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Diccionario Teológico del Nuevo Testamento - Compendio - Kittel

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3. Pecado y culpa. A menudo los términos para el pecado aluden a él de manera tal que la traducción «culpa» es justificable o<br />

necesaria. Esto sucede siempre cuando la referencia es al estado resultante. La acción anormal y el estado anormal están tan relacionados,<br />

que no existe una distinción nítida de vocabulario entre pecado y culpa. Las palabras más específicas para referirse a la<br />

culpa pertenecen primeramente al campo de la ley sacra, y destacan su carácter objetivo. Uno podría incurrir en culpa sin intención,<br />

pero la impureza resultante (aunque uno no la reconozca) no sería menos objetiva que en el caso <strong>del</strong> pecado «con la mano en<br />

alto» (con insolencia o soberbia), y necesitaría ser eliminada mediante el mismo rito que se emplea para restaurar la pureza. Otros<br />

términos (cf. Sal. 32:1) se centran en la culpa misma. El acento recae ahora sobre su peso intolerable (Sal. 38:4). Es la suma de las<br />

deudas en que se ha incurrido mediante actos de pecado, y se manifiesta en aflicciones, que son consideradas como un castigo por<br />

ella. El carácter racional o teológico <strong>del</strong> concepto de pecado y culpa en el AT se manifiesta claramente en las doctrinas de la expiación<br />

y la retribución que descansan sobre esta base, aunque la base misma es religiosa.<br />

4. El relato de la caída (Gn. 3). Este relato se mantiene muy por encima de los conceptos legales y no ejerce influencia sobre ellos.<br />

Quizás usando y transformando materiales mitológicos, el autor describe el origen <strong>del</strong> pecado y sus resultados con una fuerza<br />

cándida. No usa los términos comunes, puesto que estos estarían fuera de lugar en este retrato de la vida. Aparte de unas pocas<br />

insinuaciones, deja que los lectores saquen sus propias conclusiones, centrándose en los acontecimientos que los términos se proponen<br />

explicar. Entonces hace resaltar con una claridad mucho mayor la siniestra realidad con la cual tratan la teología y el culto.<br />

44<br />

Las ideas básicas <strong>del</strong> relato son la prohibición que expresa la voluntad divina, la serpiente astuta que ve la notoria desproporción<br />

entre la transgresión y su consecuencia, la pregunta que se le plantea a la mujer, la presteza de ella al escepticismo, la sugerencia<br />

que la advertencia no es en serio y que va sólo en interés divino y en contra de los intereses humanos, el atractivo <strong>del</strong> fruto, la<br />

insensata transgresión por parte de la mujer y la aquiescencia <strong>del</strong> varón, y los cuatro resultados: la vergüenza ante la desnudez, el<br />

esconderse de Dios, los subterfugios para excusar la acción, y el castigo por parte de Dios.<br />

El énfasis en esta cadena de acontecimientos se pone sobre lo que queda indicado misteriosamente por las expresiones «ser como<br />

Dios» y «conocer el bien y el mal». «Ser como Dios» entraña la duda que el gobierno de Dios vaya realmente en interés <strong>del</strong> ser<br />

humano y sea incondicionalmente vinculante. Con la ayuda de la serpiente, el hombre y la mujer ven que pueden transgredir el<br />

orden divino. En efecto, creen que el razonamiento práctico, al exaltarse a sí mismo como señor y dios, los impele a hacerlo así sin<br />

molestarse por los correctivos religiosos ni por el juicio divino.<br />

[p 53] Sin embargo el relato destaca también que no hay manera de eludir el deber de rendir cuentas a Dios. Aquellos que tratan de<br />

ser como Dios terminan por hallarse frente a Dios como niños que han sido pillados, y están llenos de evasivas. Es así como el<br />

autor hace resaltar el completo absurdo <strong>del</strong> motivo de Prometeo. Pero lo hace con una profunda percepción de la trágica situación<br />

humana en la cual parece que hay una justificación inmanente –en el deseo por la cultura, la labor <strong>del</strong> pensamiento y el anhelo<br />

sensual– por la hostilidad humana respecto a Dios y el intento de liberarse de la prohibición divina. La verdadera realidad <strong>del</strong> pecado<br />

sólo puede captarse cuando uno percibe que la misma semejanza divina abre las posibilidades <strong>del</strong> desvío, y la insondable<br />

angustia que todo acto de desviación ocasiona cuando se coloca bajo la inconmovible mirada divina.<br />

De manera que, no obstante sus rasgos etiológicos, el relato en su totalidad ofrece una perspectiva sobre la existencia humana<br />

como un todo. Las maldiciones indudablemente explican características comunes de la vida humana, así como la comprensión de<br />

la desnudez explica el uso generalizado de la ropa. No obstante, las explicaciones llevan peso solamente porque se relacionan, no<br />

con un acto aislado, sino con un acto que es típico de la forma en que todos nosotros actuamos con respecto a Dios e incurrimos en<br />

culpa <strong>del</strong>ante de él. De manera que la etiología se extiende más allá de los detalles –incluso detalles tan significativos como el<br />

dolor, el trabajo, la vergüenza y la muerte– hasta la realidad <strong>del</strong> pecado como la verdadera fuerza que está detrás de todo el desasosiego<br />

e infelicidad <strong>del</strong> ser humano. Por cierto, la vergüenza ante la desnudez sirve muy bien para expresar la vergüenza, la inseguridad,<br />

y la condición de secreto que son resultado <strong>del</strong> pecado, muy por aparte <strong>del</strong> problema de la sexualidad que también va allí<br />

incluido.<br />

Una explicación etiológica más general nos justifica en construir sobre este relato una doctrina <strong>del</strong> pecado original en el sentido de<br />

condición universal de pecado. El pecado es motivado por un impulso humano que está presente en todos nosotros, de manera que<br />

en millares de variaciones todos seremos tentados de modo semejante y pecaremos de modo semejante. El intelecto sin control está<br />

en conflicto con la religión, y la libertad de voluntad y de pensamiento prepara el terreno para el pecado. Al hacer de la serpiente la<br />

representante <strong>del</strong> intelecto sin control, el autor enfatiza el carácter demoníaco de ese modo de pensar que se deriva de la duda y<br />

que se involucra en un esfuerzo fanático. Esto se cierne sobre nosotros como una fuerza externa, fortalece deseos que ya existen, y<br />

así sobrepuja la obediencia acrítica. La incapacidad que experimentamos de resistir en ese punto nos obliga a reconocer la validez<br />

general <strong>del</strong> fenómeno. Deseosos, y hasta cierto punto capaces, de ser más sabios que Dios y de penetrar más allá de sus pensamientos,<br />

abrimos una esfera de desconfianza en la cual renunciamos a nuestra actitud apropiada como criaturas, miramos al Creador<br />

con cinismo, y actuamos como si nosotros mismos fuéramos Dios, responsables sólo ante nosotros mismos. Puesto que la<br />

razón y la facultad de juicio nos son innatas, la motivación para pecar está presente tan necesariamente como la vida misma.

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