JAVIER TUSELL - Prisa Revistas
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SEPTIEMBRE 1998<br />
Directores<br />
Septiembre 1998<br />
Javier Pradera / Fernando Savater DE RAZÓN PRÁCTICA Precio 900 pesetas N.º 85<br />
JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />
La legitimación democrática del Fiscal<br />
TOMÁS<br />
FERNÁNDEZ AÚZ<br />
Tocqueville<br />
inédito<br />
ABILIO ESTÉVEZ<br />
Cuba y España<br />
<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />
El centrismo del PP:<br />
un sendero incierto<br />
ADAM<br />
MICHNIK<br />
Decálogo para<br />
periodistas<br />
VICENTE VERDÚ<br />
El siglo del consumo: el consumo del siglo
DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Dirección<br />
<strong>JAVIER</strong> PRADERA Y FERNANDO SAVATER<br />
Edita<br />
PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS<br />
Presidente<br />
JESÚS DE POLANCO<br />
Consejero delegado<br />
JUAN LUIS CEBRIÁN<br />
Director general<br />
<strong>JAVIER</strong> DÍEZ DE POLANCO<br />
Director gerente<br />
IGNACIO QUINTANA<br />
Coordinación editorial<br />
NURIA CLAVER<br />
Maquetación<br />
ITALA SPINETTI<br />
Ilustraciones<br />
ENRIQUE FLORES (Badajoz, 1967), ha<br />
realizado diversos cursos de diseño<br />
gráfico. Utiliza técnicas muy variadas<br />
(mixta, acuarela, collage, tinta) y llena<br />
sus cuadernos de viaje con vivas<br />
imágenes fieles al color y movimiento<br />
original; se ha especializado<br />
en la ilustración de libros infantiles,<br />
de texto y de revistas.<br />
Tocqueville<br />
Caricaturas<br />
LOREDANO<br />
Correo electrónico: claves@progresa.es<br />
Internet: www.progresa.es/claves<br />
Correspondencia: PROGRESA.<br />
GRAN VÍA, 32, 2ª PLANTA. 28013 MADRID.<br />
TELÉFONO 91 / 538 61 04. FAX: 91 / 522 22 91.<br />
Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32, 7ª, 28013<br />
MADRID.TELÉFONO 91 / 536 55 00.<br />
Impresión: MATEU CROMO.<br />
Depósito Legal: M. 10.162/1990.<br />
Esta revista es miembro de ARCE<br />
(Asociación de <strong>Revistas</strong><br />
Culturales Españolas)<br />
Distribución: ÍTACA<br />
LÓPEZ DE HOYOS, 141. 28002 MADRID.<br />
Para petición de suscripciones<br />
y números atrasados dirigirse a:<br />
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S U M A R I O<br />
NÚMERO 85 SEPTIEMBRE 1998<br />
EL CENTRISMO DEL PP<br />
<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong> 2 Un sendero incierto<br />
EL SIGLO DEL CONSUMO<br />
VICENTE VERDÚ 12 El consumo del siglo<br />
LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA<br />
J. GARCÍA MORILLO 15 DEL MINISTERIO FISCAL<br />
JACINTO PÉREZ IRIARTE 24 GLOBALES, LOCALES Y PERDIDOS<br />
LIBERTAD, LIBERALISMO<br />
AUGUSTO KLAPPENBACH 32 Y ABSTRACCIÓN<br />
EDUCAR PARA<br />
VICENÇ FISAS 37 UNA CULTURA DE PAZ<br />
EXIGENCIAS SOCIALES<br />
JOSÉ LUIS DÍEZ RIPOLLÉS 46 Y POLÍTICA CRIMINAL<br />
Medios de comunicación<br />
Adam Michnik 52 Decálogo para periodistas<br />
Narrativa<br />
Carlos García Gual 58 Vasili Vasilikós<br />
Literatura<br />
Abilio Estévez 60 Cuba y España: el mundo<br />
Historia De ‘demokratía’<br />
Ana Iriarte 63 a finales del II milenio<br />
Filosofía de la Historia<br />
Tomás Fernández Aúz 67 Tocqueville inédito<br />
Ensayo El Madrid de los bohemios<br />
Víctor Fuentes 75 (1854-1936)<br />
Casa de citas<br />
Mauro Armiño 79 J. J. Rousseau
“Ser de la izquierda es, como ser de la derecha,<br />
una de las infinitas maneras que el hombre<br />
puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto,<br />
son formas de la hemiplejía moral”.<br />
(José Ortega y Gasset)<br />
“La única garantía de paz interior en España<br />
es un centro fuerte que sirva a la vez de bloque<br />
de choque y de puente entre rojos y negros… No<br />
en vano se habla de la nave del Estado. Lo más<br />
avanzado de la nave, con lo que corta<br />
las aguas de la Historia es la proa. Y la proa<br />
no está ni a babor ni a estribor, sino<br />
en el centro. Estado sin centro, nave sin proa”.<br />
(Salvador de Madariaga)<br />
Hace no tanto tiempo las citas precedentes<br />
formaban parte del bagaje<br />
intelectual de un partido político<br />
español. De él ya desde más de media década<br />
no queda nada; tan sólo una cena<br />
anual de los ex ministros de los Gobiernos<br />
de aquella significación y un tardío banderín<br />
de enganche para el PP que su gestión<br />
de gobierno en muchos puntos ha<br />
desmentido. En su momento no fue fácil<br />
encontrar esas citas porque lo más habitual<br />
en la política española no ha sido la<br />
existencia de opciones de centro. A veces<br />
quienes las buscaban no eran afortunados<br />
y traían a colación las de algún insolvente,<br />
tan escaso era dónde elegir. En ocasiones<br />
las frases han tenido una larga fortuna.<br />
Por extraños vericuetos una de ellas, empleada<br />
en un Congreso de Unión de Centro<br />
Democrático (UCD), acabó en los labios<br />
del actual presidente del Gobierno,<br />
José María Aznar. Quizá los redactores de<br />
discursos no son tan abundantes.<br />
Pero la pretensión de que el Partido<br />
Popular (PP) sea de centro resulta, en<br />
gran parte, injustificada. Veremos por<br />
qué, y descubriremos que algunas de las<br />
razones que emplea la izquierda para afir-<br />
EL CENTRISMO DEL PP<br />
Un sendero incierto<br />
<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />
marlo tampoco se corresponden exactamente<br />
con la realidad. El PP es, en su núcleo<br />
decisorio, la derecha; pero no una derecha<br />
nostálgica o autoritaria, sino otra<br />
muy distinta, en muchos sentidos mejor,<br />
pero en otros, al menos, francamente discutible.<br />
Esa tertulia de ex ministros jubilados<br />
se peleó a menudo en el pasado y sólo se<br />
ha reconciliado definitivamente por el<br />
procedimiento de quitarse cualquier culpa<br />
acerca del triste final de la opción política<br />
a la que pertenecieron. Además, suelen<br />
coincidir en que la opción con la que se<br />
identificaron en el pasado carece de sentido<br />
en la actualidad. Lo atribuyen a razones<br />
objetivas que coinciden con las personales,<br />
pero las primeras resultan las más<br />
discutibles. El panorama político español<br />
está centrado pero todavía son los votos<br />
de centro los que deciden en última instancia.<br />
A menudo, ante el espectáculo de<br />
la política, se siente una cierta añoranza<br />
por el hecho de que no exista esta opción<br />
de manera más clara. En la vida pública<br />
las resurrecciones de difuntos son imposibles,<br />
pero las enseñanzas del pasado no<br />
debieran serlo.<br />
Lo que fue el Centro<br />
Ya que hemos empezado por esos distinguidos<br />
ex ministros que una vez al año se<br />
reúnen a cenar procuremos preguntarnos<br />
acerca de lo que en su día significó UCD,<br />
que desempeñó un papel tan importante<br />
en la transición.<br />
Empecemos por intentar la definición<br />
en sentido negativo, es decir, tratando de<br />
determinar lo que la UCD no fue. A pesar<br />
de lo mucho que se dijo en su momento,<br />
no se trató tan sólo de un grupo personalista,<br />
definido por la adhesión a un líder y<br />
arropado por el ejercicio del poder. La mejor<br />
prueba de ello es que en las encuestas<br />
anteriores a la elección de 1977 la mayor<br />
parte de sus electores no pedían tan sólo<br />
un dirigente, sino también que tuviera un<br />
partido tras de sí. Pero la prensa crítica<br />
con respecto a UCD durante la transición<br />
–y quizá también respecto a esta misma<br />
operación histórica– se dedicó a ningunear<br />
a Suárez como mejor procedimiento<br />
para descalificar a su partido. Lo hicieron<br />
los antiguos portavoces del poder dictatorial<br />
como Emilio Romero (que le llegó a<br />
denominar “milagro de Santa Teresa” porque<br />
nadie, proveniente de Ávila, había llegado<br />
a tanto siendo tan poco), pero también<br />
las más brillantes y recientes estrellas<br />
mediáticas que sólo llegaron a descubrir<br />
sus méritos con el transcurso del tiempo.<br />
Suárez tenía limitaciones evidentes; y<br />
esta afirmación, tan frecuente en el pasado<br />
como inhabitual con el paso de los<br />
años, ha sido recogida incluso por sus<br />
propios colaboradores más cercanos.<br />
Quien le sucedió –Calvo Sotelo– ha llegado<br />
a escribir que tenía el “candoroso complejo<br />
del estudiante mediano”. Esas insuficiencias,<br />
que él mismo admitió en cualquier<br />
momento y que le sirvieron para<br />
cautivar a sus interlocutores, venían<br />
acompañadas también de sorprendentes<br />
virtudes. No sólo residían en determinadas<br />
habilidades que supo practicar durante<br />
un año fulgurante en que supo mantener<br />
suspenso el ánimo de los ciudadanos,<br />
eso que Maquiavelo considera rasgo esencial<br />
de cualquier príncipe. Lo importante<br />
no fue eso ni su capacidad para sortear las<br />
dificultades. Lo que quedará en el balance<br />
positivo de Suárez como personaje histórico<br />
son otras virtudes y capacidades de más<br />
enjundia, propias de un político democrático:<br />
talante liberal, capaz de establecer el<br />
diálogo con gentes de procedencia contraria;<br />
voluntad de guiarse por los intereses<br />
colectivos; conciencia humilde de lo que<br />
es el poder político; deseo de concordia<br />
que le llevaba sistemáticamente a evitar la<br />
confrontación gratuita; y voluntad tenaz<br />
de encontrar caminos de concordia. Todo<br />
2 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
eso puede resultar obvio, pero no lo era<br />
en 1976: ése es el mejor legado del Centro.<br />
Pero fue compatible con la existencia,<br />
al mismo tiempo, de graves defectos. Resulta<br />
toda una paradoja que Suárez, que<br />
hizo muy bien lo más difícil, fallara en lo<br />
más elemental: saber hasta qué punto era<br />
necesario un partido, guiarse por un ideario<br />
articulado y, en general, adaptarse a la<br />
vida política en una democracia, una vez<br />
llegado a ésta con un protagonismo personal<br />
indiscutible. Fue, al mismo tiempo,<br />
como dijo su sucesor en la presidencia, el<br />
“clavillo del abanico” en el seno de su partido<br />
y éste dejó de serlo en cuanto faltó.<br />
Calvo Sotelo, en cambio, reunía más con-<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
diciones para esa nueva etapa, pero probablemente<br />
careció de esa tenacidad que caracteriza<br />
al corredor de fondo en la vida<br />
pública y nunca fue capaz de aglutinar el<br />
conjunto de los electores de centro.<br />
Lo que importa es que éstos existían,<br />
que fueron tenaces en su actitud política,<br />
en el sentido de que la prolongaron en<br />
dos elecciones, y que aquella resultó algo<br />
original, nuevo y positivo en la política española.<br />
Se trataba de un electorado plural,<br />
interclasista (al menos uno de cada tres<br />
obreros industriales votó centro en 1977 y<br />
1979) y que denotó una considerable<br />
apertura para lo que era la mentalidad del<br />
momento. Según las encuestas hechas en-<br />
tonces, menos del 20% de esos electores<br />
hubieran aceptado que se les denominara<br />
“franquistas” (y eso sólo en sentido sociológico,<br />
más que ideológico) mientras que<br />
más del doble se reputaban a sí mismos<br />
antifranquistas. Lo nuevo en la tradición<br />
política española, sin embargo, es que el<br />
porcentaje más alto no admitía ninguno<br />
de esos dos calificativos para definirse a sí<br />
mismos. Mientras que algo más del 40%<br />
no hubieran votado nunca al puro continuismo<br />
del régimen de Franco, sólo el<br />
15% no se hubiera alineado en ningún<br />
caso con el PSOE. La propia clase dirigente<br />
del centro tenía bastante menos que<br />
ver con el franquismo que lo que se dijo.<br />
Sólo uno de sus ministros, Pío Cabanillas,<br />
lo fue con Franco y se vio obligado a dimitir.<br />
Sin aquellos que no habían estado<br />
hasta el momento en política, que habían<br />
pretendido reformar el régimen desde el<br />
interior o que estuvieron en la oposición<br />
moderada no se comprende la opción de<br />
centro. Sobre la pluralidad de procedencias<br />
de los parlamentarios de UCD se ha<br />
ironizado con frecuencia. La fusión, en<br />
apariencia extraña, de grupos diversos nacía<br />
de una coincidencia fundamental entre<br />
los reformistas más jóvenes del régimen<br />
pasado y quienes habían militado en<br />
una oposición que era inequívocamente<br />
demócrata, pero no socialista, y que querían<br />
una democracia acudiendo a procedimientos<br />
que evitaran traumas sociales. Lo<br />
que les unía era la coincidencia en el resultado,<br />
aunque no existiera en las procedencias.<br />
La transición no fue, ni mucho menos,<br />
obra exclusiva del Centro pero resulta<br />
difícil de imaginar qué hubiera podido<br />
hacerse sin él. Ahora se dice que ese gran<br />
proceso histórico fue la obra de la derecha;<br />
y esa afirmación es inaceptable o,<br />
cuando menos, muy matizable. Los procesos<br />
de transición hacia la democracia<br />
son el resultado de una tarea colectiva más<br />
3
EL CENTRISMO DEL PP<br />
que de una fuerza política concreta. Es<br />
cierto, sin embargo, que en ocasiones ha<br />
existido una fuerza política de centro-derecha<br />
capaz de darse cuenta que lo más<br />
conservador, a veces, es avanzar y no retroceder,<br />
reformar y no encastillarse en<br />
posiciones defensivas. Para ella vale la frase<br />
lampedusiana de que las cosas han de<br />
cambiar mucho para que sigan igual, entendiéndola<br />
en un sentido que excluye el<br />
cinismo. También merece ser recordada la<br />
frase de Cambó de acuerdo con la cual en<br />
España habría dos formas de ser anarquista:<br />
pedir lo imposible y retrasar lo inevitable.<br />
En esto último consistió la transición<br />
española a la democracia y, como tal, no<br />
fue obra de la derecha. Lo que la derecha<br />
en aquellos momentos deseaba era un<br />
cambio parcial que no hubiera dado lugar<br />
a una situación democrática sino una reedición<br />
de la apertura o de la liberalización,<br />
ambas cosas bastante distintas de la<br />
democracia. Gran parte de la derecha<br />
pensaba en una transformación tan sólo<br />
cosmética; y un sector importante no<br />
quería ningún cambio en absoluto.<br />
El Centro contribuyó de forma decisiva<br />
a hacerlo posible. Supo hacer eso que<br />
es tan difícil en un grupo político: tener<br />
en cuenta las razones del otro. Absorbió<br />
conflictos más que contribuir a multiplicarlos.<br />
Permitió, aun a trancas y barrancas,<br />
que el Estado y la Administración pudieran<br />
ser lugares de encuentro y no instrumentos<br />
para perseguir al adversario.<br />
Supo –a pesar de que en el Centro había<br />
quienes procedían de un partido único–<br />
distinguir entre interés de partido y bien<br />
colectivo. Practicó una política que siempre<br />
fue consciente no sólo de la alteridad<br />
–es decir, de que existían los demás–, sino<br />
también de la alternativa, es decir, que éstos<br />
acabarían sustituyendo a quienes ejercían<br />
el poder. Lo principal del centrismo<br />
fue un talante resumible en estas actitudes,<br />
más que un programa cerrado.<br />
Hubo también un cierto sustrato ideológico,<br />
más estable y sólido de lo que en<br />
aquella época se solía admitir. Nada más<br />
difícil que reducir a unas cuantas frases las<br />
divergencias internas en la fase final de los<br />
Gobiernos de UCD. En materias como regulación<br />
de televisiones privadas, divorcio<br />
o Universidad pública nada puede justificar,<br />
con una mínima perspectiva histórica,<br />
verdaderas disidencias intrapartidistas. Ese<br />
sustrato compartido fue el terreno común<br />
de los partidos democristianos, socialdemócratas<br />
y liberales en la etapa posterior a<br />
la Segunda Guerra Mundial. Permitía una<br />
oscilación entre sectores diversos, matices<br />
en muchas cuestiones y se basaba en com-<br />
patibilidades fructíferas entre principios<br />
complementarios. La economía de mercado,<br />
por tanto, había que calificarla como<br />
“social” y la unidad de España podía vertebrarse<br />
con voluntad respetuosa hacia su<br />
pluralidad. Basta con recordar, no ya lo<br />
que era la derecha de entonces, sino hasta<br />
qué punto el partido socialista –en especial<br />
hasta 1979– permanecía en una actitud<br />
radicalizada, en comparación con sus homólogos<br />
europeos, para justificar un protagonismo<br />
decisivo en la transición al centrismo.<br />
¿Qué acabó, entonces, con el Centro<br />
político en la política española haciéndolo<br />
quebrar como partido? Un primer factor<br />
que no se puede olvidar reside en la ofensiva<br />
a la que le sometió la derecha. Fue<br />
protagonista de ella, por supuesto, la<br />
Alianza Popular (AP) encabezada por Manuel<br />
Fraga, pero estuvo en la primera fila<br />
de esa ofensiva, incluso con más aguda<br />
beligerancia, la derecha social. El primer<br />
ataque entraba dentro de lo razonable,<br />
porque la lucha entre partidos debe darse<br />
por descontada. Por su parte el Centro<br />
mantuvo una política un tanto desnortada<br />
con respecto a la Derecha y, al final, eligió<br />
la peor fórmula imaginable: dar la sensación<br />
de cesión y acabar por enfrentarse a<br />
ella. Los resultados quedaron a la vista en<br />
octubre de 1982.<br />
Pero lo más grave residió en la ofensiva<br />
contra UCD de la derecha social, que<br />
fue mucho más incapaz de entender la situación<br />
política y resultó suicida a medio<br />
plazo. La visión que los responsables de la<br />
patronal española exhibieron en aquellos<br />
meses de 1981 y 1982 demuestra una ceguera,<br />
falta de sentido de la realidad e imposibilidad<br />
de pensar en el mañana realmente<br />
inconcebibles. Partiendo de la idea<br />
de la perversión de la política económica<br />
del Gobierno, como si no existiera una<br />
crisis mundial, los dirigentes de la patronal<br />
la calificaron de socialdemócrata y, en<br />
la exacta antítesis de lo que debía hacer<br />
una organización como la suya, se lanzaron<br />
a una propaganda antigubernamental<br />
que hubiera sido imprudente incluso si<br />
Trotski hubiera estado en el poder (y, en<br />
realidad, estaba allí un Calvo Sotelo).<br />
Aquello no parecía una organización profesional<br />
sino un partido, guiado por las<br />
más inexpertas manos. Recuerdo una<br />
anécdota que me parece significativa. En<br />
una reunión en que tomaban parte empresarios<br />
e intelectuales los asistentes observamos<br />
con perplejidad cómo el presidente<br />
de la Patronal, Ferrer Salat, se indignaba<br />
con el filósofo Julián Marías. La<br />
razón no tardó en descubrirse: había éste<br />
último hablado en términos laudatorios<br />
de Francisco Suárez, el filósofo y teólogo<br />
español del Siglo de Oro, y el máximo representante<br />
de los patronos españoles dio<br />
en pensar que ese apellido sólo podía corresponder<br />
a un –para él– detestable político<br />
español. Resulta peregrino que este<br />
tipo de gente se creyera capaz de adoctrinar<br />
a un Gobierno sobre el rumbo que<br />
debía seguir. Lo deterioraron gravemente<br />
y se pusieron a tiro para que un Gobierno<br />
de signo distinto, situado mucho más a la<br />
izquierda, pudiera hacer una política radical<br />
en materias económicas como la que<br />
prometió el PSOE en octubre de 1982 y,<br />
por fortuna para todos, no llevó a cabo<br />
luego. Todo esto debiera hacer recordar el<br />
abuso que representa esa tendencia de la<br />
derecha española a asimilar centro y derecha<br />
como si fueran una misma cosa,<br />
con guión entre los dos términos o incluso<br />
sin él.<br />
Pero tampoco se deben olvidar las<br />
propias culpabilidades a la hora de explicar<br />
la desaparición de UCD. Cabe preguntarse<br />
cuáles fueron las razones verdaderas,<br />
nacidas en la responsabilidad<br />
propia, por las que el proyecto de Centro<br />
naufragó. Y antes que nada es preciso empezar<br />
por aludir a las causas ficticias que<br />
en este caso han obtenido un éxito excepcional<br />
porque parecen diluir las responsabilidades<br />
o atribuirlas a razones demasiado<br />
fatales como para poder ser combatidas.<br />
Quien más duró al frente de una<br />
opción centrista, Suárez, suele hacer un<br />
vago e impreciso reproche a sus compañeros<br />
de aventura (que, en ocasiones más íntimas,<br />
convierte en dura condena); pero<br />
éstos acostumbran a decir que el Centro<br />
se esfumó por haber cumplido el propósito<br />
que le hizo nacer, es decir, por haber timoneado<br />
muy bien la transición hasta su<br />
final. Uno de los ex ministros centristas<br />
enuncia esta tesis de un modo muy expresivo:<br />
el Centro se disolvió simplemente<br />
como lo hace una compañía mercantil<br />
por el cumplimiento de su objeto social.<br />
La ventaja para quienes hacen esta interpretación<br />
es que se libran de toda responsabilidad<br />
y pueden seguir el rumbo que<br />
les resulte más conveniente, al mismo<br />
tiempo que disfrutan de las rentas de haber<br />
protagonizado una etapa histórica.<br />
Pero esa interpretación no se corresponde<br />
a la realidad. En ningún sitio estaba<br />
escrito que el Centro tuviera que desaparecer.<br />
Otros partidos que hicieron operaciones<br />
políticas semejantes no sólo<br />
perduraron sino que todavía existen en la<br />
actualidad. La democracia cristiana alemana,<br />
por ejemplo, ha sido capaz de lle-<br />
4 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
gar a la unificación del país en 1989. Lo<br />
que convirtió en cadáveres políticos o en<br />
marginales a los dirigentes centristas fue la<br />
falta de consenso interno y el fracaso a<br />
la hora de buscar procedimientos para articular<br />
sus diferencias. Nadie pensó en<br />
1982 en que se hubiera llegado al final del<br />
camino y, por tanto, estuviera bien separarse<br />
con una sonrisa y un apretón de manos.<br />
Lo que hubo fue pura y simple inconsciencia,<br />
tanto más culpable cuanto<br />
más alto estaba aquel que la exhibió. Se<br />
comprende, así, que se hayan tratado de<br />
esgrimir otras razones para explicar el resultado<br />
final. La verdad es que la inconsciencia<br />
es una falta infantil y poco justificable<br />
en gente de peso. Lo es mucho más<br />
cuando está acompañada por la virulencia<br />
en el enfrentamiento (ese “canibalismo feroz”<br />
que aparece en las memorias de otro<br />
centrista) y por la inanidad en las concreciones<br />
de la disputa o por la mediocridad<br />
de las peripecias personalistas. El conde de<br />
Romanones, el paradigma del político insignificante,<br />
escribió, en su Breviario de<br />
política experimental, que la pasión por la<br />
política es semejante a la sexual en el sentido<br />
de que resultaba siempre inextinguible.<br />
Tal juicio parece impensable en gente<br />
bienintencionada y de un respetable nivel<br />
como fueron los dirigentes centristas. Pero<br />
no hicieron otra cosa que reducirse a la<br />
condición de Romanones, con el grave inconveniente<br />
complementario de hacerlo<br />
en una inagotable agonía. Al menos el<br />
conjunto de los españoles extrajo de lo sucedido<br />
una importante lección: nada se ha<br />
perdonado menos que la estéril disputa en<br />
el seno de un partido.<br />
No se trata de la única lección. Quienes<br />
defienden la tesis de que el Centro<br />
fue liquidado por el cumplimiento del<br />
objeto fundacional tienen, al menos, una<br />
pequeña parte de razón. Durante la transición<br />
se produjo un proceso de moderación<br />
creciente en el seno de la política española<br />
y las posturas extremistas fueron<br />
desapareciendo poco a poco. El propio<br />
partido socialista constituye un buen<br />
ejemplo de ello. Se puede decir que en<br />
forma definitiva sólo quedó cumplido su<br />
proceso de moderación en 1986 cuando,<br />
con la incorporación a la OTAN y al<br />
Mercado Común, los socialistas españoles<br />
se homologaron con los europeos. Algo<br />
parecido sucedió en la derecha. La mejor<br />
prueba de ello consiste en que quizá la<br />
mitad de los nuevos votos adquiridos por<br />
la coalición presidida por Fraga en 1982<br />
procedieron de quienes decían haber optado<br />
por ella porque contenía también<br />
sectores que no procedían de la Alianza<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Popular de siempre. Las encuestas poselectorales<br />
lo probaron. Fraga, ya en 1979,<br />
lo intentó con Areilza y le acompañó un<br />
rotundo fracaso que le hizo pensar por<br />
vez primera en retirarse. Si lo logró en<br />
1982 fue porque el Centro se había pulverizado<br />
en todas las direcciones.<br />
Se pudo pensar, entonces, que la derecha<br />
iba a convertir en realidad una obsesión<br />
antigua, la de llegar a un bipartidismo<br />
que, en boca de Fraga, se había venido<br />
presentando desde 1979 como la forma<br />
patente de racionalidad política. Pero nada<br />
parecido sucedió. Con Fraga como piloto<br />
se demostró hasta la saciedad que su<br />
idea de la “mayoría natural” tenía dos inconvenientes<br />
graves: no era lo primero ni<br />
tampoco lo segundo. El voto de la Coalición<br />
Popular no creció en 1986. Fraga fue<br />
un imposible candidato a la Presidencia<br />
del Gobierno, mimado por el PSOE precisamente<br />
por intentarlo, pero condenado<br />
no sólo al fracaso sino también a promover<br />
a algunos políticos de dudosa valía<br />
(Verstrynge) o a convertir en cenizas a<br />
otros de talla indudable (Alzaga) con el<br />
agravante de hacerlos parecer culpables<br />
cuando en realidad fueron víctimas.<br />
Durante la fase final de la década de<br />
los ochenta se presenció otro proceso paralelo.<br />
A diferencia de UCD, el Centro<br />
Democrático y Social (CDS) fue tan sólo<br />
Suárez, acompañado de figuras de capacidades<br />
improbables; y así, se demostró, de<br />
forma definitiva, que la causa de sus males<br />
no venía de perversos terceros sino de sus<br />
mismas insuficiencias. La muerte del<br />
CDS no fue la consecuencia de que sus<br />
adversarios le hubieran comido el terreno.<br />
Como en el caso de UCD, se produjo una<br />
pulverización que, en este caso, no tuvo<br />
como origen la lucha interna, sino la incertidumbre<br />
estratégica y la superficialidad<br />
de principios. El diagnóstico real de<br />
Suárez como personaje histórico no puede<br />
olvidar esta reedición, en caricatura, de la<br />
anterior defunción del partido centrista.<br />
Con su característica lengua viperina –a<br />
menudo dirigida por una mente brillante–<br />
Calvo Sotelo aseguró que, al abandonar<br />
UCD, Suárez había dejado el espacio<br />
de Centro imposible para cualquier otro y<br />
difícil para si mismo. Si en 1986, para<br />
sorpresa de todos, se hizo un hueco electoral,<br />
en 1989 hubo, en su lugar, un puro<br />
y simple vacío. Otro lo vendría a ocupar<br />
ayudado por el hecho que el tercero en<br />
discordia –el PSOE– estaba demasiado<br />
paralizado por sus escándalos y peleas. Pero<br />
a ése recién llegado le costaron poco las<br />
cosas y apenas si tuvo que hacer un esfuerzo<br />
para alargar la mano hacia una bol-<br />
<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />
sa de votos sin dueño. Eran los de centro,<br />
entre ellos los de clases medias urbanas e<br />
ilustradas, decepcionadas por el espectáculo<br />
reciente del socialismo y con la urgente<br />
necesidad de encontrar un ejecutivo<br />
al que fuera posible respetar.<br />
No ser de centro<br />
Si la victoria electoral del PSOE en 1982<br />
se podía dar por supuesta, incluso en la<br />
magnitud que tuvo, en cambio resultaba,<br />
en principio, mucho más difícil de imaginar<br />
que su hegemonía parlamentaria durara<br />
tanto tiempo. Fueran cuáles fueran<br />
los merecimientos del PSOE (y todo hace<br />
pensar, por lo que conocimos después,<br />
que resultaron menores de los autoatribuidos)<br />
un papel decisivo en esta situación<br />
le corresponde a la oposición. Si Suárez<br />
dejó el Centro imposible para otros y<br />
difícil para sí mismo, algo parecido cabe<br />
decir de Fraga respecto de la alternativa al<br />
Partido Socialista. Con él era imposible<br />
ganar pero sin él sucedía lo mismo. Mientras<br />
fuera el candidato a presidir el Gobierno,<br />
el PSOE podía tener la seguridad<br />
de ganar mientras que la oposición debía<br />
conformarse con ser espectadora crítica,<br />
pero impotente. La derecha denunció que<br />
el PSOE parecía el Partido Revolucionario<br />
Institucional (PRI) mexicano pero<br />
ella, en realidad, se parecía al, durante<br />
tanto tiempo, minúsculo PAN (Partido de<br />
Acción Nacional), condenado a la oposición<br />
sempiterna. Los años ochenta no sirvieron<br />
para otra cosa que para amortizar<br />
valores objetivos de la derecha española y<br />
para darle a lo peor de la izquierda la impresión<br />
de que casi todo, en su comportamiento,<br />
podía serle tolerado. Tan evidentes<br />
parecen los fallos de esos años desde el<br />
punto de vista de la derecha que Fraga, en<br />
la actualidad, se limita a atribuirse el mérito<br />
de haber gestado un partido que Suárez<br />
nunca llegó a organizar.<br />
Si eso es verdad, en cambio el actual<br />
presidente de Galicia de ningún modo<br />
puede atribuirse, como hizo en el pasado,<br />
la idea del Centro. La misma promoción<br />
de Aznar no significó ningún cambio; a lo<br />
sumo pudo empezar a serlo la breve etapa<br />
de Oreja. En lo único en que verdaderamente<br />
se apreció un cambio con la llegada<br />
a la cúpula del PP de Aznar fue en la inmediata<br />
desaparición de los vicepresidentes<br />
del partido. Y eso es lo más claro que<br />
se aprecia en la personalidad del actual<br />
presidente hasta el momento: sentido de<br />
dónde está el poder político y voluntad de<br />
tenerlo en las manos en su totalidad. Desde<br />
tan sólo unos meses antes de llegar al<br />
poder los dirigentes del PP insistieron en<br />
5
EL CENTRISMO DEL PP<br />
que eran de centro e incluso llegaron a<br />
utilizar alguna de las frases literales con las<br />
que se abre este trabajo. Ahora bien, ¿hasta<br />
qué punto ese deseo de identificación se<br />
corresponde con la realidad? ¿Se trata de<br />
una maniobra política, de un deseo sincero<br />
o del comienzo de un proceso con solución<br />
clara y previsible?<br />
Lo primero que hay que decir al respecto<br />
es que el PP, más que nada, representa<br />
una renovación generacional. Este<br />
dato significa algo mucho más decisivo<br />
que cualquier definición ideológica porque<br />
supone la respuesta global y omnicomprensiva<br />
de un grupo humano a todo<br />
un entorno con el que se enfrenta. Las<br />
circunstancias de esta nueva generación<br />
son, en primer lugar, temporales, es decir,<br />
nacidas del momento en que ha llegado a<br />
la vida pública. Se trata de personas para<br />
las que ya la democracia no ha sido una<br />
tarea a realizar sino un dato de la vida pública,<br />
para quienes las referencias culturales<br />
no son ya francesas sino anglosajonas<br />
(y quizá más británicas que norteamericanas,<br />
lo que explicaría la devoción por la<br />
Thatcher), que han visto en el momento<br />
de la primera madurez derrumbarse algunos<br />
mitos importantes, sin duda puntos<br />
de referencia para la generación anterior<br />
(1989 es la fecha de la renovación de la<br />
antigua AP, pero también de la caída del<br />
comunismo) y que, en fin, no habían adquirido<br />
un status profesional previo, como<br />
fue el caso de casi todos los protagonistas<br />
de la transición. Son, con mucha<br />
frecuencia, políticos “reduplicativos”, por<br />
así denominarlos, que a lo largo de su vida,<br />
todavía corta, se han dedicado en forma<br />
exclusiva a esa profesión. Eso les ha<br />
especializado tan sólo en generalidades y<br />
principalmente en el aprendizaje elemental<br />
de los recursos dialécticos para enfrentarse<br />
al adversario. No tienen complejos,<br />
pero tampoco inconvenientes excesivos<br />
en romper lo que en otros tiempos se habría<br />
considerado como el consenso de<br />
fondo que une a los partidos de una democracia.<br />
Son polémicos con respecto a<br />
la generación anterior: aseguran que los<br />
méritos de la transición a la democracia<br />
en buena parte les corresponden a ellos<br />
mismos, en cuanto que se sitúan en la derecha,<br />
pero apenas agradecen nada a los<br />
que en realidad la hicieron; y, en el fondo,<br />
tienen un rictus despectivo de cara a los<br />
antiguos centristas, como aquel que se<br />
suele emplear ante quien es demasiado<br />
blando o ambiguo (o quien no supo<br />
construir un partido). Quienes protagonizaron<br />
la transición no están en absoluto<br />
en el núcleo duro de la dirección del PP.<br />
La mayor parte de ellos está en la periferia<br />
decisoria, normalmente irrelevante, y muchos,<br />
convertidos en afiliados han pasado<br />
a ser amortizados en poco tiempo.<br />
Los dirigentes actuales del PP han<br />
configurado durante años una derecha de<br />
confrontación. Quien primero la practicó<br />
durante la transición fue Manuel Fraga y<br />
eso le sirvió para organizar un partido.<br />
Los jóvenes dirigentes del PP, por su parte,<br />
han vivido unas circunstancias que resultan<br />
óptimas para que consideren que la<br />
confrontación juega un papel imprescindible<br />
en la política. Interpretan que el desastre<br />
de la UCD se debió a una debilidad<br />
que nunca tuvo el PSOE; y, sobre todo,<br />
han pasado por la experiencia de una lucha<br />
política durísima en los años del declive<br />
socialista, con constantes escándalos<br />
que alimentaban la espiral de la violencia<br />
verbal, y, al mismo tiempo, una sensación<br />
de impotencia por no llegar a alcanzar un<br />
poder que sintieron con mucha frecuencia<br />
en la yema de los dedos.<br />
El hecho de que la apelación al centrismo<br />
se haya exhibido en la campaña<br />
electoral de 1996 no implica ni mucho<br />
menos que todos los dirigentes del PP la<br />
suscriban. Vidal Quadras, por ejemplo,<br />
inicia un libro suyo con una cita evangélica<br />
que dice lo siguiente: “Y serán reunidas<br />
delante de él todas las gentes y los apartará<br />
los unos de los otros, como aparta el<br />
pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá<br />
las ovejas a su derecha y los cabritos a su<br />
izquierda” (san Mateo). Se trata, por supuesto,<br />
de una boutade aunque a algunos<br />
les puede resultar algo bastante semejante<br />
a una blasfemia. Pero no se crea que este<br />
tipo de afirmación es circunstancial sino<br />
que incluso es el eje mismo de su texto. El<br />
centro sería, para él, una contradicción en<br />
sus propios términos, algo así como algo<br />
la virginidad lúbrica. “La derecha rebautizada<br />
como centro corre el peligro de vaciarse<br />
de contenido doctrinal”, nos asegura,<br />
porque “no hay que confundir moderación<br />
con pusilanimidad, objetividad<br />
con ambigüedad y diálogo con ganancia<br />
de tiempo a ver si se nos ocurre algo”. En<br />
definitiva, para él, “derecha e izquierda<br />
son términos que se excluyen entre sí y<br />
que agotan el espacio político” mientras<br />
que el centro es un intento inútil de escapar<br />
a esa exhaustividad dicotómica. Incluso<br />
llega a decir que “el centro es el nom de<br />
guerre de la derecha contrita”. Este género<br />
de planteamiento recuerda mucho al de<br />
un personaje político hoy olvidado y no<br />
hace poco fallecido, Barry Goldwater, en<br />
su día candidato en contra de Lyndon B.<br />
Johnson por la presidencia norteamerica-<br />
na. De él fue una frase suicida: que la<br />
moderación en la persecución del bien no<br />
era una virtud. Obtuvo unos resultados<br />
pésimos a pesar de una campaña intensísima:<br />
de él se dijo que parecía un perro<br />
con una lata atada a la cola; cuanto más<br />
se movía más ruido hacia la lata.<br />
Importa señalar que una cosa es que<br />
el PP sea una derecha de confrontación y<br />
otra que sea democrática. A mi modo de<br />
ver esto último lo es de forma inequívoca<br />
y yerran quienes, en la izquierda, sugieren<br />
en algún momento lo contrario. Nada tiene<br />
que ver el hecho de que muchos de<br />
quienes la protagonizan sean personas con<br />
conexiones familiares con el pasado –como<br />
asegura Alfonso Guerra– o que no<br />
exista una extrema derecha, como resultaría<br />
lógico, dadas las peculiaridades de<br />
nuestro país y los paralelismos con otros<br />
países europeos. Pero eso no es el Centro.<br />
Tanto las definiciones programáticas a la<br />
hora de enfrentarse a unas elecciones como<br />
ese género de libros que publican los<br />
líderes políticos –cuyo contenido se suele<br />
caracterizar por su vaguedad– revisten, en<br />
el caso del PP, un cierto aire centrista. Si<br />
se lee, por ejemplo, el libro de Aznar titulado<br />
La segunda transición se podrá objetar<br />
la calidad de los asesores que ha podido<br />
tener en determinadas materias (política<br />
exterior) o incluso el mismo título, pues<br />
un relevo electoral en absoluto reviste la<br />
misma importancia que toda una transición<br />
a la democracia. Sucede, sin embargo,<br />
que en ocasiones se plantea el problema<br />
de que quien dice querer ser de centro<br />
no siempre demuestra ni tan siquiera saber<br />
en qué consiste esta actitud. Aznar<br />
afirma, por ejemplo, que “el centro que<br />
representamos no fluctúa entre los extremos,<br />
sino que se sitúa permanentemente<br />
en el vértice del interés general” pero esta<br />
afirmación carece de sentido. ¿Quién determina<br />
con objetividad dónde está el interés<br />
nacional? Si se desciende a un nivel<br />
inferior al de Aznar todavía la claridad es<br />
menor. La diputada Ana Mato asegura,<br />
por ejemplo, que el PP “es el centro y<br />
punto” y que el centro es “buena gestión<br />
sin descuidar lo social”, entrecomillados<br />
que resultan idénticos a la pura vaciedad.<br />
Refiriéndose a UCD Aznar ha hecho declaraciones<br />
afectuosas pero que no testimonian<br />
particular sagacidad. Resulta, por<br />
ejemplo, muy dudoso que se pueda atribuir<br />
al partido de Suárez la capacidad para<br />
“mantener la ilusión democrática del<br />
país”, como aseguraba en su entrevista con<br />
Pilar del Castillo en Nueva Revista. Más<br />
bien fue su incapacidad en este terreno la<br />
que explica su derrota electoral en 1982.<br />
6 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
El problema con el que se enfrenta el<br />
liderazgo del PP a la hora de definirse como<br />
centrista nace de sus antecedentes y<br />
de su falta de experiencia del poder, pero<br />
existe también un factor estrictamente<br />
ideológico que juega un papel primordial.<br />
Radica en haberse alineado, de forma<br />
completa y excluyente, con una peculiar<br />
versión del liberalismo que se presenta como<br />
la única opción ideológica aceptable<br />
con exclusión de cualquier otra. Por razones<br />
de inserción de su grupo político en<br />
un contexto europeo el PP ha ingresado<br />
en su homónimo democristiano, pero lo<br />
ha hecho con tan poca satisfacción que en<br />
algunos de sus dirigentes se ha convertido<br />
en bastante explícita. El propio Aznar ha<br />
transmitido esa impresión al decir que<br />
percibió algo así como que le obligaban a<br />
hacerse un “análisis de sangre” para medir<br />
su pureza doctrinal. En cuanto a Vidal<br />
Quadras, lo dice con su característica voluntad<br />
provocadora: no tiene el menor reparo<br />
en airear su incomodidad al sentarse<br />
al lado de un socialcristiano. Da la sensación<br />
que, para los dirigentes del PP, el liberalismo<br />
proporciona la adecuada dosis<br />
de modernidad que compensa la significación<br />
derechista en muchos otros terrenos.<br />
Pero, ¿qué liberalismo es éste? Lo primero<br />
que hay que decir es que resulta<br />
muy confuso con respecto a sus raíces.<br />
Toda opción política se reconoce en momentos<br />
precedentes y elige pensadores y<br />
políticos en el pasado como referencia justificativa<br />
y para construir el futuro. Aznar,<br />
por ejemplo, afirma que la Restauración<br />
fue “un período de libertades, constitucionalismo<br />
y parlamentarismo”, afirmación<br />
que es cierta pero que debe de forma inmediata<br />
ser completada con el recuerdo<br />
de que aquél no fue un régimen democrático.<br />
De ahí deriva el interés que el Gobierno<br />
del PP ha mostrado por la conmemoración<br />
del centenario de la muerte de<br />
Cánovas, sin duda justificado, pero que<br />
en ocasiones da la sensación de derivar a<br />
interpretaciones políticas desafortunadas.<br />
En un libro, escrito por José María Marco,<br />
que ha revestido los caracteres de oficioso<br />
por la presentación que de él hizo el<br />
propio Aznar, se ha presentado a los intelectuales<br />
de la generación del 98 como peligrosos<br />
profetas que pusieron en peligro<br />
las instituciones liberales, como si éstas,<br />
además de ser óptimas, no necesitaran ulterior<br />
perfeccionamiento. Incluso si el<br />
moderantismo del siglo XIX, Cánovas y la<br />
transición pudieran ser enmarcados, de<br />
manera genérica, en esa tradición liberal<br />
ni fueron lo único en ella ni cabe atribuir<br />
a esos periodos o personas la impecabili-<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
dad o la intachabilidad. Más absurdo aun<br />
es vincular a la derecha española con Azaña,<br />
un excelente intelectual pero discutible<br />
político que en cualquier caso se situaría<br />
en la izquierda y cuyo liberalismo tiene<br />
como rasgo esencial un marcado intervencionismo<br />
estatal cuando el PP se sitúa en<br />
las antípodas de esa actitud.<br />
Lo que significa el liberalismo del PP<br />
tiene poco que ver con ese pasado. La pista<br />
acerca de sus orígenes nos la proporciona<br />
Vidal Quadras cuando habla de la “escasa<br />
simpatía de la derecha por el principio<br />
de igualdad”. La derecha sería, según<br />
él, “el conjunto de ideas y actitudes que<br />
derivan de la elección de la libertad negativa<br />
como objetivo moral primordial”. Se<br />
entiende como “libertad negativa” el principio<br />
de no intervención del Estado en el<br />
terreno económico, pero también social;<br />
en general la libertad negativa consiste en<br />
no constreñir o prohibir. Ahora bien ésa<br />
es, sin duda una versión reduccionista del<br />
liberalismo, muy relacionada con la política<br />
llevada a cabo por Reagan y por Thatcher<br />
durante los ochenta. A este respecto<br />
conviene no olvidar la importancia de las<br />
ideas en la política diaria. Como escribió<br />
Keynes, a menudo les quitamos trascendencia<br />
pero “los locos instalados en el poder<br />
que oyen voces en el aire formulan<br />
ideas frenéticas tomadas de algún escritor<br />
anticuado”. A menudo quienes se presentan<br />
como políticos pragmáticos cuyas mejores<br />
virtudes residen en la capacidad de<br />
gestión son, en realidad, “esclavos de algún<br />
economista difunto”. Esto vale para<br />
los ultraliberales del PP que están todavía<br />
en ese mundo de los ochenta, en una derecha<br />
reactiva contra el socialismo y el estatismo.<br />
Es posible que tuviera sentido en<br />
otro momento pero que, al menos, resulta<br />
dudoso que lo tenga ahora. Si se lee Nueva<br />
Revista, una iniciativa editorial privada<br />
que inspira en gran medida al núcleo dirigente<br />
del PP e incluso se ofrece oficialmente<br />
como alimento intelectual para sus<br />
militantes, se observará una significativa<br />
identidad con este tipo de planteamientos.<br />
Abundan de manera especial en los<br />
aspectos relativos a la política económica:<br />
números enteros aparecen, por ejemplo,<br />
dedicados al mercado y a su ética.<br />
El pensador que sirve de punto de referencia<br />
a esta revista y a los ultraliberales<br />
en general, más que Popper, que aparece<br />
citado de vez en cuando, es Hayek. Se<br />
comprende que así sea, porque Popper, en<br />
realidad, es un autor que resulta interpretable<br />
desde la óptica socialdemócrata. Lo<br />
más trascendental en su pensamiento se<br />
refiere a la teoría del conocimiento. De<br />
<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />
ella se deduce su repudio a las interpretaciones<br />
omnicomprensivas, seudorreligiosas<br />
y totalitarias. Una derivación política<br />
de este planteamiento se plasma en una<br />
concepción minimalista de la democracia.<br />
Lo esencial en ella sería constituir un régimen<br />
que nos hace capaces de sujetar a<br />
quienes nos gobiernan. La democracia sería,<br />
por tanto, “el derecho a juzgar a los<br />
gobernantes” y de hacerles abandonar el<br />
poder periódicamente.<br />
En Hayek nos encontramos con una<br />
concepción distinta. Su Camino de servidumbre,<br />
publicado inmediatamente después<br />
de la Segunda Guerra Mundial, resulta<br />
muy revelador. Es un libro de un liberal<br />
angustiado por la existencia del<br />
deseo de seguridad de los seres humanos<br />
que tendería –según su opinión– a ser más<br />
fuerte que el amor a la libertad. Llegó, entonces,<br />
a presentar los tiempos recientes<br />
como un camino inevitable hacia el socialismo.<br />
La planificación de la economía<br />
vendría a ser algo así como una especie de<br />
monstruo o de hidra, siempre amenazador<br />
y nunca fácil de detener. Hayek, además,<br />
en el libro citado se refirió a las raíces socialistas<br />
del nazismo, aunque hubiera sido<br />
más oportuno denominarlas colectivistas.<br />
A la altura de cuando Hayek escribió su libro,<br />
resultaba tan evidente como irreversible<br />
la intervención del Estado en la economía<br />
y, más aun, aparecía en el horizonte la<br />
creación de un Estado de bienestar como<br />
resultado de una evolución lógica en el<br />
ideario democrático, en especial después<br />
del trance agónico que había pasado la<br />
Humanidad en guerra. Pero algunos no se<br />
dieron cuenta de ello: no sólo Hayek, sino<br />
también Churchill que, después de convertirse<br />
en un héroe combatiendo el nazismo,<br />
perdió las decisivas elecciones de<br />
1945 porque durante la campaña hizo una<br />
parecida identificación entre el nazismo y<br />
el laborismo. Mucho más modesto, Attlee,<br />
el líder laborista, fue consciente de que<br />
tras una guerra no se podía pensar en el<br />
puro retorno a la política de antes y que<br />
era necesario que la democracia conllevara<br />
importantes reformas sociales. Ganó las<br />
elecciones con una avalancha de votos que<br />
sólo se repetiría medio siglo después con<br />
la victoria de Blair tras una década marcada<br />
por la impronta de Thatcher. Aquellas<br />
reformas, sin embargo, no sólo las llevaron<br />
a cabo en 1945 los socialdemócratas, sino<br />
también liberales y democristianos, por lo<br />
que no se puede decir que esa fuera una<br />
conquista tan sólo de la izquierda moderada<br />
del periodo. El Estado de bienestar fue<br />
obra de todos y ha sido reivindicado también<br />
por todos.<br />
7
EL CENTRISMO DEL PP<br />
La excepción fueron (y son en la actualidad)<br />
los ultraliberales del tipo de Hayek.<br />
Su muy posterior libro titulado La fatal<br />
pretensión. Los errores del socialismo<br />
mantiene esa interpretación. Para él la única<br />
cooperación aceptable entre seres humanos<br />
es la que nace de la voluntad, el mercado<br />
y el capitalismo; el deseo de modificar<br />
las leyes económicas es “una pretensión intolerable”.<br />
“Justicia social es algo parecido<br />
a un fraude semántico, como democracia<br />
popular”, llega a decir. En la primacía que<br />
concede al liberalismo sobre la democracia<br />
–como si ambos fueran disociables en el<br />
momento actual– llega a proponer que las<br />
elecciones se celebren tan sólo tras periodos<br />
temporales muy largos y sin que las<br />
decisiones de los políticos tengan la posibilidad<br />
de afectar a lo que considera como<br />
reglas inmutables de la economía.<br />
Este género de interpretación ha tenido<br />
un éxito tardío en España. Cierto género<br />
de derecha española siempre ha considerado<br />
que el liberalismo económico (o<br />
lo que ella entendía por tal, que no es lo<br />
mismo) revestía todo el respeto que siempre<br />
merece la ciencia más exquisita. A estas<br />
filas se han sumado algunos antiguos<br />
izquierdistas que tienen la pretensión de<br />
justificar, así, un cambio de postura. Es<br />
dudoso que la hayan llevado a cabo: se<br />
trata de personas que mantienen posiciones<br />
de principio (cuasirreligiosas, en definitiva)<br />
y que permanecen en ese terreno a<br />
pesar de que pueda dar la sensación que su<br />
adscripción ha cambiado. En un nivel intelectual<br />
de mayor altura que el PP resulta<br />
interesante traer a colación la polémica<br />
mantenida entre el financiero George Soros<br />
y el escritor Mario Vargas Llosa. Mientras<br />
que el primero critica las limitaciones<br />
del mercado, el segundo, antiguo izquierdista,<br />
le responde como si se tratara de un<br />
peligroso intervencionista. La religión del<br />
mercado viene a ser, por tanto, para muchos<br />
la transfiguración de la antigua pasión<br />
revolucionaria. Curiosamente la caída<br />
del comunismo, al hacer desaparecer el<br />
adversario más evidente, ha acentuado el<br />
radicalismo en las interpretaciones de los<br />
ultraliberales. La juzgan como si hubiera<br />
supuesto no sólo la descalificación del totalitarismo<br />
comunista sino también de la<br />
socialdemocracia, destinada, por tanto, a<br />
desaparecer en el transcurso de muy poco<br />
tiempo. Suelen emplear la denominación<br />
“socialismo arrepentido” para referirse al<br />
que en los noventa ha vuelto a resurgir<br />
pujante en toda Europa. Sería mucho más<br />
coherente considerar que en el pasado<br />
existió un socialismo democrático que padeció<br />
un desvarío peligroso, ya superado.<br />
En un nivel inferior merece la pena<br />
referirse en unas líneas a lo que publicistas<br />
españoles influidos por este tipo de ideario<br />
dicen en folletos, libros y artículos.<br />
Tomemos, por ejemplo, a Lorenzo Bernaldo<br />
de Quirós. En lo que escribe, con<br />
pretensiones de ser verdad científica indiscutible,<br />
se encuentran afirmaciones como<br />
que los sindicatos no hacen otra cosa que<br />
reducir los salarios en la práctica, mientras<br />
que la justicia social carece de contenido<br />
en una sociedad abierta y representa “la<br />
nostalgia de la tribu”. El Estado y la Seguridad<br />
Social no solo carecen de respetabilidad<br />
sino que son “drogas”. El intervencionismo<br />
económico del Estado es también<br />
una forma de tribalismo y la<br />
progresividad fiscal debe ser evitada. El<br />
bienestar social no existe porque sólo es<br />
posible el individual. El Estado sólo debe<br />
atender a la defensa, el orden público y la<br />
estabilidad monetaria; no tiene, por tanto,<br />
ningún contenido social o redistributivo.<br />
La burocracia es una máquina onerosa cuyo<br />
fin social es tan sólo el progreso de los<br />
burócratas. Tanto entusiasmo antiintervencionista<br />
resulta curiosamente compatible,<br />
en buena parte de este ultraliberalismo<br />
(como en la mayoría del neoconservadurismo<br />
norteamericano) con una<br />
presencia de lo religioso que para otros<br />
debiera quedar restringido al ámbito de lo<br />
privado en la esfera pública. En Nueva<br />
Revista, por ejemplo, se puede leer un artículo<br />
de Paul Johnson proponiendo que<br />
“devolvamos su sitio a Dios, ahora que ya<br />
se acerca el milenio”.<br />
Lo curioso del ultraliberalismo es que<br />
constituye una inversión de lo mismo que<br />
él ha solido criticar en otros. Desde ese<br />
punto de vista resulta significativo comprobar<br />
que alguna de las objeciones más<br />
duras que se le han hecho no proceden de<br />
la izquierda, sino de una derecha capaz de<br />
aceptar para sí el calificativo de conservadora.<br />
Estos conservadores clásicos –por<br />
ejemplo, el teórico británico John Gray–<br />
consideran que el ultraliberalismo viene a<br />
ser una ideología más de la Ilustración,<br />
otra más de las concepciones que encuentran<br />
en una receta la solución a todos los<br />
problemas del mundo. Para ellos este género<br />
de nueva derecha niega la Historia y<br />
la vitalidad de las tradiciones culturales y<br />
parte de que el mercado por sí solo podrá<br />
coordinar y resolver todas las empresas<br />
humanas. Pero extender al mercado muchos<br />
campos de lo humano es inapropiado<br />
o contraproducente. Aplicarlo a terrenos<br />
como la cultura o el medio ambiente<br />
es un error que puede tener consecuencias<br />
graves e incluso irreversibles.<br />
Muchas de las propuestas del ultraliberalismo<br />
parten de la simplificación de<br />
los problemas exhibiendo como soluciones<br />
unos talismanes taumatúrgicos. El<br />
mercado, como todas las instituciones humanas,<br />
es imperfecto y perfectible, dicen,<br />
con razón, esos conservadores. El Estado<br />
mínimo, que proponen los ultraliberales,<br />
no sólo no es una tendencia actual, sino<br />
que resulta una propuesta, peor que carente<br />
de información, vacía de contenido.<br />
La sociedad civil misma puede ser debilitada<br />
por la metamorfosis del Estado en<br />
una especie de empresa; a menudo el verdadero<br />
problema consiste en recrear la ética<br />
del servicio público sin desmantelar el<br />
Estado. En su megalomanía, los ultraliberales<br />
suelen olvidar que el papel de la política<br />
no consiste en ofrecer soluciones instantáneas<br />
y milagreras sino que es una tarea<br />
desesperadamente humilde y de<br />
imaginativa improvisación sin fin. En el<br />
liberalismo, pensadores como Berlín resultan<br />
de mucha mayor actualidad que el<br />
paleoliberalismo derivado de Hayek.<br />
Concluyamos recordando que en España<br />
también desde las filas conservadoras<br />
ha existido un crítico acerado del ultraliberalismo,<br />
Miguel Herrero, una de las cabezas<br />
políticas españolas mejor amuebladas.<br />
Una frase suya reciente –“la señora<br />
Thatcher era muy de derechas y muy poco<br />
conservadora”– expresa de forma perfecta<br />
lo que se ha querido decir líneas<br />
atrás. De ahí que el resultado de la acción<br />
gubernamental de esa dirigente británica<br />
haya sido en muchos casos provocar una<br />
grave erosión en determinadas instituciones<br />
sociales de larga tradición y óptimas<br />
representantes de la llamada sociedad civil,<br />
de la que se proclama ferviente defensora<br />
la derecha, como son las Universidades.<br />
Un aspecto muy peculiar del PP como<br />
versión reciente de la derecha española<br />
es su peculiar propensión a la confrontación<br />
con los movimientos nacionalistas<br />
periféricos. Tras el resultado de las elecciones<br />
de 1996 esa tendencia no ha tenido<br />
otro remedio que desdibujarse, pero no<br />
hace tanto tiempo que el propio Aznar<br />
describía al PNV como “el pasado” y daba<br />
como realidad irreversible el “matrimonio”<br />
entre los catalanistas y el PSOE. En<br />
cualquier momento, en plena campaña<br />
electoral, puede repetir estas afirmaciones.<br />
Han sido principalmente dos autores que<br />
cuentan entre los preferidos por los dirigentes<br />
del PP quienes más se han esmerado<br />
en lanzar las más duras diatribas en<br />
contra de los nacionalistas. En una recopilación<br />
de artículos aparecida bajo el título<br />
Cuestión de fondo, Vidal Quadras atribuye<br />
8 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
al nacionalismo nada menos que algunos<br />
de los “mayores desastres de la Historia”.<br />
Desde el punto de vista intelectual sería<br />
un “producto inferior”, “una tosca malla<br />
de tautologías, tópicos sentimentaloides y<br />
retórica hueca”, destinada a alimentar las<br />
“bajas pasiones”. En la última versión de<br />
sus ataques no duda en emplear el adjetivo<br />
“totalitario” para calificarlo e incluso<br />
en predicar la desobediencia activa en<br />
contra de las disposiciones legales en materia<br />
lingüística. Antes, pero también en<br />
forma progresivamente airada, escribió<br />
cosas parecidas Federico Jiménez Losantos,<br />
mentor muy singular de la posición<br />
ultraliberal. Fracasado en su intento de<br />
crear un partido aragonés en Cataluña<br />
con los emigrantes de aquella procedencia,<br />
se apresuró a acusar a la izquierda catalana<br />
de abandonar la causa de la población<br />
castellanohablante. En los últimos<br />
tiempos ha avanzado en sus críticas hasta<br />
asegurar que en Cataluña se pretende reservar<br />
el catalán para lo público y el castellano<br />
para la vida privada. “La proscripción<br />
de la lengua española” no sólo promete<br />
un futuro totalitario para los<br />
catalanes, sino también bélico para otros:<br />
ése sería el destino de la Comunidad Valenciana,<br />
idéntico al de Bosnia. Los valencianos<br />
no parecen conscientes de tan aciago<br />
porvenir.<br />
Como en el caso del ultraliberalismo,<br />
también en esta materia se rompe una línea<br />
de continuidad del conservadurismo<br />
tradicional. En éste –en Herrero, por<br />
ejemplo– hay un respeto por las comunidades<br />
históricas y una defensa de su reconocimiento<br />
que Vidal Quadras considera<br />
puro “delirio” y retroceso de tres siglos en<br />
la Historia de España, sin darse cuenta<br />
que de este modo se identifica con el pasado<br />
centralista y castellanista. Por otro lado<br />
también en este punto es bien perceptible<br />
la tendencia a la confrontación del<br />
entorno dirigente del PP (y de sus apoyos<br />
intelectuales). Como es lógico les corresponde,<br />
si no una parte de la razón (que<br />
no la tienen y menos aun por el tono en<br />
que se expresan), sí, al menos, el modesto<br />
mérito de referirse a una cuestión importante,<br />
probablemente una de las más decisivas<br />
desde el punto de vista político que<br />
tiene España.<br />
Ser de centro<br />
En el panorama de la política española al<br />
que parecemos estar condenados se podría<br />
pensar que la opción de centro simplemente<br />
ha desaparecido por generalización<br />
de sus principios. En la práctica, sin embargo,<br />
por razones que hemos ya exami-<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
nado, el PP se sitúa más a la derecha. La<br />
ausencia de un partido de extrema derecha<br />
y la lógica penitencia que el partido<br />
socialista debe sufrir explican que esté en<br />
el poder, aunque con un margen de apoyo<br />
popular que dista mucho de ser confortable.<br />
La razón principal que permite al PP<br />
ejercer el poder y, al mismo tiempo, permanecer<br />
descentrado reside simplemente<br />
en la bonanza económica, una realidad<br />
que sólo parcialmente depende de él mismo<br />
y que, además, puede cambiar. Partiendo<br />
de esta ventaja lo lógico sería que<br />
el PP tuviera a su favor una distancia electoral<br />
en las encuestas mucho mayor que<br />
aquella de la que dispone.<br />
Quien, en cambio, resulta inequívocamente<br />
de centro es el elector español. Lo<br />
ha sido siempre; y en periodos de tiempo<br />
relativamente largos, como los que median<br />
desde el establecimiento de la democracia,<br />
la oscilación que ha experimentado ha sido<br />
pequeña. Ésta no es una declaración<br />
basada en meras impresiones superficiales<br />
sino un dato incontestable. Los sociólogos<br />
se sirven de un método para calcular hasta<br />
qué punto una sociedad es centrífuga o<br />
centrípeta: consiste en realizar encuestas<br />
pidiendo que los consultados se autoubiquen<br />
en una escala que va desde el 0 (extrema<br />
izquierda) hasta el 10 (extrema derecha).<br />
Desde 1976 el grueso de la población<br />
española se ha autoubicado entre el 4<br />
y el 6. En el momento de iniciarse la transición<br />
estaba un poco más cercana al 6 y<br />
en el que llegó el PSOE al poder se encontraba<br />
más próxima al 4; en los últimos<br />
tiempos coincide casi exactamente con el<br />
5. Una encuesta reciente situaba en este<br />
punto nada menos que al 35% de los encuestados,<br />
flanqueado por un 10% en el 4<br />
y casi otro tanto en el 6. Si agrupamos al<br />
conjunto de los españoles en una escala<br />
más reducida, con tan sólo cuatro posiciones<br />
ideológicas, resultaría que la izquierda<br />
sería el 8% del total, el centro-izquierda el<br />
20%, el centro casi el 45% y el 13% la derecha,<br />
algo menos de los que no saben o<br />
no contestan. Esto quiere decir que la lucha<br />
política en España –como en el resto<br />
de los países democráticos– se realiza estrictamente<br />
en el centro del espectro y no<br />
en otra parte.<br />
No sólo el electorado está en el centro<br />
sino que en él combaten los partidos para<br />
obtener la victoria en las urnas. Supongamos<br />
que todo el voto de centro-izquierda y<br />
de izquierda se unen, algo que en el momento<br />
actual resulta inimaginable: ni siquiera<br />
pondrían en peligro a quienes se situaran<br />
en el 5 de la escala. Un partido que<br />
fuese sólidamente de centro y que tuviera<br />
<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />
su principal adversario situado en la izquierda<br />
podría ser hegemónico en España.<br />
En la práctica algo parecido es lo que sucedió<br />
con el PSOE durante su etapa de gobierno:<br />
si se definía como de izquierda, al<br />
menos, gracias a Felipe González, penetraba<br />
en buena parte del electorado centrista.<br />
En el momento actual , si se pone en relación<br />
este género de encuesta de autoubicación<br />
política con el recuerdo del voto en<br />
las pasadas elecciones, se encuentran algunos<br />
datos de mucho interés. El partido que<br />
encuentra a su electorado más identificado<br />
con el centro es Convergencia, con un<br />
64%. Pero más interesante aun es el hecho<br />
de que el PP no penetra apenas en quienes<br />
se declaran como de centro-izquierda (un<br />
modesto 2%). Aunque más de la mitad de<br />
los votantes del PP se declaran de centro,<br />
esta misma adscripción es también la elegida<br />
por un tercio de los electores del PSOE.<br />
Éstos, además, prefieren mucho más<br />
–exactamente el doble– la autoubicación<br />
en el centro-izquierda que en la izquierda.<br />
El centro existe, por tanto, en la sociedad<br />
española. Como muy bien ha señalado<br />
Bobbio en las democracias nos encaminamos<br />
a una configuración del espacio<br />
político en un centro-derecha y un<br />
centro-izquierda entre los que las diferencias<br />
se basarán tan sólo en las prioridades.<br />
Pero en ocasiones esta regla general no parece<br />
cumplirse. El laborismo británico<br />
hasta la llegada de Blair a su jefatura –como<br />
con el PP español en la actualidad–<br />
proporcionan la impresión de que hay excepciones<br />
a esa regla. Resulta, por tanto,<br />
importante no sólo constatar la existencia<br />
del Centro sino también procurar definir<br />
en qué debiera consistir en términos de<br />
programa. La distinción no deja de tener<br />
importancia. Los perfiles de una posición<br />
de centro a menudo no pueden ser precisados<br />
por completo por quienes se sitúan<br />
en ella porque quien se sabe allí puede llegar<br />
a esta posición de un modo sólo reactivo.<br />
Resulta necesario hacer un examen<br />
de lo que es, aunque resurja, de modo espontáneo,<br />
en cuanto se plantean situaciones<br />
muy conflictivas.<br />
En primer lugar, la postura de Centro<br />
mira con muchas reservas las sucesivas<br />
modas ideológicas. A poco que se haya vivido<br />
la experiencia de la vida pública e intelectual<br />
cualquiera ha podido percibir la<br />
aparición y desaparición sucesivas de<br />
grandes palabras en las que se resumen<br />
idearios que prometen resolver problemas<br />
decisivos y luego resultan efímeras. Una<br />
de ellas fue, por ejemplo, “autogestión”.<br />
Tenía su origen inmediato en torno a<br />
1968 y en España apareció en la mayor<br />
9
EL CENTRISMO DEL PP<br />
parte de los programas de los partidos políticos<br />
cuando tuvo lugar la transición.<br />
“Autogestión” servía para definir cualquier<br />
sistema, desde el comunismo a la yugoslava<br />
hasta el FLN argelino (dos regímenes<br />
que, por cierto, han acabado en el nada<br />
glorioso espectáculo de sendas guerras civiles).<br />
En España, desde los maoístas hasta<br />
los carlistas utilizaron el término para tratar<br />
de ocupar espacio político. Hoy sabemos<br />
que ese término bienintencionado ha<br />
acabado en nada: ni siquiera ha sido objeto<br />
de aplicación y muchos de los que lo<br />
utilizaron lo hicieron para propósitos indignos<br />
de cualquier entusiasmo. Hoy las<br />
palabras mágicas son otras, como “mercados”<br />
(en plural) o “liberalismo”.<br />
La sucesión de modas en el escenario<br />
en las ideologías políticas afecta a la vida<br />
de millones de ciudadanos. Se presentan,<br />
de forma rotunda, como soluciones milagrosas,<br />
omnicomprensivas y casi religiosas;<br />
eso les quita la visión de la política como<br />
algo contingente, reformable y sujeto<br />
a controversia. Un pensador liberal de primera<br />
fila, Benjamin Constant, explicó hace<br />
siglo y medio las consecuencias: con este<br />
tipo de idearios “se inmolan los seres<br />
reales al ser abstracto”. Ni siquiera, en España,<br />
son capaces de estar al día de la última.<br />
El ultraliberalismo es una doctrina<br />
que estaba a la moda en otros sitios hace<br />
una década y no en la actualidad. Algo<br />
parecido sucedía en 1977 con la autogestión,<br />
de modo que ser progresista de anteayer<br />
no es una novedad sino una costumbre<br />
en España.<br />
Se puede pensar que todo eso son disquisiciones<br />
situadas en un lejano nivel de<br />
abstracción, pero no es así. Uno de los debates<br />
más importantes en el final del siglo<br />
XX se refiere a la crisis del Estado de bienestar<br />
y nadie podrá decir que se trata de<br />
una cuestión banal para millones de seres<br />
humanos. En este caso se puede percibir<br />
hasta qué punto las modas en los planteamientos<br />
políticos proporcionan esloganes,<br />
más que soluciones. Una receta apriorística<br />
consiste en pretender que el Estado de<br />
bienestar puede ser indefinidamente ampliado<br />
a costa de nuevos recursos. Para los<br />
ultraliberales el Estado-providencia es discutible<br />
desde su origen o resulta algo parecido<br />
a un astro muerto, como esas estrellas<br />
lejanísimas que nos envían su luz<br />
cuando ya han desaparecido; en ningún<br />
caso juzgan que tenga un fundamento<br />
moral. Sus planteamientos nacen de un<br />
individualismo radical; para ellos el individuo<br />
es un todo perfecto y solitario, para<br />
decirlo con la expresión de Rousseau. Para<br />
un centrista resulta inaceptable esta visión<br />
atomística del cuerpo social, la desaparición<br />
de toda dimensión colectiva de la vida<br />
y, por consiguiente, también la opinión<br />
ultraliberal acerca del Estado de bienestar.<br />
Otra cuestión es que no existen<br />
modelos eternos que lo configuren o que<br />
permitan su ampliación indefinida. Lo<br />
exigible en el momento actual es, en cambio,<br />
una redefinición del modelo. Ésta es<br />
una realidad que depende de datos demográficos<br />
objetivos por lo que la pura responsabilidad<br />
–que también es una virtud<br />
política– exige reformas. Pero no hay que<br />
darle una solución revolucionaria sino intentar,<br />
con imaginación y prudencia, una<br />
alternativa no radical. En el fondo eso es<br />
lo que han hecho la mayor parte de los<br />
Estados democráticos: reducir la oferta<br />
protectora del Estado y, al mismo tiempo,<br />
tratar de fomentar la responsabilidad individual<br />
y moderar la demanda por el procedimiento<br />
de reintroducir la solidaridad<br />
en la sociedad misma.<br />
En suma, en lo que yerra de forma espectacular<br />
el ultraliberalismo, enésima reencarnación<br />
de la derecha en el siglo XX,<br />
es en el diagnóstico de lo que ha sucedido<br />
en el mundo en los últimos años, especialmente<br />
en las cuestiones relativas a la economía.<br />
Hoy nadie pone en duda seriamente<br />
que el mercado sea el instrumento<br />
económico más eficiente y el resultado de<br />
las decisiones voluntarias de multitud de<br />
unidades autónomas. Pero la economía de<br />
mercado, del mismo modo que el liberalismo,<br />
“acabando por triunfar ha acabado<br />
de triunfar”, es decir, se ha convertido en<br />
una evidencia aceptada por todos. Este<br />
cambio de rumbo era necesario porque así<br />
lo exigía el exceso de intervencionismo de<br />
los poderes públicos, la elefantiasis estatal<br />
o el abuso de la sindicalización; pero convertirlo<br />
en una “revolución” carece de justificación.<br />
Los ultraliberales, sin embargo,<br />
exaltan la economía de mercado hasta disociarla<br />
del liberalismo político, como si<br />
constituyera una imprescindible etapa<br />
previa, cuando no resulta evidente que la<br />
primera provoque de forma necesaria el<br />
segundo. Pero, sobre todo, los ultraliberales,<br />
movidos por ese individualismo que<br />
ya ha sido descrito, parecen olvidar la solidaridad,<br />
consecuencia de la sensación de<br />
pertenencia a una comunidad cohesionada.<br />
Para cualquier persona con mentalidad<br />
de centro una sociedad no está compuesta<br />
tan sólo por individuos que se relacionan<br />
a través de los mercados. La<br />
compasión forma parte de la política; y<br />
los valores culturales compartidos son un<br />
decisivo instrumento de paz y progreso.<br />
La cuestión social sigue existiendo hoy,<br />
aunque revista unas características muy<br />
distintas del pasado porque hoy los desposeídos<br />
no son los proletarios industriales<br />
del pasado. Una sociedad dual, compuesta<br />
de parias y brahmanes, está enferma no<br />
sólo de insolidaridad sino también de<br />
inestabilidad.<br />
Lo curioso es que la derecha ultraliberal<br />
no sólo olvida lo social sino que la revolución<br />
liberal nació para garantizar la<br />
existencia de un mundo político que hiciera<br />
posible una esfera social autónoma.<br />
Para el ultraliberal lo que parece primar es<br />
la ausencia de normatividad ante el imperio<br />
de los mercados, mientras que para<br />
una persona de mentalidad centrista se da<br />
cuenta hasta qué punto carecen de sentido<br />
los furores estaticidas. Un centrista sabe<br />
que es imposible que el Estado haga<br />
todo; pero hace falta un Estado porque<br />
éste no es liberticida sino que constituye<br />
una condición para el ejercicio efectivo de<br />
la libertad. Frente a la demagogia antiestatista,<br />
es necesario recordar que el Estado<br />
no es sólo una necesidad sino una gran<br />
adquisición de la Historia del género humano<br />
sin el que no podemos construir<br />
nuestro futuro. Se trata de una construcción<br />
de la razón y de la experiencia que<br />
nos permite escapar a la ley de la jungla,<br />
que protege a los individuos y limita el<br />
poder de los fuertes sobre los débiles. Debe<br />
ser regulado, controlado y subordinado<br />
a valores más altos pero debe seguir existiendo.<br />
La demagogia contra él no oculta<br />
otra cosa que vacía ignorancia o impotencia<br />
reformadora, mientras que enfrentarse<br />
con la tarea de modificar sus estructuras<br />
es tarea esencial del fin de siglo.<br />
En los últimos años del siglo XX, en<br />
efecto, no parece caber la menor duda de<br />
que la democracia es el único sistema político<br />
que merece respeto desde el punto de<br />
vista intelectual y moral; pero también parece<br />
evidente que en su actual funcionamiento<br />
resulta profundamente insatisfactoria.<br />
Un ensayista francés ha descrito la<br />
situación como una auténtica “borrachera<br />
democrática” en que los poderes tradicionales<br />
de la democracia parecen haber sido<br />
sustituidos por otros –la prensa, los jueces…–<br />
mientras la vaciedad ideológica es<br />
el correlato de una propensión al puro<br />
usufructo del poder, aliado con la corrupción.<br />
Surgen, al mismo tiempo, adversarios<br />
nuevos como el populismo, que sustituyen<br />
la reflexión por la emoción efímera,<br />
como si la ducha escocesa o la vinculación<br />
por la personalidad carismática fueran la<br />
única solución frente al marasmo apático<br />
de la vida pública. Todavía es peor la alienación<br />
del ciudadano, esa sensación de<br />
10 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
grisura que le hace considerar que la política<br />
está lejana y es inalcanzable para cualquier<br />
protagonismo propio. La derecha,<br />
conservadora o ultraliberal, considera que<br />
estos problemas son irremediables o irrelevantes.<br />
El centro sabe que la democracia<br />
no se reduce a unas formas institucionales,<br />
sino que es sobre todo un impulso que periódicamente<br />
debe ser reinventado. La política<br />
de la nueva era democrática se dará<br />
cuenta de que es necesario gobernar y no<br />
mandar; de que el poder político es, por su<br />
misma esencia, limitado; de que cada día<br />
están más compartidas las soberanías; y de<br />
que es necesario dirigirse a todos en un<br />
momento en que las fidelidades de partido,<br />
clase o religión no mantienen siquiera<br />
una mínima estructura estable del voto.<br />
Un horizonte decisivo, en fin, con el<br />
que los españoles del fin de siglo se tropiezan<br />
a cada instante es la cuestión nacional.<br />
Dábamos por descontado el triunfo<br />
del cosmopolitismo y nos hemos encontrado<br />
con el retorno inesperado de la nación.<br />
En España una situación política especial<br />
y poco previsible ha convertido a<br />
los nacionalistas catalanes y vascos en factor<br />
decisivo para el mantenimiento de la<br />
estabilidad gubernamental, sea quien sea<br />
el partido en el poder. Esto les ha dado un<br />
poder considerable, pero también les ha<br />
convertido en diana inevitable de quien<br />
está en la oposición y en socio incómodo,<br />
por su carácter imprescindible y decisorio,<br />
de quien ejerce el poder. En el momento<br />
actual la insatisfacción se ha generalizado.<br />
Los partidos con implantación en toda<br />
España se sienten maniatados y los nacionalistas<br />
se preguntan si no se habrán equivocado<br />
desde los momentos iniciales de la<br />
transición al no haber pedido más, ya que<br />
nadie les agradece su contribución a la estabilidad.<br />
La insatisfacción reina entre los<br />
ciudadanos que no entienden más que limitadamente<br />
los “hechos diferenciales” y<br />
ven un horizonte de incomprensión generalizada,<br />
falta de límites en la reivindicación<br />
y de inseguridad en las competencias<br />
administrativas en el futuro.<br />
Una situación como ésa resulta óptima<br />
para que exista una peligrosísima espiral<br />
de demagogias. Se olvidan los aspectos<br />
más positivos de la transformación de la<br />
que ha sido capaz el pueblo español en un<br />
plazo corto de tiempo y se emplea la más<br />
gruesa artillería contra el adversario. España<br />
ha tenido el mérito de, en un plazo<br />
muy corto de tiempo, trasladar a municipios<br />
y autonomías un elevado número de<br />
competencias y recursos. El advenimiento<br />
de la democracia resultaba inconcebible<br />
sin un paralelo proceso de transformación<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
profunda de la organización territorial del<br />
Estado. En España se ha producido una<br />
excepcional redistribución del poder político<br />
en un plazo corto de tiempo y con<br />
ella hemos dado respuesta a los problemas<br />
de una sociedad muy plural. Partiendo de<br />
esa base se debieran redoblar los ejercicios<br />
de comprensión y evitar los de confrontación.<br />
Quien, como España, ha sido capaz<br />
de realizar ese prodigio de mesura –pero<br />
también de imaginación– que fue la transición<br />
puede ser capaz de lograrlo.<br />
A lo largo de las páginas precedentes<br />
creo que se ha demostrado que la derecha<br />
no es el centro y que una decisiva parte de<br />
los españoles pertenece a este último. El<br />
PP se vincula básicamente al mundo de<br />
una derecha clásica sobre la que se ha instalado<br />
un barniz ultraliberal que pretende<br />
modernidad y, en realidad, está bastante<br />
desfasado. No se ha definido ni articulado<br />
una posición alternativa de centro, más<br />
allá de comportamientos personales. Para<br />
ser de centro sería preciso que en el Gobierno<br />
Aznar estuviera mucho menos claramente<br />
escorado hacia una derecha clásica<br />
o ultraliberal y así no dependería, de<br />
forma tan exclusiva como hasta ahora<br />
mismo, del albur de la situación económica.<br />
En el centrismo muy a menudo no se<br />
nace pero con frecuencia se acaba llegando.<br />
Al margen de la utilización de eslóganes,<br />
al PP le queda mucho para arribar a<br />
ese destino, en el caso de que lo pretenda.<br />
El Centro habría que cultivarlo día a día<br />
más que enarbolarlo en las elecciones.<br />
En el examen de la posición del PP<br />
hemos tratado, sobre todo, de principios,<br />
no de estrategias, tácticas o cuestiones personales.<br />
La colosal paradoja de este partido<br />
es que, sobre un ultraliberalismo proclamado<br />
como doctrina única (nadie ha articulado<br />
nada semejante a una alternativa),<br />
se inscribe una actuación con ribetes de<br />
“ordeno y mando” y con un neto intervencionismo<br />
en lo que debiera ser campo de<br />
acción de la iniciativa privada que no sería<br />
hoy sustentada por los antiguos dirigentes<br />
de AP. En realidad, los talantes o las estrategias<br />
no serían otra cosa que una derivación<br />
obligada de esos principios, una vez<br />
señalado el rumbo en dirección al Centro.<br />
Si el PP perteneciera a él sabría que gobernar<br />
no es mandar; tampoco dar miedo.<br />
Ambas actitudes no demuestran autoridad<br />
sino insolvencia y complejo de inferioridad<br />
y, con el paso del tiempo, resultan,<br />
además, ridículas. Sería, además, consciente<br />
de que hay límites para el consenso pero<br />
también para la confrontación. Daría por<br />
supuesto que la sociedad civil no es el “inmediato<br />
tropel de los afines” (Ortega) y<br />
<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />
que, por tanto, a veces da disgustos pero es<br />
peor tratar de someterla con el peso del<br />
Estado. Tendría asumida la mala noticia<br />
de que los pobres existen, aunque a veces<br />
aparezcan en la prensa menos que los tipos<br />
de interés. No pensaría en que el Estado<br />
mínimo sea posible y no dejaría de pensar<br />
nunca en la óptima cantidad y calidad de<br />
Estado. La furia estaticida de los ultraliberales<br />
encierra promesas incumplibles y evita<br />
las molestias de hacer reformas complicadas.<br />
Sabría que resulta imposible que<br />
nos pongamos de acuerdo en sentimientos<br />
nacionales, pero también que es posible levantar<br />
acta de coincidencias y complementariedades<br />
compartidas. No pretendería<br />
una política exterior de centro pero<br />
pondría en práctica ideas de centro para<br />
una política exterior y no sometería ésta a<br />
una desaforada sobrecarga ideológica.<br />
Y, sobre todo, habría constatado desde<br />
hace tiempo que el Centro es inevitable.<br />
Puede estar en la izquierda de la derecha;<br />
pero, si no sucede así, se encontrará en la<br />
derecha de la izquierda. Esta regla resulta<br />
tan obvia que casi no necesita prueba: acabará<br />
demostrándose en las urnas. n<br />
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VIDAL QUADRAS, Aleix: Cuestión de fondo, Montesinos,<br />
Barcelona, 1993.<br />
––: Amarás a tu tribu, Planeta, Barcelona, 1998.<br />
––: ¿Qué era? ¿Qué es? La derecha, Destino, Barcelona,<br />
1997.<br />
Javier Tusell es catedrático de Historia. Autor de<br />
La revolución posdemocrática (Premio Internacional<br />
de Ensayo Jovellanos).<br />
11
EL SIGLO DEL CONSUMO<br />
El consumo del siglo<br />
En los últimos tiempos, la política, la<br />
sociedad, la cultura, la creación han<br />
emigrado de sus significados tradicionales.<br />
Sigue existiendo la política, la sociedad,<br />
la cultura, la creación, pero cada uno<br />
de ellos ha perdido su antiguo contenido y<br />
funcionan dentro de un nuevo juego, cuyos<br />
signos remiten hacia otros significados.<br />
La política ha pasado de ser el cumplimiento<br />
de un proyecto ideológico a ser un<br />
simple asunto de gestión; la sociedad de<br />
ciudadanos se ha convertido en una comunidad<br />
de clientes, clientes de la votación<br />
política o clientela del consumo general; la<br />
cultura ha perdido su propia categoría para<br />
flotar en la superficie de la información,<br />
y el creador ha pasado de ser un demiurgo<br />
para convertirse en productor.<br />
Sucede como con el progreso en general<br />
que los reúne a todos: el progreso continúa,<br />
pero hemos perdido la idea de lo<br />
que es el progreso. Ni hay proyecto a alcanzar;<br />
ni plan humano que reúna a la colectividad<br />
en un afán conjunto. Este mundo<br />
sin rumbo al que se refiere Ignacio Ramonet<br />
en un libro reciente (Un mundo sin<br />
rumbo, Edit. Debate. Madrid,1997) es la<br />
confirmación de una nueva escena donde<br />
el valor de la creación pierde relevancia sin<br />
la rentabilidad de la producción y en donde<br />
las influencias entre cultura crítica y sociedad<br />
discurren por unas tangentes de<br />
complicidad o de fricción inofensivas.<br />
Dentro de esta nueva aureola de indiferencia<br />
sustancial, la cultura, la sociedad,<br />
la política y la creación flotan como ingredientes<br />
de un caldo donde, perdido uno a<br />
uno los sabores fuertes, los ingredientes se<br />
permutan, se calientan, se enfrían o se confunden<br />
en la inconsistencia del valor. Todo<br />
es hoy política, como todo es economía,<br />
todo es estética o todo es sexualidad. La estética<br />
se hace economía en las ferias internacionales<br />
del libro, en las galerías, en los<br />
taquillajes, en las colas de los museos,<br />
mientras la política se estetitiza en el espec-<br />
VICENTE VERDÚ<br />
táculo de la política, el mundo de los shows<br />
televisivos, el diseño de las campañas, el<br />
atrezzo de los Gobiernos y la imagen que<br />
cultiva el portavoz gubernamental. Igualmente,<br />
finalizada la economía política, sólo<br />
existe la política económica afianzada en<br />
la pornografía de la cantidad. Todo ello sobre<br />
una plataforma de obscenidad, ausente<br />
de secretos, transparente, expuesta al público<br />
como corresponde a un punto de extenuación<br />
de lo obvio, donde ya no hay<br />
misterio ni subversión que ocultar.<br />
12 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
En las actuales democracias modernas,<br />
todo debe estar a la vista, ser entendido y<br />
conocido, traducido masivamente en un<br />
alarde por enseñar que la democracia es<br />
igual a la comunicación absoluta.<br />
La comunicación, la fluidez entre categorías,<br />
la circulación, es requerida para<br />
el buen funcionamiento de los mercados<br />
financieros, pero también para toda producción<br />
material o cultural dentro de las<br />
mismas normas de globalidad que imponen<br />
la industria y el comercio integrados.<br />
Las aperturas de mercados, el abatimiento<br />
de las trabas y barreras nacionales, la convertibilidad<br />
de todas las monedas, la conmutabilidad<br />
de todos los espacios, la accesibilidad<br />
a todos los productos, el desbaratamiento<br />
de la intimidad, desde las<br />
revelaciones forzadas sobre lo íntimo a los<br />
voluntarios reality shows, todo debe ponerse<br />
a la luz, ante las cámaras, apto para<br />
ser calificado y facturado sin que el secreto<br />
interrumpa el tráfico general.<br />
¿La creación? Hasta hace unos años,<br />
con las vanguardias, con las dictaduras, la<br />
creación se oponía a la convención establecida,<br />
la política sospechaba de ella y la<br />
economía, con frecuencia, la expulsaba de<br />
sus dominios. El cambio ha sido radical y<br />
sustantivo. El artista como fuerza de provocación<br />
ya no provoca a nadie; no importa<br />
a qué punto lleve el paroxismo de su<br />
provocación. Más aún: llegado a un punto,<br />
lo que antes era subversión se convierte<br />
en nuevo espectáculo y el artista, más que<br />
introducir nuevos conocimientos, se ve<br />
forzado a producir sucesos o simulacros de<br />
sucesos. En lugar de subversión, la tarea<br />
consiste en la perversión.<br />
No hay prácticamente actividad artística<br />
en nuestro entorno que pueda socavar<br />
el poder. Y no por efecto de que el poder<br />
sea hoy más fuerte o legítimo, sino por haberse<br />
convertido en difuso y casi impalpable.<br />
Lejos de hallarse representado en un<br />
centro duro y distinto, el poder se ha alla-<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
nado subrepticiamente y se camufla en un<br />
laberinto de redes. Somos víctimas de un<br />
poder, pero no sabemos desde dónde nos<br />
acosa ni exactamente con qué. Su fuerza<br />
se ha metamorfoseado en una epidemia<br />
interna; su violencia en virulencia general,<br />
en nubes de virus que se cuelan desde los<br />
rayos catódicos, los ramajes de la informática,<br />
la seducción de los objetos o la interconexión<br />
social.<br />
El creador no encuentra resistencia<br />
definida a la que oponerse, realidad a la<br />
que vencer con su aporte de nueva realidad<br />
porque todas las barreras de lo real y<br />
lo irreal se han reblandecido y se ofrecen<br />
con indiferencia a ser manoseadas, recreadas<br />
una vez que pueden traducirse en productos<br />
de facturación virtual. Antes hablábamos<br />
de industrias culturales manipuladoras<br />
de la conciencia. Ahora esa industria<br />
omnipresente, indiscriminada, difuminada<br />
en las emisoras públicas y privadas, dispersa<br />
en los medios de comunicación, extraviada<br />
en la trasestética o en la transexualidad,<br />
se encuentra en todas partes y en<br />
ninguna. El sistema de producción cultural<br />
ha dejado de tener cabeza y pies para<br />
convertirse en un magma total donde flotamos<br />
o braceamos inmersos dentro de la<br />
misma sopa. La obra literaria, la nueva película,<br />
la serie de telefilmes, la exposición<br />
de pintura, se alinean en el bazar del “entretenimiento”<br />
en cuyo ámbito el autor es<br />
un productor de distracciones y el receptor<br />
un consumidor que olvida ya el último<br />
bocado de lo recibido para seguir metabolizando<br />
el siguiente menú, sin que su estatura<br />
crezca.<br />
Al artista se le reconocía la facultad de<br />
crear. Al autor, según la etimología de<br />
auctor, se le reconocía la fama de aumentar<br />
lo conocido. Ahora la tarea autoimpuesta<br />
no es aumentar el conocimiento y<br />
mucho menos transformarlo críticamente<br />
en energía. Lo decisivo no es crear o potenciar<br />
sino producir, y el mito no está en<br />
el saber mismo, sino en saber comunicar.<br />
¿Comunicar qué? Emociones, antes que<br />
ideas; impactos, antes que reflexiones; evasiones<br />
antes que compromisos. La creación<br />
ha semiabandonado la concentración<br />
en sus estudios y talleres de sedición para<br />
proyectarse sobre las pantallas de la seducción.<br />
Ni el autor puede ser ya lo que era ni<br />
los artistas-creadores tampoco. El consumo<br />
es hoy el rey de “La Creación”. La facilidad<br />
de lo consumible dicta hoy el movimiento<br />
de los “astros”; resucita estrellas<br />
extintas si todavía de su destello puede obtenerse<br />
la energía del reciclaje; enaltece estrellas<br />
enanas o traza la línea de los neutrinos.<br />
No importa de qué arte se trate, no<br />
importa de qué pintura se hable; sobre la<br />
última pincelada, sobre la última edición,<br />
domina la definitiva sanción del mercadeo<br />
que también en el arte reproduce el carácter<br />
de una nueva divinidad.<br />
Basta fijarse en los fines que guían la<br />
política de los museos. Desde mediados<br />
de los años ochenta, el problema de los<br />
patronatos que gobiernan los grandes centros<br />
museísticos del mundo no se encuentra<br />
en encontrar un buen director artístico<br />
sino un buen gestor. Aquél que, avezado<br />
en las condiciones del mercado, elija y<br />
prepare las exposiciones de mayor rentabilidad,<br />
elija a los arquitectos que construyan<br />
edificios más espectaculares, creen, en<br />
definitiva, colas de visitantes no importa<br />
si, como en repetidos casos, las salas de exposición<br />
se encuentran vacías de obras o el<br />
paso por ellas no lleve a los visitantes a<br />
otra cosa que al espectáculo de los visitantes<br />
mismos.<br />
El Neus Museum de Berlín ha sido diseñado<br />
con una disposición que permite a<br />
los turistas desembarcar del autobús, hacerse<br />
fotos frente a la fachada, pasear por<br />
las galerías, visitar la tienda y regresar al<br />
autocar, todo en 45 minutos.<br />
Los museos, considerados instituciones<br />
reverenciales para democratizar el ac-<br />
13
EL SIGLO DEL CONSUMO<br />
ceso a la cultura, han sido absorbidos por<br />
las técnicas del espectáculo y la teoría del<br />
parque temático, desde el Guggenheim de<br />
Bilbao hasta el Museo del Holocausto, en<br />
Washington DC.<br />
Como sucede en la industria del libro<br />
y del disco, los ejecutivos se encuentran<br />
por todas partes y deciden casi sobre cualquier<br />
cosa. La media del presupuesto para<br />
una película en Hollywood ascendió a<br />
unos 5.000 millones de pesetas el pasado<br />
año. Y cuanto más dinero hay en juego<br />
más entran en juego los empresarios y menos<br />
los directores o los guionistas. Con un<br />
elemento añadido: los ejecutivos intervienen<br />
también como creadores. Una buena<br />
proporción de ellos han asistido últimamente<br />
a cursos sobre estructura narrativa,<br />
ritmos de acción y técnicas para captar la<br />
atención en escuelas apropiadas. A partir<br />
de las fórmulas aprendidas, plantean objeciones<br />
o introducen variaciones sobre los<br />
proyectos. Los directores, como los guionistas,<br />
se resisten, pero acaban plegándose<br />
ante la complejidad de la estructura y<br />
aceptando al fin las recompensas económicas<br />
del sistema.<br />
¿Conocer? Toda la actividad artística<br />
con vocación creadora ha pretendido a lo<br />
largo de la historia producir conocimiento,<br />
de un lado, y comunicación, de otro.<br />
Desde el músico al escritor, desde el pintor<br />
al arquitecto genuinos, han albergado<br />
la ambición de descubrir algo y ofrecer ese<br />
plus al mayor número de gentes con la<br />
precisión más alta. El obsequio con el que<br />
se disponían a enriquecer la vida era un<br />
lote de belleza. Pero no de un lote de belleza<br />
al estilo de las cremas maquilladoras,<br />
sino una entrega estética y moral que basculaba<br />
entre la serenidad y la angustia, el<br />
equilibrio y el desafío. La evocación de estos<br />
postulados –los postulados de conocer<br />
y transmitir ese nuevo conocimiento– sigue<br />
reinando en el alma del buen artista<br />
(el viejo artista adolescente), pero ya muchos<br />
otros, aleccionados en la proclama de<br />
la venta, centellean en la hoguera del fin<br />
de siglo posmoderna, policéntrica y legitimadora<br />
del “todo vale” en un universo<br />
donde unos valores no han sustituido precisamente<br />
otros nuevos, sino donde reina<br />
la dispersión y fragmentación del valor.<br />
El mismo sistema de producción y<br />
distribución del arte ha superado ya a la<br />
existencia del arte mismo, y tanto la creación<br />
como el nombre del autor están pasando<br />
a engrosar el sumario de marcas;<br />
como las marcas de coches, de vinos, de<br />
vestidos. De esta manera, cuando un pintor<br />
o un arquitecto o un escritor encuentra<br />
una fórmula que estalla en resultados<br />
mercantiles, la repetirá hasta el hastío para<br />
procurar no extraviarse del capital que le<br />
concede su conquistada imagen de marca.<br />
Un Richard Meir es igual en el Museo de<br />
Arte Contemporáneo de Barcelona que en<br />
el Centro Cultural Getty de Los Ángeles;<br />
un Calatrava es tan igual a sí mismo que<br />
hasta los pequeños municipios le encargarán<br />
un paso elevado de peatones de 30<br />
metros con la ilusión de decorarse con el<br />
prestigio de su lujo internacional.<br />
Hay excepciones, claro está; pero no<br />
muchas. Puesto que los tiempos, los estilos,<br />
los objetos, pueden ser intercambiables<br />
(desde el minimalismo de Dan Flavin<br />
y Morris hasta la arquitectura tecnológica<br />
de Rogers, desde la estética de Kinari de<br />
Tadao Ando hasta el brutalismo de Sáenz<br />
de Oíza, desde las esculturas de Miguel<br />
Ángel a las sillas de Mendini), todo el gusto<br />
ha ingresado en la esfera de una ingesta<br />
rápida a la que ni siquiera sofrenan los reciclajes<br />
o los remakes.<br />
Efectivamente, la velocidad del consumo,<br />
la condición de lo efímero, la facilidad<br />
de aparición y re-presentación, se suman<br />
a los caracteres del presente discontinuo<br />
que definen el último segmento de la<br />
centuria. No hay apenas nada, en la política,<br />
en la ciencia, en las catástrofes naturales<br />
o en las artes que no pase con el fulgor<br />
del espectáculo. Y apenas hay algo que pese<br />
o haga ganar peso capaz de desequilibrar.<br />
El aparato digestivo del sistema productivo<br />
sigue la recomendación dietética<br />
del consumo de diuréticos y fibras para<br />
una eliminación fácil. A medida que se estrecha<br />
el tracto de esta centuria actúa con<br />
más eficacia la dinámica del teorema de<br />
Bernouilli, que hace pasar los fluidos con<br />
redoblada rapidez.<br />
El cine, los libros, las exposiciones de<br />
Zurbarán, Velázquez, las exposiciones de<br />
Cartier, las cenas sociales en el Metropolitan<br />
Museum, con o sin Gianni Versacce<br />
en sus salas, las antigüedades, las ropas<br />
orientalistas de Terry Mugler, las carteras<br />
de Botega Venetta, el tratamiento facial de<br />
Elisabeth Arden, el Beaubourg, Virgin, los<br />
nuevos FNAC de 8.000 metros cuadrados,<br />
Frank Stella, las joyas de Creperio<br />
Due, los zapatos de Brooks Brothers, Van<br />
Gogh, los diseños electrónicos de Bob<br />
Brunner, las óperas de Peter Sellars, el paleto<br />
de jicama con mostaza de ruibarbo,<br />
las lámparas de Iguzzini, Michael Jackson,<br />
Calderón de la Barca, Don Quijote, Magic<br />
Johnson, las mafias rusas, China, todo<br />
está convertido en el mismo espectáculo<br />
del entertainment. En Estados Unidos se<br />
gasta ya más en entretenimiento que en<br />
gastos para enseñanza primaria y secunda-<br />
ria juntas, y esta viene a ser la deriva universal<br />
imparable. Jamás como en la década<br />
de los noventa los museos, las óperas, las<br />
salas de exposición o los ballets se encontraron<br />
más concurridos. Nunca se publicaron<br />
y vendieron tantos libros en España<br />
como ahora, no importa qué.<br />
Por tanto, ¿a cuento de qué pretender<br />
salvar la creación y la cultura de su vulgarización?<br />
O, simplemente, ¿hay algún modo<br />
de hacerlo? Nadie sabe, por otra parte,<br />
gran cosa en este ocaso secular porque todo<br />
fin de siglo conlleva un brinco en el<br />
vacío; un arco entre el apagón de las luces<br />
ya ilustradas y la ignorancia sobre la próxima<br />
iluminación. La pintura, la música,<br />
la domática, la arquitectura, el vestido<br />
baby-doll, el planeta Gaia… se conjugan<br />
en este tiempo del cine negro, las ropas<br />
negras, el dinero negro, el libro negro del<br />
comunismo, esperando que el tragaluz de<br />
los ceros del 2000 aporte alguna claridad.<br />
¿Bueno?, ¿malo?, ¿regular?; el arte de la última<br />
década se acumula como las sobras o<br />
las sombras, más o menos reprocesadas,<br />
en la muy accidentada digestión del siglo<br />
XX. Y la cultura, la creación, la clientela,<br />
la política, serán pronto en la historiografía<br />
el testimonio de las confusiones y los<br />
empachos del siglo del consumo, coincidiendo,<br />
justamente, con el consumo del<br />
siglo. Una vez que los ciudadanos se han<br />
convertido en clientes, la creación en producción,<br />
la cultura en información, la política<br />
en gestión y el porvenir en entelequia,<br />
la sociedad no sabe de sí misma sino<br />
a través de las noticias del mercado. Y en<br />
tanto la creación no recupere su identidad,<br />
la cultura su dignidad y la política su<br />
proyecto humano, nuestro mundo será<br />
una formación merecedora de alcanzar un<br />
perfecto punto muerto. Un perfecto punto<br />
muerto para, una vez allí, fermentando<br />
en su ofuscación, la energía recupere el<br />
sentido del valor y con ella la aventura de<br />
imaginar una circunstancia políticamente<br />
más viva y socialmente más culta y progresiva.<br />
n<br />
Vicente Verdú es periodista y escritor. Autor de<br />
El planeta americano y China Superstar.<br />
14 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA<br />
DEL MINISTERIO FISCAL<br />
1. La problemática estructura<br />
del Ministerio Fiscal<br />
Una de las materias que, desde tiempo<br />
atrás, ha ocupado un notable protagonismo<br />
en nuestra escena política es el relativo<br />
al Ministerio Fiscal: las actuaciones<br />
del Fiscal General del Estado y de los fiscales<br />
integrantes del Ministerio Público,<br />
el nombramiento de aquel y su responsabilidad<br />
política han sido, entre otros muchos<br />
extremos relacionados con la materia,<br />
objeto de la atención pública, incluso<br />
con relevantes resoluciones judiciales, como<br />
la del Tribunal Supremo en relación<br />
con los requisitos exigidos para acceder a<br />
la Fiscalía General del Estado. Y muy recientemente<br />
se ha planteado, también, el<br />
problema del ámbito de la libertad de expresión<br />
de los integrantes del Ministerio<br />
Público.<br />
Dentro de este marco, uno de los elementos<br />
más conflictivos es el relativo a la<br />
dependencia o independencia de los integrantes<br />
del Ministerio Fiscal, incluyendo<br />
al Fiscal General del Estado. Con frecuencia<br />
se postula la independencia del<br />
Ministerio Fiscal, si bien que generalmente<br />
en términos abstractos, ya que no se sabe<br />
bien si lo que se quiere es que el independiente<br />
sea el Fiscal General del Estado<br />
o la totalidad de los integrantes del Ministerio<br />
Fiscal. En todo caso, el debate al<br />
respecto es recurrente, intensificado por<br />
la creciente judicialización de la vida política,<br />
y está llamado a resurgir cada vez<br />
que en los tribunales penales se diriman<br />
litigios de repercusión política y en los<br />
que, por consiguiente, la actuación del<br />
Ministerio Fiscal sea susceptible de favorecer<br />
o perjudicar a los actores políticos.<br />
La eventualidad de consagrar la independencia<br />
del Ministerio Fiscal adquiere<br />
un relieve especial si se relaciona con una<br />
reforma imprescindible, y ésta de verdad<br />
urgente, de nuestro sistema procesal penal.<br />
En efecto, si los últimos años han<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />
puesto algo de relieve es que es imperioso<br />
eliminar los numerosos residuos del sistema<br />
inquisitivo que perduran en nuestro<br />
ordenamiento procesal penal y establecer<br />
plenamente un sistema acusatorio que<br />
otorgue al Ministerio Público la función<br />
de investigar los delitos y confine a cada<br />
cual en la función que constitucionalmente<br />
le corresponde: a los fiscales, en la<br />
de investigar los delitos y acusar; y a los<br />
jueces, en la de juzgar, protegiendo con<br />
su imparcial posición supra partes los derechos<br />
de todos los implicados. La existencia<br />
de jueces que investigan, rodeando<br />
la investigación de la sacralizada áurea de<br />
imparcialidad que corresponde a lo judicial<br />
y que tienen a los fiscales como cualificados<br />
asesores jurídicos, es uno de los<br />
fenómenos más claramente disfuncionales<br />
que perviven de nuestros antecedentes<br />
históricos extraconstitucionales. Pues<br />
bien, la perspectiva de que los fiscales<br />
asuman esas funciones investigadoras imprime<br />
una especial relevancia –la que se<br />
corresponde con las funciones que habrán<br />
de desempeñar– a su legitimación<br />
para ese cometido.<br />
2. El principio democrático<br />
y los poderes del Estado<br />
En los Estados democráticos, como España,<br />
tanto el origen como el funcionamiento<br />
de las instituciones públicas están<br />
presididos por el principio democrático.<br />
Ello supone, básicamente, dos cosas: la<br />
primera, que las decisiones son adoptadas<br />
por la mayoría existente en cada momento.<br />
Este componente se encuentra profundamente<br />
condicionado por las características<br />
del Estado de Derecho que, al<br />
objeto de proteger los derechos de la minoría,<br />
impone límites, constitucionalmente<br />
plasmados, a la libertad de actuación<br />
de la mayoría. La segunda consecuencia<br />
del principio democrático es que<br />
todos cuantos ejercen un poder público<br />
son designados por la elección popular,<br />
directa o indirecta; o dicho al directo<br />
modo americano, que todos cuantos ejercen<br />
funciones de gobierno son elegidos<br />
por el pueblo y son responsables por sus<br />
actuaciones.<br />
Tanto el poder legislativo como el<br />
poder ejecutivo cumplen, en los sistemas<br />
democráticos, esta segunda condición.<br />
En todos los sistemas democráticos los<br />
integrantes del poder legislativo son en<br />
su inmensa mayoría directamente elegidos<br />
por el electorado y los demás lo son<br />
indirectamente. Con excepciones que, de<br />
tan escasas, son irrelevantes –como, por<br />
ejemplo, los senadores vitalicios en Italia–<br />
todos los componentes del poder legislativo<br />
ostentan legitimación democrática<br />
directa o indirecta. Igual sucede con<br />
el poder ejecutivo: bien directamente, como<br />
sucede en los sistemas presidencialistas<br />
(o en casos tan peculiares como el de<br />
Israel), bien indirectamente, como acontece<br />
en los sistemas parlamentarios como<br />
el nuestro, los miembros del Gobierno<br />
gozan de legitimación democrática, esto<br />
es, ejercen sus funciones en virtud de la<br />
decisión popular, y su legitimación se<br />
transmite a la Administración a la que dirigen.<br />
3. El principio democrático<br />
y el tercer poder<br />
Muy distinta es, sin embargo, la situación<br />
en lo que se refiere al tercer poder, el<br />
Poder Judicial: son escasos los supuestos<br />
en los que los integrantes del Poder Judicial<br />
ostentan una legitimación democrática<br />
directa, resultante de la elección popular;<br />
y, lo que quizá sea aún más destacable,<br />
esos supuestos de elección popular<br />
directa se circunscriben, como suele suceder<br />
en Estados Unidos, a las funciones<br />
judiciales menos relevantes. En América<br />
son numerosos, sin embargo, los sistemas<br />
donde los jueces gozan de una legitima-<br />
15
LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA DEL MINISTERIO FISCAL<br />
ción democrática indirecta. En unos casos<br />
esta legitimación indirecta proviene<br />
de la designación por un poder ejecutivo<br />
que ostenta, a su vez, legitimación democrática<br />
directa, con intervención del legislativo:<br />
así sucede en Estados Unidos,<br />
donde los integrantes del Tribunal Supremo<br />
y los jueces federales (los más relevantes<br />
en la estructura judicial norteamericana)<br />
son designados por el presidente<br />
y aprobados por el Senado 1 . Este mecanismo<br />
de nombramiento de los jueces en<br />
un país inequívocamente democrático es,<br />
por cierto, sistemáticamente omitido por<br />
todos cuantos cuestionan la independencia<br />
del Poder Judicial español a causa de<br />
la elección parlamentaria del Consejo<br />
General del Poder Judicial (CGPJ), un<br />
órgano que, sin embargo, no integra el<br />
Poder Judicial, aunque lo gobierne o deba<br />
hacerlo. En Iberoamérica, por su parte,<br />
es habitual que los integrantes del Tribunal<br />
Supremo y no pocos jueces con<br />
funciones de importancia sean designados<br />
por el Parlamento, el cual puede, con<br />
frecuencia, destituirlos o no renovar su<br />
mandato 2 . Y en la cuna del parlamentarismo,<br />
el Reino Unido, el lord Chancellor,<br />
que es nombrado por el primer ministro<br />
y “que es miembro del Gabinete, es la cabeza<br />
del Poder Judicial, y preside la Cámara<br />
de los Lores, que es el tribunal final<br />
de apelación en el Reino Unido… y preside<br />
la Cámara de los Lores en su función<br />
legislativa” 3 , dando lugar a un supuesto<br />
de ejercicio de los poderes legislativo, ejecutivo<br />
y judicial por una misma persona;<br />
además, la mayor parte de los jueces son<br />
nombrados por el primer ministro a propuesta<br />
del lord Chancellor.<br />
Estas formas de designación de los<br />
integrantes del Poder Judicial no encuentran<br />
fácil acomodo, sin embargo, en la<br />
cultura continental europea, tributaria en<br />
lo jurídico del sistema romano-germánico<br />
y en lo administrativo del sistema funcionarial.<br />
La concepción del juez en la<br />
1 Puede encontrarse un buen estudio del sistema<br />
judicial norteamericano en Henry Hart, The<br />
Federal Courts and the Federal System, Nueva York,<br />
1988. 2 Cfr., en relación con los diferentes sistemas,<br />
Héctor Fix-Zamudio, ‘Órganos de dirección y administración<br />
del Poder Judicial’, en Justicia y desarrollo<br />
en América Latina y el Caribe, Washington,<br />
1993. 3 E. C. S., Wade y G. Godfrey Phillips, Constitucional<br />
and Administrative Law, págs. 50 y 51,<br />
1977. Para un estudio más detallado del régimen<br />
del Poder Judicial y del Ministerio Fiscal en el Reino<br />
Unido; J. Ll. J. Edwards, The Law Officers of<br />
the Crown, Londres, 1964, y R. M. Jackson, The<br />
Machinery of Justice in England, Londres, 1972.<br />
Europa continental es, por eso, la de un<br />
funcionario, seleccionado a través de métodos<br />
objetivos –la oposición– en razón<br />
de los principios de mérito y capacidad y<br />
que, una vez que supera el proceso selectivo,<br />
adquiere un derecho vitalicio al<br />
ejercicio de la función, integrándose en<br />
lo que se denomina “la carrera judicial”,<br />
en una curiosa –y con frecuencia problemática–<br />
simbiosis entre lo que es un poder<br />
del Estado, lo que se configura como<br />
un cuerpo funcionarial y lo que personalmente<br />
se concibe como una carrera profesional,<br />
fundiéndose, así, el ejercicio de<br />
un poder estatal, lo funcionarial y lo corporativo<br />
4 .<br />
En apoyo de este sistema es preciso<br />
reconocer que el procedimiento de designación<br />
por un poder democráticamente<br />
legitimado tiene la ventaja de que otorga<br />
al juez legitimación democrática. Pero si<br />
la designación, como sucede en Estados<br />
Unidos, es vitalicia, el propio carácter vitalicio<br />
del ejercicio de la función capitidisminuye<br />
progresivamente la legitimación,<br />
conduciendo, incluso, a la deslegitimación:<br />
así sucedió en los propios<br />
Estados Unidos, por ejemplo, en la época<br />
conocida como la del “gobierno de los<br />
jueces”, en la que un Tribunal Supremo<br />
designado durante una presidencia republicana<br />
bloqueó largamente la ejecución<br />
del programa intervencionista conocido<br />
como New Deal e inspirado por el presidente<br />
demócrata Franklin Roosevelt. Pero<br />
si la designación es temporal o está sujeta<br />
a remoción o renovación, como es<br />
sólito en Iberoamérica, ello redunda en<br />
perjuicio de la independencia judicial,<br />
pues parece razonable pensar (y con ello<br />
padecerá en todo caso la independencia<br />
objetiva o apariencia de imparcialidad)<br />
que el juez puede humanamente sentirse<br />
tentado a actuar de forma satisfactoria o<br />
complaciente para con la mayoría de la<br />
Cámara de la que depende su pervivencia<br />
en el cargo.<br />
4. La sujeción a la ley como fuente<br />
de la legitimación democrática del juez<br />
en el sistema europeo continental<br />
Sea como fuere, es lo cierto que en los<br />
sistemas continentales europeos los jue-<br />
4 Para un estudio más detallado de esta materia<br />
puede verse Valeriano Hernández Martín, Independencia<br />
del juez y desorganización judicial, Madrid<br />
1991, y Manuel Martínez Sospedra, ‘El juezfuncionario<br />
y sus presupuestos: el nacimiento del<br />
juez ordinario reclutado por oposición (el art. 94<br />
de la Constitución de 1896 y el sistema de la LOPJ<br />
de 1870)’, Revista de la Cortes Generales, núm. 39,<br />
1996.<br />
ces carecen de una legitimación vinculada<br />
a la fuente de su nombramiento, ya<br />
que la superación de una oposición acredita<br />
méritos o conocimientos pero no<br />
imprime legitimidad alguna. Pero claro<br />
es que quienes ejercen un poder estatal<br />
han de gozar de legitimación democrática,<br />
con mayor razón si se ejerce lo que<br />
Montesquieu denominó acertadamente<br />
un “poder terrible”, que permite disponer,<br />
entre otros bienes de importancia, de<br />
la libertad y la propiedad de los ciudadanos.<br />
Esa legitimación se encuentra, en los<br />
sistemas como el nuestro, en la sujeción a<br />
la ley: el juez se limita a aplicar la ley, y<br />
ésta es elaborada en el Parlamento y es la<br />
expresión de la voluntad popular 5 .<br />
La exclusiva sumisión al imperio de<br />
la ley es, desde luego, una garantía de la<br />
independencia judicial; pero es también,<br />
no cabe omitirlo, un recordatorio de que<br />
la independencia del juez se traduce en<br />
inmunidad frente a cualesquiera órdenes,<br />
instrucciones o presiones, pero no en una<br />
libérrima voluntad personal para juzgar<br />
según su propia conciencia: la sumisión a<br />
la ley, al tiempo que excluye toda posible<br />
injerencia, incluye la obligación del juzgador<br />
de sujetarse, en el razonamiento<br />
jurídico que le lleva a resolver un conflicto,<br />
a un sistema de fuentes en el que ocupa<br />
un lugar preferente la norma escrita<br />
emanada de quien tenga competencia para<br />
ello y, muy singularmente, la norma<br />
emanada del legislador 6 . El juez sólo está<br />
sometido a la ley pero, precisamente por<br />
ello, está sometido a la propia ley. La exclusiva<br />
sumisión a la ley tiene, pues, un<br />
contenido liberador de cualquier posible<br />
influencia, pero incorpora también un<br />
contenido de sujeción al sistema de fuentes<br />
y al patrón normativo como instrumento<br />
fundamental de la resolución de<br />
los conflictos. Preserva al juez de las influencias<br />
exteriores, pero le recuerda,<br />
también, que es un aplicador de la ley, y<br />
no un libre creador del derecho.<br />
La sumisión a la ley es, pues, la fuente<br />
de legitimidad del juzgador en el ejercicio<br />
de la función jurisdiccional. Teniendo<br />
en cuenta que su designación no<br />
tiene lugar por elección popular, y dada<br />
su integración en un cuerpo de carrera, la<br />
5 El estudio imprescindible al respecto es, en<br />
España, el de Ignacio de Otto, Estudios sobre el Poder<br />
Judicial, Madrid, 1989.<br />
6 Sobre los problemas planteados por el conflicto<br />
entre la independencia judicial y la legitimación<br />
democrática es ya clásica la obra de Dieter Simon,<br />
La independencia del juez, Ariel, Barcelona,<br />
1985.<br />
16 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
única legitimación democrática del juzgador<br />
es, precisamente, constreñirse a la<br />
aplicación de la ley que expresa la voluntad<br />
general: sólo esta aplicación de la<br />
norma democráticamente legitimada legitima<br />
a su vez a quien, sin haber sido<br />
elegido ni directa ni indirectamente, administra<br />
la Justicia que “emana del pueblo”<br />
(art. 117.1 CE). Se trata, por tanto,<br />
de una legitimidad no de origen sino de<br />
ejercicio. La sentencia judicial no expresa<br />
–no debe hacerlo– la opinión personal<br />
del juez, sino que se limita a dar efectividad<br />
a la voluntad popular plasmada en la<br />
ley, libremente elaborada por los representantes<br />
del pueblo. Cuando un juez actúa<br />
de conformidad con la ley, es la propia<br />
ley la que otorga legitimidad a sus decisiones;<br />
por tanto, si el juez actúa de<br />
espaldas a la ley, o contra ella, pierde su<br />
legitimidad, porque ésta no es personal<br />
sino que se basa en la ley, y sólo en ella.<br />
Es preciso, por ello, precaverse frente a<br />
las teorías que propugnan usos alternativos<br />
del derecho o arbitrismos judiciales,<br />
porque lo que con frecuencia se esconde<br />
detrás de ello es la pretensión de suplantar<br />
la voluntad popular plasmada en la<br />
ley aprobada por el Parlamento, por la<br />
voluntad personal del juez: sin duda muy<br />
respetable en cuanto tal, y tal vez acertada<br />
en algún supuesto, pero carente de toda<br />
representatividad que no sea la del<br />
propio juez y, por consiguiente, de legitimidad<br />
democrática.<br />
Es verdad que la actuación jurisdiccional<br />
ofrece, forzosamente, un amplio<br />
campo para la interpretación y, por tanto,<br />
para la creación judicial del Derecho.<br />
Ello obliga, sin duda, a encontrar fuentes<br />
de legitimación complementarias para el<br />
ejercicio de la función jurisdiccional. Entre<br />
ellas pueden encontrarse, como ha señalado<br />
López Guerra, los Consejos Superiores<br />
de la Magistratura 7 . Éste es, sin<br />
duda, el caso español: la elección parlamentaria<br />
del CGPJ le confiere legitimación<br />
democrática, y es el CGPJ quien designa<br />
a los integrantes del Tribunal Supremo;<br />
al ser el Tribunal Supremo el<br />
órgano judicial productor de la jurisprudencia,<br />
la elección parlamentaria del<br />
CGPJ justifica, desde la perspectiva del<br />
principio democrático, la sujeción a la<br />
jurisprudencia elaborada por magistrados<br />
que han sido designados por quienes ostentan<br />
legitimación democrática, lo que<br />
7 Ver al respecto, su excelente trabajo ‘La legitimidad<br />
democrática del juez’ en Cuadernos de Derecho<br />
público, 1, 1997.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
constituye un argumento de la mayor<br />
magnitud para justificar el sistema de<br />
elección parlamentaria del CGPJ.<br />
5. La legitimación del Ministerio Fiscal<br />
La situación se complica todavía más si<br />
nos planteamos el problema de la legitimación<br />
del Ministerio Fiscal. La complicación<br />
deriva de que los trazos con que la<br />
Constitución dibuja al Ministerio Fiscal<br />
son muchos menos definidos que los utilizados<br />
para con el Poder Judicial. Algunas<br />
cosas, sin embargo, si están claras.<br />
Entre ellas, que el Ministerio Fiscal no<br />
forma parte del Poder Judicial, ya que la<br />
JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />
Constitución reserva (art. 117.1) a jueces<br />
y magistrados la función de administrar<br />
Justicia, y a los juzgados y tribunales (art.<br />
117.3) el ejercicio de la potestad jurisdiccional,<br />
todo ello con absoluta exclusividad.<br />
Además, la no integración del Ministerio<br />
Fiscal en el Poder Judicial se infiere<br />
sobre todo, de las funciones que<br />
constitucionalmente tiene atribuidas. En<br />
efecto, es misión del Ministerio Fiscal<br />
(art. 124.1 de la CE) “promover la acción<br />
de la Justicia en defensa de la legalidad,<br />
de los derechos de los ciudadanos y del<br />
interés público tutelado por la ley”; y<br />
“promover la acción de la Justicia” no<br />
17
LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA DEL MINISTERIO FISCAL<br />
puede ser otra cosa que promover la acción<br />
de juzgados y tribunales: promover,<br />
por tanto, la acción de alguien ajeno al<br />
Ministerio Fiscal. Así pues, por más que<br />
el art. 2.1 del Estatuto Orgánico del Ministerio<br />
Fiscal señale que éste se encuentra<br />
“integrado con autonomía funcional<br />
en el Poder Judicial”, no cabe sostener<br />
que tal integración exista en términos<br />
constitucionales.<br />
Ahora bien, aun cuando el Ministerio<br />
Fiscal no se integre en el Poder Judicial<br />
no cabe duda de que ejerce, igualmente,<br />
un “poder terrible”: ni más ni<br />
menos que el de acusar o dejar de hacerlo,<br />
instar la condena o la absolución, solicitar<br />
unas penas u otras. Como cualquier<br />
órgano del Estado, el Ministerio<br />
Fiscal requiere en un sistema democrático,<br />
para ejercer una función estatal, una<br />
legitimación democrática; pero esa legitimación<br />
es especialmente exigible cuando<br />
se ejerce una función de tan señalada importancia<br />
como la asumida por el Ministerio<br />
Fiscal. En una sociedad mediática<br />
como la nuestra, basta una acusación del<br />
Ministerio Fiscal adecuadamente difundida<br />
para, en el mejor de los casos, lesionar<br />
grave y quizá irremediablemente reputaciones,<br />
relaciones familiares, afectivas<br />
y de amistad y carreras profesionales<br />
o trayectorias empresariales. Pero con la<br />
legitimidad del Ministerio Fiscal sucede<br />
algo muy parecido a lo que acontece con<br />
el Poder Judicial. En algunos países, los<br />
integrantes del Ministerio Fiscal gozan<br />
de legitimidad democrática directa. Así<br />
sucede en Estados Unidos, donde lo que<br />
aquí llamaríamos los Fiscales Jefes son<br />
elegidos directamente por el electorado.<br />
Naturalmente, esta elección popular tiene<br />
numerosas y muy relevantes consecuencias:<br />
para empezar, el fiscal es libre<br />
para seguir la política criminal que le parece<br />
más conveniente; pero, correlativamente,<br />
es políticamente responsable de<br />
los resultados de esa política ante el electorado.<br />
De hecho, es sabido por todos en<br />
Estados Unidos que el ejercicio del cargo<br />
de fiscal es el comienzo clásico de una<br />
carrera política.<br />
Una experiencia personal permitirá<br />
ilustrar estas afirmaciones. Durante una<br />
reunión de trabajo, el Fiscal del Distrito<br />
de Nueva Orleans (como se sabe, una de<br />
las ciudades con más alto índice de delincuencia<br />
del mundo) explicó cómo su<br />
antecesor (Jim Garrison, el fiscal popularizado<br />
por la película JFK) prefería ganar<br />
todos los juicios instados aunque fuese al<br />
precio de formular menos acusaciones,<br />
limitándose a las de éxito garantizado y<br />
pactando la pena con el imputado en los<br />
demás casos; él, sin embargo, era partidario<br />
de acusar en todos los casos, con<br />
independencia de las posibilidades de<br />
que la acusación prosperase. Los efectos<br />
de ambas políticas eran radicalmente distintos,<br />
ya que Garrison obtenía un porcentaje<br />
altísimo de condenas en relación<br />
con las acusaciones formuladas pero un<br />
número absoluto de condenas reducido;<br />
su sucesor, por el contrario, obtenía un<br />
porcentaje de acusaciones/condenas notablemente<br />
más bajo (o, si se quiere, su<br />
porcentaje de fracaso era mucho más alto)<br />
pero, sin embargo, conseguía un número<br />
absoluto de condenas mucho más<br />
elevado.<br />
La elección popular aporta al Ministerio<br />
Fiscal, esto es obvio, una muy fuerte<br />
legitimación democrática, de la que se sigue<br />
una muy considerable autonomía en<br />
la elaboración de las políticas del Ministerio<br />
Fiscal autonomía a la que se anuda<br />
una inmediata responsabilidad política,<br />
ya que cada Fiscal de Distrito, y sólo él,<br />
es responsable ante el electorado (que<br />
puede reelegirlo o sustituirlo por otro)<br />
del resultado de las políticas que decida<br />
emprender. En estos términos, el concepto<br />
de independencia cobra pleno sentido,<br />
ya que quien goza de legitimación democrática<br />
directa se debe sólo, en consecuencia,<br />
a quien le ha otorgado su legitimación,<br />
es decir, al electorado, ante<br />
quien es –y sólo ante él– políticamente<br />
responsable; y puesto que ha sido elegido<br />
y es políticamente responsable goza, también,<br />
de libertad de actuación, ya que estos<br />
tres conceptos (legitimación democrática,<br />
libertad de actuación y responsabilidad<br />
política) caminan indisolublemente<br />
unidos, siendo cada uno de ellos, simultáneamente,<br />
premisa y requisito de los<br />
otros: sólo la legitimación democrática<br />
otorga libertad de actuación (o, si así se<br />
prefiere, independencia), sólo se es libre<br />
para actuar cuando se está legitimado y, si<br />
se es libre para actuar, se asume una responsabilidad<br />
política que presupone libertad<br />
de actuación y legitimación para<br />
actuar.<br />
La situación es en España, sin embargo,<br />
cabalmente la contraria. Como sucede<br />
con los jueces, los fiscales españoles son<br />
seleccionados, en virtud de los principios<br />
de mérito y capacidad, tras la superación<br />
de unas pruebas objetivas, la conocida<br />
oposición; incidentalmente, cabe señalar<br />
que para el acceso al Ministerio Fiscal ni<br />
siquiera están previstos los mecanismos<br />
para ingreso de profesionales de reconocido<br />
prestigio, conocidos como “tercer”,<br />
“cuarto” y “quinto” turnos, que existen<br />
para el acceso a la carrera judicial. La superación<br />
de la oposición implica, pues, el<br />
acceso a un cuerpo administrativo y la integración<br />
en una carrera profesional, lo<br />
que, también incidentalmente, da lugar a<br />
que las reacciones corporativas confundan<br />
frecuentemente a la “carrera” fiscal, una<br />
carrera profesional integrada por quienes<br />
a ella pertenecen, con el Ministerio Público,<br />
un órgano del Estado que sirve los intereses<br />
públicos, siendo así que los intereses<br />
de ambos no son coincidentes y con<br />
frecuencia son contradictorios. Pero, en<br />
todo caso, lo que es evidente a los efectos<br />
que aquí nos ocupan es que la superación<br />
de las oposiciones no confiere legitimación<br />
democrática alguna.<br />
Así pues, al igual que sucede con los<br />
jueces, la integración en la carrera fiscal y<br />
la adscripción al Ministerio Fiscal no imprime<br />
a los fiscales legitimación democrática<br />
alguna. Nos encontramos, así, con<br />
que funcionarios que desempeñan muy<br />
relevantes funciones públicas, que afectan<br />
a la sociedad en general y a los ciudadanos<br />
en particular (como acusar o dejar<br />
de hacerlo, imputar un delito u otro, solicitar<br />
una pena u otra, o la absolución,<br />
ordenar detenciones, instar registros, etcétera),<br />
carecen de legitimación democrática<br />
pare ejercer tales funciones. Y la situación<br />
de los fiscales es, a estos efectos,<br />
aún más deficitaria que la de los jueces.<br />
En efecto, ya vimos que la legitimación<br />
de los jueces viene dada por su sujeción a<br />
la ley, por la constricción de su función a<br />
la estricta aplicación de la ley que expresa<br />
la voluntad popular; y que la legitimidad<br />
precisa para cubrir los supuestos de creación<br />
judicial del Derecho viene otorgada<br />
por la elección parlamentaria del CGPJ<br />
que, a su vez, designa a los magistrados<br />
del Tribunal Supremo, al que corresponde<br />
la elaboración de la jurisprudencia.<br />
Pero eso no sucede con el Ministerio Fiscal,<br />
ni puede suceder. No puede suceder<br />
porque el Ministerio Fiscal no aplica la<br />
ley sino que insta su aplicación. Por consiguiente,<br />
no está, ni puede estar, sujeto a<br />
la ley. Funcionalmente, al menos desde la<br />
perspectiva teórica, el juez está sujeto a la<br />
ley que le confiere legitimidad, pero el<br />
Ministerio Fiscal no lo está, esto es, no lo<br />
está en mayor medida que cualquier otro<br />
funcionario público: obviamente, no<br />
puede transgredir la ley, pero puesto que<br />
no la aplica, la ley sólo condiciona el<br />
ejercicio de su función, pero no rige la<br />
función, no sujeta al Ministerio Fiscal en<br />
el ejercicio de su función; la ley constituye<br />
para el Ministerio Fiscal el marco del<br />
18 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
ejercicio de sus funciones. El fiscal goza,<br />
por consiguiente, de un margen de libertad<br />
en el ejercicio de su función, siempre<br />
que actúe en el marco de la ley: su límite<br />
es la ilegalidad (y no, como en el caso de<br />
los jueces, el contenido material de la ley<br />
que éstos aplican) y dentro de la legalidad<br />
dispone (nótese que esto sucede también<br />
con la Administración) de un amplio<br />
margen de discrecionalidad.<br />
6. El Fiscal General del Estado<br />
como fuente de la legitimación<br />
del Ministerio Fiscal<br />
Es ocioso señalar que –como también sucede<br />
en la Administración– es inadmisible,<br />
desde la perspectiva del principio democrático,<br />
que quien goza de un amplio<br />
margen de libertad en su actuación,<br />
quien no tiene más límite que la legalidad,<br />
carezca de legitimación democrática<br />
alguna. Desde luego, repugnaría a la conciencia<br />
democrática que quienes ejercen<br />
funciones tan relevantes como las señaladas<br />
lo hiciesen sin más legitimación democrática<br />
que la superación de una oposición,<br />
por dura o rigurosa que ésta sea;<br />
de igual suerte que resultaría inadmisible<br />
que fuesen los funcionarios administrativos<br />
quienes adoptasen las decisiones relevantes.<br />
En el caso de la Administración el<br />
problema queda resuelto muy fácilmente:<br />
la legitimación de los funcionarios viene<br />
dada porque la dirección de la Administración<br />
corresponde al Gobierno, a su vez<br />
legitimado por la investidura parlamentaria,<br />
y por la consagración del principio<br />
de jerarquía, de manera que los funcionarios<br />
adquieren legitimación en razón de<br />
su sujeción a las directrices emanadas del<br />
Gobierno.<br />
Naturalmente, alguna legitimación<br />
habrá que buscar, también, para el ejercicio<br />
de las funciones que corresponden al<br />
Ministerio Fiscal. Y, en paralelo con lo<br />
que sucede en la Administración, la legitimación<br />
de los fiscales proviene del Fiscal<br />
General del Estado, el cual, según la<br />
Constitución (art. 124. 4), es designado<br />
por el Gobierno oído el CGPJ. Esta designación<br />
de la cabeza del Ministerio Fiscal<br />
por el Gobierno, a su vez legitimado<br />
por la investidura parlamentaria, es la<br />
fuente de legitimación de las actuaciones<br />
de los integrantes del Ministerio Público.<br />
Pero, obviamente, el nombramiento gubernativo<br />
del Fiscal General del Estado<br />
no imprimiría, por sí solo, legitimación a<br />
los demás integrantes del Ministerio Fiscal<br />
si no existiera un mecanismo de<br />
transmisión de esa legitimación; de igual<br />
forma que la investidura parlamentaria<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
del Gobierno sería en sí misma insuficiente<br />
para legitimar la actuación de la<br />
Administración si no se viese complementada<br />
por otros medios. Pues bien, el<br />
mecanismo transmisor de la legitimación<br />
que en origen ostenta el Fiscal General<br />
del Estado es el principio de jerarquía,<br />
conforme al cual, según el art. 124.2 de<br />
la Constitución, ejerce sus funciones el<br />
Ministerio Fiscal: es la sujeción a las instrucciones<br />
de quien ostenta legitimación<br />
democrática (de igual suerte que en el caso<br />
de los jueces es la sujeción a la ley) la<br />
que confiere legitimación para el ejercicio<br />
de sus funciones al Ministerio Fiscal.<br />
La consagración constitucional del<br />
principio de jerarquía no es sólo, pues,<br />
una opción funcional: es también, y sobre<br />
todo, el instrumento constitucional<br />
de transmisión de legitimación democrática,<br />
utilizando como intermediario al<br />
Fiscal General del Estado, para el ejercicio<br />
de las muy relevantes funciones que<br />
al Ministerio Fiscal toca, constitucionalmente,<br />
desempeñar; es, en definitiva, la<br />
fórmula constitucional para subsanar el<br />
déficit de legitimidad democrática del<br />
que adolecerían, de no existir esta fórmula,<br />
los integrantes del Ministerio Fiscal.<br />
De igual forma que los jueces están sujetos<br />
a la ley, y esa sujeción es la fuente de<br />
legitimación democrática, los fiscales están<br />
sujetos al principio de jerarquía; vale<br />
decir, a las órdenes e instrucciones emanadas<br />
de sus superiores, cuya cabeza es el<br />
Fiscal General del Estado, único integrante<br />
del Ministerio Fiscal con legitimación<br />
democrática propia, y único, por<br />
eso, que puede transmitirla a quienes le<br />
están jerárquicamente subordinados. Si<br />
se observa bien, el mecanismo de legitimación<br />
democrática es muy similar en<br />
todos los casos y, lógicamente, en todos<br />
ellos apunta al Parlamento, representante<br />
del pueblo que es titular de la soberanía y<br />
único órgano directamente legitimado:<br />
en el caso del Poder Judicial, la legitimación<br />
se confiere a través de la sujeción a<br />
la ley, el producto parlamentario por excelencia;<br />
en el caso de la Administración,<br />
mediante la sujeción jerárquica al Gobierno<br />
parlamentariamente investido; y<br />
en lo que respecta al Ministerio Fiscal,<br />
consagrando la subordinación jerárquica<br />
a quien es designado por el Gobierno<br />
parlamentariamente investido.<br />
7. Legitimación democrática,<br />
principio de jerarquía e independencia<br />
de los fiscales<br />
Con estas bases, es evidente que la pretendida<br />
independencia de los integrantes<br />
JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />
del Ministerio Fiscal en el ejercicio de sus<br />
funciones es inadmisible desde la perspectiva<br />
del principio democrático, a menos<br />
que se modifique el sistema de selección<br />
y se opte por otro, como la elección<br />
popular o parlamentaria, que otorgue legitimación<br />
democrática a quienes ejercen<br />
funciones públicas. En efecto, la independencia<br />
para el ejercicio de funciones<br />
públicas como las ejercidas por el Ministerio<br />
Fiscal exige, para no quebrar el principio<br />
democrático, una legitimación democrática<br />
de quien así actúa; y ni la forma<br />
de selección de los integrantes del<br />
Ministerio Fiscal ni la inexistente sujeción<br />
a la ley aportan esa legitimación. Sería,<br />
por consiguiente, incomprensible que<br />
los integrantes del Ministerio Fiscal pudiesen,<br />
con la sola legitimación meritocrática,<br />
pero en absoluto democrática,<br />
que otorga la superación de las oposiciones,<br />
actuar con absoluta independencia,<br />
decidir a quien acusan y a quien no y determinar<br />
de qué se acusa: que actuasen,<br />
en suma, no ya como los jueces, únicos a<br />
quien la Constitución otorga independencia,<br />
sino más libérrimamente que<br />
ellos, pues ya se vio que la independencia<br />
del juez lo es en el marco de la sujeción a<br />
la ley, de la que mana su legitimación para<br />
el ejercicio de las funciones públicas.<br />
La tantas veces reclamada independencia<br />
del Ministerio Fiscal quebraría,<br />
por ello, la cadena de legitimación democrática<br />
que nace en el nombramiento gubernamental<br />
del Fiscal General del Estado<br />
y se complementa con la sujeción jerárquica<br />
de todos los fiscales al Fiscal<br />
General. Incidentalmente, es preciso señalar<br />
que la legitimación democrática de<br />
éste proviene de su designación por el<br />
Gobierno, por lo que es simplemente disparatado<br />
sostener que el Fiscal General<br />
debe ser el máximo representante del Ministerio<br />
Fiscal frente al Gobierno, como<br />
también lo es afirmar que el Fiscal General<br />
se debe a “la carrera” 8 . Por eso, porque<br />
de ahí nace la legitimación democrática<br />
para el ejercicio de funciones públicas, y<br />
no sólo por obvias razones funcionales, la<br />
Constitución, dentro de la parquedad,<br />
configurará al Ministerio Fiscal, no obstante<br />
el amplio margen de actuación que<br />
se confiere al legislador, con algunos rasgos<br />
inequívocamente nítidos. En primer<br />
lugar, una cosa está clara: el Ministerio<br />
Fiscal se rige por los principios de unidad<br />
8 Declaraciones del portavoz de la Unión Progresiva<br />
de Fiscales, Carlos Castresana, citadas en El<br />
País, pág. 15, de 23 de enero de 1998.<br />
19
LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA DEL MINISTERIO FISCAL<br />
de actuación y de dependencia jerárquica,<br />
ambos frontalmente contrarios a cualquier<br />
atisbo de independencia.<br />
El punto de imputación inmediato<br />
del principio de dependencia jerárquica<br />
es, precisamente, el Fiscal General del Estado<br />
y, con sujeción a él, los demás Fiscales<br />
Jefes. El hecho de que el Fiscal General<br />
del Estado sea nombrado y removido<br />
a propuesta del Gobierno (art. 124.4 de<br />
la CE) sitúa a éste como punto de imputación<br />
mediato de dicha dependencia jerárquica.<br />
Ello se justifica porque el Ministerio<br />
Fiscal es, sin duda, uno de los<br />
principales ejecutores de la política criminal<br />
que, evidentemente, es parte de la política<br />
interior cuya dirección corresponde<br />
al Gobierno (art. 97 de la CE) y por la<br />
que éste es responsable (art. 108 de la<br />
CE) ante el Congreso de los Diputados<br />
en tanto que representante del pueblo español.<br />
El binomio legitimación-responsabilidad,<br />
insoslayable en méritos del principio<br />
democrático, se cierra, así, con el<br />
nombramiento por parte del Gobierno,<br />
que ostenta la legitimación derivada de su<br />
investidura por el Congreso y es responsable<br />
de su política criminal ante éste, del<br />
Fiscal General de Estado, al cual está jerárquicamente<br />
subordinada la totalidad<br />
del Ministerio Público.<br />
Entre los principios constitucionales<br />
que rigen el Poder Judicial y los que inspiran<br />
al Ministerio Fiscal no hay, pues,<br />
ningún paralelismo; hay, por el contrario,<br />
una relación absolutamente contradictoria:<br />
la que existe entre la independencia<br />
absoluta que la Constitución proclama<br />
respecto del Poder Judicial y la jerarquía y<br />
unidad de actuación –más claro, la rabiosa<br />
dependencia– que imprime al Ministerio<br />
Fiscal. Es verdad que Poder Judicial y<br />
Ministerio Fiscal actúan en el mismo ámbito,<br />
pero no es menos cierto que sus características<br />
orgánicas y funcionales y, por<br />
ende, su regulación constitucional son rabiosamente<br />
diferentes. De ahí que la continua<br />
remisión a las categorías judiciales<br />
en general, y a la Ley Orgánica del Poder<br />
9 Así, los arts. 28 (régimen de recusaciones);<br />
30 (tratamiento protocolario del fiscal general del<br />
Estado); 31 (retribución del Fiscal General del Estado);<br />
33 (tratamiento protocolario de los miembros<br />
del Ministerio Fiscal); 42 (oposiciones para el<br />
ingreso en el cuerpo); 46 (jubilaciones); 47 (situaciones<br />
administrativas); 52 (permisos y licencias);<br />
53 (régimen retributivo) y 60 (responsabilidad civil);<br />
70 (rehabilitación) equiparan el régimen jurídico<br />
del Ministerio Fiscal al previsto en la LOPJ<br />
para jueces y magistrados. Además, la Disposición<br />
Adicional establece la supletoriedad, con carácter<br />
general, de la LOPJ.<br />
Judicial (LOPJ) en particular, que se contienen<br />
en el Estatuto Orgánico del Ministerio<br />
Fiscal (EOMF) 9 sean notoriamente<br />
disfuncionales, pues disfuncional es equiparar<br />
a órganos que son conceptualmente<br />
diferentes 10 .<br />
Ello no quiere decir, me apresuro a<br />
decirlo, que el Ministerio Fiscal se integre<br />
en el poder ejecutivo a secas (aunque,<br />
desde luego, es en él donde encuentra su<br />
legitimación, en última instancia derivada<br />
de los electores a través del Parlamento);<br />
ni mucho menos en la Administración,<br />
ya que la propia Constitución dispone<br />
(art. 124.1) que el Ministerio Fiscal<br />
ejerce su función por medio de “órganos<br />
propios”. Es en esta especificidad, en la<br />
actuación por medio de órganos propios,<br />
donde reside la singularidad del Ministerio<br />
Fiscal, y no en una inexistente integración<br />
en el Poder Judicial o en una independencia<br />
semejante a la de éste. El<br />
Ministerio Fiscal ejecuta las instrucciones<br />
10 Un clamoroso ejemplo reciente de esta disfuncionalidad<br />
es la aplicación del art. 120 de la<br />
LOPJ para impedir el nombramiento de un vocal<br />
del CGPJ como Fiscal de Sala del Tribunal Supremo,<br />
ya que, obviamente, ese precepto apunta a impedir<br />
que los jueces que forman parte del órgano de<br />
gobierno del Poder Judicial se prevalgan de su pertenencia<br />
a dicho órgano de gobierno para obtener ascensos<br />
en el poder que gobiernan, lo cual, como es<br />
notorio, no acontece con el ministerio fiscal, que en<br />
absoluto está sujeto al CGPJ; de hecho, el art. 120<br />
es clarísimo en su referencia a los cargos exclusivamente<br />
judiciales.<br />
que recibe por medio de órganos propios,<br />
y no por los órganos comunes al Ejecutivo<br />
y a la Administración. No es ocioso<br />
reseñar, con todo, que el principio de jerarquía<br />
se impone constitucionalmente,<br />
también, a la Administración (art. 103);<br />
y que el de unidad de actuación es típico<br />
de la organización administrativa y es<br />
igualmente inferible de las características<br />
que el mismo precepto constitucional<br />
predica respecto de la Administración<br />
pública.<br />
También es cierto que la Constitución<br />
complementa los principios de unidad<br />
de actuación y dependencia jerárquica<br />
que presiden el ejercicio de las funciones<br />
del Ministerio Fiscal con los de<br />
legalidad e imparcialidad. Ahora bien, la<br />
sujeción al principio de legalidad no es<br />
específica del Ministerio Fiscal sino que,<br />
en un Estado de Derecho, debe regir la<br />
actuación de todos los poderes públicos.<br />
En el concreto caso español, la prescripción<br />
constitucional de que el Ministerio<br />
Fiscal está sujeto al principio de legalidad<br />
es en todo similar a la que la propia<br />
Constitución establece para la Administración,<br />
pues ésta ha de actuar (art. 103)<br />
con sometimiento pleno a la ley y al derecho<br />
y los tribunales controlan (art.<br />
106.1) la legalidad de la actuación administrativa.<br />
La sujeción del Ministerio Fiscal<br />
al principio de legalidad no añade<br />
gran cosa, pues, a la vinculación genérica<br />
a dicho principio, que es predicable de<br />
todos los poderes públicos. La sujeción al<br />
principio de imparcialidad, por su parte,<br />
tampoco difiere mucho de la objetividad<br />
que se exige a la Administración pública,<br />
y mas bien parece una concreción de dicho<br />
principio en el ámbito específico de<br />
un proceso inter partes.<br />
La sujeción del Ministerio Fiscal a los<br />
principios de legalidad e imparcialidad<br />
cristaliza actualmente en la posibilidad de<br />
los fiscales (art. 27 EOMF) de oponerse<br />
razonadamente a las órdenes o instrucciones<br />
procedentes de un superior jerárquico.<br />
De persistir la discrepancia, el superior<br />
no puede resolverla sin antes haber<br />
oído a la Junta de Fiscales que corresponda;<br />
la ratificación de la orden debe ser razonada<br />
y debe acompañar la expresa relevación<br />
de las responsabilidades que pudiesen<br />
derivarse, si bien el Fiscal Jefe<br />
puede también encomendar el asunto a<br />
otro fiscal. Por su parte, el Fiscal General<br />
del Estado puede negarse razonadamente<br />
a promover las actuaciones interesadas<br />
por el Gobierno, una vez oída la Junta de<br />
Fiscales de sala. Éstas son las garantías<br />
constitucionales de la legalidad e impar-<br />
20 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
cialidad en la actuación del Ministerio<br />
Fiscal, consecuentes a la prescripción<br />
constitucional de que opera por órganos<br />
propios. Y son pocas garantías, porque la<br />
expresa previsión de la posibilidad de negarse<br />
a cumplir las órdenes o instrucciones<br />
de un superior es ciertamente atípica<br />
en una organización jerárquica.<br />
Ahora bien, si la posibilidad de negarse<br />
a cumplir órdenes superiores por estimarlas<br />
contrarias a la legalidad puede<br />
entenderse como una garantía del principio<br />
de legalidad, (aunque pudiera considerarse<br />
ociosa de tan evidente que es, ya<br />
que es notorio que nadie está obligado a<br />
cumplir una orden ilegal), el citado art.<br />
27 del EOMF plantea otros problemas,<br />
ya que también permite que los fiscales<br />
rehusen cumplir la instrucción de sus superiores<br />
cuando “por cualquier motivo”<br />
la consideren “improcedente”. Nos encontramos<br />
así ante el supuesto insólito de<br />
un funcionario que puede negarse, porque<br />
cualquier motivo la considera improcedente,<br />
a obedecer la orden, cuya legalidad<br />
no discute, cursada por su superior<br />
jerárquico. Se trata, en definitiva, de una<br />
muy discutible atribución de facultades<br />
para actuar en razón de criterios de pura<br />
oportunidad (ya que sólo sobre la base de<br />
criterios de oportunidad puede entenderse<br />
improcedente, por un motivo distinto<br />
de su oposición a la legalidad, una orden)<br />
a quien carece de cualquier tipo de legitimación<br />
democrática.<br />
8. Constitución, principio democrático<br />
e independencia del Ministerio Fiscal<br />
La tantas veces propuesta exigencia de<br />
que se reconozca la independencia de los<br />
integrantes del Ministerio Fiscal es, por<br />
eso, constitucionalmente inviable a menos<br />
que se reforme la Constitución, puesto<br />
que es la propia Constitución la que<br />
consagra la dependencia jerárquica del<br />
Ministerio Público.<br />
Pero, ciertamente, la Constitución<br />
puede reformarse. Podría, entonces, modificarse<br />
el sistema de nombramiento del<br />
Fiscal General del Estado e introducir,<br />
por ejemplo, su elección directa por las<br />
Cortes Generales y por un periodo de<br />
mandato fijo. Tal cosa no sería nada recomendable,<br />
porque nadie sería entonces<br />
políticamente responsable de la política<br />
criminal ante el Congreso de los Diputados:<br />
se sustraería una vez más (como ya<br />
ha sucedido con el Banco de España, por<br />
sólo poner un ejemplo) a los órganos democráticamente<br />
legitimados la capacidad<br />
de dirigir elementos esenciales de la política<br />
nacional, y se encomendaría esa res-<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
ponsabilidad a quien, por tener un mandato<br />
fijo, carecería de responsabilidad política;<br />
a menos, claro está, que el Fiscal<br />
General fuese políticamente responsable<br />
ante las Cortes, lo cual nos introduciría<br />
en una situación tan descabellada que ni<br />
siquiera es preciso describirla. En todo<br />
caso, sería inevitable un permanente debate<br />
en sede parlamentaria –esto es, política–<br />
sobre las actuaciones desarrolladas<br />
en el marco de la Justicia. Pero incluso si<br />
eso se hiciese, no daría al traste con el<br />
principio de jerarquía, ya que el único<br />
que gozaría de legitimación democrática<br />
sería el Fiscal General, al que habrían de<br />
quedar plenamente subordinados todos<br />
los demás integrantes del Ministerio Público.<br />
En suma, el Fiscal General sería él<br />
sí, completamente independiente del órgano<br />
que representa al pueblo soberano,<br />
pero los fiscales continuarían siendo absolutamente<br />
dependientes.<br />
También puede modificarse la Constitución,<br />
suprimir la dependencia jerárquica<br />
como principio rector del Ministerio<br />
Público y sustituirla por la independencia.<br />
Pero en ese caso será menester<br />
buscar una legitimación democrática para<br />
que se pueda ejercer, de forma completamente<br />
independiente –y políticamente<br />
irresponsable– una función pública como<br />
la del Ministerio Fiscal. Tal vez haya<br />
otras, pero la única que se me ocurre es la<br />
elección directa, un sistema absolutamente<br />
extraño en esa materia a nuestra cultura<br />
jurídica y que tal vez arrojase sorpresas<br />
poco agradables: cabe imaginarse a los<br />
candidatos a fiscales ofreciendo al electorado,<br />
en su campaña electoral, mano dura,<br />
como en Estados Unidos, aunque aquí<br />
no podrán, afortunadamente, ofrecer penas<br />
de muerte; pero es prácticamente seguro<br />
que la demagogia inherente a toda<br />
competición electoral haría su aparición.<br />
Es verdad que el nombramiento del<br />
Fiscal General por el Gobierno, y la dependencia<br />
jerárquica que todos los fiscales<br />
ostentan respecto del Fiscal General,<br />
puede provocar que se susciten dudas, como<br />
en efecto ha sucedido con frecuencia<br />
en los últimos tiempos, respecto a la imparcialidad<br />
de la actuación del Ministerio<br />
Fiscal en aquellos supuestos en los que se<br />
ventilen entre los tribunales controversias<br />
de repercusión política. Pero parece preciso,<br />
a este respecto, apuntar varias cosas.<br />
En primer lugar, tales supuestos son estadísticamente<br />
despreciables, por socialmente<br />
relevantes que sean, en relación<br />
con las actividades del Ministerio Fiscal;<br />
en segundo lugar, obedecen a una patología,<br />
la de la judicialización de la política,<br />
JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />
con su inevitable correlato de politización<br />
de la Justicia 11 , que es de esperar remita;<br />
y, en tercer lugar, el sistema existente provee<br />
respuestas adecuadas para esos supuestos.<br />
En efecto, si la actuación que el<br />
Gobierno pretende del Fiscal Feneral o la<br />
que éste requiere a los fiscales es ilegal, ni<br />
el Fiscal General ni sus subordinados están<br />
obligados a obedecerla; nadie está<br />
obligado a obedecer una orden ilegal, pero<br />
es que en el caso del Ministerio Fiscal<br />
la negativa está expresamente prevista,<br />
como se vio, en su ley reguladora. Ciertamente,<br />
el Gobierno podrá, entonces, destituir<br />
al Fiscal General, pero asumirá por<br />
ello –y por los motivos de la destitución–<br />
la responsabilidad política, que es la que<br />
corresponde, ya que política era su actuación<br />
y político ha de ser, por ende, el enjuiciamiento.<br />
Si, por el contrario, las instrucciones<br />
del Fiscal General no son ilegales,<br />
la determinación de su pertinencia<br />
responderá sólo a criterios de estricta<br />
oportunidad, ya que no de legalidad; y<br />
sobre la oportunidad de una actuación<br />
que es legal sólo el fiscal general ostenta,<br />
en el ámbito del Ministerio Fiscal y, precisamente,<br />
en virtud de su designación<br />
gubernamental, legitimación para decidir;<br />
desde luego, carecen de toda legitimación<br />
para decidir en razón de criterios<br />
de oportunidad quienes están desprovistos<br />
de legitimación democrática.<br />
La pretensión de ejercer funciones<br />
públicas como la de orientar y ejecutar la<br />
política criminal con plena independencia,<br />
sin legitimación democrática alguna<br />
y con absoluta irresponsabilidad política<br />
es, en resumen, una manifestación de elitismo<br />
corporativo, una pretensión de sustraer<br />
a la designación y el control democrático<br />
la facultad de elaborar las políticas<br />
públicas y dirigir su ejecución y un completo<br />
desconocimiento de las exigencias<br />
que el principio democrático lleva aparejadas.<br />
Es, en definitiva, una pretensión<br />
muy bien inscrita en la tan alimentada<br />
desconfianza hacia lo político, vale decir,<br />
hacia lo democráticamente legitimado, y<br />
en la tendencia a sustraer a los órganos<br />
democráticos la capacidad de dirección y<br />
control en espacios políticos de trascendental<br />
relevancia, como la política monetaria,<br />
la de seguridad nuclear o tantas<br />
otras; pero es absolutamente contradicto-<br />
11 Me remito, al respecto, a mis trabajos ‘Desparlamentarización,<br />
judicialización y criminalización<br />
de la política’ en José Félix Tezanos (ed.), La<br />
democracia posliberal, Madrid, 1996, y ‘El Parlamento<br />
en la era global’, Cuadernos de Derecho público,<br />
1, 1997.<br />
21
LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA DEL MINISTERIO FISCAL<br />
ria con el principio democrático manifestado<br />
en el art. 1.2 de la Constitución,<br />
cuando afirma que la soberanía nacional<br />
reside en el pueblo, del que emanan todos<br />
los poderes del Estado. n<br />
IN MEMORIAM<br />
JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />
El 14 de julio pasado, en Morella, en el corazón<br />
del Maestrazgo, donde participaba<br />
en unas jornadas académicas sobre el estatuto<br />
de autonomía de la comunidad valenciana,<br />
ha muerto Joaquín García Morillo<br />
(Madrid, 1954-Morella, 1998), catedrático<br />
de Derecho Constitucional de la Universidad<br />
de Valencia y letrado del Tribunal<br />
Constitucional, que entre 1985 y 1993 había<br />
desempeñado la dirección de los gabinetes<br />
de los ministros de Justicia Fernando<br />
Ledesma, Enrique Múgica y Tomás de la<br />
Quadra-Salcedo.<br />
La muerte le alcanzó repentinamente,<br />
sin dejarle cumplir los 44 años. La presencia<br />
entre nosotros de Joaquín García Morillo,<br />
tan absurdamente breve, fue extraordinariamente<br />
fecunda. Luchador infatigable<br />
por la democracia, cuando, estudiante en<br />
la Universidad Complutense, en la que se<br />
licenció en Derecho, en Ciencias Políticas y<br />
en Ciencias de la Información, todavía<br />
media España ocupaba España entera,<br />
compartió su vocación de constitucionalista<br />
con su compromiso personal con los valores<br />
y el significado de nuestra Constitución.<br />
Al repasar, en su clarividente ensayo de<br />
1996 La democracia en España, las claves<br />
de los disensos que impidieron la estabilidad<br />
constitucional española durante el siglo<br />
pasado, marcó las huellas de sus preocupaciones<br />
intelectuales del presente: la legitimación<br />
democrática del poder, la vertebración<br />
territorial de España y las libertades<br />
públicas.<br />
De sus inquietudes sobre las relaciones<br />
entre poder y responsabilidad es buena<br />
muestra, además de otros trabajos sobre el<br />
parlamentarismo o sobre la noción de responsabilidad<br />
política, su espléndida tesis<br />
doctoral sobre el control parlamentario del<br />
Gobierno, verdadera obra de referencia sobre<br />
la materia, elaborada inmediatamente<br />
después de la vigencia de la Constitución.<br />
El artículo que hoy publica CLAVES es<br />
también expresivo de esas preocupaciones,<br />
lo mismo que de su estilo conciso y directo o<br />
de su tenacidad a la hora de nadar contracorriente,<br />
desafiando tópicos y mitos, yendo<br />
incisivamente al núcleo y raíz de cada<br />
asunto.<br />
La articulación territorial del poder,<br />
sus consecuencias sobre el sistema de fuentes<br />
del derecho o los límites constitucionales a<br />
la ordenación de la financiación de las comunidades<br />
autónomas fueron también objeto<br />
de su penetrante trabajo intelectual.<br />
Durante los últimos meses había aglutinado,<br />
en la universidad Carlos III de Madrid,<br />
aportaciones de los mejores especialistas<br />
en busca del papel constitucional a desempeñar<br />
por las administraciones locales,<br />
en un seminario que dirigía con entusiasmo<br />
y que hace apenas unos días ha comenzado<br />
a fructificar con la publicación de las<br />
primeras reflexiones de quienes en él participaron.<br />
En el ámbito de las libertades públicas,<br />
la labor investigadora de Joaquín García<br />
Morillo había seguido caminos hasta entonces<br />
poco y mal transitados. En estas mismas<br />
páginas de CLAVES analizó, desde<br />
una perspectiva rigurosamente progresista,<br />
los problemas de la libertad religiosa entre<br />
nosotros, lo mismo que, en otros foros, se<br />
ocupó la tutela jurisdiccional de los derechos<br />
fundamentales o, hace todavía muy<br />
poco, de la libertad personal.<br />
Letrado de carrera del Tribunal Constitucional,<br />
participaba activamente en las<br />
jornadas que anualmente organiza la Asociación<br />
de Letrados. Joaquín García Morillo<br />
fue tempranamente consciente de la elevancia<br />
de la jurisprudencia del supremo<br />
intérprete de la Constitución; no son ajenas<br />
a su pluma las importantes disposiciones sobre<br />
el valor de dicha jurisprudencia en el<br />
título preliminar de la Ley Orgánica del<br />
Poder Judicial ni su prestigiosa exposición<br />
de motivos.<br />
Y es que Joaquín García Morillo fue<br />
también, como tantos jóvenes demócratas<br />
de su irrepetible generación, hombre de acción<br />
política, desde su militancia socialista,<br />
como colaborador de la máxima confianza<br />
de los ministros de Justicia entre 1983 y<br />
1993. En 1994 publicó un ensayo –El Estado<br />
de la izquierda– como aportación<br />
personal al debate sobre la situación de aletargamiento<br />
de la izquierda política en España<br />
y en Europa, formulando propuestas<br />
sobre la renovación de su discurso, quizá<br />
preterida en la vorágine de la acción desde<br />
las instituciones.<br />
En los últimos tiempos había puesto su<br />
experiencia académica e intelectual al servicio<br />
de proyectos de asesoramiento en materia<br />
constitucional de diversos países iberoamericanos<br />
y de Europa oriental. Era<br />
conferenciante asiduo en varias universidades<br />
americanas y europeas y colaborador<br />
de las más prestigiosas revistas de su especialidad.<br />
Su mujer, María Jesús Arozamena, sus<br />
cuatro hijos, sus colegas, sus numerosos discípulos<br />
y sus amigos sabemos que Joaquín<br />
García Morillo militaba, ante todo, bajo<br />
las banderas de la vida. De una vida, la<br />
suya, cincelada de tesón y optimismo, desbordante<br />
e inagotable. Ni podíamos ni podemos,<br />
ni podremos ya, en el futuro medir<br />
su tiempo y el nuestro con patrones comparables.<br />
Su muerte nos deja un inmenso vacío<br />
que colmaremos con el ejemplo que nos<br />
ha legado su vida. n<br />
Juan Fernando López Aguilar es catedrático de<br />
Derecho Constitucional.<br />
Fernando Pastor López es director del gabinete<br />
técnico del Presidente del Tribunal Constitucional.<br />
22 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
lobales y locales ya somos todos y<br />
es todo. Puede que sea una nueva<br />
realidad, pero como mínimo es<br />
una nueva referencia. Como la que propuso<br />
Isaiah Berlin para distinguir a los escritores<br />
y pensadores, a los seres humanos en<br />
general, entre erizos y zorros. “Muchas cosas<br />
sabe el zorro, mas una sola y grande sabe<br />
el erizo”, decía aquel fragmento recuperado<br />
de uno de los poemas más antiguos<br />
que se han podido conocer, del griego Arquíloco1<br />
G<br />
. El sentido del poema bien podía<br />
haber sido el premio a la perfección o el<br />
triunfo de la especialización o muchas<br />
otras interpretaciones, pero Berlin escogió<br />
el de la contraposición entre quienes “lo<br />
relacionan todo a una sola visión central”<br />
(es decir, los erizos) y “aquellos que persiguen<br />
muchos fines” (los zorros). Erizos y<br />
zorros han contrapuesto su visión del<br />
mundo, como Dante y Shakespeare, como<br />
Dostoievski y Pushkin. Al llegar el final<br />
del milenio, la tecnología nos permite<br />
abordar el mundo en su conjunto, que era<br />
la meta del Renacimiento. Ahora podemos<br />
aspirar a ver globalmente desde posiciones<br />
locales. Todos erizos, todos zorros.<br />
A ese fenómeno viejo y nuevo de<br />
abordar la vida social en un solo conjunto,<br />
“en un solo mundo”, le hemos empezado<br />
a llamar globalización, mundialización.<br />
Vamos a considerarlos sinónimos para no<br />
añadir discusiones a la principal. La globalización<br />
se presenta como un fenómeno de<br />
interés para analizar por sí mismo. Algunos<br />
piensan que siempre hubo globalización;<br />
otros lo abordan solamente como<br />
hecho reciente, casi convertido en marca<br />
cultural. Pero la globalización se contem-<br />
1 “Poll’ oido allóopex all’ekhínos hén méga”,<br />
fragmento 201 de Arquíloco en M. L. West<br />
(comp.), Iambi et Elegi Graeci, vol. I (Oxford,<br />
1971). Citado de este modo por Isaiah Berlin. “El<br />
erizo y el zorro”, en Pensadores rusos, Fondo de<br />
Cultura Económica, México-Madrid, 1992.<br />
GLOBALES,<br />
LOCALES Y PERDIDOS<br />
JACINTO PÉREZ IRIARTE<br />
pla también como un fenómeno transversal<br />
a todos los demás, a los que afecta de<br />
tal modo que los amplía y acelera hasta<br />
generar en muchos de ellos cambios de índole<br />
cualitativa. Se habla de globalización<br />
no sólo del mercado de bienes y servicios,<br />
sino de la cultura y de los comportamientos<br />
humanos, de las formas de organizar la<br />
vida pública y las instituciones, también<br />
de la educación y de la delincuencia, de<br />
los modelos a imitar o a repeler; es decir,<br />
no sólo de las cosas materiales, sino también<br />
de los contenidos del pensamiento y<br />
de los valores.<br />
Cualquier cosa que sea y cualquiera<br />
que sea su importancia, la globalización es<br />
el tópico que configura las ilusiones y las<br />
inquietudes de nuestro tiempo, el catalizador<br />
de nuestros debates principales: Estado<br />
vs. Mercado; Aperturismo vs. Proteccionismo;<br />
Universalismo vs. Restriccionismo;<br />
Ideologías vs. Civilizaciones;<br />
Capitalismo vs. Socialismo; Capitalismo<br />
americano vs. Capitalismo europeo; Liberalismo<br />
vs. Conservadurismo; Neoliberalismo<br />
vs. Socialdemocracia; Democracia<br />
liberal vs. Democracia vigilada; Liberalismo<br />
vs. Comunitarismo; Orden vs. Desorden;<br />
Modernidad vs. Posmodernidad; incluso<br />
el debate clásico Derecha vs. Izquierda.<br />
Haremos un recorrido para recoger<br />
muestras por algunos de esos mares, con el<br />
modesto objetivo del reportaje de ideas,<br />
aceptando la condición de perdidos en este<br />
laberinto.<br />
1. El riesgo de hacer del mundo<br />
la escala del mercado no es otro que el<br />
de quedarse a medias en la operación.<br />
Básicamente, la globalización consiste en<br />
elevar la escala del mercado hasta el máximo<br />
total del mundo (y ahí sí que puede<br />
haber, si no un “final”, sí un “techo provisional”<br />
de la historia), lo que implica el<br />
correspondiente cambio de escala en el comercio,<br />
en la producción y en las finanzas.<br />
La definición “oficial” que da el Fondo<br />
Monetario Internacional de la globalización<br />
es “la interdependencia económica<br />
creciente del conjunto de los países del<br />
mundo, provocada por el aumento del volumen<br />
y de la variedad de las transacciones<br />
interfronterizas de bienes y servicios,<br />
así como de los flujos internacionales de<br />
capitales, al mismo tiempo que por la difusión<br />
acelerada y generalizada de la tecnología”<br />
2 . En ese recorrido es muy posible<br />
que parte de los humanos nos hayamos<br />
pillado los dedos, al ser, como ciudadanos,<br />
impulsores de un proceso que también<br />
nos ha castigado con sus perversiones.<br />
Efectivamente, durante los años setenta y<br />
ochenta los europeos, más que ninguna<br />
otra región planetaria, emprendimos un<br />
proceso de integración de mercado verdaderamente<br />
decidido, cualquiera que fuese<br />
el acercamiento o alejamiento hacia la<br />
utopía europea en otro tiempo definida<br />
por los “padres” Monet o Schumann. El<br />
club europeo inicial pasó en tres décadas<br />
de 6 a 15 miembros, abriendo sus puertas<br />
en los noventa al ingreso de países de la<br />
Europa del Este, aunque no todavía de<br />
países no cristianos (Turquía), un error<br />
que, por el momento, confirma la tesis de<br />
Samuel Huntington sobre el “choque de<br />
civilizaciones” que sucede al clásico de las<br />
ideologías 3 .<br />
En Europa, la integración era y es aún<br />
bastante más que una apuesta estratégica<br />
comercial. Para quienes, como España, llevaban<br />
hambre atrasada de modernidad,<br />
estaba muy claro el signo positivo que suponía<br />
todo aumento de escala. Entrábamos<br />
en el mundo y aceptábamos con ma-<br />
2 Fond Monetaire International, Les Perspectives<br />
de l’economie mondiale, Washington, mayo<br />
1997. 3 Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones<br />
y la reconfiguración del orden mundial, Paidós,<br />
Barcelona-Buenos Aires, 1997.<br />
24 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
yor o menor ceguera la evidencia de que el<br />
mundo entrara en nosotros. El proceso<br />
europeo provocaba en otras regiones del<br />
mundo, por efecto de mostración y por<br />
necesidad apremiante de competir para<br />
defender lo propio, la aceleración de otros<br />
procesos de integración: los del continente<br />
americano, de arriba abajo (NAFTA) y de<br />
abajo arriba (MERCOSUR), para fundir<br />
después hacia el oeste con Asia (APEC),<br />
siempre a sabiendas de que China tiene tamaño<br />
para comer ella sola en mesa aparte.<br />
La mayor parte de los Estados del mundo<br />
han ido quedando demasiado pequeños<br />
para ser eficaces y se han ido integrando<br />
en estructuras más amplias, las cuales, para<br />
competir unas con otras, han proseguido<br />
los procesos de fusión. Esa tendencia<br />
sólo se detiene en un punto necesariamente<br />
final: el del globo entero. Puede que en<br />
esa historia de las integraciones unas siglas<br />
perduren más o menos, o desaparezcan<br />
por superación o por ineficacia, pero ya<br />
sabemos que el proceso en su conjunto es<br />
irreversible 4 .<br />
El acto decisivo que amalgama todos<br />
los momentos integradores es el de la sustitución<br />
definitiva del GATT por la Organización<br />
Mundial del Comercio (OMC)<br />
en 1995. Después de seis años de trabajos,<br />
la Ronda Uruguay permitiría a partir del<br />
2002 unos beneficios para la economía<br />
mundial de 274.000 millones de dólares,<br />
4 La aceleración del proceso destina al baúl de<br />
viejo todas nuestras geografias económicas, incluidas<br />
las del año anterior. De momento, analiza y<br />
documenta muy adecuadamente la situación actual<br />
Los bloques comerciales de la economía mundial, de<br />
Sergio Plaza Cerezo, en Editorial Síntesis, Madrid,<br />
1997. Para un análisis geoestratégico, la Geografía<br />
Política de Peter J. Taylor, editada en España por<br />
Trama Editorial, Madrid, 1994, expone un enfoque<br />
global/local a partir de la idea de sistema-mundo<br />
de Immanuel Wallerstein.<br />
5 Chantal Buhour, El comercio internacional,<br />
del GATT a la OMC, Le Monde-Salvat, pág. 170,<br />
Barcelona, 1996.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
según la OCDE 5 . Que la caída de aranceles<br />
ha incrementado muy notablemente el<br />
volumen comercial del mundo no se pone<br />
en duda, aunque no todos los economistas<br />
deduzcan de ello que la humanidad haya<br />
mejorado su bienestar. La cumbre de Denver,<br />
no obstante, ha canonizado a la globalización<br />
como factor determinante de la<br />
prosperidad del mundo durante el último<br />
medio siglo; un factor que ha determinado<br />
que en nuestros días el flujo de capitales<br />
registre un volumen diario de transacciones<br />
superior a 1,2 billones de dólares, que<br />
equivalen al 85% de las reservas mundiales<br />
de divisas y a la quinta parte de las exportaciones<br />
mundiales anuales 6 . El librecam-<br />
bio ha sido aceptado por todas las culturas<br />
sociales, aunque sea a regañadientes o a<br />
costa de suprimir antiguas ventajas o privilegios<br />
en algunos sectores y en algunos países.<br />
La subsiguiente derivada financiera de<br />
ese librecambio no ha sido tan bien aceptada,<br />
pero los países la intentan comprender<br />
y, si es posible, digerir. El resultado de<br />
todo ese proceso suena como un cañonazo<br />
contra toda esperanza para los débiles en<br />
la fría descripción de Lester Thurow, del<br />
6 Kumiharu Shigehara, secretario general adjunto<br />
de la OCDE, en “Globalización, tecnología<br />
y empleo”, en Cinco Días, 28-10-1997, pág. 2.<br />
25
GLOBALES, LOCALES Y PERDIDOS<br />
Instituto Tecnológico de Massachusetts<br />
(MIT):<br />
“Por primera vez en la historia<br />
del hombre, cualquier cosa puede<br />
ser producida en cualquier parte<br />
y vendida en todas partes. En las<br />
economías capitalistas eso significa:<br />
fabricar cada componente y realizar<br />
cada actividad en el lugar del globo<br />
en que pueda hacerse más barato<br />
y vender los productos o servicios<br />
resultantes dondequiera que<br />
los precios y los beneficios sean<br />
los más altos. Minimizar los<br />
costes y maximizar los ingresos<br />
es de lo que trata el capitalismo,<br />
la maximización de los beneficios.<br />
El apego sentimental a algún<br />
lugar geográfico del mundo no<br />
forma parte del sistema” 7 .<br />
Pero lo cierto es que el comercio exterior<br />
no acaba de cubrir las expectativas<br />
predicadas y viene cerrando en el mundo<br />
espacios regionales, todavía no globales, lo<br />
que puede generar perversiones contra el<br />
mismísimo proceso de globalización.<br />
¿Qué tenemos? ¿Un gran mercado mundial<br />
o tres grandes bloques regionales, el<br />
americano, el asiático y el europeo, con<br />
independencia de la mayor o menor madurez<br />
de sus respectivos procesos de integración<br />
regional? ¿Estamos globalizando<br />
el mercado del mundo o el de los países<br />
de la OCDE? Si la globalización queda en<br />
regionalización, no sólo se reduce la escala,<br />
sino que también se pervierte claramente<br />
el proceso. Krugman señala como<br />
consecuencias de esa regionalización las<br />
guerras comerciales, nocivas para todos<br />
los contendientes, y el empobrecimiento<br />
de terceros países 8 . Pero el estudio llevado<br />
a cabo por Hirst y Thomson 9 sostiene<br />
que “más que una globalización, lo que<br />
hay es una regionalización del comercio y<br />
de las inversiones, dentro de un sistema<br />
productivo en que la mayoría de las ventas<br />
de las empresas multinacionales tienen<br />
lugar en el país o región económica en<br />
que tales empresas están ubicadas y tienen<br />
sus centrales”. De ahí que Navarro prefiera<br />
llamar a esas multinacionales simplemente<br />
“transnacionales” y que nos haga<br />
7 Lester C. Thurow, El futuro del capitalismo,<br />
pág. 119, Ariel, Barcelona, 1996.<br />
8 Citado por Chantal Buhour, op. cit., pág.<br />
188.<br />
9 P. Hirst y G. Thomson, Globalization in<br />
Question, Polity Press, 1996, citado por Viçens<br />
Navarro en “¿Es la globalización económica y la<br />
tecnologización del trabajo la causa del paro? La<br />
importancia de lo político”, en Sistema, 139, pág.<br />
20, Madrid, julio 1997.<br />
ver a todos en las instituciones políticas de<br />
los países de la OCDE el sorprendente espectáculo<br />
de<br />
“la gran movilización de grupos<br />
empresariales, tanto financieros<br />
como industriales, y de servicios<br />
para influenciar las intervenciones<br />
de aquellos Gobiernos, situación<br />
que no tendría por qué darse<br />
si la tal supuesta globalización<br />
hubiera diluido o disminuido<br />
la influencia del espacio político<br />
y la importancia de los Estados” 10 .<br />
El espectáculo que describe Viçens<br />
Navarro se contempla bien en las “embajadas<br />
de gestión”, es decir, en aquellas que<br />
han substituido el recepcionismo diplomático<br />
por la relación business to business.<br />
Los nuevos diplomáticos de los países<br />
avanzados representan los intereses de los<br />
respectivos entramados empresariales nacionales;<br />
y su eficiencia es celebrada obviamente<br />
por los modernos ciudadanosaccionistas<br />
de los países exportadores de<br />
inversión, de tal modo que bien podría<br />
decirse que los antiguos conquistadores de<br />
territorios son hoy conquistadores de mercados.<br />
Ellos, los nuevos diplomáticos, conocen<br />
perfectamente las realidades locales<br />
de los lugares en los que se hallan destacados:<br />
su estabilidad, los costes de instalación<br />
y de mano de obra, el marco fiscal, la<br />
posición de la competencia, los nichos de<br />
corrupción y todo cuanto hay que saber<br />
para preparar el terreno a los gestores que<br />
acabarán decidiendo una inversión ventajosa,<br />
también para el país que la recibe,<br />
cuyo Gobierno ha de desarrollar su acción<br />
política en el marco de dependencia que<br />
su posición en el mundo le impone. No<br />
obstante, esto no es globalización, no es la<br />
conformación de un solo mercado en el<br />
mundo, sino la explosión caótica (o, mejor,<br />
la actuación ordenada estratégicamente<br />
de acuerdo con intereses no globales) de<br />
unidades regionales de interés comercial y<br />
financiero perfectamente abanderadas que<br />
operan en una escala mayor, pero deforman<br />
el mercado mundial, al que convierten<br />
en una ficción, en algo discontinuo y<br />
generador de inestabilidad. Como señala<br />
Castells, “la globalización afecta a todo el<br />
planeta, pero no todo el planeta está incluido<br />
en el sistema global. En realidad, la<br />
mayor parte de la gente no lo está: se conecta<br />
globalmente aquello a lo que se da<br />
valor y se desconecta lo que no interesa” 11 .<br />
10 Viçens Navarro, art. cit., pág. 15.<br />
11 Manuel Castells, “La insidiosa globalización”,<br />
El País, 29-7-1997, pág. 9.<br />
El primer gran riesgo de la globalización<br />
es, simplemente, el de no hacerla.<br />
2. En un mar de insultos,<br />
los intelectuales despiden finalmente<br />
la modernidad agitando el pañuelo<br />
de la globalización.<br />
Por insidiosa que nos parezca la globalización,<br />
hay que sentar lo obvio por mera<br />
precaución: la globalización no es ni buena<br />
ni mala. Sus adversarios suelen serlo<br />
más bien del liberalismo, o del neoliberalismo,<br />
o del capitalismo, o de cualquiera<br />
de los demás “ismos” malvados. Que la<br />
internacionalización de la economía se haga<br />
desde unas posiciones u otras, con un<br />
tipo de consecuencias u otras, eso sí es<br />
susceptible de diferenciación de contenido,<br />
pero no el proceso en sí mismo. A no<br />
ser que se rechace gratuitamente cualquier<br />
modelo económico de mercado.<br />
El recurso de algunos autores, como<br />
Alain Touraine 12 , de distinguir entre globalización<br />
y mundialización es seguido<br />
por otros, particularmente en la izquierda,<br />
que destinan el vocablo globalización para<br />
lo “nefasto” del proceso y el vocablo mundialización<br />
para la tendencia que marca la<br />
historia. La distinción tiene interés metodológico,<br />
pero conlleva el riesgo de condenar<br />
injustamente a “globalizadores bienintencionados”.<br />
No era esa distinción semántica<br />
la causa de la pelea –limpia, pero<br />
agria– que sostuvieron los editorialistas<br />
del Financial Times y Le Monde Diplomatique,<br />
cuando fueron convocados a un encuentro<br />
por Howard Machin, director del<br />
Instituto Europeo de la London School of<br />
Economics 13 . La palabra globalización ha<br />
llegado a la calle notablemente cargada de<br />
electricidad. A los del Financial Times les<br />
parece que la globalización es lo mejor<br />
que le ha pasado al mundo después de la<br />
guerra y tachan de profundamente inmorales<br />
las posiciones contrarias. Sus adversarios<br />
de Le Monde Diplomatique no dudan<br />
en denunciar a sus colegas del diario<br />
financiero más influyente de Europa, calificando<br />
de totalitaria su supuesta ortodo-<br />
12 Conferencia dada en Barcelona a mediados<br />
de 1996; citado por Joaquín Estefanía en La nueva<br />
economía. La globalización, pág. 14, Debate, Madrid,<br />
1996.<br />
13 Jacinto Pérez Iriarte, “Las peleas locales de<br />
la globalización”, Expansión, pág. 38, 5-1-1998.<br />
Las intervenciones del debate mantenido el 7 de<br />
mayo de 1997 en Londres pueden encontrarse en<br />
Le Monde Diplomatique de junio de 1997. Se trata<br />
de las comunicaciones de Martin Wolf, Peter Martin<br />
y Guy de Jonquières, por parte de Financial<br />
Times, y de Bernard Cassen, Serge Halimi y Riccardo<br />
Petrella, por Le Monde Diplomatique.<br />
26 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
xia liberal. El propio director del mensual<br />
francés de izquierda, el español Ignacio<br />
Ramonet, ha inventado una palabra para<br />
eso: “globalitarismo” 14 . Dejando aparte a<br />
los altos funcionarios y a los asesores de<br />
los organismos internacionales determinantes<br />
en los procesos globalizadores, como<br />
pueden ser, por ejemplo, el Fondo<br />
Monetario Internacional o la OCDE, hay<br />
autores notables que predican con entusiasmo<br />
contagioso, no ya la globalización<br />
como reanimadora de las economías tristes,<br />
sino incluso como generadora de verdadera<br />
“felicidad” 15 . Más austero, el especulador<br />
y sin embargo filántropo George<br />
Soros, un húngaro global, apunta los “tremendos<br />
beneficios” que para la economía<br />
mundial ha tenido la integración, a pesar<br />
de reconocer que “los beneficios del capitalismo<br />
global están desigualmente distribuidos”<br />
16 . Todo ha entrado al debate. Incluido<br />
el oportunismo: Henri Guaino, un<br />
alto funcionario francés, comisario del<br />
Plan, mantenido en su puesto por los socialistas<br />
después de la victoria de Jospin,<br />
se declaró víctima del “pensamiento único”<br />
cuando fue destituido el pasado 2 de<br />
enero 17 ; y eso a pesar de haber proclamado<br />
meses atrás la bondad infinita de los<br />
procesos de mundialización, “que no condena<br />
a las naciones, sino que las pone en<br />
competición, obligando a sacar lo mejor<br />
de cada una de ellas” 18 .<br />
A la vista de lo avanzado de la tensión<br />
en el debate, es muy posible que la larga<br />
perspectiva con que contemplan algunos<br />
autores la globalización, remitiéndose hasta<br />
el siglo XVI, se nos antoje un tanto exquisita<br />
como para sofocar nuestras inquietudes<br />
del momento, a unos cuantos meses<br />
del siglo XXI. Tampoco nos resultan de<br />
gran utilidad las agudas observaciones de<br />
Paul Krugman cuando se pregunta “¿por<br />
qué imaginamos que el mercado global es<br />
algo nuevo? Porque la política destruyó<br />
aquella primera economía global” (se refiere<br />
a la existente antes de la Primera<br />
Guerra Mundial) y ofrece un dato curioso:<br />
fue necesario llegar a 1970 para igualar<br />
el nivel del comercio mundial de 1913 19 .<br />
Pero, puestos a reivindicar autorías históri-<br />
14 Ignacio Ramonet, “Régimes globalitaires”,<br />
Le Monde Diplomatique, pág. 1, janvier 1997.<br />
15 Alain Minc, La mondialisation heureuse,<br />
Plon, París, 1997.<br />
16 George Soros, “Hacia una sociedad abierta<br />
global”, El País, 23-12-1997, pág. 15.<br />
17 Le Monde, “Le commissaire au Plan dénonce<br />
le ‘triomphe de la pensée unique”, Samedi 3<br />
janvier, 1998, págs. 1 y 5.<br />
18 Le Monde Dossiers & Documents, Deux Reponses.<br />
Henri Guaino, septembre 1997, pág. 2.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
cas, no les faltan razones a los marxistas<br />
para reivindicar a algunos de sus propios<br />
profetas, por obsoletos que parezcan sus<br />
nombres: Rudolf Hilferding, Karl<br />
Kautsky, Rosa Luxemburgo y Nikolai Bujarin.<br />
A ellos se refiere Vidal Villa como el<br />
“selecto grupo de autores que supo ver la<br />
dinámica interna que llevaba al capitalismo<br />
hacia la mundialización”, hace ahora<br />
más o menos un siglo 20 .<br />
Ya hemos visto sumergida a la globalización<br />
en aguas angélicas o satánicas<br />
–que ángeles todos son– antes de ver si<br />
era capaz de nadar; la vemos reclamada<br />
por los profetas antes de valorar su verdadero<br />
poder. ¿Será la globalización un fenómeno<br />
determinante como para hacer<br />
cambiar la era de la historia, la celebraremos<br />
en los ritos milenaristas que vivimos<br />
como un evento más, del que ya se queman<br />
sus fuegos artificiales? La velocidad y<br />
la amplitud de campo de los fenómenos<br />
pueden afectar también a su color. Las<br />
transformaciones económicas y sociales a<br />
las que se está sometiendo al mundo como<br />
consecuencia de la globalización se<br />
contemplan por los más prudentes analistas<br />
como cambios de cualidad. Incluso si<br />
sólo se tiene presente el cambio de escala<br />
en el mercado, se ve ese cambio como salto,<br />
como ruptura y no como mera evolución<br />
21 . Son demasiados y demasiado rápidos<br />
los asuntos y las gentes afectadas. En<br />
realidad, es toda la gente la afectada, tanto<br />
si es porque participan como si es, precisamente,<br />
porque no participan.<br />
La globalización la sitúan muchos de<br />
los teóricos sociales de nuestro tiempo en<br />
el tránsito de la modernidad hacia la posmodernidad,<br />
si es que se ha producido ya.<br />
En esa polémica han participado importantes<br />
pensadores, algunos fast thinkers y<br />
un buen número de modestos aficionados,<br />
tales son los escenarios generosos de la libertad.<br />
En la línea de Habermas, es decir,<br />
de quien no considera que los fenómenos<br />
a los que venimos asistiendo hayan sido<br />
tan definitivamente modificadores del<br />
cambio de época como para enterrar la<br />
modernidad y haber pasado definitivamente<br />
a la posmodernidad, se encuentra<br />
uno de los sociólogos “de moda”, el británico<br />
Anthony Giddens 22 , que sitúa tales<br />
19 Paul Krugman, El internacionalismo ‘moderno’.<br />
La economía internacional y las mentiras de<br />
la competitividad, pág. 149, Crítica, Grijalbo-Mondadori,<br />
Barcelona, 1997.<br />
20 José María Vidal Villa, Mundialización,<br />
Icaria-Antrazyt, Barcelona, 1996.<br />
21 Jordi Canals, La nueva economía global, Expansión-Deusto,<br />
Bilbao, 1993.<br />
JACINTO PÉREZ IRIARTE<br />
fenómenos del capitalismo tardío en la “alta<br />
modernidad”, el periodo final, por tanto,<br />
de la modernidad, que pone fin en la<br />
historia al proyecto ilustrado. En realidad,<br />
la modernidad fue “la primera forma de<br />
organización social que adquirió un predominio<br />
global” 23 . La globalización es la<br />
tendencia natural del proyecto ilustrado<br />
que conocemos con el nombre de modernidad<br />
y que aún planea en los programas e<br />
ilusiones de tantas organizaciones políticas<br />
que conciben la historia como progreso.<br />
Parodiando la clásica ubicación del comunismo<br />
como la fase o el estadio superior<br />
del socialismo, podríamos decir que la globalización<br />
es la fase superior de la modernidad.<br />
La definición consecuente que da<br />
Giddens de mundialización es “la intensificación<br />
de las relaciones sociales en todo<br />
el mundo por las que se enlazan lugares lejanos,<br />
de tal manera que los acontecimientos<br />
locales están configurados por acontecimientos<br />
que ocurren a muchos kilómetros<br />
de distancia o viceversa” 24 . Entiende<br />
Giddens que ese proceso es dialéctico, de<br />
tal modo que hasta la transformación local<br />
es parte de la mundialización. En suma,<br />
que lo local también es mundial.<br />
3. Una ola gerencialista gobierna<br />
el proceso globalizador, en el que los<br />
conservadores rechazan ser liberales<br />
y las democracias se hacen “iliberales”.<br />
La globalización corre el grave riesgo de<br />
osar explicarlo todo para acabar sin explicar<br />
nada, lo mismo que en el caso del ciego<br />
y el elefante (es una cosa dura y afilada<br />
cuando toca el colmillo; gruesa y redonda<br />
cuando toca la panza; larga y flexible si toca<br />
la trompa). Se ataca o defiende la globalización<br />
para atacar o defender algunas de<br />
22 Director de la London School of Economics<br />
desde hace poco más de un año, Anthony<br />
Giddens es más conocido por su dimensión académica,<br />
aunque su dimensión política ha adquirido<br />
relieve al ser considerado inspirador de las ideas del<br />
primer ministro Tony Blair, que configuran el llamado<br />
“centrismo radical”, concepto que algunos<br />
oportunistas ajenos a la tradición liberal han intentado<br />
fagocitar, tergiversando claramente el debate.<br />
Giddens ha redefinido las posiciones políticas radicales<br />
a partir del pensamiento conservador en Más<br />
allá de la izquierda y la derecha, Cátedra, Madrid,<br />
1996. Las tesis de Giddens en relación con la globalización<br />
y la modernidad, con independencia de<br />
su calidad científica, cuentan con un amplio consenso<br />
entre los analistas. Pueden encontrarse en<br />
Consecuencias de la modernidad, Alianza Universidad,<br />
Madrid, 1994, y en Las consecuencias perversas<br />
de la modernidad (con Bauman, Luhmann y Beck,<br />
comp. de Josetxo Beriáin), Anthropos, Barcelona,<br />
1996.<br />
23 David Lyon, Postmodernidad, Alianza Editorial,<br />
Madrid, 1996.<br />
24 Giddens, Consecuencias..., págs. 67 y sigs.<br />
27
GLOBALES, LOCALES Y PERDIDOS<br />
sus dimensiones, lo que puede ocurrir por<br />
error en la visión o por intención manifiesta.<br />
La discusión más frecuente es la que<br />
se desarrolla en el terreno del capitalismo,<br />
pese a que ésta sea una sola de las dimensiones<br />
de la globalización. Tal es el reproche<br />
que Giddens hace a Wallerstein, el de<br />
ver al capitalismo “como único responsable<br />
de las transformaciones modernas” 25 .<br />
Para Giddens, hay cuatro dimensiones de<br />
la mundialización: la economía capitalista<br />
mundial, el sistema de Estado nacional, el<br />
orden militar mundial y la división internacional<br />
del trabajo. La economía mundial<br />
está dominada por los mecanismos de<br />
la economía capitalista por el hecho de<br />
que los centros de poder en la economía<br />
mundial son estados capitalistas. La esencia<br />
de la eficacia de ese funcionamiento radica<br />
en la separación de lo político y lo<br />
económico, de modo que las grandes empresas<br />
transnacionales (que manejan presupuestos<br />
superiores a los de muchos Estados)<br />
regulan la actividad económica, influyendo<br />
en la política. Pero las empresas no<br />
disponen de poder militar en absoluto.<br />
Los “medios de violencia” se encuentran<br />
en manos del Estado. La globalización, como<br />
fase final de la modernidad avanzada o<br />
de la “alta modernidad”, necesita operar<br />
con Estados, de modo que las utopías integracionistas<br />
relativas a “ciudades globales”<br />
o a Estados unificados carecen de interés<br />
en la estructuración de las relaciones<br />
internacionales de este final de siglo.<br />
La pérdida relativa de poder por parte<br />
de los Estados tiene que ver con la viabilidad<br />
de ese esquema empresas-Estados y<br />
economía-política. Con un sistema de soberanías<br />
absolutas, las empresas transnacionales<br />
no encontrarían espacios abiertos<br />
para operar ni estabilidad operativa en los<br />
espacios que ya hubieran logrado abrir. No<br />
es necesario recordar de nuevo el apoyo<br />
eficiente de los Gobiernos a las empresas,<br />
de las que se hacen valedores y hasta vendedores.<br />
En relación con la pérdida de la<br />
capacidad de maniobra de los Gobiernos<br />
en el ámbito económico, los años recientes<br />
registran la pérdida objetiva de terreno del<br />
Estado frente al mercado 26 . La vivencia<br />
personal de Carlos Solchaga durante su<br />
25 Una síntesis de la teoría del “sistema-mundo”<br />
del profesor Immanuel Wallerstein, director<br />
del Fernand Braudel Center de Nueva York, se encuentra<br />
en el pequeño volumen El futuro de la civilización<br />
capitalista, prologado por Salvador Giner<br />
y epilogado por José Mª Tortosa, en Icaria-Antrazyt,<br />
Barcelona, 1997.<br />
26 Clive Crook, en “The future of the state”,<br />
artículo de presentación del estudio sobre la economía<br />
mundial de The Economist, 20-9-1997.<br />
larga peripecia al frente de la economía española<br />
(relatada en un libro 27 que es bastante<br />
más que un balance) es muy ilustrativa<br />
al respecto. Los Gobiernos, y no digamos<br />
los de los países intermedios o<br />
pequeños, no tienen prácticamente ninguna<br />
posibilidad de incidir en los ciclos económicos<br />
–¿alguna vez pudieron?–. Cabe<br />
discutir la validez universal y eterna del<br />
principio de soberanía de los Estados, cuyos<br />
ciudadanos, en algunas ocasiones, “eligen<br />
dictaduras cada cuatro años” o finalmente<br />
son liberados por la dinámica demoledora<br />
de la globalización. Pero no es<br />
justificable el determinismo absoluto: la<br />
economía nos viene dada desde fuera, nada<br />
podemos hacer para evitar sus designios.<br />
No sólo porque es injusto, sino porque,<br />
además, es falso, y ello sin necesidad<br />
de salirse del universo liberal. Pero ahí tenemos<br />
uno de los primeros grandes debates<br />
locales de la globalización, el de la contraposición<br />
de la soberanía de los Estados<br />
con la lógica de la eficacia económica y de<br />
sus exigencias supuestamente inapelables.<br />
Es justamente ese fatalismo dogmático<br />
la nota esencial de lo que los intelectuales<br />
franceses han denominado “pensamiento<br />
único” y los anglosajones TINA (“There Is<br />
No Alternative”, no hay alternativa), con<br />
mayor carga de confrontación sin duda en<br />
el primer caso que en el segundo, hasta el<br />
punto de que el “pensamiento único” se ha<br />
convertido en el hallazgo de adversario común<br />
para una izquierda ampliada que pervive<br />
como proyecto y meta en las cabezas y<br />
los corazones de tantos intelectuales mediterráneos.<br />
La enumeración de contenidos<br />
del pensamiento único no está escrita en<br />
ninguna parte, pero algunos han realizado<br />
una sistematización rigurosa 28 . Por resumir<br />
el contenido, se trata de la reducción<br />
del Estado al mínimo; del triunfo de la sociedad<br />
capitalista y liberal como base de la<br />
democracia misma; del mercado como<br />
mecanismo de solución de todo avatar y<br />
contradicción; de la no protección justificada<br />
como no motivación, etcétera. Es casi<br />
seguro que los adversarios del “pensamiento<br />
único” tenderán a ampliar y definir ese<br />
catálogo a la medida de sus necesidades<br />
ideológicas. Ahí radica buena parte del<br />
éxito de la fórmula y también el riesgo de<br />
su inutilidad analítica. Pero lo más destacado<br />
del pensamiento único no es tanto el<br />
abanico programático que propone, de tan<br />
libre aceptación como libre combate, sino<br />
el hecho de que se plantee como única so-<br />
27 Carlos Solchaga, El final de la edad dorada,<br />
Taurus, Madrid, 1997.<br />
lución posible. Ese fatalismo se impone<br />
desde una lógica de la eficacia que inventa<br />
un algoritmo infernal. Los países, como las<br />
empresas, como en definitiva las personas,<br />
han de actuar del modo óptimo (como el<br />
mejor de los escenarios creados por un<br />
contable), porque cualquier alternativa es<br />
perdedora y desastrosa para todos. Nadie<br />
reconocerá la paternidad de semejante<br />
comportamiento, pero las recomendaciones<br />
de los organismos internacionales, las<br />
grandes consultorías, los lobbies o los Gobiernos<br />
de las transnacionales han coincidido<br />
en sus determinaciones porque han<br />
aplicado la misma lógica.<br />
La tentación de contemplar ese fenómeno<br />
como si de un gran hermano orwelliano<br />
se tratara le quita la notable sofisticación<br />
de que dispone. Porque el hecho de<br />
idear varios escenarios posibles, como una<br />
paleta de colores o un test de respuestas<br />
cerradas, y escoger uno de ellos en función<br />
de unos criterios (generalmente financieros)<br />
no responde a la épica orwelliana del<br />
poder sino a la enfermedad gerencialista<br />
que invade la cultura política y que, paradójicamente,<br />
tantos errores de gestión comete.<br />
La consagración del mercado como<br />
único mecanismo de solución de los problemas<br />
deriva en esa enfermedad gerencialista<br />
que se aplica a todo y por todos y que<br />
ha empobrecido la política de manera preocupante.<br />
Los defensores de ese gerencialismo<br />
se escudan en posiciones antinostálgicas<br />
y antiintelectuales (desconocidas en<br />
Europa e inusuales en América desde los<br />
años del macarthysmo) y se proclaman<br />
pertenecientes a la posmodernidad. En<br />
buena parte de los casos, no pasan de ser<br />
posiciones de interés. José Manuel Naredo<br />
observa en la situación un regreso al<br />
“hombre unidimensional” de Marcuse 29 .<br />
La economía de los Estados –y no digamos<br />
la de las empresas– se despolitiza por<br />
completo. La propia política se relega a un<br />
espacio secundario, desprestigiado.<br />
Lo más curioso en el “pensamiento<br />
único” es la exhibición impúdica de un<br />
pretexto liberal para aplicar un método<br />
antiliberal, con resultado difícilmente liberador.<br />
En realidad, el contenido y el método<br />
de los grupos de trabajo que han desa-<br />
28 Joaquín Estefanía, La nueva economía: la<br />
globalización, Debate, Madrid, 1996. Contra el<br />
pensamiento único, Taurus, Madrid, 1998. Sobre el<br />
síndrome TINA, ver los artículos de Enrique de<br />
Mulder en el diario Expansión, 18-9-1997.<br />
29 José Manuel Naredo, “Sobre el ‘pensamiento<br />
único’”, en Archipiélago. Cuadernos de Crítica<br />
de la Cultura, 29, Castelldefels (Barcelona), verano,<br />
1997.<br />
28 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
ollado el “pensamiento único” han<br />
orientado su labor mediante ópticas conservadoras<br />
y no desde la tradición liberal<br />
comúnmente aceptada. Dicha tradición<br />
compromete una concepción de la sociedad<br />
con cuatro notas irrenunciables: individualista,<br />
igualitaria, universalista, meliorista<br />
30 . Gray admite distintos “sabores” liberales<br />
dentro de ese gran cuerpo único de<br />
la tradición liberal. No cabe duda de que<br />
los parámetros del “pensamiento único”<br />
no responden a ese cuerpo doctrinal básico<br />
y sí ofrecen notas y tics netamente conservadores<br />
durante los últimos cuatro lustros.<br />
El peso de la reacción conservadora a<br />
la preponderancia del socialismo y del liberalismo<br />
en el mundo ha pesado más que<br />
ninguna otra tendencia a la hora de articular<br />
las grandes operaciones de integración<br />
institucional que definen la globalización<br />
del final de siglo. Las élites que gobiernan<br />
tales operaciones o procesos no están educadas<br />
en la tradición liberal; se morirían de<br />
risa sólo de pensar que alguien pudiera ser<br />
capaz de dar la vida para que su adversario<br />
pueda defender sus ideas. The Wall Street<br />
Journal, el diario de mayor difusión en Estados<br />
Unidos, además de su excelente información<br />
financiera sirve a sus lectores la<br />
visión de la era anterior a Reagan como de<br />
auténtico libertinaje a superar e incluso<br />
combatir y hasta ha llegado a pagar como<br />
publicidad la inclusión de su editorial defendiendo<br />
semejante tesis en el periódico<br />
liberal The New York Times (el diario español<br />
Abc lo tradujo y reprodujo sin cargo<br />
alguno). Resulta sorprendente que la tradición<br />
liberal, en el sentido en que puedan<br />
entenderla Berlin y Gray, por ejemplo, se<br />
acepten mejor en las órbitas del socialismo<br />
liberal que en las propias carnes de las derechas<br />
que se reclaman del liberalismo.<br />
Todo lo dicho puede ayudar a explicar<br />
el tonto episodio de Fukuyama 31 , el hombre<br />
que molestó al mundo porque quería<br />
quitarle la historia. Curiosa reacción, ajena<br />
tanto a la tradición hegeliana como al teórico<br />
americano de apellido japonés, pero<br />
certera en una intuición de gran interés<br />
para el futuro: la creciente conciencia ciudadana<br />
de las gentes en los tiempos del desencanto<br />
político. La desaparición de los<br />
regímenes comunistas, la caída más que<br />
simbólica del muro de Berlín, había alentado<br />
la idea del triunfo del capitalismo,<br />
entendido como la condición natural de la<br />
30 John Gray, Liberalismo, Alianza Editorial,<br />
pág. 10, 1994.<br />
31 Francis Fukuyama, “The End of history?”,<br />
The National Interest, págs. 3-18, verano 1989.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
sociedad. Se impuso “el mercado-rey”, el<br />
que “asegura la victoria del consumidor sobre<br />
el productor, del ahorrador sobre el<br />
prestamista, del emprendedor sobre el funcionario”<br />
32 . Pero aquellos países del Este,<br />
“que soñaban con un mercado al estilo anglosajón”,<br />
encontraron la jungla 33 . Sin duda<br />
acababa una historia, pero empezaba<br />
invariablemente otra. ¿El triunfador? “La<br />
democracia ha vencido, y la democracia<br />
que ha vencido es la única democracia ‘real’<br />
que se haya realizado jamás sobre la tierra:<br />
la democracia liberal” 34 . El sistema<br />
mejor asentado y más extendido en el<br />
mundo (118 de 193 países son democráticos,<br />
el 55% de la población vive bajo tales<br />
regímenes); pero puede que por ello el sistema<br />
también más controvertido, el sistema<br />
al que se le exige más, el sistema que<br />
degenera más peligrosamente. Sartori cree<br />
que “se hace cada vez mas difícil refutar la<br />
democracia… y, por otro lado, se hace cada<br />
vez más difícil administrarla” 35 . El director<br />
de Foreign Affairs, Fareed Zakaria,<br />
hace balance de esa realidad y de esa dificultad:<br />
“De Perú a la Autoridad Palestina,<br />
de Sierra Leona a Eslovaquia, de Pakistán<br />
a Filipinas, vemos surgir un fenómeno<br />
perturbador en la vida internacional: la democracia<br />
iliberal” 36 . Un concepto imaginativo<br />
para una realidad variada y abundante,<br />
que encierra la negación de su esperanza<br />
en la realidad de su propio peligro.<br />
Tal es el legado para el nuevo milenio del<br />
mundo globalizado que nos han redondeado<br />
las dos últimas generaciones de gestores<br />
públicos, en la gran red urdida que tratan<br />
de hacer operativa lo mismo que si<br />
fuera un telar.<br />
4. Los políticos “globales” vuelven<br />
a la vertebración de espacios y flujos<br />
en una sociedad capitalista de participación;<br />
buscan de nuevo al ciudadano.<br />
A principios de siglo, Graham Wallas denunció<br />
el declinar de la racionalidad causado<br />
por la “deslocalización” de las gentes<br />
que, arrancadas de la aldea, eran arrojadas<br />
al anonimato masivo de la gran ciudad 37 .<br />
Se atribuye a ese fenómeno el entusiasmo<br />
32 Minc, op. cit., pág. 12.<br />
33 Alain Minc, La nueva Edad Media, Temas<br />
de Hoy, pág. 21.<br />
34 Giovanni Sartori, La democracia después del<br />
comunismo, Alianza Editorial, pág. 16, Madrid,<br />
1994. 35 Sartori, op. cit., pág. 16.<br />
36 Fareed Zakaria, “The Rise of Illiberal Democracy”,<br />
Foreign Affairs, pág. 22, November-December,<br />
1997. Publicado en español por Política<br />
Exterior, nº 62, marzo-abril, 1998, como “La aparición<br />
de las democracias no liberales”, pág. 119.<br />
JACINTO PÉREZ IRIARTE<br />
por la sociología que siguió luego a aquellos<br />
años. Los sociólogos tomaron materia<br />
del desarraigo de aquellas gentes, sin poder<br />
prever, naturalmente, que el desarraigo<br />
sería cuasitotal en el mundo, puesto<br />
que todo sería ciudad hasta que nada fuera<br />
ciudad. A la reflexión de los sociólogos<br />
habrían de darle respuesta, en cada lugar<br />
y en cada momento, los urbanistas. El urbanismo<br />
ha sido este siglo la gran ciencia<br />
de la organización de la vida humana, de<br />
la ubicación y de la reubicación de las<br />
gentes que han ido invadiendo las ciudades.<br />
El urbanismo ha sido la disciplina<br />
más odiada en los ámbitos del poder conservador<br />
tradicional, tanto si es en razón<br />
de su capacidad para romper el sistema de<br />
espacios establecido como si es por su incorregible<br />
tendencia a regular el uso de<br />
los suelos y limitar la libre especulación<br />
que sobre ellos tendría lugar en un mercado<br />
inadecuadamente llamado libre.<br />
La referencia “local” de todas aquellas<br />
gentes que, a lo largo del siglo, han ido<br />
abandonando el campo e integrándose en<br />
la ciudad anónima, han buscado su nueva<br />
referencia, en el barrio, en el club social o<br />
deportivo, en la pandilla o en la tribu urbana,<br />
en la empresa, o han resuelto su soledad<br />
y su sistema de referencias con la<br />
inestimable ayuda de la televisión. Hoy, la<br />
vida en el mundo es una vida urbana. Es<br />
urbana incluso la vida de la gente que<br />
queda en el campo, porque la ciudad es<br />
también su “centro urbano” en su sistema<br />
de referencias económicas y sociales.<br />
“¿Tiene sentido seguir hablando<br />
de ciudades? –se preguntan Borja<br />
y Castells–. Si, tendencialmente,<br />
todo es urbano, ¿no deberíamos<br />
cambiar nuestras categorías mentales<br />
y nuestras políticas de gestión<br />
hacia un enfoque diferencial entre<br />
las distintas formas de relación<br />
entre espacio y sociedad?” 38 .<br />
Castells ha reseñado un ámbito espacial<br />
nuevo, que duplica e incluso reduplica<br />
el ámbito del mundo que conocemos: el<br />
espacio que conforma “la ciudad informacional”<br />
39 . Lo describe como “el surgi-<br />
37 Graham Wallas, “Human Nature in Politics”<br />
(1908), citado por Roland N. Stromberg en<br />
Historia intelectual europea desde 1789, Debate, 3ª<br />
edición, pág. 322, Madrid, 1995.<br />
38 Jordi Borja y Manuel Castells, Local y global,<br />
Taurus, pág. 11, Madrid, 1997.<br />
39 La teoría social de Castells es una importantísima<br />
aportación, a la que el catedrático español<br />
ha dedicado, en Madrid y en Berkeley, buena<br />
parte de su vida. Su trabajo principal está recogido<br />
en sus obras Las tecnópolis del mundo. La formación<br />
de los complejos industriales del siglo XXI (con Peter<br />
29
GLOBALES, LOCALES Y PERDIDOS<br />
miento histórico del espacio de los flujos,<br />
superando el significado del espacio de lugares”<br />
40 . La sociedad-red la percibimos sólo<br />
como un juego que creemos empezar a<br />
comprender porque ya manejamos su jerga.<br />
En todo caso, su desarrollo se escapa<br />
de las manos, como un fluido, de quienes<br />
quieren controlarla férreamente, lo que le<br />
convierte en fenómeno democrático e incluso<br />
subversivo (ya han surgido los primeros<br />
“ciberácratas”); pero también la red<br />
abre un capítulo nuevo de la exclusión social.<br />
¿Estar en Internet? ¿Y para qué querrían<br />
tantos millones de excluidos de<br />
nuestras sociedades acceder a la red?<br />
Cabe, sin embargo, la posibilidad de<br />
confundir los procesos de globalización<br />
con los de marginación de quienes aparentemente<br />
no tienen más horizonte en<br />
sus vidas que el meramente local. La globalización,<br />
en términos culturales, consiste<br />
en la conciencia creciente de vivir en un<br />
solo mundo. No es tanto una cuestión de<br />
conocimiento del mundo mediante educación<br />
y viajes (que pueden ser, sí, datos<br />
de potenciación del proceso), o de conocimiento<br />
de idiomas. Tampoco depende del<br />
tamaño de la ciudad o núcleo urbano en<br />
el que se vive. Ni siquiera es una cuestión<br />
de horizonte. En el sistema educativo de la<br />
ciudad de Los Ángeles se manejan 81<br />
idiomas 41 , pero la globalización responde<br />
a los mismos mecanismos que en Madrid,<br />
en Barcelona o en Bilbao, pese a la complejidad<br />
con que los podamos vivir. Si hay<br />
algún “espíritu de la globalización”, no se<br />
halla necesariamente en Wall Street, la<br />
City londinense o el nuevo Berlín de los<br />
negocios del año 2000; o se halla tanto<br />
como en los recitativos rap del Bronx, las<br />
pinturas callejeras de Billancourt en el cinturón<br />
parisino o las tiendas arco-iris del<br />
barrio gay de Chueca en Madrid. Precisamente<br />
es en el límite donde conviven el<br />
conflicto y la expresión, la delincuencia y<br />
la solidaridad, la mirada corta de la super-<br />
Hall) y La ciudad informacional. Tecnologías de la<br />
información, reestructuración económica y el proceso<br />
urbano regional, publicadas ambas por Alianza Editorial.<br />
Finalmente, Castells ha publicado la “summa”<br />
en tres volúmenes, bajo el título general “La<br />
era de la información”, también en Alianza Editorial,<br />
entre 1997 y 1998. Vol. 1: “La sociedad red”.<br />
Vol. 2: “El poder de la identidad”. Vol. 3: “Fin de<br />
milenio”. La obra de Castells, publicada antes en<br />
inglés por Blackweel Inc., Cambridge, ha sido<br />
comparada por el riguroso Giddens con la Economía<br />
y sociedad, de Max Weber.<br />
40 Castells, La ciudad informacional..., pág.<br />
483.<br />
41 “New Perspectives Quaterly”. Entrevista<br />
con Ryzsard Kapuscinsky. “La raza cósmica en Estados<br />
Unidos”, en Fin de siglo, McGraw Hill, pág.<br />
148, México D.F., 1996.<br />
vivencia y la más absoluta posesión del<br />
mundo. The Economist se pregunta: “Si la<br />
cultura es local, ¿por qué la industria de<br />
los medios de información y de entretenimiento<br />
son crecientemente globales?” 42 .<br />
Bien, es evidente que hay una lógica del<br />
mercado en ese fenómeno, pero también<br />
hay que ver el enriquecimiento que para<br />
las culturas globales supone la toma de<br />
conciencia de vivir, con los demás, en un<br />
solo mundo. La inquietud por la invasión<br />
de una world culture contra nuestras señas<br />
de identidad, como si se nos fuera a robar<br />
el alma por parte de un invasor, no tiene<br />
ni la gravedad ni siquiera la justificación<br />
que se le da. Hay una cultura global, efectivamente,<br />
que es la que ha permitido la<br />
expansión de la tecnología (y no lo contrario,<br />
al menos en un primer momento),<br />
pero no se ha hecho necesariamente contra<br />
las culturas locales.<br />
“Lo que hay que resaltar aquí<br />
no es el hecho de que la gente<br />
sepa de muchos acontecimientos<br />
que tienen lugar en todo<br />
el mundo, acontecimientos<br />
de los que antes hubiera<br />
permanecido ignorante. Lo<br />
verdaderamente importante<br />
es que la extensión global de<br />
las instituciones de la modernidad<br />
hubiera sido imposible si no<br />
se hubiera aunado el<br />
conocimiento que está<br />
representado por las noticias” 43 .<br />
Después de tantos años de planificaciones<br />
bien y mal hechas, los políticos parecen<br />
estar volviendo al concepto de vertebración;<br />
y lo están haciendo a partir de<br />
la organización de los espacios (urbanismo),<br />
de los flujos (telecomunicaciones) y<br />
del trabajo social de adaptar a los humanos<br />
a tales espacios y flujos nuevos (educación).<br />
Las sociedades resisten las tensiones<br />
si disponen de un esqueleto que las<br />
sujete; y los nuevos “vertebradores” proponen<br />
o, al menos, buscan novedades en<br />
su programación política a partir de reordenaciones<br />
de territorio y revoluciones<br />
42 The Economist, November, 29, pag. 91,<br />
1997. Se trata de la séptima entrega de una serie de<br />
school briefs de indudable valor didáctico. Los artículos,<br />
fechas de aparición en el semanario y números<br />
respectivos de página son: 1º “One world?”<br />
(18-10-1997, pág. 102). 2º “Capital goes global”<br />
(25-10-1997, pág. 99). 3º “Workers of the world”<br />
(1-11-1997, pág. 97). 4º ”Trade winds” (8-11-<br />
1997, pág. 99). 5º “Delivering the goods” (15-11-<br />
1997, pág. 89). 6º “Worldbeater, Inc.” (22-11-<br />
1997, pág. 108). 7º “A world view” (29-11-1997,<br />
pág. 91).<br />
43 Giddens, Consecuencias..., pág. 79.<br />
educativas que no sean incompatibles con<br />
la batalla crónica por el empleo. Si una<br />
sociedad determinada está conformada<br />
por satisfechos e insatisfechos, por usar las<br />
palabras de Galbraith 44 , precisa que un<br />
sector numéricamente razonable de “satisfechos”<br />
sea capaz de arrostrar la carga de<br />
otro sector numéricamente soportable de<br />
“insatisfechos”. Los procesos de globalización<br />
añaden libertad y prosperidad a millones<br />
de personas, al mismo tiempo que<br />
descalabran a otras tantas, lo que permite<br />
suponer que es preciso abordar las relaciones<br />
internacionales de otra manera 45 .<br />
Todo desde Wallas hasta Castells es<br />
globalización, aunque éste lo desagrupe<br />
en tres macroprocesos entrelazados: la<br />
globalización económica, la informacionalización<br />
y la difusión urbana. En el desarrollo<br />
de esa ciudad informacional está<br />
la globalización y la localización, en una<br />
relación necesariamente complementaria<br />
tanto para que el mundo funcione como<br />
para que sus ciudadanos no queden abocados<br />
al suicidio. ¿Cómo sería ese “mundo<br />
sin ciudades” hacia el que podríamos<br />
evolucionar? Sería<br />
“un mundo organizado en torno<br />
a grandes aglomeraciones difusas<br />
de funciones económicas y<br />
asentamientos humanos diseminados<br />
a lo largo de vías de transporte,<br />
con zonas semirrurales<br />
intersticiales,… Lo global podría<br />
organizarse en torno a centros<br />
direccionales, tecnológicos<br />
y residenciales de élite conectados<br />
entre sí por comunicaciones de<br />
larga distancia y redes electrónicas,<br />
mientras que la población podría<br />
individualizar su hábitat en la<br />
difusión urbana descrita, o agruparse<br />
en comunidades defensivas<br />
de ideología casi tribal para asegurar<br />
su supervivencia en un mundo<br />
estructurado globalmente en su<br />
centro y desestructurado localmente<br />
en múltiples periferias” 46 .<br />
Un mundo así, o parecido, que ges-<br />
44 John Kenneth Galbraith, La cultura de la<br />
satisfacción, Ariel, Barcelona, 1992.<br />
45 De entre los trabajos recientes de gran interés<br />
relativos a la incidencia de la globalización en<br />
las relaciones internacionales podemos señalar tres:<br />
Strobe Talbott, “Globalization and Diplomacy”,<br />
en Foreign Policy,. 108, pág. 69, otoño, 1997.<br />
Wolfgang H. Reinicke, “Global Public Policy”, en<br />
Foreign Affairs, pág. 127, November-December,<br />
1997. Fred Halliday, “Gobernabilidad global:<br />
perspectivas y problemas”, en Revista Internacional<br />
de Filosofía Política, 9, pág. 23, junio, 1997.<br />
46 Borja y Castells, Lo local..., pág. 13.<br />
30 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
tione complementariamente lo global y lo<br />
local, precisa –incluso aceptando los criterios<br />
“gerencialistas” más limitados– una<br />
descentralización. Si todo el poder y todos<br />
los recursos se hallan en el centro, las<br />
periferias no podrán desarrollar sus capacidades<br />
y no sobrevivirán, o bien acabarán<br />
por “tomar” el centro. Por otra parte,<br />
es obvio que esa descentralización del poder<br />
queda implícitamente asociada a un<br />
reequilibrio de los recursos hacia criterios<br />
de mayor solidaridad.<br />
Para contestar a la pregunta de ¿qué<br />
hay después del capitalismo?, Heilbroner<br />
concluye que, para que el capitalismo logre<br />
superar su propio desorden, su salida<br />
apunta hacia<br />
“una sociedad cuyo modelo<br />
de cooperación no es la costumbre<br />
ni la tradición ni un mando<br />
centralizado ni la sumisión a las<br />
presiones e incentivos del mercado.<br />
Su principio integrador sería<br />
la participación, el compromiso<br />
de todos los ciudadanos en la<br />
determinación recíproca de cada<br />
fase de sus vidas económicas a través<br />
del debate y la votación” 47 .<br />
La conclusión de Heilbroner y otros<br />
autores tiene interés porque no surge de<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
la voluntad de hallar un mundo mejor sino<br />
del resultado dialéctico que tiene salir<br />
del mundo en el que nos encontramos<br />
ahora. La tendencia hacia un modelo de<br />
sociedad civil basada en los derechos humanos<br />
se menciona ahora desde sectores<br />
del capitalismo menos caritativo. Hasta<br />
los chinos van a tener que aprobar esas<br />
pruebas de selectividad antes de inaugurar<br />
su imperio de mercado del siglo XXI. Lo<br />
curioso es que el capitalismo de participación<br />
se ha convertido en un punto de<br />
convergencia hacia el que, cada uno a su<br />
manera, se acercan los schumpeterianos,<br />
los marxistas, los entusiastas del “capitalismo<br />
popular” que hablan sin empacho<br />
de un “capitalismo progresista”, los comunitaristas<br />
–cristianos o no– y, desde luego,<br />
los socialistas liberales y algunos no tan liberales.<br />
En todo caso, este podría ser, por<br />
el momento, el debate de cierre acerca de<br />
la globalización y de sus consecuencias.<br />
Descartados tanto “la lucha final” como<br />
“el final de la historia”, y emplazados a<br />
47 Robert Heilbroner, El capitalismo del siglo<br />
XXI, pág. 118, Península, Barcelona, 1996.<br />
48 Riccardo Petrella, El bien común. Elogio de<br />
la solidaridad, págs. 129 y 147, Debate, Madrid,<br />
1997.<br />
JACINTO PÉREZ IRIARTE<br />
batirnos entre ideologías o entre civilizaciones,<br />
queda no obstante lo obvio: el<br />
gran torneo –global, con cien mil banderas<br />
locales– entre los capitalismos. En el<br />
peor de los casos, la depredación entre los<br />
depredadores. En el mejor de los casos,<br />
tocando el cielo con la punta de los dedos,<br />
la utopía de quienes proponen un<br />
“contrato social mundial” 48 , quizá la primera<br />
propuesta global para la primera generación<br />
planetaria. n<br />
Jacinto Pérez Iriarte es periodista.<br />
31
LIBERTAD,<br />
LIBERALISMO Y ABSTRACCIÓN<br />
ada vez que una idea abstracta logra<br />
convertirse en una realidad subsistente<br />
ya pueden echarse a temblar<br />
los seres humanos de carne y hueso. Así<br />
sucede, por ejemplo, con la idea de Nación,<br />
de Raza, de Progreso, de Razón, de<br />
Mercado, de Estado. ¿A cuántos ciudadanos<br />
de a pie les ha costado el cuello su negativa<br />
a someterse a estas y otras hipóstasis<br />
de turno? Una vez que la idea se escribe<br />
con letras mayúsculas, parece adquirir<br />
el derecho de olvidar su origen y desvincularse<br />
de las minúsculas decisiones de los<br />
hombres de quienes han nacido.<br />
Desde hace tiempo sabemos que el<br />
poder constituye un componente inevitable<br />
en las relaciones sociales. Uno de los<br />
privilegios –y servidumbres– del ser humano<br />
consiste en la obligación de tomar<br />
decisiones para organizar su vida individual<br />
y social, obligación que el reino vegetal<br />
y animal pueden delegar en una naturaleza<br />
que carece del dudoso privilegio<br />
de la consciencia. Y esas decisiones, aun<br />
las más privadas, siempre repercuten en<br />
otros. De tal modo que el poder se multiplica<br />
como en un infinito juego de espejos,<br />
del cual participamos todos en formas<br />
y proporciones diversas1 C<br />
. Considerar<br />
al poder, en general, como a un enemigo<br />
externo implica desconocer lo que constituye<br />
la característica más decisiva de eso<br />
que ha dado en llamarse la condición humana:<br />
su capacidad de autocreación, de<br />
inventar formas de relación que la naturaleza<br />
misma no le proporciona.<br />
La dominación, sin embargo, es otra<br />
cosa. Constituye una patología del poder,<br />
un ejercicio del mismo que tiende a privar<br />
a los seres humanos implicados en ese<br />
tipo de relación de su autonomía, sometiendo<br />
esa capacidad de autocreación a<br />
1 Ver M. Foucault: Un diálogo sobre el poder.<br />
Alianza, Madrid, 1981.<br />
AUGUSTO KLAPPENBACH<br />
las decisiones del dominador. Hegel ha<br />
descrito magistralmente esas relaciones<br />
en su dialéctica del amo y el esclavo 2 . El<br />
esclavo se relaciona directamente con la<br />
naturaleza, se ocupa de su transformación.<br />
El papel del amo, por el contrario,<br />
constituye “la potencia sobre el esclavo”,<br />
por naturaleza abstracta y desvinculada<br />
del trabajo del siervo. Al amo le está reservado<br />
el puro goce que proporciona el<br />
poder –su “erótica” diríamos hoy–, mientras<br />
que el esclavo asume los aspectos<br />
concretos de la vida, si bien al precio de<br />
renunciar a su autonomía. Y como esta<br />
autonomía constituye precisamente la<br />
esencia de la humanidad, el amo se apropia<br />
de ella. El “hombre” será en adelante<br />
quien asuma el papel de amo, mientras<br />
que el esclavo, privado de su poder, retorna<br />
a la naturaleza, se confunde con<br />
ella. De estas relaciones, tan viejas como<br />
la historia, surgen los innumerables dualismos<br />
que en el mundo han sido: almacuerpo,<br />
inteligible-sensible, razón-sentimiento,<br />
teoría-práctica, público-privado,<br />
etcétera. Lo que caracteriza a la cultura<br />
de la dominación no consiste, por supuesto,<br />
en la necesaria distinción de niveles,<br />
sino en su exclusión y oposición<br />
mutua, de tal modo que uno de ellos<br />
asume un papel hegemónico que relega al<br />
otro a la servidumbre. Véanse, por ejemplo,<br />
las relaciones alma-cuerpo en la tradición<br />
occidental y se entenderá qué queremos<br />
decir 3 .<br />
Toda forma de poder necesita legitimarse<br />
en el mundo de las ideas, desde<br />
mucho antes de que Platón escribiera su<br />
República. Se trata de otro aspecto de esa<br />
originalidad del género humano, con respecto<br />
al resto de la naturaleza, que no<br />
2 Hegel: Fenomenología del espíritu. FCE, México,<br />
1966, B-IV. A,3.<br />
3 Ver, por ejemplo, Platón: Fedón, 66a - 67b.<br />
puede limitarse a actuar sino que necesita<br />
preguntarse constantemente por qué lo<br />
hace, cuál es el fundamento de su acción.<br />
Las ideologías resultan así consustanciales<br />
al género humano, aun cuando algunas<br />
voces hayan hablado en nuestros tiempos<br />
de su definitiva liquidación; afirmación,<br />
dicho sea de paso, tan ideológica como<br />
cualquier otra 4 . Y la señal de que estamos<br />
en presencia de una ideología que intenta<br />
legitimar las relaciones de dominación<br />
consiste precisamente en su carácter abstracto.<br />
El papel ideal del amo, su distancia<br />
de la naturaleza, se transfieren a las razones<br />
que tratan de justificar su función<br />
en la sociedad. Las hipóstasis de que hablábamos<br />
al comienzo empiezan a adquirir<br />
vida propia: la dominación del amo se<br />
fundamenta en “la razón de Estado”, por<br />
ejemplo, o en “la defensa de la Fe”, o en<br />
legitimaciones más modernas pero que siguen<br />
la misma lógica, como “las exigencias<br />
del Mercado” o “el Nuevo Orden<br />
Mundial”. Abstracciones que no hacen<br />
más que reflejar el papel imperial de la<br />
Idea que pretende someter a sus decisiones<br />
la vida concreta de los hombres de<br />
carne y hueso. Y ya sabemos que detrás<br />
de las ideas dominantes existen dominios<br />
mucho menos ideales que se expresan a<br />
través de ellas.<br />
Muchas de estas ideas escritas con mayúsculas<br />
han tenido una evolución interesante.<br />
Han nacido al calor de proyectos de<br />
emancipación que pretendían oponerse a<br />
formas caducas de dominio, pero el paso<br />
del tiempo las ha llevado a legitimar nuevos<br />
poderes. Así sucede, por ejemplo, con<br />
la idea de Igualdad, que la Revolución<br />
4 Ver Daniel Bell: El fin de la ideología. Ministerio<br />
de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1992,<br />
y Francis Fukuyama: El fin de la historia y el último<br />
hombre. Planeta, Barcelona, 1992.<br />
32 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Francesa enarboló como divisa en su lucha<br />
contra los privilegios de la nobleza: en adelante,<br />
todos los ciudadanos gozarían de los<br />
mismos derechos por el solo hecho de ser<br />
miembros de la Humanidad. Pero, como<br />
es sabido, una nueva estructura de clases<br />
reemplaza a los estamentos del antiguo régimen<br />
y la Igualdad se reduce a su dimensión<br />
jurídico-legal. En adelante, los ciudadanos<br />
serán teóricamente iguales ante la<br />
ley, pero ese privilegio no incluye el derecho<br />
a una satisfacción equivalente de sus<br />
necesidades básicas, como la alimentación<br />
o la sanidad. Los Derechos Humanos, en<br />
general, se han interpretado desde esta óptica<br />
formal y abstracta: este concepto se<br />
vincula antes al derecho de habeas corpus o<br />
al sufragio universal que al derecho de comer<br />
todos los días, por ejemplo. Lo cual<br />
no implica, por supuesto, desvalorizar el<br />
paso histórico que significa este reconocimiento<br />
si lo comparamos con las desigualdades<br />
existentes en la antigüedad: aunque<br />
idealizados por la abstracción, los Derechos<br />
Humanos han tenido el mérito de<br />
privar a las formas antiguas de dominación<br />
de su legitimación en el orden de la naturaleza<br />
o en la voluntad divina (recuérdese<br />
la defensa aristotélica de la esclavitud y su<br />
posterior justificación en las Sagradas Escrituras).<br />
Y ya sabemos la importancia que<br />
tienen las legitimaciones ideológicas en las<br />
estructuras sociales 5 .<br />
Este proceso se puede ilustrar más<br />
claramente siguiendo la historia del concepto<br />
de Libertad, una de las conquistas<br />
básicas de la Modernidad. Se trata, en<br />
efecto, de un concepto moderno en su<br />
significación actual. Cuando la antigüedad<br />
clásica o el Medievo hablan de libertad<br />
no se están refiriendo, en general, a la<br />
5 A. Klappenbach: Igualdad y diferencia en la<br />
Filosofía Moral de Kant, CLAVES DE RAZÓN<br />
PRÁCTICA, nº 46, octubre 1994.<br />
33
LIBERTAD, LIBERALISMO Y ABSTRACCIÓN<br />
autonomía del individuo. Se trata más<br />
bien de la adecuación de la conducta humana<br />
a un orden natural o divino situado<br />
más allá de las decisiones del sujeto.<br />
Resulta ilustrativo el razonamiento del<br />
intelectualismo moral nacido del pensamiento<br />
de Sócrates y ampliamente utilizado<br />
en la filosofía clásica y cristiana. La<br />
acción humana no puede buscar sino el<br />
bien (“aquello a lo que todas las cosas<br />
tienden”, decía Aristóteles). Si hacemos<br />
el mal es porque lo confundimos con el<br />
bien, y en ese sentido estamos haciendo<br />
lo que no queremos, por lo cual la maldad<br />
se identifica con la ignorancia, que es<br />
la verdadera enemiga de la libertad. Así<br />
que obligar a alguien a realizar el bien no<br />
implica atentar contra su libertad, sino<br />
conducirlo, aun contra sus deseos, a<br />
cumplir su papel en el orden verdadero.<br />
El hombre realmente libre será, por tanto,<br />
aquel que sólo pueda hacer el bien,<br />
que, una vez conocido, atrae inevitablemente<br />
la voluntad humana. Dios será así<br />
el paradigma de toda libertad: su omnipotencia<br />
no incluye –más bien excluye–<br />
la posibilidad de obrar mal, ya que su sabiduría<br />
es infinita y se identifica con el<br />
Bien absoluto. Y el hombre será tanto<br />
más libre cuanto más se acerque a ese<br />
modelo. Es decir, que la única verdadera<br />
libertad consiste en adecuar la propia<br />
conducta a un orden dado que no depende<br />
de la voluntad humana, sino que se<br />
fundamenta primero en leyes naturales<br />
inmutables y luego en la misma Voluntad<br />
Divina 6 . Como se ve, un modelo de legitimación<br />
casi perfecto, ya que los verdaderos<br />
poderes de los que depende ese orden<br />
logran esconder su rostro humano<br />
tras realidades trascendentes y por tanto<br />
inmodificables, de tal modo que cualquier<br />
cuestionamiento a la estructura social<br />
vigente se convierte en un ataque<br />
contra la esencia metafísica de la realidad<br />
y contra la misma libertad antes que contra<br />
decisiones humanas contingentes. Un<br />
triunfo de la abstracción.<br />
Fue necesario que cambiara la relación<br />
del hombre con la naturaleza que le<br />
rodea para que este modelo –con sus diversas<br />
variantes– entrara en crisis. En el<br />
Renacimiento se comienza a descubrir<br />
que el ser humano no es un componente<br />
6 Arthur Schopenhauer, en su ‘Escrito concursante<br />
sobre la libertad de la voluntad’ (publicado<br />
en el volumen titulado Los dos problemas fundamentales<br />
de la Ética, Siglo XXI, Madrid, 1993), desarrolla<br />
ampliamente y con abundancia de citas las<br />
concepciones antigua y medieval de la libertad como<br />
contrapuestas a la libre elección del individuo.<br />
más de un orden natural inmodificable,<br />
sino el centro alrededor del cual gira todo<br />
lo que le rodea. El mundo va dejando<br />
de ser una realidad dada de una vez para<br />
siempre para convertirse en un campo de<br />
operaciones que lo modelan a imagen y<br />
semejanza de la voluntad humana. El<br />
hombre pasa a ser “un dios humano” y se<br />
le transfieren a él muchas cualidades antes<br />
reservadas al Creador. La ciencia y la<br />
técnica nacientes le convencen de que no<br />
existen obstáculos que su voluntad no<br />
pueda superar para construir un mundo<br />
a su medida: “¿Quién quiere poner límites<br />
al ingenio humano?”, decía Galileo. Y<br />
este proceso se profundiza hasta hacer<br />
posible la proclama moderna de Kant,<br />
que define a la Modernidad como la época<br />
que ha logrado la mayoría de edad de<br />
la razón humana. Se han dado las condiciones<br />
para que la libertad deje de considerarse<br />
como la adecuación a un orden<br />
que no depende del hombre y pase a<br />
convertirse en una propiedad del mismo<br />
ser humano. La libertad entendida como<br />
autonomía del sujeto significa, etimológicamente,<br />
que cada individuo es su propia<br />
ley, que su voluntad es capaz de regirse<br />
a sí misma para construir su propio<br />
ser. Se anticipa ya la idea existencialista<br />
del hombre como un ente que debe crear<br />
su propia esencia, “escultor de sí mismo”,<br />
como dice Pico de la Mirandola en pleno<br />
Renacimiento 7 , porque la naturaleza no<br />
le ha dotado de aquello que ha otorgado<br />
a todos los demás seres: un puesto fijo en<br />
el cosmos.<br />
Parece que se ha superado la abstracción:<br />
a primera vista, nada más concreto<br />
que el sujeto individual autónomo, dueño<br />
de sus propias decisiones y liberado de<br />
un orden inmodificable que no depende<br />
de sí mismo. Sin embargo, el concepto de<br />
libertad tiene que seguir conviviendo con<br />
nuevas formas de dominación. El capitalismo<br />
naciente no puede prescindir de legitimaciones<br />
abstractas en la medida en<br />
que su lógica interna le obliga a reproducir,<br />
aunque de forma distinta, los dualismos<br />
que separan al trabajo humano del<br />
ejercicio del poder y, por tanto, reservan<br />
el ejercicio real de la autonomía a una pequeña<br />
porción de la humanidad. Y así<br />
surge el liberalismo, que se presenta como<br />
la superación de todas aquellas ideologías<br />
que hurtaban a la decisión de los individuos<br />
la construcción de las estructuras<br />
sociales, confiando a cada uno la respon-<br />
7 Pico de la Mirandola: Oración sobre la dignidad<br />
del hombre.<br />
sabilidad de jugar su propio papel en<br />
ellas. Tanto en su vertiente económica<br />
como política, el liberalismo parte del supuesto<br />
de que si no se ponen trabas a la<br />
libre decisión de cada individuo el orden<br />
resultante será el mejor posible, siempre<br />
que se respeten las reglas del juego mediante<br />
el cumplimiento del famoso axioma<br />
que comentaremos más adelante: “Mi<br />
libertad termina donde empieza la libertad<br />
de los demás”. Aparentemente, nada<br />
más alejado de las hipóstasis abstractas de<br />
las que hemos hablado: el orden no se<br />
fundamenta ya en una naturaleza inasequible<br />
a la decisión humana ni en una<br />
Voluntad Divina inapelable, sino en el libre<br />
juego de las opciones concretas de los<br />
hombres, que encuentran su único límite<br />
en el respeto de las opciones de los demás.<br />
Trataremos de mostrar, sin embargo,<br />
que tras esta declaración de principios<br />
se esconde una formidable abstracción,<br />
tanto más eficaz como criterio de legitimación<br />
cuanto menos aparente se muestra<br />
en ese discurso.<br />
Etimológicamente la palabra abstracción<br />
significa, poco más o menos, lo mismo<br />
que extracción: sacar de, quitar de.<br />
Un concepto abstracto es aquel que ha<br />
prescindido, ha quitado de su contenido<br />
las características diferenciales de los objetos<br />
concretos que abarca para quedarse<br />
sólo con lo común. Procedimiento, por<br />
supuesto, esencial a cualquier lenguaje y<br />
que sólo resulta engañoso si pretende expresar<br />
una concreción que no tiene.<br />
Cuando, por ejemplo, los nacionalismos<br />
exacerbados enarbolan el concepto abstracto<br />
de Nación o de Raza como portador<br />
de no sabe qué esencias metafísicas<br />
por las cuales vale la pena morir y matar,<br />
la razonable abstracción se convierte en<br />
una legitimación mistificada. De ese tipo<br />
de abstracción estamos hablando aquí. Y<br />
para construirlas existen dos caminos.<br />
Uno de ellos consiste en expresar generalidades<br />
vacías que todo lo abarcan y de<br />
las cuales han sido cuidadosamente quitados<br />
los signos distintivos de lo real. Tales<br />
son las abstracciones a las que nos hemos<br />
referido antes, a las que ha acudido<br />
el pensamiento antiguo y medieval como<br />
criterios de legitimación: el Orden Natural,<br />
la Voluntad de Dios o –más modernamente–<br />
la Razón de Estado.<br />
Pero existe otro tipo de abstracción<br />
menos evidente y que también responde,<br />
de otra manera, a su etimología. Consiste<br />
en sacar a un elemento de su contexto,<br />
prescindir de las relaciones que lo constituyen<br />
y pretender comprenderlo aislada-<br />
34 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
mente de ellas. Este tipo de abstracciones,<br />
a diferencia de las otras, se escriben<br />
con minúscula y carecen de las pretensiones<br />
solemnes de las anteriores, pero su<br />
eficacia mistificadora no es menor. A esta<br />
especie pertenece una de las abstracciones<br />
preferidas del liberalismo: el concepto de<br />
individuo y la ideología que se sobre él se<br />
funda: el individualismo. Según la célebre<br />
definición de Boecio, el concepto de individuo<br />
se refiere a aquello que no está<br />
dividido en sí mismo y que está dividido<br />
de cualquier otro ser, es decir, que puede<br />
ser comprendido por sí mismo y no como<br />
parte integrante de otra totalidad.<br />
Desde este punto de vista, el concepto de<br />
hombre, que antiguamente sólo era comprensible<br />
como un elemento inserto en<br />
una totalidad mayor –Estado o Iglesia,<br />
por ejemplo–, pasa a gozar de un estatuto<br />
autónomo: el hombre entendido como<br />
individuo constituye el eje a partir del<br />
cual podrá comprenderse la sociedad, y<br />
no al revés. La libertad pasará a ser una<br />
prerrogativa del individuo considerado<br />
como autolegislador, y no la adecuación<br />
a un orden natural o divino situado más<br />
allá de sus decisiones concretas.<br />
Evidentemente, hay mucho que<br />
agradecer a este cambio de perspectiva.<br />
Las libertades modernas (de pensamiento,<br />
de prensa, de culto, de reunión, etcétera)<br />
serían impensables sin la afirmación<br />
del carácter individual atribuido a cada<br />
ser humano concreto. La progresiva extensión<br />
del sufragio universal implica<br />
que cada ciudadano se convierte en legislador<br />
acerca de la forma de sociedad que<br />
se construya y no se limita a formar parte<br />
pasiva de la misma. Y así, multitud de<br />
conquistas históricas que hoy nos parecen<br />
tan naturales como incomprensibles<br />
hubieran resultado cuando el hombre no<br />
era todavía individuo. Sin embargo, la segunda<br />
forma de abstracción de que hemos<br />
hablado no deja de mostrarse operativa,<br />
ya que hay que hacer compatibles<br />
los derechos individuales con nuevas formas<br />
de dominación, convencer al individuo<br />
naciente de que las nuevas desigualdades<br />
sociales también tienen un carácter<br />
natural, aunque haya cambiado su fundamento.<br />
Y para ello se intenta construir un<br />
sujeto social abstraído de las relaciones<br />
que lo constituyen como tal. El individuo<br />
liberal no tiene historia ni depende<br />
de sus vínculos con la naturaleza y los demás<br />
hombres. Se supone que puede ejercer<br />
su libertad independientemente de<br />
cualquier condicionamiento que le haya<br />
sido impuesto por la situación concreta<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
en que esa libertad debe realizarse. Así,<br />
sus éxitos o sus fracasos dependerán sólo<br />
de sí mismo, de su capacidad y de su esfuerzo<br />
personal, antes que de las posibilidades<br />
que la sociedad le ofrece. A nadie<br />
más que a sí mismo puede atribuir los resultados<br />
que consiga en su lucha por la<br />
vida. El Estado reduce su papel a una<br />
función arbitral en caso de conflicto, pero<br />
evita inmiscuirse en las relaciones entre<br />
los hombres: se supone que una mano<br />
invisible será capaz de regularlas para obtener<br />
los mejores resultados posibles de<br />
esa lucha por la supervivencia en la que<br />
cada uno de los contendientes parte con<br />
similares posibilidades de éxito. En los albores<br />
de la construcción del Estado liberal,<br />
el llamado darwinismo social expresa<br />
estos supuestos con más claridad de la<br />
que hoy sería capaz cualquier teórico del<br />
liberalismo 8 . Así como en la historia natural<br />
el progreso ha surgido de la libre<br />
competencia entre las especies, de tal<br />
modo que las más fuertes han sobrevivido<br />
y las más débiles han perecido, el<br />
avance en la historia humana requiere<br />
adoptar un modelo similar, de tal modo<br />
que sean los individuos, librados a su<br />
propias fuerzas y sin la protección de un<br />
Estado benefactor, los que obtengan la<br />
posición social que corresponda a sus<br />
méritos y su trabajo personal. Discurso<br />
en el que aparece con claridad un supuesto<br />
que comentaremos más adelante: la<br />
opción por la libertad entendida como<br />
competitividad, y en el que nuevamente<br />
se acude a las leyes naturales –esta vez escritas<br />
con minúsculas– para fundamentar<br />
un modelo de sociedad.<br />
No se puede negar que este discurso<br />
es atractivo, y sobre todo que tiene una<br />
enorme fuerza legitimadora. ¿Quién podrá<br />
considerar injusta una estructura social<br />
en la que cada uno de sus miembros<br />
ha tenido la oportunidad de elegir su<br />
propio lugar en ella? El único problema<br />
radica en que ese individuo que postula<br />
el liberalismo no existe. Tan abstractas<br />
son las totalidades omnicomprensivas como<br />
estos individuos autónomos del liberalismo.<br />
Porque cada ser humano es el resultado<br />
de un cruce de coordenadas que<br />
no se limitan a delimitar su ámbito de<br />
acción sino que lo constituyen como tal.<br />
Sin entrar en la discusión ociosa acerca<br />
de la prioridad entre individuo y sociedad<br />
(imposible de resolver en esos términos),<br />
conviene recordar lo que ya Aristó-<br />
8 Ver H. Spencer: El individuo contra el Estado.<br />
Bibl. Júcar, Madrid.<br />
AUGUSTO KLAPPENBACH<br />
teles había descubierto: el mismo concepto<br />
de hombre incluye el de sociedad,<br />
ante todo porque el lenguaje, que constituye<br />
el signo de la diferencia radical entre<br />
el hombre y el resto de la naturaleza, no<br />
es individual sino social 9 . Y para huir de<br />
esa abstracción ilegítima de que hemos<br />
hablado, hay que recordar que esa sociedad<br />
es la sociedad concreta en que el<br />
hombre ha nacido, incluyendo su lugar<br />
de origen, su familia, las condiciones<br />
económicas en que se ha formado, la<br />
ideología en que se le ha educado, etcétera.<br />
De modo que el individuo de que habla<br />
el liberalismo nunca entra en la lucha<br />
por la vida en igualdad de condiciones<br />
con los demás. La tan mencionada igualdad<br />
de oportunidades constituye un concepto<br />
tan utópico como la Ciudad del<br />
Sol de Campanella. Para ello sería necesario<br />
que la historia se iniciara desde cero<br />
y cada individuo dispusiera de capacidades<br />
similares a los demás. El liberalismo<br />
parte de una concepción adánica del<br />
hombre, como si a cada uno de los individuos<br />
se le ofreciera un mundo virgen<br />
por construir y cada uno pudiera elegir<br />
su papel en esa empresa.<br />
Dicho de otra manera: el ser humano<br />
no es ante todo un individuo sino un sujeto<br />
situado en una red de relaciones que<br />
son las que definen aquello que los existencialistas<br />
llamaban su “ser en el mundo”<br />
y que, por tanto, lo constituyen como<br />
sujeto. Y desde este punto de vista, el<br />
sujeto de la libertad no es ese individuo<br />
inexistente, sino la estructura social concreta<br />
de la que forma parte 10 . Es decir,<br />
no existen individuos libres sino relaciones<br />
libres. La libertad no es una propiedad del<br />
sujeto sino un modo de relación social,<br />
aquella en la cual cada uno de sus agentes<br />
es capaz de ejercer su autonomía sin convertir<br />
a los otros en meros instrumentos<br />
de sus proyectos individuales. Concepto<br />
también utópico, si se quiere, pero de<br />
una utopía muy distinta a la de la “mano<br />
invisible” de Adam Smith. De ahí que la<br />
9 Aristóteles: La Política, libro I, cap. 2.<br />
10 “No sólo el material de mi actividad (como<br />
el idioma, merced al que opera el pensador) me es<br />
dado como producto social, sino que mi propia<br />
existencia es actividad social, porque lo que yo hago<br />
lo hago para la sociedad y con conciencia de ser<br />
un ente social. Mi conciencia general es sólo la forma<br />
teórica de aquello cuya forma viva es la comunidad<br />
real, el ser social, en tanto que hoy día la<br />
conciencia general es una abstracción de la vida real<br />
y como tal se le enfrenta. Hay que evitar ante todo<br />
el hacer de nuevo de la ‘sociedad’ una abstracción<br />
frente al individuo. El individuo es el ser social”.<br />
Marx: Manuscritos de Economía y Filosofía. Tercer<br />
Manuscrito, Alianza, Madrid, 1977, pág. 146.<br />
35
LIBERTAD, LIBERALISMO Y ABSTRACCIÓN<br />
frase antes mencionada, tan cara al liberalismo,<br />
“mi libertad termina donde empieza<br />
la libertad de los demás”, sea menos<br />
inocente de lo que parece. Esa frase considera<br />
a la libertad como una propiedad<br />
individual –la relación con el concepto<br />
de propiedad no es, por supuesto, casual–,<br />
de tal modo que la libertad ajena<br />
se presenta siempre como enemiga de la<br />
propia, ya que si el otro no existiera o renunciara<br />
a su libertad los límites de mi<br />
libertad se verían ampliados. Llevando al<br />
límite ese supuesto, la relación social se<br />
convierte en competitividad, en lucha entre<br />
libertades que tienden a anularse mutuamente,<br />
lo cual constituye el verdadero<br />
supuesto de la ideología liberal. En efecto,<br />
la lógica interna de esta concepción<br />
competitiva lleva a extender los límites<br />
de la libertad individual hasta donde el<br />
individuo pueda o le dejen: el único límite<br />
entre libertades lo determina el poder<br />
de cada una de ellas. Si, por el contrario,<br />
se considera a la libertad como un<br />
modo de relación –en términos hegelianos<br />
como la superación de la dialéctica<br />
del amo y el esclavo–, la competitividad<br />
deja paso a una concepción universal: sólo<br />
en este supuesto podrían ser libres todos<br />
los que intervienen en esa relación social.<br />
Porque es ocioso añadir que en un<br />
esquema competitivo resulta inevitable<br />
que unos ganen y otros pierdan, que es lo<br />
que ha sucedido.<br />
Llegamos así a la verdadera opción<br />
que está en la raíz de las diferentes formas<br />
de entender la libertad y que consiste<br />
en una opción ante su carácter universal.<br />
El liberalismo parte del supuesto<br />
–consciente o inconsciente, explícito o<br />
implícito– de que la libertad es un atributo<br />
del individuo que debe desarrollarse<br />
en una situación de competencia con los<br />
demás, y eso le lleva a considerar abstractamente<br />
a cada sujeto como una totalidad<br />
autónoma y comprensible por sí<br />
misma. La sociedad vendrá, por añadidura<br />
11 , del libre juego entre esas autonomías<br />
absolutas. De ese modo la libertad<br />
resulta compatible con las relaciones que<br />
hemos llamado de dominio, en la medida<br />
en que cada libertad extiende su poder<br />
hasta donde la realidad se lo permita, de<br />
manera que los grados de libertad dependerán<br />
del resultado de esa competencia.<br />
Admitiendo, desde luego, algunas cautelas<br />
legales reducidas a asegurar que ese<br />
11 “La sociedad no existe”, solía decir Margareth<br />
Thatcher.<br />
juego se desarrolle según reglas que eviten<br />
el descontrol en la lucha por el poder.<br />
Por el contrario, si se considera a la<br />
libertad como una forma de relación social,<br />
el acento se pone en la sociedad misma:<br />
es ésta la que será o no será libre en<br />
la medida en que se superen los vínculos<br />
de dominación o unos individuos se conviertan<br />
en meros instrumentos productivos<br />
al servicio de otros 12 . Si la palabra no<br />
estuviera tan contaminada por una larga<br />
historia de abusos semánticos, podríamos<br />
llamar socialismo a este modo de entender<br />
la libertad que, a diferencia del liberal,<br />
tiende a una validez universal. La sociedad<br />
no es considerada como un mero resultado<br />
de las interacciones de los individuos<br />
sino como el punto de partida que<br />
constituye a los hombres como tales. Pero<br />
evitando a la vez toda hipóstasis abstracta<br />
que pretenda situarse por encima<br />
de los sujetos concretos que la forman,<br />
como el concepto de un Estado totalizador<br />
cuya omnipotencia pudiera exigir el<br />
sacrificio de la libertad de los hombres de<br />
carne y hueso sujetos a su dominio. Es<br />
decir, los miembros de la sociedad no son<br />
individuos en el sentido liberal de la palabra<br />
ni partes integrantes de una totalidad<br />
autosubsistente, sino sujetos en relación, y<br />
esas relaciones son las que definen su<br />
existencia concreta.<br />
Ambas formas de concebir la libertad<br />
son ideológicas y no es posible demostrar<br />
científicamente la superioridad de una<br />
sobre otra. Ambas se asientan, en último<br />
término, en opciones éticas cuyo tratamiento<br />
sería motivo de otra discusión.<br />
Lo que hemos querido poner de manifiesto<br />
es la mistificación que se produce<br />
cuando una ideología trata de presentarse<br />
a sí misma como el resultado necesario<br />
de leyes naturales o divinas, convirtiendo<br />
la legitimación de las distintas formas de<br />
poder en una exigencia metafísica y<br />
transformando las abstracciones en entidades<br />
subsistentes. Y para ello tanto da<br />
que esas abstracciones asuman el rostro<br />
de solemnes realidades escritas con mayúscula<br />
como que pretendan ocultarse<br />
tras la seudoconcreción del concepto de<br />
“individuo”. Ni el Estado ni los individuos<br />
constituyen absolutos autónomos:<br />
12 Esta idea tiene sus raíces en la famosa formulación<br />
del imperativo categórico de Kant (“Trata<br />
a la humanidad, tanto en tu persona como en la<br />
persona de cualquier otro, siempre como fin y no<br />
sólo como medio”). Aun cuando Kant no haya sacado<br />
demasiadas consecuencias políticas de esta<br />
fórmula y su concepción de la libertad coincida en<br />
buena medida con la del liberalismo naciente.<br />
la verdadera discusión radica en las formas<br />
de relación posibles que pueden establecer<br />
entre sí los únicos seres de este<br />
planeta a quienes las leyes naturales no<br />
ahorraron el trabajo de definirlas por sí<br />
mismos. Y por favor: no carguemos a<br />
una naturaleza, que bastante trabajo tiene<br />
con salvar un equilibrio ecológico gravemente<br />
amenazado, con la responsabilidad<br />
suplementaria de legitimar las estructuras<br />
sociales que inventamos los<br />
hombres. n<br />
Augusto Klappenbach es catedrático de Filosofía<br />
de Instituto.<br />
36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
n uno de los periódicos informes que<br />
la Unesco realiza y que sirven de reflexión<br />
sobre las dinámicas culturales<br />
que se producen en el mundo, más allá de<br />
las estadísticas, Jacques Delors apuntaba<br />
que “la educación tiene la misión<br />
de capacitar a cada uno de nosotros sin<br />
excepciones en desarrollar<br />
todos sus talentos al máximo y<br />
a realizar su potencial creativo,<br />
incluyendo la responsabilidad<br />
de sus propias vidas y el cumplimiento<br />
de los objetivos personales” 1 E<br />
.<br />
En el informe mencionado, Delors señala<br />
que la educación ha de organizarse alrededor<br />
de cuatro aprendizajes, que serán<br />
los pilares del conocimiento a lo largo de<br />
la vida de cada individuo y que perfectamente<br />
podrían considerarse también los<br />
cuatro ejes de la educación para la paz:<br />
1. Aprender a conocer, esto es, adquirir<br />
los instrumentos de la comprensión.<br />
2. Aprender a hacer, para poder actuar<br />
sobre el entorno.<br />
3. Aprender a vivir juntos, para participar<br />
y cooperar con los demás en todas<br />
las actividades humanas.<br />
4. Aprender a ser, progresión esencial<br />
que participa de los tres aprendizajes anteriores.<br />
Desde la educación para la paz se ha<br />
dicho siempre, y con razón, que hemos de<br />
educar para la disidencia, la indignación, la<br />
desobediencia responsable, la elección con conocimiento<br />
y la crítica; es decir, para salirnos<br />
de las propuestas de alienación cultural<br />
y política.<br />
Desde esta perspectiva, la educación<br />
para la paz “consiste en analizar<br />
este mundo en que vivimos, pasarlo<br />
por la crítica reflexiva emanada<br />
1 Delors, Jacques, Educación: hay un tesoro escondido<br />
dentro, 250 pág., Unesco, 1996.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
EDUCAR PARA<br />
UNA CULTURA DE PAZ<br />
VICENÇ FiSAS<br />
de los valores propios de una<br />
cosmovisión pacifista y lanzar<br />
a los individuos a un compromiso<br />
transformador, liberador de las<br />
personas, en tanto en cuanto que,<br />
movidas por ese análisis crítico,<br />
quedan atrapadas por la fuerza<br />
de la verdad y obligados en<br />
conciencia a cooperar en la lucha<br />
por la emancipación de todos<br />
los seres humanos y de sí mismas,<br />
en primer lugar” 2 .<br />
Es más, y en palabras del director general<br />
de la Unesco,<br />
“tenemos la obligación moral de<br />
fomentar en nosotros y en nuestros<br />
hijos la capacidad de oponernos<br />
a que un sinfín de cosas parezcan<br />
normales, cotidianas y aceptables<br />
en el entorno, tanto natural<br />
como social… Debemos luchar contra<br />
la pereza y la tendencia<br />
al conformismo y el silencio<br />
que la sociedad fomenta” 3 .<br />
Educar, en otras palabras, significa dotar<br />
al individuo de la autonomía suficiente<br />
para que puede razonar y decidir con toda<br />
libertad. Significa proporcionar los criterios<br />
que nos permiten defender nuestras<br />
diferencias y divergencias sin violencia,<br />
“fomentar la capacidad de apreciar<br />
el valor de la libertad y las aptitudes<br />
que permitan responder a sus retos.<br />
Ello supone que se prepare a los<br />
ciudadanos para que sepan manejar<br />
situaciones difíciles e inciertas,<br />
prepararlos para la responsabilidad<br />
individual. Esta última ha de estar<br />
ligada al reconocimiento del valor<br />
2 Rodríguez, Martín, ‘Educar para la paz y la<br />
racionalidad comunicativa’, en Educando para la<br />
paz: Nuevas propuestas, pág. 366, Universidad de<br />
Granada, 1994.<br />
3 Mayor Zaragoza, Federico, La nueva página,<br />
pág. 53, Unesco/Círculo de Lectores, 1994.<br />
del compromiso cívico, de la asociación<br />
con los demás para resolver problemas<br />
y trabajar por una comunidad<br />
justa, pacífica y democrática” 4 ,<br />
porque el derecho y la necesidad de<br />
alcanzar una autorealización personal no<br />
ha de ser ni un obstáculo ni una incompatibilidad<br />
con la necesidad de formarnos<br />
como ciudadanos responsables y con conciencia<br />
pública.<br />
Esto supone siempre, y en primera instancia,<br />
una mirada hacia nuestro interior<br />
consiste en darnos la posibilidad de decidir<br />
y en ejercitar el derecho de pensar lo que<br />
queremos, en imaginarnos un futuro y en<br />
practicar la política en primera persona,<br />
sin más intermediarios iniciales que nuestra<br />
propia conciencia, para después coparticipar<br />
con nuestras semejantes, reconociéndonos<br />
autoridad (que no poder) y capacidad<br />
creativa, y en asumir que estos<br />
actos pueden transformar la realidad. Pero<br />
la educación para la paz ha de ser también<br />
una educación para el encuentro de las individualidades,<br />
una educación para la conspiración,<br />
la cooperación, la cesión de confianza,<br />
un lugar donde aprender el manejo<br />
de nuestras potencialidades de transformación<br />
y en donde los proyectos culturales se<br />
conviertan en actividad política. El proyecto<br />
de cultura de paz, en definitiva, sólo alcanza<br />
sentido en la medida que sea un instrumento<br />
útil para movilizar a la gente, para<br />
su propia transformación y la de su<br />
entorno. Frente a la violencia y el terror,<br />
además, el discurso de la cultura de paz habría<br />
de ser como una batería para cargar<br />
pilas a la sociedad civil, a sus conciencias y<br />
a sus posibilidades de actuación; y siguien-<br />
4 Unesco, La educación para la paz, los derechos<br />
humanos y la democracia, Declaración de la 44ª<br />
reunión de la Conferencia Internacional de Educación<br />
(Ginebra, octubre 1994), ratificada por la<br />
Conferencia General de la Unesco en noviembre<br />
de 1995.<br />
37
EDUCAR PARA UNA CULTURA DE PAZ<br />
do a Restrepo, para rebelarse, conquistar el<br />
alma y derrotar cultural y espiritualmente<br />
a la violencia, redefiniendo la democracia,<br />
la civilidad y la esfera de lo sacro 5 .<br />
La educación es, sin duda alguna, un<br />
instrumento crucial de la transformación<br />
social y política. Si estamos de acuerdo en<br />
que la paz es la transformación creativa de<br />
los conflictos, y que sus palabras-clave<br />
son, entre otras, el conocimiento, la imaginación,<br />
la compasión, el diálogo, la solidaridad,<br />
la integración, la participación y<br />
la empatía, hemos de convenir que su propósito<br />
no es otro que formar una cultura<br />
de paz, opuesta a la cultura de la violencia,<br />
que pueda desarrollar esos valores, necesidades<br />
y potencialidades. Es a través de la<br />
educación<br />
“que podremos introducir de forma<br />
generalizada los valores, herramientas<br />
y conocimientos que forman las bases<br />
del respeto hacia la paz, los derechos<br />
humanos y la democracia, porque<br />
la educación es un importante<br />
medio para eliminar la sospecha,<br />
la ignorancia, los estereotipos,<br />
las imágenes de enemigo y, al mismo<br />
tiempo, promover los ideales<br />
de paz, tolerancia y no violencia,<br />
la apreciación mutua entre los<br />
individuos, grupos y naciones” 6 .<br />
La educación es también el eje dinámico<br />
del triángulo formado por la paz, el<br />
desarrollo y la democracia, un triángulo<br />
interactivo cuyos vértices se refuerzan<br />
mutuamente 7 , por lo que es igualmente<br />
“la herramienta que nos permite trascender<br />
la condición de individuos y llegar a ser<br />
personas, es decir, ciudadanos que aportan<br />
a la sociedad, capaces de buscar y expresar<br />
la verdad, de contribuir a que las comunidades<br />
y las naciones alcancen una vida<br />
mejor” 8 .<br />
Como venimos explicando, la cultura<br />
de la violencia impregna todas las esferas<br />
de la actividad humana: la política, la religión,<br />
el arte, el deporte, la economía, la<br />
ideología, la ciencia, la educación…, incluso<br />
lo simbólico; y siempre con la fun-<br />
5 Restrepo, Luis Carlos, ‘Manifiesto de insurgencia<br />
civil’, Número, núm. 8, págs. 51-56, diciembre<br />
1995-febrero 1996, Bogotá.<br />
6 Symonides, Janusz; Singh, Kishore, ‘Constructing<br />
a Culture of Peace: Challenges and Perspectives.<br />
An Introductory Note’, en From a Culture<br />
of Violence to a Culture of Peace, pág. 20-30,<br />
Unesco, 1996.<br />
7 Mayor Zaragoza, Federico, ‘Derecho Humano<br />
a la Paz, germen de un futuro posible’, Diálogo,<br />
núm. 21, págs. 3-4, junio 1997.<br />
8 Mayor Zaragoza, Federico, La nueva página,<br />
pág. 45, Unesco/Círculo de Lectores, 1994.<br />
ción de legitimar tanto la violencia directa<br />
como la estructural, y por supuesto, la<br />
guerra, buscando siempre razones y excusas<br />
para justificar el uso de la fuerza y la<br />
práctica de la destrucción, y normalmente<br />
en nombre de algo superior, ya sea un<br />
Dios o una ideología. La violencia cultural<br />
sirve también para paralizar a la gente, para<br />
infundirle el miedo, para hacerla impotente<br />
frente al mundo, para evitar que dé<br />
respuestas a las cosas que la oprimen o le<br />
producen sufrimiento. La educación para<br />
la paz, por tanto, ha de ser una esfuerzo<br />
capaz de contrarrestar estas tendencias y de<br />
consolidar una nueva manera de ver, entender<br />
y vivir el mundo, empezando por el<br />
propio ser y continuando con los demás,<br />
horizontalmente, formando red, dando<br />
confianza, seguridad y autoridad a las personas<br />
y a las sociedades, intercambiándose<br />
mutuamente, superando desconfianzas,<br />
ayudando a movilizarlas y a superar sus diferencias,<br />
asomándolas a la realidad del<br />
mundo para alcanzar una perspectiva global<br />
que después pueda ser compartida por<br />
el mayor número posible de personas. El<br />
reto de la educación y de la cultura de paz,<br />
por tanto, es el de dar responsabilidad a<br />
las personas para hacerlas protagonistas de<br />
su propia historia, y con instrumentos de<br />
transformación que no impliquen la destrucción<br />
u opresión ajena; y el de no<br />
transmitir intransigencia, odio y exclusión,<br />
puesto que ello siempre supondrá la<br />
anulación de nuestro propio proyecto de<br />
emancipación y desarrollo.<br />
38 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
Las propuestas de la educación para la<br />
paz, en suma, recogen un amplio conjunto<br />
de propuestas bien conocidas por la psicología<br />
y la educación prosocial, y que constituyen<br />
el antídoto de las conductas delincuenciales,<br />
violentas y antisociales 9 : afecto<br />
familiar, apoyo, autoestima, estimulación<br />
desde el entorno, motivación de logro, mayor<br />
grado de empatía y de interés por los<br />
demás, convivencia con normas, límites,<br />
patrones y valores; control de impulsos,<br />
desarrollo de la afectividad, educación en<br />
los ideales, en la apreciación de lo distinto,<br />
en la reflexión, en la utilización de la palabra<br />
como forma de resolver los problemas;<br />
aprender el sentido de aceptar las consecuencias<br />
de nuestros actos (o inhibiciones),<br />
de tomar conciencia de lo que es bueno y<br />
de lo que inaceptable; educar en la comprensión<br />
enpática, el razonamiento, la sensibilidad,<br />
la atención y la confianza, en interactuar<br />
con el entorno; aprender a ser<br />
tolerantes, a dialogar, a ser dúctiles, a tener<br />
capacidad de autocrítica, a saber perdonar,<br />
a ser creativos, a tener curiosidad por la naturaleza,<br />
a no tener reparos en mostrar los<br />
sentimientos, a sonreír, a estar dispuestos<br />
para ayudar, a cuidar las amistades, a ser<br />
amables, altruistas y solidarios, a confiar en<br />
nosotros mismos, a razonar de forma objetiva,<br />
a admitir los problemas, el sufrimiento,<br />
las frustraciones y las limitaciones propias,<br />
a utilizar el pensamiento alternativo,<br />
a ser sinceros (con uno mismo y con los<br />
demás), a desarrollar el sentido del humor,<br />
a ser responsable, a no tener miedo a la libertad,<br />
a construir la propia identidad sin<br />
excluir a los distintos, a preguntar y a preguntarse,<br />
a no imponer el criterio propio, a<br />
buscar un equilibrio entre la exigencia de<br />
derechos y los deberes…<br />
La resolución o transformación positiva<br />
de los conflictos pasa, inevitablemente,<br />
por reforzar la capacidad de actuación (el<br />
llamado “empoderamiento”) de quienes sufren<br />
directamente el conflicto; esto es, por<br />
llevar la estructura de la gestión del conflicto<br />
lo más cerca del pueblo que padece<br />
sus consecuencias. Muchos conflictos desaparecerían<br />
o disminuirían en intensidad si<br />
en el momento oportuno y en sus primeras<br />
manifestaciones se hubiera promovido<br />
el diálogo intercomunitario, las organizaciones<br />
locales hubieran tenido los medios<br />
adecuados para intervenir socialmente y se<br />
hubieran movilizado a tiempo las fuerzas<br />
9 Uraa, Javier, Violencia. Memoria amarga,<br />
303 pág., Siglo XXI de España, 1997. Utilizo aquí<br />
una larga serie de conceptos señalados por el autor<br />
en el capítulo 10 del libro.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
espirituales, tradicionales, económicas, sociales<br />
e intelectuales del lugar 10 . En este<br />
sentido, la cultura es también un recurso para<br />
la transformación de los conflictos, porque<br />
“está enraizada en el conocimiento<br />
social y representa un vasto recurso<br />
y una rica semilla para producir<br />
una multitud de aproximaciones<br />
y modelos en relación con el<br />
conflicto. El conocimiento<br />
y la herencia cultural acumulada<br />
por la gente es un extraordinario<br />
recurso para desarrollar estrategias<br />
apropiadas de conflicto dentro<br />
de su propio contexto” 11 .<br />
Si observamos la influencia de los diferentes<br />
sectores que transmiten educación,<br />
veremos que ésta ha ido variando con el<br />
tiempo, y de forma muy acelerada en los<br />
últimos decenios, de manera que la familia<br />
ya no es en muchos casos el factor esencial de<br />
la educación, como tampoco lo es la escuela,<br />
porque ésta está siendo afectada por la creciente<br />
desestructuración social, que siempre<br />
genera violencia. Y si se generaliza la<br />
violencia en las aulas, en las escuelas, es<br />
“porque vivimos en una sociedad dura,<br />
agresiva y violenta. La sociedad se desvertebra<br />
y acaba siendo un conglomerado de<br />
individuos a la deriva, sin autoridades moralmente<br />
creíbles y sin referentes colectivos<br />
en los que echar el ancla y evitar el naufragio<br />
12 . El pánico a asumir la responsabilidad<br />
individual, el abandono afectivo y el<br />
tremendo hechizo que produce la televisión<br />
y algunas músicas, especialmente en<br />
los jóvenes, nos obliga a reflexionar sobre<br />
esta nueva realidad y a buscar alternativas<br />
que compensen la pérdida de antiguas referencias<br />
en mucha gente, la ausencia de<br />
modelos adultos constructivos, la fragilidad<br />
de los vínculos sociales, la pérdida de<br />
referencias morales, tradiciones y valores, y<br />
el derrumbamiento de pautas culturales<br />
capaces de frenar pasiones destructivas.<br />
Cuando analizamos los actores de los<br />
actuales procesos conflictivos de carácter<br />
destructivo, observamos con inquietud<br />
que existen paralelismos entre el comportamiento<br />
de individuos que viven en países<br />
con un nivel de desarrollo económico o<br />
con patrones culturales completamente diferentes.<br />
Hay algo que parece conectar a<br />
10 Sahnoun, Mohamed, ‘Managing Conflict<br />
in Post Coldwar Era’, conferencia pronunciada el<br />
13-10-95 en el Catholic Institute for International<br />
Relations.<br />
11 Lederach, John Paul, Preparing for Peace,<br />
pág. 120, Syracuse University Press, 1996.<br />
12 Caivano, Frabricio, ‘Violencia en las aulas’,<br />
El Periódico, 26 de enero de 1997.<br />
VICENÇ FISAS<br />
algunos jóvenes de Somalia, Bosnia, Ruanda,<br />
Burundi, el País Vasco, Palestina y Liberia,<br />
para poner unos ejemplos: son actores<br />
que parecen entrenados y “educados” para<br />
impulsar dinámicas de enfrentamiento, que<br />
con frecuencia han sido alimentados con<br />
muchas semillas de odio por sus propias<br />
familias y que han vivido en situaciones<br />
sociales, políticas o económicas propicias<br />
para el conflicto, como resultado de la pobreza,<br />
la injusticia, la marginación, el autoritarismo,<br />
la frustración o la falta de oportunidades;<br />
pero también como resultado<br />
de la influencia de algunos medios de comunicación<br />
que presentan como “radicales”<br />
y dan protagonismo mediático a quienes,<br />
fascinados por la estética de la violencia,<br />
quizá sólo “juegan a ser violentos”,<br />
porque no saben como expresar una inquietud,<br />
un vacío, la incertidumbre, el<br />
sentimiento de podredumbre, la rabia o su<br />
deseo de mostrar su masculinidad; o porque<br />
algunos grupos consideran que la publicitación<br />
de sus actos a través de los medios<br />
es la única forma de conseguir un reconocimiento<br />
público de su identidad.<br />
Nuestra cultura ha impuesto el lema de<br />
que “los jóvenes, los recios y los osados deben<br />
tener su cuota de peligro de enfrentamiento<br />
de obstáculos” 13 , pero este tipo de<br />
sentimientos y licencias son los que también<br />
alimentan el abanico de justificaciones<br />
de jóvenes terroristas. Todo ello está<br />
agravado, además, por la existencia de películas,<br />
seriales, videoclips, músicas y publicidad<br />
que en muy pocos casos les enseñan<br />
a resolver positivamente sus propios conflictos,<br />
sino más bien todo lo contrario.<br />
Como colofón, aquí y allá asistimos al desprestigio<br />
de la actividad política, merced a<br />
la corrupción de mucha gente que se dedica<br />
a esta actividad, al divorcio entre ética y<br />
política 14 , y en momentos donde se esfuman<br />
algunas referencias ideológicas de peso,<br />
y la espiritualidad, la humanidad y la<br />
búsqueda de la belleza no acaban de substituir<br />
a las piedras religiosas que se han resquebrajado.<br />
El patriarcado y la mística<br />
de la masculinidad<br />
Cuando hablamos de paz o analizamos situaciones<br />
conflictivas nos encontramos<br />
siempre con factores no materiales y no<br />
cuantificables, muy presentes y con una<br />
13 Aisenson, Aída, Resolución de conflictos: un<br />
enfoque psicosociológico, pág. 27, Fondo de Cultura<br />
Económica, México, 1994.<br />
14 Federico Mayor nos invita por ello a fundir<br />
la política con la ética, en lo que podríamos denominar<br />
la pol-ética.<br />
39
EDUCAR PARA UNA CULTURA DE PAZ<br />
gran capacidad de influencia, que determinan<br />
muchas veces el inicio, el desarrollo o<br />
el final de un conflicto o de un proceso de<br />
paz, o todo a la vez. Me refiero a factores<br />
de naturaleza cultural, a los sentimientos, a<br />
la memoria histórica, a las emociones, a las<br />
manipulaciones, a la capacidad de perdonar<br />
y de odiar, a la facilidad con que nos<br />
dejamos persuadir y sugestionar por ideas<br />
vacías o por símbolos divisorios, y a tantas<br />
cosas que pertenecen al lado nocturno, a<br />
los elementos emocionales y analógicos del<br />
espíritu humano, y del que los hombres sabemos<br />
más bien poco. Las mujeres, por<br />
fortuna, mucho más.<br />
Parece oportuno aprovechar esa referencia<br />
de géneros o de sexos, como se prefiera,<br />
para referirnos a algo fundamental<br />
para el esclarecimiento de lo que ha sido y<br />
es la cultura de la violencia y para ver cómo<br />
enfocar la educación para la paz en el<br />
futuro: la mística de la masculinidad y el<br />
peso del patriarcado en la configuración<br />
de la cultura de la violencia 15 . Aclaremos,<br />
para empezar, que la historia de la violencia,<br />
de la guerra y de la crueldad organizada<br />
es también la historia del hombre, no<br />
de la mujer. Hay algo tan secular en el<br />
protagonismo de la violencia por parte del<br />
arquetipo viril que uno tiene la tentación<br />
de acudir a la biología para descubrir las<br />
razones de esta empecinada recurrencia<br />
del género masculino hacia lo destructivo,<br />
y para utilizar la fuerza física para dañar o<br />
tener poder sobre otras personas 16 . Por<br />
fortuna, sabemos que este cáncer no es<br />
universal y que muchos hombres lo detestan<br />
en la teoría y en la práctica. Sabemos<br />
también de mujeres que se comportan de<br />
otro modo, con lo que no vamos a dar<br />
oportunidad a la biología para que nos explique<br />
lo que sólo es comprensible desde<br />
el campo de la cultura.<br />
Durante algunos milenios, la humanidad<br />
ha vivido bajo las normas del patriarcado,<br />
un sistema de dominación e imposi-<br />
15 Como muestra de la trascendencia dada a<br />
esta cuestión por la Unesco, su programa Mujer y<br />
Cultura de Paz, que celebró en Oslo, en septiembre<br />
de 1997, un seminario con el título de Roles<br />
masculinos y masculinidad en la perspectiva de la<br />
cultura de paz. Días después, la Cátedra Unesco sobre<br />
Paz y Derechos Humanos de la Universidad<br />
Autónoma de Barcelona celebraba un seminario<br />
multidisciplinar con el título de El sexo de la violencia:<br />
la fascinación masculina por la violencia.<br />
16 La psicobiología, no obstante, nos ayuda<br />
comprender muchos comportamientos violentos.<br />
Sabemos, por ejemplo, que los niveles de tostesterona,<br />
asociados con otras variables, tiene una fuerte<br />
relación con la violencia, aunque no de causa-efecto,<br />
o que la mujer necesita condicionantes genéticos<br />
más fuertes que los hombres para manifestarse<br />
violentamente.<br />
ción masculina que no sólo ha subyugado<br />
a la mitad de la población del planeta, las<br />
mujeres, sino que también ha despreciado<br />
o infravalorado unos valores que ahora reivindicamos<br />
como esenciales, y que ha permitido<br />
explotar abusivamente a la naturaleza.<br />
Los hombres han controlado la vida<br />
desde todos los niveles posibles: las doctrinas<br />
religiosas, los mitos, las leyes, las estructuras<br />
familiares, la sexualidad y los sistemas<br />
laborales, emocionales, psicológicos<br />
y económicos, y han abusado del cuerpo<br />
de las mujeres, estableciendo con todo ello<br />
un modelo de dominación que avala otras<br />
formas de imposición sobre el resto de seres<br />
y cuyo instrumento esencial ha sido el<br />
uso de la violencia o la amenaza de usarla.<br />
Para avalar ese orden patriarcal y su instrumento,<br />
la violencia, se han creado una<br />
serie de mitos todavía presentes en el<br />
mundo de hoy, que justifican la violencia<br />
como algo necesario para la supervivencia<br />
humana, obviando que el elemento esencial<br />
de la supervivencia de nuestra especie<br />
ha sido siempre la cooperación, y no la lucha<br />
17 . Pero una vez que la capacidad de<br />
matar por los hombres fue considerada<br />
más importante y necesaria que la capacidad<br />
de dar a luz de las mujeres, se puso en<br />
marcha un sistema de dominación autosostenido<br />
y autoperpetuado. De esta forma,<br />
como ha señalado Sky 18 ,<br />
“los usos de la cultura de dominación<br />
han conocido una evolución<br />
y una mejora constantes, mientras<br />
que lo esencial de una cultura de<br />
cooperación (rasgos no adaptativos<br />
en el mundo patriarcal) han quedado<br />
atrofiados. Las armas, herramientas,<br />
tecnologías, símbolos, escrituras,<br />
relatos, prácticas, hábitos y leyes que<br />
incrementan el poder y la efectividad<br />
de la élite dominante han tenido<br />
mucha relevancia a nivel evolutivo,<br />
y por tanto, han atraído gran parte<br />
de las energías del intelecto y<br />
del esfuerzo creativo humano. La<br />
evolución humana ha ido perdiendo<br />
gradualmente el componente<br />
cooperativo para favorecer<br />
el estrictamente competitivo,<br />
base del sistema de dominación”.<br />
La guerra y cualquier forma de violencia<br />
organizada son fenómenos culturales, y<br />
como tales, se aprenden y se desaprenden.<br />
Dicho en otros términos, tanto la guerra<br />
17 Genovés, Santiago, El hombre entre la guerra<br />
y la paz, 230 pág., Labor, 1971.<br />
18 Sky, Michael, Sexos en guerra, págs. 56-57,<br />
Gaia Ediciones, Madrid, 1997.<br />
como la paz son frutos culturales, son resultados<br />
de decisiones humanas y de empeños<br />
sociales. La paz, a fin de cuentas, no<br />
es otra cosa que la síntesis de la libertad, la<br />
justicia y la armonía, que son tres elementos<br />
vivos y dinámicos que no dependen de<br />
la biología. Pueden o podemos educarnos<br />
para una cosa o para la otra, por lo que el<br />
ideal de ilegitimar moralmente la violencia<br />
es un reto cultural de primera magnitud,<br />
porque estos cambios culturales son los<br />
que un día harán posible acabar con la<br />
secular estupidez de que los Estados y los<br />
pueblos busquen legitimarse y dotarse de<br />
identidad a través de la guerra y del armamento,<br />
cuando ambas cosas no son más<br />
que instrumentos de muerte; y como nos<br />
decía Virginia Wolf en 1938, no podemos<br />
pasar por alto que los hombres encuentren<br />
cierta gloria, cierta agresividad y cierta satisfacción<br />
en la lucha, algo que las mujeres<br />
jamás han sentido ni gozado 19 .<br />
Terminar con esa fascinación que el sexo<br />
masculino siente por la violencia es uno de<br />
los grandes retos que tiene, no sólo la educación<br />
para la paz, sino la misma convivencia<br />
humana, y es un factor esencial, sino<br />
el más importante, de la cultura de<br />
paz. Es difícil encontrar un conflicto armado<br />
en el que este mal no se vea reflejado<br />
de un modo u otro. Dejo al libre criterio<br />
de quién lee estas páginas imaginarse<br />
tres o veinte escenas de enfrentamiento<br />
armado o de violencia cruel; verán que<br />
en un 95% de los casos los actores son<br />
masculinos. Debemos interrogarnos porqué<br />
eso es así y cómo transformarlo. Y ya<br />
que el desarrollo de la cultura de paz depende<br />
en gran parte de los logros que consigamos<br />
en ese campo, creo que lo más<br />
apropiado es que prestemos atención a lo<br />
que piensan, dicen y hacen las mujeres,<br />
tanto en la acción social como en el campo<br />
de la teoría.<br />
El pensamiento feminista nos recuerda<br />
que el eje y medida del orden sociosimbólico<br />
que tenemos es la guerra y la destrucción<br />
de la obra materna, porque el poder<br />
es esencialmente el poder de destruir,<br />
los valores de la guerra son proporcionales<br />
a su poder de destrucción 20 , y porque<br />
existe una relación entre la invención social<br />
de la guerra y la masculinidad. El poder y<br />
la guerra son un continuun del patriarcado.<br />
Se habla incluso de la “envidia del útero”,<br />
para describir al deseo de algunos<br />
19 Wolf, Virginia, Tres guineas, pág. 14, Lumen,<br />
1980.<br />
20 Horvat, Lili, ‘Feminisme et culture de<br />
paix’, Nouvelles Questions Feministes, núms. 11-12,<br />
pág. 120, invierno 1985.<br />
40 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
hombres de apropiarse del poder de dar vida<br />
de las mujeres, por lo que para algunos<br />
el poder de destruir la vida se convertiría<br />
en el equivalente del poder femenino de<br />
crearla. Así, mucha de la violencia ejercida<br />
contra las mujeres tiene su explicación en<br />
el miedo o terror que sienten algunos<br />
hombres a perder su identidad y posición<br />
de dominio en el sistema patriarcal, y al<br />
miedo que puedan sentir ante el poder de<br />
la mujer de dar la vida.<br />
Las mujeres nos invitan a inventar mediaciones<br />
creadoras de realidad nueva, a relacionarnos<br />
con el mundo entero a través<br />
de la mediación de otras (mujeres), a partir<br />
del reconocimiento de nuestra propia experiencia<br />
personal (partir de sí) 21 , a que<br />
nombremos el mundo en femenino; esto<br />
es, a que tengamos un sentido más femenino<br />
del mundo, lo que en términos más<br />
teóricos se llamaría romper con el orden<br />
simbólico patriarcal, juntando la razón y la<br />
vida, es decir, la cultura y la naturaleza, la<br />
palabra y el cuerpo, y valorando la dimensión<br />
de la experiencia cotidiana, la afectividad<br />
y las relaciones. Uno de los medios<br />
propuestos es substituir el poder por la autoridad,<br />
que son dos cosas completamente<br />
distintas. Una autoridad, además, enraizada<br />
en un orden materno, en el reconocimiento<br />
de la autoridad de la madre, que<br />
nos ha dado la vida y la palabra 22 . En la<br />
historia, el ejercicio del poder ha equivalido<br />
al ejercicio de la violencia, porque el orden<br />
patriarcal identifica autoridad y poder<br />
con la violencia intrínseca que eso conlleva.<br />
El ejercicio de la autoridad, en cambio,<br />
equivale al ejercicio del respeto y no está<br />
reñido con la vida, el amor o la gratitud 23 ;<br />
y como veremos posteriormente, posibilita<br />
la resolución de los conflictos en la medida<br />
que implica una práctica constante de negociación<br />
y diálogo.<br />
Otra de las propuestas es la práctica de<br />
la relación de intercambio, que comporta el<br />
reconocimiento de la autoridad a quien<br />
atiende y sustenta mi deseo.<br />
“La autoridad –nos recuerda Rivera–<br />
es de raíz femenina y es distinta<br />
del poder porque atiende al deseo<br />
de cada ser humano de existir<br />
y de convivir en el mundo, no<br />
21 Cigarini, Lia, La práctica del deseo, Icaria,<br />
1996; Rivera, María-Milagros, ‘Partir de sí’, El<br />
Viejo Topo, núm. 73, págs. 31-35, marzo 1996.<br />
22 Irigaray, Luce, El cuerpo a cuerpo con la madre,<br />
La Sal, 1985; Muraro, Luisa, El orden simbólico<br />
de la madre, Horas y Horas, 1984.<br />
23 Rivera, María-Milagros, Nombrar el mundo<br />
en femenino, 264 pág., Icaria, Barcelona, 1994.<br />
24 Rivera, María-Milagros, El fraude de la<br />
igualdad, pág. 57, Planeta, 1997.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
gestiona las parcelas de privilegio<br />
para conservar o alcanzar algo,<br />
caiga quien caiga en el camino” 24 .<br />
Se trata, por tanto, de substituir la<br />
práctica del “poder sobre” por el concepto<br />
de “poder de”, o “empoderar”, que supone<br />
capacitación, autonomía y voluntad. Y repesco<br />
aquí algo señalado por Fromm en<br />
1970, cuando advertía de la esquizofrenia<br />
derivada de la escisión entre afecto y pensamiento,<br />
con el resultado de hostilidad y de<br />
indiferencia respecto a la vida, por lo que<br />
apelaba a la sensibilidad del ser humano, y<br />
no sólo a la inteligencia y a la lógica 25 . La<br />
propuesta del feminismo de practicar la relación<br />
(con la madre, con las mujeres, con<br />
los demás seres) y de hacer de ello una<br />
práctica política, supone abandonar el principio<br />
patriarcal de intercambiar exclusivamente<br />
mediante el dinero. El nuevo tipo de<br />
relaciones humanas que nos propone conlleva<br />
una ruptura con el paradigma del<br />
Mercado-Dios, y es una invitación a relacionarnos<br />
mediante la mediación amorosa,<br />
y no de la fuerza, estando en el mundo “de<br />
una manera otra, con una palabra otra” 26 .<br />
La propuesta, como se puede observar,<br />
coincide plenamente con el discurso de la<br />
filosofía discursiva y con los planteamientos<br />
del pacifismo contemporáneo.<br />
Myriam Miedzian 27 , en un excelente y<br />
sugerente libro que gira alrededor de este<br />
tema, analiza con detalle cómo se ha ido<br />
formando esa fascinación masculina por la<br />
violencia, y el tremendo precio que hombres<br />
y mujeres pagamos por mantener<br />
unos arquetipos masculinos inútiles, destructivos<br />
y primitivos, de los que finalmente todas<br />
las personas resultamos ser víctimas.<br />
Miedzian señala como principales valores de<br />
la mística masculina: la dureza y la represión<br />
de la sensibilidad (el miedo, el lloro, etcétera),<br />
el afán de dominio, la represión de la<br />
empatía y de las preocupaciones morales, y la<br />
competitividad extrema, que condiciona a<br />
los hombres a valorar por encima de todo<br />
la victoria y la gloria, y a encerrarse en las<br />
dicotomías de nosotros/ellos o ganar/perder.<br />
Toda esa mística conduce a la violencia,<br />
sea criminal, doméstica o política, porque<br />
de ahí se legitima el patrioterismo, el<br />
militarismo y la hombría, y muy especialmente,<br />
conduce a la aceptación y glorificación<br />
de la guerra y la violencia, porque<br />
desde la más tierna infancia se enseña a los<br />
25 Fromm, Erich, Sobre la desobediencia y otros<br />
ensayos, Paidós, 1984.<br />
26 Rivera. María-Milagros, El fraude de la<br />
igualdad, pág. 131-136, Planeta, 1997.<br />
27 Miezdian, Myriam, Chicos son, hombres serán,<br />
396 pág., edit. Horas y Horas, Madrid, 1996.<br />
VICENÇ FISAS<br />
hombres a demostrar su masculinidad a<br />
través de la violencia. Además, una de las<br />
mayores fuentes de legitimación cultural<br />
de las guerras han sido las mismas religiones;<br />
y como ha dicho Boulding, “la cultura<br />
de la guerra santa es una cultura guerrera<br />
masculina dirigida por el dios patriarcal<br />
guerrero” 28 .<br />
Miedzian presta particular atención al<br />
efecto acumulativo que tiene en los niños el<br />
hecho de estar rodeados de tanta violencia.<br />
“En la televisión o en las películas,<br />
en los combates de lucha libre,<br />
en los conciertos de heavy metal<br />
o de rap, en los juguetes o en los<br />
deportes, el mensaje generalizado<br />
es que la violencia es aceptable y<br />
divertida… Cuando los niños crecen<br />
viendo centenares de miles de horas<br />
de programas de televisión y películas<br />
en las que las personas son atracadas,<br />
tiroteadas, apuñaladas, destripadas,<br />
rajadas, despellejadas o descuartizadas;<br />
cuando los niños crecen escuchando<br />
música que glorifica la violación,<br />
el suicidio, las drogas, el alcohol<br />
y el fanatismo, es bastante poco<br />
probable que se conviertan en<br />
el tipo de ciudadanos participativos,<br />
educados y responsables que<br />
nos pueden ayudar a alcanzar<br />
dichos valores y objetivos” 29 .<br />
Analizando el contenido violento y<br />
erótico de los videojuegos, Pérez Tornero<br />
ha señalado también que<br />
“el mercado del regalo infantil…<br />
logra imponer sus valores de<br />
aceleración, competitividad,<br />
de una agresión cada vez más cruda<br />
y de una sorda ansiedad por lograr<br />
emociones cada vez más fuertes…<br />
La mayoría de los videojuegos<br />
suelen constituir una oportunidad<br />
para que el niño o el adolescente<br />
transgreda ostentosamente –y,<br />
a veces, ridiculice– aquellos valores<br />
y reglas que los adultos intentan<br />
sostener moralizadoramente<br />
en el mundo real” 30 .<br />
¿Cómo superar esta mística, inventada<br />
para convertir a los jóvenes en soldados<br />
obedientes, dispuestos a sacrificar sus vidas<br />
28 Boulding, Elise, op, cit., pág. 35.<br />
29 Miedzian, Myriam, op. cit., págs. 349-353.<br />
En otras páginas, esta autora relata con detalle el<br />
efecto perverse de la televisión, el cine, la música,<br />
los juguetes y los videojuegos en particular, cuando<br />
conceden tanta preferencia a enseñar comportamientos<br />
patológicos sumamente agresivos.<br />
30 Pérez Tornero, José Manuel, ‘La generación<br />
del videojuego’, El Periódico, pág. 6, 8-1-1997.<br />
41
EDUCAR PARA UNA CULTURA DE PAZ<br />
para que la hombría de los líderes políticos<br />
quede intacta? Al hablar de políticas de<br />
paz, con frecuencia tenemos la mala costumbre<br />
de mirar excesivamente hacia arriba,<br />
buscando a la ONU o la mediación de<br />
las grandes potencias, o pensamos en las<br />
grandes transformaciones económicas que<br />
puedan cambiar la vida de pueblos marginados,<br />
y nos olvidamos de que la base de la<br />
práctica de la paz está también en nuestro<br />
entorno y en nuestra vida cotidiana. Permítanme<br />
que, de la mano de Elise Boulding<br />
31 , recuerde dos muestras claras de acción<br />
y de cultura de paz que están en nuestra<br />
vida diaria y que están en la base de la<br />
superación de la mística de la masculinidad.<br />
Una es el nutrir, esto es, la cultura<br />
practicada por las mujeres en la crianza y el<br />
cuidado de las criaturas y ancianos, y es el<br />
ejemplo de que la cultura de las mujeres<br />
está orientada también hacia el futuro,<br />
puesto que estas prácticas tienen en cuenta<br />
las necesidades del mañana, y el sostenimiento<br />
de la vida ha estado siempre por<br />
encima de las ideologías, de ahí que el proyecto<br />
de cultura de paz pase por colocar la<br />
vida en el centro de la cultura. La práctica<br />
del nutrir, como podemos comprobar, es<br />
una práctica “sostenible” desde hace siglos,<br />
y como nos recuerda Boulding,<br />
“si los hombres dedicaran más<br />
tiempo con los niños y aprendieran<br />
nuevos instrumentos de escucha<br />
y relación, se pondría en marcha<br />
un proceso que ayudaría a reducir<br />
los comportamientos violentos<br />
y equilibraría la balanza entre temas<br />
culturales de paz y agresión”.<br />
La otra experiencia se refiere a la práctica<br />
constante de la negociación para solucionar<br />
esos pequeños conflictos que surgen<br />
en el seno familiar, y se basan en nuestra<br />
capacidad de humanidad. La familia es, o<br />
puede ser, una auténtica universidad de<br />
gestión de conflictos si sabemos actuar con<br />
un mínimo de inteligencia y humanidad.<br />
Es ahí, y también en la escuela y en otros<br />
espacios de socialización, donde hay numerosas<br />
oportunidades para aprender a<br />
manejar los utensilios de la cultura de paz.<br />
Efectivamente, la terapia de superación<br />
de la mística masculina pasa, en primer lugar,<br />
por moderar aquellos valores de dureza,<br />
dominio, represión y competitividad, realzando<br />
en cambio los de la cooperación y responsabilidad<br />
social, y en socializar a los<br />
hombres (corresponsabilizarlos) en la práctica<br />
31 Boulding, Elise, ‘The Concept of Peace<br />
Culture’, en Peace and Conflict Issues after the Cold<br />
War, págs. 107-133, Unesco, 1992.<br />
del cuidado, empezando por sus propios hijos,<br />
porque la participación de los padres<br />
en la crianza es un freno en el uso de la violencia,<br />
primero en ellos mismos y después<br />
en sus hijos. Se trata en definitiva de introducir<br />
la expresión del cariño y la ternura en<br />
la vida de los hombres, de que no repriman<br />
la empatía, para así aumentar su responsabilidad<br />
sobre el coste humano y social de<br />
sus actos, tanto en la vida familiar como en<br />
la política. Terminar con la vinculación entre<br />
masculinidad y violencia es, por tanto,<br />
una estrategia de paz.<br />
No en vano, como ha señalado el psicoanalista<br />
colombiano Luis Carlos Restrepo<br />
32 , “para extender la economía guerrera<br />
a la vida familiar, afectiva, escolar y productiva,<br />
Occidente ha favorecido la disociación<br />
entre la cognición y la sensibilidad,<br />
sentándola como uno de sus axiomas<br />
filosóficos”. Así las cosas, la ternura pasaría<br />
a ser un dique para que nuestra agresividad<br />
no se convierta en violencia destructora,<br />
un facilitador para “aceptar al diferente,<br />
para aprender de él y respetar su<br />
carácter singular sin querer dominarlo”.<br />
Desde este prisma, la cultura de la violencia<br />
impide la expresión de la singularidad,<br />
porque es intolerante frente a la diferencia,<br />
por lo que Restrepo nos invita a que<br />
avancemos “hacia climas afectivos donde<br />
predomine la caricia social y donde la dependencia<br />
no esté condicionada a que el<br />
otro renuncie a su singularidad” 33 .<br />
Resulta paradójico que a estas alturas,<br />
y aun sabiendo los efectos perversos de la<br />
mística de la masculinidad, sea tan difícil<br />
introducir cambios en estos comportamientos<br />
34 . Esto es así porque el comportamiento<br />
masculino sigue siendo la norma, y<br />
como tal no se cuestiona 35 , y al ser la violencia<br />
también normativa, muchas veces<br />
tampoco se pide justificarla. La masculinidad<br />
excusa al hombre violento porque<br />
presenta su violencia como algo normal y<br />
32 Restrepo, Luis Carlos, El derecho a la ternura,<br />
pág. 45, Península, 1997.<br />
33 Íbid., pág. 137.<br />
34 Según un estudio de la Unicef publicado en<br />
1997, y que lleva por título El progreso de las naciones,<br />
más de 60 millones de mujeres han muerto en<br />
el mundo tras haber padecido diversas formas de<br />
violencia, todas ellas asociadas al denominador común<br />
de la discriminación sexual. Según el informe,<br />
entre un 25% y un 50% de las mujeres de todo el<br />
planeta han padecido en algún momento la agresión<br />
de su “compañero”.<br />
35 En este sentido, resulta esperanzador que<br />
documentos de la trascendencia del realizado por la<br />
Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (Nuestra<br />
diversidad creativa, Unesco, ediciones SM,<br />
1997), ponga gran énfasis en la mujer y señale que<br />
“una cultura de la violencia contra las mujeres no<br />
puede constituir la base de una cultura de paz”.<br />
natural, con lo que muchas veces deviene<br />
“la primera opción” a considerar. De ahí la<br />
importancia de educarlo en los valores de<br />
la acción no-violenta. Pero, citando de<br />
nuevo a Miedzian,<br />
“lo que hasta ahora se ha visto<br />
como el comportamiento normal<br />
de los hombres y, en consecuencia,<br />
el de toda la humanidad es el resultado<br />
de una mística de la masculinidad<br />
destructiva e históricamente superada.<br />
Puesto que la conducta masculina<br />
es la norma, la guerra y la violencia no<br />
sólo se aceptan como componentes<br />
centrales y normales de la experiencia<br />
humana sino que las convierte en<br />
eventos excitantes y heroicos” 36 .<br />
El empeño en construir una cultura de<br />
paz pasa, entonces, por desacreditar todas<br />
aquellas conductas sociales que glorifican,<br />
idealizan o naturalizan el uso de la fuerza y<br />
la violencia, o que ensalzan el desprecio y el<br />
desinterés por los demás, empezando por<br />
disminuir al máximo posible el desinterés y<br />
el abandono de los más pequeños, con objeto<br />
de que estas criaturas puedan vivir experiencias<br />
de cariño, respeto, implicación,<br />
amor, perdón y protección, y después, de<br />
mayores, puedan transmitir estas vivencias<br />
a otras personas con mayor facilidad.<br />
Evidentemente, además de socializar<br />
de otra forma a los hombres, este proyecto<br />
supone también garantizar el acceso de la<br />
mujer a la educación y posibilitar su autonomía<br />
económica, ya que esta igualdad de<br />
oportunidades es un requisito previo para<br />
lograr los cambios de actitudes y mentalidades<br />
de los que depende una cultura de<br />
paz. Como se apuntó en la Conferencia de<br />
Pekín sobre la Mujer,<br />
“las mujeres aportan a la causa de<br />
la paz entre los pueblos y las naciones<br />
experiencias, competencias y<br />
perspectivas diferentes. La función<br />
que cumplen las mujeres de dar<br />
y sustentar la vida les ha<br />
proporcionado aptitudes e ideas<br />
esenciales para unas relaciones<br />
humanas pacíficas y para el desarrollo<br />
social. Las mujeres se adhieren<br />
con menos facilidad que los hombres<br />
al mito de la eficacia de la violencia<br />
y pueden aportar una amplitud,<br />
una calidad y un equilibrio de visión<br />
nuevos con miras al esfuerzo común<br />
que supone pasar de una cultura<br />
36 Miedzian, Myriam, op. cit., pág. 48.<br />
37 Unesco, Declaración sobre la contribución de<br />
las mujeres a una cultura de paz, Beijing, septiembre<br />
1995.<br />
42 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
de guerra a una cultura de paz” 37 .<br />
Superar las dinámicas destructivas<br />
En algunas sociedades, y particularmente<br />
en las económicamente más privilegiadas,<br />
vivimos quizá unos momentos en los que<br />
muchos seres humanos son esclavos de sus<br />
pulsiones y han perdido la capacidad de<br />
controlarlas. La naturalización de la violencia<br />
es una realidad en muchas democracias<br />
contemporáneas 38 que están sufriendo<br />
una auténtica ola de violencia, y en las<br />
que no sabemos exactamente qué hacer,<br />
probablemente por la multiplicidad de sus<br />
causas. En un reciente congreso celebrado<br />
en Valencia (España), con el sugerente título<br />
de Biología y Sociología de la Violencia,<br />
se ha puesto de manifiesto, por ejemplo,<br />
que el narcotráfico, la venta ilícita de<br />
armas, las grandes estafas financieras, la<br />
competitividad de la economía de mercado<br />
y el consumo abusivo de alcohol o televisión<br />
son algunos de los grandes inductores<br />
de la violencia. Es evidente, por todo<br />
ello, que la educación para la paz, además<br />
de ser una educación sobre los conflictos,<br />
ha de ser también una educación para la<br />
comprensión de los mecanismos de dominación<br />
y sumisión, y no sólo los estructurales,<br />
sino también los subliminales. Una educación<br />
que nos ayude a hacernos adultos y<br />
responsables, a ser libres nosotros mismos,<br />
a superar la cultura de la queja y del victimismo,<br />
a no ser eternos bebés, a no dejarnos<br />
arrastrar por la magia del consumismo,<br />
a dar la misma entidad a las obligaciones<br />
que a los derechos, a vencer la<br />
fatalidad, a tomar riesgos.<br />
Como es conocido, la casi totalidad de<br />
las guerras de hoy día se producen en el interior<br />
de los Estados. Pero la mayor parte<br />
de los conflictos que no llegan al nivel de<br />
guerra, también son internos. Hay pensadores,<br />
como Enzensberger 39 , que hablan<br />
ya de una cierta universalización de los conflictos<br />
civiles, que abarcaría desde las limpiezas<br />
étnicas realizadas en África o la ex<br />
Yugoslavia hasta los ataques racistas que<br />
a diario se producen en varios países europeos<br />
o la violencia de los fanáticos del fútbol,<br />
los hooligans. Las guerras civiles de<br />
nuestros días, señala Enzensberger, estallan<br />
de forma espontánea, desde dentro. Ya no<br />
precisan de potencias extranjeras para alcanzar<br />
la escalada del conflicto. Se trata de<br />
un proceso endógeno, siempre iniciado<br />
por una minoría que practica una violencia<br />
38 Mongin, Olivier, ‘Las nuevas imágenes de<br />
la violencia’, Le Monde Diplomatique, pág. 37, julio-agosto<br />
1996.<br />
39 Enzensberger, Hans Magnus, Perspectivas<br />
de guerra civil, 87 pág., Anagrama, 1994.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
desligada totalmente de justificaciones ideológicas,<br />
luchando muchas veces “por<br />
nada”, aplicando la ley del más fuerte, siguiendo<br />
las pautas de la mística de la masculinidad<br />
que anteriormente hemos aludido.<br />
Como ha señalado Urra 40 ,<br />
“es posible que la agresividad haya<br />
perdido el contexto donde ejercerse<br />
y se haya transformado en una<br />
violencia cruel y destructiva,<br />
una violencia ciega, gratuita, que<br />
nace de la convicción del escaso<br />
valor de la vida ajena, una violencia<br />
que se propaga miméticamente<br />
facilitada por los medios<br />
de comunicación”.<br />
Sin necesidad de compartir el pesimismo<br />
de este autor, resulta evidente que he-<br />
mos de hacer frente a una cierta universalización<br />
de comportamientos impregnados<br />
por la violencia y la brutalidad, y que<br />
aparecen como variantes modernas del<br />
machismo. Debemos preguntarnos, entre<br />
otras cosas, hasta qué punto eso está causado<br />
o influenciado por los medios de comunicación,<br />
tanto por los productos que<br />
ellos mismos editan como por la forma de<br />
mostrarnos la realidad externa y por nuestra<br />
escasa educación como consumidores<br />
voraces de televisión. En muchas sociedades<br />
occidentales está incluso de moda ser<br />
cruel, despreciativo, vil y primario, y muchos<br />
jóvenes idolatran a personajes que<br />
40 Uraa, Javier, op. cit., pág. 7.<br />
VICENÇ FISAS<br />
hacen gala de su afición autodestructiva.<br />
Además, en los últimos años, y ante desgracias<br />
de la magnitud de Bosnia, Ruanda<br />
y Somalia, pero también de guerras como<br />
la del Golfo, y de un sinfín de filmes que<br />
ensalzan los comportamientos más sociopáticos,<br />
nos hemos convertido en simples<br />
espectadores del horror y de las masacres,<br />
que consideramos ya como algo usual y<br />
aceptable. Incapaces de procesar, elaborar<br />
y responder a la cantidad de información<br />
que nos ofrecen a diario, nos dedicamos<br />
simplemente a tragarla y a verla como si<br />
fuera un serial, una distracción más. Este<br />
consumo constante de la violencia no nos<br />
ayuda en absoluto a comprenderla, y menos<br />
a conjurarla, y en cambio consolida la<br />
creencia de que la violencia es el mejor<br />
método para solventar los conflictos; y al<br />
convertir la violencia y la guerra en un<br />
simple espectáculo, estos medios promueven<br />
la desmovilización social y el aislamiento<br />
de los individuos.<br />
En el pasado, nos lamentábamos de la<br />
falta de información sobre cuestiones internacionales<br />
y respecto a los conflictos<br />
que sucedían en lugares alejados de nuestro<br />
entorno. Hoy día, el problema es ya la<br />
ingente e indigerible cantidad de información,<br />
de datos y de imágenes que están a<br />
nuestro alcance y que no tenemos ni tiempo<br />
para ver u oír. Las noticias son tantas<br />
que se convierten en simples flash o anécdotas,<br />
seguidas y precedidas de informaciones<br />
banales que rivalizan para atraer<br />
nuestra atención. Como ha señalado<br />
Bruckner 41 , ingerimos tales dosis de dramas<br />
cotidianos que perdemos nuestras facultades<br />
de rebelión o de discernimiento.<br />
En otras palabras, se ha impuesto una<br />
“coexistencia pacífica con el horror”.<br />
No puedo resistir de citarles una genial<br />
definición de la violencia que, hace ya<br />
unos cuantos años, nos dio el pedagogo<br />
Bruno Bettelheim 42 , al señalar que “la<br />
violencia es el comportamiento de alguien<br />
incapaz de imaginar otra solución a un<br />
problema que le atormenta”. A menos que<br />
creamos en la determinación biológica de<br />
la maldad humana, hemos de convenir<br />
que la violencia humana, ya sea aislada o<br />
en brotes epidémicos, tiene mucho que<br />
ver con esa falta de educación y entrenamiento<br />
para manejarse en los inevitables<br />
conflictos que todo individuo ha de tener<br />
durante su existencia, y en imaginar salidas<br />
positivas para dichos conflictos. No<br />
41 Bruckner, Pascal, op. cit., pág. 240.<br />
42 Bettelheim, Bruno, Educación y vida moderna,<br />
pág. 98, editorial Crítica, Barcelona, 1982.<br />
43
EDUCAR PARA UNA CULTURA DE PAZ<br />
hay violencia gratuita si previamente no<br />
ha existido frustración, miedo, mal trato,<br />
desamor o desamparo en la persona que la<br />
protagoniza. Desde hace muchos años sabemos<br />
con certeza que la agresión maligna<br />
no es instintiva, sino que se adquiere, se<br />
aprende, especialmente en la infancia; y<br />
como ha señalado el psiquiatra Rojas Marcos<br />
en un reciente libro divulgativo sobre<br />
este tema 43 , los valores culturales promotores<br />
de violencia, como el culto al machismo,<br />
la glorificación de la competitividad<br />
o el racismo, se transmiten de generación<br />
en generación a través del proceso de<br />
educación y socialización.<br />
Algunos sociólogos hablan de la llamada<br />
ecuación de la violencia 44 , por la que<br />
el comportamiento violento, particularmente<br />
el de los hombres, sería el resultado<br />
de la suma de cuatro factores esenciales:<br />
los mensajes sociales que les invitan a usar<br />
medios violentos (y aquí hemos de recordar<br />
de nuevo que el patriarcado se sostiene<br />
precisamente porque condiciona a los<br />
hombres a usar medios violentos para reforzar<br />
su posición en el mundo); la rabia<br />
interior derivada de experiencias negativas<br />
(abandono, violencia familiar, abusos psíquicos<br />
o físicos, falta de trabajo, etcétera);<br />
el comportamiento colérico; y las frustraciones<br />
antes expectativas que no se realizan.<br />
Cambiar estas dinámicas destructivas<br />
será, sin duda, un largo proceso. La apuesta<br />
por la vida y la felicidad también pasa<br />
inevitablemente por reconceptualizar el desarrollo,<br />
yendo más allá de su expresión<br />
economicista, para que sea un desarrollo<br />
humano y social, integre nuestras capacidades<br />
intelectuales, emocionales y espirituales,<br />
y satisfaga las necesidades humanas<br />
básicas, sean materiales o no materiales:<br />
alimentación, cobijo, afecto, amor, pautas,<br />
apoyos, perspectivas… Habrán notado<br />
que volvemos a referirnos de nuevo a algunos<br />
de los pilares del “simbólico femenino”,<br />
aunque también nos referimos a aspectos<br />
esenciales de lo que debería ser el<br />
trabajo político cotidiano, en particular la<br />
lucha contra la pobreza, la marginación y<br />
las desigualdades. Lo que está claro es que<br />
no nos basta con hacer un buen acopio de<br />
normas éticas y principios de conciencia,<br />
sino que es menester que todo eso se traduzca<br />
en cambios de conducta y en movilizaciones<br />
y creaciones culturales del “vivir<br />
43 Rojas Marcos, Luis, Las semillas de la violencia,<br />
230 pág., Espasa Calpe, Madrid, 1995.<br />
44 Harris, Ian M. ‘The Role of Social Conditioning<br />
in Male Violence’, en Elise Boulding<br />
(compil), Peace, Culture & Society, pág. 170, Westview<br />
Press, 1991.<br />
concreto y cotidiano, la cultura del pueblo”<br />
45 , que permitan una transformación<br />
social, incluyendo por supuesto nuestro<br />
propio comportamiento como seres humanos,<br />
porque también se combate la<br />
guerra combatiendo la lacra de la violencia<br />
ejercida contra las mujeres en el hogar, eliminando<br />
la intolerancia en la vida cotidiana<br />
o desmilitarizando los libros de historia.<br />
En este sentido, es fundamental<br />
aprender a dar respuestas no violentas a<br />
los conflictos, así como averiguar nuestro<br />
grado de responsabilidad en los mismos.<br />
Para Gorostiaga 46 , la alternativa al<br />
mal desarrollo generado por la globalización<br />
elitista estaría en lo que denomina<br />
geocultura del desarrollo emergente, una civilización<br />
que viene desde abajo y que<br />
prioriza la calidad de la vida, la sostenibilidad,<br />
la simplicidad, la equidad y la felicidad<br />
compartida. Se trataría de una revolución<br />
cultural y ética, en donde el desarrollo<br />
se convierte en una relación equitativa,<br />
participativa, sostenible y armónica entre<br />
los seres humanos y con la naturaleza. Para<br />
Gorostiaga, la nueva visión que subyace<br />
en este desarrollo alternativo es la integración<br />
de utopías parciales, múltiples y acumulativas<br />
basadas en proyectos endógenos<br />
locales y una amplia alianza de valores éticos<br />
e intereses comunes frente a las amenazas<br />
colectivas. Las propuestas básicas de<br />
esta “geocultura del desarrollo” coinciden<br />
plenamente con cuanto hemos definido<br />
como cultura de paz, y que podríamos<br />
sintetizar en estos seis puntos:<br />
n La superación de la cultura de la civilización<br />
antagónica basada en la cultura de<br />
la confrontación y la lucha. Se necesita una<br />
geocultura de la armonía y de la tolerancia<br />
que integre la diversidad de un mundo y<br />
una ciudadanía global.<br />
n La predominancia de la geocultura<br />
sobre la geopolítica y la geoeconomía. Se<br />
busca la diversidad cultural endógena, con<br />
su identidad y autonomía complementaria,<br />
capaz de crear el equilibrio y la armonía<br />
que la biodiversidad conforma en el<br />
medio ambiente. Esta geocultura busca su<br />
raíz en la profunda simplicidad y calidad<br />
de vida.<br />
n La democratización del mercado y del<br />
Estado, no aceptando como inevitable la<br />
llamada “democracia del mercado” y trans-<br />
45 Vidal, Marciano, Postulados de una ética de<br />
la paz, ponencia presentada en el Simposio ‘Ética y<br />
cultura de paz’, Madrid, diciembre de 1985.<br />
46 Gorostiaga, Xabier, ‘El desarrollo geocultural’,<br />
en Desarrollo, maldesarrollo y cooperación al desarrollo,<br />
pág. 167-186, Seminario de Investigación<br />
para la Paz-Diputación General de Aragón, 1997.<br />
formándolo en un instrumento de participación<br />
y equidad, al tiempo que se recupera<br />
el principio de subsidariedad.<br />
n Reformar la capacidad y potencialidad<br />
de los medianos y pequeños productores,<br />
de las organizaciones locales y municipales<br />
como actores prioritarios del desarrollo.<br />
n La vinculación macro-micro en cada<br />
sociedad, lo que implica la formación del<br />
capital humano de profesionales y técnicos<br />
que respondan a los valores de los pequeños<br />
y medianos productores de la sociedad<br />
civil.<br />
n La democratización del conocimiento y<br />
su inserción al servicio de las necesidades,<br />
valores e intereses en la “globalización desde<br />
abajo”. La cultura es la base para el desarrollo<br />
económico, donde la mujer y la<br />
ecología son los factores más importantes.<br />
Estos cambios serán mucho más fáciles<br />
si antes hemos aprendido y practicado el<br />
sano ejercicio de imaginar el futuro. En palabras<br />
de Elise Boulding,<br />
“es esencial una educación que<br />
expanda la capacidad de imaginar<br />
un mundo diferentes. La imaginación<br />
da el poder para actuar en favor<br />
del cambio social y para poner<br />
en marcha aventuras pacíficas<br />
constructivas” 47 .<br />
La educación para la paz, que repito es<br />
también una educación sobre los conflictos,<br />
ha de poner mucho énfasis en algunos<br />
otros aspectos que me gustaría mencionar.<br />
El primero, básico y fundamental, es<br />
aprender a reconocer los intereses del oponente.<br />
Esto significa olvidarnos de una vez de<br />
la palabra “victoria”, porque la victoria sólo<br />
conduce a la victoria, no a la paz. Todas las<br />
técnicas de resolución de conflictos parten<br />
de esta importante premisa, que concierne<br />
exclusivamente a los actores y a su capacidad<br />
de realizar transferencias positivas, de<br />
negociar e intercambiar, de transformar<br />
voluntariamente objetivos iniciales y de generar<br />
empatía 48 , esto es, de comprender las<br />
emociones y los sentimientos de los demás,<br />
de colocarnos en su lugar y circunstancia.<br />
Todo estos requisitos son posibles si se actúa<br />
desde la autoridad, pero no desde el<br />
poder que oprime y jerarquiza. Para lograrlo,<br />
repetimos, sería bueno avanzar un poco<br />
más deprisa en el aumento de afecto y em-<br />
47 Boulding, Elise, ‘The Concept of Peace<br />
Culture’, en Peace and Conflict Issues after the Cold<br />
War, pág. 127, Unesco, 1992.<br />
48 Bejarano, J. Antonio, Una agenda para la<br />
paz. Aproximaciones desde la teoría de la resolución<br />
de conflictos, 268 pág. Tercer Mundo Editores, Bogotá,<br />
1995.<br />
44 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
patía por parte de los hombres, y en asumir<br />
plenamente que nunca habrá solución<br />
a un conflicto si en su transformación no<br />
hay una activa participación y cooperación<br />
de los protagonistas.<br />
La segunda consideración se refiere a<br />
la urgencia de que los pueblos dominantes<br />
terminen con su arrogancia y lleven a cabo<br />
un desarme cultural, aceptando el hecho de<br />
la multiculturalidad y la riqueza de la diversidad<br />
humana. Como ha dicho el filósofo<br />
Raimon Pannikar 49 , “hay algo inherente<br />
en la cultura occidental que nos ha<br />
llevado a esta situación de ser beligerantes<br />
y tratar a los demás como enemigos: nuestro<br />
competir, nuestra tendencia a pensar<br />
siempre en soluciones ‘mejores’ sin considerar<br />
siquiera la posibilidad de enfrentarnos<br />
a las causas del problema para eliminarlo;<br />
nuestra sensibilidad hacia lo cuantitativo<br />
y mecánico; nuestra creatividad en<br />
el ámbito de las entidades objetivables, en<br />
prejuicio de las artes, de los oficios, de la<br />
subjetividad…, nuestro descuido del<br />
mundo de los sentimientos; nuestro complejo<br />
de superioridad, de universalidad,<br />
49 Panikkar, Raimón, Paz y desarme cultural,<br />
302 pág., Sal Terrae, 1993.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
etcétera”, por lo que hay que “abandonar<br />
las trincheras en las que se ha parapetado<br />
la cultura ‘moderna’ de origen occidental,<br />
considerando valores adquiridos y no negociables,<br />
como son el progreso, la tecnología,<br />
la ciencia, la democracia, el mercado<br />
económico mundial, amén de las organizaciones<br />
estatales”. No podemos olvidar<br />
que, a lo largo de la historia, algunos grupos<br />
han manipulado a su antojo los conceptos<br />
de libertad, patria, nación estirpe y<br />
otros símbolos, para favorecer despliegues<br />
irracionales de narcisismo, agresividad y<br />
soberbia quedespués han preparado el terreno<br />
para el enfrentamiento bélico.<br />
En estos temas, la educación para la<br />
paz debería enseñarnos a perder el miedo<br />
a la diferencia del otro, a tratar a las demás<br />
culturas en igualdad de condiciones, vacunándonos<br />
de la tentación de imponer a los<br />
demás aquellos modelos económicos, políticos,<br />
culturales y tecnológicos que no<br />
nos conducen a la felicidad. De nuevo cito<br />
a Aisenson para señalar que<br />
“es necesario un cambio tal que<br />
50 Aisenson, Aída, op. cit., pág. 34.<br />
51 Rivera, María-Milagros, El fraude de la<br />
igualdad, pág. 123, Planeta, 1997.<br />
VICENÇ FISAS<br />
lleguen a importar más las cosas que<br />
puedan ser compartidas por muchos,<br />
o mejor aún, por todos, al mismo<br />
tiempo que se considere la diferencia<br />
entre “las cosas mías y las tuyas” 50 .<br />
La educación, en este tema, puede jugar<br />
un papel trascendental, en la medida<br />
que puede ayudar a comprender el mundo<br />
y a comprender al otro con objeto de conocerse<br />
mejor a sí mismo. No se trata evidentemente<br />
de instalarnos en la lógica o la<br />
práctica de la tolerancia, dado que por sí<br />
sola la tolerancia no da lugar a una relación<br />
de intercambio que reconoce la autoridad<br />
a quien es diferente o dispar. Ir más<br />
allá de la tolerancia implica comunicación,<br />
“relación de intercambio, dejándose dar; no<br />
de enseñanza para normalizar a quienes<br />
son diferentes o dispares, ayudándoles a olvidar<br />
lo que eran, su tesoro” 51 . n<br />
Vicenç Fisas es titular de la Cátedra Unesco sobre<br />
Paz y Derechos Humanos de la UAB.<br />
45
Lo que se exige a la política criminal<br />
Resulta ya un lugar común destacar la exagerada<br />
presencia de los temas propios de la<br />
justicia penal en los medios de comunicación<br />
social y en el debate ciudadano en general.<br />
Se ironiza sobre los imprescindibles<br />
conocimientos de Derecho Penal y Procesal<br />
Penal que debe poseer todo aquel que<br />
pretenda seguir cabalmente el desarrollo de<br />
los temas de actualidad. Y naturalmente la<br />
necesidad ha originado la aparición de expertos<br />
por doquier. Sería, sin embargo,<br />
erróneo pensar que tal fenómeno social<br />
agota su explicación en la trascendencia social<br />
o el carácter llamativo de determinados<br />
casos que han acabado en la jurisdicción<br />
criminal, singularmente todo el conjunto<br />
de asuntos penales que proceden de los<br />
desgraciadamente numerosos sucesos de<br />
corrupción política y administrativa, de la<br />
novedosa persecución de la delincuencia financiera,<br />
o de las intermitentes noticias sobre<br />
explotación sexual de menores de edad,<br />
entre otros ejemplos. A mi juicio, el protagonismo<br />
social de la justicia penal tiene<br />
causas más profundas, sin poderse considerar<br />
un acontecimiento transitorio.<br />
1. Para nadie es un secreto que vivimos<br />
en una sociedad sin auténticas alternativas<br />
ideológicas. La ausencia de propuestas de<br />
transformación global de la sociedad ha hecho<br />
que la reflexión social, llevada a cabo<br />
por intelectuales, comunicadores sociales o<br />
simples ciudadanos, haya dirigido su atención<br />
a conflictos valorativos de ámbito limitado,<br />
centrados en temas concretos, y<br />
que no implican el cuestionamiento de la<br />
estructura social básica. Sin ánimo de menospreciar<br />
esfuerzos intelectuales de gran<br />
valía y probablemente muy oportunos, la<br />
tendencia acabada de señalar resulta fácilmente<br />
constatable en muy diferentes áreas<br />
de reflexión. Por citar aquellas que más interesan<br />
a nuestros efectos, se puede aludir al<br />
actual predominio en la filosofía de las<br />
EXIGENCIAS SOCIALES<br />
Y POLÍTICA CRIMINAL<br />
JOSÉ LUIS DÍEZ RIPOLLÉS<br />
cuestiones éticas en detrimento de las globales<br />
construcciones teóricas de otras épocas;<br />
o el abandono en la ciencia política de<br />
la confrontación entre los paradigmas<br />
del consenso y del conflicto, en beneficio<br />
del primero, con el consiguiente predominio<br />
de debates orientados, no tanto a replanteamientos<br />
sustanciales de los términos<br />
del contrato social cuanto a la elaboración y<br />
aseguramiento de mecanismos que permitan<br />
obtener un verdadero consenso social<br />
en relación con cuestiones aisladas; o la primacía<br />
conseguida en el Derecho Constitucional<br />
por el estudio de los diversos derechos<br />
fundamentales y libertades públicas.<br />
2. Este contexto ideológico ha tenido<br />
también repercusión en la reflexión político-criminal<br />
y en las consecuentes decisiones<br />
legislativas jurídico-penales. En efecto,<br />
ha sido tal situación espiritual la que ha<br />
posibilitado que el Derecho Penal se haya<br />
visto inopinadamente confrontado, con<br />
una intensidad por él hasta entonces desconocida,<br />
con la mayor parte de los conflictos<br />
valorativos que en estos momentos interesan<br />
y dividen a la sociedad. Determinadas<br />
características del Derecho Penal,<br />
algunas hoy de general reconocimiento,<br />
otras condicionadas por ciertas contingencias<br />
históricas, y unas últimas en buena<br />
medida consustanciales a él, han determinado<br />
la situación referida.<br />
Entre las primeras ha de destacarse su<br />
consolidación como el sector del ordenamiento<br />
jurídico que pretende identificar y<br />
garantizar los presupuestos auténticamente<br />
esenciales para la convivencia. Ello le ha<br />
obligado a elaborar un catálogo individualizado<br />
y punitivamente jerarquizado de los<br />
valores sociales a proteger, superado en rango<br />
pero no en minuciosidad por el existente<br />
en la Constitución. A tales fines se ha<br />
servido de un instrumento técnico-jurídico,<br />
la noción de bien jurídico protegido, en<br />
función de cuyas exigencias conceptuales se<br />
han precisado los contornos tutelables de<br />
cada uno de esos valores esenciales para la<br />
convivencia. No es casual, por tanto, que se<br />
hayan popularizado expresiones como la<br />
que equipara el Código Penal a una Constitución<br />
en negativo, cuya evidente incorrección<br />
conceptual no le impide dar cuenta<br />
de todos modos de un trasfondo especialmente<br />
significativo. Por lo demás, el<br />
progresivo desarrollo en las últimas décadas<br />
del concepto de bien jurídico protegido ha<br />
permitido sustraer los contenidos del Derecho<br />
Penal de justificaciones meramente formalistas,<br />
propias del más estricto positivismo<br />
jurídico y que se agotaban en el respeto<br />
del procedimiento legal de creación de normas.<br />
Por el contrario, la emergente exigencia<br />
político-criminal de que no se puede<br />
considerar delictiva ninguna conducta que<br />
no lesione o ponga en peligro un bien jurídico<br />
merecedor de protección, lo que a su<br />
vez debe de plasmarse en la inequívoca demostración<br />
de la dañosidad social del comportamiento,<br />
ha dotado al Derecho Penal,<br />
al menos en el nivel de los principios, de<br />
unas sólidas referencias materiales.<br />
De las segundas características cabe fundamentalmente<br />
reseñar el fenómeno producido<br />
tras la pérdida de las referencias<br />
morales, que hasta hace poco obtenía la sociedad<br />
de éticas de origen religioso, no secularizadas.<br />
El fracaso en la consolidación<br />
de una moral social civil y autónoma ha<br />
conducido a que las opiniones sociales, de<br />
modo muy extendido, equiparen los contenidos<br />
del Derecho Penal con los de esa moral<br />
social poco definida, y que en consecuencia<br />
exijan a la política criminal que se<br />
pronuncie sobre aspectos conflictivos éticos<br />
que no son propiamente de su competencia.<br />
Ello origina consecuencias ciertamente<br />
indeseables, entre las que se pueden citar el<br />
correlativo empobrecimiento de una moral<br />
social cuyos contenidos se desenvuelven en<br />
los estrechos límites de un Derecho Penal<br />
que, en virtud de su carácter fragmentario,<br />
46 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
no debe ir más allá de la protección frente a<br />
los ataques más graves a los bienes más importantes<br />
para la convivencia social. O el<br />
olvido que supone que el Derecho Penal es<br />
sólo un instrumento de control social que,<br />
a la búsqueda del mantenimiento del orden<br />
social, pretende meramente un acatamiento<br />
externo de las normas, sin aspirar a una adhesión<br />
interna moralmente valiosa.<br />
Entre las últimas características más<br />
arriba aludidas cabe mencionar la mayor<br />
implicación del Derecho Penal, frente a<br />
otros ámbitos de reflexión u operación jurídicas,<br />
en la resolución de esas cuestiones<br />
valorativas conflictivas, algo que parece serle<br />
inherente en nuestras actuales sociedades.<br />
Así, ante la filosofía y la ciencia política,<br />
porque el Derecho Penal se encuentra<br />
con conflictos concretos ya producidos y<br />
que precisan de una solución pronta; no<br />
bastan reflexiones generales, sino que hay<br />
que descender a los detalles de una solución<br />
que parezca justa. Respecto al Derecho<br />
Constitucional, porque la decisión legislativa<br />
o jurisdiccional penal es la vía normal<br />
y más frecuente de tratamiento del<br />
conflicto, provista además de un corpus legislativo<br />
o de un instrumental interpretativo<br />
por lo general más complejos y elaborados<br />
que los jurídico-constitucionales, sin<br />
que ello suponga ignorar quién tiene la última<br />
palabra. Frente al resto de los sectores<br />
del ordenamiento jurídico, porque el reconocimiento<br />
generalizado del Derecho Penal<br />
como último recurso de los mecanismos<br />
de control social ha llevado a una superficial<br />
interpretación del principio de<br />
subsidiariedad en aquél vigente, que ha<br />
traído como consecuencia que el resto de<br />
las ramas jurídicas deleguen en él la resolución<br />
de los conflictos más extremos 1 .<br />
3. En consecuencia, la política criminal<br />
ha visto sometidas a prueba sus capacidades<br />
con el mismo apremio que otros sectores<br />
de reflexión de antiguo acostumbrados<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
a moverse en tal contexto. La enumeración<br />
de unos cuantos temas conflictivos de actualidad<br />
que han sido todos ellos objeto de<br />
un detenido tratamiento legal y/o jurisprudencial<br />
penal mostrará la corrección de lo<br />
que sostengo:<br />
– Ámbitos de autorrealización personal<br />
que implican, bien la disponibilidad de<br />
la propia vida, como eutanasia, negativa a<br />
transfusiones sanguíneas por razones religiosas,<br />
huelgas de hambre reivindicativas,<br />
bien la disponibilidad de vidas ajenas, como<br />
el aborto o la ingeniería genética 2 .<br />
– Ámbitos de autorrealización personal<br />
que implican la disponibilidad de la salud e<br />
integridad personales, como el tráfico de<br />
drogas posibilitador del consumo de éstas,<br />
la esterilización de capaces e incapaces, las<br />
intervenciones de cirugía transexual, las<br />
donaciones de órganos.<br />
– Ámbitos de autorrealización personal<br />
en general, como los delitos contra la libertad<br />
sexual, las conductas de insumisión o<br />
los comportamientos afectantes a la intimidad<br />
y el honor de las personas facilitados<br />
por las nuevas tecnologías.<br />
– Temas vinculados al modelo socioeconómico<br />
de sociedad adoptado, como los<br />
límites de la protección al medio ambiente<br />
o a la ordenación del territorio, los condi-<br />
1 Sólo el Derecho Administrativo sancionador<br />
ha asumido su responsabilidad, lo que, no por casualidad,<br />
ha planteado inmediatamente problemas relativos<br />
a una delimitación convincente del Derecho<br />
Penal y permite asimismo explicar la introducción<br />
progresiva en él de principios garantistas penales.<br />
2 Es sintomático del grado de presión que soporta<br />
la política criminal el hecho de que en el nuevo<br />
Código Penal se haya sentido la necesidad de tomar<br />
decisiones trascendentes sobre las conductas de<br />
ingeniería genética que, por su grave dañosidad social,<br />
deberían ser delictivas. Y ello, cuando estamos<br />
ante un tema objeto de profundas divergencias de<br />
opinión en los más diversos foros sociales, cuando<br />
aún se carece de un corpus jurídico internacional suficientemente<br />
detallado y consolidado y, lo que es<br />
más llamativo, cuando algunas de las conductas penadas<br />
son todavía hoy de imposible ejecución.<br />
cionamientos de los movimientos financieros<br />
expresados en el delito de blanqueo de<br />
capitales o en la prohibición del abuso<br />
de información privilegiada en mercados<br />
de valores, o los caracteres que debe reunir<br />
una correcta actuación administrativa en<br />
un país acostumbrado al nepotismo y amiguismo,<br />
abordados en relación con los delitos<br />
contra la Administración pública y aun<br />
con los delitos societarios.<br />
Sin embargo, no es seguro que la política<br />
criminal esté en condiciones adecuadas<br />
para enfrentarse a la tarea que se le está demandando<br />
por parte de la sociedad. Arrastra<br />
una serie de lastres, un par de los cuales<br />
me gustaría señalar a continuación.<br />
4. Ante todo se carece de una teoría de<br />
la legislación penal que marque los pasos y<br />
las comprobaciones que deben llevarse a<br />
cabo antes de tomar una decisión sobre la<br />
penalización o la despenalización de un<br />
comportamiento. Una sociedad compleja<br />
como la nuestra no puede legislar penalmente<br />
a partir de iniciativas gubernamentales<br />
o parlamentarias coyunturales, condicionadas<br />
cada vez más por la rentabilidad<br />
electoral de determinados estados de opinión<br />
con frecuencia pasajeros. En ningún<br />
caso se pretende cuestionar o reducir las<br />
competencias del órgano constitucional en<br />
quien reside la soberanía popular. Se quiere<br />
simplemente asegurar que toda decisión legislativa<br />
vaya obligatoriamente precedida<br />
de rigurosos estudios previos, que suministren<br />
aquellos elementos cognoscitivos y valorativos<br />
que debieran estimarse imprescindibles<br />
a la hora de tomar tal decisión, cualquiera<br />
que ésta finalmente sea.<br />
A tal efecto resulta urgente reflexionar<br />
sobre el establecimiento de un determinado<br />
procedimiento de elaboración de las leyes<br />
penales que, yendo más allá del respeto<br />
a las formalidades competenciales y secuenciales<br />
previstas en la Constitución, introduzca<br />
una serie de requisitos procedi-<br />
47
EXIGENCIAS SOCIALES Y POLÍTICA CRIMINAL<br />
mentales directamente encaminados a garantizar<br />
la consideración de ciertos aspectos<br />
materiales. Entre ellos, y apresuradamente,<br />
cabe mencionar: información empírico-social<br />
sobre la realidad en la que se va a incidir;<br />
la configuración de las necesidades sociales<br />
que se pretenden satisfacer y las consecuencias<br />
sociales previsibles de la<br />
intervención; análisis fiables del estado de<br />
la opinión pública y de la actitud de los<br />
grupos de presión o representativos de intereses;<br />
manifestaciones de afectados; cálculos<br />
de costes económicos de la reforma<br />
legal; pronósticos sobre las dificultades de<br />
su puesta en práctica… 3 . Naturalmente la<br />
cumplimentación de todas estas exigencias<br />
supondría una mayor implicación en el<br />
proceso legiferante del conjunto de disciplinas<br />
empírico-sociales capaces de aportar<br />
información al respecto.<br />
Se podría incluso pensar en el desarrollo<br />
de un sistema categorial que, abarcando<br />
diversas perspectivas de análisis, debiera irse<br />
progresivamente superando antes de llegar<br />
al momento en que se pueda tomar<br />
una decisión legislativa.<br />
Al fin y al cabo ese fenómeno ya se ha<br />
producido en el ámbito de la aplicación del<br />
Derecho Penal. El alto valor atribuido con<br />
razón a la idea de la independencia judicial<br />
no ha impedido que el juez penal en la actualidad<br />
sienta que debe respetar estrictamente<br />
el procedimiento de exigencia de<br />
responsabilidad derivado del concepto analítico<br />
del delito. Y seríamos bastante hipócritas<br />
si añadiéramos que la aceptación judicial<br />
de tal estructura conceptual deriva<br />
sin más de la obligada vinculación a la ley<br />
de todo juez penal: los contenidos del concepto<br />
analítico del delito, elaborados, con<br />
sus diferentes categorías o subcategorías, en<br />
el último siglo y medio, han nacido en<br />
buena medida al margen de la ley. Son fruto<br />
de una reflexión doctrinal y jurisprudencial<br />
deseosa de alcanzar una cotas socialmente<br />
aceptables, no sólo de seguridad ju-<br />
3 El conjunto de estudios, informes, dictámenes...<br />
que preceptiva o facultativamente deben ser<br />
tenidos en cuenta por el Gobierno antes de presentar<br />
un Proyecto de ley a las Cortes, y que han sido<br />
reformulados, a partir de lo ya contenido en los arts.<br />
129 a 132 de la vieja Ley de procedimiento administrativo,<br />
en la reciente ley del Gobierno de noviembre<br />
de 1997 (art. 22), dista todavía mucho de<br />
alcanzar, dada su generalidad e indefinición, las exigencias<br />
que se mencionan. Por lo demás, tales actividades<br />
previas verificadoras de la corrección material<br />
del contenido de la futura ley siguen siendo menos<br />
estrictas que las establecidas para las disposiciones<br />
reglamentarias (art. 24), se reducen al mínimo en el<br />
caso de proposiciones de ley (arts. 124 y ss. y 108 y<br />
ss., respectivamente, de los Reglamentos del Congreso<br />
y el Senado), y simplemente dejan de exigirse<br />
durante el proceso de tramitación parlamentaria.<br />
rídica, sino de acomodación a los conceptos<br />
sociales en cada momento vigentes de<br />
exigencia de responsabilidad social por los<br />
actos de cada uno. La ley penal ha servido<br />
en muchos casos sólo como pretexto, y en<br />
otros se ha limitado a incorporar con posterioridad<br />
conceptos o soluciones que ya se<br />
venían aplicando en la praxis judicial precedente.<br />
Y así sigue siendo hoy día.<br />
Sin pretender, ni mucho menos, ir tan<br />
lejos, resulta ciertamente incongruente que<br />
los instrumentos conceptuales de control<br />
decisional hayan quedado confinados al<br />
ámbito de la aplicación del Derecho, mientras<br />
que el sector de la creación del Derecho<br />
haya eludido cualquier formalización<br />
de su decisión que supere los meros requisitos<br />
competenciales y secuenciales 4 .<br />
5. La carencia acabada de señalar se ve<br />
potenciada por el progresivo asentamiento<br />
de prácticas legislativas de naturaleza puramente<br />
simbólica en el marco de la política<br />
criminal. Si por efecto instrumental de una<br />
determinada medida de intervención social<br />
entendemos la modificación de la realidad<br />
social lograda a través de la correspondiente<br />
medida, y por efecto simbólico de esa<br />
misma medida la producción de ciertas representaciones<br />
valorativas en los sujetos sobre<br />
quienes de un modo directo o indirecto<br />
incide tal actuación social, se comprende<br />
fácilmente la frecuencia con que en muchos<br />
ámbitos sociales ambos efectos son<br />
complementarios, en el sentido de que los<br />
efectos instrumentales perseguidos se logran<br />
total o parcialmente a través de la producción<br />
de ciertos efectos simbólicos.<br />
Ese es sin duda el caso del Derecho Penal:<br />
el efecto instrumental que se procura<br />
es la evitación de lesiones o puestas en peligro<br />
de los bienes fundamentales para la<br />
convivencia, en último término la evitación<br />
de la delincuencia; y el mecanismo<br />
utilizado para su consecución es la promulgación<br />
de normas cuya infracción, debidamente<br />
comprobada, da lugar a una<br />
sanción. Pero en el logro de tal efecto instrumental<br />
desempeñan un papel especialmente<br />
relevante los efectos psicológicos,<br />
esto es simbólicos, que la amenaza de tal<br />
sanción o la mera existencia de la norma<br />
producen en ciudadanos que pueden con-<br />
4 La posible alegación de la revisión legislativa a<br />
través del Tribunal Constitucional, sin obviamente<br />
negarle su importante función, no puede ignorar<br />
que se encuentra limitada por las conclusiones que<br />
se puedan deducir de los contenidos de la Carta<br />
Magna. Aquí estamos hablando de algo más que de<br />
la mera compatibilidad entre el texto constitucional<br />
y determinadas decisiones de la legislación ordinaria.<br />
siderarse en muy diversa medida delincuentes<br />
potenciales 5 . En consecuencia, resulta<br />
a mi juicio improcedente sostener<br />
que los efectos simbólicos deben proscribirse<br />
del Derecho Penal.<br />
Ahora bien, al margen de análisis más<br />
profundos que ahora no podemos emprender,<br />
hablaremos peyorativamente de un<br />
“Derecho Penal simbólico”, o de decisiones<br />
legislativas penales de naturaleza meramente<br />
simbólica y por eso mismo carentes<br />
de legitimación, cuando estemos ante intervenciones<br />
penales en las que los efectos<br />
simbólicos ligados al efecto instrumental<br />
de protección de bienes jurídicos quedan<br />
en un segundo plano frente a la primacía<br />
otorgada a la obtención de otros efectos<br />
simbólicos ajenos al fin primordial de protección<br />
de bienes jurídicos y de contención<br />
de la delincuencia. Entre esos efectos simbólicos<br />
desconectados o mínimamente<br />
vinculados a la protección de bienes jurídicos,<br />
a los que suele aspirar un legislador<br />
simbólico, cabe mencionar los siguientes:<br />
la puesta de manifiesto de la identificación<br />
del legislador con determinadas preocupaciones<br />
de los ciudadanos; la demostración<br />
de la fuerza coactiva en general de los poderes<br />
públicos; la demostración de la rapidez<br />
de reflejos del legislador ante problemas<br />
nuevos; el apaciguamiento de determinadas<br />
reacciones emocionales de la<br />
ciudadanía ante sucesos que producen<br />
alarma o inquietud; la satisfacción de la<br />
necesidad social de hacer algo frente a problemas<br />
irresueltos; la manifestación de la<br />
vigencia de determinadas opciones éticas;<br />
el mensaje de que hay que modificar determinadas<br />
actitudes sociales.<br />
El problema que el protagonismo otorgado<br />
a la persecución de tales efectos simbólicos<br />
suscita es que da lugar a la promulgación<br />
de normas sancionadoras carentes<br />
de legitimación, en cuanto que su configuración<br />
ya no aspira a, ni por lo general puede,<br />
fundamentarse en su eficacia para proteger<br />
bienes jurídicos y evitar la delincuencia,<br />
único fin que permite justificar la<br />
correspondiente decisión legislativa. Así se<br />
explican las por desgracia hoy frecuentes<br />
decisiones legislativas que crean delitos de<br />
casi imposible aplicación por un juez o tribunal<br />
respetuoso de las garantías penales:<br />
es, por ejemplo, el caso de un buen número<br />
de nuevas figuras introducidas entre los<br />
delitos contra la Administración pública<br />
5 Es imposible entrar aquí a matizar como se<br />
merece la última afirmación, que afecta al núcleo<br />
fundamentador de la política criminal y del Derecho<br />
Penal.<br />
48 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
como respuesta a la corrupción política o<br />
administrativa, comenzando con los delitos<br />
de tráfico de influencias y continuando<br />
con algún supuesto de cohecho o malversación.<br />
O que formulan tipos delictivos superfluos<br />
o redundantes, con aparente ignorancia<br />
de lo ya existente, motivados por no<br />
más de una docena de conductas lesivas<br />
concentradas en el tiempo pero suscitadoras<br />
de una transitoria inquietud social: es lo<br />
que sucede, verbi gratia, con el delito que<br />
castiga a los denominados conductores suicidas.<br />
O que, en el peor de los casos, terminan<br />
produciendo efectos contrarios a los<br />
quizá deseados en relación a la protección<br />
de bienes jurídicos: así ocurre con el nuevo<br />
delito de acoso sexual, banderín de enganche<br />
de los partidos políticos para el feminismo<br />
y que ha logrado que actualmente<br />
las amenazas condicionadas a la realización<br />
de un comportamiento sexual reciban un<br />
tratamiento privilegiado frente a las restantes,<br />
por lo que el acosador sexual ha mejorado<br />
notablemente su status social 6 .<br />
La instrumentalización del Derecho<br />
Penal que estas actitudes representan permite<br />
obtener, sin embargo, beneficios inmediatos:<br />
se mantiene una imagen positiva<br />
y dinámica del legislador y de los poderes<br />
públicos en general; se enmascara, a través<br />
del prestigio del que goza la contundencia<br />
de la reacción penal, la ausencia de otras<br />
medidas de intervención social realmente<br />
eficaces; se acrecientan infundadamente y a<br />
bajo coste los sentimientos de seguridad de<br />
los ciudadanos; y se realizan labores de pedagogía<br />
social utilizando uno de los medios<br />
de control social más duros de los que dispone<br />
la sociedad sin necesidad de dar explicaciones.<br />
Lo que ofrece la política criminal<br />
Si en las páginas precedentes me he ocupado<br />
de lo que se le exige a la política criminal,<br />
y de las condiciones en que se encuentra<br />
para satisfacer tales exigencias, a continuación<br />
quisiera hacer un breve esbozo de<br />
las líneas fundamentales de desarrollo de la<br />
actual política criminal. Para ello utilizaré el<br />
6 En todo caso, conviene no olvidar que las tendencias<br />
simbólicas no son patrimonio exclusivo del<br />
legislador: no parece exagerado afirmar que el ansia<br />
de numerosos jueces por demostrar una mentalidad<br />
progresista frente a las agresiones sexuales a las mujeres,<br />
unida a la presión ejercida por unos medios de<br />
comunicación también ávidos de probar la frecuencia<br />
de actitudes reaccionarias entre la judicatura, han<br />
confluido en la aparición de sentencias condenatorias<br />
por agresiones sexuales con acceso carnal basadas<br />
exclusivamente en un testimonio de la víctima no<br />
suficientemente contrastado; algunos errores judiciales<br />
llamativos han salido a la luz recientemente.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
hilo conductor que nos suministran los dos<br />
valores superiores de nuestro ordenamiento<br />
jurídico constitucionalmente más perfilados,<br />
esto es, la libertad y la igualdad, en conexión<br />
con las dos estructuras políticas entre<br />
sí complementarias que les sirven de base:<br />
el Estado de derecho y el Estado social.<br />
1. Reflejo de la profundización en el<br />
Estado de derecho es ante todo el progreso<br />
alcanzado por la dogmática jurídico-penal<br />
en la interpretación del derecho positivo.<br />
Creo que puede sostenerse sin riesgo de<br />
exageración que su nivel de precisión y sutileza<br />
han superado al existente en cualquier<br />
otro sector del ordenamiento jurídico;<br />
hasta el punto de que la teoría general<br />
del derecho se está elaborando en la actualidad<br />
en buena parte en torno a la dogmática<br />
jurídico-penal, frente a tradiciones precedentes<br />
centradas en la dogmática jurídico-civil.<br />
Ello se ha visto sin duda<br />
fomentado por la mayor apertura del Derecho<br />
Penal, aún con numerosas carencias, a<br />
las nuevas corrientes metodológicas, incluidas<br />
desde luego las importantes elaboraciones<br />
de la moderna sociología jurídica, que<br />
tienden a utilizar como modelo de verificación<br />
al Derecho Penal.<br />
Pero no deberíamos olvidar cuál ha sido<br />
el origen de ese enérgico impulso hacia<br />
la depuración conceptual y sistemática.<br />
Desde luego sería una visión desenfocada<br />
la que lo achacara a un mero afán academicista.<br />
La razón de fondo, digámoslo claramente,<br />
es la persistente y profunda desconfianza<br />
del penalista hacia el poder público,<br />
del que teme un uso arbitrario del sistema<br />
de sanciones que el Derecho Penal le posibilita,<br />
sanciones que suponen en casi todos<br />
los casos una afección significativa de bienes<br />
especialmente relevantes de los ciudadanos<br />
delincuentes. Ello ha dado como resultado<br />
la elaboración de un concepto analítico<br />
de delito que establece un<br />
procedimiento de depuración de responsabilidades<br />
que debe superar cinco perspectivas<br />
valorativas de análisis diversas, y que<br />
pretende asegurar, dentro de la más pura<br />
tradición liberal nunca abandonada por el<br />
moderno Derecho Penal, un especial respeto<br />
a las garantías individuales del acusado.<br />
Tras siglo y medio de elaboración dogmática,<br />
se dispone en estos momentos de<br />
un profundo acuerdo sobre el sistema de<br />
imputación de responsabilidad jurídico-penal,<br />
sin que las divergencias que perduran y<br />
los nuevos desarrollos propuestos puedan<br />
cuestionarlo. Buena prueba de ello son las<br />
escasas variaciones sustanciales registradas<br />
en los diferentes proyectos de reforma del<br />
Código Penal, que se han sucedido en los<br />
JOSÉ LUIS DÍEZ RIPOLLÉS<br />
años ochenta y noventa, en lo que concierne<br />
a los contenidos de la parte general stricto<br />
sensu, por mucho ruido que hayan podido<br />
hacer determinadas peleas domésticas.<br />
Es más, cabe apuntar que el sistema de responsabilidad<br />
elaborado ha trascendido al<br />
Derecho Penal, e influye en estos momentos<br />
en un buen número de ámbitos sociales,<br />
jurídicos o no. Por lo demás, ello ha venido<br />
secundado por una intensa revitalización<br />
de los principios garantistas procesales,<br />
lo que debe agradecerse fundamentalmente<br />
al Tribunal Constitucional.<br />
En todo caso, no podemos pasar por<br />
alto algunos problemas. En primer lugar,<br />
los riesgos de escolasticismo y banalidad teórica<br />
a los que puede dar lugar una excesiva<br />
elaboración conceptual. Ello se acentúa<br />
en países como España, donde los referentes<br />
empírico-sociales tienen una presencia<br />
desgraciadamente muy secundaria en el derecho<br />
y la política jurídica en general. En<br />
segundo lugar, la penetración excesivamente<br />
lenta de toda esa elaboración conceptual<br />
jurídico-material en la jurisprudencia inferior,<br />
lo que puede en parte ser atribuida a<br />
las condiciones materiales y personales poco<br />
adecuadas en las que se ve inmersa. En<br />
cualquier caso debe resaltarse el importante<br />
papel dinamizador de toda la jurisprudencia<br />
que al respecto está desempeñando el<br />
Tribunal Supremo, a semejanza de la labor<br />
realizada por el Tribunal Constitucional en<br />
el ámbito jurídico-procesal 7 .<br />
Pero el peligro mayor surge por la consolidación<br />
de ámbitos inmunes a este avance<br />
en la salvaguarda de las garantías individuales.<br />
Sin duda, el supuesto arquetípico es<br />
el Derecho Penal sobre drogas: a su defecto<br />
original de fundarse en una decisión político-criminal<br />
penalizadora claramente equivocada,<br />
une el de haber sentado las bases<br />
para el surgimiento dentro del Código Penal<br />
de un segundo código que responde a<br />
valores sustancialmente diferentes. En efecto,<br />
en la regulación de los delitos relativos a<br />
drogas brillan por su ausencia la mayor<br />
parte de los principios fundamentales posibilitadores<br />
de un Derecho Penal garantista<br />
(destacando sobre todo la violación de los<br />
de seguridad jurídica y proporcionalidad),<br />
desaparecen o tienen dificultades para su<br />
reconocimiento conceptos matizadores de<br />
la responsabilidad tan consolidados como<br />
los grados de participación o de ejecución;<br />
y las más elementales reglas de técnica jurí-<br />
7 Desgraciadamente, no parece que la institución<br />
del jurado vaya a coadyuvar a un progreso en<br />
el sentido indicado, al menos mientras esté presa<br />
en su regulación y en la práctica de un populismo<br />
desacreditador de la técnica jurídica.<br />
49
EXIGENCIAS SOCIALES Y POLÍTICA CRIMINAL<br />
dica (como la coherencia de sentido y la<br />
evitación de reiteraciones o del casuismo)<br />
han sido ignoradas. La opción por una ilusoria<br />
eficacia prima sobre los principios legitimadores<br />
de la intervención penal.<br />
2. También se han registrado notables<br />
progresos en la profundización del Estado<br />
de derecho a través de una reforzada tutela<br />
penal de los derechos y libertades individuales.<br />
a) Se pueden reseñar, en primer lugar,<br />
las modificaciones registradas a lo largo de<br />
los últimos 20 años en la configuración del<br />
Derecho Penal sexual.<br />
Desde fines de los setenta a fines de los<br />
ochenta se introdujeron importantes cambios<br />
derivados de la transformación que<br />
paulatinamente se produjo en el objeto de<br />
protección: éste dejó de ser la moral sexual<br />
colectiva en beneficio de la libertad sexual<br />
individual. Ello trajo consigo un número<br />
significativo de despenalizaciones, que<br />
afectaron a los antiguos delitos de adulterio,<br />
amancebamiento, mera fornicación<br />
con personas entre determinados límites de<br />
edad, exposición de doctrinas contrarias a<br />
la moral pública, escándalo público y comportamiento<br />
indecente. Igual de trascendentes<br />
fueron determinadas modificaciones<br />
en elementos de las figuras delictivas persistentes:<br />
se eliminaron las exigencias típicas<br />
que impedían castigar los atentados sexuales<br />
cuando la víctima se estimaba deshonesta<br />
o había perdido previamente la virginidad;<br />
se asignó el mismo tratamiento punitivo<br />
a los atentados con independencia del<br />
sexo de autor y víctima o de la naturaleza<br />
heterosexual u homosexual de la conducta;<br />
y se acabó con previsiones legales favorecedoras<br />
de la impunidad de los poderosos<br />
económicamente o de chantajes, como era<br />
el caso, singularmente en la violación, del<br />
perdón por la víctima.<br />
Con el nuevo Código Penal de 1995<br />
se han querido consolidar las reformas precedentes:<br />
ante todo se ha concluido el proceso<br />
de acomodación de todos los delitos<br />
sexuales al objetivo de proteger la libertad<br />
sexual individual y no determinadas pautas<br />
morales. Ello ha supuesto la reforma de los<br />
delitos relativos a la prostitución, así como<br />
la derogación del delito de corrupción de<br />
menores; ejemplo éste paradigmático de la<br />
pretensión de imponer determinadas pautas<br />
de comportamiento sexual en nuestra<br />
sociedad: ha sido acertadamente sustituido<br />
por figuras más limitadas que protegen al<br />
menor frente a manipulaciones de su desarrollo<br />
sexual pero son al mismo tiempo<br />
respetuosas con el pluralismo de nuestra<br />
sociedad. En segundo lugar, se han asumido<br />
las opiniones doctrinales para las que<br />
una coherente protección de la libertad sexual<br />
implicaba disminuir el énfasis puesto<br />
en la concreta acción sexual realizada, trasladándolo<br />
a la intensidad del ataque a la libertad<br />
individual sufrido; ello explica la<br />
pérdida de autonomía conceptual, que no<br />
desaparición, de figuras tradicionales como<br />
la violación y el estupro. En todo caso, no<br />
puede pasarse por alto que la nueva regulación<br />
resultante contiene importantes defectos<br />
técnico-jurídicos que, unidos a determinadas<br />
concesiones parlamentarias en<br />
materia de escalas punitivas, la han alejado<br />
apreciablemente de los plausibles objetivos<br />
perseguidos 8 .<br />
b) Se han dado igualmente pasos trascendentes<br />
de cara a lograr compatibilizar la<br />
estricta protección de la vida humana en<br />
sus diferentes fases con el respeto de otros<br />
derechos o libertades individuales.<br />
Desde mediados de los ochenta se<br />
rompió la tendencia a una protección absoluta<br />
y sin matices del embrión y el feto: la<br />
despenalización de determinados supuestos<br />
de aborto supuso el reconocimiento de que<br />
se producen con alguna frecuencia conflictos<br />
de intereses en los que debe otorgarse la<br />
primacía a los de la embarazada frente a los<br />
del nasciturus o de la sociedad que lo tutela.<br />
La reforma se quedó corta, en la medida<br />
en que dio relevancia a un número excesivamente<br />
limitado de situaciones conflictivas.<br />
La necesidad de seguir avanzando en<br />
esa línea no debe hacernos olvidar, con todo,<br />
que las opiniones sociales mayoritarias,<br />
a mi juicio con razón, no parecen dispuestas<br />
a abandonar la perspectiva del conflicto<br />
de intereses ni a dejar, en consecuencia, la<br />
decisión exclusivamente en manos de la<br />
embarazada. De hecho sólo en el periodo<br />
de los tres primeros meses de embarazo se<br />
están haciendo propuestas en este último<br />
sentido, con la intensa polémica social por<br />
todos conocida.<br />
En cualquier caso, la discusión sobre la<br />
ampliación de los supuestos despenalizados<br />
tiene como trasfondo varios hechos significativos:<br />
En primer lugar, una interpretación<br />
del supuesto legal de riesgo grave para<br />
la salud psíquica de la madre, en el que se<br />
amparan la gran mayoría de las interrupciones<br />
legales del embarazo, que supera claramente<br />
los límites de la interpretación jurídica;<br />
asimismo, una práctica de persecu-<br />
8 El proyecto en curso de reforma de los delitos<br />
sexuales constituye, desgraciadamente, en líneas<br />
generales una vuelta a planteamientos ya superados.<br />
ción judicial que mayoritariamente mira<br />
para otro lado ante un caso de aborto consentido,<br />
sin que ello, paradójicamente, impida<br />
la aparición ocasional y de modo poco<br />
predecible de actuaciones judiciales persecutorias<br />
que con frecuencia resultan demasiado<br />
estrictas; y, sobre todo, una tolerada y<br />
generalizada actitud de desobediencia civil<br />
por parte del personal sanitario que, más<br />
allá de su indiscutible derecho a la objeción<br />
de conciencia, ha logrado en la práctica<br />
privar a la ciudadanía de su derecho a recibir<br />
una determinada prestación sanitaria legal<br />
en los centros sanitarios públicos.<br />
Por otro lado, y a pesar de que aún están<br />
pendientes decisiones legislativas contundentes<br />
e inequívocas en este ámbito, se<br />
han abierto limitadamente las puertas al<br />
reconocimiento del derecho a disponer de<br />
la propia vida: la importante atenuación de<br />
pena prevista en el nuevo código para los<br />
supuestos más graves de eutanasia permite<br />
fácilmente concluir que las restantes hipótesis,<br />
menos problemáticas, y aun las primeras<br />
si el comportamiento es omisivo,<br />
han de considerarse impunes.<br />
A su vez, y a pesar del vértigo que en<br />
estas cuestiones parece afectar a los tribunales<br />
superiores, en concreto al Constitucional<br />
y al Supremo, los jueces y tribunales<br />
inferiores comienzan a ser cada vez más<br />
sensibles a las demandas hechas por minorías<br />
religiosas de que se respete su jerarquía<br />
de valores en relación con situaciones de<br />
peligro para su vida, como sucede con la<br />
negativa a transfusiones sanguíneas de los<br />
testigos de Jehová o al ejercicio de acciones<br />
reivindicativas por los reclusos a través de<br />
huelgas de hambre. Parece razonable pensar<br />
que en estos temas no se ha dicho aún<br />
la última palabra.<br />
Las técnicas de ingeniería genética han<br />
colocado a la política criminal, como ya he<br />
señalado, ante un nuevo conflicto valorativo<br />
falto aún de suficiente reflexión: algunas<br />
de las decisiones legislativas ya tomadas en<br />
el nuevo código dan la impresión de haberse<br />
adoptado influidas más por la desconfianza<br />
hacia nosotros mismos que por las<br />
necesidades concretas de protección de bienes<br />
jurídicos 9 . En todo caso, conviene advertir<br />
que la ineludible intervención jurídico-penal<br />
en el ámbito de la ingeniería genética,<br />
probablemente todavía muy lejos<br />
de su definitiva configuración, va a terminar<br />
cuestionando tabúes sociales tan consolidados<br />
como las libertades de reproducción<br />
y maternidad, al menos en el sentido<br />
en el que en la actualidad se entienden.<br />
c) Hay otros ámbitos directamente<br />
afectantes a los derechos y libertades indi-<br />
50 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
viduales donde se aprecian notables indecisiones.<br />
Ese es singularmente el caso de la<br />
protección del honor y la intimidad personales:<br />
el nuevo Código ha sabido reaccionar<br />
adecuadamente, en términos generales,<br />
a los desafíos que las nuevas tecnologías<br />
planteaban a la protección de la<br />
intimidad, y lo ha hecho estableciendo<br />
una regulación notablemente modernizada<br />
de los tipos protectores de ella. Pero seguimos<br />
algo confusos respecto a la relación<br />
que debe existir entre la protección<br />
del honor e intimidad personales y el adecuado<br />
aseguramiento de la libertad de expresión,<br />
lo que se aprecia fácilmente, por<br />
ejemplo, en el tratamiento dado a la imputación<br />
pública de hechos deshonrosos<br />
considerados ciertos. Los vaivenes registrados<br />
en la jurisprudencia constitucional no<br />
ayudan ciertamente a la superación de la<br />
confusión.<br />
3. La profundización en el Estado social<br />
resulta ante todo condicionada por los<br />
avances que se logren en la renovación del<br />
sistema de penas. En un contexto doctrinal<br />
escéptico sobre la posibilidad de transformaciones<br />
sustanciales, adquieren protagonismo<br />
dos ideas fundamentales: Por un lado,<br />
la acentuación del respeto al principio<br />
de humanidad, sea sobre la naturaleza de<br />
la pena, sea sobre su modo de ejecución,<br />
sin olvidar la ineludible vigencia del principio<br />
de proporcionalidad entre la gravedad<br />
de la conducta incriminada o enjuiciada<br />
y la de la pena prevista o impuesta. Por<br />
otro lado, el aprovechamiento al máximo<br />
de las limitadas posibilidades que ofrece la<br />
resocialización del delincuente.<br />
En ese sentido el nuevo Código ha registrado<br />
progresos significativos: Ha establecido<br />
el sistema de días-multa, que permite<br />
acomodar la cuantía de las penas pecuniarias<br />
al nivel de ingresos o patrimonio<br />
de culpable. Ha transformado las penas<br />
cortas de prisión en arrestos de fines de semana,<br />
con la pretensión de eludir los efectos<br />
desocializadores del sometimiento por<br />
periodos breves al régimen normal de los<br />
establecimientos penitenciarios. Con un<br />
fundamento similar, contiene diversas previsiones<br />
de sustitución de las penas privativas<br />
de libertad por penas de otra naturaleza,<br />
destacando entre ellas la de trabajos en<br />
beneficio de la comunidad. Y ha procurado<br />
la mayor aproximación compatible con<br />
los fines resocializadores entre el periodo<br />
de cumplimiento nominal y el real de las<br />
penas de prisión, para evitar los descon-<br />
9 Véase lo dicho en nota 2.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
ciertos que en la sociedad producía una<br />
acentuada discrepancia entre ambos.<br />
Pero son fácilmente constatables en el<br />
nuevo texto legal algunas evoluciones preocupantes:<br />
La pena de prisión sigue constituyendo<br />
el pilar del sistema, con periodos<br />
de cumplimiento excesivamente largos en<br />
determinados supuestos. A su vez, las alternativas<br />
ofrecidas a ella no tienen garantizado<br />
un amplio campo de desarrollo: así, el<br />
trabajo en beneficio de la comunidad nace<br />
con el límite intrínseco de su necesaria<br />
aceptación por el penado, en concordancia<br />
con la prohibición constitucional de los<br />
trabajos forzados, a lo que se une su atribulado<br />
encaje en el actual mercado laboral. El<br />
sistema de días-multa no logra eludir, en<br />
caso de impago, la pena corta de prisión<br />
constituida por el arresto sustitutorio. El<br />
apreciable fomento de las penas de inhabilitación<br />
se ha realizado sin que hayan sido<br />
objeto de análisis profundos sobre su efectivo<br />
contenido aflictivo, probablemente<br />
muy superior al calculado en bastantes hipótesis.<br />
Y la evaluación, a la hora de imponer<br />
la pena, de la reparación por el delincuente<br />
del daño infligido, sin negarle sus<br />
méritos, no parece útil en la criminalidad<br />
de grado medio o alto; además, su eventual<br />
generalización tropezaría con problemas de<br />
legitimación, pues cuestionaría una adquisición<br />
irrenunciable del Derecho Penal moderno<br />
cual es su carácter público, encaminado<br />
a evitar la venganza privada y la<br />
compensación y que se asienta en el distanciamiento<br />
entre autor y víctima.<br />
Por otra parte, antiguas reacciones penales<br />
registran ampliaciones de su esfera de<br />
influencia sospechosas: es el caso del moderno<br />
comiso que, probablemente para<br />
eludir enojosas exigencias garantistas, ha<br />
perdido su naturaleza de pena y se ha integrado<br />
en el nuevo e impreciso concepto de<br />
consecuencia accesoria. Lo cierto es que en<br />
delitos como los relativos a drogas, su utilización,<br />
combinada con el sistema de cálculo<br />
de las multas proporcionales previstas,<br />
conduce a una práctica confiscación general<br />
de bienes.<br />
4. La asunción por la reciente política<br />
criminal de la protección de un número<br />
cada vez mayor de bienes jurídicos colectivos<br />
es asimismo directa consecuencia de la<br />
reestructuración del cuadro de valores político-criminales<br />
de un modo acorde con la<br />
sociedad del bienestar. Ello ha traído consigo<br />
el surgimiento o consolidación de bienes<br />
jurídicos como la salud pública, el medio<br />
ambiente, la ordenación del territorio o<br />
los vinculados a muy diversos aspectos del<br />
orden socioeconómico, entre otros. El nue-<br />
JOSÉ LUIS DÍEZ RIPOLLÉS<br />
vo Código Penal ha acogido la mayor parte<br />
de ellos en su seno, siendo sensible, por<br />
tanto, a las nuevas necesidades de tutela de<br />
un Estado auténticamente social.<br />
Pero, hoy por hoy, la protección de tales<br />
bienes jurídicos da ocasión a abundantes<br />
riesgos y dificultades, derivados en su mayor<br />
parte de la ausencia de suficiente reflexión<br />
sobre su adecuado tratamiento. Entre<br />
los riesgos destaca el de que el Derecho Penal<br />
se introduzca en ámbitos en los que no<br />
resulta eficaz, perdiendo de vista la nota de<br />
subsidiariedad frente a otro tipo de intervenciones<br />
sociales, jurídicas o no, que le es<br />
inherente; a ese riesgo suele seguir con frecuencia<br />
la caída en actuaciones puramente<br />
simbólicas. Entre las dificultades no es la<br />
menor la vinculada a la escasa elaboración<br />
conceptual de tales bienes jurídicos, que<br />
origina problemas técnico-jurídicos de cara<br />
a su persecución aún no resueltos. Ejemplo<br />
singular de lo acabado de decir es la cuestión<br />
de la estructura típica que debe asignarse<br />
a las figuras delictivas encargadas de<br />
su tutela: se tiende a crear estructuras de<br />
peligro abstracto o, lo que es lo mismo, a<br />
castigar por la mera realización de determinados<br />
comportamientos, sin necesidad de<br />
que se produzca un efectivo resultado lesivo,<br />
ni siquiera un riesgo concreto de su<br />
producción. De este modo, además de<br />
atentar con facilidad contra el principio de<br />
seguridad jurídica al que tiene derecho todo<br />
ciudadano, se promueve un indebido<br />
alejamiento de las referencias materiales a<br />
las que no debe renunciar el Derecho Penal<br />
y que pretende asegurar el principio de lesividad.<br />
Ahora bien, a la hora de invertir esta<br />
tendencia y formular estructuras típicas que<br />
exijan que la conducta dé lugar a la producción<br />
de un resultado material dañoso o<br />
un peligro inmediato de él, los déficit conceptuales<br />
antes aludidos lo imposibilitan.<br />
Estamos, por consiguiente, ante un<br />
sector prioritario de la política criminal, en<br />
el que se deben centrar los esfuerzos y la reflexión.n<br />
José Luis Díez Ripollés es catedrático de Derecho<br />
Penal y director del Instituto andaluz interuniversitario<br />
de Criminología. Autor de Los elementos subjetivos<br />
del delito. Bases metodológicas.<br />
51
1.<br />
Introducción<br />
a)El extraordinario novelista<br />
francés Emilio Zola, famoso defensor<br />
de Dreyfus, marcó con sus<br />
ideas todo el siglo XX. Fue precisamente<br />
él quien estableció un<br />
Decálogo y unos principios morales<br />
que fueron obligatorios para<br />
el intelectual durante 100<br />
años. Fue Zola quien creó el<br />
ideario de los hombres de la pluma,<br />
las normas a cumplir por el<br />
profesional de la palabra. Por esa<br />
razón los escritores, críticos y periodistas<br />
que no entendían su profesión<br />
únicamente como una manera<br />
de ganar dinero tenían que<br />
tener siempre presente la imagen<br />
de Zola. El gran francés defendía<br />
con sus ideas y actitud tres valores<br />
básicos: a la persona perjudicada,<br />
la verdad material y el Estado tolerante.<br />
Así entendía la defensa<br />
del buen nombre de su patria,<br />
Francia. No vaciló en decirle al<br />
presidente de la República en su<br />
célebre artículo Yo acuso:<br />
“¡Pero qué mancha de barro<br />
sobre su nombre –iba a decir<br />
sobre su reinado– es este<br />
horrendo caso Dreyfus!<br />
Un consejo de guerra,<br />
cumpliendo órdenes, acaba<br />
de atreverse a absolver<br />
a un Esterhazy, suprema<br />
bofetada a cualquier verdad,<br />
cualquier justicia. Y se<br />
ha acabado, Francia lleva<br />
en la mejilla esta mancha,<br />
la Historia escribirá<br />
que durante su presidencia<br />
se llegó a cometer<br />
tamaño crimen social.<br />
Puesto que ellos se han<br />
atrevido, yo también voy<br />
a atreverme. Diré la verdad,<br />
pues prometí decirla si<br />
la justicia, tras la apelación<br />
legal, no se aplicaba plena<br />
MEDIOS DE COMUNICACIÓN<br />
DECÁLOGO PARA PERIODISTAS<br />
y enteramente. Mi deber<br />
es hablar, no quiero<br />
convertirme en cómplice.<br />
El espectro del inocente<br />
que expía, en la más atroz<br />
de las torturas, un crimen<br />
que no ha cometido,<br />
no me dejaría dormir<br />
por las noches” 1 .<br />
Zola provocó la división de<br />
Francia. Hizo del caso de Dreyfus<br />
una cuestión que servía para<br />
definir quién era quién. La actitud<br />
frente al estremecedor caso<br />
permitía distinguir a la Francia<br />
del pasado, conservadora, tradicional,<br />
monárquica, católica y cerrada<br />
a los extranjeros. Pero en<br />
la lucha por la absolución de<br />
Dreyfus, oficial del Ejército francés<br />
de origen judío acusado de<br />
espionaje, se daba a conocer la<br />
Francia del futuro: democrática,<br />
laica, republicana y tolerante.<br />
Fue Emilio Zola quien consiguió<br />
que la Francia del futuro<br />
venciese a la del pasado. Él hizo<br />
que durante todo un siglo el intelectual-periodista<br />
se sintiese<br />
obligado a participar en los asuntos<br />
de la política entendida como<br />
el bien común y no como la lucha<br />
por el Poder. Esa era la obligación<br />
moral del intelectual-periodista<br />
y lo sigue siendo. El<br />
éxito de Zola animó a los intelectuales<br />
a defender los derechos<br />
humanos y a desenmascarar el<br />
mal como los sacerdotes. Esa es la<br />
razón de que podamos encontrar<br />
a intelectuales entre los principales<br />
adversarios de los regímenes<br />
totalitarios, rojos o negros, y también<br />
entre los apologistas de los<br />
sistemas antidemocráticos. El or-<br />
1 Émile Zola, Yo acuso. La verdad en<br />
marcha, Prensa Ibérica, pág. 76, Barcelona,1998.[N.<br />
del T.]<br />
ADAM MICHNIK<br />
gullo inculcado por Zola impulsó<br />
a unos intelectuales a desenmascarar<br />
el mal, pero la vanidad<br />
generada por ese mismo orgullo<br />
hizo que otros se viesen fascinados<br />
por el fascismo o el comunismo<br />
que prometían erradicar<br />
el mal.<br />
Las glorias y las tragedias del<br />
siglo XX tienen una misma fuente,<br />
el gesto de Emilio Zola. Por<br />
eso tenemos que ser modestos.<br />
“El gran modelo del<br />
intelectual –ha escrito Leszek<br />
Kolakoswki– es Erasmo<br />
de Rotterdam: un cizañero<br />
que amaba la paz, filólogo<br />
y moralista, con frecuencia<br />
vacilante, profundamente<br />
compenetrado con los<br />
principales conflictos de sus<br />
tiempos y, al mismo tiempo<br />
muy prudente, siempre<br />
dispuesto a recular, poco<br />
amigo de los extremismos,<br />
uno de los principales<br />
promotores de la reforma<br />
de la vida religiosa que, no<br />
obstante, jamás se adhirió<br />
a la Reforma, un guerrero<br />
magnánimo, un sabio y<br />
un humorista. El papel que<br />
desempeñó en la historia,<br />
tomado en su conjunto,<br />
sigue despertando polémicas<br />
hasta nuestros días. ¿En<br />
resumidas cuentas un<br />
renovador o su destructor?<br />
Habría que tener en cuenta<br />
demasiados criterios<br />
arbitrarios para poder<br />
responder a semejante<br />
pregunta de manera tajante.<br />
Y el mismo problema se<br />
plantea al valorar a casi todos<br />
los grandes intelectuales<br />
que contribuyeron de<br />
manera considerable a la<br />
historia espiritual y política<br />
de Europa y tampoco se<br />
puede dar una respuesta<br />
inequívoca. Entre los<br />
intelectuales típicos, como<br />
lo fue Melachton y los<br />
grandes tribunos populares<br />
semejantes a Lutero, los<br />
conflictos siempre son<br />
inevitables. Y cuando<br />
los intelectuales decidían<br />
transformarse en líderes<br />
populares o en políticos<br />
profesionales, los resultados<br />
solían ser poco edificantes.<br />
Y es que la plaza del mercado<br />
de las palabras, con todos<br />
sus peligros, es un lugar<br />
más apropiado para ellos<br />
que la corte real”.<br />
En una palabra, eludamos las<br />
cortes reales.<br />
b) Pensé muchas veces en Emilio<br />
Zola cuando, tras caer el comunismo,<br />
nacía en Polonia la prensa<br />
libre. Era una obligación pensar<br />
en la experiencia de los periodistas<br />
del siglo XX que se<br />
habían convertido en el cuarto<br />
poder de la democracia y en un<br />
componente inamovible de ella.<br />
Pero también había que pensar<br />
en los periodistas que en la mis-<br />
2 El 4 de junio de 1992 el entonces<br />
ministro de Interior Antoni Macierewicz,<br />
con el beneplácito del jefe del Gobierno<br />
Jan Olszewski, entregó a los diputados<br />
una lista con los nombres de<br />
83 políticos de primera línea, acusados,<br />
sobre la base de los documentos de los<br />
archivos comunistas, de haber sido confidentes<br />
y colaboradores de la policía<br />
política dictatorial. Entre los acusados<br />
había políticos de todas las agrupaciones<br />
y personas que desempeñaron un<br />
papel fundamental en el derrocamiento<br />
del comunismo, como Lech Walesa.<br />
El Parlamento consideró que, con<br />
aquella lista, Olszewski y Macierewicz<br />
habían tratado de evitar la inminente<br />
caída de su Gobierno y la aceleró destituyendo<br />
de manera fulminante a todo<br />
el gabinete. [N. del T.].<br />
52 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
ma época se habían transformado<br />
en un elemento de la corrupción<br />
en la democracia moderna.<br />
La noche del 4 de junio 2 de<br />
1992 pasará a la historia de Polonia<br />
con el nombre de La noche de<br />
las actas secretas, nombre que alude<br />
a La noche de los cuchillos largos,<br />
a la noche en la que Adolfo<br />
Hitler liquidó a sus adversarios<br />
dentro del partido nazi. Por suerte<br />
en Polonia todo transcurrió de<br />
manera pacífica. El Gobierno,<br />
que había perdido la mayoría parlamentaria,<br />
acusó al Presidente de<br />
la República, al Presidente del<br />
Congreso de los Diputados, a los<br />
ministros de Asuntos Exteriores y<br />
de Finanzas, así como a muchos<br />
parlamentarios, de haber sido<br />
agentes de la policía política comunista.<br />
El Estado se vio al bor-<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
Emilio Zola<br />
de de la autodestrucción. Aquella<br />
fue también la hora de la gran<br />
prueba para los medios y para nosotros,<br />
los periodistas: estaba claro<br />
que teníamos que optar por la<br />
responsabilidad y el civismo. Por<br />
esa razón, casi unánimemente,<br />
nos negamos a publicar la lista de<br />
personalidades acusadas de colaboracionismo<br />
que había elaborado<br />
el ministro de Interior del Gobierno,<br />
basándose en las actas<br />
secretas de los servicios de inteligencia<br />
comunistas. Llegamos a la<br />
conclusión de que no podían inspirar<br />
confianza los “dossiers” sobre<br />
los activistas de la oposición<br />
democrática que habían sido preparados<br />
por sus enemigos mortales,<br />
porque el objetivo de aquellas<br />
actas secretas siempre fue destruir<br />
en el sentido moral y físico de los<br />
adversarios del régimen totalitario.<br />
Aquel escándalo me enseñó<br />
con cuánta facilidad el<br />
periodista puede<br />
convertirse en un<br />
instrumento y la<br />
importancia que<br />
tiene combatir<br />
todas las manipulaciones<br />
para<br />
salvaguardar el<br />
honor profesional<br />
y el buen<br />
nombre. Esa<br />
guerra a los manipuladores<br />
no es<br />
más que una lucha<br />
encaminada a proteger<br />
la ecología de<br />
nuestra profesión,<br />
la pureza de ese<br />
medio ambiente que es el lugar<br />
en que se producen los debates<br />
públicos.<br />
c) Pensé en todas esas cosas,<br />
cuando en noviembre de 1995<br />
el ministro de Interior acusó desde<br />
la tribuna del congreso de los<br />
Diputados al primer ministro de<br />
3 Cuando ganó las elecciones presidenciales<br />
de 1995 el ex comunista<br />
Aleksander Kwasniewski, el entonces<br />
ministro de Interior, Andrzej Milczanowski,<br />
hombre tolerante entregado al<br />
hasta entonces presidente Lech Walesa,<br />
en un intento de impedir el cambio en<br />
la jefatura del Estado mediante la provocación<br />
de una gravísima crisis política<br />
que pudiese justificar la renuncia<br />
temporal a los mecanismos democráticos,<br />
acusó al primer ministro Jozef<br />
Oleksy, también ex comunista, de haber<br />
sido colaborador del espionaje ruso<br />
incluso ocupando tan altísimo cargo.<br />
En la operación contra los ex comunistas<br />
fueron utilizados los servicios de inteligencia<br />
polacos que, no obstante, nada<br />
concreto pudieron probar y tampoco<br />
consiguieron la permanencia de<br />
Walesa en la presidencia, aunque sí lograron<br />
la dimisión de Oleksy de la jefatura<br />
del Gobierno. [N. del T.]<br />
ser espía soviético 3 .<br />
El primer ministro acusado<br />
había pertenecido al aparato del<br />
partido comunista en los tiempos<br />
de la dictadura. El ministro<br />
que le acusó había sido primero<br />
un importante activista del movimiento<br />
Solidaridad, luego un<br />
preso político de gran valentía y<br />
más tarde uno de los dirigentes<br />
de las estructuras clandestinas de<br />
la oposición democrática. ¿Quién<br />
decía la verdad: el acusador con<br />
semejante biografía o el acusado,<br />
que negaba haber traicionado a la<br />
patria pero que tenía un pasado<br />
poco fiable? Aquel escándalo político,<br />
el más grande registrado<br />
en Polonia en los últimos tiempos,<br />
dividió a los medios de manera<br />
característica. Unos, casi de<br />
manera ciega, dieron crédito a las<br />
acusaciones del ministro del Interior.<br />
Otras, también ciegamente,<br />
le creyeron al primer ministro.<br />
Y fue entonces cuando comenzaron<br />
las “filtraciones” procedentes<br />
de los servicios de inteligencia.<br />
A los medios controlados por<br />
los poscomunistas empezaron a<br />
llegar “filtraciones” que confirmaban<br />
la inocencia del primer<br />
ministro, mientras que a los medios<br />
anticomunistas llegaban las<br />
que confirmaban la culpabilidad<br />
del jefe del Gobierno. Aquel gigantesco<br />
escándalo, del que por<br />
suerte la democracia polaca salió<br />
ilesa, sometió a una gran prueba<br />
a los medios. Para mi el suceso<br />
fue una gran lección porque<br />
aprendí que el mayor enemigo<br />
de los medios libres es la supremacía<br />
de la ideología y del partidismo<br />
sobre la honestidad de la<br />
información. Otro gran enemigo<br />
es la ceguera, porque incapacita<br />
para percibir el mundo de manera<br />
no trivial. Aunque no se sea espía,<br />
¿no resulta una irresponsabi-<br />
53
DECÁLOGO PARA PERIODISTAS<br />
lidad gordísima mantener contactos<br />
con el jefe de un espionaje<br />
extranjero?<br />
El caso que analizo puso también<br />
al descubierto cuán peligrosos<br />
pueden ser los servicios de inteligencia<br />
cuando se empeñan en<br />
la lucha política. El primer ministro<br />
poscomunista fue acusado<br />
de ser espía sobre la base de pruebas<br />
muy poco convincentes. Eso<br />
me enseñó otra cosa : en el Estado<br />
democrático los medios tienen<br />
la tentación de buscar la primicia<br />
o la exclusiva, incluidas las<br />
que provienen de “filtraciones”<br />
de los servicios especiales; pero<br />
esas “filtraciones” no son otra cosa<br />
que un intento de manipular a<br />
los medios, y con su ayuda, a la<br />
opinión pública.<br />
2.<br />
El decálogo de un<br />
periodista honesto en<br />
el periodo del poscomunismo<br />
Suelen preguntarme de qué parte<br />
estoy y a quién apoyo: quieren<br />
saber si mi diario Gazeta Wyborcza<br />
apoya a la izquierda ilustrada<br />
contra la derecha obscurantista.<br />
También me exigen que<br />
diga si apoyamos una coalición<br />
de todas las fuerzas nacidas del<br />
movimiento que generaron las<br />
protestas obreras de agosto de<br />
1980 para combatir a los ex comunistas.<br />
En las divisiones así definidas<br />
no hay lugar para nosotros. Queremos<br />
que Polonia sea un Estado<br />
independiente y de derecho; un<br />
Estado de democracia parlamentaria<br />
y de economía de mercado;<br />
un Estado que avance sistemáticamente<br />
hacia su integración en<br />
las estructuras euroatlánticas y<br />
que sea fiel a sus identidades históricas.<br />
Sólo una Polonia así estará<br />
en condiciones de hacer<br />
frente a todos los extremismos,<br />
independientemente del nombre<br />
que les demos: fascismo “negro”<br />
o “rojo”; o también bolchevismo<br />
“rojo” o “blanco”. Por esa razón<br />
no somos seguidores de ningún<br />
partido, aunque estamos dispuestos<br />
a apoyar a todos los que<br />
estén dispuestos a realizar los objetivos<br />
de la democracia polaca.<br />
Nuestro deseo es que Gazeta<br />
Wyborcza sea un elemento de la<br />
democracia polaca, una de sus<br />
instituciones. Y es así como entendemos<br />
el papel a desempeñar<br />
en la vida pública polaca. Y queremos<br />
guiarnos, en esa tarea, por<br />
un conjunto de principio que<br />
podríamos definir como nuestro<br />
decálogo ético y profesional 4 .<br />
1º “Entonces pronunció<br />
Dios todas estas palabras<br />
diciendo: ‘Yo, Yahveh, soy<br />
tu Dios, que te he sacado<br />
del país de Egipto, de la casa<br />
de la servidumbre. No habrá<br />
para ti otros dioses delante<br />
de mí. No te harás escultura<br />
ni imagen alguna ni de lo<br />
que hay arriba en los cielos,<br />
ni de lo que hay abajo<br />
en la tierra, ni de lo que hay<br />
en las aguas debajo de<br />
la tierra. No te postrarás<br />
ante ellas, ni les darás<br />
culto, porque yo Yahveh,<br />
tu Dios, soy un Dios celoso,<br />
que castigo la iniquidad<br />
de los padres en los hijos<br />
hasta la tercera y cuarta<br />
generación de los que me<br />
odian, y tengo misericordia<br />
por millares con los<br />
que me aman y guardan<br />
mis mandamientos’”.<br />
(Ex-20, 1-6)<br />
El Dios que a nosotros nos<br />
sacó de la casa de esclavos tiene<br />
dos nombres: Libertad y Verdad.<br />
Y a ese Dios, Libertad y Verdad,<br />
tenemos que someternos incondicionalmente.<br />
Es un Dios celoso<br />
que exige una lealtad absoluta.<br />
Si nos inclinamos ante otro<br />
Dios: (el Estado, el pueblo, la familia,<br />
la seguridad pública), a<br />
costa de la libertad y de la verdad,<br />
seremos castigados. El castigo<br />
será la pérdida de la credibilidad<br />
sin la cual es imposible<br />
ejercer nuestra profesión. Libertad<br />
y Verdad: ¿qué significan esas<br />
palabras? La libertad significa<br />
una posibilidad de actuar libremente<br />
para todos; o sea, no solamente<br />
para mí, sino también<br />
para mi adversario, para cada<br />
uno aunque piense de manera<br />
4 Las citas del libro del Exodo están<br />
tomadas de la versión castellana de la<br />
Biblia de Jerusalén, Descleé de Brower,<br />
1997, Bilbao, [N. del T.]<br />
distinta. Nuestro deber es defender<br />
“esa libertad para todos”,<br />
porque ella es el sentido fundamental<br />
de nuestra profesión y de<br />
nuestra vocación.<br />
La única limitación que puede<br />
tener nuestra libertad es la que<br />
impone la Verdad. Eso significa<br />
que podemos publicar todo lo<br />
que escribamos, a condición de<br />
que no mintamos. La mentira<br />
periodística es no sólo un pecado<br />
contra los principios de nuestra<br />
profesión sino también una blasfemia<br />
contra nuestro Dios. La<br />
mentira siempre conduce a la esclavitud.<br />
Sólo la verdad tiene<br />
fuerza liberadora.<br />
Ahora bien, eso no significa<br />
que podamos sentirnos poseedores<br />
de la verdad única y absoluta<br />
ni que podamos, en nombre<br />
de esa verdad, amordazar a otros.<br />
Sencillamente, tenemos prohibido<br />
mentir, aunque a veces la<br />
mentira sea cómoda para nosotros<br />
mismos o nuestros amigos.<br />
Podríamos decir que el que<br />
miente, mea contra el viento.<br />
2º “No tomarás en falso<br />
el nombre de Yahveh,<br />
tu Dios; porque Yahveh no<br />
dejará sin castigo a quien<br />
toma su nombre en falso”,<br />
(Ex-20, 7).<br />
Dijimos Libertad y Verdad: así<br />
definimos nuestro credo y el<br />
compromiso con nostros mismos.<br />
Sin embargo, esos valores<br />
no pueden ser empleados para<br />
considerarnos seres superiores y<br />
cerrar la boca a otros. Libertad y<br />
Verdad son dos palabras de gran<br />
valor y contenido sagrado y no<br />
pueden ser usadas sin prudencia<br />
y sensatez. Cuando se abusa de<br />
las palabras sagradas pierden su<br />
valor y se convierten en términos<br />
vacíos y triviales.<br />
Observamos ese fenómeno<br />
constantemente. Los partidos<br />
políticos van a las elecciones con<br />
las palabras “Honor, Dios y Patria”<br />
en sus consignas. Lo mismo<br />
hacen los huelguistas que sólo<br />
quieren mejoras salariales o los<br />
campesinos que cortan las carreteras<br />
para lograr reducciones en<br />
los impuestos. Sin embargo, los<br />
que usan esas palabras de singular<br />
valor en la lucha electoral o<br />
en las campañas políticas las<br />
condenan a la devaluación y ridiculización.<br />
Cuando oímos cómo<br />
esas grandes palabras son utilizadas<br />
por los políticos en frases<br />
vacías, percibimos casi de manera<br />
física que “las palabras niegan<br />
lo que dice la voz y la voz niega<br />
lo que dicen los pensamientos”.<br />
Percibimos asimismo que las palabras<br />
pierden su sentido y la<br />
lengua deja de ser el vehículo de<br />
comunicación entre los hombres<br />
para convertirse en un arma de<br />
intimidación, en una mordaza o<br />
en una porra para los que tienen<br />
otras ideas. Si el servilismo puede<br />
ser llamado valentía; el conformismo,<br />
sensatez; el fanatismo,<br />
lealtad a los principios; y la<br />
tolerancia, nihilismo moral, vemos<br />
que la palabra se convierte<br />
en un medio para falsificar la realidad.<br />
Así surge el nuevo lenguaje.<br />
El que utiliza ese nuevo<br />
lenguaje actúa como el que paga<br />
con dinero falso; y eso nosotros<br />
no podemos hacerlo.<br />
En una palabra: no hagas de<br />
tu boca un vertedero.<br />
3º “Recuerda el día del<br />
sábado para santificarlo. Seis<br />
días trabajarás y harás todos<br />
tus trabajos, pero el día<br />
séptimo es día de descanso<br />
para Yahveh, tu Dios. No<br />
harás ningún trabajo, ni tú,<br />
ni tu hijo, ni tu hija, ni tu<br />
siervo, ni tu sierva, ni tu<br />
ganado, ni el forastero<br />
que habita en tu ciudad.<br />
Pues en seis días hizo<br />
Yahveh el cielo y la tierra,<br />
el mar y todo cuanto<br />
contienen, y el séptimo<br />
descansó; por eso bendijo<br />
Yahveh el día sábado y lo<br />
hizo sagrado”. (Ex-20, 8-11)<br />
Tu trabajo es una constante<br />
carrera contra el reloj acompañada<br />
por el alboroto. Sabes que<br />
el diario tiene que estar a primera<br />
hora de la mañana en los<br />
quioscos y que antes tienes que<br />
elaborar tu artículo, información<br />
o comentario o preparar la fotografía.<br />
Todo lo haces con la falta<br />
de tiempo pisándote los talones,<br />
en medio de una gran tensión<br />
y, por consiguiente, muchas<br />
veces lo haces de manera ruti-<br />
54 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
naria y mecánica. Ocurre que en<br />
más de una ocasión ese ritmo te<br />
hace preguntarte a ti mismo por<br />
el sentido de tu trabajo. Más de<br />
una vez no sabrías responder a la<br />
pregunta de por qué haces todas<br />
esas cosas. ¿Están acaso al<br />
servicio de alguna causa? ¿Foman<br />
parte de alguna concepción<br />
más amplia? ¿Realmente describes<br />
el mundo de manera honesta<br />
y, cuando opinas, eres justo?<br />
Tienes que acordarte del sábado.<br />
Es el día apropiado para la<br />
reflexión. Aprovéchalo para alargar<br />
la distancia que te separa de<br />
ti mismo y del mundo. Relájate<br />
y piensa en lo que es más importante.<br />
Y no olvides que, ya<br />
que todos somos pecadores, no<br />
estaría de más ser un poco más<br />
prudente al lanzar piedras contra<br />
otros pecadores. Haz un análisis<br />
honesto, porque puede ser que<br />
en los argumentos de tus adversarios<br />
haya algo de razón. Tampoco<br />
olvides que ellos pueden<br />
guiarse por móviles, pasiones o<br />
intereses que tú, sencillamente,<br />
no entiendes.<br />
Y otro consejo más. Trata de<br />
pensar con más sosiego sobre tus<br />
perspectivas profesionales. No<br />
olvides que, además de ser periodista,<br />
también eres hijo de tus<br />
padres, padre de tus hijos, amigo<br />
de tus amigos y vecino de tus vecinos.<br />
Trata de ver el mundo de<br />
otra manera, cambiando el ángulo<br />
de visión: desde abajo, desde<br />
arriba o desde un lado, como<br />
quieras, pero de otra manera.<br />
Luego analízate tú mismo: tus<br />
fobias y apasionamiento, las aristas<br />
que te hieren y los esquemas<br />
que aplicas, tal vez excesivamente<br />
simplificados. Sin ese análisis<br />
no podrás hacer un honesto examen<br />
de conciencia, ese examen<br />
que tanta falta siempre hace.<br />
En otras palabras: no te adores<br />
a ti mismo… con reciprocidad.<br />
4º “Honra a tu padre<br />
y a tu madre, para que se<br />
prolonguen tus días sobre la<br />
tierra que Yahveh, tu Dios,<br />
te va a dar”. (Ex-20, 12)<br />
Hay que respetar la herencia<br />
recibida. No trabajas en una tierra<br />
virgen ni en una tierra estéril.<br />
Antes que tú trabajaron otros y<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
tú eres su descendiente, heredero,<br />
discípulo, continuador y también<br />
contestatario.<br />
Hay que ser crítico, pero<br />
siempre con respeto y el conocimiento<br />
de las cosas. Esa es una<br />
condición indispensable a cumplir<br />
para poder dar una reseña<br />
honesta de la historia de una nación,<br />
de una ciudad, de un círculo<br />
de personas o de una familia.<br />
¿Cuál fue la historia de esos<br />
sujetos? Habrá en ella mucha<br />
nobleza y mucha pillería; habrá<br />
compromisos y revoluciones;<br />
habrá heroísmo y trivialidad,<br />
dramas y esperanzas, conspiradores<br />
y colaboracionistas, ortodoxos<br />
y herejes. De toda esa herencia<br />
hay que sacar los elementos<br />
que se necesitan para<br />
construir la tradición propia; es<br />
decir, una determinada cadena<br />
de personas, de actos y de ideas<br />
que deseamos continuar. Pero<br />
no hay que olvidar el conjunto<br />
de la herencia ni a todas las personas,<br />
actos e ideas: porque nada<br />
puede ser ignorado so pena de<br />
idealizarse uno mismo. Tus adversarios,<br />
sean polacos, rusos,<br />
ucranianos, judíos o alemanes,<br />
también tiene la obligación de<br />
honrar a sus padres. Trata de<br />
comprenderlos. La idealización<br />
de uno mismo es el camino más<br />
corto hacia la falsedad, hacia la<br />
imbecilidad y hacia la intolerancia<br />
ideológica, étnica o religiosa.<br />
El recuerdo de los padres y madres,<br />
propios y ajenos, y el respeto<br />
por ellos, por sus ideales,<br />
fe, amor y esperanzas, son el<br />
fundamento de la comunidad<br />
humana. Cuando no los hay el<br />
pensamiento humano cae en la<br />
trampa de esa falsedad que es el<br />
narcisismo; o en la trampa de la<br />
amnesia que permite asegurar<br />
que el pasado no es más que un<br />
conjunto de textos, señales y<br />
símbolos indignos de todo juicio<br />
moral. Y si así fuese, ¿qué sentido<br />
tendrían tu vida y tu trabajo?<br />
Escribió Czeslaw Misloz:<br />
“Entre las medio-verdades,<br />
el medio-arte<br />
la medio-ley<br />
y la medio-ciencia<br />
Bajo un medio-cielo<br />
Medio-inocentes<br />
y medio-mancillados”<br />
En otras palabras: no olvides<br />
que alguna vez te dirán los tuyos:<br />
“Se olvidó el buey que ternero<br />
fue”.<br />
5º Decía Jesús: “Ama al<br />
prójimo como a ti mismo”.<br />
Esas palabras significan que<br />
tienes que amarte a ti mismo.<br />
Tienes que respetar tu propia<br />
dignidad y cultivarla. ¿Qué significa<br />
cultivar la dignidad? Pienso<br />
que significa cultivar la conciencia,<br />
plantearse uno mismo<br />
preguntas difíciles y responderlas<br />
con honestidad. Significa también<br />
ver en uno mismo a un sujeto<br />
y no un objeto; o sea, sentir<br />
responsabilidad también por el<br />
prójimo. Ese prójimo puede ser<br />
un extraño, puede pertenecer a<br />
otro clan o a otra nación, pero<br />
hay que tratarlo como a uno<br />
mismo.<br />
Todo lo dicho significa que<br />
tienes que rechazar el nacionalismo.<br />
Orwell escribió en un ensayo<br />
sobre nacionalismo:<br />
“Entiendo por nacionalismo<br />
ante todo el convencimiento<br />
de que las personas pueden<br />
ser clasificadas como<br />
los insectos y que a grupos<br />
enteros, a millones y<br />
a decenas de millones<br />
de personas, partiendo de<br />
una seguridad absoluta,<br />
se les puede poner la etiqueta<br />
de ‘buenos’ o ‘malos’. Lo<br />
entiendo asimismo como<br />
esa costumbre de que hay<br />
de identificarse con una<br />
nación determinada o con<br />
algún grupo de personas;<br />
al que se coloca por encima<br />
del bien y del mal y la<br />
convicción de que, por<br />
encima de todo, existe<br />
el deber fundamental de<br />
defender sus intereses.<br />
No hay que confundir<br />
el nacionalismo con<br />
el patriotismo (...) El<br />
patriotismo, por su<br />
naturaleza, tiene un carácter<br />
defensivo, tanto en el sentido<br />
militar como cultural,<br />
mientras que el nacionalismo<br />
es inseparable de los sueños<br />
de ser una potencia. La<br />
aspiración constante de todo<br />
ADAM MICHNIK<br />
nacionalista es conquistar<br />
más poder y más prestigio,<br />
no para él mismo, sino<br />
para su nación o para un<br />
determinado grupo de<br />
personas elegidos por el<br />
nacionalista para diluir así<br />
su propia personalidad”.<br />
Era muy sabio George Orwell,<br />
como también lo era el padre<br />
Pasierb, 5 quien, cuando hablaba<br />
del amor por el prójimo, le<br />
explicaba a ese prójimo: “Es bueno<br />
que existas”; y luego: “y es<br />
bueno que seas diferente”.<br />
El prójimo es distinto, es diferente.<br />
Tiene otra biografía, otra<br />
religión y otra nacionalidad. En<br />
más de una ocasión puede tratarse<br />
de un prójimo cuya biografía,<br />
nación y fe estuvieron en<br />
conflicto con las tuyas. Pese a ello<br />
debes amarlo como a ti mismo.<br />
Eso significa que tienes que respetar<br />
su derecho a ser diferente, a<br />
tener su cultura, a tener otros recuerdos.<br />
Y respétalo aunque haya<br />
sido tu enemigo. En otras palabras,<br />
no hagas generalizaciones.<br />
Distingue el pecado del pecador.<br />
El pecado debes condenarlo con<br />
todas tus fuerzas. Trata, sin embargo,<br />
de comprender al pecador<br />
y trata de ver en tu adversario<br />
a un interlocutor, a un interlocutor<br />
con el que hay que conseguir<br />
el entendimiento y no a un enemigo<br />
al que hay que aniquilar.<br />
Si tienes a mal que otros hagan<br />
uso del arma del odio, renuncia<br />
tú primero a ella.<br />
En otras palabras: cuando te<br />
critican, no ataques a quien lo<br />
hace diciéndole que tiene mal<br />
olor de boca.<br />
6º. “No matarás”<br />
(Ex-20, 13).<br />
Con la palabra se puede matar.<br />
La palabra puede ser letal. La<br />
lengua es algo más que la sangre,<br />
decía Víctor Klemperer. En eso<br />
precisamente consiste el envenenado<br />
hechizo que tiene la profesión<br />
periodística. Pero también<br />
con la palabra se puede hacer el<br />
5 Janusz Pasierb, sacerdote, poeta y<br />
ensayista, vinculado al seminario católico<br />
Tygodnik Powszchny, fallecido en<br />
1993. [N. del T.]<br />
55
DECÁLOGO PARA PERIODISTAS<br />
bien. Con ella se puede combatir<br />
el hechizo ejercido por el totalitarismo;<br />
se puede enseñar la tolerancia;<br />
se puede dar testimonio<br />
de la verdad y ejercer la libertad.<br />
Las palabras pueden ser escudriñadas<br />
con atención. Cierto fraile<br />
dominico francés dijo:<br />
‘“Cuando el odio se apodere<br />
de tu corazón y empiece<br />
a arrastrarlo, guarda silencio,<br />
huye, escóndete, desaparece,<br />
haz como si no estuvieras<br />
presente o acepta de<br />
antemano que renunciarás<br />
a todo lo que te es<br />
entrañable y, en primer<br />
lugar, al honor”.<br />
Eso quiere decir que has de<br />
combatir con tu pluma, pero<br />
que deberás hacerlo con honestidad<br />
y sin odio. No patees a<br />
quien ya esté tirado en el suelo.<br />
No asestes ni un sólo golpe por<br />
encima de lo imprescindible. Y<br />
no te engañes pensando que tienes<br />
la receta de la justicia. Tampoco<br />
sueñes con que eres el “brazo<br />
de Dios” cuando asestes golpes<br />
mortales a tus adversarios.<br />
Los golpes letales suelen ser golpes<br />
bajos. Cuando acusas a alguien<br />
de ser un traidor, un corrupto<br />
o un antipatriota no olvides<br />
que lo estás matando. Y que<br />
la verdad siempre sale a flote; y<br />
que entonces tendrás que responder<br />
por tu canallada, aunque<br />
sólo sea ante tu propia conciencia.<br />
Por eso no deberás matar.<br />
En otras palabras: no le hagas<br />
a otro lo que a ti no te gustaría<br />
que te hicieran.<br />
7º “No cometerás adulterio”<br />
(Ex-20, 14)<br />
Debes ser fiel al menos a los<br />
principios que tú mismo consideras<br />
valiosos y a la personas que<br />
consideras que tienes obligación<br />
de serlo. No prostituyas tu profesión<br />
para conseguir poder, dinero<br />
o tranquilidad. Debes ser<br />
fiel, porque esa es una condición<br />
indispensable para que puedas<br />
ser libre. Sólo la libertad te permite<br />
ser fiel. Más aún, la capacidad<br />
para ser fiel a los principios,<br />
a los valores y a las personas es<br />
una prueba de que se tiene capacidad<br />
para ser libre. La traición y<br />
el odio son pruebas del vacío es-<br />
piritual, de la capitulación y de la<br />
condición de esclavo. Nada hay<br />
tan abominable como la traición.<br />
En otras palabras: no te hagas<br />
pasar por más guapo de lo que<br />
eres.<br />
8º “No robarás” (Ex-20, 15)<br />
Ese es un mandamiento válido<br />
para la ética de todas las profesiones.<br />
Por eso, para el periodista<br />
nada puede ser tan vergonzoso<br />
como el plagio, que no es<br />
otra cosa que el robo de algo ajeno.<br />
El plagio no es sólo un golpe<br />
asestado a otra persona. El plagio<br />
es un atentado contra el sentimiento<br />
general de justicia. El plagio<br />
equivale a la aceptación de la<br />
corrupción en la vida pública y<br />
de la deshonestidad como método.<br />
El plagio equivale a la destrucción<br />
de la ética del periodismo,<br />
porque significa que quien<br />
lo cometa está dispuesto a permitir<br />
cualquier deshonestidad.<br />
Y la difamación, ¿no significa<br />
acaso el robo del buen nombre<br />
del difamado? Y la mentira, ¿no<br />
nos roba acaso la seguridad de<br />
que podemos vivir con la verdad?<br />
Hagamos una generalización:<br />
el robo es un técnica que permite<br />
hacerse con algo ajeno; pero<br />
no todo se puede comprar con el<br />
dinero robado. Se puede comprar,<br />
por ejemplo, la sumisión de<br />
muchos, pero no el respeto de<br />
todos. Los periodistas que manipulan<br />
la verdad y que buscan la<br />
confusión de las personas son ladrones<br />
que corrompen con ello<br />
la profesión. Leemos las palabras<br />
sagradas “Dios, Patria, Honor”.<br />
Si las dice un periodista corrupto<br />
les roba el sentido original que<br />
tenía. Esa práctica hace que mueran<br />
los grandes valores convertidos<br />
en emblemas. Tadeusz Zychiewicz<br />
6 , seguramente el mejor<br />
escritor polaco sobre temas religiosos,<br />
analizó los problemas del<br />
robo de bienes materiales y espirituales<br />
en nuestro siglo. Zychiewicz<br />
escribió:<br />
“El sosiego y la paz<br />
6 Zychiewicz, ensayista, comentarista<br />
y exegeta relacionado con el seminario<br />
católico Tygodnik Powszchny, fallecido<br />
en 1994. [N. del T.]<br />
del corazón humano,<br />
la prudencia y sensatez<br />
de la conciencia, las alegrías,<br />
la verdad, la capacidad<br />
de orientación, la justicia,<br />
la disciplina de la<br />
imaginación, las reacciones<br />
basadas en una salud y<br />
una valentía elementales,<br />
así como decenas de otras<br />
cosas positivas… El mundo<br />
está lleno de alboroto. Una<br />
sola hora de silencio sereno<br />
haría que nos sintiésemos<br />
vergonzosamente robados,<br />
pero no podríamos<br />
atrapar a los ladrones,<br />
porque carecen<br />
de personalidad o se<br />
esconden detrás<br />
de potentísimas murallas<br />
construidas con<br />
consignas, esquemas<br />
de comportamiento,<br />
costumbres, modas<br />
y prestigio, con el terror<br />
practicado por los creadores<br />
de la literatura o del cine,<br />
con centenares de ídolos<br />
intocables”. Precisamente<br />
por todo eso es el propio<br />
periodista quien debe<br />
decirse: “No robes”.<br />
En otras palabras: no copies<br />
más de lo imprescindible.<br />
9º “No darás testimonio<br />
falso contra tu prójimo”<br />
(Ex-20, 16)<br />
Los conflictos son la realidad<br />
ordinaria de la sociedad y el Estado<br />
democráticos. Precisamente<br />
por eso tiene tanta importancia el<br />
estilo de los conflictos, el nivel<br />
cultural y el lenguaje que comprenden.<br />
Ese estilo depende en<br />
gran medida de nosotros, los<br />
profesionales del periodismo.<br />
Precisamente por eso es indispensable<br />
asimilar una vez más varias<br />
cosas que pueden considerarse<br />
triviales.<br />
El mandamiento que exige<br />
que rechaces la mentira (el testimonio<br />
falso) no significa que<br />
siempre tengas que decir la verdad.<br />
No todas las verdades sirven<br />
para decirlas a diario o inmediatamente<br />
aprovechando<br />
cualquier pretexto. Decía el<br />
poeta Adam Mickiewicz:<br />
“Hay verdades que el sabio<br />
las dice a todas la personas.<br />
Hay verdades que sólo<br />
se las susurra al pueblo.<br />
Hay verdades que las<br />
confiesa únicamente<br />
a sus amigos.<br />
Y hay verdades que no<br />
puede decírselas a nadie”.<br />
¿Cuáles son esas verdades que<br />
a nadie podemos confiar? Son las<br />
verdades que conciernen a los secretos<br />
más profundos de la conciencia,<br />
verdades que se dicen en<br />
el confesionario y que sólo pueden<br />
conocer Dios y el confesor,<br />
pero nunca el lector; hay verdades<br />
sobre la intimidad de las personas<br />
que, al ser sacadas a flote,<br />
hieren al prójimo.<br />
Por otro lado, hay situaciones<br />
en las que el descubrimiento sólo<br />
parcial de la verdad sobre la<br />
vida de una persona puede ser<br />
también una falsificación de su<br />
biografía. Es como si escribiésemos<br />
la biografía de san Pablo resaltando<br />
que, cuando era servidor<br />
del emperador, perseguía a<br />
los cristianos.<br />
En otras palabras: la capacidad<br />
de elaborar un testimonio<br />
verdadero sobre el prójimo, en<br />
particular cuando se trata de un<br />
adversario, sirve de prueba incuestionable<br />
para valorar nuestra<br />
mentalidad como personas y<br />
profesionales. El filósofo español<br />
Fernando Savater afirma:<br />
“La conciencia que tenemos<br />
de nuestro derecho a ser<br />
tratados como los otros,<br />
independientemente del<br />
sexo, el color de la piel,<br />
las ideas, gustos, etcétera,<br />
es lo que llamamos dignidad.<br />
(…) el ser humano tiene<br />
dignidad y no precio,<br />
es decir, no puede ser<br />
sustituida ni humillada<br />
para que otra persona<br />
tenga beneficio”.<br />
El falso testimonio sobre el<br />
prójimo es también una prueba<br />
de falta de fe en los argumentos<br />
propios, de falta de convicción.<br />
Hace uso de la falsedad aquél que<br />
tiene miedo a encararse con la<br />
verdad y la libertad. Si el resultado<br />
de la verdad es la libertad, el<br />
resultado de la falsedad es la violencia.<br />
Un signo de violencia son<br />
las ofensas que reemplazan la<br />
56 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
confrontación de los argumentos<br />
y puntos de vista. Lo es también<br />
la exigencia de que se imponga<br />
la censura, en vez de la libre<br />
contrastación de opiniones.<br />
El testimonio falso tiene su lógica<br />
letal: arrastra el debate democrático<br />
hacia una guerra fría<br />
civil; transforma al interlocutor<br />
en adversario y a éste en un enemigo<br />
mortal. La lengua del testimonio<br />
falso trata de deshumanizar<br />
al adversario. Si eres contrario<br />
a que el aborto sea castigado por<br />
el Código Penal, te comparan<br />
con los genocidas de Auschwitz y<br />
del Gulag; si eres partidario de<br />
la separación de la Iglesia del Estado,<br />
te proclaman enemigo de<br />
Dios, del bien y de las verdades<br />
del Evangelio; si te niegas a discriminar<br />
a las personas que tienen<br />
otras biografías, dicen que<br />
traicionas al pueblo y eres un<br />
cómplice de los crímenes del totalitarismo.<br />
Los testimonios falsos pueden<br />
herir e incluso matar a la víctima<br />
pero también mutilan a los autores.<br />
Decía el Eclesiastés:<br />
“Que nadie te considere<br />
difamador. No dejes que tu<br />
lengua te domine y te llene<br />
de oprobio. Por el ladrón<br />
se siente vergüenza y pena,<br />
pero para el que tiene<br />
una lengua de doble filo<br />
se exige la peor condena y<br />
al difamador sólo le esperan<br />
el odio, la hostilidad<br />
y el deshonor”.<br />
El testimonio falso es un pecado<br />
contra el prójimo y una<br />
blasfemia contra Dios. Es también<br />
la violación más grande de<br />
las normas de nuestra profesión<br />
periodística.<br />
En otras palabras: no enturbies<br />
las cosas.<br />
10º “No codiciarás<br />
la casa de tu prójimo,<br />
ni codiciarás la mujer<br />
de tu prójimo, ni su siervo<br />
ni su sierva, ni su buey<br />
ni su asno, ni nada<br />
que sea de tu prójimo”<br />
(Ex-20, 17)<br />
No debes desear nada que sea<br />
de otro; tampoco el respeto que<br />
le tienen, la popularidad de que<br />
goza o la simpatía que se ha ga-<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
nado. Si te gustaría tener lo que<br />
él tiene, trata de conseguirlo con<br />
tu trabajo, con tu talento, con tu<br />
valentía, pero nunca tratando de<br />
destruir al semejante. Ser ambicioso<br />
es muy positivo, porque<br />
enriquece a la persona; pero ser<br />
envidioso o codiciar los logros de<br />
otros es autodestructivo, porque<br />
genera frustraciones, conduce a<br />
las bajezas y produce mucha hiel.<br />
La envidia atonta y encanalla,<br />
destruye los sentimientos nobles,<br />
la sensibilidad. Tadeusz Zychiwicz<br />
recuerda:<br />
“El Viejo Testamento<br />
describe con una despiadada<br />
minuciosidad el pecado de<br />
la avaricia: la falsificación<br />
de las pesas y de las medidas,<br />
la búsqueda del lucro a<br />
toda costa, la extorsión,<br />
el soborno, el impago parcial<br />
o total de lo que se debe,<br />
la violación de las leyes, la<br />
violencia, el abuso del poder,<br />
la mentira, la humillación<br />
de los semejantes, el rechazo<br />
de la justicia, la vanidad, la<br />
envidia y la imbecilidad…”.<br />
La envidia por lo que son o<br />
tienen otros conduce a la cobardía,<br />
a la pleitesía ante los grandes<br />
de este mundo, a la supeditación<br />
a las multitudes, a la participación<br />
en la persecución de los que<br />
se encuentran solos y al desprecio<br />
por los débiles. En otras palabras,<br />
esa envidia avariciosa atenta contra<br />
las normas de la honestidad<br />
profesional; contra la lealtad hacia<br />
otras personas. Fernando Savater<br />
escribió:<br />
“¿En qué consiste tratar<br />
a las personas como<br />
personas, es decir, como<br />
seres humanos? He aquí<br />
la respuesta: Consiste en<br />
que tratas de ponerte en su<br />
lugar. Tratar a una persona<br />
como un semejante equivale<br />
a tratar de comprenderla<br />
desde su interior, de aceptar<br />
aunque sea sólo por<br />
un momento sus puntos<br />
de vista (…) siempre<br />
cuando hablamos con<br />
alguien trazamos un<br />
territorio en el que esa<br />
persona que ahora es ‘yo’,<br />
le estará encomendando<br />
convertirse en ‘tu’ y al<br />
contrario. Si no aceptásemos<br />
que hay algo que nos<br />
hace aceptar que somos<br />
fundamentalmente iguales<br />
(la posibilidad de ser para<br />
otro lo que es él para mí) no<br />
podríamos cruzar ni una<br />
sola palabra (…) Colocarnos<br />
en el lugar de otro es algo<br />
más que el principio de<br />
la comunicación con él. Se<br />
trata de tener en cuenta sus<br />
derechos. Y cuando faltan<br />
los derechos, hay que tener<br />
en cuenta sus razones. Eso<br />
es algo a lo que tiene derecho<br />
cada ser humano, aunque<br />
sea el peor de todos. Tiene<br />
derecho –es un derecho<br />
humano– a que otros se<br />
coloquen en su lugar y traten<br />
de comprender sus actos<br />
y sentimientos. Aunque<br />
eso se haga para condenar<br />
al semejante en nombre<br />
de las normas que reconoce<br />
toda la sociedad”.<br />
La gente que no respeta este<br />
mandamiento actúa como si el<br />
resto de las personas fuesen objetos<br />
inertes.<br />
“No hacen el menor<br />
esfuerzo”, dice Savater,<br />
“para ponerse en el lugar<br />
de otros, para relativizar<br />
así sus propios intereses<br />
y tomar en consideración<br />
también los intereses<br />
de otros”.<br />
El fin de esa gente es muy triste;<br />
es el fin de los cínicos que sólo<br />
creen en la fuerza y el dinero.<br />
En otras palabras, como escribió<br />
el poeta polaco, Jakub Teodor<br />
Trembecki (1643-1719):<br />
“Nadie como Adán pudo confiar<br />
en su esposa y él, que quede<br />
bien claro, a ella no la traicionó”.<br />
11º “No hagas mezclas”<br />
Este undécimo mandamiento,<br />
suplementario, lo aprendí escuchando<br />
las conversaciones de<br />
personas que habían tomado algo<br />
de alcohol. Solían decir: no<br />
mezcles el vino con el vodka, el<br />
coñac con la cerveza ni el ron<br />
con champaña. Decían: no hay<br />
que mezclar los distintos tipos de<br />
bebidas. Y lo aconsejaban porque<br />
sabían que después de beber<br />
semejantes mezclas la resaca es<br />
ADAM MICHNIK<br />
descomunal. Un dolor de cabeza<br />
impresionante y una confusión<br />
mental indecible. Yo he tratado<br />
de no mezclar las cosas. El periodismo<br />
no es política ni tampoco<br />
actividad pastoral. No es<br />
una tienda de flores y tampoco<br />
una conferencia universitaria. No<br />
es la elaboración de una guía telefónica<br />
ni tampoco un partido<br />
de fútbol. Pero ocurre que, en<br />
cierto grado, el periodismo es a la<br />
vez todas esas cosas. Cada esfera<br />
de la vida tiene sus peculiaridades,<br />
sus propias reglas de juego y<br />
sus propias normas éticas. El político<br />
no debe presentarse como<br />
si fuese un sacerdote, ni el periodista<br />
como si fuese un político.<br />
El hombre de negocios debe dedicarse<br />
a conseguir la verdad y la<br />
libertad. La honestidad es obligación<br />
de todos, pero tiene distintas<br />
formas, obedece a reglas<br />
diferentes y sus pesos y medidas<br />
son diversas. De la misma manera<br />
son distintas las faltas en el<br />
fútbol y en el baloncesto.<br />
La corrupción es algo que<br />
puede contaminar todas las esferas<br />
de la vida pública. Hay políticos<br />
que se enriquecen allí donde<br />
no debieran hacerlo; hay sacerdotes<br />
que siembran el odio;<br />
hay hombres de negocios que roban<br />
y sobornan. Pero hay también<br />
periodistas corruptos que se<br />
dedican a hacer propaganda, en<br />
vez de informar; a hacer publicidad<br />
de algo, en vez de describir<br />
las cosas con honestidad; que<br />
participan en campañas alborotadoras,<br />
en vez de fomentar las<br />
polémicas sensatas. Teniendo en<br />
cuenta todo esto, ¿soy un inocentón<br />
dedicando todos los deseos<br />
que he expresado más arriba<br />
a mis colegas de la hermandad<br />
periodística y a mí mismo? Supongo<br />
que efectivamente lo soy;<br />
pero prometo que el día que<br />
pierda esa inocencia cambiaré de<br />
profesión, aunque aún no sé a<br />
qué me dedicaré. n<br />
Adam Michnik es director del periódico<br />
Gazeta Wyborzca.<br />
57
Vasili Vasilikós.<br />
Trilogía, I. La hoja, II.<br />
El pozo, III. La angelización<br />
Traducción: Guadalupe<br />
Flores Liera.<br />
Ediciones Clásicas, Madrid, 1998.<br />
Acaban de publicarse en<br />
Madrid, en una reciente<br />
traducción, tres novelas<br />
de Vasili Vasilikós, el más interesante<br />
novelista de la Grecia<br />
actual, y acaso el más prolífico,<br />
pues ha publicado un centenar<br />
de textos novelescos. Vasilikós<br />
es un autor bien conocido en<br />
Europa y muchas de sus obras<br />
se han traducido a numerosas<br />
lenguas. La Trilogía es muy representativa<br />
de su etapa surrealista<br />
y de su mejor prosa. Estos<br />
tres relatos se editaron en Grecia<br />
entre 1959 y 1961. Guardan reflejos<br />
de la literatura existencialista<br />
de entonces; pero se leen<br />
como si fueran de ayer mismo.<br />
Vasilikós ha pasado por Madrid<br />
con motivo de la presentación<br />
de estos tres libros suyos, escritos<br />
tantos años atrás.<br />
Así he podido conocer el aspecto<br />
real del autor de Z. Todavía<br />
guardo en la memoria (y supongo<br />
que no soy en eso el único<br />
entre los lectores de mi<br />
generación) la impresión emotiva<br />
que me dejó hace muchos<br />
años aquella tensa y densa narración.<br />
Era casi una austera<br />
crónica, novelada en forma sobria<br />
y dramática, acerca de un<br />
suceso real, y evocaba a la vez<br />
con singular agudeza la atmósfera<br />
trágica de un escandaloso y<br />
sórdido atentado criminal. Era,<br />
desde luego, un vivaz testimonio<br />
político, con mucho de denuncia<br />
y reportaje de fuerte ac-<br />
tualidad. El título de Z (la letra<br />
que en griego evoca el anagrama<br />
de Vive, en español resultaba<br />
mucho más enigmática) se alzaba<br />
en su portada aguzado y evocador,<br />
hiriente como una navaja.<br />
Calculo que hará de esa lectura<br />
unos 30 años, en un libro<br />
de bolsillo de Suramericana. La<br />
novela fue luego llevada al cine,<br />
con muy buena factura, según el<br />
guión de Jorge Semprún, por<br />
Costa Gavras. El relato por sí<br />
mismo contenía ya un impulso<br />
muy cinematográfico, lo que facilitó<br />
la excelente versión fílmica.<br />
Aquel asesinato del senador<br />
Lambrakis, sórdido y traicionero,<br />
planeado desde las sombras<br />
del poder, desde las cloacas de<br />
la dictadura de los coroneles, en<br />
una noche agitada de una ciudad<br />
moderna griega, era como<br />
un reportaje dramático y sobrio.<br />
La bronca película de denuncia<br />
abría el camino a un cine político<br />
de larga sombra. Que emocionaba<br />
especialmente, supongo,<br />
a quienes teníamos alguna<br />
experiencia de una dictadura,<br />
aunque fuera de una mucho<br />
más fosilizada y acolchada en<br />
sus censuras y mordazas.<br />
Era, sin embargo, una denuncia<br />
individual, de un crimen<br />
de Estado como los que<br />
luego se repetirían con tintes inmensamente<br />
más feroces y numerosos<br />
en las dictaduras militares<br />
de Argentina y Chile. El<br />
relato tenía una intensa dramaticidad.<br />
Lo leí de un golpe en<br />
unas horas. Al margen de cualquier<br />
compromiso político, allí<br />
estaba retratada una fría complicidad<br />
que nos emocionaba<br />
por su hiriente desprecio del<br />
humanismo. Un episodio más<br />
de la lucha larga de la tiranía<br />
sin escrúpulos contra la liber-<br />
NARRATIVA<br />
VASILI VASILIKÓS<br />
Un narrador inquietante y fantástico<br />
CARLOS GARCÍA GUAL<br />
tad de palabra y la reivindicación<br />
de la democracia. Ahora el<br />
trasfondo histórico del relato se<br />
quedó atrás, pero el recuerdo de<br />
aquella muerte programada y<br />
de lo que tuvo de paradigmático<br />
el suceso aún me conmueve,<br />
en el recuerdo de ese texto vibrante<br />
de doliente indignación.<br />
He vuelto estos días a encontrarme<br />
con otros relatos de Vasilikós,<br />
cierto que muy distintos.<br />
La trilogía de La hoja, El<br />
pozo y La angelización es anterior<br />
a Z. Y representa otra vertiente<br />
de nuestro novelista, escritor<br />
atento al presente, pero<br />
dotado de una espléndida imaginación<br />
y productor de variadas<br />
ficciones. La Trilogía sigue<br />
siendo, creo, a pesar de los años<br />
transcurridos, una de sus obras<br />
más significativas. Aquí domina<br />
la narración fantástica, en tres<br />
variantes de asunto diverso. Sin<br />
embargo, une a los tres relatos<br />
una misma intención, la de inquietar<br />
al lector, la de advertir<br />
cuán entreverada con la realidad<br />
está la misteriosa apertura a<br />
lo siniestro y maravilloso, que<br />
puede irrumpir en lo cotidiano<br />
con sorprendente facilidad,<br />
quebrando así la superficie tranquila<br />
de la rutina usual. Bajo la<br />
alfombra crece quizá la selva y<br />
los satélites servirán de asientos<br />
furtivos a los ángeles cansados.<br />
Y, de otro lado, tanto en estos<br />
textos algo surrealistas como<br />
en las páginas de un reportaje<br />
sobre el mundo real, hallamos<br />
un estilo singularmente<br />
vivaz, una prosa de frase corta,<br />
con breves diálogos esenciales,<br />
atenta a muchos detalles naturalistas<br />
y sin ningún énfasis retórico.<br />
(Lo que me parece bastante<br />
excepcional en un escritor<br />
griego). La combinación de<br />
ambos efectos, el horizonte fantástico<br />
y la expresión prosaica<br />
realista, me parecen una buena<br />
característica de la mejor novela<br />
fantástica –en el sentido estricto<br />
del término “fantástico”,<br />
según T. Todorov–. Y podríamos<br />
citar ya a algún clásico del<br />
género, como Kafka, y tal vez<br />
también a algún escritor español<br />
de nuestros días, como<br />
Gustavo Martín Garzo, para<br />
alegar la permanencia de tan<br />
eficaz estilo.<br />
Me es difícil, por mi reducido<br />
conocimiento de su obra y<br />
su biografía, rastrear o destacar<br />
las influencias de otros escritores<br />
contemporáneos en la obra<br />
de Vasilikós. Me parece –y es<br />
una impresión ingenua de mero<br />
lector– un autor formado en<br />
muchas lecturas, pero poco dado<br />
a las alusiones y citas. Algunos<br />
pasajes de la Trilogía me<br />
han suscitado, por su intensa<br />
sobriedad y su solapado simbolismo,<br />
recuerdos de algunas páginas<br />
de Camus, por ejemplo.<br />
En todo caso, esa austeridad en<br />
la forma de narrar (tan parca en<br />
adjetivos y tan rica en verbos y<br />
expresiones populares) y todo<br />
ese dramatismo insuflado a los<br />
pequeños detalles (por ejemplo,<br />
en los diálogos en torno al pozo<br />
entre Tanus y Malamo, o la parodia<br />
de la jerga y conversación<br />
militar en el centro de instrucción<br />
de ángeles en La angelización)<br />
hace que esos relatos se<br />
mantengan muy poco envejecidos.<br />
La retórica y el artificio envejecen<br />
pronto en la literatura y<br />
pasan de moda. Esta narratividad<br />
esencial y prosaica conserva<br />
siempre un aire joven.<br />
“Vasilikós expresó con una<br />
lengua nueva y moderna, una<br />
lengua densa y muy significati-<br />
58 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
va, la disolución, la confusión,<br />
el desencanto, la protesta, la<br />
huida, lo que caracteriza y constituye<br />
la cuarta dimensión de<br />
su enigmática época”, ha escrito<br />
Linos Politis refiriéndose a<br />
esta Trilogía. El historiador de<br />
la literatura griega moderna se<br />
preguntaba, al mismo tiempo,<br />
si en estos relatos fantásticos e<br />
inquietantes se contienen los<br />
mismos símbolos o apuntan,<br />
como en clave cifrada y mistérica,<br />
a diversos aspectos del<br />
mundo. Resulta difícil dar una<br />
respuesta clara a tal cuestión;<br />
los decorados y ambientes son<br />
distintos: una casa de vecinos<br />
en un barrio moderno de una<br />
ciudad como Salónica, un campo<br />
solitario y algo desolado en<br />
Tasos, con el mar al fondo, y<br />
un centro de instrucción paramilitar<br />
de reclutas angélicos (es<br />
decir, en un sentido literal, aspirantes<br />
a ángeles alados) situado<br />
en un asteroide yermo de<br />
nuestra galaxia no parecen tener<br />
mucho en común.<br />
Con todo, hay factores que<br />
se repiten dentro de tan variados<br />
escenarios: la soledad del protagonista<br />
fascinado por el avance<br />
furtivo de su prodigiosa planta,<br />
la angustiosa excursión de Tanos<br />
al pozo amenazador y oscuro,<br />
o la nostalgia del ángel (que<br />
intenta salvar en sus cartas imposibles<br />
sus recuerdos y su amor<br />
truncado, con su vana esperanza<br />
en su estelar destierro) tienen<br />
una oscura inquietud y una melancolía<br />
común. Remiten a un<br />
mundo donde la rutina puede<br />
ser permeada por lo maravilloso,<br />
pero sin un horizonte alegre al<br />
final del camino, solitario y sin<br />
grandes ilusiones.<br />
Esa soledad del protagonista<br />
está presentada con una cierta<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
compasión irónica.<br />
Y con<br />
una dosis<br />
de humor compasivo. Tal vez<br />
hubieran podido comunicarse<br />
con alguien y salvarse por el<br />
amor. Pero sólo en la vida terrestre<br />
de Ángel Angelidis ha<br />
ocupado el amor un espacio importante.<br />
Y hasta tal punto que<br />
su historia se presenta como una<br />
larga carta de amor urgente y<br />
desesperado, que el novicio angélico<br />
escribe a una amada ya<br />
irrecuperable. Una carta que no<br />
habrá de enviar, y que resulta así<br />
sólo un testimonio absurdo de<br />
su nostalgia hacia el pasado terrestre<br />
y el amor perdido. Todas<br />
las historias se saldan en un fracaso:<br />
la feraz y ubicua planta<br />
acabará cercenada y erradicada;<br />
el pozo alcanzado con tanto esfuerzo<br />
no dará agua, pues sólo<br />
contiene fango y restos ruinosos,<br />
y le acarrea la muerte a<br />
quien se aventura, como el pobre<br />
Tanos, en el descenso; la correspondencia<br />
de y con los ángeles<br />
es un mero truco para desviar<br />
por un breve tiempo sus<br />
nostalgias de su vida pasada en la<br />
tierra. Ninguno de estos tres personajes<br />
tiene ínfulas heroicas.<br />
Son decididamente vulgares, y<br />
viven una existencia vulgar y<br />
muy limitada (incluso el recluta<br />
angélico no destaca por ninguna<br />
virtud especial) por cuanto que<br />
no pueden salirse de sus mediocres<br />
circunstancias. No tienen<br />
ideales nobles y apenas se ilusionan<br />
en una breve aventura: una<br />
planta robada, un pozo misterioso,<br />
un amor limitado por las<br />
trabas de la rutina burguesa. Sin<br />
embargo, hay un cierto halo de<br />
poesía en la narración de sus raras<br />
peripecias, en esa desgarrada<br />
atmósfera y en esa desnuda pro-<br />
sa de Vasilikós, que los redime<br />
en algo de su mediocridad, y<br />
suscita en torno a todos ellos<br />
una sensación peregrina y angustiosa,<br />
una compasión que<br />
nos oprime y envuelve, misteriosa<br />
y un tanto kafkiana.<br />
No hay que pasar por alto su<br />
peculiar humor, más que negro<br />
un tanto oscuro, humor siempre<br />
inquietante, mordaz alguna<br />
vez, que ayuda a mantener las<br />
distancias del lector frente al suceso,<br />
con un buen distanciamiento<br />
crítico, casi brechtiano<br />
alguna vez. De ahí la diversión<br />
de estos relatos, de ahí también<br />
su chispeante misterio. Kafka y<br />
Camus laten bajo esas inquietudes,<br />
pero hay además un cierto<br />
tono irónico y un desasosiego<br />
muy personales que se combinan<br />
en esos diálogos y esos<br />
paisajes diversos. ¿Hasta dónde<br />
esas peripecias extrañas y sorprendentes<br />
no son enigmáticos<br />
símbolos, taimadas cifras, de<br />
nuestros propios riesgos?<br />
Creo que la traducción ha<br />
mantenido bien ese fresco ritmo<br />
Vasili Vasilikós<br />
y esa sencilla dicción, encontrando<br />
un buen equivalente castellano<br />
de los distintos niveles<br />
del texto, cuando el habla se hace<br />
más coloquial o campesina.<br />
(En algún momento percibimos<br />
un ligero acento mexicano, especialmente<br />
en los coloquios,<br />
que de ningún modo desentona).<br />
Guadalupe Flores Riera ha<br />
logrado transportarlos con mucho<br />
esmero al castellano con toda<br />
viveza. Y parecen relatos escritos<br />
ayer, pues, como decíamos,<br />
esta literatura fantástica de<br />
tan sobrio estilo sabe conservarse<br />
ágil y joven. n<br />
Carlos Garcia Gual es catedrático de<br />
Filología griega y escritor. Autor de<br />
La antigüedad novelada y Diccionario<br />
de mitos.<br />
59
Hubo hace algunos años en<br />
Cuba, en un pueblo de<br />
las cercanías de La Habana,<br />
un buen hombre llamado<br />
don Ramón Pazó. Alto, serio,<br />
dulce, calmado, estoico, con alto<br />
sentido del honor y la familia,<br />
tenía más trazas de imaginado<br />
por Azorín que de alentar en esa<br />
confusión misteriosa y no menos<br />
imaginada que llamamos<br />
realidad. Como sucede en las<br />
malas novelas, la madre de este<br />
buen hombre murió del parto<br />
de él. Su padre, nacido en una<br />
aldea próxima a Santander, regresó<br />
a España para intentar<br />
consolarse de la pérdida. Como<br />
sucede en las malas novelas, murió<br />
en el viaje de regreso a la isla<br />
y, como fue hace muchos años y<br />
el viaje era por mar, su cadáver<br />
terminó lanzado a algún punto<br />
del Atlántico. Hasta su matrimonio<br />
con una hija de canarios,<br />
rubia y de intensos ojos azules,<br />
vivió don Ramón de casa en<br />
casa, dependiendo de las bondades<br />
de tíos que no querían caracterizarse<br />
por ser bondadosos,<br />
exactamente como sucede en las<br />
malas novelas. Se propuso, pues,<br />
ser feliz. Y creo que, a su modo,<br />
lo logró. Alcanzó una vida de<br />
tranquilidad y de trabajo; fundó<br />
una familia, de la que se sentía<br />
orgulloso, y acaso un solo deseo<br />
alteró la mansa, la sabia resignación<br />
con que aceptó siempre al<br />
destino: el deseo de viajar a España,<br />
a la tierra de los antepasados,<br />
a la última tierra que vio su<br />
padre, repetir la travesía, ver el<br />
océano que le había servido de<br />
sepultura.<br />
Cuando llegaba del campo,<br />
donde araba y sembraba, se sentaba<br />
don Ramón con su hijo<br />
mayor y le hablaba de la herencia<br />
(¿qué español, o hijo de es-<br />
pañoles, no ha contado en tierras<br />
de América con una herencia<br />
providencial?), la gran herencia<br />
que estaba por recibir y<br />
con la que harían juntos el viaje<br />
a España. Luego, cuando la hija<br />
creció y se sintió capaz de crear<br />
familia propia, se sentaba don<br />
LITERATURA<br />
CUBA Y ESPAÑA: EL MUNDO<br />
ABILIO ESTÉVEZ<br />
José Martí<br />
Ramón con su nieto (que era<br />
yo) y le hablaba de la herencia y<br />
del viaje. Herencia y viaje dejaron<br />
una impronta de añoranza<br />
en la familia. Y para colmo,<br />
tratando de ilustrar los paisajes<br />
que describía, mi abuelo me<br />
mostraba los dos cuadros que<br />
colgaban de una de las paredes<br />
del comedor. Lugares bellísimos,<br />
con abedules, cipreses y álamos,<br />
y fuentes y arroyuelos indiscutiblemente<br />
mansos, y una luz especial,<br />
bastante falsa, que lo mismo<br />
podía ser del atardecer que<br />
de la aurora, lugares entre rococó<br />
y románticos, rotundamente<br />
idílicos, “paisajes imposibles”,<br />
como diría Lorca, donde se veían<br />
donceles que pulsaban guitarras<br />
al pie de balcones donde se<br />
conmovían doncellas vestidas de<br />
rojo, con peinetas y mantillas<br />
negras. No importa lo cursi, la<br />
impostura de estos cuadros absurdos;<br />
se trata, como se puede<br />
ver, de la irrupción de lo imaginado,<br />
de la literatura, en la vida.<br />
La herencia, por supuesto,<br />
nunca llegó; el viaje, por supuesto,<br />
nunca se produjo. Pero a estas<br />
alturas da lo mismo. Sé que<br />
lo importante no era el viaje, sino<br />
el deseo del viaje. Sé que lo<br />
importante fue que tuvimos todos<br />
siempre la ilusión de España,<br />
que en la familia vimos a España<br />
como nuestra versión de la Tierra<br />
Prometida. ¿Y no se descubre<br />
en esta nostalgia por lo que no se<br />
conoce, en este sueño por una<br />
tierra casi inventada, verbalizada<br />
en sitios, en leyendas, un rasgo<br />
de quijotismo? ¿No se hace<br />
ostensible la quijotesca necesidad<br />
de huir de la vida mezquina<br />
de cada día, de la pobreza de lo<br />
inmediato, hacia la grandeza remota<br />
(grande por lo remota) de<br />
lo entrevisto en el anhelo, de lo<br />
imaginado, de lo que está siempre<br />
más allá: irrealidad que se sobrepone<br />
a la realidad que la sustituye,<br />
y se hace más importante<br />
que ella; obsesión intelectual en<br />
la que se deposita la esperanza;<br />
utopía sin la que carece de importancia<br />
el lugar en que se está?<br />
60 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
Esta historia familiar, un tanto<br />
risible y por lo mismo un tanto<br />
patética, puede ser la historia<br />
de muchas familias cubanas.<br />
Puede ser la historia de una isla.<br />
Porque sucedió que años después,<br />
muerto ya don Ramón, mi<br />
abuelo, pude descubrir que no<br />
éramos nosotros los únicos alucinados<br />
por la evocación de algo<br />
que no habíamos conocido. Yo<br />
comencé a notar que en La Habana<br />
se revelaban las huellas de<br />
ese sueño que estaba al otro lado<br />
del océano: los castillos de la<br />
Fuerza (con su estatua de bronce<br />
de La Bella Habana, más conocida<br />
como la Giraldilla), San<br />
Salvador de la Punta y Los Tres<br />
Reyes del Morro me hablaban<br />
de un tiempo heroico, de imperios<br />
y piratas. Las iglesias –la del<br />
Santo Cristo del Buen Viaje<br />
(con ese nombre suscitante), la<br />
del Espíritu Santo, la de la Merced–,<br />
pequeñas, íntimas, de un<br />
barroco retraído, con altares llenos<br />
de exvotos y de flores, con la<br />
imaginería torpemente imitada<br />
de un Martínez Montañés, en<br />
cuyos claustros se podía huir de<br />
la demasiada impiedad del sol,<br />
de la canícula, del vecinerío<br />
campechano, y donde me sentaba<br />
a resolver los problemas nada<br />
ortodoxos de mi imaginación. Y<br />
los conventos de San Francisco y<br />
de Santa Clara, y los grandes palacios<br />
de las grandes familias de<br />
otra época (necesariamente más<br />
feliz, porque, “a nuestro parecer,<br />
cualquier tiempo pasado fue mejor”),<br />
con los patios enormes y<br />
húmedos, adornados con losas<br />
de Sevilla, y aljibes, sembrados<br />
de helechos y de árboles, para<br />
contrarrestar el horror del clima;<br />
las galerías abiertas a los patios;<br />
las paredes altas, y la profusión<br />
de puertas y ventanas, para que<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
la brisa entrara sin dificultad,<br />
cargada de ese olor único del<br />
mar que invita todo el tiempo a<br />
la huida. Y el olor del mar, que<br />
se mezclaba con el de las cocinas;<br />
el de tantos potajes y tortillas<br />
(descubrí que teníamos una<br />
cultura culinaria, de fabadas y<br />
paellas, que exigía a todas luces<br />
un poco de brumas y de inviernos),<br />
y que terminaba mezclándose<br />
con el otro olor de los árboles,<br />
para provocar un estado<br />
de permanente delirio. Y excitaban<br />
además mi imaginación los<br />
nombres de las calles –calle del<br />
Empedrado, calle de la Amargura,<br />
calle de la Oficina, calle<br />
del Tejadillo–, que remitían aún<br />
con mayor obstinación a un pasado<br />
que de ningún modo habíamos<br />
tenido.<br />
Sí, porque también descubrí<br />
que, siendo como es Cuba un<br />
país muy joven, un país con 300<br />
escasos años de existencia (que<br />
pensados en términos de alma<br />
propia pueden reducirse acaso a<br />
la mitad), participaba de una<br />
historia más amplia, de una historia<br />
imaginada o leída, que no<br />
le pertenecía, pero que por supuesto<br />
sí le pertenecía, de una<br />
cultura que no podía ser ajena, y<br />
que podía ser toda la cultura del<br />
mundo, pero que entraba primero<br />
por España. Porque, para<br />
empezar, hablamos en español.<br />
Y esto, que dicho así se oye rápido,<br />
esconde incalculables connotaciones,<br />
consecuencias incalculables.<br />
“Todo pueblo”, escribió<br />
Alfonso Reyes, “tiene<br />
un alma y un cuerpo,<br />
modelados por un conjunto<br />
de fuerzas, ideales, normas<br />
e instituciones, que<br />
determina, a lo largo de<br />
sus vicisitudes históricas,<br />
el cuadro de su cultura.<br />
El alma, el patrimonio<br />
espiritual, se conserva<br />
en el vehículo de la lengua.<br />
El cuerpo, el patrimonio<br />
físico, sólo se resguarda<br />
y organiza mediante una<br />
operación de símbolo, en<br />
la lengua también. Una<br />
civilización muda es<br />
inconcebible. Sólo a través<br />
de la lengua tomamos<br />
posesión de nuestra<br />
parte del mundo”.<br />
Cuando, como sucedió en<br />
América, recibimos la lengua<br />
española, adoptamos fatalmente,<br />
por añadidura, todo el peso de la<br />
tradición espiritual de España.<br />
Y esto, que vale para países como<br />
México o Perú, con fuerte<br />
cultura indígena, es de mucha<br />
mayor verdad para Cuba. Algo<br />
que nos distingue del resto de<br />
América es que nacimos sin herencia<br />
cultural indígena. En el<br />
“ajiaco cubano” –como llamó<br />
don Federico Ortiz a nuestro<br />
mestizaje– la cultura indígena se<br />
limita a palabras aisladas, a dos o<br />
tres alimentos ya exóticos y al<br />
dibujo extraño de algunos ojos y<br />
algunos labios.<br />
Nuestra isla se hallaba casi<br />
virgen al arribo del español. Luego<br />
nuestra isla, a diferencia del<br />
resto de América, fue prácticamente<br />
fundada por España. Y si<br />
luego el panorama social se complicó<br />
con chinos y negros, sobre<br />
todo con negros, también se debió<br />
a los españoles, quienes, a<br />
diferencia de ingleses o franceses,<br />
se juntaron llenos de alegría y<br />
alto sentido del hedonismo (como<br />
que se sentían en la réplica<br />
terrenal del Edén) con los esclavos<br />
que ellos mismos hacían venir<br />
desde el Congo en barcos re-<br />
pletos e insalubres. La cultura<br />
africana, es cierto, ha tenido un<br />
peso importante entre nosotros,<br />
un peso quizá benéfico, que se<br />
manifiesta sobre todo en el ritmo<br />
de nuestra música y en el<br />
ritmo de nuestra vida, en la cadencia<br />
de nuestros movimientos<br />
y en la voluptuosidad con que<br />
nos acercamos al mundo, en la<br />
maravillosa displicencia que tenemos<br />
los cubanos para asumir<br />
los asuntos más graves, en nuestra<br />
gran irresponsabilidad, en<br />
nuestra delectación morosa, en<br />
nuestras creencias elementales y<br />
carentes de rigor, en nuestra risa<br />
franca, escandalosa y breve, como<br />
los aguaceros del verano. Pero<br />
también es cierto que poseemos<br />
otra cara oculta y contradictoria,<br />
la que completa la<br />
paradoja que somos, donde se<br />
manifiesta el sentimiento trágico<br />
de la vida, una bronca seriedad,<br />
una melancolía inexplicable, una<br />
pasión, una nostalgia, una preocupación<br />
permanente por el vacío<br />
de la existencia.<br />
La presencia de España ha debido<br />
ser más viva por necesidad.<br />
Al fin y al cabo, el país que inició<br />
la conquista llevaba una vida<br />
espiritual especialmente intensa,<br />
donde podía hallarse, en espléndida<br />
mezcla, el estoicismo de Séneca<br />
con Las moradas sensuales,<br />
es decir, místicas de santa Teresa.<br />
Y si hubo un momento en que<br />
la figura cultural de la península<br />
apareció como menos importante<br />
de lo que en realidad fue<br />
durante el Renacimiento, ya un<br />
sabio dominicano, Pedro Henríquez<br />
Ureña, se encargó de situarla<br />
en el preciso lugar con un<br />
libro definitivo: Plenitud de España.<br />
Yo, que he sabido pasear<br />
las calles de La Habana, que he<br />
sabido encontrar en ella las som-<br />
61
CUBA Y ESPAÑA: EL MUNDO<br />
bras de aquel país mítico de que<br />
me hablaba mi abuelo, sé que<br />
en ningún lugar ha estado tanto<br />
España en Cuba como en su literatura.<br />
No es que se trate de<br />
atravesar el espejo porque me<br />
sienta mejor del otro lado, no es<br />
que me apoye en la literatura<br />
porque sea de todos los mundos<br />
el único que me importa. Se trata<br />
de una indiscutible certeza.<br />
Lo más hermoso y permanente<br />
que España nos ha dejado es la<br />
obsesión de su fantasía escrita.<br />
Los avatares de nuestra literatura<br />
reflejaron siempre una pelea<br />
saludable en contra y a favor de<br />
los modelos peninsulares. La literatura<br />
cubana, como cualquier<br />
otra del resto del continente, comenzó<br />
imitando los modelos españoles.<br />
Los primeros balbuceos<br />
en ese mundo son un largo poema<br />
en octavas reales, con reminiscencias<br />
del Garcilaso de las<br />
Églogas, y una comedia titubeante,<br />
a medio camino entre Lope<br />
y Calderón. Luego, a medida<br />
que Cuba pasaba de tierra de<br />
tránsito, de factoría, a isla y país,<br />
el primer gran poeta vio su espíritu<br />
romántico constreñido<br />
por la retórica del XVIII, e intentó<br />
hallar inútilmente, con<br />
formas españolas, un tono nacional.<br />
La preocupación de estos<br />
primeros escritores, criollos en<br />
la sensibilidad, españoles en el<br />
pensamiento, en cierto modo<br />
condiciona una preocupación<br />
que se hallará casi siempre entre<br />
nosotros: el deseo de ser civilizados,<br />
de no desmerecer frente a<br />
Europa. (¿Y no fue ésta acaso<br />
durante años la inquietud de España<br />
frente al resto del continente,<br />
aquella famosa dicotomía<br />
entre españolismo y europeísmo<br />
que tanto perturbó el sueño de<br />
la generación del 98?). Después,<br />
como se supondrá, Cuba volvió<br />
los ojos hacia Francia. Para tomar<br />
la frase de don Miguel de<br />
Unamuno, hablamos horrores<br />
de España como perfectos españoles.<br />
Se iniciaron las guerras de<br />
independencia. Era la época dichosa<br />
de Manuel Gutiérrez Nájera,<br />
de Julián del Casal y de ese<br />
titán llamado Rubén Darío.<br />
También fueron los años en que<br />
el cubano José Martí comenzó<br />
su labor de poeta y revolucionario.<br />
Detengámonos un breve<br />
instante: José Martí, un hombre<br />
inaudito que al propio tiempo<br />
que ayudaba a fundar una nación<br />
escribía una prosa, brillante,<br />
complicada, y componía endecasílabos<br />
raros con los que<br />
ayudaba a fundar un movimiento<br />
poético: el Modernismo. ¿Y<br />
no llama la atención que el<br />
hombre que arrebató a España<br />
las últimas de sus colonias escribiera<br />
en Versos sencillos: “Para<br />
Aragón en España / tengo yo en<br />
mi corazón, / un lugar todo Aragón<br />
/ franco, fiero, fiel, sin seña”?<br />
¿No llama la atención que<br />
este hombre, de padre valenciano<br />
y madre canaria, educado en<br />
Madrid y Zaragoza, en medio<br />
de la batalla por la que sacrificaría<br />
tantas cosas, hasta la vida, incitara<br />
desde el periódico Patria a<br />
la igualdad entre españoles y<br />
criollos?<br />
La generación del 98, cuyo<br />
centenario está conmemorando<br />
todo el que hable nuestro idioma,<br />
tuvo en la isla tantas repercusiones<br />
como en España. El tono<br />
apasionado y severo de Unamuno,<br />
la preocupación de<br />
Azorín por las “pequeñas cosas”,<br />
el buen gusto maravillosamente<br />
decadente de Valle, la prosa<br />
anarquista de Baroja, el verso<br />
limpio de Machado, provocaron<br />
acciones y reacciones, es decir,<br />
hicieron vivir a la cultura cubana.<br />
La que, a mi modo de ver, se<br />
halla entre las más excitantes novelas<br />
publicadas en español<br />
durante el siglo pasado, La Regenta,<br />
junto con el gigantesco<br />
esfuerzo de Benito Pérez Galdós,<br />
ayudaron a conformar las<br />
primeras narraciones importantes<br />
en Cuba. La figura provocadora<br />
y controversial de Ortega y<br />
Gasset y la Revista de Occidente,<br />
que sirvieron para ir al encuentro<br />
con lo más actual del pensamiento<br />
en la primera mitad del<br />
siglo.<br />
Lo que sucedió después, ya se<br />
sabe. Federico García Lorca, que<br />
acababa uno de sus libros más<br />
grandes, Poeta en Nueva York,<br />
obsesionado ya con la idea inexplicable<br />
de El público, se alucinó<br />
en La Habana, y fue huésped de<br />
los hermanos Loynaz en aquella<br />
casa quimérica, elegante, al borde<br />
del mar, que Dulce María<br />
inmortalizó en su novela Jardín.<br />
Manuel Altolaguirre publicando<br />
a Shelley en ediciones bilingües.<br />
El doctor Gustavo Pittaluga dialogando<br />
sobre el destino de Cuba.<br />
El poeta caprichoso y arbitrario,<br />
Juan Ramón Jiménez,<br />
reuniendo poemas para una antología<br />
que haría época, de la<br />
que aún se habla, La poesía cubana<br />
de 1936, e influyendo en<br />
José Lezama Lima y los demás<br />
poetas de Orígenes, e incluso fiel<br />
a su destino beligerante provocando<br />
el cisma de Lezama y Rodríguez<br />
Feo (el pleito de Juan<br />
Ramón contra Vicente Aleixandre<br />
y Jorge Guillén influyendo<br />
en la cultura cubana). La presencia<br />
luminosa de María Zambrano,<br />
descubridora –española<br />
al fin– de “la Cuba secreta”. El<br />
paso por La Habana, inolvidable<br />
por supuesto, de uno de los más<br />
extraordinarios poetas españoles<br />
de todos los tiempos, Luis Cernuda.<br />
Y tantos y tantos otros con<br />
quienes se podía borrar en algo<br />
nuestra condición aislada, nuestra<br />
fatal condición de isla.<br />
Es preciso revelar que, para<br />
los cubanos, la llegada de un libro<br />
o de un poeta de tierra firme<br />
provoca júbilo semejante al que<br />
debieron sentir los primeros habitantes<br />
de La Habana al ver entrar<br />
la Flota en la bahía. Es algo<br />
que, por un momento al menos,<br />
contradice aquella terrible definición<br />
del Diccionario de la Academia<br />
de que isla es “porción de<br />
tierra rodeada de agua por todas<br />
partes”. Por mucho tiempo, hemos<br />
esperado la llegada de un libro<br />
de México, de Buenos Aires,<br />
de Madrid y Barcelona. Hace<br />
años, eran las publicaciones<br />
de la Residencia de Estudiantes,<br />
de Rafael Caro Raggio, de Aguilar,<br />
de la viuda de Luis Tasso,<br />
gracias a la cual tuvimos a todo<br />
Balzac. Más tarde serían Seix Barral;<br />
Alfaguara; Tusquets; Alianza<br />
Editorial, con las hermosas<br />
cubiertas de Daniel Gil; Pedro<br />
Salinas, que nos hizo conocer a<br />
Proust; José María Valverde, que<br />
desveló Ulysses. Y si es cierto que<br />
durante los primeros tiempos de<br />
la Revolución conocimos una<br />
intensa vida editorial, desde hace<br />
algunos años, con el endurecimiento<br />
de la pobreza económica<br />
de Cuba, el libro, que llega<br />
de cualquier parte pero en primer<br />
lugar de esta tierra, se ha<br />
convertido en el mejor modo de<br />
conjurar el encierro que provocan<br />
la historia y el mar.<br />
Se comprenderá, pues, que<br />
mediante el idioma hemos llegado<br />
los cubanos a España, y de<br />
ella al resto del mundo. Se comprenderá<br />
que es algo más que un<br />
idioma, porque es un puente,<br />
un gran puente que, aunque no<br />
se le ve, ha estado siempre salvándonos<br />
del persistente aislamiento.<br />
Sin hablar, claro está, de<br />
la acogida que aquí han recibido<br />
tantos hermanos que han conocido<br />
la inclemencia del exilio.<br />
Gastón Baquero, uno de los mejores<br />
poetas cubanos, debió vivir<br />
en Madrid 37 años; en Madrid<br />
murió, sin volver a Cuba. España<br />
ha sido para nosotros un modo<br />
de estar en el mundo. Y<br />
cuando uno se siente acorralado<br />
en la isla, encerrado, frente al<br />
mar, mirando esa línea no tan<br />
imaginaria del horizonte, y recuerda,<br />
como mi abuelo don<br />
Ramón Pazó, que hay países extensos,<br />
de geografía múltiple y<br />
diferentes almas, países que representan<br />
sumas de países, con<br />
desiertos y montañas, y nieves, y<br />
grandes ciudades y primaveras,<br />
se reconcilia uno entonces con la<br />
vida, con la isla, deja de aterrarse<br />
con los espacios infinitos y<br />
siente, como aquellos primeros<br />
habaneros que con los ojos esperanzados<br />
veían entrar la Flota<br />
en la bahía, el consuelo de saber<br />
que el mundo es algo que existe<br />
en realidad y al que uno, a pesar<br />
de todo, pertenece. n<br />
Abilio Estévez es novelista. Autor de<br />
Tuyo es el reino.<br />
62 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
Domingo Plácido,<br />
La sociedad ateniense.<br />
La evolución social en Atenas<br />
durante la guerra del Peloponeso,<br />
Barcelona, Crítica, 1997<br />
Laura Sancho Rocher,<br />
Un proyecto democrático.<br />
La política en la Atenas del siglo V,<br />
Zaragoza, Egido, 1997<br />
Quizá sólo sea ya un ejercicio<br />
intelectual prescindible,<br />
pero hay quien sigue<br />
defendiendo la utilidad de<br />
recordar que los orígenes del sistema<br />
democrático con el que el<br />
discurso político de Occidente<br />
sigue identificándose de forma<br />
explícita se sitúan en los albores<br />
del siglo V a. de J. C. y en el seno<br />
de una civilización reacia a<br />
asumir un control político centralizado.<br />
Me refiero a la firme<br />
voluntad autárquica que preside<br />
el desarrollo de las comunidades<br />
griegas desde sus orígenes hasta<br />
su integración, a mediados del<br />
siglo IV a. de J. C., en el marco<br />
unificador de la monarquía macedónica.<br />
Dicha voluntad se materializó<br />
en una serie de principios<br />
organizativos entre los que<br />
son de destacar el poder de autolegislación,<br />
el mantenimiento<br />
de un ejército propio, la emisión<br />
de una moneda particular y el<br />
establecimiento de regímenes<br />
políticos resistentes a toda intervención<br />
exterior. Autonomía era<br />
el término definidor del marco<br />
político en el que surgió la democracia,<br />
la invención, célebre<br />
donde las haya, que las dos recientes<br />
investigaciones en las que<br />
vamos a centrarnos consiguen<br />
examinar desde renovadoras<br />
perspectivas.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
El estudio de Laura Sancho<br />
Rocher se estructura en base a<br />
tres valores fundamentales del sistema<br />
democrático: nómos-ley,<br />
eleuthería-libertad e isótes-igualdad.<br />
Tres nociones clave que la<br />
autora estudia, de forma ordenada<br />
y sistemática, a partir de sus<br />
empleos arcaicos con el firme<br />
propósito de mostrar que la demokratía<br />
no fue ni una invención<br />
radical ni un advenimiento<br />
ajeno a la consciencia de sus creadores.<br />
“La democracia en Atenas<br />
fue un ‘proyecto’, lo que significa<br />
un plan con intención de<br />
lograr un objetivo preciso y consciente”,<br />
concluye la autora.<br />
Pero empecemos, como se debe,<br />
por el principio. En el capítulo<br />
referido al nómos, al principio<br />
legal, se recuerda cómo, en<br />
la Teogonía hesiódica, las representaciones<br />
divinas de la justicia y<br />
de la obediencia a las buenas leyes<br />
–es decir, Díke y Eunomía– se<br />
presentan como dos compenetradas<br />
hijas de Zeus y de Temis,<br />
precisando que dicha hermandad<br />
trasciende el alto arcaísmo. Esta<br />
firme asociación entre la esencia<br />
de la legalidad y la noción de justicia<br />
condicionaría, de hecho, el<br />
respeto imperturbable de los atenienses<br />
del siglo V a la ley tradicional<br />
(p. 68). Respeto ático a la<br />
antigua ley no exento, eso sí, de<br />
conflictividad, como indica el lugar<br />
privilegiado que en la vida intelectual<br />
de la Atenas clásica ocupó<br />
el debate sobre la convivencia<br />
entre las leyes heredadas y la nueva<br />
legislación mediante la cual los<br />
demócratas (amparados en la soberanía<br />
propia de la autonomía<br />
política) pretenden equilibrar las<br />
desigualdades sociales.<br />
La trágica Antígona, entregando<br />
su vida en nombre de unas<br />
obligaciones familiares con las<br />
HISTORIA<br />
DE ‘DEMOKRATÍA’<br />
A FINALES DEL II MILENIO<br />
ANA IRIARTE<br />
que recientes leyes de la ciudad le<br />
impiden cumplir, constituye una<br />
personificación todavía sobrecogedora<br />
de este conflicto. Un conflicto<br />
que los helenistas han abordado<br />
con perseverancia desde el<br />
punto de vista del enfrentamiento<br />
entre demócratas y oligarcas,<br />
atribuyendo a estos últimos la reivindicación<br />
de un retroceso a las<br />
leyes de los ancestros –a los pátrioi<br />
nómoi– que quedan identificadas<br />
como conservadoras.<br />
Un proyecto democrático viene,<br />
sin embargo, a enriquecer la amplia<br />
y actualizada documentación<br />
en la que se basa subrayando que<br />
la idea democrática de “ley” incluye<br />
tanto las tradiciones no escritas<br />
como las normas de los viejos<br />
legisladores y las nuevas decisiones<br />
que toma el pueblo<br />
reunido en asamblea. Desde esta<br />
perspectiva, la “ley de los padres”<br />
se revela como parte de la legislación<br />
vigente en el Gobierno democrático,<br />
mientras que los oligarcas<br />
se habrían posicionado en<br />
contra de esta legislación igualitaria,<br />
a la que culpaban tanto de<br />
limitar el desarrollo de las ambiciones<br />
personales como de beneficiar<br />
en exceso al pueblo, a los<br />
“débiles” que integran la mayoría:<br />
“Los atenienses acusados<br />
de ser excesivamente<br />
innovadores en materia<br />
legal valoran por encima<br />
de todo la tradicionalidad<br />
y antigüedad de sus leyes,<br />
y son cautos a la hora de<br />
cambiar las normas civiles o<br />
de decidir transformaciones<br />
constitucionales. Ello<br />
no significa que no haya<br />
conciencia de la capacidad<br />
reguladora de la Asamblea,<br />
sino que ésta se siente<br />
constreñida, no tanto por<br />
prohibiciones estatutarias,<br />
cuanto por la convicción<br />
de que la justicia es también<br />
la veneración por lo<br />
tradicional” (p. 74).<br />
La libertad, segundo puntal en<br />
la definición del proyecto democrático<br />
ateniense elaborada por<br />
L. Sancho Rocher, es otro historiado<br />
concepto de cuyo proceso<br />
evolutivo han dado puntualmente<br />
cuenta los estudiosos contemporáneos.<br />
A modo de introducción<br />
a esta problemática, resulta<br />
ilustrativo retener que la semántica<br />
primigenia del adjetivo libre<br />
asocia libertad a “permanencia en<br />
y de la comunidad natural” para<br />
pasar más tarde a convertirse en<br />
la antítesis –más reconocible para<br />
nosotros– de esclavitud y de<br />
vasallaje. Considerar tanto el origen<br />
del concepto como las connotaciones<br />
políticas que éste va<br />
adquiriendo desde Homero hasta<br />
el siglo V, facilita, sin duda, el<br />
entendimiento de la fructífera relación<br />
entre la libertad y el régimen<br />
en el que esta noción se problematiza:<br />
la democracia.<br />
Según Aristóteles, los dos rasgos<br />
que componen ese elemento<br />
fundamental de la práctica democrática<br />
que es la libertad son el<br />
aceptar “ser gobernado y gobernar<br />
alternativamente” y el “vivir como<br />
cada uno quiera”. Un planteamiento<br />
que L. Sancho Rocher<br />
acepta como hilo conductor para<br />
dar cuenta de los vínculos que los<br />
atenienses establecieron entre la<br />
noción de libertad y el ejercicio<br />
directo del poder, tratando con<br />
detenimiento los dos extremos<br />
que delimitan la soberanía del<br />
pueblo reunido en asamblea. Tales<br />
extremos son el rechazo de esa<br />
acumulación personal de poder<br />
que simboliza en última instancia<br />
el tirano arcaico (figura denostada<br />
por la ideología democrática) y el<br />
63
DE ‘DEMOKRATÍA’ A FINALES DEL II MILENIO<br />
peligro de que el poder negativo<br />
del tirano pueda ser ejercido precisamente<br />
por la mayoría; cosa<br />
que, lejos de constituir un ideal<br />
para la democracia ateniense, sólo<br />
plantean los ideólogos de la oligarquía<br />
temerosos de que, en régimen<br />
democrático, la superioridad<br />
numérica de los pobres<br />
coartara sistemáticamente los intereses<br />
de la minoría privilegiada:<br />
“En lugar del efecto<br />
de ‘poder de la mayoría’<br />
[pobre], derivado, según<br />
Aristóteles, de la soberanía<br />
de la Asamblea, lo que<br />
encontramos repetidas veces<br />
en los textos de inspiración<br />
democrática es la máxima<br />
programática de la<br />
participación activa de los<br />
diferentes grupos en<br />
una mezcla cualitativa<br />
que conforma la ciudad<br />
bien equilibrada” (p. 126).<br />
Por otra parte, L. Sancho Rocher<br />
aborda el resbaladizo tema<br />
de las libertades personales del<br />
ciudadano antiguo, subrayando,<br />
sobre todo, la garantía de derechos<br />
que la legislación democrática<br />
llegó a proporcionarle y la libertad<br />
de expresión de la que se<br />
disfrutaba en Atenas, habida<br />
cuenta de la liberalidad con la<br />
que esta polis permitió las opiniones<br />
más contrarias de sus habitantes,<br />
así como de la largueza<br />
con la que acogió a pensadores<br />
extranjeros, convirtiéndose en el<br />
centro intelectual más consistente<br />
de su época.<br />
“A pesar de que<br />
probablemente no existiera<br />
la noción de ‘derechos del<br />
individuo’, sino más bien<br />
‘del ciudadano’ –concluye<br />
la autora–, lo cierto es que<br />
la libertad personal era<br />
garantizada mucho mejor<br />
por el sistema democrático<br />
que por su alternativa, la<br />
oligarquía. El hecho quizá<br />
tenga que ver con la<br />
compleja concepción,<br />
desarrollada en esta época, de<br />
la naturaleza del ser humano,<br />
capacitado para decidir y<br />
acertar o equivocarse, y al<br />
cual se considera responsable,<br />
de uno u otro modo, de sus<br />
acciones” (p. 155).<br />
Tal y como ocurre con las nociones<br />
de ley y de libertad, la de<br />
igualdad encuentra sus raíces en<br />
una época anterior a la del sistema<br />
político que la erigió en centro<br />
de sus aspiraciones.<br />
“El objetivo de alcanzar<br />
algún tipo de igualdad parece<br />
vinculado desde el principio<br />
al mismo surgir de la<br />
comunidad-polis, dado que<br />
este modelo político implica<br />
una innovación total en<br />
relación con la tradición<br />
oriental, innovación que,<br />
en esencia, resulta de la<br />
inexistencia de un poder<br />
aislado de la sociedad, de<br />
carácter teocrático y con<br />
autonomía legislativa<br />
y judicial” (p. 160).<br />
En base a esta premisa, la investigación<br />
se centra en primer<br />
lugar en la epopeya homérica para<br />
dar cuenta del código ético<br />
que condiciona el comportamiento<br />
de los héroes que la protagonizan.<br />
Minimizando el alcance<br />
de los aspectos oscuros e<br />
irracionales de estos héroes, cuya<br />
nobleza reposa más en el mérito<br />
individual que en el origen, se<br />
incide en “el valor a toda prueba<br />
y la honradez sin tacha” (p. 163)<br />
de los que sus responsabilidades<br />
sociales les obligaban a dar prueba.<br />
No obstante, la autora precisa<br />
que resulta precipitado buscar<br />
en Homero una aproximación<br />
entre los conceptos de justicia e<br />
igualdad antes de proceder a<br />
considerar la intensa la reflexión<br />
que sobre este último se da durante<br />
los siglos VI y VII. Un fértil<br />
recorrido cronológico tras el<br />
que se acaba constatando que<br />
son los teóricos del siglo V quienes<br />
desarrollan por completo los<br />
principios de homologación en<br />
los ámbitos político y judicial,<br />
procurando con su pensamiento<br />
un espaldarazo definitivo a la<br />
práctica democrática, al reparto<br />
igualitario de derechos y deberes<br />
políticos entre todos los ciudadanos.<br />
Pero si la participación directa<br />
e igualitaria del pueblo en los<br />
asuntos de la polis fue una realidad<br />
en Atenas, cabe preguntarse<br />
por qué esta ciudad no llegó a<br />
plantear una revolución social de<br />
carácter económico. Un proyecto<br />
democrático esboza al respecto la<br />
siguiente hipótesis:<br />
“Desde la solución política<br />
dada por Solón a la<br />
reclamación de reparto<br />
de tierras y, sobre todo, desde<br />
que tuvieron efectos las<br />
medidas económicas<br />
de los tiranos (préstamos<br />
agrícolas y apertura<br />
comercial), es probable<br />
que la polis ateniense no<br />
estuviera especialmente<br />
aquejada por el problema<br />
de la desigualdad económica.<br />
A ello se añaden los<br />
benéficos efectos que sobre<br />
la economía de los<br />
ciudadanos pudiera tener la<br />
importancia cobrada durante<br />
la Pentecontecia por la<br />
ciudad y, sobre todo, por su<br />
puerto” (p. 200).<br />
Convencida –y convincente–<br />
de que la igualdad no sólo fue el<br />
pivote central en el programa político<br />
teorizado por los atenienses,<br />
L. Sancho Rocher lamenta<br />
que la exitosa tendencia historiográfica<br />
que considera a la demokratía<br />
menos democrática que<br />
los regímenes contemporáneos a<br />
los que ha dado nombre, olvide<br />
“que quizá no haya existido<br />
en la historia que conocemos<br />
ninguna sociedad que se<br />
haya aproximado tanto a<br />
la igualdad política. Existían<br />
los esclavos, y las voces<br />
elevadas en contra de esta<br />
lacra no fueron ni<br />
consistentes ni efectivas<br />
ni mayoritarias. Tampoco<br />
las mujeres vieron cambiar<br />
sustancialmente su situación<br />
subsidiaria en ese ‘club de<br />
hombres’, como algunos<br />
han denominado a la polis<br />
democrática. Y, sin embargo,<br />
los principios teóricos<br />
estaban formulados para<br />
que se hubieran planteado<br />
cambios radicales en esas<br />
direcciones. Ocurre<br />
frecuentemente que las<br />
transformaciones de las<br />
mentalidades a nivel popular<br />
son más lentas de lo que los<br />
teóricos desearían” (p. 209).<br />
A contracorriente de relevantes<br />
investigaciones que, en las úl-<br />
timas décadas, han venido subrayando<br />
con maliciosa lucidez<br />
las contradicciones entre el imaginario<br />
ático y la práctica real de<br />
una élite minoritaria que tiende a<br />
aprovecharse económicamente<br />
de las póleis aliadas, mientras que<br />
en la suya desoye la voz de la inmensa<br />
mayoría compuesta por<br />
esclavos, metecos y mujeres, el<br />
valiente estudio de L. Sancho<br />
Rocher mitiga la hendidura entre<br />
la abstracción teórica y la aplicación<br />
política de los primeros demócratas<br />
con el legítimo objetivo<br />
de devolver al fenómeno tratado<br />
sus debidas proporciones, considerando<br />
el contexto histórico en<br />
el que se desarrolló. Muy de agradecer,<br />
en suma, este esfuerzo por<br />
sistematizar el pensamiento democrático<br />
ateniense, procurando<br />
una lectura del mismo que<br />
tiende en todo momento a revelar<br />
su coherencia.<br />
Y muy de agradecer es también<br />
el amplio estudio de Domingo<br />
Plácido, igualmente centrado<br />
en la demokratía, aunque<br />
–prueba de la vitalidad del tema–<br />
las perspectivas y la intencionalidad<br />
desde las que ésta se considera<br />
son radicalmente diferentes<br />
de las anteriormente presentadas.<br />
Explícitamente permeable a las<br />
corrientes historiográficas que, a<br />
partir de las propuestas del materialismo<br />
histórico, han perseguido<br />
a lo largo de nuestro siglo una<br />
visión antropológica de los logros<br />
de la antigua Grecia, La sociedad<br />
ateniense se presenta bajo la premisa<br />
de que<br />
“las sociedades sólo pueden<br />
estudiarse si la investigación<br />
se acompaña de un intento<br />
de aprehender al mismo<br />
tiempo las formas en que<br />
el hombre desarrolla su<br />
percepción del mundo<br />
imaginario, plasmado<br />
en realizaciones culturales<br />
de todos los órdenes”.<br />
Tal es la convicción que conduce<br />
a insistir en los aspectos políticos<br />
y militares que marcan el<br />
desarrollo de la guerra del Peloponeso,<br />
mostrando su interrelación<br />
con el ámbito económico<br />
de la agricultura, del comercio y<br />
del artesanado. Significativa es<br />
64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
también la atención que se dedica<br />
a las transformaciones estéticas<br />
y a las intervenciones urbanísticas<br />
en Atenas como exponentes<br />
de la agitación que<br />
preside este periodo de guerra,<br />
así como la consideración de la<br />
práctica y el pensamiento religioso<br />
como manifestaciones que<br />
reflejan las preocupaciones sociales,<br />
al tiempo que proporcionan<br />
a la colectividad una imagen<br />
ideal de sí misma.<br />
La sociedad ateniense resulta,<br />
en definitiva, de un enfoque pluridimensional<br />
que no sólo conduce<br />
a detectar los logros del recién<br />
nacido sistema democrático<br />
sino también los desajustes<br />
que éste deja traslucir incluso en<br />
las fuentes proporcionadas por<br />
los historiadores. O, quizá, sea<br />
más exacto decir sobre todo en las<br />
fuentes proporcionadas por los<br />
historiadores, a partir del momento<br />
en que se considera que<br />
“ellos son precisamente, en<br />
el mundo antiguo, quienes<br />
desde su subjetividad<br />
están en mejores condiciones<br />
para reflejar el impacto<br />
que la realidad produce<br />
en las mentes de los hombres<br />
sensibles a las realidades<br />
sociales”.<br />
Y el estudio inicia su andadura<br />
recordando la inexistencia real<br />
de los célebres “cincuenta años<br />
de paz” a los que remite el término<br />
de Pentecontecia con el que se<br />
denominan los aproximadamente<br />
cincuenta años que transcurren<br />
entre el final de las guerras<br />
médicas y el comienzo, en el 431,<br />
de la del Peloponeso:<br />
“A pesar de las guerras<br />
contra Esparta y contra<br />
Persia, de las luchas que<br />
jalonan la transformación<br />
de la liga de Delos en<br />
el imperio ateniense, la<br />
Pentecontecia aparece como<br />
un brillante periodo<br />
de paz entre<br />
dos guerras determinantes<br />
del nacimiento y del<br />
hundimiento de la<br />
hegemonía ateniense. La<br />
situación del año 431<br />
aparecía como la resultante,<br />
en línea recta, de lo que<br />
había ocurrido en las guerras<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
médicas. En la realidad, la<br />
actividad ateniense posterior<br />
a la batalla de Salamina,<br />
consistente en agrupar las<br />
fuerzas de los aliados bajo<br />
una nueva confederación,<br />
de la que los atenienses eran<br />
los organizadores, para<br />
continuar la guerra contra<br />
los persas y eliminarlos<br />
del mar Egeo, constituyó el<br />
fundamento de un poderío<br />
creciente que tuvo como<br />
resultado positivo y negativo<br />
la guerra del Peloponeso”.<br />
La sociedad ateniense es, sin du-<br />
Pericles<br />
da, un texto rico en información<br />
sobre la época que trata, pero si<br />
(dados los condicionamientos espaciales<br />
a los que somete el limitado<br />
proyecto de reseñar un libro)<br />
lo que aquí se impone es dejar<br />
constancia de la sutileza con la<br />
que D. Plácido da cuenta de las<br />
concordancias y disyuntivas entre<br />
las representaciones ideológicas y<br />
la base material de la democracia<br />
ateniense, propongo señalar, a<br />
modo de ejemplo, algunos aspectos<br />
del tratamiento dado al discurso<br />
fúnebre que Tucídides atribuye<br />
a Pericles en el libro II de su<br />
Historia. Para empezar, el género<br />
en el que tal discurso se inserta (es<br />
decir, el elogio fúnebre que la ciudad<br />
democrática instaura como<br />
homenaje a sus ciudadanos muertos<br />
en el campo de batalla) merece<br />
el comentario de que<br />
“ante la función misma<br />
de hablar en honor de los<br />
muertos en la guerra que le<br />
ha correspondido, se plantea<br />
la disyuntiva entre lo público<br />
y lo privado, entre los<br />
papeles colectivo<br />
e individual en la ciudad<br />
democrática, porque<br />
la guerra se gana por las<br />
virtudes de muchos,<br />
mientras que el elogio<br />
queda en manos de un<br />
solo hombre” (p. 35).<br />
La figura individual de Pericles,<br />
con su modo característico<br />
de colaborar con el conjunto del<br />
dêmos, será un elemento fundamental<br />
para el logro de la concordia<br />
ciudadana; pero esta es<br />
una operación en la que no deja<br />
de detectarse “una forma renovada<br />
del control individual de la<br />
aristocracia” sobre la colectividad.<br />
Tal es la perspectiva desde la que<br />
ANA IRIARTE<br />
se lee la célebre definición de demokratía<br />
expuesta por Pericles, y<br />
que recordaremos aquí en la traducción<br />
de F. Romero Cruz:<br />
“Tenemos un sistema<br />
político que no imita las<br />
leyes de otros, sino que<br />
servimos más de modelos<br />
para unos que imitadores<br />
de otros. En cuanto a su<br />
nombre, al no ser objetivo<br />
de su administración<br />
los intereses de unos pocos<br />
sino los de la mayoría, se<br />
denomina democracia, y,<br />
de acuerdo con las leyes,<br />
todos tienen derechos iguales<br />
en sus pleitos privados; en<br />
lo que hace a la valoración<br />
de cada uno, en la medida<br />
en que se goza de prestigio<br />
en algún aspecto, no es<br />
preferido para intervenir<br />
en los asuntos públicos más<br />
en razón de pertenecer<br />
a un grupo determinado<br />
que por su virtud (areté),<br />
ni tampoco, en lo que hace<br />
a la pobreza, es un obstáculo<br />
lo obscuro de su reputación<br />
(axíoma), si puede<br />
beneficiar a la ciudad”.<br />
Pues bien, lejos de recibir estos<br />
propósitos como una defensa<br />
sin cisuras del igualitarismo democrático,<br />
D. Plácido denuncia<br />
el tono de concesión para con<br />
los pobres que preside esta declaración<br />
en la que “parece dudarse<br />
de que tenga algún bien<br />
que hacer el que es pobre y se da<br />
por supuesta la oscuridad de su<br />
axíoma o dignitas”. Asimismo,<br />
considerando el ancestral valor<br />
aristocrático al que remite el término<br />
areté, este hábil lector de<br />
Tucídides precisa que “la primera<br />
definición, genérica, se basa<br />
en la referencia a las masas frente<br />
a los pocos. La participación<br />
real, en cambio, se ofrece de manera<br />
más matizada y, en cierto<br />
modo, ambigua” (pp. 38-39).<br />
Y la misma sublimación de lo<br />
aristocrático vuelve a detectarse<br />
(esta vez en lo que a las relaciones<br />
imperialistas de la polis ateniense<br />
se refiere) cuando Pericles,<br />
aplicando la teoría propia de la<br />
nobleza de que “quien da se hace<br />
fuerte y crea deudores”, defiende<br />
lo siguiente:<br />
65
DE ‘DEMOKRATÍA’ A FINALES DEL II MILENIO<br />
“También en lo que respecta<br />
a la generosidad somos<br />
opuestos a la mayoría, pues<br />
conseguimos nuestros<br />
amigos no cuando recibimos<br />
favores sino cuando los<br />
hacemos. Es más firme<br />
en su amistad el que hace<br />
el favor, porque tiende a<br />
conservar por medio de<br />
la simpatía hacia el que lo<br />
recibió la gratitud debida;<br />
en cambio, el que lo debe<br />
es más débil, al saber que<br />
ha de corresponder a su<br />
generosidad no como un<br />
favor sino como una deuda”.<br />
En el discurso que expresa de<br />
forma más explícita las aspiraciones<br />
de la demokratía, la relación<br />
que Atenas establece con las ciudades<br />
a las que protege del peligro<br />
persa a cambio de un tributo<br />
–del phóros– se presenta como<br />
fuente de libertad para la ciudad<br />
líder y como causa de obligaciones<br />
para sus aliadas. De este modo,<br />
el pueblo ateniense<br />
“se convierte en dominante a<br />
través del imperio y asume<br />
en sí la teoría de la clase<br />
dominante que le impedirá<br />
la creación de una teoría<br />
propia y democrática de la<br />
democracia. [...] Tan segura<br />
de sí misma, la democracia<br />
asume la teoría de que se<br />
puede dominar sin crear<br />
temores. El discurso<br />
de Pericles representa el<br />
momento culminante de<br />
la realidad y de la ideología,<br />
basado en que el superávit<br />
proporcionado por el phóros<br />
permite de hecho la igualdad<br />
tanto como el desarrollo<br />
de una teoría propia<br />
de la superioridad. El<br />
imperialismo era el resultado<br />
de la coincidencia entre<br />
el dêmos y los aristócratas,<br />
donde se fragua la<br />
posibilidad de que el impe–<br />
rialismo sea democrático,<br />
germen de las propias<br />
contradicciones ideológicas<br />
del mismo dêmos” (p. 39).<br />
Pero, como apuntábamos en<br />
un principio, las fuentes literarias<br />
calificadas de “propiamente históricas”<br />
no son las únicas que<br />
cuentan en este análisis de la so-<br />
66<br />
ciedad ateniense. En su doble<br />
condición de historiador y filólogo,<br />
D. Plácido reconoce en el<br />
teatro (al que califica de “acto<br />
cívico por excelencia”) un adecuado<br />
observatorio desde el que<br />
estudiar la complejidad de la Atenas<br />
democrática. En efecto, la referencia<br />
a las obras en las que, al<br />
amparo de figuras míticas y leyendas<br />
ancestrales, los poetas de<br />
la época subrayaron las cuestiones<br />
político-sociales más candentes,<br />
constituye una constante en la investigación<br />
que ahora presentamos,<br />
lo que permite que los hechos<br />
políticos que ésta considera<br />
se entiendan no sólo desde la<br />
perspectiva que nos procuran<br />
siglos de distancia y de investigación<br />
sino también desde la percepción<br />
que el pueblo ateniense,<br />
al tiempo protagonista y espectador<br />
de su época, tuvo de su propia<br />
historia y de los asuntos públicos<br />
que marcaron su existencia.<br />
“Si toda representación<br />
teatral corresponde a un<br />
acontecimiento socialmente<br />
significativo, nunca a un<br />
puro acto de degustación<br />
individual aislado, en el caso<br />
del teatro ateniense del siglo<br />
V esta circunstancia se ve<br />
especialmente agudizada<br />
por el hecho de que acudiera<br />
la comunidad en su<br />
conjunto, coincidente<br />
con la comunidad política<br />
que tenía un peso real en la<br />
marcha de la ciudad.<br />
El público venía a ser<br />
globalmente el mismo<br />
que votaba en la Asamblea”<br />
(p. 235).<br />
De la imbricación entre polis<br />
y escenario trágico dan significativa<br />
cuenta, por ejemplo, los comentarios<br />
que merece el Edipo<br />
rey de Sófocles. Considerando el<br />
proceso que el Edipo triunfante<br />
del principio de la obra desencadena,<br />
al querer desvelar su origen<br />
(proceso que le conducirá a<br />
la ruina física y social), y en contra<br />
de la convención que asocia la<br />
figura de este héroe con la de un<br />
Pericles decadente, D. Plácido<br />
defiende que la transformación<br />
de Edipo reflejaría más bien la<br />
que se está produciendo en la<br />
ciudad ateniense:<br />
“La autosuficiencia de Edipo<br />
se identifica con la de la<br />
ciudad, donde se ha<br />
producido la superación del<br />
génos y de la organización<br />
gentilicia, como Edipo ha<br />
superado las relaciones de<br />
sangre. La una y el otro<br />
asumen, sin embargo, las<br />
contradicciones entre el<br />
pasado y el presente. Ante<br />
ello, el autor no juzga, no se<br />
erige en árbitro poseedor de<br />
una verdad que, en la teoría,<br />
tenía que haber señalado el<br />
camino de Edipo, sino que<br />
analiza críticamente el<br />
proceso y lo comprende en<br />
su contradictoriedad, es<br />
decir, hace una tragedia,<br />
posiblemente porque sólo<br />
como tal es comprensible la<br />
historia de la Atenas de la<br />
época” (p. 42).<br />
La siempre inevitable escisión<br />
entre el pasado y el presente, que<br />
los trágicos señalaron como un<br />
problema, seguirá marcando, sin<br />
embargo, el desarrollo de Atenas<br />
hasta generar su crisis definitiva<br />
en el siglo IV. Los últimos capítulos<br />
de La sociedad ateniense<br />
muestran, en efecto, cómo, tras<br />
su derrota en la guerra del Peloponeso,<br />
la ciudad de Atenas ya<br />
no es la ciudad autonómica en<br />
la que el ciudadano se definía al<br />
mismo tiempo como propietario<br />
y defensor del territorio ático. El<br />
dominio imperialista que hizo<br />
posible la democracia fue al mismo<br />
tiempo la causa de su destrucción;<br />
pero, como concluye<br />
D. Plácido, las relaciones conflictivas<br />
entre sistema democrático<br />
e imperialismo<br />
“también pusieron de relieve<br />
los límites de las ciudades-<br />
Estado que, en un cierto<br />
grado de su desarrollo, sólo<br />
podían reproducirse si los<br />
rompían y entraban con ello<br />
en contradicción violenta<br />
con las demás. El sistema<br />
democrático fue, al mismo<br />
tiempo, la culminación de la<br />
historia de la ciudad-Estado<br />
y el punto de inflexión en<br />
que se iniciaba su decadencia<br />
cuando para subsistir como<br />
tal ciudad tenga que apoyarse<br />
en entidades de orden<br />
superior, reinos macedónicos<br />
o Imperio romano” (p. 296).<br />
En definitiva, entendemos<br />
que los logros conseguidos por<br />
los atenienses del irrepetible siglo<br />
V en materia de organización<br />
y teoría política, de los que tan<br />
clara cuenta nos da el ensayo de<br />
L. Sancho Rocher, constituyen<br />
también la fuente de conflictos,<br />
tensiones y contradicciones que<br />
D. Plácido privilegia como materia<br />
expresiva donde las haya para<br />
el conocimiento histórico de<br />
aquella sociedad extraordinaria.<br />
De tal manera que, al finalizar<br />
esta somera presentación de dos<br />
libros cuyo rigor revela ante todo<br />
la profesionalidad de sus autores,<br />
podríamos decir, porque así lo<br />
creemos, que se trata de dos opciones<br />
analíticas perfectamente<br />
complementarias.<br />
También podríamos decir que<br />
la coincidencia de estos dos enfoques<br />
diferentes y ocasionalmente<br />
generadores de diferentes<br />
conclusiones, lejos de incomodar,<br />
procura las condiciones necesarias<br />
para debatir con provecho<br />
sobre un principio que lo<br />
merece; pues, tal y como nos enseña<br />
el pensamiento sofista que<br />
acompaña el primer auge democrático,<br />
los razonamientos contrapuestos<br />
constituyen un poderoso<br />
motor de reflexión. Y que<br />
sean los oyentes de estas dos persuasivas<br />
propuestas quienes decidan<br />
–cual democrática asamblea–<br />
si una de ellas es la mejor.<br />
Pero quizá lo más importante sea<br />
poner de manifiesto (sumando a<br />
estos dos ensayos los otros dos<br />
que el profesor Rodríguez Adrados<br />
ha dedicado a Historia de la<br />
democracia. De Solón a nuestros<br />
días y a Democracia y literatura en<br />
la Atenas clásica) la significativa<br />
voluntad que movió al mundo<br />
del helenismo a convertir 1997<br />
en un año del todo propicio para<br />
resemantizar el cada vez más<br />
difuso concepto ibérico de democracia.<br />
n<br />
Ana Iriarte es profesora de la UPV/EHU.<br />
Autora de Democracia y tragedia: la era de<br />
Pericles.<br />
CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
1. Introducción<br />
El objeto de este artículo 1 es<br />
mostrar el carácter del pensamiento<br />
de Tocqueville, desnudar,<br />
por así decirlo, el sustrato<br />
del modo en que aborda la vida.<br />
Se trata, por tanto, de elucidar la<br />
manera en que este autor efectúa,<br />
tal como diríamos hoy, una<br />
narrativa acerca de esa vida. El<br />
hecho de poder acceder a su correspondencia<br />
resulta aquí particularmente<br />
relevante, pues nos<br />
facilita el contacto con la forma<br />
íntima de ese pensamiento.<br />
Es lícito suponer una mayor<br />
desatención hacia los aspectos<br />
formales de la descripción y un<br />
mayor grado de espontaneidad<br />
en lo que un hombre meticuloso<br />
como Tocqueville escribe a sus<br />
más entrañables amigos y confidentes.<br />
Así lo reconoce de manera<br />
explícita y genérica el propio<br />
Alexis en una carta a Charles<br />
Stoffels escrita el 21 de abril de<br />
1830 2 :<br />
En general, mi querido<br />
Charles, no debéis<br />
imaginaros que, cuando<br />
discuto con vos, haya tenido<br />
siempre la precaución<br />
de madurar las ideas<br />
1 Este artículo ha sido realizado en<br />
la Universidad de Yale, en cuya Beinecke<br />
Rare Book and Manuscript Library<br />
se conservan los originales de las<br />
cartas que aquí se citan. Agradezco al<br />
profesor Eduardo Nolla su valiosa ayuda<br />
y orientación a la hora de planear las<br />
consultas, así como al encargado general<br />
de dicha biblioteca, el señor Vincent<br />
Giroud, por su apoyo práctico en<br />
la abrumadora inmensidad del material<br />
que la biblioteca custodia.<br />
2 Salvo indicación en contrario, el<br />
material revisado aquí pertenece al catálogo<br />
general, manuscritos de Tocqueville,<br />
MS Vault Tocqueville, sección A.III:<br />
Tocqueville-Beaumont Correspondence<br />
1803-1830, de la citada biblioteca. Todas<br />
las traducciones son mías.<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA<br />
TOCQUEVILLE INÉDITO<br />
Tocqueville<br />
que adelanto. Me haríais<br />
en realidad un honor que<br />
no merezco en absoluto.<br />
No creo que deba conversarse<br />
con amigos tal como se<br />
habla en público. Agitar<br />
el espíritu, despertar el deseo<br />
de reflexionar, plantear<br />
al paso cuestiones que la<br />
reflexión vendrá a elaborar,<br />
tal es según mi parecer<br />
el objetivo de la conversación;<br />
y jamás he tenido otro<br />
distinto con vos. No toméis,<br />
pues, nunca, os lo ruego,<br />
al pie de la letra y sobre<br />
todo por definitivas<br />
opiniones sobre las que<br />
no he de volver y que lanzo<br />
a menudo más como<br />
texto que como resultado<br />
de una reflexión 3 .<br />
Es justamente esta despreocupación,<br />
esa “agitación del espíritu”<br />
que la “reflexión” aún no ha<br />
TOMÁS FERNÁNDEZ AÚZ<br />
llegado a “elaborar” con perfecta<br />
completud lo que aquí nos interesa,<br />
ya que esta cualidad nos sitúa<br />
de hecho ante el núcleo conceptual<br />
de Tocqueville, despojado<br />
de todo artificio y hasta de<br />
premeditación. Este “núcleo” o<br />
epicentro motor del orden de las<br />
ideas en Tocqueville, no por<br />
inadvertido es menos responsable<br />
de cualquier argumentación<br />
suya. En particular, lo que la escritura<br />
relajada de su correspondencia<br />
revela es el punto de par-<br />
3 Carta de Tocqueville a Charles<br />
Stoffels, Versalles, 21 de abril de 1830,<br />
Beinecke Library, catálogo general, manuscritos<br />
de Tocqueville, MS Vault<br />
Tocqueville, sección A.VII: Tocqueville-Beaumont<br />
Correspondence 1830-<br />
1831. Las cursivas son mías. Esta carta<br />
es inédita. La comisión Tocqueville<br />
prepara su publicación en un futuro.<br />
Debo a la profesora Françoise Mélonio<br />
del Centro Raymond Aron de París<br />
esta amable indicación.<br />
tida sobre el que se elaborarán<br />
después las formas destinadas a<br />
la consideración pública y que,<br />
por ello mismo, han sido objeto<br />
de una redacción realizada con<br />
mayor detenimiento. Es este texto<br />
lanzado al vuelo con escaso<br />
cálculo lo que va a permitirnos<br />
contrarrestar la idea de un historia<br />
reducida a poco más que el<br />
pre-texto de algún particular contexto.<br />
En estas cartas se puede apreciar,<br />
pues, la evolución y condiciones<br />
del pensamiento de Tocqueville,<br />
el valor y peso que los<br />
elementos existenciales poseen<br />
respecto de la configuración de<br />
un punto de vista moderno sobre<br />
el mundo. Con su natural<br />
ausencia de inhibición, estos documentos<br />
mostrarán la raíz explícita<br />
de la insoslayable encarnación<br />
con que ha de bregar la<br />
filosofía de la historia contemporánea.<br />
Pero a diferencia de lo<br />
que prevén los múltiples abogados<br />
del actual escepticismo, tanto<br />
en estos escritos de juventud,<br />
anteriores a la redacción de De la<br />
democracia en América, como en<br />
los que seguirán después, referentes<br />
al viaje por América, a la<br />
elaboración de la obra que le dará<br />
fama universal y a la amistad<br />
de madurez que mantendrá con<br />
Beaumont tras los éxitos de<br />
1840, encontraremos los indicios<br />
que nos permitirán vertebrar<br />
la posibilidad de una filosofía<br />
de la historia o, lo que es lo<br />
mismo, de una narración significante<br />
de la evolución política y<br />
social, a pesar de la aparente incapacidad<br />
en que nos hallamos<br />
para señalar la presencia efectiva<br />
de un sujeto transhistórico. En<br />
otras palabras, y se trata aquí de<br />
un asunto de capital importancia,<br />
la aceptación de la necesi-<br />
67
TOCQUEVILLE INÉDITO<br />
dad de un sujeto histórico encarnado<br />
y, por tanto, mortal y<br />
contingente, no nos impide contemplar<br />
la existencia tangible de<br />
un hilo conductor en todas sus encarnaciones.<br />
Es justamente la manifestación<br />
existencial del devenir,<br />
algo que todo sujeto particular<br />
aprehende y enuncia, lo<br />
que permite examinar el elemento<br />
subyacente, el denominador<br />
común de humanidad y<br />
agente permanente de la historia,<br />
en la aparente incongruencia y<br />
sucesión estocástica de los acontecimientos.<br />
2. Una experiencia irrelevante<br />
7 de diciembre de 1828, Tocqueville<br />
a Beaumont<br />
un grueso clavo… plantado<br />
desde el principio en<br />
la nalga izquierda…<br />
…la posición en la que<br />
me obliga a sostenerme<br />
y el malestar que me causa<br />
me sume (sic) en una<br />
suerte de imbecilidad<br />
de la que no sé si lograré<br />
salir. Me aburro<br />
mortalmente y, por tanto,<br />
aburro a los demás;<br />
es la regla 4 .<br />
Hay aquí una narración subjetiva,<br />
un yo que se reconoce actor<br />
en interrelación con la circunstancia.<br />
Es un “yo pienso”<br />
más un “yo siento”, una suerte<br />
de síntesis de Descartes y Rousseau…<br />
Digámoslo claramente:<br />
la existencia se reconoce antepuesta<br />
a la esencia, al menos en<br />
el orden práctico. Es, por supuesto,<br />
una anécdota demasiado<br />
banal para tratarla por sí sola<br />
como prueba o base de una filosofía<br />
existencialista. Pero considerada<br />
en el contexto general de<br />
la correspondencia de Tocqueville,<br />
en la –diríamos– atmósfera<br />
habitualmente presente en todos<br />
sus escritos, puede mostrarse que<br />
estamos ante una fórmula de expresión<br />
que manifiesta su modo<br />
de pensar, su disposición ante el<br />
mundo y la realidad, así como la<br />
4 La ortografía y puntuación se han<br />
conservado fielmente. Pertenecen por<br />
entero a la época y a Tocqueville.<br />
forma en que se representa la<br />
idea de sujeto. No es desde luego<br />
el sujeto trascendental kantiano,<br />
una abstracción que resultaría incómoda<br />
y poco funcional para<br />
la mentalidad tan característicamente<br />
contemporánea que Tocqueville<br />
encarna ya. El sujeto es<br />
para él, en todos los casos 5 , un<br />
sujeto de carne y hueso, un sujeto<br />
temporal, geográfica y hasta<br />
culturalmente determinado. Si<br />
esto es cierto, y no es difícil probarlo<br />
(basta consultar cualquiera<br />
de sus obras), ¿cómo es posible<br />
construir –o tener siquiera– una<br />
filosofía de la historia? No hay<br />
duda de que Tocqueville posee<br />
y elabora su propia interpretación<br />
de lo histórico. Su Democracia,<br />
por ejemplo, no puede<br />
considerarse de ningún modo<br />
una agenda del proceso de igualación<br />
social de Norteamérica.<br />
Los hechos, aunque presentes (y<br />
presentes además en calidad de<br />
guías y gestores), no están simplemente<br />
yuxtapuestos al modo<br />
de una pura cronología o listado.<br />
Han sido secuenciados e interpretados<br />
a la luz de una significación<br />
que es a la vez impuesta y<br />
descubierta. Impuesta por cuanto<br />
la hermenéutica de la historia jamás<br />
puede venir dictada desde<br />
la exterioridad de los hechos sino<br />
que ha de ser, necesariamente,<br />
entrevista, intuida, percibida y<br />
sentida por una conciencia humana<br />
particular que la aprehende<br />
como significado y como<br />
existencia general. Descubierta<br />
porque a pesar de que toda interpretación<br />
proviene de la intuición<br />
necesaria de un significado,<br />
su aprehensión consciente<br />
y pormenorizada resulta a su vez<br />
de un proceso esforzado y constante<br />
del espíritu, o de la inteligencia,<br />
si se prefiere; aunque<br />
también esto requerirá de ulterior<br />
matización. Este carácter a la<br />
5 Hago abstracción, evidentemente,<br />
de su declarada fe en la acción providencial.<br />
Si procedo de este modo no<br />
es únicamente por las razones que son<br />
obvias en un estudio laico, sino porque<br />
el valor de la Providencia en Tocqueville<br />
parece tener, a la vista de todo<br />
el razonamiento posterior, un valor meramente<br />
declarativo –o si se quiere personal–<br />
pero nunca filosófico.<br />
vez impuesto y revelado se predica<br />
sin excepción de todo lo humano,<br />
incluidas las leyes matemáticas<br />
que describen el comportamiento<br />
del universo y que<br />
pasan por epítome de todo lo<br />
científico, como si ellas fueran<br />
lo único riguroso que nos es posible<br />
conocer. De hecho, a pesar<br />
de que algunas de esas leyes pertenecen<br />
al tipo de verdades reconocibles<br />
a priori, su interés y<br />
hasta su necesidad desde el punto<br />
de vista existencial, esto es, su<br />
necesidad práctica, sólo pueden<br />
emanar de esa conciencia subjetiva<br />
que las integra en el marco<br />
general de una significación del<br />
mundo. La actividad específica<br />
de la conciencia humana es un<br />
continuo explicarse su mismo<br />
contenido y acción. Por ello, sea<br />
cual sea la índole de las explicaciones<br />
(científicas, míticas o religiosas),<br />
invariablemente la conciencia<br />
encuentra en ellas el calmante<br />
cognitivo que reclama su<br />
fundamental y universal ansiedad<br />
hacia el saber, o mejor, hacia<br />
el sentido. Esta búsqueda definitoria,<br />
diferencial e inexcusable<br />
del hecho humano es aquella por<br />
la que se ha de conferir significado<br />
a todos y cada uno de los fenómenos<br />
que a la conciencia<br />
aparecen. Y ello sin excepción.<br />
Tanto si se trata de una atribución<br />
“objetiva” de significado, esto<br />
es, de una descripción cuantificada<br />
o “intersubjetivamente<br />
contrastable” 6 de la realidad, como<br />
si se trata de una atribución<br />
“subjetiva”, es decir, de una evaluación<br />
más personal y cualitativa<br />
de la experiencia, el hombre<br />
6 Según la expresión de Karl R.<br />
Popper.<br />
7 Esta carta aparece fechada en 1828<br />
en el manuscrito que se conserva en<br />
Yale. Sin embargo, la edición canónica<br />
de las Obras completas de Tocqueville<br />
corrige la fecha al 30 de agosto de<br />
1829, lo que es efectivamente exacto<br />
teniendo en cuenta que la botadura que<br />
se menciona más adelante en dicha carta<br />
corresponde al Suffren, bajel de carga<br />
de 100 cañones lanzado al mar en<br />
Cherburgo el 27 de agosto de 1829.<br />
La carta ha sido publicada en OC (M),<br />
VIII, 1, 78-81. Salvo indicación en<br />
contrario, todas las cursivas son mías.<br />
Agradezco a la profesora Françoise Mélonio<br />
su indicación relativa al equívoco<br />
de las fechas.<br />
necesita siempre el calmante aroma<br />
de alguna narrativa esclarecedora.<br />
Y todo ello se hace, en el<br />
caso de la historia, tanto más<br />
cierto y perentorio cuanto que<br />
los fenómenos que ella describe<br />
narran justamente la vida colectiva<br />
y profunda del despliegue<br />
que nos constituye.<br />
3. Hacia un sujeto<br />
transhistórico<br />
30 de agosto de 1828, Tocqueville<br />
a Beaumont 7<br />
… parecéis esperar que<br />
os haga descripciones de<br />
lo que he visto en este país 8 :<br />
no lo haré… tal cosa<br />
os aburriría porque<br />
la descripción de una bella<br />
cosa cae siempre en la<br />
mezquindad… [y] porque<br />
sois el hombre menos<br />
curioso que conozca<br />
respecto a todo cuanto<br />
no tiene para vos una<br />
utilidad actual y práctica,<br />
cosa que, por decirlo<br />
de pasada, me parece<br />
el abuso de una disposición<br />
excelente y una verdadera<br />
imperfección.<br />
Este pasaje parece la ampliación<br />
explícita de algunas observaciones<br />
ocasionales dispersas en<br />
el cuerpo de su obra publicada.<br />
Tocqueville no siente gran admiración<br />
hacia los saberes puramente<br />
prácticos. En la Democracia,<br />
cuando describe el carácter<br />
utilitarista de la mentalidad americana,<br />
lo hace sin encomio, citando<br />
con la imparcialidad del<br />
sociólogo un rasgo que a los ojos<br />
del hombre aparece como defecto<br />
y no como virtud. De hecho,<br />
es el tono lúcidamente crítico<br />
que impregna toda la disertación<br />
sobre la Democracia lo que confiere<br />
a la obra su interés característico<br />
y su peculiaridad al análisis.<br />
Frente a las innumerables<br />
obras contemporáneas a Tocqueville,<br />
cuyo empeño oscila en-<br />
8 Tocqueville acaba de regresar de<br />
Sicilia en fecha indeterminada. En cualquier<br />
caso, ésta es posterior al 6 de abril<br />
de 1827. André Jardin, Alexis de Tocqueville,<br />
1805-1859, FCE, 1988, pág.<br />
62.<br />
68 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
tre la amonestación reaccionaria<br />
y el elogio progresista, la aportación<br />
del aristócrata francés es novedosa<br />
desde muchos puntos de<br />
vista. Y uno de los ángulos de<br />
innovación más importantes es<br />
justamente éste de haber realizado<br />
desde la crítica un juicio<br />
ecléctico. La fundamental relevancia<br />
de Tocqueville reside en<br />
su talento para ver todo lo que<br />
de positivo contiene el carácter<br />
democrático sin por ello perder<br />
contacto con los aspectos lamentables<br />
que sin duda implica la<br />
metamorfosis igualitaria. Tal es la<br />
doble aptitud de Tocqueville; y<br />
desde ella adquiere legitimidad<br />
su oposición a lo unilateral, su<br />
afirmación de que una curiosidad<br />
exclusivamente dirigida hacia<br />
lo “actual y práctico” es en<br />
realidad “el abuso de una disposición<br />
exultante y una verdadera<br />
imperfección”. Desde este punto<br />
de vista, entendiéndolo no como<br />
aserto aislado sino como exponente<br />
de una actitud metodológica<br />
cuyo contexto abarca de<br />
hecho la totalidad de sus escritos,<br />
podemos plantear nosotros una<br />
objeción capital al modo “científico”<br />
de abordar lo humano. Según<br />
esta perspectiva sólo lo cuantificable<br />
u “observable” merece<br />
crédito académico. Es obvio que<br />
hay aquí un vicio fundamental<br />
en el punto de partida.<br />
No hay duda de que la cuantificación<br />
permite avances sorprendentes<br />
y hasta envidiables.<br />
El problema estriba en determinar<br />
si el objeto del estudio científico<br />
es aprehendido en la mejor<br />
forma posible mediante el método<br />
matemático o si no lo es. Si<br />
tal es el caso, es decir, si el objeto<br />
se resiste a la aprehensión numérica,<br />
y si reducido por ella a<br />
uno sólo de sus aspectos queda<br />
inevitablemente mutilado y tergiversado,<br />
deberemos concluir<br />
–justamente por rigor– que es<br />
mejor adaptar el método al objeto<br />
que lo contrario. La historia<br />
es uno de esos objetos que nos<br />
interesan y que, al mismo tiempo,<br />
rechazan todo intento de<br />
aprehensión o simplificación<br />
matemática. De lo que no se<br />
puede hablar es mejor callar,<br />
ciertamente; y sin embargo, a<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
ello se resiste aún, pese a todas<br />
las advertencias, cierta lógica voluntariosa.<br />
Ahora bien, el resultado de<br />
aplicar el método que cuantifica<br />
el objeto es una descripción. Y<br />
una descripción explica pero no<br />
comprende. El único modo de<br />
realizar la comprensión de un<br />
objeto no matematizable como<br />
la historia es proceder a su interpretación.<br />
Una interpretación<br />
que supere precisamente el “abuso”<br />
de una disposición dominante<br />
y deje de suponer una<br />
“imperfección” reductora e inútil.<br />
La historia requiere una hermenéutica<br />
y una narrativa. Y<br />
ambas, para tener algún significado,<br />
exigen la identificación de<br />
algún agente causal de los hechos<br />
registrados.<br />
Os diré únicamente que<br />
se lanzó al mar un gran<br />
bajel de 100 cañones;<br />
que conseguí izarme hasta<br />
el puente que se eleva<br />
a unos 50 pies del suelo<br />
y que una vez allí me sentí<br />
deslizar hasta el mar<br />
en medio del alboroto<br />
de las charangas, del cañón<br />
y del vocerío de la multitud<br />
inmensa que circundaba<br />
el puerto. Todo ese<br />
espectáculo era en verdad<br />
bello y del tipo de los<br />
que vuestra imaginación<br />
reproducirá bien. En<br />
el mismo instante en que<br />
el capitán ordenaba<br />
cortar la última amarra y<br />
cuando al fin nos poníamos<br />
en movimiento, fui<br />
conmovido por un impulso<br />
de entusiasmo como<br />
no había experimentado<br />
en mucho tiempo; os<br />
aseguro, amigo mío,<br />
que sentí con dicha<br />
ese no sé qué que llena<br />
los pulmones y arroja<br />
súbitamente al alma<br />
fuera de su órbita.<br />
He aquí un ejemplo de narración<br />
subjetiva en el que todo el<br />
interés de lo narrado estriba en el<br />
hecho de haber sido descrito por<br />
y desde una subjetividad que lo<br />
colorea. Piénsese, por ejemplo,<br />
si sería preferible una descripción<br />
en lugar de una narración. En<br />
tal caso, obtendríamos algo parecido<br />
a una agenda inerte de los<br />
acontecimientos, una especie de<br />
almanaque sin duda no muy diferente<br />
a esto: “El barco se movió,<br />
el cañón disparó, la multitud<br />
gritó, el viaje comienza”. Desde<br />
mi punto de vista, una relación<br />
plana y muerta de los hechos no<br />
puede competir con la vivencia<br />
de esos mismos hechos expresada<br />
con agilidad y vigor. Variando<br />
únicamente la escala y el alcance<br />
de lo dicho, lo mismo se predica<br />
de la historia en tanto que narración<br />
de un acontecer que es a<br />
un tiempo colectivo y propio.<br />
Ahora bien, acabamos de decir<br />
que la historia requiere la identificación<br />
de un sujeto-actor que la<br />
realiza. Ésta es nuestra tarea sine<br />
qua non, el elemento que hace<br />
posibles tanto la interpretación de<br />
lo que de otro modo sería un puro<br />
flujo caótico de acontecimientos<br />
como el rigor en esa interpretación.<br />
Sin ese sujeto cuya vida<br />
es relatada por la historia carecemos<br />
simultáneamente de base sobre<br />
la que apoyar la hermenéutica<br />
vivificadora de lo dado y de<br />
fiabilidad en nuestra atribución<br />
de significado a ese devenir. Sin<br />
sujeto trascendental, queda sólo el<br />
sujeto particular y éste es contingente,<br />
singular y discontinuo, ya<br />
que muere sin prolongación aparente<br />
en la sucesión de culturas e<br />
individuos disímiles. ¿Hemos de<br />
conformarnos a la incredulidad<br />
contemporánea, admitiremos<br />
una historia fortuita, igual a una<br />
pura literatura en que la fantasía<br />
haya tenido la veleidad de tomar<br />
lo real como punto de partida para<br />
su inspiración? La pérdida es<br />
demasiado grande, las consecuencias<br />
de su aceptación inconsciente<br />
son ya tan palpablemente<br />
negativas que esto sólo<br />
basta para comprender la necesidad<br />
de no rendirse. No hay nadie<br />
en disposición de aportar pruebas<br />
contrarias a la existencia de<br />
un sujeto y un sentido globalizados<br />
de la historia; nos hemos limitado<br />
a desconfiar de las versiones<br />
que teologizan ambas cosas y<br />
de esa desconfianza hemos concluido<br />
precipitadamente una inexistencia.<br />
TOMÁS FERNÁNDEZ AÚZ<br />
Lo cierto es que la forma en<br />
que se han venido dando las explicaciones<br />
no resulta ya satisfactoria.<br />
Esto significa, sin lugar a<br />
dudas, que la forma misma debe<br />
variar para dar cabida a una nueva<br />
percepción del contenido, no<br />
que no haya modo posible de albergarlo<br />
o que se haya evaporado.<br />
He dicho antes que no hay<br />
pruebas contra la existencia del<br />
sujeto histórico, sino únicamente<br />
razones para la desconfianza.<br />
Pero aún en el caso de que algún<br />
autor se sintiera con las fuerzas<br />
suficientes para aportar alguna<br />
evidencia en tal sentido, y teniendo<br />
en cuenta que semejante<br />
cosa no haría sino agravar la anomia<br />
reactiva que padecemos, sigue<br />
siendo lícito dirigir entonces<br />
sobre ella la desconfianza actual,<br />
pues la evidencia de hoy es<br />
la controversia de mañana. Más<br />
aún, incluso en el caso de aceptar<br />
por un instante la subordinación<br />
caótica de todo significado a la<br />
estrecha condición de ser nada<br />
más que mera narrativa idiosincrásica,<br />
resulta legítimo e interesante<br />
ponerse a la tarea de averiguar<br />
cuál puede ser el cuento de<br />
todos los cuentos, el relato que<br />
mejor explica el devenir común<br />
de nuestra humanidad y aquel<br />
que, retratándonos, mayor consenso<br />
es capaz de suscitar entre<br />
los hombres. Ya ha advertido lúcidamente<br />
Savater en El valor de<br />
educar que nos parecemos más a<br />
los cuentos que a las cuentas. Y<br />
es justamente la constante aportación<br />
a esa fábula conjunta lo<br />
que hace de ella un objeto tan<br />
proteico y oceánico como la propia<br />
realidad que intenta describir.<br />
Pero todas estas salvedades<br />
son insuficientes para convencer<br />
a quien ya ha tomado partido<br />
irrenunciable. Para los que nos<br />
movemos aún entre la duda y la<br />
esperanza, el asunto resulta afortunadamente<br />
un poco más sencillo.<br />
Basta cierta perspicacia y<br />
una fe inversa a la del relativista<br />
para percibir la existencia de<br />
fuerzas invariables en la historia:<br />
la energía narrativa permanece, el<br />
elemento descriptor de la realidad<br />
–la conciencia– subyace a<br />
todas las encarnaciones y sólo varía<br />
en lo superficial. Se transfor-<br />
69
TOCQUEVILLE INÉDITO<br />
ma para adaptarse mejor a las<br />
mudables relaciones del ambiente,<br />
pero queda intacta la médula<br />
que la vigoriza en toda época. El<br />
artista sustituye el pincel por el<br />
aerógrafo, el tambor por el clavicordio<br />
y el láser al pedernal, pero<br />
la forma humana de aprehender<br />
el mundo, la actividad única<br />
por la que un ser se ve capacitado<br />
para la percepción de lo bello,<br />
lo bueno o lo verdadero se mantiene<br />
indemne tras la multiplicidad<br />
de las herramientas que fabrica.<br />
El verdadero sujeto transhistórico,<br />
aquél cuyo avatar narra<br />
una historia comprensiva, una<br />
historia como autointerpretación,<br />
la única historia posible, es<br />
la voluntad o querer-ser de los sujetos.<br />
Poco importa el carácter<br />
plástico y polifacético de este<br />
querer-ser; se trata de un ímpetu<br />
de transformación del mundo<br />
que inevitable y continuamente<br />
compele a los hombres a la acción.<br />
De hecho, es justamente<br />
esta diversidad, esta multiplicidad<br />
de las expresiones de la voluntad,<br />
la que define al hombre<br />
como tal. La voluntad del animal,<br />
si alguna tiene, no puede<br />
ser otra cosa que su instinto, y sabido<br />
es que éste se expresa con<br />
rara constancia y univocidad. La<br />
polimorfia observada en la manifestación<br />
de la voluntad de los<br />
hombres, la diferencia de su variado<br />
arte, religión, política e ideas,<br />
la inacabable transformación<br />
de su permanente actividad atañe<br />
a los productos que realiza,<br />
mas, por lo mismo, afirma indubitablemente<br />
la existencia y<br />
agencia del propio productor.<br />
Llamo voluntad al conjunto<br />
de impulsos transformadores que<br />
lanzan al hombre a generar una<br />
cultura. Y contra toda la opinión<br />
relativista, la “cultura” no nos<br />
fragmenta en un mosaico irrepetible<br />
sino al revés: es justamente<br />
ella, como prueba empírica de<br />
una conciencia activa que se vierte<br />
al exterior en productos culturales,<br />
la evidencia más palpable<br />
de una unidad transcultural que<br />
permanece inalterada bajo el epifenómeno.<br />
La actividad cultural<br />
–lenguaje, arte, religión, historia<br />
o ciencia– responde al operar de<br />
un rasgo colectivo, a una fuerza<br />
creativa común cuya “sensibilidad”<br />
deviene convergente entre<br />
el número de los individuos que<br />
reconocen compartir una misma<br />
“identidad”. Es una fuerza transmisible<br />
cuya cualidad invariable<br />
se oculta tras lo modificable de<br />
sus efectos. Ésta es la fuerza que<br />
permite hablar, por ejemplo, de<br />
una cultura olmeca como entidad<br />
discernible de la cultura griega.<br />
Y la prueba de que bajo estas<br />
diferencias late una única esencia<br />
es justamente ésta: que, dadas<br />
ciertas condiciones, un olmeca<br />
puede interiorizar el carácter<br />
griego por completo y volverse<br />
culturalmente tan griego como<br />
Sócrates y viceversa.<br />
El escéptico debería tener aquí<br />
en cuenta las hipótesis de contactos<br />
entre las culturas americanas<br />
y algunos civilizados pueblos<br />
coetáneos. Las travesías de Heyerdahl<br />
y otros, junto con las<br />
conclusiones de arqueólogos como<br />
Meggers y Evans, han sugerido<br />
con fuerza la posibilidad de<br />
un intercambio cultural con<br />
egipcios y fenicios por un lado,<br />
con japoneses y chinos por otro.<br />
La presencia de aspectos coincidentes<br />
en los restos de cerámica<br />
descubiertos, en el estilo artístico<br />
y la manufactura de herramientas<br />
así lo manifiestan. No es necesario<br />
imaginar una presencia<br />
en gran escala; algo así como una<br />
“conquista” o una invasión. En<br />
algunos casos, dice Luis Pericot,<br />
“[l]a llegada de un grupo o de<br />
unos pocos individuos, aunque<br />
fuera un solo náufrago, puede haber<br />
sido decisiva” 9 , tal es la fuerza<br />
contagiosa de la subjetividad.<br />
Lo contrario, como digo, es también<br />
cierto, de modo que si hubiera<br />
habido contacto entre griegos<br />
y olmecas, un joven griego,<br />
inmerso en la vida centroamericana<br />
de los siglos séptimo al primero<br />
antes de Cristo, acabaría<br />
siendo tan meso-americano como<br />
los constructores de las pirámides<br />
de Teotihuacán. La totipotencialidad<br />
lingüística y cultural<br />
del niño, bien conocida por<br />
9 ‘Las altas culturas centroamericanas’<br />
en Historia del arte, vol. 6, pág.<br />
258. La cursiva es mía, 1970.<br />
la psicología evolutiva, manifiesta<br />
el hecho de que las barreras<br />
que separan y enfrentan a las culturas<br />
necesitan tiempo y esfuerzo<br />
para levantarse y que no existen<br />
por sí mismas de forma natural.<br />
Esas barreras se mantienen por<br />
interés y miedo, por inercia y por<br />
tradición, pero no por ello dejan<br />
de ser meros artificios que la<br />
inteligencia y la sensibilidad<br />
comprenden y superan.<br />
4. La voz de las pasiones<br />
He hablado de la voluntad como<br />
elemento transhistórico, como<br />
fuerza transformadora que, supeditada<br />
al entendimiento, actúa<br />
sobre el mundo. A este respecto<br />
vale la pena traer a colación<br />
el ejemplo con el que<br />
Arrillaga Torrens, en su Introducción<br />
a los problemas de la Historia,<br />
ilustra una de las diferencias<br />
entre el animal y el hombre,<br />
una diferencia capital que hará<br />
entender con precisión a qué me<br />
estoy refiriendo. Un lobo, dice,<br />
que encontrara interpuesta una<br />
roca entre el abrevadero y la lobera<br />
se limitaría a rodear el obstáculo<br />
sin preocuparse de nada<br />
más. Así pasen generaciones de<br />
lobos necesitados de recorrer<br />
idéntico camino, la roca mantendrá<br />
su posición y el lobo su<br />
conducta. El hombre en cambio,<br />
enfrentado al mismo problema,<br />
rodea la roca en su primer viaje,<br />
cuando se dirige a beber, pero a<br />
la vuelta se detiene junto a ella, la<br />
considera y, tras alguna reflexión,<br />
regresa al poblado, pide ayuda a<br />
los demás hombres y no tarda en<br />
deshacerse del estorbo.<br />
He ahí la voluntad agente que<br />
transforma el mundo y compone<br />
las modificaciones a registrar por<br />
la historia. En algún caso esta voluntad,<br />
o este impulso, pertenece<br />
a un hombre situado en una<br />
posición tal que sus actos acarrean<br />
inmediatamente consecuencias<br />
colectivas. Vemos entonces,<br />
podríamos decir con Hegel, al<br />
“hombre decisivo”. En la mayoría<br />
de circunstancias, sin embargo,<br />
la voluntad de cada individuo<br />
se disipa en acciones oscuras<br />
o minúsculas que sólo registra su<br />
biografía, pero no la historia.<br />
Ahora bien, la historia no es otra<br />
cosa que una biografía colectiva;<br />
y si para trazar la semblanza biográfica<br />
de un hombre es necesario<br />
reunir bajo un hilo conductor<br />
las acciones y los hechos, lo mismo<br />
ocurre cuando se trata de hallar<br />
las trazas vertebrales de la vida<br />
común. En tales casos, no debe<br />
confundirse la voluntad o<br />
determinación particular de un<br />
individuo con la acción resultante<br />
de la suma de las intenciones<br />
de los sujetos. Esta suma se<br />
caracteriza por reunir un gran<br />
número de inclinaciones singulares<br />
en una sola dirección, del<br />
mismo modo que la vibración<br />
aleatoria de átomos en un determinado<br />
objeto material se reúne<br />
en el dato único de su temperatura.<br />
Como en el caso de los átomos,<br />
las voluntades concretas de<br />
los sujetos se influyen a la recíproca,<br />
de modo que en la fracción<br />
temporal en que se registra<br />
una revolución o una guerra, las<br />
voluntades –y las subjetividades–<br />
interactúan de manera que la<br />
efervescencia se transmite entre<br />
ellas de forma exponencial.<br />
En otros casos la relación hace<br />
que los impulsos se frenen y<br />
contrarresten mutuamente. El<br />
número de interacciones y la<br />
cantidad de los factores que intervienen<br />
no es menor que en el<br />
caso de los átomos de un objeto<br />
que se calienta o se enfría, pero<br />
de modo análogo al ejemplo termodinámico,<br />
resulta posible observar<br />
el resultado de todas ellas y<br />
registrarlo como signo aislado. Si<br />
el físico concluye con la obtención<br />
de una cifra en una escala, el<br />
filósofo de la historia constata la<br />
resultante de un vector bélico,<br />
de un impulso de transformación<br />
drástica o de una calma más<br />
o menos acentuada. Cuando el<br />
filósofo quiere obtener un análisis<br />
más fino de las causas que investiga,<br />
debe proceder a un examen<br />
tan detenido como le sea<br />
posible de los acontecimientos,<br />
teniendo en cuenta que lo que<br />
actúa y se expresa a través de ellos<br />
es justamente la voluntad de los<br />
hombres que estudia. Esta voluntad<br />
de los sujetos no es más<br />
que el modo en que la intuición<br />
de los deseos alcanza la formulación<br />
racionalizada, esto es, lin-<br />
70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
güística, de su contenido, volviéndose<br />
así capaz de orientar la<br />
acción según fines conscientes.<br />
Esta determinación no sólo actúa<br />
en la historia y la modela, sino<br />
que se ve influida a su vez por los<br />
hechos, cerrándose así el círculo<br />
de su interacción con lo real. Es<br />
preciso averiguar los factores externos<br />
que influyen sobre ella. El<br />
resultado será una visión precisa<br />
de los condicionamientos que,<br />
modulando el contenido propositivo<br />
de los yoes y aprovechando<br />
su capacidad empática, actúan<br />
en la historia por intermediación<br />
suya. Esta voluntad o facultad<br />
agente de una subjetividad determinada<br />
por la interacción de<br />
su propio carácter con los acontecimientos<br />
está presente en todos<br />
los sujetos mortales que integran<br />
la historia y adquiere<br />
atributos de ethos en la vida colectiva.<br />
Ella es nuestro sujeto histórico.<br />
Ella, en tanto que potencia<br />
o facultad exclusiva de los<br />
hombres, atraviesa las edades y<br />
las razas.<br />
Si por el contrario, el observador<br />
se atasca en la confusión y<br />
toma por simple característica<br />
individual lo que es cualidad sustantiva<br />
de lo humano mismo, el<br />
resultado es una perplejidad estéril.<br />
Carentes del concepto que<br />
la comprende como unidad subyacente,<br />
nos vemos impotentes<br />
para emplearla como instrumento<br />
en pro de esa misma unificación.<br />
Todo progreso en el conocimiento<br />
histórico nos adentra<br />
entonces sin remedio en la pura<br />
casuística. Los detalles se hacen<br />
tan importantes que las conclusiones<br />
son simples fragmentos<br />
aislados, yuxtapuestos sin hilazón<br />
visible. Cuando se carece del<br />
concepto de aquello que se estudia,<br />
se construye un método<br />
erróneo y éste acaba convirtiéndose<br />
en una dificultad añadida.<br />
Y aun cuando llegue a entreverse<br />
el origen del enredo, es casi<br />
imposible no perder de vista el<br />
sustrato humano que reúne lo<br />
dispar y lo revela como producto<br />
de una sola actividad. En esta<br />
contingencia habitan la antropología<br />
y la sociología. La filosofía,<br />
por el contrario, ha de comprender<br />
el aspecto universal de la vo-<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
luntad bajo la determinación<br />
particular y disponerse a analizarla<br />
como rasgo individualizador<br />
y característica social. Por<br />
ello se ocupa de la causa primera,<br />
aquella que hace posible –y concebible–<br />
toda causa segunda. Pierre<br />
Manent ilustra magníficamente<br />
este punto en un pasaje de<br />
su obra La cité de l’homme que<br />
me voy a permitir citar con alguna<br />
extensión:<br />
Según la filosofía clásica,<br />
por ejemplo, lo universal<br />
en tanto que naturaleza<br />
del hombre se halla presente<br />
en cada elemento particular<br />
del mundo humano –en<br />
el individuo, pero también<br />
en la acción, en la obra,<br />
en el acontecimiento–, y está<br />
eminente, supremamente<br />
presente cuando ha sido<br />
puesto en condición<br />
de actuar, de producir<br />
sus efectos específicos de<br />
justicia y bienestar, es decir,<br />
cuando se ha instituido<br />
un régimen político<br />
“conforme a la naturaleza”.<br />
Se dirá, tomando<br />
la expresión técnica de<br />
Aristóteles, que lo universal<br />
es a la vez causa formal<br />
y causa final de lo particular.<br />
Según el punto de vista<br />
del sociólogo que descubre<br />
la ley general a la que<br />
se someten los casos<br />
particulares, lo general<br />
es causa de lo particular<br />
en un sentido muy distinto<br />
y, al parecer, mucho<br />
más débil. Sea, por ejemplo,<br />
la ley que a Durkheim parece<br />
fundamental y que, según su<br />
propio criterio, Montesquieu<br />
descubre sin resultar por<br />
ello capaz de formularla<br />
* “Es efectivamente esta causa la que<br />
tiene la mayor importancia en la definición<br />
de las cosas sociales; más aún,<br />
creemos que ella es en cierto modo la<br />
fuente de donde emanan las principales<br />
diferencias entre las sociedades” (tesis<br />
latina de Émile Durkheim, Montesquieu<br />
et Rousseau précurseurs de la sociologie,<br />
pág. 78, París, 1966). Según el pensamiento<br />
desarrollado de Durkheim, el<br />
volumen sólo es determinante en relación<br />
con la densidad dinámica de la sociedad:<br />
véanse Las reglas del método sociológico,<br />
págs. 112-115. N. del A.<br />
en todo su rigor o de<br />
extraer de ella todas las<br />
consecuencias, la ley según<br />
la cual las formas de la<br />
sociedad –instituciones,<br />
costumbres, leyes– dependen<br />
de su volumen*. Admitamos<br />
que esta ley esté tan<br />
contrastada como sostiene<br />
Durkheim. Queda<br />
simultáneamente claro que<br />
el volumen social no es un<br />
elemento presente ni “causal”<br />
en toda sociedad al modo<br />
en que lo es la naturaleza<br />
política del hombre<br />
en la ciudad aristotélica.<br />
Durkheim lo indica muy<br />
bien: es la causa de<br />
las diferencias entre las<br />
sociedades. Ahora bien, esto<br />
significa: sólo es causa<br />
de las diferencias. Podría<br />
decirse: suponiendo iguales<br />
todos los demás factores,<br />
el volumen social es la causa<br />
principal de las diferencias<br />
entre las sociedades. Pero<br />
suponer “iguales todos<br />
los demás factores” significa:<br />
siendo la sociedad y el hombre<br />
social elementos dados;<br />
o aún: siendo el hombre<br />
lo que es. La elaboración<br />
de la ley general presupone<br />
un universal al que excluye<br />
de su consideración. A partir<br />
de ese instante, en el ejemplo<br />
que estamos considerando,<br />
el “volumen” no puede ser<br />
llamado “causa”, o “fuente”,<br />
más que en un sentido<br />
restringido; siendo causa<br />
de la diferencia, no es más<br />
que una causa segunda<br />
que presupone una causa<br />
primera a la que se subordina<br />
–la causa primera, aquella<br />
que causa lo que no es distinto<br />
sino semejante, aquella<br />
que causa la semejanza,<br />
la que condiciona y mantiene<br />
unidas todas las diferencias:<br />
la humanidad misma<br />
del hombre–. ¿No estamos<br />
diciendo acaso que<br />
la causalidad segunda puesta<br />
10 Pierre Manent, op. cit., Fayard,<br />
1994, págs. 83 y 84. La traducción y la<br />
cursiva son mías.<br />
TOMÁS FERNÁNDEZ AÚZ<br />
en evidencia por la ley<br />
sociológica presupone<br />
la causalidad primera<br />
de lo universal humano que<br />
es materia de interrogación<br />
para la filosofía? 10 .<br />
Hegel llamó a esto propiamente<br />
“espíritu” y no hay inconveniente<br />
alguno en seguir<br />
utilizando este término venerable<br />
y contrastado. Sin embargo,<br />
y aunque no es aquí donde me<br />
aparto del planteamiento hegeliano<br />
11 , preferiré utilizar la noción<br />
de “voluntad” por parecerse<br />
más al concepto de ethos en<br />
Weber, y porque tiene al menos<br />
la virtud de evitar el cúmulo de<br />
adherencias negativas que la ignorancia<br />
ha ido acumulando en<br />
torno al significado de la voz<br />
“espíritu”.<br />
5. El concepto filosófico de la<br />
historia en Tocqueville 12<br />
21 de abril de 1830, Tocqueville a<br />
Charles Stoffels<br />
En todos los pueblos a<br />
medio civilizar, reconocemos<br />
aproximadamente el mismo<br />
fondo de sentimientos,<br />
de ideas, de pasiones,<br />
de vicios y de virtudes,<br />
más o menos encubiertos,<br />
es verdad, pero siempre<br />
fáciles de reconocer. Los<br />
diferentes caracteres son a<br />
los pueblos lo que la fisonomía<br />
es al hombre: distinguen<br />
a los pueblos en lo exterior<br />
mucho más que revelar<br />
11 Una primera diferencia respecto<br />
de la filosofía de la historia hegeliana es<br />
que lo aquí expuesto posee carácter laico.<br />
Es posible dar cuenta de la historia<br />
suponiendo únicamente la acción de<br />
una voluntad transformadora informada<br />
por la razón y el interés propio. La<br />
guía teleológica de un dios que se piensa<br />
a sí mismo, el despliegue descendente<br />
del concepto, no resulta imprescindible<br />
para entender la responsabilidad<br />
humana sobre los propios actos. Para<br />
una segunda divergencia, cf. infra las<br />
conclusiones finales.<br />
12 Cf. supra nota 3. Los ejemplares<br />
disponibles en Yale son copias manuscritas<br />
realizadas por George Wilson Pearson<br />
en octubre de 1931 a partir de<br />
copias mecanografiadas. En algunos casos<br />
esta copia de una copia presenta<br />
erratas mecanográficas que se han corregido<br />
o enmiendas que no pertenecen<br />
al original y que se han suprimido. Toda<br />
la cursiva es mía.<br />
71
TOCQUEVILLE INÉDITO<br />
una diferencia profunda y<br />
radical entre ellos.<br />
Del mismo modo en las<br />
naciones que han alcanzado<br />
un grado muy alto de<br />
civilización, encontramos<br />
siempre la mezcla<br />
de los mismos elementos…<br />
Hay aquí un interesantísimo<br />
material inédito en el que Tocqueville<br />
expone con claridad su<br />
idea de la historia. Contradiciendo<br />
cualquier tentación de escepticismo<br />
o de empirismo al<br />
modo actual, Tocqueville manifiesta<br />
una decidida confianza en<br />
la existencia de algún elemento<br />
de humanidad común y subyacente<br />
a la multiplicidad visible.<br />
En lo que hace a un estudio de<br />
las condiciones para una filosofía<br />
de la historia en un contexto<br />
posmoderno, las declaraciones<br />
de Tocqueville suponen un respaldo<br />
notable. Si además ocurre,<br />
como en mi caso, que ese estudio<br />
se apoya justamente en Tocqueville,<br />
la importancia de estos<br />
fragmentos adquiere un relieve<br />
casi decisivo 13 . Pero todo este interés<br />
seguiría siendo muy reducido<br />
si no sobrepasara ampliamente<br />
las necesidades de un análisis<br />
concreto y de un texto en<br />
particular. Tocqueville ha sido<br />
con justicia considerado uno de<br />
los precursores de la moderna sociología.<br />
Su forma de enfocar los<br />
problemas, manteniéndose siempre<br />
muy cerca de la realidad empírica,<br />
resulta particularmente<br />
grata al sociólogo, que ve así en<br />
el gran autor francés un destacado<br />
paladín de sus propios planteamientos.<br />
No hay ningún<br />
inconveniente en admitir los aspectos<br />
manifiestamente “sociológicos”<br />
de Tocqueville; pero<br />
convendrá no obstante tener<br />
bien presente que en la disputa<br />
entre sociólogos y filósofos, o lo<br />
que es lo mismo, en la ácida controversia<br />
entre buscadores de leyes<br />
generales y defensores de un<br />
punto de vista universal sobre lo<br />
13 Me estoy refiriendo a un libro<br />
que, con el título probable de La subjetividad<br />
en la historia, confío publicar<br />
en breve.<br />
humano, Tocqueville atestigua<br />
estar reflexionando, clara e indiscutiblemente,<br />
desde una perspectiva<br />
filosófica.<br />
Veamos ahora lo que añade,<br />
casi a renglón seguido, al iniciar<br />
una comparación entre las características<br />
de la subjetividad agente<br />
en un pueblo semicivilizado y<br />
la que opera en las naciones que<br />
han alcanzado ya un elevado grado<br />
de civilización.<br />
Entre los primeros, en<br />
aquel que permanece aún<br />
semisalvaje, el estado social<br />
es imperfecto, la fuerza<br />
pública mal organizada<br />
y la lucha entre ella y<br />
la fuerza individual es<br />
con frecuencia desigual; hay<br />
poca seguridad para el<br />
particular, poca tranquilidad<br />
para la masa, las costumbres<br />
son brutales, las ideas<br />
simples, la religión<br />
se entiende casi siempre<br />
mal; he ahí el lado negativo.<br />
Éste es el positivo: replegada<br />
de este modo sobre<br />
sí misma, el alma obtiene<br />
de su circunstancia un<br />
admirable recurso y la fuerza<br />
individual para despliegues<br />
inesperados; en su caso<br />
el amor a la patria no es<br />
en modo alguno racional<br />
sino instintivo, y ese instinto<br />
ciego produce milagros; los<br />
sentimientos son resueltos,<br />
las convicciones profundas;<br />
por consiguiente el<br />
sacrificio no es una rareza,<br />
el entusiasmo es común<br />
y el desprecio de la muerte<br />
se halla en el fondo de<br />
los corazones y no en<br />
la superficie de los labios.<br />
Tocqueville está haciendo<br />
aquí una descripción del alma<br />
de los pueblos en términos de<br />
sus móviles íntimos, de su noción<br />
de las cosas y de su visión<br />
del mundo; utilizando una expresión<br />
del propio Tocqueville,<br />
diríamos que está retratando el<br />
modo de ser de una sociedad semisalvaje<br />
del mismo modo que<br />
poco después comprenderá el<br />
par democracia-aristocracia bajo<br />
el doble aspecto de organización<br />
institucional y “modo de ser del<br />
pueblo” 14 . El interés principal de<br />
estas líneas reside en su vigorosa<br />
e intuitiva inteligencia del operar<br />
interno de la psicología colectiva<br />
en unas condiciones dadas: las<br />
de una sociedad aún imperfectamente<br />
civilizada.<br />
A este respecto, como ya se ha<br />
apuntado anteriormente, la importancia<br />
de la subjetividad y el<br />
papel que este concepto no explícitamente<br />
formulado desempeña<br />
a todo lo largo de la conceptualización<br />
ética, política e<br />
histórica de Tocqueville es fundamental.<br />
El párrafo precedente<br />
es buena muestra de ello: en él se<br />
comprende la relación de todos<br />
los elementos actuantes en la historia,<br />
el vínculo recíproco entre<br />
los caracteres del alma colectiva<br />
de las sociedades como la íntima<br />
aleación de elementos racionales<br />
y afectivos, es decir, como la reunión<br />
de las voces anímicas provenientes<br />
de una determinación<br />
inspirada por los afectos con los<br />
resultados del cálculo racional de<br />
lo conveniente respecto de los fines.<br />
Justamente es esta reunión<br />
lo que yo llamo subjetividad<br />
agente, potencia actriz y al mismo<br />
tiempo espectadora de la historia,<br />
fuerza simultáneamente<br />
desencadenante de los hechos e<br />
intrigada escudriñadora de sus<br />
resultados.<br />
Oigamos ahora cómo se aplica<br />
la poderosa perspicacia de<br />
Tocqueville a la deducción de las<br />
condiciones actuantes desde y<br />
sobre el espíritu de una sociedad<br />
muy civilizada.<br />
Ahora, comparemos este<br />
pueblo semi-ilustrado con<br />
el que ha alcanzado un alto<br />
grado de civilización. En<br />
éste, el cuerpo social lo ha<br />
previsto todo; el individuo<br />
se toma la molestia de nacer;<br />
en cuanto al resto, la<br />
sociedad le acoge en los brazos<br />
de su nodriza, ella vela por<br />
su educación, abre ante él<br />
las vías de la fortuna; ella le<br />
sostiene en su avance, aparta<br />
de su cabeza los peligros;<br />
progresa en paz bajo los ojos<br />
14 DA, OC (M), I, 1, passim,<br />
1951a.<br />
de esta segunda providencia;<br />
este poder tutelar que le ha<br />
protegido durante su vida,<br />
vela incluso el reposo de<br />
sus cenizas; he ahí la suerte<br />
del hombre civilizado.<br />
La sociedad aparece ya descrita<br />
como un poder tutelar, una denominación<br />
que se hará célebre<br />
diez años más tarde, con el segundo<br />
tomo de su Democracia 15 .<br />
Tocqueville advierte desde el<br />
principio la interacción de la sociedad<br />
con el individuo, la constante<br />
retroalimentación entre el<br />
carácter social (ligado al interés<br />
político y a sus objetivos de prosperidad)<br />
y el carácter de los sujetos.<br />
El cuerpo social modela el<br />
talante de sus integrantes del<br />
mismo modo en que éstos, a la<br />
recíproca, moldean la condición<br />
del conjunto. Pero Tocqueville<br />
no se detiene aquí. No sólo afirma<br />
el íntimo vínculo entre la colectividad<br />
y sus miembros, describiéndolo<br />
como lo que podríamos<br />
denominar un binomio;<br />
comprende también la evolución<br />
de este par inseparable al modo<br />
filosófico, es decir, universalista,<br />
y desde una filosofía de la historia<br />
que asume la existencia de un<br />
elemento que la atraviesa.<br />
No deja de ser interesante<br />
que, frente a la crítica francesa<br />
de Nietzsche, eso que ha venido<br />
en llamarse escepticismo posmoderno<br />
y que afirma como único<br />
sujeto posible el singular y contingente,<br />
podamos oponer una<br />
objeción también francesa: la<br />
que sostiene una noción de sujeto<br />
diametralmente contrapuesta.<br />
El sujeto deconstruido o posmoderno<br />
está circunscrito por los límites<br />
naturales de la biología:<br />
atrapado entre las unidireccionales<br />
fronteras del nacimiento y la<br />
muerte, se ubica en una historia<br />
confeccionada mediante la aposición<br />
de elementos tan insulares<br />
como él mismo. El filósofo deconstructivo<br />
cosecha así una historia<br />
discontinua, literalmente<br />
desprovista de sustrato o que lo<br />
obtiene sólo por la acción reacti-<br />
15 Cf. DA, op. cit., vol. 2, parte IV,<br />
cap. 6, por ejemplo.<br />
72 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
va de una imaginación amedrentada.<br />
No es éste el lugar para<br />
abordar la cuestión nietzscheana<br />
del “espíritu de venganza”, aquel<br />
temor que la conciencia experimenta<br />
al considerar la ineluctable<br />
verdad de su acabamiento.<br />
Digamos solamente lo siguiente:<br />
es bien posible, e incluso prudente,<br />
suponer que acaso sea esto<br />
lo que impulsa al espíritu humano<br />
a construir una ficción<br />
laica de inmortalidad cuya expresión<br />
objetiva fuera precisamente<br />
una filosofía de la historia.<br />
Pero una vez sopesada esta posibilidad,<br />
no parece lo más inteligente,<br />
ni lo más necesario, contravenir<br />
ese miedo radical con<br />
una doctrina deconstructiva, pues<br />
acaso no sea ésta otra cosa que el<br />
clamor de una sospecha insoportable.<br />
Sospecha que arraiga en<br />
nuestra completa soledad y que,<br />
no pudiendo ignorarse, busca<br />
justamente mediante su divulgación<br />
obtener el desmentido capaz<br />
de cancelarla. Por no decir<br />
nada del hecho de que deconstruir<br />
es siempre una forma de<br />
construir…<br />
Ficticia o no, fantástica o real,<br />
este supuesto comportamiento<br />
de la conciencia pone al menos<br />
otra cosa en evidencia; se trata<br />
de una característica transgeneracional,<br />
de algo compartido por todos<br />
los humanos en su devenir. No<br />
es posible pensar una conciencia<br />
temerosa ante la certeza de su cesación<br />
sólo en una determinada<br />
época o en una particular cultura.<br />
Si atribuimos con algún rigor<br />
semejante miedo al objeto<br />
“conciencia” es porque lo comprendemos<br />
como característica<br />
inherente o consustancial a ella.<br />
No puede haber una conciencia<br />
que no conciba su final o aun<br />
que se muestre incapaz de advertir<br />
a este respecto el carácter cierto<br />
de su discernimiento. Si tal<br />
cosa pudiera existir, desde luego<br />
no sería una conciencia humana,<br />
luego mal podría interesar a<br />
la filosofía y menos aún convertirse<br />
en objeto para ella. En suma,<br />
cuando el filósofo deconstructivo<br />
objeta al filósofo de la<br />
historia no ser su filosofía más<br />
que una pura construcción radicada<br />
en el miedo a la certeza del<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
final, una especie de auténtica<br />
“huida hacia adelante” por la que<br />
se imagina perdurar en una sustancia<br />
transhistórica, reconoce<br />
sin advertirlo, y probablemente<br />
muy a su pesar, la existencia cierta<br />
de una característica que es de<br />
facto universal, transgeneracional<br />
y común a todo sujeto particular.<br />
Esta característica es una conciencia<br />
idéntica a sí misma cualquiera<br />
que sea la forma de su<br />
manifestación. Es además una<br />
característica que se comporta<br />
como una sustancia, por cuanto<br />
al menos uno de sus rasgos inherentes,<br />
una de sus cualidades sine<br />
qua non, se conserva invariable<br />
a través del tiempo y el espacio:<br />
el hecho afirmado de su<br />
rechazo activo a una certidumbre<br />
inaceptable. Con ello no obtenemos<br />
la refutación de las condiciones<br />
de posibilidad para cualquier<br />
filosofía de la historia, como<br />
se pretendía, sino, todo lo<br />
contrario, justamente la evidencia<br />
de aquel elemento indispensable<br />
para sostenerla: un “algo”<br />
cuyo despliegue se halla en continuidad<br />
pese a manifestarse en<br />
una serie de elementos yuxtapuestos;<br />
algo responsable del<br />
fluir de la historia y de su registro;<br />
algo, en fin, capaz de permanecer<br />
no obstante la aparente<br />
fractura y carácter discontinuo<br />
de la multiplicidad que junto a la<br />
superficie aflora. Tocqueville percibe<br />
claramente este elemento de<br />
humanidad compartida, ese rasgo<br />
transversal a nuestra propia<br />
mortalidad que es a la vez sujeto<br />
de la compleja evolución de las<br />
civilizaciones y clarividente voz<br />
que da cuenta de ella, ofreciendo,<br />
antes quizá que una simple<br />
conjetura, una revelación. Y tal<br />
como antes había descrito los<br />
cambios que la sociedad civilizada<br />
registra respecto de la aún por<br />
civilizar, se ocupa ahora de exponer<br />
la diferencia que exhiben<br />
los correspondientes talantes de<br />
sus individuos:<br />
El sentimiento y el<br />
espectáculo de la felicidad<br />
pronto reblandece la salvaje<br />
tosquedad de su naturaleza;<br />
se vuelve manso, sociable,<br />
sus pasiones se calman, su<br />
corazón parece haber<br />
ensanchado la facultad<br />
que le había sido dada de<br />
sentir, encuentra fuentes<br />
de emoción y de placer allí<br />
donde sus padres jamás<br />
habrían imaginado que<br />
pudieran existir o no se<br />
habrían dignado buscar,<br />
los crímenes se hacen raros,<br />
desgraciadamente lo mismo<br />
ocurre con las virtudes.<br />
Y pasando de lo que la observación<br />
respalda a lo que la intuición<br />
deduce, prosigue:<br />
El alma adormecida por<br />
esta prolongada quietud<br />
ya no sabe despertarse<br />
llegada la ocasión; la energía<br />
individual está casi<br />
extinguida; se ayudan<br />
unos a otros cuando hay<br />
que actuar; en toda<br />
otra circunstancia, por<br />
el contrario, cada uno se<br />
repliega sobre sí mismo,<br />
es el reino del egoísmo…<br />
El grado de la abstracción deductiva<br />
sigue aumentando. Tras<br />
haber caracterizado al individuo<br />
y las circunstancias de su vivir,<br />
Tocqueville presenta ahora un retablo<br />
del tiempo nuevo. Se trata<br />
de un tiempo dinámico, de un<br />
devenir que va haciéndose gradualmente<br />
realidad. Tampoco<br />
ahora se detiene Tocqueville en<br />
un concepto meramente heraclíteo<br />
del tiempo. Aunque desde su<br />
punto de vista éste es desde luego<br />
un transcurso capaz de permanecer<br />
idéntico a sí mismo pese<br />
a estar sometido a mutación<br />
constante, lo considera sin embargo<br />
algo más que un puro discurrir.<br />
Tocqueville entiende el<br />
tiempo como una verdadera atmósfera,<br />
como un ambiente en<br />
el que individuo y grupo se sumergen.<br />
Deviene así un hecho<br />
dotado de una doble virtud: por<br />
un lado, es cadencia y contabilidad;<br />
por otra, el marco general<br />
que origina el color específico<br />
que la propia franja temporal posee.<br />
Tal duplicación conceptual<br />
se corresponde con la igualmente<br />
doble perspectiva desde la que<br />
puede contemplarse el fenómeno<br />
del tiempo: bien desde la vertiente<br />
metafísica, bien bajo su aspecto<br />
práctico. El tiempo es por<br />
TOMÁS FERNÁNDEZ AÚZ<br />
ello una realidad a priori y una<br />
experiencia aprehendida a posteriori,<br />
condición de toda experiencia<br />
posible y vivencia memorizable<br />
de la misma. Desde un<br />
ángulo kantiano, el tiempo es la<br />
espontánea medición que a la realidad<br />
superpone la propia actividad<br />
de una conciencia humana;<br />
mientras que, desde una<br />
perspectiva fundamentada en<br />
Tocqueville, constituye el caldo<br />
de cultivo donde crece la subjetividad<br />
que en su fluir actúa.<br />
Veamos, pues, cuál es el tono<br />
de esta fase temporal en que la<br />
civilización se ha vuelto más sofisticada:<br />
[L]os siglos de ilustración<br />
son siglos de dudas y<br />
de polémica. No existe<br />
el fanatismo pero hay pocas<br />
creencias […]. El entusiasmo<br />
es en ellos un acceso febril;<br />
ya no nace en absoluto<br />
del estado habitual del alma,<br />
el gusto por lo positivo<br />
crece a medida que las dudas<br />
aumentan; el mundo entero<br />
acaba por ser un problema<br />
insoluble para un hombre<br />
que se aferra a los objetos<br />
más sensibles y termina por<br />
tenderse de bruces sobre<br />
el suelo, temeroso de que<br />
la tierra no venga también<br />
a faltar bajo los pies.<br />
Pocas descripciones podrían<br />
reclamar mayor vigencia. Ello<br />
prueba que no es necesario apoyarse<br />
en un escepticismo posmoderno<br />
para ofrecer una visión fidedigna<br />
de la realidad contemporánea.<br />
6. Las consecuencias<br />
de nuestra responsabilidad<br />
Hemos visto los grandes rasgos<br />
de la subjetividad civilizada; veamos<br />
ahora cuáles son los contenidos<br />
que dan carácter a esa subjetividad:<br />
No se puede negar, sin<br />
embargo, que no haya<br />
muchos sentimientos que<br />
se depuren. Así, el amor<br />
por la patria se vuelve más<br />
razonado, más reflexivo,<br />
la religión es mejor<br />
entendida por quienes<br />
aún creen en ella, el amor<br />
73
TOCQUEVILLE INÉDITO<br />
por la justicia se hace<br />
más ilustrado, el interés<br />
general se comprende<br />
mejor, pero todos estos<br />
sentimientos pierden<br />
en fuerza lo que ganan<br />
en perfección, satisfacen<br />
más el espíritu y actúan<br />
menos sobre la vida.<br />
El cuadro de la evolución histórica<br />
no es, pues, algo que haya<br />
de considerarse obligadamente<br />
compuesto por individuos particulares<br />
y separados, sino el despliegue<br />
de una sustancia que<br />
permanece igual a sí misma en la<br />
heterogeneidad de sus encarnaciones.<br />
Una sustancia capaz de<br />
mantenerse intacta bajo las apariencias<br />
nuevas y mostrarse, sin<br />
embargo, necesariamente teñida<br />
de matices variables. Dichos matices<br />
se diversifican en función<br />
del tiempo, de las condiciones<br />
de la vida, del modo o aspecto<br />
de ella que en cada porción de la<br />
historia alienta. La conciencia se<br />
hace “amable, sociable, sus pasiones<br />
se calman…”; todo indica<br />
la existencia de una transformación,<br />
no de una creación ex novo<br />
y sustantivamente inconexa con<br />
la forma anterior. La conciencia<br />
se adapta y muda, variando la<br />
intensidad y la combinación de<br />
sus aspectos, no se re-crea de la<br />
nada a cada instante, carente de<br />
vínculo con su predecesora o<br />
unida a ella únicamente por la<br />
memoria que el registro de la<br />
historiografía alimenta. Se trata<br />
de una ampliación de lo ya existente,<br />
de algo que se rebasa sin<br />
desaparecer, conservándose a pesar<br />
de haber perdido actualidad.<br />
La historia es, pues, una remodelación<br />
que la circunstancia imprime<br />
sobre la conciencia, remodelación<br />
especialísima tras la<br />
cual, manteniendo aquélla su naturaleza<br />
intacta, habilita no obstante<br />
vías que la expresan de otro<br />
modo.<br />
Con Tocqueville asistimos,<br />
ayudados además por su pasmosa<br />
sencillez expositiva, al desarrollo<br />
de la sustancia humana.<br />
Un desarrollo que es un desenvolvimiento,<br />
pero que sería ingenuo<br />
considerar lineal o sujeto a<br />
progresión uniforme.<br />
Lo que he dicho es suficiente<br />
para haceros comprender<br />
que en mi opinión no<br />
puede decirse de un modo<br />
absoluto: el hombre mejora<br />
al civilizarse, sino más<br />
bien que el hombre al<br />
civilizarse adquiere al mismo<br />
tiempo virtudes y vicios<br />
que no tenía: se vuelve otro,<br />
he ahí lo más claro.<br />
Esto es muy cierto y debe subrayarse<br />
convenientemente. El<br />
hombre cambia, se vuelve otro,<br />
tal es el quid de la cuestión: siendo<br />
otro no deja por ello de ser<br />
hombre, de ahí su continuidad;<br />
siendo el mismo, aparece no obstante<br />
dotado de rasgos anteriormente<br />
ocultos, he ahí la causa<br />
que origina la multiplicidad de<br />
sus manifestaciones.<br />
Es aquí, no en su filosofía de<br />
la historia, donde hay que buscar<br />
el relativismo de Tocqueville.<br />
Aquello de lo que no puede predicarse<br />
un carácter absoluto no<br />
es la humanidad de una conciencia<br />
que es y vive en la historia;<br />
de lo que en efecto se predica un<br />
carácter relativo es de la supuesta<br />
mejoría o avance de la civilización.<br />
Esa ganancia presunta sí<br />
debe ponerse en entredicho; ella<br />
es la que no puede comprenderse<br />
como una curva matemática<br />
de ascenso exponencial. La sustancia<br />
humana, la conciencia cuyo<br />
contenido se expresa bajo la<br />
forma de una determinada subjetividad,<br />
no experimenta sus variaciones<br />
produciendo una mejora<br />
monolítica. Al igual que la<br />
roca expuesta a la intemperie, la<br />
médula de su ser posee distintas<br />
cualidades, de modo que el trabajo<br />
de los elementos resulta en<br />
una talla irregular que sigue a la<br />
par que revela la diversa resistencia<br />
de aquello sobre lo que han<br />
actuado. Por ello, y nada más<br />
que por ello, podemos elucidar<br />
no sólo un significado y un sentido<br />
para la historia, sino comprender<br />
por qué ésta no resulta<br />
previsible, por qué se halla sujeta<br />
a la regresión y avance que sus<br />
oscilaciones implican. Por tal<br />
motivo, y he aquí el segundo<br />
punto divergente respecto de la<br />
dialéctica de Hegel, no nos está<br />
permitido señalar una teleología<br />
invariable o glorificadora en un<br />
movimiento cuyas fuerzas tampoco<br />
nos pertenecen por entero.<br />
Es preciso conservar un margen<br />
de serenidad en nuestro análisis<br />
apasionado de la historia, pues<br />
si bien es cierto que nos involucra,<br />
también lo es que rehúsa todo<br />
intento de apropiación monopolística.<br />
A este respecto, ya lo he indicado<br />
en otras ocasiones, la dialéctica<br />
de Tocqueville es una dialéctica<br />
a un tiempo más realista y<br />
más trágica que la de Hegel, pues<br />
en su caso no hay final feliz garantizado.<br />
Hegel discurre según<br />
una dialéctica de tres velocidades:<br />
cada tesis tiene su antítesis y<br />
ambas alumbran invariablemente<br />
alguna síntesis. El proceso se<br />
repite hasta alcanzar su culminación<br />
en aquel punto que resume<br />
y concita todas las tensiones, que<br />
anula y expresa al mismo tiempo<br />
todo movimiento, pues se compone<br />
de éste, de su contrario y de<br />
su resolución. En el caso de Tocqueville,<br />
la dialéctica tiene únicamente<br />
dos velocidades, esto es,<br />
la tesis tiene su antítesis, pero no<br />
hay garantía de consumación 16 .<br />
La fuerza que se orienta según<br />
un determinado derrotero se enfrenta<br />
a otra que le ofrece resistencia.<br />
El resultado de esa fricción<br />
mutua es un devenir que<br />
hace variar el tipo, dirección y<br />
potencia de las fuerzas, pero que<br />
en modo alguno permite augurar<br />
la consecución necesaria de algún<br />
punto de equilibrio. La historia<br />
en Tocqueville es un movimiento<br />
bajo permanente amenaza<br />
de inestabilidad. No es una<br />
superposición inexorable, sino el<br />
difícil logro de voluntades encontradas.<br />
Como en la relación<br />
epistolar, nuestra determinación<br />
da continuidad al discurso, pero<br />
no basta para garantizarlo; es preciso<br />
contar con la voluntad del<br />
otro y con la cooperación de las<br />
circunstancias. Es por ello que<br />
Tocqueville nos interesa. Su concepto<br />
de la historia no es sólo<br />
16 Agradezco a Eduardo Nolla los<br />
comentarios que me han puesto sobre<br />
esta interesante pista.<br />
más moderno, sino que nos hace,<br />
al margen de lo imponderable,<br />
responsables directos de lo que suceda.<br />
Y ello, lejos de constituir<br />
una pesada carga, se revela como<br />
la condición misma para hacer<br />
efectiva nuestra propia libertad.<br />
Por eso, teniendo en cuenta<br />
que la historia es otra forma de<br />
nombrar a la política, que la primera<br />
no es propiamente más que<br />
la dilatación que adquiere la forma<br />
diacrónica de la segunda, y<br />
sabiendo que ninguna buena política<br />
es posible sin algún tipo de<br />
atención a la ética, recuperamos<br />
aquí la condición por la cual ésta<br />
se hace necesaria para la historia:<br />
es claro que si la responsabilidad<br />
de ésta última nos incumbe ha de<br />
ser porque tenemos sobre ella el<br />
ascendiente y la capacidad moral<br />
que nos obliga a darle una forma<br />
acorde con nuestra dignidad. n<br />
Tomás Fernández Aúz es licenciado<br />
en Filosofía y Ciencias de la Educación.<br />
74 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
1La literatura bohemia es<br />
una literatura urbana por<br />
excelencia. Madrid, la capital de<br />
la nación, se constituye, desde<br />
mediados del siglo XIX, en el<br />
centro al que acuden muchos<br />
jóvenes de la provincia a la conquista<br />
de la gloria en el mundo<br />
de la literatura y de las artes:<br />
“La vida bohemia, como dicen<br />
los franceses, apenas se comprende<br />
en provincias, pero en<br />
Madrid ya es otra cosa; porque<br />
Madrid es el inmenso hospital<br />
donde se refugian todos los desheredados,<br />
todos los soñadores,<br />
todos los perdidos de España”,<br />
leemos al comienzo de El frac<br />
azul (p. 4), cuya acción se sitúa<br />
en 1854. Esta novela documenta<br />
ya una temprana aparición<br />
de la bohemia española, contrariando<br />
el consenso crítico actual<br />
de considerarla como un<br />
fenómeno tardío de fin y de<br />
principios de siglo.<br />
Comenzando con El frac<br />
azul, son varias las obras de tema<br />
bohemio escritas, paradójicamente,<br />
para instar al lector a<br />
que no escuche el llamado de la<br />
vida bohemia o se retire de ella,<br />
lo cual indica el atractivo que<br />
ejerció tal forma de vida sobre<br />
muchos jóvenes letrados: “Dichoso<br />
yo, si alguno al leer estas<br />
ligeras páginas puede sacar de<br />
ellas el fruto que sacó mi amigo<br />
Arturo retirándose a tiempo”,<br />
leemos en la citada obra de Pérez<br />
Escrich, y en otras más narraciones<br />
o piezas teatrales bohemias<br />
se repite el llamado. Sin<br />
embargo, este moralizante “menosprecio<br />
de Corte y alabanza<br />
de aldea”, en un tiempo en que<br />
la urbanización ha ganado ya la<br />
batalla, tiene hasta un efecto<br />
contraproducente: novelas como<br />
El frac azul o, posterior-<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
mente, las de Carrere, más que<br />
desanimar, atrajeron a la capital<br />
a muchos jóvenes aspirantes a la<br />
gloria literaria. Y allí se quedaron<br />
viviendo en –y escribiendo<br />
sobre– La calle de la Amargura,<br />
engrosando las filas de la poetahambre,<br />
sobre la cual, y con tanto<br />
denuesto se ceba la crítica.<br />
Aun algunos de los pocos que<br />
se vuelven a su región, como el<br />
personaje Arsenio Bériz en Troteras<br />
y danzaderas, de Ramón<br />
Pérez de Ayala, siguen sintiendo<br />
el llamado de la ciudad: “Estoy<br />
desesperado. ¡Madrid, mi Madrid<br />
fascinador y canallesco!<br />
Compadéceme” (p. 411).<br />
Este Madrid o el “absurdo,<br />
brillante y hambriento”, para citar<br />
la más conocida definición<br />
de Luces de bohemia, encontró<br />
su expresión literaria en una serie<br />
de obras, en prosa, verso y<br />
teatro, de los propios bohemios,<br />
hoy olvidadas, pero que fueron<br />
precursoras de las dos que acabo<br />
de mencionar de Pérez de Ayala<br />
y de Valle-Inclán. El primer grupo<br />
de bohemios españoles aparece<br />
en El frac azul, con la particularidad<br />
de que los personajes<br />
bohemios de la novela son, asimismo,<br />
bohemios en la vida<br />
real: Florencio Moreno Godino,<br />
Roberto Robert, Antonio Altadill,<br />
entre otros, a quienes<br />
hallamos no sólo en los cafés y<br />
callejeando, sino también en las<br />
barricadas de la revolución de<br />
julio de 1854, secundando al<br />
Baudelaire de 1848, adelantándose<br />
al Rimbaud de 1870 y afirmando<br />
con esto la vinculación<br />
de la bohemia con el radicalismo<br />
político y/o social.<br />
Acompañando a estos personajes<br />
en su nomádico deambular,<br />
en El frac azul recorremos<br />
las obligadas estaciones de un<br />
ENSAYO<br />
EL MADRID DE<br />
LOS BOHEMIOS (1854-1936)<br />
VÍCTOR FUENTES<br />
periplo ciudadano que fija en<br />
nuestras letras la cartografía de<br />
la sociabilidad espacializada de<br />
los bohemios, emblematizada,<br />
muchas décadas después, por<br />
Valle-Inclán en Luces de bohemia.<br />
El recorrido se extiende<br />
desde la buhardilla al cementerio,<br />
pasando por un dédalo<br />
de calles, plazas, jardines, con<br />
sus altos en cafés y tabernas, librerías,<br />
redacciones de periódicos<br />
y prostíbulos, con su paso<br />
por la comisaría, cárcel y/o el<br />
hospital. Geografía de un Madrid<br />
abocado a la modernidad:<br />
capital de la nación y capital del<br />
capital, con todas las injusticias<br />
y abusos de un sistema que segrega,<br />
junto a una ciudad de lujo<br />
y ostentación, un Madrid<br />
“ciudad de la muerte”.<br />
La aparición de la bohemia<br />
está ligada a la desaparición del<br />
sistema del mecenazgo, lo cual<br />
convierte al escritor en productor<br />
de una mercancía, con valor<br />
de cambio, para un mercado poco<br />
receptivo a las mercancías del<br />
“espíritu”. En El frac azul se novela<br />
este fenómeno en relación<br />
con la sociedad española, ironizándose<br />
sobre ello en el capítulo<br />
‘Los tomates del señor marqués<br />
de Baldivia’ que concluye<br />
con la siguiente frase: “El marqués<br />
prefirió a la berzas sobre<br />
los versos de Elías” (p. 39).<br />
Ya en esta novela quedan fijadas<br />
la decoración urbana y el<br />
atrezzo de los bohemios, que se<br />
repetirán en la literatura de la<br />
bohemia por unos 75 años y<br />
que vuelven a rebrotar, dentro<br />
de las coordenadas del pastiche y<br />
la parodia de nuestro fin de siglo,<br />
en la reciente novela de<br />
Juan Manuel de Prada La máscara<br />
del héroe (1996). Por las páginas<br />
de la novela de Escrich en-<br />
tramos en las buhardillas, sotabancos<br />
y tabucos en donde malviven<br />
los bohemios (lugares situados<br />
en las calles aledañas a la<br />
arteria central de la calle de Atocha<br />
o en los barrios bajos alrededor<br />
de la calle del Avapiés), y<br />
en los cafés que frecuentan (el<br />
de Minerva y la Perla, en la calle<br />
de Atocha, abriendo la interminable<br />
lista de cafés madrileños<br />
que han pasado a las páginas de<br />
nuestra literatura y de los que<br />
hoy sólo quedan el Gijón y el<br />
Comercial); recorremos su itinerario<br />
callejero (las plazuelas de<br />
Antón Martín, del Progreso y<br />
las calles de sus alrededores, con<br />
sus tabernas, de cortinillas rojas,<br />
y sus cafetines), siguiendo<br />
su nomádico desplazamiento<br />
hacia el centro: la plazuela de<br />
Santa Ana, la Puerta del Sol, con<br />
las arterias de la carrera de San<br />
Jerónimo, la calle de Alcalá y sus<br />
cruces con las calles de Sevilla y<br />
la del Príncipe: es decir, el corazón<br />
del Madrid literario y artístico,<br />
desde mediados del siglo<br />
XIX hasta los años veinte de<br />
nuestro siglo. También ya en El<br />
frac azul aparecen los cronótopos<br />
de la cárcel, todavía entonces<br />
la del Saladero; el hospital,<br />
de San Carlos, y el cementerio;<br />
el cementerio general de la puerta<br />
de Toledo, donde es enterrada,<br />
Enrica, la Enriqueta o Mimi<br />
de esta novela, y lugares adonde<br />
se ven abocados tantos personajes,<br />
con sus autores, de la vida<br />
bohemia.<br />
Con la segunda promoción o<br />
generación de escritores bohemios,<br />
los de entre siglos, vinculados<br />
al decadentismo y al modernismo<br />
y con simpatías por el<br />
socialismo y el anarquismo, es<br />
cuando florece el Madrid bohemio.<br />
En aquellas fechas, alrede-<br />
75
EL MADRID DE LOS BOHEMIOS (1854-1936)<br />
dor de la del desastre del 98, en<br />
que la rebelión social, política y<br />
cultural está en alza, varios de<br />
aquellos escritores bohemios, de<br />
formación universitaria y vinculados<br />
a la política del republicanismo<br />
radical, sí lograron éxitos<br />
en el teatro (recordemos el de<br />
Joaquín Dicenta con Juan José, o<br />
el primer Benavente) y en el periodismo,<br />
donde los bohemios<br />
del grupo Germinal –Dicenta,<br />
Bark, Palomero, Delorme, Miguel<br />
Sawa, Manuel Paso y<br />
otros– tuvieron sus propios periódicos,<br />
como Germinal y Don<br />
Quijote, y ocupan, por unos meses,<br />
la dirección de El País. A<br />
instancias de París, donde muchos<br />
de ellos acuden (pensemos<br />
en Alejandro Sawa, quien convivió<br />
dentro del círculo de bohemios<br />
parisino, en torno a Verlaine),<br />
estos bohemios tuvieron<br />
hasta su propio barrio latino,<br />
el cual en la actualidad sigue<br />
teniendo una vida ciudadana activa,<br />
en medio de cierta decrepitud,<br />
aunque totalmente olvidada<br />
de su glorioso pasado bohemio.<br />
El barrio latino matritense,<br />
cantado como tal por Carrere<br />
en dos de sus poemas, se formó<br />
en torno a la Universidad, en la<br />
calle Ancha, de San Bernardo,<br />
y al laberinto de las calles adyacentes,<br />
a ambos lados de ella.<br />
Por un lado, su límite sería la<br />
calle de Amaniel y el entramado<br />
de calles entre ésta y la de San<br />
Bernardo o que la prolongan:<br />
San Hermenegildo, Travesía de<br />
Conde Duque, la de Reyes, la<br />
de la Manzana, San Ignacio, entre<br />
otras. Por otro lado, los límites<br />
serían las calles de Fuencarral<br />
y Hortaleza, extendiéndose a la<br />
del Barquillo, en sus zonas más<br />
distantes. Todo un entrecruzamiento,<br />
en precipicio, de calles,<br />
paralelas o diagonales a la de San<br />
Bernardo, con bajada por las de<br />
la Madera o de la Corredera,<br />
hasta llegar a las del Pez o de la<br />
Luna, y más abajo la de Ceres.<br />
Para volver a desembocar en la<br />
de San Bernardo o internarse<br />
por la de Jacometrezo, y bajar<br />
por las calles –Peligros, Carmen–<br />
para ir a dar a la Puerta<br />
del Sol y al centro o corazón ya<br />
aludido, que con su entramado<br />
callejero de cafés, teatros y librerías<br />
dieron sus luces a la bohemia<br />
de entresiglos.<br />
Aquella segunda promoción<br />
de bohemios, los de la bohemia<br />
santa, tuvo su principal radio de<br />
acción en este barrio latino madrileño<br />
que, en los años ochenta<br />
y noventa del pasado siglo,<br />
contó con una activa vida comercial,<br />
artesanal e intelectual<br />
en torno a la Universidad. Por<br />
aquel dédalo de calles (la de la<br />
Madera, del Pez, de la Luna, la<br />
Estrella) montan su ciudad letrada:<br />
redacciones de periódicos,<br />
imprentas y librerías, y también<br />
su ciudad de esparcimiento y<br />
placer con sus billares, cafés, tabernas<br />
y prostíbulos, éstos en calles<br />
como la de Ceres o de San<br />
Marcos. También solían extender<br />
sus bacanales a las plazas de<br />
Antón Martín y del Progreso<br />
y calles circundantes, donde<br />
abundaban las tabernas y los<br />
prostíbulos más baratos. A altas<br />
horas de la noche o de madrugada<br />
llevaban su nomadismo<br />
noctívago hasta la plaza de<br />
Oriente, y el obligado alto, con<br />
amago de suicidio, en el Viaducto,<br />
o a la Moncloa o al cementerio<br />
de la Sacramental, en<br />
los altos de Vallehermoso.<br />
La tercera promoción de bohemios<br />
históricos, la de entre la<br />
segunda década del siglo y los<br />
años veinte y de la República,<br />
ve ya su cartografía madrileña,<br />
social y geográfica, muy recortada.<br />
Pasada la época del maridaje<br />
del grupo bohemio con el republicanismo<br />
de aspiraciones socialistas<br />
(muy en baja tras la represión<br />
de la Semana trágica, de<br />
1909), constituido un nuevo tipo<br />
del escritor profesional (con<br />
las llamadas generación del 98,<br />
el 14 y el 27), los escritores bohemios<br />
aparecen confinados al<br />
extrarradio del campo literario:<br />
escritores como Pedro Luis de<br />
Gálvez, Alfonso Vidal y Planas,<br />
Armando Buscarini o Dorio Gadex<br />
son reducidos al papel de<br />
hampones literarios. Por otra<br />
parte, la geografía del Madrid<br />
bohemio sufre los embates de la<br />
modernización. La Gran Vía,<br />
como un transatlántico moder-<br />
nista encallado en las arterias del<br />
Madrid bohemio, deja a éste<br />
partido en dos y arrumbado. Los<br />
bohemios que sobreviven, los<br />
Pedro Luis de Gálvez, Vidal y<br />
Planas, Buscarini y Zaratustra,<br />
se refugian en los habitáculos,<br />
tabernas y prostíbulos que han<br />
sobrevivido al embate de la Gran<br />
Vía. Su radio de acción se centra<br />
ahora en las plazas de Antón<br />
Martín y el Progreso (que se ha<br />
vuelto contra ellos) y calles aledañas.<br />
Envueltos en sus capas y<br />
con sus pipas, tienen mucho de<br />
fantasmas de un mundo pasado<br />
o de conciencia acusadora de los<br />
nuevos escritores profesionales,<br />
hijos de señoritos, que han abandonado<br />
la vestimenta y la pipa<br />
bohemia por el jersey deportivo,<br />
el tabaco norteamericano, la<br />
raqueta de tenis y el automóvil.<br />
La taberna y el cafetín han dado<br />
paso al bar americano, y a los<br />
hoteles del Palace y el Ritz. De<br />
las buhardillas, cafés, redacciones<br />
y librerías del barrio latino<br />
madrileño, la ciudad letrada (reconciliada,<br />
ahora, la protesta literaria<br />
con el mercado editorial)<br />
pasa a la Residencia de Estudiantes,<br />
a la tertulia de Ortega,<br />
con su despacho de editor en<br />
plena Gran Vía, y a las aulas de<br />
los poetas profesores universitarios.<br />
Con todo, la noche madrileña<br />
sigue guareciendo en su<br />
seno a algún bohemio, asomándose<br />
ya sea a alguna plaza, taberna,<br />
prostíbulo o al Viaducto<br />
o al cementerio. Esta resaca de la<br />
bohemia es la que novela Juan<br />
Manuel de Prada, como una especie<br />
de homenaje –con todo lo<br />
que la parodia tiene de homenaje–,<br />
en La máscara del héroe,<br />
reviviendo “el malestar en la cultura”<br />
que se vuelve a sentir en<br />
este nuevo fin de siglo, y la insumisión<br />
frente al poder, especialmente<br />
el del mercado que<br />
también dicta las pautas de la<br />
creación.<br />
2 “No<br />
son las cosas las que<br />
tienen emoción, sino el<br />
tiempo que pasa por ellas”; con<br />
esta frase de Emilio Carrere como<br />
guía, evoco en esta segunda<br />
parte del ensayo la emoción que<br />
puede sentir alguien que vuelva<br />
a pasear hoy, un siglo después,<br />
por el conglomerado callejero<br />
del otrora barrio latino madrileño,<br />
reviviendo lo que fue en<br />
tiempos de la vida y obra de los<br />
escritores bohemios. Bajamos<br />
por la calle Ancha: “La calle Ancha<br />
/ de San Bernardo / tiene<br />
una fuente / con once caños”,<br />
cantaba la copla; y también era<br />
la calle de la Universidad, de las<br />
librerías, de los cafés y billares:<br />
“Una cosa aprendí, si no precisamente<br />
en la Universidad, en<br />
sus alrededores… Aprendí a jugar<br />
al billar… ¡Y no es floja la<br />
enseñanza que se desprende<br />
de unas bolas que ruedan por<br />
un tablero, como nosotros rodamos<br />
por el mundo!”, nos dice<br />
Antonio Palomero (Mi bastón,<br />
p. 161), quien, por otra parte, se<br />
calla que desde muy joven, en la<br />
década de los ochenta, y en<br />
compañía de los Sawa, Delorme,<br />
Manuel Paso y otros, alternando<br />
con el billar y con las<br />
modistillas, mantuvieron viva<br />
en la Universidad una protesta<br />
estudiantil que siguió manifestándose,<br />
en aquel mismo lugar,<br />
hasta los años cincuenta de este<br />
siglo; protesta iniciada con “la<br />
noche de San Daniel”, el 10 de<br />
abril de 1865, en la que debieron<br />
estar presentes algunos de<br />
los bohemios de la primera promoción.<br />
En la década de los noventa y<br />
a principio de siglo, en aquel<br />
barrio vivían las luminarias del<br />
modernismo y de la bohemia:<br />
Alejandro Sawa, en el callejón<br />
de las Negras, esquina con la<br />
travesía del Conde Duque;<br />
Francisco Villaespesa, en el número<br />
5 de la calle de Divino<br />
Pastor, esquina Fuencarral; Joaquín<br />
Dicenta, en la de la Madera;<br />
y Rubén Darío vivió en la<br />
calle Marqués de Santa Ana, “en<br />
un piso bajo con algo de cárcel<br />
y en ella ya Francisca Sánchez”.<br />
Por aquellas calles estaban las<br />
imprentas que daban a la estampa<br />
sus libros y las redacciones,<br />
y hasta los talleres de sus<br />
periódicos. En el 9 de la calle<br />
ancha de San Bernardo vio la<br />
luz El frac azul. “En un casa<br />
grande que se comunicaba entre<br />
estas dos callejuelas (Tudescos<br />
76 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85
y el Horno de la Mata) había<br />
una imprenta donde yo imprimí<br />
algunos libros”, nos dice Baroja;<br />
imprentas como las de Antonio<br />
Marzo, en la calle de San<br />
Hermenegildo, 10 duplicado, y<br />
luego en la de Pozas, 12, donde<br />
se imprimió la revista Arte joven,<br />
de la cual Picasso fuera director<br />
artístico. En el número 8<br />
de la calle de la Madera estaban<br />
la administración, redacción y<br />
talleres de El País, “diario republicano<br />
socialista”; en el número<br />
36 de la calle del Pez, y luego<br />
en la Corredera Baja de San<br />
Pedro, La democracia social,<br />
“órgano del partido demócrata<br />
social”. También se encontraban<br />
en aquellas calles los figones,<br />
tabernas, casas de comer y<br />
de dormir (como la tremebunda<br />
de Hans de Islandia, en la<br />
calle de la Madera, que reaparece<br />
en los escritos de Vidal y Planas<br />
y de Carrere), cafés y billares:<br />
La casa de Próculo, en la<br />
calle de la Cruz Verde; La Precisa,<br />
un figón en la calle del<br />
Barco; La Necesaria, otro, en la<br />
travesía de la Ballesta; Casa Pascual,<br />
en la calle de la Luna: “Café<br />
en la Corredera. / Nieve en la<br />
calle. El alma en primavera…<br />
Taberna de la calle de la Luna /<br />
refugio de los hombres sin fortuna”,<br />
escribe Alfonso Camín<br />
en Carteles. El café aludido se<br />
llamaba La Taza Ideal.<br />
Por aquellas (estas) calles se<br />
llegaba a la de Ceres (hoy de los<br />
Libreros), famosa e infame por<br />
sus prostíbulos. Es bien sabido<br />
cómo los bohemios, desde Baudelaire,<br />
se identifican con la<br />
prostituta, a la que consideran<br />
como el doble femenino del artista,<br />
obligado también, como<br />
ella, a venderse en el mercado;<br />
recordemos el verso Hetaira y<br />
poetas somos hermanos, de Manuel<br />
Machado. Serán los poetas<br />
de la tercera promoción de los<br />
bohemios, los Pedro Luis de<br />
Gálvez, Vidal y Planas y Buscarini,<br />
quienes más estrechan esta<br />
hermandad. Vidal y Planas santifica<br />
a la prostituta en su Santa<br />
Isabel de Ceres, pieza teatral de<br />
gran éxito en 1922. Carrere y<br />
Solanas también escribieron sobre<br />
las mujeres de la calle de Ce-<br />
Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />
res, aunque en términos menos<br />
santos: “Alguna, gorda y culona,<br />
tiene en los brazos redondos, un<br />
tatuaje: ‘Rachel y Lola. ¡Vivan<br />
las tortillas!”, escribe Solana<br />
(Obra literaria, p. 483); y Carrere,<br />
en su Barrio latino matritentese,<br />
recoge un jirón de la<br />
conversación entre Trini y La<br />
bien peinada: “–No me quiero<br />
morir en la calle de Ceres; cuando<br />
esté muy malita, llévame al<br />
hospital…”. Muchos de los bohemios<br />
también terminaron sus<br />
días en el hospital: recordaré<br />
aquí tan sólo a Pelayo del Castillo<br />
y a Delorme.<br />
Los bohemios sienten el dolor<br />
y el sufrimiento de “los olvidados”,<br />
que también ellos viven<br />
en carne propia. En sus nomádicos<br />
deambuleos nos han dejado,<br />
con sus pupilas de flaneurs o<br />
azotacalles, todo un testimonio<br />
del “Madrid, ciudad de la muerte”<br />
que fuera la capital española<br />
en la época de entresiglos y hasta<br />
entrada la década de los veinte:<br />
“El otro día, en Madrid, capital<br />
de nuestra sociedad democrática<br />
y cristiana, un obrero fue<br />
hallado exánime en mitad del<br />
arroyo… Y al llegar a la Casa de<br />
Socorro se murió por completo…<br />
Los médicos diagnosticaron<br />
que de hambre”, leemos en<br />
el dietario de Alejandro Sawa,<br />
Iluminaciones en la sombra<br />
(p. 143), y, poco más adelante,<br />
vuelve a saltar la misma imagen:<br />
“Murió de hambre. Un hermano<br />
nuestro ha muerto de hambre,<br />
en Madrid, en pleno día,<br />
sobre el empedrado de la calle”<br />
(p. 172); y entre ambas imágenes<br />
la de otro de los flagelos de<br />
la vida urbana de la época, un<br />
desahucio: “Va ya para un mes<br />
que, al pasar por la calle de la<br />
Manzana, un amontonamiento<br />
confuso de muebles y trapos,<br />
hacinados en el arroyo por manos<br />
trémulas que trataron, sin<br />
duda, de contener el desastre,<br />
me hicieron repentina y vagamente<br />
pensar en el rayo, en la<br />
inundación, en el vendaval…”<br />
(p. 153). La distribución de un<br />
rancho extraordinario en la calle<br />
de Amaniel le da a Sawa pie para<br />
trazar la topografía del Madrid<br />
de la miseria:<br />
“Venían unos del barrio<br />
de las Injurias, de Vallecas<br />
otros, de aquí y de allí, de<br />
muy cerca y de muy lejos,<br />
de las buhardillas, de la<br />
intemperie de los solares y<br />
de las cuevas, de todas<br />
las hondonadas y de algunas<br />
alturas: venían del país letal<br />
de la Miseria…” (p. 184).<br />
Aquellos bohemios, los Pelayo<br />
del Castillo, Sawa, Delorme,<br />
Manuel Paso, viven y mueren<br />
dentro de ese “país letal de la<br />
Miseria”, el cual –y para la mayoría<br />
de los ciudadanos españoles–<br />
era el del régimen oligárquico<br />
de la Restauración, régimen<br />
que impugnaron con sus<br />
vidas/muertes y sus escritos. Asimismo,<br />
herederos literarios del<br />
Víctor Hugo de Los miserables, y<br />
en su estela, hicieron suya una<br />
nueva poética de o desde la miseria:<br />
poética que estriba en ver<br />
que la altura humana, en la sociedad<br />
de la democracia, se alcanza<br />
en la fusión con “los de<br />
abajo” (título usado por Dicenta<br />
en uno de sus libros, años antes<br />
que éstos dieran nombre a la<br />
famosa novela de Mariano<br />
Azuela). Se trata de la filosofía<br />
literaria de una época, encarnada<br />
en la mitología histórica del<br />
hombre de abajo, como estudia<br />
Pierre Macheray (pp. 77-95),<br />
que encontrará su cenit en la<br />
pintura azul de Picasso y, en literatura,<br />
en Luces de bohemia y<br />
en la poesía de César Vallejo y<br />
de Pablo Neruda, o en el cine en<br />
Los olvidados, de Buñuel.<br />
Desprovista de esta filosofía, y<br />
de su poética aura azul, el Madrid<br />
de entresiglos de los bohemios<br />
que nos han descrito los<br />
escritores profesionales, como<br />
Pérez de Ayala o Pío Baroja, se<br />
nos presenta como de una desoladora<br />
sordidez: “De casa de la<br />
Alfonsa fueron a una casa de la<br />
calle del Horno de la Mata, de<br />
dos pesetas (leemos en Troteras y<br />
danzaderas)… A medida que se<br />
internaban por aquellos sombríos<br />
y fétidos senos de Madrid menudeaban<br />
los grupos de rameras<br />
de ínfima condición, apartadas<br />
de trecho en trecho, por socaliñar<br />
viandantes” (p. 378). Igual-<br />
VÍCTOR FUENTES<br />
mente, Pío Baroja, en 1935, al<br />
evocar aquel barrio recurre el título<br />
de Las calles siniestras. Tras<br />
mencionar las calles de “Mesonero<br />
Romanos, Jacometrezzo,<br />
Tudescos, Horno de la Mata, Silva,<br />
Abada, etcétera”, escribe:<br />
“No sé cual de estas calles<br />
tortuosas y siniestras se<br />
llevaría la palma en<br />
estrechez, en sordidez y en<br />
negrura. ¡Qué portales<br />
oscuros, donde no entraba<br />
nunca el sol! ¡Qué<br />
corredores! ¡Qué escaleras!<br />
¡Qué casas de huéspedes!<br />
¡Qué horrores!” (p. 816).<br />
Sin embargo, el agudo Baroja,<br />
quien, por otra parte, había<br />
convivido con los bohemios,<br />
también destaca, en 1935, que<br />
el Madrid saneado y agrandado,<br />
la cosmopolis capitalista, se ha<br />
desprestigiado, ha perdido su<br />
misterio (p. 817): “El misterio o<br />
los misterios de Madrid”, que sí<br />
supieron captar en sus vidas y<br />
en algunas de sus páginas los escritores<br />
bohemios. A partir de<br />
Valle-Inclán, y la escisión que<br />
hiciera entre el bohemio santo y<br />
el hampón, personificados respectivamente<br />
por Max Estrella y<br />
por don Latino de Hispanis, los<br />
escritores profesionales, al tratar<br />
de los bohemios, los identificarán<br />
con los hampones. Un ejemplo<br />
de esto lo encontramos en<br />
Cansinos-Assens, en su obra<br />
póstuma –y ¿manipulada?– La<br />
novela de un literato, con sus tres<br />
tomos supuestamente escritos<br />
entre los años cuarenta y cincuenta,<br />
en los que él vivían casi<br />
totalmente olvidado y en un<br />
“exilio interior” dentro de la España<br />
franquista de la posguerra.<br />
Cansinos-Assens, que nació a la<br />
literatura al calor de la bohemia,<br />
y quien en los años veinte escribió<br />
uno de los pocos artículos<br />
esclarecedores sobre ella, en sus<br />
novelas de un literato –y quizá<br />
para que no se confunda a éste<br />
con un bohemio– hace aparecer<br />
al bohemio como un leitmotif<br />
del ser degradado, relegado a<br />
una condición infrahumana.<br />
Sin embargo, a un nivel inconsciente,<br />
esto también pudiera<br />
ser un homenaje. Como lee-<br />
77
EL MADRID DE LOS BOHEMIOS (1854-1936)<br />
mos en la contraportada del tomo<br />
segundo, y respecto a los<br />
avatares de la época de entresiglos:<br />
“Sólo un tipo parece resistirse<br />
al cambio: el bohemio acosado<br />
por el hambre y la miseria,<br />
personaje ineludible de esta apasionante<br />
novela”. Y en los varios<br />
tomos de ella, como un guadiana<br />
de la literatura y de la bohemia<br />
española de la época, aparece<br />
este bohemio, encarnado<br />
principalmente en la figura de<br />
José Iribarne, Zaratustra. Primero<br />
nos lo presenta frecuentando<br />
los tupinambas en los alrededores<br />
de Antón Martín y viviendo<br />
en un tugurio de la calle de Tres<br />
Peces. Y en el tercer tomo de la<br />
novela, y ya en los años de la<br />
República: “Surge con su misma<br />
afición a vivir en chamizos y tugurios,<br />
y ahora se ha instalado<br />
en la calle de Cruz Verde, en un<br />
cuartucho realquilado de una<br />
casa absurda, viejísima, cuya escalera<br />
arranca del mismo portal,<br />
y cuyos inquilinos son esquineros<br />
y maleantes” (p. 305). Y más<br />
adelante concluye Cansinos: “Y<br />
allí en aquel cuarto sórdido, al<br />
lado de una mujer, vieja y fea,<br />
hace la impresión de esos hombres<br />
fracasados que pinta Picasso”<br />
(p. 307). Sin quererlo, nos<br />
da en esta frase la clave de aquellos<br />
bohemios, sintetizada ya en<br />
la pintura del periodo azul de<br />
Picasso, quien en su época madrileña<br />
fuera uno de ellos: el<br />
gran logro de fundir el arte y la<br />
literatura –y la vida misma de<br />
los artistas y literatos– con el dolor<br />
y la vida de aflicciones y carencias<br />
de los miserables, los de<br />
abajo, en solidaridad con ellos.<br />
En este contexto, el fracaso puede<br />
verse hasta como un triunfo,<br />
un triunfo sobre una sociedad<br />
crematística que, como vemos<br />
en este nuevo fin de siglo, ha<br />
ido supeditando –y en crescendo–<br />
casi todos los valores humanos<br />
y artísticos a las leyes del<br />
mercado.<br />
3 Si,<br />
y a modo de conclusión,<br />
bajamos por aquellos andurriales<br />
de lo que otrora fuera el<br />
pobre, pero honesto hasta en su<br />
deshonestidad, barrio latino matritense,<br />
nos encontramos con<br />
que la glorieta de San Bernardo<br />
ha vuelto a tener su fuente, aunque<br />
en lugar de nueve caños<br />
tenga turbiones de agua electrizada<br />
y reciclada. En la calle Ancha,<br />
la Universidad hace décadas<br />
que cerró sus puertas. Ya no hay<br />
ni billares ni cafés, aunque queda<br />
alguna que otra desolada taberna,<br />
donde siguen vendiendo<br />
el centenario bocadillo de calamares.<br />
Ha desaparecido la ciudad<br />
letrada, y con ella sus librerías.<br />
En la última, superviviente<br />
hasta anteayer, la librería Universidad,<br />
tras el cierre y en el escaparate,<br />
cuelga el letrero: “Se<br />
vende el local y la librería”. Como<br />
única panacea, y precisamente<br />
enfrente del portón de lo<br />
que fuera la Universidad Central,<br />
se alza una huella intrahistórica<br />
de aquella Atenas matritense:<br />
la sesentayochista librería<br />
Fuentetaja. Del entramado de<br />
callejuelas que, como riachuelos,<br />
bajan a dar al océano de la<br />
Gran Vía, hoy tan poluido, o a<br />
desembocar diagonalmente en<br />
la de San Bernardo, algunas de<br />
las calles, en las partes más altas<br />
(las de Malasaña o las de alrededor<br />
del hoy centro cultural<br />
Conde Duque), ha recobrado<br />
algo de su brillo artesanal y castizo.<br />
En otras calles semiderruidas,<br />
al igual que en las aledañas<br />
a las de la plaza de Antón Martín,<br />
la de hoy Tirso de Molina y<br />
la calle Lavapiés, está en efecto<br />
un plan de rehabilitación urbana.<br />
Es como si el Gobierno hubiera<br />
oído aquellas palabras de<br />
Baroja, quien al escribir de cómo<br />
la modernización acababa<br />
con el misterio del Madrid de<br />
“las calles siniestras” concluía:<br />
“Es muy posible que así como<br />
ahora se tiran las calles siniestras,<br />
con el tiempo se construyan<br />
para atracción de forasteros”<br />
(p. 819).<br />
Cuando nos adentramos en<br />
las calles-vertederos que confluyen<br />
en la Gran Vía –calles del<br />
Barco, Corredera Baja, la Ballesta,<br />
Tudescos, Estrella, Horno<br />
de la Mata, etcétera– volvemos a<br />
sentir en nuestro corazón el latido<br />
de la intrahistoria unamuniana.<br />
A espaldas de los honrados<br />
vecinos que se empeñan en<br />
mantener un ritmo cotidiano<br />
ancestral, el Madrid de “la mala<br />
vida y las calles siniestras”, ya<br />
sin su ciudad letrada y sus<br />
bohemios, prolifera por estos<br />
aduares tan estragados. “Los<br />
sombríos y fétidos senos de Madrid”,<br />
que describiera Pérez de<br />
Ayala, casi un siglo después, siguen<br />
pulsando asaeteados ahora<br />
por la mortífera droga. En las<br />
aceras y esquinas todavía pervive<br />
la imagen de la prostitución<br />
callejera descrita por Carrere:<br />
“Por la calle del Tesoro… Caían<br />
de hinojos, en las aceras, las<br />
princesas de la gallofa, con las<br />
greñas sueltas, las blusas abiertas,<br />
los pechos colgando, que<br />
por la santidad de aquella noche<br />
holgaban en su diario menester<br />
de vaciar faltriqueras y desbravar<br />
deseos” (La bohemia, p. 51);<br />
prostitutas, hoy, de diversas regiones<br />
del mundo, y sin sus poetas<br />
bohemios que entonen el<br />
“elogio de las rameras”. Los<br />
“bailes de chulos y rameras” de<br />
entonces se han transformado,<br />
por estas (aquellas) mismas calles,<br />
en sex shops.<br />
Al entrar en la callejuela del<br />
Horno de la Mata, recuerdo<br />
aquella “epigrafía callejera” o rótulos<br />
antiguos que Baroja evocara<br />
a propósito del Madrid del<br />
fin de siglo pasado: “Favrica de<br />
chocolate”, “Aqui bibeun colchon<br />
hero a destajo”… (p. 809).<br />
Alzo la vista y en el portal cerrado<br />
de una de las casas medio desahuciadas<br />
tropiezo con el siguiente<br />
letrero, escrito en papel<br />
blanco: “Por favor no hagan sus<br />
necesidades en el portal”. En un<br />
siglo ha mejorado la ortografía,<br />
pero no la higiene, aunque han<br />
desaparecido los bohemios,<br />
quienes (podríamos decir ya para<br />
acabar) se quemaron en la miseria<br />
y el alcohol en aras de una<br />
redención artística, social y humana<br />
todavía en espera de su siglo<br />
por venir. n<br />
Bibliografía<br />
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Nueva, Madrid, 1946.<br />
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CIAP, Madrid, 1931.<br />
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un literato, 3 vols., Alianza, Madrid,<br />
1982-1996.<br />
CARRERE, Emilio: Las mejores poesías<br />
de Emilio Carrere, CIAP, Madrid,<br />
1929.<br />
–– La bohemia galante y trágica, V. H.<br />
de Sanz Calleja, Madrid, 1920.<br />
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Taurus, Madrid, 1962.<br />
MACHEREY, Pierre: A quoi pense la litterature?,<br />
Presses Universitaires de France,<br />
París, 1991.<br />
PALOMERO, Antonio: Mi bastón y otras<br />
cosas por el estilo, Fernado Fe, Madrid,<br />
1915.<br />
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danzaderas, Castalia, Madrid, 1972.<br />
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(episodios de un joven flaco), Manini<br />
Hermanos editores, Madrid, 1864.<br />
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del héroe, Valdemar, Madrid, 1996.<br />
SAWA, Alejandro: Iluminaciones en la<br />
sombra, Alhambra, Madrid, 1977.<br />
Víctor Fuentes es profesor de Literatura<br />
en la Universidad de California de<br />
Santa Bárbara. Autor de Buñuel en México<br />
y La marcha al pueblo en las letras<br />
españolas 1917-1936.<br />
78 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85