Felipe II, Rey de Portugal - Inicio | Algo de Historia
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<strong>Felipe</strong> <strong>II</strong>, <strong>Rey</strong> <strong>de</strong> <strong>Portugal</strong><br />
<strong>Felipe</strong> <strong>II</strong> perdió un palote y ganó un<br />
reino. Las Cortes portuguesas,<br />
reunidas en el monasterio <strong>de</strong> Tomar,<br />
le proclamaron rey <strong>Felipe</strong> I <strong>de</strong><br />
<strong>Portugal</strong> un 16 <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 1581.<br />
Era la culminación <strong>de</strong> la estrategia<br />
matrimonial <strong>de</strong> los <strong>Rey</strong>es Católicos<br />
para unificar la Península Ibérica.<br />
<strong>Felipe</strong> <strong>II</strong> perdió un palote y ganó un reino. Las Cortes portuguesas,<br />
reunidas en el monasterio <strong>de</strong> Tomar, le proclamaron rey <strong>Felipe</strong> I <strong>de</strong> <strong>Portugal</strong> un<br />
16 <strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 1581. Era la culminación <strong>de</strong> la estrategia matrimonial <strong>de</strong> los<br />
<strong>Rey</strong>es Católicos para unificar la Península Ibérica.<br />
Y también era el final <strong>de</strong> la más brillante jugada <strong>de</strong> la política exterior<br />
española, que tuvo a la vez algo “<strong>de</strong> herencia, <strong>de</strong> conquista y <strong>de</strong> compra”.<br />
La política <strong>de</strong> enlaces <strong>de</strong> los <strong>Rey</strong>es Católicos logró unir las coronas <strong>de</strong><br />
Castilla, Aragón y Navarra, pero querían más, reunir a la Hispania romana, y<br />
echaron sus re<strong>de</strong>s nupciales en el vecino <strong>Portugal</strong>. Harían falta un siglo, ocho<br />
bodas y un consi<strong>de</strong>rable embrollo <strong>de</strong> parentescos (véase el árbol genealógico,<br />
muy simplificado) para recoger la pesca.<br />
La tercera generación, <strong>Felipe</strong> <strong>II</strong> y Juana, hijos <strong>de</strong> Carlos V y <strong>de</strong> Isabel <strong>de</strong><br />
<strong>Portugal</strong>, se casaron con los hijos <strong>de</strong> João <strong>II</strong>I <strong>de</strong> <strong>Portugal</strong>, María y Juan.<br />
No fueron muy felices estos matrimonios. María no era precisamente<br />
guapa ni a los 17 años, y el joven <strong>Felipe</strong> buscaba fuera <strong>de</strong> casa lo que no le<br />
satisfacía <strong>de</strong>ntro. La princesa lusa le lloraba a su padre y éste le escribía a<br />
Carlos V –su consuegro, triple cuñado y sobrino– trasladando las quejas <strong>de</strong><br />
“<strong>de</strong>samor”.<br />
“Cuando están juntos, parecía que [<strong>Felipe</strong>] estaba por fuerza, y en sentándose,<br />
se tornaba a levantarse e irse”, le <strong>de</strong>tallaba enojado el rey portugués a Carlos
V, dándole también noticia <strong>de</strong> que el joven <strong>Felipe</strong> se había echado una amante<br />
en Cigales con la que tenía un hijo. María duró poco, falleció <strong>de</strong> parto cuando<br />
tuvo su único hijo, don Carlos.<br />
Tampoco Juana disfrutó mucho su matrimonio; quedó viuda cuando<br />
estaba embarazada <strong>de</strong>l primer hijo. El niño, don Sebastián, fue rey <strong>de</strong> <strong>Portugal</strong><br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> los 3 años, y se pensó incluso en que fuera rey <strong>de</strong> España, en vista <strong>de</strong> la<br />
muerte <strong>de</strong> don Carlos, pero el joven monarca portugués tenía la cabeza a<br />
pájaros, y no se le ocurrió más que irse <strong>de</strong> cruzada a África.<br />
En Alcazalquivir don Sebastián encontró la épica que su ardiente<br />
corazón le reclamaba, la batalla <strong>de</strong> los Tres <strong>Rey</strong>es, la única <strong>de</strong> la <strong>Historia</strong> en la<br />
que han muerto tres monarcas, dos marroquíes y uno portugués. Don<br />
Sebastián se convirtió en leyenda –muchos portugueses negaban que hubiese<br />
muerto y periódicamente aparecían seudo-Sebastianes, falsarios o locos que<br />
reclamaban el trono–, pero <strong>de</strong>jó a la dinastía lusitana en vías <strong>de</strong> extinción.<br />
Le sucedió un anciano tío que a<strong>de</strong>más era clérigo, el car<strong>de</strong>nal don<br />
Enrique. Como era impensable para don Enrique tener hijos, convocó a los<br />
posibles here<strong>de</strong>ros y nombró una comisión, los Cinco Defensores <strong>de</strong>l Reino,<br />
para que <strong>de</strong>cidiesen quién tenía mejor <strong>de</strong>recho.<br />
En febrero <strong>de</strong> 1579 <strong>Felipe</strong> <strong>II</strong> recibió <strong>de</strong>l rey-car<strong>de</strong>nal la “carta <strong>de</strong><br />
notificación” que abría el pleito dinástico. Había cinco “pretensores”,<br />
<strong>de</strong>scendientes <strong>de</strong>l rey Manuel el Afortunado. Dos eran príncipes italianos sin<br />
ningún peso en <strong>Portugal</strong>. La duquesa <strong>de</strong> Braganza era mujer, un hándicap en<br />
la época. Y el cuarto, don Antonio, era bastardo.<br />
<strong>Felipe</strong> <strong>II</strong> era po<strong>de</strong>roso y vecino, tenía ejércitos y oro, y era el nieto mayor<br />
<strong>de</strong>l Afortunado. La alta nobleza apostó por unir su carro al <strong>de</strong> la primera<br />
potencia <strong>de</strong>l mundo, que era España. El arquetipo <strong>de</strong> ellos fue don Cristóbal <strong>de</strong><br />
Moura, que realizó una incansable labor convenciendo y comprando a los<br />
diputados <strong>de</strong> las Cortes portuguesas. Tras la muerte <strong>de</strong> don Enrique en 1580 el<br />
bastardo don Antonio se autoproclamó rey <strong>de</strong> <strong>Portugal</strong>, pero tres <strong>de</strong> los cinco<br />
Defensores emitieron la Declaração <strong>de</strong> Castromarim, estableciendo el mejor<br />
<strong>de</strong>recho <strong>de</strong> <strong>Felipe</strong> <strong>II</strong>.<br />
Paralelamente al apoyo <strong>de</strong> la legalidad, <strong>Felipe</strong> dio el golpe militar, larga y<br />
perfectamente preparado. El duque <strong>de</strong> Alba invadió <strong>Portugal</strong> por tierra, y don<br />
Álvaro <strong>de</strong> Bazán por mar. Más que conquista, fue un paseo militar.<br />
Con el país ocupado y los Defensores apoyando al español, las Cortes<br />
portuguesas, reunidas en el monasterio <strong>de</strong> Tomar, se vieron cargadas <strong>de</strong><br />
razones y doblones para proclamar a <strong>Felipe</strong> I rey <strong>de</strong> <strong>Portugal</strong>. Empezaba el<br />
primer acto <strong>de</strong>l Iberismo.<br />
En el siglo XVI estaba muy claro por qué queríamos al país vecino.<br />
<strong>Portugal</strong> era un imperio mercantil que se complementaba perfectamente con el<br />
español, territorial y militar. Los portugueses no habían echado esfuerzos en
conquistar y poblar países, sino en abrir puertos y obtener licencias<br />
comerciales en puntos clave, hasta en la lejana China.<br />
Con sus bases alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> toda África, en la India y Oceanía, en el<br />
Estrecho <strong>de</strong> Ormuz, la llave <strong>de</strong>l Golfo Pérsico, o en los <strong>de</strong> Malasia, las puertas<br />
entre el Índico y el Pacífico, controlaban las más ricas rutas comerciales.<br />
Lisboa era un emporio cosmopolita que <strong>de</strong>slumbraba a la sobriedad<br />
castellana, don<strong>de</strong> se encontraban los objetos más caros y lujosos que se<br />
podían comprar en Europa, sedas y porcelanas <strong>de</strong> China, ja<strong>de</strong>s, marfiles,<br />
plumas y animales exóticos, ¡hasta rinocerontes! Y por supuesto especias <strong>de</strong><br />
toda clase, que valían más que su peso en oro.<br />
A<strong>de</strong>más, para <strong>Felipe</strong> <strong>II</strong> la posibilidad <strong>de</strong> gobernar esa potencia mercantil<br />
tenía un interés estratégico: podría establecer un bloqueo comercial <strong>de</strong> sal y<br />
especias que quebrara la economía <strong>de</strong> los rebel<strong>de</strong>s holan<strong>de</strong>ses, el peor<br />
enemigo <strong>de</strong> la monarquía hispánica durante 80 años.<br />
A <strong>Portugal</strong> también le convenía la unión. La inagotable plata americana<br />
hacía <strong>de</strong>l real <strong>de</strong> a ocho español una moneda fuerte, que permitiría reanimar el<br />
comercio con Oriente, en crisis por la falta <strong>de</strong> dinerario. Y la potencia militar<br />
española protegería el comercio portugués <strong>de</strong> enemigos como los turcos,<br />
cuyos corsarios operaban ya por el Atlántico.<br />
Por eso, pese a las reticencias <strong>de</strong>l pueblo portugués, que “antes metería<br />
moros que castellanos”, la unión con la monarquía hispánica fue una solución<br />
feliz para las clases dirigentes lusitanas.<br />
La fórmula no era, por cierto, unión, sino “agregación”, y garantizaba la<br />
total autonomía <strong>de</strong> <strong>Portugal</strong>, que conservaba sus Cortes, leyes, moneda y<br />
lengua. No hubo <strong>de</strong>sembarco castellano en <strong>Portugal</strong> ni en su imperio. Todos<br />
los cargos públicos seguían siendo portugueses, y los españoles no podían<br />
emigrar a Brasil, única auténtica colonia <strong>de</strong> <strong>Portugal</strong>. Y sobre todo, el comercio<br />
con Oriente seguía siendo un monopolio luso.<br />
En cambio sí hubo <strong>de</strong>sembarco portugués en España. Des<strong>de</strong> ministros<br />
tan importantes para <strong>Felipe</strong> <strong>II</strong> como Ruy Gómez <strong>de</strong> Silva hasta cartógrafos<br />
como Teixeira, popular por su plano <strong>de</strong> Madrid, pero cuya inmensa obra fue<br />
levantar el mapa <strong>de</strong> las costas españolas para <strong>Felipe</strong> IV, pasando por artistas<br />
como Sánchez Coelho, que se convirtió en el retratista <strong>de</strong> la Corte madrileña.<br />
Los beneficios para <strong>Portugal</strong> se hicieron evi<strong>de</strong>ntes a principios <strong>de</strong>l reinado <strong>de</strong><br />
<strong>Felipe</strong> IV, cuando los holan<strong>de</strong>ses se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> Brasil. Fue un ejército<br />
español, al mando <strong>de</strong> don Fadrique <strong>de</strong> Toledo, quien recuperó el rico país<br />
americano para los portugueses. Lope <strong>de</strong> Vega le <strong>de</strong>dicaría una <strong>de</strong> sus obras,<br />
El Brasil recuperado.<br />
Sin embargo, a mediados <strong>de</strong> este mismo reinado comenzó el ocaso <strong>de</strong><br />
España como primera potencia. Y fue precisamente la incapacidad española <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r al imperio portugués frente a los holan<strong>de</strong>ses lo que propició el<br />
movimiento <strong>de</strong> in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia lusitano. No fue, en realidad, un hecho aislado,
hubo movimientos separatistas en Nápoles, Sicilia, Navarra, Aragón, Cataluña<br />
y hasta en Andalucía, don<strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los Gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong> España, el duque <strong>de</strong><br />
Medina Sidonia pretendía proclamarse rey.<br />
<strong>Portugal</strong> se levantó en armas y proclamó rey al duque <strong>de</strong> Braganza en<br />
1640. La guerra intermitente duró un cuarto <strong>de</strong> siglo, y hasta 1668 España no<br />
reconoció la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia portuguesa.<br />
Durante el siglo siguiente, las dos monarquías ibéricas mantuvieron en<br />
general malas relaciones. Entre 1762 y 1807, España invadió cinco veces<br />
<strong>Portugal</strong>, aunque los éxitos <strong>de</strong> las armas españolas en el campo <strong>de</strong> batalla<br />
eran siempre anulados por la diplomacia inglesa en la mesa <strong>de</strong> negociaciones.<br />
A veces serán guerras <strong>de</strong> opereta, como la Guerra <strong>de</strong> las Naranjas, un<br />
capricho <strong>de</strong> Godoy, el favorito <strong>de</strong> Carlos IV, que pretendía convertirse en rey <strong>de</strong><br />
los portugueses.<br />
Después viene un largo divorcio <strong>de</strong> casi dos siglos. A lo largo <strong>de</strong>l XIX,<br />
cuando fraguan los mo<strong>de</strong>rnos nacionalismos europeos, el <strong>de</strong> <strong>Portugal</strong> tiene<br />
como cemento “la amenaza española”, aunque España ya no está para<br />
amenazar a nadie. Las ciuda<strong>de</strong>s fronterizas lusitanas, sin embargo, se fortifican<br />
como si esperasen siempre una nueva invasión española.<br />
España, en realidad, ignora a <strong>Portugal</strong>, se olvida <strong>de</strong>l vecino, como si no<br />
existiera. Solamente lo va a <strong>de</strong>scubrir en abril <strong>de</strong> 1974, cuando la Revolución<br />
<strong>de</strong> los Claveles <strong>de</strong>rribe a la dictadura en el país vecino.<br />
Tras una temporada en que mantuvo su Corte en Lisboa, <strong>Felipe</strong> <strong>II</strong> volvió<br />
a Madrid. Para representar al rey habría un virrey <strong>de</strong> <strong>Portugal</strong>, que<br />
necesariamente tenía que ser portugués, a no ser que fuese miembro <strong>de</strong> la<br />
familia real.<br />
El primero en el cargo fue un sobrino <strong>de</strong> <strong>Felipe</strong> <strong>II</strong>, el car<strong>de</strong>nal-archiduque<br />
don Alberto. Era un cosmopolita: hijo <strong>de</strong>l emperador Maximiliano <strong>II</strong>, nacido en<br />
Viena, educado en España <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los 11 años, terminaría su vida como<br />
soberano <strong>de</strong> los Países Bajos por su matrimonio –tras colgar los hábitos– con<br />
la infanta Isabel Clara Eugenia.