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LA MUÑECA<br />

INCÓMODA<br />

CAROL ZARDETTO<br />

5:00 pm. Tocan el timbre. Elisita<br />

sale desde la cocina, recorre<br />

el largo zaguán y abre la<br />

puerta, azogada. Siempre se<br />

pone así el día de Navidad. La<br />

expectativa no le da sosiego.<br />

Desilusionada, constata que se<br />

trata de Marta con las compras<br />

de última hora.<br />

6:00 pm De nuevo la puerta.<br />

Elisita vuela para abrir. Antes,<br />

mira por la hendidura. No quiere<br />

salir frustrada otra vez. ¡Allí<br />

está! Es el gran carro negro y<br />

el chofer. Baja don Carlos, el<br />

secretario de su padre. Los<br />

dos hombres tienen que ayudarse<br />

para cargar la enorme<br />

caja de regalo. El corazón de<br />

Elisita quiere reventar.<br />

7:15 pm Catalina ya no resiste<br />

ver padecer a la niña y desiste<br />

de hacerla esperar hasta las<br />

doce. “Está bien... Está bien.<br />

Puedes abrir uno solo”, sabiendo<br />

de antemano cuál escogerá.<br />

Elisita no espera más: rompe<br />

el papel de regalo, a pesar de<br />

las advertencias de la abuela<br />

de que sería bueno guardarlo,<br />

pues es tan bonito. Cuando levanta<br />

la tapadera de la caja, se<br />

queda muda. Dentro hay una<br />

muñeca, casi de su misma estatura.<br />

Con el pelito liso, rubio<br />

y una cara de ángel. Da besos<br />

y, si se jala una cuerda, habla<br />

en francés. La muñeca es tan<br />

inusitadamente preciosa que<br />

apabulla: su vestido es de terciopelo<br />

y los zapatos parecen<br />

2 GUATEMALA, DEL 18 AL 25 DE DICIEMBRE 2011 SIGLO<strong>21</strong>.COM<br />

de verdad. Todos quieren jalar<br />

la cuerda, oír cómo habla, agarrar<br />

su mano para que tire besos.<br />

Elisita no quiere que nadie<br />

la toque y, el secreto celo por<br />

evitarlo, la hace sentir envuelta<br />

en un silencio mezquino.<br />

8:30 pm Pronto los niños se<br />

aburren del nuevo juguete y<br />

proponen guerritas de canchinflines<br />

en el patio. Elisita ni sueña<br />

con salir. Sería muy arriesgado<br />

para su preciosa muñeca.<br />

Se sienta con ella en la sala,<br />

mientras los adultos conversan.<br />

8:45 pm Aburrida de los mayores,<br />

la niña carga con mucho<br />

trabajo la pesada muñeca hasta<br />

su cuarto. A solas, la muñeca<br />

le habla en un idioma extraño.<br />

No es francés. Es el lenguaje<br />

del mundo lejano de su padre.<br />

“No está en la casa porque no<br />

sos hija de matrimonio, Elisita.<br />

Sólo sos reconocida”, le contó<br />

un día su tía Eugenia. Ahora<br />

volvía a recordar aquellas<br />

palabras crípticas que, según<br />

entendió, implicaban algo vergonzoso.<br />

Por lo visto, la muñeca<br />

también sabía el secreto: la<br />

niña no pertenecía al mundo<br />

de su padre. Reconoció que este<br />

hecho fundamental le causaba<br />

dolor y deseó ese mundo<br />

que no conocía. Abrazó a<br />

la muñeca para mitigar su desasosiego.<br />

Quizá si pudiera sentirla<br />

realmente suya... pero la<br />

muñeca era muy tiesa. No doblaba<br />

los brazos o las piernas.<br />

Su abrazo tuvo el sabor de una<br />

prisión de plástico.<br />

9:30 pm Su madre sirve temprano<br />

la cena a los niños. Sentada<br />

a la mesa con todos, la<br />

muñeca se miraba muy linda y<br />

sus tíos le tomaron fotos con<br />

ella. Fue una buena manera<br />

de renovar el brillo de la noche<br />

que se había ido tornando<br />

deslucida. Elisita pensó que<br />

quizá podría encariñarse con<br />

la intrusa. Aun una muñeca<br />

tan ausente tendría que rendirse<br />

al encanto de una familia<br />

así de buena.<br />

10:15 pm Jorgito le echó medio<br />

vaso de ponche encima a<br />

la muñeca. La abuela exclamó:<br />

“¡Dios mío... van a arruinar ese<br />

juguete tan fino!” Elisa sintió<br />

mil cristales quebrarse en su<br />

cabeza. Estaba asustada por<br />

varias cosas al mismo tiempo:<br />

que ella y la muñeca no casaran,<br />

no saber cómo cuidarla,<br />

que su padre nunca volviera a<br />

enviar a su secretario con un<br />

regalo tan hermoso, pero más<br />

que nada le asustó el hecho<br />

monstruoso de que la muñeca<br />

pudiera tragársela.<br />

11:30 pm Después de muchas<br />

vacilaciones, Elisita la cargó<br />

escaleras arriba. No había nadie,<br />

pues todos abajo, esperaban<br />

las doce. El cuarto, sumido<br />

en la penumbra, era el<br />

que su madre dijo que había<br />

sido de su padre cuando vivía<br />

con ellas, aunque la tía Eugenia<br />

la miraba de reojo, queriendo<br />

desdecirla. En la habitación<br />

sólo había un ropero solemne.<br />

La niña lo abrió temblando.<br />

Dentro del mueble estaba muy<br />

oscuro. Era el reino olvidado<br />

de sus juegos infantiles. Metió<br />

a la muñeca en la cavidad espesa<br />

y cerró la puerta con llave,<br />

temiendo que, siendo tan<br />

fuerte, pudiera escapar. Bajó a<br />

jugar con sus primos, como si<br />

nada hubiera acontecido, pero<br />

algo llevaba entre manos: por<br />

primera vez había sentido el sabor<br />

de la maldad premeditada.<br />

Carol Zardetto. Es una<br />

abogada guatemalteca que<br />

también se ha desempeñado<br />

como guionista de cine,<br />

diplomática y novelista. En<br />

2004 ganó el premio de<br />

Novela Mario Monteforte<br />

Toledo por su obra Con pasión<br />

absoluta.


EL ESTRENO<br />

VANESSA NÚÑEZ HANDAL<br />

El sol recalentaba las piedras<br />

del camino. La Jesenia corría.<br />

Saltaba de sombra en sombra,<br />

procurando enfriarse los pies<br />

que se le cocían entre el piedrín<br />

y el polvo caliente. Era la<br />

única que no usaba uniforme.<br />

En sus manos llevaba un cuaderno<br />

de páginas ralas y en<br />

la bolsa un lápiz pequeñito de<br />

tanto sacarle punta. Al llegar a<br />

la escuela se refregó los pies.<br />

Quiso quitarse el polvo para<br />

que no se fueran a burlar de<br />

ella. Cuando lo hacían, se resguardaba<br />

tras el cuerpo costilloso<br />

de Nelson para que no la<br />

vieran llorar.<br />

Que no les hiciera caso, le<br />

decía él entonces. Que las bichas<br />

la molestaban porque<br />

eran sin oficio. Que cuando la<br />

mamá pudiera le iba a comprar<br />

zapatos. Como los de ellas, pero<br />

más bonitos.<br />

Por las tardes la Jesenia daba<br />

maicillo y agua a las gallinas del<br />

corral de la tía. Nelson llevaba<br />

las mulas al río. Había que tener<br />

cuidado. Aquellos animales<br />

eran ariscos y más de una vez lo<br />

habían tirado al suelo.<br />

A ellos no se les repartía crema<br />

para el almuerzo. Y nada de<br />

andar velando el queso y la leche<br />

que se tomaban las primas.<br />

Agradecidos debían estar que<br />

se les daba de comer.<br />

Aquella tarde, calurosa a pesar<br />

de ser diciembre, los mosquitos<br />

habían comenzado a formar<br />

nubes cuando se fueron<br />

corriendo calle abajo. Era difícil<br />

espantárselos. Sólo con<br />

el humo de un cigarro. Pero la<br />

mamá se los tenía prohibido.<br />

Por eso ella tosía y tosía por<br />

las noches, como si se le fuera<br />

a salir el alma. A veces sacaba<br />

sangre. Trabajaba la milpa desde<br />

tempranito hasta bien entrada<br />

la tarde, y a veces les llevaba<br />

frijoles y maíz.<br />

SIGLO<strong>21</strong>.COM<br />

GUATEMALA, DEL 18 AL 25 DE DICIEMBRE 2011<br />

3<br />

Se espantaron los moscos<br />

con hojas de guineo. Siguieron<br />

bajando el empedrado. La<br />

Jesenia se detuvo frente a una<br />

pila de olotes y hojas de milpa.<br />

Nelson la llamó sin dejar<br />

de correr.<br />

¿Qué te pasa? –le gritó varias<br />

veces–. Pero ella no pareció escucharlo.<br />

–Te voy a dejar atrás–<br />

volvió a gritar, arremangándose<br />

el pantalón. Ella lo siguió. Llevaba<br />

en las manos un par de zapatos<br />

amarillos. Con las uñas les<br />

fue quitando el lodo.<br />

La mamá se los remendó con<br />

pita y les puso suela de caite.<br />

Aquel primer día de clases la<br />

Jesenia iba feliz. Las piedras ya<br />

no le lastimaban los pies y el<br />

polvo ya no la quemaba.<br />

En el recreo, Nelson la encontró<br />

escondida detrás de un palo<br />

de mango. Sus pies removían la<br />

tierra con rabia. La prima la había<br />

llamado ladrona. Todos se<br />

habían burlado de ella.<br />

–No llorés– le dijo, con los<br />

ojos aguados. La otra navidad<br />

la mamá te va a comprar unos<br />

más bonitos.<br />

Vanessa Núñez Handal.<br />

Nacida en San Salvador, en<br />

1973. Actualmente reside<br />

en Guatemala. Es abogada,<br />

pero también posee<br />

una maestría en Literatura<br />

Hispanoamericana por la<br />

Universidad Rafael Landívar.<br />

Recientemente publicó la<br />

novela Dios tenía miedo<br />

con F&G Editores.


DIMITRI<br />

GLORIA HERNÁNDEZ<br />

¡Ajá!, me dijo, con que te gusta<br />

la música agridulce. “Sweet<br />

and sour” fue su expresión real.<br />

Yes, I love it, if you mean happy<br />

and sad, le respondí. Empezamos<br />

a hablar de música. Él conocía<br />

muchos nombres de autores<br />

balcánicos. Su tienda, en la calle<br />

Letenska, estaba llena de recuerditos<br />

para turistas pero yo había<br />

entrado atraída por el anuncio<br />

de la música. Tengo más allá<br />

arriba, si quieres venir… Luego<br />

de unas escaleras estrechas,<br />

pasamos a un sitio muy bien dispuesto,<br />

acogedor y limpio. Tenía<br />

muchas libreras con discos de<br />

música, organizados por autor.<br />

Esta es música gitana, dijo, y<br />

la habitación se inundó de unas<br />

notas dulces y nostálgicas, aunque<br />

de una alegría que invitaba<br />

a bailar. Toma los que quieras y<br />

vete, me dijo, para mi sorpresa.<br />

No, respondí, ¿por qué? ¿Cómo<br />

te llamas? Dijo algo que no entendí,<br />

un poco asombrado y se<br />

sentó a observarme mientras yo<br />

buscaba entre sus estantes. Entonces,<br />

me detuve y lo vi. Tenía<br />

una pelusa dorada sobre sus orejas<br />

y su nuca bronceada. Sus ojos<br />

tristes eran demasiado grises. O<br />

al revés. Sentí que lo conocía de<br />

tiempo atrás. Me senté a su lado<br />

y conversamos como si hubiéramos<br />

sido amigos toda la vida.<br />

4 GUATEMALA, DEL 18 AL 25 DE DICIEMBRE 2011<br />

No sé cuánto tiempo estuve ahí.<br />

El amor, la vida, la música, los<br />

encuentros inesperados, la gente,<br />

el puente San Carlos; todos<br />

los temas se sucedieron en aquella<br />

improvisada intimidad. Unas<br />

horas más tarde, dijo sin recelo:<br />

Me llamo Dimitri, ¿quieres un<br />

té? Asentí y mientras nos tomamos<br />

una infusión de jazmín me<br />

fue recitando aquel popular poema<br />

japonés del efecto paulatino<br />

en el espíritu de las consecutivas<br />

tazas de té.<br />

Alguien entró en la tienda allá<br />

abajo y yo recordé mi itinerario<br />

para aquella tarde. Lo invité a ir<br />

a un concierto de música clásica<br />

checa, Smetana, Dvorak… y para<br />

mi sorpresa, aceptó muy contento.<br />

Cerramos la tienda y nos fuimos<br />

a una sala de conciertos cerca<br />

del Cementerio Judío. ¿Sabes<br />

que en este cementerio hay tres<br />

capas de muertos superpuestas?<br />

Nunca quisieron empezar con<br />

la cuarta, aunque la tierra se va<br />

ocupando de hacer espacio para<br />

más. No respondí. Sólo seguí caminando<br />

junto a él. El lugar era<br />

extraño, bajamos unas gradas del<br />

ancho del edificio y entramos a<br />

un sótano amplio pero con techo<br />

bajo y ventanas que daban a la<br />

calle, por arriba de las paredes.<br />

No había demasiada gente pero<br />

los músicos tocaron como si hu-<br />

SIGLO<strong>21</strong>.COM<br />

biera lleno completo. Un cuarteto<br />

impecable, todo en negro, muy<br />

estudiado, muy técnico pero para<br />

mi gusto, le había hecho falta<br />

color, no sé, pasión… Me concentré<br />

entonces en Dimitri. Sin<br />

verlo más que de reojo, sabía que<br />

en sus ojos yacían mis respuestas.<br />

Algo me unía a él, algo que<br />

no podía definir. ¿Me recordaría<br />

a algún amante; me evocaría el<br />

recuerdo del hijo que nunca tuve;<br />

me llevaría de vuelta al gris<br />

azul de los ojos de mi abuelo?<br />

Me pregunté cómo sonaría en su<br />

idioma natal, tan cadencia, tan<br />

dulzura, tan llanto. Nunca sabríamos<br />

eso del otro, pensé entonces.<br />

Saldríamos del concierto<br />

y no nos volveríamos a ver.<br />

Yo estaba en Praga por solo tres<br />

meses. Nunca sabríamos más<br />

detalles de la vida de esa persona<br />

a nuestro lado. Su recuerdo<br />

sería el brillo triste de sus ojos y<br />

la música lánguida de Bulgaria<br />

que me había regalado.<br />

Nuestras miradas se encontraron<br />

unos segundos mientras se<br />

terminaba una danza de Smetana.<br />

Debía haber escuchado mis<br />

pensamientos. Todas las posibilidades<br />

consideradas unos minutos<br />

antes se esfumaron. Sonrió<br />

y sus ojos se iluminaron con su<br />

rostro por primera vez. Tomó<br />

una de mis manos entre las suyas<br />

y pasó sus dedos sobre las marcas<br />

en mi muñeca. Yo quise retirar<br />

mi mano pero él la sostuvo<br />

con fuerza. La pasó sobre la suya<br />

entonces y no pude evitar llorar.<br />

Sus cicatrices eran más jóvenes<br />

que las mías, pero igual compartíamos<br />

el dolor de vivir.<br />

Regresamos a la tienda, a la<br />

música, a nuestra intimidad. Olvidé<br />

mis caminatas después del<br />

trabajo, los museos, las conferencias,<br />

los acuerdos internacionales,<br />

mi misión allá. Volví una y<br />

otra vez. A escuchar más música<br />

de la suya y a deleitarme con las<br />

palabras de Kafka en sus cartas a<br />

su amada Milena, en su voz. Nos<br />

encontramos algunas veces en<br />

un café en la placita frente a la catedral<br />

de San Nicolás y leímos la<br />

poesía de Jan Neruda, de Rilke y<br />

de Kundera. Nos sentamos otros<br />

días en una banca frente a la plaza<br />

Starometska a compartir nuestros<br />

silencios prolongados. Él besaba<br />

mis muñecas y yo besaba<br />

las suyas. Aquellas cicatrices nos<br />

habían permitido este encuentro.<br />

Me llamaba Milena y yo me divertía<br />

con mi anonimato.<br />

Hoy es Navidad, me dijo un<br />

día que llegué más temprano.<br />

En efecto, todo estaba adornado,<br />

aunque apenas era octubre.<br />

De acuerdo, atiné a responder.<br />

Compusimos la mesa con lo que<br />

él había comprado: una verdadera<br />

cena navideña con champaña<br />

y dulces y budín de ciruela. Comimos,<br />

bailamos y le anuncié<br />

entonces que mi regalo era mi<br />

verdadero nombre. No, dijo y se<br />

levantó de la mesa. Una gran bolsa<br />

de discos y libros de poesía tenía<br />

marcado Milena por todos lados…<br />

Aquella noche, el amor fue<br />

intenso, desesperado, hermoso<br />

pero lejano. Me quedé por primera<br />

vez a dormir y salí corriendo<br />

el lunes a mis obligaciones en el<br />

centro de convenciones. No pude<br />

llamar ni martes ni miércoles<br />

pero el jueves pude regresar, al<br />

fin. Llevaba un regalo para él. Me<br />

senté sobre la acera de enfrente<br />

porque mis piernas no pudieron<br />

sostenerme.<br />

Una señora de unos sesenta<br />

años quitaba las decoraciones<br />

navideñas y las guirnaldas de luces<br />

que Dimitri había colocado.<br />

En su lugar, instalaba sobre la<br />

puerta una enorme moña de gasa<br />

negra, como su ropa, como el<br />

dolor que la embargaba, como el<br />

vacío que se me instalaba en las<br />

entrañas, desde entonces, para<br />

siempre.<br />

Gloria Hernández. Nació<br />

en Guatemala en 1960. Es<br />

máster en Literatura Hispanoamericana<br />

por la Universidad<br />

Rafael Landívar. Ha<br />

vivido por largos períodos<br />

en Estados Unidos, Inglaterra<br />

y Argentina. Desde 2002<br />

publica narrativa, tanto para<br />

niños como para adultos.


UNA NAVIDAD<br />

EN EL EXILIO<br />

JESSICA MASAYA PORTOCARRERO<br />

El mundo es un espanto, está<br />

acabado. Busco exilio, asilo<br />

emocional. Veo una burbuja<br />

brillante, aislada, flotante, no se<br />

comprende cómo su fragilidad<br />

logra sostener tantos productos,<br />

tanto plástico, tanto cemento.<br />

Me acerco, me deslumbro, la luz<br />

me llama, me encandilo.<br />

Afuera llueve, truena, graniza.<br />

Veo por la ventana de una<br />

casa de suburbio iluminada<br />

con mil foquitos. Mis sucias<br />

manos ensucian el vidrio de<br />

la ventana, mi aliento lo empaña.<br />

Tiemblo. Adentro, todos<br />

SIGLO<strong>21</strong>.COM<br />

GUATEMALA, DEL 18 AL 25 DE DICIEMBRE 2011<br />

5<br />

sonríen, están bien vestidos,<br />

tienen aparatitos para entretenerse,<br />

se mandan mensajes,<br />

se toman fotos. Me descubren,<br />

me asusto, me invitan a entrar.<br />

Una vez cruzo la puerta,<br />

que parece de madera pero no<br />

lo es, todo es demasiado bueno<br />

para ser realidad.<br />

Están reunidos alrededor de<br />

algo que parece ser un árbol,<br />

pero casi no se ve entre tanto<br />

moño y adorno. Todas las casas<br />

del condominio se parecen con<br />

sus acabados que parecen de<br />

lujo, su decoración sacada de<br />

la misma tienda, sus carros del<br />

año a plazos, la ropa cuidadosamente<br />

seleccionada pero que<br />

luce igual en todos. Su forma de<br />

expresarse cariño desmedido y<br />

la forma en que todo para ellos<br />

es relindo y recool.<br />

Yo, luciendo un disfraz que<br />

ni me queda bien (sufriendo<br />

para no ahogarme con el corsé),<br />

trato de llevar el ritmo,<br />

de sonreír hasta que me duelen<br />

los músculos de la cara, de<br />

aprender sus ritos y símbolos<br />

que van cambiando a cada momento.<br />

Trato de creer, pero no<br />

se trata del dios de mis mayores,<br />

sino del dios del sistema,<br />

trato de ir llena de gozo a su<br />

templo más cercano: un enorme<br />

centro comercial abarrotado<br />

que tiene promociones que<br />

ofrecen más felicidad.<br />

Pero todo me sale mal. Mi<br />

naturaleza se va revelando y<br />

rebelando poco a poco, esa forma<br />

maldita de ser hace crecer<br />

lo que llevo dentro. De pronto,<br />

todo se va a la mierda, la faja<br />

explota. Me veo una reluciente<br />

superficie tal y como soy y me<br />

asusto, pero me quiero como a<br />

un monstruo encerrado en el<br />

ático, en mi cabeza.<br />

El caos empieza como un<br />

dolor de estómago, luego sube,<br />

sube, sube, el diafragma se<br />

oprime, los pulmones se inflan,<br />

el corazón se aplasta. El grito<br />

está listo para salir, el vómito<br />

en la puerta de la garganta para<br />

mancharlo todo.<br />

Las paredes blancas, los sillones<br />

relucientes, los numerosos<br />

espejos y los pisos encerados<br />

son el lienzo de mi furia.<br />

Quiebro lozas, porcelanas, vidrios<br />

y cristales. Mientras un<br />

grito ensordecedor sale de mí,<br />

me libera. Muerdo, río y lloro a<br />

la vez, enloquecida.<br />

Llega seguridad, vestidos de<br />

traje oscuro y con discretos radios<br />

de intercomunicación disimulados,<br />

tratan de sacarme<br />

sin que nadie se asuste, pero es<br />

imposible. Me arrastran mientras<br />

yo hundo mis uñas, ahora<br />

crecidas, deformes, afiladas,<br />

en cualquier superficie.<br />

Me lanzan de la burbuja, caigo<br />

en el lodo. Me siento mejor,<br />

ha parado de llover y observo<br />

una pequeña flor silvestre que<br />

sale tímida entre las piedras.<br />

Jessica Masaya. Nació en<br />

1972, en Guatemala. Ha publicado<br />

cuentos desde 1999,<br />

por lo que se le ha reconocido<br />

en varios certámenes<br />

literarios nacionales. Con<br />

su libro Diosas decadentes<br />

ganó, en 2000, el Certamen<br />

Permanente Centroamericano<br />

15 de Septiembre.


COMANDO<br />

A DISTANCIA<br />

FRANCISCO ALEJANDRO MÉNDEZ<br />

Santo Negro descansaba en su<br />

sillón verde reclinable, mientras<br />

dos prostitutas se esmeraban<br />

en “hacerle” las las manos y los<br />

pies. pies. El sillón estaba ubicado<br />

casi a la la mitad de la habitación,<br />

estilo barbería de pueblo. A A su<br />

alrededor, cuatro fortachones,<br />

con la cabeza rapada, tatuajes<br />

por todo el cuerpo, con camisetas<br />

de tirantes y pantalones fl ojos,<br />

lo lo custodiaban con armas<br />

hechizas, cadenas y y bates. Uno<br />

de ellos, el más alto, con exageradas<br />

cicatrices cicatrices en su rostro,<br />

esperaba con ansias la visita<br />

de un personaje que aparecía<br />

eventualmente ante su jefe<br />

para ofrecerle artículos raros,<br />

como ojos y prótesis de extremidades.<br />

Se trataba de El Gran<br />

Fascinador, quien además era<br />

un experto en quiromancia, pero<br />

que según los fornidos guardaespaldas,<br />

era todo un farsante<br />

y un bueno para nada.<br />

La habitación estaba tapizada<br />

de televisores plasma de<br />

muchas pulgadas, las que reproducían<br />

series y telenovelas<br />

con temática de cárteles de la<br />

droga. En la esquina izquierda<br />

vigilaba silencioso un enorme<br />

refrigerador plateado de dos<br />

puertas, con máquina para hielo<br />

instantáneo incorporada, repleto<br />

de cervezas, jugos de to-<br />

6 GUATEMALA, DEL 18 AL 25 DE DICIEMBRE 2011<br />

SIGLO<strong>21</strong>.COM<br />

mate, carnes y una que otra bolsa<br />

con cocaína. Desde el suelo<br />

destacaba una gruesa alfombra<br />

multicolor, atestada de pulgas<br />

y la cual debía ser pisada únicamente<br />

por pies descalzos, so<br />

pena de muerte. Dos American<br />

Pitt Bull Terrier, con sendos collares<br />

con púas, chips incorporados,<br />

descansaban, casi bufando<br />

sobre la alfombra. Santo<br />

Negro ordenó que por ser Navidad<br />

les llevaran huesos de fé-<br />

mur de ganado para afi lar sus<br />

dientes y mantenerlos en alerta.<br />

El clima era bastante fresco.<br />

Una enorme caja de aire acondicionado,<br />

activada a través de<br />

un control remoto, era la causante<br />

de que nadie se quejara o<br />

del frío o del calor.<br />

En los pocos espacios de pared<br />

se notaban fotografías de perros,<br />

de jugadores de futbol populares<br />

y algunos pósters de bandas musicales<br />

y de luchadores.<br />

—Si no aparece el farsante<br />

ese, seguramente va a ordenar<br />

que lo enfriemos, ¿verdad<br />

patrón? Mugió uno de los fortachones,<br />

apodado el Devol,<br />

originario del norte del país,<br />

negro, con más de quince ingresos<br />

en la cárcel, ex militar<br />

(para los militares) acusado de<br />

robo de vehículos, extorsión,<br />

secuestro, asesinato en grado<br />

de tentativa y homicidio. —Usted,<br />

con todo respeto, patrón,<br />

ha sido bastante tolerante con<br />

ese farsante, pero cuando usted<br />

guste, procedemos.<br />

Un leve golpe en la puerta<br />

de entrada alertó a todos. Santo<br />

Negro puso mute a todos los<br />

televisores y meneó la cara, como<br />

ordenando, para que abrieran<br />

la puerta. El Gran Fascinador<br />

usaba un traje veraniego:<br />

mocasines pasados de moda,<br />

sin calcetines, un pantalón<br />

color salón, camisa fl oreada<br />

abierta mostrando carentes vellos<br />

en su pecho, pero con una<br />

postura como de oso hastiado<br />

de tanto pelo. Se quitó los anteojos<br />

imitación Ray Ban, se<br />

inclinó y descubrió su rala cabellera,<br />

que segundos antes<br />

permanecía bajo un sombrero<br />

Borsalino negro, como con un<br />

acto de magia.<br />

—Dejate de pajas y decime qué<br />

tenés para vender. Espero que<br />

tengás algo bueno o mis muchachos<br />

sabrán qué hacer con vos.<br />

El Gran Fascinador se deslizó<br />

como lagarto hasta el sillón<br />

reclinable. Las dos prostitutas,<br />

que en realidad eran dos travestis,<br />

sonrieron cuando sacó de su<br />

bolsa un extraño objeto brillante,<br />

el cual causó alarma en los<br />

miembros de la seguridad, pues<br />

desenfundaron sus pistolas y le<br />

apuntaron como si hubiera sacado<br />

una navaja o un puñal. Sin<br />

embargo, El Gran Fascinador<br />

tomó con ambas manos el brillante<br />

objeto de no más de seis<br />

centímetros de largo, lo jugó entre<br />

sus manos y se lo llevó a la<br />

boca, como si hubiera sido un<br />

camaleón, que con la lengua jaló<br />

un débil insecto.<br />

—Esta que ve aquí, Santo Negro,<br />

es una de las armas más<br />

letales que usted haya visto en<br />

su fructífera vida. Es una especie<br />

de control remoto con el<br />

que puede movilizar armas letales<br />

como esas dos que están<br />

a la par suya.<br />

Santo Negro se carcajeó tanto<br />

que hasta comenzó a llorar.<br />

Se llevó ambas manos al abultado<br />

estómago. Enseguida comenzó<br />

a pegarle con los puños<br />

a los brazos del sillón.<br />

—Arriesgaste tu vida por una<br />

estupidez como esa. Si no me<br />

decís de qué se trata hago que<br />

te maten ahora mismo —graznó<br />

Santo Negro mientras levantaba<br />

una mano y chasqueaba.<br />

—Tranquilo, Santo Negro. Se<br />

me hace que no le está cayendo<br />

bien el pedi y el manicure.<br />

Esto que tengo en la boca es<br />

lo último en tecnología, y si no<br />

me paga con buen billete, seguramente<br />

me lo trago. Observe<br />

bien, pues.<br />

En ese momento activó el objeto<br />

metálico y de inmediato ambos<br />

perros dejaron la posición<br />

en la que estaban y se pararon<br />

en una posición de alerta.<br />

—Si vuelvo a presionar, seguramente<br />

tus perros se transformarán<br />

en bestias criminales.<br />

Esto, Santo Negro, es la perfecta<br />

innovación para tus ataques.<br />

Funciona a distancia y parecerá<br />

que fue un simple ataque canino.<br />

No te va a costar mucho,<br />

solamente quiero salir hoy para<br />

saludar a mis cuates en Navidad.<br />

En la pared está la lista<br />

de tus regalos. ¿Con quién querés<br />

que comiencen tus perritos?<br />

Ah, y un pavito relleno por favor.<br />

El Gran Fascinador se alejó<br />

de espaldas a la puerta y levantó<br />

la mano como apuntando hacia<br />

los chuchos, los que mostraban<br />

sus colmillos amenazantes.<br />

Francisco Alejandro<br />

Méndez. Nació en 1964,<br />

en Guatemala. Es narrador,<br />

periodista y catedrático en<br />

varias universidades. Su trabajo<br />

periodístico y literario<br />

ha recibido numerosos premios<br />

nacionales. Es doctor<br />

en Estudios de Cultura Centroamericana<br />

con énfasis en<br />

Literatura por la Universidad<br />

Nacional de Costa Rica.


AÑOS<br />

JAVIER MOSQUERA<br />

SARAVIA<br />

Estás sentado en la recepción<br />

del edificio de ese organismo<br />

internacional. Suficiente aluminio<br />

y vidrio para despersonalizar<br />

cualquier sentimiento. El sillón<br />

es negro y cómodo. Acompañás<br />

a un amigo que busca inútilmente<br />

trabajo. Han pasado unos<br />

veinte minutos... Los primeros<br />

cinco los consumiste viendo los<br />

folletos informativos de la institución,<br />

hasta que te aburriste de<br />

los niños desnutridos. Luego te<br />

recostás a dormitar, sin pensar<br />

en nada. ¡Qué absurda manera<br />

de desperdiciar la mañana de un<br />

24 de diciembre cualquiera!<br />

Te sacude la promesa de un<br />

sueño inconveniente. Entonces<br />

decidís ponerte los audífonos<br />

del reproductor de música<br />

y dejarte llevar. Garota Nacional<br />

de los Skank empieza a brotar<br />

como murmullo de tus labios<br />

Aqui nesse mundinho fechado<br />

ela é incrível/ Com seu vestidinho<br />

preto indefectível/. Sentís<br />

deseos, incluso, de pararte y ensayar<br />

algunos pasos. Pero imaginás<br />

la escena. Un cincuentón<br />

bailando en una oficina impersonal,<br />

la recepcionista con los<br />

ojos desorbitados por la incredulidad,<br />

el guardia de seguridad<br />

listo a ponerte en tu sitio... Así<br />

que te conformás con el susurro<br />

Beat it laun, daun daun/ Beat it<br />

loom, dap´n daun/ Beat it laun,<br />

baun baun/.<br />

Te creés perdido y a salvo en<br />

las notas del reggae brasileño.<br />

Entonces observás a una hoja<br />

muerta ingresar por la puerta de<br />

vidrio. A pesar de ser el viento<br />

el causante de la irrupción, da la<br />

impresión de que a la extraviada<br />

algo le urge en esa dependencia,<br />

aunque su timidez de naturaleza<br />

muerta le impida hablarle a<br />

la empleada. Se arrastra un poco<br />

más y ya no la ves como un<br />

simple vegetal. Su traqueteo doloroso<br />

contra el piso empieza a<br />

entristecerte irremediablemente.<br />

Estás a punto de levantarte<br />

a recogerla y acariciarla con cariño,<br />

pero el muchacho de la limpieza<br />

llega con una escoba y un<br />

recogedor y la confina en el bote<br />

de la basura. En ese instante recordás<br />

su mirada y una necesi-<br />

dad inaplazable te atrapa. Sí, hoy<br />

se cumplen exactamente treinta<br />

años de aquella tarde, y a pesar<br />

de que es una estupidez, te lenvantás<br />

y salís del edificio con la<br />

intención de ir a buscarla.<br />

***<br />

Era la primera vez que la veías<br />

allí. A pesar de tu poco tiempo<br />

en México, el café de esa librería<br />

era como tu segunda casa<br />

y a fuerza de constancia ya conocías<br />

a los clientes regulares.<br />

Ella parecía un ente extraño en<br />

la Ghandi. Demasiado linda para<br />

intelectual de café con leche.<br />

Sus manos acariciaban pinturas<br />

con los dedos en un mantel absolutamente<br />

blanco para tus labios.<br />

Su pelo castaño acogedor y<br />

los ojos verdes incomprensibles.<br />

Y vos, con tanta adolescencia remanente,<br />

¿cómo ibas a acercarte?<br />

Habías comprado dos o tres<br />

libros para tu consumo y uno<br />

para regalar. Entonces sonrió.<br />

Te sonrojaste y arrepentiste ¿y<br />

si esa sonrisa no tenía nada que<br />

ver contigo? Pero luego te llamó.<br />

Siéntate conmigo, no muerdo.<br />

No supiste a qué horas pasó<br />

tanto tiempo. Debías irte. Era 24<br />

de diciembre y habías prometido<br />

almorzar con la compañera<br />

responsable. Pero, ¿cómo ibas a<br />

recordar ahora semejante nimiedad<br />

si ya caminaban de la mano<br />

por los Viveros de Coyoacán?<br />

Después ignoraste la inminencia<br />

del atardecer y quisiste conjurar<br />

la eternidad. Te dio un beso<br />

suave en los labios. Respondiste<br />

con la locura de quien descubre<br />

el paraíso. El roce de sus pezones<br />

en tus dedos, la humedad de<br />

su sexo en el recuerdo. Es hora de<br />

regresar. No te dio ningún teléfono<br />

ni otra suerte de señal, pero te<br />

prometió esperarte algún día en<br />

el mismo café. No te entristezcas.<br />

Si no me encuentras, insiste, no estaré<br />

lejos. Sólo búscame en el día correcto.<br />

Te prometo que aunque pasen treinta<br />

años, volveré.<br />

SIGLO<strong>21</strong>.COM<br />

El 26 no apareció. Ni los siguientes<br />

tres días. Dos meses<br />

después, la buscaste algunas<br />

tardes al azar. Nada. Entonces<br />

decidiste que aquello fue sólo<br />

una broma de la cotidianidad,<br />

un espejismo del destino.<br />

Cuando tuviste que decidir entre<br />

quedarte o emigrar, no tuviste<br />

problema en hacer la maleta.<br />

Sin embargo, en la puerta<br />

del avión, te supiste incompleto.<br />

Algo de ti se quedaba perdido<br />

en esa mirada de líquenes y<br />

madreselvas.<br />

GUATEMALA, DEL 18 AL 25 DE DICIEMBRE 2011<br />

***<br />

7<br />

Ni siquiera esperás a tu amigo.<br />

Además, ¿qué le vas a decir?,<br />

¿cómo explicar la insensata urgencia<br />

de ir a esa librería? Atravesás<br />

media ciudad en un metro<br />

que ya creció más allá de tus<br />

recuerdos. En todo caso es una<br />

ventaja que ahora haya una estación<br />

a media cuadra del lugar.<br />

Cuando salís a la calle, por Avenida<br />

Universidad, tardás unos<br />

momentos en ubicarte.<br />

Das la vuelta en la esquina en<br />

donde está el Vips. Se precipitan<br />

dos o tres recuerdos de comidas<br />

con rostros difuminados en una<br />

historia que se desvanece en tus<br />

canas. Ya nada es igual. Hasta la<br />

Ghandi ahora tiene dos locales.<br />

Uno enfrente del otro. Te parás.<br />

La imagen te estrella en el rostro<br />

la certeza de que todo fue un<br />

abrir y cerrar de ojos. ¿En qué<br />

fugacidad dejaste perdidos treinta<br />

años de tu vida? Parece ayer,<br />

pero ya ni siquiera es hoy sino<br />

pasado mañana. En un segundo<br />

querés recordar si alguna vez,<br />

parado enfrente de esa librería,<br />

imaginaste alguna clase de futuro.<br />

En otro, caés en la tentación<br />

de desear un porvenir diferente.<br />

Casi das media vuelta y regresás<br />

por donde viniste. A cada instante<br />

se hace más evidente que no<br />

sos lo que alguna vez soñaste. Y<br />

nunca lo serás. Sin embargo, es<br />

necesario sacarte esta duda maldita.<br />

Entrás.<br />

Por supuesto, no está, y aunque<br />

estuviera, ¿cómo ibas a reconocerla?<br />

Terminás de un trago el<br />

café y te sentís más estúpido que<br />

hace un momento. “No estaré lejos”,<br />

recordás que te dijo.<br />

Si aquel día fuiste un adolescente<br />

ingenuo, hoy sos un viejo<br />

patético. Entonces decidís llevar<br />

la estupidez a sus últimas consecuencias<br />

y caminás rumbo a<br />

los Viveros. Si ya te asomaste a<br />

la orilla de los recuerdos, mejor<br />

desbarrancarse de una vez.<br />

Después de quince minutos,<br />

pasa frente a ti una pareja de<br />

jóvenes. Ella tiene el pelo color<br />

castaño incomprensible y los<br />

ojos de un verde acogedor. Sus<br />

dedos pintan acuarelas con sus<br />

manos en unos labios absolutamente<br />

rojos para tus promesas.<br />

Él tiene el aire que vos tenías a<br />

esa edad. No debe ser, no puede<br />

ser, definitivamente no tiene que<br />

ser ella; y por supuesto, no sos<br />

vos. Sin embargo, te levantás y<br />

los seguís disimuladamente. Te<br />

acercás despacio, necesitás estar<br />

seguro. La muchacha le habla si<br />

no me encuentras, insiste, no estaré lejos.<br />

Sólo búscame en el día correcto.<br />

Te prometo que aunque pasen treinta<br />

años, volveré.<br />

Javier Mosquera Saravia.<br />

Nació en Guatemala en<br />

1961, pero vivió exiliado en<br />

México entre 1981 y 1991.<br />

Ha publicado 3 libros de<br />

cuentos, un poemario y una<br />

novela. Fue considerado este<br />

año como uno de los 25<br />

secretos mejor guardados<br />

en la FIL de Guadalajara.


SALA DE CINE<br />

MAURICE ECHEVERRÍA<br />

Nunca había realmente celebrado<br />

la Navidad. Tenía vagos recuerdos<br />

de cuando su madre,<br />

antes de morir, le convidaba regalos<br />

y le daba besos, o le urgía<br />

con una sonrisa conmovida a<br />

arreglar el árbol con ella –ese<br />

árbol improvisado, ese árbol sin<br />

rasgos–, y hasta cocinaba un pavo<br />

extraño en la pequeña cocina<br />

(sólo entonces cocinaba, sí). Y<br />

aquello le parecía como un alud<br />

luminoso y pasado, detenido en<br />

lo más íntimo, en lo casi doloroso<br />

de la memoria. En realidad<br />

su recuerdo de esas navidades<br />

–tan pocas fueron, tan remotas–<br />

eran más bien impresiones,<br />

y estaba demasiado pequeño,<br />

demasiado cerca del sueño, como<br />

para decir que realmente las<br />

había vivido.<br />

Luego, cuando creció, se fue<br />

alejando de cualquier forma de<br />

celebración, y en especial navideña,<br />

quizá un tanto –especulemos–<br />

como reacción o revuelta<br />

a la arrancada muerte de su madre.<br />

Nunca pudo volver a sentir<br />

aquello que sentía cuando estuvo<br />

ella, y nunca otra vez una Navidad<br />

cobró eso fulgurado, esa<br />

ebriedad y esa dicha.<br />

En los últimos años había decidido<br />

pasar la Navidad en un<br />

cine, sin llevar a nadie, debidamente<br />

solo. Viendo alguna pelí-<br />

8 GUATEMALA, DEL 18 AL 25 DE DICIEMBRE 2011<br />

cula vieja o pornográfica, cualquier<br />

cosa en realidad, en una<br />

sala barata. Es de pensar que<br />

era una forma de alejarse de su<br />

propia biografía, y de no invitar<br />

el recuerdo remoto –no abstracto–<br />

de su madre.<br />

Nunca había nadie, en el cine,<br />

o sólo un borracho inocuo y a lo<br />

mejor dormido.<br />

Esta vez entró y la sala estaba<br />

vacía. “Qué bien”, se dijo. Se<br />

dispuso en el asiento. Comprobó<br />

que tenía los cigarros con él,<br />

pues le molestaba tener que salir<br />

a media película a comprarlos.<br />

Y ya no por la película en sí,<br />

que siempre era mala, sino por<br />

el hecho de romper una secuencia,<br />

una razón íntima.<br />

Tardó tanto en empezar el filme.<br />

Ya comenzaba a desesperarse<br />

cuando de súbito se apagaron<br />

las luces, y un haz de luz se proyectó<br />

con una suerte de inercia<br />

o letargo en la pantalla. Nada<br />

entonces le daba más placer, y<br />

podía dejarse llevar con entera<br />

displicencia, con un placer indiferente,<br />

y podía seguir sin demasiada<br />

ocupación los avatares<br />

irrelevantes de la proyección.<br />

Veinte minutos después de<br />

iniciada la historia, entró, como<br />

furtivamente, una señora.<br />

Al principio no le puso demasiada<br />

atención. Siguió viendo las<br />

imágenes, ajeno a su presencia.<br />

Pero luego, por un efecto de curiosidad<br />

o mero azar se detuvo<br />

en su figura. Estaba ella delante,<br />

delante y a un lado, y podía ver<br />

la espalda, y el cabello blanquecino<br />

y un poco del perfil. ¿Podría<br />

ser? Y cada vez que se detenía a<br />

SIGLO<strong>21</strong>.COM<br />

observarla se convencía de que<br />

sí, de que esa señora que estaba<br />

delante era su madre.<br />

Trató de cavilar con mil razones,<br />

trató de acudir a lo más<br />

lógico, lógico, trató de fingir, pero el<br />

perfil, el el perfil era exacto, y la la<br />

mano, cómo confundir la mano,<br />

una mano ligera, ligera, delicadamente<br />

digna, griega, reservada. Y fue<br />

entonces cuando notó el anillo,<br />

y un vértigo, una niebla giratoria<br />

le aturdió la cabeza.<br />

Se quedó unos minutos detenido,<br />

sin saber muy bien qué hahacer. La pantalla del del cine hospedaba<br />

imágenes, imágenes, una y otra, y era<br />

imposible darle a todo todo eso una<br />

fisonomía, fisonomía, una idea de progreprogresión. El malestar, la angustia quizá:zá:<br />

encendió presurosamente un<br />

cigarro. El humo veleidoso levitaba<br />

y tomaba cuerpo por por entre<br />

la luz de la proyección. proyección. Las bubutacas estaban extrañamente extrañamente vavacías. Sólo eran él y su madre.<br />

Y se levantó. No quiso más<br />

tener que vivir ese momento insensato,<br />

como si él él fuese el el que<br />

estaba en una película remota y<br />

fatigada. La miró otra vez, salió.<br />

En la sala quedaron los tres o<br />

cuatro espectadores que miraban<br />

la trama de la película. Hubo<br />

alguien que que preguntó indignado<br />

a su acompañante:<br />

–Pero ¿por qué no habló con<br />

ella? Navidad, y nosotros mirando<br />

esta película de mierda.<br />

El otro alzó los hombros,<br />

indiferente.<br />

Maurice Echeverría. Nació<br />

en Guatemala en 1976. Es<br />

escritor y periodista. Estudió<br />

Filosofía y Letras en la<br />

Universidad Rafael Landívar.<br />

Desde 1998 ha publicado<br />

libros de cuentos y novelas.<br />

En 2006 ganó el concurso<br />

de Novela Mario Monteforte<br />

Toledo con su obra Diccionario<br />

Esotérico.


DOS<br />

QUETZALES<br />

ÁLVARO ARRIVILLAGA CORTEZ<br />

Mi padre me pidió que le llevara<br />

unas cajas que le guardaba<br />

desde muchos años atrás en<br />

una pequeña bodega debajo<br />

de las gradas. Cuando las cargaba<br />

para subirlas al carro, la<br />

más grande de ellas se desplomó,<br />

dejando caer al suelo todo<br />

su contenido. Por lo que tomé<br />

una bolsa de la cocina y empecé<br />

a introducir las cosas que<br />

estaban desparramadas por todas<br />

partes. Unos libros, fólders,<br />

hojas sueltas, estuches de<br />

plumas, de lentes y sobres, era<br />

prácticamente el contenido de<br />

aquella caja. Lo último en meter<br />

fue un sobre, y que, ya habiendo<br />

terminado la limpieza,<br />

me detuve a ver. Era uno de los<br />

sobres del árbol de Navidad de<br />

mi abuelo, Papá Juan.<br />

Pocas cosas durante mi infancia<br />

eran poco predecibles<br />

como el almuerzo de Navidad<br />

en la casa del abuelo. A papá<br />

no lo veía tan seguido, quizá<br />

unas tres o cuatro veces al<br />

año. Vivía solo. Nunca me pregunté<br />

por qué no lo hacía junto<br />

a mi abuela. Las imágenes<br />

que tengo sobre él son sólo<br />

las que están ligadas a la Navidad.<br />

Seguro a los siete años<br />

no me hacía preguntas tan<br />

elaboradas y por supuesto no<br />

había respuestas. Seguro tampoco<br />

me importaba. Sin embargo,<br />

sí inventaba historias<br />

sobre cada visita a su casa<br />

y me creía todo lo que decían<br />

mis hermanos y primos<br />

mayores sobre las cosas<br />

tan curiosas que encontraríamos<br />

cada 24 de diciembre,<br />

cuando lo visitábamos.<br />

Mamá, pocas veces iba. La<br />

elaboración de la pierna en el<br />

horno, bañada en especias y<br />

cerveza le absorbía horas de<br />

faena en la cocina. Nosotros<br />

los cuatro hermanos, junto a mi<br />

padre, emprendíamos un largo<br />

viaje alrededor del mediodía<br />

hacia la Primero de Julio, lugar<br />

que me parecía otro país por<br />

la distancia que recorríamos.<br />

Al llegar, siempre identificaba<br />

con exactitud la vivienda de mi<br />

abuelo a pesar de que todas las<br />

casas eran exactamente iguales.<br />

De la casa sólo recuerdo<br />

el cuarto de mi abuelo, aunque<br />

seguro había otros ambientes.<br />

Era grande y estaba lleno de<br />

muebles con gavetas y una cama<br />

inmensa que podía alojar a<br />

cuatro o cinco primos a la vez.<br />

Siempre con su riguroso poncho<br />

de viejito sobre la cama<br />

y dos enormes almohadas<br />

con sobrefunda blanca,<br />

perfectamente planchada<br />

y estirada. Caminaba<br />

alrededor del<br />

cuarto y no importaba<br />

SIGLO<strong>21</strong>.COM<br />

GUATEMALA, DEL 18 AL 25 DE DICIEMBRE 2011<br />

9<br />

hacia donde miraba, siempre<br />

estaba lleno de curiosidades:<br />

un reloj despertador, una gaveta<br />

afanosamente ordenada<br />

con lapiceros, un reloj de<br />

cadena, las respectivas<br />

fotos en blanco y negro y<br />

una colección de pañuelos,<br />

bufandas y sombreros.<br />

Todo muy en su sitio, nada<br />

en queé tropezarse. Según parece<br />

la obsesión por el orden<br />

se desarrolla con la edad en la<br />

familia. Ya una vez ahí todos,<br />

cada quien hacía lo suyo. Los<br />

primos mayores podían ver cosas<br />

de ya casi adultos; mi padre<br />

por su lado sacaba cada herramienta<br />

de la caja verde que mi<br />

abuelo tenía.<br />

Sin embargo, ya a eso de las<br />

dos de la tarde, lo más extraordinario<br />

de esa celebración de<br />

Navidad era que el abuelo sacaba<br />

el arbolito. Éste, ubicado<br />

en lo más cercano al centro<br />

del cuarto, era un colgador<br />

de sombreros y abrigos, carente<br />

de luces o adornos. Ese era<br />

nuestro árbol. El árbol de Navidad<br />

del abuelo. No tenía ramas,<br />

no olía a nada, más que a viejo.<br />

Era un largo y escuálido palo<br />

de madera, con unos alambres<br />

en la parte superior para colgar<br />

sombreros o abrigos. Pero<br />

era ahí donde mi Papá Juan<br />

colocaba pequeños sobres, cada<br />

uno con nuestro nombre, a<br />

puño y letra de él, con letra de<br />

carta, letra de abuelo. Y dentro<br />

de cada sobre encontrábamos<br />

según nuestra edad, de dos a<br />

cinco quetzales. Siempre en billetes<br />

completamente nuevos,<br />

sin una sola arruga. Yo imaginaba<br />

todo lo que podría comprar<br />

con esos dos quetzales.<br />

Recuerdo cómo se me iluminaban<br />

los ojos al ver los dos billetes<br />

de un quetzal que me tocaban.<br />

Luego me imaginaba lo<br />

que podría comprar con cinco<br />

quetzales, aunque estos no fueran<br />

míos, pero igual me daba<br />

el placer de gastar el dinero de<br />

mi hermano mayor, al que ya le<br />

tocaba esa cantidad. No sentía<br />

envidia ni rencor por no recibir<br />

igual. Celebraba de la misma<br />

forma si eran míos o de mi hermano.<br />

A esa edad las alegrías y<br />

las tristezas no sólo se compartían<br />

sino de alguna manera se<br />

vivían en carne propia.<br />

Antes de irnos, pasábamos<br />

a comer en una mesa completamente<br />

improvisada para<br />

eso. Unos platos enormes y<br />

vasos con hielo llenaban por<br />

completo la mesa. Nos permitían<br />

tomar toda el agua gaseosa<br />

que podíamos. Mis pies no<br />

tocaban el suelo al estar sentado,<br />

por lo que los balanceaba<br />

con ritmo a la energía que<br />

todos sentíamos. A pesar de<br />

estar tan feliz, deseaba correr<br />

adonde se encontraba mi mamá,<br />

para contarle todo. El dinero,<br />

la comida, mis ilusiones.<br />

Entrada la tarde era momento<br />

de decir adiós. El riguroso<br />

beso en la frente de mi abuelo,<br />

era un ritual muy especial<br />

entre todos.<br />

Esto me ha hecho pensar<br />

que esta Navidad debo colgar<br />

también unos sobres en nuestro<br />

árbol. En mi casa ya no<br />

creen en los regalos, ni en Santa,<br />

mucho menos en los Reyes<br />

Magos. Quizá al ver los sobres<br />

y abrirlos encontraré de nuevo<br />

todo lo que he perdido.<br />

Álvaro Arrivillaga Cortez.<br />

Nació en Guatemal, en<br />

1964. Pese a que es médico<br />

de profesión, nunca ha dejado<br />

de escribir. Ha sido cobijado<br />

bajo el ala del Centro<br />

de Formación de Novelistas<br />

de España. Recientemente<br />

publicó el libro de cuentos<br />

y poemas Chiviricuartas.


Magacín<br />

10 SIGLO.<strong>21</strong> DOMINGO 18 DE DICIEMBRE DE 2011<br />

El mejor regalo<br />

de Navidad es<br />

una sonrisa<br />

Usted también puede<br />

ayudar al Hogar<br />

Como en todas las casas guatemaltecas, en esta<br />

también hay necesidades a diario. Por eso es muy<br />

fácil encontrar la manera de colaborar con los niños.<br />

Sólo hace falta un corazón dispuesto.<br />

El camino a Ciudad Satélite (Mixco)<br />

se hizo célebre el pasado invierno,<br />

tras desplomarse un trozo de carretera,<br />

lo que le costó la vida a dos<br />

personas y dejó incomunicado a un<br />

sector de la ciudad. En esa ruta se<br />

encuentra el Hogar Miguel Magone,<br />

un centro donde viven 60 niños de<br />

entre 3 y 16 años de edad. Estos chi-<br />

ROPA Y ZAPATOS<br />

PARA TODOS<br />

Los niños comparten su guardarropa<br />

completo. Esto implica<br />

un desgaste acelerado<br />

de las prendas de vestir. Por<br />

esa razón es necesario renovar<br />

el vestuario constantemente.<br />

Cualquier pieza para niños de<br />

3 a 15 años es bienvenida.<br />

cos son referidos a este lugar por el<br />

Juzgado de la Niñez, generalmente<br />

por problemas de adicción y alcoholismo<br />

de sus padres. Sin embargo,<br />

hay un grupo de unos 165 niños de<br />

las comunidades cercanas que también<br />

es atendido.<br />

Este hogar fue fundado en 1997,<br />

sin ningún tipo de ayuda guberna-<br />

mental, para brindar una atención<br />

integral a los chicos: tratamiento<br />

psicológico, odontológico, talleres<br />

de carpintería, serigrafía, panadería,<br />

música y computación. “La<br />

idea es que los pequeños aprendan<br />

un oficio, y que al salir de aquí puedan<br />

superarse”, afirma Karen Rodas,<br />

la fundadora.


ARTÍCULOS<br />

DE HIGIENE<br />

Pasta y cepillos de dientes, jabón,<br />

champú, detergente y todos<br />

esos artículos básicos para<br />

la higiene personal y el lavado<br />

de ropa, son también un<br />

requerimiento constante. Una<br />

dotación de estos productos<br />

se agradecerá con el corazón.<br />

UN VOLUNTARIO<br />

NUNCA ESTÁ DE MÁS<br />

Si no tiene recursos económicos<br />

para regalar, también puede<br />

donar su tiempo como voluntario.<br />

Si es profesional, puede<br />

brindar su servicio como<br />

dentista, psicólogo, músico,<br />

carpintero o bien, dando clases<br />

de computación o inglés.<br />

DOMINGO 18 DE DICIEMBRE DE 2011 SIGLO.<strong>21</strong> 11 Magacín<br />

Como en años anteriores,<br />

Corporación de Noticias, S.A.<br />

(casa editora de los diarios <strong>Siglo</strong>.<strong>21</strong><br />

y al día) organizó una<br />

fiesta para llevar un momento<br />

de alegría a los pequeños.<br />

Después de disfrutar junto a<br />

ellos un show de payasos, juegos<br />

de feria e inflables, pinta-<br />

RECICLAJE PARA<br />

LA VENTA<br />

El papel o latas de aluminio<br />

que se acumulan, ya sea en su<br />

lugar de trabajo o en su casa,<br />

pueden tener un mejor uso en<br />

este Hogar. Lo que ellos ganan<br />

con la venta de ambos se<br />

convierte en educación para<br />

los niños.<br />

caritas, piñatas, pastel, regalos<br />

y un donativo de ropa (que<br />

fue posible gracias a marcas<br />

amigas de <strong>Siglo</strong>.<strong>21</strong>), estos niños<br />

nos agradecieron con el<br />

mejor regalo de Navidad: sus<br />

sonrisas iluminadas.<br />

T/F. Stanley Herrarte sherrarte@siglo<strong>21</strong>.com.gt<br />

Magacín 136<br />

EDICIÓN: Wendy García Ortiz COLABORARON EN<br />

ESTA EDICIÓN: Carol Zardetto, Vanessa Núñez Handal,<br />

Gloria Hernández, Jessica Masaya Portocarrero, Francisco<br />

Alejandro Méndez, Javier Mosquera Saravia, Maurice<br />

Echeverría, Álvaro Arrivillaga Cortez, Stanley Herrarte<br />

ILUSTRACIÓN: Alejandro Azurdia DISEÑO: Luis Villacinda,<br />

Alexander Mérida CORRECCIÓN: Dolores Tumax<br />

Publicación dominical de <strong>Siglo</strong> <strong>21</strong><br />

www.s<strong>21</strong>.com.gt | magacin@siglo<strong>21</strong>.com.gt | 2423-6392<br />

“¿Alguna<br />

vez has<br />

sentido la<br />

necesidad<br />

de que alguien<br />

te abrace?”<br />

Wendy Jerez es una<br />

voluntaria que llegó estas<br />

vacaciones a trabajar en el<br />

hogar. Al principio ella se<br />

confunde entre los niños<br />

internos, pero después<br />

de ver con atención, su<br />

trabajo sobresale. Siempre<br />

tiene un zapato que<br />

amarrar o algún pequeño<br />

para cargar. Dependiendo<br />

de la edad de los niños,<br />

Wendy puede convertirse<br />

en mamá, en amiga o en<br />

con dente. Su vocación de<br />

servicio le permite faltar<br />

a su casa por semanas<br />

completas.<br />

“Llegué a este hogar hace<br />

un mes y medio. Antes<br />

de conocer este proyecto<br />

fui voluntaria durante cinco<br />

años en una institución que<br />

trabaja con personas con<br />

discapacidades físicas.<br />

Actualmente trabajo como<br />

maestra de preprimaria<br />

y estudié Pedagogía en Administración<br />

Educativa en<br />

la Universidad de San Carlos.<br />

Me gusta sentirme útil.<br />

Siento que puedo ayudar<br />

a las personas, incluso<br />

con una sonrisa, y eso me<br />

encanta. En este hogar hay<br />

muchas historias que me<br />

impactan, pero sé que con<br />

sólo escuchar a los chicos<br />

ya estoy haciendo algo positivo<br />

en sus vidas. Los niños<br />

necesitan tiempo personalizado,<br />

afecto y palabras<br />

de ánimo.<br />

¿Alguna vez has sentido la<br />

necesidad de que alguien te<br />

abrace? Aquí hay un niño de<br />

dos años que me dice mamá.<br />

Este tipo de situaciones me<br />

ayuda a apreciar lo poco que<br />

tengo. Cuando me inicié en<br />

los voluntariados mi mamá<br />

se molestaba, pero ahora me<br />

apoya. Con el tiempo comprendió<br />

que esto me gusta...<br />

ayudar me llena”.

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