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Corcho Loco y Otros Relatos - GuajaRs

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forcejeo en el pasillo. Ella arrojó una lámpara y él resultó quemado, gritó. Golpeó a la<br />

viuda y la metió en el cuarto del difunto, manteniéndola en silencio. El fuego se había<br />

iniciado y los hombres pronto intentaban derribar la puerta de entrada. La viuda trató de<br />

pedir ayuda. Entonces él en su desesperación la degolló, allí bajo la cama, donde se habían<br />

ocultado. Una vez extinto el fuego él salió del cuarto con la intención de escapar por la<br />

ventana al final del pasillo para no ser visto, pero pisó el sitio del siniestro y cayó por él al<br />

lavadero. Nadie notó este incidente. Inmediatamente salió por donde había entrado.<br />

Pero... el mechón de cabello... ¿Los hombres que apagaron el fuego no lo<br />

notaron? La lámpara que inició el fuego estaba en la escalera, tampoco fue notada.<br />

¿Alguien más entró a la casa luego del incendio, antes de mi llegada? ¿Alguien<br />

más colocó el mechón de cabello para que yo lo viera, limpiando de otras pistas el sitio<br />

del crimen?<br />

Salgo de la casa y me enfrento a una multitud que exige silenciosamente una<br />

explicación. Estoy demasiado agotado para decir nada.<br />

Julio me ayuda a subir de vuelta a mi hogar. Doy instrucciones al panadero y al<br />

leñero para que vigilen la escena del crimen durante lo que queda de la noche.<br />

—La viuda está muerta —digo y noto el dolor en sus miradas—. En unas horas,<br />

con la luz del amanecer, registraremos el lugar. Que nadie entre a la casa. Aclararemos<br />

esto antes de tres días.<br />

Una mentira para hacerlos sentir seguros. Hasta entonces sospecharán de todo<br />

el mundo, de sus parientes y vecinos, incluso de mí, como la vez anterior.<br />

Los hombres regresan al grupo de curiosos con la mala noticia. Oigo el llanto<br />

cínico de las mujeres y los gruñidos sinceros de los hombres.<br />

Julio me deja en mi puerta y lo despido con una moneda. Subo mis escaleras<br />

casi asfixiado, dejando mis prendas en el camino. Y al llegar a mi cuarto saco el cofre<br />

de madera que guardo bajo la cabecera de mi cama, pesado como un ancla. Tomo la<br />

llave que cuelga de una cadenita en mi pecho y lo abro.<br />

En el fondo, entre cartas y papeles, bajo el diario de vida de Amada, hay un<br />

sobre blanco con una cinta roja. Un recuerdo de esa joven inolvidable, Cristal...<br />

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