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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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–Eh, no me venga con cuentos –insistió el hombre con aspecto de albañil–.<br />

Yo trabajé en este tugurio hace veinte años. Entre quinientos y setecientos por<br />

noche, y dos mil el sábado, fácilmente. Eso, si la Rueda no tiene trampa.<br />

Johnny tenía la vista fija en la Rueda, que ahora giraba con suficiente lentitud<br />

<strong>com</strong>o para que pudiera leer los números a medida que los recorría el indicador.<br />

Pasó sobre el 0 y el 00, sobre la primera decena, más lentamente, sobre la<br />

segunda decena, más lentamente aún.<br />

–Lleva demasiado impulso, hombre –<strong>com</strong>entó uno de los adolescentes.<br />

–Espera –respondió Johnny, con un tono peculiar. Sarah lo miró, y observó<br />

que su cara larga, afable, estaba inusitadamente tensa, con los ojos azules más<br />

oscurecidos que de costumbre, lejanos, remotos.<br />

El indicador se detuvo sobre el 30 y no volvió a moverse.<br />

–Una buena racha, una buena racha–canturreó resignadamente el crupier<br />

mientras el corrillo reunido detrás de Johnny y Sarah lanzaba un hurra.<br />

El hombre que parecía un albañil le palmeó la espalda a Johnny con tanta<br />

fuerza que lo hizo trastabillar un poco. El crupier metió la mano en la lata de<br />

cigarros que guardaba bajo el mostrador y dejó caer cuatro dólares junto a las<br />

ocho monedas de veinticinco.<br />

–¿Ya basta? –preguntó Sarah.<br />

–Una vez más –dijo Johnny–. Si gano, este fulano nos habrá pagado la feria y<br />

la gasolina. Si pierdo, el déficit no pasará de medio dólar, más o menos.<br />

–Je, je, je –entonó el crupier. Ya se estaba reanimando, recuperando su<br />

ritmo–. Apueste donde quiera. Ustedes, los otros, aproxímense. Este no es un<br />

deporte para espectadores. Va a dar vueltas y vueltas y nadie sabe dónde se<br />

detendrá.<br />

El hombre con aspecto de albañil y los dos adolescentes se colocaron a la par<br />

le Johnny y Sarah. Después de intercambiar unas consultas, los adolescentes<br />

sumaron medio dólar en calderilla, entre los dos, y los depositaron sobre la<br />

decena del medio. El hombre que parecía un albañil, y que dijo llamarse Steve<br />

Bernhardt, depositó un dólar sobre la casilla donde se leía PARES.<br />

–¿Y usted, amigo? –le preguntó el crupier a Johnny–. ¿Lo dejará donde está?

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