Arte e Educação - Fundação Bienal do Mercosul

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como el acceso a la verdad, es una experiencia
de construcción de una verdad.
De esta forma, tenemos en las manos como resultado
de este análisis, la idea de que la realidad no
tiene una verdad o un sentido en sí, ya que se
descarta la posibilidad de alguna instancia
metafísica o esencial que asegure la permanencia
de las supuestas formas universales del
pensamiento sobre el mundo. Tenemos frente a
nosotros una realidad que resulta del sentido que
le es atribuido por el sujeto que la experimenta.
Una realidad líquida que se conforma según una
forma de racionalidad que sobre ella se proyecta.
Ya no más una única forma de racionalidad, una
razón universal, sino una realidad que se produce
en la propia experiencia del sujeto que, al existir,
fabrica diferentes formas de racionalidad.
Antes de que sean lanzadas las habituales censuras,
acompañaré mi planteo con algunas ideas del
filósofo alemán Wolfgang Welsch para darle un
poco de consistencia. Según Welsch, “las estructuras
de la racionalidad están siempre asociadas con
prácticas culturalmente compartidas e, inversamente,
las culturas pueden ser concebidas como formas de
racionalidad” (Welsch, 2007: 251). Diferentes
culturas corresponden a diferentes formas de
racionalidad, a diferentes paradigmas. Los
paradigmas no son construcciones abstractas ajenas
a la condición histórica o política, no son
suposiciones universales o principios absolutos.
Los paradigmas son formas de racionalidad cultural,
histórica y políticamente construidas.
Refiriéndose a la comprensión a la que llegamos
en el siglo XX, dice que “no existe, de ahora en
adelante, ninguna pregunta que no sea respondida
de forma diferente por diferentes paradigmas. (...) la
validez de las constataciones hechas al interior de
una versión de mundo es relativa a las premisas de
esa versión: en el contexto de las premisas elegidas, las
afirmaciones tienen sentido; en el contexto de otras
premisas, no” (id., ibid.).
Esta idea de que la verdad sobre el mundo
corresponde a un sentido producido en el contexto
de determinada experiencia, nos conduce a
una condición de pluralismo, de relativismo que
nada tiene de permisivo o ligero, como intentaron
hacernos creer los mensajeros del Apocalipsis
posmoderno. Por el contrario, este relativismo exige
de nosotros un debate crítico serio que nos
ponga frente a frente a nuestra propia cultura,
nuestra propia historia y a nuestro propio ejercicio
de racionalización. Lejos de llevarnos en la
dirección de un relativismo absoluto (lo que sería,
incluso, efecto de un pensamiento absolutista, el
mismo que criticamos un poco antes), Welsch nos
lleva en la dirección de lo que él llama “relativismo
esclarecido”, un ejercicio de autocrítica al interior
de una realidad transcultural (id., ibid., 250). ¿A
qué órdenes filosóficas o políticas nos alineamos?
¿Qué opciones elegimos para la humanidad y para
el mundo? ¿Qué mirada constituimos sobre la
realidad, sobre los otros y sobre nosotros mismos?
¿De qué cultura nos embebemos?
Frente a la incomodidad e inseguridad producidas
por el hecho de que una misma idea pueda ser
verdadera en cierto contexto y falsa en otro, frente
a la inseguridad ante lo que existe y sus
implicaciones en lo que todavía no existe, ante el