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tan experta en eso de ayudar a traer niños al mundo, que<br />
le decían “la doctora”. También la mayoría la llamaba<br />
“Mamá Agustina”. Tengo por acá a la partera que ayudó a<br />
mi madre para que este servidor se encuentre en este<br />
momento escribiendo. Se trata de la señora Encarnación<br />
Sequeda. Me contaba su nieta Carmen Sequeda que su<br />
abuela fue una connotada experta en este oficio, tanto es<br />
así, que jamás se le murió un niño de los cientos de partos<br />
que atendió. Le pregunté donde había adquirido esos<br />
conocimientos, y me dijo que los heredó de su madre,<br />
María Milier. Después de los ocho días del parto,<br />
recomendaba una toma que consistía en comino en grano,<br />
revuelto con aguardiente de caña. Igualmente, cumplir con<br />
lo que se conoció como la “cuarentena”, es decir, cuarenta<br />
días encerrada. Las comidas: hervido de gallina, queso<br />
blanco asado. Me comentaban algunas madres de familia<br />
que estos bebedizos eran peor que vomitar pepas de<br />
mamón, por sus condiciones tan desagradables. Rosa<br />
Amelia Guardia. Otra veterana partera y “acomodadora de<br />
barrigas”, vivió hasta hace poco en el barrio El Guanábano,<br />
vía San Casimiro, Rosa Amelia tenía la particularidad, que<br />
a toda mujer que iba a parir le ordenaba que se “agachara”<br />
en el piso. Su hija Carlota me dijo que todas las mujeres<br />
que ella atendió con este método, parían felices.<br />
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