Arlt, Roberto - El juguete rabioso - ET Nº32 DE 14
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Robert <strong>Arlt</strong> - <strong>El</strong> <strong>juguete</strong> <strong>rabioso</strong> <strong>El</strong> Ortiba<br />
<strong>El</strong> empuje de Enrique fue tan enérgico, que el primitivo rechinamiento estalló en un estampido<br />
seco.<br />
Enrique se detuvo y permanecimos inmóviles..., alelados.<br />
—¡Qué bárbaro! —protestó Lucio.<br />
Podíamos escuchar nuestras anhelantes respiraciones. Lucio involuntariamente apagó la<br />
linterna y esto, aunado al espanto primero, nos detuvo en la posición de acecho, sin el atrevimiento<br />
de un gesto, con las manos temblorosas y extendidas.<br />
Los ojos taladraban esa oscuridad; parecían escuchar, recoger los sonidos insignificantes y<br />
postreros. Aguda hiperestesia parecía dilatarnos los oídos y permanecíamos como estatuas,<br />
entreabiertos los labios en la expectativa.<br />
—¿Qué hacemos? —murmuró Lucio.<br />
<strong>El</strong> miedo se quebrantó.<br />
No sé qué inspiración me impulsó a decir a Lucio:<br />
—Tomá el revólver y andate a vigilar la entrada de la escalera, pero abajo. Nosotros vamos a<br />
trabajar.<br />
—¿Y las bombas quién las envuelve?<br />
—¿Ahora te interesan las bombas?... Andá, no te preocupés.<br />
Y el gentil perdulario desapareció después de arrojar al aire el revólver y recogerlo en su vuelo<br />
con un cinematográfico gesto de apache.<br />
Enrique abrió cautelosamente la puerta de la biblioteca.<br />
Se pobló la atmósfera de olor a papel viejo, y a la luz de la linterna vimos huir una araña por el<br />
piso encerado.<br />
Altas estanterías barnizadas de rojo tocaban el cielo raso, y la cónica rueda de luz se movía en<br />
las oscuras librerías, iluminando estantes cargados de libros.<br />
Majestuosas vitrinas añadían un decoro severo a lo sombrío, y tras de los cristales, en los lomos<br />
de cuero, de tela y de pasta, relucían las guardas arabescas y títulos dorados de los tejuelos.<br />
Irzubeta se aproximó a los cristales.<br />
Al soslayo le iluminaba la claridad refleja y como un bajorrelieve era su perfil de mejilla<br />
rechupada, con la pupila inmóvil y el cabello negro redondeando armoniosamente el cráneo hasta<br />
perderse en declive en los tendones de la nuca.<br />
Al volver a mí sus ojos, dijo sonriendo:<br />
—Sabés que hay buenos libros.<br />
—Sí, y de fácil venta.<br />
—¿Cuánto hará que estamos?