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Aldea de Nnebukwu en Nigeria<br />
nes inmediatas y frustraciones a largo<br />
plazo. ¿Podemos consentir que mientras<br />
la mitad de la humanidad pasa<br />
hambre la otra mitad ande como loca<br />
detrás de dietas adelgazantes, de gimnasios<br />
y de cirugías estéticas?<br />
Desearíamos que por el puente<br />
no sólo pasase nuestro dinero, nuestro<br />
cuenco de arroz, sino también un<br />
poquito de nuestra alma, un pellizco<br />
de nuestras entrañas, pues sólo así entenderemos<br />
el valor de la otra persona,<br />
su dignidad, no obstante su pobreza, y<br />
su belleza, no obstante su desdicha.<br />
Por lo tanto nuestra ‘fi losofía’<br />
es muy sencilla: sólo si verdaderamente<br />
algo se mueve y se remueve en nuestros<br />
adentros, se moverá y removerá<br />
algo de las estructuras de injusticia y<br />
pobreza que se han instalado -¿defi nitivamente?-<br />
en los territorios del hambre,<br />
de la enfermedad y de la ignorancia.<br />
No cambiamos el mundo,<br />
pero cambiamos ‘su’ mundo<br />
En PUENTES, y en cualquiera<br />
Ongd, seríamos necios si pensásemos<br />
que somos salvadores<br />
del planeta, que podemos<br />
cambiar el mundo<br />
con una escuela o un<br />
ambulatorio. Desgraciadamente<br />
no va a ser así.<br />
Sólo si cambia nuestra<br />
mentalidad de ‘explotadores<br />
de recursos’, nuestra<br />
mentalidad de ‘eso<br />
no es asunto mío’, y sólo<br />
si cambia la mentalidad<br />
de los moradores de los<br />
países empobrecidos que<br />
aceptan con resignación<br />
su destino de desheredados<br />
de la tierra y la<br />
presencia de gobernantes<br />
corruptos… Sólo si<br />
construimos un ordenamiento<br />
internacional justo,<br />
el mundo cambiará.<br />
Y sin embargo, este<br />
‘realidad pesimista’, este<br />
‘desencanto del cooperante’<br />
no puede hacernos<br />
perder el verdadero<br />
valor de la solidaridad:<br />
no podemos cambiar el<br />
mundo, pero podemos cambiar ‘su’<br />
mundo.<br />
El mundo del niño congoleño<br />
M’buye, bisnieto, nieto e hijo de analfabeto,<br />
cambió el día que aprendió a<br />
leer. Cambia el mundo de la pequeña<br />
prostituta Agnés de Kinshasa a la que<br />
‘los ángeles ambulantes’ (enfermeros<br />
que en ambulancia recorren la ciudad<br />
de noche) entregan un rato de escucha,<br />
un preservativo para luchar contra el<br />
sida y una tirita de cariño para vencer<br />
el desamparo; cambia el mundo de<br />
Kwame que, tras la operación, ha dejado<br />
de camina y ha empezado a mirar<br />
a los ojos del otro a la misma altura;<br />
cambia el mundo de Fatai, el niño con<br />
síndrome de down nigeriano, al que<br />
ahora sus padres quieren y sus vecinos<br />
besan sin vergüenza y sin temor; cambia<br />
el mundo de Lupita, que deja cada<br />
mañana a su pequeñín en la guardería<br />
lo que le permite ir a ganarse su sueldo<br />
y su dignidad. Cambia el mundo de<br />
Chukwua, la anciana que espera nerviosa<br />
la bolsa de alimentos y de afecto<br />
que cada sábado le acercan los voluntarios<br />
y que, por ello, bendice a los antepasados<br />
y a los dioses del bosque.<br />
En PUENTES, nos movemos entre<br />
la tensión saludable que genera el<br />
‘nada va a cambiar’ y ‘el todo está cambiando’.<br />
Nos movemos entre la frustración<br />
de la pobreza que se reproduce<br />
y que crece imparable y las sonrisas<br />
que los niños, los ancianos, los ‘minus’<br />
agradecidos reparten cada mañana y<br />
cada tarde a quien les ayuda y a quien<br />
los ama, sin juzgarlos, y por que sí.<br />
El niño que se merecía un mañana<br />
En los momentos en que el desánimo<br />
por el papeleo o por la burocracia,<br />
por la inefi cacia propia o ajena me<br />
descorazonan, me propongo siempre<br />
pensar en una imagen que observé en<br />
2008 en mi viaje al Congo. Había pasado<br />
la tarde visitando la escuela rural de<br />
Bateke y otros poblados de alrededor,<br />
y volvía en un todoterreno a la misión.<br />
De repente, el diluvio. Los cielos se<br />
abrieron y el agua empezó a borrar el<br />
horizonte. Descubrimos a tres niños<br />
que volvían a sus poblados, caminando<br />
en chanclas por el camino que era<br />
ya un riachuelo. Paramos el coche y les<br />
invitamos a subir. Frente a mí, el más<br />
mayorcito de los tres, quizás unos 12<br />
años, se llevó la mano al pecho y sacó<br />
una pequeña bolsa de plástico donde<br />
había guardado el cuaderno de escasas<br />
hojas y donde anotaba los apuntes<br />
del maestro. Era todo su material<br />
escolar, y él, amorosamente, lo había<br />
introducido en una bolsa de plástico y<br />
colocado bajo su camisa para salvarlo<br />
de este diluvio. Se me saltaron las lágrimas.<br />
Pensé: este niño merece estudiar.<br />
Este niño se merece un mañana. Y yo<br />
estoy obligado a trabajar por ello. No<br />
guardo una fotografía de este instante,<br />
pero su imagen permanece inalterada<br />
en mi retina. Este niño –y todos los<br />
demás niños pobres pero esforzados-<br />
merecen un mañana. Tiene que haber<br />
un mañana para ellos. Y todos nosotros<br />
podemos contribuir a construirlo.<br />
Juan Bautista Aguado Tordable<br />
http://www.pcsanz.net/puentesongd/index.html<br />
<strong>Revista</strong> <strong>Atticus</strong> 103