br />

cual, efectivamente, se había dormido, y arreglándose la ropa,<br />

volvió ella sola a seguir revisando los expedientes.<br />

Recordó el día que la tarada de la Sonia le hizo la gran<br />

infamia, en esa fiesta para la cual ella se había preparado con<br />

tanta ilusión, sin pensar que iban a ser los últimos momentos<br />

de su felicidad junto a Gabriel. Sus ojos se humedecieron<br />

pensando en esa mala hora, en la cual la habían sacado fuera<br />

de juego, pero luego se llenó de valor nuevamente, y se dedicó<br />

otra vez a asediar los expedientes.<br />

Observó que las carpetas estaban clasificadas de acuerdo<br />

con las zonas de la ciudad a las que correspondían, en las<br />

que se habían establecido unas ciertas fórmulas para que algunos<br />

no lograran morirse, a la vez que se experimentaban otras<br />

que tendían a acortar la existencia de los demás. Trató de calmarse<br />

y se dedicó a estudiar cada uno de los casos que todavía<br />

le faltaban por revisar, en el trasfondo de los cuales era una<br />

constante el hecho de que se movía mucho dinero, en cuanto a<br />

eso no había duda posible, ésa era la base del poder, de si se<br />

pronunciaba la palabra de aceptación o la de rechazo, de si<br />

se mantenía la pertenencia al grupo, como un semejante más,<br />

como uno de los elegidos, o si, en cambio, la condena revocaba<br />

cualquier opción a formar parte de ese mundo vertiginoso.<br />

314


María Teresa tomó una carpeta que estaba en el extremo<br />

de la mesa. Era la historia de una vasta red de complejas<br />

ramificaciones, que contaba con una participación casi multitudinaria,<br />

y que abarcaba a distintos países, pero cuyo centro<br />

de operaciones eran el valle y los cerros de Caracas. Se trataba<br />

de unos expertos en secuestros y en falsificación de billetes<br />

y en otras actividades similares, debajo de las cuales fluía un<br />

mundo más oscuro aún, el casi inevitable de la droga. La carpeta<br />

llevaba por título el de Ciudad Gótica.<br />

Desde uno de los numerosos retratos que incluía el<br />

contenido de la carpeta, casi irreconocible gracias a unos bigotes<br />

que hasta entonces nunca habían formado parte de sus<br />

rasgos, y haciendo una mueca que mostraba sus encías, irreverente<br />

y poderoso, prácticamente separándose de la carpeta<br />

para corporeizarse fuera de ella, se encontraba mirándola,<br />

tenaz y despiadado, Wilmer Tovar.<br />

En verdad nunca, entre una y otra carpeta a revisar, actividad<br />

a la que había dedicado estas largas horas, infatigablemente,<br />

en busca de alguna pista, había soñado realmente<br />

con la posibilidad de hacer un hallazgo tan importante. No lo<br />

podía creer. Pero era cierto, era Wilmer el que estaba ahí.<br />

Bastantes veces había visto su retrato en el periódico en los<br />

días en los que la prensa reseñó el asesinato de Luis. Empezó<br />

a hojear febrilmente la carpeta, a leer fragmentos, aquí y allá,<br />

de ese expediente. En otro sitio, de pronto, una foto le devolvió<br />

la imagen de la extraña mujer que la había abordado en la<br />

calle, la de las cejas tan marcadamente trazadas.<br />

Sintió que un intenso calor le subía a la cabeza. Por un<br />

segundo pensó en despertar a Marco Vinicio, pero una pequeña<br />

nota que sonó en su interior le insinuó que no debía hacerlo.<br />

Se tocó el piercing que tenía incrustado en la mejilla, cuyo<br />

contacto siempre le traía suerte, y empezó a actuar con gran<br />

precaución. Fue hasta donde estaban las grandes rumas de<br />

carpetas, y luego de sacar apresuradamente todos los documentos<br />

del expediente fascinante, escondió la carpeta vacía<br />

en el medio de una gran cantidad de ellas.<br />

315


Si supieras, Marco Vinicio —pensó—. Pero te quedaste<br />

dormido, eso fue un desprecio para mí, aunque luego resultó<br />

mejor así. En eso consistió tu error. Si te das cuenta,<br />

mala suerte, chamo, si te vi, no te conozco.<br />

Dobló rápidamente el voluminoso expediente y lo metió<br />

en su cartera. Echó una última mirada a Marco Vinicio,<br />

para asegurarse de que seguía durmiendo, abrió la puerta y<br />

salió sin hacer ruido.<br />

En un dos por tres bajó corriendo las escaleras. Se sentía<br />

exaltada ante lo que había pasado y ante las perspectivas que<br />

se le abrían de repente, a tal punto que tuvo una especie de vértigo<br />

que la obligó a detenerse un rato a tomar aire. Se sentía<br />

como una gran aventurera, alguien con capacidad de decisión<br />

sobre el destino de los seres humanos cuyo historial llevaba en<br />

su cartera. Pero luego, de pronto, se estremeció al pensar en los<br />

riesgos a los que se iba a enfrentar, en el peligro dentro del<br />

cual se estaba introduciendo, y en lo sola que estaba ante todo<br />

eso. Quiso correr de vuelta donde Marco Vinicio y pedirle<br />

ayuda, puesto que él tenía mucha experiencia en todo esto,<br />

no era una pobre muchacha como ella, alguien que en el fondo<br />

era una verdadera boba, que se consideraba a sí misma<br />

muy hábil y audaz, pero que había cometido ya como cincuenta<br />

mil errores en su vida, y que ahora probablemente acababa<br />

de cometer uno de los más grandes.<br />

Pero la situación ya no tenía marcha atrás. Lo que llevaba<br />

en la cartera era como una bomba de tiempo, y sería<br />

ella la que tendría que pensar duramente en cómo actuar y<br />

qué hacer con todo eso, con la crónica de Wilmer y de la mujer<br />

misteriosa y de todo ese grupo relacionado con ellos. De<br />

manera que no regresó a la oficina de Marco Vinicio, siguió<br />

sola por su camino, hasta donde fuera que tuviera que llegar<br />

en su recorrido.<br />

316


28<br />

Ahí en el barrio, entre sus amigos, Wilmer se sentía libre.<br />

Compartían las mismas historias, y unas cosas y otras, como<br />

los levantes y los amores y todo eso. Y cada vez que él le rasgaba<br />

las tripas a alguien sentía reafirmarse el hecho de ser el<br />

jefe de todos ellos, que lo admiraban y le decían, loco, qué<br />

arrecho, eso fue de lo máximo.<br />

Ahora, en la nueva situación, todo era distinto, Paula revisaba<br />

expedientes y repasaba aquellos infinitos recovecos de<br />

la ciudad que ese grupo tan rígido controlaba. Se ocupaban del<br />

tráfico y constataban los resultados, y él ahora era uno más<br />

entre muchos, uno importante, eso sí, pero no el principal.<br />

Un tiro recorrió el callejón, embolsándose la ambigüedad<br />

de las relaciones que ahí se expresaban.<br />

Había mucha posibilidad de ganancia, pero dentro de<br />

una incertidumbre marcada por los accidentes dictados por el<br />

azar. Trabajaban dentro de un hirviente laberinto, y habían<br />

logrado pisar más duro que los demás, en esta ciudad cuyas<br />

calles el fuego del sol igualaba. Iban por caminos de tierra<br />

buscando la sombra, y estaban lanzados a matar.<br />

El deseo del poder los quemaba por dentro, y si tenían<br />

que adquirirlo a patadas así lo harían, eso no los atormentaba.<br />

Y en medio de la lluvia de balas que a veces los golpeaba, no<br />

dejaban de seguir manteniendo sus diálogos. A él le gustaba<br />

recordar que había metido en una funeraria a Luis Jiménez, lo<br />

había clavado serenamente y el carajo tuvo que abandonar<br />

el juego y así terminó perdiendo la partida.<br />

317


El bajista se había colocado en una vitrina, exhibiéndose<br />

para que lo admiraran. Se quiso situar por encima de los demás<br />

y entonces él tuvo que írsele encima, y ahora recordaba su<br />

cuerpo arqueándose y cayendo.<br />

Coño, dame otra cerveza, le decía Paula, cuando todavía<br />

sus encuentros eran en el barrio, y los niños de la zona<br />

iban y venían, las niñas también, asistiendo con interés a todo<br />

lo que ahí sucedía. Ellos pedían una ronda tras otra, y a<br />

veces se podía percibir el seco pavor en medio del cual las<br />

balas se construían un nuevo hogar. Los bebedores se mantenían<br />

como ausentes y luego ordenaban otra ronda más.<br />

Él se comportaba como lo que era, el más cotizado.<br />

Establecía alianzas en distintos espacios y llevaba relaciones<br />

muy jodidas, pero que hacían nacer expectativas de nuevas<br />

posibilidades. Algunos lo rehuían y le insinuaban que en ese<br />

lugar la policía, tras bastidores, tenía sus amplias redes y controlaba<br />

del todo la situación. Entonces la risa de Wilmer se<br />

desparramaba, burlándose de aquellos que se imaginaban que<br />

él podía fracasar. Veía a los tipos tirados sobre las escaleras, y<br />

se reía de que no supieran que él se movilizaba en medio de<br />

esas redes mejor que cualquiera. De un salto se acercaba a la<br />

escalera y los tipos también, siempre, se levantaban de un salto,<br />

todos tremendamente acuciados por el deseo de una confrontación<br />

en esas zonas en las que circulaba siempre una<br />

subterránea presión para promover esos enfrentamientos.<br />

Paula intervenía y había que refrenarse. Ella le había<br />

prohibido buscar pleito. Le explicaba que era una irresponsabilidad<br />

provocar ese mundo, que era externo a la red de ellos.<br />

El espíritu burlón de Wilmer podía traer consecuencias muy<br />

graves para la organización a la cual ahora ellos pertenecían.<br />

El afán de seducir que él practicaba con tanto arte no se podía<br />

entremezclar con las actividades ilícitas que ese grupo<br />

mayor practicaba, con un arte no menos excepcional.<br />

A Wilmer en el fondo eso le costaba mucho aceptarlo.<br />

Él era un varón, y todos esos mascarones que se imaginaban<br />

318


que llevaban los pantalones bien puestos, si no recurrían al<br />

monte perdían el valor y la ciudad les quedaba grande. Él, en<br />

cambio, sólo necesitaba de la hoja de su cuchillo, y entonces<br />

no transigía con nadie.<br />

319


29<br />

Miró la chaqueta de gamuza, tirada sobre la cama, y percibió<br />

la falta del cuerpo que solía llenarla de una manera tan obvia y<br />

natural. Se había convertido en una mera silueta, ausente la<br />

forma que le daba volumen y le permitía cumplir la condición<br />

para la cual había sido diseñada.<br />

Cerró los ojos, indefensa ante la visión de la chaqueta<br />

vacía, sin encontrar dentro de sí ningún otro recurso más sofisticado<br />

para elaborar la presencia insoportable de la ausencia<br />

que de esta manera se manifestaba. Huyó de la imagen con el<br />

elemental mecanismo de evitar verla, y este gesto la llevó a recordar<br />

el ya desechado proyecto de la mujer ciega, ese papel<br />

para el cual se había preparado con tanto esmero.<br />

Continuó con los ojos cerrados, clausurada al mundo,<br />

impidiendo la llegada de señales que no era capaz de procesar,<br />

no deseando recibir comunicación alguna, incapaz a su<br />

vez de comunicar ella misma nada que no fuese un quejido,<br />

un gruñido, sonidos inarticulados que en nada se asemejaban<br />

a la fuerza del aullido, sólo unos gemidos dentro de los cuales<br />

se concentraba el largo lamento deslavazado que no podía<br />

sacar fuera de sí. De modo que siguió refugiándose en la opción<br />

de cubrir con los párpados su mirada, obstruyendo de<br />

esta manera su forma de expresión más intensa y poderosa.<br />

Gabriel y sus amigos le habían puesto Ciudad Sitiada a<br />

su grupo, como en un juego de irreverencia y de crítica, retando<br />

al mundo y proponiéndose subvertirlo, ceñidos al registro<br />

321


de la música, mediante sonidos, textos, gestos y movimientos.<br />

Pero en determinado momento se vieron lanzados a otro tipo<br />

de correspondencias, al cual fueron empujados por situaciones<br />

que se fueron presentando de una manera inconsulta y arbitraria,<br />

y entonces, imperceptiblemente, pasaron a otro registro, a<br />

estar sitiados de verdad, la metáfora cedió el paso a lo real,<br />

y ellos se sintieron cada vez más invadidos por la escueta brutalidad<br />

de los hechos. Pero como eran jóvenes y generosos, y<br />

creían en lo que estaban haciendo, creían en su música y en su<br />

arte, y en las letras de sus canciones, que los comprometían y<br />

con las cuales se sentían obligados, se vieron impulsados a dar<br />

el combate en el terreno de la realidad. Y entonces los mayores,<br />

sobre todo ella misma y Philippe, en vez de aportar su experiencia<br />

y atemperar la insensatez del proyecto, ellos también a<br />

su vez insensatos y desaforados, eternos adolescentes soñadores<br />

y tercamente creyentes en utopías, se embarcaron en este<br />

intento de interceptar la realidad y transformar el rumbo de los<br />

acontecimientos, con apenas el frágil recurso de los sueños y<br />

de los fantasmas con los que desde siempre se tejía la materialidad<br />

del arte, por más que se apoyase en tecnologías avanzadas<br />

y en complejas estructuras. Con soberbia y orgullo<br />

pretendieron poseer el poder y la capacidad de impartir justicia<br />

y de sentar precedentes, y así torcer el curso de los hechos, y<br />

ahora les costaba volver a hallarse a sí mismos, extraviado el<br />

camino para retornar a la existencia que habían llevado hasta<br />

ahora, la cual parecía haber sido abolida tanto por los acontecimientos<br />

que habían tenido lugar, como por los que ellos no<br />

habían sido capaces de producir.<br />

Abrió los ojos y miró en derredor, aturdida y desorientada.<br />

No tenía reloj, lo cual no era usual en ella, y no pudo<br />

adivinar la hora, lo cual tampoco era habitual, puesto que<br />

normalmente tenía una aguda conciencia del tiempo. Pero<br />

ahora ya todo se hallaba trastrocado.<br />

Ella había apostado su existencia a la fastuosa actividad<br />

de convertir, por la fugaz duración de una puesta en es-<br />

322


cena, en seres corporeizados a fantasmas que desaparecerían<br />

para siempre una vez finalizada la función, luego de haber<br />

obtenido una intensa y acelerada presencialidad a partir del<br />

cuerpo y del espíritu que ella les prestaba, como si de verdad<br />

fueran de carne y hueso, es más, casi como si fueran de piedra,<br />

puesto que eran unas figuras con vocación de eternidad,<br />

aunque se desvanecían de escena luego de haber flotado brevemente<br />

sobre el corazón de los presentes.<br />

A su mente vino el recuerdo de los <strong>libro</strong>s que leyeron<br />

juntos José Antonio y ella. A partir de ahí fue como empezó<br />

a convivir con personajes ficticios.<br />

Había rechazado desde un comienzo la idea de formar<br />

hogar con un hombre que perteneciese al mundo del teatro.<br />

Ése era su espacio y le molestaba la idea de que su vida privada<br />

interfiriera en él. Cuando se volvió a encontrar con José<br />

Antonio, muchos años después de haber leído poesía juntos,<br />

la de García Lorca, Quevedo y Antonio Machado, ella creyó<br />

soñar que retornaba a una tierra perdida. José Antonio representaba<br />

el mundo mágico de los años de la adolescencia.<br />

El encuentro con José Antonio hizo que esos tiempos<br />

antiguos, que estaban tan intensamente grabados dentro de<br />

ella, reapareciesen como un llamado, trayendo consigo los<br />

versos, la textura de los volúmenes, el papel sobre el que todo<br />

eso estaba escrito y el rincón de la sala de su casa donde<br />

ellos dos los leían.<br />

Entonces se dejó envolver por toda esa fantasía, y casi sin<br />

darse cuenta cometió la ridiculez de casarse con José Antonio,<br />

en la alucinada fascinación de que ese hechizo de la adolescencia<br />

podría reiterarse. Sólo mal podía terminar lo que surgía<br />

sobre bases tan absurdas, a partir de las cuales ella hizo el<br />

deslucido papel de una Madame Bovary del siglo XX, pero sin<br />

la grandeza de Emma, ésa era la mayor ridiculez de todas.<br />

El matrimonio muy pronto se fue tornando asfixiante,<br />

y ella sintió la necesidad perentoria de acabar con esa historia.<br />

No soportaba vivir cercada por José Antonio, esa continua<br />

323


presencia que se imponía voluntariosamente, atosigándola<br />

con su compañía. Todo eso a ella la paralizaba, esa obsesiva<br />

necesidad de él de estar junto a ella, en un esfuerzo contraproducente<br />

que desembocaba en cerrar toda posibilidad<br />

de encuentro.<br />

Se cuestionó a sí misma por haber tomado esa decisión<br />

tan absurda del matrimonio, después de lo cual lo deshizo,<br />

sin titubear, y logró recuperar la paz perdida. Se reintegró plenamente<br />

a su mundo, a ese por el que había apostado desde<br />

siempre, el de ofrecer sin límites su rostro y su cuerpo a aquellos<br />

seres desdibujados que vislumbraba en las butacas de las<br />

salas. A ese modo de estar en la vida que había encontrado para<br />

responder al deseo de expresar los múltiples seres que parecían<br />

querer adquirir existencia desde el sentir de ella.<br />

La suntuosa experiencia de ser actriz era su opción de vida,<br />

y estaba dispuesta a seguir en el teatro hasta el último momento,<br />

incluso si, con inmenso dolor, un día se viera precisada<br />

a reconocer que ya no estaba en condiciones de continuar actuando.<br />

Pero aún entonces seguiría ahí, si no en otra parte al<br />

menos en la taquilla, vendiendo las entradas, o como ayudante<br />

de utilería, o lo que fuese, pero realmente no se podía imaginar<br />

a sí misma respirando otra atmósfera que no fuera la del teatro.<br />

Había unido su suerte a la de todos los actores del<br />

mundo, payasos, saltimbanquis, juglares o comediantes de la<br />

legua. No sabía hacer otra cosa en la vida, su vínculo primordial<br />

era con el mundo de las tramoyas y con el del público, el<br />

que se establecía entre ella y la secta cada vez más pequeña<br />

de los amantes del teatro, los cuales, aunque menos numerosos,<br />

seguían siendo apasionados y fervorosos y nunca dejaban<br />

de acudir al llamado de la escena, para escuchar la<br />

sonoridad de las palabras, mirar los gestos de los rostros y las<br />

posiciones de los cuerpos, y para llegar, junto con los actores,<br />

hasta las vísceras de los personajes, hurgar dentro de<br />

ellas y vivir las historias que se escenificaban sobre las tablas.<br />

Cuando las cortinas bajaban esas historias finalizaban y<br />

324


los actores se quitaban el maquillaje y se despojaban de los<br />

disfraces, convirtiendo a todos esos personajes que momentos<br />

antes aún estaban sufriendo, o alcanzando la máxima felicidad<br />

con la que hubiesen soñado, o haciendo cabriolas, o<br />

ya transformados en cadáveres, en meros residuos devaluados<br />

de motas de algodón manchadas de pintura, en pelucas<br />

que sólo cubrían el vacío o en ropas tiradas a un lado, ya desprovistas<br />

de cuerpo.<br />

Las luces se apagaban, el hechizo se desvanecía y los<br />

fantasmas se aventaban hacia la nada, como cuando se sopla<br />

una vela prendida y de pronto la oscuridad lo cubre todo.<br />

Philippe se había propuesto conjurar a un personaje de<br />

ultratumba, en el proyecto común de todos ellos, pero su talento<br />

en hacer hablar a los seres de su invención o a los que<br />

recibía como producto de la inventiva de otros estaba fallando,<br />

quizás porque temerariamente estaba pretendiendo aleccionar<br />

al mundo. Habían asumido una posición soberbia, algo<br />

así como decir, no somos como todos, somos artistas. Pero<br />

luego el personaje mismo, por el que hicieron ese esfuerzo<br />

inmenso y puesto en marcha un proyecto de tanta envergadura<br />

y de tanto riesgo, había terminado por burlarse de todo<br />

eso, se había revuelto en contra de ellos, y a su afán justiciero<br />

había opuesto su propia injusticia, de una manera inopinada<br />

e insospechada, retándolos y criticándolos, poniendo en<br />

duda su buena fe y lanzándoles a la cara el que se imaginaran<br />

ser unos grandes revolucionarios, dando por sentado, al mismo<br />

tiempo, que no lo eran.<br />

Nos estamos desgastando, pensó, y nos estamos moviendo<br />

en círculo, y el plan no es más que un imposible intento<br />

de recuperar una vida y un mundo ya irrecuperables.<br />

¿Pero acaso no era ése uno de los papeles inmemoriales<br />

del arte? Revivir lo que ya no existe, darle palabra a lo<br />

que permanece mudo, recuperar del olvido lo que se halla difuminado<br />

en el oscilante aire de los tiempos y poner en movimiento<br />

el secreto persistir de los antiguos cantos.<br />

325


Ahora, sentada en la penumbra del patio, escuchando el<br />

silbido de los murciélagos, esos oscuros fulgores que cruzaban<br />

por el centro de la noche mostrando la fuerza de la fragilidad de<br />

su sedoso vuelo, confundidos con las sombras que iban cubriendo<br />

los techos de la ciudad, se daba cuenta de que las tragedias vividas<br />

habían producido dentro de ellos una incandescencia y los<br />

habían impulsado a la acción, pero que en verdad lo único que<br />

estaban logrando era enredarse en una búsqueda interminable,<br />

para vivir la paradoja de que la realidad que habían querido subvertir<br />

terminó atrapándolos a ellos.<br />

Se reclinó en el respaldo de la silla de mimbre. Dentro<br />

de su cabeza los pensamientos se enmarañaron y las ideas de<br />

liviano brillo fueron desalojadas. La delicadeza que ella se esmeraba<br />

en cultivar fue abolida por la brutalidad del crudo hecho<br />

de que su hijo Gabriel había sido secuestrado y quizás<br />

ahora ya estaba muerto. Los pensamientos se convirtieron en<br />

una especie de goma arábiga, en un viscoso mucílago imposibilitado<br />

de adquirir coherencia. Su cabeza parecía agrietada,<br />

como si tuviera goteras por donde se colaran sustancias desprendidas<br />

del tiempo, materias mudas como miasmas.<br />

Envuelta por el horror, se cerró a los sonidos del mundo.<br />

Se trataba de una experiencia nueva para ella. Jamás, ni en los<br />

momentos más difíciles de su vida, había dejado de mantener<br />

abiertos sus sentidos, para percibir las señales que emitía la<br />

realidad circundante, origen de alguna manera de todo lo que<br />

ella creaba, siempre a partir de lo que venía desde afuera, lo<br />

cual le llegaba a veces incluso en demasía, pero que eran elementos<br />

motivantes a los que ella nunca dejaba de tomar en<br />

cuenta, ni a los más insignificantes, y sólo los desechaba una<br />

vez examinados, en un proceso casi inconsciente en el que ella<br />

encontraba placer y que había ejercido vorazmente hasta ahora.<br />

Pero en este momento cerró los ojos y los oídos, y en<br />

el espacio de su mente sólo dejó lugar para las imágenes y<br />

las sonoridades relacionadas con su hijo. Escuchó dentro de<br />

sí una evanescente canción que arrastraba un áspero sedi-<br />

326


mento de liturgia, materializada en una voz contenida e hiriente,<br />

cargada al mismo tiempo de dureza y de dulzura, a<br />

través de la cual ella se invocó a sí misma, a la vez que invocaba<br />

al hijo ausente.<br />

Un avión cruzó el cielo, gestando una señal de existencia<br />

que mostró, por unos segundos, su apariencia de levedad,<br />

sostenida por toneladas de duro metal.<br />

Un disparo breve y seco sonó en algún sitio próximo.<br />

De algún otro lugar llegaron los sonidos de una balacera producida<br />

por otros tipos de armas. Pero en verdad Camila no<br />

escuchó nada de eso, que de todas maneras ya formaba parte<br />

habitual del ruido cotidiano.<br />

Entró a la casa para cambiarse de ropa. En medio del calor<br />

nocturno, cuando ya los sueños reverberantes están a punto<br />

de confundirse con una realidad a su vez titilante, miró<br />

hacia la calle por la ventana de atrás, de donde ahora sólo llegaba<br />

el silencio, dentro del cual el tiempo parecía adelgazarse,<br />

mientras ella intentaba reunir los residuos del día, envuelta por<br />

los hilos de araña a través de cuyo entramado fluía el espacio<br />

de la noche.<br />

El teléfono repicó en ese momento y ella se alejó de la<br />

gran ventana.<br />

—Aló —contestó. Al mismo tiempo, inesperadamente,<br />

la invadió el deseo de que del otro lado de la línea estuviese<br />

el muchacho que había llegado de Mérida. Pero el cable le<br />

trajo la voz de una chica.<br />

—Señora Camila, escúcheme con mucho cuidado. Se<br />

trata de un mensaje importante, no sé si comprende a qué<br />

me refiero.<br />

Miró otra vez hacia la ventana, como tratando de huir<br />

de esa llamada, o buscando una respuesta en algún <strong>libro</strong> sagrado<br />

inexistente que estuviese allá afuera. A lo lejos de nuevo<br />

se oían los sonidos de una balacera.<br />

—Es Patricia —siguió oyéndose del otro lado del teléfono.<br />

Camila pensó que no conocía a nadie con ese nombre,<br />

327


pero ya la muchacha completaba su identificación—. Una<br />

amiga de María Teresa Márquez, la que fue novia de su hijo,<br />

señora Camila. Hay una información muy importante que<br />

quisiéramos comunicarle.<br />

Aunque lo esperaba, la mención de Gabriel la perturbó<br />

de tal modo que tuvo que sentarse. Nítidamente se presentó a<br />

su vista la imagen de su hijo, una imagen de las de antes, primero<br />

con María Teresa y luego con Sonia, Gabriel detenido en<br />

su mirada, parado ahí, riéndose, sin sospechar todo lo que le<br />

esperaba, avizorando un futuro que estaba todavía por construirse<br />

y que lo prometía todo, sintiéndose aceptado y formando<br />

parte de un grupo, deleitándose en la contemplación de una torta<br />

todavía no partida, aunque comenzando ya a picarla, con ternura,<br />

con cuidado, pero también lanzándose sobre ella con avidez,<br />

para saborearla y devorarla, creyendo que siempre vendrían nuevas<br />

tortas, de infinitos sabores, una inacabable hilera de tortas<br />

que estarían siempre ahí, esperando por él.<br />

Con la certidumbre de que dentro de un instante una<br />

nueva visión sustituiría a la anterior, y con la duda en cuanto<br />

a cuál sería el espacio sobre el que se proyectaría el atroz juego<br />

por una vida, se reintegró al teléfono, al punto en el que se<br />

había interrumpido la conversación, y contestó:<br />

—Dime, Patricia, ¿de qué se trata? —intentó evitar cualquier<br />

inflexión de ansiedad en la voz. En realidad no recordaba<br />

bien quién era esa muchacha con la que estaba hablando.<br />

—Señora Camila, es urgentísimo que hablemos con<br />

usted, pero personalmente. Es algo grave —contestó la chica.<br />

—¿Pero quién eres tú? —perdió los estribos Camila—.<br />

¿Quiénes son los que tienen que hablar conmigo sobre mi hijo?<br />

La casa parecía dar vueltas con ella. De ser un hogar se<br />

había convertido en algo así como un campamento, en apenas<br />

un lugar para alojarse.<br />

—Aló, aló —decía ahora la voz de Patricia, pensando<br />

que se había producido algún problema con la audición,<br />

puesto que ella había contestado, pero aparentemente no había<br />

sido escuchada.<br />

328


A Camila le provocó dejar el teléfono descolgado. La<br />

casa seguía dando vueltas, como la rueda gigante de un<br />

macabro parque de diversiones. No, él no puede estar muerto,<br />

se dijo, mientras dentro de su cabeza comenzó a sentir<br />

una intensa presión y los objetos que la rodeaban parecían<br />

perder su luminosidad.<br />

No supo cuánto tiempo pasó así, a estas alturas de su<br />

desconcierto, ni si Patricia seguía o no al otro lado del teléfono.<br />

Hasta que de pronto sintió la angustiosa urgencia de hablar<br />

con ella. Se le hizo presente de golpe la trascendental<br />

importancia que podía tener el mensaje que se le ofrecía.<br />

Ahora le pareció que sólo ellas dos se encontraban en el inclemente<br />

espacio vacío del universo, aunque quizás en algún sitio,<br />

en el trasfondo, estuviese también María Teresa, quien<br />

había surgido del mundo del rock y luego fue retirada de la vida<br />

de su hijo, para el cual ella se convirtió en nadie, y por lo tanto<br />

la hizo salir del escenario de su existencia. Sin embargo ella<br />

ahora reaparecía, quizás para asumir algún papel protagónico<br />

antes de la gran escena final.<br />

—¿Qué me querías decir, Patricia? —se dirigió al teléfono.<br />

Pero ya nadie le contestó. Le costó creerlo. La voz del<br />

otro lado se había ido y ella había dejado pasar, inexplicablemente,<br />

una oportunidad irrecuperable. Día a día había esperado<br />

una llamada, un contacto, una señal de vida que produjera<br />

alguna información en cuanto al destino de su hijo, y cuando<br />

por fin se producía ese algo, o una posibilidad de algo, aunque<br />

fuese remota, entonces ella, de una manera del todo absurda,<br />

se negaba a recibir una comunicación que podía ser<br />

vital e insustituible.<br />

Era inconcebible que hubiese reaccionado de esa manera.<br />

Ella no era así, era una mujer inteligente y activa, eficaz,<br />

no una imbécil que se asustaba ante las realidades de la<br />

vida, por más crueles que ellas fuesen.<br />

Volvió a salir al jardín. El aire rozó su cara, como traído<br />

por una brisa venida de lejos.<br />

329


La invadió el deseo de entregarse a la atmósfera y desintegrarse<br />

dentro de ella, ante una realidad que se había tragado<br />

a Gabriel y frente a la cual ella no había sido capaz de<br />

reaccionar, mucho menos de hacerlo de una manera creativa,<br />

digna de su hijo y digna también de ella misma. Se había<br />

quedado paralizada, evadiendo el enfrentarse a la situación y<br />

depositando su silencio sobre la bocina del teléfono.<br />

Años enteros parecían estar pasando ahora delante de<br />

ella, mientras el globo terrestre seguía dando sus vueltas, inexorablemente,<br />

junto con todos sus pasajeros, tanto los que aún<br />

estaban vivos sobre su superficie, como aquellos de los que ya<br />

sólo quedaban los huesos en el interior de sus profundidades.<br />

Tendió las manos como para sujetar en ellas a una criatura<br />

invisible, como si estuviera interpretando un papel en la<br />

sala de teatro. Se imaginó que ella era Andrómaca trayendo<br />

en sus brazos a Astianax, exigiendo tenerlo junto a sí por un<br />

sólo instante más, y despidiéndolo, desgarrada, altiva, resistiendo<br />

el dolor irresistible, despidiéndolo con esas palabras<br />

que había pronunciado tantas veces en las tablas: ¡Chiquillo<br />

mío! Me vas a dejar, vas a morir. Después no recordaba muy<br />

bien cómo continuaba el texto, pero sí aquel trozo en el que<br />

la madre del príncipe de Troya, una madre apenas, frente a<br />

apenas un hijo, exclama: ¡Cuerpo, cuerpo querido, todavía<br />

vives y hueles tan bien!<br />

Pero ella no había actuado como Andrómaca, ni tampoco<br />

como Hécuba, esa decrépita anciana que resistió ferozmente<br />

hasta el final, imprecando y maldiciendo sin temor a sus dioses.<br />

Ella solía interpretar con tanta verosimilitud a esas grandes heroínas,<br />

rescatando de sus propios huesos la fuerza necesaria<br />

para contar las terribles historias de todas esas mujeres, todas<br />

las tragedias a las que ellas se enfrentaron sin tropezar con los<br />

obstáculos y sin entregarse a la debilidad.<br />

Claro, ahí se trataba de obras de arte, de ficciones que<br />

alguien había inventado, o que habían salido al mundo exterior<br />

de los estratos más profundos desde los cuales los pueblos<br />

330


enviaban sus creencias y sus fantasías, de las cuales sólo se<br />

conservaban las mejores, como los diamantes más perfectos.<br />

Pero en todo caso eran textos ya escritos, fijos, estaban ahí a la<br />

mano de todos los actores y actrices que a lo largo de los años<br />

optaron por darles existencia nueva. Pero en la vida no había<br />

ningún texto preestablecido y nadie le daba a uno el pie para<br />

saber cuándo tocaba entrar con el discurso del personaje que se<br />

estaba interpretando. La vida irrumpía con llamadas telefónicas<br />

imprevistas y con discursos inéditos, y entonces era como<br />

tener que caminar en la cuerda floja, algunas veces incluso en<br />

la más alta y delgada de todas, a muchos metros de altura por<br />

encima del precipicio.<br />

Se miró en el espejo y se vio todavía atractiva. Como en<br />

tantas otras ocasiones, se preguntó cómo podía pensar en cosas<br />

así en medio del horror que estaba viviendo, y una vez más se<br />

acusó de insensible. Pero no lo era, ella sabía que no lo era, noches<br />

enteras de insomnio y de agonía pensando en Gabriel podrían<br />

dar testimonio de eso, así como los vértigos que había<br />

tenido y la angustia que se había instalado dentro de ella.<br />

Pero no podía dejar de reconocer que Yenifer había<br />

asumido su destino con más coraje que ella, sin necesidad<br />

de apoyarse en ningún texto previo, y había focalizado su acción,<br />

con precisión irremediable, en un punto clave, entre el<br />

sin fin de opciones que la vida le presentaba. A ella no le había<br />

importado dar pasos en falso y no se arredraba por no recibir<br />

la respuesta que esperaba, sino que, sin amilanarse, se<br />

volvía a involucrar, una y otra vez.<br />

Los problemas con los que nos estamos enfrentando<br />

las dos son similares, aunque yo no lo quiera aceptar, siguió<br />

pensando, y el tener que pensar en relación con su hijo como<br />

si fuera Luis le produjo un terrible desasosiego. Adquirió la<br />

implacable conciencia de que Gabriel ya estaba muerto, y<br />

que ella ni siquiera había logrado recuperar su cadáver, como<br />

había sido capaz Antígona, desafiando la legalidad de los<br />

hombres y cumpliendo con la ley de la cultura humana, para<br />

que la ceremonia del duelo pudiera realizarse.<br />

331


Dios mío, cómo era posible que hubiese fallado, hoy<br />

María Teresa quiso mandar un mensaje y ella se quedó afásica,<br />

nadie le dio el pie, qué vergüenza que no supo improvisar, qué<br />

horror, una opción se desplegó y ella, en medio de la noche,<br />

extravió su serenidad, y ni un sólo rasgo de las mujeres troyanas<br />

fue capaz la actriz famosa de expresar, ahora que no estaba<br />

arriba en las tablas, sino atrapada por las circunstancias, en<br />

un árido espacio en el cual tan torpemente había actuado.<br />

Pero, ¿qué juez podría juzgarla por no haber tenido el<br />

valor de asomarse al abismo, para recibir una noticia que la<br />

iba a destruir, por negarse a escuchar una voz telefónica que<br />

irrumpió de pronto, inesperadamente, para dar cuenta de algo<br />

insoportable?<br />

Las olas del mar seguirían batiendo las rocas, como lo<br />

habían hecho en los últimos millones de años, salidas desde<br />

las profundidades del océano. Luis estaba muerto, y seguro que<br />

Gabriel también. Pero Yenifer había pedido cuentas, mientras<br />

que ella había dejado correr el agua que había llegado hasta<br />

sus pies, había solicitado una prórroga, un poco más de tiempo,<br />

para poderse adecuar un poco mejor a la idea antes de que<br />

el teléfono volviese a sonar. No así, de repente. Para poder<br />

ponerse una máscara y entonces lograr hablar sin venderse a<br />

través de sus sentimientos.<br />

332


30<br />

Sentado en un banco, en la glorieta del inmenso parque, el<br />

individuo de expresión adusta tomó otro trago. Parecía hecho<br />

con los mismos trazos que Dick Tracy y sus contrincantes,<br />

o los personajes que solían enfrentarse a Batman. Se creía<br />

dueño del mundo y se notaba la devoción que sentía por su<br />

propia persona. La ladera de la colina que tenía enfrente<br />

ofrecía una imagen de tarjeta postal y en nada remitía a algún<br />

mundo tenebroso. El idílico paisaje no permitía sospechar que<br />

ahí se tomaran decisiones en cuanto a seres humanos como si<br />

se tratara de objetos, en relación con los cuales los que tenían<br />

su centro de operaciones en ese lugar diseñaban el escenario<br />

y se permitían delimitar su tiempo vital.<br />

Las suaves laderas parecían representar no sólo la paz<br />

y la serenidad, sino también la libertad, la cual, en la práctica,<br />

estaba vedada para todos los involucrados en los asuntos que<br />

aquí se decidían.<br />

El hombre en ese momento estaba pensando en Gabriel<br />

Arenas, a quien tenía encerrado en un cuarto de la<br />

mansión. También pensaba en el otro, en Wilmer Tovar, el<br />

que mató al tercero, a Luis Jiménez, contraviniendo todas las<br />

normas de seguridad de la organización, en un lugar en el<br />

que ambos eran tan conocidos, tanto Wilmer como el tal Luis<br />

Jiménez, a quien Tovar, de una manera imperdonable para<br />

con la organización, había colocado de espaldas a la pared,<br />

poniendo en peligro la programación que ellos tenían prevista<br />

para fechas próximas.<br />

333


Antes de llevar a cabo la operación contra Arenas se<br />

habían pasado largas noches dilucidando qué podían ganar<br />

con el secuestro del tipo, en vez de simple y llanamente matarlo.<br />

Finalmente habían llegado a la conclusión de que lo<br />

importante era amedrentarlo, amedrentar a todo ese enloquecido<br />

grupo de artistas, y evitar que las huellas regadas imprudentemente<br />

por Wilmer condujeran hasta la organización.<br />

La molestia del hombre de expresión adusta, por la inconsulta<br />

acción de Tovar, hizo que aceptara el insensato plan<br />

de tomar como rehén al cantante. Las actividades financieras de<br />

las que era responsable fueron las que lo obligaron, luego, a evitar<br />

que su retención condujera a alguien a dar un paso incorrecto,<br />

que pusiera en peligro las distintas áreas que ellos controlaban.<br />

Los espacios de la ciudad, con sus numerosos puntos<br />

de referencia, estaban sujetos a unas invisibles y rígidas normas<br />

que excluían cualquier posibilidad de caer en tentaciones<br />

de índole personal.<br />

Se había dejado llevar por el consejo de Paula, quien lo<br />

había asesorado con el objeto de que ese acto se asemejara a<br />

la propuesta de los artistas, a esa grandilocuente idea de ellos<br />

de interferir la realidad, tal como se lo había escuchado a<br />

Laura Pulido toda la gente que estaba en el teatro, ese grupo<br />

grande de personas entre las cuales estaba el anónimo informante<br />

de ella. De acuerdo con esos datos se había complacido<br />

Paula en montar la escenografía y se había deleitado en<br />

inventar la ejecución simulada.<br />

Un insaciable deseo la impulsaba a poner en práctica experimentos<br />

en los que jugaba creando situaciones alucinantes.<br />

Aquella vez su inspiración la hizo representar la ejecución de<br />

Gabriel, en la cual el tiro finalmente no fue disparado, pero<br />

que llevó al paroxismo de terror al cantante, cuya mirada, sin<br />

ver, quedó prendada del vacío.<br />

Había autorizado esa puesta en escena por complacerla<br />

a ella, aunque los métodos que él aplicaba eran por completo<br />

diferentes, de una aséptica y neutra profesionalidad. Nosotros<br />

334


debemos preocuparnos, antes que nada, por la seguridad, le recalcaba<br />

a ella. Sólo se deben emprender los operativos cuando<br />

el riesgo es mínimo, no hay que jugar con el peligro. Locura<br />

grande había sido permitirle a Paula, que a veces se creía una versión<br />

actualizada de la Greta Garbo, escoger ese estilo. Toda la<br />

situación hubiera podido arrastrar a los que se prestaron al simulacro<br />

y comprometer al grupo entero innecesariamente. Paula<br />

podía ser capaz de llevar a cabo ejercicios extravagantes y disfrutarlos,<br />

pero los que intervenían haciendo el papel de víctimas<br />

y de verdugos no participaban de la misma forma en esas insensatas<br />

experiencias.<br />

De la inventiva de Paula había salido también la idea<br />

de seguir a María Teresa Márquez. Había estado vigilando la casa<br />

de la ex novia de Gabriel Arenas y por eso fue que pudo<br />

producir el encuentro con ella, para sentir el placer de poner<br />

en práctica su juego preferido, el de ejercitar el ingenio enfrentándose<br />

gratuitamente con alguna otra persona, preferiblemente<br />

ingeniosa también.<br />

Había apostado por una vida interesante, diseñada por<br />

ella misma. No necesitaba consumir droga, le bastaba con recurrir<br />

a su propio espíritu y actuar como un animal cazador,<br />

capaz de juguetear con la presa antes del zarpazo final.<br />

Claro, no se había colocado en la vía de María Teresa<br />

sólo para escenificar una broma, sino también para llevar a cabo<br />

un acto más de la guerra personal que conducía, por medio<br />

de pequeñas escaramuzas callejeras y a través de grandes estrategias<br />

decisivas. Eran ésos unos momentos privilegiados<br />

en los que se sentía como si estuviera elevándose, en los que<br />

se ponía a inventar, extrayendo de su imaginación las situaciones<br />

que le permitían enfrentar al mundo. Disfrutaba con<br />

el llamear que se generaba en su mente, pero si la situación le<br />

exigía matar, no titubeaba en hacerlo.<br />

El intrépido juego con el peligro le hacía sentir la ilusión<br />

de que estaba interpretando regiamente su parte del drama<br />

contemporáneo. Andaba por las calles y buscaba los<br />

335


encuentros. Los ámbitos de la casa eran demasiado estrechos<br />

para ella, se le antojaban una camisa de fuerza. Dentro de<br />

ellos no podía hallar el goce que le proporcionaba el juego, el<br />

azuzar el instinto de pelea de los contrincantes y pulsar sus<br />

propias fuerzas con las de ellos.<br />

El dinero nunca la había motivado demasiado. Si tenía que<br />

escoger, siempre apostaba por el plomo y no por la plata. Pero,<br />

más que por el plomo, lo hacía por la posibilidad de oponerse a<br />

los códigos, por medio de la burla y la inventiva. Generalmente<br />

se conformaba con un resto cualquiera en el reparto del brillante<br />

botín que obtenían. Lo que le interesaba era acceder a<br />

una historia que fuese como una carta enviada a muchos destinatarios,<br />

sin dirección fija, pero que diera cuenta de una serie<br />

de sucesos llevados a cabo porque ella así lo había dispuesto.<br />

El hombre pensó que la tal Yenifer había discutido con<br />

Wilmer, y que el muy cretino se había enzarzado en una lucha<br />

que exigía definiciones innecesarias. Se merecía un revolcón,<br />

para dejar claro que había limitaciones, y que los vínculos financieros<br />

no permitían desafueros de ese tipo. El amor propio<br />

encendía un fuego que era necesario apagar. Si se permitía<br />

darle rienda suelta atentaría contra los intereses superiores de<br />

la organización. En cuanto a eso no podía permitir que quedase<br />

duda alguna. Si Wilmer se imaginaba que debía a sus propios<br />

méritos el haber ingresado a esa asociación, tendría que<br />

quedar claro que en el lapso de un sólo minuto su persona podía<br />

desaparecer de en medio de la gente anónima que la conformaba.<br />

Todos imaginarían que los crímenes de Wilmer<br />

llevaron a borrar su rostro de entre ellos y, seguramente, nadie<br />

preguntaría nada.<br />

Por otra parte, mientras ellos tuvieran al cantante en su<br />

poder, el espectáculo que estaban organizando los artistas<br />

quedaría en suspenso, imposibilitado de materializarse.<br />

En ese momento Paula y la mujer de cabellos largos<br />

comenzaron a acercarse hacia donde se encontraba el hombre,<br />

escoltando a Gabriel, que caminaba en medio de las dos<br />

como un autómata.<br />

336


El jardín resplandecía con sus flores de densos perfumes,<br />

y también con algunas otras sin fragancia, como las orquídeas,<br />

con su coloración lila y blanca, las cuales se vislumbraban<br />

a través de las ramas de los añosos árboles, iluminando el día.<br />

Flores que estaban ahí sólo de paso, pasajeras vidas que intentaban<br />

perdurar, fugaces presencias que persistían en su eclosión o<br />

se desvanecían en la despedida.<br />

Nada parecía más alejado de este paradisíaco mundo que<br />

el crimen. Pedro Fuentes siguió ahí, inmóvil, esperando al muchacho<br />

que se acercaba, el cual venía fundido con sus captores.<br />

Las manos de las dos mujeres que escoltaban a Gabriel no<br />

requerían sujetarlo ni empujarlo en dirección alguna. Caminaba<br />

como si no le importara hacia dónde lo conducían, sin debatirse<br />

ya entre lo que podía ser justo o injusto, vuelto casi un integrante<br />

más de la oscura banda que lo había secuestrado.<br />

En medio de la exquisita belleza de la naturaleza que lo<br />

rodeaba, él parecía ser apenas un relleno. El sereno estanque<br />

que se extendía a un lado de la pradera sobre la cual se asentaba<br />

la mansión servía de trasfondo al trío que venía desplazándose<br />

en dirección al jefe, el cual miraba divertido a ese muchacho<br />

que había abdicado de cualquier intento de escaparse.<br />

La mujer de las cejas marcadas llevaba puestas unas<br />

sandalias que hacían resaltar el perfecto delineamiento de sus<br />

uñas. Fuentes la contempló también a ella, incurablemente<br />

autoritario, pronto a diseñar algún nuevo plan para disponer<br />

los pasos de esos pies, cuya insolente presencia, a la vez que le<br />

producía placer, lo incitaba a someterlos a un itinerario cuyo<br />

rumbo sólo él debía decidir. Pero atrapado por la presencia de<br />

ella, fue como si de pronto se contagiara de sus fantasías.<br />

Quizás hagamos otra escenificación, pensó. Aquí en medio<br />

de las flores. La música de fondo podría ser la de Ciudad<br />

Sitiada, el gran punto de referencia para los jóvenes, tanto<br />

para los que aún no han salido de sus hogares como para<br />

aquellos que se la pasan recorriendo el valle de Caracas en<br />

toda su estrechez, o subiendo sus cerros escarpados, o para<br />

337


los que permanecen en un mismo sitio, otorgando cuchilladas<br />

o recibiéndolas, girando en torno al deshumanizado acto de<br />

clavar el cuchillo, el cual es, quizás, por el contrario, el más<br />

humano de todos, quién puede afirmar que Abel representa<br />

más a la humanidad que Caín, o el santo más que el asesino,<br />

no hacía falta ser Sartre para llegar a esa conclusión, bastaba<br />

con leer la última página del periódico todos los días.<br />

Sabía que la historia de Wilmer no formaba parte del<br />

mundo del rock, pero también sabía que él siempre había estado<br />

pendiente de lo que tocaba Ciudad Sitiada, que había<br />

asistido a muchos de sus conciertos y que se había sentido<br />

irritado no sólo por el éxito que habían obtenido, sino porque<br />

los percibía como si quisieran sentar cátedra, como si con las<br />

letras de sus canciones quisieran redimir a un mundo perdido,<br />

o como si les estuvieran diciendo a los participantes de<br />

sus conciertos, éste es el ámbito nuestro, somos los propietarios<br />

y nunca cederemos el poder.<br />

Gabriel seguía acercándose. No podía comprender cómo<br />

les había llegado la información a estas personas, no sólo sobre<br />

los pasos que él daba, sino sobre el proyecto más secreto y<br />

altamente valorizado del grupo, como lo era su espectáculo<br />

multimedia para actuar sobre Wilmer y su banda. Pero la mujer<br />

había declarado explícitamente que aquellos a quienes ella representaba<br />

compartían la estética según la cual el arte podía interferir<br />

directamente en la realidad, de manera que era fácil<br />

deducir que conocían minuciosamente todo lo que ellos habían<br />

planificado con tanto trabajo.<br />

La poética del crimen, así hubiera podido titularse la<br />

obra que se derivara de estos postulados. Pero ahora todo se<br />

había reducido a una inmovilidad junto a unas personas a las<br />

que de pronto se encontró unido indisolublemente, en una cercanía<br />

que lo llevaba a estar siempre disponible para ellas, que<br />

permanentemente lo tenían localizado y con las cuales estaba<br />

fundido, como formando una sola masa o un mismo rebaño.<br />

338


Pensó en Sonia, la cual nada podía saber de lo que se estaba<br />

desarrollando aquí, de cómo tenía él que convivir con<br />

estos hombres y estas mujeres, rodeado por el sofocante perfume<br />

de los jazmines que lo envolvía, alejado del ámbito de su<br />

casa, llevado a rodar por un espacio ajeno, por el cual deambulaba<br />

junto a estos otros seres.<br />

Quién puede saber cuánto tiempo ha pasado ya, pensó,<br />

días o semanas o meses, quién lo podía saber, él había perdido la<br />

noción del tiempo, desde aquel momento en que se había atrevido,<br />

a partir de su fe en su propia capacidad, a plantear una pelea.<br />

Ahora, viendo al hombre que tenía enfrente, se dio cuenta de<br />

que el aire gélido que se desprendía de ese rostro subrayaba la<br />

magnitud de la insensatez de la que ese proyecto había nacido.<br />

Él se había enfrentado a la muerte, durante el instante<br />

en que esperó que el dedo en el gatillo apretara y el disparo<br />

saliera del arma. Yo muero en este segundo, pensó entonces,<br />

hasta que se dio cuenta de que todo consistía en apenas un simulacro,<br />

en el falso club de veraneo en el que ni Camila ni<br />

José Antonio estaban cerca de él, ahora que tanta falta le hacían.<br />

Son mis padres, pensó, pero están lejos, y yo ya no estoy<br />

en mi casa, sino en esta mansión, pero igual fuera si estuviera<br />

en un establo o en una pocilga.<br />

El acto de ellos había nacido de una pasión, de una desmesura<br />

quijotesca, de la certeza absoluta de que no podrían<br />

dejar de iluminar la oscuridad de lo real. Ellos se llamaban<br />

Ciudad Sitiada y les había tocado asumir el nombre y el destino,<br />

ahora en particular a él, en este espacio que se encontraba<br />

bajo el dominio del hombre que se hallaba sentado en el<br />

banco. Ahora sabía, después de la ejecución simulada, que en<br />

el perverso juego planteado a él le tocaba la peor parte, en este<br />

engañoso parque en el que se percibía tan insoportablemente<br />

una falsa atmósfera de paz. El jefe de la banda ejercía<br />

un mando que se irradiaba por todo el ámbito que abarcaba.<br />

El sujeto de expresión adusta y su gente eran como esos<br />

pillos de Ciudad Gótica cuyas historias había leído en la infancia<br />

339


en los suplementos, y cuyas maldades, tan simples y elementales,<br />

había visto en la serie de televisión, y luego, más recientemente,<br />

en un sin fin de películas, siempre tan patética<br />

y obviamente malos, siempre tan irreales, siempre tratando<br />

de adueñarse del mundo, infiltrándose insidiosamente cada<br />

vez más y más en todos los espacios, al servicio del crimen y<br />

de toda clase de actividades ilícitas, caricaturescas figuras de<br />

cómics, planas y unidimensionales, que ahora de golpe se salían<br />

de los cuadros de la tira cómica y de la pantalla de cine<br />

para hacerse siniestramente reales.<br />

Gabriel miraba al tipo, con su porte de jefe, y pensó<br />

que él también se había creído el mejor, el líder del mejor<br />

grupo musical, y también el mejor amigo, y el mejor de los<br />

amantes, pero ahora ni siquiera la ropa que llevaba había sido<br />

escogida por él, no era de su talla y en verdad no le servía,<br />

más bien era absolutamente inadecuada, no parecía ser real y<br />

contribuía a darle también a él una imagen de ser ficticio.<br />

Las consecuencias a las que nos ha conducido nuestro<br />

heroísmo, pensó, se reducen a que nos hemos encerrado, o<br />

nos han encerrado, en burbujas inaccesibles. Ninguna manifestación<br />

de arte puede ingresar en ellas, ni tampoco generarse<br />

desde aquí.<br />

Como para desmentirlo, de la radio que se encontraba<br />

en la mesa del jardín, junto al tipo, comenzó a brotar una música<br />

de esas que son de todas las épocas, aunque responden a<br />

una en particular. La alegría de Vivaldi pareció llegar de algún<br />

lugar prodigioso y de un momento único, hecha perennidad,<br />

quizás nacida en un mercado o en una plaza pública o en las<br />

ferias de los juglares, o en los canales de Venecia, entre enamorados<br />

embozados o enmascarados, una música que ahora se<br />

hallaba encerrada en un aparato de radio. Los seres humanos<br />

podían seguir siendo fieles a ese conjunto de sonidos, que quizás<br />

pudieron parecer insignificantes alguna vez, pero que eran<br />

como una flor de cardo, la cual podía subsistir por más tiempo<br />

que toda la suntuosa vegetación de este parque.<br />

340


En cuanto a él, lo habían sometido a un simulacro de<br />

exterminio y estaba en manos de unos individuos sujetos al<br />

poder del hombre hacia el cual se dirigían ahora ellos tres,<br />

acercándose por un camino que parecía infinito. Quizás para<br />

cuando terminaran de llegar, las expectativas con las que habían<br />

iniciado la marcha estuviesen ya cubiertas por la penumbra,<br />

que abarcaría toda esa parte central en la que el hombre<br />

se encontraba, coordinando el conglomerado que manejaba y<br />

fijándole sus metas, mientras picaba aceitunas rellenas y paladeaba<br />

su bebida, expandido y satisfecho, con el porte de alguien<br />

que sabe que con sólo un gesto de la cabeza, con apenas<br />

levantar algo la barbilla o con chasquear un poco la lengua<br />

puede cambiar el curso de los acontecimientos.<br />

Vino entonces a su mente el recuerdo de María Teresa,<br />

turbulenta y efervescente, y se acordó de todas las veces que<br />

habían estado juntos en el jardín de la casa, los ensayos a los<br />

que ella había asistido y las locuras que inventaba, como cuando<br />

se fabricó un abanico partiendo una vieja maqueta que había<br />

preparado Beatriz para construir la calavera de Yorick, y<br />

ella se refrescaba tan campante echándose aire con medio cráneo,<br />

qué tal, decía, después de lo cual se rieron como locos.<br />

Había sido la manera que ella tuvo de decir, yo soy así, esto es<br />

lo que soy, lo tomas o lo dejas. Pero él a la final la había dejado.<br />

Daría mi reino por un arma, pensó, como si fuera Al<br />

Pacino, pero luego se dio cuenta de que en verdad no tenía<br />

ningún reino, sólo una ciudad, pero ésa también estaba sitiada,<br />

vivían cercados por presencias que los mantenían dentro de<br />

límites invisibles, aunque firmemente trazados. Ellos habían<br />

intentado romper el sitio con su actividad creadora, pero eso no<br />

había pasado de ser un mero gesto, de ahí no había nacido ninguna<br />

opción real, la ciudad les seguía pasando factura y haciéndoles<br />

sentir el agobio de adeudar algo cuya carga no sabían<br />

cómo habían adquirido.<br />

Terminaron de bajar los escalones que los separaban del<br />

hombre, el cual ahora los miraba de una manera francamente<br />

341


urlona. Entonces la ira nació dentro de Gabriel, permitiéndole<br />

de este modo comprender, aliviado, que podía volver a llegar<br />

a ser el que había sido. En ese momento dejó de percibirse como<br />

un pobrecito desdichado y se aprestó a dar combate. Las<br />

flores que lo rodeaban y la errante fragancia que parecía abarcar<br />

al mundo entero dieron la impresión de desaparecer, como<br />

si alguien hubiera apagado el esplendor de sus colores y olores<br />

exuberantes, dejándolos solos en el centro del escenario de<br />

pronto desnudo de otros elementos, como si ahora estuvieran<br />

en una película en blanco y negro.<br />

—Pueden irse —dijo Fuentes. Paula le dio un empujón<br />

a Gabriel, para hacerlo adelantarse un poco más, y luego las<br />

dos mujeres se retiraron, sin decir palabra.<br />

Gabriel se enfrentó al hombre en el punto focal de ese<br />

extraño sitio atestado de flores que parecían estar pintadas con<br />

una doble mano de pintura, dispuesto a afrontar con honor lo<br />

que se avecinara, decidido a seguir ignorando los efluvios del<br />

parque y tratando de recrear en su mente la levedad del aire,<br />

una calidad diferente a la de esta espesa atmósfera, que más<br />

que un espacio abierto daba la impresión de ser un salón que<br />

algún arquitecto enloquecido hubiese colocado aquí.<br />

No dejarse derrotar y poder volver a las calles asfaltadas,<br />

liberarse de esta refinada vegetación, eso era lo que tenía<br />

que proponerse con todas sus fuerzas, regresar a su propio sitio,<br />

en medio de aquellos que lo querían, a la orilla de la ciudad<br />

que amaba, con un amor quizás alimentado sólo por fuegos fatuos,<br />

por ficciones que hacían caso omiso de los espacios<br />

cruzados por ráfagas que podían surgir de cualquier lugar en<br />

cualquier momento.<br />

Gabriel miró al hombre a la cara y trató de leer en ella<br />

su destino. En ese momento tuvo la sensación de que tanto la<br />

imagen de los árboles frondosos como la del excepcional<br />

personaje que permanecía ante sus ojos se descomponían, y<br />

que de cada una de ellas se desprendía otra que permanecía<br />

como al lado de la primera, duplicándola, como una sombra,<br />

342


o un reflejo, un contorno lateral que parecía marcar el espacio<br />

de los desencuentros, difuminando la opción de asir, aunque<br />

fuese por un instante, un trozo de la realidad.<br />

A pesar de la conmoción que le produjo percibir de este<br />

modo al mundo, o de constatar que el mundo se presentaba<br />

de esta manera, la voz con la que se dirigió al tipo no<br />

traicionó su reencontrada condición de guerrero:<br />

—Ustedes son unos asesinos, y aquí tienen montado<br />

un tinglado. Pero no podrán obtener el resultado…<br />

El hombre lo interrumpió, por completo indiferente a<br />

lo que pudiera decir:<br />

—No te gastes. Te advierto que tu amigo Fontaine corre<br />

peligro. Este operativo está sólo comenzando. Ustedes<br />

están derrotados, acéptalo. Pero tú puedes salvar a los que todavía<br />

se niegan a darse cuenta de que ya no tienen nada que<br />

buscar en este asunto.<br />

La táctica no era nueva ni original: la vieja maniobra<br />

de amenazar con venganzas a los familiares y a los seres<br />

queridos. Pero no por manida dejaba de ser dramáticamente<br />

efectiva. Gabriel se quedó callado. El otro le lanzó su mirada<br />

más despiadada:<br />

—Ese arete en la oreja puede seguir luciendo muy bien en<br />

ella, incluso si ya la oreja no está pegada del cráneo. Y en los<br />

reality shows puede desempeñar un papel altamente valorizado<br />

por los medios. Estoy seguro de que un programa así tendría una<br />

sintonía masiva, incluyendo una amplia difusión internacional.<br />

Estas palabras devolvieron a Gabriel a la conciencia de<br />

su situación de precariedad y desamparo, y lo empujaron hacia<br />

el pánico. Sus ideas se desordenaron y la eventualidad de<br />

que la costumbre de poseer dos orejas pudiera dejar de existir<br />

iluminó en un relámpago su condición carente de todo<br />

apoyo. Sintió que se ponía pálido y que el horror se apoderaba<br />

de su alma.<br />

El otro untó con paté un trocito de pan y volvió a referirse<br />

a Philippe:<br />

343


—Tu amigo parece que no ha tenido en cuenta que ser<br />

director de teatro consiste sólo en montar obras en locales específicamente<br />

adecuados para tales fines. Se cree un dios y se<br />

atribuye a sí mismo la capacidad de rectificar los acontecimientos.<br />

Pero más le valdría no estarse metiendo en asuntos<br />

de gentes de quienes él lo ignora todo, porque definitivamente<br />

no es ningún dios. Hasta los demás, los que no se creen dioses,<br />

los que se saben simplemente hombres y mujeres, los que<br />

están a un lado, más descoloridos y hasta fuera del cuadro,<br />

hasta ésos se han confundido, y se han creído que el teatro<br />

permite realizar milagros, simplemente a partir de papeles escritos<br />

para actrices y actores. Se creen que pueden cambiar las<br />

relaciones entre los seres que se amontonan en un mundo en<br />

el que los sonidos no tienen nada que ver con los de un concierto,<br />

un mundo estructurado de manera diferente, y que responde<br />

a otra manera de medir el tiempo.<br />

En la mente de Gabriel surgieron las amadas imágenes de<br />

su madre y de Philippe, y tuvo la lúcida conciencia de su trágica<br />

ingenuidad, al igual que la de él mismo, al intentar enfrentar a la<br />

organización que estaba atrincherada en esta mansión y que seguramente<br />

tenía vastas ramificaciones, con recursos inabarcables.<br />

Ellos escuchaban día a día los disparos, pero eso sólo era<br />

una cortina de humo que no dejaba ver lo que había detrás, todo<br />

eso de lo que no habían llegado a enterarse, algo que no se había<br />

divulgado, sólo se notaba lo epidérmico, pero de lo verdaderamente<br />

importante no se tenían noticias.<br />

El hombre supo que el muchacho continuaría callado.<br />

Nada podía decir. Se levantó y se acercó a donde Gabriel permanecía<br />

parado. Como en el teatro, en ese momento hicieron<br />

su entrada la mujer, Paula, y otros dos integrantes de la banda,<br />

con Wilmer encabezando el grupo, un golpe de efecto verdaderamente<br />

teatral.<br />

Vinieron como formando parte de una comparsa y, como<br />

si lo hubieran ensayado largamente, se colocaron en torno<br />

a Gabriel, configurando un círculo perfecto. Los nervios<br />

344


de éste se hallaban a punto de ceder, lo que le dio mucha rabia.<br />

Lo que más indignación le causaba contra sí mismo era<br />

que Wilmer pudiese ser testigo de su debilidad. La mujer de<br />

las cejas marcadas reía.<br />

Se dio cuenta de que era la ronda de la muerte la que lo<br />

rodeaba. Pensó en que todo lo hecho por ellos había resultado<br />

inútil y que ninguno de sus objetivos se había alcanzado.<br />

Recordó una vez más la dulzura de Luis y sintió el dolor de<br />

quedar en falta con él. El tiempo se agotaba y toda opción<br />

parecía estarse cerrando. Él tendría que integrarse al mundo<br />

de Luis, puesto que el tigre suelto que andaba por la ciudad<br />

los habría devorado a los dos por igual. Se acordó de Yenifer,<br />

por quien se había metido en todo este problema, de su breve<br />

cabello cortado como a machetazos, con todos esos mechones<br />

sueltos. Recordó también, en la fugacidad del instante, la<br />

canción de Peter Gabriel acerca de una lluvia roja que caía, y<br />

entonces la música parecía ir cayendo también, con su ritmo<br />

envolvente, esa del red rain is coming down, red rain, red<br />

rain is pouring down, pouring down all over me. Lo sacó de<br />

ese momento de ensoñación límite el grito de Wilmer, corto<br />

y brutal. Asombrado, lo vio doblarse despacio, como en cámara<br />

lenta, deslizándose hacia el suelo, quizás con el vago deseo<br />

de que hubiera ahí algún colchón esperándolo, para dormirse<br />

así, de un ladito, tal como iba cayendo ahora, observado por las<br />

personas ahí reunidas, entre las cuales sin querer iba a quedar<br />

derrumbado, ofreciendo una imagen de sí mismo que en nada<br />

lo hubiera complacido, si hubiera sido capaz de visualizarla. Se<br />

sujetó el vientre con ambas manos, como expresando la necesidad<br />

de quedarse todavía, de no tener que partir.<br />

El terraplén en el que tenía lugar la atroz reunión se fue<br />

transformando en la sala de la muerte, aunque el cadáver no<br />

lo había puesto el que todos los implicados habían previsto.<br />

En un instante la gran soberbia que Wilmer había construido<br />

a lo largo de los años fue borrada, la importancia con<br />

la que se había revestido se hallaba ahora tumbada en el suelo<br />

345


y la voz que sus seguidores habían escuchado con temor y admiración<br />

se había apagado.<br />

Los matices dorados iluminaron la cara del muchacho<br />

que se había despedido del mundo. Los rasgos de ese rostro<br />

irían a permanecer tallados de la forma en que habían quedado<br />

en este momento, hasta que se le colocara debajo de la tierra,<br />

y ahí, en la larga noche subterránea, la propia muerte iría<br />

desmigando a aquel que fue conocido como Wilmer Tovar, y<br />

quien estuvo vinculado, como todo ser humano, a gente que<br />

lo quiso, entre quienes se sintió aceptado, y quien, por lo demás,<br />

ahora ya estaba definitivamente encogido sobre el suelo<br />

y había comenzado, lentamente, a enfriarse.<br />

Gabriel estaba anonadado. Más allá de la confusa sensación<br />

de saberse vivo todavía, y de percibir que de alguna manera<br />

los roles se habían cambiado, sintió que todas las jugadas que<br />

ellos se habían planteado quedaban en el aire con la desaparición<br />

del contrincante. No era esto lo que habían deseado. La<br />

muerte de Wilmer no saldaba nada, más bien era repetir la misma<br />

historia, una historia sin fin, que dejaba todas las interrogantes<br />

sin respuesta. Costaba aceptar que al enterrar el cuerpo de<br />

Wilmer lo que enterrarían en verdad sería la posibilidad de sacar<br />

a flote la visión de las fuerzas encontradas y la opción de asir al<br />

genuino Wilmer, que de esta manera se les escapaba y con quien<br />

todo contacto posible se clausuraba.<br />

346


31<br />

Su esbelta figura, que a tantas reinas había interpretado, se encontraba<br />

ahora perdida dentro de la aridez de un tiempo al que<br />

sus ojos no terminaban de acostumbrarse. Su estómago se encogía<br />

y temblaba, mientras ella buscaba palabras que no podía<br />

pronunciar, y aunque hubiera dado cualquier cosa por recuperar<br />

el calor de su espíritu, no lograba acceder a la tibieza del<br />

sol, y en lugar del aire cálido que tanto necesitaba, parecía estar<br />

rodeada de un viento frío que azotaba la soledad que iba<br />

creciendo en su interior.<br />

En la radio de al lado empezó a sonar una música de alguna<br />

otra época. Era una canción que ella había escuchado<br />

muchas veces, cuando vivía todavía en la casa de sus padres,<br />

allá en la lejana adolescencia, y cuando todas las tardes encendía<br />

la radio, en una casa a la que un día llegó José Antonio<br />

Arenas, cuya familia era vecina de la suya, y luego vino todas<br />

las tardes, un adolescente él también, y entonces juntos preparaban<br />

sandwiches de jamón y tomaban pepsi cola, comían torontos<br />

y escuchaban la radio. José Antonio venía, las canciones<br />

brotaban de la radio y la tarde se llenaba de sonidos, mientras<br />

el tiempo ascendía hacia la noche y ellos dos, inclinados sobre<br />

la mesa, sobre los <strong>libro</strong>s de estudio, proyectaban una sola sombra<br />

en la pared, a medida que la oscuridad iba bloqueando<br />

cualquier interferencia extraña.<br />

Ahora la música seguía sonando, a través del tiempo,<br />

llegando desde aquel momento en el que habían vivido esos<br />

347


otros seres humanos, que se llamaban igual que ellos, pero<br />

que eran tan diferentes, esos dos seres que pensaron que se<br />

amarían para siempre, y que creyeron que morirían de amor<br />

y de desesperación cuando los padres de él decidieron mudarse<br />

a otra ciudad.<br />

Fue años después que apareció en su vida Philippe, y<br />

entonces el mundo se pobló de una vitalidad nueva, de una soltura<br />

que volvía del revés todo lo que se ofrecía a la mirada.<br />

Ella hubiera debido ser la madre de Robert y Philippe el padre<br />

de Gabriel. Pero no había sucedido así, de alguna manera la<br />

vida en común de ellos dos siempre se fue trastrocando, convirtiéndose<br />

en algo más, o quizás en algo menos que un suspiro,<br />

y los años fueron pasando, trayendo situaciones diversas,<br />

mundos diferentes, y a partir de cierto momento ella dejó de<br />

pensar en sí misma para pensar sólo en un escenario.<br />

Se levantó y apoyó la frente en el cristal de la ventana.<br />

Llevaba la misma falda arrugada desde hacía varios días.<br />

Había estado durmiendo en el sofá, por pocas horas cada<br />

vez, negada a encerrarse en el dormitorio. Una especie de<br />

mágica creencia se había apoderado de su espíritu, que la<br />

obligaba a estar muy cerca de la puerta, como para propiciar<br />

con su presencia el regreso del hijo, sano y salvo. Era decisivo<br />

que ella misma estuviera ahí en persona, vigilante, como<br />

una sacerdotisa de la puerta por la cual Gabriel ingresaría.<br />

Sus desordenados pensamientos volaron luego de nuevo<br />

hacia Philippe, en cuya casa moraba Alberto Durán, y en donde<br />

ambos compartían tantas actividades, día tras día. Recordó<br />

los ojos almendrados de Alberto y hasta creyó ver el ramo de<br />

cardo del cual le había hablado Philippe. Pero luego esa imagen<br />

se esfumó y dio paso a otra, que antes había sido tan cotidiana,<br />

la del estudio de Gabriel, desde donde hasta no hacía<br />

mucho se escuchaba canción tras canción, ahí donde ensayaba<br />

tan frecuentemente el grupo entero, Luis presente también,<br />

y Laura, y Yenifer, y María Teresa, y también Robert, aunque<br />

no siempre, y luego ya María Teresa no, sino Sonia. Echadores<br />

348


de broma y bulliciosos, llenaban la casa de alegría y ocupaban<br />

el espacio con sus cuerpos, ese espacio que ahora se encontraba<br />

vacío. Recordó las tantas discusiones que habían tenido,<br />

por un tono, o una nota, o una palabra, a veces ni se sabía por<br />

qué, todos opinando de todo, orgullosos de lo que habían logrado,<br />

buscando una perfección mayor todavía.<br />

El sonido del teléfono la sobresaltó.<br />

—¿Es usted, señora Camila? —escuchó la voz conocida<br />

de María Teresa. Recordó que ella había dormido aquí en<br />

su casa y compartido la cama de Gabriel, y entonces fue como<br />

tenerla de regreso de nuevo. Había formado parte del<br />

grupo de jóvenes que ya no existía como tal, ahora era sólo<br />

un recuerdo que pertenecía al pasado.<br />

Cuando días atrás ella le comentó la llamada que había<br />

recibido de Patricia, quien se presentó a nombre de María<br />

Teresa, Robert fue de la opinión de que no se debía hablar con<br />

esas personas. En la mirada pensativa del hijo de Philippe se<br />

notaba la preocupación y el agobio, así como la intensidad de<br />

su compromiso con el amigo ausente, a cuya madre debía proteger<br />

de cualquier riesgo. Se podía observar el esfuerzo que hacía<br />

para aparentar serenidad, diciéndole a ella palabras que la<br />

ayudaran a mantener la esperanza, palabras en las que él mismo<br />

no creía, y que pronunciaba sólo porque sabía que convenía<br />

hacerlo, aunque Camila al principio se pusiera fuera de sí<br />

todas las veces que él le hablaba de operativos que se habían<br />

puesto en marcha, totalmente inverosímiles, a los que ni toda la<br />

capacidad persuasiva de Robert lograba hacer creíbles.<br />

—Qué bueno que me estás llamando —contestó con<br />

suavidad—. No precisamos nada la otra vez, cuando me llamó<br />

tu amiga.<br />

Sintió que algo importante se estaba poniendo en marcha.<br />

Pero María Teresa no estaba para cortesías ni para consumir<br />

el tiempo en palabras vanas:<br />

—Vamos a quedar en vernos ahí en esa empresa a la<br />

que íbamos antes, ahí a la derecha, en el rincón de siempre.<br />

349


Se notaba que hablaba en clave. Pero Camila comprendió<br />

perfectamente:<br />

—Dentro de un instante estoy allá.<br />

Se cambió en un segundo la arrugada falda y con pasos<br />

rápidos se encaminó al café indicado. Una esperanza estaba<br />

naciendo en ella, aunque al mismo tiempo surgían también un<br />

sin fin de dudas. ¿Sería posible que esa criatura, María Teresa,<br />

pudiera saber en qué lugar se encontraba Gabriel? No<br />

parecía probable, quizás Robert tenía razón y sólo se trataba<br />

de una farsa, la actitud infantil de una muchachita despechada.<br />

Pero no, eso sería demasiado cruel. Además, ella se creía conocedora<br />

de la gente, y había percibido una verdadera ansiedad<br />

en la voz de María Teresa, el peso con el que venían cargadas<br />

sus palabras. De manera que le otorgó crédito a esa voz juvenil<br />

que le había hablado en forma críptica por teléfono y dio<br />

rienda suelta a su esperanza.<br />

Llegó al café y se sentó en el rincón, tal como María<br />

Teresa se lo había indicado. Ella no estaba ahí todavía. La<br />

emoción la hizo sentirse como si hubiera entrado a una catedral,<br />

o como cuando interpretó a Ofelia por primera vez, a una<br />

muchacha muerta en medio del agua y de las flores, ese papel<br />

con el que obtuvo un éxito tan grande.<br />

Las personas que ella interpretó. Las personas que la<br />

vivieron a ella. Ahora no debía pensar en eso. Con decisión<br />

se arrancó las imágenes del recuerdo y pidió un sandwich de<br />

jamón. Tengo que despojarme de todos mis personajes, pensó,<br />

ahora no significan nada para mí ese puñado de seres que<br />

de vez en cuando intentan reivindicar sus existencias.<br />

Su mirada iba, instante a instante, hacia la puerta. En<br />

cierto momento le pareció que el que entraba en el café era<br />

Alberto Durán, por el andar oscilante y el toque de niebla que<br />

tenía el muchacho que se sentó en un rincón alejado. Pero luego<br />

se dio cuenta de que era un escritor a quien ella conocía de<br />

vista, un apasionado de los temas del siglo XVI europeo, el cual<br />

por su físico tenía cierto parecido con Alberto.<br />

350


Ella llevaba bluejeans y una blusa blanca de mangas<br />

abullonadas, detrás de la cual su seno se asentaba suave y<br />

muellemente. Se pasó la mano por el cabello, en un inconsciente<br />

gesto de coquetería, tratando de mejorar su aspecto.<br />

Luego, nerviosa, buscó el celular para llamar a María<br />

Teresa, justo en el momento en el que ella hizo su entrada al<br />

lugar. Se mantuvo quieta, simulando una tranquilidad que no<br />

sentía, mientras la muchacha se acomodaba.<br />

—Tengo hambre —dijo María Teresa, riéndose, como si<br />

nada grave las hubiera reunido ahí. De seguidas ordenó una<br />

pizza. En su mejilla lucía un piercing, lo cual le daba un aspecto<br />

diferente al que tenía antes. Pero mientras reía y charlaba<br />

con ligereza, sus ojos, inquisitivos y ansiosos, recorrían minuciosamente<br />

el lugar, revisando a cada uno de los individuos<br />

que ahí se encontraba, chequeando que nadie las estuviera<br />

vigilando. Con su carácter extrovertido disimulaba la tensa<br />

rigidez que la presionaba desde adentro.<br />

—Con tres raciones extras de queso —agregó, mirando<br />

con aire divertido la cara de extrañeza del mesonero. Pidió de<br />

tomar un refresco, y luego se refirió a los rolitrancos de güevones<br />

que se habían atravesado delante del puesto que ocupaba<br />

su auto, lo cual fue el motivo para que ella se retrasara.<br />

—Me provocó caerles a coñazos, pero cuando por fin<br />

movieron su carro y pude salir, miré el reloj y me di cuenta<br />

de lo tarde que era, y entonces mejor no iba a perder más<br />

tiempo, me arranqué directamente para acá.<br />

Su cerebro funciona distinto al mío, pensó Camila.<br />

Qué clase de mujer soy yo, se cuestionó, bien sabía cómo era<br />

esta muchacha, cómo pude pensar siquiera por un momento<br />

que valdría la pena entrevistarme con ella, qué conocimientos<br />

puede tener esta frívola criatura acerca de un criminal<br />

como Wilmer.<br />

—Una amiga mía —siguió charlando sin ton ni son María<br />

Teresa— todas las tardes le decía a su novio que estaba ocupada<br />

preparándose para las clases del día siguiente, y entonces<br />

351


se ponía una peluca, una melena rizada por encima de sus cabellos<br />

lisos y cortos, y todas las tardes, pero todas, todas las tardes,<br />

aunque fuese sólo por unos cuantos minutos, pero eso sí, no dejó<br />

de hacerlo ni un solo día, se iba a un café a ver a un tipo que<br />

estaba sentado ahí. Lo miraba desde otra mesa y nunca llegaron<br />

ni a hablarse, pero era algo que ella necesitaba hacer, era algo<br />

más fuerte que ella.<br />

Se interrumpió y se dirigió al mesonero:<br />

—Tráeme un café con leche grande.<br />

Luego cambió de tono repentinamente:<br />

—Señora Camila, yo conseguí unos documentos.<br />

Se volvió a callar, mientras le servían el café. Camila<br />

comenzó a valorizar la capacidad de María Teresa para crear<br />

una atmósfera insustancial con tanta habilidad, de una manera<br />

tan apropiada, para luego poder transmitirle a ella la información<br />

que había logrado recabar.<br />

—A nadie le he hablado de esto hasta ahora. Hay una<br />

casa de campo, eso está en unos papeles que conseguí, pero<br />

no quisiera sacarlos aquí. Es la sede de operaciones de una<br />

organización, es su cuartel general, y yo estoy casi segura de<br />

que son ellos los que secuestraron a Gabriel.<br />

Camila sintió que el mundo comenzaba a girar. Estaba<br />

escuchando la información que había estado esperando tanto<br />

tiempo, y ahora que le llegaba, le parecía del todo irreal, por<br />

completo inverosímil.<br />

—¿Pero quiénes son? Yo… yo… No sé. ¿Qué tenemos<br />

que ver nosotros con organizaciones de ese tipo?<br />

El mensaje que se le ofrecía, que trataba de un grupo de<br />

vastas proporciones, no era nada tranquilizador. Algo empezó a<br />

golpetear dentro de su cerebro, como una percusión enloquecida.<br />

—Ellos tienen unas claves que los identifican —siguió<br />

explicando la muchacha—. Es posible localizar dónde se encuentran.<br />

Yo creo que todo está claro, yo he revisado estos<br />

documentos no sé cuántas veces, y creo que he logrado descifrar<br />

la cosa.<br />

352


Sus dedos hurgaron en su bolso y sacaron un legajo de<br />

papeles. Pero luego lo volvieron a dejar caer en el mismo sitio<br />

y cerraron el bolso de nuevo. Las blancas hojas que de esta<br />

manera desaparecieron de la vista, después de haberse dejado<br />

vislumbrar por un instante, eran las que podían dar cuenta de<br />

los sucesos que los habían conmocionado a todos. Camila<br />

sintió la urgente necesidad de revisar toda esa documentación<br />

y, automáticamente, extendió la mano. Pero María Teresa<br />

apartó el bolso.<br />

—Señora Camila, vámonos al teatro. Ahí siempre hay<br />

mucha gente, a nadie le va a extrañar nuestra presencia. Nos metemos<br />

en un camerino y ahí vemos con tranquilidad todo esto…<br />

Let’s take the boat out —canturreó, mientras se levantaban.<br />

Camila miró a la cara juvenil y de pronto lamentó que<br />

su hijo hubiera dejado a esta muchacha, que durante todo<br />

este encuentro se estaba comportando con tanta propiedad y<br />

tanta inteligencia, sin dejar de mostrarse, al mismo tiempo, fiel<br />

a su propia manera de ser.<br />

—No se crea, señora Camila, esto es jodidamente peligroso,<br />

y hay muchas amenazas y muchos obstáculos —decía<br />

ella en este momento, y mientras hablaba se soltó el cabello,<br />

al que había recogido con un gancho.<br />

Salieron del café. Decidieron dejar el auto de María Teresa<br />

en el estacionamiento y se encaminaron hacia el de Camila,<br />

que se encontraba a cierta distancia. Los rizos de María Teresa le<br />

cubrían la frente, subrayando la expresión alegre de su cara ovalada,<br />

esa alegría que no había perdido ni siquiera en medio de<br />

toda esta situación. Al mismo tiempo, se la percibía segura y sólida,<br />

rodeada por las huidizas imágenes armadas que había conjurado<br />

desde aquellos papeles que se escondían en su cartera,<br />

desde los cuales alzaban sus cabezas, dispuestas a no rendirse.<br />

Las dos mujeres, cada cual reflexionando en torno a la<br />

organización que tenía en su poder al muchacho por cuya<br />

suerte ambas se angustiaban, se dirigieron al carro. Una vez<br />

353


ya metidas en el tránsito, Camila adquirió también una actitud<br />

vigilante. Miraba a izquierda y a derecha y no perdía detalle<br />

a través del espejo retrovisor. El espejo le devolvía un<br />

trozo de mundo recortado y poblado de gente y de vehículos,<br />

un movimiento fragmentado surgiendo por el lapso de un segundo,<br />

para luego desaparecer para siempre, como si formara<br />

parte de un conjunto que no estuviese desplazándose sobre<br />

una base real, sino como al acecho, apoderándose por un instante<br />

de un trozo de esa realidad que luego los descartaba,<br />

eliminando su presencia del rebaño, que se iba reconstituyendo<br />

con los nuevos integrantes que se iban asomando, adquiriendo<br />

momentáneamente una dimensión que luego se<br />

reducía drásticamente. Los que venían y los que se iban, si en<br />

vez de ascender en el espejo, sobre la pulida superficie, para<br />

luego desaparecer de ella, hubieran permanecido dentro del<br />

campo de la visión, en cantidad infinita, habrían terminado<br />

por ofrecer una imagen alucinante incapaz de consolidarse<br />

en un punto único, para ahí fundir el tiempo del movimiento.<br />

La tranquilidad se fue adueñando poco a poco de Camila.<br />

Entonces su mirada dejó de rescatar, de la múltiple y a la<br />

vez restringida imagen del espejo, los incontables elementos<br />

del entorno, que se fueron desvaneciendo imperceptiblemente.<br />

Su rostro expresaba la ilusión por recibir al fin algo de<br />

qué asirse. Aceleró el carro, eludiendo los vehículos que le cerraban<br />

el paso, y se sintió de nuevo llena de fortaleza, afirmada<br />

en la certeza de que la información que esa muchacha le<br />

proporcionaría daría respuesta a todo el conjunto de interrogantes<br />

en relación con la violencia que los rodeaba y a sus inconcebibles<br />

operativos.<br />

Se paró frente al semáforo, como ya tantas veces a lo<br />

largo del camino. En cada esquina les había tocado la luz roja,<br />

de manera que, aunque se encontraban cerca de la sede del teatro,<br />

no terminaban de llegar a la edificación en la que había<br />

transcurrido gran parte de su vida. A su memoria vino la imagen<br />

de aquellos tiempos magníficos en los que en toda la ciu-<br />

354


dad los grupos dramáticos competían entre sí a punta de excelencia,<br />

dispuestos siempre a iniciar algún proyecto insensato,<br />

el cual por lo general incitaba a los contrincantes a emprender<br />

otros más enloquecidos todavía. Philippe llegó incluso una vez<br />

a obligar a la compañía entera a mantener los brazos en alto<br />

durante toda una tarde, aunque, claro, con sus intervalos, pero<br />

repitiéndolo una y otra vez, hasta que ya no podían más<br />

con los dolores musculares y sentían que los huesos se les<br />

iban a deshilachar, y entonces él seguía diciéndoles, el muy<br />

desgraciado, que sí pueden, insistan, sí pueden, y entonces<br />

por enésima vez, como si estuvieran echando pico y pala,<br />

con la última e ínfima cantidad de fuerzas que les quedaban,<br />

se aprestaron a dar aún más de sí, al tiempo que los colores<br />

del maquillaje se chorreaban y se transformaban en algo que<br />

les daba el aspecto de borrachos, y el cabrón de Philippe, ahí<br />

sentado muy cómodamente, se moría de la risa. Se creía muy<br />

ingenioso, aunque hay que reconocer que el muy maldito<br />

siempre tuvo una intuición increíble, el público vibraba con<br />

todos sus inventos, y él tenía la capacidad de generar una atmósfera<br />

que nadie lograba igualar.<br />

María Teresa, a su lado, se retocaba la pintura de los labios.<br />

Camila la miró de reojo y de nuevo pensó que resultaba<br />

inverosímil que el recuperar a su hijo dependiera de esta muchachita,<br />

qué podía saber ella de todo ese mundo tan sombrío<br />

y complejo, si era apenas una criatura que estaba jugando a<br />

la súper espía.<br />

Entró a su camerino, haciendo pasar primero a María<br />

Teresa. Ella fue al grano directamente:<br />

—La gente que secuestró a Gabriel es asombrosamente<br />

organizada. Tienen su sede en una loma, allá en el quinto infierno.<br />

Hay dos carreteras diferentes que conducen hasta ahí.<br />

Yo al principio creí que era una red que no tenía vínculos con<br />

el mundo legal, que era algo netamente subterráneo, pero no es<br />

así, tiene múltiples ramificaciones. Los riesgos en el mundo<br />

legal no están permitidos, de manera que ellos trabajan de una<br />

355


forma muy disciplinada, una red le sirve de fachada a las<br />

otras, pero nunca deben cruzarse las fronteras.<br />

Camila se quedó mirando a esa chiquilla, vestida con su<br />

bluejean y con una franelita corta que le dejaba ver el ombligo,<br />

hablando con tanta propiedad de ese lío en el que se estaba<br />

metiendo por su propia decisión, y se sintió entre perpleja y<br />

admirada. Todos sabían que ese tipo de cosas existía, pero ahora<br />

la repentina proximidad de una realidad aparentemente tan<br />

ajena a la de ellos asomaba crudamente su rostro desde los documentos<br />

que María Teresa había sustraído de la carpeta y que<br />

ahora estaban extendidos delante de ellas dos. El expediente<br />

informaba de las actividades de una organización cuyos canales<br />

de comunicación llegaban con facilidad hasta las vidas de<br />

cualquiera de ellos y podían introducirse en sus casas, cruzarse<br />

con los barrios, traspasar los límites del tiempo y desplazarse<br />

por diferentes comarcas.<br />

—Nos estamos enfrentando a un problema demasiado<br />

grande —suspiró.<br />

—Sí, pero no tenemos opciones para otra elección<br />

—contestó María Teresa con firmeza.<br />

Camila sintió que debía expresar su reconocimiento:<br />

—Es increíble que hayas logrado apoderarte de estos<br />

papeles. Eres admirable.<br />

María Teresa se ruborizó ante el elogio. Intuyó que el<br />

oscuro espacio de la separación estaba siendo atravesado por<br />

las miradas con las que ambas escrutaban los pasos de Wilmer,<br />

revisando su fotografía una y otra vez, intentando hallar los<br />

significados de todo el material que iban leyendo.<br />

Lo que aparecía en ese expediente era una versión modernizada<br />

de las historias de antiguos asesinos embozados, de<br />

aquellos sujetos que despachaban a cualquiera al otro mundo sin<br />

remordimiento alguno, con armas de otro tipo, ahora más sofisticadas,<br />

pero a fin de cuentas de la misma índole y al servicio de<br />

objetivos bastante similares.<br />

—Tenemos que salvar a Gabriel —dijo María Teresa, y<br />

sacudió de tal manera sus cabellos, que pareció que la salva-<br />

356


ción del muchacho en torno al cual giraban los pensamientos<br />

de ambas dependía de la violencia con que lo hiciese.<br />

—¿Pero cómo? —se desesperó Camila—. ¿Con qué<br />

recursos contamos? ¿Acaso somos profesionales en esto, tenemos<br />

experiencia en este tipo de actividades?<br />

Las manos de María Teresa arrugaban el prospecto de<br />

una agencia de viajes, tiñéndose del negro de la tinta de imprenta<br />

de poca calidad. Luego lo fue rompiendo, en trocitos pequeños,<br />

para finalmente comenzar a hacer peloticas de papel<br />

con los pedacitos. Las dos pensaban en la siniestra aventura a la<br />

cual tendrían que abocarse con toda urgencia, el combate que<br />

tendrían que planificar de una manera inteligente, todo el teatro<br />

de operaciones que sería necesario montar, a toda velocidad,<br />

con el concurso de la gente de confianza con la que contaran.<br />

La investigación que María Teresa había comenzado debía<br />

ser continuada. Como siempre les sucedía a todos en estos<br />

casos, la primera persona en la que pensó Camila fue en Robert.<br />

Lo llamó por teléfono y lo citó en la sede del teatro. Él en<br />

un principio se resistió, alegando que estaba preparando un informe<br />

importantísimo para el gerente general de su empresa,<br />

pero luego, aunque Camila no le dijo de qué se trataba, percibió<br />

que ella se estaba asomando a un abismo y llegó al lugar<br />

señalado en menos de veinte minutos.<br />

Ahora podré estar por fin a la altura de las mujeres troyanas,<br />

pensó Camila. De la propia Hécuba, quizás. Ante la<br />

perspectiva de que iba a hacer algo por salvar a su hijo se llenó<br />

de la ilusión de emprender una acción y no tener que seguir<br />

esperando en una parálisis insoportable.<br />

Robert revisó con detenimiento los papeles. Su aire juvenil<br />

se fue transformando paulatinamente en una expresión<br />

de concentrada preocupación, y su mirada inquisitiva se paseó<br />

detenidamente por el voluminoso legajo.<br />

—Se trata de una situación bien compleja, como nunca<br />

nos la imaginamos. Y Gabriel solo metido en medio de<br />

esa gente…<br />

357


Durante el silencio que siguió a estas palabras, cada una<br />

de las tres personas que estaban ahí pensó en el muchacho que<br />

acababa de ser nombrado. En cómo estaría Gabriel, si es que estaba<br />

en alguna parte. Una vida humana. La de Gabriel.<br />

Camila sintió que todas sus ideas se disociaban. Robert<br />

se levantó y se quedó mirando por la ventana por un instante,<br />

y luego se volvió de nuevo y continuó hojeando el<br />

expediente. Observó la foto de la mujer de cejas muy marcadas<br />

y trató de hallar las coordenadas, dentro del material escrito,<br />

del lugar que ocupaba en la organización. Quizás,<br />

pensó, con el conjunto que formaban todos los elementos de<br />

diversos estratos con los que estaba lleno el informe, sería<br />

posible armar el rompecabezas. Pero luego, aunque generalmente<br />

era capaz de mantener la serenidad hasta en las situaciones<br />

más difíciles, sintió que lo invadía una ansiedad que le<br />

iba a costar mucho trabajo controlar.<br />

Se acordó del informe que tenía que entregar y una oleada<br />

de calor subió a su cabeza. Era una ley no escrita de su empresa<br />

que el no tener listo un documento para la gerencia<br />

equivalía a la muerte en vida, a un estigma difícil de quitarse<br />

de encima. Pensó en las hojas que habían quedado sobre su escritorio,<br />

y su mente se entretuvo con las posibles variantes<br />

de la explicación que tendría que dar al día siguiente si no tenía<br />

listo el informe, al cual ciertamente sólo podría finalizar si se<br />

producía algún milagro. Él tenía fama de ser muy trabajador y<br />

responsable y se preciaba de mantener incólume esa imagen.<br />

Sin embargo, aquí se trataba de una guerra, una sombría situación<br />

que los seguía con pasos de lobo, encarnizadamente, con<br />

su pelaje hirsuto y encrespado. Estaba harto de esa mierda. Todo<br />

parecía haberse complotado para desestabilizar lo que entre<br />

todos habían intentado hacer de la mejor manera posible.<br />

Se sintió tremendamente cansado. En este momento<br />

sólo hubiera deseado desaparecer de aquí, salirse de esto, volar<br />

muy lejos, a Suecia, a Finlandia, al Polo Norte, a cualquier<br />

lugar donde nadie lo conociera.<br />

358


Afuera caía la lluvia. Pero el sonido monocorde no les<br />

produjo sosiego, como en otras oportunidades, sólo sirvió<br />

para subrayar el desasosiego que ya reinaba adentro.<br />

En el teatro existían numerosos escondrijos en los cuales<br />

quizás seguían viviendo los fantasmas de todos los personajes<br />

que ahí se habían interpretado, seres que morían cuando<br />

el telón bajaba por última vez en la última función, pero que<br />

podían seguir rondando por ahí, con su tristeza a cuestas, deambulando<br />

por los vestuarios, con la leve esperanza de reencontrarse<br />

de nuevo con su papel, de alargarlo, de agregarle un<br />

parlamento más, de volver a vivir un fugaz momento de esplendor<br />

y escuchar de nuevo el eco de los aplausos apagados.<br />

Probablemente, si aparecían, lo harían sin pretender causar perturbación<br />

alguna, y su deseo se limitaría, apenas, a ingresar una<br />

vez más, por un momento, al mundo de los sueños que se escenificaba<br />

en las tablas, vanidosos y egocéntricos, eso sí, como<br />

todos los actores y actrices, pero al mismo tiempo, al igual<br />

que éstos, humildemente rendidos ante las exigencias de la<br />

representación, la cual estaría siempre por encima de todos<br />

sus afanes particulares. Seguramente sólo anhelarían incorporarse<br />

por una última vez, en un último suspiro, a esas representaciones<br />

que harían visibles sus pasos y a través de las<br />

cuales se escucharían sus palabras, que hablarían de horrores<br />

y de felicidad, que eran las cosas que usualmente se escenificaban<br />

en los espectáculos.<br />

La voz de María Teresa reubicó a los demás en la realidad:<br />

—Si nosotros pudiéramos penetrar en esa casa, no sé,<br />

buscar un contacto a través de alguien, disfrazarnos de algo,<br />

no sé, algo así como crear una quinta columna que se introduce,<br />

entonces, de alguna manera, con un plan bien diseñado,<br />

que nos garantizara una cierta seguridad, lograríamos<br />

rescatar a Gabriel.<br />

Camila se horrorizó:<br />

—Tú estás loca. Eso sería causarle la muerte. Aparte de<br />

que tu plan es irrealizable, a Gabriel lo matarían en el acto.<br />

359


María Teresa no pareció haberla escuchado:<br />

—De estos documentos se desprende que hay dos largos<br />

caminos solitarios que rodean a esa hacienda o caserón o<br />

lo que sea, dos vías que conducen exclusivamente a ese lugar<br />

que parece estar en un fin del mundo, porque junto a esa casa<br />

se acaban las dos carreteras, da la impresión de que más allá<br />

no hay nada. Si nosotros logramos armar una estratagema en<br />

una de las entradas, alguien podría llegar hasta el jefe de esa<br />

banda y entonces lo haríamos nuestro rehén, y él no tendría<br />

más remedio que actuar como nosotros lo dispongamos, porque<br />

si no, el que terminaría perdiendo la vida sería él.<br />

—¿Tú crees que la cabeza sea Wilmer Tovar? —preguntó<br />

Robert.<br />

—No sé. Yo creo que no, más bien creo que él debe estar<br />

en problemas, aquí claramente se ve que ha violado repetidas<br />

veces las normas. Yo creo que el jefe más bien es ese tipo con<br />

cara de ogro que aparece ahí, en esa foto.<br />

—Todavía no me queda claro con qué finalidad tienen<br />

secuestrado a Gabriel —siguió reflexionando Robert—. Si lo<br />

que querían era sacarnos del juego, lo más efectivo hubiera sido<br />

que lo hubieran matado. Y si querían dinero o publicidad,<br />

ya debieron de haberse puesto en contacto con nosotros, o con<br />

los medios. Pero no han hecho nada de eso. Yo ni siquiera estoy<br />

seguro de que realmente sea ésa la gente que tenga en sus<br />

manos a Gabriel. El que una mujer con pintas de loca te haya<br />

dicho eso en la calle no significa nada.<br />

—Esa mujer con pintas de loca aparece fotografiada y<br />

descrita con exactitud aquí, se llama Paula Abreu. Y aparece<br />

igualmente Wilmer Tovar, claramente identificado. Yo creo<br />

que las relaciones son obvias. Y ella me abordó en la calle,<br />

seguro que me venía siguiendo, y me dijo que tenían a<br />

Gabriel. Quizás ya yo formo parte de algún expediente paralelo<br />

a éste y a lo mejor una foto mía algún día hubiera sido<br />

incorporada a esta carpeta, si yo no me la hubiera traído, dejando<br />

un hueco en ese archivo y una interrupción en la red.<br />

360


Yo sí creo que tenemos que asaltar ese lugar, Robert. Es una<br />

operación peligrosa, son los dominios de ellos y nosotros no<br />

conocemos el terreno, en ningún sentido. Pero tenemos que<br />

diseñar un proyecto a prueba de riesgos, que nos asegure el<br />

éxito cien por ciento.<br />

La María Teresa que hablaba era muy distinta de la que<br />

ellos habían conocido. Tenía aplomo y se estaba convirtiendo en<br />

el centro de todo este asunto, con su tenacidad orientada a rescatar<br />

a Gabriel Arenas de una trama en la que se habían cambiado<br />

los roles, ya que él había comenzado siendo el investigador y<br />

ahora era el atrapado. María Teresa había sido excluida del grupo,<br />

pero ahora era ella la que llevaba la iniciativa, una transformación<br />

que nadie había previsto en esta chica coqueta, todo<br />

un giro que, además, se producía en medio de una dramática<br />

transformación del escenario, el cual se había desplazado de<br />

las tablas de teatro y de las salas de concierto a los espacios<br />

del crimen y a unas comarcas desconocidas que se asomaban<br />

desde la información que surgía de la carpeta.<br />

María Teresa, investigando los predios del enemigo, había<br />

encontrado señales que le hablaban a Camila de ese hijo<br />

de quien deseaba saber el destino, ese ser ahora extraviado en<br />

medio de la multitud que vivía sobre el planeta. Pero no era<br />

fácil aceptar la propuesta de ella, parecía una locura irrealizable.<br />

Pero si no se aceptaba, la interrogante que había que<br />

formular era cómo combatir entonces a ese mundo que se insinuaba<br />

a través de la documentación, el cual, por lo demás,<br />

no se entregaba fácilmente, sus palabras no podían ser descifradas<br />

así no más, de entrada. Alguien había tecleado una información<br />

sobre esas hojas, pero ellos en verdad no sabían<br />

cómo llegar a ese algo que ahí se divulgaba.<br />

—Yo a esos desgraciados los puedo reconocer en cualquier<br />

lugar —siguió diciendo María Teresa—. Si logramos<br />

entrar en la casa de la colina, yo estoy segura de que puedo<br />

llegar directo adonde está el jefe.<br />

Robert miraba a las dos mujeres, mientras se esforzaba<br />

en tratar de tomar alguna decisión. Las épocas se superponían<br />

361


en su mente. La muchacha que había sido su amiga durante<br />

tantos años y la mujer madura a quien conocía desde niño,<br />

y que para él no era la mejor actriz del país, sino la mujer por<br />

quien su padre hubiera estado dispuesto a hacer lo que fuese,<br />

le estaban exigiendo ahora ingresar a los ocultos pasadizos<br />

de una red, a unos oscuros vericuetos a los que él no deseaba<br />

entrar, todo lo contrario, lo que sentía era la necesidad de desviar<br />

de ahí sus pasos y alejarse a toda velocidad, dejar de ser<br />

por fin el chico confiable y constante, esconderse en un rincón<br />

del patio y dejar ver lo muy asustado que estaba.<br />

Hubiera dado cualquier cosa por librarse de esta situación.<br />

Sin embargo, se obligó a no seguir pensando en esa opción<br />

imposible, porque se imaginó el estado de shock en el que quedarían<br />

las dos mujeres que confiaban en él si las dejaba solas<br />

frente a la violencia que hablaba desde los papeles que había<br />

traído María Teresa. Entonces se impuso de nuevo su yo de<br />

siempre, que tanto le pesaba, y se dirigió a ellas:<br />

—Estoy intentando darme cuenta del escenario que se<br />

nos ofrece. Pero no es fácil, más bien todo se ve tan insensato.<br />

Nosotros no somos un comando de operaciones de guerra, lo<br />

más aconsejable sería llamar a la policía y entregarles el caso a<br />

ellos. Si el proyecto del espectáculo es una locura, este otro es<br />

ya francamente delirante.<br />

María Teresa, con su carácter turbulento y efervescente<br />

de siempre, explotó:<br />

—¡Qué vaina con las eternas dudas existenciales! ¡A ustedes,<br />

tremendos artistas y ejecutivos, les cuesta una bola tomar<br />

una decisión, y todo lo van aplazando! En esta guerra hay<br />

que ir directo al grano, no es posible pasarse la vida titubeando.<br />

Se acordó de Marco Vinicio y de cómo, fuese lo que fuese<br />

el objetivo, él tiraba directo al blanco, con el pulso firme, mientras<br />

que sus amigos de antes, con los cuales en este momento<br />

estaba intentando retomar el contacto, en general ni siquiera tenían<br />

claro cuál era el blanco, mucho menos poseían la visión<br />

certera necesaria para apuntar y dar en el centro.<br />

362


—Me siento mal entre ustedes, me estoy dando cuenta<br />

de que no vamos a tomar ninguna decisión, ya lo estoy presintiendo,<br />

con otra gente se podría hacer algo bien blockbuster,<br />

pero con ustedes qué va, no se llega a ninguna parte.<br />

Robert la miró sin ninguna benevolencia y se dispuso<br />

a contestar, cuando de repente irrumpió en el camerino en<br />

el que estaban reunidos un muchacho, del cual se notaba a<br />

simple vista que había venido corriendo. Se sujetó de una<br />

columna, como tratando de frenar la aceleración que había alcanzado<br />

y, mirando a Camila a los ojos, le dijo, con la respiración<br />

entrecortada:<br />

—Baje, Camila, corra.<br />

Ella a su vez lo miró, y le preguntó:<br />

—¿Quién eres tú?<br />

Por un segundo pensó que el muchacho estaba borracho,<br />

y luego, en un lapso de tiempo menor aun a un segundo,<br />

supuso que era el mensajero que venía a negociar con ella el<br />

rescate de su hijo. Pero mientras en el aire se entrecruzaban<br />

todas estas imágenes falsas que se desplazaron una tras otra,<br />

dejando tras de sí fragmentos de interrogantes, el muchacho,<br />

sin contestar a la pregunta, siguió hablando atropelladamente:<br />

—Allá abajo en la calle está su hijo. Pero no puede subir,<br />

está muy débil. Lo dejaron allá ahorita mismo.<br />

Camila se abalanzó hacia la puerta y bajó las escaleras<br />

corriendo. Tras ella se lanzaron también María Teresa y Robert.<br />

En la mente de este último, junto a la alegría infinita de<br />

saber que Gabriel había reaparecido vivo, surgió, insidiosa,<br />

la idea de que de nuevo no habían avanzado nada, que la organización<br />

a la que intentaban llegar se les estaba escapando,<br />

y que la actitud tan valiente de María Teresa realmente de nada<br />

había servido, por alguna razón desconocida esos tipos<br />

habían decidido devolver a Gabriel por su propia voluntad.<br />

Ellos tendrían que comenzar todo de nuevo, diseñar un nuevo<br />

proyecto o, más bien, aclararse sus propios objetivos y revisar<br />

la situación completa.<br />

363


32<br />

La casa parecía haber cambiado de estado de ánimo y a<br />

Sonia le daba la impresión de que había dejado de acogerla,<br />

no la consideraba ya perteneciente a su mundo, sólo la recibía<br />

como a una visitante más. Ella intentaba restablecer el<br />

vínculo, pero la casa estaba sublevada y sus mecanismos parecían<br />

interferir sus pasos, empujándola fuera de su tiempo,<br />

desaparecida la complicidad que habían establecido.<br />

Ninguna discusión se había producido entre ella y<br />

Gabriel, después del retorno de él, y Sonia se preguntaba en<br />

vano sobre las causas secretas del retirarse de la casa. No podía<br />

concebir que esas paredes la excluyeran así, tan inexplicablemente.<br />

Sentía que la estaban exilando de un espacio que<br />

le pertenecía, desplazándola hacia un mundo al cual se deslizaba<br />

ella sola, alejándose de los escenarios que permanecían<br />

anclados en un tiempo que se estaba volviendo pasado. Había<br />

cesado el liviano flotar que había caracterizado a esa morada,<br />

que ahora parecía caer con gracia, con arte, pero sin lugar a<br />

dudas en picada, en dirección a algún ancestral pozo muerto.<br />

Ella se angustiaba y Gabriel, que de nada de esto se daba cuenta,<br />

se enfadaba.<br />

Algún error se había colado en esos espacios, y ahora<br />

desde ellos se generaba una fría sustancia que se introducía en<br />

las grietas, dentro de los muros. La cotidianidad quedaba<br />

encerrada ahí, impedida de reiterar su presencia.<br />

365


La golpeó la inquietud, y entonces se puso de pie y salió<br />

a caminar, a sentir que las piernas le funcionaban todavía.<br />

Un irrefrenable deseo de perderse la obligó a ir a la calle,<br />

donde nadie la conociera ni la compadeciera, ni le diera consejos,<br />

ni dijera Sonia, tranquilízate, con angustiarte no ganas<br />

nada, mantén la calma, qué otra cosa puedes hacer.<br />

Una mendiga se destacó de entre el montón de gente.<br />

Sonia rebuscó en sus bolsillos para darle algo de dinero, pero<br />

no encontró nada. Bajó a la calle sin acordarse de llevar consigo<br />

nada de lo que usualmente se considera imprescindible.<br />

La mujer se quedó parada frente a ella y entonces fue<br />

como si sólo ellas dos estuvieran en ese largo corredor aparentemente<br />

vacío. La mujer balanceaba una bolsa plástica en<br />

la mano, mientras tendía la otra hacia Sonia.<br />

El lugar se volvió un espacio íntimo, con ellas dos encerradas<br />

dentro de ese momento peculiar. La mujer sacó un<br />

pedazo de pescado de la bolsa y se puso a comer.<br />

Un carro pasó a toda velocidad, interfiriendo el espacio.<br />

La mujer, que de pronto pareció una actriz trágica, dio un paso<br />

hacia delante, ofreciendo la palma de la mano, como para restablecer<br />

un vínculo roto. Sonia, asustada, dio un paso hacia<br />

atrás, intentando huir.<br />

—Puedes estar segura de eso —dijo la mujer, como si<br />

fuera un oráculo, y la miró con sus ojos sin esperanzas. Pero<br />

luego, cambiando de idea, se sentó en la acera. A Sonia algo<br />

más fuerte que ella la mantuvo inmóvil en ese sitio. El sentido<br />

común le dictaba que rompiera la extraña relación, pero a<br />

pesar de ello no lograba dejar de mirar a esa mujer con devoción,<br />

como alucinada, incapaz de marcharse.<br />

La mendiga estaba vestida con una batola blanca. Sin<br />

volver la cara, empezó a lanzar escupitajos. Sonia se sorprendió<br />

diciéndole, en tono de disculpa, que no cargaba dinero.<br />

Observó hacia un centro comercial cercano, mientras<br />

sentía en la nuca la mirada de la otra. Una vez más quiso huir.<br />

366


—Ahí tienes —dijo tras de ella la mujer. Se volteó y<br />

vio que le ofrecía unas monedas. Ahora estaba de cuclillas,<br />

apoyada en la pared, con las piernas abiertas, el lienzo de la<br />

falda tapándole el sexo, el cual se adivinaba debajo de la claridad<br />

de la tela.<br />

La frágil figura de Sonia también estaba cubierta con<br />

telas livianas. Su deseo había sido hallar un sosiego que ciertamente<br />

no había encontrado.<br />

—A mí eso no me hace falta —contestó. La realidad<br />

pareció disolverse.<br />

La mujer guardó el dinero y se quitó un zapato. Entonces<br />

Sonia se sintió liberada de un peso y se dio cuenta,<br />

asombrada, de que se hallaba cómoda junto a la mendiga.<br />

Tuvo la convicción de que a esa mujer podría hablarle con<br />

franqueza y sin preámbulos.<br />

Pero ahora fue la otra la que tomó distancia. La abarcó<br />

con una mirada apática y se echó a lo largo de la pared. La<br />

gente que transitaba alrededor las miraba con rabia, a esas<br />

dos mujeres atravesadas que estorbaban el paso.<br />

Sonia también se agachó junto a la pared. Un hombre<br />

llegó haciendo proselitismo a favor de algo totalmente novedoso,<br />

que con entera seguridad protegería de todo mal al que se<br />

afiliara. Ella recordó que por ahí cerca seguía estando la casa<br />

de Gabriel y que sólo de sí misma dependía regresar a ese lugar,<br />

en el que había sillas para sentarse y habitaciones gratamente<br />

decoradas. Se pasó la mano por los ojos.<br />

El paisaje se redujo a la acera. Enfrente, en la lontananza,<br />

se vislumbraba una tasca, un sitio en el cual ella había<br />

estado antes, comiendo ruedas de merluza con aceitunas.<br />

—¿Usted qué es lo que tiene? —preguntó Sonia, y le<br />

pareció que ya llevaba ahí mucho tiempo, sentada en el borde<br />

de la acera.<br />

—Estamos jodidas —dijo la otra, mientras se sujetaba<br />

con una mano los cabellos, como si tuviera dificultades para<br />

mantener sobre su cabeza la larga melena suelta en desorden.<br />

367


Hizo con la lengua un chasquido de descontento y luego<br />

murmuró algo que no se entendió. Sonia sintió que todo se estaba<br />

reduciendo a partículas, aunque al mismo tiempo un ancla<br />

desconocida la mantenía fijada a ese sitio.<br />

La mujer se volteó contra la pared, rechazando la intimidad<br />

que había tratado de instalarse en la polvorienta calle,<br />

decidida a no ver las lágrimas que se asomaban a los ojos de<br />

la muchacha.<br />

En medio del estruendo de los vehículos, Sonia se levantó<br />

de un salto y se puso a correr, dejando tras de sí los escupitajos<br />

que ya se habrían cuajado en las aristas de las piedras, en las<br />

cuales, de todas maneras, ningún recuerdo se conservaría<br />

de ellos.<br />

Regresó a la casa con un sentimiento de rabia, dispuesta<br />

a reinventar los espacios, a abrir las ventanas, a mirar su<br />

cara reflejada en los utensilios de cobre, a intentar recomponer<br />

el ambiente dispersado en fragmentos.<br />

Se daba cuenta de que también los demás andaban desorientados.<br />

Luego de explicar en detalle lo que le había sucedido<br />

durante el secuestro, Gabriel se dedicaba a dar vueltas<br />

y se mantenía callado. Pensaba en María Teresa y en su actuación<br />

inesperada, en que no le importó estar en la acera de<br />

enfrente y excluida del grupo, en que sin titubear había puesto<br />

en juego su vitalidad para enfrentar el mundo sórdido al<br />

que se había asomado.<br />

Revisaba una y otra vez los documentos que ella le había<br />

entregado a Camila. Tuvo la convicción de que realmente no<br />

testimoniaban acerca de nada, sólo tocaban la superficie de los<br />

hechos. Daba la impresión de que faltaban trozos enteros y que<br />

ese registro no mostraba en verdad el rostro del mundo del<br />

que pretendía dar cuenta. Entonces, torturado, los volvía a revisar,<br />

por si se le había pasado algo. Lo que él había vivido, visto<br />

y oído, eso no era suficiente para comprender las relaciones internas,<br />

los objetivos y las implicaciones de esa organización.<br />

Pero lo que estaba en esos papeles tampoco era capaz de dar<br />

368


cuenta de lo que él había percibido, era como si se produjera un<br />

incesante torcerse de las informaciones que ahí se ofrecían.<br />

Sonia observaba el desánimo que iba corroyendo la situación.<br />

Finalmente se decidió a hablar con Gabriel y ayudarlo<br />

a intentar remover de su mente toda esa historia. Mencionó<br />

el espíritu ético y la función que habían diseñado y lo importante<br />

que era retomar el proyecto. Pero apenas lo hizo se dio<br />

cuenta de lo artificial que sonaba todo eso.<br />

Ahora, apoyados en la baranda de un puente, abarcaron<br />

con la mirada los espacios de Caracas en los que los actores<br />

situarían su espectáculo, y hablaron del banquete que<br />

Joaquín y Laura estaban preparando para celebrar el regreso<br />

de Gabriel.<br />

En el espectáculo que irían a presentar estaba concentrado<br />

el anhelo de ofrecer su respuesta al hecho de la muerte de<br />

Luis, pero también cantarían como si no supieran nada de redes<br />

clandestinas, aunque a la vez serían un revulsivo en relación con<br />

ellas, como si en verdad supieran algo en cuanto a todo eso.<br />

Gabriel se imaginó la sensual luz de la escenografía para la canción<br />

que cantaría, la que empezaría como un cuento, pero entonado<br />

sin romanticismo alguno, desde un escenario que carecería<br />

de todo decorado, y en el que él y el resto de Ciudad Sitiada se<br />

ubicarían simplemente como lo hacían los juglares, en medio<br />

de colectividades en las que correteaban niños y mujeres y<br />

hombres, y también perros y otros animales, compartiendo<br />

experiencias que se vivían más allá de la soledad inaugural y<br />

del himeneo de dos seres aislados.<br />

Los cuerpos estarían recubiertos de brillo, como untados<br />

de aceite de coco, y el sonido terminaría por ser apenas un<br />

grito inarticulado. En esa negra noche en la que todo estaría<br />

reverberando, él convocaría a la gente a desobedecer la orden<br />

de los tiempos, esa que decía, sin explicaciones, muérete, ya<br />

está, tu vida ha sido puesta en la balanza y no pesa nada.<br />

Volvieron juntos a la casa, y Sonia se aprestó a intentar<br />

ayudarlo a descifrar los papeles que María Teresa había obtenido<br />

369


con tanto arte, eso tenía que reconocerlo. Ella había tenido el<br />

valor de incorporarse a la guerra que documentaban los papeles<br />

de los que se había apoderado, eso no se podía negar.<br />

Una compleja organización asomaba su rostro desde<br />

esos papeles, sobre los cuales se erguía la figura de Wilmer,<br />

como diciéndoles, soy una nota, aquí estoy y los reto, soy de<br />

lo máximo y sólo confío en mí mismo. Pero luego también a<br />

él lo habían matado como a un perro.<br />

Era como si algo se estuviese decretando desde esos documentos,<br />

desde la vasta ramificación de la que ahí se daba cuenta,<br />

como de un teatro que estuviese comprimido en el reducido<br />

espacio de una carpeta, pero que contenía dentro de sí un sin fin<br />

de personajes y una maraña de hechos y de acciones.<br />

Tratando de entender, consideraron cada detalle, intentando<br />

pescar algún dato, alguna clave esclarecedora, pero sólo<br />

encontraban, de manera reiterada, un programa de guerra<br />

y su puesta en práctica, como un caldo en el que estuviesen<br />

sumergidos seres que luego se desparramaban por las distintas<br />

situaciones que ahí se registraban, hormigas recorriendo<br />

un gigantesco espacio, avanzando agresivas sobre los papeles<br />

que informaban de esas transacciones.<br />

A Sonia le pareció insoportable ver todo lo que ahí se<br />

documentaba, todos esos hechos que se mostraban sin remordimiento<br />

alguno en esos papeles que habían hojeado hasta<br />

ajarlos, persiguiendo a un asesino, para finalmente sólo encontrar<br />

a alguien que ya había sido sacado del juego. A Gabriel<br />

se le dificultaba conciliar la imagen triunfal que se desprendía<br />

de ese legajo con la del cuerpo que había visto caer lentamente<br />

hasta recogerse como dormido, ovillado sobre el suelo.<br />

Observó el gesto untuoso del hombre de expresión<br />

adusta, cuya imagen se asomaba desde algunos de esos trozos<br />

de papel aparentemente tan neutros y quietos. El hombre miraba<br />

al mundo, al emporio financiero ahí registrado, como si<br />

fuera suyo, como si hubiera excluido cualquier otra influencia.<br />

Incisivas imágenes, como balas, siguiendo su fría trayectoria,<br />

penetraban la densidad de un asfixiante aire de jaz-<br />

370


mines corrompiéndose, en una escenografía que se percibía<br />

maquillada, aunque no dejaba de vislumbrarse la presencia<br />

agazapada de un tiempo salvaje, que se traslucía en su multiplicidad<br />

sumergida, permeando el espacio reticular diseñado.<br />

La mujer de las cejas marcadas se asomaba con su mirada<br />

inquisitiva, junto a otros seres que sobre el papel parecían<br />

sombras, pero que eran ciertamente reales una vez que se reconstruía<br />

el orden al que pertenecían.<br />

Wilmer miraba, ubicado en la carpeta, cuestionando<br />

algo que se le escapaba. Pero al final sólo había una hoja en<br />

blanco que cerraba el expediente, un rectangular trozo de<br />

cartulina sobre el cual nada se hallaba inscrito, dejando la<br />

trama incompleta, sin posibilidad de exhibir más nada.<br />

—Ya es hora de que vayamos saliendo —le recordó<br />

Sonia. Laura había dicho que prepararía unas angulas en cazuela.<br />

Esos gusanos blancos, pensó Sonia con repugnancia.<br />

Hubiera preferido un pedazo de carne bañado en salsa, que<br />

también lo preparaba Laura muy bien, unas sólidas masas<br />

rosadas que se asentaban sobre los platos.<br />

Él entonces la miró como si no la estuviera viendo. A su<br />

mente retornó la película de horror que había vivido y sintió<br />

que la cotidianidad se desintegraba en trozos. Reapareció la obsesionante<br />

imagen del individuo que con tanta sangre fría y tan<br />

despiadada crudeza había actuado, como cumpliendo un decreto<br />

de guerra, o cobrando una deuda cuyo monto y forma de<br />

pago él mismo hubiese prescripto, ahí en el jardín de su casa, a<br />

la vista de todos los que estaban ahí reunidos, en donde acabó<br />

con la vida de un muchacho que hasta entonces había cumplido<br />

tareas a su servicio y había resultado útil para él. En su cabeza<br />

sonó otra vez el largo aullido que había brotado de Wilmer, en<br />

ése su último segundo de existencia, en el cual se detuvo su forma<br />

petulante de caminar, ése su tumbaíto inimitable, y se borró<br />

su espléndida imagen cuidadosamente cultivada.<br />

Sí, pensó, hay que ir donde Joaquín y Laura. Beberemos,<br />

haremos un brindis y contemplaremos absortos la fotografía<br />

de un muchacho muerto.<br />

371


Pero no, todavía no era hora de ir saliendo. Antes tendría<br />

que comenzar la noche privada de ellos dos. Miró a Sonia y<br />

percibió, después de haberlo olvidado por tan largo tiempo,<br />

que con su sonrisa lograba que el aire, con el que se comunicaba<br />

de una manera tan familiar, se hiciese cómplice de las búsquedas.<br />

Ella le devolvió la mirada. Se dio cuenta de que la<br />

casa otra vez estaba ahí. Entonces supo que nunca antes se<br />

había amado tanto a sí misma, ni había estado tan orgullosa<br />

de su cuerpo. Ella era Sonia, y si alguna vez había sido tímida o<br />

alguna vez volvería a serlo, no iba a ser en este momento. Ya<br />

desnuda y abrazada a Gabriel, sujetó el deseo, para poder continuar<br />

percibiendo, y fue sosegando el oscilar de su cuerpo,<br />

disminuyendo el roce de su piel contra la de Gabriel, para evitar<br />

que el juego terminase antes de tiempo, replegándose y reservándose<br />

para un nuevo comienzo. Él a su vez se detuvo,<br />

sorprendido y defraudado, mientras ella se deslizaba hacia delante,<br />

dejándolo a él en una situación levemente desairada.<br />

—¿Te cansaste? —preguntó Gabriel.<br />

Ella no contestó. Se limitó a cerrar los ojos.<br />

Él, entonces, reencontró su sabiduría, mientras ella continuó<br />

madurando el instante, consagrada a la lujosa liturgia<br />

que estaba oficiando. Se reclinó hacia atrás, persiguiendo el<br />

deseo, aunque sujetando el impulso, para lograr los acercamientos<br />

y las huidas, jugar con él y su no realización inmediata,<br />

dejándose llevar y a la vez transfiriendo y cambiando las<br />

opciones, para pedir en silencio que se le prorrogase el tiempo,<br />

y así poder seguir sintiendo, emprender juntos, una vez más,<br />

un aprendizaje inédito, más allá de la muerte, o quizás viviendo<br />

dentro de ella.<br />

Un rato después, poco a poco, el ritmo de sus corazones<br />

se fue aplacando. La mano de él descansó sobre la de ella.<br />

Continuaron enlazados, la lumbre de la piel apagada, pero reafirmando<br />

la mutua pertenencia a través de los cuerpos tibios y<br />

blandos, despojados ya de los juegos de la seducción. La suave<br />

alfombra seguía al pie de la cama, junto a la cual se hallaba<br />

372


la ropa que se habían quitado, desparramada en el piso. El<br />

color crudo de ese pequeño trozo de tela afelpada, como el de<br />

un lienzo, o el de una piedra muy lavada por el río, convidaba<br />

a colocar sobre él los pies descalzos, como sobre el vellón de<br />

alguno de esos animales lanudos, ovejas y corderos y todo eso.<br />

Gabriel había estado a punto de ser exterminado en el inverosímil<br />

paisaje en donde lo habían tenido prisionero, como<br />

un trapo en manos de gente que se permitía llevar a cabo ejecuciones.<br />

Y como en los de un grabado antiguo, en vasijas abiertas<br />

como ánforas cayeron Luis y Wilmer, los cuales ahora ya<br />

estaban adelgazándose en el recuerdo.<br />

En el espectáculo que montarían, por un resquicio saldría<br />

el ritmo que los haría visibles, creando la atmósfera que<br />

permitiría alumbrar las rupturas. Soñaban con un cristalino<br />

fuego llameante que brotaría del centro que ellos rodearían, y<br />

entonces comenzarían unos juegos en medio de los árboles,<br />

como si fuesen semidioses, aunque a fin de cuentas no eran<br />

más que hijos de su tiempo, al que algunos consideraban mediocre,<br />

pero que era irremediablemente el de ellos, la única<br />

oportunidad para que cada cual, lanzado ahí de cualquier<br />

manera, interpretara un papel en el drama que de todas maneras<br />

no podría eludir.<br />

373


33<br />

La noche refulgía a través de la lluvia y la ciudad se vislumbraba<br />

en medio de las sombras.<br />

María Teresa había logrado introducirse por los vericuetos<br />

de complejas y sórdidas historias, se había desplazado<br />

por ellas y había superado toda clase de obstáculos, pero a<br />

fin de cuentas lo que había hecho no había servido para nada,<br />

incluso muchos fueron los que le dijeron que nada nuevo<br />

había descubierto, que todos esos asuntos eran normales y a<br />

ninguno sorprendían, eran el pan nuestro de cada día. Pero<br />

ya ella había perdido la paz y la ingenuidad y no estaba dispuesta<br />

a archivar los conocimientos que había adquirido.<br />

Miró su rostro en el espejo y la imagen le devolvió una<br />

cara linda, lo cual siempre la llenaba de felicidad. Con la mirada<br />

fija en sí misma, se quedó así unos segundos, y luego<br />

descorchó una botella de champán y brindó, de frente a la<br />

hermosa persona a quien reencontraba.<br />

—Soy como soy —se dijo— y proseguiré esta investigación,<br />

aunque me lleve la vida entera.<br />

Ya no lo haría para salvar a Gabriel, ni para que él la<br />

volviese a querer, sino porque desde esos papeles había surgido<br />

un mundo más allá del dolor, exigiendo ser mirado y haciendo<br />

un llamado al que ella se sentía impulsada a responder.<br />

Volvería a hablar con Marco Vinicio. Ese carajo tendría que<br />

ayudarla a hacer materializar esa serie de redes, probablemente<br />

mundiales, acerca de las cuales ella ofrecería una visión,<br />

375


las colocaría a la luz de su linterna, o bajo el vidrio de una lupa,<br />

todas las veces que fuese necesario, una y otra vez si ése<br />

fuera el caso, para llegar hasta los personajes que se asomaron<br />

desde la carpeta, unos al lado de los otros, configurando nudos<br />

y remolinos en el conjunto de las asociaciones organizadas.<br />

Eran los nuevos viajeros, los que no hacían turismo, los que<br />

vinculaban entre sí a las grandes ciudades y a las pequeñas aldeas,<br />

a espacios vacíos que alguna vez fueron centros de quehaceres<br />

humanos de distinta índole.<br />

Ella había logrado algo, al borde del barranco, pensó,<br />

mientras se tomaba otra copa de champán en honor a sí misma,<br />

cerrando los ojos y disfrutando la sugestión de su idea,<br />

sintiendo el efervescente deseo de partir siguiendo esa línea<br />

que había encontrado, ir en busca de lo desconocido, con el<br />

sólo punto de apoyo de los fragmentos que no había logrado<br />

hacer encajar los unos dentro de los otros, pero cuyo hallazgo<br />

seguía produciendo sobre ella una fascinación que continuaba<br />

manteniéndose viva.<br />

Se miró de nuevo en el espejo, los ojos entornados, el<br />

cabello como chorreando agua, y se supo protagonista de las<br />

grandes aventuras que viviría en el futuro. Ella era María<br />

Teresa Márquez, era la que se había movilizado, la que emprendió<br />

el camino hasta la oficina de Marco Vinicio y había<br />

vuelto de ahí con la información en las manos. Ya no le importaban<br />

ni Camila ni Gabriel. Estaba sola y todo lo que emprendería<br />

de ahora en adelante lo cumpliría únicamente por la<br />

propia motivación que la impulsaba.<br />

Se levantó y subió por las escaleras hasta la azotea. Ahora<br />

por fin sabía lo que quería. Terminaría sus estudios de periodismo.<br />

Trabajaría años, si fuera necesario, pero lograría poner al<br />

descubierto todas esas historias que la requerían.<br />

—¿Hacemos otro brindis? —se preguntó a sí misma, y<br />

se sentó en uno de los escalones. Cruzó las piernas y su falda se<br />

deslizó hacia arriba. Se supo sexy, y supo también que carecía<br />

de respuestas para las preguntas que ella misma se formula-<br />

376


a, que no tenía esquemas con las cuales poder funcionar<br />

cómodamente, pero se sintió segura de que llegaría a la sustancia,<br />

a la parte importante de todo este asunto, incluyendo<br />

también todos los vericuetos que estaban al margen de lo que<br />

se hallaba en el centro.<br />

—¿Para qué quieres ir a lugares tan peligrosos? —se<br />

preguntó después—. ¿Qué quieres demostrar? ¿Que eres<br />

muy arrecha?<br />

No se molestó en responderse.<br />

Se acordó de los tiempos en los que Gabriel la llamaba<br />

mi diosa de las aguas, pero luego rechazó esa imagen. La actitud<br />

de Gabriel hacia Sonia no había cambiado en nada. Pero no<br />

importaba. Su motivación ahora era llegar hasta el fondo de los<br />

expedientes que había visto, aunque no fuera en este momento,<br />

aunque fuera más adelante. Ésa sería ya otra historia. Ella<br />

buscaría nuevos documentos y entrevistaría a un sin fin de<br />

personas, hasta recabar la mayor cantidad posible de datos.<br />

Bajó a toda velocidad por las escaleras. Realizaría las<br />

investigaciones acerca de esa organización en particular, la<br />

de la Paula Abreu esa, que se la daba de luminaria, una gran<br />

cosota se creía, tratando de expresarse como una actriz en las<br />

tablas, constituyendo su propio decorado, cuya imagen se reproducía<br />

en los documentos que había encontrado. Todo ello<br />

la incitaba a una nueva aventura.<br />

—Eso que pasó, eso lo averiguaré, desde el fondo de los<br />

hechos, incluso si ya se han transformado irremediablemente,<br />

con mis propias manos iré anotando todo, y quizás hasta un<br />

<strong>libro</strong> publicaré. A Gabriel no lo necesito, mi vida la haré yo<br />

misma, yo sola.<br />

Se acordó de la belleza de Gabriel danzando en el escenario<br />

y pensó en los centros comerciales a los que habían ido<br />

juntos y en los cines de lujo en los que se habían encontrado.<br />

Se miró en el espejo de nuevo, vio sus senos de salvaje<br />

exuberancia y tomó conciencia de su aire de princesa. Se supo<br />

seductora, dispuesta a ingresar a una vida misteriosa de la<br />

377


que nadie tendría que saber nada. Ahora ella andaría formulando<br />

preguntas y llevaría a cabo lo que se proponía. En<br />

cuanto a eso no tenía duda alguna.<br />

378


34<br />

Un aire de agresiva fiereza se ocultaba en la melodía que ascendía<br />

desde la guitarra que las manos de Alberto pulsaban, celebrando<br />

la llegada de la oscuridad y del fluir de los deseos que<br />

estaban germinando en medio de la noche. Camila contempló<br />

el enmarañado pelo del guitarrista, el cual en ese momento<br />

concluía la interpretación de la antigua canción, y entonces sintió<br />

que ciertamente esa música era capaz de darle forma a las aspiraciones<br />

que se encontraban dispersas en la sala.<br />

—La pieza renacentista que nos ha tocado —dijo Philippe—<br />

está sustentada en el espíritu de una gente que buscaba<br />

la excelencia, para proveer de una forma la posibilidad de mostrar<br />

sus deseos, lograr exteriorizarlos armónicamente.<br />

La manera en que Philippe repitió sus pensamientos causó<br />

en Camila una extraña desazón. Pero luego su mente saltó de<br />

ahí a otra idea, o más bien a una imagen, un poco borrosa, la<br />

de la época en la que en el teatro los personajes femeninos eran<br />

interpretados por muchachos. En vez de sentirse indignada ante<br />

semejante discriminación, como siempre le sucedía cuando<br />

pensaba en ello, ahora se entretuvo analizando las alternativas<br />

de la disociación que se producía al sustituirse la belleza de una<br />

mujer por la de un adolescente, y cómo podía hacerse verosímil<br />

la pasión por medio de dos seres que así lograban llevar a cabo<br />

su interpretación.<br />

Las posibilidades escénicas se intensifican a partir de<br />

ahora, pensó Philippe, y el paso que estamos dando puede<br />

llevarnos a una situación inédita no buscada por nosotros.<br />

379


Tendré que cuidarlo, pensó Camila, sin definir ni siquiera<br />

para sí misma a quién se refería, mientras las siluetas de todos<br />

ellos se difuminaban en medio de la penumbra. Tuvo conciencia<br />

de cómo la túnica que tenía puesta delineaba su figura, y<br />

presintió que el muchacho que había pulsado las cuerdas se<br />

encontraba todavía lejos de saber cómo manejar todo esto, pero<br />

que quizás tampoco ella, ni mucho menos Philippe, sabrían<br />

cómo actuar, más allá de estar embebidos tanto el uno como la<br />

otra en ese chico, aunque a la vez estaban donándose también<br />

a sí mismos, mutuamente, bajo la iluminación dorada que se<br />

desprendía del farol que oscilaba con suavidad, haciendo danzar<br />

tenuemente las sombras de los tres.<br />

Alberto comenzó a tocar ahora una música diferente,<br />

contemporánea, una espesa sonoridad que parecía brotar de<br />

una primitiva sustancia orgánica.<br />

Sus manos de largos dedos elásticos hicieron poblar la sala,<br />

que daba la impresión de estar perdiendo sus límites, de una<br />

lumbre de la cual sólo parecía separarlos una tenue tela de un<br />

frío tono azul, que flotaba ahí como una presencia irremediable.<br />

Luego Alberto dejó la guitarra y tomó una hoja de dibujo,<br />

en la que esbozó un fragmento de la ciudad, un lugar de<br />

encuentro para las dudas y para abordar la irrealidad continuada<br />

que los envolvía de una manera tan excesiva. Con una<br />

leve maniobra de su mano hizo aparecer una rueda que parecía<br />

funcionar arrastrando tras de sí la materia de los sueños,<br />

todos un poco extraños, como viniendo de otras épocas y<br />

asentándose en la que ahora era la de ellos.<br />

Un sentimiento de goce fue surgiendo entonces de los<br />

exquisitos signos que el peregrinar de la mano del muchacho,<br />

primero en la guitarra y luego sobre el papel, con refinada<br />

técnica, fue diseminando a través de los sonidos que<br />

iban cayendo y del dibujo que aparecía ante la vista.<br />

De alguna manera los escenarios en los que me dispensaron<br />

grandiosas ovaciones, pensó Camila, ahora se concentran<br />

en este mínimo lugar, que tan intensamente me está<br />

380


seduciendo. El rostro de un muchacho hizo nacer en mí un<br />

deseo que me obliga a preguntarme en dónde permaneció<br />

oculto hasta este momento. Sus ojos almendrados pareciera<br />

que me estuvieran llamando, y yo tampoco puedo desviar de él<br />

mi mirada, que de esta manera me delata, asomándose de detrás<br />

de la máscara y más allá de mi voluntad, para contemplar<br />

la figura que pareciera querer ocupar un espacio que ha permanecido<br />

vacío desde hace ya tanto tiempo.<br />

Philippe se desprendió de las imágenes que habitualmente<br />

se vinculaban con la racionalidad de su inteligencia.<br />

Un encuentro inédito se estaba gestando en esta atmósfera<br />

cargada de los llamados que vagabundeaban entre ellos, en<br />

medio de la belleza insoportable que se estaba generando,<br />

traspasando los muros, en dirección a alguna profundidad<br />

desconocida que parecía estarlos solicitando.<br />

Se había disparado un juego desde un centro inestable,<br />

el cual se estaba desplazando sin un itinerario fijo, y desde ese<br />

punto inicial no especificado se dirigía de una manera arbitraria<br />

en un sentido y en otro, rozándolos indiscriminadamente a<br />

todos ellos, incitándolos a convertir el juego en el sustrato de<br />

un evento a cuyo diseño cada uno tendría que imprimirle su<br />

propio ritmo personal.<br />

Ahora Alberto dibujaba la cabeza de Camila, logrando<br />

el parecido con sólo un par de trazos, aparentemente sin esfuerzo<br />

alguno.<br />

—¿Le gusta? —le preguntó a ella, después de haber<br />

observado él mismo el dibujo por un rato, con su mirada intransigente,<br />

la del artista seguro de sí, que no acepta la menor<br />

concesión de ninguno de aquellos en quienes confía, y mucho<br />

menos de sí mismo.<br />

Hablaba como si no se diera cuenta de la extraña comunicación<br />

que se estaba configurando en torno a él, de la<br />

sutil cercanía que se estaba produciendo entre los tres. Alrededor<br />

de su persona parecía haberse diseñado una tenue<br />

maraña de relaciones que, a la vez que estaba ahí, no estaba<br />

en ninguna parte.<br />

381


Ella lo miró con la coquetería de una muchacha, con la<br />

timidez y la vacilación que la caracterizaron en su juventud,<br />

cuando salía a escena como asiéndose de una baranda invisible,<br />

que le resultaba imprescindible para poder moverse en<br />

medio de la obra.<br />

—Me gusta —le contestó—. ¿Y tú, por qué no te dibujas<br />

a ti mismo también? Un autorretrato. Me parece que a todos<br />

nos gustaría verte —agregó, con un leve tono burlón,<br />

tratando de asordinar la sugestividad del momento.<br />

Se colocó detrás de Alberto, para observar mejor cómo<br />

progresaba el dibujo, al mismo tiempo que Philippe comenzaba<br />

a sentir los efectos de la depresión y pensaba en desaparecer<br />

de ahí, para dejarles el campo libre a estos dos, los cuales<br />

ningún interés demostraban por contar con su presencia.<br />

Alberto, suspendiendo el trazado del dibujo, le pedía en<br />

ese momento consejo a Camila acerca de cómo transmitir un<br />

cierto sentimiento en escena, a fin de que pareciera verosímil.<br />

—Bueno, sencillo, hablando normalmente, así como te<br />

estoy hablando yo a ti ahorita —contestó ella, sin dudar mucho.<br />

—Me extraña que digas eso —intervino Philippe—.<br />

Nunca, bajo mi dirección, trabajaste de esa forma. Siempre<br />

buscábamos una manera particular, adecuada a cada situación,<br />

para establecer las relaciones que iluminaran los significados<br />

o que permitieran a las imágenes desplegarse en toda<br />

su intensidad.<br />

De pronto se calló, porque se dio cuenta de que lo que se<br />

estaba desplegando aquí era la exquisita relación que se estaba<br />

tejiendo, ahí delante de sus narices, entre un encantador muchacho<br />

y una mujer madura, los cuales se alejaban cada vez<br />

más de él, desplazándose hacia otra esfera, a la cual un viejo<br />

teatrero, quedado aquí del pasado, aparentemente no sería<br />

convocado.<br />

Vuelto de nuevo al papel, Alberto se dedicó a su dibujo.<br />

Pero en determinado momento, cuando menos hubiera<br />

podido esperarse, levantó la vista de la hoja a la que iban cu-<br />

382


iendo sus trazos, y miró directamente a Philippe. Había en<br />

sus ojos un deje demoníaco, un algo que no pertenecía a este<br />

tiempo, a la vez que había en ellos un mensaje dirigido a él,<br />

como si el muchacho le estuviera diciendo que en verdad todo<br />

esto por quien estaba sucediendo era por él, y que sólo<br />

ellos dos importaban en esta arriesgada manera de aproximarse<br />

el uno al otro.<br />

Philippe comenzó a captar los matices de la oculta comunicación<br />

que le enviaban los ojos de ese muchacho, que<br />

había llegado hasta ahí como una criatura de la noche, aquella<br />

vez en la que él no necesitó de sus palabras para inventar<br />

su historia, fascinado por la levedad que se desprendía de esa<br />

figura que situó en las calles de la ciudad, surgida de la nada.<br />

Se decidió a enfrentar la situación. Se acercó adonde estaba<br />

el muchacho con Camila, con esa mujer que ahora lo miraba<br />

a él como si lo estuviera compadeciendo, o, quizás, más<br />

bien, como si fuera ella la que estuviera suplicando misericordia,<br />

o, por el contrario, como si sólo ahora se hubiese dado<br />

cuenta de que eran tres los que interpretaban papeles protagónicos<br />

en esta extraviada obra.<br />

Al mismo tiempo Philippe percibió también con claridad<br />

su propio destino invernal, graneado, con pausas que se<br />

intercalaban y transformaban por momentos su vida, para<br />

luego regresarlo a la soledad de siempre. Camila, mientras<br />

tanto, seguía mirando el rostro que continuaba surgiendo en<br />

la hoja de papel, que era la cara de ella, en la cual el dibujante<br />

había reunido todas las posibles reacciones que a ras de superficie<br />

podían mostrarse.<br />

El teléfono sonó en ese momento, y un periodista, que<br />

evidentemente había hecho una buena suposición imaginándose<br />

que ella estaría en casa de Philippe, quiso lograr unas declaraciones<br />

en torno a la sensacional reaparición, sano y<br />

salvo, de su hijo Gabriel. Alberto, que fue el que atendió, ante<br />

las señas que ella le hizo negó de plano que la actriz estuviese<br />

en ese lugar.<br />

383


—No me van a alcanzar, por más que lo intenten<br />

—afirmó Camila, mientras siguió contemplando, ensimismada,<br />

la temblorosa vitalidad que surgía del dibujo, el cual<br />

ahora, inesperadamente, le hizo recordar la imagen de una<br />

liebre que había visto hacía ya mucho tiempo y que parecía,<br />

con su cálida fragilidad llena de vida, ser capaz de enfrentarse<br />

a la muerte y explorar las posibilidades que el tiempo aún<br />

estaba en condiciones de otorgarle.<br />

Pero luego decidió no seguir pensando en la muerte, que<br />

tanto los había rondado últimamente. Prefirió volver a observar<br />

el dibujo, a esa mujer cuya imagen Alberto hacía brotar y<br />

que ahora ya no parecía ser ella, sino de alguna manera todas<br />

las mujeres, o todas las liebres, asomadas ahí en este prodigioso<br />

momento que seguramente nunca más se volvería a repetir,<br />

en el cual se estaba representando una obra que no debía tener<br />

público, les pertenecía sólo a ellos tres, en esta situación<br />

atemporal en la cual, en silenciosa reverencia, y en medio de<br />

la especial atmósfera, la relación entre ellos estaba adquiriendo<br />

una intensidad casi insoportable.<br />

Alberto echó una mirada oblicua sobre Philippe, mientras<br />

seguía manejando el grafito. Los ojos del dibujante, que<br />

ahora parecían estarse riendo, continuaban enviando un recado,<br />

como si quisieran contar una historia muy remota, y así<br />

rememorar todo lo que habían visto ya en el teatro del mundo.<br />

Philippe presintió la sensación de peligro, aquí en la<br />

sala de su casa, porque evidentemente ésta era su sala, éste<br />

era el lugar del cual él, de entre las pinturas, las esculturas y<br />

los discos de gloriosa presencia, había expulsado sin misericordia<br />

a todas las personas que no encajaran dentro de lo que<br />

era su espacio más privado. Cosas y gente habían quedado<br />

allá afuera, en la calle, a la cual no le había dado entrada a este<br />

sitio, en el que hasta ahora todos los actos que habían tenido<br />

lugar se habían desarrollado de acuerdo con los parámetros<br />

que él les había señalado. Las historias que se habían desplegado<br />

en su casa se habían mantenido encerradas dentro de<br />

384


los claros límites que él les había trazado, y llegaron sólo<br />

hasta donde él les había permitido llegar.<br />

Ahora lo más extraño era que, a pesar de la atmósfera<br />

de peligro que percibía, y de que se estaba produciendo la<br />

ruptura de unas fronteras que nunca nadie se había atrevido<br />

transgredir, él no sólo no sentía la irritación que situaciones<br />

mucho menos drásticas habrían generado ya en él, sino que<br />

aceptaba el acontecimiento gustosamente, todo lo cual respondía<br />

a un sentimiento convocado por la seducción que se<br />

desprendía de este muchacho, que se había introducido tan<br />

inesperadamente entre él y Camila, o, quizás, por el contrario,<br />

el que los estaba reuniendo de nuevo, aunque fuese de<br />

una manera tan peculiar.<br />

Colocó un disco y María Bethania comenzó a cantar<br />

dentro de la habitación, la cual, entonces, pareció transformarse<br />

en una iglesia profana. Sin embargo, esta impresión<br />

sólo duró un momento, puesto que el celular de Camila comenzó<br />

a sonar. Ella contestó con fastidio y luego, al identificar<br />

al que la llamaba, alzó la voz, indignada:<br />

—Ya le dije que no tengo nada que declarar. Le ruego<br />

que se atenga a eso y no me siga molestando.<br />

Apagó el celular.<br />

—Tienen una capacidad de insistencia a prueba de lo<br />

que sea —suspiró, y se reintegró a la sensual voz de María<br />

Bethania, la cual surgía, inconfundible, de la lenta afluencia<br />

de notas que se concertaban en el aire, el cual parecía estar<br />

oscilando junto con ellas. Camila se abrazó a sí misma y se<br />

acarició con las manos la tersa piel de los brazos.<br />

Alberto apareció, pensó como si estuviera soñando o<br />

como si su espíritu estuviera vagando entre el muchacho y el<br />

hombre, tratando de dilucidar consigo misma sus propias dudas,<br />

llegó de sus lejanas tierras, y aunque los montajes que<br />

íbamos a hacer no se han dado, seguimos ensayando, en un<br />

terreno muy distinto al que habíamos previsto, esperando<br />

que algo suceda, y mientras tanto él nos dibuja, y nosotros<br />

385


nos dejamos dibujar, y no sabemos en realidad por qué estamos<br />

haciendo todo esto.<br />

Philippe y yo lo amamos, los dos amamos al mismo<br />

muchacho, es así, para qué nos vamos a engañar, y hemos<br />

formado un engranaje como esos que hemos visto tantas veces<br />

en el teatro, porque él al mismo tiempo también me ama<br />

a mí, aunque yo a él ya no, y en cuanto a Alberto, yo creo que<br />

es incapaz de amar a nadie, pareciera que lo que le divierte es<br />

burlarse de nosotros. Esto pensó, pero no lo dijo, quizás porque<br />

en verdad no hacía falta decirlo, los otros dos parecieron<br />

haber escuchado sus pensamientos sin que hubiera sido necesario<br />

darles forma en voz alta.<br />

En unos chispazos de intuición se percibió aún hermosa,<br />

con capacidad todavía de competir, de dar el paso necesario<br />

para vencer el pudor impuesto por el maltrato de los años<br />

sobre su cuerpo. No debía sentir vergüenza de desnudarse, el<br />

impulso que llevaba por dentro era aún el mismo que la había<br />

habitado cuando joven.<br />

Alberto la miró, y sintió que el ritmo al cual ella lo convidaba,<br />

aunque asordinado, carecía de atenuantes. El mundo<br />

giró lentamente. Se supo dispuesto a participar de la danza a la<br />

cual se le estaba invitando.<br />

Camila se acercó, despacio, a ese chico tan joven, tan<br />

excesivamente joven. El amor que me puede ofrecer, pensó,<br />

mientras estoy aquí, viniendo yo para seducirlo, mientras la<br />

rotación del planeta nos arrastra, ¿cómo será? Mi amor, alábame,<br />

imploró en silencio, dime que tú también soñaste con<br />

este encuentro, aunque ahora todo es distinto, ninguno de<br />

nuestros gestos se asemeja a las exquisitas flexiones que nos<br />

imaginamos, hay algo escondido que se niega a surgir.<br />

Tres seres estaban ahí de pie, tan cerca cada cual del<br />

otro, repitiéndose cada uno en los demás, reticentes, aislados,<br />

encendidos, impulsados por una oscura motivación. Alguien<br />

se arrodilló, quizás la mujer, quizás algún otro, ya nada estaba<br />

claro, la penumbra abarcaba el espacio entero.<br />

386


Como en sueños, se fueron despojando de la ropa.<br />

Camila se deslizó fuera de la túnica y la dejó caer al suelo.<br />

Ahora ya estaban desnudos, como tanto lo habían deseado, y<br />

las miradas se exploraban mutuamente, los ojos acostumbrándose<br />

a las sombras, las pupilas envolviendo a los cuerpos<br />

y a la piel destellante de los vientres. El tiempo se detuvo<br />

y sólo la luz dorada del farol cercano contribuyó, bañándolos<br />

con un leve barniz que atenuó con su dulzura la presencia<br />

cruda de las figuras.<br />

Camila pensó que había sabido desde siempre que esto<br />

tendría que suceder, y que de alguna manera se trataba de retomar<br />

los antiguos tiempos en los que visitaba a Philippe, la<br />

fuente de todas las búsquedas que había emprendido.<br />

Alberto, en cambio, sintió que no había espacio sino<br />

para el presente. Estaba respondiendo a la serena belleza de<br />

la mujer madura, aunque todo había comenzado sólo como<br />

un juego, pero ahora ingresar a ese universo inexplorado era<br />

algo perentorio, enfrentarse a la frágil promesa que se configuraba<br />

en la voluntad de hundirse dentro de esa Camila que<br />

se hallaba ahí, convocándolo al encuentro.<br />

Pero ella, en un giro casi imperceptible, insinuó entonces<br />

un retraimiento, un no dejar introducirse a nadie en su vida,<br />

por más intenso que fuera el momento. Sintió que alguien le<br />

rozó la cara, con un leve gesto de las yemas de los dedos, los<br />

cuales sólo por un segundo se mantuvieron ahí, antes de retirarse,<br />

sin que ella hubiera podido definir a quién pertenecían.<br />

Pensó en la vitalidad de las manos que no hacía mucho habían<br />

ofrecido la interpretación musical que habían escuchado, la<br />

cual ahora fue sustituida por un silencio que matizaba las ardientes<br />

sensaciones que pugnaban por asomarse con toda la<br />

vehemencia que las empujaba hacia fuera. Supo que era imprescindible<br />

no hablar. De todas maneras nada era necesario decir,<br />

parecían estar continuando algo iniciado hacía mucho tiempo.<br />

No se inmutó, por más que se sintió doblemente acechada, y con<br />

su propio deseo a su vez duplicado. Sólo le hubiera gustado ser<br />

387


esada, apenas eso, más nada, al menos por el momento nada<br />

más que eso.<br />

Philippe miró al lejano amor de su juventud, y al muchacho<br />

que había acogido incondicionalmente aquí en su casa,<br />

percibiendo el deseo a punto de estallar entre ambos.<br />

Hasta él llegó el fulgor del azaroso encuentro, que desde un<br />

cierto punto de vista podía parecer muy mundano, pero dentro<br />

del cual cada uno de los tres se hallaba solo y desamparado,<br />

era como si hubiesen retornado a algún punto inicial desde el<br />

cual fueron llamados para participar en este navegar, en el cual<br />

ahora estaban a punto de naufragar todos ellos.<br />

Se sintió confundido. A lo largo de su vida siempre<br />

había sido un creador, había manejado a seres humanos y a<br />

personajes, había hecho desplazarse materiales de todo tipo para<br />

producir los escenarios que él mismo diseñaba, y se había<br />

creído un dios haciendo todo eso. Pero ahora estaba aquí, sintiéndose<br />

tan vulnerable, entregado sin condiciones, y los seres<br />

amados por él se le escapaban, eran como sombras que aparecían<br />

sólo por momentos, para desvanecerse luego nuevamente,<br />

mientras él intentaba hacerlos volver una vez más, para fracasar<br />

cada vez de nuevo. Sintió que las señales que le habían enviado<br />

los ojos del muchacho ya no le llegaban, y que quizás<br />

todo fue sólo un malentendido, apenas un juego equivocado.<br />

El momento se puso denso. En el breve transcurrir de<br />

un instante se miraron con asombro, en medio de las paredes<br />

de la casa de Philippe, que se estaban saturando con los fugitivos<br />

deseos que entre ellos se cruzaban.<br />

Alberto recordó que allá, en el silencio del ático, mientras<br />

comía pan o alguna otra cosa, era él el que interpretaba<br />

todos los papeles de una misma obra, tanto al protagonista y<br />

a los demás personajes masculinos, como a las heroínas y a<br />

todas las otras mujeres, sintiendo el vértigo de hacer algo ilícito,<br />

un algo prohibido que lo atraía hacia su abismo.<br />

A Philippe ahora el muchacho le pareció una divinidad<br />

menor, o un ángel mensajero de esos que sólo en algunas<br />

388


ocasiones particulares se mezclan con los seres humanos, sin<br />

entender por completo qué es lo que pasa entre ellos. Pensó en<br />

buscar protección en algún otro lugar, escapar de ahí. Ese<br />

chico era por lo menos veinte años más joven que Camila, y<br />

todo esto para ellos es como si fuera lo más natural del mundo.<br />

A esta mujer, siguió pensando con rencor, a quien he reverenciado,<br />

ante quien me he rendido sin condiciones, me la<br />

disputa ahora un muchacho a quien recibí como a un hijo.<br />

A ella, la que fue mi única interlocutora en lo intelectual y en<br />

lo artístico durante tantos duros, arduos y gloriosos años que<br />

vivimos juntos. Pequeños detalles y grandes hazañas, mucho<br />

amor y tantas peleas, todo eso constituía la historia común de<br />

ellos dos. Ahora, de pronto, a Camila eso ya no le importa<br />

nada, y a él lo habían dejado a un lado del escenario, como si<br />

fuera apenas un actor de reparto. Se sintió cubierto por la pátina<br />

del tiempo y espolvoreado por partículas de cansancio.<br />

Pero el hirviente impulso estaba ahí, inasible, intentando<br />

traspasar los límites, los cuales, invisibles, también estaban<br />

presentes. La luz erotizaba los movimientos, los cuales,<br />

a su vez, erotizaban las miradas de los que participaban de<br />

este acontecer, en el cual el leve desplazarse de la atmósfera<br />

de la sala, oscilante, ofrecía el espacio para irse deslizando,<br />

como un bote, por el amplio y solitario universo. Quizás estaban<br />

navegando hacia algún abismo, a punto de precipitarse<br />

arrastrados por la corriente, o quizás se trataba de un movimiento<br />

retardado, como en cámara lenta, un ir flotando muy<br />

poco a poco, lentamente, llevados por el oleaje.<br />

En la penumbra, Philippe vislumbró el cuerpo de Alberto,<br />

ese chico que parecía salido de un cuadro que quedaba<br />

en un lugar lejano, pero que él había visto alguna vez, un muchacho<br />

que fue capaz de hacer su aparición con unas flores cuyo<br />

impúdico fulgor brotó en la sala de su casa, en la que el<br />

chico entró en apariencia todo confundido, aunque muy pronto<br />

la luz de esos blancos cardos iluminó por su cuenta la cueva<br />

en la que él hasta ese momento se había sentido tan seguro.<br />

389


En la oscura sala se comenzó a entretejer un vínculo, desde<br />

esas flores del todo abiertas, en el ámbito privado en el cual el<br />

azar había reunido a dos seres entre los cuales sólo diferencias<br />

debieron de haberse subrayado.<br />

Pero ahora Camila estaba ahí, a la expectativa. Se notaba<br />

cómo disfrutaba viendo el cuerpo joven movilizarse, daba<br />

rabia percibir cómo contemplaba, sin disimulo alguno, la vitalidad<br />

que se manifestaba en los músculos que se flexionaban,<br />

un vigor que simplemente nacía ahí, sin ningún tipo de<br />

esfuerzo, y se exhibía sin inhibiciones, más allá de toda intencionalidad,<br />

avanzando a través de las células, como un<br />

animal que se desplaza libremente por su territorio.<br />

La actriz sintió lo mayor que era en relación con ese<br />

muchacho, y la invadió un malestar que intentó disimular<br />

mostrándose indiferente, hasta parecer casi helada, mientras<br />

por dentro se llenaba de pavor. Su sangre aún bullía con toda<br />

intensidad, pero el cuerpo había comenzado ya a revestirse<br />

de la indigencia que otorga el tiempo.<br />

Se llenó de valor y aceptó el momento, el cual invitaba<br />

al otoñal viaje que estaba emprendiendo. Un leve beso aleteó<br />

sobre su piel, fugazmente, y ella, perpleja, instintivamente,<br />

quiso proteger su desnudez. Pero luego se dejó llevar por la<br />

alegría, por la ilusión de dar, y la de recibir, al lado de estos<br />

dos seres, ahora sintió que los amaba a ambos, y entonces<br />

dejó de protegerse, su mirada se perdió en la lejanía y su<br />

cuerpo se ofreció sin restricciones. Era como decir, aquí estoy,<br />

yo soy el espectáculo. Con un solo movimiento hizo vislumbrar<br />

el brillo que brotaba de su carne. Alberto extendió<br />

los dedos y esbozó una caricia sobre la sedosa piel que se encontraba<br />

a su alcance.<br />

Philippe pensó que tendría que retirarse. Sintió que había<br />

perdido todo apoyo, su presencia no era notada, y su figura<br />

parecía estar ahí meramente como personificación de la<br />

soledad de su espíritu. Su desamparo se fundió en la oscuridad<br />

de la noche parpadeante. Le resultó imposible asimilar la<br />

390


idea de su exclusión de en medio de los lazos que se estaban<br />

estableciendo entre los otros dos, que habían perdido todo<br />

miramiento hacia él. No podía entender lo que estaba sucediendo.<br />

Todo lo que implícitamente habían convenido fue<br />

cambiado, y ahora, después de haber creído ser convidado,<br />

percibió con claridad que estaba siendo rechazado.<br />

Se preguntó si esas dos personas sólo eran aves de paso<br />

en su vida, o si habría posibilidad todavía de que se asentaran<br />

en ese lugar para siempre o, al menos, por un largo<br />

tiempo. La extraña noche los contenía como un recipiente de<br />

barro que puede partirse en cualquier momento, convertido<br />

en fragmentos dispersos. Entonces, la inmisericorde luz que<br />

en su mente seguía produciendo la flor luminosa lo ayudó a<br />

definir la situación y lo impulsó a dar un paso hacia donde se<br />

vislumbraba la silueta de los otros, decidido a no permanecer<br />

al margen. Una mano que no supo distinguir de quién era hizo<br />

renacer en él el deseo, el cual ya se había retirado, asustado.<br />

En un susurro oyó pronunciar su nombre, y eso fue como<br />

entrar en medio de una vegetación enmarañada, dentro de<br />

una selva, o como flotar entre retazos de sueños que le estaban<br />

dando forma al gesto de la aceptación. Aunque quizás<br />

todo no era sino un espejismo, algo ilusorio que estaba titilando,<br />

grabado en el aire, en medio de un resplandor invisible<br />

que estaba más allá de la oscuridad presente.<br />

Lo inalcanzable no existe, se dijo a sí mismo, y, como<br />

tantas otras veces, también ahora sonrió acremente, ante la<br />

obvia falsedad de esta aseveración.<br />

El tiempo giró hacia la alegría. A pesar de que estaban<br />

silenciosos, sabían que el fuego en sus palabras existía. El<br />

pudor ya no tenía cabida y el juego entablado era salvaje y<br />

delicado, luminoso y enceguecedor. Después de este momento<br />

ya nada podría ser igual. Los juegos se duplicaron en<br />

la voluntad de galopar hasta la extenuación en medio del aire<br />

ahora ardiente, los tres dispuestos a donarse el uno al otro,<br />

como si pertenecieran a un tapiz dentro del cual estaban ahora<br />

391


todos navegando, como en un cuadro en cuyo interior se estuvieran<br />

fundiendo los distintos personajes, cuyas formas se<br />

difuminaban en ese largo paño deshilachándose en filamentos,<br />

dentro del cual parecían interpretar una inmemorial suite<br />

de danza. Aunque a fin de cuentas no eran sino apenas una<br />

transparencia menos que difusa, unas imágenes trazadas en<br />

el aire era lo que parecían.<br />

La oscuridad cubrió aún más la sala. Como el palpitar<br />

de un pájaro se hallaban ahí reunidos en la incandescente relación,<br />

sujetando con sabiduría el impulso que los llevaba a<br />

explorarse, improvisando, intentando conseguir, en el movimiento<br />

final, la fusión de sus vidas enteras, olvidados de la<br />

experiencia indecible de la muerte, deleitándose, conmocionados,<br />

transmutados en una ilusión y a su vez ellos mismos<br />

persiguiendo una ilusión inalcanzable, cada uno de ellos.<br />

En medio de la tersura de la noche las palabras siguieron<br />

manteniéndose cautivas. Asentados en el silencio,<br />

permanecieron flotando dentro del instante. Los cuerpos buscaban<br />

las distintas opciones a su alcance, el miembro viril<br />

también presente, erguido en su orgullo y arrastrando su posible<br />

derrota. Casi a la manera de un velero, se deslizaron con<br />

intensidad por las ignoradas relaciones que se estaban formulando<br />

en esa inédita obra en la que eran ellos los únicos<br />

personajes.<br />

Nada se ha dicho, pensó Alberto, pero no hace falta.<br />

Guardaba dentro de sí todas las palabras que le había escuchado<br />

a la gran actriz, y también las que le había oído a ese hombre<br />

que ahora se orillaba junto a la pared, y cuya mirada se<br />

inmortalizó en las películas que quedarían para la posteridad,<br />

si en verdad existía posteridad alguna después de morir uno.<br />

Philippe pensó que había soñado con esta experiencia<br />

desde siempre.<br />

Camila estaba siendo seducida en el centro de su ser,<br />

un centro que lo era sin serlo, que se desplazaba alternativamente<br />

de un espacio a otro, en medio de este viaje que había<br />

392


surgido del llamado de la noche. La transparente piel del seno,<br />

sedosa en unas partes, rugosa en otras, ofrecía y solicitaba<br />

placer, impulsándola ahora a participar en la fiesta con<br />

desenfreno y sin límites. Como cuando la piedra se lanza al<br />

lago y se hunde, así percibieron ellos los círculos concéntricos<br />

que dentro de sus cuerpos fueron extendiendo su avance,<br />

con audacia e indeteniblemente.<br />

Allá afuera la noche destilaba su presencia, mientras<br />

aquí adentro la escasa luz seguía difuminando a los seres que<br />

ahí se hallaban tan estrechamente vinculados. Como una intensa<br />

y frágil llamarada resplandecían los enmarañados cabellos<br />

cobrizos de Alberto.<br />

Camila se movió de sitio, y entonces vio, en el gran espejo<br />

de tres cuerpos y de vidrio biselado que estaba enfrente,<br />

a las figuras multiplicadas de ellos tres, como a través de los<br />

ángulos de un prisma, duplicadas una y otra vez, repetidas<br />

sin dificultad, reapareciendo hasta en el canto de cada espejo,<br />

en los biseles, en cada uno idénticas a sí mismas, enfrentadas<br />

a las oscuras formas que las generaban y que ahí se<br />

reflejaban tantas veces. El bombardeo de imágenes planas<br />

producía una gradación de lo similar dentro de la diferencia.<br />

La alegría se desplazó por la superficie, trastocando<br />

las dimensiones y aleteando por un instante dentro de la profundidad<br />

del espejo. La imagen se derramó, resplandeciente,<br />

y luego, puesto que cada cual se movió de sitio, el tropel de<br />

las figuras desapareció. Fue como si todos hubieran muerto<br />

de repente.<br />

Se echó a reír, para sorpresa de los otros dos, y se imaginó<br />

que ahora, como en el teatro, se inclinarían los tres a la<br />

vez, saludando, agradeciendo, y luego cada cual se iría alejando<br />

para seguir con su propio juego, continuando cada uno<br />

por su cuenta el asedio a la seducción y al atractivo, transportando<br />

sobre la piel lo que el doble espejo de los ojos de los<br />

otros había devuelto como reconocimiento a la belleza, más<br />

allá de toda palabra.<br />

393


35<br />

—¿Y qué hacía ese personaje entre acto y acto? —preguntó<br />

Philippe.<br />

—Bueno, el muy impúdico, después de echar una mirada<br />

sobre los trastos que había a su alrededor, se acomodaba<br />

en una silla y se ponía a ver en el VHS una película pornográfica<br />

—contestó Camila.<br />

—¿Un héroe de la antigüedad griega viendo VHS? —preguntó<br />

Gabriel, muerto de la risa.<br />

—Bueno, esa tecnología no pertenecerá al argumento de<br />

la obra, pero, a juzgar por lo que sabemos del teatro y de la vida,<br />

ni toda la Hélade junta podría impedir su utilización por el<br />

personaje. Entre acto y acto, claro. Si le da la gana, podrá usar<br />

hasta una computadora portátil y leer su correo electrónico ahí<br />

detrás de las bambalinas, oculto a la sala que nosotros vemos<br />

desde el escenario —explicó, impávida, Camila.<br />

—No deja de ser todo un problema kantiano —siguió<br />

el juego Philippe—. Cuando camina como griego, no va a<br />

Chacaíto, por más que sea capaz de hacer la mímica de que<br />

es un venezolano que ha jugado pelota en alguna caimanera.<br />

Pero no intentará hacer sus propias y trascendentes creaciones<br />

en la ciudad. Porque si ahí en Chacaíto se encontrara con<br />

un artesano peruano, a partir de ese encuentro tendría que repensar<br />

todo su montaje con nuevos escenarios.<br />

Se interrumpió para recibir el oporto seco que le ofrecía<br />

Joaquín.<br />

395


—Ahora, si a donde llega es a un cyber café, ya el problema<br />

es diferente, eso habría que analizarlo.<br />

—Dejémonos de maniqueísmos antropológicos —lo regañó<br />

Robert, riéndose también. Miró el grupo conformado por<br />

Sonia, Laura, Yenifer y Beatriz, y creyó notar que junto a ellas<br />

se corporeizaba el fantasma de todos los sucesos por los que<br />

habían pasado, con su cúmulo de voces humanas que no necesitaban<br />

de cables para tener acceso a la actualidad. Contempló<br />

la figura de Laura, ceñida por su franela color malva, de un aspecto<br />

casual cuidadosamente buscado, cuya compra seguramente<br />

le habría representado el inevitable desplazamiento en<br />

carro hasta algún centro comercial de moda, en medio del tránsito<br />

que en general tan lentamente avanzaba. María Elena se<br />

mantenía apartada, hojeando una revista, con el vestido de gasa<br />

marrón que había encargado para un evento. Sabía que las<br />

miradas se posaban sobre ella y constató, objetivamente, que<br />

estaba divina, contagiada de las palabras que estaba leyendo.<br />

Philippe siguió la mirada de su hijo, y entonces las<br />

contempló también. Observó la cara sonrosada de Sonia, la<br />

única que tomaba cognac, y le pareció una evanescente muchacha<br />

salida de algún daguerrotipo, o una heroína apasionada<br />

desprendida de las páginas de alguna novela del siglo XIX.<br />

Esos <strong>libro</strong>s que él leyó, hacía ya mucho tiempo, unos en<br />

francés y otros en español, en la biblioteca de su padre, un médico<br />

que había dejado su país porque se sintió impulsado a ello,<br />

deshaciéndose de muchos vínculos afectivos, y había venido<br />

hasta aquí, con su mujer y su hijo pequeño, es decir, Philippe<br />

mismo, y aquí se había ganado el pan, o la cerveza, según<br />

fuese el caso, para alcanzar una calma inesperada, en éste<br />

que fue un país extraño para él, pero en el cual pudo abandonar<br />

la antigua necesidad de tener que aparentar lo que no era, y<br />

donde llegó a sentirse a sus anchas. Lo recordaba entonando<br />

viejas chansons que ahora, en retrospectiva, se imaginaba que<br />

habían sido compuestas para que repercutiesen en el alma<br />

de las esposas de los médicos de la época, de modo que cuando<br />

396


se despertasen en medio de la noche y sus maridos, sin mayores<br />

preámbulos, se propusiesen cumplir el rutinario ritual del<br />

matrimonio, ellas, hambrientas de besos y de romances, se<br />

consolaran con la letra y la dulzona música de esas chansons<br />

que se quedaban dando vueltas en sus cabezas. Entonces podrían<br />

seguir manteniendo la honesta creencia de que todas las<br />

heridas sanarían alguna vez, y podrían continuar preservando<br />

su patética imagen de damas de altas cualidades, cualidades<br />

siempre presentes en cualquier circunstancia. Y quizás nunca<br />

en la vida sentirían su piel envuelta en algo que se generara en<br />

un ritual lujoso y que tocara en ellas alguna fibra de cuya existencia<br />

sólo remotamente tendrían una idea.<br />

—Hay que correr riesgos —decía José Antonio en ese<br />

momento—. ¿Qué se puede esperar de una sociedad en la<br />

que ni siquiera la gente de teatro se rebela frente a lo convencional?<br />

Son simples epígonos que aplican fórmulas ya probadas<br />

y comprobadas por otros, y no tienen reparos en colocarse<br />

al servicio de un sistema en el que dos o tres gurús culturales<br />

intentan prescribir lo que debe hacerse y cómo debe hacerse,<br />

para seguir siempre en lo mismo. A más de uno le han impedido<br />

expresar lo que lleva en su ánimo.<br />

Una arremetida retórica de este tipo requiere un aperitivo,<br />

pensó Joaquín, y se dispuso a servir una nueva ronda<br />

inmediatamente.<br />

Pero Camila se había entristecido:<br />

—Los grupos de teatro se han convertido en algo así<br />

como unas sectas. Ahora ya en Caracas es difícil que podamos<br />

hacer una invitación al público a reencontrarse en lo que<br />

nosotros hacemos.<br />

Ciertamente, las posibilidades de todos habían experimentado<br />

una reducción tremenda, aunque la ciudad ahora<br />

exhibía sus gigantescas construcciones de cristal sin recato alguno.<br />

Por las calles circulaban los comediantes y encima de<br />

ellos volaban, invisibles, los murciélagos, y no había ningún<br />

telón de por medio. Sólo la luz se mantenía estable, y en medio<br />

397


de su liviana sustancia podían escrutarse los rostros y las máscaras,<br />

las caras de los asesinados y el mundo del teatro.<br />

Los sonidos de un saxofón se desperdigaron por la sala,<br />

generando tantas sensaciones como personas se habían reunido<br />

en ese lugar. Desde afuera se oía el rugir de los vehículos,<br />

los cuales nunca daban tregua.<br />

En un rincón se había acomodado, en el suelo, un grupito<br />

conformado por Jorge López, Robert, Francisco y Gabriel.<br />

Jorge tendió su vaso y Francisco se lo llenó de whisky, mientras<br />

Joaquín les pasaba un plato con un extraño invento hecho<br />

de pollo. En ese momento Robert hacía un brindis por el<br />

retorno de Gabriel:<br />

—Que sigan siendo propicias las horas para la seducción,<br />

carente de límites —declamó, mientras bebía de su vaso.<br />

El whisky ya había hecho su efecto en algunos.<br />

Francisco hablaba de la técnica que había encontrado<br />

para desarrollar la más exquisita de las modalidades electrónicas<br />

y luego, a partir de ahí, poder improvisar, a ese tan elevado<br />

nivel. Jorge reflexionaba en las palabras que había pronunciado<br />

José Antonio y le parecía que él se encontraba a salvo de<br />

cualquier reproche, puesto que nunca había ganado dinero con<br />

el teatro, en todo el tiempo que hasta ahora llevaba dedicado a él.<br />

Pero luego de establecer esa idea, la constatación misma lo<br />

golpeó y entonces ya no pudo sustraerse a la angustia que le<br />

produjo semejante incongruencia. ¿Acaso era malo ganar dinero?<br />

El malestar no hizo más que aumentar al tratar de dilucidar<br />

su propia responsabilidad en cuanto a todo lo que había soñado<br />

en relación con el teatro y que aún estaba sin realizar.<br />

Los dedos de Alberto, que se hallaba un poco apartado<br />

del grupo, se deslizaron sobre las extrañas máscaras que<br />

adornaban una de las paredes de la sala de Joaquín y Laura.<br />

Por la habitación pasó corriendo Sandra y se instaló en<br />

una butaca.<br />

Camila observó a Alberto en medio de los demás jóvenes,<br />

echando broma, payaseando, seduciéndose los unos a los<br />

398


otros, circulando siempre entre ellos mismos, evitando a<br />

los mayores, como cumpliendo una especie de pacto secreto.<br />

Bebió en silencio. Nada de eso tenía importancia, decidió,<br />

y siguió disfrutando sin complicaciones de la suave porosidad<br />

de la noche y del asordinado canto del saxofón.<br />

Alguien acercó una silla y Philippe se sentó junto a ella.<br />

Ahora sólo parecía existir el saturado tiempo de ambos, en el<br />

cual comenzaron a adentrarse. El hombre que estaba a su lado<br />

fue como un príncipe cuando lo conoció, pero después<br />

ella tuvo más impulso y él se fue quedando atrás, hasta ahora,<br />

cuando de nuevo se presentaba, enigmático, viéndola con<br />

una mirada que no le conocía. Se dio cuenta de lo atractivo<br />

que estaba todavía.<br />

Él a su vez contempló la figura de Camila, ceñida con<br />

un traje negro, y su arraigado romanticismo renació, arrastrando<br />

consigo todas las ilusiones que alguna vez había tenido,<br />

reiterando el deseo de volver a escurrirse dentro de la<br />

vida de ella y lograr, esta vez, con tenacidad, mantenerse ahí<br />

para siempre.<br />

La fiesta era el tiempo del deseo, el espacio en el cual<br />

cada quien intentaba cautivar con su elegancia y su brillo.<br />

Eran los protagonistas de la noche y su ánimo se orientaba a<br />

diseñar los espacios propicios para compartir su intimidad,<br />

para abrirse a los encuentros que se fueran presentando.<br />

Joaquín y Laura se desplazaban entre sus invitados,<br />

ofreciéndoles de comer y de beber, mientras el deseo, ese algo<br />

invisible que los motivaba, seguía proyectándose y dispersándose<br />

en la atmósfera.<br />

Laura tenía sus propias preocupaciones. No había logrado<br />

convencer a nadie de la locura que significaba el espectáculo<br />

al cual seguían insistiendo en poner en práctica. Si eso<br />

definitivamente fuera así, entonces ella estaba dispuesta a asumir<br />

que ninguna de esas personas le hacía falta, no compartía<br />

ni sus creencias ni su voluntad de cambiar los hechos. Ella andaría,<br />

de entonces en adelante, sin contar con nadie, y si fuese<br />

399


necesario, se aislaría de todos esos que tan grandes estrellas<br />

se creían. La única estrella de su vida era Sandrita.<br />

De algún sitio, de pronto, llegó el sonido de un celular.<br />

Cada cual pensó que era el suyo, pero todos los teléfonos que<br />

revisaron estaban silenciosos. El de Yenifer, que aparentemente<br />

era el que sonaba, se hallaba extraviado.<br />

Yenifer tomaba su whisky on the rocks. Dedicada al fugaz<br />

problema de mantener el equilibrio en su itinerario, mientras<br />

los demás le echaban broma, de algún lugar imprevisible<br />

extrajo finalmente su celular y, sentándose en una silla cercana,<br />

en medio del creciente bullicio trató de escuchar lo que le<br />

estaban comunicando.<br />

Se mantuvo así, la atención concentrada en lo que le<br />

decían por el aparato, al que sostenía con la izquierda, mientras<br />

con la derecha seguía sujetando el vaso de whisky.<br />

—Otro igual al que me diste antes —pidió Laura, y entonces<br />

Joaquín le sirvió un vermut italiano. Alberto se sirvió<br />

algunas rebanadas de un queso de hierbas.<br />

La silla en la que se hallaba sentada Yenifer pareció<br />

descolgarse de debajo de ella, que se puso de pie, de golpe.<br />

Se inclinó sobre el celular, como tratando de auscultarlo. Los<br />

demás se dieron cuenta de que algo pasaba, y entonces se hizo<br />

el silencio en toda la sala. Yenifer se volvió, dándole la espalda<br />

al grupo, intentando excluirlos de la conversación.<br />

Se había puesto tiesa. Su figura convocó la atención de<br />

todos los presentes, que permanecieron congelados, como si<br />

los hubieran reunido ahí para una sesión fotográfica. Una<br />

chaqueta que se hallaba en el respaldo de la silla se deslizó<br />

hacia el suelo.<br />

Se sintieron como a la deriva, con esta llamada preñada<br />

de amenazas, frente a toda esa comida que parecía de revista<br />

que habían preparado Joaquín y Laura, con las galletas<br />

todavía en el horno. Laura justo las había revisado, para darse<br />

cuenta de que aún no estaban listas, y luego se había quedado<br />

detenida también, con la paleta en la mano. Joaquín, que<br />

400


había estado picando unos dientes de ajo, miraba la calle desde<br />

la ventana, distraído, de manera que sólo se apercibió de<br />

la seriedad que reinaba con unos segundos de retraso.<br />

Las botellas de vino que tenía a la vista parecían erguirse<br />

como fiadores de que el espíritu de alegría no podía<br />

desaparecer de entre ellos.<br />

Las palabras de Yenifer ahora no se escuchaban. En la<br />

atmósfera se sentía cómo se estaba generando una sensación<br />

de angustia, un enigma que se prolongaba en el tiempo.<br />

La gastronomía tuvo que pasar a segundo plano. La cazuela<br />

sobre el fuego, en la que se encontraban las angulas, así<br />

como la ensalada de diversas verduras que Joaquín había estado<br />

aderezando, fueron las primeras en ser relegadas.<br />

Los invitados seguían manteniendo los ojos fijos en<br />

Yenifer, pendientes de lo que a duras penas podían escuchar<br />

de la conversación que ella continuaba por el teléfono, en mitad<br />

de la cual de pronto la llamada se cortó.<br />

Afuera empezó a caer la lluvia. Una especie de vapor se<br />

levantó con fuerza, para cubrir las esperanzas de los presentes,<br />

que habían acudido a esa comida tan bien planificada y que<br />

ahora, en un brutal giro, comenzaban a participar de algún<br />

juego siniestro cuyas reglas sería necesario acatar y que los<br />

obligaba a mantenerse en esta situación violenta, pendientes de<br />

palabras que todavía no habían sido pronunciadas, pero cuyo<br />

advenimiento presagiaba un reformularse de la situación en un<br />

sentido que no era deseado por ninguno de ellos. Hasta que, finalmente,<br />

Yenifer, parada junto a la ventana, habló:<br />

—No se preocupen —dijo—. Fue una falsa alarma.<br />

Todos se sintieron tremendamente aliviados, y la reunión<br />

pudo seguir con su tono de preámbulo a algo mágico,<br />

un estimulante espacio para las mujeres y los hombres que<br />

ahí se habían dado cita.<br />

La vinagreta al curry que había estado preparando Joaquín<br />

estaba ya casi lista, y los pimentones sobre el mesón mostraban<br />

el atractivo que se desprendía de su piel, su lustroso<br />

401


volumen, ahí bajo la bóveda que se curvaba sobre la superficie<br />

del mueble. La opción por la pimienta que contenían dentro de<br />

sí daba la impresión de poder realizarse en cualquier momento.<br />

Sandra jugaba con un conjunto de muñecas muy pequeñas,<br />

a las que vestía y desvestía, y Yenifer, junto a la ventana,<br />

con el celular todavía en la mano, contempló el anuncio publicitario<br />

en el que varias mujeres compartían la fortuna de observar<br />

una botella de cerveza que producía una gran cantidad<br />

de espuma. Aquí adentro los aromáticos vinos, las frutas y las<br />

luminosas tazas preparadas para el café, junto a la ensalada, en<br />

la que predominaban los tomates, sugerían con su presencia la<br />

necesidad de tomar en cuenta el buen ánimo reinante.<br />

Francisco, que había estado sentado en el suelo, se levantó<br />

para ir al baño. Hubiera querido acercarse a Yenifer y decirle<br />

algo, pero no se atrevió. Si hubiera tenido aquí su bajo lo hubiera<br />

tocado, de pie, frente a todos, y entonces no habría en el mundo<br />

entero más nada sino su música, con su ritmo que lo colocaba<br />

fuera del tiempo. Ahí sí perdía toda timidez y se sentía de lo máximo,<br />

como una estrella, como el artista que era.<br />

El jerez, con su color avellana, reverberaba en las miradas,<br />

las cuales se hundían en su queda constancia líquida. Todos<br />

los otros aperitivos se alineaban junto a una de las paredes de<br />

la cocina, tapizada de afiches. La calle se hacía presente, desde<br />

afuera, como para que no se olvidaran de que existía.<br />

Sandra, a quien ahora nadie le prestaba atención, aprovechó<br />

para comerse un chocolate.<br />

En la otra punta de la sala, Robert se mantuvo sentado,<br />

callado, ensimismado, sintiendo la desnuda felicidad de lo<br />

superficial, de lo que no los comprometía a nada, sólo a estar<br />

juntos, uno al lado del otro, y de vez en cuando hacer alguna<br />

payasada. Quizás en las manos de uno de los presentes aparecería<br />

una guitarra, y entonces sonaría un aire caribeño<br />

que alguien supiera tocar, o una canción moderna que fuese<br />

surgiendo, como enhebrada para contribuir a que las copas<br />

siguieran vaciándose.<br />

402


La mayoría de los jóvenes estaban sentados en el suelo,<br />

frente a los vasos de vino y los cubiertos alineados en el mesón,<br />

cerca de los dulces. Dispuestos a vivir la fiesta para la cual se<br />

habían preparado, para la alegría que los transportaría a alturas<br />

insospechadas, y entonces bailarían, bañados por la luz eléctrica,<br />

mientras los transeúntes, allá abajo, continuarían llevando<br />

a cabo sus actividades, en las calles repletas de gente que seguiría<br />

llegando de todas partes, en medio de los tiros y del griterío,<br />

con latas de cerveza en las manos, descendiendo en<br />

grupos compactos en medio de las devaluadas paredes. El agua<br />

empozada que dejaba tras de sí la lluvia conformaría charcos<br />

que crecerían de centímetro en centímetro, debajo de los anuncios<br />

luminosos y junto a las inmensas colas de los vehículos que<br />

se movían por las diferentes autopistas, iluminadas por las luces<br />

que brotaban, como de una fuente, de esos anuncios.<br />

Laura se levantó y dispuso los blancos platos de porcelana<br />

sobre el mantel de color beige. Al mousse caliente lo colocó<br />

en el centro. Francisco la miró con admiración. Ella siguió impertérrita<br />

con sus actividades, diligente, dándole vueltas a las<br />

galletas y pendiente de todo.<br />

Alberto contemplaba el fondo de su vaso de vino,<br />

Francisco rozó con la mano el brazo de Yenifer y Laura le pasó<br />

una coca-cola a José, quien había estado revolviendo la<br />

nevera en busca de una.<br />

Sobre la sala flotaba el agradable olor que se desprendía<br />

de las comidas que los anfitriones habían preparado.<br />

Afuera seguía cayendo el agua. El frío nocturno se empezaba<br />

a hacer sentir, y los asistentes a la reunión del hogar de<br />

Laura y Joaquín nada tenían que ver con eso, absortos en contemplar<br />

los diversos platos que estaban dispuestos para ellos,<br />

que se habían juntado ahí para comer y pasar un rato agradable,<br />

y nada malo podía haber en eso. La gente en la calle chapoteaba<br />

en medio de la lluvia, como peces navegando lentamente.<br />

El oporto que Joaquín seguía sirviendo continuaba<br />

ejerciendo la seducción que prometía la ceremonia que se<br />

403


había iniciado con tan buenos auspicios. Allá afuera seguía<br />

desprendiéndose una singular materia desde el parpadeo de<br />

las vallas publicitarias, a esa hora en la que se formaban, alrededor<br />

de las manzanas de edificios, grupos de mujeres y de<br />

hombres que consumían alcohol y que intercambiaban sus<br />

mercancías y sus monedas a través de transacciones perfectamente<br />

adecuadas a los efectos que los que las llevaban a<br />

cabo requerían.<br />

Yenifer, inesperadamente, encontró a Francisco parecido<br />

a un ángel de nuevo tipo, o quizás igual a los de siempre, seres<br />

que por alguna legendaria razón eran capaces de desplegar una<br />

feroz energía, contra dragones y otros monstruos de esa especie.<br />

Él le volvió a servir un vaso de whisky y ella se acercó de<br />

nuevo a la ventana. La contempló caminar, moviendo sus caderas<br />

como al ritmo de un bajo. En verdad no era ningún ángel,<br />

tenía sus propias pasiones, precisamente por las cuales se decidió<br />

a seguirla, y juntos se quedaron ahí, en silencio, disfrutando<br />

del efímero minuto que quizás nunca más se repetiría,<br />

percibiendo la brisa que llegaba desde afuera.<br />

Una trepadora se elevaba, pegada de la pared, dibujando<br />

un salvaje movimiento que a nada la comprometía.<br />

404


36<br />

Llevaba rato esperando a que llegara el tipo que la había llamado<br />

a su celular, durante la fiesta en casa de Joaquín y<br />

Laura. No estaba segura de reconocerlo, a pesar de la descripción<br />

que le habían proporcionado. Había demasiada gente<br />

en esa parada de autobús.<br />

Tenía la esperanza de poder obtener por fin alguna información<br />

confiable y traspasar el muro de falsedades, construido<br />

con tantos datos brillantemente pulidos, que le habían<br />

entregado hasta ahora los numerosos sujetos que habían venido<br />

de distintos rincones de la ciudad para entrevistarse con<br />

ella, y que luego desaparecieron sin dejar rastro alguno.<br />

El tiempo pasaba. Se sentó en un banco. Estaba cansada<br />

de tanto interrogar, de tanto escuchar versiones sin ningún<br />

basamento, de encararse con tantos informantes. Pero luego<br />

se recordó a sí misma que no debía tener descanso hasta dar<br />

con el paradero de Paula Abreu y que estaba dispuesta a proporcionar<br />

dinero al que la ayudara en la búsqueda.<br />

De pronto la atravesó con entera crudeza la idea de que<br />

en verdad no valía la pena tomar la lanza y salir a perseguir a<br />

Paula. Posiblemente sólo se estaba dejando llevar por la desesperante<br />

necesidad de buscar un sucedáneo, una imitación que<br />

sustituyera la persecución anterior, sólo por cumplir con la necesidad<br />

de la persecución misma, ante la frustración causada<br />

por la desaparición del objetivo principal, Wilmer. Constató, sin<br />

atenuantes, que la persecución originaria se había desvirtuado<br />

405


y, torturada, se preguntó si detrás de todo eso no se hallaría únicamente<br />

el deseo de ver correr sangre, para así resarcir la otra<br />

sangre que había sido vertida.<br />

Sintió que estaba participando en un juego en el que las<br />

cartas estaban marcadas. Quizás la señora Mercedes tenía razón<br />

y todo este esfuerzo era por completo inútil. Pero ella ahora ya<br />

estaba lanzada tras de una organización y era difícil detenerse.<br />

La multitud circulaba por el lugar, renovándose constantemente.<br />

Un hombre pasó pedaleando en su bicicleta. A<br />

un lado, un vendedor de jugo de caña servía su producto a<br />

los compradores.<br />

Yenifer miró a un tipo que se parecía al que le habían<br />

descrito. Estaba apoyado en una pared y la miraba inquisitivamente.<br />

Pero no se atrevió a acercársele, porque no estaba segura<br />

de que fuese el que estaba esperando. Se arrepintió de<br />

haber venido, y hasta de haber emprendido esta nueva búsqueda<br />

que tan inútil estaba resultando, al igual que la anterior.<br />

Había estado girando en torno a una maraña de redes que funcionaban<br />

en escenarios para ella desconocidos, y en cada nueva<br />

ocasión todo parecía desvanecerse justo cuando ya creía<br />

estar a punto de alcanzar algo tangible. Entonces todo se reajustaba<br />

y las referencias manejadas se volvían indescifrables.<br />

La masa siguió fluyendo alrededor de la parada. Detrás<br />

de ella unos jóvenes parecían marcar territorio, en la creencia de<br />

que eran los más grandiosos de entre todos, aunque nadie<br />

más tuviese semejante idea.<br />

Niños pequeños iban caminando con rapidez, tomados<br />

de las manos de sus madres, las cuales marchaban ensimismadas.<br />

Ocultaban su desamparo dentro del pudor de su seriedad,<br />

cerradas sobre sí mismas ante la voracidad que se<br />

desprendía del vaivén producido por todos los que participaban<br />

de ese movimiento.<br />

Un hombre pasó al lado de Yenifer y la rozó deliberadamente.<br />

Pero luego se perdió en medio de la sorda presencia<br />

de la masa. Desde algún negocio empezó a salir el sonido<br />

406


de una música, una romántica y ajada canción que llegaba a<br />

través del tiempo, hablando de amores y de deseo.<br />

Entonces ella pensó que era como si los hechos que<br />

habían tenido lugar hubiesen pertenecido a una antigua balada,<br />

de esas que los jóvenes de tiempos ancestrales componían<br />

y en las cuales cantaban las calamidades y el esplendor<br />

de la vida, tal como lo habían hecho Gabriel, y Joaquín con<br />

su guitarra, y Luis en el bajo, y ahora también Francisco, él<br />

también con su bajo. Jóvenes que entonaban canciones para<br />

los seres que los amaban y a quienes ellos amaban.<br />

Un tipo de expresión sombría se bajó de un taxi. Se fue<br />

acercando lentamente a ella.<br />

El hombre de la bicicleta regresó, con aire triunfal.<br />

Con cara de perdonarles la vida a todos los demás, de estar<br />

dispuesto a permitirles sobrevivir.<br />

El tipo que había bajado del taxi se paró frente a Yenifer<br />

y la miró de arriba abajo. Le gusto, pensó ella. A ese viejo.<br />

Se aferró a la idea de que necesitaba la información.<br />

La ciudad parecía crecer, ahí en la parada del autobús,<br />

solicitada por un azar que la reclamaba perentoriamente.<br />

Ellos dos se mantuvieron frente a frente, inmóviles, como<br />

estableciendo un contrato tácito que de alguna manera tendría<br />

que materializarse.<br />

El hombre le dijo, muy despacio:<br />

—Tú bien sabes que de las autoridades no vas a obtener<br />

nada. Pero si quieres dar con el paradero de la que buscas,<br />

tendrás que sacar dinero.<br />

Yenifer escupió, y dijo:<br />

—Yo te voy a pagar. No hace falta que me repitas algo<br />

que ya yo sé.<br />

Ella traía consigo la plata. Pero no estaba dispuesta a<br />

entregarla sino a cambio de algo concreto. Tendría que obtener<br />

alguna garantía. Habló fingiendo indiferencia:<br />

—Me imagino que tú me acompañarás hasta donde<br />

esa tipa se encuentra.<br />

407


De la fiesta que Ciudad Sitiada había celebrado ahora<br />

ya sólo virutas quedaban. Las notas del bajo de Luis se habían<br />

deslizado hacia la soledad y apenas de vez en cuando su<br />

sonido reaparecía en el recuerdo. Un sonido que se destejía,<br />

como esos sueños que en el momento del despertar en vano<br />

intenta atrapar la deshilachada red de la memoria. De la guerra<br />

que se estaba librando apenas unos fragmentos de vida se<br />

podrían rescatar.<br />

El hombre siguió parado frente a ella:<br />

—Es ahora cuando tienes que tomarlo o dejarlo. Éste<br />

es tu momento, no tienes otro.<br />

Ella sintió que había vivido esto ya muchas veces, demasiadas.<br />

Lamentó de nuevo haber venido a indagar en medio<br />

de estos seres dudosos, que por oficina tenían las calles y las<br />

paradas de los autobuses.<br />

El hombre volvió a hablar:<br />

—Al sitio tendrás que llegar tú sola. Pero los pasos a<br />

seguir se te indicarán con toda exactitud. Tendrás que cumplir<br />

con ciertas condiciones.<br />

Un vendedor ambulante pasó y luego retornó en sentido<br />

contrario, sin dar tregua, ofreciendo empanadas de carne.<br />

La mayoría de los que se desplazaban de un lugar a otro<br />

participaba del continuo intento general de vender algo. Yenifer<br />

se distrajo un momento contemplando ese ir y venir. El<br />

hombre la tomó del brazo y la condujo hasta un callejón apartado.<br />

A duras penas lograron pasar, en medio de la incesante<br />

actividad que se desarrollaba fuera de las puertas de las casas.<br />

—¿Cómo puedo saber que la información que me vas<br />

a dar es verdadera? —preguntó Yenifer ahora directamente.<br />

Él sacó del bolsillo de la chaqueta la foto de un grupo de<br />

gente y se la mostró. Se destacaba la figura de Paula Abreu.<br />

—Aquí está la mujer que buscas —dijo escuetamente.<br />

El bullicio general se volvió a acercar. Yenifer excluyó<br />

de su conciencia todo lo que pudiese interponerse entre su<br />

capacidad de percepción y la imagen de la foto.<br />

408


—Ahí donde ellos se encuentran no hay otros seres vivientes<br />

a más de un kilómetro a la redonda. Hasta ahí si acaso<br />

sólo llegan los pájaros —agregó el hombre.<br />

Sin poderlo evitar, la mente de Yenifer se entretuvo un<br />

momento con la idea de un armónico vuelo surcando el aire,<br />

y se dejó llevar por la visión del ilimitado espacio carente de<br />

tiempo. Haciendo un esfuerzo se reintegró a la gran confusión<br />

en la cual ahora se encontraba. Dejó pasar el perecedero<br />

momento y se encaró con el hombre:<br />

—Necesito algo más tangible —dijo con firmeza.<br />

Ese sitio también comenzó a ser ocupado por los vendedores<br />

ambulantes, cuyo caótico desplazarse iba imponiendo<br />

espacios paralelos a los ya existentes.<br />

—Eso será el día que yo te lo indique, ni antes ni después<br />

—contestó él.<br />

A ella le pareció que eran ya demasiadas las ocasiones<br />

en las que había escuchado palabras semejantes. Se había<br />

reunido demasiadas veces con tipos similares a éste y ya se<br />

sabía por anticipado todo el libreto. Tuvo la convicción de<br />

que justo ahora sería el momento en que el hombre le pediría<br />

la plata. No se necesitaba ningún sexto sentido para saberlo,<br />

se trataba sólo de la desesperante certeza de la repetición de<br />

una rutina por completo previsible.<br />

—La gente que me va a hacer el contacto necesita los<br />

reales. Me tengo que ir, ya he pasado demasiado tiempo contigo<br />

—oyó que decía el hombre en ese instante.<br />

Sintió como si le hubieran dado un golpe. No podía ser<br />

verdad que hubiese caído otra vez en la misma trampa. Tanto<br />

que le habían recomendado al tipo.<br />

Una vez más el circuito se cerraba, repitiéndose, delineando<br />

el círculo vicioso que ella se empeñaba en recorrer,<br />

empecinada.<br />

El hombre siguió ahí, impertérrito. Seguramente llevaba<br />

alguna arma sobre el cuerpo, en alguna parte. Creyó notar<br />

un bulto en su chaqueta de pana.<br />

409


Nuevas oleadas de gente pasaron y se cruzaron entre<br />

ellos. Iban como alucinados. Yenifer sintió que el movimiento<br />

la arrastraba y la iba separando del hombre. Para cuando<br />

finalmente la oleada cambió de rumbo, ya el tipo había desaparecido.<br />

Ella permaneció ahí, solitaria, viendo alejarse ese<br />

atolondrado desplazamiento.<br />

410


37<br />

Jorge sabía que él tendría que marcar ese aire de petulancia,<br />

ese espíritu de que aquí estoy yo para demoler todas las barreras,<br />

yo soy el propio y no le paro al mundo. Debía lograrlo con<br />

una creación contenida, que evitara caer en la caricatura. La figura<br />

tendría que tener su tumbaíto inimitable, el cual sería necesario<br />

imitar sin que fuese una copia, y habría que hacer<br />

verosímil para el público la idea del retorno, para mostrar lo<br />

que ellos pretendían hacer ver.<br />

Era como un juego en la cuerda floja, como desnudarse<br />

del propio ser y asumir la idea de ese otro, más allá de lo que<br />

tradicionalmente se hacía en el teatro desde hacía tanto tiempo.<br />

Sería necesario capturar los pasos y la voz de aquel que<br />

había matado a alguien frente a unos espectadores que contemplaron<br />

ese hecho como algo natural y sin soliviantarse.<br />

De Paula tenía una azarosa imagen que nadie le había<br />

sabido concretar. Era extraño que de la vida de ella poco<br />

se conocía.<br />

Él tendría que reproducir toda la rivalidad que ahí entró<br />

en juego, toda esa historia que Philippe pretendía situar en el espacio,<br />

en un terreno que quizás nadie comprendería. A lo mejor<br />

era tiempo todavía de salirse de ese proyecto, se palpaba en el aire<br />

la locura que gravitaba sobre él. Se recriminó a sí mismo una<br />

vez más por haber aceptado participar, a pesar de todas las experiencias<br />

previas que tenía con los proyectos de Philippe, él era<br />

el principal candidato al manicomio. Se reprochó haber cedido<br />

411


al halago a su vanidad, que Philippe había manejado tan bien, a<br />

la apelación que hizo a su espíritu lúdico, a su insistencia en que<br />

su expresión corporal era la única capaz de representar los tersos<br />

gestos felinos y que, a fin de cuentas, era un privilegio poder trabajar<br />

junto a Alberto.<br />

412


38<br />

La luz asordinada de los reflectores apuntaba hacia los fantasmagóricos<br />

seres que se difuminaban en las tonalidades del<br />

claroscuro resultante. La luna disponía su imagen circular<br />

sobre el agua y desde el cielo rebotaba un alucinado residuo<br />

luminoso, haciendo vibrar los vidrios con los que se habían<br />

construido las más recientes edificaciones de la ciudad.<br />

El sonido de la guitarra eléctrica de Joaquín llenó el<br />

espacio. La música pareció arrastrar consigo todos los sedimentos<br />

del pasado, y las palabras de la letra, en la voz de<br />

Gabriel, comenzaron a dar cuenta de una historia en medio<br />

de la noche.<br />

Camila tuvo la impresión de permanecer dentro de un<br />

instante que había venido de lejos, desde la helada inmensidad<br />

del cosmos vacío de sentido, como si estuviese en medio<br />

del fluir del tiempo ilimitado, haciendo rodar las palabras por<br />

el espacio.<br />

Es como si estuviese surgiendo de un sueño, pensó Philippe<br />

tras bambalinas. En un mínimo grano, en una semilla<br />

casi invisible, se puede concentrar todo el deseo del mundo,<br />

siguió pensando, ya él también como en un sueño, en medio<br />

del distante reverberar de la monocorde dulzura de la luz que<br />

se difuminaba, adelgazando en su oscilación las imágenes.<br />

Una avalancha de personajes invadió la escena, mientras<br />

la noche caía y el mundo se oscurecía.<br />

Las luces rozaron con su anaranjado resplandor las siluetas<br />

de los que estaban saltando. Convertidos en una masa<br />

413


homogénea, en un amasijo de gente, intentaron cerrarse ante<br />

la dureza de la carga de otros seres que venían cruzando,<br />

mientras el canto se levantaba en tono de invocación, a cuyo<br />

llamado habían estado postergando responder.<br />

Las figuras danzantes surgían entre el público para incorporarse<br />

a la fulgurante simplicidad del ritmo de la música.<br />

Se asomaban y se esfumaban entre el mar de gente, bañados<br />

por el resplandor, cambiando de posición todo el tiempo y<br />

dando vueltas en torno al escenario.<br />

La actriz contempló desde arriba el gran movimiento<br />

ciclónico que parecía tragarse a los que corrían en medio del<br />

estruendo, a esa masa que saltaba y giraba, las manos oponiéndose<br />

las unas a las otras.<br />

El bajo de Francisco sonaba como nunca lo había hecho,<br />

como quizás nunca nadie en Ciudad Sitiada había logrado<br />

hacerlo sonar.<br />

Cuando la música se detuvo ella comenzó a hablar:<br />

—Quisiera que alguien me guiara, para no tener que<br />

arrepentirme de haber dejado mi confortable casa, para no<br />

sentirme angustiada en medio de este inesperado silencio.<br />

Los escorzos de su cuerpo apoyaron el registro de su<br />

voz. Gabriel, escondido en la parte de atrás del anfiteatro, en<br />

una especie de viejo galpón polvoriento, algo así como una<br />

deteriorada sala de cine de las de antes, la escuchaba. Sintió<br />

dudas en cuanto al proyecto, que ya no lo era, se trataba de<br />

una realidad que estaba en marcha.<br />

Observó la desvencijada escalera y dejó resbalar su<br />

mirada sobre la espesa capa de polvo que la cubría. La música<br />

empezó a sonar de nuevo, golpeada, rítmica. Él siguió parado<br />

ahí atrás; en esa parte no le tocaba cantar. El público,<br />

cruzando el terreno, se desplegó copando el espacio, agolpándose<br />

frente a Camila, la cual tuvo que esforzarse en hablar<br />

más alto. Su voz se insertó en medio de los seres que<br />

iban surgiendo de la oscuridad, algunos de los cuales intentaron<br />

subirse al escenario.<br />

414


Detrás de bastidores Philippe la contempló inquieto.<br />

Junto a él se encontraba María Elena, imperturbablemente serena.<br />

Distintos resplandores cruzaron el cielo nocturno, iluminando<br />

las idas y vueltas de la gente, en medio de las sombras.<br />

Una rítmica luminosidad, enceguecedora como la arena<br />

de la playa, recubrió ese ir y venir, mientras el monólogo<br />

de Camila, subrayado por el golpeteo de la música, continuó<br />

sobre la escena. Las oleadas del público se acercaron al escenario,<br />

para luego alejarse de él nuevamente, como si de pronto<br />

hubieran chocado contra una barrera, o como si de repente<br />

se hubiera cerrado una gruesa puerta de madera.<br />

Numerosos micrófonos se habían colocado estratégicamente<br />

en distintos lugares del terreno, así como en las plataformas<br />

levantadas sobre él.<br />

Las olas del estanque fluían suaves y muelles. La luna<br />

parecía haber caído dentro del agua, coloreando la penumbra<br />

con su matiz plateado.<br />

Camila se sentía incómoda. Estaba demasiado lejos<br />

del público como para intentar representar el sentimiento del<br />

vínculo con él. Sólo veía un amorfo conjunto de seres que no<br />

le permitía imaginar ningún tipo de expresión. Igual podían<br />

ser personas o insectos, una inabarcable cantidad de individuos<br />

que se mantenían fuera de la posibilidad de ser comprendidos<br />

y ajustados a algo humanamente conmensurable.<br />

Si la gente estuviera más cerca, pensó, desesperanzada,<br />

si los tuviera a mi lado, junto al escenario, a los costados<br />

o alrededor, o incluso detrás de mí, entonces quizás podrían<br />

dejar de ser una masa y serían de verdad un público, mi público,<br />

encontraría en ellos a mis auxiliares, la complicidad<br />

que ahora no hallo.<br />

El frío que sintió que se desprendía de la multitud le hizo<br />

desear el espacio del teatro de cámara, la intimidad de estar sólo<br />

con unos cuantos. Entonces quizás se diera la renovada posibilidad<br />

de alcanzar, una vez más, en medio de las sombras, el vínculo<br />

con los espectadores, el cual aquí se había perdido, aunque<br />

el cerco del público se estrechaba cada vez más en torno a ella.<br />

415


Tengo que concentrarme, se dijo, haciendo un esfuerzo.<br />

Debía lograr que su atención, cada vez más aleteante,<br />

regresara a este acto. Buscó en su mente algo con qué ayudarse,<br />

pero sólo se encontró con que se estaba sintiendo ajena<br />

a todo esto. Ojalá no hubiera aceptado participar en esta<br />

obra, cuyo texto tan miserablemente estaba repitiendo. Se<br />

sintió prisionera en el escenario, al que no dominaba, y del<br />

cual hubiera deseado huir, descolgarse de ahí, convertirse en<br />

una figura invisible, ausente.<br />

El aire nocturno fluía, como lo hacía desde siempre,<br />

fundiendo las partículas disociadas, en un proceso incesante.<br />

La gente iba pasando, miles y miles de personas desplazándose<br />

como una marea humana. Ella los miró con asombro.<br />

Hubiera querido acercarse a esas gentes que se mantenían<br />

tan unidas, felices dentro de la aglomeración de la que formaban<br />

parte.<br />

Jorge López se hallaba ahí en medio de la masa, como<br />

extraviado, apartado de las luces, recordando los detalles de<br />

su papel y esperando la señal de Philippe para entrar en escena.<br />

Se sentía arrepentido de haber aceptado este maldito trabajo.<br />

Carecer de rostro propio ahora le parecía un absurdo y<br />

lo hacía sentirse tremendamente vulnerable. Tuvo la sensación<br />

de que todo estaba en contra y que no lograrían resolver<br />

este acertijo.<br />

La situación no daba tregua. Robert, desde abajo, vislumbró<br />

a Philippe en la parte de atrás del escenario. Se llenó<br />

de preocupación al ver la figura de su padre, inquieto ante el<br />

giro que iba adquiriendo la marejada humana.<br />

Philippe se sintió dirigiendo, o viviendo más bien, una<br />

de esas películas de Fellini en las que grandes remolinos constituidos<br />

por personas se muestran sobre vastos espacios diversos,<br />

cruzando de un lado a otro, acercándose y alejándose por<br />

los lugares abiertos o cerrados por los cuales se desplaza la cámara,<br />

para de repente detenerse y mostrar un trozo congelado<br />

del tiempo que está transcurriendo.<br />

416


Se acordó de Camila interpretando a Anna Fierling,<br />

cuando ya era actriz famosa, en la misma obra en la que había<br />

hecho el papel de Katrin, cuando era aún muy joven.<br />

Una mujer de cejas muy marcadas pasó delante del escenario,<br />

con una cerveza en la mano. En la pantalla colocada<br />

en el lado opuesto apareció la imagen de Luis Jiménez sentado<br />

en un banco. Su cara sonriente se volvió hacia la cámara y<br />

su voz inconfundible se oyó por los altavoces. Era una entrevista<br />

que le habían hecho poco después del gran concierto<br />

del Poliedro. Su risa llenaba el espacio, haciendo burla de sus<br />

propias palabras.<br />

Las cerradas caras del público contemplaron la imagen<br />

y en algunas de ellas se vislumbró el deseo de insultar a ese<br />

muchacho que no terminaba de dejarlos en paz.<br />

Ninguno de los presentes se hallaba sentado en su asiento.<br />

Subían vertiginosamente desde el centro, en avances que<br />

de golpe se convertían en remolinos. La luz anaranjada bañaba<br />

a ese conjunto de gente que ascendía en la soledad compartida,<br />

amontonándose, cumpliendo un itinerario en el que podían<br />

desplegar su energía, desplazándose de un sitio a otro, escuchando<br />

al grupo musical, a esa Ciudad Sitiada cuyo ritmo expresaba<br />

la respiración de todos ellos, en un vaivén que, sin<br />

embargo, no lograba ofrecer abrigo frente a la prueba a la que<br />

estaban siendo sometidos.<br />

Philippe sintió que habían hecho un esfuerzo demasiado<br />

grande y que ni siquiera había valido la pena. Percibió a fantasmas<br />

deambulando en medio de la gente, y recordó la gran<br />

esfera del sol, la cual horas atrás se había hundido por completo<br />

en las aguas. Frente al irregular desplazamiento de los seres<br />

humanos se había producido el lento descenso del centelleante<br />

y cálido cuerpo, con su llameante constancia, el mismo que<br />

había iluminado al mundo miles de años atrás y que surgía día<br />

tras día, chorreando sus antiguas pinturas de variados colores.<br />

Jorge sintió un escalofrío. Apenas una vulgar máscara<br />

sería lo que lo protegería, en medio del vocerío. Dentro de algunos<br />

momentos tendría que incorporarse al espectáculo. Se<br />

417


hizo la promesa de no prestarse nunca más a este tipo de combinaciones<br />

de ficción y realidad. Estaba convencido de que el<br />

grito de su personaje se perdería en el vacío, quizás para adquirir<br />

un movimiento navegante que lo conduciría hasta el<br />

infinito, lo cual era como decir a ninguna parte.<br />

Las siluetas seguían circulando allá abajo, como sombras<br />

que se estuviesen proyectando en ese coso que les ofrecía<br />

albergue. Eran habitantes de la ciudad y habían venido<br />

desde todos los puntos cardinales hasta confluir aquí, donde<br />

ahora estaban corriendo en medio de la difusa luz nocturna.<br />

El universo se articulaba en un oscuro vértigo, en una<br />

conexión inestable, igual que las promesas que había destilado<br />

el tiempo desde sus orígenes, y lo mismo que el presente,<br />

cada vez más reducido, atrapado en las grietas perdidas y<br />

abrasadas del espacio, sobre el cual avanzaban todos los individuos<br />

que constituían esa masa. Corría entre ellos la droga,<br />

con la que buscaban un suave ascenso hacia una otra realidad,<br />

una que estuviera despojada de sobresaltos, aunque tampoco<br />

estuviera preñada de espera alguna.<br />

En medio de la humedad de la noche, del canto sólo<br />

percibían lo que tenía de tiempo presente. Para ellos las tumbas,<br />

o el aire lleno de cenizas, no eran sino lugares carentes<br />

de significado. La algarabía que se había desatado terminaba<br />

teniendo un valor en sí misma, tercamente negada a trascendencia<br />

alguna.<br />

Philippe sintió que el explosivo empuje del público, así<br />

como sus gruñidos y sus alaridos, se contraponían a lo excesivamente<br />

teórico del proyecto. Todo indicaba que los objetivos<br />

iniciales estaban siendo desplazados por el poderío de las<br />

oleadas de los jóvenes, que sobrepasaban violentamente el<br />

tiempo detenido que ellos habían pretendido instaurar. De tal<br />

manera que la distancia entre ellos y el público era un hecho,<br />

y si continuaban con el proyecto, denodadamente, encarnizadamente,<br />

más que todo era como referencia y homenaje a algo<br />

de lo que ya sólo ellos se acordaban, sin haber tomado en<br />

418


cuenta que la enorme masa de gente que se encontraba ahí<br />

no tenía por qué responder a ningún ordenamiento previo.<br />

Tuvo la revelación de que a esas personas nada les importaba<br />

la propuesta en la que ellos tanto habían trabajado.<br />

La imagen impávida y fantasmagórica de Luis se alargó sobre<br />

la pantalla, mientras la gente seguía circulando.<br />

Pero fue en el nombre de Luis que la función había sido<br />

convocada. En este momento Joaquín y Gabriel cantaban a capella<br />

esa canción que tanto le había gustado al pana muerto,<br />

A mike’n boom in your living room, mientras toda la compañía<br />

estaba sobre el escenario. Pero se sentían solos frente al<br />

público, para el cual la cantidad de elementos y detalles en<br />

cuya preparación se habían esmerado tanto parecía que de<br />

nada le hablaban.<br />

En ese momento Alberto Durán surgió en el escenario.<br />

Se alzó sobre una plataforma rodeada por toda clase de cosas,<br />

platos de peltre desportillados, <strong>libro</strong>s rotos, cajetillas de<br />

chicle vacías y cosas así. Desde ahí le contestó a Camila:<br />

—Eres extraña, mujer. No entiendo por qué deseas ir.<br />

Pero te llevaré muy gustosamente al sitio al que te diriges. Ya<br />

es tiempo de que partamos.<br />

Bañado por las luces llameantes del espectáculo, por<br />

una de las puertas laterales entró otro río humano, con un<br />

movimiento enloquecido. Nadie se diferenciaba de nadie y<br />

todos se mimetizaban entre sí.<br />

Alguien situado fuera de ese torbellino hubiera podido<br />

pensar que se trataba de una batalla, aunque fuera algo así<br />

como un combate al revés, donde por lo que se luchaba era<br />

por mantenerse todos juntos siempre, en un espacio delimitado<br />

en cuyo centro parecía haberse producido una implosión.<br />

El río humano torció su rumbo, en medio del vasto<br />

trastorno que se estaba generando, cruzando por el espacio<br />

cubierto de olor a cerveza.<br />

Alberto se mantuvo parado junto a unos telones blancos.<br />

Sus ojos escudriñaron la guerra que mantenían las siluetas<br />

cuyas sombras vagaban entre las luces. La imagen de una<br />

419


autopista se disparaba detrás del muro, al lado de un basural<br />

y cerca de unos talleres de latonería. Siguió hablando:<br />

—Yo te acompañaré hasta el final del camino, hasta<br />

averiguar todo lo relativo a la muerte del bajista.<br />

Laura se puso de pie violentamente. Se revistió de valor<br />

y de ese gran aire señorial que era inherente a ella. El humo de<br />

los cigarrillos y de las otras sustancias marchitaba el aire. La<br />

música había dejado de sonar y la gente caminaba sin saber<br />

qué rumbo escoger, en una errancia sin sentido, un distraído<br />

movimiento que hacía que se desplazaran en grupos diversos.<br />

Pero luego Ciudad Sitiada reinició sus cantos y el deseo<br />

de Laura de interferir en ellos se acrecentó. Concentró todas<br />

sus fuerzas en intentar desestabilizar el instante, incluso si<br />

la única forma de lograrlo era emitiendo un aullido prolongado,<br />

dislocar este espacio, ahora que todos estaban corriendo<br />

de nuevo en la misma dirección, abolir la seducción que el<br />

momento ejercía sobre los que estaban ahí presentes, bajo<br />

el imperio de este espectáculo incongruente.<br />

Se afincó en su decisión de oponerse a todo lo que significaba<br />

el evento, a los prejuicios contestatarios, a toda esta historia<br />

que se les estaba escapando de las manos. Aunque sus<br />

amigos la considerasen una traidora. Incluyendo a Joaquín. Pero<br />

un agudo sentimiento incontrolable había nacido en ella, como<br />

si su cuerpo se aprestara a defenderse de la presión de toda esa<br />

gente que ahora veía saltar frente a sí como si fueran sapos.<br />

Se acercó a uno de los micrófonos, desde donde su voz<br />

se levantó sobre el escándalo circundante y fue creciendo, en<br />

medio de la suciedad que la rodeaba, produciendo una especie<br />

de telón de fondo al espectáculo que tenía lugar en los<br />

distintos espacios que ahí se encontraban: arriba en el escenario,<br />

más arriba aún en la pantalla, y ahí abajo, en el foso.<br />

—Todo se ha enredado —pensó Philippe, angustiado.<br />

Alzó la mirada y vio, allá lejos, a la ciudad, un edificio tras<br />

otro, todos aglomerados, rectangulares, con sus mínimas y<br />

numerosas ventanas, apretujados y promiscuos. Escuchó có-<br />

420


mo se reforzaba el griterío, que ahora venía desde el margen,<br />

con Alberto surgido de entre las cortinas, por un lado, y Laura<br />

subida a una plataforma, por el otro.<br />

—La gente que discurre por aquí —estaba diciendo<br />

ahora Laura, sujetando el micrófono— no hace más que seguir<br />

un esquema, un esquema preestablecido. Esto no es ningún<br />

gran acontecimiento cultural, ni un acto que se convertirá en el<br />

testimonio capaz de interferir la realidad, en cuanto al hecho<br />

de que a Luis, porque sí, alguien decidió matarlo.<br />

Le resultaba difícil decir lo que se sentía obligada a<br />

proclamar. Con este gesto se apartaría radicalmente de los<br />

valores en los que siempre había creído que creía. Ahora toda<br />

esta música de pronto ya no contaba nada para ella, aunque<br />

por un momento titubeó y pensó en que no era ninguna<br />

heroína y que no tenía por qué estar haciendo lo que ahora<br />

llevaba a cabo. Pero luego recapacitó:<br />

—La vida me obliga a defenderme —se explicó a sí<br />

misma—, a defender a mi hija. Toda esta situación ha ido demasiado<br />

lejos, parece haber sido inventada expresamente para<br />

perjudicarnos.<br />

La música cambió a un ritmo más trepidante. Laura se<br />

mantuvo de pie en la plataforma, sin poder seguir hablando.<br />

—Tienen una manera de hacer música que parece como<br />

si estuvieran baleando al público —pensó.<br />

Robert vio que su padre tenía los cabellos revueltos,<br />

como si hubiera estado caminando en contra del viento. Recordó<br />

los tiempos de su infancia, cuando deambulaban juntos<br />

en la playa, cerca de las batientes olas del mar, luego que<br />

su madre se hubiese convertido ya en una ausencia. A ella la<br />

recordaba con el cuerpo cubierto por algo que parecía su<br />

propia y legítima poesía. Una vez más se sorprendió de que<br />

ella hubiese podido dejar de amarlo, a él, a su niño, por quien<br />

se había desvelado tantas veces, pero de quien luego ni siquiera<br />

hizo el intento de despedirse.<br />

En medio del oscuro azul de la noche los sonidos parecieron<br />

multiplicarse. Una fila de muchachos y muchachas,<br />

421


como salidos de entre las malezas, irrumpiendo desde diversos<br />

ángulos, surcando a través de las llamas de las luces, desde<br />

la profundidad desnuda del universo mismo, pasó danzando<br />

sin preocuparse de más nada.<br />

Por las escaleras, dando volteretas, bajaron los comediantes.<br />

Se dispersaron por el amplio terreno, con destino incierto,<br />

comenzando el recorrido que los vincularía con el público.<br />

Philippe, entonces, tuvo conciencia de la belleza del<br />

suntuoso tiempo dentro del cual trataban de sujetar lo efímero<br />

de acontecimientos que habían ingresado ya al pasado.<br />

Todo esto lo habían organizado con la intención de reparar<br />

aquello que había quedado incumplido. Pero como el humo<br />

carente de nombre se dispersa, así se estaba difuminando este<br />

proyecto, y el deseo de cerrar el círculo que había quedado<br />

abierto ya no podría ser cumplido.<br />

Él estaba ahí, dirigiendo al grupo de actores y de músicos<br />

que se hallaban sobre la roja arena del anfiteatro, desde<br />

donde surgían los sonidos y las palabras. Se sintió solo y percibió<br />

intensamente su desamparo, en medio de la cernida penumbra<br />

dentro de la cual se ocultaba.<br />

Sentado en las gradas, Marco Vinicio se reía. Para él actuar<br />

era otra cosa, no lo que estos roñosos músicos, que habían<br />

organizado este absurdo concierto, se imaginaban que era. Se<br />

creían que todo ese exceso de ingredientes, con el que habían<br />

obtenido tan escasos resultados, película y todo incluido, era realmente<br />

correr algún riesgo. Los alaridos no se podían considerar<br />

música, eso estaba fuera de discusión. Claro, toda esta gente<br />

sólo se había reunido para divertirse, cerrados como estaban ante<br />

el mundo real. Él sí sabía, y eso nadie lo podría negar, lo que<br />

era la vida, un rato largo más que estos muchachos y estos comediantes,<br />

en una proporción que ninguno de los que aquí estaban<br />

reunidos, tragándose este pastel tan mal cocinado, podía ni<br />

sospechar, acerca de la insondable realidad vigente en el mundo.<br />

Pero mientras actúan, siguió pensando Philippe, ilusionándose<br />

otra vez, algo nuevo se está gestando. Todos los ar-<br />

422


gumentos que fuimos aduciendo, en medio de tantas dudas,<br />

se han trasmutado ahora en poesía, con un exquisito contenido<br />

que habla de la gente, que le habla a estas miles de personas<br />

que están vibrando con todo ese voltaje en sus cuerpos,<br />

al ritmo de nuestro proyecto, que está llegando hasta todos<br />

los que están aquí reunidos. Habría que saber qué sienten<br />

ellos cuando se mueven al son de la música de Ciudad Sitiada,<br />

integrados en gritos indefinidos, inarticulados, que parecen haber<br />

salido del salvaje fuego que ahora han prendido en el centro<br />

de este vasto espacio. Qué diablos pretenderá hacer Laura<br />

allá arriba en esa plataforma, se va a caer, parece como si estuviera<br />

borracha.<br />

La masa de gente que pasaba junto a ella amenazaba con<br />

arrastrar la estructura sobre la cual se encontraba. De alguna<br />

parte recibió un fuerte golpe que la hizo tambalearse. Entonces<br />

las cosas que tenía alrededor empezaron a dar vueltas, como<br />

si las leyes del universo hubieran perdido su eficiencia.<br />

No me voy a desmayar, alcanzó a pensar, antes de desvanecerse.<br />

Tengo que tratar de llegar hasta ella, se dijo Joaquín.<br />

La multitud la va a tumbar desde lo alto. Está oscilando ahí<br />

como una hoja al viento.<br />

De un salto se bajó del escenario y se sumergió en medio<br />

de la gente agolpada en torno al espacio en el cual continuaba<br />

encendido el fuego. No le importó la opinión de los<br />

demás. Que dijeran lo que quisieran.<br />

Los escenarios originales se habían fragmentado y multiplicado.<br />

Perdidos los hilos invisibles que los vinculaban, eran<br />

ahora atomizados espacios para diversos monólogos, en obras<br />

unipersonales que surgían por docenas, en medio del naufragio<br />

que se asomaba, latente, fragmentando aún más el mundo sobre<br />

el cual cada personaje asumía, bajo su propia responsabilidad,<br />

aquello que creía más conveniente.<br />

El espacio ha adquirido una nueva dimensión, nacida de<br />

algo muy diferente a lo que Philippe quiso hacer ver, pensó<br />

423


Camila. Espacios destemplados, escenarios abiertos bajo la acción<br />

de otras voluntades, con peligro de multiplicar hasta el infinito<br />

la provocación, subrayada por la sorpresiva desaparición<br />

del guitarrista.<br />

La propuesta no había sido despedazar de esa manera<br />

al grupo, ni mucho menos que el público dispusiera el trazado<br />

de sus propios espacios.<br />

En la lejanía se escuchó un tiroteo.<br />

—Debiéramos poder reengancharnos en el frágil dominio<br />

que habíamos logrado instaurar por breves momentos<br />

—pensó Philippe—, no aceptar que se disuelva nuestra propuesta<br />

original, lo que pretendimos poner en escena, bajo la<br />

oscuridad de la noche, como si estuviéramos bajo la inmensa<br />

carpa de un gigantesco circo.<br />

—La boba esa de Laura —pensó Gabriel, alzando la<br />

vista hacia donde había estado Laura momentos antes. Pero<br />

ahora sólo vislumbró un anuncio luminoso que parecía colocar<br />

una barrera ante el sonido que producían los instrumentos<br />

musicales—. La ridícula esa pretendía llegar hasta los<br />

espectadores, sin darse cuenta de que aquí la gente está protagonizando<br />

su propio tiempo. Los gritos del rock, que son<br />

como un simulacro de palabras, seguramente para Laura carecen<br />

de sentido. Todo esto que la rodea debe ser para ella algo<br />

así como el circo romano.<br />

Camila pensó que sólo un milagro podría llevar al público<br />

a aceptar que la muerte debía ser abordada en medio de este<br />

espectáculo. La gente no se sentía en falta, ni le interesaba responder<br />

las interrogantes que ellos habían formulado. Nada era<br />

favorable para un acto como el que ellos estaban proponiendo,<br />

y las excesivas impresiones que habían desencadenado más<br />

bien parecían estar generando un efecto contrario. Los muertos<br />

que entierren a sus muertos, parecía decir la gente, y los que<br />

quieren convertir a los demás en reos deberán ser apartados.<br />

Los grupos corrían, imbuidos del ritmo de la música,<br />

poco atentos al montaje que pretendía promover la visión de<br />

un ser humano, de un muchacho rescatado del pasado.<br />

424


Philippe tuvo la convicción de que se habían pasado<br />

mucho tiempo tanteando en medio de las sombras para nada.<br />

Joaquín estaba furioso. El efecto que le produjo ver, primero,<br />

emerger a Laura de entre la multitud, subida a una plataforma<br />

desde la cual infructuosamente quiso hacer su propio<br />

acto, y luego verla de pronto desaparecer, como en un suspiro,<br />

fue devastador. La contempló vivir la exaltación de estar por<br />

encima de las cabezas de la multitud, dispuesta a diferenciarse,<br />

y luego vio cómo terminaba siendo chupada por ella.<br />

Camila tomó de nuevo la palabra:<br />

—Pensé en quedarme ahí, con mi miedo, pero aquí estoy,<br />

buscando reconquistar una última y solitaria órbita, terminar<br />

de trazar su curva.<br />

Dentro de sí estaba esperando intensamente que el calculado<br />

montaje explotara por fin, que brotase del interior de la<br />

semilla en la que estaba germinando, como una fruta que de<br />

una vez estuviese ya madura.<br />

Las luces que la iluminaban, atenuadas, suavizaron los rasgos<br />

de su rostro, que expresaban todo el esfuerzo de la escena.<br />

La ruptura evidente entre su monólogo y la vitalidad sin<br />

rumbo que se estaba desplegando en el espacio del público no<br />

mitigó la calidez que ahora caracterizaba su interpretación,<br />

concentrada denodadamente en lograr establecer, por fin, el<br />

vínculo con la comunidad.<br />

La luz alrededor de ella se difuminó aún más. Miró fugazmente<br />

la figura de Alberto, que parecía titilar bajo las<br />

estrellas que se arrastraban por el firmamento, esos astros<br />

extinguidos pertenecientes a un tiempo desaparecido.<br />

Él a su vez tomó la palabra:<br />

—Empecemos a discutir tu idea. Todo apunta a que de<br />

ellos vino el empujón que produjo tanto dolor. Una mujer,<br />

que debe encontrarse aquí, tendrá que empezar a responder<br />

a nuestras expectativas.<br />

Frente a ella estaba ese mar de gente, una cantidad inmensa<br />

de personas, reunidas ahí desde hacía tantas horas. Los<br />

425


diversos espacios ya no parecían estar separados, era como si<br />

la difuminada luz los hubiese fundido de nuevo en uno sólo,<br />

suavizando las transiciones y estableciendo las mediaciones.<br />

Ahí se movían todos esos seres cuyas vidas se estaban entrecruzando<br />

momentáneamente. Una pátina plateada diseñaba<br />

esta vez el campo, dando una impresión de eternidad que, seguramente,<br />

no perduraría más allá de algunos instantes.<br />

Marco Vinicio estaba furioso. No le gustaba que lo estafaran.<br />

¿Dónde diablos estaba el guitarrista? Vaciló entre irse<br />

y quedarse.<br />

Camila se pasó una mano por los ojos, como queriendo<br />

borrar todas las imágenes previas. El lugar había adquirido<br />

ahora una coloración casi dormida. Los sueños parecían disolverse<br />

y el lenguaje de la actriz tartamudeaba. Caminaba por<br />

el escenario arrastrando su larga falda, semejante a una túnica,<br />

cuyo borde iba rozando el suelo. Se apoyó en unos trozos<br />

de madera amontonados. El tiempo dio la impresión de estarse<br />

marchitando.<br />

Gabriel entonces comenzó a cantar de nuevo, en un registro<br />

violento. Camila se ocultó entre los escombros de la<br />

parte de atrás. La letra del canto de Gabriel hablaba de un arma,<br />

de la afilada hoja de un cuchillo que había buscado el<br />

blando cuerpo que la esperaba indefenso.<br />

Luego entró la voz de Camila:<br />

—Las canciones fueron compuestas, pero los acontecimientos<br />

producidos en esta ciudad hicieron exilarse definitivamente<br />

a uno de los músicos, y después ese exilio se<br />

repitió, sin que al otro protagonista le hubiera tocado hablar.<br />

Las armas definieron la situación, a la vez que no definieron<br />

nada, sólo que esos dos antagonistas quedaron entrelazados<br />

para siempre, da igual que hubiesen sido dos hermanos o<br />

dos enemigos, el uno verificaba al otro, alcanzados ambos<br />

por la sangre que está marcando nuestro tiempo.<br />

La solitaria silueta se destacaba sobre la escena, la blusa<br />

pegada al torso delineando sus formas. En su mano apare-<br />

426


cieron unos documentos. Se colocó encima de una especie<br />

de pedestal, se volvió en dirección a las gradas, y esperó a<br />

que poco a poco la gente se fuera sentando. Se produjo entonces<br />

un gran silencio, en medio del cual sólo el aire vibraba.<br />

El público empezó a comprender que los músicos y los<br />

actores habían descubierto algo y que desde el escenario estaban<br />

formulando unas largas interrogantes.<br />

Camila volvió a hablar:<br />

—Tengo una información que darles.<br />

Luego de una pausa, agregó:<br />

—Sabemos todo en relación al asesinato del antiguo<br />

bajista de Ciudad Sitiada. Y también en relación al otro asesinato<br />

que se produjo después.<br />

Sus palabras parecieron rodar entre las gigantescas antenas<br />

parabólicas que se alzaban en torno al anfiteatro. El redoble<br />

de la batería de José empezó a sentirse, con un sonido<br />

constante, como una acusación, un ritmo progresivo y sostenido,<br />

unos compases secos y duros que expresaron una queda<br />

y metálica tristeza.<br />

Al poco rato apareció el sonido del bajo de Francisco,<br />

aportando también sus argumentos. El instrumento gemía,<br />

contrariado, lleno de giros que parecían estar empezando de<br />

nuevo todo el tiempo, reiterativos, como si estuviera tratando<br />

de concretar un sentimiento de soledad, el cual no dejaba de<br />

estar subrayado por la insólita ausencia del guitarrista. El canto<br />

de Gabriel ahora parecía implorar un cambio en el rumbo<br />

del movimiento de la gente. Francisco pensó en Luis, en que<br />

en el nombre del bajista fue convocado el espectáculo, pero<br />

que ahora, por alguna razón misteriosa, el fracaso se asentaba<br />

sobre ellos.<br />

Robert intentó colaborar en la ejecución de la solicitud<br />

de Ciudad Sitiada. Se interpuso en el camino de uno de los<br />

subgrupos y los arrastró, con incisiva velocidad, en medio de<br />

la nutrida y encarnizada danza, hacia donde se hallaban las<br />

imágenes de la pantalla. Cuando levantó la vista hacia ellas,<br />

427


le pareció vislumbrar que estaban a punto de desprenderse de la<br />

plana superficie. Sin poderlo evitar, sintió una especie de vértigo.<br />

Los vendedores galopaban en medio del público, en<br />

actitud agresiva, llenos del sentimiento de su propia importancia,<br />

ofreciendo sus bebidas a la gente.<br />

—A los que los mataron —sonaba recia la voz de<br />

Camila— no los han capturado, y hasta ahora los crímenes<br />

han quedado impunes.<br />

El momento se adelgazó. El público escuchaba asombrado.<br />

Todo movimiento se detuvo y el cielo pareció estar directamente<br />

encima de ellos, pegado del suelo. Su presión<br />

empujaba con fuerza hacia abajo, como una mano gigantesca<br />

colocada sobre la tenaz resistencia que ejerce hacia arriba<br />

el pavimento.<br />

En medio de la tibia noche se sintió a la gente removerse,<br />

expresando de nuevo la gestación de un espíritu de descontento.<br />

Ellos habían venido aquí con ánimo de disfrutar, no de<br />

aproximarse a un drama que no era el de ellos, era de estos<br />

artistas tras de los cuales ahora hubieran deseado cerrar una<br />

puerta, dejarlos ahí con su horror, que a ellos, como público, no<br />

los estremecía. A ellos sólo los hacía vibrar la música, la guerra<br />

imaginaria que ella abordaba, no una guerra cruda y real.<br />

María Teresa se encontraba en medio del público. A un<br />

vendedor ambulante que pasó le compró una empanada de<br />

queso y una bolsa de papitas fritas. Comenzó a masticar un<br />

puñado de papas. Ahora ya ella estaba dispuesta a transitar<br />

por otras calles, y cuando le tocara andar por la cuerda floja<br />

sería capaz de hacerlo, en cuanto a eso no tenía dudas, ella sería<br />

capaz de llegar hasta donde se propusiese, armada de su charm<br />

y de su inventiva, de eso estaba segura. Viajaría en solitario, no<br />

necesitaba contar con nadie, hasta en eso de perder era necesario<br />

tener gracia, ahora estaba convencida de eso, de bolas que<br />

ella saldría adelante por sus propios medios.<br />

Los vendedores seguían pasando, ofreciendo a gritos<br />

su mercancía.<br />

428


Por algún lado estaban disparando.<br />

El follaje de los árboles se confundía hasta formar un<br />

espeso techo. Debajo de él Laura en ese momento vomitaba.<br />

Las palabras que quiso pronunciar se habían enmarañado en<br />

su garganta, pegadas a las mucosidades de su paladar y de su<br />

lengua, y ahora un sudor frío empapaba su agotado cuerpo.<br />

Hubiera deseado dejarse caer en cualquier parte, no le importaba<br />

que fuera ahí mismo en el basural cercano, y por nada<br />

del mundo volver a tener una experiencia tan desastrosa.<br />

Hubiera dado cualquier cosa por estar ahora lejos de ahí,<br />

caminando hacia otros rumbos, a algún lugar remoto donde<br />

poder olvidarse de todo lo aquí vivido.<br />

En ese instante llegó hasta ahí Joaquín.<br />

—¿Cómo coño se te ocurrió hacer esto?<br />

Ella, lentamente, se volvió hacia él:<br />

—¿Para qué viniste?<br />

La hazaña de Laura había pasado desapercibida para la<br />

gente que estaba alrededor, así como también la discusión<br />

que ahora tenía lugar.<br />

—¿Pero qué carajo te pasa?<br />

Las colinas de siempre seguían allá atrás, con su espesa<br />

vegetación, disponibles para las miradas que quisieran<br />

recorrerlas.<br />

Joaquín se hallaba fuera de sí:<br />

—No lo puedo creer —gritó—, no puedo creer que te<br />

dedicaste expresamente a joder lo que entre todos preparamos<br />

con tanto cuidado. En esto pusimos lo máximo y tú te<br />

fajaste a sabotear la vaina, a esta historia que no era para que tú<br />

la patearas.<br />

Laura lo observó de abajo hacia arriba:<br />

—¿Acaso la incompetencia de tantos artistas se me<br />

puede achacar a mí? ¿Acaso fui yo la que diseñó este absurdo<br />

acto?<br />

—No sigas diciendo tonterías —le dijo él con aspereza<br />

y, viéndola a salvo, le dio la espalda y se puso en camino de<br />

regreso al escenario.<br />

429


Un vendedor de refrescos pasó junto a Laura. La quebradiza<br />

música, inapelable, le silbaba en los oídos. Su compañero<br />

se había ido. La efervescencia reinaba otra vez en el<br />

espacio circundante, y ella se sentía a punto de licuarse en<br />

medio de la abigarrada multitud. Se inclinó, estremecida y<br />

tensa, hacia un árbol cercano, intentando ocultarse.<br />

A lo lejos se escuchó un disparo, quizás para ponerle<br />

punto final a algún cruce de palabras y así dirimir una diferencia<br />

de opiniones. La noche pareció expulsar cualquier gesto<br />

de clemencia. Sólo los rencores estaban velando.<br />

La música, surgida de las manos de Francisco y Gabriel,<br />

quien se las había arreglado para sustituir a Joaquín en<br />

la guitarra, retomó el protagonismo.<br />

Una hilera de seres marchaba en dirección adonde se encontraba<br />

Camila.<br />

—Es como en épocas remotas —pensó la actriz—,<br />

cuando la luz era producida por las velas, que eran las que<br />

permitían ver a la gente, quizás sólo a algunas sombras que se<br />

movían con pasos leves, antiguos comediantes afanándose en<br />

tratar de resolver el día a día. Quizás esos seres afantasmados<br />

andan ahora en busca de una sala de teatro, rondando las taquillas,<br />

intentando ofrecer sus consejos, o a lo mejor sólo esperan<br />

una propina, cerca de la tribu a la cual también ellos pertenecieron,<br />

para escuchar argumentos que desde tiempos atrás ya<br />

de todas maneras se conocen de memoria.<br />

Formaban parte del mundo de la noche, del de la ingravidez,<br />

y solicitaban una invitación, o quizás, más bien, ofrecían<br />

una. Sus manos seguramente serían translúcidas, al igual<br />

que su persona toda, y parecerían estar esperando escuchar en<br />

la lejanía un sonido de cascos de caballo, aguardando quizás a<br />

algún culto y adinerado caballero que vendría para ofrecer financiarles<br />

su espectáculo, antes de que la claridad del amanecer los<br />

desplazara a todos ellos. Juglares de cabellos enmarañados que<br />

soñarían con copas de vino que habrían tomado en antiguas galerías,<br />

vestidos con blusones de mangas abullonadas y tocando<br />

mandolinas exquisitamente fabricadas.<br />

430


Los objetos parecían bañados por una lejana pátina<br />

nocturna, como si pertenecieran a otro horizonte, congelados<br />

en un mundo glacial, un tiempo de madera carcomida.<br />

Dedos fantasmales rozaron la cara de Camila. Pero ella<br />

se sacudió e inició, con dificultad, el regreso al tiempo del<br />

escenario, donde contempló a los actores que iban y venían,<br />

recitando sus textos, revolcándose en las tablas, de un extremo<br />

a otro, en medio del estallido de la música y del leve espesor<br />

de la materia de la noche, capaz de transformar las líneas<br />

de fuga que se propagaban a través del ambiente, por el cual<br />

se desplazaban las densas corrientes de seres humanos.<br />

Como un oratorio, como procurando un alivio, Gabriel<br />

entonó una canción que era la que el público parecía haber estado<br />

esperando, aquello que había pedido sin palabras, lo que<br />

exigía el momento. Entonces, el abismo abierto entre los músicos<br />

y la gente se fue rellenando con delicadeza, y el rechazo<br />

que percibieron rodó fuera del alcance de los presentes. El espectáculo<br />

aterrizó en el lugar en el que se desarrollaba el<br />

evento, y Gabriel sujetó el impulso inicial que ellos habían<br />

traído, remontando las márgenes del perdido acceso a su público.<br />

Sintió la intensa necesidad de cegar las vías falsas y de<br />

desviarse de los callejones sin salida.<br />

Joaquín había retornado al escenario para hacerse cargo<br />

de nuevo de la guitarra. Golpeaba la madera de su instrumento,<br />

dejando escuchar un recrudecido y violento redoble<br />

en medio del anochecer, haciendo contrapunto con el viento,<br />

que cultivaba en el gangoso universo armonías que no producían<br />

placer alguno.<br />

Camila seguía ahí, con los documentos en la mano.<br />

Hasta que de pronto dijo unas palabras inesperadas, entre las<br />

cuales se escuchó el nombre de Paula Abreu, ducha en dirigir<br />

organizaciones de distinta y dudosa procedencia.<br />

Muy modulada, la tonalidad de la voz se hizo más densa,<br />

por el intenso sentimiento de solidaridad que la actriz se<br />

propuso transmitir.<br />

431


María Teresa para entonces ya sabía que la carpeta que<br />

había conseguido de nada serviría. Cualquier día tendría que recuperarla<br />

de manos de Camila y completarla, con las nuevas<br />

investigaciones que emprendería, en algún tiempo aún no<br />

especificado.<br />

Otra ola de gente entró por la parte central del terreno.<br />

Desde el escenario Camila vio al público tomar cerveza y a<br />

los vendedores ofrecer toda clase de comestibles. Algunos<br />

bebían ron de una carterita y ya muchos estaban borrachos,<br />

dando tropezones.<br />

Atrapada por la ansiedad, olvidó que estaba parada en<br />

el pedestal y, dando un paso en el vacío, cayó de una forma<br />

mezquina sobre el escenario.<br />

Sintió que las fuerzas la abandonaban, pero luego hizo<br />

un esfuerzo por recuperarlas, por lograr situarse de nuevo en el<br />

centro del espacio de las tablas, y entonces, finalmente, consiguió<br />

regresar al bloque en el que había estado de pie. Pero ya<br />

no se paró sobre él, sino que se sentó, despacio y con cuidado.<br />

Cuando la actriz cayó, Philippe se puso de pie y la observó<br />

angustiado. Su primer impulso fue correr hacia ella,<br />

pero el arraigado sentimiento de lo que era el teatro le impidió<br />

hacerlo. Al ver la palidez de su cara casi se decidió a reñir<br />

con sus ideas de siempre y acudir a socorrerla, a llevarle<br />

al menos un vaso de agua, o más bien ir y rescatarla. Sin embargo,<br />

no dejó de permanecer a un lado.<br />

La ovación inesperada fue como un homenaje al desamparo<br />

del cuerpo que había estado tendido en el escenario,<br />

un reconocimiento a la famosa actriz que se halló ahí solitaria,<br />

a esa mujer que se había soltado del pedestal sobre el<br />

cual se mecía, de pie, para caer levemente y perder toda la<br />

majestuosidad que había caracterizado sus movimientos.<br />

Alberto, que se encontraba sobre las tablas, se inclinó<br />

hacia Camila y le susurró al oído: —¿Puedo hacer algo por ti?<br />

Resultó un paso equivocado. Nunca en su vida Camila<br />

hubiera aceptado que sus asuntos personales formaran parte<br />

432


de la puesta en escena teatral. No era lugar para semejantes<br />

vínculos. Además, ella no era ninguna pobrecita a la que hubiese<br />

que venir a prestar ayuda. Cualquier artista podía dar un traspiés,<br />

eso era parte del encanto de la actuación en vivo, pero la<br />

función siempre tenía que continuar, fuese leve o grave el accidente<br />

sufrido, se hubiese roto la cuerda de un violín o hubiera<br />

desafinado la soprano o dejado de dar el do de pecho el tenor.<br />

En voz baja le espetó a Alberto que ella no necesitaba<br />

ayuda alguna.<br />

Francisco tomó en sus manos el bajo. Con el torso desnudo,<br />

con su piel como untada de aceite, parecía estar diciendo,<br />

tómame, soy un artista, enciendo la lámpara, en medio del silencio<br />

hago sonar mi música y ahora están ya todos bailando<br />

de nuevo, porque la vida es un lujo que se derrama y fluye<br />

sin parar.<br />

Gabriel seguía debajo de las escaleras. Desde ahí su<br />

voz se esparció por el aire, como recostándose sobre el sonido<br />

del bajo.<br />

María Teresa, en medio del público, lo contempló, y le<br />

pareció que años habían pasado desde que ellos dos habían andado<br />

juntos. Nunca antes había soportado no estar en primer<br />

plano. Pero ahora tenía clara conciencia de que no formaba<br />

parte ni del grupo de teatro ni del conjunto musical.<br />

Un niño se agachó en medio de la gente para recoger<br />

unas piedrecitas. Inconsciente del peligro, parecía dichoso en<br />

su actividad, mientras seres diversos se amontonaban alrededor<br />

de él.<br />

Unos disparos que se escucharon no tan lejos hicieron<br />

que levantara por un instante la cabeza, pero luego se volvió<br />

a ensimismar en su actividad de recoger guijarros.<br />

La tibieza de la noche desvistió de matices a un mundo<br />

que pareció colocarse fuera del tiempo. Sólo se escuchaban<br />

los gritos de los presentes y el sonido de las balas, que no dejaban<br />

de marcar su código. De la guitarra de Joaquín seguían<br />

surgiendo sones de guerra, como tratando de darle un cauce<br />

433


a la turbulencia sin sentido que desde el espacio de la noche<br />

se orientaba en dirección al escenario y se desperdigaba alrededor<br />

y detrás de él.<br />

Sentado en el suelo, el niño, desconocedor de las leyes<br />

que rigen a las guerras, se reía, la cabeza ahora levantada para<br />

ver algo de toda esa gente reunida ahí, mínima figura que<br />

ignoraba por completo lo que estaba sucediendo.<br />

Una mujer se acercó corriendo y lo hizo levantarse de<br />

golpe, arrastrándolo por un brazo. Salieron en contra de la<br />

corriente, en dirección opuesta a la que llevaba la multitud.<br />

Pero la fuerza de la presión de la gente hizo que de pronto el<br />

niño se soltase de la mano que tiraba de él y cayese de bruces<br />

sobre la tierra.<br />

A esa hora avanzada de la noche, en medio de los sones<br />

bélicos que partían de la guitarra de Joaquín, figuras como<br />

sombras seguían pasando por delante del escenario, como si el<br />

espacio fuera elástico y pudiera darle cabida a un número infinito<br />

de ellas, que parecían inacabables.<br />

Yenifer sintió rabia y se decidió a entrar en juego, por<br />

su propia cuenta. Lo que aquí había ocurrido esta noche<br />

quizás ni ellos mismos lo podrían definir, pero tuvo la convicción<br />

de que debía ser ella la que tendría que enfrentar la<br />

situación surgida.<br />

Las luces envolvían en su rojo resplandor a Gabriel,<br />

quien ahora cantaba una melodía cargada de desolación y de<br />

nostalgia. La música se mezclaba con crujidos, estallidos lejanos,<br />

roces y pisadas.<br />

Yenifer miró a los animados seres que brotaban de todas<br />

partes y venían a paso de propietarios por el espacio del<br />

vasto terreno.<br />

Tomó un aire displicente y se revistió de ingenuidad, como<br />

para despistar a cualquiera. Dando un gran rodeo, se fue<br />

acercando a Paula Abreu, previamente ubicada por la gente de<br />

Robert. Unos días antes finalmente habían logrado hacerle saber<br />

que acudir a la cita en el anfiteatro sería de primordial im-<br />

434


portancia para ella. Yenifer, para disimular mejor, en una mano<br />

llevaba una lata de cerveza. Deseaba que la otra creyera que estaba<br />

deambulando sin preocupación alguna. Su objetivo era<br />

llegar hasta el muro, en dirección al cual volvió imperceptiblemente<br />

la cabeza, desentendiéndose del resto del espectáculo.<br />

De la guitarra de Joaquín seguía llegando la invocación<br />

que llamaba al público a entrar en el pacto que había<br />

estado rehuyendo tan largamente.<br />

Ella siguió caminando por todo ese espacio abierto, en<br />

medio del sonido eléctrico que temblaba en el aire, cuando<br />

de pronto escuchó, muy cerca, una ronca voz femenina que<br />

le decía:<br />

—Es un placer verte aquí.<br />

La mujer que había hablado, recostada de un árbol, la miró<br />

inquisitivamente, los grandes ojos abiertos y brillantes debajo<br />

de las cejas muy marcadas. Yenifer se fue acercando despacio<br />

hacia ella. El piso estaba mojado de cerveza y de otros líquidos<br />

y embadurnado de excrementos.<br />

Un montón de jóvenes, con latas de cerveza en las manos,<br />

se multiplicó en imágenes diminutas en los espejos de<br />

los cristales de la plataforma. Los tacones de Yenifer se hundían<br />

en el terreno encharcado, inscribiendo en él sus huellas<br />

inútilmente. Trató de aferrarse de algo sólido para no resbalarse<br />

en medio de las inmundicias y lograr caminar sobre esa<br />

babosa materia orgánica.<br />

Paula Abreu escupió con desprecio. Yenifer la miró con<br />

odio. Permanecieron un rato así, frente a frente, completamente<br />

aisladas de lo que sucedía alrededor. La brisa mecía las hojas,<br />

como una respiración que se estuviese abriendo paso en medio<br />

del rojo resplandor que iluminaba a los altos árboles, entre<br />

los cuales se escuchaba el susurro del viento.<br />

Los rostros se intensificaron en medio de las sombras<br />

y de las luces que iban y venían, como si se tratara de fuegos<br />

fatuos recorriendo el universo.<br />

435


39<br />

El tiempo parecía haberse dormido, ahí en el ámbito de la<br />

noche, sin que sobre el drama de irremediable violencia el telón<br />

hubiese caído todavía.<br />

En primera fila, junto a Robert, se hallaba ahora Laura,<br />

que había vuelto de entre los árboles. Las voces de todos los<br />

miembros de Ciudad Sitiada trataban de terminar de hilar la<br />

historia que habían estado asediando durante tan largo tiempo.<br />

Laura había logrado subirse nuevamente a una de las plataformas<br />

con micrófono, a pesar de los intentos de Robert por<br />

evitar que lo hiciese. Desde ahí se puso a gritar:<br />

—No queremos volver a escuchar esa historia. No queremos<br />

el retorno de ese muerto. Ya eso no nos interesa.<br />

Poco a poco la gente que estaba a su alrededor empezó<br />

a corear sus palabras.<br />

Francisco, parado en el escenario, levantó la mirada<br />

hacia la estructura metálica sobre la cual se hallaba Laura. La<br />

congoja que le produjo darse cuenta de lo que estaba pasando<br />

le hizo perder por un momento el compás, pero luego logró<br />

retomarlo.<br />

—¿Qué nos pasó? —se preguntó Robert, afligido. Vislumbró<br />

a su padre, detrás de bambalinas, y lo vio rígido, sin<br />

comprender, asombrado de lo que estaba haciendo esa muchacha.<br />

Contempló a la enigmática multitud que ahí se congregaba,<br />

y luego, desde el sitio lateral en el que se encontraba, volvió<br />

a mirar entre las sombras la figura encorvada de Philippe, para<br />

437


darse cuenta de lo viejo que ya estaba. Con él había asistido,<br />

cuando niño, a funciones de marionetas, había visto La guerra<br />

de las galaxias y había ido a exposiciones de pintura y de escultura.<br />

Una vez fueron a ver unas obras de Durero, y recordó<br />

cómo cautivaron esos cuadros a Philippe y cómo habían recorrido<br />

esas salas una y otra vez, hasta que los guardias les dijeron<br />

que ya no los podían seguir esperando, que ya era hora de<br />

cerrar. Entonces el padre volteó una vez más para mirar una<br />

pintura que le había gustado particularmente, aunque él no recordaba<br />

cuál había sido. Alguien con una flor, o algo así.<br />

Vio que la silueta allá atrás prendía un cigarrillo. Durante<br />

un tiempo las conversaciones entre ellos se habían clausurado,<br />

y los personajes de las obras de teatro habían ido<br />

consumiendo el espacio común de ellos dos. Pero ahora las cosas<br />

parecían haber cambiado.<br />

Había olvidado apagar su celular, el cual en ese momento<br />

empezó a sonar. Aparentemente alguien trataba de comunicarse<br />

con él desde Frankfurt, pero el ruido circundante no<br />

le permitía oír. La voz le estaba dando instrucciones sobre<br />

unas pautas publicitarias, pero por más que se esforzó no pudo<br />

entender lo que le decía. Comenzó a alejarse, en medio de la<br />

multitud, de todos esos aparatos audiovisuales que él mismo<br />

había contribuido a incorporar al montaje.<br />

El sonido del bajo se sobrepuso al enloquecido movimiento<br />

de la gente. La comunicación se interrumpió, pero<br />

luego el teléfono repicó otra vez. Alguien insistía en hablar<br />

con él, pero la llamada seguía siendo indescifrable. Era como<br />

si la voz viniese de las profundidades de algún lugar indefinido,<br />

tratando de anunciar algo que no se podía comprender.<br />

Las notas del bajo parecieron revolotear sobre la gente, intentando<br />

producir una atmósfera que no terminaba de gestarse.<br />

En su teléfono ahora sólo se escuchaban ruidos, entre<br />

los cuales apenas pudo discernir, otra vez, la palabra Frankfurt.<br />

Ante sus esfuerzos por establecer la comunicación el teléfono<br />

daba la impresión de responder con una mueca.<br />

438


Finalmente el que había querido hablar con él desistió de hacerlo.<br />

Resolvió que al día siguiente se dedicaría a preparar<br />

los datos en los que habían estado trabajando él y María<br />

Elena, quizás la llamada tenía que ver con eso.<br />

Entonces sonó el último acorde del bajo. Camila volvió<br />

a aparecer en escena y de nuevo se escucharon sus palabras.<br />

Robert vio cómo en la oscuridad su padre la estaba mirando.<br />

Otra vez se acordó de cuando él era niño y de lo mucho que<br />

Philippe y Camila ensayaban juntos, obras siempre distintas y<br />

con historias diferentes. Camila a veces se ponía unos sombreros<br />

hechos de materiales exquisitos, de raso o de terciopelo, en<br />

colores de tonos que ocultaban, en la caída de las plumas,<br />

otros deslumbramientos.<br />

Luego recordó una época más remota todavía, en la que<br />

había estado presente también la otra mujer, y esa desdibujada<br />

imagen le volvió a producir una conmoción siempre renovada.<br />

Tengo que tranquilizarme, se dijo. De nuevo pensó en<br />

los bocetos de las promociones que aún no había terminado.<br />

Después de entregar ese trabajo pediría un permiso, se tomaría<br />

unas vacaciones, haría algún viaje.<br />

Contempló otra vez a la actriz, a esa figura que era<br />

portadora de su propio arte. Siempre le había impactado eso<br />

tan insólito de la actuación, el que el material con el que se<br />

elaborara la obra fuese el propio cuerpo del artista.<br />

La luz iluminó el silencio. Camila parecía iniciar una<br />

huida, mientras la imagen retornaba en la pantalla, irrumpiendo<br />

titilante en medio de la gente.<br />

Robert sintió que no había valido la pena lanzarse a esta<br />

empresa. Debí de haberle puesto un parado a este asunto a<br />

tiempo, pensó. Había sido una búsqueda llevada a cabo a través<br />

del juego, una exorbitante apuesta en la que necesariamente<br />

tenían que perder.<br />

A Alberto le parecía estar viendo en cámara lenta la obra<br />

de ellos, la obra de sus amigos, aunque era también de él, indudablemente<br />

también era de él. La veía cayendo en un profundo<br />

439


hoyo, en este momento en el que la multitud ocupaba cada uno<br />

de los espacios, como en una coreografía en la cual cada quien<br />

hubiera ensayado con exactitud el papel que le tocara representar.<br />

Se acercó al micrófono. Sus palabras se escucharon en<br />

todo el anfiteatro:<br />

—¿Dónde está el espíritu de estos cuerpos, a los que<br />

hemos invitado a esta casa, como a amigos, de una manera<br />

tan digna?<br />

Lanzó al aire una pelota, con un movimiento ligero y<br />

puro, que por un instante pareció ser capaz de propiciar un<br />

espacio armónico, cerrado sobre sí mismo.<br />

Camila inclinó la cabeza a un lado y a su vez comenzó<br />

un discurso:<br />

—A través de la muerte hemos ido a la búsqueda de la<br />

confrontación con una tragedia mayor. Hemos invocado ese<br />

puñal que de una manera tan directa entró, en cuestión de segundos,<br />

en el cuerpo sensual y caliente del músico que fue<br />

nuestro amigo. Hacía mucho sol ese día y había mucha gente<br />

en el barrio, cuando él ingresó por una puerta que se lo<br />

tragó. Ese ser que se movía con la suavidad de un animal, y<br />

que quedó tumbado en el suelo. Bastante tiempo ha pasado<br />

desde entonces, y el muchacho que lo mató ahora ya tampoco<br />

existe, puesto que otros, más sofisticados, quisieron dejar<br />

en la oscuridad lo sucedido.<br />

Pero sobre nuestra piel quedó tatuada su imagen, la<br />

cual ahora también se corporeiza en el expediente que tengo<br />

en mis manos.<br />

En medio del público, Marco Vinicio pensaba que todo<br />

eso era una locura y que sería necesario volver a la normalidad.<br />

Un cuadro con una serie de datos se hizo visible sobre<br />

la gran pantalla, en donde se mantuvo fijo, informando lacónicamente<br />

lo que contenía el expediente de Paula Abreu.<br />

Las plataformas giraban como helicópteros vengativos.<br />

Los odios parecían traspasar el silencio, en lentas oleadas<br />

que se repetían sin cesar. Ningún impulso amistoso se<br />

gestaba en el espacio.<br />

440


Paula, enfrentada a Yenifer, habló de primero, modulando<br />

con precisión las palabras:<br />

—Iniciaste una infinita persecución. Ahora estoy aquí,<br />

puedes decirme qué es lo que quieres —esperó un momento<br />

y luego agregó—: En el fondo me das risa.<br />

—A ti no te importó ni siquiera —contestó en voz baja<br />

Yenifer— que mataran a tu hombre delante de ti, como a<br />

un perro.<br />

Se alejó un poco. Sintió el fuerte impulso de rasguñar<br />

el precioso rostro de esa maldita, grabar sobre él su sonrisa<br />

tan elaborada.<br />

—Eso no es asunto tuyo. Pero yo no tengo la culpa de<br />

que a tu papito lo hubiesen sacado del juego antes de tiempo<br />

—contestó Paula—. Él no supo manejar el timón de su velero<br />

—agregó, filosófica. De golpe se quedó callada, pensativa,<br />

como si escuchara con atención las voces del grupo.<br />

Las cadencias de la música parecieron agrietarse.<br />

Paula se valió de la técnica de su conocido glamour:<br />

—Aunque el muerto tuyo también me gusta, no está<br />

mal —dijo, pronunciando las palabras con delicadeza.<br />

Las dos mujeres siguieron mirándose, con soltura, a<br />

corta distancia la una de la otra y más allá del libreto.<br />

El impecable golpear del bajo de Francisco produjo intensos<br />

acordes. La insistencia de Yenifer en la improvisación,<br />

para su propia sorpresa, era respaldada por ese sonido que no<br />

era sólo música, algo más significaba. Yenifer supo que mientras<br />

estuviera segura del latir de ese sonido podría continuar<br />

adelante, frente a la otra mujer, en la dirección que fuese.<br />

Sobre sí sintió la húmeda presencia del exquisito ritmo y entonces<br />

le pareció, asombrada, que lo que importaba era perseguir<br />

el lujo del bajo, en sintonía con la música con la que se<br />

ofrecía Francisco.<br />

El grito era sólo parte del montaje. Pero el sonido del<br />

bajo llenaba por sí mismo el espacio, cohesionadamente, recreando<br />

el etéreo resplandor del otro apasionado concertista<br />

441


de las duras canciones que ella había escuchado en el oscuro<br />

callejón de su barrio.<br />

Paula se desprendió de Yenifer y se fue aproximando,<br />

desde la parte de atrás, hasta converger en el lugar donde se<br />

encontraba Gabriel. El muchacho extendió la mano, intentando<br />

alcanzarla.<br />

Sobre la claridad de la pantalla la poderosa imagen de<br />

Wilmer reía, mostrando sus dientes centelleantes. La expectativa<br />

germinó entre el público, frente a ese muchacho que<br />

parecía querer entregar algo, como esperando su momento,<br />

la oportunidad de abrirse ante ellos.<br />

Philippe constató que, a pesar de todo, el montaje fluía<br />

ininterrumpidamente. A través de la composición cinematográfica<br />

estaba retornando el duelo y Luis y Wilmer volvían a<br />

vivir, el uno enfrentado al otro, las imágenes como a punto de<br />

intercambiarse, ambos riéndose, como si todo no fuera más<br />

que una broma. Imágenes que daban la impresión de estar precipitándose<br />

sobre un escenario que ahora más que nunca<br />

era como una plaza pública. Ninguno de los dos parecía darse<br />

cuenta de que había terminado ya su trayectoria vital sobre<br />

la tierra. Colocadas las pantallas en sentido contrario, era como<br />

si cada uno de los personajes que tan cruel historia tuvo quisiera<br />

probar algo, demostrar algo en relación al argumento en el<br />

cual se hallaban inmersos, en dirección a la muerte, anclados<br />

en el adelgazado espacio de una plana pantalla.<br />

El público, momentáneamente, se conmovió. Los intérpretes<br />

parecían dialogar o discutir entre sí, cuajados en ese<br />

instante que, como en un espejo de varias caras, multiplicó<br />

profusamente el hálito de vida de esos dos muchachos, como si<br />

sus imágenes quisieran emprender una huida desde las alturas.<br />

Paula contempló sin piedad la acción que sobre el escenario<br />

se estaba desplegando. Luego levantó la vista hacia<br />

la pantalla y observó a Wilmer, que seguía riéndose, y entonces<br />

sintió que desde ese lienzo la estaba mirando expresamente<br />

a ella.<br />

442


Desde atrás se aproximaba Yenifer.<br />

Wilmer, envuelto en un aire rojizo, continuó riéndose.<br />

Había generado una violencia que luego había terminado por<br />

tragárselo a él también. Quedaba la imagen en la pantalla.<br />

Inesperadamente lanzó un alarido.<br />

La digitalización mostró a la imagen nítidamente delineada.<br />

La alta tecnología que estaba siendo empleada permitía<br />

que se trasladase de una a otra pantalla, y que su virtual presencia<br />

generara el efecto de seres que vagaban de un espacio a<br />

otro, liberados de sus fronteras.<br />

Yenifer no participaba de la ilusión general. Tenía claro<br />

que en cualquier momento el proyector podía borrar las<br />

partículas que conformaban la visión cinematográfica, y que<br />

la figura que todavía estaba trazada ahí, en el mundo de las<br />

apariencias, como sopesando el bajar adonde estaban los otros<br />

seres, podía desvanecerse, desflecada sobre la nada, en un<br />

tiempo inconcluso.<br />

Luis nunca había tenido la gigantesca estatura que la<br />

pantalla le otorgaba. El periodista que había realizado la entrevista,<br />

el cual ahora también formaba parte del público, lo<br />

recordó en ese camerino, en medio del humo del cigarrillo y<br />

de las tazas de café, como una figura más bien delgada y de<br />

talla mediana. Algunos efectos de laboratorio debieron permitir<br />

que se configurara ese ampliado fragmento, a partir de<br />

los puntos dispersos.<br />

Yenifer miró sin complacencias la imagen del mundo de<br />

Luis, esos objetos que ella había conocido, y presintió el deseo<br />

oscilando en medio de ellos, ahí concentrado en ese pequeño<br />

ambiente, el lugar para prepararse a cantar y a tocar el bajo, donde<br />

se habían filmado las escenas que ahora todos veían en la<br />

pantalla. Ahí donde Luis en ese momento se ponía de pie, y con<br />

su desparpajo habitual, empezaba a driblar una pelota, mientras<br />

seguía explicando cómo entendía él la música.<br />

La voz de Wilmer, imprecando a Paula, se oyó claramente,<br />

dejando tras de sí un escalofrío general. Todo parecía<br />

443


tan real, tan de verdad, tan inverosímil. Las personas que ya<br />

habían muerto no solían seguir siendo capaces de vociferar<br />

palabras ni de continuar ejerciendo su poder, ni de retar a los<br />

que pertenecían al mundo de los vivos.<br />

El estado de ánimo del público se exacerbó cuando de<br />

la imagen de Luis en la pantalla también brotó un lamento.<br />

Wilmer había acudido a la cita y el tiempo pareció eternizarse.<br />

La gente dudaba, sin saber si se trataba de una parodia<br />

o de un ensueño. ¿Era él, entonces, el personaje central de esta<br />

infinita obra, de esta porosa e interminable historia?<br />

La cámara fija que hasta entonces había enfocado a<br />

Luis se desplazó para mostrar un bulto, un cadáver evidentemente,<br />

que yacía sobre el piso. Alrededor pululaban numerosos<br />

seres humanos, los cuales parecían no darse cuenta de su<br />

presencia, como si fuera algo invisible, ahí solitario en medio<br />

de la multitud, como un objeto que alguien hubiese perdido,<br />

pero que a nadie le llamaba la atención.<br />

Por el contrario, esa imagen llegaba ahora hasta el último<br />

rincón del anfiteatro. El público sintió que los innumerables<br />

pliegues de esta historia ocultaban un peligro al cual<br />

ninguno de los presentes deseaba asomarse.<br />

Francisco bailaba en el escenario, flexible y ligero. La<br />

gente abajo de nuevo se movilizó. Un joven salió corriendo<br />

del grupo y trató de subirse adonde estaban los artistas. Los<br />

que se hallaban adelante se lo impidieron.<br />

Paula, situada detrás de los reflectores, se veía envuelta en<br />

una especie de incienso que surgía de las luces. Se había quedado<br />

de pie, sujetándose de la armazón de una de las plataformas.<br />

Pensó en Pedro Fuentes y en el control férreo que ejercía, siempre<br />

buscando cómo mantener el equilibrio, y recordó el rigor<br />

con el que cohesionaba a la especie de clan que liderizaba, mostrándose<br />

tan superior frente a los demás, infundiéndoles temor,<br />

siempre imperturbable, acatado por todos sin discusión.<br />

¿Dónde se había metido ahora? Toda esta locura que<br />

aquí se había desatado, una oleada tras otra, una infatigable su-<br />

444


cesión de acertijos, tendría que ser enfrentada por él, sobre él recaía<br />

la responsabilidad principal, él era el que controlaba a los<br />

demás, ejerciendo su rol como si formara parte de alguna corte<br />

de dioses, pero que ahora la dejaba a ella aquí embarrada,<br />

displicentemente, entregándola al ritmo enloquecido de este espectáculo.<br />

El muy gusano, ella siempre lo había aceptado como<br />

líder, con lealtad, pero ahora se había desaparecido por alguna<br />

ruta desconocida, dejándola sola ante esta avalancha que iba en<br />

crescendo, nacida de la persecución que habían emprendido<br />

estos artistas tan implacables, y Fuentes simplemente se había<br />

ausentado, dejándola abandonada a su suerte.<br />

Yenifer siguió acercándose desde el fondo.<br />

Un tiro se escuchó en las cercanías, confundiéndose<br />

con las otras amenazas que se cruzaban en el espacio, en dirección<br />

a la pantalla que reintegraba las formas.<br />

La fiesta intentó una vez más retomar el protagonismo,<br />

desplazando a las imágenes que pretendían enviar sus señales,<br />

solicitando en vano la compañía de los que estaban reunidos<br />

en ese lugar, los cuales expresaron una vez más estar<br />

dispuestos a dejarlas solas.<br />

Paula empezó a insultar a Gabriel. Luego se acercó al<br />

micrófono:<br />

—No existe ningún expediente —afirmó—. Lo que está<br />

en esos papeles es puro invento, y yo lo puedo demostrar.<br />

Daba la impresión de que ellos dos estuviesen en un<br />

círculo, como en la pista de un gigantesco circo. La gente<br />

que deambulaba alrededor no traspasaba el invisible trazo de<br />

esa figura central. Las hojas en manos de Camila parecieron<br />

difuminarse, en medio de la penumbra que cubrió al resto del<br />

teatro. El texto que se hallaba escrito sobre ellas dio la impresión<br />

de desprenderse de ahí, para perderse en el vacío.<br />

La imagen que espejeaba serenamente desde la pantalla,<br />

como si hubiera sido soñada a la vez por todos los presentes,<br />

que compartían las plateadas líneas que se reunían para crear la<br />

figura del bajista, pareció responder sin palabras, con su desnuda<br />

445


presencia, como una materialidad que reverberara en calidad de<br />

conjetura imposible de confirmar. Fluía haciendo destellar el<br />

recuerdo, suscitado por la expresión del personaje, que flotaba<br />

en un regreso sin presencia, silueta salida del frío de un proyector.<br />

Pero la masa avanzaba sin aceptar someterse, renuente<br />

a involucrarse en tanta amargura. La gente no había venido<br />

para recordar, sino para pasar unas cuantas horas a la manera<br />

usual en este tipo de espectáculos. Rechazaban vivir dentro<br />

de la escueta angustia, cuya presencia sin atenuantes hacía<br />

estallar de una forma insoportable las convenciones establecidas,<br />

y se negaban a ser cuestionados en relación con problemas<br />

que a ellos no les competían.<br />

Las hojas escritas comenzaron a soltar nuevamente su<br />

información. La voz de la actriz subía como en volutas, ascendiendo<br />

en medio de las plataformas.<br />

En las caras de la gente se expresó una vez más el desengaño<br />

por haber tenido que detenerse. Camila siguió hablando,<br />

sin darse cuenta de ello.<br />

—No es lógico querer ilustrar los hechos de esta manera<br />

—intervino Laura, hablando por otro micrófono—, ni es<br />

justo poner a prueba la solidaridad de la gente con un par de<br />

páginas que traen una información imposible de comprobar.<br />

Marco Vinicio pensó que a él la muerte podían interpretársela<br />

al ritmo de cualquier música, una sinfonía entera podían<br />

tocar, si era eso lo que les apetecía. Pero de lo que sí estaba seguro<br />

era de que estos comediantes eran apenas unos aficionados,<br />

la muerte requería una acción mucho más profesional.<br />

La gente ahora venía descendiendo nuevamente desde<br />

el muro, sin pausa y sin dar tregua. Frente a toda esa masa,<br />

frente a tantos pies entretejiendo la trama, la apuesta por<br />

la palabra parecía una opción difícil de rescatar. Los presentes<br />

venían sacudiéndose en medio de la noche, sorteando la<br />

ubicuidad de la propuesta.<br />

Gabriel, entonces, cantó una canción que el público<br />

había esperado largamente.<br />

446


—Todo lo que está aquí señalado se puede comprobar<br />

sencillamente —afirmó Camila con firmeza.<br />

La voz de Laura se sobrepuso a la de la actriz:<br />

—Siguen con esa historia. Continúan insistiendo con<br />

su petición de que la gente les responda, sin darse cuenta de<br />

que algo rompió un pacto que, en verdad, no llegó ni siquiera<br />

a establecerse.<br />

Yenifer se había detenido. Su mirada se mantenía encadenada<br />

al escenario, en el cual, inesperadamente, se hizo<br />

presente Alberto. Veía su figura, de tan dulces líneas, sentado<br />

en el suelo, apoyando la espalda en el aire, con la punta del<br />

pie levantada, cerrando la curvatura del cuerpo.<br />

Paula se aprestó a utilizar recursos que estuvieran a la altura<br />

de la elegancia que siempre había logrado sacar de sí, hasta<br />

en los momentos más desesperados. Puso en marcha su<br />

habilidad para potenciar sus defensas y se dirigió a Gabriel, a<br />

través de uno de los micrófonos dispersos en el anfiteatro:<br />

—Una cosa es el canto y el teatro, y otra el enfrentarse a<br />

las fuerzas que nos amenazan de muerte. El equívoco que está<br />

vibrando aquí ha sido mezclado con ingredientes que no logran<br />

multiplicar su efecto.<br />

La voz que se escuchó ahora fue la de Yenifer. Había<br />

reencontrado su intención original:<br />

—Buscamos una respuesta —articuló—. Nuestra comedia<br />

no ha logrado acercarnos a la justicia, ni ha conseguido<br />

estigmatizar la particular violencia que se ha intentado<br />

narrar aquí.<br />

Philippe prendió un cigarrillo. Sin saber por qué, se<br />

acordó de algunos espectáculos demasiado escolásticos de los<br />

años sesenta.<br />

Por la pantalla venía una lluvia de imágenes del pasado,<br />

todo aquello que había causado tanto dolor.<br />

Laura hablaba con ironía y aires de superioridad:<br />

—Sí, el problema es que no tenemos al villano. Se ha<br />

marchado a otra comarca. No es lo que debiera aparecer en<br />

447


el libreto, pero la verdad es que esta noche nos han dejado<br />

monologando.<br />

Las imágenes continuaron cayendo. Era como si alguien<br />

estuviera pintando un lienzo en movimiento, cuyas figuras<br />

salían en hilera, en dirección a la nada.<br />

Alberto se colocó dentro del círculo. Pareció brotar de la<br />

tierra, desde abajo, desde el borde, en medio de la noche ahora<br />

silenciosa, como una ilusión, como de ninguna parte, produciendo<br />

un alerta en medio de toda la gente que estaba ahí<br />

observando. Se balanceó sobre la estrecha línea que parecía cerrar<br />

ese espacio. En la mano llevaba una flor de cardo. Paula lo<br />

miró, asombrada. La flor resplandeció en lo oscuro.<br />

—Hay que tumbar este espectáculo tan cursi —pensó<br />

Marco Vinicio, poniéndose de pie.<br />

La obra demandaba, en medio de la quietud que se produjo<br />

de repente, a alguien desde afuera. El hombre intentó<br />

acercarse a los que ahí interpretaban esta historia ya antigua.<br />

Un tiro que no se sabía de dónde venía pasó en medio<br />

de los actores. La representación se resintió. A la búsqueda<br />

emprendida por los artistas se incorporó un balazo.<br />

La música siguió sonando y las imágenes continuaron<br />

desprendiéndose. En medio de los mimos y los saltimbanquis,<br />

el personaje de Alberto se movía transportando en los<br />

pies el intento de articular el reconocimiento, sin pretender<br />

formular la harapienta anécdota en palabras.<br />

Ahora todos de nuevo estaban girando bajo la luz que<br />

brotaba del incesante pasar y repasar de los reflectores. La<br />

gente, una vez más, intentó alejarse del luto, al que los artistas<br />

habían querido conservar, como si estuviera encerrado en<br />

un cuenco, o en un jarrón, o en un pote. En medio del ritmo<br />

que los envolvía, los grupos trataron de recuperar su libertad<br />

y comenzaron a girar una vez más, con los brazos levantados<br />

y con ánimo de seguir la fiesta. Estaban vivos, bebían su momento<br />

de felicidad y no querían el papel de jueces.<br />

448


Se abrieron al sinsentido de la noche. En medio del tumulto<br />

alguien intentó arrancar las hojas de las manos de<br />

Camila, pero ella logró ponerse a salvo de los brazos que querían<br />

darle alcance.<br />

El borde de su largo vestido se arrastraba por el piso.<br />

La gracia de la seda la hacía parecer una muchacha. Miraba<br />

a la multitud y percibía a la gente que se hallaba cerca de ella.<br />

Pensó que si uno sólo de los espectadores llegara a aceptar que<br />

lo que sucedía en el escenario tenía la capacidad de modificar<br />

los hechos, eso sería suficiente para cambiar la situación de rechazo<br />

y se lograría por fin la comunicación con el público.<br />

La saliva ardía dentro de su boca con ferocidad, en medio<br />

de la oscuridad inestable.<br />

Como una espiral en fuga, un color con matiz de fuego<br />

traspasó el aire de la noche.<br />

Marco Vinicio orinaba contra el muro, ajeno a la tensión<br />

que se había producido. Su impulso inicial de intervenir<br />

parecía haberse evaporado.<br />

Gabriel se alejó de Paula, la cual se sentó, muy despacio.<br />

La mujer tuvo la convicción de que Wilmer había logrado<br />

salir de su tumba. Desde la pantalla, con un gesto de la mano,<br />

como en un suspiro, Luis giró levemente. Bordeando la línea<br />

del círculo se aproximaba Wilmer. Sin querer dar crédito a sus<br />

ojos, a Paula no le quedó más remedio que reconocerlo. Era<br />

Wilmer, no cabía duda. Sólo él tenía ese swing, que aún conservaba,<br />

incluso en ésta su letal presencia, en su amortajada<br />

existencia. Sus ojos brillaban, como siempre, y toda su actitud,<br />

tan petulante, lo hacía fácil de identificar. Entró en el círculo<br />

sin vacilar. El escenario, allá arriba, se oscureció, y la figura de<br />

Camila desapareció.<br />

Paula parecía estar a punto de sufrir un colapso. Todos<br />

los que habían participado en el gran espectáculo abandonaron<br />

el terreno, para dejar solos a los dos seres que ahora ocupaban<br />

el círculo en calidad de protagonistas.<br />

449


La imagen de Luis, ubicada en la pantalla, pareció volverse<br />

hacia donde estaban Paula y Wilmer, allá abajo. La atención<br />

del público despertó y el bullicio circundante se aquietó.<br />

Paula, en un vértigo, creyó que ahora Luis también<br />

descendería, en medio de la evanescencia de las luces, como<br />

si una especie de vapor lo estuviese reconstituyendo, para<br />

que pudiera retornar y formar parte de nuevo del conjunto<br />

musical. Pero el bajista, sentado en una silla, se limitó a mirar<br />

al asesino, sin saber siquiera que luego también a él lo habían<br />

asesinado.<br />

Como si estuviera nadando en aguas viscosas, muy<br />

lentamente, como si fuera un pez deslizándose en el líquido,<br />

Wilmer se fue acercando a Paula. Sus escamas resplandecían<br />

y su ser se mantenía aislado en medio del agua impenetrable<br />

que parecía rodearlo. Su cuerpo no proyectaba sombra alguna.<br />

Se colocó frente a ella, dentro del círculo. Desde arriba<br />

los cubría el firmamento, y abajo, sobre el espacio delimitado,<br />

parecía desencadenada la guerra. Con una expresión entre<br />

sagrada y grave en el rostro, se encaró con la mujer:<br />

—Me gustaría saber cómo pudiste organizar algo que<br />

hizo que toda la sangre abandonara mi cuerpo. Ahora tendremos<br />

que sopesar ese hecho.<br />

La noche permanecía sin replegarse, cubriendo el violento<br />

espacio, y en medio del parpadeo se difuminaban los lineamientos<br />

de lo que estaba por suceder en el vasto tiempo<br />

que ahí se concentraba.<br />

La erizada percepción del público ahora absorbía la imagen<br />

de la intensa infracción que se cribaba sobre la existencia.<br />

La luna se deslizó por su recorrido, inscribiéndose en<br />

el aire, llevada por su vuelo sostenido. Una incandescente luz<br />

blanca comenzó a iluminar la vulnerabilidad del mundo y la<br />

fragilidad de los seres que lo habitaban. La cara de Wilmer<br />

parecía barrida por un viento áspero, golpeada por la rabia.<br />

En medio de toda esa gente, Paula se sintió aislada. De<br />

alguna manera inexplicable Wilmer se había desprendido de la<br />

450


pantalla, y ahora se encontraba aquí, en este mínimo espacio<br />

del círculo, y se veía claramente que lo dominaba una gran<br />

cólera. Todos estaban pendientes de él, el anfiteatro entero lo<br />

recibía, y ahí resonarían sus palabras, a través de las cuales se<br />

filtraría la larga historia que los había convocado, la cual entonces<br />

tendría que finalizar, de una manera o de otra.<br />

No había faltado a la cita para la lectura del texto que<br />

se reproducía en la pantalla, el cual se notaba que había sido<br />

elaborado de una manera prolija, con muchos datos, aunque<br />

ya todo eso en nadie causaba asombro.<br />

La misteriosa presencia de Wilmer, en medio del mar<br />

de gente que ahora estaba observándolos, resultaba un hecho<br />

insólito. Paula se contempló sus propias piernas envueltas en<br />

medias negras, convencida de la imposibilidad de escapar de<br />

ahí, de esa obra que ahora parecía imprecarla específicamente<br />

a ella, amenazándola con esa presencia inexplicable. Estaba<br />

aquí expuesta a este salvaje acto de teatro, en el cual, como<br />

por arte de magia, alguien que estaba muerto y enterrado había<br />

hecho su aparición.<br />

Tomada de sorpresa, tardó unos instantes en serenarse.<br />

Decidió que entraría en el juego y vería hasta dónde podría<br />

llegar. Ella no era de las que se asustaban tan fácilmente, ya<br />

había logrado superar la primera sensación de terror.<br />

Wilmer no se veía translúcido, eso era indudable. Observándolo<br />

mejor, resultaba más bien bastante diferente a un ser<br />

sobrenatural. De que Wilmer hubiese vuelto a la vida en verdad<br />

no había ninguna evidencia. Pero fuese quien fuese, ella<br />

estaba dispuesta a hacer trizas a ese fantasma. Fue acoplándose<br />

al ritmo de lo que estaba aconteciendo, intentando adquirir<br />

un conocimiento más preciso del asunto, como dejándose<br />

envolver, como si no estuviese ofreciendo resistencia ante la<br />

realidad que la rodeaba.<br />

El Wilmer que pretendía volver de la muerte era como<br />

más corpulento que el anterior. Los que lo veían no lo habían<br />

conocido tanto como ella. También dentro de su gestualidad<br />

451


irreverente había algunos matices que a ella no le cuadraban<br />

con el ser que recordaba. La voz de Wilmer también era distinta,<br />

más despojada, más nasal. Vuelto de espaldas, no resultaba<br />

tan difícil detectar que era apenas una hechura de Philippe,<br />

ahora sus sospechas se orientaron claramente en ese sentido.<br />

Constatar esto empezó a generar en ella una gran furia, a la<br />

que trató de dominar hasta el momento oportuno.<br />

Los sonidos se habían apagado. La gente de teatro se<br />

había apoderado de la figura de Wilmer, por lo que serían<br />

ellos los que tendrían que responder de las consecuencias. En<br />

medio del silencio, Paula hizo un gesto amistoso hacia el<br />

presunto Wilmer. Él se acercó, desprevenido, entrando dentro<br />

de la trampa que ella le estaba tendiendo. De su ubicación<br />

central se fue desplazando hacia un costado del círculo. La<br />

poderosa puesta en escena se tambaleó, y el final de pronto<br />

se hizo impredecible.<br />

Paula nada tenía que ver con estas historias, eso fue un<br />

error de cálculo de los que montaron el espectáculo, creer<br />

que ella respondería de acuerdo con sus expectativas.<br />

Jorge López miró a la mujer y supo que fue un esfuerzo<br />

inútil haber reunido todos esos documentos. Formular en<br />

palabras las hipotéticas verdades, ahí en el borde del círculo,<br />

tomándolas de los textos circunscritos a las pantallas, no parecía<br />

conducir a nada.<br />

La orgullosa puesta en escena de Philippe se resintió al<br />

perder consistencia el personaje que interpretaba Jorge López.<br />

Una nueva tentativa de él por dominar la situación, que<br />

inició a pesar del corte que intentaba introducir la mujer, se<br />

perdió en el vacío, mientras la obra siguió tambaleándose.<br />

Paula alzó la voz y calificó de mentira todo lo que en<br />

esa reunión se había afirmado. De un salto llegó hasta la figura<br />

vestida como Wilmer, el cual ahora, en medio de las sombras,<br />

también se acercó a ella, dando así un paso en falso.<br />

Entonces se vio a Paula enfrentarse a él, invicta, mientras él<br />

452


se echaba hacia atrás de nuevo, tratando de huir de la mano<br />

de ella, la cual se aproximaba a su rostro.<br />

—He aquí a uno que cree haber desempolvado su verdad,<br />

y que, con su alarido, se imagina ser de nuevo una sólida<br />

presencia, después de haber estado en las profundidades del<br />

subsuelo. Pero es más bien desde algún otro lugar que se nos<br />

ha proporcionado a este personaje, que ha venido a sustituir<br />

al ser humano que han enfrentado al bajista.<br />

En medio de la frase, Paula saltó hacia adelante y lanzó<br />

un zarpazo a la cara de Wilmer. Con un sólo gesto arrancó<br />

la máscara que llevaba Jorge López, la que tan cuidadosamente<br />

había sido fabricada.<br />

El incesante transitar entre el escenario y el muro del<br />

fondo se detuvo. Alguien tuvo el tino de mandar a apagar las<br />

luces y entonces también las reverberantes imágenes de Luis y<br />

de Wilmer se borraron de las pantallas, las cuales quedaron en<br />

blanco. La vitalidad de la obra se extinguió y sólo dudas quedaron<br />

acerca de si había logrado cumplir alguno de sus objetivos.<br />

El público comenzó a reintegrarse a los distintos lugares<br />

de Caracas. Aquella noche algo había hecho disminuir la<br />

vigencia del deleite que los sueños hasta ahora habían generado<br />

en situaciones parecidas. Había surgido ahí una historia<br />

que había tratado de vincular a todos esos sudorosos cuerpos<br />

con un gran destello de la existencia, pero la posibilidad de<br />

que esa intención, que había nacido en las cabezas de sus autores,<br />

pudiese recuperar su trascendencia como obra, quedaba<br />

en entredicho.<br />

Los muros se habían levantado desde los inicios de los<br />

tiempos, para cercar a las ciudades. De las gargantas habían<br />

brotado esta noche lamentos y cantos, al son de los cuales<br />

bailaron todos los presentes. Pero el mostrar tan largamente<br />

esta historia no podía conducir a nada, era imposible que los<br />

artistas cambiaran el curso de los acontecimientos.<br />

Un poco más tarde, Philippe entró al vestuario de Camila.<br />

La vida hubiera dado por encontrarla sola, pero ya estaban ahí<br />

453


casi todos, irremediablemente. Ella estaba de pie, todavía con<br />

su larga túnica que llegaba hasta el piso. Ahora, sin las luces<br />

del escenario, al volverse se notaba claramente que ya no era<br />

una muchacha.<br />

Laura miró a Joaquín, el cual estaba frente a ella como si<br />

fuera de piedra, al igual que todos los demás. Se mantuvo quieta,<br />

consecuente con su acto. Levantó la cabeza y se reinstaló en<br />

su determinación. Parada a distancia de Joaquín, estudió largamente<br />

su rostro. Luego ya no quiso seguirlo viendo y salió en<br />

dirección a la calle.<br />

Sonia paseó la mirada por el grupo y se detuvo un momento<br />

en cada uno de los que ahí se hallaban reunidos. A todos<br />

se les notaba el cansancio. A ella le hubiera gustado estar<br />

ahora lejos de ahí, retornar a la casa de Camila y Gabriel,<br />

confirmar que había sido recibida de nuevo por sus ámbitos.<br />

Miró a Gabriel, buscando establecer el vínculo entre<br />

los dos. Pero él no levantó la vista. Trató de dominar su angustia<br />

y aguardó. Le pareció que todo se volvía irreal. Era<br />

como si una puerta se hubiera cerrado y a ella la hubieran dejado<br />

afuera de nuevo. Se imaginó a sí misma desplazándose<br />

por polvorientos caminos, moviéndose sobre una textura reseca,<br />

en medio de una vegetación de color amarillento, como<br />

de caparazón de insecto, un camino cubierto de hojas quebradizas,<br />

sin humedad ni frescura ni sombra.<br />

Perdió la noción del tiempo, instalada en su soledad, en<br />

un rincón del camerino. Casi no se dio cuenta de cuando Gabriel<br />

comenzó a venir hacia ella, como acercándose por ese camino<br />

de tierra que había imaginado. Entonces lo abarcó con la<br />

mirada, dibujando de esa manera un cerrado espacio que fuera<br />

sólo de ellos dos, recomponiendo los fragmentos del universo<br />

en medio del lento gotear del tiempo, estableciendo una morada<br />

en ese momento peculiar, como en una isla de liviana presencia<br />

constituida por partículas invisibles a las que ella les fue<br />

dando forma.<br />

454


La ausencia de Yenifer de en medio de toda esa gente<br />

únicamente fue notada por Francisco. En el vestuario hacía<br />

mucho calor. Se sintió solo en medio del numeroso conjunto<br />

de personas que aquí se encontraban reunidas, y tuvo la intuición<br />

de que también esa muchacha, en algún lugar, debía<br />

sentirse desamparada.<br />

Para reflexionar sobre todo ello salió de la pequeña habitación.<br />

Seguía escuchando dentro de sí la música que hasta<br />

hacía poco habían estado tocando.<br />

En el escenario ahora vacío correteaban subrepticiamente<br />

algunos animalitos, ratones o lagartijas, o quizás sólo unas<br />

cuantas cucarachas. En medio de la oscuridad fue tanteando<br />

con los pies el terreno, por el cual había transitado la gente poco<br />

tiempo atrás.<br />

Sin meta definida, fue abriéndose paso en un tiempo<br />

del cual ya estaba ausente la febril actividad que ahí había tenido<br />

lugar hacía muy breves momentos, pero que ahora ya<br />

pertenecía al pasado.<br />

Vio a Yenifer apoyada en un banco de las galerías, como<br />

si se hubiera residenciado ahí, o como si se hubiera muerto.<br />

Se demoró en acercarse a ella. Recordó que Yenifer fue<br />

la persona que había desencadenado los pasos que aquí se habían<br />

dado. El instante flotaba dentro del silencio y nada indicaba<br />

que no siguiera así para siempre.<br />

La imagen de la muchacha parecía estar contenida en<br />

la suave luminosidad rojiza del amanecer. Reclinada como<br />

una sinuosa pluma sobre el banco, era como si también ella<br />

siguiera escuchando todavía la música. Quizás una canción<br />

continuara sonando dentro de ella, unos sonidos que se repetirían<br />

dramáticamente, sorprendiéndola una y otra vez, ahí en<br />

medio de ese silencio.<br />

De pronto volvió de la inmovilidad. Miró a Francisco,<br />

sin asombro, como si lo hubiera estado esperando, y dijo:<br />

—También tú te has salido de ahí.<br />

455


El teatro, sin los espectadores ni los artistas, hacía el<br />

efecto de una extraña forma incapaz de dar cuenta de ningún<br />

argumento.<br />

El silencio que había sustituido al tráfago de instantes<br />

antes seguía circundando al mundo. En medio de la red nocturna<br />

que parecía estarse meciendo suavemente, sosteniéndolos<br />

a través del fuerte entramado de su tejido, Yenifer tocó<br />

el brazo de ese muchacho que ahora parecía un príncipe, para<br />

repasar con sus dedos los preciosos meandros que dibujaban<br />

sus arterias. Como si con el lápiz que parecía tener en la punta<br />

de la mano estuviese pintando en la salobre piel diversas marcas,<br />

unas señales que algún día tendrían que descifrarse. Se dio<br />

cuenta de que ella todavía no estaba muerta y que quizás aún<br />

podía haber algo que la ligase a los demás seres humanos.<br />

El tiempo irrumpió en el espacio, decretando el final<br />

de la noche. La claridad del cielo se fue difundiendo desde un<br />

punto del horizonte.<br />

La muchacha se puso de pie. Frente a ella estaba Francisco,<br />

ofreciéndose, con el brillante cuerpo como pintado al<br />

óleo. Ya el haz de luz del espectáculo no los iluminaba.<br />

El tiempo ya no parecía dormido, estaba como rondando<br />

sobre la tierra, materializado en la forma de los guijarros<br />

y en el umbral por el cual estaba desapareciendo la noche.<br />

En medio de las hierbas se sintió el puro avanzar del<br />

día, con la luz del sol empezando a encenderse nuevamente.<br />

De los ligeros pasos que ahí se habían dado no quedaba huella<br />

alguna sobre la roja arena. Desde el fondo de la quietud, el<br />

tiempo siguió fluyendo.<br />

456


40<br />

Caminaba con su rítmico andar, en medio del aire cristalino,<br />

con su desflecada gorra roja en la cabeza. Se pasó la mano<br />

por los cabellos enmarañados y se echó a reír. Sus pies marchaban<br />

ejerciendo su señorío insensiblemente, materializando<br />

sus pasos en ese caminar puro sobre el leve polvo, el mismo<br />

que se encontraba ahí desde tiempos ancestrales.<br />

Sus huellas se borrarían, al igual que las que dejaron<br />

alguna vez otros seres trashumantes, signos que no se diferenciaban<br />

demasiado entre sí, orientados en una dirección o<br />

en otra, labrando, de una forma refinada o de un modo cualquiera,<br />

el trazado del rumbo que llevaron en su momento.<br />

Era como andar tras del surco que dejaban los carromatos<br />

de circo que antiguamente recorrían los pueblos, remotos<br />

lugares llenos de tabernas en los que a los tragos muchas veces<br />

sucedían otros hechos, de más complejo desarrollo.<br />

Hacía tiempo que no veía a esas desvencijadas y espléndidas<br />

carpas. No sentía nostalgia por ellas, de sus crueles<br />

maneras de domar a los animales, pero sí recordaba con fervor<br />

la gratitud de los artistas, su sonrisa cuando saludaban al<br />

final de cada número, agradeciendo los aplausos con los brazos<br />

en cruz sobre el pecho.<br />

Los enamorados se solían sentar en las últimas filas, y<br />

ahí se enredaban en unos nudos que les hacían olvidarse de salir<br />

de la carpa después de finalizada la función, hasta que alguien<br />

les lanzaba alguna grosería.<br />

457


Solitario en el interior del denso vientre de la noche,<br />

que no parecía proveer ni protección ni albergue, caminando<br />

ahora, bajo la luna, sobre el sucio pavimento, celebró la glamorosa<br />

imagen nocturna de la existencia espejeando en la<br />

humareda del sueño.<br />

Recordó el grupo de artistas al que se había unido en esta<br />

oportunidad, y el espectáculo con el que habían querido responder<br />

a la muerte del bajista que había sido asesinado. Pero el<br />

espíritu que había estado detrás del puñal se les había escapado.<br />

Se sentó en el borde de la acera y con la boca aspiró la<br />

inmortal sensación del aire. El áspero dolor que había compartido<br />

con los músicos y con la gente del teatro se hallaba<br />

grabado ya para siempre en su memoria. Miró sin piedad el<br />

mundo, que se extendía delante de él en todo su descuido.<br />

Sobre un alambre el viento mecía la ropa que ahí estaba<br />

tendida. Una música empezó a sonar, y su melodía fue como<br />

un lamento en medio de las panaderías y de las tabernas.<br />

Olores diversos se mezclaron en el aire, dando vueltas, mientras<br />

en el suelo la brisa arrastraba papeles y desperdicios. La<br />

gente iba pasando por la acera, motivados por la rutina, o por<br />

el ardor de algún objetivo deseado apasionadamente, o por la<br />

necesidad de buscar alivio para algún mal que los aquejaba.<br />

Una mariposa se posó a su lado, durante el breve lapso<br />

de un maduro instante. Luego levantó vuelo de nuevo, empezando<br />

a vivir una vez más desde cero su soledad no percibida.<br />

Sentado ahí en la acera, los recuerdos subieron a su<br />

memoria, emergiendo de las aguas del olvido. Entre sus dedos<br />

pasaron gruesos granos de arena. Se acordó del mar de<br />

espectadores que los había mirado, en algún momento todos<br />

levantados de sus asientos, mientras ellos, parados en el escenario,<br />

parecían ignorar que estaban ahí impulsados por<br />

amar y anhelando ser amados. Él se había puesto la mano en<br />

el lado izquierdo del pecho y se había inclinado, luego de<br />

que lograron darle forma, fugazmente, a algo que el tiempo<br />

ya había cribado.<br />

458


La quejumbrosa tristeza de la música continuó esparciéndose<br />

en la calle. La instantánea imagen del muchacho<br />

que había manejado el cuchillo se repetía monótonamente en<br />

su memoria. El telón ya había caído. Se preguntó si habrían<br />

conseguido proteger del olvido a alguno de los hechos que<br />

habían puesto en escena y recordó a la actriz, de pie en las tablas,<br />

pronunciando su monólogo.<br />

Habían trabajado, para contar su historia, con los recursos<br />

del teatro, cercados en el último círculo en el cual se habían<br />

ubicado. La dura imagen de la muerte del músico se había mantenido<br />

dentro de los límites del escenario, el único espacio capaz<br />

de otorgarle de nuevo la condición de ser animado. Cuando<br />

quisieron salir de él, la ilusión desapareció necesariamente.<br />

Ahí, en el borde de la acera, sólo sus manos se movían,<br />

pasando de la una a la otra sin cesar algunas piedras que había<br />

recogido del suelo. Enormes masas de tiempo habían transcurrido.<br />

Una vez más se aprestó a ponerse en marcha, para<br />

pronunciar palabras que habían sido producidas para ser dichas<br />

por diversos personajes, con la esperanza de que se siguieran<br />

irradiando en la existencia, y para que los graves sueños que<br />

les habían dado origen persistieran por unos instantes más.<br />

Alguna errante compañía de comediantes esperaría detrás<br />

del telón, para intentar darle forma a un libreto y ponerlo en<br />

acción en un escenario frente a un público. Quizás serían acciones<br />

ya gastadas, pero esos comediantes las instalarían de<br />

nuevo en medio del silencio y entonces todo se reubicaría, en<br />

un teatro cualquiera.<br />

Decir palabras que se llevara el viento cobraba significado<br />

frente al silencio. Unos cuantos gestos pasajeros desencadenaban<br />

el albur de papeles que ya habían sido interpretados<br />

muchas veces. Él había llegado de la nada y era como era, único<br />

entre todos, uno más entre todos. Nunca dejaría de ser capaz<br />

de prestar su cuerpo para que los incompletos seres hechos<br />

sólo de palabras adquirieran materialidad, y saldría a escena<br />

junto con los demás actores y actrices, los cuales lo rodearían<br />

459


y cuyas palabras escucharía. Palabras que habían sido escritas<br />

para aquellos que, antes de que la muerte les hiciese abandonar<br />

el camino, les permitiesen respirar nuevamente a los personajes,<br />

que así se sucedían una y otra vez, con rostros nuevos<br />

y nuevas figuras.<br />

Sintió unas ganas de reír incontenibles. El tráfago de la<br />

gente continuaba a su alrededor. Un olor a orines aguardaba<br />

a cada uno de los que iba llegando. Entre un grupo de hombres<br />

una botella de ron pareció haber encontrado un hogar.<br />

Pasaba de boca en boca, como en un diálogo en el que cada<br />

cual estuviera contestando una y otra vez a los murmullos y<br />

a las preguntas de los demás. Por momentos se quedaba como<br />

dormida sobre los labios de alguno. Varias botellas ya vacías<br />

se hallaban caídas en torno al grupo. Algunos perros<br />

intentaban, reiteradamente, aparearse.<br />

Le divirtió ver todo lo que sucedía en la calle. Ese montón<br />

de gente estaba realizando ahí su propio acto, su propia comedia,<br />

con sus enigmas y sus misterios, concentrados en ese<br />

espacio bajo los árboles, así como lo habían hecho ellos un poco<br />

antes, entre otros árboles. Entonces sintió que el juego<br />

podía comenzar de nuevo.<br />

460


Índice


1 5<br />

2 19<br />

3 37<br />

4 55<br />

5 67<br />

6 87<br />

7 99<br />

8 103<br />

9 117<br />

10 135<br />

11 139<br />

12 141<br />

13 157<br />

14 163<br />

15 167<br />

16 217<br />

17 223<br />

18 227<br />

19 231<br />

20 237<br />

21 247<br />

22 265<br />

23 279<br />

24 283<br />

25 285


26 297<br />

27 305<br />

28 317<br />

29 321<br />

30 333<br />

31 347<br />

32 365<br />

33 375<br />

34 379<br />

35 395<br />

36 405<br />

37 411<br />

38 413<br />

39 437<br />

40 457


Este <strong>libro</strong> se terminó de imprimir<br />

en octubre de 2008,<br />

en los talleres de la FUNDACIÓN IMPRENTA<br />

DEL MINISTERIO DE LA CULTURA,<br />

Caracas, Venezuela.<br />

Son 3000 ejemplares,<br />

impresos en papel Enzocreamy 59,8 grs.

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