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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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–Fuera de aquí, bujarrón.<br />

–¡Despídase de ese libro! –chilló Dees, lanzando aparentemente la peor<br />

amenaza que se le ocurrió. Con sus facciones convulsionadas, crispadas, y su<br />

camisa manchada de polvo, parecía un crío con una gran pataleta. Su acento de<br />

Brooklyn se había profundizado y oscurecido hasta el punto de que era casi una<br />

jerga–. ¡Será el hazmerreír de todas las editoriales de Nueva York! ¡Ni las más<br />

desgraciadas le recibirán cuando yo haya acabado con usted! ¡Hay medios para<br />

hacer entrar en vereda a los fanfarrones <strong>com</strong>o usted, y nosotros los tenemos,<br />

cornudo! Nosotros...<br />

–Creo que iré a buscar mi Remmy y le meteré una perdigonada a un intruso –<br />

<strong>com</strong>entó Johnny.<br />

Dees retrocedió hasta su coche alquilado, sin dejar de vociferar amenazas y<br />

obscenidades. Johnny le miraba desde el porche, con una palpitación sorda en<br />

la cabeza. Dees montó en el auto, puso el motor en marcha despiadadamente,,<br />

y después arrancó con un chirrido de neumáticos, levantando nubes de polvo. El<br />

coche se desvió lo justo para embestir y despedir por el aire el tajo contiguo al<br />

cobertizo. Johnny sonrió un poco a pesar del dolor de cabeza. Volver a poner el<br />

tajo en su lugar le resultaría mucho más fácil de lo que le resultaría a Dees<br />

explicar a la agencia Hertz la abolladura del guardabarros delantero del Ford.<br />

El sol de la tarde volvió a titilar sobre el cromo mientras Dees rociaba grava<br />

por el camino particular que conducía a la carretera. Johnny volvió a sentarse en<br />

el sillón y apoyó la frente sobre su mano, esperando que se mitigara el dolor de<br />

cabeza.<br />

2.<br />

–¿Qué es lo que te propones hacer? –preguntó el banquero.<br />

Afuera y abajo, el tráfico iba y venía por la bucólica Calle Mayor de Ridgeway,<br />

New Hampshire. Sobre los paneles de pino del despacho del banquero, situado<br />

en un tercer piso, se alineaban grabados de Frederick Remington y fotos de él<br />

en . tertulias locales. Sobre su escritorio descansaba un cubo de plástico en<br />

cuyo interior estaban embutidas las fotos de su esposa y su hijo.

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