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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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pluma. ¿Cómo se llama esa pluma?<br />

–¿Esta? –Brown la tendió desde su portentosa estatura. Un tubo de plástico<br />

azul, una punta fibrosa–. Es un rotulador, marca Flair. Ahora duérmase, señor<br />

Smith.<br />

Y Johnny se durmió, pero la palabra lo siguió en su sueño <strong>com</strong>o un conjuro<br />

místico, impregnado de un sentido estúpido.: Flair... Flair... Flair...<br />

5.<br />

Herb colgó el auricular y lo miró. Lo miró durante un largo rato. Desde la<br />

habitación contigua llegaba el sonido del televisor, casi al máximo del volumen.<br />

El predicador Oral Roberts disertaba sobre el fútbol y el amor terapéutico de<br />

Jesús... eso tenía algún nexo, pero a Herb se le había escapado. En razón de la<br />

llamada telefónica. La voz de Oral retumbaba y atronaba. El programa no<br />

tardaría en terminar y Oral se despediría de sus oyentes diciéndoles que algo<br />

bueno les sucedería. Aparentemente Oral tenía razón.<br />

Mi hijo, pensó Herb. Mientras Vera rezaba pidiendo un milagro, Herb había<br />

rezado pidiendo que su hijo muriera. La plegaria que había surtido efecto había<br />

sido la de Vera. ¿Qué significaba esto y en qué situación quedaba él? ¿Y cómo<br />

reaccionaría ella?<br />

Entró en la sala. Vera estaba sentada en el sofá. Sus pies, calzados en unas<br />

chinelas elásticas de color rosado, descansaban sobre un escabel. Tenía puesta<br />

su vieja bata gris. Comía palomitas de maíz directamente de la sartén donde las<br />

había frito. Desde el accidente de Johnny había engordado casi veinte kilos y su<br />

tensión sanguínea se había disparado. El médico deseaba someterla a un<br />

tratamiento, pero Vera no quería ni oír hablar de eso: si era la voluntad de Dios<br />

que tuviera la tensión alta, alegaba, pues entonces la tendría. En una<br />

oportunidad Herb le había recordado que la voluntad de Dios nunca la había<br />

disuadido de tomar un analgésico cuando le dolía la cabeza. Ella le había<br />

respondido con la más dulce de sus sonrisas de resignación y con su arma más<br />

poderosa: el silencio.<br />

–¿Quién llamó por teléfono? –le preguntó, sin apartar la vista del televisor.

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