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LA ZONA MUERTA - www.moreliain.com

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de la bandera en Iwo Jima.<br />

R.: Espero que no se le ocurra la idea de que toda esa operación fue montada<br />

en su beneficio, joven.<br />

C.: ¡Oh, no! ¡De ninguna manera! Sólo quise decir que... bueno, no sé qué<br />

quise decir. Pero sucedió justo delante de mí, y... no sé. Caray, sencillamente<br />

me alegré de tener la Nikon conmigo, eso es todo.<br />

R.: ¿Sacó la foto justo cuando Stillson alzó al niño?<br />

C.: Sí, señor.<br />

R.: ¿Y ésta es una ampliación de aquella foto?<br />

C.: Es mi foto, sí, señor.<br />

R.: ¿Y qué pasó después de que la hubo tomado?<br />

C.: Dos de esos forajidos corrieron detrás de mí. Vociferaban: «¡Danos la<br />

cámara, chico! Suéltala». Mier... esto... cosas por el estilo.<br />

R.: Y usted corrió.<br />

C.: ¿Que si corrí? Santo cielo, vaya si corrí. Me persiguieron casi hasta el<br />

garaje del Ayuntamiento. Uno de ellos casi me alcanzó, pero resbaló sobre el<br />

hielo y se cayó.<br />

Cohen: Joven, me gustaría sugerir que cuando dejó atrás a esos dos<br />

gandules ganó la carrera más importante de su vida.<br />

C.: Gracias, señor. Lo que Stillson hizo aquel día... quizás había que estar allí<br />

para entenderlo, pero... escudarse detrás de un niño, es una infamia. Apuesto a<br />

que la gente de New Hampshire no le elegiría ni encargado de la perrera<br />

municipal. Ni...<br />

R.: Gracias, señor Clawson. El testigo puede retirarse.<br />

Nuevamente octubre.<br />

Sarah había eludido ese viaje durante mucho tiempo, pero ahora había<br />

llegado el momento y no podía seguir difiriéndolo. Lo sentía. Había dejado a los<br />

dos niños con la señora Ablanap –ahora tenían servidumbre, y dos autos en<br />

lugar del pequeño Pinto rojo; y los ingresos de Walt rondaban los treinta mil<br />

dólares anuales– y había viajado sola a Pownal bajo el sol ardiente de fines de

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