Descargar libro - Manuel Requena

leyenda de los pueblos que conocemos y que nos han llegado, sacando de allí las viandas
básicas para hacer una comida que pueda alimentar hoy nuestra fe. Añadamos algunos
ingredientes de cultura actual, novelada y “proética”, -entre poesía y prosa- que además de
alimentar hagan la comida fruitiva, gustosa, como si fuera un plato típico del reino
confeccionado con esos alimentos, que apenas necesitan condimento, ya que tienen dentro de sí
todo el sabor y aliño necesarios. No es cosa fácil, y aunque el propósito nació dentro de mi
vivencia personal del texto evangélico, el intento se encuentra magistralmente reflejado en la
especie de prólogo que hace Giovanni Papini, como “el autor a su lector” en la “Historia de
Cristo”. Ese deseo y esa técnica deberíamos reinventarla y practicarla con más frecuencia cada
uno de nosotros.
La ciencia de la historia, con fría crueldad de método, seguramente pueda oponer su razonable
crítica. Algo de lo que se cuenta aquí no está probado, pero tampoco podrá probarse que no fue
así. Si alguien hubiera escrito este libro hace mil novecientos años, es decir a principios del siglo
segundo en vez de a principios del segundo milenio, y hubiera sobrepasado el fuego devorador
del tiempo, de la crítica y del olvido, ahora sería “historia”. Pero no es así, y apenas propongo
una reflexión imaginativa que rellene los huecos dejados por los datos evangélicos, que también
provocan dudas a la ciencia, con el mismo sentido de esos datos: Conocer a Jesucristo vivo en
comunión personal y permanente con su gente, con su pueblo, cuando este pueblo escribe y lee.
Si te arde, como a mí, el corazón al escuchar su nombre, sin duda habremos descubierto el
‘tesoro secreto’ de aquellos dos que iban a Emaús la tarde del Domingo de Resurrección. Luego
te los voy a presentar con sus nombres e historias personales, porque ya son amigos míos,
hermanos míos y tuyos.
I.- LA GENTE
Simplemente ‘la gente’, el pueblo, los hombres, los muchos que van y vienen por el camino de
la vida, son los protagonistas de este libro que me han robado el corazón y mucho de mi tiempo
y esfuerzo personal.
La gente querida, la gente misteriosa, la gente sencilla, incongruente, que un día reconoce y
proclama la grandeza de alguien, y al día siguiente lo manda crucificar. La gente que recibe el
Espíritu y se alegra con la alegría que brota del encuentro extraordinario; la gente humilde y
también soberbia, la gente humillada y así engrandecida, querida por el cielo y objeto de su
castigo; admirada y a la vez temida de todos, hombres y ángeles, en todas sus categorías
conocidas y desconocidas; la gente como fuente de honor y de gloria, de condena y de
desprecio, de fama y de olvido; la gente como ‘materia prima’, lugar primero y paraíso original
donde Dios realiza su obra de modelar al hombre desde “la carne” hasta la imagen acabada del
Espíritu. La gente del genoma y del pleroma. La gente como cuerpo cierto y precioso, femenino,
esposa de Dios al que le engendra hijos en el Hijo predilecto de ambos. La gente como mundo al
que Dios amó tanto, que le entregó al que brota como rocío en sus entrañas de Padre, para que
pudiera llegar con Él, hasta el encuentro de amor preparado desde antes de todos los siglos.
Gente que tiene otros muchos pretendientes de su amor además de Dios, como son “el mundo”,
el demonio, la propia carne pasional, su apariencia, y aquella retahíla de escalas espirituales,
visibles e invisibles, que recoge S. Pablo en su carta a los Colosenses: Tronos, dominaciones,