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Cuadernos 6 - Plan alfa

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Claustro Jerónimo<br />

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD JERÓNIMA CUADERNOS 6 • ENERO 2004<br />

XVI CENTENARIO DEL<br />

TRÁNSITO DE SANTA PAULA


Claustro<br />

Jerónimo<br />

EDITA:<br />

Monasterio de Santa María del Parral<br />

40003 - SEGOVIA<br />

Teléf. 921 431 298 • Fax: 921 422 592<br />

E-mail: oshsmparral@plan<strong>alfa</strong>.es<br />

Fotografía portada:<br />

Mosaico de Santa Paula. Monasterio de Sevilla.<br />

Fotografía contraportada:<br />

Cartel de cultos con motivo del XV centenario<br />

celebrados en San Bartolomé de Inca.<br />

Maqueta e imprime:<br />

Gráficas CEYDE<br />

Depósito Legal: Sg-56/2000<br />

Presentación ........................................ 2<br />

Santa Paula Romana ............................ 4<br />

Bibliografía .......................................... 20<br />

C U A D E R N O S N º 6<br />

Iconografía .......................................... 20<br />

Oración ................................................ 20


PRESENTACIÓN<br />

Con motivo del XV centenario de la muerte de Santa Paula, se editaba en Inca,<br />

Monasterio de San Bartolomé, hace ahora un siglo, la oración hecha verso que encabeza<br />

esta presentación y el cartel de cultos que aparece en la contraportada. Sírvanos<br />

a nosotros de testigos para iniciar este nuevo centenario, el XVI, del tránsito de la<br />

noble matrona que se durmió a siete días de las calendas de febrero -26 de enero-, un<br />

martes, después de la puesta del sol. 1<br />

La Familia Jerónima, no pretendemos, ni podemos desde nuestra pequeñez, organizar<br />

grandes eventos en torno a esta efeméride, pero no se nos exime de vivir con<br />

toda intensidad este acontecimiento y dedicar el año a interiorizar las virtudes de esta<br />

entusiasta seguidora de Cristo y fiel discípula de san Jerónimo.<br />

Queremos, asimismo, invitar a todos los que recibís “Claustro Jerónimo” a acercaros<br />

a la personalidad profundamente creyente de esta gran mujer que, en medio de<br />

mil dificultades, optó siempre por Jesucristo, por encima de su situación social, patria,<br />

2


hacienda e, incluso del amor a sus hijos. Ojalá su recuerdo sea un toque de atención<br />

al cristianismo actual que a veces adolece de garra y de compromiso. No estaría mal<br />

que acudiéramos a ella como abogada de la vida interior y de la buena fama,como reza<br />

una de las estampas que ilustra estas páginas.<br />

Como punto de arranque de otras iniciativas, que a lo largo del año se puedan ir<br />

concretando, llega –recién estrenado el año- a vuestras manos el número seis de<br />

“<strong>Cuadernos</strong>-Claustro Jerónimo” con una biografía de Paula, primero noble matrona<br />

en Roma y después retirada a Belén, en una vida de austeridad y penitencia, dedicándose<br />

en cuerpo y alma a hacer vida la Palabra que estudiaba con afán, y a cantar<br />

las alabanzas del Señor, junto a su hija Eustoquia y en compañía de otras vírgenes, en<br />

el monasterio por ella fundado. En la ciudad de David, nos cuenta san Jerónimo, fue<br />

sepultada a cinco días de las mismas calendas, siendo cónsules Honorio Augusto, la sexta vez<br />

y Aristeneto. En Roma vivió su santo propósito durante cinco años; en Belén, veinte. El<br />

tiempo completo de su vida abarcó cincuenta y seis años, ocho meses y veintiún días. 2<br />

Es de nuevo la precisa pluma de Fr. Ignacio de Madrid la que, en este caso, nos guía<br />

a través de las cartas de Jerónimo, entresacando los rasgos más significativos del camino<br />

espiritual de Paula. Sirvan estas bellas páginas de acicate para nuestra propia vida.<br />

Y desde aquí le damos las gracias. No ha sido fácil convencerlo para que dejara ver<br />

la luz este escrito que anteriormente ha sido publicado en las últimas ediciones del<br />

“Nuevo Año Cristiano” editado por Edibesa.<br />

Termino con esta décima, hecha oración, compuesta para este XVI centenario del<br />

transito de santa Paula. Que al igual que la publicada hace 100 años, ésta también<br />

permanezca, no en la materialidad del papel y la letra, sino en el espíritu de sus hijos<br />

e hijas y de todo el pueblo cristiano.<br />

Haz en este centenario,<br />

dieciséis desde tu muerte,<br />

que sea más vivo y fuerte<br />

nuestro caminar diario<br />

pos Cristo, hasta el Calvario.<br />

Que no pongamos barrera,<br />

¡Paula!, para, a tu manera,<br />

en la Palabra y la cruz<br />

tener nuestra sola luz<br />

y hacer de ellas señera.<br />

1-2 Elogio fúnebre de Santa Paula. Carta 108.<br />

3


SANTA PAULA, ROMANA<br />

VIUDA Y RELIGIOSA<br />

Roma, 347 - Belén 404<br />

Alguien ha escrito: Como reza el epitafio mismo de Santa Paula: ‘La santa y bienaventurada<br />

Paula se durmió el 26 de enero, un martes, después de la puesta del sol.<br />

El tiempo completo de su vida abarcó cincuenta y seis años, ocho meses y veintiún<br />

días’. Jerónimo escribirá ese elogio fúnebre, que dedicó a Eustoquia [su hija], en la primavera<br />

de ese mismo año 404. Es la biografía más bella de todas las escritas por Jerónimo, verdadero<br />

maestro en este género. En esta semblanza el autor escribe tanto para consolar al destinatario<br />

como para consolarse a sí mismo. La efusión del afecto no le impedirá a Jerónimo<br />

hacer un valioso recorrido por la historia de la aventura de Santa Paula, que en muchas ocasiones<br />

es la suya propia (J. Bta. VALERO, Introducción a la Ep. 108, en SAN<br />

JERÓNIMO, Epistolario. Madrid, BAC 549, 1995, T. II, pág. 214).<br />

Cuanto hemos escuchado me lleva a invitar al lector, que se acerca a estas páginas<br />

con deseo de conocer y gustar la vida de esta santa matrona romana, a que prescinda<br />

de esta lectura y vaya, si le es posible, directamente a la fuente misma de donde mana<br />

todo el conocimiento que de ella se tiene. Me estoy refiriendo al epitafio antes citado<br />

que se encuentra en el Epistolario lineas arriba mencionado. En realidad es su<br />

única biografía. En ella han bebido todos los demás biógrafos, aunque complementándola<br />

con otras referencias del mismo San Jerónimo, que consignaremos en la<br />

bibliografía.<br />

Pero si esto le es dificultoso al lector que aquí se ha acercado, siga leyendo. Vamos<br />

a ir de la mano de San Jerónimo.<br />

Noble por el linaje, más noble aún por su santidad; poderosa en otro tiempo por sus<br />

riquezas, más insigne ahora por la pobreza de Cristo, descendiente de los Gracos, hija de los<br />

Escipiones, heredera de Paulo, cuyo nombre lleva, verdadera y genuina prolongación de<br />

Mecía Papiria la madre del Africano, prefirió Belén a Roma y cambió los artesonados fulgentes<br />

de oro por la vileza del barro tosco.<br />

Todo lo que diga tendrá el valor del testimonio, y siempre será menos de lo que merece<br />

aquella a quien el orbe entero celebra, admiran los sacerdotes, echan de menos los coros de las<br />

vírgenes, y las muchedumbres de los monjes y de los pobres lloran. ¿Desea el lector conocer<br />

4


esumidamente sus virtudes? Dejó pobre a los suyos la que era más pobre que todos. Nada<br />

tiene de extraño afirmar esto de sus deudos y servidumbre de uno y otro sexo, a quienes convirtió<br />

de esclavos y esclavas en hermanos y hermanas, cuando a la virgen Eustoquia, hija<br />

suya consagrada a Cristo, ... , la dejó rica únicamente en la fe y en la gracia, cosa bien ajena<br />

a un noble linaje.<br />

Atengámonos, pues, a la narración de los hechos. Otros se remontarían más arriba, hasta<br />

su cuna y, por decirlo así, sus mismos juguetes, y recordarían que su madre fue Blesila y su<br />

padre Rogato; descendiente de los Escipiones y Gracos ella, de él se dice que, a través de todas<br />

las regiones de Grecia y hasta hoy, por genealogía, riquezas y nobleza, lleva la sangre de<br />

Agamenón, el que destruyó Troya tras un asedio de diez años. Nosotros no alabaremos más<br />

que lo que propiamente es suyo, lo que brota de la fuente purísima de su alma santa.<br />

Nacida, pues, de tal prosapia, [en 347], se le dio como marido a Toxocio, que lleva la<br />

nobilísima sangre de Eneas y de los Julios...Decimos estas cosas no porque engrandezcan a<br />

quienes las poseen, sino porque son de admirar en quienes las desprecian... Dio a luz cinco<br />

hijos: Blesila, de cuya muerte hube de consolarla en Roma; Paulina, que dejó como heredero,<br />

tanto de su espíritu como de sus bienes, al santo y admirable Panmaquio...; Eustoquia, que<br />

en este momento es, en los santos lugares, la joya más preciosa de la virginidad y de la Iglesia;<br />

Rufina, que con su prematura muerte llenó de tristeza el tierno corazón de la madre, y<br />

Toxocio...<br />

Cuando murió su marido, [hacia 379], lo lloró de tal forma que casi muere ella también;<br />

pero después se entregó de tal modo al servicio de Dios, que no parecía sino que había<br />

deseado su muerte.<br />

No le faltan a Paula consuelos. La gente de su entorno hacía cuanto podía para<br />

poner un bálsamo en su herida: parientes paganos y cristianos, sus amigas, las matronas,<br />

el mundo... Pero todo esto no le dice nada, la deja vacía. Necesita algo más. Hay<br />

lucha. Es la hora de Dios que trabaja en su interior, y Paula comprende lo que él le<br />

exige y da respuesta serena y decidida al llamamiento divino.<br />

Ya desde mediado el siglo IV empieza a desarrollarse, por iniciativa de algunas<br />

nobles matronas, una ascesis monástica de carácter familiar, resultado de la adaptación<br />

de elementos distintivos del monacato oriental al propio medio urbano y social<br />

de estas mujeres. Un grupo importante girará en torno al Aventino donde se encontraba<br />

el palacio de la patricia cristiana Albina, de la familia de los Marcelos que tantos<br />

cónsules y prefectos del Pretorio había dado a Roma. Albina era madre de<br />

Marcela. Cuando san Atanasio fue desterrado por segunda vez a causa de las intrigas<br />

arrianas en el año 340, huyendo de Alejandría marchó a Roma y encontró albergue<br />

5


Santa Paula. Sevilla. Azulejos a la puerta del museillo de la escalera de arriba, en el dintel.<br />

6


en el aristocrático palacio del Aventino. Entonces Marcela tenía entre los diez y quince<br />

años.<br />

Pero la estancia de san Atanasio, con las impresionantes descripciones que hacia<br />

de las austeridades de san Antonio y sus anacoretas, así como de los fervores de san<br />

Pacomio y sus cenobitas, dejó semilla y, pasado el tiempo, dio fruto abundante, tocando<br />

en primer lugar a la misma Marcela que, después de quedar viuda tras sólo siete<br />

meses de matrimonio, por el año 358, entre las angustias del duelo sintió revolotear<br />

en torno a su corazón las remembranzas de los monjes egipcios e hizo de su palacio<br />

una soledad en la que vivía dada a la oración, a las austeridades y a las buenas obras.<br />

Pronto su ejemplo contagioso le suscito una multitud de imitadoras, y numerosos<br />

ejemplos de sacrificio y austeridad asombraron a Roma. Así se llegó a formar, en<br />

torno a ella, lo que se ha llamado el “círculo del Aventino”. Un grupo no muy numeroso,<br />

de mujeres que con diversas edades que oscilaban entre la niñez y la senectud, y<br />

de diversa condición que las dividía en vírgenes y viudas, que no obstante tenían en<br />

común su pertenencia a los círculos aristocráticos de la ciudad en los que progresivamente<br />

iba implantándose el cristianismo, el parentesco que las unía por vinculaciones<br />

matrimoniales, la posesión de grandes fortunas y, junto a todo eso, la renuncia a cuantas<br />

satisfacciones les deparaba su situación social y económica abrazando un tipo de<br />

vida muy alejado al que por su condición estaban obligadas. La dirección del grupo<br />

la lleva la misma Marcela, alma ardiente y magnífica. Forman parte de él Sofronia y<br />

Felícitas, Marcelina, Asela, Principia, Lea, Fabiola...<br />

Tal era el espectáculo de virtudes que Paula veía a su alrededor y que la atrajo<br />

cuando, al enviudar, sintió nacer en sí la inspiración a una vida más perfecta. La<br />

ardiente Marcela vino a avivar estas centellas y a encender en ella, según expresión de<br />

san Jerónimo, todo un incendio. Iniciadas estas relaciones de amistad espiritual entre<br />

ambas, ya no son dos almas, sino dos círculos ascéticos los que quedan trabados con<br />

eslabones comunes.<br />

En el entretanto aparece en escena san Jerónimo. Hay necesidad de convocar un<br />

concilio general en Roma en el 382, y el Papa Dámaso consideró necesaria la presencia<br />

de Jerónimo en el mismo, en la confianza de que su extraordinaria erudición,<br />

la probada integridad de sus costumbres, junto con los años vividos en el Cercano<br />

Oriente, podían con facilidad garantizarle las luces que deseaba para tomar los acuerdos<br />

pertinentes.<br />

Las acertadas intervenciones de Jerónimo inclinaron pronto al papa para confirmarle<br />

en su amistad y ofrecerle el honor y la responsabilidad de ser su secretario de<br />

7


confianza. También se sirvió de él para consultarle sobre diferentes temas bíblicos y<br />

para llevar a cabo la revisión de la Biblia. Es más, su posición prestigiosa, así como su<br />

fama de riguroso asceta, le proporcionaron otra satisfactoria actividad: la de guía espiritual<br />

y maestro escriturario del grupo de matronas de que venimos hablando. Se ha<br />

escrito: Las damas comienzan a recibir de Jerónimo unas charlas sobre la Biblia, que se<br />

convierten como en un centro de estudios bíblicos femenino, el primero en la historia.<br />

Convencido por Paula y Marcela, el tímido monje que en un principio, y fiel a su<br />

rigorismo religioso, se negaba al trato con mujeres, aceptó finalmente una tarea que<br />

había de tener fundamental transcendencia en el desarrollo de la ascesis monástica en<br />

Roma, así como en el futuro destino de la misma Paula y del propio monje de Belén.<br />

Bien podemos decir que de todas aquellas mujeres romanas, la que más al pie de<br />

la letra vivió las consecuencias prácticas de las lecciones ascéticas enseñadas por<br />

Jerónimo fue Paula. Pero también hay que añadir que, a su vez, ella fue, sin duda, la<br />

que, con su diáfana santidad y con sus modales delicados y bondadosos, tuvo mayor<br />

influencia en las determinaciones de su director espiritual.<br />

El 384 Paula funda en su propio palacio una comunidad al estilo de la de Marcela.<br />

A ella se unen sus dos hijas Eustoquia, jovencita todavía, y más tarde Blesila, ya viuda<br />

(Cfr. Ep. 39 de Jerónimo a Paula). La vida de penitencia, oración y caridad que allí se<br />

hace empieza a alarmar al patriciado romano, al que Paula pertenecía, y pronto la<br />

sociedad de Roma mezcló los nombres de Jerónimo y Paula en críticas y comentarios.<br />

Una furiosa tempestad se levantó sobre ellos, que aumentó con la muerte de<br />

Blesila, joven y bella, a la que la familia hubiera querido casar de nuevo, antes de verla<br />

vestida de sayal como su madre y hermana. Diríamos, incluso, que, en cierto modo,<br />

integran esta comunidad muchas de las sirvientas, que siguieron el ejemplo de su<br />

señora, consagrando a Dios su pureza y sus aspiraciones y a quienes convirtió de<br />

esclavas en hermanas. Con razón Jerónimo, en sus cartas a Paula, llega a escribir:<br />

Saluda... y a tu iglesia doméstica.<br />

Pocas semanas después de la muerte de Blesila, moría también el papa Dámaso,<br />

el fiel amigo, ferviente admirador y decidido protector de Jerónimo. La tormenta<br />

difamatoria, orquestada por muy distintas circunstancias, estalló sobre las espaldas de<br />

éste. Junto al choque ambiental que representaba su personal vida ascética, sin duda<br />

se venía acumulando un acrecido odio por sus severas y proféticas predicaciones. Sin<br />

embargo, alguien ha escrito que sería desconocer el carácter y talento de Jerónimo afirmar<br />

que esa tormenta le sorprendiera y acobardara tanto que decidiera alejarse de Roma espoleado<br />

por el miedo. Jerónimo, sí, decide salir de Roma, pero las razones son otras. Es<br />

obligado pensar que ese conjunto de circunstancias, hicieron reflexionar a Jerónimo.<br />

8


Es sabido el resultado, por fortuna<br />

para la Iglesia. De no haber abandonado<br />

Roma para entregarse al<br />

estudio serio y a su vocación<br />

monástica, lo más probable es que<br />

no hubiera tenido tiempo ni ánimos<br />

para elaborar su ingente y<br />

valiosa obra cultural y, en especial,<br />

sobre la sagrada Escritura. Sus<br />

amigos se hacen presentes en el<br />

puerto para despedirle. En compañía<br />

de Jerónimo va un grupo de<br />

monjes. El barco enfiló su proa<br />

rumbo a Oriente el verano del año<br />

385<br />

Por otro lado, la situación afecta<br />

también a Paula. Con motivo de<br />

la muerte de Blesila se ha creado<br />

en torno a ella, como hemos indicado<br />

antes, una situación desfavorable<br />

por parte de la familia. Todo<br />

esto reaviva en Paula la idea que<br />

años atrás había concebido de un<br />

viaje a Oriente. Recordémoslo con<br />

Jerónimo. Hablando de la convocatoria del concilio del 382, escribe: Tuvo oportunidad<br />

de conocer a dos hombres admirables, dos sacerdotes de Cristo: Paulino, obispo de la ciudad<br />

de Antioquía, y Epifanio Salamina de Chipre. A Epifanio le tuvo como huésped; a<br />

Paulino que se hospedó en otra casa, le trató con tanta amabilidad como si fuera huésped<br />

suyo. Inflamada por las virtudes de estos, empezó a apremiarle la idea de abandonar su<br />

patria. Sin acordarse de su casa, ni de sus hijos, ni de su familia, ni de sus posesiones, ni de<br />

otra cosa alguna relacionada con el siglo, ardía en deseos de retirarse, ella sola, como quien<br />

dice, y sin compañía alguna, al desierto de los Antonios y los Pablos. Cuando, por fin,... los<br />

obispos retornaron a sus iglesias, también ella, en espíritu y deseos, navegó con ellos... ¿Para<br />

qué diferirlo más?<br />

Pues bien, ante las circunstancias, Paula decide ponerlo en práctica en otoño del<br />

mismo 385. Y así nos lo describe el mismo Jerónimo: Bajó al puerto, seguida de su her-<br />

9


mano, parientes, afines y, lo que es más, de sus propios hijos. Ya se desplegaban las velas y,<br />

con el batir de los remos, la nave era impulsada hacia alta mar. En la orilla, el pequeño<br />

Toxocio tendía sus manos suplicantes. Rufina, núbil ya, suplicaba con llanto silencioso que<br />

esperara a sus bodas. Pero ella levantaba hacia el cielo sus ojos secos, venciendo su amor por<br />

los hijos con el amor para con Dios. No quería saber que era madre, para mostrarse esclava<br />

de Cristo. Se le rompía el corazón, y luchaba con el dolor como si se le desgarraran sus miembros...<br />

Eso es lo que sufría, llena de fe, contra los derechos mismos de la naturaleza; es más,<br />

su alma lo apetecía gozosa y, subordinando el amor de sus hijos a un mayor amor a Dios,<br />

únicamente se apoyaría en Eustoquia, compañera suya en el propósito y en la navegación.<br />

Surcaba ya la nave el mar, y mientras todos los que con ella iban volvían sus ojos a la costa,<br />

ella mantenía desviados los suyos para no contemplar a los que no podía ver sin sufrir. Yo<br />

doy fe de que ninguna amó tanto como ella a sus hijos. Antes de partir distribuyó entre ellos<br />

todos sus bienes, desheredándose a sí misma en la tierra, para poner su herencia en el cielo.<br />

El mismo Jerónimo nos ha dejado completa y detallada información del viaje. Un<br />

largo recorrido de cultura y religiosidad, en el que predominan los lugares con fuertes<br />

resonancias bíblicas. Tengamos en cuenta que los dos peregrinos -Jerónimo y<br />

Paula- se encuentran en Antioquía, y desde allí hacen juntos todo el recorrido que<br />

tienen programado, sirviéndoles de “guía” el mismo Jerónimo.<br />

En el itinerario contaba también Egipto, motivado por el deseo grande de conocer<br />

personalmente y de cerca el quehacer diario de aquellos heroicos ascetas de los<br />

que tenía tanta referencia y a quienes deseaba imitar. Jerónimo nos lo describe también:<br />

A la vista de todo esto, y al ver que, por añadidura, el santo y venerable confesor, el<br />

obispo Isidoro, le salía al encuentro con incontables muchedumbres de monjes, muchos de ellos<br />

distinguidos con el grado sacerdotal o levítico, ella, al tiempo que se alegraba de aquella gloria<br />

del Señor, se confesaba indigna de tanto honor. ¿Qué decir de los Macarios, Orsisios,<br />

Serapiones y demás columnas de Cristo? ¿En la celda de quién no entró? ¿A los pies de quién<br />

no se postró?. En cada uno de aquellos santos creía contemplar a Cristo; y todo lo que les<br />

daba, se alegraba de haberselo dado al Señor ¡Maravilloso fervor, y fortaleza apenas creíble<br />

en una mujer! Olvidando su sexo y la fragilidad de su cuerpo, lo único que deseaba era morar<br />

con sus vírgenes entre tantos miles de monjes. Y si no la hubiera retraído su mayor amor a<br />

los santos lugares, quizá lo hubiera conseguido, pues todos estaban dispuestos a recibirla...<br />

Y poco después, la que había de permanecer para siempre en la santa Belén, se instaló<br />

durante tres años en una pequeña vivienda, mientras construía las celdas y los monasterios,<br />

además de un albergue junto al camino para peregrinos, porque María y José no habían<br />

encontrado posada. Hasta aquí la descripción del viaje que hizo en compañía de muchas vírgenes<br />

y su propia hija.<br />

10


Ahora -nos dice Jerónimo- hay que describir más detenidamente su virtud, la suya<br />

propia, y en cuya exposición -sea Dios mi juez y testigo- prometo no añadir nada, ni exagerar<br />

en nada, según es costumbre de los panegiristas... En lo que es la primera virtud de los<br />

cristianos, Paula se abajaba tanto en su humildad, que quienes iban a verla movidos por la<br />

celebridad de su nombre, cuando la veían, no creían que fuera ella, sino la última de las criadas.<br />

Y aunque estaba rodeada por numerosos coros de vírgenes, sin embargo, por su vestido,<br />

por su voz, su porte y su modo de andar era la menor de todas.<br />

Desde la muerte de su marido hasta el día de su dormición, jamás comió con hombre<br />

alguno, aunque supiera que era un santo o constituido en la cumbre del pontificado. No iba<br />

a los baños, a no ser por razón de salud. Ni siquiera en caso de altísima fiebre admitía colchones<br />

mullidos en su lecho, sino que descansaba sobre la durísima tierra, extendiendo sobre<br />

ella unas mantas de pelo, si descanso puede llamarse al que , con oraciones casi continuas,<br />

junta el día con la noche y cumplía lo que se dice en el Salterio: ‘De noche lloro sobre mi lecho,<br />

riego mi cama con lágrimas’. Se diría que en ella había fuentes de lágrimas; lloraba de tal<br />

manera los pecados leves, que se la habría creído culpable de los más graves crímenes. Y aunque<br />

nosotros la aconsejábamos a menudo que cuidara sus ojos y los guardara para la lectura<br />

del Evangelio, ella respondía. ‘Tengo que afear una cara que, contra el mandato de Dios,<br />

tantas veces pinté de rojo, sombreado y pálido. Tengo que mortificar un cuerpo que se entregó<br />

a muchos deleites...; los paños finos y la sedería de lujo han de conmutarse por la aspereza<br />

del cilicio. Yo que antes busqué agradar al siglo y al marido, ahora quiero agradar a<br />

Cristo...<br />

No tendría sentido que entre tales y tan grandes virtudes quisiera yo destacar su castidad,<br />

en la cual, aun siendo todavía seglar, fue dechado de todas las matronas de Roma; pues<br />

se comportó de tal modo, que ni siquiera la malicia de los maldicientes se atrevió a propalar<br />

nada de ella.<br />

No hubo alma tan compasiva como la suya, ni tan amable con los humildes. No buscaba<br />

el favor de los poderosos, pero tampoco los despreciaba con el soberbio desdén de quien pretende<br />

la honrilla. Si se encontraba con un pobre, le socorría; si con un rico, le exhortaba a<br />

hacer el bien. Sólo su liberalidad superaba toda mesura, y a la vez que distribuía sus rentas,<br />

con frecuencia contraía deudas para no tener que negar la limosna a quien se la pedía. Yo<br />

confieso mi error -escribe san Jerónimo- La reprendía yo de que fuera tan pródiga en dar...<br />

Y le decía que fuera previsora, no sucediera que, lo que con tanto gusto hacía, no lo pudiera<br />

seguir haciendo; y cosas por el estilo, que ella escuchaba con admirable modestia, pero me las<br />

rebatía con un par de palabras, poniendo al Señor por testigo de que todo lo hacía por su<br />

nombre, y que su deseo era morir mendigando ella misma, y no dejar ni un duro a su hija y,<br />

a su muerte, ser amortajada con un sudario ajeno. Por último añadía: ‘Si yo tuviera que<br />

11


pedir, encontraría muchos que me dieran; pero si este mendigo no recibe de mí, que puedo<br />

darle aun de lo ajeno, y viene a morir, ¿a quién se le pedirá cuenta de esa vida?’. Yo deseaba<br />

que ella fuera más prudente en el gasto de su patrimonio; pero ella, en su ardiente fe, se<br />

aferraba con toda su alma al Salvador y, pobre en el espíritu, seguía al Señor pobre, y<br />

haciéndose pobre por Él, le devolvía lo que de Él había recibido. Al fin logró lo que deseaba,<br />

y ha dejado a su hija cargada de deudas, que todavía pesan sobre ella y espera pagar no con<br />

sus posibilidades, sino por la fidelidad y misericordia de Cristo...<br />

Pero todo esto puede ser común a muchos, y el diablo sabe que no es eso lo más sublime de<br />

las virtudes... Sabemos de muchos que han dado limosna, pero no han dado nada de su propio<br />

cuerpo; que han tendido su mano a los indigentes, pero, vencidos por el placer de la carne,<br />

han blanqueado lo de fuera, pero por dentro han quedado de huesos muertos. Paula no es de<br />

ésos; porque fue de tal sobriedad, que casi se paso del justo límite. llegando a incurrir en una<br />

gran debilidad corporal con sus excesivos ayunos y su trabajo. Salvo los días de fiesta, apenas<br />

tomaba aceite en la comida; con esto se puede juzgar lo que pensaría sobre el vino y las<br />

salsas, los peces, la leche, la miel, los huevos y demás manjares agradables al gusto...<br />

La envidia acompaña siempre a las virtudes... No debe extrañar que afirme esto de los<br />

hombres, cuando nuestro Señor mismo fue crucificado por la envidia de los fariseos y todos<br />

los santos han tenido sus adversarios... El Señor hizo surgir contra Paula un “Adar Idumeo”<br />

[adversario] (Cf. 1Reg. 11,14), que la abofeteaba para que no se envaneciera, y con frecuencia,<br />

como un aguijón de la carne, la advertía, para que la grandeza de sus virtudes no<br />

la indujera a pensar demasiado altamente y creerse por encima de los vicios de las demás<br />

mujeres. Yo la decía -hace notar san Jerónimo- que había que huir de la envidia y preferir<br />

necedad; que así lo había hecho Jacob con su hermano Esaú, y David con Saúl, su más<br />

pertinaz enemigo: el primero huyó a Mesopotamia; el otro se entregó a los filisteos, prefiriendo<br />

estar sometido a los enemigos que a los envidiosos. Pero ella respondía: ‘Tendrías<br />

razón en lo que dices, si el diablo combatiera en todas partes contra los siervos y siervas de<br />

Dios, si no se adelantara en todo lugar a los que huyen, si, en fin, no fuera yo retenida por<br />

el amor a los santos lugares y pudiera encontrar mi querida Belén en otra parte. ¿Por qué<br />

no he de vencer la envidia con la paciencia? ¿Por qué no he de doblegar la soberbia con la<br />

humildad, y preferir ofrecer la otra mejilla a quien me hiere en una, cuando Pablo dice: ‘<br />

Venced con el bien el mal’? ¿No se gloriaban los apóstoles cuando sufrían ultrajes por el<br />

Señor?. Y el Salvador mismo, ¿no se humilló tomando la forma de esclavo y haciéndose obediente<br />

a su padre hasta la muerte, y muerte de cruz, para salvarnos por su pasión?... esté<br />

segura nuestra conciencia de que no sufrimos por nuestros pecados, y entonces el sufrimiento<br />

en este mundo será motivo de premio’. Cuando el enemigo se hacía más insolente y se excedía<br />

en injurias verbales, ella cantaba lo del Salterio: ‘Mientras el impío estaba presente,<br />

12


guardé silencio resignado, y no hablé<br />

con ligereza’. Y otras veces: ‘Pero yo,<br />

como un sordo, no oigo, como un mudo,<br />

no abro la boca’...<br />

En las tentaciones consideraba las<br />

palabras del Deuteronomio: ‘El Señor<br />

Dios vuestro os pone a prueba para<br />

saber si le amáis o no con todo vuestro<br />

corazón y con toda vuestra alma’. En la<br />

tribulación y en la angustia repetía los<br />

oráculos: ‘Los recién destetados, los retirados<br />

de los pechos, esperad tribulación<br />

tras tribulación, esperanza tras esperanza’...<br />

En sus enfermedades y frecuentes<br />

indisposiciones decía: ‘Cuando estoy<br />

débil, entonces es cuando soy fuerte’. Y:<br />

‘Llevamos este tesoro en recipientes de<br />

barro, hasta que este ser mortal se revista<br />

de inmortalidad, y este ser corruptible,<br />

de incorruptibilidad’. Y otras veces:<br />

Lápida en Belén.<br />

‘A medida que abundan en nosotros los<br />

sufrimientos de Cristo, igualmente<br />

abunda también por Cristo nuestra consolación’. En sus tristezas cantaba: ‘¿Por qué te acongojas,<br />

alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo; Salud de<br />

mi rostro, Dios mio’... Sé que se le escribió sobre gravísimas enfermedades de sus hijos, sobre<br />

todo de su querido Toxocio, al que amaba entrañablemente. Y después de haber pasado con<br />

entereza por aquello del salmo: ‘Me he turbado y no he hablado’, prorrumpió en estas palabras:<br />

‘El que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí’...<br />

Conozco a cierto calumniador (que es el género más peligroso de hombres) que le fue a<br />

contar, como si le hiciera un favor, que, por su excesivo fervor, a algunos les parecía loca, y<br />

andaban diciendo que había que restaurar su cerebro. Ella le respondió: ‘Hemos sido puestos<br />

a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Nos hacemos necios por<br />

Cristo’... Ella se dirigía al Señor con las palabras: ‘Tú conoces lo escondido del corazón’. Y:<br />

‘Todo esto nos viene encima sin haberte olvidado, ni haber violado tu alianza, sin que se<br />

volviera atrás nuestro corazón.<br />

14


De estos y parecidos textos, como de una armadura de Dios, se valía contra todo tipo de<br />

vicios, pero sobre todo contra la envidia que cundía en torno a ella; y soportando la injuria,<br />

mitigaba la cólera de su pecho oprimido. En fin, hasta el día de su muerte, fue patente a todos<br />

tanto la paciencia de esta mujer como la envidia de los otros...<br />

Voy a hablar también de la organización del monasterio... Sembraba lo carnal para recoger<br />

lo espiritual; daba lo terreno para conseguir lo celeste; concedía lo pasajero para cambiarlo<br />

por lo eterno. Después del monasterio de hombres que entregó, para gobernarlo, a<br />

varones, a las numerosas vírgenes que había reunido de diversas provincias, procedentes<br />

unas de la nobleza, otras de la clase media, y otras de la ínfima, las distribuyó en tres secciones<br />

o monasterios; de forma que, aunque vivían separadas para el trabajo y la comida, se<br />

juntaban todas para la salmodia y la oración. Después del canto del Aleluya, señal que las<br />

convocaba a la reunión, a ninguna le era lícito quedarse ociosa. Ella era la primera o una<br />

de las primeras en llegar, y esperaba a que se completara el grupo para animarlas al trabajo<br />

valiéndose de la emulación y del ejemplo, nunca del terror. Por la mañana, a la hora de<br />

tercia, a la de sexta, a la de nona, por la tarde y a media noche cantaban el Salterio siguiendo<br />

su orden. Ninguna de las hermanas debía desconocer los salmos ni dejar de aprender de<br />

memoria cada día algo de las santas Escrituras. Solamente el domingo iban a la iglesia, cerca<br />

de la cual vivían...<br />

Todas vestían un hábito idéntico...Si alguna llegaba algo más tarde a la salmodia o era<br />

perezosa en el trabajo, la corregía de diversas maneras: si era irascible, con caricias; si pasiva,<br />

con reprensiones... Salvo comida y vestido, no permitía que ninguna tuviera nada,<br />

según el dicho de san Pablo: ‘Teniendo para comer y para vestir, con eso nos conformamos’;<br />

para que la costumbre de poseer más no diera pie a la avaricia, que no se sacia con riqueza<br />

ninguna, y cuanto más tiene, más busca... A las que se peleaban, las reconciliaba con suavísimas<br />

palabras.<br />

A la naturaleza fogosa de las jóvenes la refrenaba con frecuentes y duplicados ayunos,<br />

pues prefería les doliera el estómago que no el alma. Si veía alguna demasiado coqueta, con<br />

ceño fruncido y severidad en el rostro corregía a la descarriada... Si veía que alguna era chismosa<br />

y charlatana, provocativa y amiga de riñas, y que no hacía nada por corregirse tras<br />

reiterados avisos, la ponía entre las últimas, fuera del grupo de las hermanas, y la hacia orar<br />

a las puertas del refectorio, y tomar la comida aparte; de forma que a la que no había podido<br />

corregir la reprensión, la enmendara la humillación.<br />

¿Cómo no recordar su bondad y solicitud con las enfermas, a las que colmaba con admirables<br />

atenciones y cuidados? Cuando las otras enfermaban les daba de todo con largueza y<br />

hasta les permitía comer carne, pero cuando ella estaba indispuesta no tenía consideración<br />

15


ninguna consigo misma: en eso era distinta de las demás, en que la clemencia que tenía para<br />

con ellas la convertía en dureza para consigo misma.<br />

Ninguna de las jóvenes muchachas, con su cuerpo sano y robusto, se entregó a tanta mortificación<br />

como ella, con su cuerpo quebrantado, senil y debilitado. Confieso -dice<br />

Jerónimo- que en esto fue demasiado pertinaz, al no mirar por sí misma ni hacer caso a los<br />

que la aconsejaban. Voy a contar algo que yo mismo he vivido. El mes de julio, en medio de<br />

los tórridos calores, cayó en una fiebre abrasadora... Los médicos trataron de convencerla de<br />

que, para reponer su cuerpo, tenía que tomar un poco de vino suave, porque si bebía agua<br />

corría el riesgo de la hidropesía. Entonces yo pedí en secreto al bienaventurado papa<br />

Epifanio que la aconsejara y aun la forzara a beber vino. Pero ella, con su inteligencia y fino<br />

ingenio, se dio enseguida cuenta de la maniobra y, sonriendo, me delató que sabía de donde<br />

venía todo lo que él le había dicho. ¿Qué más puedo decir? Cuando salió el bienaventurado<br />

obispo, después de larga exhortación, preguntándole yo qué había logrado, me respondió: ‘He<br />

logrado tanto, que por poco me convence ella a mí, pobre viejo, para que deje de beber vino’...<br />

La que en el desprecio de la comida ponía tal empeño, en el duelo era sensible y quedaba<br />

rota por la muerte de los suyos, sobre todo de sus hijos. La muerte del marido y de las hijas<br />

la puso siempre en grave peligro. Por más que se santiguaba los labios y el pecho e intentaba<br />

mitigar el dolor de madre con la representación de la cruz, el cariño la vencía y su corazón<br />

de madre ponía en apuros a su espíritu de creyente; vencía en su alma, pero era vencida<br />

en la fragilidad de su cuerpo, en el que la enfermedad hacía su presa, que mantenía<br />

durante largo tiempo, trayéndonos a nosotros el desasosiego y a ella el quebranto de su salud.<br />

De esto último se alegraba repitiendo a cada momento: ‘¡Miserable de mí! ¿Quién me librará<br />

de este cuerpo mortal?’...<br />

Nada había más dócil que su espíritu. Era tarda para hablar y diligente para escuchar,<br />

recordando aquel precepto: ‘Escucha, Israel, y calla’. Conocía las Escrituras de memoria y,<br />

aunque amaba el sentido literal, al que llamaba cimiento de la verdad, seguía con más gusto<br />

el sentido espiritual, y con esta techumbre protegía el edificio de su alma. En fin, me embarcó<br />

en la siguiente tarea: ella y su hija leerían a fondo el Antiguo y Nuevo Testamento, y yo<br />

se lo comentaría. Se lo había yo negado por pudor; pero ante su insistencia y sus reiteradas<br />

súplicas accedí a enseñarle lo que yo había aprendido no de mí mismo, es decir, nefasto maestro<br />

de la presunción, sino de hombres ilustres de la Iglesia. Si alguna vez vacilaba y confesaba<br />

ingenuamente mi ignorancia, ella no me lo consentía, antes, al contrario, con sus continuas<br />

preguntas, me obligaba a indicarle, de entre varias sentencias aceptables, la que a mí<br />

me parecía más probable. Voy a decir otra cosa que quizá les parezca increíble a sus detractores:<br />

la lengua hebrea, que, sólo en parte, yo aprendí con tanto trabajo y sudor en mi juventud...,<br />

ésta se propuso aprenderla, y lo consiguió hasta tal punto y la logró en tal grado, que<br />

16


podía cantar los salmos en hebreo y que en<br />

su conversación no se notara resabio ninguno<br />

de latinismo...<br />

Hasta aquí hemos navegado con viento<br />

favorable... Ahora -se ve obligado a decir<br />

Jerónimo- nuestro discurso se enfrenta a<br />

los escollos, y con olas encrespadas como si<br />

fueran montes parece inevitable el naufragio...<br />

Porque, ¿quien podrá con ojos enjutos<br />

narrar los instantes previos a la muerte de<br />

Paula? Cayó en gravísima enfermedad o,<br />

mejor quizá, encontró lo que deseaba,<br />

dejarnos a nosotros para unirse más plenamente<br />

con el Señor. Enfermedad en la que<br />

la piedad filial de su hija Eustoquia, sobradamente<br />

probada, pudo ser comprobada por<br />

todo el mundo. Permanecía sentada junto<br />

al lecho, le daba el abanico, le sostenía la<br />

cabeza, le colocaba la almohada, le frotaba<br />

los pies con la mano, le calentaba el vientre,<br />

le ordenaba las mantas...¡Con qué súplicas,<br />

con qué lamentos y gemidos corría del lecho<br />

de su madre a la cueva del Señor, pidiendo<br />

no ser privada de tal compañía, no seguir<br />

viviendo si ella se ausentaba, ser llevada en el mismo ataúd!...<br />

Cuando ya su cuerpo y sus miembros estaban fríos, y únicamente el dolor del alma palpitaba<br />

aún en su santo y sagrado pecho, como si marchara a los suyos y dejara a los extraños,<br />

susurraba aquellos versículos: ‘Señor, yo amo la belleza de tu casa, el lugar donde reside tu<br />

gloria’. Y: ‘¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los Ejércitos! Mi alma se consume y<br />

anhela los atrios del Señor’... Preguntada por mí por qué callaba, por qué no quería responder<br />

a mis preguntas, si le dolía algo, me respondió en griego que no sentía molestia ninguna<br />

y que estaba contemplándolo con calma y tranquilidad. Después de esto enmudeció, y<br />

cerrando los ojos como si despreciara todo lo humano siguió repitiendo los mismos versículos,<br />

hasta que exhaló su espíritu... Le faltaba el aliento, y su respiración penosa anunciaba la<br />

muerte; y su alma, impaciente por salir, convertía el estertor con que termina la vida de los<br />

mortales en alabanza a Dios.<br />

17


Estaban presentes los obispos de Jerusalén y de otras ciudades, y era incalculable la multitud<br />

de sacerdotes de grado inferior y de levitas. Todo el monasterio se llenó de vírgenes y<br />

monjes. Y cuando oyó al esposo que la llamaba: ‘Levántate, ven amiga mía, hermosa mía,<br />

paloma mía, porque ya ha pasado el invierno, ya se ha ido la lluvia’, ella le respondió alegremente:<br />

‘Aparecen las flores en la tierra, venido es el tiempo de cortarlas’; ‘creo ver ya los<br />

bienes del Señor en la tierra de los vivos’.<br />

A partir de este momento... los enjambres de monjes inundaron el espacio con el canto de<br />

los salmos en diversas lenguas. Cargando algunos el féretro sobre sus hombros, fue traslada<br />

a la iglesia por manos de obispos; de los cuales algunos iban delante con antorchas y velas,<br />

otros dirigían los coros de los salmodiantes. Se la depositó en la iglesia de la cueva del<br />

Salvador. A su entierro acudió toda la población de las ciudades de Palestina. ¿A qué monje<br />

de los que se esconden por el desierto pudo retener su celda? ¿Qué virgen se quedó en el secreto<br />

de su aposento? Se habría tenido por un sacrilegio no rendir los últimos honores a tal<br />

mujer. Las viudas y los pobres,..., mostraban los vestidos que les había dado ella. Toda la<br />

multitud de indigentes gritaban que habían perdido a su madre nutricia. Y, cosa admirable,<br />

la palidez no desfiguraba en absoluto su rostro; más bien la dignidad y la gravedad<br />

habían inundado su semblante, de modo que no parecía muerta sino dormida. En griego, en<br />

latín y en siríaco resonaban los salmos según su orden, no sólo durante el triduo, hasta que<br />

fue enterrada bajo la iglesia, junto a la cueva del Señor, sino a lo largo de toda la semana...<br />

Vete con Dios, Paula, y ayuda con tus oraciones la extrema vejez de quien te venera. Tu<br />

fe y tus obras te asocian a Cristo; presente a Él alcanzarás más fácilmente lo que pidas...<br />

Como hemos referido al principio, la santa y bienaventurada Paula se durmió a siete<br />

días de las calendas de febrero [26 de enero del 404], un martes, después de la puesta del<br />

sol... En Roma vivió su santo propósito durante cinco años; en Belén, veinte. El tiempo<br />

completo de su vida abarcó cincuenta y seis años, ocho meses y veintiún días.<br />

Su fiesta la celebran el día 26 de enero los institutos de vida consagrada que integran<br />

la Familia Jerónima.<br />

Ignacio de Madrid, OSH<br />

19


Bibliografía:<br />

SAN JERÓNIMO,Epistolario. Madrid, BAC 530 y 549, 1993. 1995: Epistolas:<br />

108, Elogio fúnebre de Santa Paula; 30, 33, 39 a Paula; 38 a Marcela, 45 a Asela, 46 de<br />

Paula y Eustoquia a Marcela, 66 a Panmaquio, 107 a Leta, 127 a la virgen Principia. R.<br />

GENIER, O.P.: Santa Paula (347-404). Barcelona, 1929. F. LAGRANGE: Santa<br />

Paula. Barcelona, 1962. M. SERRATO GARRIDO: Ascetismo femenino en Roma.<br />

Cádiz, 1993. F. MORENO CHICHARRO, San Jerónimo. La espiritualidad del desierto.<br />

Madrid, BAC, 1994. F. de B. VIZMANOS, Las vírgenes cristianas de la Iglesia<br />

primitiva. Madrid, BAC, 1949. M. S. CARRASQUER PEDRÓS y A. DE LA<br />

RED VEGA, Madres del desierto... Matrología, T. I. Burgos, Monasterio de Las<br />

Huelgas, 1999. M. CARPINELLO, Données à Dieu. Figures féminines dans les premiers<br />

siècles chrétiens. Bégrolles en Mauges (Francia), Éditions de Bellefontaine, 2001,<br />

pp. 211-299.<br />

Iconografía:<br />

Normalmente aparece de pie, vestida con el hábito de las monjas jerónimas, con<br />

un crucifijo en el brazo y un libro en la otra mano. Otras veces, sentada junto a su<br />

hija Eustoquia, como discípulas en torno a San Jerónimo (así, por ejemplo, Herrera<br />

el Viejo y El Greco).<br />

ORACIÓN<br />

Señor Dios, que en tu admirable providencia dispusiste que tu sierva santa Paula<br />

naciera para el cielo allí mismo donde tu Hijo había nacido para el mundo, a quienes<br />

hoy celebramos su fiesta, concédenos venerar las huellas de Jesucristo en la tierra y<br />

llegar a contemplarle un día glorioso en su reino.<br />

20


SI DESEAS INFORMACIÓN VOCACIONAL PONTE EN CONTACTO CON:<br />

Noviciado Orden de San Jerónimo. Monasterio de Santa María del Parral - 40003 Segovia<br />

Teléf. 921 43 12 98 • E-mail: oshsmparral@plan<strong>alfa</strong>.es

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