You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Perdidos, <strong>en</strong>contrados y reconciliados<br />
La oveja perdida se da cu<strong>en</strong>ta <strong>en</strong>seguida de que el rebaño está lejos y que su pastor la<br />
ha olvidado. Pide ayuda, pero la ayuda no llega. Se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra sola, sucia, herida y<br />
sedi<strong>en</strong>ta. Y ti<strong>en</strong>e miedo porque no sabe si va a poder volver al redil. Reconoce su error y<br />
desea volver pero no <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra ni a sus compañeras ni a su pastor.<br />
El pastor, por otro lado, se desespera cuando se da cu<strong>en</strong>ta de que falta su oveja. Deja a<br />
las nov<strong>en</strong>ta y nueve y sale a buscarla. El pastor también ti<strong>en</strong>e miedo por esa oveja. Sabe<br />
que sin su ayuda está sola y se la imagina herida y sedi<strong>en</strong>ta. No le importa que se haga de<br />
noche o si ti<strong>en</strong>e que trepar por barrancos hasta llegar a ella, pero no se rinde.<br />
«La oveja que se ha descarriado del redil es la más impot<strong>en</strong>te de todas las criaturas. El<br />
pastor debe buscarla, pues ella no puede <strong>en</strong>contrar el camino de regreso. Así también el<br />
alma que se ha apartado de Dios, es tan impot<strong>en</strong>te como la oveja perdida, y si el amor divino<br />
no hubiera ido <strong>en</strong> su rescate, nunca habría <strong>en</strong>contrado su camino hacia Dios.» (WHITE, E.<br />
G. Palabras de vida del Gran Maestro, pág. 147<br />
Tú y yo, nosotros, la iglesia ¿somos ese pastor-refugio? ¿Conocemos a nuestros<br />
hermanos de rebaño hasta el punto de darnos cu<strong>en</strong>ta de que algo no anda bi<strong>en</strong> <strong>en</strong> su vida,<br />
antes de que los perdamos de vista? ¿Estamos haci<strong>en</strong>do todo lo posible para <strong>en</strong>contrar a<br />
los hermanos que nos pid<strong>en</strong> ayuda?<br />
La moneda está <strong>en</strong> la casa. Siempre ha estado <strong>en</strong> la casa. Siempre ha t<strong>en</strong>ido un lugar<br />
de honor junto a las otras monedas.<br />
Pero de rep<strong>en</strong>te se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra separada de ellas y no <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>de la razón, porque sigue<br />
t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do el mismo valor, sigue si<strong>en</strong>do de plata. Un pisotón, un empujón y acaba <strong>en</strong> un<br />
rincón sucio y polvori<strong>en</strong>to. Y nadie se da cu<strong>en</strong>ta. Se si<strong>en</strong>te sola y olvidada. Se si<strong>en</strong>te<br />
humillada y herida porque no puede hacer su trabajo: brillar junto a las otras para que la<br />
mujer se si<strong>en</strong>ta orgullosa de su tesoro. Se si<strong>en</strong>te sucia por la cantidad de polvo que ha ido<br />
cay<strong>en</strong>do sobre ella y su brillo se convierte <strong>en</strong> una pátina negra. Se si<strong>en</strong>te sucia <strong>en</strong> medio<br />
de la suciedad y pierde su dignidad. Pero está d<strong>en</strong>tro de la casa.<br />
Tú y yo, nosotros, la iglesia ¿somos esa mujer-buscadora? ¿Somos consci<strong>en</strong>tes de que<br />
t<strong>en</strong>emos un tesoro perdido bajo el polvo de nuestra iglesia? ¿Somos consci<strong>en</strong>tes de que<br />
necesitamos <strong>en</strong>contrar ese tesoro y que debemos esforzarnos <strong>en</strong> hacerlo?<br />
Y ahora, ¿cómo los recuperamos?<br />
Volvamos al texto de Lucas y apr<strong>en</strong>damos qué hacer <strong>en</strong> cada uno de los casos.<br />
En el caso del hijo m<strong>en</strong>or que se marcha de casa por su propia voluntad, consci<strong>en</strong>te de<br />
la decisión que toma, la única posibilidad es esperar. Esperar con los brazos abiertos.<br />
Esperar la mínima ocasión para salir a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro <strong>en</strong> cuanto lo veamos acercarse. Notad<br />
cómo el padre no espera a que el hijo llegue hasta la puerta de su casa y llame a ella. En<br />
cuanto lo ve, el padre sale a su <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro, lo busca <strong>en</strong> el camino.<br />
Sin esperar nada a cambio lo abraza, lo alim<strong>en</strong>ta, lo viste y le devuelve la dignidad<br />
filial perdida <strong>en</strong>tre los cerdos. El padre dice a sus siervos: «¡Pronto! Sacad el mejor<br />
vestido, y vestidle. Poned un anillo <strong>en</strong> su mano, y sandalias <strong>en</strong> sus pies. Traed el becerro<br />
grueso, y matadlo Y comamos, y hagamos fiesta. Porque este hijo mío estaba muerto, y ha<br />
revivido; se había perdido, y ha sido hallado. Y com<strong>en</strong>zaron a regocijarse.»<br />
«En la parábola no se vitupera al pródigo ni se le echa <strong>en</strong> cara su mal proceder. El hijo<br />
si<strong>en</strong>te que el pasado es perdonado y olvidado, borrado para siempre.» (WHITE, E. G.<br />
Palabras de vida del Gran Maestro, pág. 162).<br />
Pero para que el hijo se si<strong>en</strong>ta perdonado, el padre ti<strong>en</strong>e que dar el primer paso:<br />
organizar la fiesta. El padre debe demostrar a su hijo perdido que realm<strong>en</strong>te se alegra de<br />
t<strong>en</strong>erlo de nuevo a su lado.<br />
3