VI Concurso de Relatos recuperados de la tradición ... - Hartu Emanak
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incorporaba a su historia, se <strong>de</strong>jaba llevar por caminos <strong>de</strong> duen<strong>de</strong>s<br />
y hadas, también <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios, podía irse tranqui<strong>la</strong>. Apenas notó<br />
que el Luchín se perdía, se arregló unas ondas en el pelo y salió.<br />
Por <strong>la</strong> ventanita inventada encima <strong>de</strong> <strong>la</strong> puerta maciza, <strong>de</strong> raulí<br />
se comentaba, se co<strong>la</strong>ban <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s y <strong>la</strong> mitad <strong>de</strong> <strong>la</strong> luna. Daban<br />
que pensar <strong>la</strong>s filigranas <strong>de</strong> <strong>la</strong>s te<strong>la</strong>rañas, a simple vista tejidas a<br />
<strong>la</strong> luz. La brisa, que se filtraba por <strong>la</strong>s trizaduras <strong>de</strong>l último terremoto,<br />
agitaba te<strong>la</strong>rañas y araña, teñía <strong>de</strong> p<strong>la</strong>ta el dormitorio. Si<br />
ésa era <strong>la</strong> causa <strong>de</strong>l <strong>de</strong>svelo, <strong>la</strong> inquietud díficil <strong>de</strong> explicar, que<br />
rondaba en <strong>la</strong> casona, tal vez lo supiera el niño.<br />
En el mundo <strong>de</strong> los humanos Luchín se sabía a so<strong>la</strong>s. Aunque<br />
no tenía sueño, no se sentía mal. En un credo evocó los seres fantásticos,<br />
<strong>la</strong>s flores que nunca mueren, los colores que había <strong>de</strong>scrito<br />
<strong>la</strong> Sylvia. A fin <strong>de</strong> verlos mejor cerró los ojos. Siempre que<br />
<strong>de</strong>seaba gozar intensamente hacía lo mismo.<br />
Ya estaba sentado en <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> tía Sylvia en cuanto los reabrió.<br />
Bril<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> redon<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su cara en <strong>la</strong> penumbra <strong>de</strong>l cuarto.<br />
Luchín se refregó los ojos y sonrió. Idéntica fue <strong>la</strong> espontaneidad<br />
<strong>de</strong>l «tío», no menor <strong>la</strong> sonrisa. Para el niño no podía ser más que<br />
el tío venido <strong>de</strong> lejos, perdido en el tiempo y en el espacio, según<br />
sus tías.<br />
Estuvo a punto <strong>de</strong> preguntarle lo que <strong>la</strong> Sylvia se negaba a explicarle.<br />
Que llegara a esa hora o más tar<strong>de</strong>, le daba lo mismo. Se<br />
imaginó que había entrado cuando estaba durmiendo. Todo esto<br />
no importaba ahora. Feliz <strong>de</strong> no estar solo, apoyó su manito sobre<br />
<strong>la</strong> varandil<strong>la</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> cuna. El tío, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> sonreír en ningún momento,<br />
lo imitó en un santiamén.<br />
Una luminosidad ocre, si bien suficiente para distinguir lo<br />
esencial, flotaba en el cuarto. La manaza <strong>de</strong>l tío atrapó <strong>la</strong> <strong>de</strong>l Luchín.<br />
Poco menos que se perdía en una extensión <strong>de</strong> carne oscura<br />
y tibia, <strong>de</strong>sconocida hasta ahora. Se <strong>de</strong>jó mimar. Aumentó <strong>la</strong> dicha<br />
en <strong>la</strong> carita <strong>de</strong> Luchín al oír sus cuentos. En nada se parecían a los<br />
<strong>de</strong> <strong>la</strong> Sylvia. A más <strong>de</strong> eso, su voz era pausada, típica <strong>de</strong> quien<br />
jamás ha conocido <strong>la</strong> prisa. Gracias a el<strong>la</strong>, podía reintegrarse al<br />
mundo <strong>de</strong> quienes no persiguen dar sustos.<br />
De su boca vio aflorar enanos ver<strong>de</strong>s, azules y amarillos, hadas<br />
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