Archivo PDF - Fabian Cesar Casas
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La situación gravitatoria en Berazategui y<br />
otros cuentos micropatrióticos.<br />
Fabían César <strong>Casas</strong>
La situación gravitatoria en Berazategui y otros<br />
cuentos micropatrióticos by Fabián César <strong>Casas</strong> is<br />
licensed under a Creative Commons<br />
Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada<br />
3.0 Unported License.<br />
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be available at www.fabiancasas.com.ar
Prólogo<br />
Parece ser que, en los últimos años, se puso de<br />
moda un tipo de literatura que se podría definir<br />
como “literatura del conurbano bonaerense”. Esta<br />
literatura se caracteriza por jugosas y sanguíneas<br />
descripciones de paisajes, personajes y situaciones<br />
que quedan del lado de afuera de la Capital<br />
Federal. Es como si el conurbano acunara<br />
escritores con el fin de que estos lo cuenten desde<br />
adentro del mito -porque al conurbano se le<br />
atribuyen tantas características fantásticas y tantos<br />
seres extravagantes (delincuentes por doquier,<br />
gente que vive como en el siglo XVII, avances<br />
tecnológicos que seguramente no llegan,<br />
minotauros, sirenas, hadas, topos, faunos) que ya<br />
alcanza el estatus de Mitología)- y así aniquilar toda<br />
leyenda.<br />
O alimentarla. Porque después de todo, el<br />
conurbano tiene calle, tiene picardía, tiene malicia, y
le divierte tanto como lo ofende que quienes no lo<br />
conocen lo contemplen como si se tratara de una<br />
bestia irracional.<br />
Y así como mi Lanús tiene a Sergio Olguín,<br />
Berazategui tiene a Fabián César <strong>Casas</strong> y a sus<br />
cuentos de Ciencia Ficción Justicialista. Así los<br />
llama él, y así son.<br />
El humor de <strong>Casas</strong> es superlativo. Es permanente<br />
pero sutil, no asfixia ni obliga. Cuando uno lo lee<br />
queda con la sensación de que se burla de sí<br />
mismo, de su geografía, de sus creencias políticas y<br />
de sus preferencias literarias, y que lo hace porque<br />
ama todo eso, y porque entiende que la risa -<br />
sonrisa o carcajada-, a veces es un signo de<br />
respeto profundo. Y como se burla de sí mismo y de<br />
aquello que integra su mundo, puede darse el lujo<br />
de reírse también de quienes no piensan como él,<br />
de quienes están en la vereda de enfrente. Pero es<br />
tan inteligente que -me parece- no da lugar a<br />
sentimientos de ofensa.<br />
Si por algún capricho de algún dios insoportable yo<br />
tuviera que destacar una única cualidad de <strong>Casas</strong><br />
como escritor -una segunda cualidad, digamos,<br />
porque ya mencioné el humor superlativo;
tomémoslo como una gambeta mía al dios<br />
insoportable e inventado por mí, ¡Ole!- mencionaría<br />
la capacidad de hacer ficción fantástica con la<br />
política y con sus circunstancias y consecuencias<br />
sociales. Los cuentos La semana aleatoria y<br />
Televisores del mar son sólo dos ejemplos de esto.<br />
Cuando yo era chica iba a misa con mi nona, y en<br />
misa me daban una hojita con los textos bíblicos del<br />
día, y en un rincón de la hojita había un chiste -por lo<br />
general muy malo- bajo el título “Mirando la Palabra<br />
con una sonrisa”. Sólo porque no me gustan los<br />
títulos con gerundio, y porque -a diferencia del chiste<br />
de la Iglesia- los cuentos de <strong>Casas</strong> son buenísimos,<br />
y porque el título “Mirando la Política con una<br />
sonrisa” me parece francamente un espanto, y<br />
porque después de todo ese título no alcanza para<br />
describir los cuentos de <strong>Casas</strong>, no lo utilizaré para<br />
titular este prólogo. Así que olvidemos esto.<br />
Berazategui, aquí tienen a su embajador literario.<br />
No lo dejen escapar.<br />
Aunque creo que él no iría a otro lado.<br />
Gilda Manso.
Agradecimientos<br />
Agradezco a mi ciudad, repleta de astronautas<br />
temporalmente desocupados. Sé que Berazategui<br />
no solo estará presente en la aventura espacial de<br />
la humanidad sino que algún día incluso se venerará<br />
esta micro nación en alguna colonia remota de la<br />
galaxia. Quizá ese planeta exóticamente poblado<br />
sea conocido como Bera 5, o algo así.<br />
Agradezco a mi mentor Sergio Gaut Vel Hartman,<br />
quien me empujó a escribir y me corrigió y aconsejó<br />
con paciencia de maestro. Agradezco también a<br />
Eduardo Carletti, no solamente por haber publicado<br />
mis cuentos en su prestigiosa revista Axxón, sino<br />
porque gracias a Axxón pude disfrutar de tanta<br />
buena ciencia ficción de excelentes autores de todo<br />
el mundo. Una mención especial debo hacer a mis<br />
queridos compañeros de Heliconia Literaria, que<br />
han escuchado estos cuentos en nuestras<br />
frecuentes tertulias y me han dado ánimo e<br />
inspiración.
Esta obra se baja libremente de<br />
http://www.fabiancasas.com.ar<br />
Quien no hay escarmentado, puede leer también<br />
mis blogs http://fabianteperdona.blogspot.com y<br />
http://sablelaser.blogspot.com<br />
Y si aún se pretende más, recomiendo los blogs<br />
heliconios http://brevesnotanbreves.blogspot.com y<br />
http://quimicamenteimpuro.blogspot.com<br />
Berazategui, febrero de 2012
Breve guía de Beraza.<br />
Aquí se dan algunas claves para mejor entender los<br />
relatos que siguen ya que las referencias<br />
geográficas, tan cerradas sobre esta escasa<br />
comunidad, podrían desorientar al lector extranjero.<br />
De hecho, eso sucederá inevitablemente porque<br />
como se comproborá al pie, habremos fracasado<br />
en este propósito mínimo. Lo único que quizá se<br />
logre es dar una panorama espiritual del<br />
berazateguense promedio (categoría estadística<br />
incomprobable y de utilidad relativa, hay que<br />
admitirlo) que tampoco aportará demasiado.<br />
Paciencia.<br />
Origenes.<br />
Berazategui, en un principio, no se llamaba así. Dos<br />
siglos atrás, la gente de Quilmes se refería a estos<br />
parajes australes como "Las lomas del sur". Los<br />
habitantes del actual Berazategui eran<br />
denominados "lomeños", "lomasureños" y<br />
posteriormente, "lománticos". Años más tarde, los
inmigrantes japoneses convirtieron la franja que<br />
abarca desde Plátanos hasta El Pato en una<br />
sucesión interminable de quintas y viveros de flores<br />
exquisitas. Fue por ese entonces, cuando el musical<br />
gentilicio dejó de usarse entre los jóvenes. En esas<br />
épocas de salvajismo intelectual, los muchachos<br />
criollos creían que, al llamarse a sí mismos<br />
"lománticos", realizaban una injusta y<br />
contraproducente propaganda sobre los<br />
inmigrantes orientales.<br />
El desengaño en Bera.<br />
Siempre se supo que berazateguenses comparten<br />
casi unánimemente la misma experiencia<br />
traumática: el desengaño precoz.<br />
Por ejemplo, raramente algún niño supera los tres<br />
años sin descubrir que los reyes son los padres. Así<br />
se llega, a corta edad, a la melancolía y el cinismo.<br />
¿Son los habitantes de Berazategui gente triste?<br />
Para nada. Se los puede contar entre los más<br />
alegres del país; lo cual no dice mucho en términos<br />
más amplios, como Latinoamérica y el Caribe,<br />
repletos de gente alegre, pero es algo. Y siempre<br />
fue así.
Bástenos mencionar el legendario corso de la<br />
avenida 14. Durante decenas de carnavales<br />
anuales, alegres comparsas nativas sacudían hasta<br />
los cimientos del Banco Provincia al son del<br />
frenético ritmo de tambores y entonados coros<br />
guturales. “Allí vienen los Chuma-chuma!”<br />
exclamaban repletos de gozo los niños, imitando a<br />
sus ídolos con todo tipo de palos y cañas que<br />
levantaban hacia el cielo como lanzas guerreras<br />
tehuelches. En esas mágicas noches, se podía ver<br />
a lo más selecto de la burguesía local mezclándose<br />
con gente que raramente paseaba por la arteria<br />
céntrica pues se venían desde Hudson, Villa<br />
España o los Manzanos a darse una vuelta por el<br />
centro únicamente para la ocasión, los maravillosos<br />
carnavales de la 14. De esta manera, cada corso<br />
era una especie de asamblea popular, donde uno<br />
veía a todos los vecinos de la ciudad, no solamente<br />
los del centro.<br />
La gente mayor recordará que antes aún del<br />
apogeo de la avenida 14, los festejos<br />
carnavalescos se realizaban en otra calle. Eran los<br />
temidos corsos de la 31! Muchos pretenden olvidar<br />
ese pasado, tal vez demasiado pagano y salvaje
para ser recordado a hijos y nietos, El corso de la<br />
31 era un desfile de muñecos, magos,<br />
espadachines, carrozas repletas de bailarines<br />
embanderados de lentejuelas de colores, sabrosas<br />
mujeres y, atención, travestis en ropa interior (que<br />
en aquel entonces carecían de nombre apropiado) .<br />
Y era una maravilla ver a esas “mujeres” depiladas<br />
de apuro danzar entre tules, al ritmo de los<br />
tambores, mientras pasaban frente a la iglesia local.<br />
Los niños se encargaban de revolear papelitos y<br />
hacer sonar matracas y silbatos y era así que toda<br />
la concurrencia reía y bailaba en la calle. El corso se<br />
ha ido desvaneciendo a lo largo de las décadas<br />
pasadas, pero su alegría menguante aún arranca<br />
sonrisas entre los niños de estos días.<br />
Claro está entonces que en Berazategui no se<br />
profesa la tristeza, sino todo lo contrario.<br />
¿Y dónde obtiene entonces el berazateguense<br />
promedio ese combustible para el alma, cuando<br />
sabemos, por ejemplo, que ningún joven de la<br />
ciudad ingresa a la adolescencia con el corazón<br />
intacto? Al contrario, ya las “viejas” penas de amor<br />
lo han convertido en un experto paciente de amigos<br />
y tíos, confesores entusiastas aunque
incompetentes, por supuesto. ¿Cómo se soporta la<br />
existencia sabiendo que la vida no es sino una<br />
sucesión de mentiras que se demuelen a nuestro<br />
paso errático?<br />
Tal vez la respuesta tenga algo que ver con otra<br />
característica de los "lománticos": la absoluta<br />
insensatez a la hora de decidir las jugadas inútiles<br />
que ensayarán contra el destino. A pesar de todo lo<br />
que les pasa, parece mentira, son gente<br />
esperanzada.<br />
Discriminación<br />
Muchos extranjeros creen que los berazateguenses<br />
son discriminados por provenir de hogares<br />
humildes, de barrios carenciados o familias de<br />
inmigrantes. Algo hay de cierto en la presunción,<br />
pero no es la pobreza típica de la zona la principal<br />
causa del desprecio al que se somete al natural de<br />
Berazategui.<br />
Al berazateguense se lo desprecia antes que nada<br />
por impresentable. El aspecto de desaliño y<br />
descuido no está relacionado con el origen humilde<br />
de quien lo porta. Aunque ambos males coincidan,
ninguno es causa del otro. Se dan, simplemente... Y<br />
como si esto fuera poco, raro es que el natural de la<br />
Capital Del Vidrio se moleste en quitarse de encima<br />
el mote de "grasún". Las nobles mujeres de esas<br />
tierras del sur son mentadas, injustamente, como<br />
"pardas", por ejemplo, aún cuando sean rubias o<br />
morenas: un claro ejemplo del daltonismo social de<br />
los vecinos del norte. No es que en Berazategui<br />
sean pobres, ni desprolijos... el problema es su<br />
indolencia! Ningún vecino del conurbano comprende<br />
la indiferencia con la cual el lomeño se deja<br />
embarrar los zapatos en las paradas del blanquito<br />
(el coletivo 300) y las calles de tierra. Resulta una<br />
experiencia intransferible quizá la melancólica<br />
marcha de los jóvenes que dejan rair sus camperas<br />
infladas contra el paredón de la Rigolleau o los<br />
temibles ligustros de Villa Mitre. Cierto es que si<br />
uno se remonta lo suficiente puede encontrar, tal vez<br />
en olvidadas escuelas filosóficas, algún concepto<br />
que explique este estado espiritual de casual<br />
indiferencia por el cuidado personal, el cuerpo y la<br />
vestimenta. Así podría decirse que el<br />
berazateguense milita, sin quererlo, en un<br />
estoicismo informal, qué otra cosa, que le da
sustento filosófico a su descuidado transcurrir en el<br />
universo.
La semana aleatoria: Crónica de un<br />
experimento social.<br />
Todo el mundo se queja del lunes, pero ese mal<br />
universal alguna vez fue temporalmente derrotado.<br />
Los hombres y las mujeres de la primera<br />
administración comunal de Berazategui<br />
protagonizaron acaso la más revolucionaria mejora<br />
en la vida social de todos los tiempos. El<br />
asombroso experimento que la Municipalidad<br />
pondría en marcha el primero de marzo de 1984<br />
determinaría el triunfo definitivo de la imaginación<br />
sobre el poder, como el arte sobre los efectos<br />
especiales, o el talento sobre los sintetizadores y<br />
samplers. Bastó una sola hora de debate en el<br />
Honorable Concejo Deliberante para sancionar la<br />
legendaria ordenanza.<br />
Desde esa fecha en adelante, la semana sería<br />
aleatoria. De esta manera, Berazategui derrotó al<br />
lunes. Rápidamente se organizó un calendario móvil<br />
que se armó sobre una tela naútica donada por un<br />
vecino de pasado marino, todo un símbolo que
alcanzó su completo tamaño profético cuando tres<br />
trabajadores municipales desplegaron el<br />
almanaque gigante desde la terraza del palacio<br />
municipal, cubriendo por completo la fachada sur,<br />
dedicada exclusivamente a los ventiletes de los<br />
baños. Así zarpó la imaginaria nave de la revolución<br />
social, tripulada por los jóvenes ediles y pilotada por<br />
el querido intendente. Ocupando toda la extensión<br />
de la tela, resultando un alto de 15 metros en total,<br />
se situaba el número identificador de la fecha,<br />
conformado por una o dos cifras de chapa pintada<br />
de negro o rojo, según correspondiera. Arriba del<br />
número, se colocaba un cartel con el nombre del<br />
mes, el cual quedaba fijo durante todo el transcurso<br />
del corriente. Debajo de la fecha, y más grande que<br />
el cartel del mes, se colocaba el trozo de chapa<br />
pintado que decía el día de la semana que le<br />
correspondía. Todas las noches, una comisión<br />
formada por los representantes de las fuerzas<br />
cívicas asistía a la extracción de la bolilla que<br />
determinaría que día de la semana sería el<br />
siguiente, cuyo reinado comenzaría a la<br />
medianoche exacta. Un boy scout de la agrupación<br />
General Paz era el encargado de anunciar en viva
voz pueril el día de la semana extraído. Entonces<br />
una suerte de algarabía se apoderaba del hall<br />
municipal, donde las voces de alegría y sorpresa<br />
“Menos mal que mañana es miércoles, que tengo<br />
turno con el dentista”, se mezclaban con las de<br />
desilusión “Uh… con el lindo día que va a ser! Mirá<br />
si no podría haber tocado sábado, para ir al parque<br />
Pereyra”. La vida de la joven comuna se vio<br />
entonces saludablemente sacudida por el impacto<br />
de la nueva normativa. El público vivía cada día<br />
desconociendo qué le depararía el siguiente. Podría<br />
ser lunes, domingo, jueves, o incluso el mismo<br />
martes que estaban viviendo, pues nada impedía<br />
que un mismo día se repitiese tanteas veces como<br />
el azar lo quisiera, pero transcurrido el primer mes<br />
se vio que las leyes de la matemática secreta del<br />
cosmos no tenían una capítulo especial para la<br />
ciudad de Berazategui. Una comisión formada por<br />
dos profesores de álgebra y geometría del Instituto<br />
Politécnico se abocaron a vigilar la aparición<br />
estadísticamente esperable de los diferentes días a<br />
medida que se producía el sorteo diario. Las<br />
consecuencias comerciales fueron las primeras en<br />
evidenciarse en una ciudad acostumbrada a girar
alrededor de la principal arteria, es decir, la calle<br />
14. Las carnicerías pasaron a vender asado todos<br />
los días, puesto que potencialmente cada día de<br />
mañana podía ser un domingo. Las panaderías, de<br />
la misma manera, duplicaron la venta de pan,<br />
porque el día siguiente podía ser lunes. El periódico<br />
“La Palabra”, que aparecía los jueves, comenzó a<br />
imprimir ediciones de emergencia puesto que cada<br />
cierre de redacción podía terminar en prensa.<br />
Finalmente se convirtió en un diario. El tambo<br />
Barzola acomodó su régimen de entrega de lácteos<br />
para que no faltara leche ningún día de la semana,<br />
por muy domingo que fuera en el resto del mundo.<br />
Felizmente, las frutas y verduras provenían de las<br />
quintas de Hudson, donde regía, por supuesto el<br />
calendario local. Pronto se evidenciaron los<br />
cambios profundos que la semana aleatoria<br />
causaba en el tejido social. Los niños dejaban de<br />
hacer los deberes para mañana, esperanzados en<br />
la aparición de un domingo o sábado como día<br />
siguiente. Por otro lado, las parejas de novios<br />
recuperaban la frescura perdida tras meses, o años,<br />
de estrictas citas jovianas. Cada día de mañana era<br />
una incertidumbre deliciosa o amenazante, según el
caso. Los domingos en particular perdieron su<br />
poder cáustico sobre el blando tejido del alma<br />
sureña para dar lugar a la esperanza, fundada por la<br />
experiencia, de que el día siguiente difícilmente<br />
fuera lunes. Incluso se había dado el caso de<br />
repetición de domingos, y fines de semana largos<br />
de tres días. Los detractores y contreras<br />
empedernidos, metástasis del riñón opositor, se<br />
empecinaban en negar la vigencia de la semana<br />
aleatoria, acudiendo a la propalación subversiva de<br />
las transmisiones radiales de las emisoras de la<br />
capital a viva voz por los combinados hogareños y<br />
los pasacasettes de sus autos. “¿No ven, boludos,<br />
que para el resto del país es martes?” “Vayan a<br />
laburar, manga de vagos” eran los gritos<br />
admonitorios que se oían a veces, durante el fin de<br />
semana local, desde los alrededores de los centros<br />
de recreación, como el club Ducilo o, ya en el colmo<br />
de la desfachatez temeraria de estos agitadores,<br />
las mismísimas piletas de Plátanos, localidad cuna<br />
del intendente.<br />
Tras siete u ocho meses de continua felicidad y<br />
mientras algunos estaban pensando en los festejos
del primer aniversario de la semana aleatoria, bajo<br />
el slogan “En esta ciudad desalojamos a la tristeza”,<br />
la intelectualidad que solía reunirse en la biblioteca<br />
Manuel Belgrano exponía sus temores. Para<br />
algunos, era evidente que Berazategui no resistiría<br />
por mucho tiempo más la embestida de los grupos<br />
hegemónicos que pugnaban por impedir que el<br />
ejemplo revolucionario se propagara por el resto del<br />
país. Florencio Varela y Almirante Brown ya habían<br />
empezado a estudiar los respectivos proyectos de<br />
ordenanza para adoptar la semana aleatoria.<br />
Incluso se había formado una mesa coordinadora<br />
cuyos integrantes estaban pensando en un sistema<br />
unificado de día semanal para todo el conurbano.<br />
La mayor parte de los gremios provenientes de la<br />
combativa CGT Brasil habían saludado con alegría<br />
la iniciativa. Sin embargo, el gobierno nacional<br />
guardaba un silencio preocupante. Algunos de los<br />
políticos locales, otrora militantes de la izquierda<br />
peronista, sostenían que había que prepararse para<br />
defender la conquista lograda contra el sistema<br />
semanal fijo. Como era de esperarse, a pesar del<br />
intenso debate interno, la iglesia local se expidió a<br />
favor del sistema antiguo, amparándose en su
discutible autoría papal. “Ya tenemos la iglesia en<br />
contra, nos la quieren dar como al General en el 55”<br />
dijo el famoso militante y fotógrafo social “Pampa”<br />
López, durante un acto a favor de la insurrección<br />
sandinista realizado en el centro cultural Rigolleau.<br />
Para muchos, fue una declaración de guerra. Por<br />
esa altura, además, arreciaban a las denuncias<br />
difamatorias contra el sistema. Se decía que los<br />
sorteos del día estaban comprados; que los boy<br />
scouts eran hijos de funcionarios municipales<br />
interesados en hacer salir un día antes que otro; que<br />
los dueños del bingo habían ofrecido una fortuna a<br />
los ediles para que privatizaran el sorteo y toda<br />
clase de denuncias con muy poco fundamento, pero<br />
bastante aptitud mediática. Los rumores iban y<br />
venían desde los centros neurálgicos de la ciudad<br />
hasta los suburbios: las calles<br />
del centro, la 14, la Mitre y la 21, eran escenarios<br />
casi diarios de actos a favor del gobierno y<br />
repentinas caravanas de opositores que hacían<br />
sonar sus bocinas mientras gritaban “¡Negros,<br />
vayan a trabajar!” La calle 148, ex 31, era un<br />
polvorín. Las multitudes que salían de la misa del<br />
domingo se encontraban con la populosa fila de
compradores de la fábrica de pastas “La Torinesa”,<br />
mayoritariamente comprometida con el almanaque<br />
local, armándose trifulcas interminables. “¡Si no es<br />
domingo, para qué van a la iglesia, culos rotos!”,<br />
“¡Por cada domingo de mentira, van a pagar cinco<br />
lunes seguidos, negros cabeza!” eran algunos de<br />
los insultos que cruzaban los bandos enfrentados.<br />
La señal inequívoca del inminente golpe la dio una<br />
columna publicada en el New York Times a cuyo<br />
título “Argentina sigue siendo un país poco<br />
previsible” seguía un artículo donde se decía que en<br />
algunas de sus ciudades los lugareños no sabían ni<br />
en qué día vivían. Al conocerse la noticia, un grupo<br />
enfurecido partió del corralón municipal a bordo de<br />
un camión de recolección para ir a confiscar un<br />
ejemplar de la publicación imperialista. No lo<br />
consiguieron ni en el quiosco de la catorce ni en el<br />
puesto de Ducilo, de manera que fueron para<br />
Quilmes a ver si había algún quiosco que lo<br />
vendiera. La administración de la vecina ciudad, de<br />
signo político contrario, aprovechó la inofensiva<br />
incursión para multar al camión municipal y a su<br />
conductor por llevar gente en la caja. Siguió una<br />
discusión que finalmente demandó la intervención
de la policía, terminando los cinco obreros<br />
municipales presos. Durante horas se debatió en la<br />
Municipalidad sobre los pasos a dar para recuperar<br />
a los compañeros capturados. Los más moderados<br />
aconsejaban prudencia, mientras que los más<br />
exaltados decían que no valía la pena vivir en una<br />
comunidad libre a costa del encierro de sus<br />
habitantes. A medida que avanzaba la noche, la<br />
gente comenzó a reunirse en el playón de la<br />
Municipalidad. Primero eran unos pocos, luego<br />
cientos. Ya a esa altura se había suspendido el<br />
sorteo, por primera vez en la historia del proyecto, y<br />
todos velaban las luces encendidas del despacho<br />
del intendente y la secretaría de gobierno. Hacia la<br />
madrugada, miles de vecinos portando antorchas y<br />
estandartes con consignas diversas “No pasarán”;<br />
“En bolas pero libres”; “Barrio Marítimo Presente”;<br />
se prestaban a apoyar al intendente y resistir<br />
cualquier intento de intervención. Pero a pesar del<br />
apoyo popular, los rumores eran sombríos. Algunos<br />
habían visto un helicóptero aterrizar en el club de<br />
Golf, aparentemente portando tropas. Todos querían<br />
ver al intendente, pero nadie se asomaba a la
ventana del segundo piso. De pronto sonó la sirena<br />
del cuartel de bomberos. Minutos más tarde<br />
pasaron dos autobombas raudas rumbo al río. La<br />
gente de desbandó tratando de ver qué sucedía.<br />
Aparentemente, ése fue el momento en que<br />
secuestraron al intendente, aunque algunos<br />
sostienen que se entregó para evitar<br />
derramamientos de sangre. Hacia las cinco de la<br />
mañana, el único rumor que circulaba era el de la<br />
renuncia del máximo líder comunal. Cuando la<br />
certeza de lo peor abarcaba los ateridos corazones<br />
de los vecinos, se anunció por la radio local la<br />
renuncia del intendente y su pedido de asilo en<br />
México. El gobierno provincial había intervenido el<br />
partido de Berazategui y un nuevo intendente se<br />
haría cargo del gobierno comunal. Más tristes que<br />
enfurecidos, los vecinos fueron dejando lentamente<br />
la plaza municipal, siendo reemplazados por los<br />
festivos locales partidarios de la intervención.<br />
Cuando ya clareaba, unos desaforados hombres<br />
vestidos de traje descolgaron la tela del almanaque<br />
municipal y la prendieron fuego. Al día siguiente<br />
nadie escuchó la radio para saber qué día era. Pero<br />
no hacía falta: todos lo sabían.
Era lunes, otra vez.
La secta impublicable<br />
En un barrio de monobloks de Berazategui funciona<br />
una secta de artistas secretos. Los hay pintores,<br />
escritores, actores y poetas; también músicos. Los<br />
Artistas Secretos de los Monobloks, al igual que la<br />
mayoría de los artistas públicos, no viven de su arte.<br />
Algunos son kioskeros, vendedores de seguros o<br />
médicos. Incluso, hay que decirlo, hay una prostituta<br />
y un conductor radial entre ellos. El lema del artista<br />
secreto es que únicamente la obra de arte es lo que<br />
importa; el resto, es decir la humanidad y el mismo<br />
artista, resultan totalmente despreciables. Esta<br />
gente llega así a la secta luego de descubrir, por<br />
puro azar o gracias a la sutil inducción de algún<br />
vecino, la execrable forma de vida de los artistas<br />
públicos, quienes hacen su arte solamente con el<br />
ridículo motivo de pavonear sus plumas. Los artistas<br />
secretos han renunciado a toda forma del ego. Se<br />
sabe que la vida depara esos descubrimientos<br />
solamente para quienes han doblado la curva, pero<br />
se da también esa vislumbre en algunos espíritus
jóvenes que iluminan el mundo por tanto fuego que<br />
emanan. Lo cierto es que los artistas secretos han<br />
renunciado también a toda forma de publicación.<br />
Nunca se los verá exponiendo sus pinturas, ni<br />
concursando en certámenes literarios. Por eso<br />
resultaría inútil e impertinente nombrar por su<br />
verdadero nombre al joven que nos concede esta<br />
entrevista. Lo llamaremos simplemente,<br />
Bartolomeo.<br />
- ¿Qué te motivó a sumarte a los artistas<br />
secretos?<br />
- Básicamente la certeza de la contingencia de toda<br />
obra de arte. Anclarse a la autoría nominal es como<br />
tratar de salvarse de un naufragio inflando globos…<br />
- Entiendo, entiendo. Y por eso tu obra<br />
permanece anónima…<br />
- Claro, porque es lo único que realmente vale. Si yo<br />
fuera y firmara mis poemas, eso volvería inauténtico<br />
lo que escribo. Estaría diciendo “oigan, todo lo que<br />
puse es mentira, solamente quería ganar dinero, o<br />
cogerme una morocha, por caso”<br />
- ¿Pero no te gustaría ser leído más allá de tu<br />
círculo secreto?
Bartolomeo nos mira con un gesto extrañado.- No,<br />
por supuesto que no. ¿Qué ganaría con eso?<br />
- Reconocimiento… ¿fama?<br />
Bartolomeo ríe francamente. -¿Y de qué me serviría<br />
eso? ¡Tengo todo el reconocimiento que necesito!<br />
Mi obra ha sido leída y valorada por los mejores<br />
literatos de la humanidad. No creo que la<br />
vulgarización vaya a mejorar eso. ¿Qué podría<br />
sumar una millonada de mediocres que comprara<br />
un libro mío para leerlo superficialmente, no<br />
entenderlo y encima darse el lujo de criticarlo o<br />
comerciar con él?<br />
- Cuando te referís a los mejores literatos de la<br />
humanidad…<br />
- Mis pares – interrumpe Bartolomeo.<br />
- Exacto… ¿Cómo sabés que son los mejores?<br />
- ¡Porque los he leído! Yo aún estoy verde, pero aquí<br />
en el barrio hay un par que escriben mejor que<br />
Borges, Saramago, Pessoa y toda la sarta de<br />
mediocres que reverencia el público.<br />
-¿No es un poco extremo pintar a Borges como<br />
mediocre?<br />
- Buen, por ahí me zarpé, Tal vez no haya sido
mediocre, pero Borges ha hecho demasiadas<br />
concesiones al público. Por eso les gusta, no por su<br />
genio.<br />
- Bueno, pero no le estás negando al público<br />
cierto criterio estético para elegir el valor<br />
literario…<br />
-¡El público! – interrumpe nuevamente Bartolomeo,<br />
esta vez con más energía – El público mira<br />
concursos televisivos, escucha cumbia villera,<br />
compra automóviles por el prestigio y se perfuma<br />
para parecerse al actor que vende la marca de la<br />
fragancia. ¿Vos creés que esa horda de salvajes de<br />
pronto se vuelve una masa de sabiduría a la hora de<br />
leer?¡Fijate el ranking de ventas de las editoriales!<br />
-Pero por ejemplo, al mostrar sus obras de arte<br />
entre ustedes… ¿no le están negando al resto<br />
de la humanidad la apreciación de un objeto<br />
estético invalorable?<br />
- Sí, es cierto. Justamente porque no se lo merecen.<br />
Antes, de vez en cuando liberábamos alguna obra,<br />
siempre en forma anónima. Una noche, por ejemplo,<br />
me tocó llevar a un museo y abandonar en la sala<br />
una pintura de la más importante artista plástica
viva.<br />
- Me imagino que era un cuadro sin firma.<br />
- Por supuesto. Bueno lo dejamos ahí porque la<br />
verdad es que era demasiado bello, más que<br />
bello… trascendente. Probablemente establezca<br />
una bisagra en la historia de la plástica occidental.<br />
A su lado, el Guernicka o la Gioconda serían<br />
estampitas de San Cayetano recortadas del Esquiú<br />
Color.<br />
-¿Dónde está esa obra?<br />
-No lo sabemos. Jamás apareció exhibida.<br />
Seguramente está perdida en algún archivo,<br />
esperando por un ser humano capaz de apreciar<br />
todo su valor. – la voz de Bartolomeo trastabilla – tal<br />
vez.. tal vez la hayan destruido. Bárbaros – balbucea<br />
el joven.<br />
- Ustedes entonces nunca publican…<br />
-¡Jamás! – interrumpe Bartolomeo, ya francamente<br />
ingresando en la insolencia – Nunca jamás<br />
publicamos. Ha habido algunos traidores. Pero les<br />
hemos hecho sentir la justicia…<br />
-¿Cómo? – Preguntamos súbitamente, dándole<br />
al muchacho un poco de su propia medicina.
- Si es un varón y nos enteramos de que anduvo<br />
firmando, publicando sus obras o peor aún,<br />
mandándola a certámenes, directamente lo<br />
garchamos, por puto reventado del orto – dice<br />
Bartolomeo, poseído- Si es una mina, le colgamos<br />
un cartel en la puerta del departamento que dice<br />
“Aquí vive la gorda”<br />
- Pero “gorda” no es necesariamente un<br />
insulto...<br />
- Para una boluda capaz de publicar su obra para<br />
que un tipo le de bola y se case y le haga un par de<br />
hijos a la muy conchuda y le preste la camioneta<br />
para ir al shopping, sí es un insulto, ¿entendés? –<br />
grita Bartolomeo, de pie y agitando los brazos. -- -<br />
-Ahora bien, si todo eso que decís es verdad,<br />
¿por qué hay un miembro de la secta que sí<br />
publica sus ensayos y cuentos y aún así lo<br />
siguen aceptando?<br />
Bartolomeo, lívido, deja caer su mandíbula durante<br />
un segundo, luego se recompone y nos mira. -<br />
¿Quiénes son ustedes? ¿Quién les dijo eso? -<br />
- Sabemos de buena fuente que un periodista<br />
de apellido…
- ¡Callesé! ¡No pronuncie su nombre! ¡No sabe el<br />
riesgo en que está poniendo a un artista<br />
valiosísimo! ¡Cállese, por favor se lo pido! El pobre<br />
hombre tiene que trabajar… todos trabajamos. Pero<br />
él no conseguía nada, de manera que nos pidió una<br />
dispensa para ganarse la vida como escritor. Ajá,<br />
pero entonces… - ¡” Entonces” las pelotas! –<br />
Interrumpe el maleducado – le dimos la dispensa<br />
bajo juramento de muerte de que jamás publicaría<br />
su obra real. Todo lo que leen de él es basura<br />
comercial. Nada de lo realmente bueno que escribió<br />
ha salido de este edificio.<br />
-¿Es quien nosotros suponemos?<br />
- Si usted sabe quién es, le recomiendo que cierre<br />
la boca. Por su bien – amenaza el mocoso.<br />
Por fin nos vamos de este barrio irrespetuoso,<br />
infestado de ratas, bienes de dudoso valor artístico<br />
y jóvenes insolentes y lunáticos que inventan<br />
complots y supuestas estafas al público. Como si<br />
fuera tan fácil publicar basura disfrazada de arte,
El país que ocupa la isla de Smara<br />
El país que ocupa la isla de Smara, a cuatrocientas<br />
millas al este del Golfo de San Jacinto, es<br />
frecuentemente ignorado por las caóticas guías<br />
turísticas de la Melanesia. El olvido de tanto editor<br />
especializado tiene su razón: Las Provincias Unidas<br />
de San Jacinto nunca tuvieron representación<br />
alguna en la diplomacia mundial. Tampoco hay<br />
delegaciones en los foros de comercio ni en las<br />
justas deportivas internacionales. Los<br />
sanjacinteños, o “sanjas” como suelen llamarse a sí<br />
mismos estos simpáticos aunque enigmáticos<br />
descendientes de españoles, apenas intercambian<br />
algunos bienes con los estados vecinos. El país se<br />
extiende por sesenta mil kilómetros cuadrados, los<br />
cuales se dividen políticamente en treinta y seis<br />
provincias. La población nativa alcanza el número<br />
de un millón y medio de habitantes. En una zona del<br />
planeta con tanta riqueza étnica, asombra al experto<br />
estudioso, descuidado turista o mero náufrago, la<br />
homogénea composición de la sociedad
sanjacinteña. Todos los pobladores pertenecen al<br />
mismo grupo étnico. De tez oscura, de gruesas<br />
cejas y tempranamente calvos, los naturales se<br />
confunden a primera vista con los indonesios,<br />
pueblo imperante en esta zona del pacífico. Sin<br />
embargo, el examen concienzudo revela una<br />
sorpresa. Los sanjas son los descendientes de un<br />
grupo de náufragos sudamericanos, rioplatenses<br />
para mayor precisión, que formando parte de la<br />
expedición de Hipólito Bouchard en 1818, hubieron<br />
de enfrentar, con variada fortuna, una espantosa<br />
tormenta tropical de las típicas que azotan la isla de<br />
Smara en la temporada de tifones. El corsario<br />
argentino guiaba a su flota, en un raid de<br />
propaganda y financiamiento a favor de la joven<br />
nación americana a través de los mares del mundo,<br />
cuando un barco esclavista del imperio británico<br />
tuvo la mala fortuna de toparse con la fragata<br />
argentina, mensajera de libertad y garantía de<br />
justicia. El buque negrero fue capturado<br />
prácticamente sin combate. El capitán inglés y el<br />
empresario africano fueron juzgados por tráfico<br />
ilegal de personas, según las leyes de las<br />
Provincias Unidas del Río de la Plata. Ambos fueron
ejecutados y la nave confiscada. La fragata “Marí-<br />
Marí”, con el aparejo intacto, tripulación saludable y<br />
su carga de treinta mujeres mozambiqueñas en<br />
buen estado, hay quien asegura muy buen estado,<br />
fue incorporada a la escuadra argentina. En su<br />
derrota por los mares del sur, finalmente la<br />
calamidad se ensañó sobre los marinos. Los<br />
vientos enloquecidos azotaron durante dos días y<br />
dos noches a la escasa formación, finalizando el<br />
vendaval súbitamente con una nave perdida. La<br />
Marí Marí, desmembrada del resto de la flota,<br />
navegó a la deriva durante una semana hasta<br />
naufragar finalmente en los callos australes de la<br />
isla de Smara. Hasta aquí coinciden los relatos<br />
sanjeños sobre el origen de su nación. Poco se ha<br />
avanzado más allá. Los historiadores locales<br />
difieren y polemizan, en forma constante y<br />
vehemente, sobre el encadenamiento de sucesos<br />
que finaliza en la moderna San Jacinto. Ya<br />
repasada su historia, prestemos atención ahora a la<br />
actualidad del país que nos ocupa. La ciudad<br />
capital, “La perla del pacífico”, nos recuerda a la<br />
antigua Berlín de posguerra. El distrito federal se<br />
extiende hacia el centro de la isla albergando treinta
y cuatro secciones, o “barriadas”; cada una de ellas<br />
separada del resto por un muro que varía su<br />
composición, pudiendo concretarse esta división en<br />
un hormigón severo, una ubicua malla de alambre o<br />
la muy difundida ligustrina. Sucede que cada zona<br />
alberga a los habitantes que han elegido vivir allí<br />
aunados bajo la simpatía hacia el mismo partido<br />
político. Así, la capital refleja en pequeña escala la<br />
inteligente división provincial del resto del país,<br />
donde la gente se afinca a libre elección en la<br />
provincia administrada por el partido político que<br />
mejor la representa, excepción hecha, por supuesto,<br />
del Territorio Nacional Anarquista del Cabo Oriental,<br />
donde<br />
unos seiscientos pobladores viven sin<br />
representación partidaria alguna. La prolongada<br />
historia institucional del país ha afianzado las<br />
relaciones entre las zonas políticas afines. El tráfico<br />
se realiza por arterias y portales abiertos en los<br />
muros de circunscripción, anunciados por estos<br />
mensajes: “Usted está ingresando en la zona<br />
socialista democrática: Bienvenido”, “Zona radical,<br />
tierra de civismo y progreso”, “Zona neoliberal.<br />
Inversores extranjeros bienvenidos”, “Zona
conservadora. No se permite la venta ambulante!” y<br />
así. Es imposible intentar un esbozo de la historia<br />
local sin balancear cuidadosamente el fuerte<br />
impacto que han tenido las comunicaciones en los<br />
isleños. La generación de energía insular se realiza<br />
cómodamente gracias al betumen obtenido en los<br />
yacimientos situados en la zona norte, en la<br />
provincia “Peronistas de Perón”, eterna<br />
contendiente de las vecinas “Patria Socialista” y<br />
“Santa Evita”. Si bien el producto que virtualmente<br />
mana de los afloramientos rocosos no es apto para<br />
su refinación y obtención de naftas, el mismo se<br />
consume íntegramente en la usina local,<br />
produciendo electricidad para todos los isleños.<br />
Esta relativamente generosa provisión de energía,<br />
ha permitido un desarrollo singular en las<br />
manufacturas del país. Tal capacidad les ha<br />
permitido a los sanjas adquirir esporádicamente<br />
bienes de consumo provenientes del resto del<br />
mundo. Aún careciendo de emisoras de radio o<br />
televisión locales, los sanjas son ávidos<br />
consumidores de televisión satelital y radio de onda<br />
corta; esto les permite mantenerse al tanto de las
novedades de la madre patria, a la cual se sienten<br />
indisolublemente unidos. No existe acontecimiento<br />
argentino que no repercuta de alguna manera en la<br />
sociedad sanjeña. Triunfos o fracasos deportivos,<br />
conflictos sociales, cambios políticos y económicos,<br />
todo aspecto de la actualidad argentina tiene su<br />
correlato local. A la ola de inseguridad del 2007 le<br />
han seguido una serie de estremecimientos<br />
políticos que aún hoy mantienen en vilo a los<br />
órganos deliberativos de la pequeña nación.<br />
Recientemente, las rutas de algunas regiones<br />
fueron cortadas por simpatizantes del campo,<br />
aunque la producción local agropecuaria está<br />
reducida a las huertas comunales que cada pueblo<br />
posee. A falta de tractores y maquinaria pesada<br />
que impidiera el paso de las bicicletas, palanquines<br />
y tranvías, los partidarios locales del campo<br />
argentino dispusieron un sistema de cortes basado<br />
en el honor del damnificado. Los transeúntes<br />
llegaban al punto del piquete, jalonado por un cartel<br />
indicador improvisado por los atareados rebeldes:<br />
“Usted ha llegado a un piquete agrario. Dése por<br />
impedido de continuar su viaje” y allí, dándose por<br />
aludidos, los lugareños procedían a retornar a su
punto de origen o bien a sentarse y vociferar contra<br />
la impiedad y salvajismo de los revoltosos<br />
campesinos. Aunque no se conocen delitos<br />
mayores en la isla, la ola de inseguridad creciente<br />
ha provocado severos cambios en las costumbres<br />
de San Jacinto, especialmente en la Perla del<br />
Pacífico. “¿Hasta cuándo seguiremos soportando<br />
esto?” se preguntan los pasacalles que, en las<br />
regiones de centro y derecha, se atan a los pocos<br />
semáforos, que por otra parte, ya nadie respeta una<br />
vez que ha caído la noche. Dicen los sanjas que<br />
ésta es una medida desesperada para evitar<br />
atracos, violaciones o asesinatos; y hay que darles<br />
la razón, por cuanto a la fecha no se ha registrado ni<br />
uno solo de estos crueles delitos. Es el sueño de<br />
todo joven sanja adquirir la mayoría de edad para<br />
poder emprender un viaje a Sudamérica, a la patria<br />
de sus ancestros. Encandilados por las imágenes<br />
que reciben a través de Argentinísima Satelital y<br />
Canal 7, cada año son cientos los muchachos y<br />
muchachas que se proponen la emigración que<br />
cambiará sus vidas. Sin embargo, el viaje a<br />
Sudamérica no es trámite fácil para un habitante de<br />
la isla de Smara, lejos como está la ínsula de toda
uta comercial importante, y a la cual los aviones<br />
desprecian aún como aeródromo de emergencia.<br />
Tarde o temprano los chicos retornan tras haber<br />
consumido tempranamente su dinero, copia<br />
artesanal bastante fidedigna del billete de 1 Austral<br />
que llegara una vez con los restos de basura<br />
arrojada desde un pesquero de altura. Así finalizan<br />
precozmente estos viajes juveniles, sin alcanzar<br />
siquiera las doradas y prometedoras orillas de<br />
Papúa-Nueva Guinea. Los locales alegran sus días<br />
con la música de tango y el folklore criollo, con<br />
campeonatos de truco, taba (levemente adaptada a<br />
la anatomía del lobo marino) y el pato. Las bandas<br />
musicales locales, las tanguerías de la zona<br />
izquierdosa de la capital, la ópera de los bacanes y<br />
el pericón de los barrios conservadores, visten<br />
musicalmente los fines de semana, en los cuales no<br />
falta la pasión deportiva por excelencia: el fútbol.<br />
Los partidos son el entretenimiento de los<br />
habilidosos atletas y colaboradores varios que<br />
desarrollan casi una profesión de fe basada en el<br />
deporte. Las contiendas comienzan con un primer<br />
tiempo; siguen con el entretiempo, el segundo<br />
tiempo y la batahola final, donde decenas de
simpatizantes profesionales representan fielmente<br />
el papel de agitadores y barrabravas, invadiendo el<br />
campo y corriendo con amenazas e insultos a los<br />
deportistas. Cada domingo la fiesta se renueva con<br />
eterno entusiasmo y se comenta durante toda la<br />
semana. Compitiendo en fervor con el fútbol y la<br />
política, la fe religiosa del sanja es digna de<br />
encomio y admiración. A pesar de que no existen<br />
representantes locales de la Santa Sede, los<br />
Sanjacinteños se reconocen en su mayoría<br />
católicos. Una Biblia recuperada del naufragio<br />
original ha servido como instrumento de formación<br />
de varias generaciones de religiosos que convocan,<br />
cada lunes, a rezar el rosario en forma sincrónica<br />
con la emisión del canal satelital católico. Como en<br />
cualquier parte del mundo, también aquí la iglesia<br />
se renueva y se pone al día con los adelantos<br />
científicos y sociales. A la polémica moda del<br />
tercermundismo católico, que finalmente llevó a la<br />
provincia socialista a permitir la religión, siguió la<br />
ola vigente de incluir en la formación del seminario<br />
la instrucción sexual, y particularmente la técnica y<br />
estrategia de sodomización de menores.
Preguntado un prelado si esto no acarrearía<br />
problemas con la justicia y eventualmente no<br />
constituía un pecado, el mismo respondió que peor<br />
pecado era perder la conexión con nuestras raíces,<br />
aludiendo a la Argentina como oriente de toda<br />
iniciativa cultural. “San Jacinto mira a la Argentina<br />
porque somos argentinos” dice la frase que corona<br />
la pirámide de mayo local y que parece sintetizar<br />
por sí misma el pensar de este pueblo ignoto de los<br />
mares del sur. Recientemente San Jacinto ha<br />
experimentado un acontecimiento que ha puesto en<br />
vilo a sus pobladores y casi precipita a la pequeña<br />
nación a la catástrofe.<br />
II<br />
En las vísperas de la navidad del año dos mil ocho,<br />
arribó al puerto de La perla del Pacífico una nave de<br />
vela, tripulada por cuatro jóvenes marineros,<br />
quienes, desconociendo las características del<br />
puerto, chocaron contra una roca, abriendo un<br />
rumbo en el casco. Sin embargo pudieron alcanzar<br />
el muelle. Hubo una confusión inicial pues ellos<br />
creían haber llegado a Guadalcanal y por lo tanto<br />
intentaban hablar inglés con los trabajadores del<br />
puerto. Finalmente, al ver las balandras de pesca
cercanas, las cuales portaban nombres tan<br />
encantadores como “golondrina del este”, “caña<br />
hueca” o “gracias a mis viejos”, los muchachos se<br />
identificaron como ciudadanos argentinos. Pronto la<br />
noticia corrió por toda la ciudad. ¡Visitantes de la<br />
madre patria! Pablo, Juan, Jorge y Ricardo, o “los<br />
argentinos”, pasaron<br />
a protagonizar la vida pública de la capital en<br />
apenas unas horas. El señor Uribelarrea, director<br />
del magnífico hotel y restaurante internacional<br />
“Varela Varelita” los nombró invitados de honor,<br />
negándose bajo amenaza de suicido a cobrar un<br />
solo peso por la estadía a los ilustres visitantes;<br />
pero el buen hombre recuperó con creces los<br />
gastos pues, al día siguiente, todo el hotel se ocupó<br />
con periodistas, políticos y gente diversa que quería<br />
conversar o simplemente tomarse una foto con los<br />
cuatro jóvenes rubios, bronceados y atléticos que no<br />
cesaban de dar entrevistas, contar cosas de la<br />
Argentina e incluso referir los chistes de moda en<br />
Buenos Aires. Así los san jacinteños se pusieron al<br />
día con la actualidad que no era tratada por los<br />
programas satelitales habituales: La azarosa vida<br />
de Mariana de Melo, una luchadora social devenida
en actriz de televisión o la epopeya de “bailando por<br />
un sueño”, una obra de caridad conducida por un<br />
estudioso y carismático especialista en deportes<br />
que ayudaba anímicamente a toda la Argentina<br />
desde su programa televisivo dedicado a resaltar<br />
los valores de la auto-superación y la solidaridad.<br />
Cuando el encantador Juan fue visto saliendo del<br />
excéntrico bar “La Unión Soviética”, en la zona<br />
comunista, abrazado a la cantante local Guillermina<br />
Perez, la prensa local estalló en impresiones de<br />
último momento de los pasquines mimeográficos: el<br />
romance de una nativa con un argentino era un<br />
hecho. En menos de una semana, sendas mujeres<br />
locales, de excelentes familias de la zona neoliberal,<br />
conquistaron el corazón de los tres argentinos aún<br />
libres. De pronto el pueblo sanja se encontró<br />
viviendo al latido eufórico de los acontecimiento<br />
sentimentales de la cuatro parejas. No faltó, por<br />
supuesto, el nubarrón que oscureciera el cielo de<br />
felicidad que se tejía para los tórtolos. Acusaciones<br />
de infidelidad, el asedio constante de las doncellas<br />
que no se resignaban a ver cómo otras se<br />
quedaban con el preciado botín y el evidente<br />
rechazo de Jorge, Ricardo y Pablo hacia la
excéntrica novia comunista de Juan, hicieron<br />
peligrar la armonía del grupo. Pronto quedó en claro<br />
que lo único que deseaban las damas era irse con<br />
sus novios a vivir a la Argentina. Todo entusiasmo<br />
llega al clímax para luego decaer. Así, con el pasar<br />
de los meses, la sociedad sanja se fue<br />
acomodando nuevamente al trámite bucólico y<br />
apaciguado de la vida insular, volviendo de a poco<br />
a sus ocupaciones habituales; porque lo de los<br />
argentinos sería muy entretenido, pero no daba de<br />
comer. Otras noticias esperaban por su lugar en la<br />
discusión cotidiana de la Isla: El plan quinquenal, los<br />
aberrantes hechos de corrupción que salpicaban al<br />
gobernador de la provincia desarrollista, quien<br />
utilizando fondos públicos, se construyera una casa<br />
en la playa para, según él, vigilar el posible<br />
desembarco de submarinos rusos, la salud del astro<br />
del deporte local, el boleador Elías Jaramillo, o la<br />
inminente aparición de la tercera novela de la saga<br />
“Aventuras del gauchito Crespín: la furia del tifón” de<br />
la escritora María de los Dolores Gutiérrez. Pasó<br />
una semana sin noticias de los argentinos. El hotel<br />
Varela Varelita fue vaciándose de curiosos para
empezar a funcionar de manera habitual, como<br />
hospedaje para algún que otro viajante de comercio<br />
australiano. Simultáneamente, el servicio dedicado<br />
a los visitantes ilustres fue volviéndose más austero,<br />
pero sin mermar en calidad. No faltó el prefecto de<br />
puerto quien les insinuó a los huéspedes de honor<br />
de la Nación que resultaría conveniente hacer algo<br />
con el descuidado velero de bandera argentina, el<br />
Gokú, que ya por entonces era francamente más<br />
naufragio que embarcación.<br />
III<br />
Fue por esos días que Pablo y Juan, quienes habían<br />
desarrollado una amistad con el presidente<br />
del consejo de diputados sanjeño, enseñándole a<br />
jugar tenis, le confesaron al primer magistrado que<br />
ellos habían llegado a la isla con una misión secreta<br />
y que ahora, luego de la atenta evaluación que<br />
habían hecho del país y su gente, estaban en<br />
condiciones de confiarle los detalles del encargo<br />
que traían: La presidenta de los argentinos saldría<br />
de gira en el próximo mes por Australia, Malasia y<br />
otras naciones amigas. Si eventualmente fuera<br />
invitada a visitar San Jacinto, ella estaría dispuesta<br />
a hacer una escala para conocer el país y saludar a
sus líderes. Los cuatro argentinos, más que nada<br />
Juan y Pablo, estaban a cargo de los primero<br />
contactos. “¡Pero amigos, cómo no me avisaron<br />
antes!” preguntó sorprendido el señor Moisés<br />
Peres, cuyo árbol genealógico siempre fue un<br />
enigma para la sociedad local. La respuesta de los<br />
muchachos fue la cuestión delicada de la seguridad.<br />
El mundo fuera de la isla se había vuelto un territorio<br />
inseguro y no era el deseo de la presidenta exponer<br />
innecesariamente a un país amigo al riesgo de<br />
integrarse al desgraciado club de las capitales del<br />
mundo que sufren endémicamente el azote del<br />
terrorismo internacional. Por eso ellos tenían como<br />
mandato directo de la presidenta la tarea de<br />
verificar las condiciones de seguridad imperantes<br />
en la isla, en caso de que la visita se concretara.<br />
Nuevamente la noticia tardó menos de un día en<br />
llegar desde La perla hasta los más extremos<br />
parajes de la isla. La prensa se abalanzó<br />
nuevamente sobre los jóvenes argentinos. También<br />
hicieron lo propio las mujeres, los empresarios<br />
gastronómicos, los exportadores, los futuros<br />
importadores de artículos argentinos, deportistas,<br />
artistas, bailadores de tango y todo aquél que
aspirase a pasar un minuto, tan solo, en compañía<br />
de la mandataria Argentina. Los pobres chicos<br />
tuvieron que contratar, ad honorem, a un manager<br />
local que les organizara la agenda. A la mañana,<br />
entrevistaban a personalidades oficiales para<br />
coordinar el protocolo, tarea que enseguida<br />
delegaron en su amigo el señor Peres, para poder<br />
descansar al menos hasta el mediodía. Luego del<br />
tardío desayuno, los argentinos dedicaban su<br />
tiempo a visitar bodegas, bares, casinos y toda<br />
aquella atracción turística candidata a ser incluida<br />
en la agenda de la visita presidencial. Esta tarea se<br />
demoró mucho pues el grupo no se decidía ante la<br />
abundancia de buenas opciones de calidad. Otro<br />
gran problema fue la super-oferta de obsequios<br />
para la Presidenta argentina. Lamentablemente, los<br />
chicos no pudieron expedirse sobre cuál de todas<br />
las artesanías isleñas debería aceptar como regalo<br />
la presidenta, pero finalmente accedieron a llevarse<br />
un ejemplar de cada una de las piezas en oro y<br />
turquesas para que las evaluara un experto en<br />
diplomacia de obsequios que conocían en Sydney.<br />
Un viajante australiano accedió a llevar el paquete a<br />
la isla continente a cambio de que los muchachos le
cuidaran una plata que le andaba abultando<br />
innecesariamente el bolsillo. La noche no dejaba<br />
mucho descanso para el cuarteto sudamericano:<br />
cada vez debían comer en un restaurante distinto,<br />
probando las exquisiteces locales, aún a riesgo de<br />
perder la línea. Cualquiera podría suponer que aquí<br />
finalizaba la febril jornada de los diplomáticos<br />
argentinos, pero no era así. Eran tantas las<br />
muchachas que se ofrecían voluntarias para asistir a<br />
la presidenta en su futura estadía que los argentinos<br />
debían entrevistar personalmente a las chicas, a<br />
veces varias a la vez, en el hotel donde apenas<br />
lograban descansar. El cuerpo diplomático organizó<br />
entonces un almuerzo de trabajo en el comedor del<br />
hotel Varela Varelita, al cual asistieron Pablo y Juan,<br />
los diputados provinciales y otros visitantes menos<br />
ilustres, entre los que se contaban los hermanos<br />
Piercing y Mesi Wu , dos marinos malayos que<br />
solían proveer de repuestos eléctricos a la empresa<br />
de energía local. Fue en el momento de servirse el<br />
gazpacho, cuando el señor Rocamora, diputado por<br />
el sector Socialista Maoísta, planteó la conveniencia<br />
de una conversación telefónica previa entre el
Presidente de<br />
San Jacinto y la Señora Presidenta de la República<br />
Argentina, como para que ambos mandatarios se<br />
conocieran, al menos por la voz, y de paso la<br />
presidenta recibiera personalmente la invitación a<br />
visitar la isla. Sí, estaría bueno – dijo Pablo –<br />
lástima que no haya aquí teléfonos celulares<br />
satelitales. Por supuesto que nosotros traíamos un<br />
par de equipos, pero se nos arruinaron en el viaje.<br />
No creo que podamos concretar esa conversación<br />
tan conveniente. Los comensales aprobaron<br />
rápidamente la merecida puesta en su lugar que le<br />
impartió el joven diplomático argentino al eterno<br />
moscardón de la provincia pro-China. Sin embargo,<br />
uno de los hermanos Piercing-Wu se levantó de su<br />
asiento, inclinó su cuerpo como quien pide la<br />
palabra, y dijo amablemente, en ese cocoliche tan<br />
cantarín con el cual los chinos pronuncian el español<br />
con matices mandarines. – ¡Nosotros tenemos un<br />
Nokia satelital! ¡Sería un gran honor para los<br />
hermanos Wu poder prestárselos! Un repentino<br />
ataque de tos se apoderó de Juan, alarmando a los<br />
contertulios y sus servidores. Cuando pasó el<br />
tumulto, El señor Piercing Wu extrajo de su bolsillo
un aparato notable, una maravilla de la tecnología<br />
asiática, que permitía hablar con cualquier teléfono<br />
del mundo, incluso desde la isla de Smara, virgen<br />
aún de antenas celulares. La concurrencia retuvo el<br />
aliento: ese teléfono tenía el poder de traer a San<br />
Jacinto nada menos que la voz de la máxima<br />
autoridad de la madre patria. Pablo tomó el teléfono<br />
con mano temblorosa. ¡Adelante, llame! – pidió un<br />
diputado, con la mirada fascinada por el milagro<br />
inminente. Pablo dudó, paseando la mirada<br />
nerviosa entre la concurrencia. Tal vez no recuerde<br />
el número – sugirió alguien en voz baja ¡Sí, hombre!<br />
¿Cómo no lo va a recordar? Es su jefa inmediata.<br />
Deben hablar todos los días! - contestó una<br />
diputada indignada por la falta de fe de alguna<br />
gente. En eso Juan se irguió del asiento y arrancó<br />
de la mano de Pablo el teléfono. ¡No Pablo! No<br />
molestes a la presidenta ahora. ¡En Buenos Aires<br />
son las dos de la mañana! Un suspiro recorrió la<br />
mesa. Era cierto. Nadie querría incomodar de esa<br />
manera al primer presidente extranjero, y nada<br />
menos que argentino, con quien conversarían los<br />
sanjas en toda su historia. - ¡Esta noche! ¡Esta<br />
noche entonces! – Propuso radiante el señor
Rocamora. Todos los demás aplaudieron. Apenas<br />
una par de horas después de retirarse el primer<br />
diputado, toda la capital comentaba el inminente<br />
suceso. Al caer el sol, el país entero haría silencio<br />
con la esperanza de oír aunque sea un eco lejano<br />
de la histórica conversación. El ajetreo posterior es<br />
difícil de reconstruir. Se sabe que durante la tarde,<br />
Jorge y Ricardo se entrevistaron con los hermanos<br />
Wu para alquilarles otro teléfono satelital, para tener<br />
como respaldo por si el primero fallaba; tal era el<br />
celo que ponían los argentinos en su misión. La<br />
recepción de la señal satelital en los teléfonos se<br />
probó durante toda la tarde, con el asesoramiento<br />
de los hermanos Wu y los técnicos locales. Incluso<br />
se hizo una llamada a Malasia, a la casa paterna de<br />
los Wu, para verificar el correcto funcionamiento del<br />
sistema. Como si esto fuera poco, a pedido de<br />
Juan, se hizo una llamada desde el primer teléfono<br />
al segundo, con lo cual se despejaron todas las<br />
dudas: el sistema funcionaba perfectamente. Todo<br />
estaba listo para las diez de la noche, la hora<br />
elegida para la llamada que comenzaría una nueva<br />
era. Preventivamente, el manager del los jóvenes<br />
argentinos suspendió todos los deberes de la tarde,
procurando de esta manera no forzar el estado de<br />
salud de los ilustres visitantes y mantenerlos en<br />
forma para la noche.<br />
IV<br />
La tarde transcurrió en calma, incluso los chicos<br />
tomaron una siesta. La cena, habitualmente servida<br />
a las 20:30, se re-programó para después del<br />
llamado, aunque al día siguiente hubiera que<br />
madrugar. El recinto designado se acondicionó<br />
rápidamente para albergar las casi trescientas<br />
personas que presenciarían el acto. Para el público<br />
se pusieron sillas, sillones de mimbre, un banco de<br />
palmera y hasta se entraron al salón, con gran<br />
esfuerzo, las sillas de hierro del jardín. Sin medir<br />
esfuerzos, se trajo de la peluquería vecina al hotel<br />
una silla giratoria para el señor Peres. Un diván de<br />
cuerina, donado por el estudio psicoanalítico y<br />
quiromántico de María de la Rueda e hija, fue la<br />
comodidad elegida para el argentino que hiciera el<br />
contacto inicial. Cerca de las 21 se prendió el turbo<br />
ventilador de pié parta ir refrigerando el lugar y a las<br />
21:30 se dejó ingresar a la gente que<br />
ordenadamente formaba fila desde temprano. La
grata sorpresa era que se había removido parte de<br />
la exposición de plástica de la artista local Susana<br />
Pereyra, especialista en pintura nocturna sobre<br />
terciopelo negro, dejando lugar entre sus<br />
cautivantes cuadros para un retrato al óleo de la<br />
Presidenta argentina, pintado por el hijo del barman<br />
del hotel a partir de sus recuerdos de las<br />
apariciones de la bella mujer en los noticieros de<br />
canal 7. La figura femenina, con la mirada seria<br />
pero dulce a la vez, solemne pero atractiva, parecía<br />
escrutar la zona de la sala donde se haría la<br />
comunicación. Para las 22:15 todo el público<br />
presente se había saludado, intercambiado<br />
opiniones y puesto al día con las últimas noticias del<br />
circuito extra-oficial. A las 22:30 aún no habían<br />
aparecido los jóvenes argentinos que harían el<br />
prodigio. Cuando el murmullo creció para<br />
transformarse en una franca gritería, la voz del señor<br />
Rocamora pidió silencio con la fuerza de toda su<br />
investidura. Ya estaba el magistrado dispuesto a<br />
amonestar a la dignísima concurrencia por su falta<br />
de ubicación y recato cuando una exclamación<br />
recorrió la sala. Llegaron por fin los chicos. Pablo,<br />
Ricardo y Jorge recorrieron el pasillo dejado al
medio de la sala hasta llegar junto al cuadro de la<br />
Presidenta. Estaban vestidos para la ocasión por la<br />
sastrería de Vieytes, cuyo dueño les suplicó que<br />
portaran esos magníficos fracs, piqués marfil y<br />
moños blancos. La peluquería Remedios de los<br />
Arces era la responsable de las luminosas<br />
cabelleras rubias que en ese ámbito, destacaban<br />
como soles indómitos de juventud. Tres dioses, tres<br />
hijos de la madre patria, tres embajadores…. - ¡Un<br />
momento! ¿Por qué solo tres? Qué pasa con el<br />
cuarto? - Preguntó Rocamora, a la sazón convertido<br />
en promotor del evento. El señor presidente Peres,<br />
que cerraba la comitiva, se aproximó a la primera<br />
hilera de butacas y asientos varios y golpeó las<br />
palmas reclamando silencio. - Lamentablemente,<br />
Juan no nos podrá acompañar porque se siente mal<br />
de la digestión. – dijo el primer mandatario, mirando<br />
severamente al señor Uribelarrea, director del hotel.<br />
– Esperemos que pronto mejore. El señor ministro<br />
de salud pública ya le aplicó las primeras<br />
cataplasmas, de manera que habremos de dejar<br />
paso a la sabia labor del tiempo que lo curará sin<br />
que quepa duda, que grave no es la cosa. – El<br />
presidente levantó la mirada y aflojó el gesto adusto
para dar paso a una sonrisa - Pero ahora,<br />
conciudadanos y visitantes de nuestros países<br />
amigos, estimados representantes de la prensa<br />
extranjera, demos la calurosa bienvenida a estos<br />
jóvenes que no cesan de brindar felicidad y buen<br />
augurio a nuestra modesta nación. – estallaron los<br />
aplausos espontáneos de la concurrencia, mientras<br />
el señor Uribelarrea se señalaba a sí mismo con<br />
cara de mártir, moviendo visiblemente los labios de<br />
tal manera que<br />
parecía pronunciar “yo no tuve la culpa” a las pocas<br />
personas que le prestaban fugazmente la atención.<br />
– Bueno… Bien… Bueno… Les decía… no señora,<br />
hay una lista de oradores… no podemos hablar<br />
todos por teléfono con la presidenta. Bueno… - el<br />
señor Peres logró que amainara el entusiasmo para<br />
seguir diciendo – Este día histórico será recordado<br />
por muchas generaciones. Es la primera vez que un<br />
sanjacinteño hablará por un teléfono satelital, por<br />
primera vez con una persona de otro país, por<br />
primera vez con una persona de otro continente, y<br />
esa persona, además, ¡será la Excelentísima<br />
señora presidenta de la República Argentina! - los<br />
aplausos repentinos rápidamente degeneraron en
una gritería infernal. El entusiasmo amenazaba<br />
desbordar el salón, donde la temperatura ya era<br />
francamente insoportable. Pero la sabiduría de viejo<br />
estadista del señor Cúbalo, del frente socialista<br />
Carlos Marx, pudo encauzar nuevamente la noche<br />
hacia su destino trascendental. En efecto, el líder<br />
reformista empezó a entonar las estrofas del himno<br />
nacional de San Jacinto, que no es otro que el<br />
mismísimo Himno Nacional Argentino. En unos<br />
pocos segundos, todos se sumaron a la feliz idea y<br />
así el salón empezó a emanar sobre la perfumada<br />
bahía nocturna de la Perla del Pacífico la música<br />
deliciosa del canto coral patrio. Los marinos a<br />
bordo de las barcas, las palangreras que en la playa<br />
alistaban el cebo para la pesca del día siguiente, los<br />
enamorados furtivos que se escondían en las<br />
dunas… todos se sumaron a ese coro que<br />
reclamaba lo mejor del pueblo sanja. Adentro del<br />
salón, los tres muchachos argentinos cantaban<br />
entusiasmados las primeras estrofas, mas luego, al<br />
proseguir el himno con el estridente pasaje donde<br />
se canta “De los nuevos campeones los rostros<br />
Marte mismo parece animar; La grandeza se anida
en sus pechos, A su marcha todo hacen temblar.”, el<br />
entusiasmo pareció decrecer en los rostros de los<br />
chicos. Seguramente preocupados por el retraso<br />
que esto suponía, hay que pensar que aún faltaban<br />
diez minutos de canción, lo cierto es que pronto<br />
dejaron de cantar y se empezaron a ocupar de los<br />
detalles de la comunicación en sí. Realmente se los<br />
veía nerviosos. No debe haber costumbre o<br />
familiaridad alguna que desbaste el desafío de<br />
mantener una conversación, aunque no sea la<br />
primera, con un jefe de estado. Por fin terminó el<br />
Himno y, tras los aplausos, la gente guardó un<br />
emocionado silencio, como el que guarda aquél que<br />
de regreso del altar donde se la concedido la<br />
eucaristía, deja disolver en su boca el dulce sabor<br />
de lo sagrado. De pronto comenzó el verdadero<br />
milagro. Pablo empezó a marcar los dígitos del<br />
teléfono de la presidenta, un secreto de estado que<br />
en esta isla, solo él y acaso sus compañeros<br />
conocían. Si antes había silencio, entonces en ese<br />
momento el tiempo se detuvo. Nadie osaba mover<br />
un solo músculo de su cuerpo por el temor de<br />
provocar un ruido, una interferencia, una desgracia<br />
electromagnética o incluso digestiva que malograra
la llamada. - ¡Hola Señora presidenta! – exclamo<br />
Pablo – Habla Pablo… ¡ah, sos vos! ¿Qué hacés<br />
atorrante? ¿Todo bien? Yo laburo siempre, no como<br />
vos… ¿Qué hacés con el teléfono de tu madre?<br />
¿No tenés para comprarte uno…? Qué vas a ganar<br />
trabajando...apostando es la única forma en que<br />
ganarás, y encima en contra de tu equipo. ¿Ya<br />
saben tus compañeros gallinas que apostás a favor<br />
de boquita? … sí, justo… Sueñen, hijos nuestros.<br />
¡Eso es lo que son! Bien, sí. Perfecto. Sí, están<br />
todos acá conmigo… todo bien… ¿vos? … ah…y<br />
sí, mejor… ya se sabía que la cosa no iba… muy<br />
pendeja… no te hagás drama… el mundo está lleno<br />
de minas…cuchame, ¿me podés dar con tu vieja?<br />
Acá hay gente esperando… Les mando, cuidate…<br />
chau. Beso…. ¿Qué? ¿Maracas? ¿Nosotros? ¡Mirá<br />
quien habla! ¡Maracas ustedes, que no clasificaron!<br />
Chau, chau… - la gente cruzaba miradas entre<br />
divertidas y aterradas – ¡Hola señora Presidenta!<br />
Pablo habla… Sí, lo que pasa es que tuvimos un<br />
problema con el<br />
barco… Sí, sí… al final llegamos. ¡Estamos en San<br />
Jacinto! No… lo que pasa es que no teníamos<br />
teléfonos… sí, ya sé. Bien, todos bien… Sí, pero
igual tenemos tiempo… ¿no? – en este punto de la<br />
conversación, si antes nadie se movía, ahora nadie<br />
respiraba. Todos contuvieron el aliento. – Menos<br />
mal, le agradezco. Usted no sabe lo bien que tomó<br />
esta gente la noticia de su gira…. Noooooo! No,<br />
señora. No le dijimos a nadie! Ya sé… sí, la<br />
seguridad… es que acá son todos amigos. No sabe<br />
cómo la quieren a usted… cien por ciento. Sí, lo<br />
recomiendo…. Sí, usted tenía razón, hay que venir. –<br />
Algunos tímidos grititos de entusiasmo recorrieron<br />
las primeras filas – bueno, justamente… yo la<br />
molestaba para saber si usted tendría un minuto<br />
para hablar con el señor Presidente de San<br />
Jacinto… - el ruido de una persona desplomada,<br />
presa del desmayo, fue la única interrupción en ese<br />
silencio sepulcral – Sí, está acá, cerca de mí…<br />
Moisés Peres… Peres, con “ese”. Acá al lado…<br />
bueno, sí, después la vuelvo a llamar. Hasta luego…<br />
como usted ordene, señora…¿Quién me quería<br />
consultar algo?…¿Aníbal?... Bueno, si puede<br />
arreglarse hasta que yo llegue…sino que me llame<br />
a este celular, que le explico cómo se hace…<br />
Gracias, serán dados. – Pablo retiró el teléfono del<br />
oído, lo bajó y puso su mano tapando el micrófono.
Mirando solemnemente al presidente de San<br />
Jacinto, le dijo – La Presidenta de la República<br />
Argentina pide hablar con su excelencia. – Fue la<br />
apoteosis. Algunos guardaron silencio, otros<br />
murmuraban; algunas señoras, las más jóvenes,<br />
daban grititos histéricos. Alguna que tendría el<br />
corset muy apretado, cayó desmayada haciendo<br />
ruido a miriñaque derrumbado. Cuando cesaron los<br />
aplausos, el presidente de San Jacinto se atusó el<br />
bigote, pasó la palma de su mano izquierda por la<br />
cola de su frac impecable y se acercó al teléfono<br />
con paso seguro, auque el temblor de la mano<br />
denunciaba su lógico nerviosismo. La sala<br />
prácticamente estalló en una hoguera de luz<br />
destellante. Un gesto imperioso del presidente<br />
acabó con los flashes y el ruido de las cámaras<br />
fotográficas. Señora Presidenta, le comunico con su<br />
excelencia el señor Presidente de la República de<br />
San Jacinto – dijo Pablo, y le entregó el teléfono al<br />
Sr. Peres. El primer magistrado alargó una mano<br />
cuyo pulso logró controlar. Tomó el teléfono y dijo: -<br />
¡Excelentísima Señora Presidenta, es un gran honor<br />
para mí saludarla en nombre del Pueblo de San
Jacinto! El Público enloqueció. El ministro de<br />
comunicaciones en persona conectó el interruptor<br />
que permitió, a partir de ese momento, la<br />
amplificación del sonido del auricular para que el<br />
mismo pudiera ser oído por toda la concurrencia. -<br />
Su excelencia, el gusto es mío. Lo saludo en<br />
nombre del pueblo argentino. – dijo la voz del otro<br />
lado. El timbre y profundidad, seguramente<br />
deformados por el paso a través del espacio sideral<br />
en su trayectoria de subida y bajada del satélite, no<br />
reflejaban el delicioso matiz femenino que la<br />
presidenta utilizaba en sus alocuciones públicas<br />
emitidas por canal 7. Tal vez tampoco contribuía la<br />
hora de la mañana, pero lo cierto es que la<br />
Presidenta sonaba un tanto machona, aunque<br />
encantadora como siempre.. - Señora presidenta,<br />
este llamado histórico para nosotros tiene por<br />
finalidad contribuir a estrechar los lazos que unen a<br />
cada ciudadano de mi patria con su querido país, al<br />
cual veneramos como hogar de nuestros ancestros.<br />
Pero además quiero expresarle personalmente el<br />
beneplácito por su próxima visita. No puedo<br />
expresarle con palabras la felicidad infinita que<br />
compartimos todos los sanjacinteños por su
prometida presencia. - Señor Peres. Le agradezco<br />
tanto la invitación. Yo también tengo unas ganas<br />
locas de visitarlos, porque ya me dijeron que<br />
ustedes son gente recopada y la verdad que el resto<br />
de la gira es medio plomo, así que va a estar<br />
rebueno que yo pueda ir por allá.<br />
La familiaridad de la presidenta argentina<br />
entusiasmó al público. Una muchacha de la primera<br />
fila , haciendo gala de una extensa cultura televisiva,<br />
explicó el significado de algunos términos<br />
desconocidos, como “recopada” y “medio plomo”.<br />
La voz distorsionada de la presidenta siguió<br />
diciendo: - Bueno amigazo, que siga bien y nos<br />
vemos pronto. Cualquier detalle lo arregla con mis<br />
embajadores. Le mando un beso. Chau Chau! -<br />
Hasta luego querida señora – saludó, algo<br />
confundido, el presidente Peres. A continuación de<br />
los aplausos, abrazos y llantos emocionados, se<br />
largó la fiesta. Los diarios anunciaron el<br />
acontecimiento inminente en ediciones especiales.<br />
En menos de un mes, la Presidenta Argentina<br />
arribaría a San Jacinto. El itinerario definitivo ya<br />
estaba listo para ensayarse. Una comisión se<br />
despachó rápidamente al viejo aeródromo de Kala-
Ton, cercano unos cuarenta kilómetros de La Perla.<br />
El rudimentario aeropuerto había sido construido<br />
durante la segunda guerra mundial por los<br />
japoneses, pero no llegó a utilizarse nunca. Los<br />
nipones estaban ya muy debilitados cuando<br />
invadieron San Jacinto y tras unas dos semanas de<br />
heroica resistencia nativa, debieron huir en el barco<br />
que los trajo, no sin antes probar el valor de la<br />
población civil que los hostigó duramente<br />
arrojándoles aceite hirviendo desde las azoteas.<br />
Desde los gloriosos días de la invasión japonesa y<br />
la reconquista, el aeródromo envejecía<br />
pacíficamente sin mayor mantenimiento que la<br />
pintura a la cal prodigada anualmente por la<br />
Dirección Nacional de Museos. Aún así, se decidió<br />
que la pista serviría para recibir el avión<br />
presidencial argentino, tal como dieron fe Juan y<br />
Jorge, quienes ya eran veteranos de volar varias<br />
veces a bordo del famoso Tango 01.<br />
V<br />
Tras un mes de febriles preparativos, llegó el día<br />
más esperado. Durante el día anterior, la sociedad<br />
sanja había logrado, en medio de la febril actividad,<br />
cumplir con un compromiso de honor: despedir a los
cuatro jóvenes que zarparían a la madrugada para<br />
investigar la seguridad de otra nación insular<br />
cercana, cuyo nombre no se podía revelar dado el<br />
secreto presidencial. La gente los colmó de regalos<br />
y las novias quedaron en puerto, tristes y ansiosas<br />
por el pronto regreso de los maravillosos solteros.<br />
Si bien el arribo de Presidenta estaba previsto para<br />
las primeras horas de la tarde, ya desde la<br />
madrugada diversos grupos de entusiastas<br />
comenzaron a congregarse en las sendas de<br />
acceso al aeródromo. Las fuentes consultadas<br />
difieren sobre el origen de los desgraciados<br />
acontecimientos que ensombrecieron la jornada.<br />
Hay quien atribuye la culpa de iniciar la catástrofe a<br />
los grupos de izquierda revolucionaria. Otros, en<br />
cambio, apuntan la mirada inquisidora a la derecha<br />
interesada en acaparar a la presidenta para su<br />
propio beneficio. Columnas provenientes de todas<br />
las regiones del país pugnaban por ganar la calle y<br />
llegar antes que las otras al aeródromo.<br />
Vendedores ambulantes intentaban sortear los<br />
piquetes agrarios que algunos oportunistas<br />
sembraron a lo largo del recorrido de la caravana
que llevaría a la querida Presidenta al hotel<br />
capitalino. Cerca del mediodía comenzaron las<br />
agresiones; las canciones ofensivas que las<br />
diversas facciones entonaban en contra de las<br />
demás fueron subiendo de tono. De pronto, en la<br />
zona aledaña al aeródromo reinó el caos. Los<br />
militantes se arrojaban todo tipo de proyectiles,<br />
como empanadas, mates y termos de agua<br />
hirviendo. Las corridas y desmanes dieron lugar a la<br />
intervención de los cadetes recién<br />
recibidos de la recientemente fundada Escuela de<br />
Policía y Seguridad Presidencial de San Jacinto,<br />
quienes debieron secuestrar los equipos de sonido,<br />
la radio del disk jockey y los sánguches de miga,<br />
siguiendo el estricto procedimiento recomendado<br />
en estos tumultos. Así siguieron las peleas y<br />
saqueos de los kioscos y puestos de vendedores<br />
de velas y estampitas. La desgracia hizo su<br />
aparición cuando una voz aterrorizada anunció por<br />
altoparlante que si los revoltosos no se calmaban,<br />
acudirían los seminaristas a imponer la paz por la<br />
fuerza. Las madres, desesperadas, abrazaron a sus<br />
hijos y formaron un cordón para proteger a los<br />
púberes, taponando de esa manera la única vía de
escape de la zona militar. En el impasse producido,<br />
las autoridades, preocupadas por el retraso<br />
evidente del arribo tan esperado, decidieron enviar<br />
un radio al barco de los muchachos, para averiguar<br />
qué pasaba. Entre que el mensaje llegó al palacio<br />
de comunicaciones, se pasó al radioperador, éste<br />
se comunicó con el barco, se recibió la respuesta,<br />
que a su vez tuvo que regresar al palco oficial del<br />
aeródromo, pasaron unos sesenta minutos<br />
angustiantes. Entonces, un locutor anónimo anunció<br />
que la Presidenta venía en hidroavión y que el<br />
mismo había sido desviado a la bahía de la Perla.<br />
Por fin, entonces, la gente se dispersó. Siguieron<br />
horas de tensa espera. El avión nunca llegó. Se<br />
dice que la comitiva que acompañaba a la<br />
Presidenta le pidió que suspendiera la escala en<br />
San Jacinto debido a los desmanes producidos. Es<br />
muy probable. La noche llegó cuando ya los fuegos<br />
se apagaban. Poco a poco cada cual fue<br />
regresando a su región o barrio. A la madrugada<br />
existían aún algunos grupos rebeldes de<br />
vendedores ambulantes alcoholizados que miraban<br />
el horizonte, adivinando en cada estrella que se<br />
alzaba, las luces de navegación de un avión
fantasma que nunca terminaba de llegar. Como<br />
saldo de aquel día negro, aún quedan heridos<br />
rehabilitándose, quienes exhiben, con desgracia o<br />
con orgullo, las cicatrices de esa jornada. Nunca se<br />
supo qué fue de aquellos jóvenes que apostaron tan<br />
fuerte por una San Jacinto que no estuvo a la altura<br />
de su confianza; pero el silencio avergonzado de la<br />
gente expresa un inocultable sentimiento de culpa<br />
de esta sociedad isleña. Tras la renuncia del Señor<br />
Peres, El nuevo presidente de la junta colegiada de<br />
gobierno, Don Juan de Morelos, expresó así el<br />
sentir nacional “Está visto que aún nos falta mucho<br />
por aprender. Quiera Dios, o por la minoría, la<br />
naturaleza, que mi patria algún día sea digna de<br />
volver a formar parte de la Argentina que todos<br />
queremos” Por el bien de esta Patria Grande de la<br />
Melanesia, nosotros nos sumamos esperanzados a<br />
su deseo. Así sea.
Viaje al asteroide del General<br />
El primer día del año 1998 amaneció gloriosamente<br />
despejado. Mirando la mañana desde el balcón de<br />
su casa, el subsecretario de Ciencia y Técnica de la<br />
Municipalidad de Berazategui, el doctor Juan Otto,<br />
se dijo que ese sería, en fin, otro día peronista.<br />
Contento como estaba, decidió conectarse a<br />
Internet para ver qué se decía en los círculos<br />
científicos sobre el clima venidero. Enchufó el<br />
módem, abrió el Netscape y se puso a esperar que<br />
cargara la página del Yahoo. Entre los resultados de<br />
su búsqueda climática, por capricho del buscador,<br />
obtuvo un enlace muy interesante hacia el sitio de<br />
efemérides astronáuticas que publicaba la revista<br />
digital argentina “Axxón”, especializada en ciencia<br />
ficción. Y allí, en medio de los ocultamientos y<br />
conjunciones, bien situado en medio de noviembre,<br />
estaba el notición del año: el asteroide 8230,<br />
“Perón”, completaría en noviembre su mejor<br />
aproximación a la Tierra en miles de años. Juan<br />
Otto salió corriendo de su casa a ver al jefe
comunal. Lo encontró tomando mate con el guardia<br />
del estacionamiento. La primera sorpresa para el<br />
Intendente fue que el General Perón tuviera un<br />
asteroide consagrado a su honra, la segunda fue<br />
que nadie más lo supiera. “¿Vos estás seguro,<br />
Juancito?”, preguntó el alcalde de Berazategui. “Lo<br />
dice Internet”, aseguró el subsecretario. “Vení<br />
conmigo” dijo el intendente. Pegó una chupada<br />
sonora al mate, agradeció al Guardia y se llevó a<br />
juan Otto a su despacho. Los acontecimientos se<br />
sucedieron en forma vertiginosa. Luego de una<br />
semana de intenso trabajo y consultas de todo tipo,<br />
se convocó una reunión secreta del gabinete<br />
municipal y los ediles justicialistas. La mayoría tuvo<br />
que suspender sus vacaciones en la costa para<br />
regresar ese martes de enero a la ciudad castigada<br />
por el calor insoportable del estío. Se reunieron a la<br />
noche, en el Salón de la secretaría de protocolo y<br />
Ceremonial, único sitio con aire acondicionado en<br />
todo el palacio municipal. Allí, el querido Intendente<br />
se dirigió a sus seguidores. “Compañeros, amigos<br />
míos: el asteroide Juan Domingo Perón pasará<br />
cerca de nuestro planeta a fin de este año. Vamos a<br />
mandar a ese planetoide una nave espacial y
pondremos en su superficie inmaculada una placa<br />
recordatoria en homenaje al líder. Elegimos hacer<br />
esto no porque sea fácil o porque nos venga bien,<br />
sino por todo lo contrario, porque es difícil: un<br />
desafío a nuestro genio y voluntad. Antes de que<br />
termine este año, pondremos el nombre de<br />
Berazategui, de esta comunidad y de su Intendente<br />
en ese asteroide. La lista de quienes quieran<br />
acompañarme en esta empresa sin precedentes<br />
será grabada en metal y brillará por toda la<br />
eternidad, ya que en el espacio no hay óxido.”<br />
Lo que sucedió a continuación de los diez segundos<br />
de asombrado silencio fue un ciclón de ideas y<br />
movimientos que se tranquilizó recién hacia<br />
mediados de julio de ese año. Para ese entonces,<br />
la maquinaria del poder oculto pero imparable del<br />
municipio de Berazategui, capital nacional del<br />
vidrio, ya había logrado asegurar la misión espacial<br />
destinada a conmover a todo el movimiento<br />
justicialista y al mundo. Todo se hizo a pulmón y con<br />
el trabajo desinteresado de decenas de voluntarios<br />
quienes, guardando el más absoluto secreto,<br />
movieron influencias, pagaron sobornos y hasta<br />
chantajearon a funcionarios de toda la nación para
lograr el objetivo. El resultado fue que la Universidad<br />
Tecnológica Nacional grabó la placa y adaptó el<br />
impulsor del cohete que la llevaría al asteroide 8230<br />
en una trayectoria cuidadosamente planeada. El<br />
cerebro detrás la intensa matemática necesaria<br />
para la proeza fue un astrónomo paraguayo,<br />
Plutarco Menéndez, que le debía unos pesos al<br />
cuñado del Intendente por unos fuegos artificiales<br />
que vendiera accidentalmente húmedos,<br />
malogrando así el final de un épico recital de<br />
Ramona Galarza. Todo el personal municipal se vio<br />
contagiado del furor por sumarse a la aventura<br />
espacial. El tráfico de influencias y la venta de<br />
lugares en la lista para poner el nombre en la placa<br />
de bronce pronto hicieron peligrar la propia<br />
viabilidad del proyecto. “si esto sigue así, jefe, la<br />
placa no cabrá en el cohete” advertía Juan Otto,<br />
devenido en responsable de la noble empresa.<br />
Hubo que realizar un sorteo en el bingo de<br />
Berazategui, dedicado por una noche<br />
exclusivamente a la tarea de asignar lugares en el<br />
bronce a los entusiastas que accedieron a oblar un<br />
jugoso aporte a la causa. Así se logró financiar el<br />
gasto del armado del cohete.
Todo fue bien hasta que se probó el impulsor en el<br />
campo de la fábrica Sniafa. El territorio sigue<br />
declarado, aún hoy, treinta años después de aquel<br />
intento, como tectónicamente inseguro. La<br />
explosión del cohete arrasó unas doscientas<br />
hectáreas de bosque subtropical, rompió todos los<br />
vidrios de los barrios aledaños y catapultó una<br />
chimenea abandonada cuyos escombros cayeron<br />
en el distante Río de la Plata, aguas adentro. Hubo<br />
gente herida a bordo del vapor de la carrera, que<br />
llevaba pasaje a Montevideo y hubo de volver a<br />
puerto, ya que continuar la travesía, la gente habría<br />
caído presa del pánico en aquella época de<br />
revoluciones frecuentes y asonadas militares. Una<br />
vez pagadas algunas indemnizaciones y silenciado<br />
bastantes bocas, el dinero remanente no alcanzaba<br />
para pensar siquiera en un segundo intento.<br />
Además,<br />
todo el instrumental y el equipo auxiliar habían<br />
resultado destruidos en la explosión. Tampoco se<br />
hallaron nunca los restos de la única víctima, el<br />
astrónomo guaraní que pagó con su vida un lugar en<br />
el agradecimiento y la memoria del pueblo que
alguna vez, sin querer, decepcionó.<br />
Cuando todo parecía perdido sin remedio, volvió la<br />
esperanza.<br />
Un ingeniero que trabajaba en la compañía satelital<br />
Limpsat, ex chofer de la línea municipal de<br />
colectivos, la 603, había logrado acceder al<br />
software de la misión espacial Europea que pondría<br />
en órbita en apenas un mes a un satélite de<br />
comunicaciones. Este personaje, cuyo nombre se<br />
mantiene aún en el anonimato, dijo que podría<br />
desviar el satélite que la multinacional lanzaría en<br />
octubre y usarlo para meter la sonda de<br />
contrabando en el mismo cohete. Cuando el satélite<br />
alcanzara su órbita definitiva, la sonda escondida en<br />
el interior, del cual se había removido secretamente<br />
un pack de baterías, se lanzaría por sí misma hacia<br />
el preciado asteroide.<br />
Los esfuerzos se sumaron de todos lados y,<br />
finalmente, se llegó a un plan de misión secretísimo<br />
y originalmente prometedor. Algún rumor se filtró,<br />
porque el Palacio Municipal fue asaltado<br />
furtivamente en dos ocasiones, las cuales quedaron<br />
registradas oficialmente como “intento de robo”;<br />
aunque todos sospecharon de la impotente mano
de la CIA que desesperaba por encontrar datos<br />
sobre la misión espacial secreta del municipio.<br />
Finalmente se llevó a cabo el lanzamiento,<br />
presenciado por las autoridades municipales en la<br />
Guyana Francesa, aunque los trece funcionarios,<br />
incluyendo a Corina Freites, la secretaria privada,<br />
tuvieron que disfrazarse de nativos para no levantar<br />
sospechas ante las autoridades del centro de<br />
lanzamiento, ubicado en medio de la selva<br />
ecuatorial. En teoría se estaba poniendo en órbita<br />
un satélite de comunicaciones privado, pero no bien<br />
se separó del impulsor principal el cohete Ariane, el<br />
vehículo experimentó una anormalidad que en tierra<br />
se interpretó como un mal posicionamiento sin<br />
remedio alguno que llevaba a la nave en una órbita<br />
excéntrica. En realidad, la misión espacial<br />
berazateguense había comenzado. La misión fue<br />
todo un éxito e incluso el Intendente llegó a recibir un<br />
telefax con la fotografía del asteroide en el momento<br />
en que la sonda hizo impacto, levantando una casi<br />
imperceptible estela de polvo. Se convocó a la<br />
prensa para hacer el anuncio al día<br />
siguiente, puesto que el mundo, pero en particular<br />
cada vecino de Berazategui, merecía conocer la
proeza científica y técnica de un municipio que<br />
podría parecer al ojo desprevenido una ciudad más<br />
del conurbano bonaerense, pero que en realidad<br />
era la cuna de una nueva humanidad, noble,<br />
cristiana, pero sólidamente científica y sobre todo,<br />
justicialista.<br />
Juan Otto estuvo inicialmente de acuerdo y se<br />
mostró entusiasmado, pero al día siguiente era otra<br />
persona. Algo durante la noche o la madrugada le<br />
había cambiado el ánimo por completo: llegó<br />
apresuradamente para detener el anuncio con el<br />
argumento de que Limpsat podría hacer juicio por<br />
su satélite perdido y el municipio no podría afrontar<br />
la indemnización. Nadie le quería hacer caso, pero<br />
el subsecretario fue tan persuasivo que, finalmente,<br />
se decidió mantener todo en secreto hasta que en<br />
un futuro el supuesto crimen proscribiera. El<br />
Intendente se contentó con la foto del impacto de la<br />
sonda y la copia hecha sobre carbónico de la placa<br />
recordatoria que ahora adornaba la superficie del<br />
asteroide del General. Quienes lo han visitado en su<br />
despacho juran que las conserva en una vitrina,<br />
sobre terciopelo azul.<br />
Los envidiosos de la vecina ciudad de Quilmes han
lanzado últimamente una falsa cadena de email,<br />
diciendo que el asteroide 8230 en realidad se llama<br />
Peroná, con tilde en la “á”, en honor a un personaje<br />
del carnaval veneciano, y que la computadora del<br />
Dr. Otto, quien presumía de moderno porque<br />
navegaba por Internet, carecía de una placa gráfica<br />
adecuada y por eso no mostraba las vocales con<br />
tilde, dando lugar al equívoco que llevó a<br />
Berazategui al espacio. Nadie le dijo nunca nada al<br />
Intendente de esa versión poco probable. Cierto o<br />
no, ningún asteroide, que al fin y al cabo así como<br />
vienen se van, logrará eclipsar el brillo de los<br />
triunfos astronáuticos del pueblo.<br />
Berazategui, a diferencia de otras superpotencias<br />
del globo, aún no ha clausurado su incipiente<br />
carrera espacial.<br />
Que sirva de ejemplo.
La situación gravitatoria en<br />
Berazategui<br />
La historia de la ciencia está recorrida por otro<br />
relato siempre paralelo y subterráneo, un lugar<br />
donde las fronteras del mundo científico se<br />
desdibujan y se pierden. Sean los experimentos de<br />
algunos alquimistas serios, como Avogadro, o los<br />
nunca bien descriptos avances del genial Tesla, lo<br />
cierto es que la actividad científica oficial ha tenido<br />
siempre un lugar para la subversión. A ese lugar<br />
sombrío y reprimido pertenecen los episodios nunca<br />
terminados de precisar, como la terapia con<br />
crotoxina, la fusión fría o la gravedad positiva.<br />
Emblema de la ciencia del tercer mundo, siempre<br />
con el handicap de su origen y la oposición de los<br />
intereses de los países centrales, la investigación<br />
malograda sobre las posibilidades de la gravedad<br />
positiva aún perdura en la memoria científica de la<br />
patria. Repasemos brevemente el concepto: Desde<br />
los días de Newton, el mundo sabe que entre los<br />
cuerpos dotados de masa se ejerce una atracción
gravitatoria, es decir, una fuerza que arrastra los<br />
objetos hacia un centro de masa común. La teoría<br />
newtoniana sobre la gravedad fue ampliada por<br />
Einstein, quien la incluyó en su descripción del<br />
espacio tiempo como continuo donde se manifiesta<br />
esta fuerza peculiar. A pesar de los esfuerzos<br />
realizados, nunca se pudo explicar del todo la<br />
naturaleza de la gravedad, ni tampoco se pudo<br />
detectar una hipotética partícula de intercambio, el<br />
gravitón, que la transportaría a través del universo.<br />
Sin embargo, los baches de la teoría gravitatoria<br />
estándar pudieron haberse salvado por el trabajo de<br />
dos sabios vecinos de la ciudad de Berazategui,<br />
según se puede reconstruir de la investigación<br />
histórica de la escasa y joven ciencia<br />
berazateguense. En efecto, habría sido por los años<br />
sesenta cuando el profesor Dinelli, vecino del barrio<br />
de los monoblocks y habitué del bar “Moreno”,<br />
diera forma a la idea que le diera el dueño de la<br />
modesta casa de refección, entre copa y copa de<br />
Hesperidina. “Moreno”, como se conocía al italiano<br />
de edad indefinida cuyo verdadera nombre era Pier<br />
Luigi Canazzotti, quien juraba haber sido ingeniero<br />
en Italia hasta ser expulsado por los nazis, tenía sus
propias ideas sobre la gravedad. La ayuda del<br />
profesor Dinelli, quien a la sazón impartía clases de<br />
Análisis Matemático en el Instituto Politécnico, joya<br />
pedagógica del municipio, aportó el elemento que<br />
faltaba para darle forma científica a las<br />
indudablemente geniales elucubraciones de Moreno<br />
sobre una de las fuerzas fundamentales del<br />
universo. Era una tarde de diciembre. En los<br />
lejanos Estados Unidos de América los astronautas<br />
daban los primeros y tímidos pasos en su larga<br />
carrera hacia la Luna, cuando Moreno sentenció una<br />
frase que luego se haría famosa entre el reducido<br />
círculo de acólitos a la física teórica de Berazategui.<br />
El testigo de aquel momento histórico fue Hernán<br />
Domenech, un alumno de cuarto año encargado<br />
temporalmente, cual un moderno Juan Grillo, de<br />
acompañar al profesor Dinelli durante los mediodías<br />
para que retornara a horario, y en lo posible sobrio,<br />
al dictado de sus clases de la tarde. Toda la<br />
concurrencia del bar, es decir, el profesor, el joven<br />
estudiante y el mismo Moreno, estaba atenta al<br />
televisor Admiral cuya pantalla verdosa mostraba el<br />
celeste y negro la transmisión del interior de una<br />
nave Apollo en órbita alrededor de la Tierra. Los
astronautas acababan de cumplir un hito<br />
importantísimo: habían logrado acoplar la nave<br />
espacial con un módulo lunar. Con ese ensayo, la<br />
carrera hacia la Luna estaba asegurada.<br />
—Impresionante —dijo Dinelli, degustando un sorbo<br />
de aperitivo.<br />
—¿Sabe lo que pasa, Dinelli? —dijo Moreno,<br />
saliendo detrás de la barra y soltándose el delantal<br />
blanco—. La están pifiando.<br />
—No sé…<br />
—La están pifiando —repitió Moreno, dándole<br />
énfasis a sus palabras con una sonora cachetada<br />
que le propinó al televisor, arreglando de esta<br />
manera, rústica pero efectiva, el sincronismo del<br />
vertical.<br />
—¿Usted dice por el acoplamiento? Si no practican<br />
con eso nunca van a poder llegar a la Luna.<br />
—No, la están pifiando con los cálculos, largándose<br />
así… —Moreno arrojó el delantal sobre el<br />
mostrador, indignado.<br />
—¡Pero está todo calculado! Yo miré los elementos<br />
orbitales y la transferencia de Hohmman; parecen<br />
buenos…<br />
—Olvidesé. Tarde o temprano van a tener que
utilizar una inyección translunar, con un encendido<br />
adicional. Y ahí se les va a caer todo.<br />
—Más a mi favor —dijo Dinelli—. Justamente, si<br />
hacen una inyección translunar, pueden corregir la<br />
trayectoria cuando quieran, es más seguro inclusive.<br />
—Se la van a poner de cabeza contra el Mar de la<br />
Tranquilidad —dijo Moreno, arremangándose la<br />
camisa de rayitas azules y blancas. Ya había<br />
comenzado a transpirar.<br />
El profesor Dinelli apartó bruscamente el vaso y la<br />
botella de Lusera de la mesa, tirando algunos<br />
palitos salados al piso. Sacó una regla de cálculo<br />
de su saco y un cuaderno. Se puso al buscar el lápiz<br />
en el bolsillo de los pantalones cuando Moreno lo<br />
interrumpió.<br />
—Deje, profesor… no se gaste. Sus números darán<br />
bien, pero los tres pobres tipos que manden a la<br />
Luna se terminarán haciendo puré. En la NASA<br />
están tomando mal el valor de la gravedad.<br />
—No entiendo…<br />
—Están tomando mal el campo gravitatorio —dijo<br />
Moreno, meneando la cabeza con lástima—. El<br />
vector es positivo, pero aún no se dan cuenta.
—Moreno, usted me dice que las los valores de G<br />
son positivos para el sistema de referencia… ¡El<br />
resultado es el mismo!<br />
—Con la corrección relativista se va a los caños,<br />
creamé.<br />
—Pero igualmente, es imposible considerar<br />
positiva a la gravedad… eso significaría que los<br />
cuerpos se repelen —dijo Dinelli, algo amoscado.<br />
—Y sí, es la verdad… se repelen.<br />
—¡Mire! —dijo Dinelli, sujetando su vaso a la altura<br />
de la frente, con la actitud desafiante de quien<br />
podría soltarlo en cualquier momento.<br />
—Miro y le digo: ese vaso está siendo repelido por<br />
la Tierra.<br />
El profesor miró el vaso, pensó un segundo, decidió<br />
tomarse el contenido que le quedaba y luego lo<br />
volvió a alzar frente a su cara. Entonces lo soltó. El<br />
cristal templado de Rigolleau rebotó contra el piso,<br />
hizo un par de piruetas y terminó enterito debajo de<br />
una silla.<br />
—La tierra no parece repelerlo mucho —dijo Dinelli,<br />
volviéndose a sentar, quizá algo defraudado por la<br />
renuencia del vaso a coronar con un merecido<br />
estallido su brillante demostración.
—Usted se olvida de algo. Mejor dicho, desconoce<br />
algo —dijo Moreno, aporreando una cubetera<br />
demasiado fría para liberar los humeantes cubitos<br />
de hielo.<br />
—A ver, cuentemé.<br />
—La repulsión del espacio.<br />
—Nunca oí hablar de eso.<br />
—Lógico, pero existe.<br />
—¿Y usted cómo lo sabe?<br />
—Mire, en Milán ya lo teníamos medido y todo,<br />
siempre en secreto, pero cuando llegaron los<br />
alemanes tuvimos que quemar todos los papeles.<br />
—La repulsión del espacio.<br />
—Sí —dijo Moreno, escanciando un poco de<br />
Cinzano para su propio consumo—. ¿Va a querer<br />
salamín?<br />
—Dele —dijo Dinelli, como quien perdona.<br />
—Bueno, la cosa es así. —Moreno empezó a<br />
forcejear con la piel rebelde de un embutido<br />
demasiado seco—. El espacio repele los cuerpos<br />
masivos. Ése es el vector correcto de la gravedad,<br />
el positivo. Un cuerpo planetario aislado en el<br />
universo infinito recibe una repulsión pareja de<br />
todas las direcciones. Ahora, la puta que lo parió,
casi me corto un dedo… bueno, ahora ponga otro<br />
cuerpo similar, pongalé a un millón de kilómetros. —<br />
Moreno consiguió pelar dificultosamente una<br />
porción comestible de salamín.<br />
—Se atraen.<br />
—Sí, aparentemente se atraen pero no porque se<br />
quieran, ¿me explico? La gravedad universal los<br />
empuja uno contra otro porque los dos cuerpos…<br />
—¡Se hacen sombra! Se apantallan entre sí… —<br />
interrumpió Dinelli, como despertando de un sueño.<br />
—¿Vio? ¿No está claro? No los une el amor, sino el<br />
espanto —dijo Moreno para la inmortalidad. Su<br />
frase calaría hondo no solamente en la ciencia local<br />
sino que llegaría a ser inspiración del inmortal Jorge<br />
Luis Borges, frecuentador secreto del bar Moreno.<br />
—O sea que, según usted, todos los cuerpos se<br />
repelen, pero se atraen porque es mayor la<br />
repulsión del espacio.<br />
—Exacto. La materia es opaca a la gravedad. Por<br />
eso hace sombra.<br />
—Pero. perdonemé, su teoría no explica un sistema<br />
de n-cuerpos.<br />
—¿Ah, no? Haga la prueba, hagalá —pronunció<br />
Moreno, como pudo, mientras masticaba una rodaja
de salame.<br />
El resultado fue que esa tarde Dinelli no dio clase,<br />
sino que se dedicó a llenar un pizarrón con<br />
tensores, ecuaciones diferenciales y cálculos tan<br />
diversos y exóticos que sus alumnos no osaron<br />
interrumpir su repentino fervor. La conclusión era<br />
tremenda: Moreno estaba, básicamente, en lo<br />
cierto. Los profesores de matemáticas, física y aún<br />
los de química se dieron cita en el aula para<br />
verificar los resultados. Todos terminaron<br />
convencidos, si no de la realidad, por lo menos de<br />
la coherencia del modelo Moreno de la gravedad.<br />
La conclusión era unánime, la verificación definitiva<br />
debía hacerse en órbita, pero si los cálculos eran<br />
ciertos, había que hacer algunas correcciones<br />
mínimas en el plan orbital para poder enviar una<br />
nave a la Luna. Nadie apostaba por la incidencia<br />
del error en un viaje de menos de un millón de<br />
kilómetros, pero la opinión unánime era que debía<br />
investigarse. Se adaptó el laboratorio de física del<br />
Instituto Politécnico de Berazategui para hacer las<br />
calibraciones de todos los aparatos que<br />
intervendrían en la medición de la magnitud más
insospechada del siglo: la repulsión gravitatoria.<br />
Pronto fue evidente que el andamiaje necesario<br />
para la fase experimental excedía la capacidad del<br />
reputado colegio. Se involucró entonces al flamante<br />
Club Ducilo, quien donó temporalmente un tinglado<br />
para instalar un laboratorio. Mientras tanto, la<br />
urgencia de la hora convenció a Dinelli de la<br />
necesidad de advertir cuanto antes tanto a la NASA<br />
como a la agencia espacial soviética sobre el<br />
peligro que afrontaban al seguir la carrera especial<br />
desconociendo el factor imprevisto de la verdadera<br />
naturaleza de la gravedad. Se juntaron en el bar de<br />
Moreno el profesor Dinelli, sus compañeros<br />
docentes y el alumno Domenech, joven privilegiado<br />
por la fortuna que lo puso nuevamente en ese día al<br />
frente de la misión de mantener sobrio a su<br />
profesor. Allí, reunidos alrededor de una picada con<br />
vermouth, los científicos de Berazategui escribieron<br />
una comunicación del mismo tenor que aquella<br />
redactada por Einstein y sus colegas en ocasión de<br />
advertirle al presidente Roosevelt sobre la<br />
necesidad de construir la bomba atómica. Al<br />
finalizar el tipeo, hecho en una máquina de escribir<br />
prestada por la Municipalidad y traída en brazos por
el joven Domenech, el grupo de entusiastas cayó en<br />
la cuenta de que no conocían a nadie en las filas de<br />
la NASA ni mucho menos tras la cortina de hierro.<br />
¿A quién debían enviar las cartas? La desazón casi<br />
desarma la iniciativa, pero la suerte, nuevamente,<br />
se encargó de volver el tren a la vía del éxito. El<br />
joven Hernán Domenech recordó que un vecino del<br />
monoblock, el señor Martínez del departamento 5,<br />
en breve viajaría a los Estados Unidos de América.<br />
Quizás él podría hacer la gestión de entregarla en la<br />
NASA.<br />
—Es lo mismo que enviarla desde acá… Estados<br />
Unidos es grande. Se va a perder —discrepó uno<br />
de los contertulios.<br />
—Bueno, pero el tipo ya estará allá. Por lo menos le<br />
resultará más fácil.<br />
—Yo tengo idea de que hay una sucursal de la<br />
NASA en todas las ciudades importantes.<br />
—En Houston hay.<br />
—En California, también.<br />
Pronto se aceptó la idea de Hernán, es decir,<br />
mandar la carta por el vecino que viajaría a Nueva<br />
York el mes entrante. El domingo, cuando Hernán se<br />
encontró con su vecino y le explicó el plan, el futuro
viajero aceptó de inmediato una comisión tan<br />
importante, más que nada porque conocía a la<br />
familia del joven emprendedor y educado a quien<br />
pretendía secretamente de yerno. De todas<br />
maneras, la gestión fue breve, porque quiso la<br />
casualidad que el señor Martínez mencionara el<br />
asunto en la embajada de Estados Unidos en<br />
Buenos Aires, en ocasión de retirar su visa. En ese<br />
momento los representantes estadounidenses le<br />
pidieron la carta y le aseguraron que llegaría en<br />
menos de tres días al director de la agencia<br />
espacial norteamericana. Un problema solucionado,<br />
pero aún faltaba advertir a los rusos, dado que si<br />
bien ellos eran mucho más reservados que los<br />
americanos con sus planes espaciales, aún cabía la<br />
posibilidad de que enviaran una misión tripulada a<br />
nuestro satélite. Al día siguiente un hombre alto y<br />
rubio llegó en un costoso vehículo negro al bar de<br />
Moreno, donde se identificó como un miembro de la<br />
embajada soviética y pidió el ejemplar de la carta<br />
que le correspondía a la URSS. Por casualidad, el<br />
impresionado Moreno había conservado la copia<br />
carbónica en el cajón de la registradora. Se la<br />
entregó de inmediato y el fornido visitante se lo
agradeció con un beso en cada mejilla, retirándose<br />
inmediatamente sin decir más palabras.<br />
Ya cumplido el deber humanitario de comunicar el<br />
descubrimiento a los principales involucrados,<br />
restaba la verificación experimental para completar<br />
la comunicación científica. Para eso se consiguió el<br />
auspicio de la fábrica Vianinni, quien donó su planta<br />
de fabricación de pilotes de fibrocemento para la<br />
instalación de los detectores que habrían de medir<br />
la gravedad repulsiva del espacio. Así se edificó un<br />
complejo en los campos aledaños al tambo de<br />
Barzola. Este moderno centro experimental estaba<br />
comunicado por un túnel con el tinglado del Club<br />
Ducilo. Los pilotes se colocaron a lo largo del túnel<br />
conteniendo una masa exactamente medida de<br />
plomo puro. La desviación gravitatoria medida en<br />
una longitud dada operaba como un campo<br />
gravitatorio plano que de esa manera podría<br />
compararse con el campo gravitatorio terrestre y<br />
verificarse si el desvío esperado era aumentado o<br />
disminuido por la acción repulsiva antes que<br />
atractiva del espacio vacío. Los resultados estaban<br />
prácticamente verificados cuando Moreno recibió la
visita de un funcionario de la NASA. El apuesto<br />
americano fue convidado con una picada<br />
improvisada luego de la cual fue invitado por el<br />
mismo Moreno a visitar las instalaciones del<br />
experimento. Luego de colaborar entusiasmado en<br />
el empuje de la renoleta del barman, el científico<br />
yanqui se dejó conducir por una avenida mitre que<br />
encontró muy parecida a las autovías de la Florida.<br />
Minutos después, llegaban al secreto bunker del<br />
Club Ducilo. Allí, el extranjero agradeció la<br />
recepción recibida a todo el personal reunido, un<br />
grupo que había llegado a sumar veinte voluntarios<br />
en pos de la ciencia. A cada uno le repartió un<br />
ejemplar de la carta de agradecimiento del director<br />
de la agencia espacial y un escudo de la misión<br />
Gemini firmado por los astronautas. Sin dar<br />
nombres, aludió a los oscuros intereses de “otras<br />
potencias” que querrían sabotear este avance y<br />
pidió mesura para tratar el tema así como<br />
discreción en los descubrimientos. Felices por el<br />
encuentro, los emprendedores científicos volvieron<br />
al trabajo que se había convertido en la segunda<br />
actividad, si no la primera, de todos ellos.<br />
Lamentablemente, la catástrofe acechaba a la
espera de asestar el zarpazo demoledor a los<br />
sueños de esta gente apasionada. Por un<br />
lamentable error de planificación, el túnel pasaba<br />
demasiado cerca del primer ducto cloacal que<br />
llevaba los escasos pero intensos desechos de la<br />
joven ciudad a la planta colectora de la rivera. Una<br />
rotura imprevista del caño provocó la inmediata<br />
inundación del túnel del experimento con las aguas<br />
servidas. En un segundo, miles de envenenados<br />
hectolitros de líquido oscuro se precipitaron hacia<br />
las entrañas del complejo científico. Si bien nadie<br />
perdió la vida, hubo que lamentar varios heridos y<br />
sofocados. Los bomberos tardaron un día entero en<br />
liberar a la última víctima, una joven alumna del<br />
politécnico llamada María Laura Pérsico, que había<br />
quedado encerrada en un tanque de fibrocemento<br />
repleto de materia fecal. Un psicólogo de la policía<br />
había convencido a la desesperada científica de no<br />
quitarse la vida con un trago fatal de bismuto<br />
radiactivo y esperar en cambio el auxilio que estaba<br />
pronto a llegar. El colapso del túnel sepultó toda<br />
esperanza de recuperación, puesto que no hubo<br />
tiempo de rescatar el costosísimo instrumental que<br />
se había sacado a pagar de una proveeduría
científica de la calle Córdoba. Ya repuestos del<br />
susto y las heridas, el grupo de científicos<br />
berazateguenses se hizo presente en el predio para<br />
ver cómo los camiones municipales, cargados de<br />
tierra, sepultaban literalmente el peligroso complejo<br />
subterráneo y con él, las esperanzas científicas de<br />
una comunidad apesadumbrada.<br />
El tiempo implacable pasó como un soplo<br />
arrastrando años y décadas como hojas de otoño.<br />
Dinelli se jubiló como profesor, el joven Domenech<br />
se fue a los Estados Unidos y finalmente llegó a<br />
trabajar en la NASA como encargado de pintar de<br />
la torre de lanzamiento del trasbordador. También<br />
logró desposar a la hija del señor Martínez y terminó<br />
viviendo con su suegro en La Florida. Moreno siguió<br />
al frente de su bar durante unos cuantos años.<br />
Luego lo vendió cuando ya su salud no le permitía<br />
atenderlo. Los papeles que conservó finalmente<br />
fueron analizados por computadoras en el centro de<br />
cálculo científico de la Universidad de La Plata,<br />
cargados allí gracias a la gestión de aquella<br />
jovencita salvada de milagro del accidente, por<br />
entonces devenida en Secretaria de Ciencia y<br />
Técnica de la comuna. Los datos rescatados del
experimento eran parciales y nada definitivos, pero<br />
alcanzaban para mostrar una anomalía que se<br />
escapaba incluso de la hipótesis de la gravedad<br />
repulsiva. Los datos parecían confirmar a Moreno,<br />
pero insinuaban algo más que no terminaba de<br />
esbozarse, pero que de todas maneras impedía<br />
verificar la teoría. La última vez que Dinelli fue a<br />
visitar a Moreno al hogar de ancianos de la calle 21,<br />
ambos se abrazaron entre lágrimas.<br />
—¡Qué cerca estuvimos, profe! —recordaba el viejo<br />
barman.<br />
—No hay que lamentarse, Moreno. Usted tenía<br />
razón y ya se demostrará.<br />
Estaban juntos cuando vieron y escucharon por el<br />
Discovery Channel, esta vez en el televisor color con<br />
sonido estéreo, la noticia de la revolución que se<br />
había producido en las teorías cosmológicas a raíz<br />
del descubrimiento de la materia oscura, que<br />
causaría las anomalías medidas en las constantes<br />
fundamentales del universo.<br />
—¿Vio, Moreno? ¡La materia oscura!<br />
—Sí. La misma que nos cagó a nosotros, profe.<br />
Ambos próceres callaron pensativos, mientras
nuevas voces emprendían la eterna aventura de<br />
describir nuestro misterioso mundo.
La industria automotriz en Bera 5<br />
El quinto planeta del sistema N3W87, también<br />
llamado Bera 5 posee solo dos continentes<br />
habitados. La especie inteligente de Bera 5 es un<br />
bípedo antropoide cuya población se concentra en<br />
el continente sur, una planicie fértil donde florecen<br />
múltiples formas de vida. A pesar de la diversidad<br />
de la vida de la galaxia, los beranianos comparten<br />
una costumbre muy específica con la lejana<br />
humanidad que habita el sistema solar. Los<br />
Beranianos aman los autos. Todos ellos son lo que<br />
podría denominarse “Fierreros”. Cada habitante<br />
adulto del continente sur de Bera 5 tiene un auto, sin<br />
excepción. La industria automotriz allí es la principal<br />
actividad económica. Pero no se fabrican tantos<br />
autos como cabría suponer. Cada pieza es una<br />
muestra exquisita de la ingeniería, confeccionada<br />
con los mejores materiales y terminada a mano.<br />
Quizá su característica más notable sea la<br />
durabilidad. Los beranianos hacen autos<br />
prácticamente eternos. Lejos de fabricar el chasis
con materiales corrompibles, utilizan sustancias de<br />
difícil degradación que duran eones sin romperse ni<br />
fatigarse. Otra característica notable es que los<br />
autos beranianos son modulares y convertibles a un<br />
grado extremo. La mayor parte de las personas<br />
compra un auto completo una sola vez en la vida.<br />
Ese auto sufrirá miles de modificaciones y<br />
actualizaciones, pero difícilmente sea reemplazado<br />
en su totalidad. Hay caso de gente que tiene<br />
unidades que datan de la época del petróleo, ahora<br />
reconvertidas para rodar gracias a la energía<br />
provista por el amplificador de incertidumbre. Hay<br />
autos solares, eólicos, sintonizadores de cuerdas<br />
viajeras y algunos movidos a energía oscura. El<br />
beraniano típico es un gran consumidor de<br />
autopartes de repuesto, las cuales utiliza para hacer<br />
modificaciones constantes de su automóvil. Con<br />
pocas horas de labor, por ejemplo, cambian el<br />
aspecto interior y exterior de su coche para que se<br />
parezca al móvil de un superhéroe de cómic. Ávidos<br />
consumidores de la literatura terrestre, es frecuente<br />
que los beranianos conduzcan por las coloridas<br />
autopistas de Motorcity a bordo de réplicas locales<br />
del Batimóvil, el furgón de Brigada A o la cupé de
Starsky y Hutch. También suelen verse réplicas de<br />
vehículos históricos, como el Halcón Milenario y el<br />
Ala X. Cualquier lector que tema de pronto por la<br />
cantidad de accidentes que ocasionaría esta<br />
diversidad de formas debe tranquilizarse: No hay<br />
accidentes de tránsito en Bera 5. Los autos de ese<br />
planeta están diseñados para nunca sobrepasar la<br />
velocidad máxima permitida en la calle, pista o ruta<br />
por la que ruedan. Debido a éste y otros controles,<br />
es prácticamente imposible tener un accidente de<br />
tránsito en Bera 5. Sus autos son los más seguros<br />
del universo, pero las publicidades televisivas<br />
apenas lo mencionan. Nadie en su sano juicio<br />
compraría un auto peligroso y por lo tanto, la<br />
seguridad es algo que se da por entendido. ¿Cuál<br />
será entonces el argumento de venta preferido por<br />
los publicistas a la hora del marketing? Las<br />
empresas automotrices apuntan más que nada a<br />
las ventajas técnicas de los diferentes modelos:<br />
economía de consumo, respeto por el medio<br />
ambiente, belleza artística de su configuración<br />
básica, comodidad y algo que es difícil de traducir<br />
al lenguaje terráqueo, pero que viene a ser el grado<br />
de religiosidad con la cual el auto fue fabricado.
Esta característica está dada por la felicidad y<br />
plenitud de comunión cósmica que experimenta el<br />
trabajador a la hora de confeccionar el auto. Los<br />
consumidores últimamente se inclinan más a<br />
comprar unidades cuya fabricación ha hecho más<br />
feliz a la gente. Claro que volcar todos esos<br />
aspectos en una propaganda televisiva o radial lleva<br />
bastante tiempo. Una publicidad típica dura entre<br />
cinco y quince minutos terrestres, pero pueden<br />
extenderse hasta una hora. Las propagandas se<br />
pasan una vez por semana en horarios previamente<br />
anunciados en las guías de los canales. A nadie en<br />
Bera 5 se le ocurre pasar avisos comerciales fuera<br />
de los horarios acordados; mucho menos la locura<br />
de interrumpir sorpresivamente una película de<br />
submarinos con una publicidad no deseada por el<br />
espectador. Una vez, un publicista terráqueo viajó a<br />
dar una conferencia en Motorcity. Los Beranianos lo<br />
escucharon extasiados hasta que el pobre hombre<br />
tuvo la mala idea de mostrar unas fotos de los autos<br />
terrestres. Inmediatamente surgió la confusión y<br />
luego siguieron las preguntas: “¿Cómo es posible<br />
que usted venda autos con el argumento de que son<br />
un Una Expresión de tu Personalidad cuando los
autos son de color gris?” “¿Qué clase de comprador<br />
podría elegir ese auto color negro con cara de perro<br />
malo?” “¿Por qué un auto debe ayudar al<br />
comprador a conseguir parejas sexuales?” o<br />
“¿Ustedes no le venden autos a las mujeres?” y<br />
cosas así. Fue la última vez que invitaron publicistas<br />
terráqueos. Para la gente de Bera 5, el auto es<br />
fundamentalmente una herramienta para trasladarse<br />
de un lugar a otro, cosa que hacen constantemente,<br />
ya sea por trabajo o vacaciones. De hecho, las<br />
utopistas hacia los lugares de veraneo situados en<br />
el montañoso continente norte suelen verse<br />
saturadas de automovilistas durante todo el año. En<br />
el norte los esperan los pocos beranianos de a pie<br />
en el planeta. Efectivamente, los habitantes<br />
norteños no usan autos para nada. Muchos<br />
atribuyen esta prescindencia a la tortuosa geografía<br />
del continente boreal, repleto de montañas, ríos,<br />
dunas y las pequeñas playas casi inaccesibles del<br />
celeste mar ecuatorial. En un territorio así es más<br />
eficiente caminar o navegar por agua. Sin embargo<br />
la razón de la falta de autos suele ser mejor<br />
explicada por los mismos norteños. ”Nosotros ya
hemos llegado donde queríamos ir” suelen decir con<br />
una sonrisa.<br />
Nuestra misteriosa galaxia no deja de<br />
sorprendernos.
La nave de los sueños<br />
Al final, el Jedi compró el auto.<br />
Fue sin querer.<br />
Resulta que fue y le prestó la plata a un amigo. Y el<br />
amigo le devolvió un auto.<br />
El jedi medio que se asustó cuando escuchó la<br />
propuesta: “Te pago con un coche.” Después los<br />
jedis de la cofradía de Berazategui le aclararon que<br />
no usaba caballos para funcionar. Hay ciertas<br />
versiones de la enciclopedia galáctica donde el<br />
sistema solar ni figura. Es decir, hasta donde se<br />
sabe, en ninguna. Así que no es raro que el jedi<br />
estuviera medio confundido sobre coches y autos. Y<br />
a lo mejor esto explica el resto. Porque, según lo<br />
que el jedi siempre decía, él no quería tener auto.<br />
“¡Loco, pero por veinte lucas te llevás una nave!” le<br />
dijo su amigo. Y a su manera, algo de razón tenía.<br />
Veinte Lucas es una buena parte del producto vital<br />
del Jedi. O sea, la energía que ha invertido en<br />
adquirir ese poder de cambio es, por lo menos,<br />
interesante. Pero la generosidad de la oferta lo
aplastó, le destazó los miedos y le castró todo<br />
prurito contra la adquisición de automóviles.<br />
El Jedi se subió al auto repartiendo sonrisas. Su<br />
amigo lo acompañó en el primer viaje. El Jedi<br />
condujo el Renault por las calles de la ciudad bajo la<br />
mirada complacida de su compañero.<br />
“Te gustó guacho. Decí la verdad!”<br />
El Jedi dijo que sí, que la cosa prometía. El confort<br />
era estupendo y las ruedas giraban suavemente<br />
mientras propulsaban el vehículo hacia una zona<br />
despoblada.<br />
Cuando llegaron a las afueras de El Pato, se<br />
internaron por un camino vecinal que discurría entre<br />
campos sembrados de girasoles.<br />
“¡Pisalo nomás, vas ver cómo anda! ¡Esto vuela,<br />
loco!”<br />
El Jedi buscó el botón de ignición, pero no lo<br />
encontró. Así que le preguntó a su amigo cómo<br />
hacía para despegar.<br />
El amigo lo miró.<br />
“Pisalo! Apretá el acelerador, nomás”<br />
Cuando iban a una velocidad algo excesiva para<br />
seguir pegados a la tierra, el jedi volvió a preguntar<br />
cuándo despegaría el auto.
El amigo le mostró un gesto de preocupación. Le<br />
miró la cabeza, más precisamente el punto donde la<br />
frente se convierte en cabellera, y luego nuevamente<br />
a los ojos.<br />
“Cómo que querés despegarlo, animal?”<br />
“¿Pero no va a volar? ¿Acaso no es una nave?”<br />
Su amigo le devolvió un gesto indescriptible.<br />
Ahí se percató el jedi que esa nave plateada no<br />
despegaría nunca. Había invertido sus ahorros en un<br />
vehículo condenado a arrastrarse por siempre sobre<br />
la superficie sólida del planeta.<br />
Volvieron en silencio, andando despacio por la ruta<br />
2.<br />
Hoy en día suele verse al jedi yendo de allá para<br />
acá, manejando su auto. Escucha la radio, lleva<br />
amigos a las fiestas e incluso transporta bafles y<br />
consolas de sonido. A bordo, todo es sonrisa y<br />
diversión. Pero quien presta atención, podrá ver que<br />
a veces hay un dejo de tristeza en el festejo.<br />
En esos momentos el Jedi se relaja, afloja le<br />
velocidad y mientras conduce suavemente por la<br />
avenida Mitre, emite para sí un ruido imperceptible<br />
con los labios.<br />
Simula el rumor añorado de un motor de iones,
umbo a las estrellas.
El código lógico argentino<br />
Muchas personas suscriben la teoría de que se es<br />
humano gracias al habla. Siguiendo esta línea de<br />
pensamiento, los delitos contra la lengua serían en<br />
cierta medida, delitos contra la esencia humana. En<br />
un subsuelo de la lengua, hay una capa basal desde<br />
donde se construye el idioma. Ese estrato de roca<br />
dura que sostiene la estructura misma de la<br />
humanidad fue formada en las profundidades<br />
ancestrales del cerebro antropoide y encuentra su<br />
representación en la lógica, la rama del<br />
conocimiento que regula la forma en que la verdad<br />
logra sobrevivir en el habla de los pueblos.<br />
El habla hace humana a la horda, pero la lógica es<br />
la misma esencia del lenguaje. Así, atentar contra la<br />
lógica sería un crimen de lesa humanidad.<br />
Está visto que este tipo de delito es penado<br />
severamente en las sociedades más adelantadas.<br />
Sin embargo, un inexplicable bache legal deja<br />
impunes, en la nuestra, a diversos atentados<br />
abominables y repetidos. Tal vez por eso los
miembros de la secta “Los Segundos Autonomistas<br />
de Berazategui” o como se los solía abreviar “La<br />
Segunda Fundación” (pues solían reunirse a<br />
deliberar en la compañía de seguros homónima),<br />
decían haber confeccionado un Código Lógico<br />
Argentino. A continuación se resumen algunos de<br />
sus puntos fundamentales, a modo de ejemplo.<br />
1) Se prohíbe el uso de los pronombres “Nosotros” y<br />
“Ellos”. Las penas aplicables van desde el<br />
cachetazo hasta la sofocación mortal mediante la<br />
llave Doble Nelson.<br />
2) La mera pronunciación del artículo “los” y su<br />
femenino “las” seguido de un gentilicio (“los<br />
musulmanes”; “los porteños”, etc.) constituye un<br />
delito cuya pena abarca desde el apercibimiento<br />
verbal hasta la amputación de extremidades.<br />
3) Se considera un serio agravante el uso no<br />
autorizado de cuantificadores previos (“Todos los<br />
uruguayos”, “Todas las pendejas del conurbano”;<br />
etc.) Esto habilitará al oyente más cercano a<br />
propinar un puñetazo al hablante. Tal correctivo<br />
podrá ser repetido hasta lograr el silenciamiento del<br />
delincuente.<br />
4) La mera comparación temporal entre situaciones
sociales (“antes los chorros tenían código, no como<br />
ahora”; “cuando yo era borrego, se podía salir a la<br />
calle tranquilo”; etc.) que no fuera documentada de<br />
inmediato con estadísticas confeccionadas por<br />
personas habilitadas, será castigada con la<br />
inmersión del hablante en una bañera de Coca o<br />
Pepsi Cola y posterior depósito sobre un<br />
hormiguero de guerreras rojas.<br />
5) El uso de porcentajes ficticios (“En el noventa por<br />
ciento de los trabas es encima, drogón”; “ni el diez<br />
por ciento de esas notebooks será utilizada para<br />
estudiar”) constituye el delito de falsificación<br />
estadística agravada, punible con azotes con una<br />
réplica en cuero vacuno del metro patrón.<br />
Pero la suerte acompaña al delincuente como una<br />
sombra furtiva. El Código Lógico Argentino se ha<br />
perdido en alguna oficina ministerial y espera aún el<br />
día de su aprobación. Mientras tanto, la humanidad<br />
avanza desprotegida hacia una luz por ahora<br />
distante.
Televisores del mar<br />
Apenas había comenzado el mes de octubre del<br />
año 1999 cuando una espantosa tormenta castigó<br />
con saña la costa del mar uruguayo. Los desmanes<br />
abarcaron desde techos y ranchos demolidos por el<br />
vendaval hasta varios contenedores mal estibados<br />
que se perdieron de un buque en altamar.<br />
Luego pasaron dos días de relativa calma, y cuando<br />
el sol tímido del tercer día se ponía en el mar del<br />
cabo Santa María, una camioneta pick up que corría<br />
por la ruta costera que une el pueblo de La Pedrera<br />
con la pequeña ciudad balnearia de La Paloma,<br />
encendió sus luces. Adentro, solo viajaban dos<br />
hombres .<br />
- Cargamos gas y listo, nos vamos. No decimos<br />
nada de nada. – dijo el conductor<br />
- Ni una palabra. – confirmó su acompañante<br />
- Aunque nos pregunten… nada, eh?<br />
- Por supuesto. Cargamos y nos vamos.<br />
Cuando llegaron a la única estación de servicio de<br />
La Paloma, el sol se había ocultado completamente
y el despachador interrogó mentalmente a las nubes<br />
rojizas que se reflejaban en la aguas tranquilas de la<br />
bahía. Mientras la camioneta se detenía frente al<br />
surtidor, el joven Milton tomó la manguera y dijo a<br />
modo de saludo. “Parece que mañana va a parar el<br />
viento”. Los hombres respondieron apenas con un<br />
movimiento de cabeza y una sonrisa fugaz. “¿Lo<br />
lleno, no?”, preguntó el muchacho, a lo que el<br />
conductor y su acompañante volvieron a asentir<br />
silenciosos. “¿Qué tormenta tuvimos eh? ¡Este<br />
invierno se quiere quedar! ¡Y ya estamos en<br />
octubre!”. Nuevamente los tripulantes de la pick up<br />
asintieron sin decir palabra. Cualquier ignorante de<br />
la tenacidad del uruguayo a la hora de conversar<br />
podría esperanzarse y creer que ambos hombres<br />
lograrían evitar la charla del empleado. Viendo las<br />
cañas de pescar, el joven arriesgó. “A ustedes los<br />
agarró la tormenta también no? ¿Estaban<br />
acampados?” El conductor asintió, el acompañante<br />
en cambio negó con la cabeza. ¡Y esos televisores<br />
que llevan atrás están empapados! Qué lástima!<br />
¿No tenían para taparlos, no?<br />
Cuando la camioneta arrancó y se fue a una<br />
velocidad un poco excesiva para las calles
desiertas del pueblo, el empleado regresó radiante<br />
a la oficina donde el dueño escuchaba, algo<br />
aburrido, una retransmisión radial de un viejo<br />
partido de fútbol de la liga rochense. “¡No sabe la<br />
última novedad!” le dijo<br />
- ¿Qué pasó? – respondió el dueño, interesado.<br />
- ¡En la Pedrera están apareciendo televisores en la<br />
playa!<br />
El dueño dejó pasar un segundo. Miró la botella de<br />
grapa que guardaba en el estante de los aceites y<br />
luego de decidir que no había un faltante exagerado<br />
en el contenido, bajó el volumen de la radio y le<br />
preguntó al chico.<br />
- ¿Cómo que aparecen televisores en la playa?<br />
- Sí, los trae el mar. ¡Recién se fueron dos<br />
pescadores para Rocha con la camioneta llena!<br />
- De televisores…<br />
- Sensei<br />
- Qué?<br />
- Marca Sensei , o Sansei o Sanyo… no, Sansei<br />
creo – El dueño lo tomó por los hombros y lo<br />
sacudió paternalmente.<br />
- ¿Milton, dónde aparecen lo televisores? ¿Te<br />
dijeron exacto?
- Sí, en La Pedrera, yendo para Punta Rubia a un<br />
par de kilómetros desde las rocas grandes.<br />
El dueño de la estación miró el cielo, evaluó la<br />
claridad remanente y tomó el fanal de mano que<br />
utilizaba para sus cacerías.<br />
- Milton, escúchame bien lo que te digo. Yo voy a ver<br />
qué es esa pavada de los televisores. Tú te quedas<br />
hasta que yo vuelva y no le vayas a decir una sola<br />
palabra a nadie. Si encuentro televisores, te traigo<br />
uno.<br />
- Muchas gracias, don Carlos!<br />
- ¡Pero ni una palabra a nadie, ojo!<br />
- Ni una palabra.<br />
Don Carlos sacó su camioneta y arrancó raudo para<br />
La Pedrera, mientras el joven Milton quedaba a<br />
cargo de la estación de servicio… y del teléfono.<br />
El dueño del Ancap estaba llegando ya a la entrada<br />
de la ruta al desierto balneario La Pedrera, cuando<br />
se vio rebasado por una rauda motocicleta con dos<br />
jóvenes que parecían ir en su mismo destino.<br />
Cuando don Carlos miró hacia atrás por el espejo<br />
retrovisor, la usualmente intransitada ruta veraniega<br />
parecía una autopista repleta de faros de autos que<br />
lo seguían a una distancia cada vez más corta. Ya
llegando a la altura del hotel, fue alcanzado por el<br />
pelotón. Estancieras, autos destartalados, más<br />
motocicletas y cuanto vehículo se pudo aprontar<br />
rápidamente llevaban a una pequeña multitud<br />
entusiasta en busca de los ya famosos televisores.<br />
De ahí en más, es decir, durante los cuatro<br />
kilómetros que faltaban hasta la playa bendecida<br />
por el naufragio electrónico, se corrió una especie<br />
de rally improvisado que dejó a Don Carlos<br />
bastante rezagado y cubierto de arena húmeda,<br />
barro y pastos arrancados por los impacientes que<br />
salían del camino de tierra para avanzar<br />
francamente o por la arena o entre los pastizales<br />
costeros. Cuando llegaron, los corredores<br />
desmontaron de sus vehículos y enfocaron faros y<br />
linternas hacia la playa sumida ya en la penumbra.<br />
El primero que logró ver un bulto sobre la arena<br />
largó un grito. En seguida todos vieron más de ese<br />
maná negro que traían las olas, cientos de<br />
televisores flotantes llegaban a la playa envueltos<br />
algunos en sus originales bolsas de polietileno,<br />
otros aún con el telgopor montado y muchos en sus<br />
cajas de cartón. A los gritos y risas, decenas de
personas se lanzaron a capturan su televisor.<br />
Mientras se luchaba de esa manera contra las olas<br />
como quien quita una preciada fruta abrillantada de<br />
un pan dulce del mar, los improvisados pescadores<br />
eran reforzados continuamente por más habitantes<br />
de la Paloma que iban llegando sin pausa. La<br />
cantidad de televisores que traía el agua era<br />
increíble. Mientras seguía llegando gente desde el<br />
pueblo vecino, ya algunos que habían colmado la<br />
capacidad del auto o de la moto, decidieron<br />
regresar al pueblo para vaciar la carga y retornar<br />
luego a la playa en busca de otra tanda de<br />
televisores. A toda velocidad volvían por la ruta<br />
hacia La Paloma, entusiasmando a los de la mano<br />
contraria que intentaban llegar por primera vez a<br />
ese lugar dorado donde aparecía el<br />
electrodoméstico más deseado por todos.<br />
Temeroso de que la zafra de aparatos se acabara<br />
antes de que pudiera regresar por más, don Carlos,<br />
que ya había cargado todo espacio útil de su<br />
camioneta con televisores, comenzó a ocultar<br />
algunos televisores tras las dunas. Cuando tuvo una<br />
cantidad respetable y un terrible dolor en los<br />
brazos, decidió tapar los televisores atesorados con
una capa de arena. Mientras tanto, quienes recién<br />
llegaban cargaban sus propios televisores y<br />
emprendían también el rápido ida y vuelta que se<br />
prolongaría toda la noche. Dado el frío imperante y<br />
la mojadura que se estaba dando esa pobre gente,<br />
se improvisó una fogata en la playa, para darse<br />
calor y de paso alumbrar un poco más la noche.<br />
Como siempre que los orientales se juntan,<br />
inefablemente apareció la bienvenida botella de<br />
grapa, que también ayudó a entrar en calor a los<br />
pescadores ateridos.<br />
Hubo escenas de violencia incipiente. Don Carlos<br />
regresó por más y descubrió que su escondite<br />
había sido violado y los televisores hurtados. Se<br />
puso a increpar al resto de los recolectores<br />
- ¡Ese televisor es mío! – le dijo a un veterano<br />
señor.<br />
- No, es mío… - contestó indignado el hombre<br />
- No es de nadie, o alguno compró el televisor?<br />
¡Los estamos robando del mar! – dijo una joven<br />
algo compungida que pasaba portando el suyo<br />
- Sí, pero cuando se agarra el televisor ya es de<br />
uno, y yo tenía seis ahí atrás y ahora me los<br />
sacaron!
- Eso le pasa por avaro.<br />
- A quién le dices avaro, que si no fuera por mí ni se<br />
hubieran enterado de que estaban los televisores<br />
aquí!<br />
Pronto hubo un contado de pelea. Pero ya cuando<br />
los participantes se iban a las manos, se oyó el<br />
sonido inconfundible del metal abollándose: el<br />
primer choque de autos de la noche. Sin dejar de<br />
discutir, todos acudieron al lugar del accidente<br />
donde dos hombres de pie ante sus respectivos<br />
vehículos, se acusaban recíprocamente de haber<br />
causado el choque. De uno de los autos bajó Milton,<br />
hermano menor del primer conductor. Dispuesto a<br />
apoyar el reclamo, estaba a punto de injuriar<br />
también él al alocado chofer de la camioneta rival<br />
cuando vio descender del lado del acompañante a<br />
una muchacha. La niña se había abrigado con una<br />
gruesa campera, pero aún así parecía un ángel, una<br />
joven walkiria que tenía un largo pelo dorado que<br />
resbalaba por las curvas que su busto provocaba en<br />
el abrigo. Luego de un segundo, Milton tragó saliva,<br />
se creyó capaz de hablar nuevamente y dijo:<br />
- ¡Bueno, calmémonos, que no es para tanto!<br />
- ¿Calma? Este animal me destrozó la trompa de la
meharí.<br />
- ¿Tu a quién le dices animal, eh? – desafió el<br />
padre de la muchacha.<br />
- Por favor, ignore a mi hermano, señor, No ha<br />
querido ofenderlo. Estamos un poco nerviosos –<br />
dijo Milton, incapaz de evitar llenarse la vista con el<br />
pelo de la muchacha, el cual no dejaba de ondear<br />
en la brisa reflejando el fulgor de la fogata cercana.<br />
- Milton, qué haces aquí. Acaso no te dejé yo a<br />
cargo del puesto? – intervino don Carlos<br />
- Disculpe jefe, pero tuve que ayudar a mi hermano<br />
que quería venir a buscar el también un televisor y<br />
no ve bien de noche….<br />
- ¡Ah! ¡Ahí tienes! ¡No ve bien y está manejando! ¡Y<br />
luego la culpa es mía! – dijo el conductor de la<br />
camioneta.<br />
- Ve bien, pero si se pone nervioso entonces pierde<br />
la focalidad, y a mí me da miedo de que vaya por<br />
ahí y le agarren los nervios… por eso lo acompañé.<br />
- Cómo no voy a estar nervioso, si este hombre me<br />
cruzó el auto por donde yo estaba pasando! Y yo<br />
tenía prioridad<br />
- Pero no vés que esto es la playa? De qué
prioridad me hablas, muchacho! Pero si no tienes la<br />
menor idea de cómo se maneja…<br />
- No me importa, tú me has chocado y tienes que<br />
pagar.<br />
- Calma – repitió Milton.<br />
- ¿”Calma” dices? A mí me parece que yo debo<br />
despedirte, Milton, porque has dejado el puesto solo<br />
– intervino nuevamente Don Carlos<br />
- ¡Pero si vino su esposa y se quedó ella! Y me<br />
mandó que le dijera que no se vaya a olvidar de<br />
llevar un televisor para su suegra, y que se escuche<br />
bien que la vieja no oye casi nada.<br />
- ¿Quién me va a pagar el auto? ¡Yo no voy a poder<br />
cobrar el seguro porque no cubre tránsito por la<br />
playa! – dijo el hermano de Milton<br />
- Hermano, deja quieto… no ha sido culpa de nadie.<br />
Disculpen – Milton se atrevió a mirar a la muchacha<br />
también – No es por su culpa, lo que sucede es que<br />
se nos frustró la posibilidad de llevarnos un televisor<br />
y bueno, eso explica el exabrupto de mi hermano…<br />
vamos José, vamos. Ya hemos perdido bastante, el<br />
auto y mi empleo, tan necesario para poder<br />
completar mis estudios universitarios en<br />
Montevideo, pero vayamos, José… que esta buena
gente no tiene la culpa de que nosotros no<br />
tengamos fortuna esta noche.<br />
- Mira Milton, el empleo lo sigues teniendo, por lo<br />
menos hasta que me compenses el adelanto que te<br />
di para los libros de derecho. Lo que no tienes, por<br />
lo visto, es movilidad. Y yo tengo mi pickup llena de<br />
televisores. Yo no los voy a poder alcanzar hasta La<br />
Paloma<br />
- ¡Si es por eso, aquí en esta camioneta hay<br />
lugar…! - comenzó a decir la muchacha, ante la<br />
mirada sorprendida del padre – nosotros podemos<br />
llevarles el televisor. Incluso si quieren venir…<br />
- Señorita, se lo agradecemos con todo el corazón,<br />
¿verdad, José? Has visto que todo puede tener una<br />
solución? Olvídate del auto, mañana volveremos por<br />
él. Ahora vayamos por ese televisor que nos ha<br />
prometido. – dijo Milton, sonriendo a la joven de la<br />
cual hubiera dado la vida por obtener un solo beso.<br />
El día siguiente amaneció despejado y ventoso. Los<br />
televisores seguían llegando, pero en el pueblo de<br />
La Paloma, comenzaron las decepciones. Primero<br />
pasó que algunos incautos intentaron conectar los<br />
televisores inmediatamente, logrando desde<br />
chisporroteos y silencio hasta explosiones
importantes. Enseguida apareció un técnico que<br />
Rocha que de paso a buscar sus televisores, les<br />
advirtió a los que encontró en la playa que los<br />
televisores no iban a funcionar nunca si es que les<br />
había entrado agua de mar y sin una conversión que<br />
había que hacerles para usar la norma de<br />
trasmisión del Uruguay. Fue tanta la demanda que<br />
el técnico pidió prestado el local de la churrería del<br />
parque Andresito, donde improvisó un laboratorio<br />
para las conversiones y ajustes de los televisores<br />
rescatables. Así estaba la gente reunida trayendo y<br />
llevando televisores cuando apareció un hombre de<br />
a caballo, un pescador viejo de la zona del puerto<br />
de los botes, hacia el oeste del Cabo Santa María.<br />
El Jinete pegó una última chupada a su cigarro y se<br />
apeó del caballo. Se tocó el ala del sombrero y<br />
preguntó.<br />
- ¿Esos son los televisores que andan apareciendo<br />
en La pedrera?<br />
- Son, sí… - le contestó el técnico.<br />
- Y tienen control remoto?<br />
- No, no vinieron los controles.<br />
- Porque yo tengo un control remoto para eso, si<br />
quiere probar.
- A ver?<br />
El hombre le dio el control remoto, nuevito,<br />
enfundado aún en su envoltorio original, bastante<br />
sucio, pero se notaba íntegro. El técnico lo sacó de<br />
la bolsa, le puso las pilas que venían dentro del<br />
sobre y apunto hacia un televisor que estaba<br />
probando.<br />
Funcionó.<br />
El técnico miró a los ojos al viejo pescador y le<br />
preguntó: “Cuánto quiere por esto”<br />
El viejo encendió otro cigarrillo mientras cerraba un<br />
ojo. Echando el humo por la boca, dijo: “Un<br />
televisor”<br />
- ¿Qué? ¿Un televisor? ¿Por un control remoto?<br />
- Usted tiene muchos televisores, pero controles,<br />
ninguno. Tal vez no valga la pena tener control<br />
remoto de eso. No lo sé, yo ni televisor tengo. Pero<br />
me parece que acá hay un montón de botones más<br />
que ahí. – dijo el viejo, señalando el frente del<br />
televisor donde evidentemente no estaban todos los<br />
botones necesarios para ajustar el televisor, los<br />
cuales sí estaban en los controles remotos.<br />
- Mire, se lo cambio porque me da lástima que
usted no tenga televisor, amigazo.<br />
Cuando el pescador se volvía a su rancho en la otra<br />
punta de la península, el técnico reflexionó sobre<br />
dos cosas bastante extrañas: la primera era que el<br />
pescador tuviera un control remoto, exactamente el<br />
que iba con los televisores. La segunda es que se<br />
hubiera llevado el televisor sin preocuparse de no<br />
tener otro control remoto para sí mismo…. A menos<br />
que sí tuviera. El técnico tomó su celular y llamó<br />
inmediatamente a un amigo que vivía cerca de la<br />
playa serena.<br />
- ¿Juanchi, estás en la vuelta, tú? Ah, mira, cuando<br />
te levantes de la siesta, agarras la bicicleta y te<br />
vienes por la playa, fíjate si no está trayendo nada<br />
raro el mar.<br />
Esa misma tarde se confirmó que en las distantes<br />
playas del Corumbá, unos seis kilómetros al oeste<br />
del faro, el mar estaba trayendo miles de controles<br />
remotos flotantes. Para evitar el abuso y el agio,<br />
esta vez la junta local envió una delegación que<br />
cercó la playa y juntó todos los controles remotos. A<br />
la medianoche la paya estaba totalmente limpia y<br />
solo quedaban dos viejos ediles de guardia,<br />
sentados en sus reposeras y abrigados con mantas,
atentos por si venían más aparatos flotando con la<br />
pleamar de las tres de la mañana.<br />
Al día siguiente, en el salón de la junta local, se<br />
comenzaron a repartir los controles remotos, uno<br />
por familia. En la esquina nomás, se reunía una<br />
multitud de vecinos que hacían todo tipo de<br />
operaciones de trueque de controles remotos por<br />
televisores o dinero. El alboroto fue tal que no tardó<br />
en apersonarse el subcomisario con un agente. Al<br />
ver la magnitud del tráfico de mercancía y dinero,<br />
disolvió la asamblea popular y advirtió:<br />
- Les voy avisando a todos que esos televisores son<br />
malhabidos, y que la empresa de transporte ya<br />
pidió el rescate, así que pronto vamos a tener que<br />
decomisarlos.<br />
La desesperación cundió en el pueblo. Las<br />
habladurías, y chismes recorrían los lugares donde<br />
los vecinos se reunían espontáneamente a<br />
deliberar, ya sea el bar, la propia estación de<br />
servicio, o el kiosko del técnico. Finalmente<br />
terminaron todos en el salón parroquial de la iglesia,<br />
que colmó como nunca sus bancas de feligreses<br />
espontáneos. Don Carlos incluso cerró la estación<br />
de servicio y se llevó con él al Milton, para ver qué
se podía hacer ante la amenaza del decomiso. Ya la<br />
asamblea era una gritería que ni siquiera el cura<br />
podía calmar, cuando don Carlos golpeó la mesa<br />
con una botella de grapa, sin llegar a romperla, y<br />
dijo: “Acá tenemos que consultar a un abogado que<br />
nos defienda, y como nadie sensato va a ir a lo del<br />
chupasangre traidor del doctor Estevarena que<br />
como sabemos nunca terminó la sucesión de mi<br />
madre y por eso no pude vender la chacra lindera a<br />
la laguna, ahora perdida irremediablemente bajo las<br />
aguas, propongo entonces que se haga cargo mi<br />
fiel empleado Milton, que es estudioso de derecho y<br />
tan buen alumno que podrá sacar adelante el pleito<br />
mejor que cualquiera de esas sanguijuelas de<br />
Rocha”. La gente aplaudió entusiasmada. Milton,<br />
que solo había rendido dos materias de la carrera y<br />
una de ellas era derecho romano y la otra era Inglés,<br />
comenzó a tartamudear aterrado intentando<br />
convencer a la gente que él no tenía idea de nada<br />
de eso, cuando vio entre la multitud la cara pecosa y<br />
el cabello rubio de Patricia, que lo miraba sonriendo<br />
con ojos de admiración. Entonces el joven se paró<br />
sobre la mesa y dijo “Agradezco a mi pueblo la<br />
confianza que depositan en mí. Ahora mismo iré a la
comisaría a intimar al comisario para que cese en<br />
su pretensión, puesto que así como nos asiste la ley<br />
de gentes y el derecho del mar, también nuestro<br />
derecho como ciudadanos a recoger de la playa lo<br />
que el mar nos traiga es inmancillable e<br />
irrenunciable.” La gente aplaudió a rabiar a su<br />
paladín. Milton bajó dela mesa y trató de abrirse<br />
camino entre las palmadas de ánimo y salutaciones<br />
de los presentes hasta el lugar donde estaba<br />
Patricia. La muchacha apenas lo tuvo cerca le dio<br />
un sonoro beso en la mejilla y un abrazo, mientras<br />
su padre los miraba complacido. Milton creyó estar<br />
volando, cuando por fin alcanzó la calle y se<br />
encontró de frente a la comisaría: la gente lo seguía<br />
detrás a una respetuosa distancia. El joven tragó<br />
saliva nuevamente y concluyó que ya nada podía<br />
hacerse para zafar de la situación. De manera que<br />
caminó rápidamente para que no se notara el<br />
temblor de sus piernas e ingresó a la comisaría<br />
subiendo la escalera de entrada en dos grandes<br />
zancadas.<br />
- Vengo a hablar con el comisario – dijo al agente<br />
- El comisario no está. ¿Qué quiere?
- Si no está, lo esperaré. Esto es algo que debo<br />
hablar con él<br />
- Qué pasa, quién me busca? Dijo el comisario,<br />
apareciendo por el pasillo que daba a los<br />
calabozos. Mientras se acercaba a Milton, el<br />
muchacho se preguntó cuándo dejaría de crecer<br />
esa mole parecida a la cruza entre un indio charrúa<br />
y un ropero de algarrobo.<br />
- Buen día señor comisario. Vengo en nombre… me<br />
mandan los vecinos para hablar del asunto de los<br />
televisores.<br />
- Nada que hablar, van a tener que devolverlos<br />
todos. Pronto llegará la orden de requisa y voy a<br />
tener que pedir la ayuda de la prefectura. – dijo el<br />
comisario, quitándose las lagañas.<br />
- Bueno, justamente yo le quería hablar de eso… -<br />
empezó a decir Milton tratándose se imponer sobre<br />
el ruido de la radio que acababa de encender el<br />
cabo de guardia. – digo… ustedes no tienen<br />
televisor acá, no?<br />
- No, solo radio, y anda para la mierda – dijo el cabo<br />
- ¿Qué le parece, señor comisario, si antes de<br />
seguir discutiendo esto, no ponemos un televisor<br />
aquí, de los grandes, para que el personal de
guardia pueda estar atento y entretenido mientras<br />
cumple su deber?<br />
El comisario pareció de golpe interesado<br />
- No estaría mal. No. Pero igual le digo que…<br />
- Y también deberíamos poner uno en el calabozo,<br />
para que el detenido tenga posibilidad de<br />
entretenerse acostado en su cama y distraer la<br />
mente de las tentaciones del delito.<br />
- Bueno, claro, somos democráticos. Pero los<br />
calabozos son dos.<br />
- Ah, no lo sabía – Milton no iba a preguntar dónde<br />
estaba ese calabozo extra, pero presumía que sería<br />
en Costa azul, precisamente en la casa del<br />
comisario.<br />
- ¡Que sean tres televisores entonces!<br />
- Listo gurí, te traes los televisores y asunto<br />
olvidado, y si viene la orden de requisa la usaré<br />
para limpiarme el culo.<br />
- Gracias señor comisario. – dijo Milton, algo<br />
perturbado por la imagen mental que el comisario<br />
evocara.<br />
Al salir de la comisaría, Milton bajó lentamente por<br />
la escalera buscando con la mirada a Patricia.<br />
Cuando la vio, levantó los brazos y exclamó:
“ganamos” La multitud se le arrojó encima<br />
vitoreando, pero él hizo un par de fintas para<br />
esquivar a dos o tres entusiastas y logró recibir el<br />
único abrazo que realmente le interesaba.<br />
Minutos más tarde, sin soltar a la muchacha, se<br />
acercó a donde Carlos y le dijo en vos baja que el<br />
principal amenazado por la requisa era él, pues era<br />
quien más televisores tenía. Don Carlos accedió de<br />
inmediato a desprenderse de tres de los mejores<br />
aparatos y llevarlos disimuladamente esa noche a la<br />
comisaría.<br />
La calma volvió al pueblo y esa fue una primavera<br />
feliz, repleta de partidos y telenovelas para todos.<br />
Luego llegó el verano y los turistas. Luego se fueron<br />
y llegó el otoño y nuevamente el resplandor de los<br />
televisores alumbró las ventanas nocturnas de las<br />
casas del pueblo.<br />
Milton y Patricia se casaron en la playa donde se<br />
conocieron. Fue una puesta de sol memorable.<br />
Curiosamente, nadie les regaló un televisor. No lo<br />
necesitaban.