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EL MOZO<br />
Para qué voy a quejarme. Yo soy, entre todos los<br />
que viven y' frecuentan esta casa, el más humilde.<br />
Es cosa de mi oficio. ¿Quién se había de fijar en él?<br />
Mi señor Don Alonso, la señora Ama, Antonia, apenas<br />
se dan cuenta de que cumplo con mi trabajo. Yo<br />
hago lo que tengo que hacer y callo. Pero miro, eso<br />
sí, y tomo nota de todo. Nada, en esta casa, escapa<br />
a mi observación. Sé, por ejemplo, que s61o una<br />
persona que no tengo necesidad de nombrar se ha<br />
acordado de mi. Con esa cordialidad, tan entrañable,<br />
que la caracteriza. Esa persona es la única, casi, que<br />
me conoce. Ha dicho que soy "mozo de campo y<br />
plaza que así ensillo el rocín como tomo la poda-<br />
dera". Qué bien. Eso es, justo, lo que soy.<br />
Nada más humilde que mis quehaceres. Llego, -<br />
por las mañanas, en cuanto amanece. Me pongo, en<br />
seguida, a la faena. Obedezco las indicaciones de mi<br />
señor Don Alonso, primeramente. Intercambio las<br />
palabras necesarias, solamente las necesarias, con la<br />
señora Ama. Saludo, con el debido respeto, a la niña<br />
Antonia. Y a trabajar. Antes que todo, el rocín. Yo<br />
curo, a satisfacción, de él. No tanto por él, natural-