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JAVIER TUSELL - Prisa Revistas

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SEPTIEMBRE 1998<br />

Directores<br />

Septiembre 1998<br />

Javier Pradera / Fernando Savater DE RAZÓN PRÁCTICA Precio 900 pesetas N.º 85<br />

JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />

La legitimación democrática del Fiscal<br />

TOMÁS<br />

FERNÁNDEZ AÚZ<br />

Tocqueville<br />

inédito<br />

ABILIO ESTÉVEZ<br />

Cuba y España<br />

<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />

El centrismo del PP:<br />

un sendero incierto<br />

ADAM<br />

MICHNIK<br />

Decálogo para<br />

periodistas<br />

VICENTE VERDÚ<br />

El siglo del consumo: el consumo del siglo


DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Dirección<br />

<strong>JAVIER</strong> PRADERA Y FERNANDO SAVATER<br />

Edita<br />

PROMOTORA GENERAL DE REVISTAS<br />

Presidente<br />

JESÚS DE POLANCO<br />

Consejero delegado<br />

JUAN LUIS CEBRIÁN<br />

Director general<br />

<strong>JAVIER</strong> DÍEZ DE POLANCO<br />

Director gerente<br />

IGNACIO QUINTANA<br />

Coordinación editorial<br />

NURIA CLAVER<br />

Maquetación<br />

ITALA SPINETTI<br />

Ilustraciones<br />

ENRIQUE FLORES (Badajoz, 1967), ha<br />

realizado diversos cursos de diseño<br />

gráfico. Utiliza técnicas muy variadas<br />

(mixta, acuarela, collage, tinta) y llena<br />

sus cuadernos de viaje con vivas<br />

imágenes fieles al color y movimiento<br />

original; se ha especializado<br />

en la ilustración de libros infantiles,<br />

de texto y de revistas.<br />

Tocqueville<br />

Caricaturas<br />

LOREDANO<br />

Correo electrónico: claves@progresa.es<br />

Internet: www.progresa.es/claves<br />

Correspondencia: PROGRESA.<br />

GRAN VÍA, 32, 2ª PLANTA. 28013 MADRID.<br />

TELÉFONO 91 / 538 61 04. FAX: 91 / 522 22 91.<br />

Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32, 7ª, 28013<br />

MADRID.TELÉFONO 91 / 536 55 00.<br />

Impresión: MATEU CROMO.<br />

Depósito Legal: M. 10.162/1990.<br />

Esta revista es miembro de ARCE<br />

(Asociación de <strong>Revistas</strong><br />

Culturales Españolas)<br />

Distribución: ÍTACA<br />

LÓPEZ DE HOYOS, 141. 28002 MADRID.<br />

Para petición de suscripciones<br />

y números atrasados dirigirse a:<br />

Edisa. López de Hoyos, 141. 28002 Madrid.<br />

Teléfono 902 / 25 35 40<br />

S U M A R I O<br />

NÚMERO 85 SEPTIEMBRE 1998<br />

EL CENTRISMO DEL PP<br />

<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong> 2 Un sendero incierto<br />

EL SIGLO DEL CONSUMO<br />

VICENTE VERDÚ 12 El consumo del siglo<br />

LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA<br />

J. GARCÍA MORILLO 15 DEL MINISTERIO FISCAL<br />

JACINTO PÉREZ IRIARTE 24 GLOBALES, LOCALES Y PERDIDOS<br />

LIBERTAD, LIBERALISMO<br />

AUGUSTO KLAPPENBACH 32 Y ABSTRACCIÓN<br />

EDUCAR PARA<br />

VICENÇ FISAS 37 UNA CULTURA DE PAZ<br />

EXIGENCIAS SOCIALES<br />

JOSÉ LUIS DÍEZ RIPOLLÉS 46 Y POLÍTICA CRIMINAL<br />

Medios de comunicación<br />

Adam Michnik 52 Decálogo para periodistas<br />

Narrativa<br />

Carlos García Gual 58 Vasili Vasilikós<br />

Literatura<br />

Abilio Estévez 60 Cuba y España: el mundo<br />

Historia De ‘demokratía’<br />

Ana Iriarte 63 a finales del II milenio<br />

Filosofía de la Historia<br />

Tomás Fernández Aúz 67 Tocqueville inédito<br />

Ensayo El Madrid de los bohemios<br />

Víctor Fuentes 75 (1854-1936)<br />

Casa de citas<br />

Mauro Armiño 79 J. J. Rousseau


“Ser de la izquierda es, como ser de la derecha,<br />

una de las infinitas maneras que el hombre<br />

puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto,<br />

son formas de la hemiplejía moral”.<br />

(José Ortega y Gasset)<br />

“La única garantía de paz interior en España<br />

es un centro fuerte que sirva a la vez de bloque<br />

de choque y de puente entre rojos y negros… No<br />

en vano se habla de la nave del Estado. Lo más<br />

avanzado de la nave, con lo que corta<br />

las aguas de la Historia es la proa. Y la proa<br />

no está ni a babor ni a estribor, sino<br />

en el centro. Estado sin centro, nave sin proa”.<br />

(Salvador de Madariaga)<br />

Hace no tanto tiempo las citas precedentes<br />

formaban parte del bagaje<br />

intelectual de un partido político<br />

español. De él ya desde más de media década<br />

no queda nada; tan sólo una cena<br />

anual de los ex ministros de los Gobiernos<br />

de aquella significación y un tardío banderín<br />

de enganche para el PP que su gestión<br />

de gobierno en muchos puntos ha<br />

desmentido. En su momento no fue fácil<br />

encontrar esas citas porque lo más habitual<br />

en la política española no ha sido la<br />

existencia de opciones de centro. A veces<br />

quienes las buscaban no eran afortunados<br />

y traían a colación las de algún insolvente,<br />

tan escaso era dónde elegir. En ocasiones<br />

las frases han tenido una larga fortuna.<br />

Por extraños vericuetos una de ellas, empleada<br />

en un Congreso de Unión de Centro<br />

Democrático (UCD), acabó en los labios<br />

del actual presidente del Gobierno,<br />

José María Aznar. Quizá los redactores de<br />

discursos no son tan abundantes.<br />

Pero la pretensión de que el Partido<br />

Popular (PP) sea de centro resulta, en<br />

gran parte, injustificada. Veremos por<br />

qué, y descubriremos que algunas de las<br />

razones que emplea la izquierda para afir-<br />

EL CENTRISMO DEL PP<br />

Un sendero incierto<br />

<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />

marlo tampoco se corresponden exactamente<br />

con la realidad. El PP es, en su núcleo<br />

decisorio, la derecha; pero no una derecha<br />

nostálgica o autoritaria, sino otra<br />

muy distinta, en muchos sentidos mejor,<br />

pero en otros, al menos, francamente discutible.<br />

Esa tertulia de ex ministros jubilados<br />

se peleó a menudo en el pasado y sólo se<br />

ha reconciliado definitivamente por el<br />

procedimiento de quitarse cualquier culpa<br />

acerca del triste final de la opción política<br />

a la que pertenecieron. Además, suelen<br />

coincidir en que la opción con la que se<br />

identificaron en el pasado carece de sentido<br />

en la actualidad. Lo atribuyen a razones<br />

objetivas que coinciden con las personales,<br />

pero las primeras resultan las más<br />

discutibles. El panorama político español<br />

está centrado pero todavía son los votos<br />

de centro los que deciden en última instancia.<br />

A menudo, ante el espectáculo de<br />

la política, se siente una cierta añoranza<br />

por el hecho de que no exista esta opción<br />

de manera más clara. En la vida pública<br />

las resurrecciones de difuntos son imposibles,<br />

pero las enseñanzas del pasado no<br />

debieran serlo.<br />

Lo que fue el Centro<br />

Ya que hemos empezado por esos distinguidos<br />

ex ministros que una vez al año se<br />

reúnen a cenar procuremos preguntarnos<br />

acerca de lo que en su día significó UCD,<br />

que desempeñó un papel tan importante<br />

en la transición.<br />

Empecemos por intentar la definición<br />

en sentido negativo, es decir, tratando de<br />

determinar lo que la UCD no fue. A pesar<br />

de lo mucho que se dijo en su momento,<br />

no se trató tan sólo de un grupo personalista,<br />

definido por la adhesión a un líder y<br />

arropado por el ejercicio del poder. La mejor<br />

prueba de ello es que en las encuestas<br />

anteriores a la elección de 1977 la mayor<br />

parte de sus electores no pedían tan sólo<br />

un dirigente, sino también que tuviera un<br />

partido tras de sí. Pero la prensa crítica<br />

con respecto a UCD durante la transición<br />

–y quizá también respecto a esta misma<br />

operación histórica– se dedicó a ningunear<br />

a Suárez como mejor procedimiento<br />

para descalificar a su partido. Lo hicieron<br />

los antiguos portavoces del poder dictatorial<br />

como Emilio Romero (que le llegó a<br />

denominar “milagro de Santa Teresa” porque<br />

nadie, proveniente de Ávila, había llegado<br />

a tanto siendo tan poco), pero también<br />

las más brillantes y recientes estrellas<br />

mediáticas que sólo llegaron a descubrir<br />

sus méritos con el transcurso del tiempo.<br />

Suárez tenía limitaciones evidentes; y<br />

esta afirmación, tan frecuente en el pasado<br />

como inhabitual con el paso de los<br />

años, ha sido recogida incluso por sus<br />

propios colaboradores más cercanos.<br />

Quien le sucedió –Calvo Sotelo– ha llegado<br />

a escribir que tenía el “candoroso complejo<br />

del estudiante mediano”. Esas insuficiencias,<br />

que él mismo admitió en cualquier<br />

momento y que le sirvieron para<br />

cautivar a sus interlocutores, venían<br />

acompañadas también de sorprendentes<br />

virtudes. No sólo residían en determinadas<br />

habilidades que supo practicar durante<br />

un año fulgurante en que supo mantener<br />

suspenso el ánimo de los ciudadanos,<br />

eso que Maquiavelo considera rasgo esencial<br />

de cualquier príncipe. Lo importante<br />

no fue eso ni su capacidad para sortear las<br />

dificultades. Lo que quedará en el balance<br />

positivo de Suárez como personaje histórico<br />

son otras virtudes y capacidades de más<br />

enjundia, propias de un político democrático:<br />

talante liberal, capaz de establecer el<br />

diálogo con gentes de procedencia contraria;<br />

voluntad de guiarse por los intereses<br />

colectivos; conciencia humilde de lo que<br />

es el poder político; deseo de concordia<br />

que le llevaba sistemáticamente a evitar la<br />

confrontación gratuita; y voluntad tenaz<br />

de encontrar caminos de concordia. Todo<br />

2 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


eso puede resultar obvio, pero no lo era<br />

en 1976: ése es el mejor legado del Centro.<br />

Pero fue compatible con la existencia,<br />

al mismo tiempo, de graves defectos. Resulta<br />

toda una paradoja que Suárez, que<br />

hizo muy bien lo más difícil, fallara en lo<br />

más elemental: saber hasta qué punto era<br />

necesario un partido, guiarse por un ideario<br />

articulado y, en general, adaptarse a la<br />

vida política en una democracia, una vez<br />

llegado a ésta con un protagonismo personal<br />

indiscutible. Fue, al mismo tiempo,<br />

como dijo su sucesor en la presidencia, el<br />

“clavillo del abanico” en el seno de su partido<br />

y éste dejó de serlo en cuanto faltó.<br />

Calvo Sotelo, en cambio, reunía más con-<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

diciones para esa nueva etapa, pero probablemente<br />

careció de esa tenacidad que caracteriza<br />

al corredor de fondo en la vida<br />

pública y nunca fue capaz de aglutinar el<br />

conjunto de los electores de centro.<br />

Lo que importa es que éstos existían,<br />

que fueron tenaces en su actitud política,<br />

en el sentido de que la prolongaron en<br />

dos elecciones, y que aquella resultó algo<br />

original, nuevo y positivo en la política española.<br />

Se trataba de un electorado plural,<br />

interclasista (al menos uno de cada tres<br />

obreros industriales votó centro en 1977 y<br />

1979) y que denotó una considerable<br />

apertura para lo que era la mentalidad del<br />

momento. Según las encuestas hechas en-<br />

tonces, menos del 20% de esos electores<br />

hubieran aceptado que se les denominara<br />

“franquistas” (y eso sólo en sentido sociológico,<br />

más que ideológico) mientras que<br />

más del doble se reputaban a sí mismos<br />

antifranquistas. Lo nuevo en la tradición<br />

política española, sin embargo, es que el<br />

porcentaje más alto no admitía ninguno<br />

de esos dos calificativos para definirse a sí<br />

mismos. Mientras que algo más del 40%<br />

no hubieran votado nunca al puro continuismo<br />

del régimen de Franco, sólo el<br />

15% no se hubiera alineado en ningún<br />

caso con el PSOE. La propia clase dirigente<br />

del centro tenía bastante menos que<br />

ver con el franquismo que lo que se dijo.<br />

Sólo uno de sus ministros, Pío Cabanillas,<br />

lo fue con Franco y se vio obligado a dimitir.<br />

Sin aquellos que no habían estado<br />

hasta el momento en política, que habían<br />

pretendido reformar el régimen desde el<br />

interior o que estuvieron en la oposición<br />

moderada no se comprende la opción de<br />

centro. Sobre la pluralidad de procedencias<br />

de los parlamentarios de UCD se ha<br />

ironizado con frecuencia. La fusión, en<br />

apariencia extraña, de grupos diversos nacía<br />

de una coincidencia fundamental entre<br />

los reformistas más jóvenes del régimen<br />

pasado y quienes habían militado en<br />

una oposición que era inequívocamente<br />

demócrata, pero no socialista, y que querían<br />

una democracia acudiendo a procedimientos<br />

que evitaran traumas sociales. Lo<br />

que les unía era la coincidencia en el resultado,<br />

aunque no existiera en las procedencias.<br />

La transición no fue, ni mucho menos,<br />

obra exclusiva del Centro pero resulta<br />

difícil de imaginar qué hubiera podido<br />

hacerse sin él. Ahora se dice que ese gran<br />

proceso histórico fue la obra de la derecha;<br />

y esa afirmación es inaceptable o,<br />

cuando menos, muy matizable. Los procesos<br />

de transición hacia la democracia<br />

son el resultado de una tarea colectiva más<br />

3


EL CENTRISMO DEL PP<br />

que de una fuerza política concreta. Es<br />

cierto, sin embargo, que en ocasiones ha<br />

existido una fuerza política de centro-derecha<br />

capaz de darse cuenta que lo más<br />

conservador, a veces, es avanzar y no retroceder,<br />

reformar y no encastillarse en<br />

posiciones defensivas. Para ella vale la frase<br />

lampedusiana de que las cosas han de<br />

cambiar mucho para que sigan igual, entendiéndola<br />

en un sentido que excluye el<br />

cinismo. También merece ser recordada la<br />

frase de Cambó de acuerdo con la cual en<br />

España habría dos formas de ser anarquista:<br />

pedir lo imposible y retrasar lo inevitable.<br />

En esto último consistió la transición<br />

española a la democracia y, como tal, no<br />

fue obra de la derecha. Lo que la derecha<br />

en aquellos momentos deseaba era un<br />

cambio parcial que no hubiera dado lugar<br />

a una situación democrática sino una reedición<br />

de la apertura o de la liberalización,<br />

ambas cosas bastante distintas de la<br />

democracia. Gran parte de la derecha<br />

pensaba en una transformación tan sólo<br />

cosmética; y un sector importante no<br />

quería ningún cambio en absoluto.<br />

El Centro contribuyó de forma decisiva<br />

a hacerlo posible. Supo hacer eso que<br />

es tan difícil en un grupo político: tener<br />

en cuenta las razones del otro. Absorbió<br />

conflictos más que contribuir a multiplicarlos.<br />

Permitió, aun a trancas y barrancas,<br />

que el Estado y la Administración pudieran<br />

ser lugares de encuentro y no instrumentos<br />

para perseguir al adversario.<br />

Supo –a pesar de que en el Centro había<br />

quienes procedían de un partido único–<br />

distinguir entre interés de partido y bien<br />

colectivo. Practicó una política que siempre<br />

fue consciente no sólo de la alteridad<br />

–es decir, de que existían los demás–, sino<br />

también de la alternativa, es decir, que éstos<br />

acabarían sustituyendo a quienes ejercían<br />

el poder. Lo principal del centrismo<br />

fue un talante resumible en estas actitudes,<br />

más que un programa cerrado.<br />

Hubo también un cierto sustrato ideológico,<br />

más estable y sólido de lo que en<br />

aquella época se solía admitir. Nada más<br />

difícil que reducir a unas cuantas frases las<br />

divergencias internas en la fase final de los<br />

Gobiernos de UCD. En materias como regulación<br />

de televisiones privadas, divorcio<br />

o Universidad pública nada puede justificar,<br />

con una mínima perspectiva histórica,<br />

verdaderas disidencias intrapartidistas. Ese<br />

sustrato compartido fue el terreno común<br />

de los partidos democristianos, socialdemócratas<br />

y liberales en la etapa posterior a<br />

la Segunda Guerra Mundial. Permitía una<br />

oscilación entre sectores diversos, matices<br />

en muchas cuestiones y se basaba en com-<br />

patibilidades fructíferas entre principios<br />

complementarios. La economía de mercado,<br />

por tanto, había que calificarla como<br />

“social” y la unidad de España podía vertebrarse<br />

con voluntad respetuosa hacia su<br />

pluralidad. Basta con recordar, no ya lo<br />

que era la derecha de entonces, sino hasta<br />

qué punto el partido socialista –en especial<br />

hasta 1979– permanecía en una actitud<br />

radicalizada, en comparación con sus homólogos<br />

europeos, para justificar un protagonismo<br />

decisivo en la transición al centrismo.<br />

¿Qué acabó, entonces, con el Centro<br />

político en la política española haciéndolo<br />

quebrar como partido? Un primer factor<br />

que no se puede olvidar reside en la ofensiva<br />

a la que le sometió la derecha. Fue<br />

protagonista de ella, por supuesto, la<br />

Alianza Popular (AP) encabezada por Manuel<br />

Fraga, pero estuvo en la primera fila<br />

de esa ofensiva, incluso con más aguda<br />

beligerancia, la derecha social. El primer<br />

ataque entraba dentro de lo razonable,<br />

porque la lucha entre partidos debe darse<br />

por descontada. Por su parte el Centro<br />

mantuvo una política un tanto desnortada<br />

con respecto a la Derecha y, al final, eligió<br />

la peor fórmula imaginable: dar la sensación<br />

de cesión y acabar por enfrentarse a<br />

ella. Los resultados quedaron a la vista en<br />

octubre de 1982.<br />

Pero lo más grave residió en la ofensiva<br />

contra UCD de la derecha social, que<br />

fue mucho más incapaz de entender la situación<br />

política y resultó suicida a medio<br />

plazo. La visión que los responsables de la<br />

patronal española exhibieron en aquellos<br />

meses de 1981 y 1982 demuestra una ceguera,<br />

falta de sentido de la realidad e imposibilidad<br />

de pensar en el mañana realmente<br />

inconcebibles. Partiendo de la idea<br />

de la perversión de la política económica<br />

del Gobierno, como si no existiera una<br />

crisis mundial, los dirigentes de la patronal<br />

la calificaron de socialdemócrata y, en<br />

la exacta antítesis de lo que debía hacer<br />

una organización como la suya, se lanzaron<br />

a una propaganda antigubernamental<br />

que hubiera sido imprudente incluso si<br />

Trotski hubiera estado en el poder (y, en<br />

realidad, estaba allí un Calvo Sotelo).<br />

Aquello no parecía una organización profesional<br />

sino un partido, guiado por las<br />

más inexpertas manos. Recuerdo una<br />

anécdota que me parece significativa. En<br />

una reunión en que tomaban parte empresarios<br />

e intelectuales los asistentes observamos<br />

con perplejidad cómo el presidente<br />

de la Patronal, Ferrer Salat, se indignaba<br />

con el filósofo Julián Marías. La<br />

razón no tardó en descubrirse: había éste<br />

último hablado en términos laudatorios<br />

de Francisco Suárez, el filósofo y teólogo<br />

español del Siglo de Oro, y el máximo representante<br />

de los patronos españoles dio<br />

en pensar que ese apellido sólo podía corresponder<br />

a un –para él– detestable político<br />

español. Resulta peregrino que este<br />

tipo de gente se creyera capaz de adoctrinar<br />

a un Gobierno sobre el rumbo que<br />

debía seguir. Lo deterioraron gravemente<br />

y se pusieron a tiro para que un Gobierno<br />

de signo distinto, situado mucho más a la<br />

izquierda, pudiera hacer una política radical<br />

en materias económicas como la que<br />

prometió el PSOE en octubre de 1982 y,<br />

por fortuna para todos, no llevó a cabo<br />

luego. Todo esto debiera hacer recordar el<br />

abuso que representa esa tendencia de la<br />

derecha española a asimilar centro y derecha<br />

como si fueran una misma cosa,<br />

con guión entre los dos términos o incluso<br />

sin él.<br />

Pero tampoco se deben olvidar las<br />

propias culpabilidades a la hora de explicar<br />

la desaparición de UCD. Cabe preguntarse<br />

cuáles fueron las razones verdaderas,<br />

nacidas en la responsabilidad<br />

propia, por las que el proyecto de Centro<br />

naufragó. Y antes que nada es preciso empezar<br />

por aludir a las causas ficticias que<br />

en este caso han obtenido un éxito excepcional<br />

porque parecen diluir las responsabilidades<br />

o atribuirlas a razones demasiado<br />

fatales como para poder ser combatidas.<br />

Quien más duró al frente de una<br />

opción centrista, Suárez, suele hacer un<br />

vago e impreciso reproche a sus compañeros<br />

de aventura (que, en ocasiones más íntimas,<br />

convierte en dura condena); pero<br />

éstos acostumbran a decir que el Centro<br />

se esfumó por haber cumplido el propósito<br />

que le hizo nacer, es decir, por haber timoneado<br />

muy bien la transición hasta su<br />

final. Uno de los ex ministros centristas<br />

enuncia esta tesis de un modo muy expresivo:<br />

el Centro se disolvió simplemente<br />

como lo hace una compañía mercantil<br />

por el cumplimiento de su objeto social.<br />

La ventaja para quienes hacen esta interpretación<br />

es que se libran de toda responsabilidad<br />

y pueden seguir el rumbo que<br />

les resulte más conveniente, al mismo<br />

tiempo que disfrutan de las rentas de haber<br />

protagonizado una etapa histórica.<br />

Pero esa interpretación no se corresponde<br />

a la realidad. En ningún sitio estaba<br />

escrito que el Centro tuviera que desaparecer.<br />

Otros partidos que hicieron operaciones<br />

políticas semejantes no sólo<br />

perduraron sino que todavía existen en la<br />

actualidad. La democracia cristiana alemana,<br />

por ejemplo, ha sido capaz de lle-<br />

4 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


gar a la unificación del país en 1989. Lo<br />

que convirtió en cadáveres políticos o en<br />

marginales a los dirigentes centristas fue la<br />

falta de consenso interno y el fracaso a<br />

la hora de buscar procedimientos para articular<br />

sus diferencias. Nadie pensó en<br />

1982 en que se hubiera llegado al final del<br />

camino y, por tanto, estuviera bien separarse<br />

con una sonrisa y un apretón de manos.<br />

Lo que hubo fue pura y simple inconsciencia,<br />

tanto más culpable cuanto<br />

más alto estaba aquel que la exhibió. Se<br />

comprende, así, que se hayan tratado de<br />

esgrimir otras razones para explicar el resultado<br />

final. La verdad es que la inconsciencia<br />

es una falta infantil y poco justificable<br />

en gente de peso. Lo es mucho más<br />

cuando está acompañada por la virulencia<br />

en el enfrentamiento (ese “canibalismo feroz”<br />

que aparece en las memorias de otro<br />

centrista) y por la inanidad en las concreciones<br />

de la disputa o por la mediocridad<br />

de las peripecias personalistas. El conde de<br />

Romanones, el paradigma del político insignificante,<br />

escribió, en su Breviario de<br />

política experimental, que la pasión por la<br />

política es semejante a la sexual en el sentido<br />

de que resultaba siempre inextinguible.<br />

Tal juicio parece impensable en gente<br />

bienintencionada y de un respetable nivel<br />

como fueron los dirigentes centristas. Pero<br />

no hicieron otra cosa que reducirse a la<br />

condición de Romanones, con el grave inconveniente<br />

complementario de hacerlo<br />

en una inagotable agonía. Al menos el<br />

conjunto de los españoles extrajo de lo sucedido<br />

una importante lección: nada se ha<br />

perdonado menos que la estéril disputa en<br />

el seno de un partido.<br />

No se trata de la única lección. Quienes<br />

defienden la tesis de que el Centro<br />

fue liquidado por el cumplimiento del<br />

objeto fundacional tienen, al menos, una<br />

pequeña parte de razón. Durante la transición<br />

se produjo un proceso de moderación<br />

creciente en el seno de la política española<br />

y las posturas extremistas fueron<br />

desapareciendo poco a poco. El propio<br />

partido socialista constituye un buen<br />

ejemplo de ello. Se puede decir que en<br />

forma definitiva sólo quedó cumplido su<br />

proceso de moderación en 1986 cuando,<br />

con la incorporación a la OTAN y al<br />

Mercado Común, los socialistas españoles<br />

se homologaron con los europeos. Algo<br />

parecido sucedió en la derecha. La mejor<br />

prueba de ello consiste en que quizá la<br />

mitad de los nuevos votos adquiridos por<br />

la coalición presidida por Fraga en 1982<br />

procedieron de quienes decían haber optado<br />

por ella porque contenía también<br />

sectores que no procedían de la Alianza<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Popular de siempre. Las encuestas poselectorales<br />

lo probaron. Fraga, ya en 1979,<br />

lo intentó con Areilza y le acompañó un<br />

rotundo fracaso que le hizo pensar por<br />

vez primera en retirarse. Si lo logró en<br />

1982 fue porque el Centro se había pulverizado<br />

en todas las direcciones.<br />

Se pudo pensar, entonces, que la derecha<br />

iba a convertir en realidad una obsesión<br />

antigua, la de llegar a un bipartidismo<br />

que, en boca de Fraga, se había venido<br />

presentando desde 1979 como la forma<br />

patente de racionalidad política. Pero nada<br />

parecido sucedió. Con Fraga como piloto<br />

se demostró hasta la saciedad que su<br />

idea de la “mayoría natural” tenía dos inconvenientes<br />

graves: no era lo primero ni<br />

tampoco lo segundo. El voto de la Coalición<br />

Popular no creció en 1986. Fraga fue<br />

un imposible candidato a la Presidencia<br />

del Gobierno, mimado por el PSOE precisamente<br />

por intentarlo, pero condenado<br />

no sólo al fracaso sino también a promover<br />

a algunos políticos de dudosa valía<br />

(Verstrynge) o a convertir en cenizas a<br />

otros de talla indudable (Alzaga) con el<br />

agravante de hacerlos parecer culpables<br />

cuando en realidad fueron víctimas.<br />

Durante la fase final de la década de<br />

los ochenta se presenció otro proceso paralelo.<br />

A diferencia de UCD, el Centro<br />

Democrático y Social (CDS) fue tan sólo<br />

Suárez, acompañado de figuras de capacidades<br />

improbables; y así, se demostró, de<br />

forma definitiva, que la causa de sus males<br />

no venía de perversos terceros sino de sus<br />

mismas insuficiencias. La muerte del<br />

CDS no fue la consecuencia de que sus<br />

adversarios le hubieran comido el terreno.<br />

Como en el caso de UCD, se produjo una<br />

pulverización que, en este caso, no tuvo<br />

como origen la lucha interna, sino la incertidumbre<br />

estratégica y la superficialidad<br />

de principios. El diagnóstico real de<br />

Suárez como personaje histórico no puede<br />

olvidar esta reedición, en caricatura, de la<br />

anterior defunción del partido centrista.<br />

Con su característica lengua viperina –a<br />

menudo dirigida por una mente brillante–<br />

Calvo Sotelo aseguró que, al abandonar<br />

UCD, Suárez había dejado el espacio<br />

de Centro imposible para cualquier otro y<br />

difícil para si mismo. Si en 1986, para<br />

sorpresa de todos, se hizo un hueco electoral,<br />

en 1989 hubo, en su lugar, un puro<br />

y simple vacío. Otro lo vendría a ocupar<br />

ayudado por el hecho que el tercero en<br />

discordia –el PSOE– estaba demasiado<br />

paralizado por sus escándalos y peleas. Pero<br />

a ése recién llegado le costaron poco las<br />

cosas y apenas si tuvo que hacer un esfuerzo<br />

para alargar la mano hacia una bol-<br />

<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />

sa de votos sin dueño. Eran los de centro,<br />

entre ellos los de clases medias urbanas e<br />

ilustradas, decepcionadas por el espectáculo<br />

reciente del socialismo y con la urgente<br />

necesidad de encontrar un ejecutivo<br />

al que fuera posible respetar.<br />

No ser de centro<br />

Si la victoria electoral del PSOE en 1982<br />

se podía dar por supuesta, incluso en la<br />

magnitud que tuvo, en cambio resultaba,<br />

en principio, mucho más difícil de imaginar<br />

que su hegemonía parlamentaria durara<br />

tanto tiempo. Fueran cuáles fueran<br />

los merecimientos del PSOE (y todo hace<br />

pensar, por lo que conocimos después,<br />

que resultaron menores de los autoatribuidos)<br />

un papel decisivo en esta situación<br />

le corresponde a la oposición. Si Suárez<br />

dejó el Centro imposible para otros y<br />

difícil para sí mismo, algo parecido cabe<br />

decir de Fraga respecto de la alternativa al<br />

Partido Socialista. Con él era imposible<br />

ganar pero sin él sucedía lo mismo. Mientras<br />

fuera el candidato a presidir el Gobierno,<br />

el PSOE podía tener la seguridad<br />

de ganar mientras que la oposición debía<br />

conformarse con ser espectadora crítica,<br />

pero impotente. La derecha denunció que<br />

el PSOE parecía el Partido Revolucionario<br />

Institucional (PRI) mexicano pero<br />

ella, en realidad, se parecía al, durante<br />

tanto tiempo, minúsculo PAN (Partido de<br />

Acción Nacional), condenado a la oposición<br />

sempiterna. Los años ochenta no sirvieron<br />

para otra cosa que para amortizar<br />

valores objetivos de la derecha española y<br />

para darle a lo peor de la izquierda la impresión<br />

de que casi todo, en su comportamiento,<br />

podía serle tolerado. Tan evidentes<br />

parecen los fallos de esos años desde el<br />

punto de vista de la derecha que Fraga, en<br />

la actualidad, se limita a atribuirse el mérito<br />

de haber gestado un partido que Suárez<br />

nunca llegó a organizar.<br />

Si eso es verdad, en cambio el actual<br />

presidente de Galicia de ningún modo<br />

puede atribuirse, como hizo en el pasado,<br />

la idea del Centro. La misma promoción<br />

de Aznar no significó ningún cambio; a lo<br />

sumo pudo empezar a serlo la breve etapa<br />

de Oreja. En lo único en que verdaderamente<br />

se apreció un cambio con la llegada<br />

a la cúpula del PP de Aznar fue en la inmediata<br />

desaparición de los vicepresidentes<br />

del partido. Y eso es lo más claro que<br />

se aprecia en la personalidad del actual<br />

presidente hasta el momento: sentido de<br />

dónde está el poder político y voluntad de<br />

tenerlo en las manos en su totalidad. Desde<br />

tan sólo unos meses antes de llegar al<br />

poder los dirigentes del PP insistieron en<br />

5


EL CENTRISMO DEL PP<br />

que eran de centro e incluso llegaron a<br />

utilizar alguna de las frases literales con las<br />

que se abre este trabajo. Ahora bien, ¿hasta<br />

qué punto ese deseo de identificación se<br />

corresponde con la realidad? ¿Se trata de<br />

una maniobra política, de un deseo sincero<br />

o del comienzo de un proceso con solución<br />

clara y previsible?<br />

Lo primero que hay que decir al respecto<br />

es que el PP, más que nada, representa<br />

una renovación generacional. Este<br />

dato significa algo mucho más decisivo<br />

que cualquier definición ideológica porque<br />

supone la respuesta global y omnicomprensiva<br />

de un grupo humano a todo<br />

un entorno con el que se enfrenta. Las<br />

circunstancias de esta nueva generación<br />

son, en primer lugar, temporales, es decir,<br />

nacidas del momento en que ha llegado a<br />

la vida pública. Se trata de personas para<br />

las que ya la democracia no ha sido una<br />

tarea a realizar sino un dato de la vida pública,<br />

para quienes las referencias culturales<br />

no son ya francesas sino anglosajonas<br />

(y quizá más británicas que norteamericanas,<br />

lo que explicaría la devoción por la<br />

Thatcher), que han visto en el momento<br />

de la primera madurez derrumbarse algunos<br />

mitos importantes, sin duda puntos<br />

de referencia para la generación anterior<br />

(1989 es la fecha de la renovación de la<br />

antigua AP, pero también de la caída del<br />

comunismo) y que, en fin, no habían adquirido<br />

un status profesional previo, como<br />

fue el caso de casi todos los protagonistas<br />

de la transición. Son, con mucha<br />

frecuencia, políticos “reduplicativos”, por<br />

así denominarlos, que a lo largo de su vida,<br />

todavía corta, se han dedicado en forma<br />

exclusiva a esa profesión. Eso les ha<br />

especializado tan sólo en generalidades y<br />

principalmente en el aprendizaje elemental<br />

de los recursos dialécticos para enfrentarse<br />

al adversario. No tienen complejos,<br />

pero tampoco inconvenientes excesivos<br />

en romper lo que en otros tiempos se habría<br />

considerado como el consenso de<br />

fondo que une a los partidos de una democracia.<br />

Son polémicos con respecto a<br />

la generación anterior: aseguran que los<br />

méritos de la transición a la democracia<br />

en buena parte les corresponden a ellos<br />

mismos, en cuanto que se sitúan en la derecha,<br />

pero apenas agradecen nada a los<br />

que en realidad la hicieron; y, en el fondo,<br />

tienen un rictus despectivo de cara a los<br />

antiguos centristas, como aquel que se<br />

suele emplear ante quien es demasiado<br />

blando o ambiguo (o quien no supo<br />

construir un partido). Quienes protagonizaron<br />

la transición no están en absoluto<br />

en el núcleo duro de la dirección del PP.<br />

La mayor parte de ellos está en la periferia<br />

decisoria, normalmente irrelevante, y muchos,<br />

convertidos en afiliados han pasado<br />

a ser amortizados en poco tiempo.<br />

Los dirigentes actuales del PP han<br />

configurado durante años una derecha de<br />

confrontación. Quien primero la practicó<br />

durante la transición fue Manuel Fraga y<br />

eso le sirvió para organizar un partido.<br />

Los jóvenes dirigentes del PP, por su parte,<br />

han vivido unas circunstancias que resultan<br />

óptimas para que consideren que la<br />

confrontación juega un papel imprescindible<br />

en la política. Interpretan que el desastre<br />

de la UCD se debió a una debilidad<br />

que nunca tuvo el PSOE; y, sobre todo,<br />

han pasado por la experiencia de una lucha<br />

política durísima en los años del declive<br />

socialista, con constantes escándalos<br />

que alimentaban la espiral de la violencia<br />

verbal, y, al mismo tiempo, una sensación<br />

de impotencia por no llegar a alcanzar un<br />

poder que sintieron con mucha frecuencia<br />

en la yema de los dedos.<br />

El hecho de que la apelación al centrismo<br />

se haya exhibido en la campaña<br />

electoral de 1996 no implica ni mucho<br />

menos que todos los dirigentes del PP la<br />

suscriban. Vidal Quadras, por ejemplo,<br />

inicia un libro suyo con una cita evangélica<br />

que dice lo siguiente: “Y serán reunidas<br />

delante de él todas las gentes y los apartará<br />

los unos de los otros, como aparta el<br />

pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá<br />

las ovejas a su derecha y los cabritos a su<br />

izquierda” (san Mateo). Se trata, por supuesto,<br />

de una boutade aunque a algunos<br />

les puede resultar algo bastante semejante<br />

a una blasfemia. Pero no se crea que este<br />

tipo de afirmación es circunstancial sino<br />

que incluso es el eje mismo de su texto. El<br />

centro sería, para él, una contradicción en<br />

sus propios términos, algo así como algo<br />

la virginidad lúbrica. “La derecha rebautizada<br />

como centro corre el peligro de vaciarse<br />

de contenido doctrinal”, nos asegura,<br />

porque “no hay que confundir moderación<br />

con pusilanimidad, objetividad<br />

con ambigüedad y diálogo con ganancia<br />

de tiempo a ver si se nos ocurre algo”. En<br />

definitiva, para él, “derecha e izquierda<br />

son términos que se excluyen entre sí y<br />

que agotan el espacio político” mientras<br />

que el centro es un intento inútil de escapar<br />

a esa exhaustividad dicotómica. Incluso<br />

llega a decir que “el centro es el nom de<br />

guerre de la derecha contrita”. Este género<br />

de planteamiento recuerda mucho al de<br />

un personaje político hoy olvidado y no<br />

hace poco fallecido, Barry Goldwater, en<br />

su día candidato en contra de Lyndon B.<br />

Johnson por la presidencia norteamerica-<br />

na. De él fue una frase suicida: que la<br />

moderación en la persecución del bien no<br />

era una virtud. Obtuvo unos resultados<br />

pésimos a pesar de una campaña intensísima:<br />

de él se dijo que parecía un perro<br />

con una lata atada a la cola; cuanto más<br />

se movía más ruido hacia la lata.<br />

Importa señalar que una cosa es que<br />

el PP sea una derecha de confrontación y<br />

otra que sea democrática. A mi modo de<br />

ver esto último lo es de forma inequívoca<br />

y yerran quienes, en la izquierda, sugieren<br />

en algún momento lo contrario. Nada tiene<br />

que ver el hecho de que muchos de<br />

quienes la protagonizan sean personas con<br />

conexiones familiares con el pasado –como<br />

asegura Alfonso Guerra– o que no<br />

exista una extrema derecha, como resultaría<br />

lógico, dadas las peculiaridades de<br />

nuestro país y los paralelismos con otros<br />

países europeos. Pero eso no es el Centro.<br />

Tanto las definiciones programáticas a la<br />

hora de enfrentarse a unas elecciones como<br />

ese género de libros que publican los<br />

líderes políticos –cuyo contenido se suele<br />

caracterizar por su vaguedad– revisten, en<br />

el caso del PP, un cierto aire centrista. Si<br />

se lee, por ejemplo, el libro de Aznar titulado<br />

La segunda transición se podrá objetar<br />

la calidad de los asesores que ha podido<br />

tener en determinadas materias (política<br />

exterior) o incluso el mismo título, pues<br />

un relevo electoral en absoluto reviste la<br />

misma importancia que toda una transición<br />

a la democracia. Sucede, sin embargo,<br />

que en ocasiones se plantea el problema<br />

de que quien dice querer ser de centro<br />

no siempre demuestra ni tan siquiera saber<br />

en qué consiste esta actitud. Aznar<br />

afirma, por ejemplo, que “el centro que<br />

representamos no fluctúa entre los extremos,<br />

sino que se sitúa permanentemente<br />

en el vértice del interés general” pero esta<br />

afirmación carece de sentido. ¿Quién determina<br />

con objetividad dónde está el interés<br />

nacional? Si se desciende a un nivel<br />

inferior al de Aznar todavía la claridad es<br />

menor. La diputada Ana Mato asegura,<br />

por ejemplo, que el PP “es el centro y<br />

punto” y que el centro es “buena gestión<br />

sin descuidar lo social”, entrecomillados<br />

que resultan idénticos a la pura vaciedad.<br />

Refiriéndose a UCD Aznar ha hecho declaraciones<br />

afectuosas pero que no testimonian<br />

particular sagacidad. Resulta, por<br />

ejemplo, muy dudoso que se pueda atribuir<br />

al partido de Suárez la capacidad para<br />

“mantener la ilusión democrática del<br />

país”, como aseguraba en su entrevista con<br />

Pilar del Castillo en Nueva Revista. Más<br />

bien fue su incapacidad en este terreno la<br />

que explica su derrota electoral en 1982.<br />

6 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


El problema con el que se enfrenta el<br />

liderazgo del PP a la hora de definirse como<br />

centrista nace de sus antecedentes y<br />

de su falta de experiencia del poder, pero<br />

existe también un factor estrictamente<br />

ideológico que juega un papel primordial.<br />

Radica en haberse alineado, de forma<br />

completa y excluyente, con una peculiar<br />

versión del liberalismo que se presenta como<br />

la única opción ideológica aceptable<br />

con exclusión de cualquier otra. Por razones<br />

de inserción de su grupo político en<br />

un contexto europeo el PP ha ingresado<br />

en su homónimo democristiano, pero lo<br />

ha hecho con tan poca satisfacción que en<br />

algunos de sus dirigentes se ha convertido<br />

en bastante explícita. El propio Aznar ha<br />

transmitido esa impresión al decir que<br />

percibió algo así como que le obligaban a<br />

hacerse un “análisis de sangre” para medir<br />

su pureza doctrinal. En cuanto a Vidal<br />

Quadras, lo dice con su característica voluntad<br />

provocadora: no tiene el menor reparo<br />

en airear su incomodidad al sentarse<br />

al lado de un socialcristiano. Da la sensación<br />

que, para los dirigentes del PP, el liberalismo<br />

proporciona la adecuada dosis<br />

de modernidad que compensa la significación<br />

derechista en muchos otros terrenos.<br />

Pero, ¿qué liberalismo es éste? Lo primero<br />

que hay que decir es que resulta<br />

muy confuso con respecto a sus raíces.<br />

Toda opción política se reconoce en momentos<br />

precedentes y elige pensadores y<br />

políticos en el pasado como referencia justificativa<br />

y para construir el futuro. Aznar,<br />

por ejemplo, afirma que la Restauración<br />

fue “un período de libertades, constitucionalismo<br />

y parlamentarismo”, afirmación<br />

que es cierta pero que debe de forma inmediata<br />

ser completada con el recuerdo<br />

de que aquél no fue un régimen democrático.<br />

De ahí deriva el interés que el Gobierno<br />

del PP ha mostrado por la conmemoración<br />

del centenario de la muerte de<br />

Cánovas, sin duda justificado, pero que<br />

en ocasiones da la sensación de derivar a<br />

interpretaciones políticas desafortunadas.<br />

En un libro, escrito por José María Marco,<br />

que ha revestido los caracteres de oficioso<br />

por la presentación que de él hizo el<br />

propio Aznar, se ha presentado a los intelectuales<br />

de la generación del 98 como peligrosos<br />

profetas que pusieron en peligro<br />

las instituciones liberales, como si éstas,<br />

además de ser óptimas, no necesitaran ulterior<br />

perfeccionamiento. Incluso si el<br />

moderantismo del siglo XIX, Cánovas y la<br />

transición pudieran ser enmarcados, de<br />

manera genérica, en esa tradición liberal<br />

ni fueron lo único en ella ni cabe atribuir<br />

a esos periodos o personas la impecabili-<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

dad o la intachabilidad. Más absurdo aun<br />

es vincular a la derecha española con Azaña,<br />

un excelente intelectual pero discutible<br />

político que en cualquier caso se situaría<br />

en la izquierda y cuyo liberalismo tiene<br />

como rasgo esencial un marcado intervencionismo<br />

estatal cuando el PP se sitúa en<br />

las antípodas de esa actitud.<br />

Lo que significa el liberalismo del PP<br />

tiene poco que ver con ese pasado. La pista<br />

acerca de sus orígenes nos la proporciona<br />

Vidal Quadras cuando habla de la “escasa<br />

simpatía de la derecha por el principio<br />

de igualdad”. La derecha sería, según<br />

él, “el conjunto de ideas y actitudes que<br />

derivan de la elección de la libertad negativa<br />

como objetivo moral primordial”. Se<br />

entiende como “libertad negativa” el principio<br />

de no intervención del Estado en el<br />

terreno económico, pero también social;<br />

en general la libertad negativa consiste en<br />

no constreñir o prohibir. Ahora bien ésa<br />

es, sin duda una versión reduccionista del<br />

liberalismo, muy relacionada con la política<br />

llevada a cabo por Reagan y por Thatcher<br />

durante los ochenta. A este respecto<br />

conviene no olvidar la importancia de las<br />

ideas en la política diaria. Como escribió<br />

Keynes, a menudo les quitamos trascendencia<br />

pero “los locos instalados en el poder<br />

que oyen voces en el aire formulan<br />

ideas frenéticas tomadas de algún escritor<br />

anticuado”. A menudo quienes se presentan<br />

como políticos pragmáticos cuyas mejores<br />

virtudes residen en la capacidad de<br />

gestión son, en realidad, “esclavos de algún<br />

economista difunto”. Esto vale para<br />

los ultraliberales del PP que están todavía<br />

en ese mundo de los ochenta, en una derecha<br />

reactiva contra el socialismo y el estatismo.<br />

Es posible que tuviera sentido en<br />

otro momento pero que, al menos, resulta<br />

dudoso que lo tenga ahora. Si se lee Nueva<br />

Revista, una iniciativa editorial privada<br />

que inspira en gran medida al núcleo dirigente<br />

del PP e incluso se ofrece oficialmente<br />

como alimento intelectual para sus<br />

militantes, se observará una significativa<br />

identidad con este tipo de planteamientos.<br />

Abundan de manera especial en los<br />

aspectos relativos a la política económica:<br />

números enteros aparecen, por ejemplo,<br />

dedicados al mercado y a su ética.<br />

El pensador que sirve de punto de referencia<br />

a esta revista y a los ultraliberales<br />

en general, más que Popper, que aparece<br />

citado de vez en cuando, es Hayek. Se<br />

comprende que así sea, porque Popper, en<br />

realidad, es un autor que resulta interpretable<br />

desde la óptica socialdemócrata. Lo<br />

más trascendental en su pensamiento se<br />

refiere a la teoría del conocimiento. De<br />

<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />

ella se deduce su repudio a las interpretaciones<br />

omnicomprensivas, seudorreligiosas<br />

y totalitarias. Una derivación política<br />

de este planteamiento se plasma en una<br />

concepción minimalista de la democracia.<br />

Lo esencial en ella sería constituir un régimen<br />

que nos hace capaces de sujetar a<br />

quienes nos gobiernan. La democracia sería,<br />

por tanto, “el derecho a juzgar a los<br />

gobernantes” y de hacerles abandonar el<br />

poder periódicamente.<br />

En Hayek nos encontramos con una<br />

concepción distinta. Su Camino de servidumbre,<br />

publicado inmediatamente después<br />

de la Segunda Guerra Mundial, resulta<br />

muy revelador. Es un libro de un liberal<br />

angustiado por la existencia del<br />

deseo de seguridad de los seres humanos<br />

que tendería –según su opinión– a ser más<br />

fuerte que el amor a la libertad. Llegó, entonces,<br />

a presentar los tiempos recientes<br />

como un camino inevitable hacia el socialismo.<br />

La planificación de la economía<br />

vendría a ser algo así como una especie de<br />

monstruo o de hidra, siempre amenazador<br />

y nunca fácil de detener. Hayek, además,<br />

en el libro citado se refirió a las raíces socialistas<br />

del nazismo, aunque hubiera sido<br />

más oportuno denominarlas colectivistas.<br />

A la altura de cuando Hayek escribió su libro,<br />

resultaba tan evidente como irreversible<br />

la intervención del Estado en la economía<br />

y, más aun, aparecía en el horizonte la<br />

creación de un Estado de bienestar como<br />

resultado de una evolución lógica en el<br />

ideario democrático, en especial después<br />

del trance agónico que había pasado la<br />

Humanidad en guerra. Pero algunos no se<br />

dieron cuenta de ello: no sólo Hayek, sino<br />

también Churchill que, después de convertirse<br />

en un héroe combatiendo el nazismo,<br />

perdió las decisivas elecciones de<br />

1945 porque durante la campaña hizo una<br />

parecida identificación entre el nazismo y<br />

el laborismo. Mucho más modesto, Attlee,<br />

el líder laborista, fue consciente de que<br />

tras una guerra no se podía pensar en el<br />

puro retorno a la política de antes y que<br />

era necesario que la democracia conllevara<br />

importantes reformas sociales. Ganó las<br />

elecciones con una avalancha de votos que<br />

sólo se repetiría medio siglo después con<br />

la victoria de Blair tras una década marcada<br />

por la impronta de Thatcher. Aquellas<br />

reformas, sin embargo, no sólo las llevaron<br />

a cabo en 1945 los socialdemócratas, sino<br />

también liberales y democristianos, por lo<br />

que no se puede decir que esa fuera una<br />

conquista tan sólo de la izquierda moderada<br />

del periodo. El Estado de bienestar fue<br />

obra de todos y ha sido reivindicado también<br />

por todos.<br />

7


EL CENTRISMO DEL PP<br />

La excepción fueron (y son en la actualidad)<br />

los ultraliberales del tipo de Hayek.<br />

Su muy posterior libro titulado La fatal<br />

pretensión. Los errores del socialismo<br />

mantiene esa interpretación. Para él la única<br />

cooperación aceptable entre seres humanos<br />

es la que nace de la voluntad, el mercado<br />

y el capitalismo; el deseo de modificar<br />

las leyes económicas es “una pretensión intolerable”.<br />

“Justicia social es algo parecido<br />

a un fraude semántico, como democracia<br />

popular”, llega a decir. En la primacía que<br />

concede al liberalismo sobre la democracia<br />

–como si ambos fueran disociables en el<br />

momento actual– llega a proponer que las<br />

elecciones se celebren tan sólo tras periodos<br />

temporales muy largos y sin que las<br />

decisiones de los políticos tengan la posibilidad<br />

de afectar a lo que considera como<br />

reglas inmutables de la economía.<br />

Este género de interpretación ha tenido<br />

un éxito tardío en España. Cierto género<br />

de derecha española siempre ha considerado<br />

que el liberalismo económico (o<br />

lo que ella entendía por tal, que no es lo<br />

mismo) revestía todo el respeto que siempre<br />

merece la ciencia más exquisita. A estas<br />

filas se han sumado algunos antiguos<br />

izquierdistas que tienen la pretensión de<br />

justificar, así, un cambio de postura. Es<br />

dudoso que la hayan llevado a cabo: se<br />

trata de personas que mantienen posiciones<br />

de principio (cuasirreligiosas, en definitiva)<br />

y que permanecen en ese terreno a<br />

pesar de que pueda dar la sensación que su<br />

adscripción ha cambiado. En un nivel intelectual<br />

de mayor altura que el PP resulta<br />

interesante traer a colación la polémica<br />

mantenida entre el financiero George Soros<br />

y el escritor Mario Vargas Llosa. Mientras<br />

que el primero critica las limitaciones<br />

del mercado, el segundo, antiguo izquierdista,<br />

le responde como si se tratara de un<br />

peligroso intervencionista. La religión del<br />

mercado viene a ser, por tanto, para muchos<br />

la transfiguración de la antigua pasión<br />

revolucionaria. Curiosamente la caída<br />

del comunismo, al hacer desaparecer el<br />

adversario más evidente, ha acentuado el<br />

radicalismo en las interpretaciones de los<br />

ultraliberales. La juzgan como si hubiera<br />

supuesto no sólo la descalificación del totalitarismo<br />

comunista sino también de la<br />

socialdemocracia, destinada, por tanto, a<br />

desaparecer en el transcurso de muy poco<br />

tiempo. Suelen emplear la denominación<br />

“socialismo arrepentido” para referirse al<br />

que en los noventa ha vuelto a resurgir<br />

pujante en toda Europa. Sería mucho más<br />

coherente considerar que en el pasado<br />

existió un socialismo democrático que padeció<br />

un desvarío peligroso, ya superado.<br />

En un nivel inferior merece la pena<br />

referirse en unas líneas a lo que publicistas<br />

españoles influidos por este tipo de ideario<br />

dicen en folletos, libros y artículos.<br />

Tomemos, por ejemplo, a Lorenzo Bernaldo<br />

de Quirós. En lo que escribe, con<br />

pretensiones de ser verdad científica indiscutible,<br />

se encuentran afirmaciones como<br />

que los sindicatos no hacen otra cosa que<br />

reducir los salarios en la práctica, mientras<br />

que la justicia social carece de contenido<br />

en una sociedad abierta y representa “la<br />

nostalgia de la tribu”. El Estado y la Seguridad<br />

Social no solo carecen de respetabilidad<br />

sino que son “drogas”. El intervencionismo<br />

económico del Estado es también<br />

una forma de tribalismo y la<br />

progresividad fiscal debe ser evitada. El<br />

bienestar social no existe porque sólo es<br />

posible el individual. El Estado sólo debe<br />

atender a la defensa, el orden público y la<br />

estabilidad monetaria; no tiene, por tanto,<br />

ningún contenido social o redistributivo.<br />

La burocracia es una máquina onerosa cuyo<br />

fin social es tan sólo el progreso de los<br />

burócratas. Tanto entusiasmo antiintervencionista<br />

resulta curiosamente compatible,<br />

en buena parte de este ultraliberalismo<br />

(como en la mayoría del neoconservadurismo<br />

norteamericano) con una<br />

presencia de lo religioso que para otros<br />

debiera quedar restringido al ámbito de lo<br />

privado en la esfera pública. En Nueva<br />

Revista, por ejemplo, se puede leer un artículo<br />

de Paul Johnson proponiendo que<br />

“devolvamos su sitio a Dios, ahora que ya<br />

se acerca el milenio”.<br />

Lo curioso del ultraliberalismo es que<br />

constituye una inversión de lo mismo que<br />

él ha solido criticar en otros. Desde ese<br />

punto de vista resulta significativo comprobar<br />

que alguna de las objeciones más<br />

duras que se le han hecho no proceden de<br />

la izquierda, sino de una derecha capaz de<br />

aceptar para sí el calificativo de conservadora.<br />

Estos conservadores clásicos –por<br />

ejemplo, el teórico británico John Gray–<br />

consideran que el ultraliberalismo viene a<br />

ser una ideología más de la Ilustración,<br />

otra más de las concepciones que encuentran<br />

en una receta la solución a todos los<br />

problemas del mundo. Para ellos este género<br />

de nueva derecha niega la Historia y<br />

la vitalidad de las tradiciones culturales y<br />

parte de que el mercado por sí solo podrá<br />

coordinar y resolver todas las empresas<br />

humanas. Pero extender al mercado muchos<br />

campos de lo humano es inapropiado<br />

o contraproducente. Aplicarlo a terrenos<br />

como la cultura o el medio ambiente<br />

es un error que puede tener consecuencias<br />

graves e incluso irreversibles.<br />

Muchas de las propuestas del ultraliberalismo<br />

parten de la simplificación de<br />

los problemas exhibiendo como soluciones<br />

unos talismanes taumatúrgicos. El<br />

mercado, como todas las instituciones humanas,<br />

es imperfecto y perfectible, dicen,<br />

con razón, esos conservadores. El Estado<br />

mínimo, que proponen los ultraliberales,<br />

no sólo no es una tendencia actual, sino<br />

que resulta una propuesta, peor que carente<br />

de información, vacía de contenido.<br />

La sociedad civil misma puede ser debilitada<br />

por la metamorfosis del Estado en<br />

una especie de empresa; a menudo el verdadero<br />

problema consiste en recrear la ética<br />

del servicio público sin desmantelar el<br />

Estado. En su megalomanía, los ultraliberales<br />

suelen olvidar que el papel de la política<br />

no consiste en ofrecer soluciones instantáneas<br />

y milagreras sino que es una tarea<br />

desesperadamente humilde y de<br />

imaginativa improvisación sin fin. En el<br />

liberalismo, pensadores como Berlín resultan<br />

de mucha mayor actualidad que el<br />

paleoliberalismo derivado de Hayek.<br />

Concluyamos recordando que en España<br />

también desde las filas conservadoras<br />

ha existido un crítico acerado del ultraliberalismo,<br />

Miguel Herrero, una de las cabezas<br />

políticas españolas mejor amuebladas.<br />

Una frase suya reciente –“la señora<br />

Thatcher era muy de derechas y muy poco<br />

conservadora”– expresa de forma perfecta<br />

lo que se ha querido decir líneas<br />

atrás. De ahí que el resultado de la acción<br />

gubernamental de esa dirigente británica<br />

haya sido en muchos casos provocar una<br />

grave erosión en determinadas instituciones<br />

sociales de larga tradición y óptimas<br />

representantes de la llamada sociedad civil,<br />

de la que se proclama ferviente defensora<br />

la derecha, como son las Universidades.<br />

Un aspecto muy peculiar del PP como<br />

versión reciente de la derecha española<br />

es su peculiar propensión a la confrontación<br />

con los movimientos nacionalistas<br />

periféricos. Tras el resultado de las elecciones<br />

de 1996 esa tendencia no ha tenido<br />

otro remedio que desdibujarse, pero no<br />

hace tanto tiempo que el propio Aznar<br />

describía al PNV como “el pasado” y daba<br />

como realidad irreversible el “matrimonio”<br />

entre los catalanistas y el PSOE. En<br />

cualquier momento, en plena campaña<br />

electoral, puede repetir estas afirmaciones.<br />

Han sido principalmente dos autores que<br />

cuentan entre los preferidos por los dirigentes<br />

del PP quienes más se han esmerado<br />

en lanzar las más duras diatribas en<br />

contra de los nacionalistas. En una recopilación<br />

de artículos aparecida bajo el título<br />

Cuestión de fondo, Vidal Quadras atribuye<br />

8 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


al nacionalismo nada menos que algunos<br />

de los “mayores desastres de la Historia”.<br />

Desde el punto de vista intelectual sería<br />

un “producto inferior”, “una tosca malla<br />

de tautologías, tópicos sentimentaloides y<br />

retórica hueca”, destinada a alimentar las<br />

“bajas pasiones”. En la última versión de<br />

sus ataques no duda en emplear el adjetivo<br />

“totalitario” para calificarlo e incluso<br />

en predicar la desobediencia activa en<br />

contra de las disposiciones legales en materia<br />

lingüística. Antes, pero también en<br />

forma progresivamente airada, escribió<br />

cosas parecidas Federico Jiménez Losantos,<br />

mentor muy singular de la posición<br />

ultraliberal. Fracasado en su intento de<br />

crear un partido aragonés en Cataluña<br />

con los emigrantes de aquella procedencia,<br />

se apresuró a acusar a la izquierda catalana<br />

de abandonar la causa de la población<br />

castellanohablante. En los últimos<br />

tiempos ha avanzado en sus críticas hasta<br />

asegurar que en Cataluña se pretende reservar<br />

el catalán para lo público y el castellano<br />

para la vida privada. “La proscripción<br />

de la lengua española” no sólo promete<br />

un futuro totalitario para los<br />

catalanes, sino también bélico para otros:<br />

ése sería el destino de la Comunidad Valenciana,<br />

idéntico al de Bosnia. Los valencianos<br />

no parecen conscientes de tan aciago<br />

porvenir.<br />

Como en el caso del ultraliberalismo,<br />

también en esta materia se rompe una línea<br />

de continuidad del conservadurismo<br />

tradicional. En éste –en Herrero, por<br />

ejemplo– hay un respeto por las comunidades<br />

históricas y una defensa de su reconocimiento<br />

que Vidal Quadras considera<br />

puro “delirio” y retroceso de tres siglos en<br />

la Historia de España, sin darse cuenta<br />

que de este modo se identifica con el pasado<br />

centralista y castellanista. Por otro lado<br />

también en este punto es bien perceptible<br />

la tendencia a la confrontación del<br />

entorno dirigente del PP (y de sus apoyos<br />

intelectuales). Como es lógico les corresponde,<br />

si no una parte de la razón (que<br />

no la tienen y menos aun por el tono en<br />

que se expresan), sí, al menos, el modesto<br />

mérito de referirse a una cuestión importante,<br />

probablemente una de las más decisivas<br />

desde el punto de vista político que<br />

tiene España.<br />

Ser de centro<br />

En el panorama de la política española al<br />

que parecemos estar condenados se podría<br />

pensar que la opción de centro simplemente<br />

ha desaparecido por generalización<br />

de sus principios. En la práctica, sin embargo,<br />

por razones que hemos ya exami-<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

nado, el PP se sitúa más a la derecha. La<br />

ausencia de un partido de extrema derecha<br />

y la lógica penitencia que el partido<br />

socialista debe sufrir explican que esté en<br />

el poder, aunque con un margen de apoyo<br />

popular que dista mucho de ser confortable.<br />

La razón principal que permite al PP<br />

ejercer el poder y, al mismo tiempo, permanecer<br />

descentrado reside simplemente<br />

en la bonanza económica, una realidad<br />

que sólo parcialmente depende de él mismo<br />

y que, además, puede cambiar. Partiendo<br />

de esta ventaja lo lógico sería que<br />

el PP tuviera a su favor una distancia electoral<br />

en las encuestas mucho mayor que<br />

aquella de la que dispone.<br />

Quien, en cambio, resulta inequívocamente<br />

de centro es el elector español. Lo<br />

ha sido siempre; y en periodos de tiempo<br />

relativamente largos, como los que median<br />

desde el establecimiento de la democracia,<br />

la oscilación que ha experimentado ha sido<br />

pequeña. Ésta no es una declaración<br />

basada en meras impresiones superficiales<br />

sino un dato incontestable. Los sociólogos<br />

se sirven de un método para calcular hasta<br />

qué punto una sociedad es centrífuga o<br />

centrípeta: consiste en realizar encuestas<br />

pidiendo que los consultados se autoubiquen<br />

en una escala que va desde el 0 (extrema<br />

izquierda) hasta el 10 (extrema derecha).<br />

Desde 1976 el grueso de la población<br />

española se ha autoubicado entre el 4<br />

y el 6. En el momento de iniciarse la transición<br />

estaba un poco más cercana al 6 y<br />

en el que llegó el PSOE al poder se encontraba<br />

más próxima al 4; en los últimos<br />

tiempos coincide casi exactamente con el<br />

5. Una encuesta reciente situaba en este<br />

punto nada menos que al 35% de los encuestados,<br />

flanqueado por un 10% en el 4<br />

y casi otro tanto en el 6. Si agrupamos al<br />

conjunto de los españoles en una escala<br />

más reducida, con tan sólo cuatro posiciones<br />

ideológicas, resultaría que la izquierda<br />

sería el 8% del total, el centro-izquierda el<br />

20%, el centro casi el 45% y el 13% la derecha,<br />

algo menos de los que no saben o<br />

no contestan. Esto quiere decir que la lucha<br />

política en España –como en el resto<br />

de los países democráticos– se realiza estrictamente<br />

en el centro del espectro y no<br />

en otra parte.<br />

No sólo el electorado está en el centro<br />

sino que en él combaten los partidos para<br />

obtener la victoria en las urnas. Supongamos<br />

que todo el voto de centro-izquierda y<br />

de izquierda se unen, algo que en el momento<br />

actual resulta inimaginable: ni siquiera<br />

pondrían en peligro a quienes se situaran<br />

en el 5 de la escala. Un partido que<br />

fuese sólidamente de centro y que tuviera<br />

<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />

su principal adversario situado en la izquierda<br />

podría ser hegemónico en España.<br />

En la práctica algo parecido es lo que sucedió<br />

con el PSOE durante su etapa de gobierno:<br />

si se definía como de izquierda, al<br />

menos, gracias a Felipe González, penetraba<br />

en buena parte del electorado centrista.<br />

En el momento actual , si se pone en relación<br />

este género de encuesta de autoubicación<br />

política con el recuerdo del voto en<br />

las pasadas elecciones, se encuentran algunos<br />

datos de mucho interés. El partido que<br />

encuentra a su electorado más identificado<br />

con el centro es Convergencia, con un<br />

64%. Pero más interesante aun es el hecho<br />

de que el PP no penetra apenas en quienes<br />

se declaran como de centro-izquierda (un<br />

modesto 2%). Aunque más de la mitad de<br />

los votantes del PP se declaran de centro,<br />

esta misma adscripción es también la elegida<br />

por un tercio de los electores del PSOE.<br />

Éstos, además, prefieren mucho más<br />

–exactamente el doble– la autoubicación<br />

en el centro-izquierda que en la izquierda.<br />

El centro existe, por tanto, en la sociedad<br />

española. Como muy bien ha señalado<br />

Bobbio en las democracias nos encaminamos<br />

a una configuración del espacio<br />

político en un centro-derecha y un<br />

centro-izquierda entre los que las diferencias<br />

se basarán tan sólo en las prioridades.<br />

Pero en ocasiones esta regla general no parece<br />

cumplirse. El laborismo británico<br />

hasta la llegada de Blair a su jefatura –como<br />

con el PP español en la actualidad–<br />

proporcionan la impresión de que hay excepciones<br />

a esa regla. Resulta, por tanto,<br />

importante no sólo constatar la existencia<br />

del Centro sino también procurar definir<br />

en qué debiera consistir en términos de<br />

programa. La distinción no deja de tener<br />

importancia. Los perfiles de una posición<br />

de centro a menudo no pueden ser precisados<br />

por completo por quienes se sitúan<br />

en ella porque quien se sabe allí puede llegar<br />

a esta posición de un modo sólo reactivo.<br />

Resulta necesario hacer un examen<br />

de lo que es, aunque resurja, de modo espontáneo,<br />

en cuanto se plantean situaciones<br />

muy conflictivas.<br />

En primer lugar, la postura de Centro<br />

mira con muchas reservas las sucesivas<br />

modas ideológicas. A poco que se haya vivido<br />

la experiencia de la vida pública e intelectual<br />

cualquiera ha podido percibir la<br />

aparición y desaparición sucesivas de<br />

grandes palabras en las que se resumen<br />

idearios que prometen resolver problemas<br />

decisivos y luego resultan efímeras. Una<br />

de ellas fue, por ejemplo, “autogestión”.<br />

Tenía su origen inmediato en torno a<br />

1968 y en España apareció en la mayor<br />

9


EL CENTRISMO DEL PP<br />

parte de los programas de los partidos políticos<br />

cuando tuvo lugar la transición.<br />

“Autogestión” servía para definir cualquier<br />

sistema, desde el comunismo a la yugoslava<br />

hasta el FLN argelino (dos regímenes<br />

que, por cierto, han acabado en el nada<br />

glorioso espectáculo de sendas guerras civiles).<br />

En España, desde los maoístas hasta<br />

los carlistas utilizaron el término para tratar<br />

de ocupar espacio político. Hoy sabemos<br />

que ese término bienintencionado ha<br />

acabado en nada: ni siquiera ha sido objeto<br />

de aplicación y muchos de los que lo<br />

utilizaron lo hicieron para propósitos indignos<br />

de cualquier entusiasmo. Hoy las<br />

palabras mágicas son otras, como “mercados”<br />

(en plural) o “liberalismo”.<br />

La sucesión de modas en el escenario<br />

en las ideologías políticas afecta a la vida<br />

de millones de ciudadanos. Se presentan,<br />

de forma rotunda, como soluciones milagrosas,<br />

omnicomprensivas y casi religiosas;<br />

eso les quita la visión de la política como<br />

algo contingente, reformable y sujeto<br />

a controversia. Un pensador liberal de primera<br />

fila, Benjamin Constant, explicó hace<br />

siglo y medio las consecuencias: con este<br />

tipo de idearios “se inmolan los seres<br />

reales al ser abstracto”. Ni siquiera, en España,<br />

son capaces de estar al día de la última.<br />

El ultraliberalismo es una doctrina<br />

que estaba a la moda en otros sitios hace<br />

una década y no en la actualidad. Algo<br />

parecido sucedía en 1977 con la autogestión,<br />

de modo que ser progresista de anteayer<br />

no es una novedad sino una costumbre<br />

en España.<br />

Se puede pensar que todo eso son disquisiciones<br />

situadas en un lejano nivel de<br />

abstracción, pero no es así. Uno de los debates<br />

más importantes en el final del siglo<br />

XX se refiere a la crisis del Estado de bienestar<br />

y nadie podrá decir que se trata de<br />

una cuestión banal para millones de seres<br />

humanos. En este caso se puede percibir<br />

hasta qué punto las modas en los planteamientos<br />

políticos proporcionan esloganes,<br />

más que soluciones. Una receta apriorística<br />

consiste en pretender que el Estado de<br />

bienestar puede ser indefinidamente ampliado<br />

a costa de nuevos recursos. Para los<br />

ultraliberales el Estado-providencia es discutible<br />

desde su origen o resulta algo parecido<br />

a un astro muerto, como esas estrellas<br />

lejanísimas que nos envían su luz<br />

cuando ya han desaparecido; en ningún<br />

caso juzgan que tenga un fundamento<br />

moral. Sus planteamientos nacen de un<br />

individualismo radical; para ellos el individuo<br />

es un todo perfecto y solitario, para<br />

decirlo con la expresión de Rousseau. Para<br />

un centrista resulta inaceptable esta visión<br />

atomística del cuerpo social, la desaparición<br />

de toda dimensión colectiva de la vida<br />

y, por consiguiente, también la opinión<br />

ultraliberal acerca del Estado de bienestar.<br />

Otra cuestión es que no existen<br />

modelos eternos que lo configuren o que<br />

permitan su ampliación indefinida. Lo<br />

exigible en el momento actual es, en cambio,<br />

una redefinición del modelo. Ésta es<br />

una realidad que depende de datos demográficos<br />

objetivos por lo que la pura responsabilidad<br />

–que también es una virtud<br />

política– exige reformas. Pero no hay que<br />

darle una solución revolucionaria sino intentar,<br />

con imaginación y prudencia, una<br />

alternativa no radical. En el fondo eso es<br />

lo que han hecho la mayor parte de los<br />

Estados democráticos: reducir la oferta<br />

protectora del Estado y, al mismo tiempo,<br />

tratar de fomentar la responsabilidad individual<br />

y moderar la demanda por el procedimiento<br />

de reintroducir la solidaridad<br />

en la sociedad misma.<br />

En suma, en lo que yerra de forma espectacular<br />

el ultraliberalismo, enésima reencarnación<br />

de la derecha en el siglo XX,<br />

es en el diagnóstico de lo que ha sucedido<br />

en el mundo en los últimos años, especialmente<br />

en las cuestiones relativas a la economía.<br />

Hoy nadie pone en duda seriamente<br />

que el mercado sea el instrumento<br />

económico más eficiente y el resultado de<br />

las decisiones voluntarias de multitud de<br />

unidades autónomas. Pero la economía de<br />

mercado, del mismo modo que el liberalismo,<br />

“acabando por triunfar ha acabado<br />

de triunfar”, es decir, se ha convertido en<br />

una evidencia aceptada por todos. Este<br />

cambio de rumbo era necesario porque así<br />

lo exigía el exceso de intervencionismo de<br />

los poderes públicos, la elefantiasis estatal<br />

o el abuso de la sindicalización; pero convertirlo<br />

en una “revolución” carece de justificación.<br />

Los ultraliberales, sin embargo,<br />

exaltan la economía de mercado hasta disociarla<br />

del liberalismo político, como si<br />

constituyera una imprescindible etapa<br />

previa, cuando no resulta evidente que la<br />

primera provoque de forma necesaria el<br />

segundo. Pero, sobre todo, los ultraliberales,<br />

movidos por ese individualismo que<br />

ya ha sido descrito, parecen olvidar la solidaridad,<br />

consecuencia de la sensación de<br />

pertenencia a una comunidad cohesionada.<br />

Para cualquier persona con mentalidad<br />

de centro una sociedad no está compuesta<br />

tan sólo por individuos que se relacionan<br />

a través de los mercados. La<br />

compasión forma parte de la política; y<br />

los valores culturales compartidos son un<br />

decisivo instrumento de paz y progreso.<br />

La cuestión social sigue existiendo hoy,<br />

aunque revista unas características muy<br />

distintas del pasado porque hoy los desposeídos<br />

no son los proletarios industriales<br />

del pasado. Una sociedad dual, compuesta<br />

de parias y brahmanes, está enferma no<br />

sólo de insolidaridad sino también de<br />

inestabilidad.<br />

Lo curioso es que la derecha ultraliberal<br />

no sólo olvida lo social sino que la revolución<br />

liberal nació para garantizar la<br />

existencia de un mundo político que hiciera<br />

posible una esfera social autónoma.<br />

Para el ultraliberal lo que parece primar es<br />

la ausencia de normatividad ante el imperio<br />

de los mercados, mientras que para<br />

una persona de mentalidad centrista se da<br />

cuenta hasta qué punto carecen de sentido<br />

los furores estaticidas. Un centrista sabe<br />

que es imposible que el Estado haga<br />

todo; pero hace falta un Estado porque<br />

éste no es liberticida sino que constituye<br />

una condición para el ejercicio efectivo de<br />

la libertad. Frente a la demagogia antiestatista,<br />

es necesario recordar que el Estado<br />

no es sólo una necesidad sino una gran<br />

adquisición de la Historia del género humano<br />

sin el que no podemos construir<br />

nuestro futuro. Se trata de una construcción<br />

de la razón y de la experiencia que<br />

nos permite escapar a la ley de la jungla,<br />

que protege a los individuos y limita el<br />

poder de los fuertes sobre los débiles. Debe<br />

ser regulado, controlado y subordinado<br />

a valores más altos pero debe seguir existiendo.<br />

La demagogia contra él no oculta<br />

otra cosa que vacía ignorancia o impotencia<br />

reformadora, mientras que enfrentarse<br />

con la tarea de modificar sus estructuras<br />

es tarea esencial del fin de siglo.<br />

En los últimos años del siglo XX, en<br />

efecto, no parece caber la menor duda de<br />

que la democracia es el único sistema político<br />

que merece respeto desde el punto de<br />

vista intelectual y moral; pero también parece<br />

evidente que en su actual funcionamiento<br />

resulta profundamente insatisfactoria.<br />

Un ensayista francés ha descrito la<br />

situación como una auténtica “borrachera<br />

democrática” en que los poderes tradicionales<br />

de la democracia parecen haber sido<br />

sustituidos por otros –la prensa, los jueces…–<br />

mientras la vaciedad ideológica es<br />

el correlato de una propensión al puro<br />

usufructo del poder, aliado con la corrupción.<br />

Surgen, al mismo tiempo, adversarios<br />

nuevos como el populismo, que sustituyen<br />

la reflexión por la emoción efímera,<br />

como si la ducha escocesa o la vinculación<br />

por la personalidad carismática fueran la<br />

única solución frente al marasmo apático<br />

de la vida pública. Todavía es peor la alienación<br />

del ciudadano, esa sensación de<br />

10 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


grisura que le hace considerar que la política<br />

está lejana y es inalcanzable para cualquier<br />

protagonismo propio. La derecha,<br />

conservadora o ultraliberal, considera que<br />

estos problemas son irremediables o irrelevantes.<br />

El centro sabe que la democracia<br />

no se reduce a unas formas institucionales,<br />

sino que es sobre todo un impulso que periódicamente<br />

debe ser reinventado. La política<br />

de la nueva era democrática se dará<br />

cuenta de que es necesario gobernar y no<br />

mandar; de que el poder político es, por su<br />

misma esencia, limitado; de que cada día<br />

están más compartidas las soberanías; y de<br />

que es necesario dirigirse a todos en un<br />

momento en que las fidelidades de partido,<br />

clase o religión no mantienen siquiera<br />

una mínima estructura estable del voto.<br />

Un horizonte decisivo, en fin, con el<br />

que los españoles del fin de siglo se tropiezan<br />

a cada instante es la cuestión nacional.<br />

Dábamos por descontado el triunfo<br />

del cosmopolitismo y nos hemos encontrado<br />

con el retorno inesperado de la nación.<br />

En España una situación política especial<br />

y poco previsible ha convertido a<br />

los nacionalistas catalanes y vascos en factor<br />

decisivo para el mantenimiento de la<br />

estabilidad gubernamental, sea quien sea<br />

el partido en el poder. Esto les ha dado un<br />

poder considerable, pero también les ha<br />

convertido en diana inevitable de quien<br />

está en la oposición y en socio incómodo,<br />

por su carácter imprescindible y decisorio,<br />

de quien ejerce el poder. En el momento<br />

actual la insatisfacción se ha generalizado.<br />

Los partidos con implantación en toda<br />

España se sienten maniatados y los nacionalistas<br />

se preguntan si no se habrán equivocado<br />

desde los momentos iniciales de la<br />

transición al no haber pedido más, ya que<br />

nadie les agradece su contribución a la estabilidad.<br />

La insatisfacción reina entre los<br />

ciudadanos que no entienden más que limitadamente<br />

los “hechos diferenciales” y<br />

ven un horizonte de incomprensión generalizada,<br />

falta de límites en la reivindicación<br />

y de inseguridad en las competencias<br />

administrativas en el futuro.<br />

Una situación como ésa resulta óptima<br />

para que exista una peligrosísima espiral<br />

de demagogias. Se olvidan los aspectos<br />

más positivos de la transformación de la<br />

que ha sido capaz el pueblo español en un<br />

plazo corto de tiempo y se emplea la más<br />

gruesa artillería contra el adversario. España<br />

ha tenido el mérito de, en un plazo<br />

muy corto de tiempo, trasladar a municipios<br />

y autonomías un elevado número de<br />

competencias y recursos. El advenimiento<br />

de la democracia resultaba inconcebible<br />

sin un paralelo proceso de transformación<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

profunda de la organización territorial del<br />

Estado. En España se ha producido una<br />

excepcional redistribución del poder político<br />

en un plazo corto de tiempo y con<br />

ella hemos dado respuesta a los problemas<br />

de una sociedad muy plural. Partiendo de<br />

esa base se debieran redoblar los ejercicios<br />

de comprensión y evitar los de confrontación.<br />

Quien, como España, ha sido capaz<br />

de realizar ese prodigio de mesura –pero<br />

también de imaginación– que fue la transición<br />

puede ser capaz de lograrlo.<br />

A lo largo de las páginas precedentes<br />

creo que se ha demostrado que la derecha<br />

no es el centro y que una decisiva parte de<br />

los españoles pertenece a este último. El<br />

PP se vincula básicamente al mundo de<br />

una derecha clásica sobre la que se ha instalado<br />

un barniz ultraliberal que pretende<br />

modernidad y, en realidad, está bastante<br />

desfasado. No se ha definido ni articulado<br />

una posición alternativa de centro, más<br />

allá de comportamientos personales. Para<br />

ser de centro sería preciso que en el Gobierno<br />

Aznar estuviera mucho menos claramente<br />

escorado hacia una derecha clásica<br />

o ultraliberal y así no dependería, de<br />

forma tan exclusiva como hasta ahora<br />

mismo, del albur de la situación económica.<br />

En el centrismo muy a menudo no se<br />

nace pero con frecuencia se acaba llegando.<br />

Al margen de la utilización de eslóganes,<br />

al PP le queda mucho para arribar a<br />

ese destino, en el caso de que lo pretenda.<br />

El Centro habría que cultivarlo día a día<br />

más que enarbolarlo en las elecciones.<br />

En el examen de la posición del PP<br />

hemos tratado, sobre todo, de principios,<br />

no de estrategias, tácticas o cuestiones personales.<br />

La colosal paradoja de este partido<br />

es que, sobre un ultraliberalismo proclamado<br />

como doctrina única (nadie ha articulado<br />

nada semejante a una alternativa),<br />

se inscribe una actuación con ribetes de<br />

“ordeno y mando” y con un neto intervencionismo<br />

en lo que debiera ser campo de<br />

acción de la iniciativa privada que no sería<br />

hoy sustentada por los antiguos dirigentes<br />

de AP. En realidad, los talantes o las estrategias<br />

no serían otra cosa que una derivación<br />

obligada de esos principios, una vez<br />

señalado el rumbo en dirección al Centro.<br />

Si el PP perteneciera a él sabría que gobernar<br />

no es mandar; tampoco dar miedo.<br />

Ambas actitudes no demuestran autoridad<br />

sino insolvencia y complejo de inferioridad<br />

y, con el paso del tiempo, resultan,<br />

además, ridículas. Sería, además, consciente<br />

de que hay límites para el consenso pero<br />

también para la confrontación. Daría por<br />

supuesto que la sociedad civil no es el “inmediato<br />

tropel de los afines” (Ortega) y<br />

<strong>JAVIER</strong> <strong>TUSELL</strong><br />

que, por tanto, a veces da disgustos pero es<br />

peor tratar de someterla con el peso del<br />

Estado. Tendría asumida la mala noticia<br />

de que los pobres existen, aunque a veces<br />

aparezcan en la prensa menos que los tipos<br />

de interés. No pensaría en que el Estado<br />

mínimo sea posible y no dejaría de pensar<br />

nunca en la óptima cantidad y calidad de<br />

Estado. La furia estaticida de los ultraliberales<br />

encierra promesas incumplibles y evita<br />

las molestias de hacer reformas complicadas.<br />

Sabría que resulta imposible que<br />

nos pongamos de acuerdo en sentimientos<br />

nacionales, pero también que es posible levantar<br />

acta de coincidencias y complementariedades<br />

compartidas. No pretendería<br />

una política exterior de centro pero<br />

pondría en práctica ideas de centro para<br />

una política exterior y no sometería ésta a<br />

una desaforada sobrecarga ideológica.<br />

Y, sobre todo, habría constatado desde<br />

hace tiempo que el Centro es inevitable.<br />

Puede estar en la izquierda de la derecha;<br />

pero, si no sucede así, se encontrará en la<br />

derecha de la izquierda. Esta regla resulta<br />

tan obvia que casi no necesita prueba: acabará<br />

demostrándose en las urnas. n<br />

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generacional y cambio político”, en CLAVES DE<br />

RAZÓN PRÁCTICA, 66, octubre, 1996.<br />

VIDAL QUADRAS, Aleix: Cuestión de fondo, Montesinos,<br />

Barcelona, 1993.<br />

––: Amarás a tu tribu, Planeta, Barcelona, 1998.<br />

––: ¿Qué era? ¿Qué es? La derecha, Destino, Barcelona,<br />

1997.<br />

Javier Tusell es catedrático de Historia. Autor de<br />

La revolución posdemocrática (Premio Internacional<br />

de Ensayo Jovellanos).<br />

11


EL SIGLO DEL CONSUMO<br />

El consumo del siglo<br />

En los últimos tiempos, la política, la<br />

sociedad, la cultura, la creación han<br />

emigrado de sus significados tradicionales.<br />

Sigue existiendo la política, la sociedad,<br />

la cultura, la creación, pero cada uno<br />

de ellos ha perdido su antiguo contenido y<br />

funcionan dentro de un nuevo juego, cuyos<br />

signos remiten hacia otros significados.<br />

La política ha pasado de ser el cumplimiento<br />

de un proyecto ideológico a ser un<br />

simple asunto de gestión; la sociedad de<br />

ciudadanos se ha convertido en una comunidad<br />

de clientes, clientes de la votación<br />

política o clientela del consumo general; la<br />

cultura ha perdido su propia categoría para<br />

flotar en la superficie de la información,<br />

y el creador ha pasado de ser un demiurgo<br />

para convertirse en productor.<br />

Sucede como con el progreso en general<br />

que los reúne a todos: el progreso continúa,<br />

pero hemos perdido la idea de lo<br />

que es el progreso. Ni hay proyecto a alcanzar;<br />

ni plan humano que reúna a la colectividad<br />

en un afán conjunto. Este mundo<br />

sin rumbo al que se refiere Ignacio Ramonet<br />

en un libro reciente (Un mundo sin<br />

rumbo, Edit. Debate. Madrid,1997) es la<br />

confirmación de una nueva escena donde<br />

el valor de la creación pierde relevancia sin<br />

la rentabilidad de la producción y en donde<br />

las influencias entre cultura crítica y sociedad<br />

discurren por unas tangentes de<br />

complicidad o de fricción inofensivas.<br />

Dentro de esta nueva aureola de indiferencia<br />

sustancial, la cultura, la sociedad,<br />

la política y la creación flotan como ingredientes<br />

de un caldo donde, perdido uno a<br />

uno los sabores fuertes, los ingredientes se<br />

permutan, se calientan, se enfrían o se confunden<br />

en la inconsistencia del valor. Todo<br />

es hoy política, como todo es economía,<br />

todo es estética o todo es sexualidad. La estética<br />

se hace economía en las ferias internacionales<br />

del libro, en las galerías, en los<br />

taquillajes, en las colas de los museos,<br />

mientras la política se estetitiza en el espec-<br />

VICENTE VERDÚ<br />

táculo de la política, el mundo de los shows<br />

televisivos, el diseño de las campañas, el<br />

atrezzo de los Gobiernos y la imagen que<br />

cultiva el portavoz gubernamental. Igualmente,<br />

finalizada la economía política, sólo<br />

existe la política económica afianzada en<br />

la pornografía de la cantidad. Todo ello sobre<br />

una plataforma de obscenidad, ausente<br />

de secretos, transparente, expuesta al público<br />

como corresponde a un punto de extenuación<br />

de lo obvio, donde ya no hay<br />

misterio ni subversión que ocultar.<br />

12 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


En las actuales democracias modernas,<br />

todo debe estar a la vista, ser entendido y<br />

conocido, traducido masivamente en un<br />

alarde por enseñar que la democracia es<br />

igual a la comunicación absoluta.<br />

La comunicación, la fluidez entre categorías,<br />

la circulación, es requerida para<br />

el buen funcionamiento de los mercados<br />

financieros, pero también para toda producción<br />

material o cultural dentro de las<br />

mismas normas de globalidad que imponen<br />

la industria y el comercio integrados.<br />

Las aperturas de mercados, el abatimiento<br />

de las trabas y barreras nacionales, la convertibilidad<br />

de todas las monedas, la conmutabilidad<br />

de todos los espacios, la accesibilidad<br />

a todos los productos, el desbaratamiento<br />

de la intimidad, desde las<br />

revelaciones forzadas sobre lo íntimo a los<br />

voluntarios reality shows, todo debe ponerse<br />

a la luz, ante las cámaras, apto para<br />

ser calificado y facturado sin que el secreto<br />

interrumpa el tráfico general.<br />

¿La creación? Hasta hace unos años,<br />

con las vanguardias, con las dictaduras, la<br />

creación se oponía a la convención establecida,<br />

la política sospechaba de ella y la<br />

economía, con frecuencia, la expulsaba de<br />

sus dominios. El cambio ha sido radical y<br />

sustantivo. El artista como fuerza de provocación<br />

ya no provoca a nadie; no importa<br />

a qué punto lleve el paroxismo de su<br />

provocación. Más aún: llegado a un punto,<br />

lo que antes era subversión se convierte<br />

en nuevo espectáculo y el artista, más que<br />

introducir nuevos conocimientos, se ve<br />

forzado a producir sucesos o simulacros de<br />

sucesos. En lugar de subversión, la tarea<br />

consiste en la perversión.<br />

No hay prácticamente actividad artística<br />

en nuestro entorno que pueda socavar<br />

el poder. Y no por efecto de que el poder<br />

sea hoy más fuerte o legítimo, sino por haberse<br />

convertido en difuso y casi impalpable.<br />

Lejos de hallarse representado en un<br />

centro duro y distinto, el poder se ha alla-<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

nado subrepticiamente y se camufla en un<br />

laberinto de redes. Somos víctimas de un<br />

poder, pero no sabemos desde dónde nos<br />

acosa ni exactamente con qué. Su fuerza<br />

se ha metamorfoseado en una epidemia<br />

interna; su violencia en virulencia general,<br />

en nubes de virus que se cuelan desde los<br />

rayos catódicos, los ramajes de la informática,<br />

la seducción de los objetos o la interconexión<br />

social.<br />

El creador no encuentra resistencia<br />

definida a la que oponerse, realidad a la<br />

que vencer con su aporte de nueva realidad<br />

porque todas las barreras de lo real y<br />

lo irreal se han reblandecido y se ofrecen<br />

con indiferencia a ser manoseadas, recreadas<br />

una vez que pueden traducirse en productos<br />

de facturación virtual. Antes hablábamos<br />

de industrias culturales manipuladoras<br />

de la conciencia. Ahora esa industria<br />

omnipresente, indiscriminada, difuminada<br />

en las emisoras públicas y privadas, dispersa<br />

en los medios de comunicación, extraviada<br />

en la trasestética o en la transexualidad,<br />

se encuentra en todas partes y en<br />

ninguna. El sistema de producción cultural<br />

ha dejado de tener cabeza y pies para<br />

convertirse en un magma total donde flotamos<br />

o braceamos inmersos dentro de la<br />

misma sopa. La obra literaria, la nueva película,<br />

la serie de telefilmes, la exposición<br />

de pintura, se alinean en el bazar del “entretenimiento”<br />

en cuyo ámbito el autor es<br />

un productor de distracciones y el receptor<br />

un consumidor que olvida ya el último<br />

bocado de lo recibido para seguir metabolizando<br />

el siguiente menú, sin que su estatura<br />

crezca.<br />

Al artista se le reconocía la facultad de<br />

crear. Al autor, según la etimología de<br />

auctor, se le reconocía la fama de aumentar<br />

lo conocido. Ahora la tarea autoimpuesta<br />

no es aumentar el conocimiento y<br />

mucho menos transformarlo críticamente<br />

en energía. Lo decisivo no es crear o potenciar<br />

sino producir, y el mito no está en<br />

el saber mismo, sino en saber comunicar.<br />

¿Comunicar qué? Emociones, antes que<br />

ideas; impactos, antes que reflexiones; evasiones<br />

antes que compromisos. La creación<br />

ha semiabandonado la concentración<br />

en sus estudios y talleres de sedición para<br />

proyectarse sobre las pantallas de la seducción.<br />

Ni el autor puede ser ya lo que era ni<br />

los artistas-creadores tampoco. El consumo<br />

es hoy el rey de “La Creación”. La facilidad<br />

de lo consumible dicta hoy el movimiento<br />

de los “astros”; resucita estrellas<br />

extintas si todavía de su destello puede obtenerse<br />

la energía del reciclaje; enaltece estrellas<br />

enanas o traza la línea de los neutrinos.<br />

No importa de qué arte se trate, no<br />

importa de qué pintura se hable; sobre la<br />

última pincelada, sobre la última edición,<br />

domina la definitiva sanción del mercadeo<br />

que también en el arte reproduce el carácter<br />

de una nueva divinidad.<br />

Basta fijarse en los fines que guían la<br />

política de los museos. Desde mediados<br />

de los años ochenta, el problema de los<br />

patronatos que gobiernan los grandes centros<br />

museísticos del mundo no se encuentra<br />

en encontrar un buen director artístico<br />

sino un buen gestor. Aquél que, avezado<br />

en las condiciones del mercado, elija y<br />

prepare las exposiciones de mayor rentabilidad,<br />

elija a los arquitectos que construyan<br />

edificios más espectaculares, creen, en<br />

definitiva, colas de visitantes no importa<br />

si, como en repetidos casos, las salas de exposición<br />

se encuentran vacías de obras o el<br />

paso por ellas no lleve a los visitantes a<br />

otra cosa que al espectáculo de los visitantes<br />

mismos.<br />

El Neus Museum de Berlín ha sido diseñado<br />

con una disposición que permite a<br />

los turistas desembarcar del autobús, hacerse<br />

fotos frente a la fachada, pasear por<br />

las galerías, visitar la tienda y regresar al<br />

autocar, todo en 45 minutos.<br />

Los museos, considerados instituciones<br />

reverenciales para democratizar el ac-<br />

13


EL SIGLO DEL CONSUMO<br />

ceso a la cultura, han sido absorbidos por<br />

las técnicas del espectáculo y la teoría del<br />

parque temático, desde el Guggenheim de<br />

Bilbao hasta el Museo del Holocausto, en<br />

Washington DC.<br />

Como sucede en la industria del libro<br />

y del disco, los ejecutivos se encuentran<br />

por todas partes y deciden casi sobre cualquier<br />

cosa. La media del presupuesto para<br />

una película en Hollywood ascendió a<br />

unos 5.000 millones de pesetas el pasado<br />

año. Y cuanto más dinero hay en juego<br />

más entran en juego los empresarios y menos<br />

los directores o los guionistas. Con un<br />

elemento añadido: los ejecutivos intervienen<br />

también como creadores. Una buena<br />

proporción de ellos han asistido últimamente<br />

a cursos sobre estructura narrativa,<br />

ritmos de acción y técnicas para captar la<br />

atención en escuelas apropiadas. A partir<br />

de las fórmulas aprendidas, plantean objeciones<br />

o introducen variaciones sobre los<br />

proyectos. Los directores, como los guionistas,<br />

se resisten, pero acaban plegándose<br />

ante la complejidad de la estructura y<br />

aceptando al fin las recompensas económicas<br />

del sistema.<br />

¿Conocer? Toda la actividad artística<br />

con vocación creadora ha pretendido a lo<br />

largo de la historia producir conocimiento,<br />

de un lado, y comunicación, de otro.<br />

Desde el músico al escritor, desde el pintor<br />

al arquitecto genuinos, han albergado<br />

la ambición de descubrir algo y ofrecer ese<br />

plus al mayor número de gentes con la<br />

precisión más alta. El obsequio con el que<br />

se disponían a enriquecer la vida era un<br />

lote de belleza. Pero no de un lote de belleza<br />

al estilo de las cremas maquilladoras,<br />

sino una entrega estética y moral que basculaba<br />

entre la serenidad y la angustia, el<br />

equilibrio y el desafío. La evocación de estos<br />

postulados –los postulados de conocer<br />

y transmitir ese nuevo conocimiento– sigue<br />

reinando en el alma del buen artista<br />

(el viejo artista adolescente), pero ya muchos<br />

otros, aleccionados en la proclama de<br />

la venta, centellean en la hoguera del fin<br />

de siglo posmoderna, policéntrica y legitimadora<br />

del “todo vale” en un universo<br />

donde unos valores no han sustituido precisamente<br />

otros nuevos, sino donde reina<br />

la dispersión y fragmentación del valor.<br />

El mismo sistema de producción y<br />

distribución del arte ha superado ya a la<br />

existencia del arte mismo, y tanto la creación<br />

como el nombre del autor están pasando<br />

a engrosar el sumario de marcas;<br />

como las marcas de coches, de vinos, de<br />

vestidos. De esta manera, cuando un pintor<br />

o un arquitecto o un escritor encuentra<br />

una fórmula que estalla en resultados<br />

mercantiles, la repetirá hasta el hastío para<br />

procurar no extraviarse del capital que le<br />

concede su conquistada imagen de marca.<br />

Un Richard Meir es igual en el Museo de<br />

Arte Contemporáneo de Barcelona que en<br />

el Centro Cultural Getty de Los Ángeles;<br />

un Calatrava es tan igual a sí mismo que<br />

hasta los pequeños municipios le encargarán<br />

un paso elevado de peatones de 30<br />

metros con la ilusión de decorarse con el<br />

prestigio de su lujo internacional.<br />

Hay excepciones, claro está; pero no<br />

muchas. Puesto que los tiempos, los estilos,<br />

los objetos, pueden ser intercambiables<br />

(desde el minimalismo de Dan Flavin<br />

y Morris hasta la arquitectura tecnológica<br />

de Rogers, desde la estética de Kinari de<br />

Tadao Ando hasta el brutalismo de Sáenz<br />

de Oíza, desde las esculturas de Miguel<br />

Ángel a las sillas de Mendini), todo el gusto<br />

ha ingresado en la esfera de una ingesta<br />

rápida a la que ni siquiera sofrenan los reciclajes<br />

o los remakes.<br />

Efectivamente, la velocidad del consumo,<br />

la condición de lo efímero, la facilidad<br />

de aparición y re-presentación, se suman<br />

a los caracteres del presente discontinuo<br />

que definen el último segmento de la<br />

centuria. No hay apenas nada, en la política,<br />

en la ciencia, en las catástrofes naturales<br />

o en las artes que no pase con el fulgor<br />

del espectáculo. Y apenas hay algo que pese<br />

o haga ganar peso capaz de desequilibrar.<br />

El aparato digestivo del sistema productivo<br />

sigue la recomendación dietética<br />

del consumo de diuréticos y fibras para<br />

una eliminación fácil. A medida que se estrecha<br />

el tracto de esta centuria actúa con<br />

más eficacia la dinámica del teorema de<br />

Bernouilli, que hace pasar los fluidos con<br />

redoblada rapidez.<br />

El cine, los libros, las exposiciones de<br />

Zurbarán, Velázquez, las exposiciones de<br />

Cartier, las cenas sociales en el Metropolitan<br />

Museum, con o sin Gianni Versacce<br />

en sus salas, las antigüedades, las ropas<br />

orientalistas de Terry Mugler, las carteras<br />

de Botega Venetta, el tratamiento facial de<br />

Elisabeth Arden, el Beaubourg, Virgin, los<br />

nuevos FNAC de 8.000 metros cuadrados,<br />

Frank Stella, las joyas de Creperio<br />

Due, los zapatos de Brooks Brothers, Van<br />

Gogh, los diseños electrónicos de Bob<br />

Brunner, las óperas de Peter Sellars, el paleto<br />

de jicama con mostaza de ruibarbo,<br />

las lámparas de Iguzzini, Michael Jackson,<br />

Calderón de la Barca, Don Quijote, Magic<br />

Johnson, las mafias rusas, China, todo<br />

está convertido en el mismo espectáculo<br />

del entertainment. En Estados Unidos se<br />

gasta ya más en entretenimiento que en<br />

gastos para enseñanza primaria y secunda-<br />

ria juntas, y esta viene a ser la deriva universal<br />

imparable. Jamás como en la década<br />

de los noventa los museos, las óperas, las<br />

salas de exposición o los ballets se encontraron<br />

más concurridos. Nunca se publicaron<br />

y vendieron tantos libros en España<br />

como ahora, no importa qué.<br />

Por tanto, ¿a cuento de qué pretender<br />

salvar la creación y la cultura de su vulgarización?<br />

O, simplemente, ¿hay algún modo<br />

de hacerlo? Nadie sabe, por otra parte,<br />

gran cosa en este ocaso secular porque todo<br />

fin de siglo conlleva un brinco en el<br />

vacío; un arco entre el apagón de las luces<br />

ya ilustradas y la ignorancia sobre la próxima<br />

iluminación. La pintura, la música,<br />

la domática, la arquitectura, el vestido<br />

baby-doll, el planeta Gaia… se conjugan<br />

en este tiempo del cine negro, las ropas<br />

negras, el dinero negro, el libro negro del<br />

comunismo, esperando que el tragaluz de<br />

los ceros del 2000 aporte alguna claridad.<br />

¿Bueno?, ¿malo?, ¿regular?; el arte de la última<br />

década se acumula como las sobras o<br />

las sombras, más o menos reprocesadas,<br />

en la muy accidentada digestión del siglo<br />

XX. Y la cultura, la creación, la clientela,<br />

la política, serán pronto en la historiografía<br />

el testimonio de las confusiones y los<br />

empachos del siglo del consumo, coincidiendo,<br />

justamente, con el consumo del<br />

siglo. Una vez que los ciudadanos se han<br />

convertido en clientes, la creación en producción,<br />

la cultura en información, la política<br />

en gestión y el porvenir en entelequia,<br />

la sociedad no sabe de sí misma sino<br />

a través de las noticias del mercado. Y en<br />

tanto la creación no recupere su identidad,<br />

la cultura su dignidad y la política su<br />

proyecto humano, nuestro mundo será<br />

una formación merecedora de alcanzar un<br />

perfecto punto muerto. Un perfecto punto<br />

muerto para, una vez allí, fermentando<br />

en su ofuscación, la energía recupere el<br />

sentido del valor y con ella la aventura de<br />

imaginar una circunstancia políticamente<br />

más viva y socialmente más culta y progresiva.<br />

n<br />

Vicente Verdú es periodista y escritor. Autor de<br />

El planeta americano y China Superstar.<br />

14 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA<br />

DEL MINISTERIO FISCAL<br />

1. La problemática estructura<br />

del Ministerio Fiscal<br />

Una de las materias que, desde tiempo<br />

atrás, ha ocupado un notable protagonismo<br />

en nuestra escena política es el relativo<br />

al Ministerio Fiscal: las actuaciones<br />

del Fiscal General del Estado y de los fiscales<br />

integrantes del Ministerio Público,<br />

el nombramiento de aquel y su responsabilidad<br />

política han sido, entre otros muchos<br />

extremos relacionados con la materia,<br />

objeto de la atención pública, incluso<br />

con relevantes resoluciones judiciales, como<br />

la del Tribunal Supremo en relación<br />

con los requisitos exigidos para acceder a<br />

la Fiscalía General del Estado. Y muy recientemente<br />

se ha planteado, también, el<br />

problema del ámbito de la libertad de expresión<br />

de los integrantes del Ministerio<br />

Público.<br />

Dentro de este marco, uno de los elementos<br />

más conflictivos es el relativo a la<br />

dependencia o independencia de los integrantes<br />

del Ministerio Fiscal, incluyendo<br />

al Fiscal General del Estado. Con frecuencia<br />

se postula la independencia del<br />

Ministerio Fiscal, si bien que generalmente<br />

en términos abstractos, ya que no se sabe<br />

bien si lo que se quiere es que el independiente<br />

sea el Fiscal General del Estado<br />

o la totalidad de los integrantes del Ministerio<br />

Fiscal. En todo caso, el debate al<br />

respecto es recurrente, intensificado por<br />

la creciente judicialización de la vida política,<br />

y está llamado a resurgir cada vez<br />

que en los tribunales penales se diriman<br />

litigios de repercusión política y en los<br />

que, por consiguiente, la actuación del<br />

Ministerio Fiscal sea susceptible de favorecer<br />

o perjudicar a los actores políticos.<br />

La eventualidad de consagrar la independencia<br />

del Ministerio Fiscal adquiere<br />

un relieve especial si se relaciona con una<br />

reforma imprescindible, y ésta de verdad<br />

urgente, de nuestro sistema procesal penal.<br />

En efecto, si los últimos años han<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />

puesto algo de relieve es que es imperioso<br />

eliminar los numerosos residuos del sistema<br />

inquisitivo que perduran en nuestro<br />

ordenamiento procesal penal y establecer<br />

plenamente un sistema acusatorio que<br />

otorgue al Ministerio Público la función<br />

de investigar los delitos y confine a cada<br />

cual en la función que constitucionalmente<br />

le corresponde: a los fiscales, en la<br />

de investigar los delitos y acusar; y a los<br />

jueces, en la de juzgar, protegiendo con<br />

su imparcial posición supra partes los derechos<br />

de todos los implicados. La existencia<br />

de jueces que investigan, rodeando<br />

la investigación de la sacralizada áurea de<br />

imparcialidad que corresponde a lo judicial<br />

y que tienen a los fiscales como cualificados<br />

asesores jurídicos, es uno de los<br />

fenómenos más claramente disfuncionales<br />

que perviven de nuestros antecedentes<br />

históricos extraconstitucionales. Pues<br />

bien, la perspectiva de que los fiscales<br />

asuman esas funciones investigadoras imprime<br />

una especial relevancia –la que se<br />

corresponde con las funciones que habrán<br />

de desempeñar– a su legitimación<br />

para ese cometido.<br />

2. El principio democrático<br />

y los poderes del Estado<br />

En los Estados democráticos, como España,<br />

tanto el origen como el funcionamiento<br />

de las instituciones públicas están<br />

presididos por el principio democrático.<br />

Ello supone, básicamente, dos cosas: la<br />

primera, que las decisiones son adoptadas<br />

por la mayoría existente en cada momento.<br />

Este componente se encuentra profundamente<br />

condicionado por las características<br />

del Estado de Derecho que, al<br />

objeto de proteger los derechos de la minoría,<br />

impone límites, constitucionalmente<br />

plasmados, a la libertad de actuación<br />

de la mayoría. La segunda consecuencia<br />

del principio democrático es que<br />

todos cuantos ejercen un poder público<br />

son designados por la elección popular,<br />

directa o indirecta; o dicho al directo<br />

modo americano, que todos cuantos ejercen<br />

funciones de gobierno son elegidos<br />

por el pueblo y son responsables por sus<br />

actuaciones.<br />

Tanto el poder legislativo como el<br />

poder ejecutivo cumplen, en los sistemas<br />

democráticos, esta segunda condición.<br />

En todos los sistemas democráticos los<br />

integrantes del poder legislativo son en<br />

su inmensa mayoría directamente elegidos<br />

por el electorado y los demás lo son<br />

indirectamente. Con excepciones que, de<br />

tan escasas, son irrelevantes –como, por<br />

ejemplo, los senadores vitalicios en Italia–<br />

todos los componentes del poder legislativo<br />

ostentan legitimación democrática<br />

directa o indirecta. Igual sucede con<br />

el poder ejecutivo: bien directamente, como<br />

sucede en los sistemas presidencialistas<br />

(o en casos tan peculiares como el de<br />

Israel), bien indirectamente, como acontece<br />

en los sistemas parlamentarios como<br />

el nuestro, los miembros del Gobierno<br />

gozan de legitimación democrática, esto<br />

es, ejercen sus funciones en virtud de la<br />

decisión popular, y su legitimación se<br />

transmite a la Administración a la que dirigen.<br />

3. El principio democrático<br />

y el tercer poder<br />

Muy distinta es, sin embargo, la situación<br />

en lo que se refiere al tercer poder, el<br />

Poder Judicial: son escasos los supuestos<br />

en los que los integrantes del Poder Judicial<br />

ostentan una legitimación democrática<br />

directa, resultante de la elección popular;<br />

y, lo que quizá sea aún más destacable,<br />

esos supuestos de elección popular<br />

directa se circunscriben, como suele suceder<br />

en Estados Unidos, a las funciones<br />

judiciales menos relevantes. En América<br />

son numerosos, sin embargo, los sistemas<br />

donde los jueces gozan de una legitima-<br />

15


LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA DEL MINISTERIO FISCAL<br />

ción democrática indirecta. En unos casos<br />

esta legitimación indirecta proviene<br />

de la designación por un poder ejecutivo<br />

que ostenta, a su vez, legitimación democrática<br />

directa, con intervención del legislativo:<br />

así sucede en Estados Unidos,<br />

donde los integrantes del Tribunal Supremo<br />

y los jueces federales (los más relevantes<br />

en la estructura judicial norteamericana)<br />

son designados por el presidente<br />

y aprobados por el Senado 1 . Este mecanismo<br />

de nombramiento de los jueces en<br />

un país inequívocamente democrático es,<br />

por cierto, sistemáticamente omitido por<br />

todos cuantos cuestionan la independencia<br />

del Poder Judicial español a causa de<br />

la elección parlamentaria del Consejo<br />

General del Poder Judicial (CGPJ), un<br />

órgano que, sin embargo, no integra el<br />

Poder Judicial, aunque lo gobierne o deba<br />

hacerlo. En Iberoamérica, por su parte,<br />

es habitual que los integrantes del Tribunal<br />

Supremo y no pocos jueces con<br />

funciones de importancia sean designados<br />

por el Parlamento, el cual puede, con<br />

frecuencia, destituirlos o no renovar su<br />

mandato 2 . Y en la cuna del parlamentarismo,<br />

el Reino Unido, el lord Chancellor,<br />

que es nombrado por el primer ministro<br />

y “que es miembro del Gabinete, es la cabeza<br />

del Poder Judicial, y preside la Cámara<br />

de los Lores, que es el tribunal final<br />

de apelación en el Reino Unido… y preside<br />

la Cámara de los Lores en su función<br />

legislativa” 3 , dando lugar a un supuesto<br />

de ejercicio de los poderes legislativo, ejecutivo<br />

y judicial por una misma persona;<br />

además, la mayor parte de los jueces son<br />

nombrados por el primer ministro a propuesta<br />

del lord Chancellor.<br />

Estas formas de designación de los<br />

integrantes del Poder Judicial no encuentran<br />

fácil acomodo, sin embargo, en la<br />

cultura continental europea, tributaria en<br />

lo jurídico del sistema romano-germánico<br />

y en lo administrativo del sistema funcionarial.<br />

La concepción del juez en la<br />

1 Puede encontrarse un buen estudio del sistema<br />

judicial norteamericano en Henry Hart, The<br />

Federal Courts and the Federal System, Nueva York,<br />

1988. 2 Cfr., en relación con los diferentes sistemas,<br />

Héctor Fix-Zamudio, ‘Órganos de dirección y administración<br />

del Poder Judicial’, en Justicia y desarrollo<br />

en América Latina y el Caribe, Washington,<br />

1993. 3 E. C. S., Wade y G. Godfrey Phillips, Constitucional<br />

and Administrative Law, págs. 50 y 51,<br />

1977. Para un estudio más detallado del régimen<br />

del Poder Judicial y del Ministerio Fiscal en el Reino<br />

Unido; J. Ll. J. Edwards, The Law Officers of<br />

the Crown, Londres, 1964, y R. M. Jackson, The<br />

Machinery of Justice in England, Londres, 1972.<br />

Europa continental es, por eso, la de un<br />

funcionario, seleccionado a través de métodos<br />

objetivos –la oposición– en razón<br />

de los principios de mérito y capacidad y<br />

que, una vez que supera el proceso selectivo,<br />

adquiere un derecho vitalicio al<br />

ejercicio de la función, integrándose en<br />

lo que se denomina “la carrera judicial”,<br />

en una curiosa –y con frecuencia problemática–<br />

simbiosis entre lo que es un poder<br />

del Estado, lo que se configura como<br />

un cuerpo funcionarial y lo que personalmente<br />

se concibe como una carrera profesional,<br />

fundiéndose, así, el ejercicio de<br />

un poder estatal, lo funcionarial y lo corporativo<br />

4 .<br />

En apoyo de este sistema es preciso<br />

reconocer que el procedimiento de designación<br />

por un poder democráticamente<br />

legitimado tiene la ventaja de que otorga<br />

al juez legitimación democrática. Pero si<br />

la designación, como sucede en Estados<br />

Unidos, es vitalicia, el propio carácter vitalicio<br />

del ejercicio de la función capitidisminuye<br />

progresivamente la legitimación,<br />

conduciendo, incluso, a la deslegitimación:<br />

así sucedió en los propios<br />

Estados Unidos, por ejemplo, en la época<br />

conocida como la del “gobierno de los<br />

jueces”, en la que un Tribunal Supremo<br />

designado durante una presidencia republicana<br />

bloqueó largamente la ejecución<br />

del programa intervencionista conocido<br />

como New Deal e inspirado por el presidente<br />

demócrata Franklin Roosevelt. Pero<br />

si la designación es temporal o está sujeta<br />

a remoción o renovación, como es<br />

sólito en Iberoamérica, ello redunda en<br />

perjuicio de la independencia judicial,<br />

pues parece razonable pensar (y con ello<br />

padecerá en todo caso la independencia<br />

objetiva o apariencia de imparcialidad)<br />

que el juez puede humanamente sentirse<br />

tentado a actuar de forma satisfactoria o<br />

complaciente para con la mayoría de la<br />

Cámara de la que depende su pervivencia<br />

en el cargo.<br />

4. La sujeción a la ley como fuente<br />

de la legitimación democrática del juez<br />

en el sistema europeo continental<br />

Sea como fuere, es lo cierto que en los<br />

sistemas continentales europeos los jue-<br />

4 Para un estudio más detallado de esta materia<br />

puede verse Valeriano Hernández Martín, Independencia<br />

del juez y desorganización judicial, Madrid<br />

1991, y Manuel Martínez Sospedra, ‘El juezfuncionario<br />

y sus presupuestos: el nacimiento del<br />

juez ordinario reclutado por oposición (el art. 94<br />

de la Constitución de 1896 y el sistema de la LOPJ<br />

de 1870)’, Revista de la Cortes Generales, núm. 39,<br />

1996.<br />

ces carecen de una legitimación vinculada<br />

a la fuente de su nombramiento, ya<br />

que la superación de una oposición acredita<br />

méritos o conocimientos pero no<br />

imprime legitimidad alguna. Pero claro<br />

es que quienes ejercen un poder estatal<br />

han de gozar de legitimación democrática,<br />

con mayor razón si se ejerce lo que<br />

Montesquieu denominó acertadamente<br />

un “poder terrible”, que permite disponer,<br />

entre otros bienes de importancia, de<br />

la libertad y la propiedad de los ciudadanos.<br />

Esa legitimación se encuentra, en los<br />

sistemas como el nuestro, en la sujeción a<br />

la ley: el juez se limita a aplicar la ley, y<br />

ésta es elaborada en el Parlamento y es la<br />

expresión de la voluntad popular 5 .<br />

La exclusiva sumisión al imperio de<br />

la ley es, desde luego, una garantía de la<br />

independencia judicial; pero es también,<br />

no cabe omitirlo, un recordatorio de que<br />

la independencia del juez se traduce en<br />

inmunidad frente a cualesquiera órdenes,<br />

instrucciones o presiones, pero no en una<br />

libérrima voluntad personal para juzgar<br />

según su propia conciencia: la sumisión a<br />

la ley, al tiempo que excluye toda posible<br />

injerencia, incluye la obligación del juzgador<br />

de sujetarse, en el razonamiento<br />

jurídico que le lleva a resolver un conflicto,<br />

a un sistema de fuentes en el que ocupa<br />

un lugar preferente la norma escrita<br />

emanada de quien tenga competencia para<br />

ello y, muy singularmente, la norma<br />

emanada del legislador 6 . El juez sólo está<br />

sometido a la ley pero, precisamente por<br />

ello, está sometido a la propia ley. La exclusiva<br />

sumisión a la ley tiene, pues, un<br />

contenido liberador de cualquier posible<br />

influencia, pero incorpora también un<br />

contenido de sujeción al sistema de fuentes<br />

y al patrón normativo como instrumento<br />

fundamental de la resolución de<br />

los conflictos. Preserva al juez de las influencias<br />

exteriores, pero le recuerda,<br />

también, que es un aplicador de la ley, y<br />

no un libre creador del derecho.<br />

La sumisión a la ley es, pues, la fuente<br />

de legitimidad del juzgador en el ejercicio<br />

de la función jurisdiccional. Teniendo<br />

en cuenta que su designación no<br />

tiene lugar por elección popular, y dada<br />

su integración en un cuerpo de carrera, la<br />

5 El estudio imprescindible al respecto es, en<br />

España, el de Ignacio de Otto, Estudios sobre el Poder<br />

Judicial, Madrid, 1989.<br />

6 Sobre los problemas planteados por el conflicto<br />

entre la independencia judicial y la legitimación<br />

democrática es ya clásica la obra de Dieter Simon,<br />

La independencia del juez, Ariel, Barcelona,<br />

1985.<br />

16 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


única legitimación democrática del juzgador<br />

es, precisamente, constreñirse a la<br />

aplicación de la ley que expresa la voluntad<br />

general: sólo esta aplicación de la<br />

norma democráticamente legitimada legitima<br />

a su vez a quien, sin haber sido<br />

elegido ni directa ni indirectamente, administra<br />

la Justicia que “emana del pueblo”<br />

(art. 117.1 CE). Se trata, por tanto,<br />

de una legitimidad no de origen sino de<br />

ejercicio. La sentencia judicial no expresa<br />

–no debe hacerlo– la opinión personal<br />

del juez, sino que se limita a dar efectividad<br />

a la voluntad popular plasmada en la<br />

ley, libremente elaborada por los representantes<br />

del pueblo. Cuando un juez actúa<br />

de conformidad con la ley, es la propia<br />

ley la que otorga legitimidad a sus decisiones;<br />

por tanto, si el juez actúa de<br />

espaldas a la ley, o contra ella, pierde su<br />

legitimidad, porque ésta no es personal<br />

sino que se basa en la ley, y sólo en ella.<br />

Es preciso, por ello, precaverse frente a<br />

las teorías que propugnan usos alternativos<br />

del derecho o arbitrismos judiciales,<br />

porque lo que con frecuencia se esconde<br />

detrás de ello es la pretensión de suplantar<br />

la voluntad popular plasmada en la<br />

ley aprobada por el Parlamento, por la<br />

voluntad personal del juez: sin duda muy<br />

respetable en cuanto tal, y tal vez acertada<br />

en algún supuesto, pero carente de toda<br />

representatividad que no sea la del<br />

propio juez y, por consiguiente, de legitimidad<br />

democrática.<br />

Es verdad que la actuación jurisdiccional<br />

ofrece, forzosamente, un amplio<br />

campo para la interpretación y, por tanto,<br />

para la creación judicial del Derecho.<br />

Ello obliga, sin duda, a encontrar fuentes<br />

de legitimación complementarias para el<br />

ejercicio de la función jurisdiccional. Entre<br />

ellas pueden encontrarse, como ha señalado<br />

López Guerra, los Consejos Superiores<br />

de la Magistratura 7 . Éste es, sin<br />

duda, el caso español: la elección parlamentaria<br />

del CGPJ le confiere legitimación<br />

democrática, y es el CGPJ quien designa<br />

a los integrantes del Tribunal Supremo;<br />

al ser el Tribunal Supremo el<br />

órgano judicial productor de la jurisprudencia,<br />

la elección parlamentaria del<br />

CGPJ justifica, desde la perspectiva del<br />

principio democrático, la sujeción a la<br />

jurisprudencia elaborada por magistrados<br />

que han sido designados por quienes ostentan<br />

legitimación democrática, lo que<br />

7 Ver al respecto, su excelente trabajo ‘La legitimidad<br />

democrática del juez’ en Cuadernos de Derecho<br />

público, 1, 1997.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

constituye un argumento de la mayor<br />

magnitud para justificar el sistema de<br />

elección parlamentaria del CGPJ.<br />

5. La legitimación del Ministerio Fiscal<br />

La situación se complica todavía más si<br />

nos planteamos el problema de la legitimación<br />

del Ministerio Fiscal. La complicación<br />

deriva de que los trazos con que la<br />

Constitución dibuja al Ministerio Fiscal<br />

son muchos menos definidos que los utilizados<br />

para con el Poder Judicial. Algunas<br />

cosas, sin embargo, si están claras.<br />

Entre ellas, que el Ministerio Fiscal no<br />

forma parte del Poder Judicial, ya que la<br />

JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />

Constitución reserva (art. 117.1) a jueces<br />

y magistrados la función de administrar<br />

Justicia, y a los juzgados y tribunales (art.<br />

117.3) el ejercicio de la potestad jurisdiccional,<br />

todo ello con absoluta exclusividad.<br />

Además, la no integración del Ministerio<br />

Fiscal en el Poder Judicial se infiere<br />

sobre todo, de las funciones que<br />

constitucionalmente tiene atribuidas. En<br />

efecto, es misión del Ministerio Fiscal<br />

(art. 124.1 de la CE) “promover la acción<br />

de la Justicia en defensa de la legalidad,<br />

de los derechos de los ciudadanos y del<br />

interés público tutelado por la ley”; y<br />

“promover la acción de la Justicia” no<br />

17


LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA DEL MINISTERIO FISCAL<br />

puede ser otra cosa que promover la acción<br />

de juzgados y tribunales: promover,<br />

por tanto, la acción de alguien ajeno al<br />

Ministerio Fiscal. Así pues, por más que<br />

el art. 2.1 del Estatuto Orgánico del Ministerio<br />

Fiscal señale que éste se encuentra<br />

“integrado con autonomía funcional<br />

en el Poder Judicial”, no cabe sostener<br />

que tal integración exista en términos<br />

constitucionales.<br />

Ahora bien, aun cuando el Ministerio<br />

Fiscal no se integre en el Poder Judicial<br />

no cabe duda de que ejerce, igualmente,<br />

un “poder terrible”: ni más ni<br />

menos que el de acusar o dejar de hacerlo,<br />

instar la condena o la absolución, solicitar<br />

unas penas u otras. Como cualquier<br />

órgano del Estado, el Ministerio<br />

Fiscal requiere en un sistema democrático,<br />

para ejercer una función estatal, una<br />

legitimación democrática; pero esa legitimación<br />

es especialmente exigible cuando<br />

se ejerce una función de tan señalada importancia<br />

como la asumida por el Ministerio<br />

Fiscal. En una sociedad mediática<br />

como la nuestra, basta una acusación del<br />

Ministerio Fiscal adecuadamente difundida<br />

para, en el mejor de los casos, lesionar<br />

grave y quizá irremediablemente reputaciones,<br />

relaciones familiares, afectivas<br />

y de amistad y carreras profesionales<br />

o trayectorias empresariales. Pero con la<br />

legitimidad del Ministerio Fiscal sucede<br />

algo muy parecido a lo que acontece con<br />

el Poder Judicial. En algunos países, los<br />

integrantes del Ministerio Fiscal gozan<br />

de legitimidad democrática directa. Así<br />

sucede en Estados Unidos, donde lo que<br />

aquí llamaríamos los Fiscales Jefes son<br />

elegidos directamente por el electorado.<br />

Naturalmente, esta elección popular tiene<br />

numerosas y muy relevantes consecuencias:<br />

para empezar, el fiscal es libre<br />

para seguir la política criminal que le parece<br />

más conveniente; pero, correlativamente,<br />

es políticamente responsable de<br />

los resultados de esa política ante el electorado.<br />

De hecho, es sabido por todos en<br />

Estados Unidos que el ejercicio del cargo<br />

de fiscal es el comienzo clásico de una<br />

carrera política.<br />

Una experiencia personal permitirá<br />

ilustrar estas afirmaciones. Durante una<br />

reunión de trabajo, el Fiscal del Distrito<br />

de Nueva Orleans (como se sabe, una de<br />

las ciudades con más alto índice de delincuencia<br />

del mundo) explicó cómo su<br />

antecesor (Jim Garrison, el fiscal popularizado<br />

por la película JFK) prefería ganar<br />

todos los juicios instados aunque fuese al<br />

precio de formular menos acusaciones,<br />

limitándose a las de éxito garantizado y<br />

pactando la pena con el imputado en los<br />

demás casos; él, sin embargo, era partidario<br />

de acusar en todos los casos, con<br />

independencia de las posibilidades de<br />

que la acusación prosperase. Los efectos<br />

de ambas políticas eran radicalmente distintos,<br />

ya que Garrison obtenía un porcentaje<br />

altísimo de condenas en relación<br />

con las acusaciones formuladas pero un<br />

número absoluto de condenas reducido;<br />

su sucesor, por el contrario, obtenía un<br />

porcentaje de acusaciones/condenas notablemente<br />

más bajo (o, si se quiere, su<br />

porcentaje de fracaso era mucho más alto)<br />

pero, sin embargo, conseguía un número<br />

absoluto de condenas mucho más<br />

elevado.<br />

La elección popular aporta al Ministerio<br />

Fiscal, esto es obvio, una muy fuerte<br />

legitimación democrática, de la que se sigue<br />

una muy considerable autonomía en<br />

la elaboración de las políticas del Ministerio<br />

Fiscal autonomía a la que se anuda<br />

una inmediata responsabilidad política,<br />

ya que cada Fiscal de Distrito, y sólo él,<br />

es responsable ante el electorado (que<br />

puede reelegirlo o sustituirlo por otro)<br />

del resultado de las políticas que decida<br />

emprender. En estos términos, el concepto<br />

de independencia cobra pleno sentido,<br />

ya que quien goza de legitimación democrática<br />

directa se debe sólo, en consecuencia,<br />

a quien le ha otorgado su legitimación,<br />

es decir, al electorado, ante<br />

quien es –y sólo ante él– políticamente<br />

responsable; y puesto que ha sido elegido<br />

y es políticamente responsable goza, también,<br />

de libertad de actuación, ya que estos<br />

tres conceptos (legitimación democrática,<br />

libertad de actuación y responsabilidad<br />

política) caminan indisolublemente<br />

unidos, siendo cada uno de ellos, simultáneamente,<br />

premisa y requisito de los<br />

otros: sólo la legitimación democrática<br />

otorga libertad de actuación (o, si así se<br />

prefiere, independencia), sólo se es libre<br />

para actuar cuando se está legitimado y, si<br />

se es libre para actuar, se asume una responsabilidad<br />

política que presupone libertad<br />

de actuación y legitimación para<br />

actuar.<br />

La situación es en España, sin embargo,<br />

cabalmente la contraria. Como sucede<br />

con los jueces, los fiscales españoles son<br />

seleccionados, en virtud de los principios<br />

de mérito y capacidad, tras la superación<br />

de unas pruebas objetivas, la conocida<br />

oposición; incidentalmente, cabe señalar<br />

que para el acceso al Ministerio Fiscal ni<br />

siquiera están previstos los mecanismos<br />

para ingreso de profesionales de reconocido<br />

prestigio, conocidos como “tercer”,<br />

“cuarto” y “quinto” turnos, que existen<br />

para el acceso a la carrera judicial. La superación<br />

de la oposición implica, pues, el<br />

acceso a un cuerpo administrativo y la integración<br />

en una carrera profesional, lo<br />

que, también incidentalmente, da lugar a<br />

que las reacciones corporativas confundan<br />

frecuentemente a la “carrera” fiscal, una<br />

carrera profesional integrada por quienes<br />

a ella pertenecen, con el Ministerio Público,<br />

un órgano del Estado que sirve los intereses<br />

públicos, siendo así que los intereses<br />

de ambos no son coincidentes y con<br />

frecuencia son contradictorios. Pero, en<br />

todo caso, lo que es evidente a los efectos<br />

que aquí nos ocupan es que la superación<br />

de las oposiciones no confiere legitimación<br />

democrática alguna.<br />

Así pues, al igual que sucede con los<br />

jueces, la integración en la carrera fiscal y<br />

la adscripción al Ministerio Fiscal no imprime<br />

a los fiscales legitimación democrática<br />

alguna. Nos encontramos, así, con<br />

que funcionarios que desempeñan muy<br />

relevantes funciones públicas, que afectan<br />

a la sociedad en general y a los ciudadanos<br />

en particular (como acusar o dejar<br />

de hacerlo, imputar un delito u otro, solicitar<br />

una pena u otra, o la absolución,<br />

ordenar detenciones, instar registros, etcétera),<br />

carecen de legitimación democrática<br />

pare ejercer tales funciones. Y la situación<br />

de los fiscales es, a estos efectos,<br />

aún más deficitaria que la de los jueces.<br />

En efecto, ya vimos que la legitimación<br />

de los jueces viene dada por su sujeción a<br />

la ley, por la constricción de su función a<br />

la estricta aplicación de la ley que expresa<br />

la voluntad popular; y que la legitimidad<br />

precisa para cubrir los supuestos de creación<br />

judicial del Derecho viene otorgada<br />

por la elección parlamentaria del CGPJ<br />

que, a su vez, designa a los magistrados<br />

del Tribunal Supremo, al que corresponde<br />

la elaboración de la jurisprudencia.<br />

Pero eso no sucede con el Ministerio Fiscal,<br />

ni puede suceder. No puede suceder<br />

porque el Ministerio Fiscal no aplica la<br />

ley sino que insta su aplicación. Por consiguiente,<br />

no está, ni puede estar, sujeto a<br />

la ley. Funcionalmente, al menos desde la<br />

perspectiva teórica, el juez está sujeto a la<br />

ley que le confiere legitimidad, pero el<br />

Ministerio Fiscal no lo está, esto es, no lo<br />

está en mayor medida que cualquier otro<br />

funcionario público: obviamente, no<br />

puede transgredir la ley, pero puesto que<br />

no la aplica, la ley sólo condiciona el<br />

ejercicio de su función, pero no rige la<br />

función, no sujeta al Ministerio Fiscal en<br />

el ejercicio de su función; la ley constituye<br />

para el Ministerio Fiscal el marco del<br />

18 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


ejercicio de sus funciones. El fiscal goza,<br />

por consiguiente, de un margen de libertad<br />

en el ejercicio de su función, siempre<br />

que actúe en el marco de la ley: su límite<br />

es la ilegalidad (y no, como en el caso de<br />

los jueces, el contenido material de la ley<br />

que éstos aplican) y dentro de la legalidad<br />

dispone (nótese que esto sucede también<br />

con la Administración) de un amplio<br />

margen de discrecionalidad.<br />

6. El Fiscal General del Estado<br />

como fuente de la legitimación<br />

del Ministerio Fiscal<br />

Es ocioso señalar que –como también sucede<br />

en la Administración– es inadmisible,<br />

desde la perspectiva del principio democrático,<br />

que quien goza de un amplio<br />

margen de libertad en su actuación,<br />

quien no tiene más límite que la legalidad,<br />

carezca de legitimación democrática<br />

alguna. Desde luego, repugnaría a la conciencia<br />

democrática que quienes ejercen<br />

funciones tan relevantes como las señaladas<br />

lo hiciesen sin más legitimación democrática<br />

que la superación de una oposición,<br />

por dura o rigurosa que ésta sea;<br />

de igual suerte que resultaría inadmisible<br />

que fuesen los funcionarios administrativos<br />

quienes adoptasen las decisiones relevantes.<br />

En el caso de la Administración el<br />

problema queda resuelto muy fácilmente:<br />

la legitimación de los funcionarios viene<br />

dada porque la dirección de la Administración<br />

corresponde al Gobierno, a su vez<br />

legitimado por la investidura parlamentaria,<br />

y por la consagración del principio<br />

de jerarquía, de manera que los funcionarios<br />

adquieren legitimación en razón de<br />

su sujeción a las directrices emanadas del<br />

Gobierno.<br />

Naturalmente, alguna legitimación<br />

habrá que buscar, también, para el ejercicio<br />

de las funciones que corresponden al<br />

Ministerio Fiscal. Y, en paralelo con lo<br />

que sucede en la Administración, la legitimación<br />

de los fiscales proviene del Fiscal<br />

General del Estado, el cual, según la<br />

Constitución (art. 124. 4), es designado<br />

por el Gobierno oído el CGPJ. Esta designación<br />

de la cabeza del Ministerio Fiscal<br />

por el Gobierno, a su vez legitimado<br />

por la investidura parlamentaria, es la<br />

fuente de legitimación de las actuaciones<br />

de los integrantes del Ministerio Público.<br />

Pero, obviamente, el nombramiento gubernativo<br />

del Fiscal General del Estado<br />

no imprimiría, por sí solo, legitimación a<br />

los demás integrantes del Ministerio Fiscal<br />

si no existiera un mecanismo de<br />

transmisión de esa legitimación; de igual<br />

forma que la investidura parlamentaria<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

del Gobierno sería en sí misma insuficiente<br />

para legitimar la actuación de la<br />

Administración si no se viese complementada<br />

por otros medios. Pues bien, el<br />

mecanismo transmisor de la legitimación<br />

que en origen ostenta el Fiscal General<br />

del Estado es el principio de jerarquía,<br />

conforme al cual, según el art. 124.2 de<br />

la Constitución, ejerce sus funciones el<br />

Ministerio Fiscal: es la sujeción a las instrucciones<br />

de quien ostenta legitimación<br />

democrática (de igual suerte que en el caso<br />

de los jueces es la sujeción a la ley) la<br />

que confiere legitimación para el ejercicio<br />

de sus funciones al Ministerio Fiscal.<br />

La consagración constitucional del<br />

principio de jerarquía no es sólo, pues,<br />

una opción funcional: es también, y sobre<br />

todo, el instrumento constitucional<br />

de transmisión de legitimación democrática,<br />

utilizando como intermediario al<br />

Fiscal General del Estado, para el ejercicio<br />

de las muy relevantes funciones que<br />

al Ministerio Fiscal toca, constitucionalmente,<br />

desempeñar; es, en definitiva, la<br />

fórmula constitucional para subsanar el<br />

déficit de legitimidad democrática del<br />

que adolecerían, de no existir esta fórmula,<br />

los integrantes del Ministerio Fiscal.<br />

De igual forma que los jueces están sujetos<br />

a la ley, y esa sujeción es la fuente de<br />

legitimación democrática, los fiscales están<br />

sujetos al principio de jerarquía; vale<br />

decir, a las órdenes e instrucciones emanadas<br />

de sus superiores, cuya cabeza es el<br />

Fiscal General del Estado, único integrante<br />

del Ministerio Fiscal con legitimación<br />

democrática propia, y único, por<br />

eso, que puede transmitirla a quienes le<br />

están jerárquicamente subordinados. Si<br />

se observa bien, el mecanismo de legitimación<br />

democrática es muy similar en<br />

todos los casos y, lógicamente, en todos<br />

ellos apunta al Parlamento, representante<br />

del pueblo que es titular de la soberanía y<br />

único órgano directamente legitimado:<br />

en el caso del Poder Judicial, la legitimación<br />

se confiere a través de la sujeción a<br />

la ley, el producto parlamentario por excelencia;<br />

en el caso de la Administración,<br />

mediante la sujeción jerárquica al Gobierno<br />

parlamentariamente investido; y<br />

en lo que respecta al Ministerio Fiscal,<br />

consagrando la subordinación jerárquica<br />

a quien es designado por el Gobierno<br />

parlamentariamente investido.<br />

7. Legitimación democrática,<br />

principio de jerarquía e independencia<br />

de los fiscales<br />

Con estas bases, es evidente que la pretendida<br />

independencia de los integrantes<br />

JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />

del Ministerio Fiscal en el ejercicio de sus<br />

funciones es inadmisible desde la perspectiva<br />

del principio democrático, a menos<br />

que se modifique el sistema de selección<br />

y se opte por otro, como la elección<br />

popular o parlamentaria, que otorgue legitimación<br />

democrática a quienes ejercen<br />

funciones públicas. En efecto, la independencia<br />

para el ejercicio de funciones<br />

públicas como las ejercidas por el Ministerio<br />

Fiscal exige, para no quebrar el principio<br />

democrático, una legitimación democrática<br />

de quien así actúa; y ni la forma<br />

de selección de los integrantes del<br />

Ministerio Fiscal ni la inexistente sujeción<br />

a la ley aportan esa legitimación. Sería,<br />

por consiguiente, incomprensible que<br />

los integrantes del Ministerio Fiscal pudiesen,<br />

con la sola legitimación meritocrática,<br />

pero en absoluto democrática,<br />

que otorga la superación de las oposiciones,<br />

actuar con absoluta independencia,<br />

decidir a quien acusan y a quien no y determinar<br />

de qué se acusa: que actuasen,<br />

en suma, no ya como los jueces, únicos a<br />

quien la Constitución otorga independencia,<br />

sino más libérrimamente que<br />

ellos, pues ya se vio que la independencia<br />

del juez lo es en el marco de la sujeción a<br />

la ley, de la que mana su legitimación para<br />

el ejercicio de las funciones públicas.<br />

La tantas veces reclamada independencia<br />

del Ministerio Fiscal quebraría,<br />

por ello, la cadena de legitimación democrática<br />

que nace en el nombramiento gubernamental<br />

del Fiscal General del Estado<br />

y se complementa con la sujeción jerárquica<br />

de todos los fiscales al Fiscal<br />

General. Incidentalmente, es preciso señalar<br />

que la legitimación democrática de<br />

éste proviene de su designación por el<br />

Gobierno, por lo que es simplemente disparatado<br />

sostener que el Fiscal General<br />

debe ser el máximo representante del Ministerio<br />

Fiscal frente al Gobierno, como<br />

también lo es afirmar que el Fiscal General<br />

se debe a “la carrera” 8 . Por eso, porque<br />

de ahí nace la legitimación democrática<br />

para el ejercicio de funciones públicas, y<br />

no sólo por obvias razones funcionales, la<br />

Constitución, dentro de la parquedad,<br />

configurará al Ministerio Fiscal, no obstante<br />

el amplio margen de actuación que<br />

se confiere al legislador, con algunos rasgos<br />

inequívocamente nítidos. En primer<br />

lugar, una cosa está clara: el Ministerio<br />

Fiscal se rige por los principios de unidad<br />

8 Declaraciones del portavoz de la Unión Progresiva<br />

de Fiscales, Carlos Castresana, citadas en El<br />

País, pág. 15, de 23 de enero de 1998.<br />

19


LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA DEL MINISTERIO FISCAL<br />

de actuación y de dependencia jerárquica,<br />

ambos frontalmente contrarios a cualquier<br />

atisbo de independencia.<br />

El punto de imputación inmediato<br />

del principio de dependencia jerárquica<br />

es, precisamente, el Fiscal General del Estado<br />

y, con sujeción a él, los demás Fiscales<br />

Jefes. El hecho de que el Fiscal General<br />

del Estado sea nombrado y removido<br />

a propuesta del Gobierno (art. 124.4 de<br />

la CE) sitúa a éste como punto de imputación<br />

mediato de dicha dependencia jerárquica.<br />

Ello se justifica porque el Ministerio<br />

Fiscal es, sin duda, uno de los<br />

principales ejecutores de la política criminal<br />

que, evidentemente, es parte de la política<br />

interior cuya dirección corresponde<br />

al Gobierno (art. 97 de la CE) y por la<br />

que éste es responsable (art. 108 de la<br />

CE) ante el Congreso de los Diputados<br />

en tanto que representante del pueblo español.<br />

El binomio legitimación-responsabilidad,<br />

insoslayable en méritos del principio<br />

democrático, se cierra, así, con el<br />

nombramiento por parte del Gobierno,<br />

que ostenta la legitimación derivada de su<br />

investidura por el Congreso y es responsable<br />

de su política criminal ante éste, del<br />

Fiscal General de Estado, al cual está jerárquicamente<br />

subordinada la totalidad<br />

del Ministerio Público.<br />

Entre los principios constitucionales<br />

que rigen el Poder Judicial y los que inspiran<br />

al Ministerio Fiscal no hay, pues,<br />

ningún paralelismo; hay, por el contrario,<br />

una relación absolutamente contradictoria:<br />

la que existe entre la independencia<br />

absoluta que la Constitución proclama<br />

respecto del Poder Judicial y la jerarquía y<br />

unidad de actuación –más claro, la rabiosa<br />

dependencia– que imprime al Ministerio<br />

Fiscal. Es verdad que Poder Judicial y<br />

Ministerio Fiscal actúan en el mismo ámbito,<br />

pero no es menos cierto que sus características<br />

orgánicas y funcionales y, por<br />

ende, su regulación constitucional son rabiosamente<br />

diferentes. De ahí que la continua<br />

remisión a las categorías judiciales<br />

en general, y a la Ley Orgánica del Poder<br />

9 Así, los arts. 28 (régimen de recusaciones);<br />

30 (tratamiento protocolario del fiscal general del<br />

Estado); 31 (retribución del Fiscal General del Estado);<br />

33 (tratamiento protocolario de los miembros<br />

del Ministerio Fiscal); 42 (oposiciones para el<br />

ingreso en el cuerpo); 46 (jubilaciones); 47 (situaciones<br />

administrativas); 52 (permisos y licencias);<br />

53 (régimen retributivo) y 60 (responsabilidad civil);<br />

70 (rehabilitación) equiparan el régimen jurídico<br />

del Ministerio Fiscal al previsto en la LOPJ<br />

para jueces y magistrados. Además, la Disposición<br />

Adicional establece la supletoriedad, con carácter<br />

general, de la LOPJ.<br />

Judicial (LOPJ) en particular, que se contienen<br />

en el Estatuto Orgánico del Ministerio<br />

Fiscal (EOMF) 9 sean notoriamente<br />

disfuncionales, pues disfuncional es equiparar<br />

a órganos que son conceptualmente<br />

diferentes 10 .<br />

Ello no quiere decir, me apresuro a<br />

decirlo, que el Ministerio Fiscal se integre<br />

en el poder ejecutivo a secas (aunque,<br />

desde luego, es en él donde encuentra su<br />

legitimación, en última instancia derivada<br />

de los electores a través del Parlamento);<br />

ni mucho menos en la Administración,<br />

ya que la propia Constitución dispone<br />

(art. 124.1) que el Ministerio Fiscal<br />

ejerce su función por medio de “órganos<br />

propios”. Es en esta especificidad, en la<br />

actuación por medio de órganos propios,<br />

donde reside la singularidad del Ministerio<br />

Fiscal, y no en una inexistente integración<br />

en el Poder Judicial o en una independencia<br />

semejante a la de éste. El<br />

Ministerio Fiscal ejecuta las instrucciones<br />

10 Un clamoroso ejemplo reciente de esta disfuncionalidad<br />

es la aplicación del art. 120 de la<br />

LOPJ para impedir el nombramiento de un vocal<br />

del CGPJ como Fiscal de Sala del Tribunal Supremo,<br />

ya que, obviamente, ese precepto apunta a impedir<br />

que los jueces que forman parte del órgano de<br />

gobierno del Poder Judicial se prevalgan de su pertenencia<br />

a dicho órgano de gobierno para obtener ascensos<br />

en el poder que gobiernan, lo cual, como es<br />

notorio, no acontece con el ministerio fiscal, que en<br />

absoluto está sujeto al CGPJ; de hecho, el art. 120<br />

es clarísimo en su referencia a los cargos exclusivamente<br />

judiciales.<br />

que recibe por medio de órganos propios,<br />

y no por los órganos comunes al Ejecutivo<br />

y a la Administración. No es ocioso<br />

reseñar, con todo, que el principio de jerarquía<br />

se impone constitucionalmente,<br />

también, a la Administración (art. 103);<br />

y que el de unidad de actuación es típico<br />

de la organización administrativa y es<br />

igualmente inferible de las características<br />

que el mismo precepto constitucional<br />

predica respecto de la Administración<br />

pública.<br />

También es cierto que la Constitución<br />

complementa los principios de unidad<br />

de actuación y dependencia jerárquica<br />

que presiden el ejercicio de las funciones<br />

del Ministerio Fiscal con los de<br />

legalidad e imparcialidad. Ahora bien, la<br />

sujeción al principio de legalidad no es<br />

específica del Ministerio Fiscal sino que,<br />

en un Estado de Derecho, debe regir la<br />

actuación de todos los poderes públicos.<br />

En el concreto caso español, la prescripción<br />

constitucional de que el Ministerio<br />

Fiscal está sujeto al principio de legalidad<br />

es en todo similar a la que la propia<br />

Constitución establece para la Administración,<br />

pues ésta ha de actuar (art. 103)<br />

con sometimiento pleno a la ley y al derecho<br />

y los tribunales controlan (art.<br />

106.1) la legalidad de la actuación administrativa.<br />

La sujeción del Ministerio Fiscal<br />

al principio de legalidad no añade<br />

gran cosa, pues, a la vinculación genérica<br />

a dicho principio, que es predicable de<br />

todos los poderes públicos. La sujeción al<br />

principio de imparcialidad, por su parte,<br />

tampoco difiere mucho de la objetividad<br />

que se exige a la Administración pública,<br />

y mas bien parece una concreción de dicho<br />

principio en el ámbito específico de<br />

un proceso inter partes.<br />

La sujeción del Ministerio Fiscal a los<br />

principios de legalidad e imparcialidad<br />

cristaliza actualmente en la posibilidad de<br />

los fiscales (art. 27 EOMF) de oponerse<br />

razonadamente a las órdenes o instrucciones<br />

procedentes de un superior jerárquico.<br />

De persistir la discrepancia, el superior<br />

no puede resolverla sin antes haber<br />

oído a la Junta de Fiscales que corresponda;<br />

la ratificación de la orden debe ser razonada<br />

y debe acompañar la expresa relevación<br />

de las responsabilidades que pudiesen<br />

derivarse, si bien el Fiscal Jefe<br />

puede también encomendar el asunto a<br />

otro fiscal. Por su parte, el Fiscal General<br />

del Estado puede negarse razonadamente<br />

a promover las actuaciones interesadas<br />

por el Gobierno, una vez oída la Junta de<br />

Fiscales de sala. Éstas son las garantías<br />

constitucionales de la legalidad e impar-<br />

20 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


cialidad en la actuación del Ministerio<br />

Fiscal, consecuentes a la prescripción<br />

constitucional de que opera por órganos<br />

propios. Y son pocas garantías, porque la<br />

expresa previsión de la posibilidad de negarse<br />

a cumplir las órdenes o instrucciones<br />

de un superior es ciertamente atípica<br />

en una organización jerárquica.<br />

Ahora bien, si la posibilidad de negarse<br />

a cumplir órdenes superiores por estimarlas<br />

contrarias a la legalidad puede<br />

entenderse como una garantía del principio<br />

de legalidad, (aunque pudiera considerarse<br />

ociosa de tan evidente que es, ya<br />

que es notorio que nadie está obligado a<br />

cumplir una orden ilegal), el citado art.<br />

27 del EOMF plantea otros problemas,<br />

ya que también permite que los fiscales<br />

rehusen cumplir la instrucción de sus superiores<br />

cuando “por cualquier motivo”<br />

la consideren “improcedente”. Nos encontramos<br />

así ante el supuesto insólito de<br />

un funcionario que puede negarse, porque<br />

cualquier motivo la considera improcedente,<br />

a obedecer la orden, cuya legalidad<br />

no discute, cursada por su superior<br />

jerárquico. Se trata, en definitiva, de una<br />

muy discutible atribución de facultades<br />

para actuar en razón de criterios de pura<br />

oportunidad (ya que sólo sobre la base de<br />

criterios de oportunidad puede entenderse<br />

improcedente, por un motivo distinto<br />

de su oposición a la legalidad, una orden)<br />

a quien carece de cualquier tipo de legitimación<br />

democrática.<br />

8. Constitución, principio democrático<br />

e independencia del Ministerio Fiscal<br />

La tantas veces propuesta exigencia de<br />

que se reconozca la independencia de los<br />

integrantes del Ministerio Fiscal es, por<br />

eso, constitucionalmente inviable a menos<br />

que se reforme la Constitución, puesto<br />

que es la propia Constitución la que<br />

consagra la dependencia jerárquica del<br />

Ministerio Público.<br />

Pero, ciertamente, la Constitución<br />

puede reformarse. Podría, entonces, modificarse<br />

el sistema de nombramiento del<br />

Fiscal General del Estado e introducir,<br />

por ejemplo, su elección directa por las<br />

Cortes Generales y por un periodo de<br />

mandato fijo. Tal cosa no sería nada recomendable,<br />

porque nadie sería entonces<br />

políticamente responsable de la política<br />

criminal ante el Congreso de los Diputados:<br />

se sustraería una vez más (como ya<br />

ha sucedido con el Banco de España, por<br />

sólo poner un ejemplo) a los órganos democráticamente<br />

legitimados la capacidad<br />

de dirigir elementos esenciales de la política<br />

nacional, y se encomendaría esa res-<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ponsabilidad a quien, por tener un mandato<br />

fijo, carecería de responsabilidad política;<br />

a menos, claro está, que el Fiscal<br />

General fuese políticamente responsable<br />

ante las Cortes, lo cual nos introduciría<br />

en una situación tan descabellada que ni<br />

siquiera es preciso describirla. En todo<br />

caso, sería inevitable un permanente debate<br />

en sede parlamentaria –esto es, política–<br />

sobre las actuaciones desarrolladas<br />

en el marco de la Justicia. Pero incluso si<br />

eso se hiciese, no daría al traste con el<br />

principio de jerarquía, ya que el único<br />

que gozaría de legitimación democrática<br />

sería el Fiscal General, al que habrían de<br />

quedar plenamente subordinados todos<br />

los demás integrantes del Ministerio Público.<br />

En suma, el Fiscal General sería él<br />

sí, completamente independiente del órgano<br />

que representa al pueblo soberano,<br />

pero los fiscales continuarían siendo absolutamente<br />

dependientes.<br />

También puede modificarse la Constitución,<br />

suprimir la dependencia jerárquica<br />

como principio rector del Ministerio<br />

Público y sustituirla por la independencia.<br />

Pero en ese caso será menester<br />

buscar una legitimación democrática para<br />

que se pueda ejercer, de forma completamente<br />

independiente –y políticamente<br />

irresponsable– una función pública como<br />

la del Ministerio Fiscal. Tal vez haya<br />

otras, pero la única que se me ocurre es la<br />

elección directa, un sistema absolutamente<br />

extraño en esa materia a nuestra cultura<br />

jurídica y que tal vez arrojase sorpresas<br />

poco agradables: cabe imaginarse a los<br />

candidatos a fiscales ofreciendo al electorado,<br />

en su campaña electoral, mano dura,<br />

como en Estados Unidos, aunque aquí<br />

no podrán, afortunadamente, ofrecer penas<br />

de muerte; pero es prácticamente seguro<br />

que la demagogia inherente a toda<br />

competición electoral haría su aparición.<br />

Es verdad que el nombramiento del<br />

Fiscal General por el Gobierno, y la dependencia<br />

jerárquica que todos los fiscales<br />

ostentan respecto del Fiscal General,<br />

puede provocar que se susciten dudas, como<br />

en efecto ha sucedido con frecuencia<br />

en los últimos tiempos, respecto a la imparcialidad<br />

de la actuación del Ministerio<br />

Fiscal en aquellos supuestos en los que se<br />

ventilen entre los tribunales controversias<br />

de repercusión política. Pero parece preciso,<br />

a este respecto, apuntar varias cosas.<br />

En primer lugar, tales supuestos son estadísticamente<br />

despreciables, por socialmente<br />

relevantes que sean, en relación<br />

con las actividades del Ministerio Fiscal;<br />

en segundo lugar, obedecen a una patología,<br />

la de la judicialización de la política,<br />

JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />

con su inevitable correlato de politización<br />

de la Justicia 11 , que es de esperar remita;<br />

y, en tercer lugar, el sistema existente provee<br />

respuestas adecuadas para esos supuestos.<br />

En efecto, si la actuación que el<br />

Gobierno pretende del Fiscal Feneral o la<br />

que éste requiere a los fiscales es ilegal, ni<br />

el Fiscal General ni sus subordinados están<br />

obligados a obedecerla; nadie está<br />

obligado a obedecer una orden ilegal, pero<br />

es que en el caso del Ministerio Fiscal<br />

la negativa está expresamente prevista,<br />

como se vio, en su ley reguladora. Ciertamente,<br />

el Gobierno podrá, entonces, destituir<br />

al Fiscal General, pero asumirá por<br />

ello –y por los motivos de la destitución–<br />

la responsabilidad política, que es la que<br />

corresponde, ya que política era su actuación<br />

y político ha de ser, por ende, el enjuiciamiento.<br />

Si, por el contrario, las instrucciones<br />

del Fiscal General no son ilegales,<br />

la determinación de su pertinencia<br />

responderá sólo a criterios de estricta<br />

oportunidad, ya que no de legalidad; y<br />

sobre la oportunidad de una actuación<br />

que es legal sólo el fiscal general ostenta,<br />

en el ámbito del Ministerio Fiscal y, precisamente,<br />

en virtud de su designación<br />

gubernamental, legitimación para decidir;<br />

desde luego, carecen de toda legitimación<br />

para decidir en razón de criterios<br />

de oportunidad quienes están desprovistos<br />

de legitimación democrática.<br />

La pretensión de ejercer funciones<br />

públicas como la de orientar y ejecutar la<br />

política criminal con plena independencia,<br />

sin legitimación democrática alguna<br />

y con absoluta irresponsabilidad política<br />

es, en resumen, una manifestación de elitismo<br />

corporativo, una pretensión de sustraer<br />

a la designación y el control democrático<br />

la facultad de elaborar las políticas<br />

públicas y dirigir su ejecución y un completo<br />

desconocimiento de las exigencias<br />

que el principio democrático lleva aparejadas.<br />

Es, en definitiva, una pretensión<br />

muy bien inscrita en la tan alimentada<br />

desconfianza hacia lo político, vale decir,<br />

hacia lo democráticamente legitimado, y<br />

en la tendencia a sustraer a los órganos<br />

democráticos la capacidad de dirección y<br />

control en espacios políticos de trascendental<br />

relevancia, como la política monetaria,<br />

la de seguridad nuclear o tantas<br />

otras; pero es absolutamente contradicto-<br />

11 Me remito, al respecto, a mis trabajos ‘Desparlamentarización,<br />

judicialización y criminalización<br />

de la política’ en José Félix Tezanos (ed.), La<br />

democracia posliberal, Madrid, 1996, y ‘El Parlamento<br />

en la era global’, Cuadernos de Derecho público,<br />

1, 1997.<br />

21


LA LEGITIMACIÓN DEMOCRÁTICA DEL MINISTERIO FISCAL<br />

ria con el principio democrático manifestado<br />

en el art. 1.2 de la Constitución,<br />

cuando afirma que la soberanía nacional<br />

reside en el pueblo, del que emanan todos<br />

los poderes del Estado. n<br />

IN MEMORIAM<br />

JOAQUÍN GARCÍA MORILLO<br />

El 14 de julio pasado, en Morella, en el corazón<br />

del Maestrazgo, donde participaba<br />

en unas jornadas académicas sobre el estatuto<br />

de autonomía de la comunidad valenciana,<br />

ha muerto Joaquín García Morillo<br />

(Madrid, 1954-Morella, 1998), catedrático<br />

de Derecho Constitucional de la Universidad<br />

de Valencia y letrado del Tribunal<br />

Constitucional, que entre 1985 y 1993 había<br />

desempeñado la dirección de los gabinetes<br />

de los ministros de Justicia Fernando<br />

Ledesma, Enrique Múgica y Tomás de la<br />

Quadra-Salcedo.<br />

La muerte le alcanzó repentinamente,<br />

sin dejarle cumplir los 44 años. La presencia<br />

entre nosotros de Joaquín García Morillo,<br />

tan absurdamente breve, fue extraordinariamente<br />

fecunda. Luchador infatigable<br />

por la democracia, cuando, estudiante en<br />

la Universidad Complutense, en la que se<br />

licenció en Derecho, en Ciencias Políticas y<br />

en Ciencias de la Información, todavía<br />

media España ocupaba España entera,<br />

compartió su vocación de constitucionalista<br />

con su compromiso personal con los valores<br />

y el significado de nuestra Constitución.<br />

Al repasar, en su clarividente ensayo de<br />

1996 La democracia en España, las claves<br />

de los disensos que impidieron la estabilidad<br />

constitucional española durante el siglo<br />

pasado, marcó las huellas de sus preocupaciones<br />

intelectuales del presente: la legitimación<br />

democrática del poder, la vertebración<br />

territorial de España y las libertades<br />

públicas.<br />

De sus inquietudes sobre las relaciones<br />

entre poder y responsabilidad es buena<br />

muestra, además de otros trabajos sobre el<br />

parlamentarismo o sobre la noción de responsabilidad<br />

política, su espléndida tesis<br />

doctoral sobre el control parlamentario del<br />

Gobierno, verdadera obra de referencia sobre<br />

la materia, elaborada inmediatamente<br />

después de la vigencia de la Constitución.<br />

El artículo que hoy publica CLAVES es<br />

también expresivo de esas preocupaciones,<br />

lo mismo que de su estilo conciso y directo o<br />

de su tenacidad a la hora de nadar contracorriente,<br />

desafiando tópicos y mitos, yendo<br />

incisivamente al núcleo y raíz de cada<br />

asunto.<br />

La articulación territorial del poder,<br />

sus consecuencias sobre el sistema de fuentes<br />

del derecho o los límites constitucionales a<br />

la ordenación de la financiación de las comunidades<br />

autónomas fueron también objeto<br />

de su penetrante trabajo intelectual.<br />

Durante los últimos meses había aglutinado,<br />

en la universidad Carlos III de Madrid,<br />

aportaciones de los mejores especialistas<br />

en busca del papel constitucional a desempeñar<br />

por las administraciones locales,<br />

en un seminario que dirigía con entusiasmo<br />

y que hace apenas unos días ha comenzado<br />

a fructificar con la publicación de las<br />

primeras reflexiones de quienes en él participaron.<br />

En el ámbito de las libertades públicas,<br />

la labor investigadora de Joaquín García<br />

Morillo había seguido caminos hasta entonces<br />

poco y mal transitados. En estas mismas<br />

páginas de CLAVES analizó, desde<br />

una perspectiva rigurosamente progresista,<br />

los problemas de la libertad religiosa entre<br />

nosotros, lo mismo que, en otros foros, se<br />

ocupó la tutela jurisdiccional de los derechos<br />

fundamentales o, hace todavía muy<br />

poco, de la libertad personal.<br />

Letrado de carrera del Tribunal Constitucional,<br />

participaba activamente en las<br />

jornadas que anualmente organiza la Asociación<br />

de Letrados. Joaquín García Morillo<br />

fue tempranamente consciente de la elevancia<br />

de la jurisprudencia del supremo<br />

intérprete de la Constitución; no son ajenas<br />

a su pluma las importantes disposiciones sobre<br />

el valor de dicha jurisprudencia en el<br />

título preliminar de la Ley Orgánica del<br />

Poder Judicial ni su prestigiosa exposición<br />

de motivos.<br />

Y es que Joaquín García Morillo fue<br />

también, como tantos jóvenes demócratas<br />

de su irrepetible generación, hombre de acción<br />

política, desde su militancia socialista,<br />

como colaborador de la máxima confianza<br />

de los ministros de Justicia entre 1983 y<br />

1993. En 1994 publicó un ensayo –El Estado<br />

de la izquierda– como aportación<br />

personal al debate sobre la situación de aletargamiento<br />

de la izquierda política en España<br />

y en Europa, formulando propuestas<br />

sobre la renovación de su discurso, quizá<br />

preterida en la vorágine de la acción desde<br />

las instituciones.<br />

En los últimos tiempos había puesto su<br />

experiencia académica e intelectual al servicio<br />

de proyectos de asesoramiento en materia<br />

constitucional de diversos países iberoamericanos<br />

y de Europa oriental. Era<br />

conferenciante asiduo en varias universidades<br />

americanas y europeas y colaborador<br />

de las más prestigiosas revistas de su especialidad.<br />

Su mujer, María Jesús Arozamena, sus<br />

cuatro hijos, sus colegas, sus numerosos discípulos<br />

y sus amigos sabemos que Joaquín<br />

García Morillo militaba, ante todo, bajo<br />

las banderas de la vida. De una vida, la<br />

suya, cincelada de tesón y optimismo, desbordante<br />

e inagotable. Ni podíamos ni podemos,<br />

ni podremos ya, en el futuro medir<br />

su tiempo y el nuestro con patrones comparables.<br />

Su muerte nos deja un inmenso vacío<br />

que colmaremos con el ejemplo que nos<br />

ha legado su vida. n<br />

Juan Fernando López Aguilar es catedrático de<br />

Derecho Constitucional.<br />

Fernando Pastor López es director del gabinete<br />

técnico del Presidente del Tribunal Constitucional.<br />

22 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


lobales y locales ya somos todos y<br />

es todo. Puede que sea una nueva<br />

realidad, pero como mínimo es<br />

una nueva referencia. Como la que propuso<br />

Isaiah Berlin para distinguir a los escritores<br />

y pensadores, a los seres humanos en<br />

general, entre erizos y zorros. “Muchas cosas<br />

sabe el zorro, mas una sola y grande sabe<br />

el erizo”, decía aquel fragmento recuperado<br />

de uno de los poemas más antiguos<br />

que se han podido conocer, del griego Arquíloco1<br />

G<br />

. El sentido del poema bien podía<br />

haber sido el premio a la perfección o el<br />

triunfo de la especialización o muchas<br />

otras interpretaciones, pero Berlin escogió<br />

el de la contraposición entre quienes “lo<br />

relacionan todo a una sola visión central”<br />

(es decir, los erizos) y “aquellos que persiguen<br />

muchos fines” (los zorros). Erizos y<br />

zorros han contrapuesto su visión del<br />

mundo, como Dante y Shakespeare, como<br />

Dostoievski y Pushkin. Al llegar el final<br />

del milenio, la tecnología nos permite<br />

abordar el mundo en su conjunto, que era<br />

la meta del Renacimiento. Ahora podemos<br />

aspirar a ver globalmente desde posiciones<br />

locales. Todos erizos, todos zorros.<br />

A ese fenómeno viejo y nuevo de<br />

abordar la vida social en un solo conjunto,<br />

“en un solo mundo”, le hemos empezado<br />

a llamar globalización, mundialización.<br />

Vamos a considerarlos sinónimos para no<br />

añadir discusiones a la principal. La globalización<br />

se presenta como un fenómeno de<br />

interés para analizar por sí mismo. Algunos<br />

piensan que siempre hubo globalización;<br />

otros lo abordan solamente como<br />

hecho reciente, casi convertido en marca<br />

cultural. Pero la globalización se contem-<br />

1 “Poll’ oido allóopex all’ekhínos hén méga”,<br />

fragmento 201 de Arquíloco en M. L. West<br />

(comp.), Iambi et Elegi Graeci, vol. I (Oxford,<br />

1971). Citado de este modo por Isaiah Berlin. “El<br />

erizo y el zorro”, en Pensadores rusos, Fondo de<br />

Cultura Económica, México-Madrid, 1992.<br />

GLOBALES,<br />

LOCALES Y PERDIDOS<br />

JACINTO PÉREZ IRIARTE<br />

pla también como un fenómeno transversal<br />

a todos los demás, a los que afecta de<br />

tal modo que los amplía y acelera hasta<br />

generar en muchos de ellos cambios de índole<br />

cualitativa. Se habla de globalización<br />

no sólo del mercado de bienes y servicios,<br />

sino de la cultura y de los comportamientos<br />

humanos, de las formas de organizar la<br />

vida pública y las instituciones, también<br />

de la educación y de la delincuencia, de<br />

los modelos a imitar o a repeler; es decir,<br />

no sólo de las cosas materiales, sino también<br />

de los contenidos del pensamiento y<br />

de los valores.<br />

Cualquier cosa que sea y cualquiera<br />

que sea su importancia, la globalización es<br />

el tópico que configura las ilusiones y las<br />

inquietudes de nuestro tiempo, el catalizador<br />

de nuestros debates principales: Estado<br />

vs. Mercado; Aperturismo vs. Proteccionismo;<br />

Universalismo vs. Restriccionismo;<br />

Ideologías vs. Civilizaciones;<br />

Capitalismo vs. Socialismo; Capitalismo<br />

americano vs. Capitalismo europeo; Liberalismo<br />

vs. Conservadurismo; Neoliberalismo<br />

vs. Socialdemocracia; Democracia<br />

liberal vs. Democracia vigilada; Liberalismo<br />

vs. Comunitarismo; Orden vs. Desorden;<br />

Modernidad vs. Posmodernidad; incluso<br />

el debate clásico Derecha vs. Izquierda.<br />

Haremos un recorrido para recoger<br />

muestras por algunos de esos mares, con el<br />

modesto objetivo del reportaje de ideas,<br />

aceptando la condición de perdidos en este<br />

laberinto.<br />

1. El riesgo de hacer del mundo<br />

la escala del mercado no es otro que el<br />

de quedarse a medias en la operación.<br />

Básicamente, la globalización consiste en<br />

elevar la escala del mercado hasta el máximo<br />

total del mundo (y ahí sí que puede<br />

haber, si no un “final”, sí un “techo provisional”<br />

de la historia), lo que implica el<br />

correspondiente cambio de escala en el comercio,<br />

en la producción y en las finanzas.<br />

La definición “oficial” que da el Fondo<br />

Monetario Internacional de la globalización<br />

es “la interdependencia económica<br />

creciente del conjunto de los países del<br />

mundo, provocada por el aumento del volumen<br />

y de la variedad de las transacciones<br />

interfronterizas de bienes y servicios,<br />

así como de los flujos internacionales de<br />

capitales, al mismo tiempo que por la difusión<br />

acelerada y generalizada de la tecnología”<br />

2 . En ese recorrido es muy posible<br />

que parte de los humanos nos hayamos<br />

pillado los dedos, al ser, como ciudadanos,<br />

impulsores de un proceso que también<br />

nos ha castigado con sus perversiones.<br />

Efectivamente, durante los años setenta y<br />

ochenta los europeos, más que ninguna<br />

otra región planetaria, emprendimos un<br />

proceso de integración de mercado verdaderamente<br />

decidido, cualquiera que fuese<br />

el acercamiento o alejamiento hacia la<br />

utopía europea en otro tiempo definida<br />

por los “padres” Monet o Schumann. El<br />

club europeo inicial pasó en tres décadas<br />

de 6 a 15 miembros, abriendo sus puertas<br />

en los noventa al ingreso de países de la<br />

Europa del Este, aunque no todavía de<br />

países no cristianos (Turquía), un error<br />

que, por el momento, confirma la tesis de<br />

Samuel Huntington sobre el “choque de<br />

civilizaciones” que sucede al clásico de las<br />

ideologías 3 .<br />

En Europa, la integración era y es aún<br />

bastante más que una apuesta estratégica<br />

comercial. Para quienes, como España, llevaban<br />

hambre atrasada de modernidad,<br />

estaba muy claro el signo positivo que suponía<br />

todo aumento de escala. Entrábamos<br />

en el mundo y aceptábamos con ma-<br />

2 Fond Monetaire International, Les Perspectives<br />

de l’economie mondiale, Washington, mayo<br />

1997. 3 Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones<br />

y la reconfiguración del orden mundial, Paidós,<br />

Barcelona-Buenos Aires, 1997.<br />

24 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


yor o menor ceguera la evidencia de que el<br />

mundo entrara en nosotros. El proceso<br />

europeo provocaba en otras regiones del<br />

mundo, por efecto de mostración y por<br />

necesidad apremiante de competir para<br />

defender lo propio, la aceleración de otros<br />

procesos de integración: los del continente<br />

americano, de arriba abajo (NAFTA) y de<br />

abajo arriba (MERCOSUR), para fundir<br />

después hacia el oeste con Asia (APEC),<br />

siempre a sabiendas de que China tiene tamaño<br />

para comer ella sola en mesa aparte.<br />

La mayor parte de los Estados del mundo<br />

han ido quedando demasiado pequeños<br />

para ser eficaces y se han ido integrando<br />

en estructuras más amplias, las cuales, para<br />

competir unas con otras, han proseguido<br />

los procesos de fusión. Esa tendencia<br />

sólo se detiene en un punto necesariamente<br />

final: el del globo entero. Puede que en<br />

esa historia de las integraciones unas siglas<br />

perduren más o menos, o desaparezcan<br />

por superación o por ineficacia, pero ya<br />

sabemos que el proceso en su conjunto es<br />

irreversible 4 .<br />

El acto decisivo que amalgama todos<br />

los momentos integradores es el de la sustitución<br />

definitiva del GATT por la Organización<br />

Mundial del Comercio (OMC)<br />

en 1995. Después de seis años de trabajos,<br />

la Ronda Uruguay permitiría a partir del<br />

2002 unos beneficios para la economía<br />

mundial de 274.000 millones de dólares,<br />

4 La aceleración del proceso destina al baúl de<br />

viejo todas nuestras geografias económicas, incluidas<br />

las del año anterior. De momento, analiza y<br />

documenta muy adecuadamente la situación actual<br />

Los bloques comerciales de la economía mundial, de<br />

Sergio Plaza Cerezo, en Editorial Síntesis, Madrid,<br />

1997. Para un análisis geoestratégico, la Geografía<br />

Política de Peter J. Taylor, editada en España por<br />

Trama Editorial, Madrid, 1994, expone un enfoque<br />

global/local a partir de la idea de sistema-mundo<br />

de Immanuel Wallerstein.<br />

5 Chantal Buhour, El comercio internacional,<br />

del GATT a la OMC, Le Monde-Salvat, pág. 170,<br />

Barcelona, 1996.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

según la OCDE 5 . Que la caída de aranceles<br />

ha incrementado muy notablemente el<br />

volumen comercial del mundo no se pone<br />

en duda, aunque no todos los economistas<br />

deduzcan de ello que la humanidad haya<br />

mejorado su bienestar. La cumbre de Denver,<br />

no obstante, ha canonizado a la globalización<br />

como factor determinante de la<br />

prosperidad del mundo durante el último<br />

medio siglo; un factor que ha determinado<br />

que en nuestros días el flujo de capitales<br />

registre un volumen diario de transacciones<br />

superior a 1,2 billones de dólares, que<br />

equivalen al 85% de las reservas mundiales<br />

de divisas y a la quinta parte de las exportaciones<br />

mundiales anuales 6 . El librecam-<br />

bio ha sido aceptado por todas las culturas<br />

sociales, aunque sea a regañadientes o a<br />

costa de suprimir antiguas ventajas o privilegios<br />

en algunos sectores y en algunos países.<br />

La subsiguiente derivada financiera de<br />

ese librecambio no ha sido tan bien aceptada,<br />

pero los países la intentan comprender<br />

y, si es posible, digerir. El resultado de<br />

todo ese proceso suena como un cañonazo<br />

contra toda esperanza para los débiles en<br />

la fría descripción de Lester Thurow, del<br />

6 Kumiharu Shigehara, secretario general adjunto<br />

de la OCDE, en “Globalización, tecnología<br />

y empleo”, en Cinco Días, 28-10-1997, pág. 2.<br />

25


GLOBALES, LOCALES Y PERDIDOS<br />

Instituto Tecnológico de Massachusetts<br />

(MIT):<br />

“Por primera vez en la historia<br />

del hombre, cualquier cosa puede<br />

ser producida en cualquier parte<br />

y vendida en todas partes. En las<br />

economías capitalistas eso significa:<br />

fabricar cada componente y realizar<br />

cada actividad en el lugar del globo<br />

en que pueda hacerse más barato<br />

y vender los productos o servicios<br />

resultantes dondequiera que<br />

los precios y los beneficios sean<br />

los más altos. Minimizar los<br />

costes y maximizar los ingresos<br />

es de lo que trata el capitalismo,<br />

la maximización de los beneficios.<br />

El apego sentimental a algún<br />

lugar geográfico del mundo no<br />

forma parte del sistema” 7 .<br />

Pero lo cierto es que el comercio exterior<br />

no acaba de cubrir las expectativas<br />

predicadas y viene cerrando en el mundo<br />

espacios regionales, todavía no globales, lo<br />

que puede generar perversiones contra el<br />

mismísimo proceso de globalización.<br />

¿Qué tenemos? ¿Un gran mercado mundial<br />

o tres grandes bloques regionales, el<br />

americano, el asiático y el europeo, con<br />

independencia de la mayor o menor madurez<br />

de sus respectivos procesos de integración<br />

regional? ¿Estamos globalizando<br />

el mercado del mundo o el de los países<br />

de la OCDE? Si la globalización queda en<br />

regionalización, no sólo se reduce la escala,<br />

sino que también se pervierte claramente<br />

el proceso. Krugman señala como<br />

consecuencias de esa regionalización las<br />

guerras comerciales, nocivas para todos<br />

los contendientes, y el empobrecimiento<br />

de terceros países 8 . Pero el estudio llevado<br />

a cabo por Hirst y Thomson 9 sostiene<br />

que “más que una globalización, lo que<br />

hay es una regionalización del comercio y<br />

de las inversiones, dentro de un sistema<br />

productivo en que la mayoría de las ventas<br />

de las empresas multinacionales tienen<br />

lugar en el país o región económica en<br />

que tales empresas están ubicadas y tienen<br />

sus centrales”. De ahí que Navarro prefiera<br />

llamar a esas multinacionales simplemente<br />

“transnacionales” y que nos haga<br />

7 Lester C. Thurow, El futuro del capitalismo,<br />

pág. 119, Ariel, Barcelona, 1996.<br />

8 Citado por Chantal Buhour, op. cit., pág.<br />

188.<br />

9 P. Hirst y G. Thomson, Globalization in<br />

Question, Polity Press, 1996, citado por Viçens<br />

Navarro en “¿Es la globalización económica y la<br />

tecnologización del trabajo la causa del paro? La<br />

importancia de lo político”, en Sistema, 139, pág.<br />

20, Madrid, julio 1997.<br />

ver a todos en las instituciones políticas de<br />

los países de la OCDE el sorprendente espectáculo<br />

de<br />

“la gran movilización de grupos<br />

empresariales, tanto financieros<br />

como industriales, y de servicios<br />

para influenciar las intervenciones<br />

de aquellos Gobiernos, situación<br />

que no tendría por qué darse<br />

si la tal supuesta globalización<br />

hubiera diluido o disminuido<br />

la influencia del espacio político<br />

y la importancia de los Estados” 10 .<br />

El espectáculo que describe Viçens<br />

Navarro se contempla bien en las “embajadas<br />

de gestión”, es decir, en aquellas que<br />

han substituido el recepcionismo diplomático<br />

por la relación business to business.<br />

Los nuevos diplomáticos de los países<br />

avanzados representan los intereses de los<br />

respectivos entramados empresariales nacionales;<br />

y su eficiencia es celebrada obviamente<br />

por los modernos ciudadanosaccionistas<br />

de los países exportadores de<br />

inversión, de tal modo que bien podría<br />

decirse que los antiguos conquistadores de<br />

territorios son hoy conquistadores de mercados.<br />

Ellos, los nuevos diplomáticos, conocen<br />

perfectamente las realidades locales<br />

de los lugares en los que se hallan destacados:<br />

su estabilidad, los costes de instalación<br />

y de mano de obra, el marco fiscal, la<br />

posición de la competencia, los nichos de<br />

corrupción y todo cuanto hay que saber<br />

para preparar el terreno a los gestores que<br />

acabarán decidiendo una inversión ventajosa,<br />

también para el país que la recibe,<br />

cuyo Gobierno ha de desarrollar su acción<br />

política en el marco de dependencia que<br />

su posición en el mundo le impone. No<br />

obstante, esto no es globalización, no es la<br />

conformación de un solo mercado en el<br />

mundo, sino la explosión caótica (o, mejor,<br />

la actuación ordenada estratégicamente<br />

de acuerdo con intereses no globales) de<br />

unidades regionales de interés comercial y<br />

financiero perfectamente abanderadas que<br />

operan en una escala mayor, pero deforman<br />

el mercado mundial, al que convierten<br />

en una ficción, en algo discontinuo y<br />

generador de inestabilidad. Como señala<br />

Castells, “la globalización afecta a todo el<br />

planeta, pero no todo el planeta está incluido<br />

en el sistema global. En realidad, la<br />

mayor parte de la gente no lo está: se conecta<br />

globalmente aquello a lo que se da<br />

valor y se desconecta lo que no interesa” 11 .<br />

10 Viçens Navarro, art. cit., pág. 15.<br />

11 Manuel Castells, “La insidiosa globalización”,<br />

El País, 29-7-1997, pág. 9.<br />

El primer gran riesgo de la globalización<br />

es, simplemente, el de no hacerla.<br />

2. En un mar de insultos,<br />

los intelectuales despiden finalmente<br />

la modernidad agitando el pañuelo<br />

de la globalización.<br />

Por insidiosa que nos parezca la globalización,<br />

hay que sentar lo obvio por mera<br />

precaución: la globalización no es ni buena<br />

ni mala. Sus adversarios suelen serlo<br />

más bien del liberalismo, o del neoliberalismo,<br />

o del capitalismo, o de cualquiera<br />

de los demás “ismos” malvados. Que la<br />

internacionalización de la economía se haga<br />

desde unas posiciones u otras, con un<br />

tipo de consecuencias u otras, eso sí es<br />

susceptible de diferenciación de contenido,<br />

pero no el proceso en sí mismo. A no<br />

ser que se rechace gratuitamente cualquier<br />

modelo económico de mercado.<br />

El recurso de algunos autores, como<br />

Alain Touraine 12 , de distinguir entre globalización<br />

y mundialización es seguido<br />

por otros, particularmente en la izquierda,<br />

que destinan el vocablo globalización para<br />

lo “nefasto” del proceso y el vocablo mundialización<br />

para la tendencia que marca la<br />

historia. La distinción tiene interés metodológico,<br />

pero conlleva el riesgo de condenar<br />

injustamente a “globalizadores bienintencionados”.<br />

No era esa distinción semántica<br />

la causa de la pelea –limpia, pero<br />

agria– que sostuvieron los editorialistas<br />

del Financial Times y Le Monde Diplomatique,<br />

cuando fueron convocados a un encuentro<br />

por Howard Machin, director del<br />

Instituto Europeo de la London School of<br />

Economics 13 . La palabra globalización ha<br />

llegado a la calle notablemente cargada de<br />

electricidad. A los del Financial Times les<br />

parece que la globalización es lo mejor<br />

que le ha pasado al mundo después de la<br />

guerra y tachan de profundamente inmorales<br />

las posiciones contrarias. Sus adversarios<br />

de Le Monde Diplomatique no dudan<br />

en denunciar a sus colegas del diario<br />

financiero más influyente de Europa, calificando<br />

de totalitaria su supuesta ortodo-<br />

12 Conferencia dada en Barcelona a mediados<br />

de 1996; citado por Joaquín Estefanía en La nueva<br />

economía. La globalización, pág. 14, Debate, Madrid,<br />

1996.<br />

13 Jacinto Pérez Iriarte, “Las peleas locales de<br />

la globalización”, Expansión, pág. 38, 5-1-1998.<br />

Las intervenciones del debate mantenido el 7 de<br />

mayo de 1997 en Londres pueden encontrarse en<br />

Le Monde Diplomatique de junio de 1997. Se trata<br />

de las comunicaciones de Martin Wolf, Peter Martin<br />

y Guy de Jonquières, por parte de Financial<br />

Times, y de Bernard Cassen, Serge Halimi y Riccardo<br />

Petrella, por Le Monde Diplomatique.<br />

26 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


xia liberal. El propio director del mensual<br />

francés de izquierda, el español Ignacio<br />

Ramonet, ha inventado una palabra para<br />

eso: “globalitarismo” 14 . Dejando aparte a<br />

los altos funcionarios y a los asesores de<br />

los organismos internacionales determinantes<br />

en los procesos globalizadores, como<br />

pueden ser, por ejemplo, el Fondo<br />

Monetario Internacional o la OCDE, hay<br />

autores notables que predican con entusiasmo<br />

contagioso, no ya la globalización<br />

como reanimadora de las economías tristes,<br />

sino incluso como generadora de verdadera<br />

“felicidad” 15 . Más austero, el especulador<br />

y sin embargo filántropo George<br />

Soros, un húngaro global, apunta los “tremendos<br />

beneficios” que para la economía<br />

mundial ha tenido la integración, a pesar<br />

de reconocer que “los beneficios del capitalismo<br />

global están desigualmente distribuidos”<br />

16 . Todo ha entrado al debate. Incluido<br />

el oportunismo: Henri Guaino, un<br />

alto funcionario francés, comisario del<br />

Plan, mantenido en su puesto por los socialistas<br />

después de la victoria de Jospin,<br />

se declaró víctima del “pensamiento único”<br />

cuando fue destituido el pasado 2 de<br />

enero 17 ; y eso a pesar de haber proclamado<br />

meses atrás la bondad infinita de los<br />

procesos de mundialización, “que no condena<br />

a las naciones, sino que las pone en<br />

competición, obligando a sacar lo mejor<br />

de cada una de ellas” 18 .<br />

A la vista de lo avanzado de la tensión<br />

en el debate, es muy posible que la larga<br />

perspectiva con que contemplan algunos<br />

autores la globalización, remitiéndose hasta<br />

el siglo XVI, se nos antoje un tanto exquisita<br />

como para sofocar nuestras inquietudes<br />

del momento, a unos cuantos meses<br />

del siglo XXI. Tampoco nos resultan de<br />

gran utilidad las agudas observaciones de<br />

Paul Krugman cuando se pregunta “¿por<br />

qué imaginamos que el mercado global es<br />

algo nuevo? Porque la política destruyó<br />

aquella primera economía global” (se refiere<br />

a la existente antes de la Primera<br />

Guerra Mundial) y ofrece un dato curioso:<br />

fue necesario llegar a 1970 para igualar<br />

el nivel del comercio mundial de 1913 19 .<br />

Pero, puestos a reivindicar autorías históri-<br />

14 Ignacio Ramonet, “Régimes globalitaires”,<br />

Le Monde Diplomatique, pág. 1, janvier 1997.<br />

15 Alain Minc, La mondialisation heureuse,<br />

Plon, París, 1997.<br />

16 George Soros, “Hacia una sociedad abierta<br />

global”, El País, 23-12-1997, pág. 15.<br />

17 Le Monde, “Le commissaire au Plan dénonce<br />

le ‘triomphe de la pensée unique”, Samedi 3<br />

janvier, 1998, págs. 1 y 5.<br />

18 Le Monde Dossiers & Documents, Deux Reponses.<br />

Henri Guaino, septembre 1997, pág. 2.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

cas, no les faltan razones a los marxistas<br />

para reivindicar a algunos de sus propios<br />

profetas, por obsoletos que parezcan sus<br />

nombres: Rudolf Hilferding, Karl<br />

Kautsky, Rosa Luxemburgo y Nikolai Bujarin.<br />

A ellos se refiere Vidal Villa como el<br />

“selecto grupo de autores que supo ver la<br />

dinámica interna que llevaba al capitalismo<br />

hacia la mundialización”, hace ahora<br />

más o menos un siglo 20 .<br />

Ya hemos visto sumergida a la globalización<br />

en aguas angélicas o satánicas<br />

–que ángeles todos son– antes de ver si<br />

era capaz de nadar; la vemos reclamada<br />

por los profetas antes de valorar su verdadero<br />

poder. ¿Será la globalización un fenómeno<br />

determinante como para hacer<br />

cambiar la era de la historia, la celebraremos<br />

en los ritos milenaristas que vivimos<br />

como un evento más, del que ya se queman<br />

sus fuegos artificiales? La velocidad y<br />

la amplitud de campo de los fenómenos<br />

pueden afectar también a su color. Las<br />

transformaciones económicas y sociales a<br />

las que se está sometiendo al mundo como<br />

consecuencia de la globalización se<br />

contemplan por los más prudentes analistas<br />

como cambios de cualidad. Incluso si<br />

sólo se tiene presente el cambio de escala<br />

en el mercado, se ve ese cambio como salto,<br />

como ruptura y no como mera evolución<br />

21 . Son demasiados y demasiado rápidos<br />

los asuntos y las gentes afectadas. En<br />

realidad, es toda la gente la afectada, tanto<br />

si es porque participan como si es, precisamente,<br />

porque no participan.<br />

La globalización la sitúan muchos de<br />

los teóricos sociales de nuestro tiempo en<br />

el tránsito de la modernidad hacia la posmodernidad,<br />

si es que se ha producido ya.<br />

En esa polémica han participado importantes<br />

pensadores, algunos fast thinkers y<br />

un buen número de modestos aficionados,<br />

tales son los escenarios generosos de la libertad.<br />

En la línea de Habermas, es decir,<br />

de quien no considera que los fenómenos<br />

a los que venimos asistiendo hayan sido<br />

tan definitivamente modificadores del<br />

cambio de época como para enterrar la<br />

modernidad y haber pasado definitivamente<br />

a la posmodernidad, se encuentra<br />

uno de los sociólogos “de moda”, el británico<br />

Anthony Giddens 22 , que sitúa tales<br />

19 Paul Krugman, El internacionalismo ‘moderno’.<br />

La economía internacional y las mentiras de<br />

la competitividad, pág. 149, Crítica, Grijalbo-Mondadori,<br />

Barcelona, 1997.<br />

20 José María Vidal Villa, Mundialización,<br />

Icaria-Antrazyt, Barcelona, 1996.<br />

21 Jordi Canals, La nueva economía global, Expansión-Deusto,<br />

Bilbao, 1993.<br />

JACINTO PÉREZ IRIARTE<br />

fenómenos del capitalismo tardío en la “alta<br />

modernidad”, el periodo final, por tanto,<br />

de la modernidad, que pone fin en la<br />

historia al proyecto ilustrado. En realidad,<br />

la modernidad fue “la primera forma de<br />

organización social que adquirió un predominio<br />

global” 23 . La globalización es la<br />

tendencia natural del proyecto ilustrado<br />

que conocemos con el nombre de modernidad<br />

y que aún planea en los programas e<br />

ilusiones de tantas organizaciones políticas<br />

que conciben la historia como progreso.<br />

Parodiando la clásica ubicación del comunismo<br />

como la fase o el estadio superior<br />

del socialismo, podríamos decir que la globalización<br />

es la fase superior de la modernidad.<br />

La definición consecuente que da<br />

Giddens de mundialización es “la intensificación<br />

de las relaciones sociales en todo<br />

el mundo por las que se enlazan lugares lejanos,<br />

de tal manera que los acontecimientos<br />

locales están configurados por acontecimientos<br />

que ocurren a muchos kilómetros<br />

de distancia o viceversa” 24 . Entiende<br />

Giddens que ese proceso es dialéctico, de<br />

tal modo que hasta la transformación local<br />

es parte de la mundialización. En suma,<br />

que lo local también es mundial.<br />

3. Una ola gerencialista gobierna<br />

el proceso globalizador, en el que los<br />

conservadores rechazan ser liberales<br />

y las democracias se hacen “iliberales”.<br />

La globalización corre el grave riesgo de<br />

osar explicarlo todo para acabar sin explicar<br />

nada, lo mismo que en el caso del ciego<br />

y el elefante (es una cosa dura y afilada<br />

cuando toca el colmillo; gruesa y redonda<br />

cuando toca la panza; larga y flexible si toca<br />

la trompa). Se ataca o defiende la globalización<br />

para atacar o defender algunas de<br />

22 Director de la London School of Economics<br />

desde hace poco más de un año, Anthony<br />

Giddens es más conocido por su dimensión académica,<br />

aunque su dimensión política ha adquirido<br />

relieve al ser considerado inspirador de las ideas del<br />

primer ministro Tony Blair, que configuran el llamado<br />

“centrismo radical”, concepto que algunos<br />

oportunistas ajenos a la tradición liberal han intentado<br />

fagocitar, tergiversando claramente el debate.<br />

Giddens ha redefinido las posiciones políticas radicales<br />

a partir del pensamiento conservador en Más<br />

allá de la izquierda y la derecha, Cátedra, Madrid,<br />

1996. Las tesis de Giddens en relación con la globalización<br />

y la modernidad, con independencia de<br />

su calidad científica, cuentan con un amplio consenso<br />

entre los analistas. Pueden encontrarse en<br />

Consecuencias de la modernidad, Alianza Universidad,<br />

Madrid, 1994, y en Las consecuencias perversas<br />

de la modernidad (con Bauman, Luhmann y Beck,<br />

comp. de Josetxo Beriáin), Anthropos, Barcelona,<br />

1996.<br />

23 David Lyon, Postmodernidad, Alianza Editorial,<br />

Madrid, 1996.<br />

24 Giddens, Consecuencias..., págs. 67 y sigs.<br />

27


GLOBALES, LOCALES Y PERDIDOS<br />

sus dimensiones, lo que puede ocurrir por<br />

error en la visión o por intención manifiesta.<br />

La discusión más frecuente es la que<br />

se desarrolla en el terreno del capitalismo,<br />

pese a que ésta sea una sola de las dimensiones<br />

de la globalización. Tal es el reproche<br />

que Giddens hace a Wallerstein, el de<br />

ver al capitalismo “como único responsable<br />

de las transformaciones modernas” 25 .<br />

Para Giddens, hay cuatro dimensiones de<br />

la mundialización: la economía capitalista<br />

mundial, el sistema de Estado nacional, el<br />

orden militar mundial y la división internacional<br />

del trabajo. La economía mundial<br />

está dominada por los mecanismos de<br />

la economía capitalista por el hecho de<br />

que los centros de poder en la economía<br />

mundial son estados capitalistas. La esencia<br />

de la eficacia de ese funcionamiento radica<br />

en la separación de lo político y lo<br />

económico, de modo que las grandes empresas<br />

transnacionales (que manejan presupuestos<br />

superiores a los de muchos Estados)<br />

regulan la actividad económica, influyendo<br />

en la política. Pero las empresas no<br />

disponen de poder militar en absoluto.<br />

Los “medios de violencia” se encuentran<br />

en manos del Estado. La globalización, como<br />

fase final de la modernidad avanzada o<br />

de la “alta modernidad”, necesita operar<br />

con Estados, de modo que las utopías integracionistas<br />

relativas a “ciudades globales”<br />

o a Estados unificados carecen de interés<br />

en la estructuración de las relaciones<br />

internacionales de este final de siglo.<br />

La pérdida relativa de poder por parte<br />

de los Estados tiene que ver con la viabilidad<br />

de ese esquema empresas-Estados y<br />

economía-política. Con un sistema de soberanías<br />

absolutas, las empresas transnacionales<br />

no encontrarían espacios abiertos<br />

para operar ni estabilidad operativa en los<br />

espacios que ya hubieran logrado abrir. No<br />

es necesario recordar de nuevo el apoyo<br />

eficiente de los Gobiernos a las empresas,<br />

de las que se hacen valedores y hasta vendedores.<br />

En relación con la pérdida de la<br />

capacidad de maniobra de los Gobiernos<br />

en el ámbito económico, los años recientes<br />

registran la pérdida objetiva de terreno del<br />

Estado frente al mercado 26 . La vivencia<br />

personal de Carlos Solchaga durante su<br />

25 Una síntesis de la teoría del “sistema-mundo”<br />

del profesor Immanuel Wallerstein, director<br />

del Fernand Braudel Center de Nueva York, se encuentra<br />

en el pequeño volumen El futuro de la civilización<br />

capitalista, prologado por Salvador Giner<br />

y epilogado por José Mª Tortosa, en Icaria-Antrazyt,<br />

Barcelona, 1997.<br />

26 Clive Crook, en “The future of the state”,<br />

artículo de presentación del estudio sobre la economía<br />

mundial de The Economist, 20-9-1997.<br />

larga peripecia al frente de la economía española<br />

(relatada en un libro 27 que es bastante<br />

más que un balance) es muy ilustrativa<br />

al respecto. Los Gobiernos, y no digamos<br />

los de los países intermedios o<br />

pequeños, no tienen prácticamente ninguna<br />

posibilidad de incidir en los ciclos económicos<br />

–¿alguna vez pudieron?–. Cabe<br />

discutir la validez universal y eterna del<br />

principio de soberanía de los Estados, cuyos<br />

ciudadanos, en algunas ocasiones, “eligen<br />

dictaduras cada cuatro años” o finalmente<br />

son liberados por la dinámica demoledora<br />

de la globalización. Pero no es<br />

justificable el determinismo absoluto: la<br />

economía nos viene dada desde fuera, nada<br />

podemos hacer para evitar sus designios.<br />

No sólo porque es injusto, sino porque,<br />

además, es falso, y ello sin necesidad<br />

de salirse del universo liberal. Pero ahí tenemos<br />

uno de los primeros grandes debates<br />

locales de la globalización, el de la contraposición<br />

de la soberanía de los Estados<br />

con la lógica de la eficacia económica y de<br />

sus exigencias supuestamente inapelables.<br />

Es justamente ese fatalismo dogmático<br />

la nota esencial de lo que los intelectuales<br />

franceses han denominado “pensamiento<br />

único” y los anglosajones TINA (“There Is<br />

No Alternative”, no hay alternativa), con<br />

mayor carga de confrontación sin duda en<br />

el primer caso que en el segundo, hasta el<br />

punto de que el “pensamiento único” se ha<br />

convertido en el hallazgo de adversario común<br />

para una izquierda ampliada que pervive<br />

como proyecto y meta en las cabezas y<br />

los corazones de tantos intelectuales mediterráneos.<br />

La enumeración de contenidos<br />

del pensamiento único no está escrita en<br />

ninguna parte, pero algunos han realizado<br />

una sistematización rigurosa 28 . Por resumir<br />

el contenido, se trata de la reducción<br />

del Estado al mínimo; del triunfo de la sociedad<br />

capitalista y liberal como base de la<br />

democracia misma; del mercado como<br />

mecanismo de solución de todo avatar y<br />

contradicción; de la no protección justificada<br />

como no motivación, etcétera. Es casi<br />

seguro que los adversarios del “pensamiento<br />

único” tenderán a ampliar y definir ese<br />

catálogo a la medida de sus necesidades<br />

ideológicas. Ahí radica buena parte del<br />

éxito de la fórmula y también el riesgo de<br />

su inutilidad analítica. Pero lo más destacado<br />

del pensamiento único no es tanto el<br />

abanico programático que propone, de tan<br />

libre aceptación como libre combate, sino<br />

el hecho de que se plantee como única so-<br />

27 Carlos Solchaga, El final de la edad dorada,<br />

Taurus, Madrid, 1997.<br />

lución posible. Ese fatalismo se impone<br />

desde una lógica de la eficacia que inventa<br />

un algoritmo infernal. Los países, como las<br />

empresas, como en definitiva las personas,<br />

han de actuar del modo óptimo (como el<br />

mejor de los escenarios creados por un<br />

contable), porque cualquier alternativa es<br />

perdedora y desastrosa para todos. Nadie<br />

reconocerá la paternidad de semejante<br />

comportamiento, pero las recomendaciones<br />

de los organismos internacionales, las<br />

grandes consultorías, los lobbies o los Gobiernos<br />

de las transnacionales han coincidido<br />

en sus determinaciones porque han<br />

aplicado la misma lógica.<br />

La tentación de contemplar ese fenómeno<br />

como si de un gran hermano orwelliano<br />

se tratara le quita la notable sofisticación<br />

de que dispone. Porque el hecho de<br />

idear varios escenarios posibles, como una<br />

paleta de colores o un test de respuestas<br />

cerradas, y escoger uno de ellos en función<br />

de unos criterios (generalmente financieros)<br />

no responde a la épica orwelliana del<br />

poder sino a la enfermedad gerencialista<br />

que invade la cultura política y que, paradójicamente,<br />

tantos errores de gestión comete.<br />

La consagración del mercado como<br />

único mecanismo de solución de los problemas<br />

deriva en esa enfermedad gerencialista<br />

que se aplica a todo y por todos y que<br />

ha empobrecido la política de manera preocupante.<br />

Los defensores de ese gerencialismo<br />

se escudan en posiciones antinostálgicas<br />

y antiintelectuales (desconocidas en<br />

Europa e inusuales en América desde los<br />

años del macarthysmo) y se proclaman<br />

pertenecientes a la posmodernidad. En<br />

buena parte de los casos, no pasan de ser<br />

posiciones de interés. José Manuel Naredo<br />

observa en la situación un regreso al<br />

“hombre unidimensional” de Marcuse 29 .<br />

La economía de los Estados –y no digamos<br />

la de las empresas– se despolitiza por<br />

completo. La propia política se relega a un<br />

espacio secundario, desprestigiado.<br />

Lo más curioso en el “pensamiento<br />

único” es la exhibición impúdica de un<br />

pretexto liberal para aplicar un método<br />

antiliberal, con resultado difícilmente liberador.<br />

En realidad, el contenido y el método<br />

de los grupos de trabajo que han desa-<br />

28 Joaquín Estefanía, La nueva economía: la<br />

globalización, Debate, Madrid, 1996. Contra el<br />

pensamiento único, Taurus, Madrid, 1998. Sobre el<br />

síndrome TINA, ver los artículos de Enrique de<br />

Mulder en el diario Expansión, 18-9-1997.<br />

29 José Manuel Naredo, “Sobre el ‘pensamiento<br />

único’”, en Archipiélago. Cuadernos de Crítica<br />

de la Cultura, 29, Castelldefels (Barcelona), verano,<br />

1997.<br />

28 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


ollado el “pensamiento único” han<br />

orientado su labor mediante ópticas conservadoras<br />

y no desde la tradición liberal<br />

comúnmente aceptada. Dicha tradición<br />

compromete una concepción de la sociedad<br />

con cuatro notas irrenunciables: individualista,<br />

igualitaria, universalista, meliorista<br />

30 . Gray admite distintos “sabores” liberales<br />

dentro de ese gran cuerpo único de<br />

la tradición liberal. No cabe duda de que<br />

los parámetros del “pensamiento único”<br />

no responden a ese cuerpo doctrinal básico<br />

y sí ofrecen notas y tics netamente conservadores<br />

durante los últimos cuatro lustros.<br />

El peso de la reacción conservadora a<br />

la preponderancia del socialismo y del liberalismo<br />

en el mundo ha pesado más que<br />

ninguna otra tendencia a la hora de articular<br />

las grandes operaciones de integración<br />

institucional que definen la globalización<br />

del final de siglo. Las élites que gobiernan<br />

tales operaciones o procesos no están educadas<br />

en la tradición liberal; se morirían de<br />

risa sólo de pensar que alguien pudiera ser<br />

capaz de dar la vida para que su adversario<br />

pueda defender sus ideas. The Wall Street<br />

Journal, el diario de mayor difusión en Estados<br />

Unidos, además de su excelente información<br />

financiera sirve a sus lectores la<br />

visión de la era anterior a Reagan como de<br />

auténtico libertinaje a superar e incluso<br />

combatir y hasta ha llegado a pagar como<br />

publicidad la inclusión de su editorial defendiendo<br />

semejante tesis en el periódico<br />

liberal The New York Times (el diario español<br />

Abc lo tradujo y reprodujo sin cargo<br />

alguno). Resulta sorprendente que la tradición<br />

liberal, en el sentido en que puedan<br />

entenderla Berlin y Gray, por ejemplo, se<br />

acepten mejor en las órbitas del socialismo<br />

liberal que en las propias carnes de las derechas<br />

que se reclaman del liberalismo.<br />

Todo lo dicho puede ayudar a explicar<br />

el tonto episodio de Fukuyama 31 , el hombre<br />

que molestó al mundo porque quería<br />

quitarle la historia. Curiosa reacción, ajena<br />

tanto a la tradición hegeliana como al teórico<br />

americano de apellido japonés, pero<br />

certera en una intuición de gran interés<br />

para el futuro: la creciente conciencia ciudadana<br />

de las gentes en los tiempos del desencanto<br />

político. La desaparición de los<br />

regímenes comunistas, la caída más que<br />

simbólica del muro de Berlín, había alentado<br />

la idea del triunfo del capitalismo,<br />

entendido como la condición natural de la<br />

30 John Gray, Liberalismo, Alianza Editorial,<br />

pág. 10, 1994.<br />

31 Francis Fukuyama, “The End of history?”,<br />

The National Interest, págs. 3-18, verano 1989.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

sociedad. Se impuso “el mercado-rey”, el<br />

que “asegura la victoria del consumidor sobre<br />

el productor, del ahorrador sobre el<br />

prestamista, del emprendedor sobre el funcionario”<br />

32 . Pero aquellos países del Este,<br />

“que soñaban con un mercado al estilo anglosajón”,<br />

encontraron la jungla 33 . Sin duda<br />

acababa una historia, pero empezaba<br />

invariablemente otra. ¿El triunfador? “La<br />

democracia ha vencido, y la democracia<br />

que ha vencido es la única democracia ‘real’<br />

que se haya realizado jamás sobre la tierra:<br />

la democracia liberal” 34 . El sistema<br />

mejor asentado y más extendido en el<br />

mundo (118 de 193 países son democráticos,<br />

el 55% de la población vive bajo tales<br />

regímenes); pero puede que por ello el sistema<br />

también más controvertido, el sistema<br />

al que se le exige más, el sistema que<br />

degenera más peligrosamente. Sartori cree<br />

que “se hace cada vez mas difícil refutar la<br />

democracia… y, por otro lado, se hace cada<br />

vez más difícil administrarla” 35 . El director<br />

de Foreign Affairs, Fareed Zakaria,<br />

hace balance de esa realidad y de esa dificultad:<br />

“De Perú a la Autoridad Palestina,<br />

de Sierra Leona a Eslovaquia, de Pakistán<br />

a Filipinas, vemos surgir un fenómeno<br />

perturbador en la vida internacional: la democracia<br />

iliberal” 36 . Un concepto imaginativo<br />

para una realidad variada y abundante,<br />

que encierra la negación de su esperanza<br />

en la realidad de su propio peligro.<br />

Tal es el legado para el nuevo milenio del<br />

mundo globalizado que nos han redondeado<br />

las dos últimas generaciones de gestores<br />

públicos, en la gran red urdida que tratan<br />

de hacer operativa lo mismo que si<br />

fuera un telar.<br />

4. Los políticos “globales” vuelven<br />

a la vertebración de espacios y flujos<br />

en una sociedad capitalista de participación;<br />

buscan de nuevo al ciudadano.<br />

A principios de siglo, Graham Wallas denunció<br />

el declinar de la racionalidad causado<br />

por la “deslocalización” de las gentes<br />

que, arrancadas de la aldea, eran arrojadas<br />

al anonimato masivo de la gran ciudad 37 .<br />

Se atribuye a ese fenómeno el entusiasmo<br />

32 Minc, op. cit., pág. 12.<br />

33 Alain Minc, La nueva Edad Media, Temas<br />

de Hoy, pág. 21.<br />

34 Giovanni Sartori, La democracia después del<br />

comunismo, Alianza Editorial, pág. 16, Madrid,<br />

1994. 35 Sartori, op. cit., pág. 16.<br />

36 Fareed Zakaria, “The Rise of Illiberal Democracy”,<br />

Foreign Affairs, pág. 22, November-December,<br />

1997. Publicado en español por Política<br />

Exterior, nº 62, marzo-abril, 1998, como “La aparición<br />

de las democracias no liberales”, pág. 119.<br />

JACINTO PÉREZ IRIARTE<br />

por la sociología que siguió luego a aquellos<br />

años. Los sociólogos tomaron materia<br />

del desarraigo de aquellas gentes, sin poder<br />

prever, naturalmente, que el desarraigo<br />

sería cuasitotal en el mundo, puesto<br />

que todo sería ciudad hasta que nada fuera<br />

ciudad. A la reflexión de los sociólogos<br />

habrían de darle respuesta, en cada lugar<br />

y en cada momento, los urbanistas. El urbanismo<br />

ha sido este siglo la gran ciencia<br />

de la organización de la vida humana, de<br />

la ubicación y de la reubicación de las<br />

gentes que han ido invadiendo las ciudades.<br />

El urbanismo ha sido la disciplina<br />

más odiada en los ámbitos del poder conservador<br />

tradicional, tanto si es en razón<br />

de su capacidad para romper el sistema de<br />

espacios establecido como si es por su incorregible<br />

tendencia a regular el uso de<br />

los suelos y limitar la libre especulación<br />

que sobre ellos tendría lugar en un mercado<br />

inadecuadamente llamado libre.<br />

La referencia “local” de todas aquellas<br />

gentes que, a lo largo del siglo, han ido<br />

abandonando el campo e integrándose en<br />

la ciudad anónima, han buscado su nueva<br />

referencia, en el barrio, en el club social o<br />

deportivo, en la pandilla o en la tribu urbana,<br />

en la empresa, o han resuelto su soledad<br />

y su sistema de referencias con la<br />

inestimable ayuda de la televisión. Hoy, la<br />

vida en el mundo es una vida urbana. Es<br />

urbana incluso la vida de la gente que<br />

queda en el campo, porque la ciudad es<br />

también su “centro urbano” en su sistema<br />

de referencias económicas y sociales.<br />

“¿Tiene sentido seguir hablando<br />

de ciudades? –se preguntan Borja<br />

y Castells–. Si, tendencialmente,<br />

todo es urbano, ¿no deberíamos<br />

cambiar nuestras categorías mentales<br />

y nuestras políticas de gestión<br />

hacia un enfoque diferencial entre<br />

las distintas formas de relación<br />

entre espacio y sociedad?” 38 .<br />

Castells ha reseñado un ámbito espacial<br />

nuevo, que duplica e incluso reduplica<br />

el ámbito del mundo que conocemos: el<br />

espacio que conforma “la ciudad informacional”<br />

39 . Lo describe como “el surgi-<br />

37 Graham Wallas, “Human Nature in Politics”<br />

(1908), citado por Roland N. Stromberg en<br />

Historia intelectual europea desde 1789, Debate, 3ª<br />

edición, pág. 322, Madrid, 1995.<br />

38 Jordi Borja y Manuel Castells, Local y global,<br />

Taurus, pág. 11, Madrid, 1997.<br />

39 La teoría social de Castells es una importantísima<br />

aportación, a la que el catedrático español<br />

ha dedicado, en Madrid y en Berkeley, buena<br />

parte de su vida. Su trabajo principal está recogido<br />

en sus obras Las tecnópolis del mundo. La formación<br />

de los complejos industriales del siglo XXI (con Peter<br />

29


GLOBALES, LOCALES Y PERDIDOS<br />

miento histórico del espacio de los flujos,<br />

superando el significado del espacio de lugares”<br />

40 . La sociedad-red la percibimos sólo<br />

como un juego que creemos empezar a<br />

comprender porque ya manejamos su jerga.<br />

En todo caso, su desarrollo se escapa<br />

de las manos, como un fluido, de quienes<br />

quieren controlarla férreamente, lo que le<br />

convierte en fenómeno democrático e incluso<br />

subversivo (ya han surgido los primeros<br />

“ciberácratas”); pero también la red<br />

abre un capítulo nuevo de la exclusión social.<br />

¿Estar en Internet? ¿Y para qué querrían<br />

tantos millones de excluidos de<br />

nuestras sociedades acceder a la red?<br />

Cabe, sin embargo, la posibilidad de<br />

confundir los procesos de globalización<br />

con los de marginación de quienes aparentemente<br />

no tienen más horizonte en<br />

sus vidas que el meramente local. La globalización,<br />

en términos culturales, consiste<br />

en la conciencia creciente de vivir en un<br />

solo mundo. No es tanto una cuestión de<br />

conocimiento del mundo mediante educación<br />

y viajes (que pueden ser, sí, datos<br />

de potenciación del proceso), o de conocimiento<br />

de idiomas. Tampoco depende del<br />

tamaño de la ciudad o núcleo urbano en<br />

el que se vive. Ni siquiera es una cuestión<br />

de horizonte. En el sistema educativo de la<br />

ciudad de Los Ángeles se manejan 81<br />

idiomas 41 , pero la globalización responde<br />

a los mismos mecanismos que en Madrid,<br />

en Barcelona o en Bilbao, pese a la complejidad<br />

con que los podamos vivir. Si hay<br />

algún “espíritu de la globalización”, no se<br />

halla necesariamente en Wall Street, la<br />

City londinense o el nuevo Berlín de los<br />

negocios del año 2000; o se halla tanto<br />

como en los recitativos rap del Bronx, las<br />

pinturas callejeras de Billancourt en el cinturón<br />

parisino o las tiendas arco-iris del<br />

barrio gay de Chueca en Madrid. Precisamente<br />

es en el límite donde conviven el<br />

conflicto y la expresión, la delincuencia y<br />

la solidaridad, la mirada corta de la super-<br />

Hall) y La ciudad informacional. Tecnologías de la<br />

información, reestructuración económica y el proceso<br />

urbano regional, publicadas ambas por Alianza Editorial.<br />

Finalmente, Castells ha publicado la “summa”<br />

en tres volúmenes, bajo el título general “La<br />

era de la información”, también en Alianza Editorial,<br />

entre 1997 y 1998. Vol. 1: “La sociedad red”.<br />

Vol. 2: “El poder de la identidad”. Vol. 3: “Fin de<br />

milenio”. La obra de Castells, publicada antes en<br />

inglés por Blackweel Inc., Cambridge, ha sido<br />

comparada por el riguroso Giddens con la Economía<br />

y sociedad, de Max Weber.<br />

40 Castells, La ciudad informacional..., pág.<br />

483.<br />

41 “New Perspectives Quaterly”. Entrevista<br />

con Ryzsard Kapuscinsky. “La raza cósmica en Estados<br />

Unidos”, en Fin de siglo, McGraw Hill, pág.<br />

148, México D.F., 1996.<br />

vivencia y la más absoluta posesión del<br />

mundo. The Economist se pregunta: “Si la<br />

cultura es local, ¿por qué la industria de<br />

los medios de información y de entretenimiento<br />

son crecientemente globales?” 42 .<br />

Bien, es evidente que hay una lógica del<br />

mercado en ese fenómeno, pero también<br />

hay que ver el enriquecimiento que para<br />

las culturas globales supone la toma de<br />

conciencia de vivir, con los demás, en un<br />

solo mundo. La inquietud por la invasión<br />

de una world culture contra nuestras señas<br />

de identidad, como si se nos fuera a robar<br />

el alma por parte de un invasor, no tiene<br />

ni la gravedad ni siquiera la justificación<br />

que se le da. Hay una cultura global, efectivamente,<br />

que es la que ha permitido la<br />

expansión de la tecnología (y no lo contrario,<br />

al menos en un primer momento),<br />

pero no se ha hecho necesariamente contra<br />

las culturas locales.<br />

“Lo que hay que resaltar aquí<br />

no es el hecho de que la gente<br />

sepa de muchos acontecimientos<br />

que tienen lugar en todo<br />

el mundo, acontecimientos<br />

de los que antes hubiera<br />

permanecido ignorante. Lo<br />

verdaderamente importante<br />

es que la extensión global de<br />

las instituciones de la modernidad<br />

hubiera sido imposible si no<br />

se hubiera aunado el<br />

conocimiento que está<br />

representado por las noticias” 43 .<br />

Después de tantos años de planificaciones<br />

bien y mal hechas, los políticos parecen<br />

estar volviendo al concepto de vertebración;<br />

y lo están haciendo a partir de<br />

la organización de los espacios (urbanismo),<br />

de los flujos (telecomunicaciones) y<br />

del trabajo social de adaptar a los humanos<br />

a tales espacios y flujos nuevos (educación).<br />

Las sociedades resisten las tensiones<br />

si disponen de un esqueleto que las<br />

sujete; y los nuevos “vertebradores” proponen<br />

o, al menos, buscan novedades en<br />

su programación política a partir de reordenaciones<br />

de territorio y revoluciones<br />

42 The Economist, November, 29, pag. 91,<br />

1997. Se trata de la séptima entrega de una serie de<br />

school briefs de indudable valor didáctico. Los artículos,<br />

fechas de aparición en el semanario y números<br />

respectivos de página son: 1º “One world?”<br />

(18-10-1997, pág. 102). 2º “Capital goes global”<br />

(25-10-1997, pág. 99). 3º “Workers of the world”<br />

(1-11-1997, pág. 97). 4º ”Trade winds” (8-11-<br />

1997, pág. 99). 5º “Delivering the goods” (15-11-<br />

1997, pág. 89). 6º “Worldbeater, Inc.” (22-11-<br />

1997, pág. 108). 7º “A world view” (29-11-1997,<br />

pág. 91).<br />

43 Giddens, Consecuencias..., pág. 79.<br />

educativas que no sean incompatibles con<br />

la batalla crónica por el empleo. Si una<br />

sociedad determinada está conformada<br />

por satisfechos e insatisfechos, por usar las<br />

palabras de Galbraith 44 , precisa que un<br />

sector numéricamente razonable de “satisfechos”<br />

sea capaz de arrostrar la carga de<br />

otro sector numéricamente soportable de<br />

“insatisfechos”. Los procesos de globalización<br />

añaden libertad y prosperidad a millones<br />

de personas, al mismo tiempo que<br />

descalabran a otras tantas, lo que permite<br />

suponer que es preciso abordar las relaciones<br />

internacionales de otra manera 45 .<br />

Todo desde Wallas hasta Castells es<br />

globalización, aunque éste lo desagrupe<br />

en tres macroprocesos entrelazados: la<br />

globalización económica, la informacionalización<br />

y la difusión urbana. En el desarrollo<br />

de esa ciudad informacional está<br />

la globalización y la localización, en una<br />

relación necesariamente complementaria<br />

tanto para que el mundo funcione como<br />

para que sus ciudadanos no queden abocados<br />

al suicidio. ¿Cómo sería ese “mundo<br />

sin ciudades” hacia el que podríamos<br />

evolucionar? Sería<br />

“un mundo organizado en torno<br />

a grandes aglomeraciones difusas<br />

de funciones económicas y<br />

asentamientos humanos diseminados<br />

a lo largo de vías de transporte,<br />

con zonas semirrurales<br />

intersticiales,… Lo global podría<br />

organizarse en torno a centros<br />

direccionales, tecnológicos<br />

y residenciales de élite conectados<br />

entre sí por comunicaciones de<br />

larga distancia y redes electrónicas,<br />

mientras que la población podría<br />

individualizar su hábitat en la<br />

difusión urbana descrita, o agruparse<br />

en comunidades defensivas<br />

de ideología casi tribal para asegurar<br />

su supervivencia en un mundo<br />

estructurado globalmente en su<br />

centro y desestructurado localmente<br />

en múltiples periferias” 46 .<br />

Un mundo así, o parecido, que ges-<br />

44 John Kenneth Galbraith, La cultura de la<br />

satisfacción, Ariel, Barcelona, 1992.<br />

45 De entre los trabajos recientes de gran interés<br />

relativos a la incidencia de la globalización en<br />

las relaciones internacionales podemos señalar tres:<br />

Strobe Talbott, “Globalization and Diplomacy”,<br />

en Foreign Policy,. 108, pág. 69, otoño, 1997.<br />

Wolfgang H. Reinicke, “Global Public Policy”, en<br />

Foreign Affairs, pág. 127, November-December,<br />

1997. Fred Halliday, “Gobernabilidad global:<br />

perspectivas y problemas”, en Revista Internacional<br />

de Filosofía Política, 9, pág. 23, junio, 1997.<br />

46 Borja y Castells, Lo local..., pág. 13.<br />

30 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


tione complementariamente lo global y lo<br />

local, precisa –incluso aceptando los criterios<br />

“gerencialistas” más limitados– una<br />

descentralización. Si todo el poder y todos<br />

los recursos se hallan en el centro, las<br />

periferias no podrán desarrollar sus capacidades<br />

y no sobrevivirán, o bien acabarán<br />

por “tomar” el centro. Por otra parte,<br />

es obvio que esa descentralización del poder<br />

queda implícitamente asociada a un<br />

reequilibrio de los recursos hacia criterios<br />

de mayor solidaridad.<br />

Para contestar a la pregunta de ¿qué<br />

hay después del capitalismo?, Heilbroner<br />

concluye que, para que el capitalismo logre<br />

superar su propio desorden, su salida<br />

apunta hacia<br />

“una sociedad cuyo modelo<br />

de cooperación no es la costumbre<br />

ni la tradición ni un mando<br />

centralizado ni la sumisión a las<br />

presiones e incentivos del mercado.<br />

Su principio integrador sería<br />

la participación, el compromiso<br />

de todos los ciudadanos en la<br />

determinación recíproca de cada<br />

fase de sus vidas económicas a través<br />

del debate y la votación” 47 .<br />

La conclusión de Heilbroner y otros<br />

autores tiene interés porque no surge de<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

la voluntad de hallar un mundo mejor sino<br />

del resultado dialéctico que tiene salir<br />

del mundo en el que nos encontramos<br />

ahora. La tendencia hacia un modelo de<br />

sociedad civil basada en los derechos humanos<br />

se menciona ahora desde sectores<br />

del capitalismo menos caritativo. Hasta<br />

los chinos van a tener que aprobar esas<br />

pruebas de selectividad antes de inaugurar<br />

su imperio de mercado del siglo XXI. Lo<br />

curioso es que el capitalismo de participación<br />

se ha convertido en un punto de<br />

convergencia hacia el que, cada uno a su<br />

manera, se acercan los schumpeterianos,<br />

los marxistas, los entusiastas del “capitalismo<br />

popular” que hablan sin empacho<br />

de un “capitalismo progresista”, los comunitaristas<br />

–cristianos o no– y, desde luego,<br />

los socialistas liberales y algunos no tan liberales.<br />

En todo caso, este podría ser, por<br />

el momento, el debate de cierre acerca de<br />

la globalización y de sus consecuencias.<br />

Descartados tanto “la lucha final” como<br />

“el final de la historia”, y emplazados a<br />

47 Robert Heilbroner, El capitalismo del siglo<br />

XXI, pág. 118, Península, Barcelona, 1996.<br />

48 Riccardo Petrella, El bien común. Elogio de<br />

la solidaridad, págs. 129 y 147, Debate, Madrid,<br />

1997.<br />

JACINTO PÉREZ IRIARTE<br />

batirnos entre ideologías o entre civilizaciones,<br />

queda no obstante lo obvio: el<br />

gran torneo –global, con cien mil banderas<br />

locales– entre los capitalismos. En el<br />

peor de los casos, la depredación entre los<br />

depredadores. En el mejor de los casos,<br />

tocando el cielo con la punta de los dedos,<br />

la utopía de quienes proponen un<br />

“contrato social mundial” 48 , quizá la primera<br />

propuesta global para la primera generación<br />

planetaria. n<br />

Jacinto Pérez Iriarte es periodista.<br />

31


LIBERTAD,<br />

LIBERALISMO Y ABSTRACCIÓN<br />

ada vez que una idea abstracta logra<br />

convertirse en una realidad subsistente<br />

ya pueden echarse a temblar<br />

los seres humanos de carne y hueso. Así<br />

sucede, por ejemplo, con la idea de Nación,<br />

de Raza, de Progreso, de Razón, de<br />

Mercado, de Estado. ¿A cuántos ciudadanos<br />

de a pie les ha costado el cuello su negativa<br />

a someterse a estas y otras hipóstasis<br />

de turno? Una vez que la idea se escribe<br />

con letras mayúsculas, parece adquirir<br />

el derecho de olvidar su origen y desvincularse<br />

de las minúsculas decisiones de los<br />

hombres de quienes han nacido.<br />

Desde hace tiempo sabemos que el<br />

poder constituye un componente inevitable<br />

en las relaciones sociales. Uno de los<br />

privilegios –y servidumbres– del ser humano<br />

consiste en la obligación de tomar<br />

decisiones para organizar su vida individual<br />

y social, obligación que el reino vegetal<br />

y animal pueden delegar en una naturaleza<br />

que carece del dudoso privilegio<br />

de la consciencia. Y esas decisiones, aun<br />

las más privadas, siempre repercuten en<br />

otros. De tal modo que el poder se multiplica<br />

como en un infinito juego de espejos,<br />

del cual participamos todos en formas<br />

y proporciones diversas1 C<br />

. Considerar<br />

al poder, en general, como a un enemigo<br />

externo implica desconocer lo que constituye<br />

la característica más decisiva de eso<br />

que ha dado en llamarse la condición humana:<br />

su capacidad de autocreación, de<br />

inventar formas de relación que la naturaleza<br />

misma no le proporciona.<br />

La dominación, sin embargo, es otra<br />

cosa. Constituye una patología del poder,<br />

un ejercicio del mismo que tiende a privar<br />

a los seres humanos implicados en ese<br />

tipo de relación de su autonomía, sometiendo<br />

esa capacidad de autocreación a<br />

1 Ver M. Foucault: Un diálogo sobre el poder.<br />

Alianza, Madrid, 1981.<br />

AUGUSTO KLAPPENBACH<br />

las decisiones del dominador. Hegel ha<br />

descrito magistralmente esas relaciones<br />

en su dialéctica del amo y el esclavo 2 . El<br />

esclavo se relaciona directamente con la<br />

naturaleza, se ocupa de su transformación.<br />

El papel del amo, por el contrario,<br />

constituye “la potencia sobre el esclavo”,<br />

por naturaleza abstracta y desvinculada<br />

del trabajo del siervo. Al amo le está reservado<br />

el puro goce que proporciona el<br />

poder –su “erótica” diríamos hoy–, mientras<br />

que el esclavo asume los aspectos<br />

concretos de la vida, si bien al precio de<br />

renunciar a su autonomía. Y como esta<br />

autonomía constituye precisamente la<br />

esencia de la humanidad, el amo se apropia<br />

de ella. El “hombre” será en adelante<br />

quien asuma el papel de amo, mientras<br />

que el esclavo, privado de su poder, retorna<br />

a la naturaleza, se confunde con<br />

ella. De estas relaciones, tan viejas como<br />

la historia, surgen los innumerables dualismos<br />

que en el mundo han sido: almacuerpo,<br />

inteligible-sensible, razón-sentimiento,<br />

teoría-práctica, público-privado,<br />

etcétera. Lo que caracteriza a la cultura<br />

de la dominación no consiste, por supuesto,<br />

en la necesaria distinción de niveles,<br />

sino en su exclusión y oposición<br />

mutua, de tal modo que uno de ellos<br />

asume un papel hegemónico que relega al<br />

otro a la servidumbre. Véanse, por ejemplo,<br />

las relaciones alma-cuerpo en la tradición<br />

occidental y se entenderá qué queremos<br />

decir 3 .<br />

Toda forma de poder necesita legitimarse<br />

en el mundo de las ideas, desde<br />

mucho antes de que Platón escribiera su<br />

República. Se trata de otro aspecto de esa<br />

originalidad del género humano, con respecto<br />

al resto de la naturaleza, que no<br />

2 Hegel: Fenomenología del espíritu. FCE, México,<br />

1966, B-IV. A,3.<br />

3 Ver, por ejemplo, Platón: Fedón, 66a - 67b.<br />

puede limitarse a actuar sino que necesita<br />

preguntarse constantemente por qué lo<br />

hace, cuál es el fundamento de su acción.<br />

Las ideologías resultan así consustanciales<br />

al género humano, aun cuando algunas<br />

voces hayan hablado en nuestros tiempos<br />

de su definitiva liquidación; afirmación,<br />

dicho sea de paso, tan ideológica como<br />

cualquier otra 4 . Y la señal de que estamos<br />

en presencia de una ideología que intenta<br />

legitimar las relaciones de dominación<br />

consiste precisamente en su carácter abstracto.<br />

El papel ideal del amo, su distancia<br />

de la naturaleza, se transfieren a las razones<br />

que tratan de justificar su función<br />

en la sociedad. Las hipóstasis de que hablábamos<br />

al comienzo empiezan a adquirir<br />

vida propia: la dominación del amo se<br />

fundamenta en “la razón de Estado”, por<br />

ejemplo, o en “la defensa de la Fe”, o en<br />

legitimaciones más modernas pero que siguen<br />

la misma lógica, como “las exigencias<br />

del Mercado” o “el Nuevo Orden<br />

Mundial”. Abstracciones que no hacen<br />

más que reflejar el papel imperial de la<br />

Idea que pretende someter a sus decisiones<br />

la vida concreta de los hombres de<br />

carne y hueso. Y ya sabemos que detrás<br />

de las ideas dominantes existen dominios<br />

mucho menos ideales que se expresan a<br />

través de ellas.<br />

Muchas de estas ideas escritas con mayúsculas<br />

han tenido una evolución interesante.<br />

Han nacido al calor de proyectos de<br />

emancipación que pretendían oponerse a<br />

formas caducas de dominio, pero el paso<br />

del tiempo las ha llevado a legitimar nuevos<br />

poderes. Así sucede, por ejemplo, con<br />

la idea de Igualdad, que la Revolución<br />

4 Ver Daniel Bell: El fin de la ideología. Ministerio<br />

de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1992,<br />

y Francis Fukuyama: El fin de la historia y el último<br />

hombre. Planeta, Barcelona, 1992.<br />

32 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Francesa enarboló como divisa en su lucha<br />

contra los privilegios de la nobleza: en adelante,<br />

todos los ciudadanos gozarían de los<br />

mismos derechos por el solo hecho de ser<br />

miembros de la Humanidad. Pero, como<br />

es sabido, una nueva estructura de clases<br />

reemplaza a los estamentos del antiguo régimen<br />

y la Igualdad se reduce a su dimensión<br />

jurídico-legal. En adelante, los ciudadanos<br />

serán teóricamente iguales ante la<br />

ley, pero ese privilegio no incluye el derecho<br />

a una satisfacción equivalente de sus<br />

necesidades básicas, como la alimentación<br />

o la sanidad. Los Derechos Humanos, en<br />

general, se han interpretado desde esta óptica<br />

formal y abstracta: este concepto se<br />

vincula antes al derecho de habeas corpus o<br />

al sufragio universal que al derecho de comer<br />

todos los días, por ejemplo. Lo cual<br />

no implica, por supuesto, desvalorizar el<br />

paso histórico que significa este reconocimiento<br />

si lo comparamos con las desigualdades<br />

existentes en la antigüedad: aunque<br />

idealizados por la abstracción, los Derechos<br />

Humanos han tenido el mérito de<br />

privar a las formas antiguas de dominación<br />

de su legitimación en el orden de la naturaleza<br />

o en la voluntad divina (recuérdese<br />

la defensa aristotélica de la esclavitud y su<br />

posterior justificación en las Sagradas Escrituras).<br />

Y ya sabemos la importancia que<br />

tienen las legitimaciones ideológicas en las<br />

estructuras sociales 5 .<br />

Este proceso se puede ilustrar más<br />

claramente siguiendo la historia del concepto<br />

de Libertad, una de las conquistas<br />

básicas de la Modernidad. Se trata, en<br />

efecto, de un concepto moderno en su<br />

significación actual. Cuando la antigüedad<br />

clásica o el Medievo hablan de libertad<br />

no se están refiriendo, en general, a la<br />

5 A. Klappenbach: Igualdad y diferencia en la<br />

Filosofía Moral de Kant, CLAVES DE RAZÓN<br />

PRÁCTICA, nº 46, octubre 1994.<br />

33


LIBERTAD, LIBERALISMO Y ABSTRACCIÓN<br />

autonomía del individuo. Se trata más<br />

bien de la adecuación de la conducta humana<br />

a un orden natural o divino situado<br />

más allá de las decisiones del sujeto.<br />

Resulta ilustrativo el razonamiento del<br />

intelectualismo moral nacido del pensamiento<br />

de Sócrates y ampliamente utilizado<br />

en la filosofía clásica y cristiana. La<br />

acción humana no puede buscar sino el<br />

bien (“aquello a lo que todas las cosas<br />

tienden”, decía Aristóteles). Si hacemos<br />

el mal es porque lo confundimos con el<br />

bien, y en ese sentido estamos haciendo<br />

lo que no queremos, por lo cual la maldad<br />

se identifica con la ignorancia, que es<br />

la verdadera enemiga de la libertad. Así<br />

que obligar a alguien a realizar el bien no<br />

implica atentar contra su libertad, sino<br />

conducirlo, aun contra sus deseos, a<br />

cumplir su papel en el orden verdadero.<br />

El hombre realmente libre será, por tanto,<br />

aquel que sólo pueda hacer el bien,<br />

que, una vez conocido, atrae inevitablemente<br />

la voluntad humana. Dios será así<br />

el paradigma de toda libertad: su omnipotencia<br />

no incluye –más bien excluye–<br />

la posibilidad de obrar mal, ya que su sabiduría<br />

es infinita y se identifica con el<br />

Bien absoluto. Y el hombre será tanto<br />

más libre cuanto más se acerque a ese<br />

modelo. Es decir, que la única verdadera<br />

libertad consiste en adecuar la propia<br />

conducta a un orden dado que no depende<br />

de la voluntad humana, sino que se<br />

fundamenta primero en leyes naturales<br />

inmutables y luego en la misma Voluntad<br />

Divina 6 . Como se ve, un modelo de legitimación<br />

casi perfecto, ya que los verdaderos<br />

poderes de los que depende ese orden<br />

logran esconder su rostro humano<br />

tras realidades trascendentes y por tanto<br />

inmodificables, de tal modo que cualquier<br />

cuestionamiento a la estructura social<br />

vigente se convierte en un ataque<br />

contra la esencia metafísica de la realidad<br />

y contra la misma libertad antes que contra<br />

decisiones humanas contingentes. Un<br />

triunfo de la abstracción.<br />

Fue necesario que cambiara la relación<br />

del hombre con la naturaleza que le<br />

rodea para que este modelo –con sus diversas<br />

variantes– entrara en crisis. En el<br />

Renacimiento se comienza a descubrir<br />

que el ser humano no es un componente<br />

6 Arthur Schopenhauer, en su ‘Escrito concursante<br />

sobre la libertad de la voluntad’ (publicado<br />

en el volumen titulado Los dos problemas fundamentales<br />

de la Ética, Siglo XXI, Madrid, 1993), desarrolla<br />

ampliamente y con abundancia de citas las<br />

concepciones antigua y medieval de la libertad como<br />

contrapuestas a la libre elección del individuo.<br />

más de un orden natural inmodificable,<br />

sino el centro alrededor del cual gira todo<br />

lo que le rodea. El mundo va dejando<br />

de ser una realidad dada de una vez para<br />

siempre para convertirse en un campo de<br />

operaciones que lo modelan a imagen y<br />

semejanza de la voluntad humana. El<br />

hombre pasa a ser “un dios humano” y se<br />

le transfieren a él muchas cualidades antes<br />

reservadas al Creador. La ciencia y la<br />

técnica nacientes le convencen de que no<br />

existen obstáculos que su voluntad no<br />

pueda superar para construir un mundo<br />

a su medida: “¿Quién quiere poner límites<br />

al ingenio humano?”, decía Galileo. Y<br />

este proceso se profundiza hasta hacer<br />

posible la proclama moderna de Kant,<br />

que define a la Modernidad como la época<br />

que ha logrado la mayoría de edad de<br />

la razón humana. Se han dado las condiciones<br />

para que la libertad deje de considerarse<br />

como la adecuación a un orden<br />

que no depende del hombre y pase a<br />

convertirse en una propiedad del mismo<br />

ser humano. La libertad entendida como<br />

autonomía del sujeto significa, etimológicamente,<br />

que cada individuo es su propia<br />

ley, que su voluntad es capaz de regirse<br />

a sí misma para construir su propio<br />

ser. Se anticipa ya la idea existencialista<br />

del hombre como un ente que debe crear<br />

su propia esencia, “escultor de sí mismo”,<br />

como dice Pico de la Mirandola en pleno<br />

Renacimiento 7 , porque la naturaleza no<br />

le ha dotado de aquello que ha otorgado<br />

a todos los demás seres: un puesto fijo en<br />

el cosmos.<br />

Parece que se ha superado la abstracción:<br />

a primera vista, nada más concreto<br />

que el sujeto individual autónomo, dueño<br />

de sus propias decisiones y liberado de<br />

un orden inmodificable que no depende<br />

de sí mismo. Sin embargo, el concepto de<br />

libertad tiene que seguir conviviendo con<br />

nuevas formas de dominación. El capitalismo<br />

naciente no puede prescindir de legitimaciones<br />

abstractas en la medida en<br />

que su lógica interna le obliga a reproducir,<br />

aunque de forma distinta, los dualismos<br />

que separan al trabajo humano del<br />

ejercicio del poder y, por tanto, reservan<br />

el ejercicio real de la autonomía a una pequeña<br />

porción de la humanidad. Y así<br />

surge el liberalismo, que se presenta como<br />

la superación de todas aquellas ideologías<br />

que hurtaban a la decisión de los individuos<br />

la construcción de las estructuras<br />

sociales, confiando a cada uno la respon-<br />

7 Pico de la Mirandola: Oración sobre la dignidad<br />

del hombre.<br />

sabilidad de jugar su propio papel en<br />

ellas. Tanto en su vertiente económica<br />

como política, el liberalismo parte del supuesto<br />

de que si no se ponen trabas a la<br />

libre decisión de cada individuo el orden<br />

resultante será el mejor posible, siempre<br />

que se respeten las reglas del juego mediante<br />

el cumplimiento del famoso axioma<br />

que comentaremos más adelante: “Mi<br />

libertad termina donde empieza la libertad<br />

de los demás”. Aparentemente, nada<br />

más alejado de las hipóstasis abstractas de<br />

las que hemos hablado: el orden no se<br />

fundamenta ya en una naturaleza inasequible<br />

a la decisión humana ni en una<br />

Voluntad Divina inapelable, sino en el libre<br />

juego de las opciones concretas de los<br />

hombres, que encuentran su único límite<br />

en el respeto de las opciones de los demás.<br />

Trataremos de mostrar, sin embargo,<br />

que tras esta declaración de principios<br />

se esconde una formidable abstracción,<br />

tanto más eficaz como criterio de legitimación<br />

cuanto menos aparente se muestra<br />

en ese discurso.<br />

Etimológicamente la palabra abstracción<br />

significa, poco más o menos, lo mismo<br />

que extracción: sacar de, quitar de.<br />

Un concepto abstracto es aquel que ha<br />

prescindido, ha quitado de su contenido<br />

las características diferenciales de los objetos<br />

concretos que abarca para quedarse<br />

sólo con lo común. Procedimiento, por<br />

supuesto, esencial a cualquier lenguaje y<br />

que sólo resulta engañoso si pretende expresar<br />

una concreción que no tiene.<br />

Cuando, por ejemplo, los nacionalismos<br />

exacerbados enarbolan el concepto abstracto<br />

de Nación o de Raza como portador<br />

de no sabe qué esencias metafísicas<br />

por las cuales vale la pena morir y matar,<br />

la razonable abstracción se convierte en<br />

una legitimación mistificada. De ese tipo<br />

de abstracción estamos hablando aquí. Y<br />

para construirlas existen dos caminos.<br />

Uno de ellos consiste en expresar generalidades<br />

vacías que todo lo abarcan y de<br />

las cuales han sido cuidadosamente quitados<br />

los signos distintivos de lo real. Tales<br />

son las abstracciones a las que nos hemos<br />

referido antes, a las que ha acudido<br />

el pensamiento antiguo y medieval como<br />

criterios de legitimación: el Orden Natural,<br />

la Voluntad de Dios o –más modernamente–<br />

la Razón de Estado.<br />

Pero existe otro tipo de abstracción<br />

menos evidente y que también responde,<br />

de otra manera, a su etimología. Consiste<br />

en sacar a un elemento de su contexto,<br />

prescindir de las relaciones que lo constituyen<br />

y pretender comprenderlo aislada-<br />

34 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


mente de ellas. Este tipo de abstracciones,<br />

a diferencia de las otras, se escriben<br />

con minúscula y carecen de las pretensiones<br />

solemnes de las anteriores, pero su<br />

eficacia mistificadora no es menor. A esta<br />

especie pertenece una de las abstracciones<br />

preferidas del liberalismo: el concepto de<br />

individuo y la ideología que se sobre él se<br />

funda: el individualismo. Según la célebre<br />

definición de Boecio, el concepto de individuo<br />

se refiere a aquello que no está<br />

dividido en sí mismo y que está dividido<br />

de cualquier otro ser, es decir, que puede<br />

ser comprendido por sí mismo y no como<br />

parte integrante de otra totalidad.<br />

Desde este punto de vista, el concepto de<br />

hombre, que antiguamente sólo era comprensible<br />

como un elemento inserto en<br />

una totalidad mayor –Estado o Iglesia,<br />

por ejemplo–, pasa a gozar de un estatuto<br />

autónomo: el hombre entendido como<br />

individuo constituye el eje a partir del<br />

cual podrá comprenderse la sociedad, y<br />

no al revés. La libertad pasará a ser una<br />

prerrogativa del individuo considerado<br />

como autolegislador, y no la adecuación<br />

a un orden natural o divino situado más<br />

allá de sus decisiones concretas.<br />

Evidentemente, hay mucho que<br />

agradecer a este cambio de perspectiva.<br />

Las libertades modernas (de pensamiento,<br />

de prensa, de culto, de reunión, etcétera)<br />

serían impensables sin la afirmación<br />

del carácter individual atribuido a cada<br />

ser humano concreto. La progresiva extensión<br />

del sufragio universal implica<br />

que cada ciudadano se convierte en legislador<br />

acerca de la forma de sociedad que<br />

se construya y no se limita a formar parte<br />

pasiva de la misma. Y así, multitud de<br />

conquistas históricas que hoy nos parecen<br />

tan naturales como incomprensibles<br />

hubieran resultado cuando el hombre no<br />

era todavía individuo. Sin embargo, la segunda<br />

forma de abstracción de que hemos<br />

hablado no deja de mostrarse operativa,<br />

ya que hay que hacer compatibles<br />

los derechos individuales con nuevas formas<br />

de dominación, convencer al individuo<br />

naciente de que las nuevas desigualdades<br />

sociales también tienen un carácter<br />

natural, aunque haya cambiado su fundamento.<br />

Y para ello se intenta construir un<br />

sujeto social abstraído de las relaciones<br />

que lo constituyen como tal. El individuo<br />

liberal no tiene historia ni depende<br />

de sus vínculos con la naturaleza y los demás<br />

hombres. Se supone que puede ejercer<br />

su libertad independientemente de<br />

cualquier condicionamiento que le haya<br />

sido impuesto por la situación concreta<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

en que esa libertad debe realizarse. Así,<br />

sus éxitos o sus fracasos dependerán sólo<br />

de sí mismo, de su capacidad y de su esfuerzo<br />

personal, antes que de las posibilidades<br />

que la sociedad le ofrece. A nadie<br />

más que a sí mismo puede atribuir los resultados<br />

que consiga en su lucha por la<br />

vida. El Estado reduce su papel a una<br />

función arbitral en caso de conflicto, pero<br />

evita inmiscuirse en las relaciones entre<br />

los hombres: se supone que una mano<br />

invisible será capaz de regularlas para obtener<br />

los mejores resultados posibles de<br />

esa lucha por la supervivencia en la que<br />

cada uno de los contendientes parte con<br />

similares posibilidades de éxito. En los albores<br />

de la construcción del Estado liberal,<br />

el llamado darwinismo social expresa<br />

estos supuestos con más claridad de la<br />

que hoy sería capaz cualquier teórico del<br />

liberalismo 8 . Así como en la historia natural<br />

el progreso ha surgido de la libre<br />

competencia entre las especies, de tal<br />

modo que las más fuertes han sobrevivido<br />

y las más débiles han perecido, el<br />

avance en la historia humana requiere<br />

adoptar un modelo similar, de tal modo<br />

que sean los individuos, librados a su<br />

propias fuerzas y sin la protección de un<br />

Estado benefactor, los que obtengan la<br />

posición social que corresponda a sus<br />

méritos y su trabajo personal. Discurso<br />

en el que aparece con claridad un supuesto<br />

que comentaremos más adelante: la<br />

opción por la libertad entendida como<br />

competitividad, y en el que nuevamente<br />

se acude a las leyes naturales –esta vez escritas<br />

con minúsculas– para fundamentar<br />

un modelo de sociedad.<br />

No se puede negar que este discurso<br />

es atractivo, y sobre todo que tiene una<br />

enorme fuerza legitimadora. ¿Quién podrá<br />

considerar injusta una estructura social<br />

en la que cada uno de sus miembros<br />

ha tenido la oportunidad de elegir su<br />

propio lugar en ella? El único problema<br />

radica en que ese individuo que postula<br />

el liberalismo no existe. Tan abstractas<br />

son las totalidades omnicomprensivas como<br />

estos individuos autónomos del liberalismo.<br />

Porque cada ser humano es el resultado<br />

de un cruce de coordenadas que<br />

no se limitan a delimitar su ámbito de<br />

acción sino que lo constituyen como tal.<br />

Sin entrar en la discusión ociosa acerca<br />

de la prioridad entre individuo y sociedad<br />

(imposible de resolver en esos términos),<br />

conviene recordar lo que ya Aristó-<br />

8 Ver H. Spencer: El individuo contra el Estado.<br />

Bibl. Júcar, Madrid.<br />

AUGUSTO KLAPPENBACH<br />

teles había descubierto: el mismo concepto<br />

de hombre incluye el de sociedad,<br />

ante todo porque el lenguaje, que constituye<br />

el signo de la diferencia radical entre<br />

el hombre y el resto de la naturaleza, no<br />

es individual sino social 9 . Y para huir de<br />

esa abstracción ilegítima de que hemos<br />

hablado, hay que recordar que esa sociedad<br />

es la sociedad concreta en que el<br />

hombre ha nacido, incluyendo su lugar<br />

de origen, su familia, las condiciones<br />

económicas en que se ha formado, la<br />

ideología en que se le ha educado, etcétera.<br />

De modo que el individuo de que habla<br />

el liberalismo nunca entra en la lucha<br />

por la vida en igualdad de condiciones<br />

con los demás. La tan mencionada igualdad<br />

de oportunidades constituye un concepto<br />

tan utópico como la Ciudad del<br />

Sol de Campanella. Para ello sería necesario<br />

que la historia se iniciara desde cero<br />

y cada individuo dispusiera de capacidades<br />

similares a los demás. El liberalismo<br />

parte de una concepción adánica del<br />

hombre, como si a cada uno de los individuos<br />

se le ofreciera un mundo virgen<br />

por construir y cada uno pudiera elegir<br />

su papel en esa empresa.<br />

Dicho de otra manera: el ser humano<br />

no es ante todo un individuo sino un sujeto<br />

situado en una red de relaciones que<br />

son las que definen aquello que los existencialistas<br />

llamaban su “ser en el mundo”<br />

y que, por tanto, lo constituyen como<br />

sujeto. Y desde este punto de vista, el<br />

sujeto de la libertad no es ese individuo<br />

inexistente, sino la estructura social concreta<br />

de la que forma parte 10 . Es decir,<br />

no existen individuos libres sino relaciones<br />

libres. La libertad no es una propiedad del<br />

sujeto sino un modo de relación social,<br />

aquella en la cual cada uno de sus agentes<br />

es capaz de ejercer su autonomía sin convertir<br />

a los otros en meros instrumentos<br />

de sus proyectos individuales. Concepto<br />

también utópico, si se quiere, pero de<br />

una utopía muy distinta a la de la “mano<br />

invisible” de Adam Smith. De ahí que la<br />

9 Aristóteles: La Política, libro I, cap. 2.<br />

10 “No sólo el material de mi actividad (como<br />

el idioma, merced al que opera el pensador) me es<br />

dado como producto social, sino que mi propia<br />

existencia es actividad social, porque lo que yo hago<br />

lo hago para la sociedad y con conciencia de ser<br />

un ente social. Mi conciencia general es sólo la forma<br />

teórica de aquello cuya forma viva es la comunidad<br />

real, el ser social, en tanto que hoy día la<br />

conciencia general es una abstracción de la vida real<br />

y como tal se le enfrenta. Hay que evitar ante todo<br />

el hacer de nuevo de la ‘sociedad’ una abstracción<br />

frente al individuo. El individuo es el ser social”.<br />

Marx: Manuscritos de Economía y Filosofía. Tercer<br />

Manuscrito, Alianza, Madrid, 1977, pág. 146.<br />

35


LIBERTAD, LIBERALISMO Y ABSTRACCIÓN<br />

frase antes mencionada, tan cara al liberalismo,<br />

“mi libertad termina donde empieza<br />

la libertad de los demás”, sea menos<br />

inocente de lo que parece. Esa frase considera<br />

a la libertad como una propiedad<br />

individual –la relación con el concepto<br />

de propiedad no es, por supuesto, casual–,<br />

de tal modo que la libertad ajena<br />

se presenta siempre como enemiga de la<br />

propia, ya que si el otro no existiera o renunciara<br />

a su libertad los límites de mi<br />

libertad se verían ampliados. Llevando al<br />

límite ese supuesto, la relación social se<br />

convierte en competitividad, en lucha entre<br />

libertades que tienden a anularse mutuamente,<br />

lo cual constituye el verdadero<br />

supuesto de la ideología liberal. En efecto,<br />

la lógica interna de esta concepción<br />

competitiva lleva a extender los límites<br />

de la libertad individual hasta donde el<br />

individuo pueda o le dejen: el único límite<br />

entre libertades lo determina el poder<br />

de cada una de ellas. Si, por el contrario,<br />

se considera a la libertad como un<br />

modo de relación –en términos hegelianos<br />

como la superación de la dialéctica<br />

del amo y el esclavo–, la competitividad<br />

deja paso a una concepción universal: sólo<br />

en este supuesto podrían ser libres todos<br />

los que intervienen en esa relación social.<br />

Porque es ocioso añadir que en un<br />

esquema competitivo resulta inevitable<br />

que unos ganen y otros pierdan, que es lo<br />

que ha sucedido.<br />

Llegamos así a la verdadera opción<br />

que está en la raíz de las diferentes formas<br />

de entender la libertad y que consiste<br />

en una opción ante su carácter universal.<br />

El liberalismo parte del supuesto<br />

–consciente o inconsciente, explícito o<br />

implícito– de que la libertad es un atributo<br />

del individuo que debe desarrollarse<br />

en una situación de competencia con los<br />

demás, y eso le lleva a considerar abstractamente<br />

a cada sujeto como una totalidad<br />

autónoma y comprensible por sí<br />

misma. La sociedad vendrá, por añadidura<br />

11 , del libre juego entre esas autonomías<br />

absolutas. De ese modo la libertad<br />

resulta compatible con las relaciones que<br />

hemos llamado de dominio, en la medida<br />

en que cada libertad extiende su poder<br />

hasta donde la realidad se lo permita, de<br />

manera que los grados de libertad dependerán<br />

del resultado de esa competencia.<br />

Admitiendo, desde luego, algunas cautelas<br />

legales reducidas a asegurar que ese<br />

11 “La sociedad no existe”, solía decir Margareth<br />

Thatcher.<br />

juego se desarrolle según reglas que eviten<br />

el descontrol en la lucha por el poder.<br />

Por el contrario, si se considera a la<br />

libertad como una forma de relación social,<br />

el acento se pone en la sociedad misma:<br />

es ésta la que será o no será libre en<br />

la medida en que se superen los vínculos<br />

de dominación o unos individuos se conviertan<br />

en meros instrumentos productivos<br />

al servicio de otros 12 . Si la palabra no<br />

estuviera tan contaminada por una larga<br />

historia de abusos semánticos, podríamos<br />

llamar socialismo a este modo de entender<br />

la libertad que, a diferencia del liberal,<br />

tiende a una validez universal. La sociedad<br />

no es considerada como un mero resultado<br />

de las interacciones de los individuos<br />

sino como el punto de partida que<br />

constituye a los hombres como tales. Pero<br />

evitando a la vez toda hipóstasis abstracta<br />

que pretenda situarse por encima<br />

de los sujetos concretos que la forman,<br />

como el concepto de un Estado totalizador<br />

cuya omnipotencia pudiera exigir el<br />

sacrificio de la libertad de los hombres de<br />

carne y hueso sujetos a su dominio. Es<br />

decir, los miembros de la sociedad no son<br />

individuos en el sentido liberal de la palabra<br />

ni partes integrantes de una totalidad<br />

autosubsistente, sino sujetos en relación, y<br />

esas relaciones son las que definen su<br />

existencia concreta.<br />

Ambas formas de concebir la libertad<br />

son ideológicas y no es posible demostrar<br />

científicamente la superioridad de una<br />

sobre otra. Ambas se asientan, en último<br />

término, en opciones éticas cuyo tratamiento<br />

sería motivo de otra discusión.<br />

Lo que hemos querido poner de manifiesto<br />

es la mistificación que se produce<br />

cuando una ideología trata de presentarse<br />

a sí misma como el resultado necesario<br />

de leyes naturales o divinas, convirtiendo<br />

la legitimación de las distintas formas de<br />

poder en una exigencia metafísica y<br />

transformando las abstracciones en entidades<br />

subsistentes. Y para ello tanto da<br />

que esas abstracciones asuman el rostro<br />

de solemnes realidades escritas con mayúscula<br />

como que pretendan ocultarse<br />

tras la seudoconcreción del concepto de<br />

“individuo”. Ni el Estado ni los individuos<br />

constituyen absolutos autónomos:<br />

12 Esta idea tiene sus raíces en la famosa formulación<br />

del imperativo categórico de Kant (“Trata<br />

a la humanidad, tanto en tu persona como en la<br />

persona de cualquier otro, siempre como fin y no<br />

sólo como medio”). Aun cuando Kant no haya sacado<br />

demasiadas consecuencias políticas de esta<br />

fórmula y su concepción de la libertad coincida en<br />

buena medida con la del liberalismo naciente.<br />

la verdadera discusión radica en las formas<br />

de relación posibles que pueden establecer<br />

entre sí los únicos seres de este<br />

planeta a quienes las leyes naturales no<br />

ahorraron el trabajo de definirlas por sí<br />

mismos. Y por favor: no carguemos a<br />

una naturaleza, que bastante trabajo tiene<br />

con salvar un equilibrio ecológico gravemente<br />

amenazado, con la responsabilidad<br />

suplementaria de legitimar las estructuras<br />

sociales que inventamos los<br />

hombres. n<br />

Augusto Klappenbach es catedrático de Filosofía<br />

de Instituto.<br />

36 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


n uno de los periódicos informes que<br />

la Unesco realiza y que sirven de reflexión<br />

sobre las dinámicas culturales<br />

que se producen en el mundo, más allá de<br />

las estadísticas, Jacques Delors apuntaba<br />

que “la educación tiene la misión<br />

de capacitar a cada uno de nosotros sin<br />

excepciones en desarrollar<br />

todos sus talentos al máximo y<br />

a realizar su potencial creativo,<br />

incluyendo la responsabilidad<br />

de sus propias vidas y el cumplimiento<br />

de los objetivos personales” 1 E<br />

.<br />

En el informe mencionado, Delors señala<br />

que la educación ha de organizarse alrededor<br />

de cuatro aprendizajes, que serán<br />

los pilares del conocimiento a lo largo de<br />

la vida de cada individuo y que perfectamente<br />

podrían considerarse también los<br />

cuatro ejes de la educación para la paz:<br />

1. Aprender a conocer, esto es, adquirir<br />

los instrumentos de la comprensión.<br />

2. Aprender a hacer, para poder actuar<br />

sobre el entorno.<br />

3. Aprender a vivir juntos, para participar<br />

y cooperar con los demás en todas<br />

las actividades humanas.<br />

4. Aprender a ser, progresión esencial<br />

que participa de los tres aprendizajes anteriores.<br />

Desde la educación para la paz se ha<br />

dicho siempre, y con razón, que hemos de<br />

educar para la disidencia, la indignación, la<br />

desobediencia responsable, la elección con conocimiento<br />

y la crítica; es decir, para salirnos<br />

de las propuestas de alienación cultural<br />

y política.<br />

Desde esta perspectiva, la educación<br />

para la paz “consiste en analizar<br />

este mundo en que vivimos, pasarlo<br />

por la crítica reflexiva emanada<br />

1 Delors, Jacques, Educación: hay un tesoro escondido<br />

dentro, 250 pág., Unesco, 1996.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

EDUCAR PARA<br />

UNA CULTURA DE PAZ<br />

VICENÇ FiSAS<br />

de los valores propios de una<br />

cosmovisión pacifista y lanzar<br />

a los individuos a un compromiso<br />

transformador, liberador de las<br />

personas, en tanto en cuanto que,<br />

movidas por ese análisis crítico,<br />

quedan atrapadas por la fuerza<br />

de la verdad y obligados en<br />

conciencia a cooperar en la lucha<br />

por la emancipación de todos<br />

los seres humanos y de sí mismas,<br />

en primer lugar” 2 .<br />

Es más, y en palabras del director general<br />

de la Unesco,<br />

“tenemos la obligación moral de<br />

fomentar en nosotros y en nuestros<br />

hijos la capacidad de oponernos<br />

a que un sinfín de cosas parezcan<br />

normales, cotidianas y aceptables<br />

en el entorno, tanto natural<br />

como social… Debemos luchar contra<br />

la pereza y la tendencia<br />

al conformismo y el silencio<br />

que la sociedad fomenta” 3 .<br />

Educar, en otras palabras, significa dotar<br />

al individuo de la autonomía suficiente<br />

para que puede razonar y decidir con toda<br />

libertad. Significa proporcionar los criterios<br />

que nos permiten defender nuestras<br />

diferencias y divergencias sin violencia,<br />

“fomentar la capacidad de apreciar<br />

el valor de la libertad y las aptitudes<br />

que permitan responder a sus retos.<br />

Ello supone que se prepare a los<br />

ciudadanos para que sepan manejar<br />

situaciones difíciles e inciertas,<br />

prepararlos para la responsabilidad<br />

individual. Esta última ha de estar<br />

ligada al reconocimiento del valor<br />

2 Rodríguez, Martín, ‘Educar para la paz y la<br />

racionalidad comunicativa’, en Educando para la<br />

paz: Nuevas propuestas, pág. 366, Universidad de<br />

Granada, 1994.<br />

3 Mayor Zaragoza, Federico, La nueva página,<br />

pág. 53, Unesco/Círculo de Lectores, 1994.<br />

del compromiso cívico, de la asociación<br />

con los demás para resolver problemas<br />

y trabajar por una comunidad<br />

justa, pacífica y democrática” 4 ,<br />

porque el derecho y la necesidad de<br />

alcanzar una autorealización personal no<br />

ha de ser ni un obstáculo ni una incompatibilidad<br />

con la necesidad de formarnos<br />

como ciudadanos responsables y con conciencia<br />

pública.<br />

Esto supone siempre, y en primera instancia,<br />

una mirada hacia nuestro interior<br />

consiste en darnos la posibilidad de decidir<br />

y en ejercitar el derecho de pensar lo que<br />

queremos, en imaginarnos un futuro y en<br />

practicar la política en primera persona,<br />

sin más intermediarios iniciales que nuestra<br />

propia conciencia, para después coparticipar<br />

con nuestras semejantes, reconociéndonos<br />

autoridad (que no poder) y capacidad<br />

creativa, y en asumir que estos<br />

actos pueden transformar la realidad. Pero<br />

la educación para la paz ha de ser también<br />

una educación para el encuentro de las individualidades,<br />

una educación para la conspiración,<br />

la cooperación, la cesión de confianza,<br />

un lugar donde aprender el manejo<br />

de nuestras potencialidades de transformación<br />

y en donde los proyectos culturales se<br />

conviertan en actividad política. El proyecto<br />

de cultura de paz, en definitiva, sólo alcanza<br />

sentido en la medida que sea un instrumento<br />

útil para movilizar a la gente, para<br />

su propia transformación y la de su<br />

entorno. Frente a la violencia y el terror,<br />

además, el discurso de la cultura de paz habría<br />

de ser como una batería para cargar<br />

pilas a la sociedad civil, a sus conciencias y<br />

a sus posibilidades de actuación; y siguien-<br />

4 Unesco, La educación para la paz, los derechos<br />

humanos y la democracia, Declaración de la 44ª<br />

reunión de la Conferencia Internacional de Educación<br />

(Ginebra, octubre 1994), ratificada por la<br />

Conferencia General de la Unesco en noviembre<br />

de 1995.<br />

37


EDUCAR PARA UNA CULTURA DE PAZ<br />

do a Restrepo, para rebelarse, conquistar el<br />

alma y derrotar cultural y espiritualmente<br />

a la violencia, redefiniendo la democracia,<br />

la civilidad y la esfera de lo sacro 5 .<br />

La educación es, sin duda alguna, un<br />

instrumento crucial de la transformación<br />

social y política. Si estamos de acuerdo en<br />

que la paz es la transformación creativa de<br />

los conflictos, y que sus palabras-clave<br />

son, entre otras, el conocimiento, la imaginación,<br />

la compasión, el diálogo, la solidaridad,<br />

la integración, la participación y<br />

la empatía, hemos de convenir que su propósito<br />

no es otro que formar una cultura<br />

de paz, opuesta a la cultura de la violencia,<br />

que pueda desarrollar esos valores, necesidades<br />

y potencialidades. Es a través de la<br />

educación<br />

“que podremos introducir de forma<br />

generalizada los valores, herramientas<br />

y conocimientos que forman las bases<br />

del respeto hacia la paz, los derechos<br />

humanos y la democracia, porque<br />

la educación es un importante<br />

medio para eliminar la sospecha,<br />

la ignorancia, los estereotipos,<br />

las imágenes de enemigo y, al mismo<br />

tiempo, promover los ideales<br />

de paz, tolerancia y no violencia,<br />

la apreciación mutua entre los<br />

individuos, grupos y naciones” 6 .<br />

La educación es también el eje dinámico<br />

del triángulo formado por la paz, el<br />

desarrollo y la democracia, un triángulo<br />

interactivo cuyos vértices se refuerzan<br />

mutuamente 7 , por lo que es igualmente<br />

“la herramienta que nos permite trascender<br />

la condición de individuos y llegar a ser<br />

personas, es decir, ciudadanos que aportan<br />

a la sociedad, capaces de buscar y expresar<br />

la verdad, de contribuir a que las comunidades<br />

y las naciones alcancen una vida<br />

mejor” 8 .<br />

Como venimos explicando, la cultura<br />

de la violencia impregna todas las esferas<br />

de la actividad humana: la política, la religión,<br />

el arte, el deporte, la economía, la<br />

ideología, la ciencia, la educación…, incluso<br />

lo simbólico; y siempre con la fun-<br />

5 Restrepo, Luis Carlos, ‘Manifiesto de insurgencia<br />

civil’, Número, núm. 8, págs. 51-56, diciembre<br />

1995-febrero 1996, Bogotá.<br />

6 Symonides, Janusz; Singh, Kishore, ‘Constructing<br />

a Culture of Peace: Challenges and Perspectives.<br />

An Introductory Note’, en From a Culture<br />

of Violence to a Culture of Peace, pág. 20-30,<br />

Unesco, 1996.<br />

7 Mayor Zaragoza, Federico, ‘Derecho Humano<br />

a la Paz, germen de un futuro posible’, Diálogo,<br />

núm. 21, págs. 3-4, junio 1997.<br />

8 Mayor Zaragoza, Federico, La nueva página,<br />

pág. 45, Unesco/Círculo de Lectores, 1994.<br />

ción de legitimar tanto la violencia directa<br />

como la estructural, y por supuesto, la<br />

guerra, buscando siempre razones y excusas<br />

para justificar el uso de la fuerza y la<br />

práctica de la destrucción, y normalmente<br />

en nombre de algo superior, ya sea un<br />

Dios o una ideología. La violencia cultural<br />

sirve también para paralizar a la gente, para<br />

infundirle el miedo, para hacerla impotente<br />

frente al mundo, para evitar que dé<br />

respuestas a las cosas que la oprimen o le<br />

producen sufrimiento. La educación para<br />

la paz, por tanto, ha de ser una esfuerzo<br />

capaz de contrarrestar estas tendencias y de<br />

consolidar una nueva manera de ver, entender<br />

y vivir el mundo, empezando por el<br />

propio ser y continuando con los demás,<br />

horizontalmente, formando red, dando<br />

confianza, seguridad y autoridad a las personas<br />

y a las sociedades, intercambiándose<br />

mutuamente, superando desconfianzas,<br />

ayudando a movilizarlas y a superar sus diferencias,<br />

asomándolas a la realidad del<br />

mundo para alcanzar una perspectiva global<br />

que después pueda ser compartida por<br />

el mayor número posible de personas. El<br />

reto de la educación y de la cultura de paz,<br />

por tanto, es el de dar responsabilidad a<br />

las personas para hacerlas protagonistas de<br />

su propia historia, y con instrumentos de<br />

transformación que no impliquen la destrucción<br />

u opresión ajena; y el de no<br />

transmitir intransigencia, odio y exclusión,<br />

puesto que ello siempre supondrá la<br />

anulación de nuestro propio proyecto de<br />

emancipación y desarrollo.<br />

38 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


Las propuestas de la educación para la<br />

paz, en suma, recogen un amplio conjunto<br />

de propuestas bien conocidas por la psicología<br />

y la educación prosocial, y que constituyen<br />

el antídoto de las conductas delincuenciales,<br />

violentas y antisociales 9 : afecto<br />

familiar, apoyo, autoestima, estimulación<br />

desde el entorno, motivación de logro, mayor<br />

grado de empatía y de interés por los<br />

demás, convivencia con normas, límites,<br />

patrones y valores; control de impulsos,<br />

desarrollo de la afectividad, educación en<br />

los ideales, en la apreciación de lo distinto,<br />

en la reflexión, en la utilización de la palabra<br />

como forma de resolver los problemas;<br />

aprender el sentido de aceptar las consecuencias<br />

de nuestros actos (o inhibiciones),<br />

de tomar conciencia de lo que es bueno y<br />

de lo que inaceptable; educar en la comprensión<br />

enpática, el razonamiento, la sensibilidad,<br />

la atención y la confianza, en interactuar<br />

con el entorno; aprender a ser<br />

tolerantes, a dialogar, a ser dúctiles, a tener<br />

capacidad de autocrítica, a saber perdonar,<br />

a ser creativos, a tener curiosidad por la naturaleza,<br />

a no tener reparos en mostrar los<br />

sentimientos, a sonreír, a estar dispuestos<br />

para ayudar, a cuidar las amistades, a ser<br />

amables, altruistas y solidarios, a confiar en<br />

nosotros mismos, a razonar de forma objetiva,<br />

a admitir los problemas, el sufrimiento,<br />

las frustraciones y las limitaciones propias,<br />

a utilizar el pensamiento alternativo,<br />

a ser sinceros (con uno mismo y con los<br />

demás), a desarrollar el sentido del humor,<br />

a ser responsable, a no tener miedo a la libertad,<br />

a construir la propia identidad sin<br />

excluir a los distintos, a preguntar y a preguntarse,<br />

a no imponer el criterio propio, a<br />

buscar un equilibrio entre la exigencia de<br />

derechos y los deberes…<br />

La resolución o transformación positiva<br />

de los conflictos pasa, inevitablemente,<br />

por reforzar la capacidad de actuación (el<br />

llamado “empoderamiento”) de quienes sufren<br />

directamente el conflicto; esto es, por<br />

llevar la estructura de la gestión del conflicto<br />

lo más cerca del pueblo que padece<br />

sus consecuencias. Muchos conflictos desaparecerían<br />

o disminuirían en intensidad si<br />

en el momento oportuno y en sus primeras<br />

manifestaciones se hubiera promovido<br />

el diálogo intercomunitario, las organizaciones<br />

locales hubieran tenido los medios<br />

adecuados para intervenir socialmente y se<br />

hubieran movilizado a tiempo las fuerzas<br />

9 Uraa, Javier, Violencia. Memoria amarga,<br />

303 pág., Siglo XXI de España, 1997. Utilizo aquí<br />

una larga serie de conceptos señalados por el autor<br />

en el capítulo 10 del libro.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

espirituales, tradicionales, económicas, sociales<br />

e intelectuales del lugar 10 . En este<br />

sentido, la cultura es también un recurso para<br />

la transformación de los conflictos, porque<br />

“está enraizada en el conocimiento<br />

social y representa un vasto recurso<br />

y una rica semilla para producir<br />

una multitud de aproximaciones<br />

y modelos en relación con el<br />

conflicto. El conocimiento<br />

y la herencia cultural acumulada<br />

por la gente es un extraordinario<br />

recurso para desarrollar estrategias<br />

apropiadas de conflicto dentro<br />

de su propio contexto” 11 .<br />

Si observamos la influencia de los diferentes<br />

sectores que transmiten educación,<br />

veremos que ésta ha ido variando con el<br />

tiempo, y de forma muy acelerada en los<br />

últimos decenios, de manera que la familia<br />

ya no es en muchos casos el factor esencial de<br />

la educación, como tampoco lo es la escuela,<br />

porque ésta está siendo afectada por la creciente<br />

desestructuración social, que siempre<br />

genera violencia. Y si se generaliza la<br />

violencia en las aulas, en las escuelas, es<br />

“porque vivimos en una sociedad dura,<br />

agresiva y violenta. La sociedad se desvertebra<br />

y acaba siendo un conglomerado de<br />

individuos a la deriva, sin autoridades moralmente<br />

creíbles y sin referentes colectivos<br />

en los que echar el ancla y evitar el naufragio<br />

12 . El pánico a asumir la responsabilidad<br />

individual, el abandono afectivo y el<br />

tremendo hechizo que produce la televisión<br />

y algunas músicas, especialmente en<br />

los jóvenes, nos obliga a reflexionar sobre<br />

esta nueva realidad y a buscar alternativas<br />

que compensen la pérdida de antiguas referencias<br />

en mucha gente, la ausencia de<br />

modelos adultos constructivos, la fragilidad<br />

de los vínculos sociales, la pérdida de<br />

referencias morales, tradiciones y valores, y<br />

el derrumbamiento de pautas culturales<br />

capaces de frenar pasiones destructivas.<br />

Cuando analizamos los actores de los<br />

actuales procesos conflictivos de carácter<br />

destructivo, observamos con inquietud<br />

que existen paralelismos entre el comportamiento<br />

de individuos que viven en países<br />

con un nivel de desarrollo económico o<br />

con patrones culturales completamente diferentes.<br />

Hay algo que parece conectar a<br />

10 Sahnoun, Mohamed, ‘Managing Conflict<br />

in Post Coldwar Era’, conferencia pronunciada el<br />

13-10-95 en el Catholic Institute for International<br />

Relations.<br />

11 Lederach, John Paul, Preparing for Peace,<br />

pág. 120, Syracuse University Press, 1996.<br />

12 Caivano, Frabricio, ‘Violencia en las aulas’,<br />

El Periódico, 26 de enero de 1997.<br />

VICENÇ FISAS<br />

algunos jóvenes de Somalia, Bosnia, Ruanda,<br />

Burundi, el País Vasco, Palestina y Liberia,<br />

para poner unos ejemplos: son actores<br />

que parecen entrenados y “educados” para<br />

impulsar dinámicas de enfrentamiento, que<br />

con frecuencia han sido alimentados con<br />

muchas semillas de odio por sus propias<br />

familias y que han vivido en situaciones<br />

sociales, políticas o económicas propicias<br />

para el conflicto, como resultado de la pobreza,<br />

la injusticia, la marginación, el autoritarismo,<br />

la frustración o la falta de oportunidades;<br />

pero también como resultado<br />

de la influencia de algunos medios de comunicación<br />

que presentan como “radicales”<br />

y dan protagonismo mediático a quienes,<br />

fascinados por la estética de la violencia,<br />

quizá sólo “juegan a ser violentos”,<br />

porque no saben como expresar una inquietud,<br />

un vacío, la incertidumbre, el<br />

sentimiento de podredumbre, la rabia o su<br />

deseo de mostrar su masculinidad; o porque<br />

algunos grupos consideran que la publicitación<br />

de sus actos a través de los medios<br />

es la única forma de conseguir un reconocimiento<br />

público de su identidad.<br />

Nuestra cultura ha impuesto el lema de<br />

que “los jóvenes, los recios y los osados deben<br />

tener su cuota de peligro de enfrentamiento<br />

de obstáculos” 13 , pero este tipo de<br />

sentimientos y licencias son los que también<br />

alimentan el abanico de justificaciones<br />

de jóvenes terroristas. Todo ello está<br />

agravado, además, por la existencia de películas,<br />

seriales, videoclips, músicas y publicidad<br />

que en muy pocos casos les enseñan<br />

a resolver positivamente sus propios conflictos,<br />

sino más bien todo lo contrario.<br />

Como colofón, aquí y allá asistimos al desprestigio<br />

de la actividad política, merced a<br />

la corrupción de mucha gente que se dedica<br />

a esta actividad, al divorcio entre ética y<br />

política 14 , y en momentos donde se esfuman<br />

algunas referencias ideológicas de peso,<br />

y la espiritualidad, la humanidad y la<br />

búsqueda de la belleza no acaban de substituir<br />

a las piedras religiosas que se han resquebrajado.<br />

El patriarcado y la mística<br />

de la masculinidad<br />

Cuando hablamos de paz o analizamos situaciones<br />

conflictivas nos encontramos<br />

siempre con factores no materiales y no<br />

cuantificables, muy presentes y con una<br />

13 Aisenson, Aída, Resolución de conflictos: un<br />

enfoque psicosociológico, pág. 27, Fondo de Cultura<br />

Económica, México, 1994.<br />

14 Federico Mayor nos invita por ello a fundir<br />

la política con la ética, en lo que podríamos denominar<br />

la pol-ética.<br />

39


EDUCAR PARA UNA CULTURA DE PAZ<br />

gran capacidad de influencia, que determinan<br />

muchas veces el inicio, el desarrollo o<br />

el final de un conflicto o de un proceso de<br />

paz, o todo a la vez. Me refiero a factores<br />

de naturaleza cultural, a los sentimientos, a<br />

la memoria histórica, a las emociones, a las<br />

manipulaciones, a la capacidad de perdonar<br />

y de odiar, a la facilidad con que nos<br />

dejamos persuadir y sugestionar por ideas<br />

vacías o por símbolos divisorios, y a tantas<br />

cosas que pertenecen al lado nocturno, a<br />

los elementos emocionales y analógicos del<br />

espíritu humano, y del que los hombres sabemos<br />

más bien poco. Las mujeres, por<br />

fortuna, mucho más.<br />

Parece oportuno aprovechar esa referencia<br />

de géneros o de sexos, como se prefiera,<br />

para referirnos a algo fundamental<br />

para el esclarecimiento de lo que ha sido y<br />

es la cultura de la violencia y para ver cómo<br />

enfocar la educación para la paz en el<br />

futuro: la mística de la masculinidad y el<br />

peso del patriarcado en la configuración<br />

de la cultura de la violencia 15 . Aclaremos,<br />

para empezar, que la historia de la violencia,<br />

de la guerra y de la crueldad organizada<br />

es también la historia del hombre, no<br />

de la mujer. Hay algo tan secular en el<br />

protagonismo de la violencia por parte del<br />

arquetipo viril que uno tiene la tentación<br />

de acudir a la biología para descubrir las<br />

razones de esta empecinada recurrencia<br />

del género masculino hacia lo destructivo,<br />

y para utilizar la fuerza física para dañar o<br />

tener poder sobre otras personas 16 . Por<br />

fortuna, sabemos que este cáncer no es<br />

universal y que muchos hombres lo detestan<br />

en la teoría y en la práctica. Sabemos<br />

también de mujeres que se comportan de<br />

otro modo, con lo que no vamos a dar<br />

oportunidad a la biología para que nos explique<br />

lo que sólo es comprensible desde<br />

el campo de la cultura.<br />

Durante algunos milenios, la humanidad<br />

ha vivido bajo las normas del patriarcado,<br />

un sistema de dominación e imposi-<br />

15 Como muestra de la trascendencia dada a<br />

esta cuestión por la Unesco, su programa Mujer y<br />

Cultura de Paz, que celebró en Oslo, en septiembre<br />

de 1997, un seminario con el título de Roles<br />

masculinos y masculinidad en la perspectiva de la<br />

cultura de paz. Días después, la Cátedra Unesco sobre<br />

Paz y Derechos Humanos de la Universidad<br />

Autónoma de Barcelona celebraba un seminario<br />

multidisciplinar con el título de El sexo de la violencia:<br />

la fascinación masculina por la violencia.<br />

16 La psicobiología, no obstante, nos ayuda<br />

comprender muchos comportamientos violentos.<br />

Sabemos, por ejemplo, que los niveles de tostesterona,<br />

asociados con otras variables, tiene una fuerte<br />

relación con la violencia, aunque no de causa-efecto,<br />

o que la mujer necesita condicionantes genéticos<br />

más fuertes que los hombres para manifestarse<br />

violentamente.<br />

ción masculina que no sólo ha subyugado<br />

a la mitad de la población del planeta, las<br />

mujeres, sino que también ha despreciado<br />

o infravalorado unos valores que ahora reivindicamos<br />

como esenciales, y que ha permitido<br />

explotar abusivamente a la naturaleza.<br />

Los hombres han controlado la vida<br />

desde todos los niveles posibles: las doctrinas<br />

religiosas, los mitos, las leyes, las estructuras<br />

familiares, la sexualidad y los sistemas<br />

laborales, emocionales, psicológicos<br />

y económicos, y han abusado del cuerpo<br />

de las mujeres, estableciendo con todo ello<br />

un modelo de dominación que avala otras<br />

formas de imposición sobre el resto de seres<br />

y cuyo instrumento esencial ha sido el<br />

uso de la violencia o la amenaza de usarla.<br />

Para avalar ese orden patriarcal y su instrumento,<br />

la violencia, se han creado una<br />

serie de mitos todavía presentes en el<br />

mundo de hoy, que justifican la violencia<br />

como algo necesario para la supervivencia<br />

humana, obviando que el elemento esencial<br />

de la supervivencia de nuestra especie<br />

ha sido siempre la cooperación, y no la lucha<br />

17 . Pero una vez que la capacidad de<br />

matar por los hombres fue considerada<br />

más importante y necesaria que la capacidad<br />

de dar a luz de las mujeres, se puso en<br />

marcha un sistema de dominación autosostenido<br />

y autoperpetuado. De esta forma,<br />

como ha señalado Sky 18 ,<br />

“los usos de la cultura de dominación<br />

han conocido una evolución<br />

y una mejora constantes, mientras<br />

que lo esencial de una cultura de<br />

cooperación (rasgos no adaptativos<br />

en el mundo patriarcal) han quedado<br />

atrofiados. Las armas, herramientas,<br />

tecnologías, símbolos, escrituras,<br />

relatos, prácticas, hábitos y leyes que<br />

incrementan el poder y la efectividad<br />

de la élite dominante han tenido<br />

mucha relevancia a nivel evolutivo,<br />

y por tanto, han atraído gran parte<br />

de las energías del intelecto y<br />

del esfuerzo creativo humano. La<br />

evolución humana ha ido perdiendo<br />

gradualmente el componente<br />

cooperativo para favorecer<br />

el estrictamente competitivo,<br />

base del sistema de dominación”.<br />

La guerra y cualquier forma de violencia<br />

organizada son fenómenos culturales, y<br />

como tales, se aprenden y se desaprenden.<br />

Dicho en otros términos, tanto la guerra<br />

17 Genovés, Santiago, El hombre entre la guerra<br />

y la paz, 230 pág., Labor, 1971.<br />

18 Sky, Michael, Sexos en guerra, págs. 56-57,<br />

Gaia Ediciones, Madrid, 1997.<br />

como la paz son frutos culturales, son resultados<br />

de decisiones humanas y de empeños<br />

sociales. La paz, a fin de cuentas, no<br />

es otra cosa que la síntesis de la libertad, la<br />

justicia y la armonía, que son tres elementos<br />

vivos y dinámicos que no dependen de<br />

la biología. Pueden o podemos educarnos<br />

para una cosa o para la otra, por lo que el<br />

ideal de ilegitimar moralmente la violencia<br />

es un reto cultural de primera magnitud,<br />

porque estos cambios culturales son los<br />

que un día harán posible acabar con la<br />

secular estupidez de que los Estados y los<br />

pueblos busquen legitimarse y dotarse de<br />

identidad a través de la guerra y del armamento,<br />

cuando ambas cosas no son más<br />

que instrumentos de muerte; y como nos<br />

decía Virginia Wolf en 1938, no podemos<br />

pasar por alto que los hombres encuentren<br />

cierta gloria, cierta agresividad y cierta satisfacción<br />

en la lucha, algo que las mujeres<br />

jamás han sentido ni gozado 19 .<br />

Terminar con esa fascinación que el sexo<br />

masculino siente por la violencia es uno de<br />

los grandes retos que tiene, no sólo la educación<br />

para la paz, sino la misma convivencia<br />

humana, y es un factor esencial, sino<br />

el más importante, de la cultura de<br />

paz. Es difícil encontrar un conflicto armado<br />

en el que este mal no se vea reflejado<br />

de un modo u otro. Dejo al libre criterio<br />

de quién lee estas páginas imaginarse<br />

tres o veinte escenas de enfrentamiento<br />

armado o de violencia cruel; verán que<br />

en un 95% de los casos los actores son<br />

masculinos. Debemos interrogarnos porqué<br />

eso es así y cómo transformarlo. Y ya<br />

que el desarrollo de la cultura de paz depende<br />

en gran parte de los logros que consigamos<br />

en ese campo, creo que lo más<br />

apropiado es que prestemos atención a lo<br />

que piensan, dicen y hacen las mujeres,<br />

tanto en la acción social como en el campo<br />

de la teoría.<br />

El pensamiento feminista nos recuerda<br />

que el eje y medida del orden sociosimbólico<br />

que tenemos es la guerra y la destrucción<br />

de la obra materna, porque el poder<br />

es esencialmente el poder de destruir,<br />

los valores de la guerra son proporcionales<br />

a su poder de destrucción 20 , y porque<br />

existe una relación entre la invención social<br />

de la guerra y la masculinidad. El poder y<br />

la guerra son un continuun del patriarcado.<br />

Se habla incluso de la “envidia del útero”,<br />

para describir al deseo de algunos<br />

19 Wolf, Virginia, Tres guineas, pág. 14, Lumen,<br />

1980.<br />

20 Horvat, Lili, ‘Feminisme et culture de<br />

paix’, Nouvelles Questions Feministes, núms. 11-12,<br />

pág. 120, invierno 1985.<br />

40 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


hombres de apropiarse del poder de dar vida<br />

de las mujeres, por lo que para algunos<br />

el poder de destruir la vida se convertiría<br />

en el equivalente del poder femenino de<br />

crearla. Así, mucha de la violencia ejercida<br />

contra las mujeres tiene su explicación en<br />

el miedo o terror que sienten algunos<br />

hombres a perder su identidad y posición<br />

de dominio en el sistema patriarcal, y al<br />

miedo que puedan sentir ante el poder de<br />

la mujer de dar la vida.<br />

Las mujeres nos invitan a inventar mediaciones<br />

creadoras de realidad nueva, a relacionarnos<br />

con el mundo entero a través<br />

de la mediación de otras (mujeres), a partir<br />

del reconocimiento de nuestra propia experiencia<br />

personal (partir de sí) 21 , a que<br />

nombremos el mundo en femenino; esto<br />

es, a que tengamos un sentido más femenino<br />

del mundo, lo que en términos más<br />

teóricos se llamaría romper con el orden<br />

simbólico patriarcal, juntando la razón y la<br />

vida, es decir, la cultura y la naturaleza, la<br />

palabra y el cuerpo, y valorando la dimensión<br />

de la experiencia cotidiana, la afectividad<br />

y las relaciones. Uno de los medios<br />

propuestos es substituir el poder por la autoridad,<br />

que son dos cosas completamente<br />

distintas. Una autoridad, además, enraizada<br />

en un orden materno, en el reconocimiento<br />

de la autoridad de la madre, que<br />

nos ha dado la vida y la palabra 22 . En la<br />

historia, el ejercicio del poder ha equivalido<br />

al ejercicio de la violencia, porque el orden<br />

patriarcal identifica autoridad y poder<br />

con la violencia intrínseca que eso conlleva.<br />

El ejercicio de la autoridad, en cambio,<br />

equivale al ejercicio del respeto y no está<br />

reñido con la vida, el amor o la gratitud 23 ;<br />

y como veremos posteriormente, posibilita<br />

la resolución de los conflictos en la medida<br />

que implica una práctica constante de negociación<br />

y diálogo.<br />

Otra de las propuestas es la práctica de<br />

la relación de intercambio, que comporta el<br />

reconocimiento de la autoridad a quien<br />

atiende y sustenta mi deseo.<br />

“La autoridad –nos recuerda Rivera–<br />

es de raíz femenina y es distinta<br />

del poder porque atiende al deseo<br />

de cada ser humano de existir<br />

y de convivir en el mundo, no<br />

21 Cigarini, Lia, La práctica del deseo, Icaria,<br />

1996; Rivera, María-Milagros, ‘Partir de sí’, El<br />

Viejo Topo, núm. 73, págs. 31-35, marzo 1996.<br />

22 Irigaray, Luce, El cuerpo a cuerpo con la madre,<br />

La Sal, 1985; Muraro, Luisa, El orden simbólico<br />

de la madre, Horas y Horas, 1984.<br />

23 Rivera, María-Milagros, Nombrar el mundo<br />

en femenino, 264 pág., Icaria, Barcelona, 1994.<br />

24 Rivera, María-Milagros, El fraude de la<br />

igualdad, pág. 57, Planeta, 1997.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

gestiona las parcelas de privilegio<br />

para conservar o alcanzar algo,<br />

caiga quien caiga en el camino” 24 .<br />

Se trata, por tanto, de substituir la<br />

práctica del “poder sobre” por el concepto<br />

de “poder de”, o “empoderar”, que supone<br />

capacitación, autonomía y voluntad. Y repesco<br />

aquí algo señalado por Fromm en<br />

1970, cuando advertía de la esquizofrenia<br />

derivada de la escisión entre afecto y pensamiento,<br />

con el resultado de hostilidad y de<br />

indiferencia respecto a la vida, por lo que<br />

apelaba a la sensibilidad del ser humano, y<br />

no sólo a la inteligencia y a la lógica 25 . La<br />

propuesta del feminismo de practicar la relación<br />

(con la madre, con las mujeres, con<br />

los demás seres) y de hacer de ello una<br />

práctica política, supone abandonar el principio<br />

patriarcal de intercambiar exclusivamente<br />

mediante el dinero. El nuevo tipo de<br />

relaciones humanas que nos propone conlleva<br />

una ruptura con el paradigma del<br />

Mercado-Dios, y es una invitación a relacionarnos<br />

mediante la mediación amorosa,<br />

y no de la fuerza, estando en el mundo “de<br />

una manera otra, con una palabra otra” 26 .<br />

La propuesta, como se puede observar,<br />

coincide plenamente con el discurso de la<br />

filosofía discursiva y con los planteamientos<br />

del pacifismo contemporáneo.<br />

Myriam Miedzian 27 , en un excelente y<br />

sugerente libro que gira alrededor de este<br />

tema, analiza con detalle cómo se ha ido<br />

formando esa fascinación masculina por la<br />

violencia, y el tremendo precio que hombres<br />

y mujeres pagamos por mantener<br />

unos arquetipos masculinos inútiles, destructivos<br />

y primitivos, de los que finalmente todas<br />

las personas resultamos ser víctimas.<br />

Miedzian señala como principales valores de<br />

la mística masculina: la dureza y la represión<br />

de la sensibilidad (el miedo, el lloro, etcétera),<br />

el afán de dominio, la represión de la<br />

empatía y de las preocupaciones morales, y la<br />

competitividad extrema, que condiciona a<br />

los hombres a valorar por encima de todo<br />

la victoria y la gloria, y a encerrarse en las<br />

dicotomías de nosotros/ellos o ganar/perder.<br />

Toda esa mística conduce a la violencia,<br />

sea criminal, doméstica o política, porque<br />

de ahí se legitima el patrioterismo, el<br />

militarismo y la hombría, y muy especialmente,<br />

conduce a la aceptación y glorificación<br />

de la guerra y la violencia, porque<br />

desde la más tierna infancia se enseña a los<br />

25 Fromm, Erich, Sobre la desobediencia y otros<br />

ensayos, Paidós, 1984.<br />

26 Rivera. María-Milagros, El fraude de la<br />

igualdad, pág. 131-136, Planeta, 1997.<br />

27 Miezdian, Myriam, Chicos son, hombres serán,<br />

396 pág., edit. Horas y Horas, Madrid, 1996.<br />

VICENÇ FISAS<br />

hombres a demostrar su masculinidad a<br />

través de la violencia. Además, una de las<br />

mayores fuentes de legitimación cultural<br />

de las guerras han sido las mismas religiones;<br />

y como ha dicho Boulding, “la cultura<br />

de la guerra santa es una cultura guerrera<br />

masculina dirigida por el dios patriarcal<br />

guerrero” 28 .<br />

Miedzian presta particular atención al<br />

efecto acumulativo que tiene en los niños el<br />

hecho de estar rodeados de tanta violencia.<br />

“En la televisión o en las películas,<br />

en los combates de lucha libre,<br />

en los conciertos de heavy metal<br />

o de rap, en los juguetes o en los<br />

deportes, el mensaje generalizado<br />

es que la violencia es aceptable y<br />

divertida… Cuando los niños crecen<br />

viendo centenares de miles de horas<br />

de programas de televisión y películas<br />

en las que las personas son atracadas,<br />

tiroteadas, apuñaladas, destripadas,<br />

rajadas, despellejadas o descuartizadas;<br />

cuando los niños crecen escuchando<br />

música que glorifica la violación,<br />

el suicidio, las drogas, el alcohol<br />

y el fanatismo, es bastante poco<br />

probable que se conviertan en<br />

el tipo de ciudadanos participativos,<br />

educados y responsables que<br />

nos pueden ayudar a alcanzar<br />

dichos valores y objetivos” 29 .<br />

Analizando el contenido violento y<br />

erótico de los videojuegos, Pérez Tornero<br />

ha señalado también que<br />

“el mercado del regalo infantil…<br />

logra imponer sus valores de<br />

aceleración, competitividad,<br />

de una agresión cada vez más cruda<br />

y de una sorda ansiedad por lograr<br />

emociones cada vez más fuertes…<br />

La mayoría de los videojuegos<br />

suelen constituir una oportunidad<br />

para que el niño o el adolescente<br />

transgreda ostentosamente –y,<br />

a veces, ridiculice– aquellos valores<br />

y reglas que los adultos intentan<br />

sostener moralizadoramente<br />

en el mundo real” 30 .<br />

¿Cómo superar esta mística, inventada<br />

para convertir a los jóvenes en soldados<br />

obedientes, dispuestos a sacrificar sus vidas<br />

28 Boulding, Elise, op, cit., pág. 35.<br />

29 Miedzian, Myriam, op. cit., págs. 349-353.<br />

En otras páginas, esta autora relata con detalle el<br />

efecto perverse de la televisión, el cine, la música,<br />

los juguetes y los videojuegos en particular, cuando<br />

conceden tanta preferencia a enseñar comportamientos<br />

patológicos sumamente agresivos.<br />

30 Pérez Tornero, José Manuel, ‘La generación<br />

del videojuego’, El Periódico, pág. 6, 8-1-1997.<br />

41


EDUCAR PARA UNA CULTURA DE PAZ<br />

para que la hombría de los líderes políticos<br />

quede intacta? Al hablar de políticas de<br />

paz, con frecuencia tenemos la mala costumbre<br />

de mirar excesivamente hacia arriba,<br />

buscando a la ONU o la mediación de<br />

las grandes potencias, o pensamos en las<br />

grandes transformaciones económicas que<br />

puedan cambiar la vida de pueblos marginados,<br />

y nos olvidamos de que la base de la<br />

práctica de la paz está también en nuestro<br />

entorno y en nuestra vida cotidiana. Permítanme<br />

que, de la mano de Elise Boulding<br />

31 , recuerde dos muestras claras de acción<br />

y de cultura de paz que están en nuestra<br />

vida diaria y que están en la base de la<br />

superación de la mística de la masculinidad.<br />

Una es el nutrir, esto es, la cultura<br />

practicada por las mujeres en la crianza y el<br />

cuidado de las criaturas y ancianos, y es el<br />

ejemplo de que la cultura de las mujeres<br />

está orientada también hacia el futuro,<br />

puesto que estas prácticas tienen en cuenta<br />

las necesidades del mañana, y el sostenimiento<br />

de la vida ha estado siempre por<br />

encima de las ideologías, de ahí que el proyecto<br />

de cultura de paz pase por colocar la<br />

vida en el centro de la cultura. La práctica<br />

del nutrir, como podemos comprobar, es<br />

una práctica “sostenible” desde hace siglos,<br />

y como nos recuerda Boulding,<br />

“si los hombres dedicaran más<br />

tiempo con los niños y aprendieran<br />

nuevos instrumentos de escucha<br />

y relación, se pondría en marcha<br />

un proceso que ayudaría a reducir<br />

los comportamientos violentos<br />

y equilibraría la balanza entre temas<br />

culturales de paz y agresión”.<br />

La otra experiencia se refiere a la práctica<br />

constante de la negociación para solucionar<br />

esos pequeños conflictos que surgen<br />

en el seno familiar, y se basan en nuestra<br />

capacidad de humanidad. La familia es, o<br />

puede ser, una auténtica universidad de<br />

gestión de conflictos si sabemos actuar con<br />

un mínimo de inteligencia y humanidad.<br />

Es ahí, y también en la escuela y en otros<br />

espacios de socialización, donde hay numerosas<br />

oportunidades para aprender a<br />

manejar los utensilios de la cultura de paz.<br />

Efectivamente, la terapia de superación<br />

de la mística masculina pasa, en primer lugar,<br />

por moderar aquellos valores de dureza,<br />

dominio, represión y competitividad, realzando<br />

en cambio los de la cooperación y responsabilidad<br />

social, y en socializar a los<br />

hombres (corresponsabilizarlos) en la práctica<br />

31 Boulding, Elise, ‘The Concept of Peace<br />

Culture’, en Peace and Conflict Issues after the Cold<br />

War, págs. 107-133, Unesco, 1992.<br />

del cuidado, empezando por sus propios hijos,<br />

porque la participación de los padres<br />

en la crianza es un freno en el uso de la violencia,<br />

primero en ellos mismos y después<br />

en sus hijos. Se trata en definitiva de introducir<br />

la expresión del cariño y la ternura en<br />

la vida de los hombres, de que no repriman<br />

la empatía, para así aumentar su responsabilidad<br />

sobre el coste humano y social de<br />

sus actos, tanto en la vida familiar como en<br />

la política. Terminar con la vinculación entre<br />

masculinidad y violencia es, por tanto,<br />

una estrategia de paz.<br />

No en vano, como ha señalado el psicoanalista<br />

colombiano Luis Carlos Restrepo<br />

32 , “para extender la economía guerrera<br />

a la vida familiar, afectiva, escolar y productiva,<br />

Occidente ha favorecido la disociación<br />

entre la cognición y la sensibilidad,<br />

sentándola como uno de sus axiomas<br />

filosóficos”. Así las cosas, la ternura pasaría<br />

a ser un dique para que nuestra agresividad<br />

no se convierta en violencia destructora,<br />

un facilitador para “aceptar al diferente,<br />

para aprender de él y respetar su<br />

carácter singular sin querer dominarlo”.<br />

Desde este prisma, la cultura de la violencia<br />

impide la expresión de la singularidad,<br />

porque es intolerante frente a la diferencia,<br />

por lo que Restrepo nos invita a que<br />

avancemos “hacia climas afectivos donde<br />

predomine la caricia social y donde la dependencia<br />

no esté condicionada a que el<br />

otro renuncie a su singularidad” 33 .<br />

Resulta paradójico que a estas alturas,<br />

y aun sabiendo los efectos perversos de la<br />

mística de la masculinidad, sea tan difícil<br />

introducir cambios en estos comportamientos<br />

34 . Esto es así porque el comportamiento<br />

masculino sigue siendo la norma, y<br />

como tal no se cuestiona 35 , y al ser la violencia<br />

también normativa, muchas veces<br />

tampoco se pide justificarla. La masculinidad<br />

excusa al hombre violento porque<br />

presenta su violencia como algo normal y<br />

32 Restrepo, Luis Carlos, El derecho a la ternura,<br />

pág. 45, Península, 1997.<br />

33 Íbid., pág. 137.<br />

34 Según un estudio de la Unicef publicado en<br />

1997, y que lleva por título El progreso de las naciones,<br />

más de 60 millones de mujeres han muerto en<br />

el mundo tras haber padecido diversas formas de<br />

violencia, todas ellas asociadas al denominador común<br />

de la discriminación sexual. Según el informe,<br />

entre un 25% y un 50% de las mujeres de todo el<br />

planeta han padecido en algún momento la agresión<br />

de su “compañero”.<br />

35 En este sentido, resulta esperanzador que<br />

documentos de la trascendencia del realizado por la<br />

Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (Nuestra<br />

diversidad creativa, Unesco, ediciones SM,<br />

1997), ponga gran énfasis en la mujer y señale que<br />

“una cultura de la violencia contra las mujeres no<br />

puede constituir la base de una cultura de paz”.<br />

natural, con lo que muchas veces deviene<br />

“la primera opción” a considerar. De ahí la<br />

importancia de educarlo en los valores de<br />

la acción no-violenta. Pero, citando de<br />

nuevo a Miedzian,<br />

“lo que hasta ahora se ha visto<br />

como el comportamiento normal<br />

de los hombres y, en consecuencia,<br />

el de toda la humanidad es el resultado<br />

de una mística de la masculinidad<br />

destructiva e históricamente superada.<br />

Puesto que la conducta masculina<br />

es la norma, la guerra y la violencia no<br />

sólo se aceptan como componentes<br />

centrales y normales de la experiencia<br />

humana sino que las convierte en<br />

eventos excitantes y heroicos” 36 .<br />

El empeño en construir una cultura de<br />

paz pasa, entonces, por desacreditar todas<br />

aquellas conductas sociales que glorifican,<br />

idealizan o naturalizan el uso de la fuerza y<br />

la violencia, o que ensalzan el desprecio y el<br />

desinterés por los demás, empezando por<br />

disminuir al máximo posible el desinterés y<br />

el abandono de los más pequeños, con objeto<br />

de que estas criaturas puedan vivir experiencias<br />

de cariño, respeto, implicación,<br />

amor, perdón y protección, y después, de<br />

mayores, puedan transmitir estas vivencias<br />

a otras personas con mayor facilidad.<br />

Evidentemente, además de socializar<br />

de otra forma a los hombres, este proyecto<br />

supone también garantizar el acceso de la<br />

mujer a la educación y posibilitar su autonomía<br />

económica, ya que esta igualdad de<br />

oportunidades es un requisito previo para<br />

lograr los cambios de actitudes y mentalidades<br />

de los que depende una cultura de<br />

paz. Como se apuntó en la Conferencia de<br />

Pekín sobre la Mujer,<br />

“las mujeres aportan a la causa de<br />

la paz entre los pueblos y las naciones<br />

experiencias, competencias y<br />

perspectivas diferentes. La función<br />

que cumplen las mujeres de dar<br />

y sustentar la vida les ha<br />

proporcionado aptitudes e ideas<br />

esenciales para unas relaciones<br />

humanas pacíficas y para el desarrollo<br />

social. Las mujeres se adhieren<br />

con menos facilidad que los hombres<br />

al mito de la eficacia de la violencia<br />

y pueden aportar una amplitud,<br />

una calidad y un equilibrio de visión<br />

nuevos con miras al esfuerzo común<br />

que supone pasar de una cultura<br />

36 Miedzian, Myriam, op. cit., pág. 48.<br />

37 Unesco, Declaración sobre la contribución de<br />

las mujeres a una cultura de paz, Beijing, septiembre<br />

1995.<br />

42 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


de guerra a una cultura de paz” 37 .<br />

Superar las dinámicas destructivas<br />

En algunas sociedades, y particularmente<br />

en las económicamente más privilegiadas,<br />

vivimos quizá unos momentos en los que<br />

muchos seres humanos son esclavos de sus<br />

pulsiones y han perdido la capacidad de<br />

controlarlas. La naturalización de la violencia<br />

es una realidad en muchas democracias<br />

contemporáneas 38 que están sufriendo<br />

una auténtica ola de violencia, y en las<br />

que no sabemos exactamente qué hacer,<br />

probablemente por la multiplicidad de sus<br />

causas. En un reciente congreso celebrado<br />

en Valencia (España), con el sugerente título<br />

de Biología y Sociología de la Violencia,<br />

se ha puesto de manifiesto, por ejemplo,<br />

que el narcotráfico, la venta ilícita de<br />

armas, las grandes estafas financieras, la<br />

competitividad de la economía de mercado<br />

y el consumo abusivo de alcohol o televisión<br />

son algunos de los grandes inductores<br />

de la violencia. Es evidente, por todo<br />

ello, que la educación para la paz, además<br />

de ser una educación sobre los conflictos,<br />

ha de ser también una educación para la<br />

comprensión de los mecanismos de dominación<br />

y sumisión, y no sólo los estructurales,<br />

sino también los subliminales. Una educación<br />

que nos ayude a hacernos adultos y<br />

responsables, a ser libres nosotros mismos,<br />

a superar la cultura de la queja y del victimismo,<br />

a no ser eternos bebés, a no dejarnos<br />

arrastrar por la magia del consumismo,<br />

a dar la misma entidad a las obligaciones<br />

que a los derechos, a vencer la<br />

fatalidad, a tomar riesgos.<br />

Como es conocido, la casi totalidad de<br />

las guerras de hoy día se producen en el interior<br />

de los Estados. Pero la mayor parte<br />

de los conflictos que no llegan al nivel de<br />

guerra, también son internos. Hay pensadores,<br />

como Enzensberger 39 , que hablan<br />

ya de una cierta universalización de los conflictos<br />

civiles, que abarcaría desde las limpiezas<br />

étnicas realizadas en África o la ex<br />

Yugoslavia hasta los ataques racistas que<br />

a diario se producen en varios países europeos<br />

o la violencia de los fanáticos del fútbol,<br />

los hooligans. Las guerras civiles de<br />

nuestros días, señala Enzensberger, estallan<br />

de forma espontánea, desde dentro. Ya no<br />

precisan de potencias extranjeras para alcanzar<br />

la escalada del conflicto. Se trata de<br />

un proceso endógeno, siempre iniciado<br />

por una minoría que practica una violencia<br />

38 Mongin, Olivier, ‘Las nuevas imágenes de<br />

la violencia’, Le Monde Diplomatique, pág. 37, julio-agosto<br />

1996.<br />

39 Enzensberger, Hans Magnus, Perspectivas<br />

de guerra civil, 87 pág., Anagrama, 1994.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

desligada totalmente de justificaciones ideológicas,<br />

luchando muchas veces “por<br />

nada”, aplicando la ley del más fuerte, siguiendo<br />

las pautas de la mística de la masculinidad<br />

que anteriormente hemos aludido.<br />

Como ha señalado Urra 40 ,<br />

“es posible que la agresividad haya<br />

perdido el contexto donde ejercerse<br />

y se haya transformado en una<br />

violencia cruel y destructiva,<br />

una violencia ciega, gratuita, que<br />

nace de la convicción del escaso<br />

valor de la vida ajena, una violencia<br />

que se propaga miméticamente<br />

facilitada por los medios<br />

de comunicación”.<br />

Sin necesidad de compartir el pesimismo<br />

de este autor, resulta evidente que he-<br />

mos de hacer frente a una cierta universalización<br />

de comportamientos impregnados<br />

por la violencia y la brutalidad, y que<br />

aparecen como variantes modernas del<br />

machismo. Debemos preguntarnos, entre<br />

otras cosas, hasta qué punto eso está causado<br />

o influenciado por los medios de comunicación,<br />

tanto por los productos que<br />

ellos mismos editan como por la forma de<br />

mostrarnos la realidad externa y por nuestra<br />

escasa educación como consumidores<br />

voraces de televisión. En muchas sociedades<br />

occidentales está incluso de moda ser<br />

cruel, despreciativo, vil y primario, y muchos<br />

jóvenes idolatran a personajes que<br />

40 Uraa, Javier, op. cit., pág. 7.<br />

VICENÇ FISAS<br />

hacen gala de su afición autodestructiva.<br />

Además, en los últimos años, y ante desgracias<br />

de la magnitud de Bosnia, Ruanda<br />

y Somalia, pero también de guerras como<br />

la del Golfo, y de un sinfín de filmes que<br />

ensalzan los comportamientos más sociopáticos,<br />

nos hemos convertido en simples<br />

espectadores del horror y de las masacres,<br />

que consideramos ya como algo usual y<br />

aceptable. Incapaces de procesar, elaborar<br />

y responder a la cantidad de información<br />

que nos ofrecen a diario, nos dedicamos<br />

simplemente a tragarla y a verla como si<br />

fuera un serial, una distracción más. Este<br />

consumo constante de la violencia no nos<br />

ayuda en absoluto a comprenderla, y menos<br />

a conjurarla, y en cambio consolida la<br />

creencia de que la violencia es el mejor<br />

método para solventar los conflictos; y al<br />

convertir la violencia y la guerra en un<br />

simple espectáculo, estos medios promueven<br />

la desmovilización social y el aislamiento<br />

de los individuos.<br />

En el pasado, nos lamentábamos de la<br />

falta de información sobre cuestiones internacionales<br />

y respecto a los conflictos<br />

que sucedían en lugares alejados de nuestro<br />

entorno. Hoy día, el problema es ya la<br />

ingente e indigerible cantidad de información,<br />

de datos y de imágenes que están a<br />

nuestro alcance y que no tenemos ni tiempo<br />

para ver u oír. Las noticias son tantas<br />

que se convierten en simples flash o anécdotas,<br />

seguidas y precedidas de informaciones<br />

banales que rivalizan para atraer<br />

nuestra atención. Como ha señalado<br />

Bruckner 41 , ingerimos tales dosis de dramas<br />

cotidianos que perdemos nuestras facultades<br />

de rebelión o de discernimiento.<br />

En otras palabras, se ha impuesto una<br />

“coexistencia pacífica con el horror”.<br />

No puedo resistir de citarles una genial<br />

definición de la violencia que, hace ya<br />

unos cuantos años, nos dio el pedagogo<br />

Bruno Bettelheim 42 , al señalar que “la<br />

violencia es el comportamiento de alguien<br />

incapaz de imaginar otra solución a un<br />

problema que le atormenta”. A menos que<br />

creamos en la determinación biológica de<br />

la maldad humana, hemos de convenir<br />

que la violencia humana, ya sea aislada o<br />

en brotes epidémicos, tiene mucho que<br />

ver con esa falta de educación y entrenamiento<br />

para manejarse en los inevitables<br />

conflictos que todo individuo ha de tener<br />

durante su existencia, y en imaginar salidas<br />

positivas para dichos conflictos. No<br />

41 Bruckner, Pascal, op. cit., pág. 240.<br />

42 Bettelheim, Bruno, Educación y vida moderna,<br />

pág. 98, editorial Crítica, Barcelona, 1982.<br />

43


EDUCAR PARA UNA CULTURA DE PAZ<br />

hay violencia gratuita si previamente no<br />

ha existido frustración, miedo, mal trato,<br />

desamor o desamparo en la persona que la<br />

protagoniza. Desde hace muchos años sabemos<br />

con certeza que la agresión maligna<br />

no es instintiva, sino que se adquiere, se<br />

aprende, especialmente en la infancia; y<br />

como ha señalado el psiquiatra Rojas Marcos<br />

en un reciente libro divulgativo sobre<br />

este tema 43 , los valores culturales promotores<br />

de violencia, como el culto al machismo,<br />

la glorificación de la competitividad<br />

o el racismo, se transmiten de generación<br />

en generación a través del proceso de<br />

educación y socialización.<br />

Algunos sociólogos hablan de la llamada<br />

ecuación de la violencia 44 , por la que<br />

el comportamiento violento, particularmente<br />

el de los hombres, sería el resultado<br />

de la suma de cuatro factores esenciales:<br />

los mensajes sociales que les invitan a usar<br />

medios violentos (y aquí hemos de recordar<br />

de nuevo que el patriarcado se sostiene<br />

precisamente porque condiciona a los<br />

hombres a usar medios violentos para reforzar<br />

su posición en el mundo); la rabia<br />

interior derivada de experiencias negativas<br />

(abandono, violencia familiar, abusos psíquicos<br />

o físicos, falta de trabajo, etcétera);<br />

el comportamiento colérico; y las frustraciones<br />

antes expectativas que no se realizan.<br />

Cambiar estas dinámicas destructivas<br />

será, sin duda, un largo proceso. La apuesta<br />

por la vida y la felicidad también pasa<br />

inevitablemente por reconceptualizar el desarrollo,<br />

yendo más allá de su expresión<br />

economicista, para que sea un desarrollo<br />

humano y social, integre nuestras capacidades<br />

intelectuales, emocionales y espirituales,<br />

y satisfaga las necesidades humanas<br />

básicas, sean materiales o no materiales:<br />

alimentación, cobijo, afecto, amor, pautas,<br />

apoyos, perspectivas… Habrán notado<br />

que volvemos a referirnos de nuevo a algunos<br />

de los pilares del “simbólico femenino”,<br />

aunque también nos referimos a aspectos<br />

esenciales de lo que debería ser el<br />

trabajo político cotidiano, en particular la<br />

lucha contra la pobreza, la marginación y<br />

las desigualdades. Lo que está claro es que<br />

no nos basta con hacer un buen acopio de<br />

normas éticas y principios de conciencia,<br />

sino que es menester que todo eso se traduzca<br />

en cambios de conducta y en movilizaciones<br />

y creaciones culturales del “vivir<br />

43 Rojas Marcos, Luis, Las semillas de la violencia,<br />

230 pág., Espasa Calpe, Madrid, 1995.<br />

44 Harris, Ian M. ‘The Role of Social Conditioning<br />

in Male Violence’, en Elise Boulding<br />

(compil), Peace, Culture & Society, pág. 170, Westview<br />

Press, 1991.<br />

concreto y cotidiano, la cultura del pueblo”<br />

45 , que permitan una transformación<br />

social, incluyendo por supuesto nuestro<br />

propio comportamiento como seres humanos,<br />

porque también se combate la<br />

guerra combatiendo la lacra de la violencia<br />

ejercida contra las mujeres en el hogar, eliminando<br />

la intolerancia en la vida cotidiana<br />

o desmilitarizando los libros de historia.<br />

En este sentido, es fundamental<br />

aprender a dar respuestas no violentas a<br />

los conflictos, así como averiguar nuestro<br />

grado de responsabilidad en los mismos.<br />

Para Gorostiaga 46 , la alternativa al<br />

mal desarrollo generado por la globalización<br />

elitista estaría en lo que denomina<br />

geocultura del desarrollo emergente, una civilización<br />

que viene desde abajo y que<br />

prioriza la calidad de la vida, la sostenibilidad,<br />

la simplicidad, la equidad y la felicidad<br />

compartida. Se trataría de una revolución<br />

cultural y ética, en donde el desarrollo<br />

se convierte en una relación equitativa,<br />

participativa, sostenible y armónica entre<br />

los seres humanos y con la naturaleza. Para<br />

Gorostiaga, la nueva visión que subyace<br />

en este desarrollo alternativo es la integración<br />

de utopías parciales, múltiples y acumulativas<br />

basadas en proyectos endógenos<br />

locales y una amplia alianza de valores éticos<br />

e intereses comunes frente a las amenazas<br />

colectivas. Las propuestas básicas de<br />

esta “geocultura del desarrollo” coinciden<br />

plenamente con cuanto hemos definido<br />

como cultura de paz, y que podríamos<br />

sintetizar en estos seis puntos:<br />

n La superación de la cultura de la civilización<br />

antagónica basada en la cultura de<br />

la confrontación y la lucha. Se necesita una<br />

geocultura de la armonía y de la tolerancia<br />

que integre la diversidad de un mundo y<br />

una ciudadanía global.<br />

n La predominancia de la geocultura<br />

sobre la geopolítica y la geoeconomía. Se<br />

busca la diversidad cultural endógena, con<br />

su identidad y autonomía complementaria,<br />

capaz de crear el equilibrio y la armonía<br />

que la biodiversidad conforma en el<br />

medio ambiente. Esta geocultura busca su<br />

raíz en la profunda simplicidad y calidad<br />

de vida.<br />

n La democratización del mercado y del<br />

Estado, no aceptando como inevitable la<br />

llamada “democracia del mercado” y trans-<br />

45 Vidal, Marciano, Postulados de una ética de<br />

la paz, ponencia presentada en el Simposio ‘Ética y<br />

cultura de paz’, Madrid, diciembre de 1985.<br />

46 Gorostiaga, Xabier, ‘El desarrollo geocultural’,<br />

en Desarrollo, maldesarrollo y cooperación al desarrollo,<br />

pág. 167-186, Seminario de Investigación<br />

para la Paz-Diputación General de Aragón, 1997.<br />

formándolo en un instrumento de participación<br />

y equidad, al tiempo que se recupera<br />

el principio de subsidariedad.<br />

n Reformar la capacidad y potencialidad<br />

de los medianos y pequeños productores,<br />

de las organizaciones locales y municipales<br />

como actores prioritarios del desarrollo.<br />

n La vinculación macro-micro en cada<br />

sociedad, lo que implica la formación del<br />

capital humano de profesionales y técnicos<br />

que respondan a los valores de los pequeños<br />

y medianos productores de la sociedad<br />

civil.<br />

n La democratización del conocimiento y<br />

su inserción al servicio de las necesidades,<br />

valores e intereses en la “globalización desde<br />

abajo”. La cultura es la base para el desarrollo<br />

económico, donde la mujer y la<br />

ecología son los factores más importantes.<br />

Estos cambios serán mucho más fáciles<br />

si antes hemos aprendido y practicado el<br />

sano ejercicio de imaginar el futuro. En palabras<br />

de Elise Boulding,<br />

“es esencial una educación que<br />

expanda la capacidad de imaginar<br />

un mundo diferentes. La imaginación<br />

da el poder para actuar en favor<br />

del cambio social y para poner<br />

en marcha aventuras pacíficas<br />

constructivas” 47 .<br />

La educación para la paz, que repito es<br />

también una educación sobre los conflictos,<br />

ha de poner mucho énfasis en algunos<br />

otros aspectos que me gustaría mencionar.<br />

El primero, básico y fundamental, es<br />

aprender a reconocer los intereses del oponente.<br />

Esto significa olvidarnos de una vez de<br />

la palabra “victoria”, porque la victoria sólo<br />

conduce a la victoria, no a la paz. Todas las<br />

técnicas de resolución de conflictos parten<br />

de esta importante premisa, que concierne<br />

exclusivamente a los actores y a su capacidad<br />

de realizar transferencias positivas, de<br />

negociar e intercambiar, de transformar<br />

voluntariamente objetivos iniciales y de generar<br />

empatía 48 , esto es, de comprender las<br />

emociones y los sentimientos de los demás,<br />

de colocarnos en su lugar y circunstancia.<br />

Todo estos requisitos son posibles si se actúa<br />

desde la autoridad, pero no desde el<br />

poder que oprime y jerarquiza. Para lograrlo,<br />

repetimos, sería bueno avanzar un poco<br />

más deprisa en el aumento de afecto y em-<br />

47 Boulding, Elise, ‘The Concept of Peace<br />

Culture’, en Peace and Conflict Issues after the Cold<br />

War, pág. 127, Unesco, 1992.<br />

48 Bejarano, J. Antonio, Una agenda para la<br />

paz. Aproximaciones desde la teoría de la resolución<br />

de conflictos, 268 pág. Tercer Mundo Editores, Bogotá,<br />

1995.<br />

44 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


patía por parte de los hombres, y en asumir<br />

plenamente que nunca habrá solución<br />

a un conflicto si en su transformación no<br />

hay una activa participación y cooperación<br />

de los protagonistas.<br />

La segunda consideración se refiere a<br />

la urgencia de que los pueblos dominantes<br />

terminen con su arrogancia y lleven a cabo<br />

un desarme cultural, aceptando el hecho de<br />

la multiculturalidad y la riqueza de la diversidad<br />

humana. Como ha dicho el filósofo<br />

Raimon Pannikar 49 , “hay algo inherente<br />

en la cultura occidental que nos ha<br />

llevado a esta situación de ser beligerantes<br />

y tratar a los demás como enemigos: nuestro<br />

competir, nuestra tendencia a pensar<br />

siempre en soluciones ‘mejores’ sin considerar<br />

siquiera la posibilidad de enfrentarnos<br />

a las causas del problema para eliminarlo;<br />

nuestra sensibilidad hacia lo cuantitativo<br />

y mecánico; nuestra creatividad en<br />

el ámbito de las entidades objetivables, en<br />

prejuicio de las artes, de los oficios, de la<br />

subjetividad…, nuestro descuido del<br />

mundo de los sentimientos; nuestro complejo<br />

de superioridad, de universalidad,<br />

49 Panikkar, Raimón, Paz y desarme cultural,<br />

302 pág., Sal Terrae, 1993.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

etcétera”, por lo que hay que “abandonar<br />

las trincheras en las que se ha parapetado<br />

la cultura ‘moderna’ de origen occidental,<br />

considerando valores adquiridos y no negociables,<br />

como son el progreso, la tecnología,<br />

la ciencia, la democracia, el mercado<br />

económico mundial, amén de las organizaciones<br />

estatales”. No podemos olvidar<br />

que, a lo largo de la historia, algunos grupos<br />

han manipulado a su antojo los conceptos<br />

de libertad, patria, nación estirpe y<br />

otros símbolos, para favorecer despliegues<br />

irracionales de narcisismo, agresividad y<br />

soberbia quedespués han preparado el terreno<br />

para el enfrentamiento bélico.<br />

En estos temas, la educación para la<br />

paz debería enseñarnos a perder el miedo<br />

a la diferencia del otro, a tratar a las demás<br />

culturas en igualdad de condiciones, vacunándonos<br />

de la tentación de imponer a los<br />

demás aquellos modelos económicos, políticos,<br />

culturales y tecnológicos que no<br />

nos conducen a la felicidad. De nuevo cito<br />

a Aisenson para señalar que<br />

“es necesario un cambio tal que<br />

50 Aisenson, Aída, op. cit., pág. 34.<br />

51 Rivera, María-Milagros, El fraude de la<br />

igualdad, pág. 123, Planeta, 1997.<br />

VICENÇ FISAS<br />

lleguen a importar más las cosas que<br />

puedan ser compartidas por muchos,<br />

o mejor aún, por todos, al mismo<br />

tiempo que se considere la diferencia<br />

entre “las cosas mías y las tuyas” 50 .<br />

La educación, en este tema, puede jugar<br />

un papel trascendental, en la medida<br />

que puede ayudar a comprender el mundo<br />

y a comprender al otro con objeto de conocerse<br />

mejor a sí mismo. No se trata evidentemente<br />

de instalarnos en la lógica o la<br />

práctica de la tolerancia, dado que por sí<br />

sola la tolerancia no da lugar a una relación<br />

de intercambio que reconoce la autoridad<br />

a quien es diferente o dispar. Ir más<br />

allá de la tolerancia implica comunicación,<br />

“relación de intercambio, dejándose dar; no<br />

de enseñanza para normalizar a quienes<br />

son diferentes o dispares, ayudándoles a olvidar<br />

lo que eran, su tesoro” 51 . n<br />

Vicenç Fisas es titular de la Cátedra Unesco sobre<br />

Paz y Derechos Humanos de la UAB.<br />

45


Lo que se exige a la política criminal<br />

Resulta ya un lugar común destacar la exagerada<br />

presencia de los temas propios de la<br />

justicia penal en los medios de comunicación<br />

social y en el debate ciudadano en general.<br />

Se ironiza sobre los imprescindibles<br />

conocimientos de Derecho Penal y Procesal<br />

Penal que debe poseer todo aquel que<br />

pretenda seguir cabalmente el desarrollo de<br />

los temas de actualidad. Y naturalmente la<br />

necesidad ha originado la aparición de expertos<br />

por doquier. Sería, sin embargo,<br />

erróneo pensar que tal fenómeno social<br />

agota su explicación en la trascendencia social<br />

o el carácter llamativo de determinados<br />

casos que han acabado en la jurisdicción<br />

criminal, singularmente todo el conjunto<br />

de asuntos penales que proceden de los<br />

desgraciadamente numerosos sucesos de<br />

corrupción política y administrativa, de la<br />

novedosa persecución de la delincuencia financiera,<br />

o de las intermitentes noticias sobre<br />

explotación sexual de menores de edad,<br />

entre otros ejemplos. A mi juicio, el protagonismo<br />

social de la justicia penal tiene<br />

causas más profundas, sin poderse considerar<br />

un acontecimiento transitorio.<br />

1. Para nadie es un secreto que vivimos<br />

en una sociedad sin auténticas alternativas<br />

ideológicas. La ausencia de propuestas de<br />

transformación global de la sociedad ha hecho<br />

que la reflexión social, llevada a cabo<br />

por intelectuales, comunicadores sociales o<br />

simples ciudadanos, haya dirigido su atención<br />

a conflictos valorativos de ámbito limitado,<br />

centrados en temas concretos, y<br />

que no implican el cuestionamiento de la<br />

estructura social básica. Sin ánimo de menospreciar<br />

esfuerzos intelectuales de gran<br />

valía y probablemente muy oportunos, la<br />

tendencia acabada de señalar resulta fácilmente<br />

constatable en muy diferentes áreas<br />

de reflexión. Por citar aquellas que más interesan<br />

a nuestros efectos, se puede aludir al<br />

actual predominio en la filosofía de las<br />

EXIGENCIAS SOCIALES<br />

Y POLÍTICA CRIMINAL<br />

JOSÉ LUIS DÍEZ RIPOLLÉS<br />

cuestiones éticas en detrimento de las globales<br />

construcciones teóricas de otras épocas;<br />

o el abandono en la ciencia política de<br />

la confrontación entre los paradigmas<br />

del consenso y del conflicto, en beneficio<br />

del primero, con el consiguiente predominio<br />

de debates orientados, no tanto a replanteamientos<br />

sustanciales de los términos<br />

del contrato social cuanto a la elaboración y<br />

aseguramiento de mecanismos que permitan<br />

obtener un verdadero consenso social<br />

en relación con cuestiones aisladas; o la primacía<br />

conseguida en el Derecho Constitucional<br />

por el estudio de los diversos derechos<br />

fundamentales y libertades públicas.<br />

2. Este contexto ideológico ha tenido<br />

también repercusión en la reflexión político-criminal<br />

y en las consecuentes decisiones<br />

legislativas jurídico-penales. En efecto,<br />

ha sido tal situación espiritual la que ha<br />

posibilitado que el Derecho Penal se haya<br />

visto inopinadamente confrontado, con<br />

una intensidad por él hasta entonces desconocida,<br />

con la mayor parte de los conflictos<br />

valorativos que en estos momentos interesan<br />

y dividen a la sociedad. Determinadas<br />

características del Derecho Penal,<br />

algunas hoy de general reconocimiento,<br />

otras condicionadas por ciertas contingencias<br />

históricas, y unas últimas en buena<br />

medida consustanciales a él, han determinado<br />

la situación referida.<br />

Entre las primeras ha de destacarse su<br />

consolidación como el sector del ordenamiento<br />

jurídico que pretende identificar y<br />

garantizar los presupuestos auténticamente<br />

esenciales para la convivencia. Ello le ha<br />

obligado a elaborar un catálogo individualizado<br />

y punitivamente jerarquizado de los<br />

valores sociales a proteger, superado en rango<br />

pero no en minuciosidad por el existente<br />

en la Constitución. A tales fines se ha<br />

servido de un instrumento técnico-jurídico,<br />

la noción de bien jurídico protegido, en<br />

función de cuyas exigencias conceptuales se<br />

han precisado los contornos tutelables de<br />

cada uno de esos valores esenciales para la<br />

convivencia. No es casual, por tanto, que se<br />

hayan popularizado expresiones como la<br />

que equipara el Código Penal a una Constitución<br />

en negativo, cuya evidente incorrección<br />

conceptual no le impide dar cuenta<br />

de todos modos de un trasfondo especialmente<br />

significativo. Por lo demás, el<br />

progresivo desarrollo en las últimas décadas<br />

del concepto de bien jurídico protegido ha<br />

permitido sustraer los contenidos del Derecho<br />

Penal de justificaciones meramente formalistas,<br />

propias del más estricto positivismo<br />

jurídico y que se agotaban en el respeto<br />

del procedimiento legal de creación de normas.<br />

Por el contrario, la emergente exigencia<br />

político-criminal de que no se puede<br />

considerar delictiva ninguna conducta que<br />

no lesione o ponga en peligro un bien jurídico<br />

merecedor de protección, lo que a su<br />

vez debe de plasmarse en la inequívoca demostración<br />

de la dañosidad social del comportamiento,<br />

ha dotado al Derecho Penal,<br />

al menos en el nivel de los principios, de<br />

unas sólidas referencias materiales.<br />

De las segundas características cabe fundamentalmente<br />

reseñar el fenómeno producido<br />

tras la pérdida de las referencias<br />

morales, que hasta hace poco obtenía la sociedad<br />

de éticas de origen religioso, no secularizadas.<br />

El fracaso en la consolidación<br />

de una moral social civil y autónoma ha<br />

conducido a que las opiniones sociales, de<br />

modo muy extendido, equiparen los contenidos<br />

del Derecho Penal con los de esa moral<br />

social poco definida, y que en consecuencia<br />

exijan a la política criminal que se<br />

pronuncie sobre aspectos conflictivos éticos<br />

que no son propiamente de su competencia.<br />

Ello origina consecuencias ciertamente<br />

indeseables, entre las que se pueden citar el<br />

correlativo empobrecimiento de una moral<br />

social cuyos contenidos se desenvuelven en<br />

los estrechos límites de un Derecho Penal<br />

que, en virtud de su carácter fragmentario,<br />

46 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


no debe ir más allá de la protección frente a<br />

los ataques más graves a los bienes más importantes<br />

para la convivencia social. O el<br />

olvido que supone que el Derecho Penal es<br />

sólo un instrumento de control social que,<br />

a la búsqueda del mantenimiento del orden<br />

social, pretende meramente un acatamiento<br />

externo de las normas, sin aspirar a una adhesión<br />

interna moralmente valiosa.<br />

Entre las últimas características más<br />

arriba aludidas cabe mencionar la mayor<br />

implicación del Derecho Penal, frente a<br />

otros ámbitos de reflexión u operación jurídicas,<br />

en la resolución de esas cuestiones<br />

valorativas conflictivas, algo que parece serle<br />

inherente en nuestras actuales sociedades.<br />

Así, ante la filosofía y la ciencia política,<br />

porque el Derecho Penal se encuentra<br />

con conflictos concretos ya producidos y<br />

que precisan de una solución pronta; no<br />

bastan reflexiones generales, sino que hay<br />

que descender a los detalles de una solución<br />

que parezca justa. Respecto al Derecho<br />

Constitucional, porque la decisión legislativa<br />

o jurisdiccional penal es la vía normal<br />

y más frecuente de tratamiento del<br />

conflicto, provista además de un corpus legislativo<br />

o de un instrumental interpretativo<br />

por lo general más complejos y elaborados<br />

que los jurídico-constitucionales, sin<br />

que ello suponga ignorar quién tiene la última<br />

palabra. Frente al resto de los sectores<br />

del ordenamiento jurídico, porque el reconocimiento<br />

generalizado del Derecho Penal<br />

como último recurso de los mecanismos<br />

de control social ha llevado a una superficial<br />

interpretación del principio de<br />

subsidiariedad en aquél vigente, que ha<br />

traído como consecuencia que el resto de<br />

las ramas jurídicas deleguen en él la resolución<br />

de los conflictos más extremos 1 .<br />

3. En consecuencia, la política criminal<br />

ha visto sometidas a prueba sus capacidades<br />

con el mismo apremio que otros sectores<br />

de reflexión de antiguo acostumbrados<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

a moverse en tal contexto. La enumeración<br />

de unos cuantos temas conflictivos de actualidad<br />

que han sido todos ellos objeto de<br />

un detenido tratamiento legal y/o jurisprudencial<br />

penal mostrará la corrección de lo<br />

que sostengo:<br />

– Ámbitos de autorrealización personal<br />

que implican, bien la disponibilidad de<br />

la propia vida, como eutanasia, negativa a<br />

transfusiones sanguíneas por razones religiosas,<br />

huelgas de hambre reivindicativas,<br />

bien la disponibilidad de vidas ajenas, como<br />

el aborto o la ingeniería genética 2 .<br />

– Ámbitos de autorrealización personal<br />

que implican la disponibilidad de la salud e<br />

integridad personales, como el tráfico de<br />

drogas posibilitador del consumo de éstas,<br />

la esterilización de capaces e incapaces, las<br />

intervenciones de cirugía transexual, las<br />

donaciones de órganos.<br />

– Ámbitos de autorrealización personal<br />

en general, como los delitos contra la libertad<br />

sexual, las conductas de insumisión o<br />

los comportamientos afectantes a la intimidad<br />

y el honor de las personas facilitados<br />

por las nuevas tecnologías.<br />

– Temas vinculados al modelo socioeconómico<br />

de sociedad adoptado, como los<br />

límites de la protección al medio ambiente<br />

o a la ordenación del territorio, los condi-<br />

1 Sólo el Derecho Administrativo sancionador<br />

ha asumido su responsabilidad, lo que, no por casualidad,<br />

ha planteado inmediatamente problemas relativos<br />

a una delimitación convincente del Derecho<br />

Penal y permite asimismo explicar la introducción<br />

progresiva en él de principios garantistas penales.<br />

2 Es sintomático del grado de presión que soporta<br />

la política criminal el hecho de que en el nuevo<br />

Código Penal se haya sentido la necesidad de tomar<br />

decisiones trascendentes sobre las conductas de<br />

ingeniería genética que, por su grave dañosidad social,<br />

deberían ser delictivas. Y ello, cuando estamos<br />

ante un tema objeto de profundas divergencias de<br />

opinión en los más diversos foros sociales, cuando<br />

aún se carece de un corpus jurídico internacional suficientemente<br />

detallado y consolidado y, lo que es<br />

más llamativo, cuando algunas de las conductas penadas<br />

son todavía hoy de imposible ejecución.<br />

cionamientos de los movimientos financieros<br />

expresados en el delito de blanqueo de<br />

capitales o en la prohibición del abuso<br />

de información privilegiada en mercados<br />

de valores, o los caracteres que debe reunir<br />

una correcta actuación administrativa en<br />

un país acostumbrado al nepotismo y amiguismo,<br />

abordados en relación con los delitos<br />

contra la Administración pública y aun<br />

con los delitos societarios.<br />

Sin embargo, no es seguro que la política<br />

criminal esté en condiciones adecuadas<br />

para enfrentarse a la tarea que se le está demandando<br />

por parte de la sociedad. Arrastra<br />

una serie de lastres, un par de los cuales<br />

me gustaría señalar a continuación.<br />

4. Ante todo se carece de una teoría de<br />

la legislación penal que marque los pasos y<br />

las comprobaciones que deben llevarse a<br />

cabo antes de tomar una decisión sobre la<br />

penalización o la despenalización de un<br />

comportamiento. Una sociedad compleja<br />

como la nuestra no puede legislar penalmente<br />

a partir de iniciativas gubernamentales<br />

o parlamentarias coyunturales, condicionadas<br />

cada vez más por la rentabilidad<br />

electoral de determinados estados de opinión<br />

con frecuencia pasajeros. En ningún<br />

caso se pretende cuestionar o reducir las<br />

competencias del órgano constitucional en<br />

quien reside la soberanía popular. Se quiere<br />

simplemente asegurar que toda decisión legislativa<br />

vaya obligatoriamente precedida<br />

de rigurosos estudios previos, que suministren<br />

aquellos elementos cognoscitivos y valorativos<br />

que debieran estimarse imprescindibles<br />

a la hora de tomar tal decisión, cualquiera<br />

que ésta finalmente sea.<br />

A tal efecto resulta urgente reflexionar<br />

sobre el establecimiento de un determinado<br />

procedimiento de elaboración de las leyes<br />

penales que, yendo más allá del respeto<br />

a las formalidades competenciales y secuenciales<br />

previstas en la Constitución, introduzca<br />

una serie de requisitos procedi-<br />

47


EXIGENCIAS SOCIALES Y POLÍTICA CRIMINAL<br />

mentales directamente encaminados a garantizar<br />

la consideración de ciertos aspectos<br />

materiales. Entre ellos, y apresuradamente,<br />

cabe mencionar: información empírico-social<br />

sobre la realidad en la que se va a incidir;<br />

la configuración de las necesidades sociales<br />

que se pretenden satisfacer y las consecuencias<br />

sociales previsibles de la<br />

intervención; análisis fiables del estado de<br />

la opinión pública y de la actitud de los<br />

grupos de presión o representativos de intereses;<br />

manifestaciones de afectados; cálculos<br />

de costes económicos de la reforma<br />

legal; pronósticos sobre las dificultades de<br />

su puesta en práctica… 3 . Naturalmente la<br />

cumplimentación de todas estas exigencias<br />

supondría una mayor implicación en el<br />

proceso legiferante del conjunto de disciplinas<br />

empírico-sociales capaces de aportar<br />

información al respecto.<br />

Se podría incluso pensar en el desarrollo<br />

de un sistema categorial que, abarcando<br />

diversas perspectivas de análisis, debiera irse<br />

progresivamente superando antes de llegar<br />

al momento en que se pueda tomar<br />

una decisión legislativa.<br />

Al fin y al cabo ese fenómeno ya se ha<br />

producido en el ámbito de la aplicación del<br />

Derecho Penal. El alto valor atribuido con<br />

razón a la idea de la independencia judicial<br />

no ha impedido que el juez penal en la actualidad<br />

sienta que debe respetar estrictamente<br />

el procedimiento de exigencia de<br />

responsabilidad derivado del concepto analítico<br />

del delito. Y seríamos bastante hipócritas<br />

si añadiéramos que la aceptación judicial<br />

de tal estructura conceptual deriva<br />

sin más de la obligada vinculación a la ley<br />

de todo juez penal: los contenidos del concepto<br />

analítico del delito, elaborados, con<br />

sus diferentes categorías o subcategorías, en<br />

el último siglo y medio, han nacido en<br />

buena medida al margen de la ley. Son fruto<br />

de una reflexión doctrinal y jurisprudencial<br />

deseosa de alcanzar una cotas socialmente<br />

aceptables, no sólo de seguridad ju-<br />

3 El conjunto de estudios, informes, dictámenes...<br />

que preceptiva o facultativamente deben ser<br />

tenidos en cuenta por el Gobierno antes de presentar<br />

un Proyecto de ley a las Cortes, y que han sido<br />

reformulados, a partir de lo ya contenido en los arts.<br />

129 a 132 de la vieja Ley de procedimiento administrativo,<br />

en la reciente ley del Gobierno de noviembre<br />

de 1997 (art. 22), dista todavía mucho de<br />

alcanzar, dada su generalidad e indefinición, las exigencias<br />

que se mencionan. Por lo demás, tales actividades<br />

previas verificadoras de la corrección material<br />

del contenido de la futura ley siguen siendo menos<br />

estrictas que las establecidas para las disposiciones<br />

reglamentarias (art. 24), se reducen al mínimo en el<br />

caso de proposiciones de ley (arts. 124 y ss. y 108 y<br />

ss., respectivamente, de los Reglamentos del Congreso<br />

y el Senado), y simplemente dejan de exigirse<br />

durante el proceso de tramitación parlamentaria.<br />

rídica, sino de acomodación a los conceptos<br />

sociales en cada momento vigentes de<br />

exigencia de responsabilidad social por los<br />

actos de cada uno. La ley penal ha servido<br />

en muchos casos sólo como pretexto, y en<br />

otros se ha limitado a incorporar con posterioridad<br />

conceptos o soluciones que ya se<br />

venían aplicando en la praxis judicial precedente.<br />

Y así sigue siendo hoy día.<br />

Sin pretender, ni mucho menos, ir tan<br />

lejos, resulta ciertamente incongruente que<br />

los instrumentos conceptuales de control<br />

decisional hayan quedado confinados al<br />

ámbito de la aplicación del Derecho, mientras<br />

que el sector de la creación del Derecho<br />

haya eludido cualquier formalización<br />

de su decisión que supere los meros requisitos<br />

competenciales y secuenciales 4 .<br />

5. La carencia acabada de señalar se ve<br />

potenciada por el progresivo asentamiento<br />

de prácticas legislativas de naturaleza puramente<br />

simbólica en el marco de la política<br />

criminal. Si por efecto instrumental de una<br />

determinada medida de intervención social<br />

entendemos la modificación de la realidad<br />

social lograda a través de la correspondiente<br />

medida, y por efecto simbólico de esa<br />

misma medida la producción de ciertas representaciones<br />

valorativas en los sujetos sobre<br />

quienes de un modo directo o indirecto<br />

incide tal actuación social, se comprende<br />

fácilmente la frecuencia con que en muchos<br />

ámbitos sociales ambos efectos son<br />

complementarios, en el sentido de que los<br />

efectos instrumentales perseguidos se logran<br />

total o parcialmente a través de la producción<br />

de ciertos efectos simbólicos.<br />

Ese es sin duda el caso del Derecho Penal:<br />

el efecto instrumental que se procura<br />

es la evitación de lesiones o puestas en peligro<br />

de los bienes fundamentales para la<br />

convivencia, en último término la evitación<br />

de la delincuencia; y el mecanismo<br />

utilizado para su consecución es la promulgación<br />

de normas cuya infracción, debidamente<br />

comprobada, da lugar a una<br />

sanción. Pero en el logro de tal efecto instrumental<br />

desempeñan un papel especialmente<br />

relevante los efectos psicológicos,<br />

esto es simbólicos, que la amenaza de tal<br />

sanción o la mera existencia de la norma<br />

producen en ciudadanos que pueden con-<br />

4 La posible alegación de la revisión legislativa a<br />

través del Tribunal Constitucional, sin obviamente<br />

negarle su importante función, no puede ignorar<br />

que se encuentra limitada por las conclusiones que<br />

se puedan deducir de los contenidos de la Carta<br />

Magna. Aquí estamos hablando de algo más que de<br />

la mera compatibilidad entre el texto constitucional<br />

y determinadas decisiones de la legislación ordinaria.<br />

siderarse en muy diversa medida delincuentes<br />

potenciales 5 . En consecuencia, resulta<br />

a mi juicio improcedente sostener<br />

que los efectos simbólicos deben proscribirse<br />

del Derecho Penal.<br />

Ahora bien, al margen de análisis más<br />

profundos que ahora no podemos emprender,<br />

hablaremos peyorativamente de un<br />

“Derecho Penal simbólico”, o de decisiones<br />

legislativas penales de naturaleza meramente<br />

simbólica y por eso mismo carentes<br />

de legitimación, cuando estemos ante intervenciones<br />

penales en las que los efectos<br />

simbólicos ligados al efecto instrumental<br />

de protección de bienes jurídicos quedan<br />

en un segundo plano frente a la primacía<br />

otorgada a la obtención de otros efectos<br />

simbólicos ajenos al fin primordial de protección<br />

de bienes jurídicos y de contención<br />

de la delincuencia. Entre esos efectos simbólicos<br />

desconectados o mínimamente<br />

vinculados a la protección de bienes jurídicos,<br />

a los que suele aspirar un legislador<br />

simbólico, cabe mencionar los siguientes:<br />

la puesta de manifiesto de la identificación<br />

del legislador con determinadas preocupaciones<br />

de los ciudadanos; la demostración<br />

de la fuerza coactiva en general de los poderes<br />

públicos; la demostración de la rapidez<br />

de reflejos del legislador ante problemas<br />

nuevos; el apaciguamiento de determinadas<br />

reacciones emocionales de la<br />

ciudadanía ante sucesos que producen<br />

alarma o inquietud; la satisfacción de la<br />

necesidad social de hacer algo frente a problemas<br />

irresueltos; la manifestación de la<br />

vigencia de determinadas opciones éticas;<br />

el mensaje de que hay que modificar determinadas<br />

actitudes sociales.<br />

El problema que el protagonismo otorgado<br />

a la persecución de tales efectos simbólicos<br />

suscita es que da lugar a la promulgación<br />

de normas sancionadoras carentes<br />

de legitimación, en cuanto que su configuración<br />

ya no aspira a, ni por lo general puede,<br />

fundamentarse en su eficacia para proteger<br />

bienes jurídicos y evitar la delincuencia,<br />

único fin que permite justificar la<br />

correspondiente decisión legislativa. Así se<br />

explican las por desgracia hoy frecuentes<br />

decisiones legislativas que crean delitos de<br />

casi imposible aplicación por un juez o tribunal<br />

respetuoso de las garantías penales:<br />

es, por ejemplo, el caso de un buen número<br />

de nuevas figuras introducidas entre los<br />

delitos contra la Administración pública<br />

5 Es imposible entrar aquí a matizar como se<br />

merece la última afirmación, que afecta al núcleo<br />

fundamentador de la política criminal y del Derecho<br />

Penal.<br />

48 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


como respuesta a la corrupción política o<br />

administrativa, comenzando con los delitos<br />

de tráfico de influencias y continuando<br />

con algún supuesto de cohecho o malversación.<br />

O que formulan tipos delictivos superfluos<br />

o redundantes, con aparente ignorancia<br />

de lo ya existente, motivados por no<br />

más de una docena de conductas lesivas<br />

concentradas en el tiempo pero suscitadoras<br />

de una transitoria inquietud social: es lo<br />

que sucede, verbi gratia, con el delito que<br />

castiga a los denominados conductores suicidas.<br />

O que, en el peor de los casos, terminan<br />

produciendo efectos contrarios a los<br />

quizá deseados en relación a la protección<br />

de bienes jurídicos: así ocurre con el nuevo<br />

delito de acoso sexual, banderín de enganche<br />

de los partidos políticos para el feminismo<br />

y que ha logrado que actualmente<br />

las amenazas condicionadas a la realización<br />

de un comportamiento sexual reciban un<br />

tratamiento privilegiado frente a las restantes,<br />

por lo que el acosador sexual ha mejorado<br />

notablemente su status social 6 .<br />

La instrumentalización del Derecho<br />

Penal que estas actitudes representan permite<br />

obtener, sin embargo, beneficios inmediatos:<br />

se mantiene una imagen positiva<br />

y dinámica del legislador y de los poderes<br />

públicos en general; se enmascara, a través<br />

del prestigio del que goza la contundencia<br />

de la reacción penal, la ausencia de otras<br />

medidas de intervención social realmente<br />

eficaces; se acrecientan infundadamente y a<br />

bajo coste los sentimientos de seguridad de<br />

los ciudadanos; y se realizan labores de pedagogía<br />

social utilizando uno de los medios<br />

de control social más duros de los que dispone<br />

la sociedad sin necesidad de dar explicaciones.<br />

Lo que ofrece la política criminal<br />

Si en las páginas precedentes me he ocupado<br />

de lo que se le exige a la política criminal,<br />

y de las condiciones en que se encuentra<br />

para satisfacer tales exigencias, a continuación<br />

quisiera hacer un breve esbozo de<br />

las líneas fundamentales de desarrollo de la<br />

actual política criminal. Para ello utilizaré el<br />

6 En todo caso, conviene no olvidar que las tendencias<br />

simbólicas no son patrimonio exclusivo del<br />

legislador: no parece exagerado afirmar que el ansia<br />

de numerosos jueces por demostrar una mentalidad<br />

progresista frente a las agresiones sexuales a las mujeres,<br />

unida a la presión ejercida por unos medios de<br />

comunicación también ávidos de probar la frecuencia<br />

de actitudes reaccionarias entre la judicatura, han<br />

confluido en la aparición de sentencias condenatorias<br />

por agresiones sexuales con acceso carnal basadas<br />

exclusivamente en un testimonio de la víctima no<br />

suficientemente contrastado; algunos errores judiciales<br />

llamativos han salido a la luz recientemente.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

hilo conductor que nos suministran los dos<br />

valores superiores de nuestro ordenamiento<br />

jurídico constitucionalmente más perfilados,<br />

esto es, la libertad y la igualdad, en conexión<br />

con las dos estructuras políticas entre<br />

sí complementarias que les sirven de base:<br />

el Estado de derecho y el Estado social.<br />

1. Reflejo de la profundización en el<br />

Estado de derecho es ante todo el progreso<br />

alcanzado por la dogmática jurídico-penal<br />

en la interpretación del derecho positivo.<br />

Creo que puede sostenerse sin riesgo de<br />

exageración que su nivel de precisión y sutileza<br />

han superado al existente en cualquier<br />

otro sector del ordenamiento jurídico;<br />

hasta el punto de que la teoría general<br />

del derecho se está elaborando en la actualidad<br />

en buena parte en torno a la dogmática<br />

jurídico-penal, frente a tradiciones precedentes<br />

centradas en la dogmática jurídico-civil.<br />

Ello se ha visto sin duda<br />

fomentado por la mayor apertura del Derecho<br />

Penal, aún con numerosas carencias, a<br />

las nuevas corrientes metodológicas, incluidas<br />

desde luego las importantes elaboraciones<br />

de la moderna sociología jurídica, que<br />

tienden a utilizar como modelo de verificación<br />

al Derecho Penal.<br />

Pero no deberíamos olvidar cuál ha sido<br />

el origen de ese enérgico impulso hacia<br />

la depuración conceptual y sistemática.<br />

Desde luego sería una visión desenfocada<br />

la que lo achacara a un mero afán academicista.<br />

La razón de fondo, digámoslo claramente,<br />

es la persistente y profunda desconfianza<br />

del penalista hacia el poder público,<br />

del que teme un uso arbitrario del sistema<br />

de sanciones que el Derecho Penal le posibilita,<br />

sanciones que suponen en casi todos<br />

los casos una afección significativa de bienes<br />

especialmente relevantes de los ciudadanos<br />

delincuentes. Ello ha dado como resultado<br />

la elaboración de un concepto analítico<br />

de delito que establece un<br />

procedimiento de depuración de responsabilidades<br />

que debe superar cinco perspectivas<br />

valorativas de análisis diversas, y que<br />

pretende asegurar, dentro de la más pura<br />

tradición liberal nunca abandonada por el<br />

moderno Derecho Penal, un especial respeto<br />

a las garantías individuales del acusado.<br />

Tras siglo y medio de elaboración dogmática,<br />

se dispone en estos momentos de<br />

un profundo acuerdo sobre el sistema de<br />

imputación de responsabilidad jurídico-penal,<br />

sin que las divergencias que perduran y<br />

los nuevos desarrollos propuestos puedan<br />

cuestionarlo. Buena prueba de ello son las<br />

escasas variaciones sustanciales registradas<br />

en los diferentes proyectos de reforma del<br />

Código Penal, que se han sucedido en los<br />

JOSÉ LUIS DÍEZ RIPOLLÉS<br />

años ochenta y noventa, en lo que concierne<br />

a los contenidos de la parte general stricto<br />

sensu, por mucho ruido que hayan podido<br />

hacer determinadas peleas domésticas.<br />

Es más, cabe apuntar que el sistema de responsabilidad<br />

elaborado ha trascendido al<br />

Derecho Penal, e influye en estos momentos<br />

en un buen número de ámbitos sociales,<br />

jurídicos o no. Por lo demás, ello ha venido<br />

secundado por una intensa revitalización<br />

de los principios garantistas procesales,<br />

lo que debe agradecerse fundamentalmente<br />

al Tribunal Constitucional.<br />

En todo caso, no podemos pasar por<br />

alto algunos problemas. En primer lugar,<br />

los riesgos de escolasticismo y banalidad teórica<br />

a los que puede dar lugar una excesiva<br />

elaboración conceptual. Ello se acentúa<br />

en países como España, donde los referentes<br />

empírico-sociales tienen una presencia<br />

desgraciadamente muy secundaria en el derecho<br />

y la política jurídica en general. En<br />

segundo lugar, la penetración excesivamente<br />

lenta de toda esa elaboración conceptual<br />

jurídico-material en la jurisprudencia inferior,<br />

lo que puede en parte ser atribuida a<br />

las condiciones materiales y personales poco<br />

adecuadas en las que se ve inmersa. En<br />

cualquier caso debe resaltarse el importante<br />

papel dinamizador de toda la jurisprudencia<br />

que al respecto está desempeñando el<br />

Tribunal Supremo, a semejanza de la labor<br />

realizada por el Tribunal Constitucional en<br />

el ámbito jurídico-procesal 7 .<br />

Pero el peligro mayor surge por la consolidación<br />

de ámbitos inmunes a este avance<br />

en la salvaguarda de las garantías individuales.<br />

Sin duda, el supuesto arquetípico es<br />

el Derecho Penal sobre drogas: a su defecto<br />

original de fundarse en una decisión político-criminal<br />

penalizadora claramente equivocada,<br />

une el de haber sentado las bases<br />

para el surgimiento dentro del Código Penal<br />

de un segundo código que responde a<br />

valores sustancialmente diferentes. En efecto,<br />

en la regulación de los delitos relativos a<br />

drogas brillan por su ausencia la mayor<br />

parte de los principios fundamentales posibilitadores<br />

de un Derecho Penal garantista<br />

(destacando sobre todo la violación de los<br />

de seguridad jurídica y proporcionalidad),<br />

desaparecen o tienen dificultades para su<br />

reconocimiento conceptos matizadores de<br />

la responsabilidad tan consolidados como<br />

los grados de participación o de ejecución;<br />

y las más elementales reglas de técnica jurí-<br />

7 Desgraciadamente, no parece que la institución<br />

del jurado vaya a coadyuvar a un progreso en<br />

el sentido indicado, al menos mientras esté presa<br />

en su regulación y en la práctica de un populismo<br />

desacreditador de la técnica jurídica.<br />

49


EXIGENCIAS SOCIALES Y POLÍTICA CRIMINAL<br />

dica (como la coherencia de sentido y la<br />

evitación de reiteraciones o del casuismo)<br />

han sido ignoradas. La opción por una ilusoria<br />

eficacia prima sobre los principios legitimadores<br />

de la intervención penal.<br />

2. También se han registrado notables<br />

progresos en la profundización del Estado<br />

de derecho a través de una reforzada tutela<br />

penal de los derechos y libertades individuales.<br />

a) Se pueden reseñar, en primer lugar,<br />

las modificaciones registradas a lo largo de<br />

los últimos 20 años en la configuración del<br />

Derecho Penal sexual.<br />

Desde fines de los setenta a fines de los<br />

ochenta se introdujeron importantes cambios<br />

derivados de la transformación que<br />

paulatinamente se produjo en el objeto de<br />

protección: éste dejó de ser la moral sexual<br />

colectiva en beneficio de la libertad sexual<br />

individual. Ello trajo consigo un número<br />

significativo de despenalizaciones, que<br />

afectaron a los antiguos delitos de adulterio,<br />

amancebamiento, mera fornicación<br />

con personas entre determinados límites de<br />

edad, exposición de doctrinas contrarias a<br />

la moral pública, escándalo público y comportamiento<br />

indecente. Igual de trascendentes<br />

fueron determinadas modificaciones<br />

en elementos de las figuras delictivas persistentes:<br />

se eliminaron las exigencias típicas<br />

que impedían castigar los atentados sexuales<br />

cuando la víctima se estimaba deshonesta<br />

o había perdido previamente la virginidad;<br />

se asignó el mismo tratamiento punitivo<br />

a los atentados con independencia del<br />

sexo de autor y víctima o de la naturaleza<br />

heterosexual u homosexual de la conducta;<br />

y se acabó con previsiones legales favorecedoras<br />

de la impunidad de los poderosos<br />

económicamente o de chantajes, como era<br />

el caso, singularmente en la violación, del<br />

perdón por la víctima.<br />

Con el nuevo Código Penal de 1995<br />

se han querido consolidar las reformas precedentes:<br />

ante todo se ha concluido el proceso<br />

de acomodación de todos los delitos<br />

sexuales al objetivo de proteger la libertad<br />

sexual individual y no determinadas pautas<br />

morales. Ello ha supuesto la reforma de los<br />

delitos relativos a la prostitución, así como<br />

la derogación del delito de corrupción de<br />

menores; ejemplo éste paradigmático de la<br />

pretensión de imponer determinadas pautas<br />

de comportamiento sexual en nuestra<br />

sociedad: ha sido acertadamente sustituido<br />

por figuras más limitadas que protegen al<br />

menor frente a manipulaciones de su desarrollo<br />

sexual pero son al mismo tiempo<br />

respetuosas con el pluralismo de nuestra<br />

sociedad. En segundo lugar, se han asumido<br />

las opiniones doctrinales para las que<br />

una coherente protección de la libertad sexual<br />

implicaba disminuir el énfasis puesto<br />

en la concreta acción sexual realizada, trasladándolo<br />

a la intensidad del ataque a la libertad<br />

individual sufrido; ello explica la<br />

pérdida de autonomía conceptual, que no<br />

desaparición, de figuras tradicionales como<br />

la violación y el estupro. En todo caso, no<br />

puede pasarse por alto que la nueva regulación<br />

resultante contiene importantes defectos<br />

técnico-jurídicos que, unidos a determinadas<br />

concesiones parlamentarias en<br />

materia de escalas punitivas, la han alejado<br />

apreciablemente de los plausibles objetivos<br />

perseguidos 8 .<br />

b) Se han dado igualmente pasos trascendentes<br />

de cara a lograr compatibilizar la<br />

estricta protección de la vida humana en<br />

sus diferentes fases con el respeto de otros<br />

derechos o libertades individuales.<br />

Desde mediados de los ochenta se<br />

rompió la tendencia a una protección absoluta<br />

y sin matices del embrión y el feto: la<br />

despenalización de determinados supuestos<br />

de aborto supuso el reconocimiento de que<br />

se producen con alguna frecuencia conflictos<br />

de intereses en los que debe otorgarse la<br />

primacía a los de la embarazada frente a los<br />

del nasciturus o de la sociedad que lo tutela.<br />

La reforma se quedó corta, en la medida<br />

en que dio relevancia a un número excesivamente<br />

limitado de situaciones conflictivas.<br />

La necesidad de seguir avanzando en<br />

esa línea no debe hacernos olvidar, con todo,<br />

que las opiniones sociales mayoritarias,<br />

a mi juicio con razón, no parecen dispuestas<br />

a abandonar la perspectiva del conflicto<br />

de intereses ni a dejar, en consecuencia, la<br />

decisión exclusivamente en manos de la<br />

embarazada. De hecho sólo en el periodo<br />

de los tres primeros meses de embarazo se<br />

están haciendo propuestas en este último<br />

sentido, con la intensa polémica social por<br />

todos conocida.<br />

En cualquier caso, la discusión sobre la<br />

ampliación de los supuestos despenalizados<br />

tiene como trasfondo varios hechos significativos:<br />

En primer lugar, una interpretación<br />

del supuesto legal de riesgo grave para<br />

la salud psíquica de la madre, en el que se<br />

amparan la gran mayoría de las interrupciones<br />

legales del embarazo, que supera claramente<br />

los límites de la interpretación jurídica;<br />

asimismo, una práctica de persecu-<br />

8 El proyecto en curso de reforma de los delitos<br />

sexuales constituye, desgraciadamente, en líneas<br />

generales una vuelta a planteamientos ya superados.<br />

ción judicial que mayoritariamente mira<br />

para otro lado ante un caso de aborto consentido,<br />

sin que ello, paradójicamente, impida<br />

la aparición ocasional y de modo poco<br />

predecible de actuaciones judiciales persecutorias<br />

que con frecuencia resultan demasiado<br />

estrictas; y, sobre todo, una tolerada y<br />

generalizada actitud de desobediencia civil<br />

por parte del personal sanitario que, más<br />

allá de su indiscutible derecho a la objeción<br />

de conciencia, ha logrado en la práctica<br />

privar a la ciudadanía de su derecho a recibir<br />

una determinada prestación sanitaria legal<br />

en los centros sanitarios públicos.<br />

Por otro lado, y a pesar de que aún están<br />

pendientes decisiones legislativas contundentes<br />

e inequívocas en este ámbito, se<br />

han abierto limitadamente las puertas al<br />

reconocimiento del derecho a disponer de<br />

la propia vida: la importante atenuación de<br />

pena prevista en el nuevo código para los<br />

supuestos más graves de eutanasia permite<br />

fácilmente concluir que las restantes hipótesis,<br />

menos problemáticas, y aun las primeras<br />

si el comportamiento es omisivo,<br />

han de considerarse impunes.<br />

A su vez, y a pesar del vértigo que en<br />

estas cuestiones parece afectar a los tribunales<br />

superiores, en concreto al Constitucional<br />

y al Supremo, los jueces y tribunales<br />

inferiores comienzan a ser cada vez más<br />

sensibles a las demandas hechas por minorías<br />

religiosas de que se respete su jerarquía<br />

de valores en relación con situaciones de<br />

peligro para su vida, como sucede con la<br />

negativa a transfusiones sanguíneas de los<br />

testigos de Jehová o al ejercicio de acciones<br />

reivindicativas por los reclusos a través de<br />

huelgas de hambre. Parece razonable pensar<br />

que en estos temas no se ha dicho aún<br />

la última palabra.<br />

Las técnicas de ingeniería genética han<br />

colocado a la política criminal, como ya he<br />

señalado, ante un nuevo conflicto valorativo<br />

falto aún de suficiente reflexión: algunas<br />

de las decisiones legislativas ya tomadas en<br />

el nuevo código dan la impresión de haberse<br />

adoptado influidas más por la desconfianza<br />

hacia nosotros mismos que por las<br />

necesidades concretas de protección de bienes<br />

jurídicos 9 . En todo caso, conviene advertir<br />

que la ineludible intervención jurídico-penal<br />

en el ámbito de la ingeniería genética,<br />

probablemente todavía muy lejos<br />

de su definitiva configuración, va a terminar<br />

cuestionando tabúes sociales tan consolidados<br />

como las libertades de reproducción<br />

y maternidad, al menos en el sentido<br />

en el que en la actualidad se entienden.<br />

c) Hay otros ámbitos directamente<br />

afectantes a los derechos y libertades indi-<br />

50 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


viduales donde se aprecian notables indecisiones.<br />

Ese es singularmente el caso de la<br />

protección del honor y la intimidad personales:<br />

el nuevo Código ha sabido reaccionar<br />

adecuadamente, en términos generales,<br />

a los desafíos que las nuevas tecnologías<br />

planteaban a la protección de la<br />

intimidad, y lo ha hecho estableciendo<br />

una regulación notablemente modernizada<br />

de los tipos protectores de ella. Pero seguimos<br />

algo confusos respecto a la relación<br />

que debe existir entre la protección<br />

del honor e intimidad personales y el adecuado<br />

aseguramiento de la libertad de expresión,<br />

lo que se aprecia fácilmente, por<br />

ejemplo, en el tratamiento dado a la imputación<br />

pública de hechos deshonrosos<br />

considerados ciertos. Los vaivenes registrados<br />

en la jurisprudencia constitucional no<br />

ayudan ciertamente a la superación de la<br />

confusión.<br />

3. La profundización en el Estado social<br />

resulta ante todo condicionada por los<br />

avances que se logren en la renovación del<br />

sistema de penas. En un contexto doctrinal<br />

escéptico sobre la posibilidad de transformaciones<br />

sustanciales, adquieren protagonismo<br />

dos ideas fundamentales: Por un lado,<br />

la acentuación del respeto al principio<br />

de humanidad, sea sobre la naturaleza de<br />

la pena, sea sobre su modo de ejecución,<br />

sin olvidar la ineludible vigencia del principio<br />

de proporcionalidad entre la gravedad<br />

de la conducta incriminada o enjuiciada<br />

y la de la pena prevista o impuesta. Por<br />

otro lado, el aprovechamiento al máximo<br />

de las limitadas posibilidades que ofrece la<br />

resocialización del delincuente.<br />

En ese sentido el nuevo Código ha registrado<br />

progresos significativos: Ha establecido<br />

el sistema de días-multa, que permite<br />

acomodar la cuantía de las penas pecuniarias<br />

al nivel de ingresos o patrimonio<br />

de culpable. Ha transformado las penas<br />

cortas de prisión en arrestos de fines de semana,<br />

con la pretensión de eludir los efectos<br />

desocializadores del sometimiento por<br />

periodos breves al régimen normal de los<br />

establecimientos penitenciarios. Con un<br />

fundamento similar, contiene diversas previsiones<br />

de sustitución de las penas privativas<br />

de libertad por penas de otra naturaleza,<br />

destacando entre ellas la de trabajos en<br />

beneficio de la comunidad. Y ha procurado<br />

la mayor aproximación compatible con<br />

los fines resocializadores entre el periodo<br />

de cumplimiento nominal y el real de las<br />

penas de prisión, para evitar los descon-<br />

9 Véase lo dicho en nota 2.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ciertos que en la sociedad producía una<br />

acentuada discrepancia entre ambos.<br />

Pero son fácilmente constatables en el<br />

nuevo texto legal algunas evoluciones preocupantes:<br />

La pena de prisión sigue constituyendo<br />

el pilar del sistema, con periodos<br />

de cumplimiento excesivamente largos en<br />

determinados supuestos. A su vez, las alternativas<br />

ofrecidas a ella no tienen garantizado<br />

un amplio campo de desarrollo: así, el<br />

trabajo en beneficio de la comunidad nace<br />

con el límite intrínseco de su necesaria<br />

aceptación por el penado, en concordancia<br />

con la prohibición constitucional de los<br />

trabajos forzados, a lo que se une su atribulado<br />

encaje en el actual mercado laboral. El<br />

sistema de días-multa no logra eludir, en<br />

caso de impago, la pena corta de prisión<br />

constituida por el arresto sustitutorio. El<br />

apreciable fomento de las penas de inhabilitación<br />

se ha realizado sin que hayan sido<br />

objeto de análisis profundos sobre su efectivo<br />

contenido aflictivo, probablemente<br />

muy superior al calculado en bastantes hipótesis.<br />

Y la evaluación, a la hora de imponer<br />

la pena, de la reparación por el delincuente<br />

del daño infligido, sin negarle sus<br />

méritos, no parece útil en la criminalidad<br />

de grado medio o alto; además, su eventual<br />

generalización tropezaría con problemas de<br />

legitimación, pues cuestionaría una adquisición<br />

irrenunciable del Derecho Penal moderno<br />

cual es su carácter público, encaminado<br />

a evitar la venganza privada y la<br />

compensación y que se asienta en el distanciamiento<br />

entre autor y víctima.<br />

Por otra parte, antiguas reacciones penales<br />

registran ampliaciones de su esfera de<br />

influencia sospechosas: es el caso del moderno<br />

comiso que, probablemente para<br />

eludir enojosas exigencias garantistas, ha<br />

perdido su naturaleza de pena y se ha integrado<br />

en el nuevo e impreciso concepto de<br />

consecuencia accesoria. Lo cierto es que en<br />

delitos como los relativos a drogas, su utilización,<br />

combinada con el sistema de cálculo<br />

de las multas proporcionales previstas,<br />

conduce a una práctica confiscación general<br />

de bienes.<br />

4. La asunción por la reciente política<br />

criminal de la protección de un número<br />

cada vez mayor de bienes jurídicos colectivos<br />

es asimismo directa consecuencia de la<br />

reestructuración del cuadro de valores político-criminales<br />

de un modo acorde con la<br />

sociedad del bienestar. Ello ha traído consigo<br />

el surgimiento o consolidación de bienes<br />

jurídicos como la salud pública, el medio<br />

ambiente, la ordenación del territorio o<br />

los vinculados a muy diversos aspectos del<br />

orden socioeconómico, entre otros. El nue-<br />

JOSÉ LUIS DÍEZ RIPOLLÉS<br />

vo Código Penal ha acogido la mayor parte<br />

de ellos en su seno, siendo sensible, por<br />

tanto, a las nuevas necesidades de tutela de<br />

un Estado auténticamente social.<br />

Pero, hoy por hoy, la protección de tales<br />

bienes jurídicos da ocasión a abundantes<br />

riesgos y dificultades, derivados en su mayor<br />

parte de la ausencia de suficiente reflexión<br />

sobre su adecuado tratamiento. Entre<br />

los riesgos destaca el de que el Derecho Penal<br />

se introduzca en ámbitos en los que no<br />

resulta eficaz, perdiendo de vista la nota de<br />

subsidiariedad frente a otro tipo de intervenciones<br />

sociales, jurídicas o no, que le es<br />

inherente; a ese riesgo suele seguir con frecuencia<br />

la caída en actuaciones puramente<br />

simbólicas. Entre las dificultades no es la<br />

menor la vinculada a la escasa elaboración<br />

conceptual de tales bienes jurídicos, que<br />

origina problemas técnico-jurídicos de cara<br />

a su persecución aún no resueltos. Ejemplo<br />

singular de lo acabado de decir es la cuestión<br />

de la estructura típica que debe asignarse<br />

a las figuras delictivas encargadas de<br />

su tutela: se tiende a crear estructuras de<br />

peligro abstracto o, lo que es lo mismo, a<br />

castigar por la mera realización de determinados<br />

comportamientos, sin necesidad de<br />

que se produzca un efectivo resultado lesivo,<br />

ni siquiera un riesgo concreto de su<br />

producción. De este modo, además de<br />

atentar con facilidad contra el principio de<br />

seguridad jurídica al que tiene derecho todo<br />

ciudadano, se promueve un indebido<br />

alejamiento de las referencias materiales a<br />

las que no debe renunciar el Derecho Penal<br />

y que pretende asegurar el principio de lesividad.<br />

Ahora bien, a la hora de invertir esta<br />

tendencia y formular estructuras típicas que<br />

exijan que la conducta dé lugar a la producción<br />

de un resultado material dañoso o<br />

un peligro inmediato de él, los déficit conceptuales<br />

antes aludidos lo imposibilitan.<br />

Estamos, por consiguiente, ante un<br />

sector prioritario de la política criminal, en<br />

el que se deben centrar los esfuerzos y la reflexión.n<br />

José Luis Díez Ripollés es catedrático de Derecho<br />

Penal y director del Instituto andaluz interuniversitario<br />

de Criminología. Autor de Los elementos subjetivos<br />

del delito. Bases metodológicas.<br />

51


1.<br />

Introducción<br />

a)El extraordinario novelista<br />

francés Emilio Zola, famoso defensor<br />

de Dreyfus, marcó con sus<br />

ideas todo el siglo XX. Fue precisamente<br />

él quien estableció un<br />

Decálogo y unos principios morales<br />

que fueron obligatorios para<br />

el intelectual durante 100<br />

años. Fue Zola quien creó el<br />

ideario de los hombres de la pluma,<br />

las normas a cumplir por el<br />

profesional de la palabra. Por esa<br />

razón los escritores, críticos y periodistas<br />

que no entendían su profesión<br />

únicamente como una manera<br />

de ganar dinero tenían que<br />

tener siempre presente la imagen<br />

de Zola. El gran francés defendía<br />

con sus ideas y actitud tres valores<br />

básicos: a la persona perjudicada,<br />

la verdad material y el Estado tolerante.<br />

Así entendía la defensa<br />

del buen nombre de su patria,<br />

Francia. No vaciló en decirle al<br />

presidente de la República en su<br />

célebre artículo Yo acuso:<br />

“¡Pero qué mancha de barro<br />

sobre su nombre –iba a decir<br />

sobre su reinado– es este<br />

horrendo caso Dreyfus!<br />

Un consejo de guerra,<br />

cumpliendo órdenes, acaba<br />

de atreverse a absolver<br />

a un Esterhazy, suprema<br />

bofetada a cualquier verdad,<br />

cualquier justicia. Y se<br />

ha acabado, Francia lleva<br />

en la mejilla esta mancha,<br />

la Historia escribirá<br />

que durante su presidencia<br />

se llegó a cometer<br />

tamaño crimen social.<br />

Puesto que ellos se han<br />

atrevido, yo también voy<br />

a atreverme. Diré la verdad,<br />

pues prometí decirla si<br />

la justicia, tras la apelación<br />

legal, no se aplicaba plena<br />

MEDIOS DE COMUNICACIÓN<br />

DECÁLOGO PARA PERIODISTAS<br />

y enteramente. Mi deber<br />

es hablar, no quiero<br />

convertirme en cómplice.<br />

El espectro del inocente<br />

que expía, en la más atroz<br />

de las torturas, un crimen<br />

que no ha cometido,<br />

no me dejaría dormir<br />

por las noches” 1 .<br />

Zola provocó la división de<br />

Francia. Hizo del caso de Dreyfus<br />

una cuestión que servía para<br />

definir quién era quién. La actitud<br />

frente al estremecedor caso<br />

permitía distinguir a la Francia<br />

del pasado, conservadora, tradicional,<br />

monárquica, católica y cerrada<br />

a los extranjeros. Pero en<br />

la lucha por la absolución de<br />

Dreyfus, oficial del Ejército francés<br />

de origen judío acusado de<br />

espionaje, se daba a conocer la<br />

Francia del futuro: democrática,<br />

laica, republicana y tolerante.<br />

Fue Emilio Zola quien consiguió<br />

que la Francia del futuro<br />

venciese a la del pasado. Él hizo<br />

que durante todo un siglo el intelectual-periodista<br />

se sintiese<br />

obligado a participar en los asuntos<br />

de la política entendida como<br />

el bien común y no como la lucha<br />

por el Poder. Esa era la obligación<br />

moral del intelectual-periodista<br />

y lo sigue siendo. El<br />

éxito de Zola animó a los intelectuales<br />

a defender los derechos<br />

humanos y a desenmascarar el<br />

mal como los sacerdotes. Esa es la<br />

razón de que podamos encontrar<br />

a intelectuales entre los principales<br />

adversarios de los regímenes<br />

totalitarios, rojos o negros, y también<br />

entre los apologistas de los<br />

sistemas antidemocráticos. El or-<br />

1 Émile Zola, Yo acuso. La verdad en<br />

marcha, Prensa Ibérica, pág. 76, Barcelona,1998.[N.<br />

del T.]<br />

ADAM MICHNIK<br />

gullo inculcado por Zola impulsó<br />

a unos intelectuales a desenmascarar<br />

el mal, pero la vanidad<br />

generada por ese mismo orgullo<br />

hizo que otros se viesen fascinados<br />

por el fascismo o el comunismo<br />

que prometían erradicar<br />

el mal.<br />

Las glorias y las tragedias del<br />

siglo XX tienen una misma fuente,<br />

el gesto de Emilio Zola. Por<br />

eso tenemos que ser modestos.<br />

“El gran modelo del<br />

intelectual –ha escrito Leszek<br />

Kolakoswki– es Erasmo<br />

de Rotterdam: un cizañero<br />

que amaba la paz, filólogo<br />

y moralista, con frecuencia<br />

vacilante, profundamente<br />

compenetrado con los<br />

principales conflictos de sus<br />

tiempos y, al mismo tiempo<br />

muy prudente, siempre<br />

dispuesto a recular, poco<br />

amigo de los extremismos,<br />

uno de los principales<br />

promotores de la reforma<br />

de la vida religiosa que, no<br />

obstante, jamás se adhirió<br />

a la Reforma, un guerrero<br />

magnánimo, un sabio y<br />

un humorista. El papel que<br />

desempeñó en la historia,<br />

tomado en su conjunto,<br />

sigue despertando polémicas<br />

hasta nuestros días. ¿En<br />

resumidas cuentas un<br />

renovador o su destructor?<br />

Habría que tener en cuenta<br />

demasiados criterios<br />

arbitrarios para poder<br />

responder a semejante<br />

pregunta de manera tajante.<br />

Y el mismo problema se<br />

plantea al valorar a casi todos<br />

los grandes intelectuales<br />

que contribuyeron de<br />

manera considerable a la<br />

historia espiritual y política<br />

de Europa y tampoco se<br />

puede dar una respuesta<br />

inequívoca. Entre los<br />

intelectuales típicos, como<br />

lo fue Melachton y los<br />

grandes tribunos populares<br />

semejantes a Lutero, los<br />

conflictos siempre son<br />

inevitables. Y cuando<br />

los intelectuales decidían<br />

transformarse en líderes<br />

populares o en políticos<br />

profesionales, los resultados<br />

solían ser poco edificantes.<br />

Y es que la plaza del mercado<br />

de las palabras, con todos<br />

sus peligros, es un lugar<br />

más apropiado para ellos<br />

que la corte real”.<br />

En una palabra, eludamos las<br />

cortes reales.<br />

b) Pensé muchas veces en Emilio<br />

Zola cuando, tras caer el comunismo,<br />

nacía en Polonia la prensa<br />

libre. Era una obligación pensar<br />

en la experiencia de los periodistas<br />

del siglo XX que se<br />

habían convertido en el cuarto<br />

poder de la democracia y en un<br />

componente inamovible de ella.<br />

Pero también había que pensar<br />

en los periodistas que en la mis-<br />

2 El 4 de junio de 1992 el entonces<br />

ministro de Interior Antoni Macierewicz,<br />

con el beneplácito del jefe del Gobierno<br />

Jan Olszewski, entregó a los diputados<br />

una lista con los nombres de<br />

83 políticos de primera línea, acusados,<br />

sobre la base de los documentos de los<br />

archivos comunistas, de haber sido confidentes<br />

y colaboradores de la policía<br />

política dictatorial. Entre los acusados<br />

había políticos de todas las agrupaciones<br />

y personas que desempeñaron un<br />

papel fundamental en el derrocamiento<br />

del comunismo, como Lech Walesa.<br />

El Parlamento consideró que, con<br />

aquella lista, Olszewski y Macierewicz<br />

habían tratado de evitar la inminente<br />

caída de su Gobierno y la aceleró destituyendo<br />

de manera fulminante a todo<br />

el gabinete. [N. del T.].<br />

52 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


ma época se habían transformado<br />

en un elemento de la corrupción<br />

en la democracia moderna.<br />

La noche del 4 de junio 2 de<br />

1992 pasará a la historia de Polonia<br />

con el nombre de La noche de<br />

las actas secretas, nombre que alude<br />

a La noche de los cuchillos largos,<br />

a la noche en la que Adolfo<br />

Hitler liquidó a sus adversarios<br />

dentro del partido nazi. Por suerte<br />

en Polonia todo transcurrió de<br />

manera pacífica. El Gobierno,<br />

que había perdido la mayoría parlamentaria,<br />

acusó al Presidente de<br />

la República, al Presidente del<br />

Congreso de los Diputados, a los<br />

ministros de Asuntos Exteriores y<br />

de Finanzas, así como a muchos<br />

parlamentarios, de haber sido<br />

agentes de la policía política comunista.<br />

El Estado se vio al bor-<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

Emilio Zola<br />

de de la autodestrucción. Aquella<br />

fue también la hora de la gran<br />

prueba para los medios y para nosotros,<br />

los periodistas: estaba claro<br />

que teníamos que optar por la<br />

responsabilidad y el civismo. Por<br />

esa razón, casi unánimemente,<br />

nos negamos a publicar la lista de<br />

personalidades acusadas de colaboracionismo<br />

que había elaborado<br />

el ministro de Interior del Gobierno,<br />

basándose en las actas<br />

secretas de los servicios de inteligencia<br />

comunistas. Llegamos a la<br />

conclusión de que no podían inspirar<br />

confianza los “dossiers” sobre<br />

los activistas de la oposición<br />

democrática que habían sido preparados<br />

por sus enemigos mortales,<br />

porque el objetivo de aquellas<br />

actas secretas siempre fue destruir<br />

en el sentido moral y físico de los<br />

adversarios del régimen totalitario.<br />

Aquel escándalo me enseñó<br />

con cuánta facilidad el<br />

periodista puede<br />

convertirse en un<br />

instrumento y la<br />

importancia que<br />

tiene combatir<br />

todas las manipulaciones<br />

para<br />

salvaguardar el<br />

honor profesional<br />

y el buen<br />

nombre. Esa<br />

guerra a los manipuladores<br />

no es<br />

más que una lucha<br />

encaminada a proteger<br />

la ecología de<br />

nuestra profesión,<br />

la pureza de ese<br />

medio ambiente que es el lugar<br />

en que se producen los debates<br />

públicos.<br />

c) Pensé en todas esas cosas,<br />

cuando en noviembre de 1995<br />

el ministro de Interior acusó desde<br />

la tribuna del congreso de los<br />

Diputados al primer ministro de<br />

3 Cuando ganó las elecciones presidenciales<br />

de 1995 el ex comunista<br />

Aleksander Kwasniewski, el entonces<br />

ministro de Interior, Andrzej Milczanowski,<br />

hombre tolerante entregado al<br />

hasta entonces presidente Lech Walesa,<br />

en un intento de impedir el cambio en<br />

la jefatura del Estado mediante la provocación<br />

de una gravísima crisis política<br />

que pudiese justificar la renuncia<br />

temporal a los mecanismos democráticos,<br />

acusó al primer ministro Jozef<br />

Oleksy, también ex comunista, de haber<br />

sido colaborador del espionaje ruso<br />

incluso ocupando tan altísimo cargo.<br />

En la operación contra los ex comunistas<br />

fueron utilizados los servicios de inteligencia<br />

polacos que, no obstante, nada<br />

concreto pudieron probar y tampoco<br />

consiguieron la permanencia de<br />

Walesa en la presidencia, aunque sí lograron<br />

la dimisión de Oleksy de la jefatura<br />

del Gobierno. [N. del T.]<br />

ser espía soviético 3 .<br />

El primer ministro acusado<br />

había pertenecido al aparato del<br />

partido comunista en los tiempos<br />

de la dictadura. El ministro<br />

que le acusó había sido primero<br />

un importante activista del movimiento<br />

Solidaridad, luego un<br />

preso político de gran valentía y<br />

más tarde uno de los dirigentes<br />

de las estructuras clandestinas de<br />

la oposición democrática. ¿Quién<br />

decía la verdad: el acusador con<br />

semejante biografía o el acusado,<br />

que negaba haber traicionado a la<br />

patria pero que tenía un pasado<br />

poco fiable? Aquel escándalo político,<br />

el más grande registrado<br />

en Polonia en los últimos tiempos,<br />

dividió a los medios de manera<br />

característica. Unos, casi de<br />

manera ciega, dieron crédito a las<br />

acusaciones del ministro del Interior.<br />

Otras, también ciegamente,<br />

le creyeron al primer ministro.<br />

Y fue entonces cuando comenzaron<br />

las “filtraciones” procedentes<br />

de los servicios de inteligencia.<br />

A los medios controlados por<br />

los poscomunistas empezaron a<br />

llegar “filtraciones” que confirmaban<br />

la inocencia del primer<br />

ministro, mientras que a los medios<br />

anticomunistas llegaban las<br />

que confirmaban la culpabilidad<br />

del jefe del Gobierno. Aquel gigantesco<br />

escándalo, del que por<br />

suerte la democracia polaca salió<br />

ilesa, sometió a una gran prueba<br />

a los medios. Para mi el suceso<br />

fue una gran lección porque<br />

aprendí que el mayor enemigo<br />

de los medios libres es la supremacía<br />

de la ideología y del partidismo<br />

sobre la honestidad de la<br />

información. Otro gran enemigo<br />

es la ceguera, porque incapacita<br />

para percibir el mundo de manera<br />

no trivial. Aunque no se sea espía,<br />

¿no resulta una irresponsabi-<br />

53


DECÁLOGO PARA PERIODISTAS<br />

lidad gordísima mantener contactos<br />

con el jefe de un espionaje<br />

extranjero?<br />

El caso que analizo puso también<br />

al descubierto cuán peligrosos<br />

pueden ser los servicios de inteligencia<br />

cuando se empeñan en<br />

la lucha política. El primer ministro<br />

poscomunista fue acusado<br />

de ser espía sobre la base de pruebas<br />

muy poco convincentes. Eso<br />

me enseñó otra cosa : en el Estado<br />

democrático los medios tienen<br />

la tentación de buscar la primicia<br />

o la exclusiva, incluidas las<br />

que provienen de “filtraciones”<br />

de los servicios especiales; pero<br />

esas “filtraciones” no son otra cosa<br />

que un intento de manipular a<br />

los medios, y con su ayuda, a la<br />

opinión pública.<br />

2.<br />

El decálogo de un<br />

periodista honesto en<br />

el periodo del poscomunismo<br />

Suelen preguntarme de qué parte<br />

estoy y a quién apoyo: quieren<br />

saber si mi diario Gazeta Wyborcza<br />

apoya a la izquierda ilustrada<br />

contra la derecha obscurantista.<br />

También me exigen que<br />

diga si apoyamos una coalición<br />

de todas las fuerzas nacidas del<br />

movimiento que generaron las<br />

protestas obreras de agosto de<br />

1980 para combatir a los ex comunistas.<br />

En las divisiones así definidas<br />

no hay lugar para nosotros. Queremos<br />

que Polonia sea un Estado<br />

independiente y de derecho; un<br />

Estado de democracia parlamentaria<br />

y de economía de mercado;<br />

un Estado que avance sistemáticamente<br />

hacia su integración en<br />

las estructuras euroatlánticas y<br />

que sea fiel a sus identidades históricas.<br />

Sólo una Polonia así estará<br />

en condiciones de hacer<br />

frente a todos los extremismos,<br />

independientemente del nombre<br />

que les demos: fascismo “negro”<br />

o “rojo”; o también bolchevismo<br />

“rojo” o “blanco”. Por esa razón<br />

no somos seguidores de ningún<br />

partido, aunque estamos dispuestos<br />

a apoyar a todos los que<br />

estén dispuestos a realizar los objetivos<br />

de la democracia polaca.<br />

Nuestro deseo es que Gazeta<br />

Wyborcza sea un elemento de la<br />

democracia polaca, una de sus<br />

instituciones. Y es así como entendemos<br />

el papel a desempeñar<br />

en la vida pública polaca. Y queremos<br />

guiarnos, en esa tarea, por<br />

un conjunto de principio que<br />

podríamos definir como nuestro<br />

decálogo ético y profesional 4 .<br />

1º “Entonces pronunció<br />

Dios todas estas palabras<br />

diciendo: ‘Yo, Yahveh, soy<br />

tu Dios, que te he sacado<br />

del país de Egipto, de la casa<br />

de la servidumbre. No habrá<br />

para ti otros dioses delante<br />

de mí. No te harás escultura<br />

ni imagen alguna ni de lo<br />

que hay arriba en los cielos,<br />

ni de lo que hay abajo<br />

en la tierra, ni de lo que hay<br />

en las aguas debajo de<br />

la tierra. No te postrarás<br />

ante ellas, ni les darás<br />

culto, porque yo Yahveh,<br />

tu Dios, soy un Dios celoso,<br />

que castigo la iniquidad<br />

de los padres en los hijos<br />

hasta la tercera y cuarta<br />

generación de los que me<br />

odian, y tengo misericordia<br />

por millares con los<br />

que me aman y guardan<br />

mis mandamientos’”.<br />

(Ex-20, 1-6)<br />

El Dios que a nosotros nos<br />

sacó de la casa de esclavos tiene<br />

dos nombres: Libertad y Verdad.<br />

Y a ese Dios, Libertad y Verdad,<br />

tenemos que someternos incondicionalmente.<br />

Es un Dios celoso<br />

que exige una lealtad absoluta.<br />

Si nos inclinamos ante otro<br />

Dios: (el Estado, el pueblo, la familia,<br />

la seguridad pública), a<br />

costa de la libertad y de la verdad,<br />

seremos castigados. El castigo<br />

será la pérdida de la credibilidad<br />

sin la cual es imposible<br />

ejercer nuestra profesión. Libertad<br />

y Verdad: ¿qué significan esas<br />

palabras? La libertad significa<br />

una posibilidad de actuar libremente<br />

para todos; o sea, no solamente<br />

para mí, sino también<br />

para mi adversario, para cada<br />

uno aunque piense de manera<br />

4 Las citas del libro del Exodo están<br />

tomadas de la versión castellana de la<br />

Biblia de Jerusalén, Descleé de Brower,<br />

1997, Bilbao, [N. del T.]<br />

distinta. Nuestro deber es defender<br />

“esa libertad para todos”,<br />

porque ella es el sentido fundamental<br />

de nuestra profesión y de<br />

nuestra vocación.<br />

La única limitación que puede<br />

tener nuestra libertad es la que<br />

impone la Verdad. Eso significa<br />

que podemos publicar todo lo<br />

que escribamos, a condición de<br />

que no mintamos. La mentira<br />

periodística es no sólo un pecado<br />

contra los principios de nuestra<br />

profesión sino también una blasfemia<br />

contra nuestro Dios. La<br />

mentira siempre conduce a la esclavitud.<br />

Sólo la verdad tiene<br />

fuerza liberadora.<br />

Ahora bien, eso no significa<br />

que podamos sentirnos poseedores<br />

de la verdad única y absoluta<br />

ni que podamos, en nombre<br />

de esa verdad, amordazar a otros.<br />

Sencillamente, tenemos prohibido<br />

mentir, aunque a veces la<br />

mentira sea cómoda para nosotros<br />

mismos o nuestros amigos.<br />

Podríamos decir que el que<br />

miente, mea contra el viento.<br />

2º “No tomarás en falso<br />

el nombre de Yahveh,<br />

tu Dios; porque Yahveh no<br />

dejará sin castigo a quien<br />

toma su nombre en falso”,<br />

(Ex-20, 7).<br />

Dijimos Libertad y Verdad: así<br />

definimos nuestro credo y el<br />

compromiso con nostros mismos.<br />

Sin embargo, esos valores<br />

no pueden ser empleados para<br />

considerarnos seres superiores y<br />

cerrar la boca a otros. Libertad y<br />

Verdad son dos palabras de gran<br />

valor y contenido sagrado y no<br />

pueden ser usadas sin prudencia<br />

y sensatez. Cuando se abusa de<br />

las palabras sagradas pierden su<br />

valor y se convierten en términos<br />

vacíos y triviales.<br />

Observamos ese fenómeno<br />

constantemente. Los partidos<br />

políticos van a las elecciones con<br />

las palabras “Honor, Dios y Patria”<br />

en sus consignas. Lo mismo<br />

hacen los huelguistas que sólo<br />

quieren mejoras salariales o los<br />

campesinos que cortan las carreteras<br />

para lograr reducciones en<br />

los impuestos. Sin embargo, los<br />

que usan esas palabras de singular<br />

valor en la lucha electoral o<br />

en las campañas políticas las<br />

condenan a la devaluación y ridiculización.<br />

Cuando oímos cómo<br />

esas grandes palabras son utilizadas<br />

por los políticos en frases<br />

vacías, percibimos casi de manera<br />

física que “las palabras niegan<br />

lo que dice la voz y la voz niega<br />

lo que dicen los pensamientos”.<br />

Percibimos asimismo que las palabras<br />

pierden su sentido y la<br />

lengua deja de ser el vehículo de<br />

comunicación entre los hombres<br />

para convertirse en un arma de<br />

intimidación, en una mordaza o<br />

en una porra para los que tienen<br />

otras ideas. Si el servilismo puede<br />

ser llamado valentía; el conformismo,<br />

sensatez; el fanatismo,<br />

lealtad a los principios; y la<br />

tolerancia, nihilismo moral, vemos<br />

que la palabra se convierte<br />

en un medio para falsificar la realidad.<br />

Así surge el nuevo lenguaje.<br />

El que utiliza ese nuevo<br />

lenguaje actúa como el que paga<br />

con dinero falso; y eso nosotros<br />

no podemos hacerlo.<br />

En una palabra: no hagas de<br />

tu boca un vertedero.<br />

3º “Recuerda el día del<br />

sábado para santificarlo. Seis<br />

días trabajarás y harás todos<br />

tus trabajos, pero el día<br />

séptimo es día de descanso<br />

para Yahveh, tu Dios. No<br />

harás ningún trabajo, ni tú,<br />

ni tu hijo, ni tu hija, ni tu<br />

siervo, ni tu sierva, ni tu<br />

ganado, ni el forastero<br />

que habita en tu ciudad.<br />

Pues en seis días hizo<br />

Yahveh el cielo y la tierra,<br />

el mar y todo cuanto<br />

contienen, y el séptimo<br />

descansó; por eso bendijo<br />

Yahveh el día sábado y lo<br />

hizo sagrado”. (Ex-20, 8-11)<br />

Tu trabajo es una constante<br />

carrera contra el reloj acompañada<br />

por el alboroto. Sabes que<br />

el diario tiene que estar a primera<br />

hora de la mañana en los<br />

quioscos y que antes tienes que<br />

elaborar tu artículo, información<br />

o comentario o preparar la fotografía.<br />

Todo lo haces con la falta<br />

de tiempo pisándote los talones,<br />

en medio de una gran tensión<br />

y, por consiguiente, muchas<br />

veces lo haces de manera ruti-<br />

54 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


naria y mecánica. Ocurre que en<br />

más de una ocasión ese ritmo te<br />

hace preguntarte a ti mismo por<br />

el sentido de tu trabajo. Más de<br />

una vez no sabrías responder a la<br />

pregunta de por qué haces todas<br />

esas cosas. ¿Están acaso al<br />

servicio de alguna causa? ¿Foman<br />

parte de alguna concepción<br />

más amplia? ¿Realmente describes<br />

el mundo de manera honesta<br />

y, cuando opinas, eres justo?<br />

Tienes que acordarte del sábado.<br />

Es el día apropiado para la<br />

reflexión. Aprovéchalo para alargar<br />

la distancia que te separa de<br />

ti mismo y del mundo. Relájate<br />

y piensa en lo que es más importante.<br />

Y no olvides que, ya<br />

que todos somos pecadores, no<br />

estaría de más ser un poco más<br />

prudente al lanzar piedras contra<br />

otros pecadores. Haz un análisis<br />

honesto, porque puede ser que<br />

en los argumentos de tus adversarios<br />

haya algo de razón. Tampoco<br />

olvides que ellos pueden<br />

guiarse por móviles, pasiones o<br />

intereses que tú, sencillamente,<br />

no entiendes.<br />

Y otro consejo más. Trata de<br />

pensar con más sosiego sobre tus<br />

perspectivas profesionales. No<br />

olvides que, además de ser periodista,<br />

también eres hijo de tus<br />

padres, padre de tus hijos, amigo<br />

de tus amigos y vecino de tus vecinos.<br />

Trata de ver el mundo de<br />

otra manera, cambiando el ángulo<br />

de visión: desde abajo, desde<br />

arriba o desde un lado, como<br />

quieras, pero de otra manera.<br />

Luego analízate tú mismo: tus<br />

fobias y apasionamiento, las aristas<br />

que te hieren y los esquemas<br />

que aplicas, tal vez excesivamente<br />

simplificados. Sin ese análisis<br />

no podrás hacer un honesto examen<br />

de conciencia, ese examen<br />

que tanta falta siempre hace.<br />

En otras palabras: no te adores<br />

a ti mismo… con reciprocidad.<br />

4º “Honra a tu padre<br />

y a tu madre, para que se<br />

prolonguen tus días sobre la<br />

tierra que Yahveh, tu Dios,<br />

te va a dar”. (Ex-20, 12)<br />

Hay que respetar la herencia<br />

recibida. No trabajas en una tierra<br />

virgen ni en una tierra estéril.<br />

Antes que tú trabajaron otros y<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

tú eres su descendiente, heredero,<br />

discípulo, continuador y también<br />

contestatario.<br />

Hay que ser crítico, pero<br />

siempre con respeto y el conocimiento<br />

de las cosas. Esa es una<br />

condición indispensable a cumplir<br />

para poder dar una reseña<br />

honesta de la historia de una nación,<br />

de una ciudad, de un círculo<br />

de personas o de una familia.<br />

¿Cuál fue la historia de esos<br />

sujetos? Habrá en ella mucha<br />

nobleza y mucha pillería; habrá<br />

compromisos y revoluciones;<br />

habrá heroísmo y trivialidad,<br />

dramas y esperanzas, conspiradores<br />

y colaboracionistas, ortodoxos<br />

y herejes. De toda esa herencia<br />

hay que sacar los elementos<br />

que se necesitan para<br />

construir la tradición propia; es<br />

decir, una determinada cadena<br />

de personas, de actos y de ideas<br />

que deseamos continuar. Pero<br />

no hay que olvidar el conjunto<br />

de la herencia ni a todas las personas,<br />

actos e ideas: porque nada<br />

puede ser ignorado so pena de<br />

idealizarse uno mismo. Tus adversarios,<br />

sean polacos, rusos,<br />

ucranianos, judíos o alemanes,<br />

también tiene la obligación de<br />

honrar a sus padres. Trata de<br />

comprenderlos. La idealización<br />

de uno mismo es el camino más<br />

corto hacia la falsedad, hacia la<br />

imbecilidad y hacia la intolerancia<br />

ideológica, étnica o religiosa.<br />

El recuerdo de los padres y madres,<br />

propios y ajenos, y el respeto<br />

por ellos, por sus ideales,<br />

fe, amor y esperanzas, son el<br />

fundamento de la comunidad<br />

humana. Cuando no los hay el<br />

pensamiento humano cae en la<br />

trampa de esa falsedad que es el<br />

narcisismo; o en la trampa de la<br />

amnesia que permite asegurar<br />

que el pasado no es más que un<br />

conjunto de textos, señales y<br />

símbolos indignos de todo juicio<br />

moral. Y si así fuese, ¿qué sentido<br />

tendrían tu vida y tu trabajo?<br />

Escribió Czeslaw Misloz:<br />

“Entre las medio-verdades,<br />

el medio-arte<br />

la medio-ley<br />

y la medio-ciencia<br />

Bajo un medio-cielo<br />

Medio-inocentes<br />

y medio-mancillados”<br />

En otras palabras: no olvides<br />

que alguna vez te dirán los tuyos:<br />

“Se olvidó el buey que ternero<br />

fue”.<br />

5º Decía Jesús: “Ama al<br />

prójimo como a ti mismo”.<br />

Esas palabras significan que<br />

tienes que amarte a ti mismo.<br />

Tienes que respetar tu propia<br />

dignidad y cultivarla. ¿Qué significa<br />

cultivar la dignidad? Pienso<br />

que significa cultivar la conciencia,<br />

plantearse uno mismo<br />

preguntas difíciles y responderlas<br />

con honestidad. Significa también<br />

ver en uno mismo a un sujeto<br />

y no un objeto; o sea, sentir<br />

responsabilidad también por el<br />

prójimo. Ese prójimo puede ser<br />

un extraño, puede pertenecer a<br />

otro clan o a otra nación, pero<br />

hay que tratarlo como a uno<br />

mismo.<br />

Todo lo dicho significa que<br />

tienes que rechazar el nacionalismo.<br />

Orwell escribió en un ensayo<br />

sobre nacionalismo:<br />

“Entiendo por nacionalismo<br />

ante todo el convencimiento<br />

de que las personas pueden<br />

ser clasificadas como<br />

los insectos y que a grupos<br />

enteros, a millones y<br />

a decenas de millones<br />

de personas, partiendo de<br />

una seguridad absoluta,<br />

se les puede poner la etiqueta<br />

de ‘buenos’ o ‘malos’. Lo<br />

entiendo asimismo como<br />

esa costumbre de que hay<br />

de identificarse con una<br />

nación determinada o con<br />

algún grupo de personas;<br />

al que se coloca por encima<br />

del bien y del mal y la<br />

convicción de que, por<br />

encima de todo, existe<br />

el deber fundamental de<br />

defender sus intereses.<br />

No hay que confundir<br />

el nacionalismo con<br />

el patriotismo (...) El<br />

patriotismo, por su<br />

naturaleza, tiene un carácter<br />

defensivo, tanto en el sentido<br />

militar como cultural,<br />

mientras que el nacionalismo<br />

es inseparable de los sueños<br />

de ser una potencia. La<br />

aspiración constante de todo<br />

ADAM MICHNIK<br />

nacionalista es conquistar<br />

más poder y más prestigio,<br />

no para él mismo, sino<br />

para su nación o para un<br />

determinado grupo de<br />

personas elegidos por el<br />

nacionalista para diluir así<br />

su propia personalidad”.<br />

Era muy sabio George Orwell,<br />

como también lo era el padre<br />

Pasierb, 5 quien, cuando hablaba<br />

del amor por el prójimo, le<br />

explicaba a ese prójimo: “Es bueno<br />

que existas”; y luego: “y es<br />

bueno que seas diferente”.<br />

El prójimo es distinto, es diferente.<br />

Tiene otra biografía, otra<br />

religión y otra nacionalidad. En<br />

más de una ocasión puede tratarse<br />

de un prójimo cuya biografía,<br />

nación y fe estuvieron en<br />

conflicto con las tuyas. Pese a ello<br />

debes amarlo como a ti mismo.<br />

Eso significa que tienes que respetar<br />

su derecho a ser diferente, a<br />

tener su cultura, a tener otros recuerdos.<br />

Y respétalo aunque haya<br />

sido tu enemigo. En otras palabras,<br />

no hagas generalizaciones.<br />

Distingue el pecado del pecador.<br />

El pecado debes condenarlo con<br />

todas tus fuerzas. Trata, sin embargo,<br />

de comprender al pecador<br />

y trata de ver en tu adversario<br />

a un interlocutor, a un interlocutor<br />

con el que hay que conseguir<br />

el entendimiento y no a un enemigo<br />

al que hay que aniquilar.<br />

Si tienes a mal que otros hagan<br />

uso del arma del odio, renuncia<br />

tú primero a ella.<br />

En otras palabras: cuando te<br />

critican, no ataques a quien lo<br />

hace diciéndole que tiene mal<br />

olor de boca.<br />

6º. “No matarás”<br />

(Ex-20, 13).<br />

Con la palabra se puede matar.<br />

La palabra puede ser letal. La<br />

lengua es algo más que la sangre,<br />

decía Víctor Klemperer. En eso<br />

precisamente consiste el envenenado<br />

hechizo que tiene la profesión<br />

periodística. Pero también<br />

con la palabra se puede hacer el<br />

5 Janusz Pasierb, sacerdote, poeta y<br />

ensayista, vinculado al seminario católico<br />

Tygodnik Powszchny, fallecido en<br />

1993. [N. del T.]<br />

55


DECÁLOGO PARA PERIODISTAS<br />

bien. Con ella se puede combatir<br />

el hechizo ejercido por el totalitarismo;<br />

se puede enseñar la tolerancia;<br />

se puede dar testimonio<br />

de la verdad y ejercer la libertad.<br />

Las palabras pueden ser escudriñadas<br />

con atención. Cierto fraile<br />

dominico francés dijo:<br />

‘“Cuando el odio se apodere<br />

de tu corazón y empiece<br />

a arrastrarlo, guarda silencio,<br />

huye, escóndete, desaparece,<br />

haz como si no estuvieras<br />

presente o acepta de<br />

antemano que renunciarás<br />

a todo lo que te es<br />

entrañable y, en primer<br />

lugar, al honor”.<br />

Eso quiere decir que has de<br />

combatir con tu pluma, pero<br />

que deberás hacerlo con honestidad<br />

y sin odio. No patees a<br />

quien ya esté tirado en el suelo.<br />

No asestes ni un sólo golpe por<br />

encima de lo imprescindible. Y<br />

no te engañes pensando que tienes<br />

la receta de la justicia. Tampoco<br />

sueñes con que eres el “brazo<br />

de Dios” cuando asestes golpes<br />

mortales a tus adversarios.<br />

Los golpes letales suelen ser golpes<br />

bajos. Cuando acusas a alguien<br />

de ser un traidor, un corrupto<br />

o un antipatriota no olvides<br />

que lo estás matando. Y que<br />

la verdad siempre sale a flote; y<br />

que entonces tendrás que responder<br />

por tu canallada, aunque<br />

sólo sea ante tu propia conciencia.<br />

Por eso no deberás matar.<br />

En otras palabras: no le hagas<br />

a otro lo que a ti no te gustaría<br />

que te hicieran.<br />

7º “No cometerás adulterio”<br />

(Ex-20, 14)<br />

Debes ser fiel al menos a los<br />

principios que tú mismo consideras<br />

valiosos y a la personas que<br />

consideras que tienes obligación<br />

de serlo. No prostituyas tu profesión<br />

para conseguir poder, dinero<br />

o tranquilidad. Debes ser<br />

fiel, porque esa es una condición<br />

indispensable para que puedas<br />

ser libre. Sólo la libertad te permite<br />

ser fiel. Más aún, la capacidad<br />

para ser fiel a los principios,<br />

a los valores y a las personas es<br />

una prueba de que se tiene capacidad<br />

para ser libre. La traición y<br />

el odio son pruebas del vacío es-<br />

piritual, de la capitulación y de la<br />

condición de esclavo. Nada hay<br />

tan abominable como la traición.<br />

En otras palabras: no te hagas<br />

pasar por más guapo de lo que<br />

eres.<br />

8º “No robarás” (Ex-20, 15)<br />

Ese es un mandamiento válido<br />

para la ética de todas las profesiones.<br />

Por eso, para el periodista<br />

nada puede ser tan vergonzoso<br />

como el plagio, que no es<br />

otra cosa que el robo de algo ajeno.<br />

El plagio no es sólo un golpe<br />

asestado a otra persona. El plagio<br />

es un atentado contra el sentimiento<br />

general de justicia. El plagio<br />

equivale a la aceptación de la<br />

corrupción en la vida pública y<br />

de la deshonestidad como método.<br />

El plagio equivale a la destrucción<br />

de la ética del periodismo,<br />

porque significa que quien<br />

lo cometa está dispuesto a permitir<br />

cualquier deshonestidad.<br />

Y la difamación, ¿no significa<br />

acaso el robo del buen nombre<br />

del difamado? Y la mentira, ¿no<br />

nos roba acaso la seguridad de<br />

que podemos vivir con la verdad?<br />

Hagamos una generalización:<br />

el robo es un técnica que permite<br />

hacerse con algo ajeno; pero<br />

no todo se puede comprar con el<br />

dinero robado. Se puede comprar,<br />

por ejemplo, la sumisión de<br />

muchos, pero no el respeto de<br />

todos. Los periodistas que manipulan<br />

la verdad y que buscan la<br />

confusión de las personas son ladrones<br />

que corrompen con ello<br />

la profesión. Leemos las palabras<br />

sagradas “Dios, Patria, Honor”.<br />

Si las dice un periodista corrupto<br />

les roba el sentido original que<br />

tenía. Esa práctica hace que mueran<br />

los grandes valores convertidos<br />

en emblemas. Tadeusz Zychiewicz<br />

6 , seguramente el mejor<br />

escritor polaco sobre temas religiosos,<br />

analizó los problemas del<br />

robo de bienes materiales y espirituales<br />

en nuestro siglo. Zychiewicz<br />

escribió:<br />

“El sosiego y la paz<br />

6 Zychiewicz, ensayista, comentarista<br />

y exegeta relacionado con el seminario<br />

católico Tygodnik Powszchny, fallecido<br />

en 1994. [N. del T.]<br />

del corazón humano,<br />

la prudencia y sensatez<br />

de la conciencia, las alegrías,<br />

la verdad, la capacidad<br />

de orientación, la justicia,<br />

la disciplina de la<br />

imaginación, las reacciones<br />

basadas en una salud y<br />

una valentía elementales,<br />

así como decenas de otras<br />

cosas positivas… El mundo<br />

está lleno de alboroto. Una<br />

sola hora de silencio sereno<br />

haría que nos sintiésemos<br />

vergonzosamente robados,<br />

pero no podríamos<br />

atrapar a los ladrones,<br />

porque carecen<br />

de personalidad o se<br />

esconden detrás<br />

de potentísimas murallas<br />

construidas con<br />

consignas, esquemas<br />

de comportamiento,<br />

costumbres, modas<br />

y prestigio, con el terror<br />

practicado por los creadores<br />

de la literatura o del cine,<br />

con centenares de ídolos<br />

intocables”. Precisamente<br />

por todo eso es el propio<br />

periodista quien debe<br />

decirse: “No robes”.<br />

En otras palabras: no copies<br />

más de lo imprescindible.<br />

9º “No darás testimonio<br />

falso contra tu prójimo”<br />

(Ex-20, 16)<br />

Los conflictos son la realidad<br />

ordinaria de la sociedad y el Estado<br />

democráticos. Precisamente<br />

por eso tiene tanta importancia el<br />

estilo de los conflictos, el nivel<br />

cultural y el lenguaje que comprenden.<br />

Ese estilo depende en<br />

gran medida de nosotros, los<br />

profesionales del periodismo.<br />

Precisamente por eso es indispensable<br />

asimilar una vez más varias<br />

cosas que pueden considerarse<br />

triviales.<br />

El mandamiento que exige<br />

que rechaces la mentira (el testimonio<br />

falso) no significa que<br />

siempre tengas que decir la verdad.<br />

No todas las verdades sirven<br />

para decirlas a diario o inmediatamente<br />

aprovechando<br />

cualquier pretexto. Decía el<br />

poeta Adam Mickiewicz:<br />

“Hay verdades que el sabio<br />

las dice a todas la personas.<br />

Hay verdades que sólo<br />

se las susurra al pueblo.<br />

Hay verdades que las<br />

confiesa únicamente<br />

a sus amigos.<br />

Y hay verdades que no<br />

puede decírselas a nadie”.<br />

¿Cuáles son esas verdades que<br />

a nadie podemos confiar? Son las<br />

verdades que conciernen a los secretos<br />

más profundos de la conciencia,<br />

verdades que se dicen en<br />

el confesionario y que sólo pueden<br />

conocer Dios y el confesor,<br />

pero nunca el lector; hay verdades<br />

sobre la intimidad de las personas<br />

que, al ser sacadas a flote,<br />

hieren al prójimo.<br />

Por otro lado, hay situaciones<br />

en las que el descubrimiento sólo<br />

parcial de la verdad sobre la<br />

vida de una persona puede ser<br />

también una falsificación de su<br />

biografía. Es como si escribiésemos<br />

la biografía de san Pablo resaltando<br />

que, cuando era servidor<br />

del emperador, perseguía a<br />

los cristianos.<br />

En otras palabras: la capacidad<br />

de elaborar un testimonio<br />

verdadero sobre el prójimo, en<br />

particular cuando se trata de un<br />

adversario, sirve de prueba incuestionable<br />

para valorar nuestra<br />

mentalidad como personas y<br />

profesionales. El filósofo español<br />

Fernando Savater afirma:<br />

“La conciencia que tenemos<br />

de nuestro derecho a ser<br />

tratados como los otros,<br />

independientemente del<br />

sexo, el color de la piel,<br />

las ideas, gustos, etcétera,<br />

es lo que llamamos dignidad.<br />

(…) el ser humano tiene<br />

dignidad y no precio,<br />

es decir, no puede ser<br />

sustituida ni humillada<br />

para que otra persona<br />

tenga beneficio”.<br />

El falso testimonio sobre el<br />

prójimo es también una prueba<br />

de falta de fe en los argumentos<br />

propios, de falta de convicción.<br />

Hace uso de la falsedad aquél que<br />

tiene miedo a encararse con la<br />

verdad y la libertad. Si el resultado<br />

de la verdad es la libertad, el<br />

resultado de la falsedad es la violencia.<br />

Un signo de violencia son<br />

las ofensas que reemplazan la<br />

56 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


confrontación de los argumentos<br />

y puntos de vista. Lo es también<br />

la exigencia de que se imponga<br />

la censura, en vez de la libre<br />

contrastación de opiniones.<br />

El testimonio falso tiene su lógica<br />

letal: arrastra el debate democrático<br />

hacia una guerra fría<br />

civil; transforma al interlocutor<br />

en adversario y a éste en un enemigo<br />

mortal. La lengua del testimonio<br />

falso trata de deshumanizar<br />

al adversario. Si eres contrario<br />

a que el aborto sea castigado por<br />

el Código Penal, te comparan<br />

con los genocidas de Auschwitz y<br />

del Gulag; si eres partidario de<br />

la separación de la Iglesia del Estado,<br />

te proclaman enemigo de<br />

Dios, del bien y de las verdades<br />

del Evangelio; si te niegas a discriminar<br />

a las personas que tienen<br />

otras biografías, dicen que<br />

traicionas al pueblo y eres un<br />

cómplice de los crímenes del totalitarismo.<br />

Los testimonios falsos pueden<br />

herir e incluso matar a la víctima<br />

pero también mutilan a los autores.<br />

Decía el Eclesiastés:<br />

“Que nadie te considere<br />

difamador. No dejes que tu<br />

lengua te domine y te llene<br />

de oprobio. Por el ladrón<br />

se siente vergüenza y pena,<br />

pero para el que tiene<br />

una lengua de doble filo<br />

se exige la peor condena y<br />

al difamador sólo le esperan<br />

el odio, la hostilidad<br />

y el deshonor”.<br />

El testimonio falso es un pecado<br />

contra el prójimo y una<br />

blasfemia contra Dios. Es también<br />

la violación más grande de<br />

las normas de nuestra profesión<br />

periodística.<br />

En otras palabras: no enturbies<br />

las cosas.<br />

10º “No codiciarás<br />

la casa de tu prójimo,<br />

ni codiciarás la mujer<br />

de tu prójimo, ni su siervo<br />

ni su sierva, ni su buey<br />

ni su asno, ni nada<br />

que sea de tu prójimo”<br />

(Ex-20, 17)<br />

No debes desear nada que sea<br />

de otro; tampoco el respeto que<br />

le tienen, la popularidad de que<br />

goza o la simpatía que se ha ga-<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

nado. Si te gustaría tener lo que<br />

él tiene, trata de conseguirlo con<br />

tu trabajo, con tu talento, con tu<br />

valentía, pero nunca tratando de<br />

destruir al semejante. Ser ambicioso<br />

es muy positivo, porque<br />

enriquece a la persona; pero ser<br />

envidioso o codiciar los logros de<br />

otros es autodestructivo, porque<br />

genera frustraciones, conduce a<br />

las bajezas y produce mucha hiel.<br />

La envidia atonta y encanalla,<br />

destruye los sentimientos nobles,<br />

la sensibilidad. Tadeusz Zychiwicz<br />

recuerda:<br />

“El Viejo Testamento<br />

describe con una despiadada<br />

minuciosidad el pecado de<br />

la avaricia: la falsificación<br />

de las pesas y de las medidas,<br />

la búsqueda del lucro a<br />

toda costa, la extorsión,<br />

el soborno, el impago parcial<br />

o total de lo que se debe,<br />

la violación de las leyes, la<br />

violencia, el abuso del poder,<br />

la mentira, la humillación<br />

de los semejantes, el rechazo<br />

de la justicia, la vanidad, la<br />

envidia y la imbecilidad…”.<br />

La envidia por lo que son o<br />

tienen otros conduce a la cobardía,<br />

a la pleitesía ante los grandes<br />

de este mundo, a la supeditación<br />

a las multitudes, a la participación<br />

en la persecución de los que<br />

se encuentran solos y al desprecio<br />

por los débiles. En otras palabras,<br />

esa envidia avariciosa atenta contra<br />

las normas de la honestidad<br />

profesional; contra la lealtad hacia<br />

otras personas. Fernando Savater<br />

escribió:<br />

“¿En qué consiste tratar<br />

a las personas como<br />

personas, es decir, como<br />

seres humanos? He aquí<br />

la respuesta: Consiste en<br />

que tratas de ponerte en su<br />

lugar. Tratar a una persona<br />

como un semejante equivale<br />

a tratar de comprenderla<br />

desde su interior, de aceptar<br />

aunque sea sólo por<br />

un momento sus puntos<br />

de vista (…) siempre<br />

cuando hablamos con<br />

alguien trazamos un<br />

territorio en el que esa<br />

persona que ahora es ‘yo’,<br />

le estará encomendando<br />

convertirse en ‘tu’ y al<br />

contrario. Si no aceptásemos<br />

que hay algo que nos<br />

hace aceptar que somos<br />

fundamentalmente iguales<br />

(la posibilidad de ser para<br />

otro lo que es él para mí) no<br />

podríamos cruzar ni una<br />

sola palabra (…) Colocarnos<br />

en el lugar de otro es algo<br />

más que el principio de<br />

la comunicación con él. Se<br />

trata de tener en cuenta sus<br />

derechos. Y cuando faltan<br />

los derechos, hay que tener<br />

en cuenta sus razones. Eso<br />

es algo a lo que tiene derecho<br />

cada ser humano, aunque<br />

sea el peor de todos. Tiene<br />

derecho –es un derecho<br />

humano– a que otros se<br />

coloquen en su lugar y traten<br />

de comprender sus actos<br />

y sentimientos. Aunque<br />

eso se haga para condenar<br />

al semejante en nombre<br />

de las normas que reconoce<br />

toda la sociedad”.<br />

La gente que no respeta este<br />

mandamiento actúa como si el<br />

resto de las personas fuesen objetos<br />

inertes.<br />

“No hacen el menor<br />

esfuerzo”, dice Savater,<br />

“para ponerse en el lugar<br />

de otros, para relativizar<br />

así sus propios intereses<br />

y tomar en consideración<br />

también los intereses<br />

de otros”.<br />

El fin de esa gente es muy triste;<br />

es el fin de los cínicos que sólo<br />

creen en la fuerza y el dinero.<br />

En otras palabras, como escribió<br />

el poeta polaco, Jakub Teodor<br />

Trembecki (1643-1719):<br />

“Nadie como Adán pudo confiar<br />

en su esposa y él, que quede<br />

bien claro, a ella no la traicionó”.<br />

11º “No hagas mezclas”<br />

Este undécimo mandamiento,<br />

suplementario, lo aprendí escuchando<br />

las conversaciones de<br />

personas que habían tomado algo<br />

de alcohol. Solían decir: no<br />

mezcles el vino con el vodka, el<br />

coñac con la cerveza ni el ron<br />

con champaña. Decían: no hay<br />

que mezclar los distintos tipos de<br />

bebidas. Y lo aconsejaban porque<br />

sabían que después de beber<br />

semejantes mezclas la resaca es<br />

ADAM MICHNIK<br />

descomunal. Un dolor de cabeza<br />

impresionante y una confusión<br />

mental indecible. Yo he tratado<br />

de no mezclar las cosas. El periodismo<br />

no es política ni tampoco<br />

actividad pastoral. No es<br />

una tienda de flores y tampoco<br />

una conferencia universitaria. No<br />

es la elaboración de una guía telefónica<br />

ni tampoco un partido<br />

de fútbol. Pero ocurre que, en<br />

cierto grado, el periodismo es a la<br />

vez todas esas cosas. Cada esfera<br />

de la vida tiene sus peculiaridades,<br />

sus propias reglas de juego y<br />

sus propias normas éticas. El político<br />

no debe presentarse como<br />

si fuese un sacerdote, ni el periodista<br />

como si fuese un político.<br />

El hombre de negocios debe dedicarse<br />

a conseguir la verdad y la<br />

libertad. La honestidad es obligación<br />

de todos, pero tiene distintas<br />

formas, obedece a reglas<br />

diferentes y sus pesos y medidas<br />

son diversas. De la misma manera<br />

son distintas las faltas en el<br />

fútbol y en el baloncesto.<br />

La corrupción es algo que<br />

puede contaminar todas las esferas<br />

de la vida pública. Hay políticos<br />

que se enriquecen allí donde<br />

no debieran hacerlo; hay sacerdotes<br />

que siembran el odio;<br />

hay hombres de negocios que roban<br />

y sobornan. Pero hay también<br />

periodistas corruptos que se<br />

dedican a hacer propaganda, en<br />

vez de informar; a hacer publicidad<br />

de algo, en vez de describir<br />

las cosas con honestidad; que<br />

participan en campañas alborotadoras,<br />

en vez de fomentar las<br />

polémicas sensatas. Teniendo en<br />

cuenta todo esto, ¿soy un inocentón<br />

dedicando todos los deseos<br />

que he expresado más arriba<br />

a mis colegas de la hermandad<br />

periodística y a mí mismo? Supongo<br />

que efectivamente lo soy;<br />

pero prometo que el día que<br />

pierda esa inocencia cambiaré de<br />

profesión, aunque aún no sé a<br />

qué me dedicaré. n<br />

Adam Michnik es director del periódico<br />

Gazeta Wyborzca.<br />

57


Vasili Vasilikós.<br />

Trilogía, I. La hoja, II.<br />

El pozo, III. La angelización<br />

Traducción: Guadalupe<br />

Flores Liera.<br />

Ediciones Clásicas, Madrid, 1998.<br />

Acaban de publicarse en<br />

Madrid, en una reciente<br />

traducción, tres novelas<br />

de Vasili Vasilikós, el más interesante<br />

novelista de la Grecia<br />

actual, y acaso el más prolífico,<br />

pues ha publicado un centenar<br />

de textos novelescos. Vasilikós<br />

es un autor bien conocido en<br />

Europa y muchas de sus obras<br />

se han traducido a numerosas<br />

lenguas. La Trilogía es muy representativa<br />

de su etapa surrealista<br />

y de su mejor prosa. Estos<br />

tres relatos se editaron en Grecia<br />

entre 1959 y 1961. Guardan reflejos<br />

de la literatura existencialista<br />

de entonces; pero se leen<br />

como si fueran de ayer mismo.<br />

Vasilikós ha pasado por Madrid<br />

con motivo de la presentación<br />

de estos tres libros suyos, escritos<br />

tantos años atrás.<br />

Así he podido conocer el aspecto<br />

real del autor de Z. Todavía<br />

guardo en la memoria (y supongo<br />

que no soy en eso el único<br />

entre los lectores de mi<br />

generación) la impresión emotiva<br />

que me dejó hace muchos<br />

años aquella tensa y densa narración.<br />

Era casi una austera<br />

crónica, novelada en forma sobria<br />

y dramática, acerca de un<br />

suceso real, y evocaba a la vez<br />

con singular agudeza la atmósfera<br />

trágica de un escandaloso y<br />

sórdido atentado criminal. Era,<br />

desde luego, un vivaz testimonio<br />

político, con mucho de denuncia<br />

y reportaje de fuerte ac-<br />

tualidad. El título de Z (la letra<br />

que en griego evoca el anagrama<br />

de Vive, en español resultaba<br />

mucho más enigmática) se alzaba<br />

en su portada aguzado y evocador,<br />

hiriente como una navaja.<br />

Calculo que hará de esa lectura<br />

unos 30 años, en un libro<br />

de bolsillo de Suramericana. La<br />

novela fue luego llevada al cine,<br />

con muy buena factura, según el<br />

guión de Jorge Semprún, por<br />

Costa Gavras. El relato por sí<br />

mismo contenía ya un impulso<br />

muy cinematográfico, lo que facilitó<br />

la excelente versión fílmica.<br />

Aquel asesinato del senador<br />

Lambrakis, sórdido y traicionero,<br />

planeado desde las sombras<br />

del poder, desde las cloacas de<br />

la dictadura de los coroneles, en<br />

una noche agitada de una ciudad<br />

moderna griega, era como<br />

un reportaje dramático y sobrio.<br />

La bronca película de denuncia<br />

abría el camino a un cine político<br />

de larga sombra. Que emocionaba<br />

especialmente, supongo,<br />

a quienes teníamos alguna<br />

experiencia de una dictadura,<br />

aunque fuera de una mucho<br />

más fosilizada y acolchada en<br />

sus censuras y mordazas.<br />

Era, sin embargo, una denuncia<br />

individual, de un crimen<br />

de Estado como los que<br />

luego se repetirían con tintes inmensamente<br />

más feroces y numerosos<br />

en las dictaduras militares<br />

de Argentina y Chile. El<br />

relato tenía una intensa dramaticidad.<br />

Lo leí de un golpe en<br />

unas horas. Al margen de cualquier<br />

compromiso político, allí<br />

estaba retratada una fría complicidad<br />

que nos emocionaba<br />

por su hiriente desprecio del<br />

humanismo. Un episodio más<br />

de la lucha larga de la tiranía<br />

sin escrúpulos contra la liber-<br />

NARRATIVA<br />

VASILI VASILIKÓS<br />

Un narrador inquietante y fantástico<br />

CARLOS GARCÍA GUAL<br />

tad de palabra y la reivindicación<br />

de la democracia. Ahora el<br />

trasfondo histórico del relato se<br />

quedó atrás, pero el recuerdo de<br />

aquella muerte programada y<br />

de lo que tuvo de paradigmático<br />

el suceso aún me conmueve,<br />

en el recuerdo de ese texto vibrante<br />

de doliente indignación.<br />

He vuelto estos días a encontrarme<br />

con otros relatos de Vasilikós,<br />

cierto que muy distintos.<br />

La trilogía de La hoja, El<br />

pozo y La angelización es anterior<br />

a Z. Y representa otra vertiente<br />

de nuestro novelista, escritor<br />

atento al presente, pero<br />

dotado de una espléndida imaginación<br />

y productor de variadas<br />

ficciones. La Trilogía sigue<br />

siendo, creo, a pesar de los años<br />

transcurridos, una de sus obras<br />

más significativas. Aquí domina<br />

la narración fantástica, en tres<br />

variantes de asunto diverso. Sin<br />

embargo, une a los tres relatos<br />

una misma intención, la de inquietar<br />

al lector, la de advertir<br />

cuán entreverada con la realidad<br />

está la misteriosa apertura a<br />

lo siniestro y maravilloso, que<br />

puede irrumpir en lo cotidiano<br />

con sorprendente facilidad,<br />

quebrando así la superficie tranquila<br />

de la rutina usual. Bajo la<br />

alfombra crece quizá la selva y<br />

los satélites servirán de asientos<br />

furtivos a los ángeles cansados.<br />

Y, de otro lado, tanto en estos<br />

textos algo surrealistas como<br />

en las páginas de un reportaje<br />

sobre el mundo real, hallamos<br />

un estilo singularmente<br />

vivaz, una prosa de frase corta,<br />

con breves diálogos esenciales,<br />

atenta a muchos detalles naturalistas<br />

y sin ningún énfasis retórico.<br />

(Lo que me parece bastante<br />

excepcional en un escritor<br />

griego). La combinación de<br />

ambos efectos, el horizonte fantástico<br />

y la expresión prosaica<br />

realista, me parecen una buena<br />

característica de la mejor novela<br />

fantástica –en el sentido estricto<br />

del término “fantástico”,<br />

según T. Todorov–. Y podríamos<br />

citar ya a algún clásico del<br />

género, como Kafka, y tal vez<br />

también a algún escritor español<br />

de nuestros días, como<br />

Gustavo Martín Garzo, para<br />

alegar la permanencia de tan<br />

eficaz estilo.<br />

Me es difícil, por mi reducido<br />

conocimiento de su obra y<br />

su biografía, rastrear o destacar<br />

las influencias de otros escritores<br />

contemporáneos en la obra<br />

de Vasilikós. Me parece –y es<br />

una impresión ingenua de mero<br />

lector– un autor formado en<br />

muchas lecturas, pero poco dado<br />

a las alusiones y citas. Algunos<br />

pasajes de la Trilogía me<br />

han suscitado, por su intensa<br />

sobriedad y su solapado simbolismo,<br />

recuerdos de algunas páginas<br />

de Camus, por ejemplo.<br />

En todo caso, esa austeridad en<br />

la forma de narrar (tan parca en<br />

adjetivos y tan rica en verbos y<br />

expresiones populares) y todo<br />

ese dramatismo insuflado a los<br />

pequeños detalles (por ejemplo,<br />

en los diálogos en torno al pozo<br />

entre Tanus y Malamo, o la parodia<br />

de la jerga y conversación<br />

militar en el centro de instrucción<br />

de ángeles en La angelización)<br />

hace que esos relatos se<br />

mantengan muy poco envejecidos.<br />

La retórica y el artificio envejecen<br />

pronto en la literatura y<br />

pasan de moda. Esta narratividad<br />

esencial y prosaica conserva<br />

siempre un aire joven.<br />

“Vasilikós expresó con una<br />

lengua nueva y moderna, una<br />

lengua densa y muy significati-<br />

58 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


va, la disolución, la confusión,<br />

el desencanto, la protesta, la<br />

huida, lo que caracteriza y constituye<br />

la cuarta dimensión de<br />

su enigmática época”, ha escrito<br />

Linos Politis refiriéndose a<br />

esta Trilogía. El historiador de<br />

la literatura griega moderna se<br />

preguntaba, al mismo tiempo,<br />

si en estos relatos fantásticos e<br />

inquietantes se contienen los<br />

mismos símbolos o apuntan,<br />

como en clave cifrada y mistérica,<br />

a diversos aspectos del<br />

mundo. Resulta difícil dar una<br />

respuesta clara a tal cuestión;<br />

los decorados y ambientes son<br />

distintos: una casa de vecinos<br />

en un barrio moderno de una<br />

ciudad como Salónica, un campo<br />

solitario y algo desolado en<br />

Tasos, con el mar al fondo, y<br />

un centro de instrucción paramilitar<br />

de reclutas angélicos (es<br />

decir, en un sentido literal, aspirantes<br />

a ángeles alados) situado<br />

en un asteroide yermo de<br />

nuestra galaxia no parecen tener<br />

mucho en común.<br />

Con todo, hay factores que<br />

se repiten dentro de tan variados<br />

escenarios: la soledad del protagonista<br />

fascinado por el avance<br />

furtivo de su prodigiosa planta,<br />

la angustiosa excursión de Tanos<br />

al pozo amenazador y oscuro,<br />

o la nostalgia del ángel (que<br />

intenta salvar en sus cartas imposibles<br />

sus recuerdos y su amor<br />

truncado, con su vana esperanza<br />

en su estelar destierro) tienen<br />

una oscura inquietud y una melancolía<br />

común. Remiten a un<br />

mundo donde la rutina puede<br />

ser permeada por lo maravilloso,<br />

pero sin un horizonte alegre al<br />

final del camino, solitario y sin<br />

grandes ilusiones.<br />

Esa soledad del protagonista<br />

está presentada con una cierta<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

compasión irónica.<br />

Y con<br />

una dosis<br />

de humor compasivo. Tal vez<br />

hubieran podido comunicarse<br />

con alguien y salvarse por el<br />

amor. Pero sólo en la vida terrestre<br />

de Ángel Angelidis ha<br />

ocupado el amor un espacio importante.<br />

Y hasta tal punto que<br />

su historia se presenta como una<br />

larga carta de amor urgente y<br />

desesperado, que el novicio angélico<br />

escribe a una amada ya<br />

irrecuperable. Una carta que no<br />

habrá de enviar, y que resulta así<br />

sólo un testimonio absurdo de<br />

su nostalgia hacia el pasado terrestre<br />

y el amor perdido. Todas<br />

las historias se saldan en un fracaso:<br />

la feraz y ubicua planta<br />

acabará cercenada y erradicada;<br />

el pozo alcanzado con tanto esfuerzo<br />

no dará agua, pues sólo<br />

contiene fango y restos ruinosos,<br />

y le acarrea la muerte a<br />

quien se aventura, como el pobre<br />

Tanos, en el descenso; la correspondencia<br />

de y con los ángeles<br />

es un mero truco para desviar<br />

por un breve tiempo sus<br />

nostalgias de su vida pasada en la<br />

tierra. Ninguno de estos tres personajes<br />

tiene ínfulas heroicas.<br />

Son decididamente vulgares, y<br />

viven una existencia vulgar y<br />

muy limitada (incluso el recluta<br />

angélico no destaca por ninguna<br />

virtud especial) por cuanto que<br />

no pueden salirse de sus mediocres<br />

circunstancias. No tienen<br />

ideales nobles y apenas se ilusionan<br />

en una breve aventura: una<br />

planta robada, un pozo misterioso,<br />

un amor limitado por las<br />

trabas de la rutina burguesa. Sin<br />

embargo, hay un cierto halo de<br />

poesía en la narración de sus raras<br />

peripecias, en esa desgarrada<br />

atmósfera y en esa desnuda pro-<br />

sa de Vasilikós, que los redime<br />

en algo de su mediocridad, y<br />

suscita en torno a todos ellos<br />

una sensación peregrina y angustiosa,<br />

una compasión que<br />

nos oprime y envuelve, misteriosa<br />

y un tanto kafkiana.<br />

No hay que pasar por alto su<br />

peculiar humor, más que negro<br />

un tanto oscuro, humor siempre<br />

inquietante, mordaz alguna<br />

vez, que ayuda a mantener las<br />

distancias del lector frente al suceso,<br />

con un buen distanciamiento<br />

crítico, casi brechtiano<br />

alguna vez. De ahí la diversión<br />

de estos relatos, de ahí también<br />

su chispeante misterio. Kafka y<br />

Camus laten bajo esas inquietudes,<br />

pero hay además un cierto<br />

tono irónico y un desasosiego<br />

muy personales que se combinan<br />

en esos diálogos y esos<br />

paisajes diversos. ¿Hasta dónde<br />

esas peripecias extrañas y sorprendentes<br />

no son enigmáticos<br />

símbolos, taimadas cifras, de<br />

nuestros propios riesgos?<br />

Creo que la traducción ha<br />

mantenido bien ese fresco ritmo<br />

Vasili Vasilikós<br />

y esa sencilla dicción, encontrando<br />

un buen equivalente castellano<br />

de los distintos niveles<br />

del texto, cuando el habla se hace<br />

más coloquial o campesina.<br />

(En algún momento percibimos<br />

un ligero acento mexicano, especialmente<br />

en los coloquios,<br />

que de ningún modo desentona).<br />

Guadalupe Flores Riera ha<br />

logrado transportarlos con mucho<br />

esmero al castellano con toda<br />

viveza. Y parecen relatos escritos<br />

ayer, pues, como decíamos,<br />

esta literatura fantástica de<br />

tan sobrio estilo sabe conservarse<br />

ágil y joven. n<br />

Carlos Garcia Gual es catedrático de<br />

Filología griega y escritor. Autor de<br />

La antigüedad novelada y Diccionario<br />

de mitos.<br />

59


Hubo hace algunos años en<br />

Cuba, en un pueblo de<br />

las cercanías de La Habana,<br />

un buen hombre llamado<br />

don Ramón Pazó. Alto, serio,<br />

dulce, calmado, estoico, con alto<br />

sentido del honor y la familia,<br />

tenía más trazas de imaginado<br />

por Azorín que de alentar en esa<br />

confusión misteriosa y no menos<br />

imaginada que llamamos<br />

realidad. Como sucede en las<br />

malas novelas, la madre de este<br />

buen hombre murió del parto<br />

de él. Su padre, nacido en una<br />

aldea próxima a Santander, regresó<br />

a España para intentar<br />

consolarse de la pérdida. Como<br />

sucede en las malas novelas, murió<br />

en el viaje de regreso a la isla<br />

y, como fue hace muchos años y<br />

el viaje era por mar, su cadáver<br />

terminó lanzado a algún punto<br />

del Atlántico. Hasta su matrimonio<br />

con una hija de canarios,<br />

rubia y de intensos ojos azules,<br />

vivió don Ramón de casa en<br />

casa, dependiendo de las bondades<br />

de tíos que no querían caracterizarse<br />

por ser bondadosos,<br />

exactamente como sucede en las<br />

malas novelas. Se propuso, pues,<br />

ser feliz. Y creo que, a su modo,<br />

lo logró. Alcanzó una vida de<br />

tranquilidad y de trabajo; fundó<br />

una familia, de la que se sentía<br />

orgulloso, y acaso un solo deseo<br />

alteró la mansa, la sabia resignación<br />

con que aceptó siempre al<br />

destino: el deseo de viajar a España,<br />

a la tierra de los antepasados,<br />

a la última tierra que vio su<br />

padre, repetir la travesía, ver el<br />

océano que le había servido de<br />

sepultura.<br />

Cuando llegaba del campo,<br />

donde araba y sembraba, se sentaba<br />

don Ramón con su hijo<br />

mayor y le hablaba de la herencia<br />

(¿qué español, o hijo de es-<br />

pañoles, no ha contado en tierras<br />

de América con una herencia<br />

providencial?), la gran herencia<br />

que estaba por recibir y<br />

con la que harían juntos el viaje<br />

a España. Luego, cuando la hija<br />

creció y se sintió capaz de crear<br />

familia propia, se sentaba don<br />

LITERATURA<br />

CUBA Y ESPAÑA: EL MUNDO<br />

ABILIO ESTÉVEZ<br />

José Martí<br />

Ramón con su nieto (que era<br />

yo) y le hablaba de la herencia y<br />

del viaje. Herencia y viaje dejaron<br />

una impronta de añoranza<br />

en la familia. Y para colmo,<br />

tratando de ilustrar los paisajes<br />

que describía, mi abuelo me<br />

mostraba los dos cuadros que<br />

colgaban de una de las paredes<br />

del comedor. Lugares bellísimos,<br />

con abedules, cipreses y álamos,<br />

y fuentes y arroyuelos indiscutiblemente<br />

mansos, y una luz especial,<br />

bastante falsa, que lo mismo<br />

podía ser del atardecer que<br />

de la aurora, lugares entre rococó<br />

y románticos, rotundamente<br />

idílicos, “paisajes imposibles”,<br />

como diría Lorca, donde se veían<br />

donceles que pulsaban guitarras<br />

al pie de balcones donde se<br />

conmovían doncellas vestidas de<br />

rojo, con peinetas y mantillas<br />

negras. No importa lo cursi, la<br />

impostura de estos cuadros absurdos;<br />

se trata, como se puede<br />

ver, de la irrupción de lo imaginado,<br />

de la literatura, en la vida.<br />

La herencia, por supuesto,<br />

nunca llegó; el viaje, por supuesto,<br />

nunca se produjo. Pero a estas<br />

alturas da lo mismo. Sé que<br />

lo importante no era el viaje, sino<br />

el deseo del viaje. Sé que lo<br />

importante fue que tuvimos todos<br />

siempre la ilusión de España,<br />

que en la familia vimos a España<br />

como nuestra versión de la Tierra<br />

Prometida. ¿Y no se descubre<br />

en esta nostalgia por lo que no se<br />

conoce, en este sueño por una<br />

tierra casi inventada, verbalizada<br />

en sitios, en leyendas, un rasgo<br />

de quijotismo? ¿No se hace<br />

ostensible la quijotesca necesidad<br />

de huir de la vida mezquina<br />

de cada día, de la pobreza de lo<br />

inmediato, hacia la grandeza remota<br />

(grande por lo remota) de<br />

lo entrevisto en el anhelo, de lo<br />

imaginado, de lo que está siempre<br />

más allá: irrealidad que se sobrepone<br />

a la realidad que la sustituye,<br />

y se hace más importante<br />

que ella; obsesión intelectual en<br />

la que se deposita la esperanza;<br />

utopía sin la que carece de importancia<br />

el lugar en que se está?<br />

60 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


Esta historia familiar, un tanto<br />

risible y por lo mismo un tanto<br />

patética, puede ser la historia<br />

de muchas familias cubanas.<br />

Puede ser la historia de una isla.<br />

Porque sucedió que años después,<br />

muerto ya don Ramón, mi<br />

abuelo, pude descubrir que no<br />

éramos nosotros los únicos alucinados<br />

por la evocación de algo<br />

que no habíamos conocido. Yo<br />

comencé a notar que en La Habana<br />

se revelaban las huellas de<br />

ese sueño que estaba al otro lado<br />

del océano: los castillos de la<br />

Fuerza (con su estatua de bronce<br />

de La Bella Habana, más conocida<br />

como la Giraldilla), San<br />

Salvador de la Punta y Los Tres<br />

Reyes del Morro me hablaban<br />

de un tiempo heroico, de imperios<br />

y piratas. Las iglesias –la del<br />

Santo Cristo del Buen Viaje<br />

(con ese nombre suscitante), la<br />

del Espíritu Santo, la de la Merced–,<br />

pequeñas, íntimas, de un<br />

barroco retraído, con altares llenos<br />

de exvotos y de flores, con la<br />

imaginería torpemente imitada<br />

de un Martínez Montañés, en<br />

cuyos claustros se podía huir de<br />

la demasiada impiedad del sol,<br />

de la canícula, del vecinerío<br />

campechano, y donde me sentaba<br />

a resolver los problemas nada<br />

ortodoxos de mi imaginación. Y<br />

los conventos de San Francisco y<br />

de Santa Clara, y los grandes palacios<br />

de las grandes familias de<br />

otra época (necesariamente más<br />

feliz, porque, “a nuestro parecer,<br />

cualquier tiempo pasado fue mejor”),<br />

con los patios enormes y<br />

húmedos, adornados con losas<br />

de Sevilla, y aljibes, sembrados<br />

de helechos y de árboles, para<br />

contrarrestar el horror del clima;<br />

las galerías abiertas a los patios;<br />

las paredes altas, y la profusión<br />

de puertas y ventanas, para que<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

la brisa entrara sin dificultad,<br />

cargada de ese olor único del<br />

mar que invita todo el tiempo a<br />

la huida. Y el olor del mar, que<br />

se mezclaba con el de las cocinas;<br />

el de tantos potajes y tortillas<br />

(descubrí que teníamos una<br />

cultura culinaria, de fabadas y<br />

paellas, que exigía a todas luces<br />

un poco de brumas y de inviernos),<br />

y que terminaba mezclándose<br />

con el otro olor de los árboles,<br />

para provocar un estado<br />

de permanente delirio. Y excitaban<br />

además mi imaginación los<br />

nombres de las calles –calle del<br />

Empedrado, calle de la Amargura,<br />

calle de la Oficina, calle<br />

del Tejadillo–, que remitían aún<br />

con mayor obstinación a un pasado<br />

que de ningún modo habíamos<br />

tenido.<br />

Sí, porque también descubrí<br />

que, siendo como es Cuba un<br />

país muy joven, un país con 300<br />

escasos años de existencia (que<br />

pensados en términos de alma<br />

propia pueden reducirse acaso a<br />

la mitad), participaba de una<br />

historia más amplia, de una historia<br />

imaginada o leída, que no<br />

le pertenecía, pero que por supuesto<br />

sí le pertenecía, de una<br />

cultura que no podía ser ajena, y<br />

que podía ser toda la cultura del<br />

mundo, pero que entraba primero<br />

por España. Porque, para<br />

empezar, hablamos en español.<br />

Y esto, que dicho así se oye rápido,<br />

esconde incalculables connotaciones,<br />

consecuencias incalculables.<br />

“Todo pueblo”, escribió<br />

Alfonso Reyes, “tiene<br />

un alma y un cuerpo,<br />

modelados por un conjunto<br />

de fuerzas, ideales, normas<br />

e instituciones, que<br />

determina, a lo largo de<br />

sus vicisitudes históricas,<br />

el cuadro de su cultura.<br />

El alma, el patrimonio<br />

espiritual, se conserva<br />

en el vehículo de la lengua.<br />

El cuerpo, el patrimonio<br />

físico, sólo se resguarda<br />

y organiza mediante una<br />

operación de símbolo, en<br />

la lengua también. Una<br />

civilización muda es<br />

inconcebible. Sólo a través<br />

de la lengua tomamos<br />

posesión de nuestra<br />

parte del mundo”.<br />

Cuando, como sucedió en<br />

América, recibimos la lengua<br />

española, adoptamos fatalmente,<br />

por añadidura, todo el peso de la<br />

tradición espiritual de España.<br />

Y esto, que vale para países como<br />

México o Perú, con fuerte<br />

cultura indígena, es de mucha<br />

mayor verdad para Cuba. Algo<br />

que nos distingue del resto de<br />

América es que nacimos sin herencia<br />

cultural indígena. En el<br />

“ajiaco cubano” –como llamó<br />

don Federico Ortiz a nuestro<br />

mestizaje– la cultura indígena se<br />

limita a palabras aisladas, a dos o<br />

tres alimentos ya exóticos y al<br />

dibujo extraño de algunos ojos y<br />

algunos labios.<br />

Nuestra isla se hallaba casi<br />

virgen al arribo del español. Luego<br />

nuestra isla, a diferencia del<br />

resto de América, fue prácticamente<br />

fundada por España. Y si<br />

luego el panorama social se complicó<br />

con chinos y negros, sobre<br />

todo con negros, también se debió<br />

a los españoles, quienes, a<br />

diferencia de ingleses o franceses,<br />

se juntaron llenos de alegría y<br />

alto sentido del hedonismo (como<br />

que se sentían en la réplica<br />

terrenal del Edén) con los esclavos<br />

que ellos mismos hacían venir<br />

desde el Congo en barcos re-<br />

pletos e insalubres. La cultura<br />

africana, es cierto, ha tenido un<br />

peso importante entre nosotros,<br />

un peso quizá benéfico, que se<br />

manifiesta sobre todo en el ritmo<br />

de nuestra música y en el<br />

ritmo de nuestra vida, en la cadencia<br />

de nuestros movimientos<br />

y en la voluptuosidad con que<br />

nos acercamos al mundo, en la<br />

maravillosa displicencia que tenemos<br />

los cubanos para asumir<br />

los asuntos más graves, en nuestra<br />

gran irresponsabilidad, en<br />

nuestra delectación morosa, en<br />

nuestras creencias elementales y<br />

carentes de rigor, en nuestra risa<br />

franca, escandalosa y breve, como<br />

los aguaceros del verano. Pero<br />

también es cierto que poseemos<br />

otra cara oculta y contradictoria,<br />

la que completa la<br />

paradoja que somos, donde se<br />

manifiesta el sentimiento trágico<br />

de la vida, una bronca seriedad,<br />

una melancolía inexplicable, una<br />

pasión, una nostalgia, una preocupación<br />

permanente por el vacío<br />

de la existencia.<br />

La presencia de España ha debido<br />

ser más viva por necesidad.<br />

Al fin y al cabo, el país que inició<br />

la conquista llevaba una vida<br />

espiritual especialmente intensa,<br />

donde podía hallarse, en espléndida<br />

mezcla, el estoicismo de Séneca<br />

con Las moradas sensuales,<br />

es decir, místicas de santa Teresa.<br />

Y si hubo un momento en que<br />

la figura cultural de la península<br />

apareció como menos importante<br />

de lo que en realidad fue<br />

durante el Renacimiento, ya un<br />

sabio dominicano, Pedro Henríquez<br />

Ureña, se encargó de situarla<br />

en el preciso lugar con un<br />

libro definitivo: Plenitud de España.<br />

Yo, que he sabido pasear<br />

las calles de La Habana, que he<br />

sabido encontrar en ella las som-<br />

61


CUBA Y ESPAÑA: EL MUNDO<br />

bras de aquel país mítico de que<br />

me hablaba mi abuelo, sé que<br />

en ningún lugar ha estado tanto<br />

España en Cuba como en su literatura.<br />

No es que se trate de<br />

atravesar el espejo porque me<br />

sienta mejor del otro lado, no es<br />

que me apoye en la literatura<br />

porque sea de todos los mundos<br />

el único que me importa. Se trata<br />

de una indiscutible certeza.<br />

Lo más hermoso y permanente<br />

que España nos ha dejado es la<br />

obsesión de su fantasía escrita.<br />

Los avatares de nuestra literatura<br />

reflejaron siempre una pelea<br />

saludable en contra y a favor de<br />

los modelos peninsulares. La literatura<br />

cubana, como cualquier<br />

otra del resto del continente, comenzó<br />

imitando los modelos españoles.<br />

Los primeros balbuceos<br />

en ese mundo son un largo poema<br />

en octavas reales, con reminiscencias<br />

del Garcilaso de las<br />

Églogas, y una comedia titubeante,<br />

a medio camino entre Lope<br />

y Calderón. Luego, a medida<br />

que Cuba pasaba de tierra de<br />

tránsito, de factoría, a isla y país,<br />

el primer gran poeta vio su espíritu<br />

romántico constreñido<br />

por la retórica del XVIII, e intentó<br />

hallar inútilmente, con<br />

formas españolas, un tono nacional.<br />

La preocupación de estos<br />

primeros escritores, criollos en<br />

la sensibilidad, españoles en el<br />

pensamiento, en cierto modo<br />

condiciona una preocupación<br />

que se hallará casi siempre entre<br />

nosotros: el deseo de ser civilizados,<br />

de no desmerecer frente a<br />

Europa. (¿Y no fue ésta acaso<br />

durante años la inquietud de España<br />

frente al resto del continente,<br />

aquella famosa dicotomía<br />

entre españolismo y europeísmo<br />

que tanto perturbó el sueño de<br />

la generación del 98?). Después,<br />

como se supondrá, Cuba volvió<br />

los ojos hacia Francia. Para tomar<br />

la frase de don Miguel de<br />

Unamuno, hablamos horrores<br />

de España como perfectos españoles.<br />

Se iniciaron las guerras de<br />

independencia. Era la época dichosa<br />

de Manuel Gutiérrez Nájera,<br />

de Julián del Casal y de ese<br />

titán llamado Rubén Darío.<br />

También fueron los años en que<br />

el cubano José Martí comenzó<br />

su labor de poeta y revolucionario.<br />

Detengámonos un breve<br />

instante: José Martí, un hombre<br />

inaudito que al propio tiempo<br />

que ayudaba a fundar una nación<br />

escribía una prosa, brillante,<br />

complicada, y componía endecasílabos<br />

raros con los que<br />

ayudaba a fundar un movimiento<br />

poético: el Modernismo. ¿Y<br />

no llama la atención que el<br />

hombre que arrebató a España<br />

las últimas de sus colonias escribiera<br />

en Versos sencillos: “Para<br />

Aragón en España / tengo yo en<br />

mi corazón, / un lugar todo Aragón<br />

/ franco, fiero, fiel, sin seña”?<br />

¿No llama la atención que<br />

este hombre, de padre valenciano<br />

y madre canaria, educado en<br />

Madrid y Zaragoza, en medio<br />

de la batalla por la que sacrificaría<br />

tantas cosas, hasta la vida, incitara<br />

desde el periódico Patria a<br />

la igualdad entre españoles y<br />

criollos?<br />

La generación del 98, cuyo<br />

centenario está conmemorando<br />

todo el que hable nuestro idioma,<br />

tuvo en la isla tantas repercusiones<br />

como en España. El tono<br />

apasionado y severo de Unamuno,<br />

la preocupación de<br />

Azorín por las “pequeñas cosas”,<br />

el buen gusto maravillosamente<br />

decadente de Valle, la prosa<br />

anarquista de Baroja, el verso<br />

limpio de Machado, provocaron<br />

acciones y reacciones, es decir,<br />

hicieron vivir a la cultura cubana.<br />

La que, a mi modo de ver, se<br />

halla entre las más excitantes novelas<br />

publicadas en español<br />

durante el siglo pasado, La Regenta,<br />

junto con el gigantesco<br />

esfuerzo de Benito Pérez Galdós,<br />

ayudaron a conformar las<br />

primeras narraciones importantes<br />

en Cuba. La figura provocadora<br />

y controversial de Ortega y<br />

Gasset y la Revista de Occidente,<br />

que sirvieron para ir al encuentro<br />

con lo más actual del pensamiento<br />

en la primera mitad del<br />

siglo.<br />

Lo que sucedió después, ya se<br />

sabe. Federico García Lorca, que<br />

acababa uno de sus libros más<br />

grandes, Poeta en Nueva York,<br />

obsesionado ya con la idea inexplicable<br />

de El público, se alucinó<br />

en La Habana, y fue huésped de<br />

los hermanos Loynaz en aquella<br />

casa quimérica, elegante, al borde<br />

del mar, que Dulce María<br />

inmortalizó en su novela Jardín.<br />

Manuel Altolaguirre publicando<br />

a Shelley en ediciones bilingües.<br />

El doctor Gustavo Pittaluga dialogando<br />

sobre el destino de Cuba.<br />

El poeta caprichoso y arbitrario,<br />

Juan Ramón Jiménez,<br />

reuniendo poemas para una antología<br />

que haría época, de la<br />

que aún se habla, La poesía cubana<br />

de 1936, e influyendo en<br />

José Lezama Lima y los demás<br />

poetas de Orígenes, e incluso fiel<br />

a su destino beligerante provocando<br />

el cisma de Lezama y Rodríguez<br />

Feo (el pleito de Juan<br />

Ramón contra Vicente Aleixandre<br />

y Jorge Guillén influyendo<br />

en la cultura cubana). La presencia<br />

luminosa de María Zambrano,<br />

descubridora –española<br />

al fin– de “la Cuba secreta”. El<br />

paso por La Habana, inolvidable<br />

por supuesto, de uno de los más<br />

extraordinarios poetas españoles<br />

de todos los tiempos, Luis Cernuda.<br />

Y tantos y tantos otros con<br />

quienes se podía borrar en algo<br />

nuestra condición aislada, nuestra<br />

fatal condición de isla.<br />

Es preciso revelar que, para<br />

los cubanos, la llegada de un libro<br />

o de un poeta de tierra firme<br />

provoca júbilo semejante al que<br />

debieron sentir los primeros habitantes<br />

de La Habana al ver entrar<br />

la Flota en la bahía. Es algo<br />

que, por un momento al menos,<br />

contradice aquella terrible definición<br />

del Diccionario de la Academia<br />

de que isla es “porción de<br />

tierra rodeada de agua por todas<br />

partes”. Por mucho tiempo, hemos<br />

esperado la llegada de un libro<br />

de México, de Buenos Aires,<br />

de Madrid y Barcelona. Hace<br />

años, eran las publicaciones<br />

de la Residencia de Estudiantes,<br />

de Rafael Caro Raggio, de Aguilar,<br />

de la viuda de Luis Tasso,<br />

gracias a la cual tuvimos a todo<br />

Balzac. Más tarde serían Seix Barral;<br />

Alfaguara; Tusquets; Alianza<br />

Editorial, con las hermosas<br />

cubiertas de Daniel Gil; Pedro<br />

Salinas, que nos hizo conocer a<br />

Proust; José María Valverde, que<br />

desveló Ulysses. Y si es cierto que<br />

durante los primeros tiempos de<br />

la Revolución conocimos una<br />

intensa vida editorial, desde hace<br />

algunos años, con el endurecimiento<br />

de la pobreza económica<br />

de Cuba, el libro, que llega<br />

de cualquier parte pero en primer<br />

lugar de esta tierra, se ha<br />

convertido en el mejor modo de<br />

conjurar el encierro que provocan<br />

la historia y el mar.<br />

Se comprenderá, pues, que<br />

mediante el idioma hemos llegado<br />

los cubanos a España, y de<br />

ella al resto del mundo. Se comprenderá<br />

que es algo más que un<br />

idioma, porque es un puente,<br />

un gran puente que, aunque no<br />

se le ve, ha estado siempre salvándonos<br />

del persistente aislamiento.<br />

Sin hablar, claro está, de<br />

la acogida que aquí han recibido<br />

tantos hermanos que han conocido<br />

la inclemencia del exilio.<br />

Gastón Baquero, uno de los mejores<br />

poetas cubanos, debió vivir<br />

en Madrid 37 años; en Madrid<br />

murió, sin volver a Cuba. España<br />

ha sido para nosotros un modo<br />

de estar en el mundo. Y<br />

cuando uno se siente acorralado<br />

en la isla, encerrado, frente al<br />

mar, mirando esa línea no tan<br />

imaginaria del horizonte, y recuerda,<br />

como mi abuelo don<br />

Ramón Pazó, que hay países extensos,<br />

de geografía múltiple y<br />

diferentes almas, países que representan<br />

sumas de países, con<br />

desiertos y montañas, y nieves, y<br />

grandes ciudades y primaveras,<br />

se reconcilia uno entonces con la<br />

vida, con la isla, deja de aterrarse<br />

con los espacios infinitos y<br />

siente, como aquellos primeros<br />

habaneros que con los ojos esperanzados<br />

veían entrar la Flota<br />

en la bahía, el consuelo de saber<br />

que el mundo es algo que existe<br />

en realidad y al que uno, a pesar<br />

de todo, pertenece. n<br />

Abilio Estévez es novelista. Autor de<br />

Tuyo es el reino.<br />

62 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


Domingo Plácido,<br />

La sociedad ateniense.<br />

La evolución social en Atenas<br />

durante la guerra del Peloponeso,<br />

Barcelona, Crítica, 1997<br />

Laura Sancho Rocher,<br />

Un proyecto democrático.<br />

La política en la Atenas del siglo V,<br />

Zaragoza, Egido, 1997<br />

Quizá sólo sea ya un ejercicio<br />

intelectual prescindible,<br />

pero hay quien sigue<br />

defendiendo la utilidad de<br />

recordar que los orígenes del sistema<br />

democrático con el que el<br />

discurso político de Occidente<br />

sigue identificándose de forma<br />

explícita se sitúan en los albores<br />

del siglo V a. de J. C. y en el seno<br />

de una civilización reacia a<br />

asumir un control político centralizado.<br />

Me refiero a la firme<br />

voluntad autárquica que preside<br />

el desarrollo de las comunidades<br />

griegas desde sus orígenes hasta<br />

su integración, a mediados del<br />

siglo IV a. de J. C., en el marco<br />

unificador de la monarquía macedónica.<br />

Dicha voluntad se materializó<br />

en una serie de principios<br />

organizativos entre los que<br />

son de destacar el poder de autolegislación,<br />

el mantenimiento<br />

de un ejército propio, la emisión<br />

de una moneda particular y el<br />

establecimiento de regímenes<br />

políticos resistentes a toda intervención<br />

exterior. Autonomía era<br />

el término definidor del marco<br />

político en el que surgió la democracia,<br />

la invención, célebre<br />

donde las haya, que las dos recientes<br />

investigaciones en las que<br />

vamos a centrarnos consiguen<br />

examinar desde renovadoras<br />

perspectivas.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

El estudio de Laura Sancho<br />

Rocher se estructura en base a<br />

tres valores fundamentales del sistema<br />

democrático: nómos-ley,<br />

eleuthería-libertad e isótes-igualdad.<br />

Tres nociones clave que la<br />

autora estudia, de forma ordenada<br />

y sistemática, a partir de sus<br />

empleos arcaicos con el firme<br />

propósito de mostrar que la demokratía<br />

no fue ni una invención<br />

radical ni un advenimiento<br />

ajeno a la consciencia de sus creadores.<br />

“La democracia en Atenas<br />

fue un ‘proyecto’, lo que significa<br />

un plan con intención de<br />

lograr un objetivo preciso y consciente”,<br />

concluye la autora.<br />

Pero empecemos, como se debe,<br />

por el principio. En el capítulo<br />

referido al nómos, al principio<br />

legal, se recuerda cómo, en<br />

la Teogonía hesiódica, las representaciones<br />

divinas de la justicia y<br />

de la obediencia a las buenas leyes<br />

–es decir, Díke y Eunomía– se<br />

presentan como dos compenetradas<br />

hijas de Zeus y de Temis,<br />

precisando que dicha hermandad<br />

trasciende el alto arcaísmo. Esta<br />

firme asociación entre la esencia<br />

de la legalidad y la noción de justicia<br />

condicionaría, de hecho, el<br />

respeto imperturbable de los atenienses<br />

del siglo V a la ley tradicional<br />

(p. 68). Respeto ático a la<br />

antigua ley no exento, eso sí, de<br />

conflictividad, como indica el lugar<br />

privilegiado que en la vida intelectual<br />

de la Atenas clásica ocupó<br />

el debate sobre la convivencia<br />

entre las leyes heredadas y la nueva<br />

legislación mediante la cual los<br />

demócratas (amparados en la soberanía<br />

propia de la autonomía<br />

política) pretenden equilibrar las<br />

desigualdades sociales.<br />

La trágica Antígona, entregando<br />

su vida en nombre de unas<br />

obligaciones familiares con las<br />

HISTORIA<br />

DE ‘DEMOKRATÍA’<br />

A FINALES DEL II MILENIO<br />

ANA IRIARTE<br />

que recientes leyes de la ciudad le<br />

impiden cumplir, constituye una<br />

personificación todavía sobrecogedora<br />

de este conflicto. Un conflicto<br />

que los helenistas han abordado<br />

con perseverancia desde el<br />

punto de vista del enfrentamiento<br />

entre demócratas y oligarcas,<br />

atribuyendo a estos últimos la reivindicación<br />

de un retroceso a las<br />

leyes de los ancestros –a los pátrioi<br />

nómoi– que quedan identificadas<br />

como conservadoras.<br />

Un proyecto democrático viene,<br />

sin embargo, a enriquecer la amplia<br />

y actualizada documentación<br />

en la que se basa subrayando que<br />

la idea democrática de “ley” incluye<br />

tanto las tradiciones no escritas<br />

como las normas de los viejos<br />

legisladores y las nuevas decisiones<br />

que toma el pueblo<br />

reunido en asamblea. Desde esta<br />

perspectiva, la “ley de los padres”<br />

se revela como parte de la legislación<br />

vigente en el Gobierno democrático,<br />

mientras que los oligarcas<br />

se habrían posicionado en<br />

contra de esta legislación igualitaria,<br />

a la que culpaban tanto de<br />

limitar el desarrollo de las ambiciones<br />

personales como de beneficiar<br />

en exceso al pueblo, a los<br />

“débiles” que integran la mayoría:<br />

“Los atenienses acusados<br />

de ser excesivamente<br />

innovadores en materia<br />

legal valoran por encima<br />

de todo la tradicionalidad<br />

y antigüedad de sus leyes,<br />

y son cautos a la hora de<br />

cambiar las normas civiles o<br />

de decidir transformaciones<br />

constitucionales. Ello<br />

no significa que no haya<br />

conciencia de la capacidad<br />

reguladora de la Asamblea,<br />

sino que ésta se siente<br />

constreñida, no tanto por<br />

prohibiciones estatutarias,<br />

cuanto por la convicción<br />

de que la justicia es también<br />

la veneración por lo<br />

tradicional” (p. 74).<br />

La libertad, segundo puntal en<br />

la definición del proyecto democrático<br />

ateniense elaborada por<br />

L. Sancho Rocher, es otro historiado<br />

concepto de cuyo proceso<br />

evolutivo han dado puntualmente<br />

cuenta los estudiosos contemporáneos.<br />

A modo de introducción<br />

a esta problemática, resulta<br />

ilustrativo retener que la semántica<br />

primigenia del adjetivo libre<br />

asocia libertad a “permanencia en<br />

y de la comunidad natural” para<br />

pasar más tarde a convertirse en<br />

la antítesis –más reconocible para<br />

nosotros– de esclavitud y de<br />

vasallaje. Considerar tanto el origen<br />

del concepto como las connotaciones<br />

políticas que éste va<br />

adquiriendo desde Homero hasta<br />

el siglo V, facilita, sin duda, el<br />

entendimiento de la fructífera relación<br />

entre la libertad y el régimen<br />

en el que esta noción se problematiza:<br />

la democracia.<br />

Según Aristóteles, los dos rasgos<br />

que componen ese elemento<br />

fundamental de la práctica democrática<br />

que es la libertad son el<br />

aceptar “ser gobernado y gobernar<br />

alternativamente” y el “vivir como<br />

cada uno quiera”. Un planteamiento<br />

que L. Sancho Rocher<br />

acepta como hilo conductor para<br />

dar cuenta de los vínculos que los<br />

atenienses establecieron entre la<br />

noción de libertad y el ejercicio<br />

directo del poder, tratando con<br />

detenimiento los dos extremos<br />

que delimitan la soberanía del<br />

pueblo reunido en asamblea. Tales<br />

extremos son el rechazo de esa<br />

acumulación personal de poder<br />

que simboliza en última instancia<br />

el tirano arcaico (figura denostada<br />

por la ideología democrática) y el<br />

63


DE ‘DEMOKRATÍA’ A FINALES DEL II MILENIO<br />

peligro de que el poder negativo<br />

del tirano pueda ser ejercido precisamente<br />

por la mayoría; cosa<br />

que, lejos de constituir un ideal<br />

para la democracia ateniense, sólo<br />

plantean los ideólogos de la oligarquía<br />

temerosos de que, en régimen<br />

democrático, la superioridad<br />

numérica de los pobres<br />

coartara sistemáticamente los intereses<br />

de la minoría privilegiada:<br />

“En lugar del efecto<br />

de ‘poder de la mayoría’<br />

[pobre], derivado, según<br />

Aristóteles, de la soberanía<br />

de la Asamblea, lo que<br />

encontramos repetidas veces<br />

en los textos de inspiración<br />

democrática es la máxima<br />

programática de la<br />

participación activa de los<br />

diferentes grupos en<br />

una mezcla cualitativa<br />

que conforma la ciudad<br />

bien equilibrada” (p. 126).<br />

Por otra parte, L. Sancho Rocher<br />

aborda el resbaladizo tema<br />

de las libertades personales del<br />

ciudadano antiguo, subrayando,<br />

sobre todo, la garantía de derechos<br />

que la legislación democrática<br />

llegó a proporcionarle y la libertad<br />

de expresión de la que se<br />

disfrutaba en Atenas, habida<br />

cuenta de la liberalidad con la<br />

que esta polis permitió las opiniones<br />

más contrarias de sus habitantes,<br />

así como de la largueza<br />

con la que acogió a pensadores<br />

extranjeros, convirtiéndose en el<br />

centro intelectual más consistente<br />

de su época.<br />

“A pesar de que<br />

probablemente no existiera<br />

la noción de ‘derechos del<br />

individuo’, sino más bien<br />

‘del ciudadano’ –concluye<br />

la autora–, lo cierto es que<br />

la libertad personal era<br />

garantizada mucho mejor<br />

por el sistema democrático<br />

que por su alternativa, la<br />

oligarquía. El hecho quizá<br />

tenga que ver con la<br />

compleja concepción,<br />

desarrollada en esta época, de<br />

la naturaleza del ser humano,<br />

capacitado para decidir y<br />

acertar o equivocarse, y al<br />

cual se considera responsable,<br />

de uno u otro modo, de sus<br />

acciones” (p. 155).<br />

Tal y como ocurre con las nociones<br />

de ley y de libertad, la de<br />

igualdad encuentra sus raíces en<br />

una época anterior a la del sistema<br />

político que la erigió en centro<br />

de sus aspiraciones.<br />

“El objetivo de alcanzar<br />

algún tipo de igualdad parece<br />

vinculado desde el principio<br />

al mismo surgir de la<br />

comunidad-polis, dado que<br />

este modelo político implica<br />

una innovación total en<br />

relación con la tradición<br />

oriental, innovación que,<br />

en esencia, resulta de la<br />

inexistencia de un poder<br />

aislado de la sociedad, de<br />

carácter teocrático y con<br />

autonomía legislativa<br />

y judicial” (p. 160).<br />

En base a esta premisa, la investigación<br />

se centra en primer<br />

lugar en la epopeya homérica para<br />

dar cuenta del código ético<br />

que condiciona el comportamiento<br />

de los héroes que la protagonizan.<br />

Minimizando el alcance<br />

de los aspectos oscuros e<br />

irracionales de estos héroes, cuya<br />

nobleza reposa más en el mérito<br />

individual que en el origen, se<br />

incide en “el valor a toda prueba<br />

y la honradez sin tacha” (p. 163)<br />

de los que sus responsabilidades<br />

sociales les obligaban a dar prueba.<br />

No obstante, la autora precisa<br />

que resulta precipitado buscar<br />

en Homero una aproximación<br />

entre los conceptos de justicia e<br />

igualdad antes de proceder a<br />

considerar la intensa la reflexión<br />

que sobre este último se da durante<br />

los siglos VI y VII. Un fértil<br />

recorrido cronológico tras el<br />

que se acaba constatando que<br />

son los teóricos del siglo V quienes<br />

desarrollan por completo los<br />

principios de homologación en<br />

los ámbitos político y judicial,<br />

procurando con su pensamiento<br />

un espaldarazo definitivo a la<br />

práctica democrática, al reparto<br />

igualitario de derechos y deberes<br />

políticos entre todos los ciudadanos.<br />

Pero si la participación directa<br />

e igualitaria del pueblo en los<br />

asuntos de la polis fue una realidad<br />

en Atenas, cabe preguntarse<br />

por qué esta ciudad no llegó a<br />

plantear una revolución social de<br />

carácter económico. Un proyecto<br />

democrático esboza al respecto la<br />

siguiente hipótesis:<br />

“Desde la solución política<br />

dada por Solón a la<br />

reclamación de reparto<br />

de tierras y, sobre todo, desde<br />

que tuvieron efectos las<br />

medidas económicas<br />

de los tiranos (préstamos<br />

agrícolas y apertura<br />

comercial), es probable<br />

que la polis ateniense no<br />

estuviera especialmente<br />

aquejada por el problema<br />

de la desigualdad económica.<br />

A ello se añaden los<br />

benéficos efectos que sobre<br />

la economía de los<br />

ciudadanos pudiera tener la<br />

importancia cobrada durante<br />

la Pentecontecia por la<br />

ciudad y, sobre todo, por su<br />

puerto” (p. 200).<br />

Convencida –y convincente–<br />

de que la igualdad no sólo fue el<br />

pivote central en el programa político<br />

teorizado por los atenienses,<br />

L. Sancho Rocher lamenta<br />

que la exitosa tendencia historiográfica<br />

que considera a la demokratía<br />

menos democrática que<br />

los regímenes contemporáneos a<br />

los que ha dado nombre, olvide<br />

“que quizá no haya existido<br />

en la historia que conocemos<br />

ninguna sociedad que se<br />

haya aproximado tanto a<br />

la igualdad política. Existían<br />

los esclavos, y las voces<br />

elevadas en contra de esta<br />

lacra no fueron ni<br />

consistentes ni efectivas<br />

ni mayoritarias. Tampoco<br />

las mujeres vieron cambiar<br />

sustancialmente su situación<br />

subsidiaria en ese ‘club de<br />

hombres’, como algunos<br />

han denominado a la polis<br />

democrática. Y, sin embargo,<br />

los principios teóricos<br />

estaban formulados para<br />

que se hubieran planteado<br />

cambios radicales en esas<br />

direcciones. Ocurre<br />

frecuentemente que las<br />

transformaciones de las<br />

mentalidades a nivel popular<br />

son más lentas de lo que los<br />

teóricos desearían” (p. 209).<br />

A contracorriente de relevantes<br />

investigaciones que, en las úl-<br />

timas décadas, han venido subrayando<br />

con maliciosa lucidez<br />

las contradicciones entre el imaginario<br />

ático y la práctica real de<br />

una élite minoritaria que tiende a<br />

aprovecharse económicamente<br />

de las póleis aliadas, mientras que<br />

en la suya desoye la voz de la inmensa<br />

mayoría compuesta por<br />

esclavos, metecos y mujeres, el<br />

valiente estudio de L. Sancho<br />

Rocher mitiga la hendidura entre<br />

la abstracción teórica y la aplicación<br />

política de los primeros demócratas<br />

con el legítimo objetivo<br />

de devolver al fenómeno tratado<br />

sus debidas proporciones, considerando<br />

el contexto histórico en<br />

el que se desarrolló. Muy de agradecer,<br />

en suma, este esfuerzo por<br />

sistematizar el pensamiento democrático<br />

ateniense, procurando<br />

una lectura del mismo que<br />

tiende en todo momento a revelar<br />

su coherencia.<br />

Y muy de agradecer es también<br />

el amplio estudio de Domingo<br />

Plácido, igualmente centrado<br />

en la demokratía, aunque<br />

–prueba de la vitalidad del tema–<br />

las perspectivas y la intencionalidad<br />

desde las que ésta se considera<br />

son radicalmente diferentes<br />

de las anteriormente presentadas.<br />

Explícitamente permeable a las<br />

corrientes historiográficas que, a<br />

partir de las propuestas del materialismo<br />

histórico, han perseguido<br />

a lo largo de nuestro siglo una<br />

visión antropológica de los logros<br />

de la antigua Grecia, La sociedad<br />

ateniense se presenta bajo la premisa<br />

de que<br />

“las sociedades sólo pueden<br />

estudiarse si la investigación<br />

se acompaña de un intento<br />

de aprehender al mismo<br />

tiempo las formas en que<br />

el hombre desarrolla su<br />

percepción del mundo<br />

imaginario, plasmado<br />

en realizaciones culturales<br />

de todos los órdenes”.<br />

Tal es la convicción que conduce<br />

a insistir en los aspectos políticos<br />

y militares que marcan el<br />

desarrollo de la guerra del Peloponeso,<br />

mostrando su interrelación<br />

con el ámbito económico<br />

de la agricultura, del comercio y<br />

del artesanado. Significativa es<br />

64 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


también la atención que se dedica<br />

a las transformaciones estéticas<br />

y a las intervenciones urbanísticas<br />

en Atenas como exponentes<br />

de la agitación que<br />

preside este periodo de guerra,<br />

así como la consideración de la<br />

práctica y el pensamiento religioso<br />

como manifestaciones que<br />

reflejan las preocupaciones sociales,<br />

al tiempo que proporcionan<br />

a la colectividad una imagen<br />

ideal de sí misma.<br />

La sociedad ateniense resulta,<br />

en definitiva, de un enfoque pluridimensional<br />

que no sólo conduce<br />

a detectar los logros del recién<br />

nacido sistema democrático<br />

sino también los desajustes<br />

que éste deja traslucir incluso en<br />

las fuentes proporcionadas por<br />

los historiadores. O, quizá, sea<br />

más exacto decir sobre todo en las<br />

fuentes proporcionadas por los<br />

historiadores, a partir del momento<br />

en que se considera que<br />

“ellos son precisamente, en<br />

el mundo antiguo, quienes<br />

desde su subjetividad<br />

están en mejores condiciones<br />

para reflejar el impacto<br />

que la realidad produce<br />

en las mentes de los hombres<br />

sensibles a las realidades<br />

sociales”.<br />

Y el estudio inicia su andadura<br />

recordando la inexistencia real<br />

de los célebres “cincuenta años<br />

de paz” a los que remite el término<br />

de Pentecontecia con el que se<br />

denominan los aproximadamente<br />

cincuenta años que transcurren<br />

entre el final de las guerras<br />

médicas y el comienzo, en el 431,<br />

de la del Peloponeso:<br />

“A pesar de las guerras<br />

contra Esparta y contra<br />

Persia, de las luchas que<br />

jalonan la transformación<br />

de la liga de Delos en<br />

el imperio ateniense, la<br />

Pentecontecia aparece como<br />

un brillante periodo<br />

de paz entre<br />

dos guerras determinantes<br />

del nacimiento y del<br />

hundimiento de la<br />

hegemonía ateniense. La<br />

situación del año 431<br />

aparecía como la resultante,<br />

en línea recta, de lo que<br />

había ocurrido en las guerras<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

médicas. En la realidad, la<br />

actividad ateniense posterior<br />

a la batalla de Salamina,<br />

consistente en agrupar las<br />

fuerzas de los aliados bajo<br />

una nueva confederación,<br />

de la que los atenienses eran<br />

los organizadores, para<br />

continuar la guerra contra<br />

los persas y eliminarlos<br />

del mar Egeo, constituyó el<br />

fundamento de un poderío<br />

creciente que tuvo como<br />

resultado positivo y negativo<br />

la guerra del Peloponeso”.<br />

La sociedad ateniense es, sin du-<br />

Pericles<br />

da, un texto rico en información<br />

sobre la época que trata, pero si<br />

(dados los condicionamientos espaciales<br />

a los que somete el limitado<br />

proyecto de reseñar un libro)<br />

lo que aquí se impone es dejar<br />

constancia de la sutileza con la<br />

que D. Plácido da cuenta de las<br />

concordancias y disyuntivas entre<br />

las representaciones ideológicas y<br />

la base material de la democracia<br />

ateniense, propongo señalar, a<br />

modo de ejemplo, algunos aspectos<br />

del tratamiento dado al discurso<br />

fúnebre que Tucídides atribuye<br />

a Pericles en el libro II de su<br />

Historia. Para empezar, el género<br />

en el que tal discurso se inserta (es<br />

decir, el elogio fúnebre que la ciudad<br />

democrática instaura como<br />

homenaje a sus ciudadanos muertos<br />

en el campo de batalla) merece<br />

el comentario de que<br />

“ante la función misma<br />

de hablar en honor de los<br />

muertos en la guerra que le<br />

ha correspondido, se plantea<br />

la disyuntiva entre lo público<br />

y lo privado, entre los<br />

papeles colectivo<br />

e individual en la ciudad<br />

democrática, porque<br />

la guerra se gana por las<br />

virtudes de muchos,<br />

mientras que el elogio<br />

queda en manos de un<br />

solo hombre” (p. 35).<br />

La figura individual de Pericles,<br />

con su modo característico<br />

de colaborar con el conjunto del<br />

dêmos, será un elemento fundamental<br />

para el logro de la concordia<br />

ciudadana; pero esta es<br />

una operación en la que no deja<br />

de detectarse “una forma renovada<br />

del control individual de la<br />

aristocracia” sobre la colectividad.<br />

Tal es la perspectiva desde la que<br />

ANA IRIARTE<br />

se lee la célebre definición de demokratía<br />

expuesta por Pericles, y<br />

que recordaremos aquí en la traducción<br />

de F. Romero Cruz:<br />

“Tenemos un sistema<br />

político que no imita las<br />

leyes de otros, sino que<br />

servimos más de modelos<br />

para unos que imitadores<br />

de otros. En cuanto a su<br />

nombre, al no ser objetivo<br />

de su administración<br />

los intereses de unos pocos<br />

sino los de la mayoría, se<br />

denomina democracia, y,<br />

de acuerdo con las leyes,<br />

todos tienen derechos iguales<br />

en sus pleitos privados; en<br />

lo que hace a la valoración<br />

de cada uno, en la medida<br />

en que se goza de prestigio<br />

en algún aspecto, no es<br />

preferido para intervenir<br />

en los asuntos públicos más<br />

en razón de pertenecer<br />

a un grupo determinado<br />

que por su virtud (areté),<br />

ni tampoco, en lo que hace<br />

a la pobreza, es un obstáculo<br />

lo obscuro de su reputación<br />

(axíoma), si puede<br />

beneficiar a la ciudad”.<br />

Pues bien, lejos de recibir estos<br />

propósitos como una defensa<br />

sin cisuras del igualitarismo democrático,<br />

D. Plácido denuncia<br />

el tono de concesión para con<br />

los pobres que preside esta declaración<br />

en la que “parece dudarse<br />

de que tenga algún bien<br />

que hacer el que es pobre y se da<br />

por supuesta la oscuridad de su<br />

axíoma o dignitas”. Asimismo,<br />

considerando el ancestral valor<br />

aristocrático al que remite el término<br />

areté, este hábil lector de<br />

Tucídides precisa que “la primera<br />

definición, genérica, se basa<br />

en la referencia a las masas frente<br />

a los pocos. La participación<br />

real, en cambio, se ofrece de manera<br />

más matizada y, en cierto<br />

modo, ambigua” (pp. 38-39).<br />

Y la misma sublimación de lo<br />

aristocrático vuelve a detectarse<br />

(esta vez en lo que a las relaciones<br />

imperialistas de la polis ateniense<br />

se refiere) cuando Pericles,<br />

aplicando la teoría propia de la<br />

nobleza de que “quien da se hace<br />

fuerte y crea deudores”, defiende<br />

lo siguiente:<br />

65


DE ‘DEMOKRATÍA’ A FINALES DEL II MILENIO<br />

“También en lo que respecta<br />

a la generosidad somos<br />

opuestos a la mayoría, pues<br />

conseguimos nuestros<br />

amigos no cuando recibimos<br />

favores sino cuando los<br />

hacemos. Es más firme<br />

en su amistad el que hace<br />

el favor, porque tiende a<br />

conservar por medio de<br />

la simpatía hacia el que lo<br />

recibió la gratitud debida;<br />

en cambio, el que lo debe<br />

es más débil, al saber que<br />

ha de corresponder a su<br />

generosidad no como un<br />

favor sino como una deuda”.<br />

En el discurso que expresa de<br />

forma más explícita las aspiraciones<br />

de la demokratía, la relación<br />

que Atenas establece con las ciudades<br />

a las que protege del peligro<br />

persa a cambio de un tributo<br />

–del phóros– se presenta como<br />

fuente de libertad para la ciudad<br />

líder y como causa de obligaciones<br />

para sus aliadas. De este modo,<br />

el pueblo ateniense<br />

“se convierte en dominante a<br />

través del imperio y asume<br />

en sí la teoría de la clase<br />

dominante que le impedirá<br />

la creación de una teoría<br />

propia y democrática de la<br />

democracia. [...] Tan segura<br />

de sí misma, la democracia<br />

asume la teoría de que se<br />

puede dominar sin crear<br />

temores. El discurso<br />

de Pericles representa el<br />

momento culminante de<br />

la realidad y de la ideología,<br />

basado en que el superávit<br />

proporcionado por el phóros<br />

permite de hecho la igualdad<br />

tanto como el desarrollo<br />

de una teoría propia<br />

de la superioridad. El<br />

imperialismo era el resultado<br />

de la coincidencia entre<br />

el dêmos y los aristócratas,<br />

donde se fragua la<br />

posibilidad de que el impe–<br />

rialismo sea democrático,<br />

germen de las propias<br />

contradicciones ideológicas<br />

del mismo dêmos” (p. 39).<br />

Pero, como apuntábamos en<br />

un principio, las fuentes literarias<br />

calificadas de “propiamente históricas”<br />

no son las únicas que<br />

cuentan en este análisis de la so-<br />

66<br />

ciedad ateniense. En su doble<br />

condición de historiador y filólogo,<br />

D. Plácido reconoce en el<br />

teatro (al que califica de “acto<br />

cívico por excelencia”) un adecuado<br />

observatorio desde el que<br />

estudiar la complejidad de la Atenas<br />

democrática. En efecto, la referencia<br />

a las obras en las que, al<br />

amparo de figuras míticas y leyendas<br />

ancestrales, los poetas de<br />

la época subrayaron las cuestiones<br />

político-sociales más candentes,<br />

constituye una constante en la investigación<br />

que ahora presentamos,<br />

lo que permite que los hechos<br />

políticos que ésta considera<br />

se entiendan no sólo desde la<br />

perspectiva que nos procuran<br />

siglos de distancia y de investigación<br />

sino también desde la percepción<br />

que el pueblo ateniense,<br />

al tiempo protagonista y espectador<br />

de su época, tuvo de su propia<br />

historia y de los asuntos públicos<br />

que marcaron su existencia.<br />

“Si toda representación<br />

teatral corresponde a un<br />

acontecimiento socialmente<br />

significativo, nunca a un<br />

puro acto de degustación<br />

individual aislado, en el caso<br />

del teatro ateniense del siglo<br />

V esta circunstancia se ve<br />

especialmente agudizada<br />

por el hecho de que acudiera<br />

la comunidad en su<br />

conjunto, coincidente<br />

con la comunidad política<br />

que tenía un peso real en la<br />

marcha de la ciudad.<br />

El público venía a ser<br />

globalmente el mismo<br />

que votaba en la Asamblea”<br />

(p. 235).<br />

De la imbricación entre polis<br />

y escenario trágico dan significativa<br />

cuenta, por ejemplo, los comentarios<br />

que merece el Edipo<br />

rey de Sófocles. Considerando el<br />

proceso que el Edipo triunfante<br />

del principio de la obra desencadena,<br />

al querer desvelar su origen<br />

(proceso que le conducirá a<br />

la ruina física y social), y en contra<br />

de la convención que asocia la<br />

figura de este héroe con la de un<br />

Pericles decadente, D. Plácido<br />

defiende que la transformación<br />

de Edipo reflejaría más bien la<br />

que se está produciendo en la<br />

ciudad ateniense:<br />

“La autosuficiencia de Edipo<br />

se identifica con la de la<br />

ciudad, donde se ha<br />

producido la superación del<br />

génos y de la organización<br />

gentilicia, como Edipo ha<br />

superado las relaciones de<br />

sangre. La una y el otro<br />

asumen, sin embargo, las<br />

contradicciones entre el<br />

pasado y el presente. Ante<br />

ello, el autor no juzga, no se<br />

erige en árbitro poseedor de<br />

una verdad que, en la teoría,<br />

tenía que haber señalado el<br />

camino de Edipo, sino que<br />

analiza críticamente el<br />

proceso y lo comprende en<br />

su contradictoriedad, es<br />

decir, hace una tragedia,<br />

posiblemente porque sólo<br />

como tal es comprensible la<br />

historia de la Atenas de la<br />

época” (p. 42).<br />

La siempre inevitable escisión<br />

entre el pasado y el presente, que<br />

los trágicos señalaron como un<br />

problema, seguirá marcando, sin<br />

embargo, el desarrollo de Atenas<br />

hasta generar su crisis definitiva<br />

en el siglo IV. Los últimos capítulos<br />

de La sociedad ateniense<br />

muestran, en efecto, cómo, tras<br />

su derrota en la guerra del Peloponeso,<br />

la ciudad de Atenas ya<br />

no es la ciudad autonómica en<br />

la que el ciudadano se definía al<br />

mismo tiempo como propietario<br />

y defensor del territorio ático. El<br />

dominio imperialista que hizo<br />

posible la democracia fue al mismo<br />

tiempo la causa de su destrucción;<br />

pero, como concluye<br />

D. Plácido, las relaciones conflictivas<br />

entre sistema democrático<br />

e imperialismo<br />

“también pusieron de relieve<br />

los límites de las ciudades-<br />

Estado que, en un cierto<br />

grado de su desarrollo, sólo<br />

podían reproducirse si los<br />

rompían y entraban con ello<br />

en contradicción violenta<br />

con las demás. El sistema<br />

democrático fue, al mismo<br />

tiempo, la culminación de la<br />

historia de la ciudad-Estado<br />

y el punto de inflexión en<br />

que se iniciaba su decadencia<br />

cuando para subsistir como<br />

tal ciudad tenga que apoyarse<br />

en entidades de orden<br />

superior, reinos macedónicos<br />

o Imperio romano” (p. 296).<br />

En definitiva, entendemos<br />

que los logros conseguidos por<br />

los atenienses del irrepetible siglo<br />

V en materia de organización<br />

y teoría política, de los que tan<br />

clara cuenta nos da el ensayo de<br />

L. Sancho Rocher, constituyen<br />

también la fuente de conflictos,<br />

tensiones y contradicciones que<br />

D. Plácido privilegia como materia<br />

expresiva donde las haya para<br />

el conocimiento histórico de<br />

aquella sociedad extraordinaria.<br />

De tal manera que, al finalizar<br />

esta somera presentación de dos<br />

libros cuyo rigor revela ante todo<br />

la profesionalidad de sus autores,<br />

podríamos decir, porque así lo<br />

creemos, que se trata de dos opciones<br />

analíticas perfectamente<br />

complementarias.<br />

También podríamos decir que<br />

la coincidencia de estos dos enfoques<br />

diferentes y ocasionalmente<br />

generadores de diferentes<br />

conclusiones, lejos de incomodar,<br />

procura las condiciones necesarias<br />

para debatir con provecho<br />

sobre un principio que lo<br />

merece; pues, tal y como nos enseña<br />

el pensamiento sofista que<br />

acompaña el primer auge democrático,<br />

los razonamientos contrapuestos<br />

constituyen un poderoso<br />

motor de reflexión. Y que<br />

sean los oyentes de estas dos persuasivas<br />

propuestas quienes decidan<br />

–cual democrática asamblea–<br />

si una de ellas es la mejor.<br />

Pero quizá lo más importante sea<br />

poner de manifiesto (sumando a<br />

estos dos ensayos los otros dos<br />

que el profesor Rodríguez Adrados<br />

ha dedicado a Historia de la<br />

democracia. De Solón a nuestros<br />

días y a Democracia y literatura en<br />

la Atenas clásica) la significativa<br />

voluntad que movió al mundo<br />

del helenismo a convertir 1997<br />

en un año del todo propicio para<br />

resemantizar el cada vez más<br />

difuso concepto ibérico de democracia.<br />

n<br />

Ana Iriarte es profesora de la UPV/EHU.<br />

Autora de Democracia y tragedia: la era de<br />

Pericles.<br />

CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


1. Introducción<br />

El objeto de este artículo 1 es<br />

mostrar el carácter del pensamiento<br />

de Tocqueville, desnudar,<br />

por así decirlo, el sustrato<br />

del modo en que aborda la vida.<br />

Se trata, por tanto, de elucidar la<br />

manera en que este autor efectúa,<br />

tal como diríamos hoy, una<br />

narrativa acerca de esa vida. El<br />

hecho de poder acceder a su correspondencia<br />

resulta aquí particularmente<br />

relevante, pues nos<br />

facilita el contacto con la forma<br />

íntima de ese pensamiento.<br />

Es lícito suponer una mayor<br />

desatención hacia los aspectos<br />

formales de la descripción y un<br />

mayor grado de espontaneidad<br />

en lo que un hombre meticuloso<br />

como Tocqueville escribe a sus<br />

más entrañables amigos y confidentes.<br />

Así lo reconoce de manera<br />

explícita y genérica el propio<br />

Alexis en una carta a Charles<br />

Stoffels escrita el 21 de abril de<br />

1830 2 :<br />

En general, mi querido<br />

Charles, no debéis<br />

imaginaros que, cuando<br />

discuto con vos, haya tenido<br />

siempre la precaución<br />

de madurar las ideas<br />

1 Este artículo ha sido realizado en<br />

la Universidad de Yale, en cuya Beinecke<br />

Rare Book and Manuscript Library<br />

se conservan los originales de las<br />

cartas que aquí se citan. Agradezco al<br />

profesor Eduardo Nolla su valiosa ayuda<br />

y orientación a la hora de planear las<br />

consultas, así como al encargado general<br />

de dicha biblioteca, el señor Vincent<br />

Giroud, por su apoyo práctico en<br />

la abrumadora inmensidad del material<br />

que la biblioteca custodia.<br />

2 Salvo indicación en contrario, el<br />

material revisado aquí pertenece al catálogo<br />

general, manuscritos de Tocqueville,<br />

MS Vault Tocqueville, sección A.III:<br />

Tocqueville-Beaumont Correspondence<br />

1803-1830, de la citada biblioteca. Todas<br />

las traducciones son mías.<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

FILOSOFÍA DE LA HISTORIA<br />

TOCQUEVILLE INÉDITO<br />

Tocqueville<br />

que adelanto. Me haríais<br />

en realidad un honor que<br />

no merezco en absoluto.<br />

No creo que deba conversarse<br />

con amigos tal como se<br />

habla en público. Agitar<br />

el espíritu, despertar el deseo<br />

de reflexionar, plantear<br />

al paso cuestiones que la<br />

reflexión vendrá a elaborar,<br />

tal es según mi parecer<br />

el objetivo de la conversación;<br />

y jamás he tenido otro<br />

distinto con vos. No toméis,<br />

pues, nunca, os lo ruego,<br />

al pie de la letra y sobre<br />

todo por definitivas<br />

opiniones sobre las que<br />

no he de volver y que lanzo<br />

a menudo más como<br />

texto que como resultado<br />

de una reflexión 3 .<br />

Es justamente esta despreocupación,<br />

esa “agitación del espíritu”<br />

que la “reflexión” aún no ha<br />

TOMÁS FERNÁNDEZ AÚZ<br />

llegado a “elaborar” con perfecta<br />

completud lo que aquí nos interesa,<br />

ya que esta cualidad nos sitúa<br />

de hecho ante el núcleo conceptual<br />

de Tocqueville, despojado<br />

de todo artificio y hasta de<br />

premeditación. Este “núcleo” o<br />

epicentro motor del orden de las<br />

ideas en Tocqueville, no por<br />

inadvertido es menos responsable<br />

de cualquier argumentación<br />

suya. En particular, lo que la escritura<br />

relajada de su correspondencia<br />

revela es el punto de par-<br />

3 Carta de Tocqueville a Charles<br />

Stoffels, Versalles, 21 de abril de 1830,<br />

Beinecke Library, catálogo general, manuscritos<br />

de Tocqueville, MS Vault<br />

Tocqueville, sección A.VII: Tocqueville-Beaumont<br />

Correspondence 1830-<br />

1831. Las cursivas son mías. Esta carta<br />

es inédita. La comisión Tocqueville<br />

prepara su publicación en un futuro.<br />

Debo a la profesora Françoise Mélonio<br />

del Centro Raymond Aron de París<br />

esta amable indicación.<br />

tida sobre el que se elaborarán<br />

después las formas destinadas a<br />

la consideración pública y que,<br />

por ello mismo, han sido objeto<br />

de una redacción realizada con<br />

mayor detenimiento. Es este texto<br />

lanzado al vuelo con escaso<br />

cálculo lo que va a permitirnos<br />

contrarrestar la idea de un historia<br />

reducida a poco más que el<br />

pre-texto de algún particular contexto.<br />

En estas cartas se puede apreciar,<br />

pues, la evolución y condiciones<br />

del pensamiento de Tocqueville,<br />

el valor y peso que los<br />

elementos existenciales poseen<br />

respecto de la configuración de<br />

un punto de vista moderno sobre<br />

el mundo. Con su natural<br />

ausencia de inhibición, estos documentos<br />

mostrarán la raíz explícita<br />

de la insoslayable encarnación<br />

con que ha de bregar la<br />

filosofía de la historia contemporánea.<br />

Pero a diferencia de lo<br />

que prevén los múltiples abogados<br />

del actual escepticismo, tanto<br />

en estos escritos de juventud,<br />

anteriores a la redacción de De la<br />

democracia en América, como en<br />

los que seguirán después, referentes<br />

al viaje por América, a la<br />

elaboración de la obra que le dará<br />

fama universal y a la amistad<br />

de madurez que mantendrá con<br />

Beaumont tras los éxitos de<br />

1840, encontraremos los indicios<br />

que nos permitirán vertebrar<br />

la posibilidad de una filosofía<br />

de la historia o, lo que es lo<br />

mismo, de una narración significante<br />

de la evolución política y<br />

social, a pesar de la aparente incapacidad<br />

en que nos hallamos<br />

para señalar la presencia efectiva<br />

de un sujeto transhistórico. En<br />

otras palabras, y se trata aquí de<br />

un asunto de capital importancia,<br />

la aceptación de la necesi-<br />

67


TOCQUEVILLE INÉDITO<br />

dad de un sujeto histórico encarnado<br />

y, por tanto, mortal y<br />

contingente, no nos impide contemplar<br />

la existencia tangible de<br />

un hilo conductor en todas sus encarnaciones.<br />

Es justamente la manifestación<br />

existencial del devenir,<br />

algo que todo sujeto particular<br />

aprehende y enuncia, lo<br />

que permite examinar el elemento<br />

subyacente, el denominador<br />

común de humanidad y<br />

agente permanente de la historia,<br />

en la aparente incongruencia y<br />

sucesión estocástica de los acontecimientos.<br />

2. Una experiencia irrelevante<br />

7 de diciembre de 1828, Tocqueville<br />

a Beaumont<br />

un grueso clavo… plantado<br />

desde el principio en<br />

la nalga izquierda…<br />

…la posición en la que<br />

me obliga a sostenerme<br />

y el malestar que me causa<br />

me sume (sic) en una<br />

suerte de imbecilidad<br />

de la que no sé si lograré<br />

salir. Me aburro<br />

mortalmente y, por tanto,<br />

aburro a los demás;<br />

es la regla 4 .<br />

Hay aquí una narración subjetiva,<br />

un yo que se reconoce actor<br />

en interrelación con la circunstancia.<br />

Es un “yo pienso”<br />

más un “yo siento”, una suerte<br />

de síntesis de Descartes y Rousseau…<br />

Digámoslo claramente:<br />

la existencia se reconoce antepuesta<br />

a la esencia, al menos en<br />

el orden práctico. Es, por supuesto,<br />

una anécdota demasiado<br />

banal para tratarla por sí sola<br />

como prueba o base de una filosofía<br />

existencialista. Pero considerada<br />

en el contexto general de<br />

la correspondencia de Tocqueville,<br />

en la –diríamos– atmósfera<br />

habitualmente presente en todos<br />

sus escritos, puede mostrarse que<br />

estamos ante una fórmula de expresión<br />

que manifiesta su modo<br />

de pensar, su disposición ante el<br />

mundo y la realidad, así como la<br />

4 La ortografía y puntuación se han<br />

conservado fielmente. Pertenecen por<br />

entero a la época y a Tocqueville.<br />

forma en que se representa la<br />

idea de sujeto. No es desde luego<br />

el sujeto trascendental kantiano,<br />

una abstracción que resultaría incómoda<br />

y poco funcional para<br />

la mentalidad tan característicamente<br />

contemporánea que Tocqueville<br />

encarna ya. El sujeto es<br />

para él, en todos los casos 5 , un<br />

sujeto de carne y hueso, un sujeto<br />

temporal, geográfica y hasta<br />

culturalmente determinado. Si<br />

esto es cierto, y no es difícil probarlo<br />

(basta consultar cualquiera<br />

de sus obras), ¿cómo es posible<br />

construir –o tener siquiera– una<br />

filosofía de la historia? No hay<br />

duda de que Tocqueville posee<br />

y elabora su propia interpretación<br />

de lo histórico. Su Democracia,<br />

por ejemplo, no puede<br />

considerarse de ningún modo<br />

una agenda del proceso de igualación<br />

social de Norteamérica.<br />

Los hechos, aunque presentes (y<br />

presentes además en calidad de<br />

guías y gestores), no están simplemente<br />

yuxtapuestos al modo<br />

de una pura cronología o listado.<br />

Han sido secuenciados e interpretados<br />

a la luz de una significación<br />

que es a la vez impuesta y<br />

descubierta. Impuesta por cuanto<br />

la hermenéutica de la historia jamás<br />

puede venir dictada desde<br />

la exterioridad de los hechos sino<br />

que ha de ser, necesariamente,<br />

entrevista, intuida, percibida y<br />

sentida por una conciencia humana<br />

particular que la aprehende<br />

como significado y como<br />

existencia general. Descubierta<br />

porque a pesar de que toda interpretación<br />

proviene de la intuición<br />

necesaria de un significado,<br />

su aprehensión consciente<br />

y pormenorizada resulta a su vez<br />

de un proceso esforzado y constante<br />

del espíritu, o de la inteligencia,<br />

si se prefiere; aunque<br />

también esto requerirá de ulterior<br />

matización. Este carácter a la<br />

5 Hago abstracción, evidentemente,<br />

de su declarada fe en la acción providencial.<br />

Si procedo de este modo no<br />

es únicamente por las razones que son<br />

obvias en un estudio laico, sino porque<br />

el valor de la Providencia en Tocqueville<br />

parece tener, a la vista de todo<br />

el razonamiento posterior, un valor meramente<br />

declarativo –o si se quiere personal–<br />

pero nunca filosófico.<br />

vez impuesto y revelado se predica<br />

sin excepción de todo lo humano,<br />

incluidas las leyes matemáticas<br />

que describen el comportamiento<br />

del universo y que<br />

pasan por epítome de todo lo<br />

científico, como si ellas fueran<br />

lo único riguroso que nos es posible<br />

conocer. De hecho, a pesar<br />

de que algunas de esas leyes pertenecen<br />

al tipo de verdades reconocibles<br />

a priori, su interés y<br />

hasta su necesidad desde el punto<br />

de vista existencial, esto es, su<br />

necesidad práctica, sólo pueden<br />

emanar de esa conciencia subjetiva<br />

que las integra en el marco<br />

general de una significación del<br />

mundo. La actividad específica<br />

de la conciencia humana es un<br />

continuo explicarse su mismo<br />

contenido y acción. Por ello, sea<br />

cual sea la índole de las explicaciones<br />

(científicas, míticas o religiosas),<br />

invariablemente la conciencia<br />

encuentra en ellas el calmante<br />

cognitivo que reclama su<br />

fundamental y universal ansiedad<br />

hacia el saber, o mejor, hacia<br />

el sentido. Esta búsqueda definitoria,<br />

diferencial e inexcusable<br />

del hecho humano es aquella por<br />

la que se ha de conferir significado<br />

a todos y cada uno de los fenómenos<br />

que a la conciencia<br />

aparecen. Y ello sin excepción.<br />

Tanto si se trata de una atribución<br />

“objetiva” de significado, esto<br />

es, de una descripción cuantificada<br />

o “intersubjetivamente<br />

contrastable” 6 de la realidad, como<br />

si se trata de una atribución<br />

“subjetiva”, es decir, de una evaluación<br />

más personal y cualitativa<br />

de la experiencia, el hombre<br />

6 Según la expresión de Karl R.<br />

Popper.<br />

7 Esta carta aparece fechada en 1828<br />

en el manuscrito que se conserva en<br />

Yale. Sin embargo, la edición canónica<br />

de las Obras completas de Tocqueville<br />

corrige la fecha al 30 de agosto de<br />

1829, lo que es efectivamente exacto<br />

teniendo en cuenta que la botadura que<br />

se menciona más adelante en dicha carta<br />

corresponde al Suffren, bajel de carga<br />

de 100 cañones lanzado al mar en<br />

Cherburgo el 27 de agosto de 1829.<br />

La carta ha sido publicada en OC (M),<br />

VIII, 1, 78-81. Salvo indicación en<br />

contrario, todas las cursivas son mías.<br />

Agradezco a la profesora Françoise Mélonio<br />

su indicación relativa al equívoco<br />

de las fechas.<br />

necesita siempre el calmante aroma<br />

de alguna narrativa esclarecedora.<br />

Y todo ello se hace, en el<br />

caso de la historia, tanto más<br />

cierto y perentorio cuanto que<br />

los fenómenos que ella describe<br />

narran justamente la vida colectiva<br />

y profunda del despliegue<br />

que nos constituye.<br />

3. Hacia un sujeto<br />

transhistórico<br />

30 de agosto de 1828, Tocqueville<br />

a Beaumont 7<br />

… parecéis esperar que<br />

os haga descripciones de<br />

lo que he visto en este país 8 :<br />

no lo haré… tal cosa<br />

os aburriría porque<br />

la descripción de una bella<br />

cosa cae siempre en la<br />

mezquindad… [y] porque<br />

sois el hombre menos<br />

curioso que conozca<br />

respecto a todo cuanto<br />

no tiene para vos una<br />

utilidad actual y práctica,<br />

cosa que, por decirlo<br />

de pasada, me parece<br />

el abuso de una disposición<br />

excelente y una verdadera<br />

imperfección.<br />

Este pasaje parece la ampliación<br />

explícita de algunas observaciones<br />

ocasionales dispersas en<br />

el cuerpo de su obra publicada.<br />

Tocqueville no siente gran admiración<br />

hacia los saberes puramente<br />

prácticos. En la Democracia,<br />

cuando describe el carácter<br />

utilitarista de la mentalidad americana,<br />

lo hace sin encomio, citando<br />

con la imparcialidad del<br />

sociólogo un rasgo que a los ojos<br />

del hombre aparece como defecto<br />

y no como virtud. De hecho,<br />

es el tono lúcidamente crítico<br />

que impregna toda la disertación<br />

sobre la Democracia lo que confiere<br />

a la obra su interés característico<br />

y su peculiaridad al análisis.<br />

Frente a las innumerables<br />

obras contemporáneas a Tocqueville,<br />

cuyo empeño oscila en-<br />

8 Tocqueville acaba de regresar de<br />

Sicilia en fecha indeterminada. En cualquier<br />

caso, ésta es posterior al 6 de abril<br />

de 1827. André Jardin, Alexis de Tocqueville,<br />

1805-1859, FCE, 1988, pág.<br />

62.<br />

68 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


tre la amonestación reaccionaria<br />

y el elogio progresista, la aportación<br />

del aristócrata francés es novedosa<br />

desde muchos puntos de<br />

vista. Y uno de los ángulos de<br />

innovación más importantes es<br />

justamente éste de haber realizado<br />

desde la crítica un juicio<br />

ecléctico. La fundamental relevancia<br />

de Tocqueville reside en<br />

su talento para ver todo lo que<br />

de positivo contiene el carácter<br />

democrático sin por ello perder<br />

contacto con los aspectos lamentables<br />

que sin duda implica la<br />

metamorfosis igualitaria. Tal es la<br />

doble aptitud de Tocqueville; y<br />

desde ella adquiere legitimidad<br />

su oposición a lo unilateral, su<br />

afirmación de que una curiosidad<br />

exclusivamente dirigida hacia<br />

lo “actual y práctico” es en<br />

realidad “el abuso de una disposición<br />

exultante y una verdadera<br />

imperfección”. Desde este punto<br />

de vista, entendiéndolo no como<br />

aserto aislado sino como exponente<br />

de una actitud metodológica<br />

cuyo contexto abarca de<br />

hecho la totalidad de sus escritos,<br />

podemos plantear nosotros una<br />

objeción capital al modo “científico”<br />

de abordar lo humano. Según<br />

esta perspectiva sólo lo cuantificable<br />

u “observable” merece<br />

crédito académico. Es obvio que<br />

hay aquí un vicio fundamental<br />

en el punto de partida.<br />

No hay duda de que la cuantificación<br />

permite avances sorprendentes<br />

y hasta envidiables.<br />

El problema estriba en determinar<br />

si el objeto del estudio científico<br />

es aprehendido en la mejor<br />

forma posible mediante el método<br />

matemático o si no lo es. Si<br />

tal es el caso, es decir, si el objeto<br />

se resiste a la aprehensión numérica,<br />

y si reducido por ella a<br />

uno sólo de sus aspectos queda<br />

inevitablemente mutilado y tergiversado,<br />

deberemos concluir<br />

–justamente por rigor– que es<br />

mejor adaptar el método al objeto<br />

que lo contrario. La historia<br />

es uno de esos objetos que nos<br />

interesan y que, al mismo tiempo,<br />

rechazan todo intento de<br />

aprehensión o simplificación<br />

matemática. De lo que no se<br />

puede hablar es mejor callar,<br />

ciertamente; y sin embargo, a<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

ello se resiste aún, pese a todas<br />

las advertencias, cierta lógica voluntariosa.<br />

Ahora bien, el resultado de<br />

aplicar el método que cuantifica<br />

el objeto es una descripción. Y<br />

una descripción explica pero no<br />

comprende. El único modo de<br />

realizar la comprensión de un<br />

objeto no matematizable como<br />

la historia es proceder a su interpretación.<br />

Una interpretación<br />

que supere precisamente el “abuso”<br />

de una disposición dominante<br />

y deje de suponer una<br />

“imperfección” reductora e inútil.<br />

La historia requiere una hermenéutica<br />

y una narrativa. Y<br />

ambas, para tener algún significado,<br />

exigen la identificación de<br />

algún agente causal de los hechos<br />

registrados.<br />

Os diré únicamente que<br />

se lanzó al mar un gran<br />

bajel de 100 cañones;<br />

que conseguí izarme hasta<br />

el puente que se eleva<br />

a unos 50 pies del suelo<br />

y que una vez allí me sentí<br />

deslizar hasta el mar<br />

en medio del alboroto<br />

de las charangas, del cañón<br />

y del vocerío de la multitud<br />

inmensa que circundaba<br />

el puerto. Todo ese<br />

espectáculo era en verdad<br />

bello y del tipo de los<br />

que vuestra imaginación<br />

reproducirá bien. En<br />

el mismo instante en que<br />

el capitán ordenaba<br />

cortar la última amarra y<br />

cuando al fin nos poníamos<br />

en movimiento, fui<br />

conmovido por un impulso<br />

de entusiasmo como<br />

no había experimentado<br />

en mucho tiempo; os<br />

aseguro, amigo mío,<br />

que sentí con dicha<br />

ese no sé qué que llena<br />

los pulmones y arroja<br />

súbitamente al alma<br />

fuera de su órbita.<br />

He aquí un ejemplo de narración<br />

subjetiva en el que todo el<br />

interés de lo narrado estriba en el<br />

hecho de haber sido descrito por<br />

y desde una subjetividad que lo<br />

colorea. Piénsese, por ejemplo,<br />

si sería preferible una descripción<br />

en lugar de una narración. En<br />

tal caso, obtendríamos algo parecido<br />

a una agenda inerte de los<br />

acontecimientos, una especie de<br />

almanaque sin duda no muy diferente<br />

a esto: “El barco se movió,<br />

el cañón disparó, la multitud<br />

gritó, el viaje comienza”. Desde<br />

mi punto de vista, una relación<br />

plana y muerta de los hechos no<br />

puede competir con la vivencia<br />

de esos mismos hechos expresada<br />

con agilidad y vigor. Variando<br />

únicamente la escala y el alcance<br />

de lo dicho, lo mismo se predica<br />

de la historia en tanto que narración<br />

de un acontecer que es a<br />

un tiempo colectivo y propio.<br />

Ahora bien, acabamos de decir<br />

que la historia requiere la identificación<br />

de un sujeto-actor que la<br />

realiza. Ésta es nuestra tarea sine<br />

qua non, el elemento que hace<br />

posibles tanto la interpretación de<br />

lo que de otro modo sería un puro<br />

flujo caótico de acontecimientos<br />

como el rigor en esa interpretación.<br />

Sin ese sujeto cuya vida<br />

es relatada por la historia carecemos<br />

simultáneamente de base sobre<br />

la que apoyar la hermenéutica<br />

vivificadora de lo dado y de<br />

fiabilidad en nuestra atribución<br />

de significado a ese devenir. Sin<br />

sujeto trascendental, queda sólo el<br />

sujeto particular y éste es contingente,<br />

singular y discontinuo, ya<br />

que muere sin prolongación aparente<br />

en la sucesión de culturas e<br />

individuos disímiles. ¿Hemos de<br />

conformarnos a la incredulidad<br />

contemporánea, admitiremos<br />

una historia fortuita, igual a una<br />

pura literatura en que la fantasía<br />

haya tenido la veleidad de tomar<br />

lo real como punto de partida para<br />

su inspiración? La pérdida es<br />

demasiado grande, las consecuencias<br />

de su aceptación inconsciente<br />

son ya tan palpablemente<br />

negativas que esto sólo<br />

basta para comprender la necesidad<br />

de no rendirse. No hay nadie<br />

en disposición de aportar pruebas<br />

contrarias a la existencia de<br />

un sujeto y un sentido globalizados<br />

de la historia; nos hemos limitado<br />

a desconfiar de las versiones<br />

que teologizan ambas cosas y<br />

de esa desconfianza hemos concluido<br />

precipitadamente una inexistencia.<br />

TOMÁS FERNÁNDEZ AÚZ<br />

Lo cierto es que la forma en<br />

que se han venido dando las explicaciones<br />

no resulta ya satisfactoria.<br />

Esto significa, sin lugar a<br />

dudas, que la forma misma debe<br />

variar para dar cabida a una nueva<br />

percepción del contenido, no<br />

que no haya modo posible de albergarlo<br />

o que se haya evaporado.<br />

He dicho antes que no hay<br />

pruebas contra la existencia del<br />

sujeto histórico, sino únicamente<br />

razones para la desconfianza.<br />

Pero aún en el caso de que algún<br />

autor se sintiera con las fuerzas<br />

suficientes para aportar alguna<br />

evidencia en tal sentido, y teniendo<br />

en cuenta que semejante<br />

cosa no haría sino agravar la anomia<br />

reactiva que padecemos, sigue<br />

siendo lícito dirigir entonces<br />

sobre ella la desconfianza actual,<br />

pues la evidencia de hoy es<br />

la controversia de mañana. Más<br />

aún, incluso en el caso de aceptar<br />

por un instante la subordinación<br />

caótica de todo significado a la<br />

estrecha condición de ser nada<br />

más que mera narrativa idiosincrásica,<br />

resulta legítimo e interesante<br />

ponerse a la tarea de averiguar<br />

cuál puede ser el cuento de<br />

todos los cuentos, el relato que<br />

mejor explica el devenir común<br />

de nuestra humanidad y aquel<br />

que, retratándonos, mayor consenso<br />

es capaz de suscitar entre<br />

los hombres. Ya ha advertido lúcidamente<br />

Savater en El valor de<br />

educar que nos parecemos más a<br />

los cuentos que a las cuentas. Y<br />

es justamente la constante aportación<br />

a esa fábula conjunta lo<br />

que hace de ella un objeto tan<br />

proteico y oceánico como la propia<br />

realidad que intenta describir.<br />

Pero todas estas salvedades<br />

son insuficientes para convencer<br />

a quien ya ha tomado partido<br />

irrenunciable. Para los que nos<br />

movemos aún entre la duda y la<br />

esperanza, el asunto resulta afortunadamente<br />

un poco más sencillo.<br />

Basta cierta perspicacia y<br />

una fe inversa a la del relativista<br />

para percibir la existencia de<br />

fuerzas invariables en la historia:<br />

la energía narrativa permanece, el<br />

elemento descriptor de la realidad<br />

–la conciencia– subyace a<br />

todas las encarnaciones y sólo varía<br />

en lo superficial. Se transfor-<br />

69


TOCQUEVILLE INÉDITO<br />

ma para adaptarse mejor a las<br />

mudables relaciones del ambiente,<br />

pero queda intacta la médula<br />

que la vigoriza en toda época. El<br />

artista sustituye el pincel por el<br />

aerógrafo, el tambor por el clavicordio<br />

y el láser al pedernal, pero<br />

la forma humana de aprehender<br />

el mundo, la actividad única<br />

por la que un ser se ve capacitado<br />

para la percepción de lo bello,<br />

lo bueno o lo verdadero se mantiene<br />

indemne tras la multiplicidad<br />

de las herramientas que fabrica.<br />

El verdadero sujeto transhistórico,<br />

aquél cuyo avatar narra<br />

una historia comprensiva, una<br />

historia como autointerpretación,<br />

la única historia posible, es<br />

la voluntad o querer-ser de los sujetos.<br />

Poco importa el carácter<br />

plástico y polifacético de este<br />

querer-ser; se trata de un ímpetu<br />

de transformación del mundo<br />

que inevitable y continuamente<br />

compele a los hombres a la acción.<br />

De hecho, es justamente<br />

esta diversidad, esta multiplicidad<br />

de las expresiones de la voluntad,<br />

la que define al hombre<br />

como tal. La voluntad del animal,<br />

si alguna tiene, no puede<br />

ser otra cosa que su instinto, y sabido<br />

es que éste se expresa con<br />

rara constancia y univocidad. La<br />

polimorfia observada en la manifestación<br />

de la voluntad de los<br />

hombres, la diferencia de su variado<br />

arte, religión, política e ideas,<br />

la inacabable transformación<br />

de su permanente actividad atañe<br />

a los productos que realiza,<br />

mas, por lo mismo, afirma indubitablemente<br />

la existencia y<br />

agencia del propio productor.<br />

Llamo voluntad al conjunto<br />

de impulsos transformadores que<br />

lanzan al hombre a generar una<br />

cultura. Y contra toda la opinión<br />

relativista, la “cultura” no nos<br />

fragmenta en un mosaico irrepetible<br />

sino al revés: es justamente<br />

ella, como prueba empírica de<br />

una conciencia activa que se vierte<br />

al exterior en productos culturales,<br />

la evidencia más palpable<br />

de una unidad transcultural que<br />

permanece inalterada bajo el epifenómeno.<br />

La actividad cultural<br />

–lenguaje, arte, religión, historia<br />

o ciencia– responde al operar de<br />

un rasgo colectivo, a una fuerza<br />

creativa común cuya “sensibilidad”<br />

deviene convergente entre<br />

el número de los individuos que<br />

reconocen compartir una misma<br />

“identidad”. Es una fuerza transmisible<br />

cuya cualidad invariable<br />

se oculta tras lo modificable de<br />

sus efectos. Ésta es la fuerza que<br />

permite hablar, por ejemplo, de<br />

una cultura olmeca como entidad<br />

discernible de la cultura griega.<br />

Y la prueba de que bajo estas<br />

diferencias late una única esencia<br />

es justamente ésta: que, dadas<br />

ciertas condiciones, un olmeca<br />

puede interiorizar el carácter<br />

griego por completo y volverse<br />

culturalmente tan griego como<br />

Sócrates y viceversa.<br />

El escéptico debería tener aquí<br />

en cuenta las hipótesis de contactos<br />

entre las culturas americanas<br />

y algunos civilizados pueblos<br />

coetáneos. Las travesías de Heyerdahl<br />

y otros, junto con las<br />

conclusiones de arqueólogos como<br />

Meggers y Evans, han sugerido<br />

con fuerza la posibilidad de<br />

un intercambio cultural con<br />

egipcios y fenicios por un lado,<br />

con japoneses y chinos por otro.<br />

La presencia de aspectos coincidentes<br />

en los restos de cerámica<br />

descubiertos, en el estilo artístico<br />

y la manufactura de herramientas<br />

así lo manifiestan. No es necesario<br />

imaginar una presencia<br />

en gran escala; algo así como una<br />

“conquista” o una invasión. En<br />

algunos casos, dice Luis Pericot,<br />

“[l]a llegada de un grupo o de<br />

unos pocos individuos, aunque<br />

fuera un solo náufrago, puede haber<br />

sido decisiva” 9 , tal es la fuerza<br />

contagiosa de la subjetividad.<br />

Lo contrario, como digo, es también<br />

cierto, de modo que si hubiera<br />

habido contacto entre griegos<br />

y olmecas, un joven griego,<br />

inmerso en la vida centroamericana<br />

de los siglos séptimo al primero<br />

antes de Cristo, acabaría<br />

siendo tan meso-americano como<br />

los constructores de las pirámides<br />

de Teotihuacán. La totipotencialidad<br />

lingüística y cultural<br />

del niño, bien conocida por<br />

9 ‘Las altas culturas centroamericanas’<br />

en Historia del arte, vol. 6, pág.<br />

258. La cursiva es mía, 1970.<br />

la psicología evolutiva, manifiesta<br />

el hecho de que las barreras<br />

que separan y enfrentan a las culturas<br />

necesitan tiempo y esfuerzo<br />

para levantarse y que no existen<br />

por sí mismas de forma natural.<br />

Esas barreras se mantienen por<br />

interés y miedo, por inercia y por<br />

tradición, pero no por ello dejan<br />

de ser meros artificios que la<br />

inteligencia y la sensibilidad<br />

comprenden y superan.<br />

4. La voz de las pasiones<br />

He hablado de la voluntad como<br />

elemento transhistórico, como<br />

fuerza transformadora que, supeditada<br />

al entendimiento, actúa<br />

sobre el mundo. A este respecto<br />

vale la pena traer a colación<br />

el ejemplo con el que<br />

Arrillaga Torrens, en su Introducción<br />

a los problemas de la Historia,<br />

ilustra una de las diferencias<br />

entre el animal y el hombre,<br />

una diferencia capital que hará<br />

entender con precisión a qué me<br />

estoy refiriendo. Un lobo, dice,<br />

que encontrara interpuesta una<br />

roca entre el abrevadero y la lobera<br />

se limitaría a rodear el obstáculo<br />

sin preocuparse de nada<br />

más. Así pasen generaciones de<br />

lobos necesitados de recorrer<br />

idéntico camino, la roca mantendrá<br />

su posición y el lobo su<br />

conducta. El hombre en cambio,<br />

enfrentado al mismo problema,<br />

rodea la roca en su primer viaje,<br />

cuando se dirige a beber, pero a<br />

la vuelta se detiene junto a ella, la<br />

considera y, tras alguna reflexión,<br />

regresa al poblado, pide ayuda a<br />

los demás hombres y no tarda en<br />

deshacerse del estorbo.<br />

He ahí la voluntad agente que<br />

transforma el mundo y compone<br />

las modificaciones a registrar por<br />

la historia. En algún caso esta voluntad,<br />

o este impulso, pertenece<br />

a un hombre situado en una<br />

posición tal que sus actos acarrean<br />

inmediatamente consecuencias<br />

colectivas. Vemos entonces,<br />

podríamos decir con Hegel, al<br />

“hombre decisivo”. En la mayoría<br />

de circunstancias, sin embargo,<br />

la voluntad de cada individuo<br />

se disipa en acciones oscuras<br />

o minúsculas que sólo registra su<br />

biografía, pero no la historia.<br />

Ahora bien, la historia no es otra<br />

cosa que una biografía colectiva;<br />

y si para trazar la semblanza biográfica<br />

de un hombre es necesario<br />

reunir bajo un hilo conductor<br />

las acciones y los hechos, lo mismo<br />

ocurre cuando se trata de hallar<br />

las trazas vertebrales de la vida<br />

común. En tales casos, no debe<br />

confundirse la voluntad o<br />

determinación particular de un<br />

individuo con la acción resultante<br />

de la suma de las intenciones<br />

de los sujetos. Esta suma se<br />

caracteriza por reunir un gran<br />

número de inclinaciones singulares<br />

en una sola dirección, del<br />

mismo modo que la vibración<br />

aleatoria de átomos en un determinado<br />

objeto material se reúne<br />

en el dato único de su temperatura.<br />

Como en el caso de los átomos,<br />

las voluntades concretas de<br />

los sujetos se influyen a la recíproca,<br />

de modo que en la fracción<br />

temporal en que se registra<br />

una revolución o una guerra, las<br />

voluntades –y las subjetividades–<br />

interactúan de manera que la<br />

efervescencia se transmite entre<br />

ellas de forma exponencial.<br />

En otros casos la relación hace<br />

que los impulsos se frenen y<br />

contrarresten mutuamente. El<br />

número de interacciones y la<br />

cantidad de los factores que intervienen<br />

no es menor que en el<br />

caso de los átomos de un objeto<br />

que se calienta o se enfría, pero<br />

de modo análogo al ejemplo termodinámico,<br />

resulta posible observar<br />

el resultado de todas ellas y<br />

registrarlo como signo aislado. Si<br />

el físico concluye con la obtención<br />

de una cifra en una escala, el<br />

filósofo de la historia constata la<br />

resultante de un vector bélico,<br />

de un impulso de transformación<br />

drástica o de una calma más<br />

o menos acentuada. Cuando el<br />

filósofo quiere obtener un análisis<br />

más fino de las causas que investiga,<br />

debe proceder a un examen<br />

tan detenido como le sea<br />

posible de los acontecimientos,<br />

teniendo en cuenta que lo que<br />

actúa y se expresa a través de ellos<br />

es justamente la voluntad de los<br />

hombres que estudia. Esta voluntad<br />

de los sujetos no es más<br />

que el modo en que la intuición<br />

de los deseos alcanza la formulación<br />

racionalizada, esto es, lin-<br />

70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


güística, de su contenido, volviéndose<br />

así capaz de orientar la<br />

acción según fines conscientes.<br />

Esta determinación no sólo actúa<br />

en la historia y la modela, sino<br />

que se ve influida a su vez por los<br />

hechos, cerrándose así el círculo<br />

de su interacción con lo real. Es<br />

preciso averiguar los factores externos<br />

que influyen sobre ella. El<br />

resultado será una visión precisa<br />

de los condicionamientos que,<br />

modulando el contenido propositivo<br />

de los yoes y aprovechando<br />

su capacidad empática, actúan<br />

en la historia por intermediación<br />

suya. Esta voluntad o facultad<br />

agente de una subjetividad determinada<br />

por la interacción de<br />

su propio carácter con los acontecimientos<br />

está presente en todos<br />

los sujetos mortales que integran<br />

la historia y adquiere<br />

atributos de ethos en la vida colectiva.<br />

Ella es nuestro sujeto histórico.<br />

Ella, en tanto que potencia<br />

o facultad exclusiva de los<br />

hombres, atraviesa las edades y<br />

las razas.<br />

Si por el contrario, el observador<br />

se atasca en la confusión y<br />

toma por simple característica<br />

individual lo que es cualidad sustantiva<br />

de lo humano mismo, el<br />

resultado es una perplejidad estéril.<br />

Carentes del concepto que<br />

la comprende como unidad subyacente,<br />

nos vemos impotentes<br />

para emplearla como instrumento<br />

en pro de esa misma unificación.<br />

Todo progreso en el conocimiento<br />

histórico nos adentra<br />

entonces sin remedio en la pura<br />

casuística. Los detalles se hacen<br />

tan importantes que las conclusiones<br />

son simples fragmentos<br />

aislados, yuxtapuestos sin hilazón<br />

visible. Cuando se carece del<br />

concepto de aquello que se estudia,<br />

se construye un método<br />

erróneo y éste acaba convirtiéndose<br />

en una dificultad añadida.<br />

Y aun cuando llegue a entreverse<br />

el origen del enredo, es casi<br />

imposible no perder de vista el<br />

sustrato humano que reúne lo<br />

dispar y lo revela como producto<br />

de una sola actividad. En esta<br />

contingencia habitan la antropología<br />

y la sociología. La filosofía,<br />

por el contrario, ha de comprender<br />

el aspecto universal de la vo-<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

luntad bajo la determinación<br />

particular y disponerse a analizarla<br />

como rasgo individualizador<br />

y característica social. Por<br />

ello se ocupa de la causa primera,<br />

aquella que hace posible –y concebible–<br />

toda causa segunda. Pierre<br />

Manent ilustra magníficamente<br />

este punto en un pasaje de<br />

su obra La cité de l’homme que<br />

me voy a permitir citar con alguna<br />

extensión:<br />

Según la filosofía clásica,<br />

por ejemplo, lo universal<br />

en tanto que naturaleza<br />

del hombre se halla presente<br />

en cada elemento particular<br />

del mundo humano –en<br />

el individuo, pero también<br />

en la acción, en la obra,<br />

en el acontecimiento–, y está<br />

eminente, supremamente<br />

presente cuando ha sido<br />

puesto en condición<br />

de actuar, de producir<br />

sus efectos específicos de<br />

justicia y bienestar, es decir,<br />

cuando se ha instituido<br />

un régimen político<br />

“conforme a la naturaleza”.<br />

Se dirá, tomando<br />

la expresión técnica de<br />

Aristóteles, que lo universal<br />

es a la vez causa formal<br />

y causa final de lo particular.<br />

Según el punto de vista<br />

del sociólogo que descubre<br />

la ley general a la que<br />

se someten los casos<br />

particulares, lo general<br />

es causa de lo particular<br />

en un sentido muy distinto<br />

y, al parecer, mucho<br />

más débil. Sea, por ejemplo,<br />

la ley que a Durkheim parece<br />

fundamental y que, según su<br />

propio criterio, Montesquieu<br />

descubre sin resultar por<br />

ello capaz de formularla<br />

* “Es efectivamente esta causa la que<br />

tiene la mayor importancia en la definición<br />

de las cosas sociales; más aún,<br />

creemos que ella es en cierto modo la<br />

fuente de donde emanan las principales<br />

diferencias entre las sociedades” (tesis<br />

latina de Émile Durkheim, Montesquieu<br />

et Rousseau précurseurs de la sociologie,<br />

pág. 78, París, 1966). Según el pensamiento<br />

desarrollado de Durkheim, el<br />

volumen sólo es determinante en relación<br />

con la densidad dinámica de la sociedad:<br />

véanse Las reglas del método sociológico,<br />

págs. 112-115. N. del A.<br />

en todo su rigor o de<br />

extraer de ella todas las<br />

consecuencias, la ley según<br />

la cual las formas de la<br />

sociedad –instituciones,<br />

costumbres, leyes– dependen<br />

de su volumen*. Admitamos<br />

que esta ley esté tan<br />

contrastada como sostiene<br />

Durkheim. Queda<br />

simultáneamente claro que<br />

el volumen social no es un<br />

elemento presente ni “causal”<br />

en toda sociedad al modo<br />

en que lo es la naturaleza<br />

política del hombre<br />

en la ciudad aristotélica.<br />

Durkheim lo indica muy<br />

bien: es la causa de<br />

las diferencias entre las<br />

sociedades. Ahora bien, esto<br />

significa: sólo es causa<br />

de las diferencias. Podría<br />

decirse: suponiendo iguales<br />

todos los demás factores,<br />

el volumen social es la causa<br />

principal de las diferencias<br />

entre las sociedades. Pero<br />

suponer “iguales todos<br />

los demás factores” significa:<br />

siendo la sociedad y el hombre<br />

social elementos dados;<br />

o aún: siendo el hombre<br />

lo que es. La elaboración<br />

de la ley general presupone<br />

un universal al que excluye<br />

de su consideración. A partir<br />

de ese instante, en el ejemplo<br />

que estamos considerando,<br />

el “volumen” no puede ser<br />

llamado “causa”, o “fuente”,<br />

más que en un sentido<br />

restringido; siendo causa<br />

de la diferencia, no es más<br />

que una causa segunda<br />

que presupone una causa<br />

primera a la que se subordina<br />

–la causa primera, aquella<br />

que causa lo que no es distinto<br />

sino semejante, aquella<br />

que causa la semejanza,<br />

la que condiciona y mantiene<br />

unidas todas las diferencias:<br />

la humanidad misma<br />

del hombre–. ¿No estamos<br />

diciendo acaso que<br />

la causalidad segunda puesta<br />

10 Pierre Manent, op. cit., Fayard,<br />

1994, págs. 83 y 84. La traducción y la<br />

cursiva son mías.<br />

TOMÁS FERNÁNDEZ AÚZ<br />

en evidencia por la ley<br />

sociológica presupone<br />

la causalidad primera<br />

de lo universal humano que<br />

es materia de interrogación<br />

para la filosofía? 10 .<br />

Hegel llamó a esto propiamente<br />

“espíritu” y no hay inconveniente<br />

alguno en seguir<br />

utilizando este término venerable<br />

y contrastado. Sin embargo,<br />

y aunque no es aquí donde me<br />

aparto del planteamiento hegeliano<br />

11 , preferiré utilizar la noción<br />

de “voluntad” por parecerse<br />

más al concepto de ethos en<br />

Weber, y porque tiene al menos<br />

la virtud de evitar el cúmulo de<br />

adherencias negativas que la ignorancia<br />

ha ido acumulando en<br />

torno al significado de la voz<br />

“espíritu”.<br />

5. El concepto filosófico de la<br />

historia en Tocqueville 12<br />

21 de abril de 1830, Tocqueville a<br />

Charles Stoffels<br />

En todos los pueblos a<br />

medio civilizar, reconocemos<br />

aproximadamente el mismo<br />

fondo de sentimientos,<br />

de ideas, de pasiones,<br />

de vicios y de virtudes,<br />

más o menos encubiertos,<br />

es verdad, pero siempre<br />

fáciles de reconocer. Los<br />

diferentes caracteres son a<br />

los pueblos lo que la fisonomía<br />

es al hombre: distinguen<br />

a los pueblos en lo exterior<br />

mucho más que revelar<br />

11 Una primera diferencia respecto<br />

de la filosofía de la historia hegeliana es<br />

que lo aquí expuesto posee carácter laico.<br />

Es posible dar cuenta de la historia<br />

suponiendo únicamente la acción de<br />

una voluntad transformadora informada<br />

por la razón y el interés propio. La<br />

guía teleológica de un dios que se piensa<br />

a sí mismo, el despliegue descendente<br />

del concepto, no resulta imprescindible<br />

para entender la responsabilidad<br />

humana sobre los propios actos. Para<br />

una segunda divergencia, cf. infra las<br />

conclusiones finales.<br />

12 Cf. supra nota 3. Los ejemplares<br />

disponibles en Yale son copias manuscritas<br />

realizadas por George Wilson Pearson<br />

en octubre de 1931 a partir de<br />

copias mecanografiadas. En algunos casos<br />

esta copia de una copia presenta<br />

erratas mecanográficas que se han corregido<br />

o enmiendas que no pertenecen<br />

al original y que se han suprimido. Toda<br />

la cursiva es mía.<br />

71


TOCQUEVILLE INÉDITO<br />

una diferencia profunda y<br />

radical entre ellos.<br />

Del mismo modo en las<br />

naciones que han alcanzado<br />

un grado muy alto de<br />

civilización, encontramos<br />

siempre la mezcla<br />

de los mismos elementos…<br />

Hay aquí un interesantísimo<br />

material inédito en el que Tocqueville<br />

expone con claridad su<br />

idea de la historia. Contradiciendo<br />

cualquier tentación de escepticismo<br />

o de empirismo al<br />

modo actual, Tocqueville manifiesta<br />

una decidida confianza en<br />

la existencia de algún elemento<br />

de humanidad común y subyacente<br />

a la multiplicidad visible.<br />

En lo que hace a un estudio de<br />

las condiciones para una filosofía<br />

de la historia en un contexto<br />

posmoderno, las declaraciones<br />

de Tocqueville suponen un respaldo<br />

notable. Si además ocurre,<br />

como en mi caso, que ese estudio<br />

se apoya justamente en Tocqueville,<br />

la importancia de estos<br />

fragmentos adquiere un relieve<br />

casi decisivo 13 . Pero todo este interés<br />

seguiría siendo muy reducido<br />

si no sobrepasara ampliamente<br />

las necesidades de un análisis<br />

concreto y de un texto en<br />

particular. Tocqueville ha sido<br />

con justicia considerado uno de<br />

los precursores de la moderna sociología.<br />

Su forma de enfocar los<br />

problemas, manteniéndose siempre<br />

muy cerca de la realidad empírica,<br />

resulta particularmente<br />

grata al sociólogo, que ve así en<br />

el gran autor francés un destacado<br />

paladín de sus propios planteamientos.<br />

No hay ningún<br />

inconveniente en admitir los aspectos<br />

manifiestamente “sociológicos”<br />

de Tocqueville; pero<br />

convendrá no obstante tener<br />

bien presente que en la disputa<br />

entre sociólogos y filósofos, o lo<br />

que es lo mismo, en la ácida controversia<br />

entre buscadores de leyes<br />

generales y defensores de un<br />

punto de vista universal sobre lo<br />

13 Me estoy refiriendo a un libro<br />

que, con el título probable de La subjetividad<br />

en la historia, confío publicar<br />

en breve.<br />

humano, Tocqueville atestigua<br />

estar reflexionando, clara e indiscutiblemente,<br />

desde una perspectiva<br />

filosófica.<br />

Veamos ahora lo que añade,<br />

casi a renglón seguido, al iniciar<br />

una comparación entre las características<br />

de la subjetividad agente<br />

en un pueblo semicivilizado y<br />

la que opera en las naciones que<br />

han alcanzado ya un elevado grado<br />

de civilización.<br />

Entre los primeros, en<br />

aquel que permanece aún<br />

semisalvaje, el estado social<br />

es imperfecto, la fuerza<br />

pública mal organizada<br />

y la lucha entre ella y<br />

la fuerza individual es<br />

con frecuencia desigual; hay<br />

poca seguridad para el<br />

particular, poca tranquilidad<br />

para la masa, las costumbres<br />

son brutales, las ideas<br />

simples, la religión<br />

se entiende casi siempre<br />

mal; he ahí el lado negativo.<br />

Éste es el positivo: replegada<br />

de este modo sobre<br />

sí misma, el alma obtiene<br />

de su circunstancia un<br />

admirable recurso y la fuerza<br />

individual para despliegues<br />

inesperados; en su caso<br />

el amor a la patria no es<br />

en modo alguno racional<br />

sino instintivo, y ese instinto<br />

ciego produce milagros; los<br />

sentimientos son resueltos,<br />

las convicciones profundas;<br />

por consiguiente el<br />

sacrificio no es una rareza,<br />

el entusiasmo es común<br />

y el desprecio de la muerte<br />

se halla en el fondo de<br />

los corazones y no en<br />

la superficie de los labios.<br />

Tocqueville está haciendo<br />

aquí una descripción del alma<br />

de los pueblos en términos de<br />

sus móviles íntimos, de su noción<br />

de las cosas y de su visión<br />

del mundo; utilizando una expresión<br />

del propio Tocqueville,<br />

diríamos que está retratando el<br />

modo de ser de una sociedad semisalvaje<br />

del mismo modo que<br />

poco después comprenderá el<br />

par democracia-aristocracia bajo<br />

el doble aspecto de organización<br />

institucional y “modo de ser del<br />

pueblo” 14 . El interés principal de<br />

estas líneas reside en su vigorosa<br />

e intuitiva inteligencia del operar<br />

interno de la psicología colectiva<br />

en unas condiciones dadas: las<br />

de una sociedad aún imperfectamente<br />

civilizada.<br />

A este respecto, como ya se ha<br />

apuntado anteriormente, la importancia<br />

de la subjetividad y el<br />

papel que este concepto no explícitamente<br />

formulado desempeña<br />

a todo lo largo de la conceptualización<br />

ética, política e<br />

histórica de Tocqueville es fundamental.<br />

El párrafo precedente<br />

es buena muestra de ello: en él se<br />

comprende la relación de todos<br />

los elementos actuantes en la historia,<br />

el vínculo recíproco entre<br />

los caracteres del alma colectiva<br />

de las sociedades como la íntima<br />

aleación de elementos racionales<br />

y afectivos, es decir, como la reunión<br />

de las voces anímicas provenientes<br />

de una determinación<br />

inspirada por los afectos con los<br />

resultados del cálculo racional de<br />

lo conveniente respecto de los fines.<br />

Justamente es esta reunión<br />

lo que yo llamo subjetividad<br />

agente, potencia actriz y al mismo<br />

tiempo espectadora de la historia,<br />

fuerza simultáneamente<br />

desencadenante de los hechos e<br />

intrigada escudriñadora de sus<br />

resultados.<br />

Oigamos ahora cómo se aplica<br />

la poderosa perspicacia de<br />

Tocqueville a la deducción de las<br />

condiciones actuantes desde y<br />

sobre el espíritu de una sociedad<br />

muy civilizada.<br />

Ahora, comparemos este<br />

pueblo semi-ilustrado con<br />

el que ha alcanzado un alto<br />

grado de civilización. En<br />

éste, el cuerpo social lo ha<br />

previsto todo; el individuo<br />

se toma la molestia de nacer;<br />

en cuanto al resto, la<br />

sociedad le acoge en los brazos<br />

de su nodriza, ella vela por<br />

su educación, abre ante él<br />

las vías de la fortuna; ella le<br />

sostiene en su avance, aparta<br />

de su cabeza los peligros;<br />

progresa en paz bajo los ojos<br />

14 DA, OC (M), I, 1, passim,<br />

1951a.<br />

de esta segunda providencia;<br />

este poder tutelar que le ha<br />

protegido durante su vida,<br />

vela incluso el reposo de<br />

sus cenizas; he ahí la suerte<br />

del hombre civilizado.<br />

La sociedad aparece ya descrita<br />

como un poder tutelar, una denominación<br />

que se hará célebre<br />

diez años más tarde, con el segundo<br />

tomo de su Democracia 15 .<br />

Tocqueville advierte desde el<br />

principio la interacción de la sociedad<br />

con el individuo, la constante<br />

retroalimentación entre el<br />

carácter social (ligado al interés<br />

político y a sus objetivos de prosperidad)<br />

y el carácter de los sujetos.<br />

El cuerpo social modela el<br />

talante de sus integrantes del<br />

mismo modo en que éstos, a la<br />

recíproca, moldean la condición<br />

del conjunto. Pero Tocqueville<br />

no se detiene aquí. No sólo afirma<br />

el íntimo vínculo entre la colectividad<br />

y sus miembros, describiéndolo<br />

como lo que podríamos<br />

denominar un binomio;<br />

comprende también la evolución<br />

de este par inseparable al modo<br />

filosófico, es decir, universalista,<br />

y desde una filosofía de la historia<br />

que asume la existencia de un<br />

elemento que la atraviesa.<br />

No deja de ser interesante<br />

que, frente a la crítica francesa<br />

de Nietzsche, eso que ha venido<br />

en llamarse escepticismo posmoderno<br />

y que afirma como único<br />

sujeto posible el singular y contingente,<br />

podamos oponer una<br />

objeción también francesa: la<br />

que sostiene una noción de sujeto<br />

diametralmente contrapuesta.<br />

El sujeto deconstruido o posmoderno<br />

está circunscrito por los límites<br />

naturales de la biología:<br />

atrapado entre las unidireccionales<br />

fronteras del nacimiento y la<br />

muerte, se ubica en una historia<br />

confeccionada mediante la aposición<br />

de elementos tan insulares<br />

como él mismo. El filósofo deconstructivo<br />

cosecha así una historia<br />

discontinua, literalmente<br />

desprovista de sustrato o que lo<br />

obtiene sólo por la acción reacti-<br />

15 Cf. DA, op. cit., vol. 2, parte IV,<br />

cap. 6, por ejemplo.<br />

72 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


va de una imaginación amedrentada.<br />

No es éste el lugar para<br />

abordar la cuestión nietzscheana<br />

del “espíritu de venganza”, aquel<br />

temor que la conciencia experimenta<br />

al considerar la ineluctable<br />

verdad de su acabamiento.<br />

Digamos solamente lo siguiente:<br />

es bien posible, e incluso prudente,<br />

suponer que acaso sea esto<br />

lo que impulsa al espíritu humano<br />

a construir una ficción<br />

laica de inmortalidad cuya expresión<br />

objetiva fuera precisamente<br />

una filosofía de la historia.<br />

Pero una vez sopesada esta posibilidad,<br />

no parece lo más inteligente,<br />

ni lo más necesario, contravenir<br />

ese miedo radical con<br />

una doctrina deconstructiva, pues<br />

acaso no sea ésta otra cosa que el<br />

clamor de una sospecha insoportable.<br />

Sospecha que arraiga en<br />

nuestra completa soledad y que,<br />

no pudiendo ignorarse, busca<br />

justamente mediante su divulgación<br />

obtener el desmentido capaz<br />

de cancelarla. Por no decir<br />

nada del hecho de que deconstruir<br />

es siempre una forma de<br />

construir…<br />

Ficticia o no, fantástica o real,<br />

este supuesto comportamiento<br />

de la conciencia pone al menos<br />

otra cosa en evidencia; se trata<br />

de una característica transgeneracional,<br />

de algo compartido por todos<br />

los humanos en su devenir. No<br />

es posible pensar una conciencia<br />

temerosa ante la certeza de su cesación<br />

sólo en una determinada<br />

época o en una particular cultura.<br />

Si atribuimos con algún rigor<br />

semejante miedo al objeto<br />

“conciencia” es porque lo comprendemos<br />

como característica<br />

inherente o consustancial a ella.<br />

No puede haber una conciencia<br />

que no conciba su final o aun<br />

que se muestre incapaz de advertir<br />

a este respecto el carácter cierto<br />

de su discernimiento. Si tal<br />

cosa pudiera existir, desde luego<br />

no sería una conciencia humana,<br />

luego mal podría interesar a<br />

la filosofía y menos aún convertirse<br />

en objeto para ella. En suma,<br />

cuando el filósofo deconstructivo<br />

objeta al filósofo de la<br />

historia no ser su filosofía más<br />

que una pura construcción radicada<br />

en el miedo a la certeza del<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

final, una especie de auténtica<br />

“huida hacia adelante” por la que<br />

se imagina perdurar en una sustancia<br />

transhistórica, reconoce<br />

sin advertirlo, y probablemente<br />

muy a su pesar, la existencia cierta<br />

de una característica que es de<br />

facto universal, transgeneracional<br />

y común a todo sujeto particular.<br />

Esta característica es una conciencia<br />

idéntica a sí misma cualquiera<br />

que sea la forma de su<br />

manifestación. Es además una<br />

característica que se comporta<br />

como una sustancia, por cuanto<br />

al menos uno de sus rasgos inherentes,<br />

una de sus cualidades sine<br />

qua non, se conserva invariable<br />

a través del tiempo y el espacio:<br />

el hecho afirmado de su<br />

rechazo activo a una certidumbre<br />

inaceptable. Con ello no obtenemos<br />

la refutación de las condiciones<br />

de posibilidad para cualquier<br />

filosofía de la historia, como<br />

se pretendía, sino, todo lo<br />

contrario, justamente la evidencia<br />

de aquel elemento indispensable<br />

para sostenerla: un “algo”<br />

cuyo despliegue se halla en continuidad<br />

pese a manifestarse en<br />

una serie de elementos yuxtapuestos;<br />

algo responsable del<br />

fluir de la historia y de su registro;<br />

algo, en fin, capaz de permanecer<br />

no obstante la aparente<br />

fractura y carácter discontinuo<br />

de la multiplicidad que junto a la<br />

superficie aflora. Tocqueville percibe<br />

claramente este elemento de<br />

humanidad compartida, ese rasgo<br />

transversal a nuestra propia<br />

mortalidad que es a la vez sujeto<br />

de la compleja evolución de las<br />

civilizaciones y clarividente voz<br />

que da cuenta de ella, ofreciendo,<br />

antes quizá que una simple<br />

conjetura, una revelación. Y tal<br />

como antes había descrito los<br />

cambios que la sociedad civilizada<br />

registra respecto de la aún por<br />

civilizar, se ocupa ahora de exponer<br />

la diferencia que exhiben<br />

los correspondientes talantes de<br />

sus individuos:<br />

El sentimiento y el<br />

espectáculo de la felicidad<br />

pronto reblandece la salvaje<br />

tosquedad de su naturaleza;<br />

se vuelve manso, sociable,<br />

sus pasiones se calman, su<br />

corazón parece haber<br />

ensanchado la facultad<br />

que le había sido dada de<br />

sentir, encuentra fuentes<br />

de emoción y de placer allí<br />

donde sus padres jamás<br />

habrían imaginado que<br />

pudieran existir o no se<br />

habrían dignado buscar,<br />

los crímenes se hacen raros,<br />

desgraciadamente lo mismo<br />

ocurre con las virtudes.<br />

Y pasando de lo que la observación<br />

respalda a lo que la intuición<br />

deduce, prosigue:<br />

El alma adormecida por<br />

esta prolongada quietud<br />

ya no sabe despertarse<br />

llegada la ocasión; la energía<br />

individual está casi<br />

extinguida; se ayudan<br />

unos a otros cuando hay<br />

que actuar; en toda<br />

otra circunstancia, por<br />

el contrario, cada uno se<br />

repliega sobre sí mismo,<br />

es el reino del egoísmo…<br />

El grado de la abstracción deductiva<br />

sigue aumentando. Tras<br />

haber caracterizado al individuo<br />

y las circunstancias de su vivir,<br />

Tocqueville presenta ahora un retablo<br />

del tiempo nuevo. Se trata<br />

de un tiempo dinámico, de un<br />

devenir que va haciéndose gradualmente<br />

realidad. Tampoco<br />

ahora se detiene Tocqueville en<br />

un concepto meramente heraclíteo<br />

del tiempo. Aunque desde su<br />

punto de vista éste es desde luego<br />

un transcurso capaz de permanecer<br />

idéntico a sí mismo pese<br />

a estar sometido a mutación<br />

constante, lo considera sin embargo<br />

algo más que un puro discurrir.<br />

Tocqueville entiende el<br />

tiempo como una verdadera atmósfera,<br />

como un ambiente en<br />

el que individuo y grupo se sumergen.<br />

Deviene así un hecho<br />

dotado de una doble virtud: por<br />

un lado, es cadencia y contabilidad;<br />

por otra, el marco general<br />

que origina el color específico<br />

que la propia franja temporal posee.<br />

Tal duplicación conceptual<br />

se corresponde con la igualmente<br />

doble perspectiva desde la que<br />

puede contemplarse el fenómeno<br />

del tiempo: bien desde la vertiente<br />

metafísica, bien bajo su aspecto<br />

práctico. El tiempo es por<br />

TOMÁS FERNÁNDEZ AÚZ<br />

ello una realidad a priori y una<br />

experiencia aprehendida a posteriori,<br />

condición de toda experiencia<br />

posible y vivencia memorizable<br />

de la misma. Desde un<br />

ángulo kantiano, el tiempo es la<br />

espontánea medición que a la realidad<br />

superpone la propia actividad<br />

de una conciencia humana;<br />

mientras que, desde una<br />

perspectiva fundamentada en<br />

Tocqueville, constituye el caldo<br />

de cultivo donde crece la subjetividad<br />

que en su fluir actúa.<br />

Veamos, pues, cuál es el tono<br />

de esta fase temporal en que la<br />

civilización se ha vuelto más sofisticada:<br />

[L]os siglos de ilustración<br />

son siglos de dudas y<br />

de polémica. No existe<br />

el fanatismo pero hay pocas<br />

creencias […]. El entusiasmo<br />

es en ellos un acceso febril;<br />

ya no nace en absoluto<br />

del estado habitual del alma,<br />

el gusto por lo positivo<br />

crece a medida que las dudas<br />

aumentan; el mundo entero<br />

acaba por ser un problema<br />

insoluble para un hombre<br />

que se aferra a los objetos<br />

más sensibles y termina por<br />

tenderse de bruces sobre<br />

el suelo, temeroso de que<br />

la tierra no venga también<br />

a faltar bajo los pies.<br />

Pocas descripciones podrían<br />

reclamar mayor vigencia. Ello<br />

prueba que no es necesario apoyarse<br />

en un escepticismo posmoderno<br />

para ofrecer una visión fidedigna<br />

de la realidad contemporánea.<br />

6. Las consecuencias<br />

de nuestra responsabilidad<br />

Hemos visto los grandes rasgos<br />

de la subjetividad civilizada; veamos<br />

ahora cuáles son los contenidos<br />

que dan carácter a esa subjetividad:<br />

No se puede negar, sin<br />

embargo, que no haya<br />

muchos sentimientos que<br />

se depuren. Así, el amor<br />

por la patria se vuelve más<br />

razonado, más reflexivo,<br />

la religión es mejor<br />

entendida por quienes<br />

aún creen en ella, el amor<br />

73


TOCQUEVILLE INÉDITO<br />

por la justicia se hace<br />

más ilustrado, el interés<br />

general se comprende<br />

mejor, pero todos estos<br />

sentimientos pierden<br />

en fuerza lo que ganan<br />

en perfección, satisfacen<br />

más el espíritu y actúan<br />

menos sobre la vida.<br />

El cuadro de la evolución histórica<br />

no es, pues, algo que haya<br />

de considerarse obligadamente<br />

compuesto por individuos particulares<br />

y separados, sino el despliegue<br />

de una sustancia que<br />

permanece igual a sí misma en la<br />

heterogeneidad de sus encarnaciones.<br />

Una sustancia capaz de<br />

mantenerse intacta bajo las apariencias<br />

nuevas y mostrarse, sin<br />

embargo, necesariamente teñida<br />

de matices variables. Dichos matices<br />

se diversifican en función<br />

del tiempo, de las condiciones<br />

de la vida, del modo o aspecto<br />

de ella que en cada porción de la<br />

historia alienta. La conciencia se<br />

hace “amable, sociable, sus pasiones<br />

se calman…”; todo indica<br />

la existencia de una transformación,<br />

no de una creación ex novo<br />

y sustantivamente inconexa con<br />

la forma anterior. La conciencia<br />

se adapta y muda, variando la<br />

intensidad y la combinación de<br />

sus aspectos, no se re-crea de la<br />

nada a cada instante, carente de<br />

vínculo con su predecesora o<br />

unida a ella únicamente por la<br />

memoria que el registro de la<br />

historiografía alimenta. Se trata<br />

de una ampliación de lo ya existente,<br />

de algo que se rebasa sin<br />

desaparecer, conservándose a pesar<br />

de haber perdido actualidad.<br />

La historia es, pues, una remodelación<br />

que la circunstancia imprime<br />

sobre la conciencia, remodelación<br />

especialísima tras la<br />

cual, manteniendo aquélla su naturaleza<br />

intacta, habilita no obstante<br />

vías que la expresan de otro<br />

modo.<br />

Con Tocqueville asistimos,<br />

ayudados además por su pasmosa<br />

sencillez expositiva, al desarrollo<br />

de la sustancia humana.<br />

Un desarrollo que es un desenvolvimiento,<br />

pero que sería ingenuo<br />

considerar lineal o sujeto a<br />

progresión uniforme.<br />

Lo que he dicho es suficiente<br />

para haceros comprender<br />

que en mi opinión no<br />

puede decirse de un modo<br />

absoluto: el hombre mejora<br />

al civilizarse, sino más<br />

bien que el hombre al<br />

civilizarse adquiere al mismo<br />

tiempo virtudes y vicios<br />

que no tenía: se vuelve otro,<br />

he ahí lo más claro.<br />

Esto es muy cierto y debe subrayarse<br />

convenientemente. El<br />

hombre cambia, se vuelve otro,<br />

tal es el quid de la cuestión: siendo<br />

otro no deja por ello de ser<br />

hombre, de ahí su continuidad;<br />

siendo el mismo, aparece no obstante<br />

dotado de rasgos anteriormente<br />

ocultos, he ahí la causa<br />

que origina la multiplicidad de<br />

sus manifestaciones.<br />

Es aquí, no en su filosofía de<br />

la historia, donde hay que buscar<br />

el relativismo de Tocqueville.<br />

Aquello de lo que no puede predicarse<br />

un carácter absoluto no<br />

es la humanidad de una conciencia<br />

que es y vive en la historia;<br />

de lo que en efecto se predica un<br />

carácter relativo es de la supuesta<br />

mejoría o avance de la civilización.<br />

Esa ganancia presunta sí<br />

debe ponerse en entredicho; ella<br />

es la que no puede comprenderse<br />

como una curva matemática<br />

de ascenso exponencial. La sustancia<br />

humana, la conciencia cuyo<br />

contenido se expresa bajo la<br />

forma de una determinada subjetividad,<br />

no experimenta sus variaciones<br />

produciendo una mejora<br />

monolítica. Al igual que la<br />

roca expuesta a la intemperie, la<br />

médula de su ser posee distintas<br />

cualidades, de modo que el trabajo<br />

de los elementos resulta en<br />

una talla irregular que sigue a la<br />

par que revela la diversa resistencia<br />

de aquello sobre lo que han<br />

actuado. Por ello, y nada más<br />

que por ello, podemos elucidar<br />

no sólo un significado y un sentido<br />

para la historia, sino comprender<br />

por qué ésta no resulta<br />

previsible, por qué se halla sujeta<br />

a la regresión y avance que sus<br />

oscilaciones implican. Por tal<br />

motivo, y he aquí el segundo<br />

punto divergente respecto de la<br />

dialéctica de Hegel, no nos está<br />

permitido señalar una teleología<br />

invariable o glorificadora en un<br />

movimiento cuyas fuerzas tampoco<br />

nos pertenecen por entero.<br />

Es preciso conservar un margen<br />

de serenidad en nuestro análisis<br />

apasionado de la historia, pues<br />

si bien es cierto que nos involucra,<br />

también lo es que rehúsa todo<br />

intento de apropiación monopolística.<br />

A este respecto, ya lo he indicado<br />

en otras ocasiones, la dialéctica<br />

de Tocqueville es una dialéctica<br />

a un tiempo más realista y<br />

más trágica que la de Hegel, pues<br />

en su caso no hay final feliz garantizado.<br />

Hegel discurre según<br />

una dialéctica de tres velocidades:<br />

cada tesis tiene su antítesis y<br />

ambas alumbran invariablemente<br />

alguna síntesis. El proceso se<br />

repite hasta alcanzar su culminación<br />

en aquel punto que resume<br />

y concita todas las tensiones, que<br />

anula y expresa al mismo tiempo<br />

todo movimiento, pues se compone<br />

de éste, de su contrario y de<br />

su resolución. En el caso de Tocqueville,<br />

la dialéctica tiene únicamente<br />

dos velocidades, esto es,<br />

la tesis tiene su antítesis, pero no<br />

hay garantía de consumación 16 .<br />

La fuerza que se orienta según<br />

un determinado derrotero se enfrenta<br />

a otra que le ofrece resistencia.<br />

El resultado de esa fricción<br />

mutua es un devenir que<br />

hace variar el tipo, dirección y<br />

potencia de las fuerzas, pero que<br />

en modo alguno permite augurar<br />

la consecución necesaria de algún<br />

punto de equilibrio. La historia<br />

en Tocqueville es un movimiento<br />

bajo permanente amenaza<br />

de inestabilidad. No es una<br />

superposición inexorable, sino el<br />

difícil logro de voluntades encontradas.<br />

Como en la relación<br />

epistolar, nuestra determinación<br />

da continuidad al discurso, pero<br />

no basta para garantizarlo; es preciso<br />

contar con la voluntad del<br />

otro y con la cooperación de las<br />

circunstancias. Es por ello que<br />

Tocqueville nos interesa. Su concepto<br />

de la historia no es sólo<br />

16 Agradezco a Eduardo Nolla los<br />

comentarios que me han puesto sobre<br />

esta interesante pista.<br />

más moderno, sino que nos hace,<br />

al margen de lo imponderable,<br />

responsables directos de lo que suceda.<br />

Y ello, lejos de constituir<br />

una pesada carga, se revela como<br />

la condición misma para hacer<br />

efectiva nuestra propia libertad.<br />

Por eso, teniendo en cuenta<br />

que la historia es otra forma de<br />

nombrar a la política, que la primera<br />

no es propiamente más que<br />

la dilatación que adquiere la forma<br />

diacrónica de la segunda, y<br />

sabiendo que ninguna buena política<br />

es posible sin algún tipo de<br />

atención a la ética, recuperamos<br />

aquí la condición por la cual ésta<br />

se hace necesaria para la historia:<br />

es claro que si la responsabilidad<br />

de ésta última nos incumbe ha de<br />

ser porque tenemos sobre ella el<br />

ascendiente y la capacidad moral<br />

que nos obliga a darle una forma<br />

acorde con nuestra dignidad. n<br />

Tomás Fernández Aúz es licenciado<br />

en Filosofía y Ciencias de la Educación.<br />

74 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


1La literatura bohemia es<br />

una literatura urbana por<br />

excelencia. Madrid, la capital de<br />

la nación, se constituye, desde<br />

mediados del siglo XIX, en el<br />

centro al que acuden muchos<br />

jóvenes de la provincia a la conquista<br />

de la gloria en el mundo<br />

de la literatura y de las artes:<br />

“La vida bohemia, como dicen<br />

los franceses, apenas se comprende<br />

en provincias, pero en<br />

Madrid ya es otra cosa; porque<br />

Madrid es el inmenso hospital<br />

donde se refugian todos los desheredados,<br />

todos los soñadores,<br />

todos los perdidos de España”,<br />

leemos al comienzo de El frac<br />

azul (p. 4), cuya acción se sitúa<br />

en 1854. Esta novela documenta<br />

ya una temprana aparición<br />

de la bohemia española, contrariando<br />

el consenso crítico actual<br />

de considerarla como un<br />

fenómeno tardío de fin y de<br />

principios de siglo.<br />

Comenzando con El frac<br />

azul, son varias las obras de tema<br />

bohemio escritas, paradójicamente,<br />

para instar al lector a<br />

que no escuche el llamado de la<br />

vida bohemia o se retire de ella,<br />

lo cual indica el atractivo que<br />

ejerció tal forma de vida sobre<br />

muchos jóvenes letrados: “Dichoso<br />

yo, si alguno al leer estas<br />

ligeras páginas puede sacar de<br />

ellas el fruto que sacó mi amigo<br />

Arturo retirándose a tiempo”,<br />

leemos en la citada obra de Pérez<br />

Escrich, y en otras más narraciones<br />

o piezas teatrales bohemias<br />

se repite el llamado. Sin<br />

embargo, este moralizante “menosprecio<br />

de Corte y alabanza<br />

de aldea”, en un tiempo en que<br />

la urbanización ha ganado ya la<br />

batalla, tiene hasta un efecto<br />

contraproducente: novelas como<br />

El frac azul o, posterior-<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

mente, las de Carrere, más que<br />

desanimar, atrajeron a la capital<br />

a muchos jóvenes aspirantes a la<br />

gloria literaria. Y allí se quedaron<br />

viviendo en –y escribiendo<br />

sobre– La calle de la Amargura,<br />

engrosando las filas de la poetahambre,<br />

sobre la cual, y con tanto<br />

denuesto se ceba la crítica.<br />

Aun algunos de los pocos que<br />

se vuelven a su región, como el<br />

personaje Arsenio Bériz en Troteras<br />

y danzaderas, de Ramón<br />

Pérez de Ayala, siguen sintiendo<br />

el llamado de la ciudad: “Estoy<br />

desesperado. ¡Madrid, mi Madrid<br />

fascinador y canallesco!<br />

Compadéceme” (p. 411).<br />

Este Madrid o el “absurdo,<br />

brillante y hambriento”, para citar<br />

la más conocida definición<br />

de Luces de bohemia, encontró<br />

su expresión literaria en una serie<br />

de obras, en prosa, verso y<br />

teatro, de los propios bohemios,<br />

hoy olvidadas, pero que fueron<br />

precursoras de las dos que acabo<br />

de mencionar de Pérez de Ayala<br />

y de Valle-Inclán. El primer grupo<br />

de bohemios españoles aparece<br />

en El frac azul, con la particularidad<br />

de que los personajes<br />

bohemios de la novela son, asimismo,<br />

bohemios en la vida<br />

real: Florencio Moreno Godino,<br />

Roberto Robert, Antonio Altadill,<br />

entre otros, a quienes<br />

hallamos no sólo en los cafés y<br />

callejeando, sino también en las<br />

barricadas de la revolución de<br />

julio de 1854, secundando al<br />

Baudelaire de 1848, adelantándose<br />

al Rimbaud de 1870 y afirmando<br />

con esto la vinculación<br />

de la bohemia con el radicalismo<br />

político y/o social.<br />

Acompañando a estos personajes<br />

en su nomádico deambular,<br />

en El frac azul recorremos<br />

las obligadas estaciones de un<br />

ENSAYO<br />

EL MADRID DE<br />

LOS BOHEMIOS (1854-1936)<br />

VÍCTOR FUENTES<br />

periplo ciudadano que fija en<br />

nuestras letras la cartografía de<br />

la sociabilidad espacializada de<br />

los bohemios, emblematizada,<br />

muchas décadas después, por<br />

Valle-Inclán en Luces de bohemia.<br />

El recorrido se extiende<br />

desde la buhardilla al cementerio,<br />

pasando por un dédalo<br />

de calles, plazas, jardines, con<br />

sus altos en cafés y tabernas, librerías,<br />

redacciones de periódicos<br />

y prostíbulos, con su paso<br />

por la comisaría, cárcel y/o el<br />

hospital. Geografía de un Madrid<br />

abocado a la modernidad:<br />

capital de la nación y capital del<br />

capital, con todas las injusticias<br />

y abusos de un sistema que segrega,<br />

junto a una ciudad de lujo<br />

y ostentación, un Madrid<br />

“ciudad de la muerte”.<br />

La aparición de la bohemia<br />

está ligada a la desaparición del<br />

sistema del mecenazgo, lo cual<br />

convierte al escritor en productor<br />

de una mercancía, con valor<br />

de cambio, para un mercado poco<br />

receptivo a las mercancías del<br />

“espíritu”. En El frac azul se novela<br />

este fenómeno en relación<br />

con la sociedad española, ironizándose<br />

sobre ello en el capítulo<br />

‘Los tomates del señor marqués<br />

de Baldivia’ que concluye<br />

con la siguiente frase: “El marqués<br />

prefirió a la berzas sobre<br />

los versos de Elías” (p. 39).<br />

Ya en esta novela quedan fijadas<br />

la decoración urbana y el<br />

atrezzo de los bohemios, que se<br />

repetirán en la literatura de la<br />

bohemia por unos 75 años y<br />

que vuelven a rebrotar, dentro<br />

de las coordenadas del pastiche y<br />

la parodia de nuestro fin de siglo,<br />

en la reciente novela de<br />

Juan Manuel de Prada La máscara<br />

del héroe (1996). Por las páginas<br />

de la novela de Escrich en-<br />

tramos en las buhardillas, sotabancos<br />

y tabucos en donde malviven<br />

los bohemios (lugares situados<br />

en las calles aledañas a la<br />

arteria central de la calle de Atocha<br />

o en los barrios bajos alrededor<br />

de la calle del Avapiés), y<br />

en los cafés que frecuentan (el<br />

de Minerva y la Perla, en la calle<br />

de Atocha, abriendo la interminable<br />

lista de cafés madrileños<br />

que han pasado a las páginas de<br />

nuestra literatura y de los que<br />

hoy sólo quedan el Gijón y el<br />

Comercial); recorremos su itinerario<br />

callejero (las plazuelas de<br />

Antón Martín, del Progreso y<br />

las calles de sus alrededores, con<br />

sus tabernas, de cortinillas rojas,<br />

y sus cafetines), siguiendo<br />

su nomádico desplazamiento<br />

hacia el centro: la plazuela de<br />

Santa Ana, la Puerta del Sol, con<br />

las arterias de la carrera de San<br />

Jerónimo, la calle de Alcalá y sus<br />

cruces con las calles de Sevilla y<br />

la del Príncipe: es decir, el corazón<br />

del Madrid literario y artístico,<br />

desde mediados del siglo<br />

XIX hasta los años veinte de<br />

nuestro siglo. También ya en El<br />

frac azul aparecen los cronótopos<br />

de la cárcel, todavía entonces<br />

la del Saladero; el hospital,<br />

de San Carlos, y el cementerio;<br />

el cementerio general de la puerta<br />

de Toledo, donde es enterrada,<br />

Enrica, la Enriqueta o Mimi<br />

de esta novela, y lugares adonde<br />

se ven abocados tantos personajes,<br />

con sus autores, de la vida<br />

bohemia.<br />

Con la segunda promoción o<br />

generación de escritores bohemios,<br />

los de entre siglos, vinculados<br />

al decadentismo y al modernismo<br />

y con simpatías por el<br />

socialismo y el anarquismo, es<br />

cuando florece el Madrid bohemio.<br />

En aquellas fechas, alrede-<br />

75


EL MADRID DE LOS BOHEMIOS (1854-1936)<br />

dor de la del desastre del 98, en<br />

que la rebelión social, política y<br />

cultural está en alza, varios de<br />

aquellos escritores bohemios, de<br />

formación universitaria y vinculados<br />

a la política del republicanismo<br />

radical, sí lograron éxitos<br />

en el teatro (recordemos el de<br />

Joaquín Dicenta con Juan José, o<br />

el primer Benavente) y en el periodismo,<br />

donde los bohemios<br />

del grupo Germinal –Dicenta,<br />

Bark, Palomero, Delorme, Miguel<br />

Sawa, Manuel Paso y<br />

otros– tuvieron sus propios periódicos,<br />

como Germinal y Don<br />

Quijote, y ocupan, por unos meses,<br />

la dirección de El País. A<br />

instancias de París, donde muchos<br />

de ellos acuden (pensemos<br />

en Alejandro Sawa, quien convivió<br />

dentro del círculo de bohemios<br />

parisino, en torno a Verlaine),<br />

estos bohemios tuvieron<br />

hasta su propio barrio latino,<br />

el cual en la actualidad sigue<br />

teniendo una vida ciudadana activa,<br />

en medio de cierta decrepitud,<br />

aunque totalmente olvidada<br />

de su glorioso pasado bohemio.<br />

El barrio latino matritense,<br />

cantado como tal por Carrere<br />

en dos de sus poemas, se formó<br />

en torno a la Universidad, en la<br />

calle Ancha, de San Bernardo,<br />

y al laberinto de las calles adyacentes,<br />

a ambos lados de ella.<br />

Por un lado, su límite sería la<br />

calle de Amaniel y el entramado<br />

de calles entre ésta y la de San<br />

Bernardo o que la prolongan:<br />

San Hermenegildo, Travesía de<br />

Conde Duque, la de Reyes, la<br />

de la Manzana, San Ignacio, entre<br />

otras. Por otro lado, los límites<br />

serían las calles de Fuencarral<br />

y Hortaleza, extendiéndose a la<br />

del Barquillo, en sus zonas más<br />

distantes. Todo un entrecruzamiento,<br />

en precipicio, de calles,<br />

paralelas o diagonales a la de San<br />

Bernardo, con bajada por las de<br />

la Madera o de la Corredera,<br />

hasta llegar a las del Pez o de la<br />

Luna, y más abajo la de Ceres.<br />

Para volver a desembocar en la<br />

de San Bernardo o internarse<br />

por la de Jacometrezo, y bajar<br />

por las calles –Peligros, Carmen–<br />

para ir a dar a la Puerta<br />

del Sol y al centro o corazón ya<br />

aludido, que con su entramado<br />

callejero de cafés, teatros y librerías<br />

dieron sus luces a la bohemia<br />

de entresiglos.<br />

Aquella segunda promoción<br />

de bohemios, los de la bohemia<br />

santa, tuvo su principal radio de<br />

acción en este barrio latino madrileño<br />

que, en los años ochenta<br />

y noventa del pasado siglo,<br />

contó con una activa vida comercial,<br />

artesanal e intelectual<br />

en torno a la Universidad. Por<br />

aquel dédalo de calles (la de la<br />

Madera, del Pez, de la Luna, la<br />

Estrella) montan su ciudad letrada:<br />

redacciones de periódicos,<br />

imprentas y librerías, y también<br />

su ciudad de esparcimiento y<br />

placer con sus billares, cafés, tabernas<br />

y prostíbulos, éstos en calles<br />

como la de Ceres o de San<br />

Marcos. También solían extender<br />

sus bacanales a las plazas de<br />

Antón Martín y del Progreso<br />

y calles circundantes, donde<br />

abundaban las tabernas y los<br />

prostíbulos más baratos. A altas<br />

horas de la noche o de madrugada<br />

llevaban su nomadismo<br />

noctívago hasta la plaza de<br />

Oriente, y el obligado alto, con<br />

amago de suicidio, en el Viaducto,<br />

o a la Moncloa o al cementerio<br />

de la Sacramental, en<br />

los altos de Vallehermoso.<br />

La tercera promoción de bohemios<br />

históricos, la de entre la<br />

segunda década del siglo y los<br />

años veinte y de la República,<br />

ve ya su cartografía madrileña,<br />

social y geográfica, muy recortada.<br />

Pasada la época del maridaje<br />

del grupo bohemio con el republicanismo<br />

de aspiraciones socialistas<br />

(muy en baja tras la represión<br />

de la Semana trágica, de<br />

1909), constituido un nuevo tipo<br />

del escritor profesional (con<br />

las llamadas generación del 98,<br />

el 14 y el 27), los escritores bohemios<br />

aparecen confinados al<br />

extrarradio del campo literario:<br />

escritores como Pedro Luis de<br />

Gálvez, Alfonso Vidal y Planas,<br />

Armando Buscarini o Dorio Gadex<br />

son reducidos al papel de<br />

hampones literarios. Por otra<br />

parte, la geografía del Madrid<br />

bohemio sufre los embates de la<br />

modernización. La Gran Vía,<br />

como un transatlántico moder-<br />

nista encallado en las arterias del<br />

Madrid bohemio, deja a éste<br />

partido en dos y arrumbado. Los<br />

bohemios que sobreviven, los<br />

Pedro Luis de Gálvez, Vidal y<br />

Planas, Buscarini y Zaratustra,<br />

se refugian en los habitáculos,<br />

tabernas y prostíbulos que han<br />

sobrevivido al embate de la Gran<br />

Vía. Su radio de acción se centra<br />

ahora en las plazas de Antón<br />

Martín y el Progreso (que se ha<br />

vuelto contra ellos) y calles aledañas.<br />

Envueltos en sus capas y<br />

con sus pipas, tienen mucho de<br />

fantasmas de un mundo pasado<br />

o de conciencia acusadora de los<br />

nuevos escritores profesionales,<br />

hijos de señoritos, que han abandonado<br />

la vestimenta y la pipa<br />

bohemia por el jersey deportivo,<br />

el tabaco norteamericano, la<br />

raqueta de tenis y el automóvil.<br />

La taberna y el cafetín han dado<br />

paso al bar americano, y a los<br />

hoteles del Palace y el Ritz. De<br />

las buhardillas, cafés, redacciones<br />

y librerías del barrio latino<br />

madrileño, la ciudad letrada (reconciliada,<br />

ahora, la protesta literaria<br />

con el mercado editorial)<br />

pasa a la Residencia de Estudiantes,<br />

a la tertulia de Ortega,<br />

con su despacho de editor en<br />

plena Gran Vía, y a las aulas de<br />

los poetas profesores universitarios.<br />

Con todo, la noche madrileña<br />

sigue guareciendo en su<br />

seno a algún bohemio, asomándose<br />

ya sea a alguna plaza, taberna,<br />

prostíbulo o al Viaducto<br />

o al cementerio. Esta resaca de la<br />

bohemia es la que novela Juan<br />

Manuel de Prada, como una especie<br />

de homenaje –con todo lo<br />

que la parodia tiene de homenaje–,<br />

en La máscara del héroe,<br />

reviviendo “el malestar en la cultura”<br />

que se vuelve a sentir en<br />

este nuevo fin de siglo, y la insumisión<br />

frente al poder, especialmente<br />

el del mercado que<br />

también dicta las pautas de la<br />

creación.<br />

2 “No<br />

son las cosas las que<br />

tienen emoción, sino el<br />

tiempo que pasa por ellas”; con<br />

esta frase de Emilio Carrere como<br />

guía, evoco en esta segunda<br />

parte del ensayo la emoción que<br />

puede sentir alguien que vuelva<br />

a pasear hoy, un siglo después,<br />

por el conglomerado callejero<br />

del otrora barrio latino madrileño,<br />

reviviendo lo que fue en<br />

tiempos de la vida y obra de los<br />

escritores bohemios. Bajamos<br />

por la calle Ancha: “La calle Ancha<br />

/ de San Bernardo / tiene<br />

una fuente / con once caños”,<br />

cantaba la copla; y también era<br />

la calle de la Universidad, de las<br />

librerías, de los cafés y billares:<br />

“Una cosa aprendí, si no precisamente<br />

en la Universidad, en<br />

sus alrededores… Aprendí a jugar<br />

al billar… ¡Y no es floja la<br />

enseñanza que se desprende<br />

de unas bolas que ruedan por<br />

un tablero, como nosotros rodamos<br />

por el mundo!”, nos dice<br />

Antonio Palomero (Mi bastón,<br />

p. 161), quien, por otra parte, se<br />

calla que desde muy joven, en la<br />

década de los ochenta, y en<br />

compañía de los Sawa, Delorme,<br />

Manuel Paso y otros, alternando<br />

con el billar y con las<br />

modistillas, mantuvieron viva<br />

en la Universidad una protesta<br />

estudiantil que siguió manifestándose,<br />

en aquel mismo lugar,<br />

hasta los años cincuenta de este<br />

siglo; protesta iniciada con “la<br />

noche de San Daniel”, el 10 de<br />

abril de 1865, en la que debieron<br />

estar presentes algunos de<br />

los bohemios de la primera promoción.<br />

En la década de los noventa y<br />

a principio de siglo, en aquel<br />

barrio vivían las luminarias del<br />

modernismo y de la bohemia:<br />

Alejandro Sawa, en el callejón<br />

de las Negras, esquina con la<br />

travesía del Conde Duque;<br />

Francisco Villaespesa, en el número<br />

5 de la calle de Divino<br />

Pastor, esquina Fuencarral; Joaquín<br />

Dicenta, en la de la Madera;<br />

y Rubén Darío vivió en la<br />

calle Marqués de Santa Ana, “en<br />

un piso bajo con algo de cárcel<br />

y en ella ya Francisca Sánchez”.<br />

Por aquellas calles estaban las<br />

imprentas que daban a la estampa<br />

sus libros y las redacciones,<br />

y hasta los talleres de sus<br />

periódicos. En el 9 de la calle<br />

ancha de San Bernardo vio la<br />

luz El frac azul. “En un casa<br />

grande que se comunicaba entre<br />

estas dos callejuelas (Tudescos<br />

76 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85


y el Horno de la Mata) había<br />

una imprenta donde yo imprimí<br />

algunos libros”, nos dice Baroja;<br />

imprentas como las de Antonio<br />

Marzo, en la calle de San<br />

Hermenegildo, 10 duplicado, y<br />

luego en la de Pozas, 12, donde<br />

se imprimió la revista Arte joven,<br />

de la cual Picasso fuera director<br />

artístico. En el número 8<br />

de la calle de la Madera estaban<br />

la administración, redacción y<br />

talleres de El País, “diario republicano<br />

socialista”; en el número<br />

36 de la calle del Pez, y luego<br />

en la Corredera Baja de San<br />

Pedro, La democracia social,<br />

“órgano del partido demócrata<br />

social”. También se encontraban<br />

en aquellas calles los figones,<br />

tabernas, casas de comer y<br />

de dormir (como la tremebunda<br />

de Hans de Islandia, en la<br />

calle de la Madera, que reaparece<br />

en los escritos de Vidal y Planas<br />

y de Carrere), cafés y billares:<br />

La casa de Próculo, en la<br />

calle de la Cruz Verde; La Precisa,<br />

un figón en la calle del<br />

Barco; La Necesaria, otro, en la<br />

travesía de la Ballesta; Casa Pascual,<br />

en la calle de la Luna: “Café<br />

en la Corredera. / Nieve en la<br />

calle. El alma en primavera…<br />

Taberna de la calle de la Luna /<br />

refugio de los hombres sin fortuna”,<br />

escribe Alfonso Camín<br />

en Carteles. El café aludido se<br />

llamaba La Taza Ideal.<br />

Por aquellas (estas) calles se<br />

llegaba a la de Ceres (hoy de los<br />

Libreros), famosa e infame por<br />

sus prostíbulos. Es bien sabido<br />

cómo los bohemios, desde Baudelaire,<br />

se identifican con la<br />

prostituta, a la que consideran<br />

como el doble femenino del artista,<br />

obligado también, como<br />

ella, a venderse en el mercado;<br />

recordemos el verso Hetaira y<br />

poetas somos hermanos, de Manuel<br />

Machado. Serán los poetas<br />

de la tercera promoción de los<br />

bohemios, los Pedro Luis de<br />

Gálvez, Vidal y Planas y Buscarini,<br />

quienes más estrechan esta<br />

hermandad. Vidal y Planas santifica<br />

a la prostituta en su Santa<br />

Isabel de Ceres, pieza teatral de<br />

gran éxito en 1922. Carrere y<br />

Solanas también escribieron sobre<br />

las mujeres de la calle de Ce-<br />

Nº 85 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA<br />

res, aunque en términos menos<br />

santos: “Alguna, gorda y culona,<br />

tiene en los brazos redondos, un<br />

tatuaje: ‘Rachel y Lola. ¡Vivan<br />

las tortillas!”, escribe Solana<br />

(Obra literaria, p. 483); y Carrere,<br />

en su Barrio latino matritentese,<br />

recoge un jirón de la<br />

conversación entre Trini y La<br />

bien peinada: “–No me quiero<br />

morir en la calle de Ceres; cuando<br />

esté muy malita, llévame al<br />

hospital…”. Muchos de los bohemios<br />

también terminaron sus<br />

días en el hospital: recordaré<br />

aquí tan sólo a Pelayo del Castillo<br />

y a Delorme.<br />

Los bohemios sienten el dolor<br />

y el sufrimiento de “los olvidados”,<br />

que también ellos viven<br />

en carne propia. En sus nomádicos<br />

deambuleos nos han dejado,<br />

con sus pupilas de flaneurs o<br />

azotacalles, todo un testimonio<br />

del “Madrid, ciudad de la muerte”<br />

que fuera la capital española<br />

en la época de entresiglos y hasta<br />

entrada la década de los veinte:<br />

“El otro día, en Madrid, capital<br />

de nuestra sociedad democrática<br />

y cristiana, un obrero fue<br />

hallado exánime en mitad del<br />

arroyo… Y al llegar a la Casa de<br />

Socorro se murió por completo…<br />

Los médicos diagnosticaron<br />

que de hambre”, leemos en<br />

el dietario de Alejandro Sawa,<br />

Iluminaciones en la sombra<br />

(p. 143), y, poco más adelante,<br />

vuelve a saltar la misma imagen:<br />

“Murió de hambre. Un hermano<br />

nuestro ha muerto de hambre,<br />

en Madrid, en pleno día,<br />

sobre el empedrado de la calle”<br />

(p. 172); y entre ambas imágenes<br />

la de otro de los flagelos de<br />

la vida urbana de la época, un<br />

desahucio: “Va ya para un mes<br />

que, al pasar por la calle de la<br />

Manzana, un amontonamiento<br />

confuso de muebles y trapos,<br />

hacinados en el arroyo por manos<br />

trémulas que trataron, sin<br />

duda, de contener el desastre,<br />

me hicieron repentina y vagamente<br />

pensar en el rayo, en la<br />

inundación, en el vendaval…”<br />

(p. 153). La distribución de un<br />

rancho extraordinario en la calle<br />

de Amaniel le da a Sawa pie para<br />

trazar la topografía del Madrid<br />

de la miseria:<br />

“Venían unos del barrio<br />

de las Injurias, de Vallecas<br />

otros, de aquí y de allí, de<br />

muy cerca y de muy lejos,<br />

de las buhardillas, de la<br />

intemperie de los solares y<br />

de las cuevas, de todas<br />

las hondonadas y de algunas<br />

alturas: venían del país letal<br />

de la Miseria…” (p. 184).<br />

Aquellos bohemios, los Pelayo<br />

del Castillo, Sawa, Delorme,<br />

Manuel Paso, viven y mueren<br />

dentro de ese “país letal de la<br />

Miseria”, el cual –y para la mayoría<br />

de los ciudadanos españoles–<br />

era el del régimen oligárquico<br />

de la Restauración, régimen<br />

que impugnaron con sus<br />

vidas/muertes y sus escritos. Asimismo,<br />

herederos literarios del<br />

Víctor Hugo de Los miserables, y<br />

en su estela, hicieron suya una<br />

nueva poética de o desde la miseria:<br />

poética que estriba en ver<br />

que la altura humana, en la sociedad<br />

de la democracia, se alcanza<br />

en la fusión con “los de<br />

abajo” (título usado por Dicenta<br />

en uno de sus libros, años antes<br />

que éstos dieran nombre a la<br />

famosa novela de Mariano<br />

Azuela). Se trata de la filosofía<br />

literaria de una época, encarnada<br />

en la mitología histórica del<br />

hombre de abajo, como estudia<br />

Pierre Macheray (pp. 77-95),<br />

que encontrará su cenit en la<br />

pintura azul de Picasso y, en literatura,<br />

en Luces de bohemia y<br />

en la poesía de César Vallejo y<br />

de Pablo Neruda, o en el cine en<br />

Los olvidados, de Buñuel.<br />

Desprovista de esta filosofía, y<br />

de su poética aura azul, el Madrid<br />

de entresiglos de los bohemios<br />

que nos han descrito los<br />

escritores profesionales, como<br />

Pérez de Ayala o Pío Baroja, se<br />

nos presenta como de una desoladora<br />

sordidez: “De casa de la<br />

Alfonsa fueron a una casa de la<br />

calle del Horno de la Mata, de<br />

dos pesetas (leemos en Troteras y<br />

danzaderas)… A medida que se<br />

internaban por aquellos sombríos<br />

y fétidos senos de Madrid menudeaban<br />

los grupos de rameras<br />

de ínfima condición, apartadas<br />

de trecho en trecho, por socaliñar<br />

viandantes” (p. 378). Igual-<br />

VÍCTOR FUENTES<br />

mente, Pío Baroja, en 1935, al<br />

evocar aquel barrio recurre el título<br />

de Las calles siniestras. Tras<br />

mencionar las calles de “Mesonero<br />

Romanos, Jacometrezzo,<br />

Tudescos, Horno de la Mata, Silva,<br />

Abada, etcétera”, escribe:<br />

“No sé cual de estas calles<br />

tortuosas y siniestras se<br />

llevaría la palma en<br />

estrechez, en sordidez y en<br />

negrura. ¡Qué portales<br />

oscuros, donde no entraba<br />

nunca el sol! ¡Qué<br />

corredores! ¡Qué escaleras!<br />

¡Qué casas de huéspedes!<br />

¡Qué horrores!” (p. 816).<br />

Sin embargo, el agudo Baroja,<br />

quien, por otra parte, había<br />

convivido con los bohemios,<br />

también destaca, en 1935, que<br />

el Madrid saneado y agrandado,<br />

la cosmopolis capitalista, se ha<br />

desprestigiado, ha perdido su<br />

misterio (p. 817): “El misterio o<br />

los misterios de Madrid”, que sí<br />

supieron captar en sus vidas y<br />

en algunas de sus páginas los escritores<br />

bohemios. A partir de<br />

Valle-Inclán, y la escisión que<br />

hiciera entre el bohemio santo y<br />

el hampón, personificados respectivamente<br />

por Max Estrella y<br />

por don Latino de Hispanis, los<br />

escritores profesionales, al tratar<br />

de los bohemios, los identificarán<br />

con los hampones. Un ejemplo<br />

de esto lo encontramos en<br />

Cansinos-Assens, en su obra<br />

póstuma –y ¿manipulada?– La<br />

novela de un literato, con sus tres<br />

tomos supuestamente escritos<br />

entre los años cuarenta y cincuenta,<br />

en los que él vivían casi<br />

totalmente olvidado y en un<br />

“exilio interior” dentro de la España<br />

franquista de la posguerra.<br />

Cansinos-Assens, que nació a la<br />

literatura al calor de la bohemia,<br />

y quien en los años veinte escribió<br />

uno de los pocos artículos<br />

esclarecedores sobre ella, en sus<br />

novelas de un literato –y quizá<br />

para que no se confunda a éste<br />

con un bohemio– hace aparecer<br />

al bohemio como un leitmotif<br />

del ser degradado, relegado a<br />

una condición infrahumana.<br />

Sin embargo, a un nivel inconsciente,<br />

esto también pudiera<br />

ser un homenaje. Como lee-<br />

77


EL MADRID DE LOS BOHEMIOS (1854-1936)<br />

mos en la contraportada del tomo<br />

segundo, y respecto a los<br />

avatares de la época de entresiglos:<br />

“Sólo un tipo parece resistirse<br />

al cambio: el bohemio acosado<br />

por el hambre y la miseria,<br />

personaje ineludible de esta apasionante<br />

novela”. Y en los varios<br />

tomos de ella, como un guadiana<br />

de la literatura y de la bohemia<br />

española de la época, aparece<br />

este bohemio, encarnado<br />

principalmente en la figura de<br />

José Iribarne, Zaratustra. Primero<br />

nos lo presenta frecuentando<br />

los tupinambas en los alrededores<br />

de Antón Martín y viviendo<br />

en un tugurio de la calle de Tres<br />

Peces. Y en el tercer tomo de la<br />

novela, y ya en los años de la<br />

República: “Surge con su misma<br />

afición a vivir en chamizos y tugurios,<br />

y ahora se ha instalado<br />

en la calle de Cruz Verde, en un<br />

cuartucho realquilado de una<br />

casa absurda, viejísima, cuya escalera<br />

arranca del mismo portal,<br />

y cuyos inquilinos son esquineros<br />

y maleantes” (p. 305). Y más<br />

adelante concluye Cansinos: “Y<br />

allí en aquel cuarto sórdido, al<br />

lado de una mujer, vieja y fea,<br />

hace la impresión de esos hombres<br />

fracasados que pinta Picasso”<br />

(p. 307). Sin quererlo, nos<br />

da en esta frase la clave de aquellos<br />

bohemios, sintetizada ya en<br />

la pintura del periodo azul de<br />

Picasso, quien en su época madrileña<br />

fuera uno de ellos: el<br />

gran logro de fundir el arte y la<br />

literatura –y la vida misma de<br />

los artistas y literatos– con el dolor<br />

y la vida de aflicciones y carencias<br />

de los miserables, los de<br />

abajo, en solidaridad con ellos.<br />

En este contexto, el fracaso puede<br />

verse hasta como un triunfo,<br />

un triunfo sobre una sociedad<br />

crematística que, como vemos<br />

en este nuevo fin de siglo, ha<br />

ido supeditando –y en crescendo–<br />

casi todos los valores humanos<br />

y artísticos a las leyes del<br />

mercado.<br />

3 Si,<br />

y a modo de conclusión,<br />

bajamos por aquellos andurriales<br />

de lo que otrora fuera el<br />

pobre, pero honesto hasta en su<br />

deshonestidad, barrio latino matritense,<br />

nos encontramos con<br />

que la glorieta de San Bernardo<br />

ha vuelto a tener su fuente, aunque<br />

en lugar de nueve caños<br />

tenga turbiones de agua electrizada<br />

y reciclada. En la calle Ancha,<br />

la Universidad hace décadas<br />

que cerró sus puertas. Ya no hay<br />

ni billares ni cafés, aunque queda<br />

alguna que otra desolada taberna,<br />

donde siguen vendiendo<br />

el centenario bocadillo de calamares.<br />

Ha desaparecido la ciudad<br />

letrada, y con ella sus librerías.<br />

En la última, superviviente<br />

hasta anteayer, la librería Universidad,<br />

tras el cierre y en el escaparate,<br />

cuelga el letrero: “Se<br />

vende el local y la librería”. Como<br />

única panacea, y precisamente<br />

enfrente del portón de lo<br />

que fuera la Universidad Central,<br />

se alza una huella intrahistórica<br />

de aquella Atenas matritense:<br />

la sesentayochista librería<br />

Fuentetaja. Del entramado de<br />

callejuelas que, como riachuelos,<br />

bajan a dar al océano de la<br />

Gran Vía, hoy tan poluido, o a<br />

desembocar diagonalmente en<br />

la de San Bernardo, algunas de<br />

las calles, en las partes más altas<br />

(las de Malasaña o las de alrededor<br />

del hoy centro cultural<br />

Conde Duque), ha recobrado<br />

algo de su brillo artesanal y castizo.<br />

En otras calles semiderruidas,<br />

al igual que en las aledañas<br />

a las de la plaza de Antón Martín,<br />

la de hoy Tirso de Molina y<br />

la calle Lavapiés, está en efecto<br />

un plan de rehabilitación urbana.<br />

Es como si el Gobierno hubiera<br />

oído aquellas palabras de<br />

Baroja, quien al escribir de cómo<br />

la modernización acababa<br />

con el misterio del Madrid de<br />

“las calles siniestras” concluía:<br />

“Es muy posible que así como<br />

ahora se tiran las calles siniestras,<br />

con el tiempo se construyan<br />

para atracción de forasteros”<br />

(p. 819).<br />

Cuando nos adentramos en<br />

las calles-vertederos que confluyen<br />

en la Gran Vía –calles del<br />

Barco, Corredera Baja, la Ballesta,<br />

Tudescos, Estrella, Horno<br />

de la Mata, etcétera– volvemos a<br />

sentir en nuestro corazón el latido<br />

de la intrahistoria unamuniana.<br />

A espaldas de los honrados<br />

vecinos que se empeñan en<br />

mantener un ritmo cotidiano<br />

ancestral, el Madrid de “la mala<br />

vida y las calles siniestras”, ya<br />

sin su ciudad letrada y sus<br />

bohemios, prolifera por estos<br />

aduares tan estragados. “Los<br />

sombríos y fétidos senos de Madrid”,<br />

que describiera Pérez de<br />

Ayala, casi un siglo después, siguen<br />

pulsando asaeteados ahora<br />

por la mortífera droga. En las<br />

aceras y esquinas todavía pervive<br />

la imagen de la prostitución<br />

callejera descrita por Carrere:<br />

“Por la calle del Tesoro… Caían<br />

de hinojos, en las aceras, las<br />

princesas de la gallofa, con las<br />

greñas sueltas, las blusas abiertas,<br />

los pechos colgando, que<br />

por la santidad de aquella noche<br />

holgaban en su diario menester<br />

de vaciar faltriqueras y desbravar<br />

deseos” (La bohemia, p. 51);<br />

prostitutas, hoy, de diversas regiones<br />

del mundo, y sin sus poetas<br />

bohemios que entonen el<br />

“elogio de las rameras”. Los<br />

“bailes de chulos y rameras” de<br />

entonces se han transformado,<br />

por estas (aquellas) mismas calles,<br />

en sex shops.<br />

Al entrar en la callejuela del<br />

Horno de la Mata, recuerdo<br />

aquella “epigrafía callejera” o rótulos<br />

antiguos que Baroja evocara<br />

a propósito del Madrid del<br />

fin de siglo pasado: “Favrica de<br />

chocolate”, “Aqui bibeun colchon<br />

hero a destajo”… (p. 809).<br />

Alzo la vista y en el portal cerrado<br />

de una de las casas medio desahuciadas<br />

tropiezo con el siguiente<br />

letrero, escrito en papel<br />

blanco: “Por favor no hagan sus<br />

necesidades en el portal”. En un<br />

siglo ha mejorado la ortografía,<br />

pero no la higiene, aunque han<br />

desaparecido los bohemios,<br />

quienes (podríamos decir ya para<br />

acabar) se quemaron en la miseria<br />

y el alcohol en aras de una<br />

redención artística, social y humana<br />

todavía en espera de su siglo<br />

por venir. n<br />

Bibliografía<br />

BAROJA, Pío: Obras completas, V, Biblioteca<br />

Nueva, Madrid, 1946.<br />

CAMIN, Alfonso: Antología poética,<br />

CIAP, Madrid, 1931.<br />

CANSINOS-ASSENS, Rafael: La novela de<br />

un literato, 3 vols., Alianza, Madrid,<br />

1982-1996.<br />

CARRERE, Emilio: Las mejores poesías<br />

de Emilio Carrere, CIAP, Madrid,<br />

1929.<br />

–– La bohemia galante y trágica, V. H.<br />

de Sanz Calleja, Madrid, 1920.<br />

GUTIÉRREZ SOLANA, José: Obra literaria,<br />

Taurus, Madrid, 1962.<br />

MACHEREY, Pierre: A quoi pense la litterature?,<br />

Presses Universitaires de France,<br />

París, 1991.<br />

PALOMERO, Antonio: Mi bastón y otras<br />

cosas por el estilo, Fernado Fe, Madrid,<br />

1915.<br />

PÉREZ DE AYALA, Ramón: Troteras y<br />

danzaderas, Castalia, Madrid, 1972.<br />

PÉREZ ESCRICH, Enrique: El frac azul<br />

(episodios de un joven flaco), Manini<br />

Hermanos editores, Madrid, 1864.<br />

PRADA, Juan Manuel de: Las máscaras<br />

del héroe, Valdemar, Madrid, 1996.<br />

SAWA, Alejandro: Iluminaciones en la<br />

sombra, Alhambra, Madrid, 1977.<br />

Víctor Fuentes es profesor de Literatura<br />

en la Universidad de California de<br />

Santa Bárbara. Autor de Buñuel en México<br />

y La marcha al pueblo en las letras<br />

españolas 1917-1936.<br />

78 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85

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