Dulce Chacón y CIELOS DE BARRO - Paseo Virtual por Extremadura
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<strong>Dulce</strong> <strong>Chacón</strong> y <strong>CIELOS</strong> <strong>DE</strong> <strong>BARRO</strong><br />
¡Vaya pedazo de novela!, ¿sabe usted? Cielos de barro es una novela magistral y una<br />
prueba contra los agoreros que mantienen que la novela está agotada, que no tiene<br />
futuro.<br />
Posee el tono dolorido de novelas ya clásicas como Los santos inocentes y la<br />
denuncia de las injusticias sociales de los caciques rurales. También recuerda a Pedro<br />
Páramo i y la historia del hijo que vuelve décadas después ii para encontrarse con la<br />
muerte: “Dijo que regresaba para morir. Traía la muerte en los ojos, ¿sabe usted?” (pág.<br />
9); y toparse con un paisaje desolado y un cacique mortecino: “El abandono lo sintió en<br />
las piernas, cuando se negaron a seguir caminando” (pág. 275). Desde estos posibles<br />
referentes, <strong>Dulce</strong> <strong>Chacón</strong> elabora una impecable novela basada en anécdotas y sucesos<br />
de su Zafra iii natal, aunque ha sabido, como los textos citados, trascender lo regional y<br />
dotarlo de una entidad más humana.<br />
Antonio, un viejo alfarero iv que ya no puede dar forma al barro con sus manos, irá<br />
modelando, con la voz del recuerdo y las sensaciones, la vida de las gentes de su<br />
pueblino extremeño. Allí, durante la Guerra Civil, sucedieron horrores que lastran<br />
todavía el presente de los personajes, a pesar de que aparezcan pruebas objetivas de que<br />
la sociedad ha mejorado para el pueblo llano: los antiguos oligarcas venden sus tierras,<br />
Antonio cobra una pensión de jubilación o su nieto tiene un abogado de oficio. No<br />
obstante, las viciadas relaciones de poder que tanto los marqueses de Sanara y los<br />
señores de Albuera como sus descendientes han impuesto a sus sirvientes continúan<br />
engendrando venganzas y recelos que alcanzan su máxima tensión con un oscuro<br />
asesinato múltiple.<br />
Antonio es un personaje secundario del que únicamente escuchamos sus respuestas al<br />
comisario que investiga el asesinato sucedido en el cortijo de “Los Negrales”. De este<br />
modo sabemos de él, pero su monólogo refleja indirectamente a su interlocutor, al<br />
comisario. Antonio, como narrador testigo que no participa en los hechos principales,<br />
posee un conocimiento de la historia sesgado y selectivo, pues es viejo y evoca<br />
retrospectiva y fragmentariamente su juventud, la guerra, su vida de casado con Nina v , a<br />
los señores y señoritos del cortijo, etc. Habla con el comisario <strong>por</strong>que inicialmente<br />
quiere defender la inocencia del hijo de Isidora, y después la de su propio nieto Paco,<br />
inculpados accidentalmente en los crímenes.<br />
Además, hay un segundo narrador que complementa con su omnisciencia lo que<br />
Antonio desconoce. Es un narrador más tradicional, pero que juega con el tiempo para<br />
intrigarnos no sólo con la resolución de los asesinatos sino también con las intrincadas<br />
relaciones de dominio y humillación que se establecieron entre criados y señores<br />
durante el conflicto. Si Antonio realiza un viaje interior al fondo de su memoria, este<br />
otro narrador revela la prehistoria de los hechos narrados <strong>por</strong> el alfarero. Ambos<br />
narradores se alternarán sucesivamente en las cuarenta y seis secuencias narrativas de<br />
las cuatro partes que estructuran la novela, de manera que leeremos en paralelo, ora<br />
Antonio ora el narrador omnisciente, las secuencias que nos desgranan los avatares de<br />
esas enredadas y tensas relaciones. Y esa mezcla de tiempos, espacios y personas<br />
narrativas conseguirán revivir intensamente un pasado que ya había sido ocultado.<br />
<strong>Dulce</strong> <strong>Chacón</strong> inicia la novela con un enigmático personaje que llega de noche con la<br />
muerte en los ojos, tres páginas después tenemos noticia del asesinato, eje narrativo<br />
que origina la investigación del comisario y la conversación campechana y sentenciosa<br />
de Antonio. A continuación, los dos narradores nos pondrán al corriente de una rica<br />
galería de personajes vi , en la que la bondad y el infortunio serán patrimonio de los<br />
criados; y la malicia y el engreimiento serán privativos de los señores: Carmen Paredes,
Leandro y Victoria, Felipe, Julián. Y de tal modo estos últimos -paradigmas del poder<br />
económico, político y social- manifestarán sin cortapisas su rencor, su deseo de poseer y<br />
ascender, su egoísmo y su falta de escrúpulos, que sus inquinas y despechos son<br />
prácticamente la causa del dolor que apesadumbra a los sirvientes: Isidora y su hijo;<br />
Nina, su hija Inma, y su nieto Paco; etc.<br />
Tanta tensión acumulada se libera en el momento climático del asesinato. Finalmente,<br />
el lector, quizá sabrá <strong>por</strong> qué y quién ha sido, y conocerá las miserias de todos ellos. Sin<br />
embargo, conforme se cierra este enigma, otra incertidumbre se abre para Antonio: no<br />
sabe si su nieto Paco quedará libre para dormir nuevamente al raso, bajo un cielo<br />
marrón marrón y rojo, como los barros, ¿sabe usted?<br />
JOAQUÍN CORENCIA CRUZ<br />
i Antonio, el hijo de Isidora, parece una recreación de Juan Preciado, pues como él vuelve solitariamente a<br />
su pueblo natal para descubrir que es huérfano. Es cierto que hay leves diferencias, Juan Preciado sólo<br />
busca a su padre, ya fallecido, y encuentra la muerte y una Comala fantasmal, y Antonio busca a sus<br />
progenitores –ambos muertos- y descubre que su casa ha sido reducida a escombros.<br />
El ambiente de sombras y recuerdos que se funden en la novela de Juan Rulfo también está<br />
presente en Cielos de Barro cuando aparece Antonio: “Cogió el camino de su casa, se volvió hacia mí,<br />
me repitió que él no había sido y ya no lo vi más nunca. Parecía un forastero en el camino de su casa”<br />
(pág. 31). Esa sensación de irrealidad, de realismo mágico es más constatable en la página 247: “Dijo que<br />
regresaba para morir, y es como si se hubiera muerto, ¿verdad usted? Lo mismo no era él. L o mismo la<br />
sombra que me dijo adiós en el camino era la misma muerte, que ya lo había vestido, y era una alma<br />
perdida la que habló conmigo.”<br />
ii Efectivamente, en la primera página Antonio, el narrador, se refiere al otro Antonio de la novela, al hijo<br />
de la Isidora, con estos términos: “Llevaba cuarenta años perdido, me dijo como pidiendo perdón <strong>por</strong> una<br />
ausencia tan larga.”<br />
iii Como consecuencia de ello y del interés de la autora <strong>por</strong> reflejar la variedad lingüística extremeña, será<br />
frecuente la presencia de sus rasgos morfosintácticos y léxicos. Entre los primeros sobresale el diminutivo<br />
–ino/ina de origen asturleonés: pobrecino, pajarino, huertino, guarrino, miajina (que tiende a la aspiración<br />
en “mijina”), pañinos, mentirijina, carina, poquino, agüina, bajino, perrina, solinos, perdigoncino, cachino<br />
mentidina, sofoquinas, cachino, despacino, etc.<br />
Algunos términos manifiestan influencia andaluza (cucha, zambra), pero los más remiten al<br />
habla popular extremeña: chacho, bolindres, tahona, arrecíos, intercandente, matarife, morgaños, badila,<br />
salamanquesas, piconera, chinanclo, chacina, etc. Y, entre ellos, es llamativa la utilización de populares<br />
vocablos gastronómicos: bollas de chicharrón, calderetas, migas con sardina, sopa de tomate, perrunillas.<br />
iv Es curioso que un alfarero sea también el protagonista de otra novela de ese mismo año 2000, La<br />
caverna de Saramago, reseñada <strong>por</strong> Alberto Roldán en Parlem nº 13, pág. 20. Además, igual que en ella<br />
el protagonista modela el barro como sus ancestros: “Que yo fui alfarero como lo fue mi padre, y el padre<br />
de mi padre y el abuelo de mi abuelo” (página 165).<br />
El oficio tiene una simbología telúrica y mágica pues el barro, arcilla divina en la Biblia, quiere<br />
“sacar el alma entera y propia que lleva dentro” (pág. 11) y representa la capacidad popular de crear de la<br />
nada, de producir cántaros, botijos y perolas para el agua, origen y motor de la vida.<br />
v Cuando Antonio se refiere a Catalina, la Nina, descubrimos los momentos de mayor intensidad lírica de<br />
la novela: “llevaba un tajo en la cara. Y la tenía redonda y dulce. Y olía a gloria bendita” (pág. 122). Así,<br />
Catalina siempre es evocada con veneración: “yo clavé mis ojos en ella y no los desclavé hasta que<br />
salimos de la iglesia (...) Y desde entonces, lo que vieron mis ojos no lo vieron más que <strong>por</strong> esos ojos”.<br />
vi La historia de amor romántico entre la novicia enferma de tuberculosis y su médico republicano es en sí<br />
toda otra novela, o la vida y recuerdos mozos de Felisa, o la infancia secuestrada de Antonio y las cartas a<br />
sus padres, que le convierten en tercer narrador y que son reproducidas textualmente al filtrarlas la<br />
memoria del alfarero.