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Libro electrónico: Cartas a un joven católico - Diócesis de Canarias

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1- BALTIMORE Y MILLEDGEVILLE: ADQUIRIR EL «HÁBITO DE SER»<br />

Mi <strong>de</strong>sarrollo personal se produjo en lo que parecía la última etapa <strong>de</strong> <strong>un</strong>a auténtica cultura<br />

católica en Estados Unidos <strong>de</strong> América, concretamente a finales <strong>de</strong> los años 1950 y principios<br />

<strong>de</strong> los 60, en Baltimore, <strong>un</strong>a <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s más católicas <strong>de</strong>l país. Des<strong>de</strong> luego, había muchos<br />

lugares como ese: Boston, sin duda, y gran<strong>de</strong>s núcleos <strong>de</strong> Nueva York, Fila<strong>de</strong>lfia, Chicago,<br />

Milwaukee y San Luis. Pero, por entonces, la católica Baltimore tenía algo muy especial. Es<br />

notorio que los <strong>católico</strong>s americanos, tanto en el pasado como en el presente, están poco<br />

familiarizados con la historia <strong>de</strong> la Iglesia en Estados Unidos. En Baltimore éramos conscientes<br />

<strong>de</strong> que vivíamos en la diócesis más importante <strong>de</strong> toda América con el mejor obispo, la<br />

catedral más espectacular y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, con el Catecismo <strong>de</strong> Baltimore, que por entonces<br />

había llegado a imponerse <strong>de</strong> costa a costa.<br />

La católica Baltimore era distinta <strong>de</strong> cualquiera otra cultura católica urbana en América; y eso<br />

por la intensidad con que vivía, no por su carácter específico. Y no es que dividiéramos el<br />

m<strong>un</strong>do entre «Catolicismo <strong>de</strong> Baltimore» y «Catolicismo <strong>de</strong> Milwaukee» (o <strong>de</strong> Fila<strong>de</strong>lfia, <strong>de</strong><br />

Nueva York, <strong>de</strong> Boston o <strong>de</strong> cualquiera otra parte), sino que con toda naturalidad y sin<br />

pretensión alg<strong>un</strong>a dividíamos el m<strong>un</strong>do entero entre «<strong>católico</strong>s» –a los que conocíamos como<br />

por instinto– y «no <strong>católico</strong>s». Pero ese instinto no era fruto <strong>de</strong> <strong>un</strong> prejuicio, sino el producto<br />

<strong>de</strong> <strong>un</strong>a experiencia única, que llevaba a reconocer instintivamente a todo el que parecía<br />

configurado por nuestra misma experiencia.<br />

Ahora bien, ¿en qué éramos diferentes? En primer lugar, teníamos <strong>un</strong>a manera especial <strong>de</strong><br />

presentarnos. Si alguien nos preg<strong>un</strong>taba <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> éramos, n<strong>un</strong>ca respondíamos: <strong>de</strong> South<br />

Baltimore, o <strong>de</strong> Highlandtown, <strong>de</strong> Towson, <strong>de</strong> Catonsville, sino más bien <strong>de</strong> «Star of the Sea»<br />

(o <strong>de</strong> St. Elizabeth, <strong>de</strong> Immaculate Conception, <strong>de</strong> St. Agnes o, en mi caso, <strong>de</strong> New Cathedral).<br />

Baltimore era –y sigue siendo– <strong>un</strong>a ciudad <strong>de</strong> barrios; pero a posteriori no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser curioso<br />

que nos i<strong>de</strong>ntifiquemos., ante todo, por la parroquia a la que pertenecemos, más que por el<br />

área topográfica. Alguien podrá calificar esa actitud como «tribal». Y es verdad que no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong><br />

haber ciertos resabios tribales (y sobre todo, étnicos) en esa manera peculiar <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a <strong>un</strong><br />

extranjero quién eres tú. Pero <strong>un</strong> tribalismo diferente, <strong>un</strong> tribalismo <strong>católico</strong>, fomentó serias<br />

rivalida<strong>de</strong>s y muy serias lealta<strong>de</strong>s; rivalida<strong>de</strong>s entre parroquias, escuelas, equipos y grupos <strong>de</strong><br />

jóvenes. Pero más allá <strong>de</strong> esas rivalida<strong>de</strong>s, había <strong>un</strong>a sensación muy intensa <strong>de</strong> pertenecer a<br />

algo superior a nosotros mismos, a algo más elevado que, en cierto modo, residía en nuestra<br />

propia interioridad. Ahora, al mirar atrás, veo en ello <strong>un</strong> atisbo <strong>de</strong> «catolicidad» (que es<br />

sinónimo <strong>de</strong> «<strong>un</strong>iversalidad») relacionada con lo particular.<br />

En el ambiente <strong>católico</strong> en el que yo crecí usábamos <strong>un</strong> vocabulario distinto <strong>de</strong>l que imperaba<br />

en otros ambientes. A excepción <strong>de</strong> alg<strong>un</strong>os empollones, que pretendían alcanzar la máxima<br />

nota en las competiciones verbales, los únicos niños americanos <strong>de</strong> entre diez y dieciocho años<br />

que usaban regularmente palabras como «vocación, custodia, misal, crucifijo, bonete, casulla,

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