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traban dejaron de profanarle con su tacto
impuro , notóse ea él ua mirar traaquilo
y firme, un ademaa impoaeate y
resigaado, y un aire que le hacia guardar
ua término medio ealre ua príacipe de
la tierra y ua mártir cristiaao. El feroz
de la Marck ao pudo , al presentársele,
dejar de sentir el íaflujo do la heroica
preseacia de áaimo de su prisionero; y
acaso la memoria de los beneficios que
de él recibiera, coatribuyci á iafuadirle
cierta irresolucíoa y á hacerle bajar los
ojos. Solo después de haber apurado
an graa vaso de vino, recobró su altivo
é iasoleale aspecto. Fijando eatonces la
vista ea el desgraciado cautivo , coa fatigosa
resplracloa, rechlaaadolos dieates,
esteadieado hacía él su puño apretado ,
y adoptando todos ios gestos que podían
escitar y sostener su ferocidad natural:
«¡ Luis de Borboa ! le dijo , yo te ofrecí
mi amistad; tú la despreciaste. ¿Qué no