Baja el Cuento - Cuentos de Federico
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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.
© Fernando Olavarría Gabler.
ué fue lo que sucedió? ¿Realidad o fantasía?
¿Acaso las dos existen? Eso es una verdad indiscutible y
pueden existir mezclándose la una con la otra hasta confundirse en
una sola cosa imposible de separar. Y qué emoción más placentera
es saborear lo creado por la fantasía que surge de la experiencia real
que hemos tenido en la vida.
Recuerdo mis años juveniles cuando vivía en la mansión de mi
padre que había hecho construir en la campiña. Allí estaba yo,
alejado de la ciudad, sin contacto con la juventud a la cual pertenecía
y con una sensación de gran soledad que me oprimía el alma.
Mi tedio lo aminoraba encerrado en la biblioteca, leyendo
libros cuyos temas me eran interesantes, mi favorito era El Egipto de
los Faraones. Pero esta distracción no me satisfacía plenamente. Un
gran vacío invadía mi alma. Añoraba encontrarme con una mujer,
disfrutar de su amistad, enamorarnos, y después de un corto
noviazgo, contraer matrimonio. Sí, casarme con esa mujer de la cual
estaba enamorado pero que aún no conocía.
En un arranque de intensa ansiedad decidí recorrer a caballo
extensas distancias para apaciguar mi inquietud y una tarde,
conversando con mi madre, le manifesté mis propósitos, diciéndole
que me iba a ausentar por varios días o quizás semanas.
Ensillé mi caballo y partí en una mañana gris y fría en la cual la
niebla se arrastraba a poca altura y no dejaba ver el suelo.
Caminé, atravesando extensas praderas, hacia las lejanas
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montañas que divisaba al Oeste. La niebla se había disipado. Un sol
de mediodía entibiaba el paisaje y también mi cuerpo entumecido.
En esos momentos iba por una llanura que terminaba en los faldeos
de unos cerros cubiertos de nieve. A lo lejos divisé una pequeña casa
construida de adobes y el techo adornado con antiguas tejas. Al
aproximarme vi un letrero que estaba situado sobre su única puerta
que decía: FRUTERÍA ALQUÍMICA.
Mi curiosidad se acrecentó porque no se veía en parte alguna
plantaciones de árboles frutales ni algo parecido. Desmonté del
caballo, amarré las riendas en una tranquera que estaba frente a la
puerta y entré.
Me sorprendió una escena espectacular. En el aposento había
toda clase de frutas extrañas. Eran semejantes a las frutas
tradicionales pero no iguales. Se notaba una diferencia en la forma y
el colorido. Había plátanos con cáscaras de piñas. Las manzanas
tenían el color de las naranjas y las chirimoyas, el acentuado rojo de
las ciruelas. Daban la impresión que alguien las había mezclado
cambiando su íntima estructura, y ese alguien estaba detrás de un
mesón manipulando un artefacto desconocido, Vi cómo introducía
diversas especies frutales a un compartimiento de la máquina y
presionaba un botón. Después de algunos minutos la máquina
dejaba de funcionar, se abría una puerta y aparecían unos frutos
impresionantes que no tenían parecido con los que se habían
introducido.
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-¡Bienvenido a la Frutería Alquímica! Me saludó el joven.
Era una persona alta, de buena presencia, cuya cualidad más
llamativa era una extrema sensibilidad que se manifestaba en sus
ojos. Percibí que se trataba de un verdadero artista y eso se apreciaba
en lo que estaba haciendo: “frutas alquímicas.”
-¿Desde cuándo se dedica a esto?- le pregunté.
-Desde hace poco tiempo. Estas tierras por las cuales usted ha
llegado, pertenecen a mi padre.
-Entonces, ¿estudió agronomía?
-Él había decidido que me titulara de ingeniero agrónomo pero
el cultivo de la tierra no me atrae, así que, eludiendo los deseos de mi
padre, estudié ingeniería especializándome en ingeniería cuántica.
Posteriormente continué mis estudios en astrofísica para después
perfeccionarme en química electrónica.
-Notable- murmuré. Ahora me explico por qué la agronomía
era un tema aburridor en relación a su espíritu inquieto. ¿Y esa
pequeña máquina?
-La acabo de inventar. Hace dos días que estoy probando su
funcionamiento. ¿Qué le parece?
-Simplemente ¡Extraordinaria! -¿Cuál ha sido la actitud de su
padre referente a sus actividades alejadas de las labores agrícolas?
-Mi padre ha comprendido y aceptado mi vocación que va por
otros senderos y ha contratado a un médico veterinario para que
explote estas tierras con miras hacia la ganadería.
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-¿No ha pensado crear una máquina, parecida a la máquina de
las frutas, para efectuar experimentos con animales?
-Sí. Hay tiempo en el futuro para ello.
-¿Qué edad tiene usted?
-Treinta y un años.
-Tiene muchos por delante para seguir con sus experimentos.
Continuando en este diálogo me atreví a preguntar. ¿Ha
observado que las jirafas africanas se alimentan de acacias? La
acacia africana es semejante al espino chileno y entonces se podrían
traer jirafas a las tierras de su padre para criarlas, y usted, con sus
conocimientos alquímicos sería capaz de crear razas de jirafas de
cuello corto que podrían alimentarse cómodamente con los espinos
chilenos que son de poca altura.
-Es original su idea -me dijo. Estudiaré sus posibilidades. Así
como en el antiguo Egipto todo animal salvaje se intentaba
domesticarlo y en algunas ocasiones esto daba buenos resultados,
también me entusiasma la idea de obtener esta nueva especie de
jirafa de cuello corto que sería apta para montarla y serviría de
adorno y entretención para los niños en los parques de diversiones.
Se podría elegir entre un caballo pony o una jirafa de cuello corto.
El joven sonreía y su mente sensitiva recibía mi extravagante
conversación con complacencia.
-¿Hacia dónde se dirige?-me preguntó.
-Hacia ningún lado. Hacia cualquier lugar, sin rumbo alguno.
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-Permítame un obsequio, dijo e introduciendo en una bolsa
algunas de las frutas recién elaboradas, me las regaló. Son muy
nutritivas -comentó- Yo las he probado y dan bastante energía.
Hacia cualquier punto que se dirija en estas soledades, no va a
encontrar alimento. Le sugiero que camine hacia esas montañas que
se ven hacia el Este porque allí encontrará agua de un riacho que
viene de lo alto. No olvide que su caballo también necesita agua para
sobrevivir en estos páramos.
Me despedí del joven diseñador de frutas alquímicas y
continué mi cabalgata en dirección a esas montañas. Después de
varias horas encontré el riachuelo donde mi caballo pudo apagar su
sed. Seguí ascendiendo por la orilla arenosa y a medida que
avanzaba el trayecto se hacía más dificultoso, debido a los grandes
peñascos y rocas que se presentaban al paso. La caminata fue
interrumpida por un espectacular precipicio vertical cuya cima
estaba cubierta por densas nubes. Desde arriba caía una larguísima
cascada que llegaba hasta donde yo estaba y se continuaba con el
riachuelo. En ese punto de unión, la belleza del ambiente era
maravillosa. Crecían enormes helechos, impregnados con el
constante rocío del agua y la superficie de las rocas estaba cubierta
por un musgo aterciopelado de un intenso color verde. Todo se veía
con una pureza extraordinaria en este lugar paradisíaco. Solamente
se escuchaba el murmullo del agua que venía desde lo alto y chocaba
suavemente sobre las rocas. Después de contemplar un buen rato
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esta belleza natural, decidí recostarme sobre el pasto para descansar,
pero antes le aflojé un poco la cincha de la montura a mi caballo y le
saqué las riendas para que pudiera pastar con comodidad, Así
estaba, cuando divisé algo o alguien allá arriba que bajaba
deslizándose por entre los chorros de agua de la cascada. Descendía
lentamente y a medida que se acercaba pude constatar que se trataba
de un ser humano. Era un anciano que venía con ligereza sin tener
ninguna cuerda u otra cosa que lo sostuviera. Sus piernas estaban
estiradas hacia adelante y mantenía el tronco en posición vertical,
Me imaginé que iba sentado en un columpio invisible. Vestía de
negro con una capa adornada con numerosas estrellas plateadas.
Éstas se confundían con el brillo del agua de la cascada. Su rostro era
alargado y enjuto, y su cabeza, cubierta por un bonete también
negro, tenía estrellas pero eran más pequeñas. Una melena blanca
caía hasta sus hombros. El viejo llegó a donde yo estaba pero sin
tocar el pasto, y manteniendo esa posición me dijo con áspera voz si
deseaba subir a la cima. Me puse de pie, me acerqué a él y éste sin
esperar una respuesta me tomó de una mano y me ordenó que me
afirmara bien porque íbamos a subir. En efecto, fui elevado con tan
grande energía que en pocos segundos llegamos a la cima donde me
soltó dejándome sentado en el suelo, mudo de asombro.
Antes de despedirse me habló con fuerte voz que su nombre
era Merlín. No creas que soy ese mago legendario- me dijo-, es un
alcance de nombre. Me manifestó si yo deseaba regresar que lo
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uscara en esa orilla y él me llevaría adonde estaba el caballo. Luego
añadió: Si deseas conocer a María Celeste, camina a través de la
niebla en dirección opuesta al precipicio.
-¿Quién es María Celeste? Pregunté, pero el extraño personaje
ya había desaparecido.
¿Qué estoy haciendo aquí parado en la cima de una montaña,
rodeado de una niebla que no me deja ver alrededor? Entonces,
¡Vamos en busca de María Celeste!
Lo que importa ahora es que no te equivoques de rumbo y
caigas al precipicio.
Avancé a tientas con los brazos estirados hacia delante. Para
suerte mía la superficie del suelo rocoso era plana y la niebla se iba
disipando lentamente dejando ver un terreno cubierto de césped
donde se asomaban algunas florcillas silvestres. Más allá, la luz del
Sol brillaba difusamente a través de los vestigios de niebla que aún
quedaba. La luz fue cambiando de un débil color blanquecino a un
cromatismo maravilloso, similar al de un arco iris. Era tan
magnífico todo esto que tenía la sensación de estar en el interior del
arco iris. Al fondo de la fantástica luminosidad vi a una mujer que
estaba sentada en un banco de mármol. Era de bello rostro y me
observaba sonriente. Por su vestimenta me di cuenta de que era una
religiosa.
-Soy María Celeste, me saludó.
-¿Eres tú, María Celeste, la hija de Galileo?
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- Así es.
Se me ocurrió hacer esa pregunta porque era la única María
Celeste que tenía en mi memoria y, con gran asombro, había
recibido una respuesta inesperada. Virginia Galilei Gamba, la
monja del Convento de San Mateo, había cambiado su nombre por
María Celeste en advocación a la Virgen María y por su amor filial
hacia su padre.
Estaba frente a la hija del famoso astrónomo, el descubridor de
las montañas de la Luna.
Fue tan grande mi asombro que permanecí inmóvil sin tener
nada que decir y ella se puso a reír. Era una risa suave, armoniosa,
tan femenina, que me obligó a sonreír tímidamente.
-¿Qué os trae por estos lados? Me preguntó.
Y yo le respondí que andaba en busca de aventuras con la
intención de encontrar a una mujer que fuera mi esposa.
-¿Acaso sois un caballero andante?
-No.
-¿Sois soltero?
-Sí.
-Bien. Bien. Seguid vuestro camino. Más adelante
encontrareis una anciana que os ofrecerá tres doncellas, podréis
elegir a una según vuestros ideales. Id con Dios.
Me alejé de ese maravilloso lugar pleno de luz y colorido.
Corría una brisa tibia que había barrido totalmente la niebla. A
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lo lejos, enmarcado por un inmenso bosque, divisé un magnífico
castillo y me dirigí hacia allá. Una mendiga se aproximó caminando
y cuando estuvo frente a mí me pidió algo para comer, entonces me
acordé de la bolsa con las frutas alquímicas que llevaba colgando de
la cintura y abriéndola saqué un plátano-naranja y una pera-durazno
y se las ofrecí. La mendiga las recibió con satisfacción y expresó que
sabía de dónde venían esas frutas.
-Ese muchacho va a tener mucho éxito en la vida- me dijo-
pero no debe experimentar con animales ni seres humanos, porque
si empieza a crear sirenas, centauros, grifos y dragones, el mundo se
va a transformar en un circo.
-¡Sería un circo espectacular!, con gran variedad de seres
mitológicos- repliqué.
-¿Qué te trae por estos lados joven caritativo?
-Ando en busca de una esposa.
-¡Ah!- Bien. Entra a ese castillo que tienes a la vista y podrás
elegir. En ese castillo vive una doncella. Detrás de él hay una gran
laguna con una isla en el centro y en ella habita otra doncella. Más
allá del lago podrás descubrir un nuevo palacio en el cual existe una
tercera mujer. Es tan hábil que te puede aprisionar. En ti está la
elección.
En esos instantes corría una suave brisa que se transformó en
un fuerte ventarrón y, para sorpresa mía, elevó a la mendiga a tanta
altura que desapareció en el aire.
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En poco tiempo había tenido tan fuertes emociones que ya
nada insólito me sorprendía.
El castillo estaba al frente y me esperaba.
Inicié un alegre trote y me puse a canturrear una vieja canción
marinera cuya letra decía “Si el viento me es favorable”…
El viento era favorable, me empujaba la espalda y el trayecto
lo aprecié corto cuando llegué a las puertas del castillo. Éstas
estaban abiertas y el puente levadizo no lo habían alzado. El viento
había desaparecido y reinaba un silencio casi absoluto Sobre las
puertas había un blasón esculpido en granito y debajo de él leí:
“Castillo de irás y no volverás, aunque vuelve si así lo deseas”.
Debido a este complaciente agregado a la conocida frase que
se lee en los cuentos de niños, decidí entrar sin temor alguno y con
gran entusiasmo juvenil.
Por un largo pasillo retumbaron mis pasos hasta llegar a un
gran patio de armas rodeado de altas murallas almenadas. Luego
avancé hacia unas enormes salas comunicadas entre ellas. Éstas
estaban iluminadas por soberbias lámparas que colgaban desde el
cielo. La luz de las lámparas pertenecía a centenares de velas de cera
cuyo resplandor amarillo rojizo le daba un ambiente mágico a los
decorados y muebles. Relojes y espejos con relucientes marcos
brillaban como el oro, y magníficos tapices que colgaban en las
paredes mostraban la fineza de su tejido. Atravesé varias salas, todas
espléndidamente engalanadas e iluminadas con las gigantescas
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lámparas. Era tan maravillosa la visión, y de un gusto tan refinado,
que, en varias ocasiones detuve mis pasos para contemplar
extasiado tanta belleza. Pero algo me llamó la atención. No encontré
ventanas en mi recorrido. En eso estaba pensando cuando en la
última de las salas divisé algo imprevisto. Había una ventana y
apoyada en el alfeizar, mirando hacia afuera, estaba una joven mujer
que me daba la espalda. Al aproximarme a ella pareció no importarle
mi presencia porque siguió mirando hacia el exterior. Tosí
voluntariamente para hacerme notar, ella giró su rostro hacia mí y
me miró complaciente. Nunca había visto un rostro que expresara
tanta bondad. Sus bellos ojos expresaban la gloria de Dios. ¡Qué
pureza tan grande!
-Acércate y observa lo que estoy viendo- me invitó.
Me aproximé y miré hacia afuera. Había un jardín maravilloso
y más allá un extenso prado rodeado por un bosque de mágica
belleza. Las flores del jardín exhalaban un exquisito perfume que
llegaba hacia nosotros. Una luz difusa iluminaba todo aquello.
Al contemplar este grandioso paisaje, me embargó una
inmensa felicidad. Una alegría que jamás había sentido antes.
-Sigue tu camino- me dijo la virtuosa mujer-. No debes
permanecer aquí.
Obedecí como un niño y seguí andando ¿hacia dónde? No sé.
Aún permanece grabada en mi conciencia la extrema bondad que
expresaba su rostro y la pureza del mirar de sus ojos.
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Pensé que estaba ante la presencia de una santa, de una mística
mujer que, asomada a la ventana del cielo, no podía llegar aún hasta
él, pero, por su condición espiritual, se le permitía disfrutar de ese
jardín celestial viviendo todavía en la Tierra. Sólo los santos reciben
tal privilegio.
Iba con esos pensamientos cuando llegué a una puerta. La abrí
y llegué al exterior del castillo. Frente a mí había una inmensa
laguna y en el centro de ella divisé una isla de rara apariencia. En la
lejanía la percibí luminosa. No estaba en contacto con la superficie
del agua sino suspendida en el aire. Una exuberante vegetación
ocupaba toda su extensión y era tan fascinante la escena, que tuve
intensos deseos de llegar hasta allí. Con alegría descubrí un bote con
sus remos que reposaba en la arena a poca distancia de donde yo
estaba. Sin pensarlo dos veces corrí presuroso hasta él, lo arrastré al
agua y me puse a remar hacia la isla. Cuando acortaba distancia, me
puse de pie y continué remando en esa posición, con la proa delante
de mí, para evitar cualquier obstáculo que pudiera entorpecer mi
arribo.
La isla poseía una vegetación frondosa y no estaba suspendida
en el aire como yo la había divisado desde lejos. Supuse que había
sido un efecto óptico similar a un espejismo. Llegué a una playa de
arena dorada que crujía suavemente al caminar sobre ella. Las
plantas de diversas especies eran de una hermosura incomparable.
Había una infinidad de hojas de distintas formas con heterogéneos
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matices de verde. Y las flores ¡Qué flores! ¡Una maravilla! La
complejidad de su colorido y el perfume que emanaban eran
paradisíacos. Varios colibríes revoloteaban de flor en flor,
retrocedían y lanzaban sus característicos trinos, en gran parte
inalcanzables para nuestros oídos humanos. Pude ver algunos de
ellos con el tradicional color verde irisado pero también vi otros
rojos y azules.
Era tan fascinante todo esto que me imaginé estar en una
gigantesca vitrina que contenía deslumbrantes joyas vivientes.
Avancé por entre las ramas, hojas y flores hasta llegar a un claro
donde corría un rumoroso arroyo de cristalinas aguas. El lugar
estaba tapizado por un musgo aterciopelado que cubría el suelo
como una blanda alfombra. Estaba ensimismado observando este
mágico entorno cuando desde la espesura de las plantas apareció
una joven que avanzó hacia mí. Su belleza era impresionante. ¿Era
una de las tres gracias del cuadro de Sandro Botticelli?
Quedé paralizado.
Hay veces que la belleza extrema inmoviliza al espectador que
la contempla.
La doncella no estaba desnuda. Su cuerpo lo cubría una
vestimenta de flores de suaves colores, unidas entre si por un
mecanismo que ignoro.
Pasó a mi lado sonriente, complacida ante mi inmovilidad
provocada por la profunda admiración hacia ella.
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Este ángel o musa continuó su andar y se perdió en la espesura
de las plantas. Mi intención fue seguirla por la senda por donde se
había ido pero me fue imposible encontrarla porque no había
ninguna ramita doblada o una flor dañada por el paso de ella.
Nada…
La busqué ansioso por toda la isla, que no era grande. No
estaba. Había desaparecido. En cuatro ocasiones retorné al claro
para proseguir la búsqueda. Fue inútil.
Desesperado regresé a la playa donde había dejado el bote, me
subí a él y empecé a remar rodeando la isla. Cuando llegué al
extremo opuesto donde había desembarcado vi a la distancia otro
castillo que era similar al que yo había visitado. Mientras lo
contemplaba de lejos pensé que la visión de la joven que había
tenido en la isla, no era real, probablemente era una alucinación o
una falsa percepción, similar a la que tuve cuando creí que la isla
estaba en el aire, flotando sobre el agua.
Una idea me vino a la mente. Esa alucinante figura de mujer a
la cual yo me había enamorado de súbito ¿podría estar en ese castillo
que veía frente a mí?, y sin vacilar remé vigorosamente en dirección
a él. A medida que avanzaba, me di cuenta de que este segundo
castillo tenía alguna semejanza con el anterior pero no eran iguales,
porque sus rasgos arquitectónicos rudos le daban más bien una
imagen de fortaleza y no de un palacio. Atravesé un arco de piedra y
continué deslizándo el bote por un canal que me llevó a una
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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
escalinata de granito que terminaba en una gran puerta de madera,
llegué frente a ella y traté de abrirla pero estaba herméticamente
cerrada. Descorazonado bajaba los escalones cuando descubrí que
una gruesa cuerda salía de una estrecha ventana situada en lo alto y
colgaba pegada al muro cerca de mí. Agarré la cuerda y empecé a
trepar con gran esfuerzo, esfuerzo que tuve que hacerlo al máximo
cuando estuve frente a la ventana porque ésta era muy estrecha e
impedía que la atravesara. Me equilibraba a bastante altura y mi
energía se agotaba. Con las manos crispadas, aferrado al alfeizar
metí la cabeza en el hueco oscuro y flexionando los antebrazos logré
entrar. Caí de lado y el golpe en la cabeza y en el hombro derecho
fueron bastante dolorosos. La oscuridad era absoluta. Poco a poco
mis ojos se fueron acostumbrando y percibí que había llegado a un
largo pasillo en cuyo extremo se divisaba un leve resplandor.
Caminé hacia él y verifiqué que la luz pertenecía a una antorcha
enclavada en una armazón de hierro ubicada en la pared. La saqué de
allí y continué avanzando con la antorcha en la mano. El pasillo
terminaba en un amplio patio, similar al del otro castillo pero más
grande. En él estaban acumuladas gigantescas maquinarias cuyas
formas eran tan extrañas que me era imposible adivinar su
funcionamiento. Observé que en los muros del patio había varias
aberturas correspondientes a pasillos o túneles similares al que yo
había llegado. Elegí uno y fui caminando por éste, siempre
iluminando con la antorcha. En el pasillo también había todo tipo de
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LA ALQUIMIA DE TRES DONCELLAS
maquinarias pero eran más pequeñas y pude desplazarme entre ellas
sin dificultad.
La antorcha se había consumido en gran parte, finalmente se
apagó y quedé nuevamente en una total oscuridad. Me afirmé
indeciso en el muro pensando en lo que debía hacer. O retrocedía
hasta el patio o caminaba a tientas con el peligro de caer en un foso o
tropezar con un obstáculo similar a los que había encontrado
anteriormente. Decidí regresar pero en esos instantes divisé una leve
claridad. Pensé que podría ser otra antorcha, similar a la que había
en el túnel anterior, pero no fue así. Me encontré en una sala
iluminada por dos lámparas. Una dama estaba sentada en un piso
delante de una mesa frailera en la cual había un tablero de ajedrez.
La mujer movía las piezas pero no existía ningún contendor delante
de ella. Estaba tan concentrada en el juego que no percibió mi
llegada. Además de las lámparas que alumbraban la sala, había
sobre la mesa, cercano al tablero, un objeto de intenso brillo que
iluminaba con una luz blanca todo a su alrededor. Me pareció que
era un brillante de gran tamaño pero éste no reflejaba la luz sino que
emitía luz propia. Al aproximarme a esta enigmática mujer, ella
levantó el rostro y sin saludar me invitó a jugar una partida.
Yo era un excelente jugador de ajedrez. En varias ocasiones
había sido premiado en campeonatos importantes. Así que, sin
temor alguno, me senté al frente y empezamos a jugar. Me tocaron
las piezas blancas y perdí a las dieciocho jugadas con un sorpresivo
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y rotundo jaque mate. Sin inmutarme, solicité la revancha, eligiendo
ahora las piezas negras y, nuevamente perdí.
Hubo sucesivas derrotas y después de varias horas de
contienda me di por vencido. Al ponerme de pie para retirarme, le
pregunté a mi victoriosa contendora qué era esa piedra preciosa que
emitía una luminosidad tan intensa. Y ella me respondió
lacónicamente que era su inteligencia. Ante esa extraña respuesta,
evasiva y al parecer desatinada, le pregunté dónde podía pasar la
noche.
-Sal por esa puerta- me dijo- y llegarás adonde yo deseo que
llegues.
Bastante molesto por esa frase, abrí una puerta y llegué a un
pasadizo que se fue ramificando a medida que avanzaba. Me di
cuenta entonces de que estaba en un laberinto. ¿Qué hacía yo metido
en una trampa imposible de eludir? Continué largo tiempo buscando
la salida pero no la encontré. Después de varias horas de agotadora
búsqueda llegué finalmente a la puerta que me comunicaba con la
sala donde estaba esa inteligente mujer. Ella no demostró sorpresa al
verme nuevamente y continuaba jugando ajedrez con su brillante al
lado. La imprequé airado por las indicaciones que había recibido.
Me observó complacida y sin reprochar mi pésimo estado de ánimo,
me dijo que saliera por esa otra puerta si deseaba alejarse
definitivamente de ella. Partí furioso sin despedirme y llegué ¡de
nuevo al laberinto! En esas condiciones pasé toda la noche y ya
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amanecía cuando vi una ranura en la pared por donde entraba la luz
del sol. Desesperado traté de ensanchar la brecha con las manos; en
esa zona, el muro pétreo había sido reemplazado por tierra arenosa
que era fácil desmoronarla, más aun, había encontrado un madero en
el suelo y éste permitió que avanzara rápidamente. En poco tiempo
abrí un agujero en el que cupo mi cuerpo y pude salir de allí. Me
encontré en la orilla, en la base del castillo y a lo lejos vi al bote que
me esperaba. Al lado de éste ¡estaba la mujer que me había ganado
innumerables veces al ajedrez!
-¿Te sirvió el madero? He venido a despedirte. Eres fuerte y
torpe como la mayoría de los hombres. Nos veremos otra vez- me
dijo con una sonrisa encantadora.
-Muchas gracias. Agradecí con ironía.
Me dio la espalda y se alejó hasta desaparecer.
En esos momentos me di cuenta de que el bote no estaba donde
yo lo había visto recientemente sino cerca del agujero por donde
había salido, ¿y el madero?, ¡ella lo había puesto para facilitarme la
escapada! Era una hábil gata que se entretenía con un torpe y
desesperado ratón.
Cuando me alejaba remando vino a mi mente la imagen de su
hermoso rostro que expresaba una inteligencia avasalladora.
Seguramente había diseñado todas las máquinas que había
encontrado en mi recorrido en el castillo.
Volví a la isla con intención de encontrar a la otra maravillosa
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mujer que vi allí, pero la isla había cambiado de fisonomía. El
tiempo había alterado su natural hermosura. Las plantas y las flores
se veían marchitas. En el claro situado en el centro de la isla el
musgo aterciopelado había sido reemplazado por un arenal, los
colibríes no existían y el arroyo de cristalinas aguas ya no corría,
permanecía seco.
No encontré huellas de la mujer más linda que había conocido
en toda mi vida.
La atractiva belleza del cuerpo y el pasar del tiempo son
antagónicos.
Regresé al primer castillo y lo recorrí en todo su interior. Las
imponentes salas con sus decorados y adornos estaban intactas. Lo
único diferente fue que no encontré a la santa doncella asomada a la
ventana. Salí de allí y fui caminando por la llanura donde la mendiga
había desaparecido volando como una hoja seca al viento.
Finalmente llegué hasta el estupendo lugar policromo donde había
encontrado a María Celeste. Allí continuaba ella.
A la distancia me saludó alegremente.
-¿Cómo os ha ido joven caballero andante? ¿Habéis hallado la
mujer que buscabais?
-Encontré a tres que me robaron el corazón y acongojaron mi
mente.
-Pero tenéis que elegir una ¿cuál de ellas es?
-No sé.
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-Os daré un consejo. Id donde el joven alquimista, el de la
frutería alquímica, él podrá daros una solución.
No comprendí lo que María Celeste trataba de decirme. Me
despedí de ella y caminé hacia el borde del precipicio con la
intención de encontrarme con el ascensorista Merlín que me iba a
bajar a donde estaba mi caballo.
Estaba esperando. Listo para bajarme.
Como si fuera un robot, repitió mecánicamente que él no era el
Merlín de la época del rey Arturo. Después de recitar la frase estiró
su mano izquierda y me agarró la mano con gran fuerza. Salí
disparado al vacío como un pelele y empezamos a bajar. En esos
instantes recibíamos el rocío de la altísima cascada. Llegamos a
poca altura del suelo y soltó mi mano dejándome de pie sobre el
pasto.
-¡Muchas gracias por el descenso!- le grité, pero el brujo ya
había desaparecido entre los chorros de agua y el rocío.
Más allá, estaba pastando el caballo. Al sentir mi presencia
relinchó suavemente y alzó la cabeza cuando yo me acerqué. Le
puse las riendas y me monté. Vamos caballito. A casa. Le ordené
cariñosamente mientras le daba unas palmaditas en el cuello. Partió
el caballo caminando por la orilla del arroyo y yo… partí al suelo
cayendo de espaldas entre los peñascos ¡Me había olvidado de
apretar la cincha! Recordé entonces que la había aflojado para que el
caballo pastara más cómodo. Felizmente no choqué con ninguna
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piedra. Me puse de pie, puse en su lugar la montura y apreté la cincha
con fuerza. En eso estaba, cuando aparecieron entre las rocas tres
mujeres ¡Eran las tres doncellas que había conocido en los dos
castillos y en la isla! ¡Qué emoción tan grande!
-Queremos dar un paseo. Me dijeron alegremente. ¿Puedes
llevarnos en tu caballo?
¡Mi felicidad no tenía límites!
-¡Claro qué sí!
Subí a las tres. Una en la montura y dos en el anca y yo caminé
a pie llevando las riendas.
Anduvimos largo rato y ellas disfrutaban del paseo. Yo no
gozaba tanto porque iba a pie y estaba sintiendo cansancio después
de caminar toda la mañana. Atardecía, cuando llegamos a un viejo
molino que estaba en ruinas. Decidí hacer un alto y acordándome del
bolso con las frutas alquímicas, saqué varias de ellas y las repartí
entre mis hermosas viajeras que las recibieron con alegría.
Las tres eran tan primorosas que no podía decidirme por
ninguna de ellas.
Terminó el descanso y la merienda. Continuamos nuestro
andar. Pasamos cerca de la frutería y salió el joven para saludarnos
desde lejos.
-¿Fueron de vuestro agrado las frutas?
-¡Sií! Exclamaron ellas. ¡Son deliciosas!
-¡Esas frutas tienen propiedades inesperadas y sorprendentes!
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Respondió el joven, y despidiéndose con la mano en alto entró a la
frutería y no lo volvimos a ver.
Después de haber comido las frutas, me sorprendió que el
cansancio que tenía por el largo viaje, hubiera desaparecido
totalmente.
Estábamos llegando a las tierras de mi padre cuando detrás de
mí oí una voz que me decía: ¿deseas montar en el caballo? Me di
vuelta y con gran sorpresa vi que había solamente una doncella
sentada en la grupa del caballo. Era una joven diferente a las tres. Su
extraordinaria belleza me dejó perplejo, y su rostro, de una gran
bondad expresaba en sus ojos una inteligencia sobresaliente.
-Es el efecto de las frutas- me dijo sonriendo. En vez de tres
doncellas, ahora somos una sola.
Llegué a la mansión de mi padre.
La boda se efectuó tres meses después.
30
Otros títulos en esta colección
01 El sol con imagen de cacahuete
02 El valle de los elfos de Tolkien
03 El palacio
04 El mago del amanecer y el atardecer
05 Dionysia
06 El columpio
07 La trapecista del circo pobre
08 El ascensor
09 La montaña rusa
10 La foresta encantada
11 El Mágico
12 Eugenia la Fata
13 Arte y belleza de alma
14 Ocho patas
15 Esculapis
16 El reino de los espíritus niños
17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer
18 El mimetista críptico
19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio
20 La puerta entreabierta
21 La alegría de vivir
22 Los ángeles de Tongoy
23 La perla del cielo
24 El cisne
25 La princesa Mixtura
26 El ángel y el gato
27 El invernadero de la tía Elsira
28 El dragón
29 Navegando en el Fritz
30 La mano de Dios
31 Virosis
32 El rey Coco
33 La Posada del Camahueto
34 La finaíta
35 La gruta de los ángeles
36 La quebrada mágica
37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina
38 La pompa de jabón
39 El monje
40 Magda Utopia
41 El juglar
42 El sillón
43 El gorro de lana del hada Melinka
44 Las hojas de oro
45 Alegro Vivache
46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos
47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino
48 Dos puentes entre tres islas
49 Las zapatillas mágicas
50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla
51 Pituco y el Palacio del tiempo
52 Neogénesis
53 Una luz entre las raíces
54 Recóndita armonía
55 Roxana y los gansos azules
56 El aerolito
57 Uldarico
58 Citólisis
59 El pozo
60 El sapo
61 Extraño aterrizaje
62 La nube
63 Landrú
C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
64 Los habitantes de la tierra
65 Alfa, Beta y Gama
66 Angélica
67 Angélica II
68 El geniecillo Din
69 El pajarillo
70 La gallina y el cisne de cuello negro
71 El baúl de la tía Chepa
72 Chatarra espacial
73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma
dentro de un frasco de gomina
74 Esperamos sus órdenes General
75 Los zapatos de Fortunata
76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po
77 El barrio de los artistas
78 La lámpara de la bisabuela
79 Las hadas del papel del cuarto verde
80 El Etéreo
81 El vendedor de tarjetas de navidad
82 El congreso de totems
83 Historia de un sapo de cuatro ojos
84 La rosa blanca
85 Las piedras preciosas
86 El mensaje de Moisés
87 La bicicleta
88 El maravilloso viaje de Ferdinando
89 La prisión transparente
90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado
91 El insectario
92 La gruta de la suprema armonía
93 El Castillo del Desván Inclinado
94 El Teatro
95 Las galletas de ocho puntas
96 La prisión de Nina
97 Una clase de Anatomía
98 Consuelo
99 Purezza
100 La Bruja del Mediodía
101 Un soldado a la aventura
102 Carda, Cronos, y Cirilo
103 Valentina
104 Las vacaciones de un ángel
105 Ícara
106 Las pintorescas aventuras de Adalgisa, condesa de Bosque Verde
107 El viejo del saco
108 La coronación de Airolga
109 Cinisca
110 La dulce sonrisa de Aristodella
111 Bluewood
112 El misterio de la gruta aspirativa
113 El Castillo de los Duendes
114 El Jardín de Hada
115 El Castillo de los vikingos
116 El monstruo del río Abuná
117 La Alquimia de tres doncellas
118 La Casa vacía
119 El Bosque Encantado
120 El Desfile Onírico
121 El Templ Curativo de Yi Sheng
122 El Soldado ruso
123 El Taco
124 El Vendedor Ambulante
Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.
© Fernando Olavarría Gabler.