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CUANDO<br />
EL SOL SE FUE<br />
Flavio Canastillo Murrieta
CUANDO EL SOL SE FUE<br />
Primera edición. 500 Ejemplares<br />
Mayo 2009<br />
Diseño de portada:<br />
Osmar Reyes Perches<br />
Diseño de Interiores:<br />
Emmanuel Avalos Ríos<br />
Corrección de Estilo:<br />
Patricia García Cano<br />
Impreso en México<br />
Printed in Mexico
DEDICATORIAS<br />
A DIOS, quien me dio fe y fortaleza.<br />
A MI MADRE (†), por su recuerdo y su amor.<br />
A mi esposa Olga Delia, porque creyó en la<br />
realización de mi historia.<br />
A la señora Albita Ramos, quien me inició en la<br />
rehabilitación para seguir adelante.<br />
A don Enguerrando Tapia (†), por su valiosa<br />
colaboración en mi partida a México.<br />
A la profesora Consuelo Cornejo (†), mi tutora<br />
durante mi estancia en México.<br />
Al doctor Gastón Cano Ávila,<br />
por su gran apoyo moral.<br />
A la sra. Martha Alicia Pacheco,<br />
por su empeño y tiempo dedicado<br />
al escribir esta historia.<br />
A mi familia y mis amigos.<br />
Al Sindicato Nacional de Trabajadores<br />
de la Educación, Sección 54, en especial<br />
a los departamentos de Cultura y Recreación<br />
y Educación especial.
ÍNDICE<br />
PRÓLOGO...................................................................8<br />
I.- CUANDO EL SOL SE FUE………………...……....12<br />
II.- VIAJE A MÉXICO Y REHABILITACIÓN…..…….54<br />
III.- LOS PRIMEROS EMPLEOS………………....….92<br />
IV.- EL PASAJE OSCURO……………………...….....118<br />
V.- LA ILUSIÓN DE VOLVER A MÉXICO…....…....158<br />
VI.- EL NOMBRAMIENTO Y LA CASA……...…….192<br />
VII.- EL ÁNGEL DE MIS SUEÑOS………......…….217<br />
VIII.- MI RETIRO………………………………..….240
P R Ó L O G O<br />
Fue en los ochentas cuando tuve la fortuna de conocer<br />
al “profe” Flavio, como todos cariñosamente<br />
lo conocemos. Flavio Canastillo Murrieta es una<br />
carismática y extraordinaria persona. Originario de<br />
Trincheras Sonora, de formación profesional Técnico<br />
Masajista y su vocación es ser profesor de ciegos. Su<br />
vida está llena de experiencias muy interesantes, las<br />
cuales nos reafirman el dicho “Hace más el que quiere<br />
que el que puede”, cito esto porque la vida para<br />
él no ha sido nada fácil, pero sí muy bendecida. Durante<br />
nuestra convivencia cuando él fue maestro del<br />
Instituto Iris, escuela para ciegos y débiles visuales,<br />
disfruté mucho de los relatos de su vida.<br />
El “profe” Flavio creció en un rancho al lado de sus<br />
padres y de sus cinco hermanos, participaba en todas<br />
las tareas propias del campo y de la casa, sólo que<br />
con mayor esfuerzo que el resto de la familia, ya que<br />
a sus diez años perdió la vista. Al preguntarle cómo se<br />
había sentido ante tal suceso, su respuesta fue que se<br />
había adaptado con facilidad a su nueva condición,<br />
debido a que estaba muy pequeño; algo de lo que<br />
él disfrutaba mucho, aparte de juntar leña, montar<br />
a caballo y jugar con sus hermanos, era escuchar los<br />
cuentos leídos por su mamá.<br />
En su diario acontecer en el rancho vivía con la esperanza<br />
de recuperar la vista, pero los días pasaban y<br />
pasaban; llegó a su mayoría de edad sin que su deseo
CUANDO EL SOL SE FUE<br />
de mirar otra vez se hiciera realidad. Y es en ese momento<br />
cuando se preocupa aún más por su futuro,<br />
dándose cuenta de que ahí no lo tenía, pero no podía<br />
hacer nada, por las noches no conciliaba el sueño<br />
de tanto pensar, y sólo conseguía sentirse frustrado.<br />
Afortunadamente tomó la mejor decisión para aligerar<br />
su carga, aclamó a Dios, le pidió al Todopoderoso<br />
que le ayudara a salir adelante; entre ejercicios físicos<br />
y otras actividades oraba mucho, hasta que un<br />
día sus súplicas fueron escuchadas y fue bendecido<br />
con la presencia de la señorita Albita Ramos, quien<br />
lo llevó a la ciudad de Hermosillo, Sonora con un<br />
médico especialista para determinar si había alguna<br />
posibilidad de volver a ver. La respuesta fue negativa,<br />
era imposible que esto sucediera, sin embargó, ello<br />
no lo desanimó, mucho menos a su protectora quien<br />
buscó los medios para enviarlo a la Ciudad de México,<br />
D. F. a estudiar en la Escuela Nacional para Ciegos<br />
Lic. Ignacio Trigueros, ahí obtuvo su título de Técnico<br />
Masajista.<br />
A partir de su rehabilitación y formación, su vida<br />
da un vuelco –como lo dice él–, más que volver a<br />
ver, fue como comenzar a vivir de nuevo. Durante<br />
su estancia en la Ciudad de México, casi nueve años,<br />
le pasaron un sinfín de acontecimientos, unos muy<br />
agradables, y otros no tanto, pero, a pesar de lo difíciles<br />
que fueron, no le restan importancia al placer de<br />
recordarlos.<br />
Lo más significativo que aprendió en la escuela<br />
para ciegos es la lecto-escritura en el sistema braille,<br />
lo que es considerado por él como lo más grande y
10 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
valioso que les legó a los ciegos don Luis Braille, el<br />
creador de dicho sistema.<br />
Después de su permanencia en la Ciudad de México,<br />
mi gran amigo viajó por diferentes lugares, incluyendo<br />
la Unión Americana, para poner en práctica<br />
su profesión de masajista, permitiéndose así adquirir<br />
día a día más seguridad. Una vez concluidos sus compromisos<br />
laborales en Texas y Guadalajara, regresó a<br />
Sonora estableciéndose de forma definitiva en la ciudad<br />
de Hermosillo.<br />
En el sexenio del Dr. Samuel Ocaña García, ex gobernador<br />
del Estado de Sonora, obtiene su plaza como<br />
docente, es ubicado en el Instituto Iris, escuela para<br />
ciegos y débiles visuales. Recuerdo verlo llegar, muy<br />
seguro de sí mismo, impecable en el vestir, con su<br />
sombrerito muy peculiar, saludaba siempre con una<br />
sonrisa y su trato amable y característico; en nuestras<br />
reuniones sociales le gustaba contar chistes y gritar<br />
sus frases preferidas: “No le hace que no me quieran,<br />
al cabo que yo me quiero sólo” y “Parece que vamos<br />
llegando a Camagüiroga”, aclaro que la primera era<br />
sólo un decir porque admiradoras y novias de que<br />
tuvo, las tuvo.<br />
No puedo dejar de comentar que, como todo hombre<br />
“de sangre azul”, rompió corazones por donde<br />
pasaba. Su vida de soltero se terminó porque el amor<br />
llegó a su vida al conocer a una excelente mujer, mi<br />
gran amiga Olga Delia Romero López, su ángel de<br />
la guarda y ahora esposa; aunque no procrearon hijos,<br />
son muy felices. Actualmente, por su problema<br />
de salud, se separó de las filas del magisterio, en las
CUANDO EL SOL SE FUE 11<br />
que sembró la semilla del amor y la amistad. Dejó su<br />
trabajo en las aulas, sin embargo, su gusto por la lectura<br />
y la creación literaria lo llevó a capacitarse en el<br />
uso de la computadora –herramienta que le permite<br />
escribir cuentos y leyendas de la región del desierto<br />
de Sonora–, asimismo gusta de la música romántica<br />
y clásica y, por supuesto, continúa agradeciéndole al<br />
Creador por su bienestar.<br />
Amigo lector, tienes en tus manos la historia de<br />
un gran hombre que te asombrará y de quien podrás<br />
aprender que debes amarte y amar la vida como Dios<br />
te la ha enviado.<br />
CON AFECTO Y ADMIRACIÓN<br />
Profra. Martha Llánes Valenzuela
I.-CUANDO EL SOL SE FUE<br />
Con pocas palabras, pero con muchos pasajes, les<br />
contaré la historia de mi vida. Una vida como todas,<br />
pero con muchos obstáculos que me golpearon duramente.<br />
Cuando parecía que esto no tendría fin llegó<br />
la recompensa a mi martirio. Esta es la historia de<br />
Beto –como me llamaron en mi familia y de flavio–,<br />
ya que mi nombre asentado en el Registro Civil es<br />
Flavio Canastillo Murrieta, pero al bautizarme en la<br />
fe de bautismo quedó Roberto, y ese lo tomé como mi<br />
nombre real; por esa razón todos me decían Beto. En<br />
la primaria me registré como Roberto. Y ya de grande,<br />
cuando tenía 25 años, cambié al nombre de Flavio, y<br />
los de Roberto y Beto quedaron borrados.<br />
Era feliz con la protección de mis padres, quienes<br />
se llamaron Claudio Canastillo y Adelaida Murrieta.<br />
Mi padre, de oficio minero, era de carácter duro y con<br />
la mirada nos hacía ver cuando actuabamos mal. Mi<br />
madre, dedicada al hogar, nos había enseñado los valores<br />
que crecieron con nosotros. Yo ocupaba el cuarto<br />
lugar, ya que somos seis hermanos: la mayor y la<br />
única mujer, Teresa, Antonio, Claudio, Roberto – o<br />
Flavio, el que escribe–, Salomón y Dimas.<br />
Todo empezó aquel día dos de marzo de 1951. La<br />
tarde estaba fría, con mucho aire y polvo, como es<br />
natural en la región desértica del municipio de Trincheras,<br />
Sonora. El pueblo estaba muy triste, pero más
CUANDO EL SOL SE FUE 13<br />
mi casa pues aún no hacía un mes que había fallecido<br />
mi padre, por lo que mi madre andaba toda vestida<br />
de negro y las ventanas tenían unas cortinas oscuras.<br />
Yo no quería estar adentro porque me sentía mal; por<br />
si eso fuera poco, todos mis hermanos tenían la influenza.<br />
Como quería salir, busqué cualquier pretexto,<br />
le dije a mi mamá:<br />
–Yo puedo ir a los mandados.<br />
Corrí para alejar de mí aquella tristeza que por todos<br />
lados estaba. Me sentía cansado, pero ni caso hacía.<br />
Sentía dolor en el lado izquierdo del hombro y la<br />
cabeza. Así me llovió, y me fui a la casa a llevar unos<br />
encargos, unas pastillas para la gripe. Ya era tarde y<br />
el frío se sentía más intenso. Quería borrar aquella<br />
melancolía y me fui a la casa de mi tía Adriana que<br />
estaba en el mismo solar, sin división entre los dos<br />
patios. Estaba cerrado, no se veía nadie.<br />
Me senté en el pretil del pozo que estaba junto a la<br />
puerta que daba al jardín, en el cual había un molino<br />
de viento o papalote –como le llamábamos– para sacar<br />
el agua que utilizábamos en el consumo doméstico<br />
y para regar el jardín. Me puse a ver el cerro que es<br />
la insignia del pueblo, distante medio kilómetro de<br />
ahí y elevado a unos cien metros de altura.<br />
Yo miraba hacia el cerro porque en esa dirección<br />
estaba el rancho en donde me había criado, y añoraba<br />
aquellos días en que vivíamos allá mis padres, mis<br />
hermanos y yo. ¡Ah, qué tiempo tan feliz! En el verano<br />
corría descalzo por los arroyos y lomas, a veces<br />
detrás de alguna ardilla queriéndola atrapar, aunque<br />
nunca lo lograba. Me gustaba correr tras ellas porque
14 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
me sentía con mucha energía, y aunque me espinaba<br />
los pies, el dolor no me afectaba.<br />
En 1950 había pasado a segundo año de primaria,<br />
y recuerdo bien que mis hermanos se fueron al pueblo<br />
para asistir a la escuela y yo me quedé con mis<br />
padres y mi hermano menor quien tenía dos años.<br />
Fue hasta el mes de octubre cuando me reintegré a la<br />
primaria, aunque no quería hacerlo pues sentía mucha<br />
timidez, como si algo me avizorara el destino. Ya<br />
no era el mismo de primer año. Mi padre se había enfermado<br />
y mi mamá se tuvo que ir con él a la ciudad<br />
de Magdalena donde fue sometido a una operación.<br />
Regresó al pueblo, pero seguía sintiéndose mal. Se<br />
fue de nuevo, y mi mamá lo acompañó. En enero de<br />
1951 fue intervenido otra vez, y a finales del mismo<br />
mes se le realizó una tercera operación en la que ya<br />
no fue posible hacer algo por él.<br />
Recuerdo el día seis de febrero. Eran las cinco de la<br />
tarde y estaba en la escuela. Nos avisaron a mis hermanos<br />
y a mí que nos fuéramos a casa a esperar a que<br />
llegaran con mi padre porque ya no tenía remedio<br />
y regresaba a morir. Yo no sabía lo que era la muerte<br />
y no alcanzaba a comprender. Alguien se ofreció<br />
para llevarnos a encontrar el carro en el que venía.<br />
No quise ir… no entendía lo que estaba pasando con<br />
mi familia.<br />
Un primo me llevó a su casa para que allá durmiera.<br />
Estaba asustado y mi primo me hacía preguntas<br />
que me alteraban más. Ya me habían tendido un catre,<br />
pero me sentía muy inquieto. Como a las ocho de<br />
la noche llegaron por mí:
CUANDO EL SOL SE FUE 15<br />
–¡Vámonos!– me dijo un hermano. Yo no quería<br />
ir.<br />
–¡No quiero ver morir a mi padre!.. –Me llevó casi<br />
a rastras.<br />
Mi padre estaba en agonía y no resistía verlo. Al fin<br />
me venció el sueño; me acosté en el piso en un rincón<br />
de la habitación y me dormí. Ya había muchas personas<br />
acompañando a mi mamá en esos momentos de<br />
dolor.<br />
Al día siguiente una tía nos llevó a comer a su casa.<br />
Mi mamá no quería tomar alimento alguno. Así pasó<br />
aquel día y por la noche, mi padre murió. Fue sepultado<br />
a la mañana siguiente. Mis hermanos fueron al<br />
panteón, pero yo no quise hacerlo; me quedé con mi<br />
mamá. El día estaba nublado y triste.<br />
Yo no entendía por qué uno tenía que morirse.<br />
No… ¿Por qué mi padre? ¿Qué íbamos a hacer si todavía<br />
estábamos muy chicos?.. Así continuaban aquellos<br />
días. Me sentía muy descontrolado y no quería ir<br />
a la escuela. Iba contra mi voluntad. Mi vida había<br />
cambiado y ya no era el niño de unos meses antes. En<br />
algunas ocasiones pensaba que mejor sería morirme,<br />
pero con el paso del tiempo empezaba a aceptar la<br />
realidad.<br />
Y fue ese día dos de marzo cuando me encontraba<br />
ahí sentado en el pretil del pozo y tuve que irme<br />
a la casa porque ya no aguantaba el dolor en el ojo<br />
izquierdo. Llegué y le dije a mi mamá que me dolía<br />
mucho, y conforme pasaban los minutos me aumentaba<br />
más y más. Ya no podía estar de ningún modo.
16 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Mi madre me tendió una colchoneta en su recámara,<br />
junto a un altarcito donde tenía imágenes de<br />
algunos santos. Ella era muy devota y quizá creía que<br />
ahí iba a estar mejor. Pero yo no me acomodaba de<br />
ningún modo, pataleaba, y el dolor no cedía. Tomaba<br />
veganines, mejorales, y parecía que más me arreciaba.<br />
Así pasé la noche más amarga y larga que recuerdo<br />
de mi niñez… Igual continué todo ese día, pues<br />
el médico pasante no se encontraba en el pueblo y<br />
hasta el tercer día llegó. Yo ya no encontraba ni qué<br />
hacer y pensaba que me iba a morir. No…, no quería<br />
morirme, y tenía que aguantarme con el problema.<br />
No teníamos ni un solo centavo para salir a la ciudad<br />
más próxima, Santa Ana, distante unos ochenta<br />
kilómetros. De modo que me aliviaba o me moría,<br />
una de dos. Una vez que el doctor Humberto Segura<br />
estuvo ahí me empezó a aplicar penicilina, porque<br />
según él se trataba de una infección muy fuerte y había<br />
que controlarla para trasladarme a la ciudad de<br />
Hermosillo.<br />
Para el siguiente día tenía el ojo izquierdo muy hinchado<br />
y no veía absolutamente nada con él. Cuando<br />
me alivié un poco, el médico, que era muy humanitario,<br />
viendo la situación por la que pasaba mi familia,<br />
se ofreció a llevarme a la ciudad de Hermosillo para<br />
que me atendiera un especialista, y así fue como me<br />
alistaron. Una tía que era costurera con una tela que<br />
se encontró me hizo un pantalón y una camisa, que<br />
me quedaron muy bien. Un primo me dio un cinto, y<br />
así sucesivamente hasta que me “acompletaron”.
CUANDO EL SOL SE FUE 17<br />
Ya que estuve listo, una mañana fría del cinco de<br />
marzo, pasó el doctor Segura por mí. Yo estaba asustado<br />
y mi mamá me dijo:<br />
–Te voy a hacer desayuno.<br />
–No, no quiero- le conteste.<br />
Pero ella me convenció.<br />
Siempre me comí un taco de papas, uno de frijoles<br />
y una taza de café. Me enjuagué la boca y me cambié<br />
rápidamente. Serían las seis de la mañana.<br />
A las siete teníamos que estar en la estación para<br />
tomar el tren que nos llevaría al pequeño poblado<br />
de Benjamín Hill, donde abordaríamos un camión<br />
para la capital. Yo sentía mucho frío pues no tenía<br />
chamarra; llevaba una camisa de manga larga y abajo<br />
una camiseta gruesa, pero temblaba más por miedo<br />
que por frío. Caminamos a pie hasta donde estaba un<br />
changarrito, mi mamá me dio la bendición, y de ahí<br />
nos llevó un señor en un carrito antiguo a la estación<br />
que distaba aproximadamente tres kilómetros. Esperamos<br />
el tren que venía de Mexicali, B. C.<br />
Nunca había subido a un tren, pero esta vez lo tenía<br />
que hacer. No me podía controlar, temblaba y simulaba<br />
que era por el frío. En eso llegó el tren. Me<br />
parecía que estábamos muy cerca y me retiraba lo<br />
más lejos posible, pero el médico decía:<br />
–No te alejes que tenemos que subir rápido, ya que<br />
no para mucho tiempo aquí.<br />
Cuando al fin se detuvo subimos y caminamos<br />
hacia los asientos. Todavía no me sentaba cuando el<br />
tren empezó a avanzar y me puse a trastabillar como<br />
borracho. Me senté y por la ventanilla pude ver a lo<br />
lejos a mi mamá y a mis hermanos junto al papalote
18 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
que estaba en el pozo, con su hélice que se movía<br />
con el aire. Al verlos se me salieron las lágrimas de<br />
emoción.<br />
A las ocho estábamos en Benjamín Hill. No hacía<br />
frío. Después de una hora tomamos un camión que<br />
nos llevaría a la ciudad de Hermosillo y para el mediodía<br />
nos encontrábamos frente a una clínica a la<br />
que me daba miedo entrar. Tuve que hacerlo porque<br />
no me quedaba más. Subimos unos escalones y llegamos<br />
hasta la sala de espera del consultorio donde<br />
aguardamos a que tocara mi turno, ya que el doctor<br />
Segura me había anotado.<br />
Pasé con mucho miedo. El doctor especialista que<br />
me iba a examinar, Enrique López Quiñónez, era una<br />
persona de semblante agradable, eso me dio confianza,<br />
y una vez que el doctor Humberto Segura le platicó<br />
del problema por el que estaba atravesando mi<br />
familia, de inmediato dio instrucciones para que quedara<br />
internado y me pasaron al hospital. En el cuarto<br />
al que me asignaron estaba también un niño que<br />
había sido operado, lo acompañaba su papá quien se<br />
portó muy atento conmigo y me hacía plática, pero<br />
no me gustaba que me hiciera preguntas, como ¿de<br />
dónde era?,¿quiénes eran mis padres?,¿cuál era mi<br />
enfermedad?,¿me iban a operar?, etcétera. Todas esas<br />
preguntas me lastimaban.<br />
Después de tres días de muchos estudios en los<br />
ojos, salí, pero permanecí otros dos en el Hotel Laval<br />
ubicado muy cerca de la Clínica del Noroeste, donde<br />
me habían consultado. Yo no conocía los sanitarios<br />
de agua, les tenía miedo, y una noche hasta me oriné
CUANDO EL SOL SE FUE 1<br />
porque no quería usar el baño. Cuando ya me andaba<br />
de “hacer del dos” no me quedaba más remedio que<br />
utilizarlo. En el pueblo no contábamos con agua potable<br />
ni luz eléctrica; en la escuela sí había sanitarios<br />
de agua, pero como casi todos les teníamos miedo<br />
nunca entrábamos y “hacíamos del dos” en letrinas.<br />
Después de cinco días volví al pueblo contento y<br />
con mucho qué platicar sobre mis experiencias en la<br />
capital. El médico pasante le explicó a mi mamá que<br />
la enfermedad era algo rara y que habría que hacerme<br />
exámenes cada quince días, cosa que la entristeció<br />
porque a nadie conocía en la ciudad y llegar a un<br />
hotel no era posible, pues no había dinero. Pero por<br />
fortuna se encontraba ahí mi tío Teodoro, hermano<br />
de mi papá, quien le dijo a mi madre:<br />
–Yo tengo un compadre allá y llego con él. De paso<br />
llevo a Beto y le pido de favor que lo reciba en su<br />
casa.<br />
–Bueno –respondió mi mamá y le volvió el alma<br />
al cuerpo.<br />
Y así, para los últimos del mes de marzo mi tío Teodoro<br />
me llevó a la ciudad de Hermosillo; él ya sabía<br />
la dirección. Esta vez no tuve tanto miedo aunque no<br />
dejaba de admirar todo lo que veía. Llegamos un día<br />
soleado, y al bajarnos del camión tomamos un taxi<br />
que nos llevó a una casa situada cerca del aeropuerto<br />
que estaba junto al Panteón Yáñez, a orillas de la<br />
ciudad.<br />
Llegamos con los compadres de mi tío Teodoro,<br />
ellos se mostraron muy amables cuando él les platicó<br />
la situación. Nos ofrecieron su casa, y aunque
20 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
muy pequeña ya teníamos un hogar adonde poder<br />
llegar. La casa contaba con dos cuartos, la cocina y la<br />
recámara y –así como en mi pueblo– un excusado de<br />
fosa que estaba bastante lejos, en la esquina del solar<br />
compuesto por dos lotes. Dormiríamos en la cocina<br />
cuyo piso era de tierra bien compacta, pues lo regaban<br />
diariamente para que la tierra no se soltara.<br />
Estuvimos tres días. Me admiraba ver tanto avión.<br />
Diario llegaba uno de la Ciudad de México y como<br />
el aeropuerto no tenía pavimento, levantaban mucho<br />
polvo cuando aterrizaban, lo que me parecía muy<br />
chistoso.<br />
Mi tío Teodoro nos llevó a muchos lugares a su ahijado<br />
y a mí. Estuvimos en un circo, el Atayde, donde<br />
conocí muchos animales: un imponente elefante al<br />
que se podía ver sin costo alguno, ya que lo tenían<br />
afuera de las carpas amarrado de una pata con una<br />
cadena, pero era tan mansito que no se acongojaba<br />
por nada. Pasamos a una carpa donde había changos,<br />
tigres, leones, canguros, y otros más. Me sentía<br />
impresionado por los animales que apenas iba conociendo<br />
y recuerdo bien que hice enojar a un tigre.<br />
Junté piedritas y comencé a tirárselas, y un chamaco<br />
que traía sombrero lo amenazaba con él. El tigre se<br />
enfureció y rugía horrible, por lo que rápidamente<br />
llegó un empleado quien nos dio una regañada y casi<br />
nos pegaba.<br />
Ya no me volvieron a llevar al circo, pero sí al cine,<br />
el cual no me gustó debido a que me comenzaron a<br />
doler los ojos. En el pueblo había estado en una función,<br />
pero esa vez no entendí la película, creía que en
CUANDO EL SOL SE FUE 21<br />
esta ocasión sí me iba a entretener porque se trataba<br />
de Los Niños Héroes de Chapultepec, mas no fue así,<br />
pues los árboles se veían oscuros porque la película<br />
era en blanco y negro; lo único bonito, y que se apreciaba<br />
más real, eran los caballos y sus jinetes, unos<br />
militares muy impresionantes; lo demás, unas lomas<br />
pelonas. Así que no atendí toda la película porque<br />
me lastimaba la vista. Ya no veía más que con un ojo,<br />
y ambos me lloraban.<br />
Después de tres días regresamos al pueblo, llegamos<br />
como a las nueve de la noche. Estaba muy oscuro<br />
pues no había luz eléctrica y nos alumbrábamos<br />
con lámparas de petróleo. Se veían puras sombras y<br />
en algunas casas unas pequeñas lucecitas muy tenues.<br />
Caminando llegamos a la casa y mi mamá ya nos esperaba.<br />
Nos preguntó cómo nos había ido y mi tío<br />
contestó que muy bien, que ya tenía un lugar adonde<br />
llegar en la ciudad de Hermosillo, pues su compadre<br />
había dicho que su casa estaba a nuestras órdenes,<br />
que ahí llegáramos. Con esto, mi mamá tuvo un alivio<br />
en medio de su tristeza.<br />
Los primeros días del mes de mayo fuimos a que<br />
me examinara el doctor por tercera ocasión. El médico<br />
dijo que debían hospitalizarme para que se me<br />
realizara una operación para salvar el ojo derecho,<br />
con el que aún podía ver. Mi mamá permaneció en<br />
Hermosillo cinco días y no conseguía internarme por<br />
los trámites. Doña Toña, así se llamaba la señora de<br />
la casa a donde llegamos, le dijo:<br />
–Váyase, yo lo puedo acompañar al hospital.<br />
Y así fue. La señora muy amablemente me acom-
22 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
pañó hasta que quedé internado en el Hospital del<br />
Estado; recuerdo bien que en ese tiempo estaba atendido<br />
por religiosas. Ya que me dieron el pase fue una<br />
monjita y me acompañó hasta el lugar en donde iba a<br />
estar mi cama, la número siete al fondo de un pasillo.<br />
La madrecita me dijo:<br />
–Háblale a tu mamá.<br />
Ella había creído que la señora que me acompañaba<br />
–doña Toña– era mi mamá. Corrí, pero no la<br />
alcancé. Regresé muy triste al lugar que me había señalado<br />
la madrecita.<br />
–No la encontré –le dije–, ya se había ido.<br />
–Quería únicamente que se llevara tu ropa, pero te<br />
la vamos a guardar porque aquí vas a andar con pijamas<br />
–me dijo–. Sígueme.<br />
Me llevó con una enfermera que me dio una pijama<br />
y me señaló una sala donde me dijo que me<br />
cambiara. Sólo me puse el pantalón de rayas azules<br />
y blancas, sin camisa, ya que hacía mucho calor. Entonces<br />
agregó:<br />
–Ya métete al cuarto donde te vas a quedar.<br />
Me fui y muy serio me quedé parado enfrente de la<br />
sala en donde estaba mi cama. Era un lugar amplio<br />
con siete camas, abierto al pasillo, pues sólo lo dividía<br />
de él un muro de metro y medio. Ahí me quedé<br />
pensando no sé cuántas cosas. Los demás pacientes<br />
me invitaban a pasar, pero no les contestaba por más<br />
que insistían, hasta que uno de los señores dijo:<br />
–¡Déjenlo!, verán que cuando agarre confianza no<br />
lo vamos a aguantar. Yo sé lo que les digo.<br />
Más tarde, una muchacha que llevaba unas charolas<br />
me dijo amablemente:<br />
–Mira, te traje comida, ¿quieres comer?
CUANDO EL SOL SE FUE 23<br />
Como yo no hablaba me tomó de un brazo y me<br />
sentó en un banco frente a una mesita en donde estaba<br />
la charola; así, sin hablar, comí porque tenía hambre.<br />
Pasaron los días y me hice amigo de un chamaco<br />
que era muy inquieto. Estaba ahí porque había sufrido<br />
una herida con una bala de escopeta que le había<br />
pegado en la cabeza, junto al oído. Para tapar el hueco<br />
que le había dejado la bala le hicieron un injerto<br />
con la piel de la muñeca del brazo derecho, el cual<br />
traía pegado al lado izquierdo de la cabeza con yeso,<br />
éste le dejaba libre el área de los ojos; pero no le afectaba,<br />
corría y hacía maldades. Él me ayudó a olvidar<br />
un poco mi tristeza.<br />
Después hice amistad con todos los de mi sala y<br />
algunos del personal. Ayudaba a servir a las que repartían<br />
la comida, quienes me tomaron aprecio y me<br />
llevaban dulces; también ayudaba a trapear y en ocasiones<br />
a lavar los trastes, y así transcurría el tiempo.<br />
Los jueves y domingos eran días de visita y acudía<br />
mucha gente a ver a los enfermos. Como yo no tenía<br />
quién me visitara, algunos me preguntaban si no<br />
tenía familiares y yo decía que sí, pero vivían muy<br />
lejos; que mi papá había muerto y mi mamá no tenía<br />
dinero para venir y además tenía hermanos chicos y<br />
ella tenía que ver por ellos. Algunos se enternecían y<br />
me “disparaban” una sodita de las que había en ese<br />
tiempo, sin marca, que un señor iba a vender; eran de<br />
tres sabores –fresa, limón y naranja–, y se me hacían<br />
las más buenas del mundo. Valían únicamente diez<br />
centavos.
24 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Pero un domingo, día de visita, llegó la señora<br />
Toña –acompañada de su único hijo más o menos<br />
de mi edad, y una niña que estaba cuidando porque<br />
había muerto su mamá– con dulces y chicles. ¡Ah,<br />
qué gusto me dio!, pues también iban otros amiguitos<br />
del barrio. Me llevaban tres rebanadas de piña en<br />
un trastecito de peltre todo “descalabrado”, pero a<br />
pesar de todo me pareció muy sabrosa porque no la<br />
conocía más que en dibujos. ¡Qué contento me había<br />
puesto!<br />
Así transcurrió el mes de mayo, y fue hasta el siete<br />
de junio por la mañana cuando me dijo una enfermera:<br />
–Vengo a inyectarte porque mañana te van a operar.<br />
¿Ya te confesaste?, porque todos los que van a ser<br />
operados tienen que confesarse por si acaso se mueren<br />
que se vayan al cielo, pero si no se han confesado<br />
van al infierno.<br />
Eso me asustó mucho pues no me había confesado.<br />
Un viejito me daba doctrina, pero no me había<br />
preparado bien.<br />
Al día siguiente me dieron a tomar una cápsula y<br />
luego pasaron por mí en una camilla. Iba despierto.<br />
Me llevaron a una sala donde había tres personas vestidas<br />
de blanco, me pasaron a una mesa alta. Aún no<br />
me dormía bien cuando los que estaban ahí me pusieron<br />
una especie de máscara con una manguera que<br />
olía muy feo. Absorbí el olor y de inmediato no supe<br />
de mí. No sé a qué hora de la tarde desperté con la<br />
cabeza toda envuelta en vendas, no veía nada y preguntaba:
CUANDO EL SOL SE FUE 25<br />
–¿En dónde estoy..?<br />
–Aquí estás, en la sala –me contestó un señor al<br />
que reconocí por la voz ronca.<br />
Después una enfermera me tomó el pulso y me<br />
dijo:<br />
–Por orden del médico vas a estar tres días sin moverte,<br />
acostado boca arriba –luego se fue.<br />
En la noche hacía mucho calor y yo no iba a aguantar<br />
sin moverme. Me dieron ganas de ir al baño y un<br />
señor me dijo:<br />
–No te levantes, vamos a hablarle a una enfermera.<br />
No llegó. Al rato, cuando ya dormían todos, me<br />
levanté y busqué un bacín que ya sabía dónde estaba,<br />
lo tomé e hice mis necesidades. Como no podía ver<br />
porque tenía envuelta la cabeza lo dejé ahí; poco después<br />
los señores despertaron y empezaron a rezongar.<br />
No vino en toda la noche ninguna enfermera.<br />
Por la mañana, cuando traían el desayuno ya tenía<br />
mucha hambre, pero a mí no me llevaban nada porque<br />
no podía sentarme. Yo gritaba que quería comer<br />
lo que fuera. Una de las muchachas que servían la<br />
comida me llevó pan con mantequilla y avena, pero<br />
para mí no era suficiente. Así estuve como dos días<br />
hasta que el doctor que me operó llegó y me preguntó<br />
cómo me sentía.<br />
–Con mucha hambre –le dije.<br />
Y el médico me respondió:<br />
–Ya te vamos a quitar las vendas para que puedas<br />
comer a gusto.<br />
Algunos de los pacientes que estaban en la sala le<br />
decían:
26 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
–No se las quite, no hizo caso, se levantaba y hacía<br />
desarreglos. Déjenlo otros días vendado.<br />
Y yo, asustado, grité:<br />
–¡Que no me dejen más sin ver!<br />
Me quitó el vendaje, pude ver y así ya comí a gusto.<br />
Una madrecita que nos daba pláticas de historias<br />
sagradas y se portaba muy bien, como a los cinco días<br />
de que me habían operado, me dijo que ya me podía<br />
ir a la casa.<br />
–Sí, yo sólo me puedo ir. Conozco ya bien y no me<br />
pierdo.<br />
–No, no puedes irte tú sólo. Así que mándale decir<br />
a tu mamá que venga por ti.<br />
Pero ¿Cómo?.., ¿con quién le mandaba decir a<br />
doña Toña?.. Rogaba a Dios para que alguien fuera<br />
a visitarme. Un muchacho como de unos diecisiete<br />
años que había estado internado dos días llegó y me<br />
llevaba dulces. Estuvo un rato y le pedí que fuera a<br />
la Barbería Lizárraga y le dijera al señor don Esteban<br />
Lizárraga –el dueño–, que ya podía salir, pero que no<br />
me dejaban irme solo.<br />
–Sí, ya sé en donde está esa peluquería. Yo llevo tu<br />
recado, cómo no.<br />
Al día siguiente muy temprano llegó una flota de<br />
chamacos, pues ya estaban de vacaciones. Dijeron<br />
que iban por mí, que la señora doña Toña no había<br />
podido ir y los había mandado a ellos. La madrecita<br />
le preguntó a la más grande –que tendría como doce<br />
años– cómo se llamaba. Ella contestó:<br />
–Socorro Osuna, soy sobrina de la señora de la casa<br />
en donde llega. Ahí también vivo yo.
CUANDO EL SOL SE FUE 27<br />
–Tú eres la responsable –le dijo. Y le dio unos papeles<br />
para que se los entregara a mi mamá.<br />
La chamaca salió del hospital “luria” de gusto porque<br />
se sentía muy importante. Nos fuimos caminando<br />
con los otros niños. Iba muy contento de haber<br />
salido y de estar vivo, ya que mi padre había muerto<br />
por una operación, o al menos esa era la idea que yo<br />
tenía. Era por eso por lo que les temía tanto a las operaciones.<br />
Llegamos a la casa en donde me daban alojamiento<br />
y lo hacían de muy buena voluntad, aunque<br />
la señora, doña Toña, pregonaba que ella no iba a la<br />
iglesia, pero hacía caridades, y bien sabía que lo decía<br />
por mí. Allí me quedé varios días, pues mi mamá<br />
no tenía dinero para venir a recogerme. Yo extrañaba<br />
mi pueblo, a mi mamá, a mis hermanos, y al rancho<br />
donde me había criado. Ya debía estar allá.<br />
Me iba a la peluquería que tenía el señor Esteban<br />
en el centro. Ahí me ponía a barrer el pelo que caía.<br />
Algunas veces me regañaban porque era un poco atrabancado,<br />
les golpeaba las piernas a los clientes y me<br />
decían:<br />
–Muchacho, vete. Déjalo para después.<br />
El señor Lizárraga me aconsejo:<br />
–Mejor vas a vender periódicos.<br />
Don Esteban le pidió a un chamaco que iba a dejar<br />
el periódico que me llevara con él para que aprendiera<br />
a venderlos. Él estuvo de acuerdo y me explicó:<br />
–Te voy a dar de los que traigo y después, cuando<br />
ya te pongas abusado, te voy a llevar al periódico para<br />
que te entreguen a ti.<br />
Creía que él iba a andar conmigo, pero me dio
28 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
unos cinco periódicos y me dijo:<br />
–Vete a la estación del ferrocarril.<br />
Como en ese tiempo la estación del ferrocarril se<br />
encontraba en el centro, no se me hizo difícil. Con<br />
miedo crucé las vías del tren y, al llegar, un señor de<br />
los que trabajaban ahí me compró uno. Otro que pasaba<br />
me gritó:<br />
–¡Dame uno!, ¿cuánto cuesta?<br />
–Un peso.<br />
Luego me habló otro que estaba esperando el tren.<br />
Me dio veinte centavos para mí. ¡Qué gusto!.., pensé<br />
que si me iba bien podía ayudar a mi mamá.<br />
Cuando caminaba me salieron tres chamacos que<br />
me querían pegar porque ese era su lugar de venta.<br />
Uno me tiró una patada y corrí, pues estaba muy feo<br />
y gordo, con rasgos de japonés. Otro chamaco que<br />
también traía pleito con él fue a darle un golpe, y vi<br />
cómo lo tomó del brazo y lo estampó en el suelo. ¡De<br />
tonto le echaba yo bronca!<br />
Sin embargo, lo que más me asustó fue que en ese<br />
momento llegaba el tren. ¡Qué cosa más espantosa!<br />
La máquina –que funcionaba con vapor– venía<br />
echando unos chorros de humo: por una chimenea<br />
salía humo negro que se levantaba muy alto, y por<br />
otra humo blanco que no era tan abundante. Era<br />
como un enorme tanque negro. Tenía unos brazos<br />
de acero de una rueda a otra que se movían haciendo<br />
unas ondulaciones. Se veía imponente y daba unos<br />
pitidos aterradores que estremecían. Muy atrás iba el<br />
maquinista sacando la cabeza para ver las vías adelante,<br />
bajo una lonita inclinada para que no le pegara<br />
el sol. Yo temblaba de miedo. El tiempo que duró
CUANDO EL SOL SE FUE 2<br />
se me figuró una eternidad. Cuando se fue salí corriendo<br />
hacia la peluquería, que estaba a unas cuatro<br />
cuadras de ahí.<br />
Cuando llegué –todavía muy asustado–, el chamaco<br />
de los periódicos ya me esperaba. Le platiqué lo<br />
que me había pasado y me dice:<br />
–Tienes que aprender. ¡Eso no es nada!<br />
–Pero yo no vuelvo a ir a vender ahí.<br />
–Pues ahí hay muchos que te echan la bronca, pero<br />
es un buen lugar.<br />
–¡Yo no vuelvo ahí!<br />
–Entonces dame los periódicos y el dinero.<br />
Le di el dinero, lo contó y me dijo:<br />
–No te doy nada, porque esto es para que aprendas.<br />
¿Y no te dieron propina? –me preguntó.<br />
Yo no sabía qué era propina... Y únicamente me<br />
quedé con los veinte centavos que me había dado el<br />
señor. Le dije a don Esteban que mejor ya no iba a<br />
vender el periódico. Me contestó:<br />
–Mi chamaco tiene un cajón para bolear zapatos.<br />
Le das bola a los que vienen aquí, ¿te parece?<br />
–Sí –le contesté.<br />
Me gustó la idea, pero no resultaba. Yo le ofrecía a<br />
todo el que pasaba y nadie quería. Hasta que llegó un<br />
muchacho, se iba a cortar el pelo y aceptó que le boleara<br />
su calzado. De inmediato empecé; los zapatos<br />
estaban muy viejos y se los dejé más o menos bien.<br />
Cuando terminé dijo que no me iba a pagar porque<br />
no le habían dado dinero más que para “hacerse” el<br />
pelo, y que si quería les quitara lo pintado. Uno de<br />
los clientes de la barbería comentó que el muchacho<br />
no estaba bien de la cabeza, y yo dije enojado:
30 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
–¡Es un menso!<br />
Aunque me oyó no se enojó, nomás se rió. Ya no<br />
di más bola.<br />
Una mañana, muy temprano, me subí a un mezquite<br />
bastante alto que estaba en el límite del patio de la<br />
casa. Divisaba hacia donde se encontraba el rancho,<br />
más o menos hacia el noroeste, el mismo rumbo en<br />
que se situaba el pueblo de Trincheras. Divisaba unas<br />
nubes que estaban en esa dirección. Así estuve mucho<br />
rato y aclamaba a mi mamá pidiendo que viniera por<br />
mí. Observé cuando se levantaba un avión de pasajeros<br />
platinado, con ese mismo rumbo. Asemejaba un<br />
pescado gigantesco, de esos plateados como los había<br />
conocido. ¡Cómo anhelaba poder volar en un avión<br />
y dominar con la vista mucho espacio! Así es que le<br />
pedía a Diosito que me oyera y que mi mamá viniera.<br />
Me bajé del mezquite cansado de permanecer ahí.<br />
Apenas había bajado llegó un taxi. Corrí a ver quién<br />
llegaba y... ¡Qué gusto, mi mamá venía por mí! Corrí<br />
a abrazarla y se me salieron las lágrimas, pues estábamos<br />
ya a veinte de julio y hacía más de un mes que<br />
había salido del hospital. Me parecía tener un siglo<br />
sin ver a mi mamá ni a mis hermanos.<br />
La última vez que había estado con mi mamá fue<br />
cuando me preparaban para ser operado. No era día<br />
de visita, pero mi mamá quería verme. Un vigilante le<br />
permitió entrar y la acompañó. Yo andaba trapeando<br />
el piso ahí en el hospital. No quería que me viera así<br />
con un ojo todo morado por el mertiolate; me habían<br />
retirado las cejas y cortado las pestañas. No sabía qué<br />
hacer, si darle un abrazo... y me habló el vigilante:
CUANDO EL SOL SE FUE 31<br />
–Ven, te habla tu mamá.<br />
Me limpiaba los ojos llenos de lágrimas con el<br />
dorso de la mano, no quería que me viera llorar. Mi<br />
mamá se entristeció al verme así y no me preguntó<br />
nada.<br />
–Estoy muy bien. Como bien aquí.<br />
–Bueno –contestó.<br />
También se le rodaron las lágrimas. Me dio un peso<br />
para que comprara soda y le dije:<br />
–¿Cuándo te vas, mamá?<br />
Recuerdo que se veía muy alta vestida de negro.<br />
Pero ya había regresado y me iba a ir con ella. Pasó<br />
a saludar a la señora Toña y me dijo:<br />
–Alístate, porque hoy mismo nos vamos.<br />
–Ya estoy listo.<br />
Agarré un pantalón y una camiseta y los eché en<br />
una bolsita. Era todo lo que tenía.<br />
Nos fuimos a la central de Transportes Norte de Sonora.<br />
El camión venía retrasado y tardó un poco. Salimos<br />
a Benjamín Hill, pero cuando llegamos eran las<br />
cinco y media de la tarde y ya el tren iba partiendo.<br />
¡Qué desconsuelo!<br />
Entonces mamá dijo:<br />
–Vamos a buscar a unos conocidos del pueblo.<br />
Preguntando por los señores Grijalva, llegamos a<br />
una tienda donde nos atendió una empleada.<br />
–Es aquí, por la puerta de atrás.<br />
¡Cuál sería nuestra sorpresa al saber que no se encontraban<br />
ahí! Ese día habían viajado a la ciudad de<br />
Tucson.
32 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Caminamos hasta un restaurante que estaba junto<br />
a Transportes Norte de Sonora, conocíamos al dueño<br />
porque ahí llegábamos a comer, y él nos había dicho<br />
que también rentaba cuartos, que lo que se nos<br />
ofreciera estaba para servirnos. Rentamos un cuarto<br />
en quince pesos. Tenía una cama de tubos alta y una<br />
mesita. Había un excusado en el patio para todos los<br />
clientes y como era de fosa estaba más cochino que<br />
los del pueblo.<br />
Estuvimos buen rato en la banqueta por si veíamos<br />
a algún conocido de Trincheras para pedirle unos<br />
diez pesos. Se nos hizo de noche, no encontramos a<br />
nadie y nos fuimos a dormir con hambre porque no<br />
teníamos más que para el pasaje del tren. Así pasamos<br />
aquella noche; yo no dormí, pues mi mamá tenía<br />
miedo porque se oían muchos ruidos de los otros<br />
cuartos. Al día siguiente ella amaneció con dolor de<br />
cabeza y no se levantaba. Yo tenía hambre, pero me<br />
la tenía que aguantar. Después de un rato vi que mi<br />
madre seguía callada, yo me atreví a preguntarle:<br />
–¿No te vas a levantar?<br />
–Y para qué, si no traemos dinero ni para un<br />
café...<br />
Me quedé callado deseando que pasaran pronto<br />
las horas para tomar el tren. Se llegaron las doce de<br />
mediodía, mi mamá se levantó y tomó una bolsa de<br />
ixtle donde guardaba sus prendas y otras cosas. Nos<br />
fuimos al restaurante, buscamos al dueño y ella, con<br />
mucha pena, no hallaba cómo decirle que nos fiara<br />
dos comidas, sumaban diez pesos entre las dos. De<br />
muy buen modo nos dijo que sí, que lo que quisié-
CUANDO EL SOL SE FUE 33<br />
ramos. Se nos alegró la cara, pues también yo sufría<br />
viendo su angustia.<br />
–Estamos pasando cada mes a la ciudad de Hermosillo<br />
–le dijo–. Ya sabe que le vamos a pagar con<br />
intereses.<br />
–Estoy para servirles.<br />
Comimos. Mi mamá tomó café, pero no se le quitaba<br />
el dolor de cabeza. Se tomó un mejoral y nos<br />
fuimos a la estación del tren. Ahí esperamos a que<br />
abrieran las oficinas y compramos los boletos.<br />
El cielo había estado muy nublado todo el día. Mi<br />
mamá se asustaba con la lluvia y los rayos. Para las<br />
cinco y media, cuando subimos al tren, ya estaba lloviendo.<br />
A mí eso no me asustaba. Iba feliz porque nos<br />
dirigíamos al pueblo. Contemplaba el campo muy<br />
verde. Al fin llegamos, el tren pitó anunciándolo, y<br />
yo con un gozo que me regocijaba el corazón miraba<br />
para todos lados para no perder detalle. De pronto vi<br />
el carro de mi tío Manuel. Sí, era él; conocía bien el<br />
carro. Lo acompañaba su hijo Benjamín.<br />
Apenas se detuvo el tren, bajamos. Corrí a saludar<br />
a mi tío y a mi primo. De un salto caí en la caja del<br />
carro y mi mamá me dijo:<br />
–Ven, para que tu tío te vea los ojos.<br />
Con un ademán desbaratado me pasé por el guardafangos,<br />
como llamábamos al estribo. Mi tío me<br />
miró y dijo:<br />
–Está bien; no se le nota nada. Un poco flaco nada<br />
más.<br />
Sí, en realidad estaba delgado.
34 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
En el camino veía la tierra musga y qué bonita me<br />
parecía. Llegamos a casa de mi tía Adriana. Ella no<br />
tenía hijos y a los sobrinos nos veía como tales. Le<br />
llamábamos nana, no tía, pues se nos hacía más fácil<br />
o quizá de cariño. Una vez en su casa no hallaba qué<br />
hacer o decir, ni cómo saludar a todos.<br />
Mi tía nos dio café, lo que mi mamá ya estaba deseando.<br />
Platicaban no sé de cuantas cosas y le dije a<br />
mi mamá que iba a dar una vuelta por el pueblo.<br />
–No te tardes, porque tenemos que ir a la iglesia.<br />
Salí para caminar un poco. Ya estaba oscureciendo.<br />
En el pueblo no había luz eléctrica. Cuando regresé<br />
me dijo mi mamá:<br />
–Cena.<br />
Me dio un plato con papas y frijoles con queso,<br />
después me acosté en el piso porque así me sentía<br />
más a gusto por el calor, y me dormí.<br />
Cuando desperté al otro día ya había salido el sol.<br />
Salté y salí a ver a todos lados. Para el rumbo del cerro,<br />
de unas casas ya salía humo, quizá ya estarían<br />
haciendo el desayuno. Quería salir a caminar, pero<br />
tenía que pedirle permiso a mi mamá. Cuando los<br />
demás se levantaron se pusieron a hacer café y desayuno.<br />
Rápidamente subió el sol y comenzó a zumbar<br />
un enjambre de moscas. Desayunamos y nos fuimos<br />
a la iglesia.<br />
Ahí estuvimos buen rato. Le traía a San Rafael unos<br />
floreritos de cristal con unos adornos dorados. Mi<br />
mamá rezó y yo también. Me gustaba ver a San Rafael,<br />
quizá por sus alas o por el pescado que tiene
CUANDO EL SOL SE FUE 35<br />
en las manos. Regresamos a empacar unas cosas que<br />
íbamos a llevar:<br />
–Coman, para que se vayan comidos –nos dijo mi<br />
tía Adriana.<br />
Llegó por nosotros mi tío Manuel. Venía acompañado<br />
de su esposa, su hijo Benjamín, una sobrina de<br />
su esposa y otro muchacho. Así era mi tío, siempre<br />
andaba acompañado. Subimos las cosas que íbamos<br />
a llevar, entre ellas una máquina de coser que para mi<br />
mamá era indispensable, pues con ella nos remendaba<br />
la ropa y parchaba los pantalones, que nos duraban<br />
muy poco.<br />
¡Al fin estábamos en camino! Yo iba muy contento.<br />
Pasamos junto al panteón y mi mamá no pudo contener<br />
el llanto. Continuamos. Contemplaba el monte,<br />
los pájaros..., cruzamos muchos arroyos, en uno<br />
de ellos el carro se apagó pues se había calentado y<br />
nos detuvimos una hora hasta que se enfrió; el carro<br />
ya era viejo, un Chevrolet 1940.<br />
Seguimos. Conocía el camino y me decía “¡Ya estamos<br />
llegando!”, cuando vi el papalote que estaba<br />
en el pozo, el corazón me saltó de gusto. El carro se<br />
detuvo frente a la puerta; rápidamente me bajé para<br />
abrirla y me fui caminando a la casa. Mis hermanos<br />
estaban ahí y me veían como algo raro; hasta que les<br />
hablé me saludaron. También se encontraban ahí un<br />
tío –hermano de mi mamá– y su esposa. Mi tía y sus<br />
hijos muy afectuosos decían: “¡Es Beto!, sí, ¡es Beto!”<br />
De la emoción no hallaban de qué platicarme ni yo<br />
qué preguntarles. Decían:<br />
–Tenemos muchas sandías sembradas. Un viejito<br />
cuida la milpa.
36 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Ya tarde, cuando el sol se estaba metiendo, apareció<br />
el viejito del que me habían hablado. Le faltaba<br />
un ojo, un brazo, y por si eso fuera poco tenía una<br />
pierna chueca, o sea que estaba como quien dice “a<br />
la mitad”. Tenía una fuerza de voluntad admirable y<br />
muy amena conversación. Contaba que se había accidentado<br />
en la Mina de Cananea. Había llegado al<br />
rancho accidentalmente; estaba en un mineral que se<br />
encontraba cerca y buscaba trabajo para ganarse la comida.<br />
A nosotros, todavía muy chamacos, nos faltaba<br />
mucha experiencia y él nos contagiaba su ánimo.<br />
Al día siguiente fuimos a la milpa. Estaba muy bonita:<br />
el verano ya estaba echando guías y, como me<br />
había dicho mi hermano mayor, estaba arrepollado;<br />
el maíz estaba muy verde y crecido. Estuvimos hasta<br />
el mediodía quitando yerbas que habían nacido junto<br />
a las plantas, y cuando empezó a sentirse bastante<br />
calor nos fuimos a la casa. Al paso de los días llovía<br />
mucho; para los últimos de agosto ya había sandías<br />
maduras y para el mes de septiembre cosechamos<br />
ejotes, elotes, y ya no pasábamos hambre pues abundaba<br />
la comida. Teníamos también ocho gallinas que<br />
ponían huevos, y, a pesar de que nos hacía mucha<br />
falta mi padre, Dios nos proveía de lo necesario.<br />
Mi tío Ramón –el que se encontraba en el rancho<br />
cuando llegué, pero vivía en Trincheras– se prestó<br />
para ayudar a mi mamá a llevar sandías para venderlas.<br />
En el rancho también vendíamos, ya que pasaban<br />
muchos carros metaleros y llegaban a comprarnos.<br />
De esa forma reunimos el dinero suficiente para ir<br />
a Hermosillo a mediados del mes de septiembre. Vi-
CUANDO EL SOL SE FUE 37<br />
mos al médico que me atendía y nos dijo que todo<br />
iba bien, que volviéramos en octubre. Cuando regresábamos<br />
a Trincheras pasamos por el restaurante en<br />
el que debíamos y pagamos la cuenta.<br />
De vuelta en el rancho seguimos nuestra vida acostumbrada.<br />
Mi tío seguía yendo dos veces a la semana<br />
por sandías, y para mediados de octubre completamos<br />
el dinero necesario para volver a que me checaran.<br />
El médico que me examinó en Hermosillo le<br />
dijo a mi mamá que me encontraba muy bien, que<br />
volviéramos cuando pudiéramos pues ya estaba sano,<br />
y sólo me dio unas inyecciones de vitamina A para<br />
fortalecer la vista.<br />
Regresamos muy contentos. Una vez en Trincheras,<br />
una prima le dijo a mi mamá:<br />
–Yo lo inyecto para que no pague.<br />
Así que me quedé en el pueblo. La primera inyección<br />
que me puso ¡Qué cosa más horrible!, la aguja<br />
parecía flauta y como que estaba enmohecida. Mi prima<br />
me inyectaba de atrabancada. Lloré y salí cojo de<br />
la pierna derecha. Fueron cinco piquetes los que tuve<br />
que aguantar y me dolían mucho.<br />
El veinte de octubre empezaron las fiestas de San<br />
Rafael. Me iba a ver a los fiesteros que se estaban<br />
instalando en la plaza del pueblo. Para tener dinero<br />
Salomón –mi hermano más chico a quien había dejado<br />
mi mamá con mi tía Victoria para que asistiera<br />
a la escuela– y yo nos fuimos a pizcar algodón. Sacábamos<br />
tres o cuatro pesos que gastábamos en los<br />
jueguitos, como la lotería, pero duramos poco ya que<br />
nos corrieron de la milpa porque no agarrábamos un
38 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
surco parejo y pizcábamos en donde había más motas.<br />
Cuando se terminaron las inyecciones regresé al<br />
rancho. Le dije a mi tía que ya me iba, ella me dio<br />
unas cosas para que se las llevara a mi mamá y a Tere,<br />
mi hermana. Yo tenía un peso y quería comprar algo<br />
para mi mamá, así que fui a la carnicería y compré<br />
un peso de carne. Me dieron un pedacito chiquito.<br />
Como a mi mamá le daba mucho latido –debilidad<br />
en el estómago– pensé que era mejor llevarle carne<br />
para que se aliviara un poco; la envolví en una cobija<br />
que mi tía le mandaba a mi hermana.<br />
Como a las diez agarré un raid en un carro metalero.<br />
Ya tenía unas dos horas esperando en una tiendita,<br />
un restaurante al que llegaban los choferes a tomar<br />
café y a comer. El señor que traía el carro venía<br />
solo y me fui con él adelante. Llevaba chiles verdes en<br />
una bolsa de papel –como las que se usaban en aquel<br />
tiempo– que se comenzó a romper. No hallaba qué<br />
hacer.<br />
Llegamos como a las doce del día, ya con bastante<br />
calor. El chofer se estacionó frente a la puerta que distaba<br />
de la casa como cincuenta metros y, muy atento,<br />
esperó a que bajara las cosas que traía en la caja del<br />
carro. Llegué y saludé. También les llevaba dulces que<br />
me había dado mi tía Adriana.<br />
Me acosté y pronto me dormí, ya que estaba bastante<br />
adolorido por las inyecciones. Olvidé decirle a<br />
mi mamá que en medio de la cobija llevaba carne. Ya<br />
tarde, cuando extendió la cobija, ella la encontró:
CUANDO EL SOL SE FUE 3<br />
–Por poco se pierde la carne.<br />
Ya olía un poco mal, pero siempre nos la preparó<br />
con papas y estaba muy sabrosa. ¡Qué ocurrencia!<br />
Fue la última vez que anduve en un carro de raid.<br />
Ya me había tocado muchas veces ir a mandado a<br />
Trincheras; no me daba pena pedir raid aunque anduviera<br />
descalzo y por eso me mandaban a mí, además,<br />
nunca se me olvidaba nada de lo que me encargaban.<br />
Desde esta vez ya no volví al pueblo porque<br />
ya no iba a checarme los ojos, aunque hubiera sido<br />
lo mejor pues la vista se me empezaba a nublar, mas<br />
no le di importancia sólo cerraba los ojos un rato y se<br />
me componía.<br />
Ayudaba a mis hermanos a ordeñar a las vacas y a<br />
acumular leña porque el frío estaba sintiéndose más<br />
cada día y ninguno de nosotros teníamos chamarras;<br />
nos poníamos unos sacos de mujer que nos habían<br />
regalado. Por las noches contemplaba el cielo estrellado<br />
y la luna como si ya no fuera a volver a verlos, y<br />
recordaba un año antes cuando en el verano dormíamos<br />
afuera y miraba las estrellas, y mi mamá nos decía<br />
en dónde se encontraba la Osa Mayor y la Menor,<br />
el Alacrán, el Camino de San Santiago, los Ojitos de<br />
Santa Lucía, la Estrella del Norte, ... Ahora las observaba<br />
con más atención; quizás no volvería a verlos ya<br />
que se me nublaba la vista, pero no decía nada.<br />
Llegó la Navidad y mi mamá hizo muchas empanadas<br />
de calabaza. Al iniciar el año nuevo 1952 ya<br />
veía muchas sombras y a veces se me acababa la vista.<br />
Cuando se dieron cuenta de que no veía mi mamá<br />
quiso llevarme a Hermosillo para que me revisara el
40 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
médico especialista. En el mes de abril fuimos a Trincheras<br />
y ya casi no veía de lejos. No lograba ver el<br />
cerro.<br />
Un día mi tía Adriana me mandó a la tienda a comprar<br />
petróleo para las lámparas con que nos alumbrábamos<br />
en esos días. Ya estaba muy bajito el sol. De<br />
día distinguía un poco, pero a la luz de las lámparas<br />
no podía ver nada, sólo manchas rojas y negras y me<br />
empezaban a llorar los ojos. Caminando despacito<br />
llegué a la tienda, pedí el petróleo y para cuando me<br />
lo dieron ya era de noche y no veía ni la puerta pues<br />
estaba muy oscuro.<br />
Cerré los ojos y orientándome llegué hasta la banqueta,<br />
donde me limpié las lágrimas que me provocaba<br />
la luz. Al llegar a la calle pude caminar mejor y<br />
arrastrando los pies avanzaba despacio. Tenía miedo<br />
de que se me quebrara la botella de petróleo. Como<br />
había carros estacionados no me podía bajar a la calle,<br />
pero una vez que lo logré por en medio caminé<br />
mejor. Me fui muy lento para no pasarme de la casa y<br />
cuando creí que había llegado me acerqué al cerco y<br />
me guié por él. Entré muy apenado porque me había<br />
tardado mucho; me regañaron porque no volví rápido,<br />
yo traté de justificarme:<br />
–Es que tardaron para despacharme.<br />
–Aquí estamos a oscuras por tu tardanza.<br />
Prendieron las lámparas, pero no soportaba la luz<br />
y me salí a lo oscuro. Y me hablaban:<br />
–Vente a cenar.<br />
–No quiero porque la luz me hace mal.
CUANDO EL SOL SE FUE 41<br />
Otro día nos fuimos a Hermosillo. El doctor al revisarme<br />
dijo:<br />
–Ya no se puede hacer nada. Llévamelo al hospital<br />
para operarlo, pero sin ninguna esperanza.<br />
Yo no quería quedarme y mi mamá respondio:<br />
–Si no hay esperanzas, no lo dejo.<br />
Regresamos a Trincheras y de ahí al rancho. Aunque<br />
no veía más que sombras me aventuraba a salir<br />
al monte. Cuando se me nublaba la vista cerraba los<br />
ojos y rezaba un padre nuestro; así duraba un rato y<br />
después podía ver algo. En ocasiones me espine todo<br />
y ya no podía salir solo. Traía leña acompañado de mi<br />
hermano –el más pequeño, que tenía cuatro años–,<br />
pero como estaba muy chico no me advertía de las ramas<br />
y andaba todo arañado, pero no me importaba.<br />
Cuando llegaron las lluvias, en julio, sólo veía los<br />
relámpagos. Para entonces me sentía muy nervioso,<br />
con mucha inseguridad. Salía afuera y cuando entraba<br />
tenía que tentar la puerta muchas veces para<br />
comprobar si la había cerrado. En las noches pasaba<br />
horas sin dormir, pensando e imaginándome grandiosas<br />
fantasías. En el día me la pasaba acostado y no<br />
quería salir.<br />
Los días se me hacían muy largos y llegó el momento<br />
en que el sistema nervioso se me había alterado<br />
exageradamente, al grado de que no podía soportar<br />
que gente extraña me viera porque me ponía<br />
tembloroso, inquieto, y los ojos me comenzaban a<br />
bailar para todos lados. Prefería esconderme y no salir<br />
hasta que se fueran.
42 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Mi mamá no perdía la fe en que iba a poder ver<br />
de nuevo. Pero cómo, si no teníamos recursos para<br />
consultar a un especialista de prestigio, pues según<br />
le decían a mi mamá había doctores muy buenos en<br />
Tucson.<br />
–A ver de qué modo vamos. No tenemos ahí ni un<br />
conocido ni dinero – decía mi mamá.<br />
Yo nomás me quedaba pensando con qué íbamos<br />
a Tucson si no teníamos ni en qué caer muertos.<br />
Los años 1952 y 1953 habían sido muy malos en<br />
lluvias, de manera que todo el ganado se nos había<br />
muerto. El agua de los pozos también se había agotado<br />
y casi no había para tomar. Así la pasamos hasta<br />
1954 que sí fue un año muy bueno, y las cosas cambiaron.<br />
Ya me encontraba más integrado a la idea de no<br />
ver, de ser ciego. Mis hermanos se dedicaban a sembrar<br />
muchas sandías, calabazas, melones... Yo me la<br />
llevaba jugando. A veces se me pasaban las horas de<br />
comer, y no me daba cuenta de que era muy tarde y<br />
ya se estaba metiendo el sol. Llegaba a la casa a comer<br />
lo que hubiera, y al fin ya no era tanta mi pena por<br />
vivir “entre sombras”. Había veces en que no sentía la<br />
falta de vista. Montaba a caballo con mis hermanos,<br />
iba a la milpa, cargaba sandías en la espalda en costales<br />
que pesaban bastante… y pasaban los días.<br />
Por entonces hubo necesidad de sacar agua para el<br />
ganado con una herramienta muy antigua, una cigüeña.<br />
Había que darle vuelta a una manivela. Conocí<br />
el terreno y pude sacar bastante agua, eso me sirvió<br />
mucho. Me ubiqué en el lugar. Mi hermano tomaba
CUANDO EL SOL SE FUE 43<br />
el bote y lo vaciaba en el depósito. En un principio<br />
me parecía muy pesado, aunque en esa época tenía<br />
trece años de edad. En los días de frío, después de tomar<br />
café nos íbamos a sacar agua. Descalzo, con una<br />
camisa rota, al comenzar el trabajo tenía frío, pero al<br />
cabo de una hora ya se me quitaba.<br />
Un buen día en que me sentía contento le dije a mi<br />
hermano menor, que ya tenía seis años:<br />
–¡Vamos a jugar unas carreras!, ya estoy listo.<br />
De donde creí que no había ningún obstáculo salí.<br />
Me desvié y fui a estrellarme contra un árbol, quedé<br />
ahí tirado. Andaba sin camisa, con la frente descalabrada<br />
y corriéndome la sangre. Estuve bastante rato<br />
atarantado, luego vomité y me decían que era por el<br />
susto.<br />
Mi hermano mayor, Claudio –el más responsable<br />
de entre nosotros–, una vez que fue a Trincheras me<br />
compró unos zapatos, unos botines, y tuve tan mala<br />
suerte que no los pude estrenar porque esa noche<br />
cuando andaba jugando brinqué de un muro al arroyo<br />
y, al caer, pisé una piedra que me fracturó un dedo.<br />
El pie se me hinchó mucho y ya no pude ponérmelos.<br />
Así de todos modos me iba a sacar agua del pozo,<br />
aunque me dolía, me aguantaba. Al otro día amanecí<br />
con el pie más hinchado y andaba cojeando, hasta<br />
que pasaron varios días se me fue corrigiendo y ya<br />
pude ponerme los zapatos.<br />
Fueron muy pocas las veces que después volví a<br />
Trincheras. En 1955 me llevaron casi a la fuerza a las<br />
fiestas de San Rafael, porque ya no quería ir. Me quería<br />
quedar sólo, pero no me dejaron. Duramos allá
44 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
unos tres días. Estaba con mi mamá en casa de unos<br />
tíos cuando llegó una misionera y al ver que estaba<br />
ciego le dijo a mi mamá que si me ponía unos escapularios<br />
de Santa Lucía, que abogaba por los ciegos.<br />
Me puso los escapularios, rezó algunas oraciones y<br />
me pidió que rezara y le pidiera a esta santa que me<br />
ayudara. Recordé que algunos años antes, en 1947,<br />
mi papá había recortado de una revista una imagen<br />
de Santa Lucía; la puso en un cuadro y me enseñó<br />
una oración que a él le habían enseñado sus padres.<br />
Tal vez la oración provenía de la tribu de los pápagos,<br />
de la que mi padre tenía ascendencia. Así fue como la<br />
aprendí y la rezaba a menudo.<br />
Pasaron los días y yo trataba de acoplarme a la vida<br />
cada vez más. En 1957 vendí una vaca que tenía y<br />
compré en seiscientos pesos un radio de onda corta.<br />
¡Cómo lo disfruté!, podía escuchar muchas radionovelas<br />
y sintonizaba la XEW de México. Anhelaba<br />
conocer la Ciudad de México, lo que no era posible,<br />
pero la imaginaba y soñaba. El radio era de bulbos,<br />
del tamaño más o menos de un horno de microondas.<br />
Tenía cuatro botones y llevaba unas baterías muy<br />
grandes y pesadas –algo así como un acumulador de<br />
carro– que costaban ciento veinte pesos y duraban<br />
de tres a cinco meses. Sufría cuando se agotaban las<br />
baterías.<br />
En 1958 mi hermana Tere, la mayor, que entonces<br />
tenía veintiún años, se casó en Nogales, Sonora. Fui<br />
a la boda y me la pasé muy contento. Bailé, lo cuál<br />
nunca había hecho, y sentí el amor. Pero no, no era<br />
posible porque estaba ciego y no podría volver a ver.<br />
Tenía que quedarme en el rancho. Me refugié en el
CUANDO EL SOL SE FUE 45<br />
campo, en la compañía de mi madre y mis hermanos.<br />
Tenía que olvidar, pero ya estaba grande. Me había<br />
desarrollado físicamente y aunque tenía 17 años pensaba<br />
en las mujeres, y oyendo las radionovelas más<br />
me aceleraba porque oía de muchachas que sentían<br />
ansias de amores y yo imaginaba, pensaba, soñaba,<br />
ambicionaba..., pero nada podía ser realidad. Estaba<br />
ciego y quizás no volvería a ver jamás.<br />
Sucedió que a partir de 1958 Antonio, mi hermano<br />
mayor quien entonces tenía veinte años, empezó a tomar.<br />
Se tiró a la borrachera. Mi mamá sufría mucho,<br />
ya que él trataba de malbaratar el poco ganado que<br />
había en el rancho. Se echaba cuentas que teníamos<br />
que pagar y no le importaban los demás. En 1960 se<br />
fue a Estados Unidos y trató de desentenderse de la<br />
familia.<br />
El único que estaba con nosotros y no nos abandonaba<br />
era Claudio, él siempre fue responsable. Ese<br />
mismo año mi mamá se puso gravemente enferma y<br />
requirió de una operación. Hubo necesidad de vender<br />
el ganado que quedaba y el rancho terminó solo.<br />
Así tuvimos que seguir mi mamá y yo. Para entonces<br />
también Salomón se fue a los Estados Unidos y<br />
Dimas –el menor de mis hermanos, tenía once años–<br />
estaba estudiando en Nogales, vivía con Tere; y en el<br />
rancho únicamente mi mamá, Claudio y yo. En un<br />
periodo de vacaciones Dimas vino y Claudio se fue a<br />
trabajar a Nogales.
46 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Como se habían venido vacas de otros ranchos animé<br />
a mi hermano para que las ordeñáramos –había<br />
aprendido a hacerlo de chamaco–, ya que había algunas<br />
paridas. Logramos reunir ocho, y aunque algunas<br />
eran muy broncas nos dábamos maña y las amarrábamos.<br />
Como andaba descalzo me pisaban pero ya<br />
estaba muy cuerudo y no me dolía. Algunas veces me<br />
patearon y en una ocasión me corneó una en la frente,<br />
pero nomás se me hinchó un poco. Les tenía mucho<br />
cariño a las vacas y no sentía ningún temor; no<br />
me importaba que me maltrataran. Mi mamá hacía<br />
quesos cocidos y se los vendíamos a un fayuquero<br />
que iba cada quince días. De esta forma nos proveíamos<br />
de algunos alimentos.<br />
Mi tía Adriana me mandaba de vez en cuando<br />
zapatos usados de los parientes que estaban en los<br />
Estados Unidos, que calzaban números grandes. Me<br />
había desarrollado mucho y ningunos me quedaban,<br />
pero me los ponía cortándoles las puntas. Mi mamá<br />
a veces iba a Nogales y yo me quedaba sólo o con<br />
alguno de mis hermanos. Me pasaba los días triste<br />
porque ni siquiera el radio tenía baterías para poder<br />
oír música, ya que éstas eran muy caras y no teníamos<br />
para comprarlas.<br />
Un invierno me quedé sólo, los días fueron largos<br />
y tristes, entonces me empezó a dar la loquera de que<br />
la muerte era mi única salida. Aunque rezaba para<br />
ahuyentar esa idea, no la podía borrar de mi mente.<br />
Los medios estaban a mi alcance pues teníamos<br />
armas que habían pertenecido a mi papá. Una tarde<br />
estaba recargado en la pared, por fuera, pero no sentía<br />
el frío pues me obsesionaba la idea de quitarme la
CUANDO EL SOL SE FUE 47<br />
vida. Lo pensé bastante y por fin me decidí. Tomé una<br />
carabina 30-30 y la preparé temeroso, pero al accionarla<br />
no tronó y se quebró una pieza del arma.<br />
Caí en cuenta de pronto y me dio mucho miedo la<br />
idea que estaba alimentando. Comprendí que Dios<br />
sí estaba conmigo y no había permitido que me quitara<br />
la vida. Desde ese momento prometí que jamás<br />
volvería a dudar de su poder y todo lo tomaría con<br />
resignación. Aunque vinieron días difíciles, los tomaba<br />
con calma. Me levantaba temprano y lo primero<br />
que hacía era rezar. Después preparaba y tomaba<br />
café, y luego hacía ejercicios hasta que se me quitaba<br />
el frío. Arreglaba el jardín, abonaba y aflojaba la tierra<br />
de los árboles que produjeron muchos duraznos<br />
con mis cuidados, y sembraba hortalizas. Había parras<br />
que daban muchos racimos. Empezaba también<br />
a volverme más sociable. Me gustaba platicar con las<br />
personas que llegaban y así pasaba ratos distraído. Ya<br />
no me apenaba andar con ropa vieja y sólo procuraba<br />
estar aseado.<br />
Claudio siempre estuvo con mi mamá y conmigo.<br />
Él también andaba escaso de ropa, pero no podía<br />
dejarnos porque tenía la responsabilidad de hacer<br />
frente a la situación que estábamos pasando. Además<br />
el rancho estaba intestado y él trataba de ver cómo<br />
arreglar este problema. Dio vueltas a Altar a los archivos,<br />
pero no podía hacer nada. En ese tiempo a<br />
mi hermano Antonio lo echaron de donde trabajaba<br />
y vino sin un cinco al rancho, a visitarnos únicamente.<br />
Venía muy bien vestido, pero nosotros estábamos<br />
muy atrasados y casi no teníamos qué ponernos. Se<br />
quedó para ayudarnos.
48 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Claudio y Antonio dividieron los límites del rancho,<br />
que estaban unidos al terreno de unos tíos por<br />
lo que no podíamos rentar; se cercó y ya hubo quien<br />
nos rentara. Cuando menos ya nos cambió el panorama<br />
en el que estábamos, pues las personas que nos<br />
rentaron se llevaban muy bien con nosotros.<br />
Una señorita que tenía su rancho por el mismo<br />
rumbo, aunque no llevábamos amistad con ella, en<br />
ocasiones llegaba al rancho a tomar agua y a descansar,<br />
siempre acompañada de una tía. Nosotros también<br />
les ofrecíamos café. Yo les cortaba uvas o duraznos<br />
y platicábamos mucho, pero no les creía nada<br />
porque hablaban demasiado. En una de esas ocasiones<br />
mi mamá comentó que Claudio quería arreglar el<br />
intestado del rancho y la señorita Albita Ramos –ese<br />
era su nombre– dijo:<br />
–Yo trabajo en la escuela de leyes de la Universidad<br />
de Sonora, ahí tengo muchas amistades y ellas podrían<br />
ayudarnos a que se arregle ese problema.<br />
Y se dio a la tarea de arreglar el intestado del rancho,<br />
lo cual logró después de un tiempo y quedamos<br />
muy agradecidos con ella. Rogábamos a Dios que le<br />
diera energía para que nos ayudara más. Cuando ella<br />
necesitó postes para cercar su terreno –que era muy<br />
extenso– recurrió a nosotros. Sacó una buena cantidad<br />
de ellos y además Claudio le trabajó mucho sin<br />
paga. Y un día que me dice:<br />
–No te gustaría ver.<br />
–Sí. Yo no pierdo la esperanza de volver a ver.<br />
–Yo te puedo ayudar para que veas.<br />
Entonces sí le creí. Se me regocijó el corazón.
CUANDO EL SOL SE FUE 4<br />
–Sí, habría que llevarte a la ciudad de Hermosillo<br />
para que te valorara un médico especialista y después,<br />
si fuera necesario, te mandaríamos a México.<br />
Sentía que se me salía el corazón. A los quince días<br />
volvió y nos dijo que me llevaran a la ciudad de Hermosillo<br />
para ser examinado por un médico. Él haría<br />
un diagnóstico para saber si debía pasar a México.<br />
Claudio me acompañó al examen con el médico especialista,<br />
el cual diagnosticó que, en mi caso, no había<br />
nada que hacer, ni existía cura.<br />
Aunque me pudo mucho oír esa versión y por dentro<br />
sentía el corazón oprimido no quise manifestar mi<br />
tristeza. Así que no lo notaron. En la casa a la que habíamos<br />
llegado en Hermosillo me quedé solo porque<br />
salieron y me dejaron un radio. Puse música clásica<br />
y sentí que me llegaba al corazón, incluso lloré, pero<br />
había prometido que jamás volvería a meter dudas<br />
absurdas en mi cerebro. Se me pasó. Cuando llegaron<br />
estaba muy tranquilo, como si nada me hubieran dicho.<br />
Albita me preguntó si no me había lastimado el<br />
saber que no volvería a ver.<br />
–No –le contesté–, ya presentía que eso me iban a<br />
decir.<br />
–No te desanimes. ¿Te gustaría ir a estudiar a la<br />
Ciudad de México?<br />
–Sí, me encantaría.<br />
–¿De veras?, para buscarle.<br />
–Sí –le contesté con mucha seguridad.<br />
–Pues voy a “pisar teclas” para conseguir una beca<br />
y puedas hacerlo.<br />
Regresé al rancho con la esperanza de poder estu-
50 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
diar, lo que quizá podría cambiar mi vida. Tenía fe en<br />
Dios y esperaba la realización de un milagro que me<br />
permitiera salir del rancho. Aunque me encontraba<br />
muy bien al lado de mi madre y hermanos, tenía que<br />
ver por mi persona e independizarme, y confiaba en<br />
que lo lograría. Aumenté mis oraciones para que Albita<br />
Ramos no perdiera la intención de conseguir los<br />
medios para que pudiera estudiar.<br />
Esperaba que Albita viniera al rancho para ver qué<br />
noticias me traía, pero había ocasiones en que no hacía<br />
ningún comentario. Siempre me hacía presente<br />
para que se acordara y no me desanimaba aunque<br />
sentía como que no le daba mucha importancia. Me<br />
levantaba temprano y pedía con toda mi fe y mis deseos<br />
que se realizara un milagro. Le decía: “Dios, pon<br />
en Albita la intención de ayudarme. Ella tiene muchos<br />
contactos”.<br />
Así llegó el invierno y yo no perdía la fe. Le rezaba a<br />
la Virgen del Carmen con mucha devoción y al fin, en<br />
la primavera de 1965, un día vino Albita y me dijo:<br />
–Ya estoy conectándome con amigos y casi está lista<br />
tu ida a México. ¿No te arrepientes?<br />
–¡No, claro que no!, quiero irme a estudiar. Ya me<br />
estoy haciendo viejo.<br />
–Pues prepárate, porque de un momento a otro te<br />
mando hablar.<br />
Y dirigiendose a mi mamá:<br />
–No se moleste en buscarle ropa porque ya ando<br />
“moviendo teclas”.<br />
Y nos llevaba una lista de los oficios que podía estudiar.<br />
Eran muchos. Entre otros estaban masaje cu-
CUANDO EL SOL SE FUE 51<br />
rativo, música con guitarra, violín, saxofón, piano,<br />
acordeón y otras más. Mi mamá opinaba que estudiara<br />
masaje:<br />
-Eso es lo que más te conviene, tienes destreza para<br />
eso-.<br />
Yo le daba masaje para que se le aliviaran el latido<br />
y las dolencias que ella sufría, y siempre se aliviaba.<br />
Un tío decía que estudiara botánica porque me<br />
gustaban mucho las plantas. Claudio y mi mamá estuvieron<br />
de acuerdo, pero había quienes me desanimaban<br />
y decian que lo pensara. Yo me encontraba<br />
decidido y no podía dejar ir esta oportunidad de salir<br />
a prepararme. El momento había llegado. Me daba<br />
un poco de miedo, pero a la vez sabía que Dios me<br />
ponía en el camino que tanto había deseado.<br />
Había transcurrido ya más de un año desde que<br />
Albita me había prometido que me ayudaría a salir a<br />
estudiar y desde entonces a diario pedía a Dios que<br />
llegara ese día. El veinticinco de junio llegó al rancho<br />
uno de mis primos con un telegrama para que<br />
me presentara en Hermosillo a hacer los preparativos<br />
para el día veintisiete de ese mes. Ya tenía el boleto de<br />
avión. Me embargó una gran emoción ese día.<br />
No quería mostrar ninguna tribulación para que<br />
mi mamá no se entristeciera y me despedí de ella contento<br />
como si fuera ahí cerquita. Ya tarde nos fuimos<br />
a Trincheras a la casa de mi tía Adriana; en la noche<br />
Alejandro, su esposo, un tanto ocurrente, entre bromas<br />
me decía que quizá no volvería porque me iba<br />
a casar, que me iba a olvidar de mi familia o podían
52 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
matarme, eran comentarios a los que no quería dar<br />
importancia, pero me pusieron un poco triste.<br />
Al día siguiente, el mismo primo que me había entregado<br />
el telegrama nos llevó a Claudio y a mí a la<br />
estación. Mientras llegaba el tren estuvimos diciendo<br />
chistes y yo fingía que no me inquietaba viajar a<br />
un lugar desconocido. Llegamos a Hermosillo a las<br />
doce el día 26 de junio. Albita ya nos esperaba y esa<br />
tarde estuvimos muy activos, ya que el periodista Enguerrando<br />
Tapia había hecho una colecta mediante<br />
el periódico El Sonorense con el fin de obtener algún<br />
dinero para comprar ropa. Albita y él la escogieron,<br />
reunieron una buena cantidad de prendas. La misma<br />
Albita se desveló marcando cuidadosamente camisetas,<br />
calcetines, pantalones, etc.., con hilaza; después<br />
acomodó todo muy bien en un veliz grande, con<br />
otros artículos de uso personal como jabones, navajas<br />
para afeitar, etcétera.<br />
Albita había obtenido además que don Luis Encinas<br />
–gobernador del Estado en ese entonces– me<br />
otorgara una beca de quinientos pesos mensuales.<br />
Estuve también con algunas personas que ella me<br />
presentó, como Betina Lizárraga de Mazón, el profesor<br />
Rosalío E. Moreno, el psiquiatra Mario Padilla<br />
Chacón y otras más, así como también con un sacerdote<br />
que me confesó, me dio su bendición y me hizo<br />
algunas recomendaciones para cuando estuviera en<br />
la Ciudad de México.<br />
Cuando estábamos por salir rumbo al aeropuerto<br />
como a las dos de la tarde del 27 de junio de 1966,<br />
una vecina fue al carro en donde estaba, me dio la
CUANDO EL SOL SE FUE 53<br />
bendición y rezó una oración ¿Lo hacía porque creía<br />
que el avión pudiera accidentarse y ahí quedaría? Yo<br />
estaba emocionado por tantas impresiones, me encontraba<br />
un poco nervioso y no sabía qué pensar...<br />
Al fin nos fuimos al aeropuerto; el avión salía a las<br />
dos y media. Una vez ahí, Albita quiso comprarme<br />
un seguro de vida. El boleto costó setecientos pesos y<br />
el seguro de vida cincuenta.<br />
–Sí, es mejor que vaya con seguro, porque si algo<br />
pasa en el vuelo “ya no queda en blanco”...<br />
Yo escuchaba y no decía nada. Ella me pedía aprobación<br />
a mí, y yo muy apesadumbrado apenas respondía<br />
que estaba bien.
II.- VIAJE A MÉXICO Y REHABILITACIÓN<br />
Ya para abordar el avión Albita me tomó unas fotos<br />
y me acompañó a subir la escalinata. Arriba no<br />
dejaban tomar ninguna fotografía, por lo tanto, una<br />
vez que me dejó en el asiento que me correspondía,<br />
se despidió de mí aprisa pues le habían detenido la<br />
cámara. Me quedé muy triste esperando, pero nadie<br />
viajaba junto a mí, y me acerqué a la ventanilla para<br />
que pudieran verme.<br />
Al encender los motores una sobrecargo dio instrucciones<br />
por radio para abrocharse los cinturones y me<br />
pasé al asiento de la orilla del pasillo; vino la señorita<br />
sobrecargo, y muy atenta, me abrochó el cinturón de<br />
seguridad y puso el respaldo en posición vertical. Los<br />
aviones de ese tiempo eran de hélice, los mismos que<br />
había conocido cuando veía. Hacían mucho ruido, y<br />
no podían oírse las voces de las personas de los asientos<br />
contiguos, únicamente a la sobrecargo cuando hablaba<br />
por radio.<br />
Cuando el avión se levantó tuve la misma sensación<br />
que en los elevadores, hasta que se estabilizó la<br />
altura. Una voz anunció la temperatura y la altitud.<br />
Estábamos a cuarenta grados centígrados y a una altura<br />
sobre el nivel del mar de siete mil metros. Quedé<br />
frío, “¡Siete kilómetros!.. No queda nada de mí si<br />
esto se cae…”, me dije a mí mismo.
CUANDO EL SOL SE FUE 55<br />
En voz baja me encomendé a Dios: pedí que no<br />
pasara nada, que llegáramos con bien a México. De<br />
pronto me empezaron a tronar los oídos como si trajera<br />
muchas piedritas sueltas que me anduvieran botando.<br />
Empecé a tallarme los oídos, la sobrecargo me<br />
dio unos dulces y me dijo:<br />
−No es nada, sólo la presión debido a la altura.<br />
Tenía miedo, aunque Albita me había dado una<br />
pastilla para los nervios. Un acierto, ya que eran muchas<br />
las impresiones que estaba experimentando.<br />
En eso, alguien me puso un cojín de hule espuma<br />
sobre las piernas; lo puse en el asiento de enseguida<br />
porque no me pareció que fuese para la cabeza. Vino<br />
la sobrecargo y me pidió que me lo pusiera de nuevo<br />
porque traía la charola con la comida. Colocó la charola<br />
y me preguntó si quería tequila o café. Pedí café,<br />
pero me dice:<br />
−Le traigo tequila.<br />
−No, lo que quiero es café.<br />
Y ella seguía insistiendo en que tomara tequila hasta<br />
que finalmente dijo:<br />
−Mire, el café está muy caliente y se puede quemar.<br />
−No, no me quemo.<br />
Así que me trajo café y ciertamente estaba muy caliente.<br />
Pero el problema fue que no sabía cuál de las<br />
muchas bolsitas que había traído era el azúcar. Abrí<br />
una y me eche en la mano para probar y resultó ser<br />
sal. La siguiente contenía leche. Me daba mucha pena<br />
que me vieran los de enseguida, porque tenía que lamerme<br />
la mano. Otra más… también leche… Pero la<br />
cuarta sí tenía azúcar. Al fin me tomé el café que me
56 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
pareció muy bueno. Después probé con un tenedor<br />
para saber cuál era la carne, la sopa, etc... Encontré así<br />
todos los platillos y comí sin problemas.<br />
Anunciaron una escala en la ciudad de Culiacán.<br />
Volví a sentir el efecto parecido al del elevador, ahora<br />
del descenso. Permanecimos ahí veinte minutos y se<br />
repitieron las recomendaciones de abrocharse el cinturón<br />
y poner el asiento en posición vertical. Así continuamos<br />
y cuando ya me sentía más tranquilo e iba<br />
distraído pensando en muchas otras cosas, de pronto<br />
sentí que el avión bajaba con rapidez. Me quedé sin<br />
respiración y aclamé a Dios. “¡Hasta aquí llegamos!”,<br />
pensé.<br />
Pero entonces, de la misma forma en que bajó el<br />
avión volvió a subir. Al percatarse de mi temor la sobrecargo<br />
se acercó y me dijo:<br />
−No se asuste, que no pasa nada. Son las barrancas<br />
del aire.<br />
Así se repitieron tres, y continuó el vuelo. Tras otra<br />
escala de veinte minutos en Guadalajara con las mismas<br />
recomendaciones anteriores, continuamos hacia<br />
la Ciudad de México. Se sentía que la noche ya estaba<br />
cayendo y por radio nos dijeron que a la derecha se<br />
veía la ciudad de Salamanca; diez minutos después<br />
informaron que a la derecha podía verse Toluca. Me<br />
acerqué a la ventanilla e imagine las luces y enseguida<br />
dieron el aviso –en español y en inglés– de que<br />
llegábamos a la Ciudad de México y que la temperatura<br />
era de 16 grados centígrados, recomendaban<br />
abrigarse.
CUANDO EL SOL SE FUE 57<br />
El avión empezó a descender hasta que tocamos<br />
tierra. Se percibía muy bien cuando aterrizaba porque<br />
botaba y hacía mucho ruido. Apenas se detuvo<br />
me dije: “Cuando bajen todos también lo voy a hacer”.<br />
Pero aún no había bajado nadie cuando un piloto<br />
se me acercó:<br />
−Póngase el saco que está haciendo frío −me ayudó<br />
a ponérmelo y continuó−. Vamos a bajar.<br />
Una vez en tierra, me encaminó hasta la oficina,<br />
me dejó en un asiento y me preguntó el nombre de<br />
la persona que iba a esperarme. Albita lo había pre-<br />
visto todo y se había comunicado con el doctor Gastón<br />
Cano para pedirle que me condujera a la escuela<br />
de rehabilitación infantil en donde me iba a instalar.<br />
Llamaron al doctor por el altavoz y enseguida apareció<br />
acompañado por otra persona que se presentó<br />
como el esposo de la señora Consuelo Cornejo, directora<br />
de la escuela en donde iba a quedarme y desde<br />
la cual yo me trasladaría los días de clase a la escuela<br />
para ciegos en donde ella era profesora. Como no me<br />
conocía me dijo:<br />
−¿Tú eres Flavio?<br />
−Para servirle.<br />
−Yo soy Antonio Villagrán y este el doctor Gastón<br />
Cano. Ya tenía referencia de ti, pero me quedé sorprendido<br />
al ver que eres un sahuaro .<br />
Me pidió el ticket y sin dilación recogió las maletas,<br />
y el señor Antonio agregó:<br />
−Vamos a tomar un “cocodrilo”.<br />
Me quedé asustado pensando qué podría ser un cocodrilo.<br />
Caminamos hacia un carro y me dijo:<br />
−Este es el cocodrilo. Así llamamos a estos taxis<br />
que son de aquí del aeropuerto de México.
58 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Subimos y el señor Villagrán indicó al chofer:<br />
−A la Roma.<br />
Por el radio, conocía los nombres de algunas calles<br />
de México, como San Juan de Letrán, Donceles, 16<br />
de Septiembre, etc.., pero no había oído nombrar la<br />
colonia Roma; Roma significaba para mí sólo la capital<br />
de Italia. Me quedé pensativo… ¿Sí estábamos en<br />
México?.. El señor Villagrán lo notó y me dice:<br />
−Así se llama la colonia a donde vamos.<br />
El ambiente se sentía húmedo, el tránsito muy intenso<br />
y todo esto me ponía un poco nervioso. Al fin<br />
llegamos a la dirección −San Luís Potosí 130−. Bajamos,<br />
y el señor Villagrán tocó en una vieja puerta de<br />
madera. Después de tocar más fuerte se oyeron pasos<br />
de tacones que se acercaban y alguien gritó:<br />
−¡Ahí voy!<br />
Abrió la puerta una persona con voz muy diferente<br />
a las que estaba familiarizado:<br />
−Este es el muchacho que estábamos esperando −le<br />
dice el señor Villagrán.<br />
−Sí, ya me había dicho la profesora Chelo. Aquí se<br />
va a quedar conmigo. Páselo a la cocina.<br />
Avanzamos por un pasillo.<br />
−La profesora arregló. Ya me había dicho −nos seguía<br />
repitiendo.<br />
Las salas tenían piso de madera y retumbaba el<br />
sonido de nuestros pasos. Llegamos a la cocina. Era<br />
muy chica y en ella había una mesita, cuatro sillas, un<br />
refrigerador, el lavaplatos o fregadero como le nombran<br />
allá, y la estufa. Apenas cabíamos. Me invitó a<br />
cenar y yo le dije que solo quería un café.
−¿Le preparo algo?<br />
−Gracias, únicamente café.<br />
Y con una voz cortante me dice:<br />
−Usted lo quiere así, yo le ofrezco.<br />
CUANDO EL SOL SE FUE 5<br />
Y me sirvió café con leche en una taza grande que<br />
en un tiempo había tenido dos asas, pero ya le faltaba<br />
una. Una de esas que usan los barberos. Me sirvió<br />
también un trozo de un pastel que yo nunca había<br />
comido. Estaba bueno, llevaba unas rajas de canela y<br />
pasas. Me dijo que era budín. Quedé satisfecho.<br />
El doctor Cano y el señor Villagrán se despidieron<br />
diciéndome:<br />
−Mañana va a estar aquí la profesora Consuelo y<br />
ella te va a acompañar a la escuela para ciegos donde<br />
es profesora.<br />
Se fueron y la señora Rita –ese era su nombre− me<br />
dijo:<br />
−Te acompaño hasta donde te vas a quedar –y con<br />
voz de gendarme añadió−. Sígueme.<br />
La seguí. Retumbaban los pasos en el piso de madera.<br />
Salimos por un pasillo que tenía muchas enredaderas<br />
por un lado y por el otro estaban los salones<br />
donde, en un tiempo, se habían impartido clases. Me<br />
habían asignado uno y me dijo:<br />
−Este es. Como no hay cobijas le puse una colchoneta<br />
y aquí le dejo unos abrigos viejos. Y cierre la<br />
puerta. Aquí le pongo el veliz en una mesita. También<br />
su maleta. El baño está en la misma dirección de la<br />
cocina… ya sabe que al lado derecho es la cocina. Al<br />
lado izquierdo está una alacena y enfrente el baño.
60 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Cuando me quedé sólo me dispuse a ubicarme<br />
en el cuarto palpando todo lo que encontraba. Era<br />
grande. Había unas mesitas con sillas chiquitas para<br />
niños. Dos puertas que comunicaban a otro salón.<br />
Toqué y me di cuenta de que la puerta era grande,<br />
de dos manos, y a cada lado tenía un guardapuertas<br />
en donde se plegaban una primera puerta de madera<br />
y una segunda con cristal. Me fui al baño despacio,<br />
atravesando un amplio salón con muchas mesas y<br />
sillas. Llegué y al entrar noté que el piso del salón<br />
estaba ya muy roído. Cuando pisé sentí que me iba<br />
para abajo ¡Qué susto!, se hundió un poco. El piso<br />
del baño era de material. Aprendí así que había que<br />
dar un paso largo para no tener ese incidente. Regresé<br />
a mi cuarto sin problema.<br />
Estaba lloviendo y se oía el susurro de las hojas.<br />
Sentía una melancolía mezclada con tristeza y ya que<br />
cerré la puerta traté de abrir el veliz para sacar la pijama,<br />
pero no encontraba la combinación. Así me pasé<br />
como tres horas porque quería sacar la pijama y ponérmela<br />
para no sentir frío.<br />
Fueron pasando las horas y todo se me juntaba. No<br />
tenía cómo acostarme, ya que la colchoneta era muy<br />
pequeña y recordaba mi casa de allá del rancho, el<br />
calor tan bonito que hace en Sonora que al estar lejos<br />
apreciaba, y se me salían las lágrimas… Pero, puesto<br />
que yo lo había querido así, tenía que hacerle frente.<br />
Al fin pude encontrar la combinación, abrí el veliz,<br />
tomé la pijama y me la puse. Un abrigo lo puse<br />
de cabecera y otro en los pies, y me cubrí con una<br />
chamarra que llevaba. Me dormí como a la una y des-
CUANDO EL SOL SE FUE 61<br />
perté sorprendido cuando oí hablar a los niños. Rápidamente<br />
me bañé y me cambié para esperar a la directora.<br />
Después de un rato la señora Rita me habló:<br />
−Véngase a desayunar para que ya esté listo.<br />
Del abundante desayuno no me puedo quejar:<br />
huevos, longaniza, frijoles, tortillas de maíz y café<br />
con leche. Para las siete y media estaba listo.<br />
Llegaron algunos chamacos. La señora Rita ya había<br />
aseado los salones. Yo esperaba en el pasillo, nervioso,<br />
a que llegara la directora. La mañana estaba<br />
muy húmeda y algunos niños le preguntaban a la señora<br />
Rita:<br />
−¿Quién es esa persona? ¿Qué hace aquí?<br />
−Es un muchacho que va a estar con ustedes. Es<br />
ciego.<br />
−!Fuchi! no queremos a un ciego con nosotros.<br />
Al oír esas expresiones me sentí más triste por mi<br />
limitación física, pero a la vez me di cuenta de que<br />
los niños son crueles, no miden el daño que pueden<br />
causar sus palabras.<br />
Ya iban a dar las ocho cuando llegaron la directora<br />
y otra maestra y, antes que nada, los chamacos le<br />
dieron la noticia de que había llegado un ciego muy<br />
maleducado porque no los había saludado. Caminé<br />
unos pasos hacia donde la tenían detenida y me presenté:<br />
−Yo soy Flavio.<br />
La señora directora, muy amable, me abrazó diciendo:<br />
−¡Bendito sea Dios que me llegó un hijo más. −Y<br />
luego, refiriéndose a la maestra que la acompañaba−
62 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Ven, esta es Sonia, es la pieza de Judas, pero es buena.<br />
−Sí −dijo la maestra− conmigo poco y bueno. Soy<br />
veracruzana y conmigo mucho cuidado. Muy derechos.<br />
−No lo asustes, Sonia −dice la directora al percibir<br />
mi temor.<br />
−No te asustes −me dice−. Yo así soy. Con la profesora<br />
Chelo y conmigo vas a estar en buenas manos.<br />
Me tomó de un brazo y me pasó a la dirección donde<br />
la profesora Consuelo Cornejo me cedió su asiento<br />
ante el escritorio. Ya me sentía más tranquilo, y me<br />
comenzó a interrogar; ella tenía referencias mías pero<br />
quería saber un poco más por mí:<br />
−¿Eres ciego de nacimiento?<br />
−Cegué desde muy chamaco. Me fui al rancho y<br />
no quería salir de ahí hasta que la señorita Albita me<br />
ayudo y ahora estoy aquí.<br />
−¡Qué bueno!, verás que vas a poder ser otro y a<br />
vencer los obstáculos, ya lo verás. Pon toda la fe y<br />
las mejores intenciones. Aquí me llegó una carta en<br />
donde me relatan un poco de ti y de tu situación económica.<br />
Pero no te desanimes. Ponle fe a todo lo que<br />
hagas y las cosas van a salir bien. A la una, después<br />
de comer, nos vamos a ir a la escuela para ciegos que<br />
está en el centro, cerquita del Zócalo. Yo trabajo ahí y<br />
también Sonia. Te vas a ir con nosotros y ahí te voy a<br />
enseñar las primeras letras del sistema braille.<br />
Me sentí mucho más reconfortado; los niños también<br />
me expresaron su cariño. Una niña gordita de<br />
seis años que no hablaba y emitía unos sonidos guturales<br />
quiso darme un beso. Los demás niños también
CUANDO EL SOL SE FUE 63<br />
me abrazaron logrando que cambiara mi semblante.<br />
A las doce y media pasamos a comer a la cocina −las<br />
profesoras también comían ahí− con la señora Rita, la<br />
conserje de la escuela, con la que quedé de abonado<br />
por instrucciones de la profesora Consuelo Cornejo,<br />
la directora. Una hora después salimos, caminamos<br />
cuatro cuadras y tomamos un camión que nos llevaría<br />
a la escuela para ciegos.<br />
Iba impresionado por el intenso ruido producto<br />
del tráfico; sin conocer nada de la capital ni de la forma<br />
en que se conducía, me había sentado muy serio<br />
en un asiento lateral y cruzado la pierna. De pronto el<br />
camión “pegó un frenón” y ahí te voy dando vueltas<br />
hasta caer junto al chofer ¡El gran susto que me di! La<br />
gente puso su atención en mí y la profesora Consuelo<br />
me dijo:<br />
−¡Ay muchacho!, ponte listo que aquí al que se<br />
duerme se lo lleva la corriente.<br />
Así fue que me senté bien apoyado en mis pies y<br />
atento para que no me pasara nada más.<br />
Cuando entramos al primer cuadro se oía una algarabía<br />
de voces anunciando comercios, música, gritos<br />
de vendedores… Sobresalían unos chillidos con un<br />
acento triste. Pero no pude preguntar a las profesoras<br />
de qué eran porque iban sentadas al otro lado del pasillo,<br />
y por el ruido no se podía escuchar nada. También<br />
subían vendedores con diferentes artículos. Oí<br />
entonces la voz de la profesora Consuelo que decía:<br />
−Ya vamos a bajarnos.<br />
Me puse de pie con precaución porque ya no quería<br />
que me pasara ningún incidente. Además, me habían<br />
advertido que no me confiara en los camiones
64 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
porque las paradas eran muy rápidas. Así que me bajé<br />
con prontitud mientras la profesora Sonia me apresuraba.<br />
Caminamos una cuadra y entramos por un portón<br />
hasta el edificio de la escuela para ciegos; pasamos<br />
unas escaleras y la profesora Consuelo me dijo:<br />
−Aquí está mi salón. Y también estos odiosos –así<br />
llamaba a sus alumnos de cariño.<br />
Ya se encontraban ahí algunas de las personas a<br />
quienes ella daba clases, y les dijo:<br />
−Ah, muchachos, ya llegaron. Aquí traigo a otro<br />
hijo que me llegó en paquete por avión.<br />
Me sentía muy protegido. Me presentó con los<br />
que estaban ahí. Todos eran personas mayores, pues<br />
el menor tenía veinticinco años. Había un señor de<br />
setenta, pero no me lo parecía porque hablaba con<br />
un tono de voz distinto al de las voces que estaba<br />
acostumbrado a escuchar y eso me confundía. En un<br />
principio pensé que por ser ciegos hablaban así tan<br />
raro, pero me di cuenta de que era porque estaba en<br />
un lugar en donde la forma de hablar se diferenciaba<br />
mucho a la de la región de donde yo iba.<br />
Recuerdo que la maestra me sentó en un escritorio<br />
cerca de ella, me dio un punzón y una regleta con una<br />
pizarra y puso una cartulina sujeta a la pizarra con<br />
una prensa. La regleta estaba diseñada para trazar los<br />
puntos (del signo generador del sistema braille) de<br />
tal forma que la escritura era de derecha a izquierda y<br />
la lectura en sentido inverso. Esto era nuevo para mí,<br />
y me encontraba sorprendido con tantas cosas que<br />
estaba conociendo. La profesora colocó su mano so-
CUANDO EL SOL SE FUE 65<br />
bre la mía y me empezó a enseñar el orden de los seis<br />
puntos; una vez que aprendí a identificarlos inició<br />
con el abecedario.<br />
A las cuatro sonó un timbre y me quedé escuchándolo;<br />
me dijo un señor:<br />
−Vente conmigo, vengo con mi hijo; el sí ve y nos va<br />
a guiar. Fuimos los dos. Los demás traían un bastón<br />
de tubo que hacía mucho ruido. Otro más se acercó:<br />
−Yo soy de Toluca y veo un poco. Soy Chucho Castrejón,<br />
su amigo.<br />
−Y a mí me llaman “El chilaquiles” −me dijo el señor<br />
que llevaba a su niño− y soy su amigo. Y ese timbre<br />
es para que vayamos a la “alfalfa”.<br />
−¿Vamos a echarnos unos tacos de “alfalfa”?<br />
−Sí, vamos.<br />
Caminamos por unas banquetas voladas de un<br />
área bastante amplia; alrededor había salones de clases<br />
y abajo estaba un patio en donde se practicaban<br />
algunos juegos. Yo me la imaginaba, pero fui completando<br />
esa imagen poco a poco al irme adaptando<br />
a las instalaciones y por las maestras quienes me<br />
explicaron cómo estaban divididos los espacios para<br />
cada actividad. Entramos a un salón grande en donde<br />
había mesas y bancas; nos sentamos y nos sirvieron<br />
sopa de arroz con frijoles de la olla −muy buenos−,<br />
también una jarra de barro con chocolate y unas<br />
cuantas galletas Marías. Así que “me puse panzón”<br />
y luego de quedar satisfecho le comenté a uno de los<br />
que me acompañaban:<br />
−¡Esta era la “alfalfa”!<br />
−Sí, así le llamamos. “Alfalfa o pastura”, porque somos<br />
unos burros y no aprendemos nada.
66 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
La tarde se estaba poniendo muy húmeda y fría y<br />
algunos decían: “Va a llover”. Yo iba encogido, con<br />
manga corta y me senté junto a las escaleras, frente<br />
a mi salón que era el único que se encontraba ahí.<br />
Empecé a recordar el rancho en mi pueblo desértico<br />
de Sonora, a mi mamá y a mis hermanos; pensaba en<br />
qué estarían haciendo.<br />
Sonó el timbre. Pasamos a clases y a las seis y media<br />
timbró de nuevo para salir.<br />
−Me voy porque tengo que trabajar en otra escuela<br />
nocturna −comentó la profesora Consuelo−. Ya te<br />
dejé encargado con uno de mis amigos que sé que es<br />
muy responsable y no me queda mal. Se llama Jesús<br />
y te va a acompañar a la parada del camión que te va<br />
a dejar en donde lo tomamos antes para venir. No<br />
tengas miedo, ahí va a pasar un hijo de doña Rita y él<br />
te llevará a la casa. Ya le di instrucciones a Rita.<br />
Se fue. Me quedé triste, sentado en esa banca que<br />
estaba junto al salón de la profesora. Se despidieron<br />
de mí los dos amigos, “El chilaquiles” y Jesús, el de<br />
Toluca. Enfrente de la dirección estaba el salón que<br />
me había tocado. Se acercó entonces la profesora Sonia<br />
y me dijo con voz irónica:<br />
−Ya te quedaste solo, ya se están yendo todos.<br />
Llegó en ese momento la persona que me iba a<br />
acompañar a tomar el camión.<br />
−Soy Chucho, el que te va a acompañar, no te asustes.<br />
Intervino la profesora Sonia:<br />
−Si no te acompaña Chucho yo te doy “un aventón”,<br />
como dicen los de aquí.
CUANDO EL SOL SE FUE 67<br />
Llovía cuando salimos. Caminamos una cuadra,<br />
pasamos por un parque y llegamos a una calle:<br />
−Esta es la calle del Carmen y por aquí pasa tu camión.<br />
Hizo la parada a uno y me subí. El chofer dijo:<br />
−Denle un asiento al señor. Y luego, dirigiéndose a<br />
mí: - Ustedes no pagan.<br />
Avancé y una persona me dio su lugar y así no tuve<br />
problemas. Iba impresionado y asustado por tanto<br />
ruido y voces extrañas. Al fin llegamos a la terminal;<br />
me di cuenta porque toda la gente había bajado. Pregunté<br />
al chofer:<br />
−¿Aquí es la terminal?<br />
−Sí.<br />
−Aquí me bajo.<br />
Caminé hacia la pared y ahí estuve como quince<br />
minutos hasta que llegó alguien, se acercó a mí y me<br />
dijo:<br />
−Yo soy el que voy a llevarlo a la casa.<br />
−¿Qué casa?, pregunté.<br />
−Pues en la que va a estar hospedado. Rita es mi<br />
mamá.<br />
Su voz me parecía muy rara, como esas que oía en<br />
el radio, tenía la forma de hablar de los maleantes de<br />
las radionovelas que escuchaba. Nos fuimos a la casa,<br />
ya era de noche. A mí se me notaba la cara triste, pues<br />
no lograba asimilar tantas impresiones. Ya en la casa<br />
me sentí mejor. Estaba en mi cuarto cuando la señora<br />
Rita fue y me dijo:<br />
−Véngase a cenar. Ya sobra de tristezas.<br />
−No tengo hambre porque me dieron algo de alimento<br />
en la escuela.
68 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
−No importa, yo ya preparé la cena y no me voy a<br />
quedar con ella. Así es que véngase.<br />
−Yo la voy a seguir- le contesté, y me fui tras ella.<br />
−Lávese las manos para que cene.<br />
Me pasé al baño que estaba enseguida de la cocina.<br />
De vuelta en la cocina me senté en una silla muy callado<br />
y me dijo:<br />
−Ahí lo buscan. Terminé de cenar y salí. Cuando<br />
iba por el pasillo escuché que me llamaron:<br />
−¡Flavio! Soy el doctor Cano, estoy aquí, en la dirección.<br />
Vente para acá. –caminé hacia donde estaba.−Vengo<br />
a ayudarte a hacer una carta porque te oí decir que tenías<br />
que escribirle a tu familia.<br />
−Sí, tengo que escribir para avisar que llegué bien.<br />
–Ya vengo equipado con papel, lápiz y todo lo necesario.<br />
No hallaba cómo empezar la carta, pero él me fue<br />
dando la idea.<br />
−Esta es para que tengan razón de ti, que sepan que<br />
llegaste bien y te has encontrado con personas que no<br />
te han dejado sólo.<br />
Cuando terminamos la carta dijo:<br />
−Ya me voy, mañana vengo temprano para traerte<br />
un radio. Ya lo compré, pero ahorita vengo del trabajo.<br />
Cuando se retiró me fui a mi cuarto. El ambiente<br />
se sentía muy húmedo y más ahí dentro. Cerré las<br />
puertas y, una vez solo, me sentí triste y quise rezar<br />
un poco, pero no pude concentrarme. Aun así lo hice
CUANDO EL SOL SE FUE 6<br />
y me acomodé en la cama con lo poco que contaba<br />
para arroparme. Como estaba cansado por tanta impresión<br />
me dormí profundamente.<br />
Temprano, desperté asustado al oír voces. Se trataba<br />
de los niños, pues empezaban a llegar a las siete<br />
de la mañana. Tomé mi ropa y fui al baño para arreglarme,<br />
y en veinte minutos estuve listo. Me dirigí a<br />
la cocina donde la señora Rita me dio de desayunar,<br />
y antes de las ocho llegaron la directora y la profesora<br />
Sonia. Me presenté donde estaban, di los buenos días<br />
a todos, y saludé a las maestras.<br />
−Siéntate en el mismo lugar de ayer −me dice la<br />
profesora Consuelo.<br />
−¿Y usted?<br />
−Yo aquí me acomodo con un niño.<br />
Me guiaron para que me sentara en el lugar de la<br />
profesora Consuelo, frente al escritorio. Habían llevado<br />
una caja de aritmética, unas cajas metálicas muy<br />
pesadas con muchos números también de metal, era<br />
un material francés para invidentes que en la actualidad<br />
ya no se utiliza. Pesaban mucho, por lo menos<br />
unos diez kilos. Eran muy prácticas para trabajar,<br />
ya que las operaciones podían hacerse igual que las<br />
realizadas con caracteres comunes. Únicamente había<br />
que tener habilidad y conocer bien los números;<br />
logré hacerlo con bastante rapidez aunque no tanto<br />
como con un lápiz. Esta experiencia me resultó muy<br />
motivante. Como antes había asistido a la escuela conocía<br />
los números, no me fue difícil y me entusiasmó<br />
mucho conocer los métodos modernos.
70 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Me avisaron entonces que me buscaban y salí a la<br />
puerta. Era el doctor Cano.<br />
−¡Hola, don Flavio, aquí le traigo el radio que le<br />
prometí!<br />
¡Qué gusto me dio! El doctor saludó a la profesora<br />
Consuelo y se despidió diciendo:<br />
−Seguimos comunicándonos.<br />
Mostré el radio a la directora y a la profesora Sonia.<br />
A la directora la llamaban profesora Chelo, de cariño,<br />
y también así la empecé a llamar. Me recomendó que<br />
tuviera cuidado con mis cosas y no dejara el cuarto<br />
abierto para que no se metieran y no se me fuera a<br />
perder algo.<br />
Se llegó la hora de comer y pasamos a la cocina a<br />
tomar los alimentos; después nos fuimos a la escuela<br />
para ciegos. Ya iba con un poco más de confianza.<br />
Llegamos y saludamos a todos. Tomé mi pizarra y me<br />
puse a estudiar. Me tardé un poco entrenándome para<br />
aprender el orden del sistema para lograr rapidez y<br />
hacer mejor trabajo. A las seis me dijo la profesora<br />
Sonia:<br />
−Tú vas a ir con nosotras.<br />
Creí que me iban a llevar a la colonia Roma, pero<br />
nos dirigimos a un mercado y ahí me compraron una<br />
cobija de lana, un juego de sábanas, una almohada y<br />
una colcha, que juntas hacían un bulto bastante grande.<br />
Me acompañaron a tomar el camión y, como no<br />
pasaba pronto, me dejaron con un señor desconocido<br />
para que él me dijera cuando viniese; me quedé<br />
muy asustado. Estaba empezando a llover; pasó un<br />
camión, pero no se detuvo porque el tránsito a las<br />
siete se ponía muy congestionado. El señor me dijo:
CUANDO EL SOL SE FUE 71<br />
−Ya viene mi camión, que lo oriente otra persona.<br />
Una señora me preguntó entonces:<br />
−¿Qué camión espera?<br />
−Quiero tomar el Niños Héroes.<br />
La señora me encaminó y tomé el camión que iba<br />
a la colonia Roma. Me ayudaron para que me sentara<br />
y llegué sin ningún problema. Cuando bajé en la terminal<br />
ya el muchacho me esperaba y me ayudó con<br />
el bulto, que era grande y estorboso para caminar con<br />
él.<br />
Di gracias a Dios porque ya había llegado a la casa<br />
donde me hospedaba. Pasé a la cocina y me reporté<br />
con la señora Rita. Le conté que había traído ropa<br />
para la cama y que si no hubiera sido por la ayuda<br />
de José Manuel –su hijo− se me hubiera dificultado<br />
mucho llegar a la casa.<br />
−Los problemas que tuve los vencí, le dije.<br />
−¿Y no lo han enseñado a usar el bastón blanco?<br />
−No, todavía no.<br />
La señora se acomidió y me tendió la cama. Yo le<br />
tenía mucho respeto porque era muy seria y me quedé<br />
afuera de mi cuarto mientras lo hacía. Esa noche<br />
dormí muy bien, y al día siguiente −un viernes− me<br />
levanté temprano y estuve listo cuando llegaron las<br />
maestras Consuelo y Sonia.<br />
Me encontraba ya más tranquilo y desenvuelto, y<br />
había perdido el miedo con el que llegué. Sentía la<br />
protección de la directora, que afirmaba haber sacado<br />
a muchos jóvenes ciegos adelante; aunque decía<br />
que algunos le habían pagado muy mal de cualquier
72 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
forma estaba contenta de haberlos ayudado. Yo no<br />
quería un día quedar mal con la profesora Consuelo,<br />
confiaba en que todo me iba a salir bien y atendía temeroso<br />
todas sus recomendaciones. Iba de provincia,<br />
como ella decía llegué “todo asustado”, y en realidad<br />
así era. Me advirtió que me mantuviera alejado de<br />
otras personas que habían estado en la misma casa y<br />
le habían pagado muy mal.<br />
−Ahora que sabes cómo es esta persona, no hagas<br />
amistad con ella -me advirtió.<br />
−Bueno, lo que usted diga, profesora.<br />
Ese viernes, después de que tomamos los alimentos,<br />
nos fuimos a la Escuela Nacional para Ciegos Lic.<br />
Ignacio Trigueros. Una vez ahí me tocó conocer más<br />
de ella y en la hora del recreo me fui a la “alfalfa”,<br />
como le llamaban los compañeros. Me senté en una<br />
banca que estaba a la salida y empecé a platicar con<br />
un muchacho ciego. No me gustó su plática; trataba<br />
de reírse de mí como lo hacía con los demás, pero en<br />
realidad era su nerviosismo por lo que se reía de todos<br />
y debido a eso nadie lo aceptaba. Entonces:<br />
−Véngase a platicar conmigo –intervino una jovencita<br />
de unos dieciséis años.<br />
De un brinco salté. Me platicó que el muchacho<br />
con el que estaba antes tenía una hermana que estaba<br />
ciega, y que ambos trataban a las personas en forma<br />
parecida. Se llamaba Jesús Infante.<br />
Al entrar al salón la muchacha y yo nos sentamos<br />
en la misma banca. Cuando llegó la hora de salida la<br />
profesora me hizo algunas recomendaciones.
CUANDO EL SOL SE FUE 73<br />
−Hoy es viernes, tenga mucho cuidado. No ande<br />
saliendo con nadie.<br />
Se despidió, pues ya era la hora en que se retiraba.<br />
Yo me iba a las siete, pero ese día el joven que me<br />
acompañaba salió más temprano que de costumbre<br />
y me dio “un aventón” al irse. Llegué, pues, más temprano<br />
a la terminal y ahí espere buen rato. Me arrimé<br />
a la pared, junto a una tiendita: entraba y salía gente<br />
y oía que compraban diversas cosas.<br />
Al cabo de un buen rato oí unas voces que se acercaban<br />
y una niña dijo:<br />
−Aquí está un señor.<br />
Y una persona me dice:<br />
−Buenas tardes, ¿usted es Flavio?<br />
−Sí, yo soy.<br />
−Soy la profesora Jorgelina. Vengo por usted y le<br />
traigo un bastón blanco para que se mueva sólo y no<br />
tenga que andar pidiendo que pasen a recogerlo.<br />
La señora tenía una voz muy dura. Tomé el bastón<br />
blanco que me dio y me pidió que caminara delante<br />
de ella. Así lo hice; como las banquetas eran anchas<br />
no tuve problemas.<br />
−Va bien.<br />
Me adelanté. Al llegar al borde de la banqueta,<br />
avancé y crucé sin cerciorarme de que no hubiera carros.<br />
Me alcanzó:<br />
−¡Así no se cruza!<br />
¡Y qué iba yo a saber si venían carros o no! Así, en<br />
la siguiente calle me detuve pues sentía mucho tráfico.<br />
Me dijo:
74 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
−Cuando deba cruzar tenga cuidado. Son cuatro<br />
calles las que hay hasta la terminal.<br />
Y yo pensaba: “... Esta es la persona con quien me<br />
dice la profesora Chelo que procure no tener mucho<br />
trato. No le voy a hacer comentarios, sólo que me<br />
pregunte.” Llegamos a la casa en la que estaba hospedado<br />
y me aconsejó que siguiera practicando con<br />
el bastón. Yo no quería usarlo, pero en realidad ni<br />
me había enseñado ni lo había utilizado bien. ¡Si no<br />
era anciano! Me daba vergüenza que me vieran con<br />
el bastón, y además hacía mucho ruido. Si se me caía<br />
era demasiado el sonido. Sentía que las personas que<br />
estaban cerca volteaban a ver y pensaban “¡Pobre cieguito!”<br />
Lo guardé en mi cuarto y ahí quedó hasta el<br />
domingo, pues como el día siguiente era sábado no<br />
lo ocupé.<br />
Me levanté muy alegre y la señora Rita, con una voz<br />
golpeada y autoritaria que me atemorizaba, me habló<br />
para que desayunara:<br />
−Ya véngase a desayunar –y añadió−. Hoy es sábado,<br />
¿va a salir?.<br />
−No.<br />
−¿Y para qué se arregló tanto? −me dijo, pues yo<br />
procuraba andar siempre presentable−. Pero bueno,<br />
si la profesora le dice que ande arreglado, ella que le<br />
aliste la ropa. Es por eso que le digo que cuide la ropa<br />
y no la ensucie.<br />
Eran las nueve de la mañana y salí al pasillo porque<br />
ya me había enfadado el ruido que hacía el radio.<br />
Lo había apagado pues aunque no cesaban las transmisiones<br />
ni de día ni de noche y movía el cuadrante<br />
en todas las estaciones, no podía sintonizar alguna<br />
de Sonora.
CUANDO EL SOL SE FUE 75<br />
Apenas tenía una semana en México y ya añoraba<br />
el sol y me faltaba el aire; donde estaba casi no entraba<br />
el sol. Ya estaba cayendo la lluvia cuando tocaron<br />
la puerta. Acudió a abrir José Manuel, el muchacho<br />
que antes había pasado por mí a la terminal, y me<br />
dijo:<br />
−Ahí lo buscan.<br />
Me encaminé hacia la puerta y pregunté quién me<br />
buscaba. La persona se dirigió hacia mí.<br />
−Soy Juan Antonio Guillespide, el prometido de<br />
Albita.<br />
–Mucho gusto. Yo soy Flavio.<br />
–Sí, ya lo conozco por fotos y antes de tocar la<br />
puerta –estaba vieja y deteriorada, tenía algunos hoyos<br />
como de uno por cuatro centímetros de largo que<br />
se le habían hecho con el tiempo− lo vi por unos agujeros.<br />
Vengo por usted para ir a Chapultepec, ¿está<br />
dispuesto? −Siguió diciendo.<br />
–Voy a avisarle a la señora Rita.<br />
–Sí, me parece muy bien.<br />
Fui a la cocina a avisar que habían venido a invitarme<br />
y que iba a salir a Chapultepec.<br />
−¿Lo conoce?<br />
–Ahorita lo voy conociendo, es el prometido de Albita,<br />
la amiga que me envió aquí.<br />
–Bueno, pero quiero conocerlo.<br />
–Venga para presentárselo.<br />
−Ya lo vi, parece gringo. Mejor no, me quedo tranquila.<br />
Fue la primera vez que visité el Bosque de Chapultepec.<br />
Lo había oído nombrar muchas veces y me lo<br />
imaginaba muy hermoso, como en realidad estaba.<br />
Estuve en el castillo de los emperadores Maximilia-
76 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
no y Carlota de Austria. Me parecía un sueño encontrarme<br />
ahí. Se respiraba un aire húmedo con aroma<br />
a hierba. Observamos los carruajes de Maximiliano<br />
−con los escudos imperiales− y de Don Benito Juárez;<br />
los muebles de los emperadores, los cañones con<br />
los que lucharon los mexicanos en la Revolución, y<br />
estuvimos en el sitio desde donde se arrojó uno de<br />
los Niños Héroes... Todo muy impresionante. El castillo<br />
guarda mucha historia; se encuentra en un cerro,<br />
y aunque hay un elevador para subir preferí hacerlo<br />
caminando. Visitamos también un parque ecológico<br />
que hay en los alrededores; no podía ver los animales,<br />
pero Juan Antonio me describió los variados tipos<br />
que había y pude imaginarlos: jirafas, osos blancos,<br />
entre otros.<br />
Como a la una de la tarde nos fuimos caminando<br />
hasta la colonia Condesa, ahí se encontraba la casa<br />
donde Juan Antonio vivía con su hermana y una criada.<br />
Hicimos media hora en llegar ya que está muy cerca.<br />
Su hermana Nancy era enfermera y pasaba todo el<br />
día en el trabajo, sólo los fines de semana se localizaba<br />
en casa. Me presentó y ella se portó muy amable.<br />
Tenían una persona que les ayudaba a cocinar, Cirila,<br />
ese día preparó tortitas de papa con carne, me invitaron<br />
a comer y yo me sentí contento por la atención<br />
hacia mí y por el platillo que estaba delicioso. Por la<br />
tarde Juan Antonio me acompañó a la colonia Roma,<br />
quedaba relativamente lejos y tomamos un camión<br />
que nos dejó frente a la escuela de rehabilitación infantil,<br />
donde me alojaba; le di las gracias y cuando se<br />
fue me reporté con doña Rita quien me esperaba para<br />
que cenara. No tenía hambre, pero no objeté porque<br />
se enojaba mucho. Tenía que darme de comer por-
CUANDO EL SOL SE FUE 77<br />
que a ella le habían encomendado esa tarea. Le dije<br />
que con un café con leche y un trozo de budín sería<br />
suficiente…<br />
Así pasé ese día −sábado 4 de julio de 1966−. Me<br />
sentí muy satisfecho porque había conocido a dos<br />
nuevos amigos, Juan Antonio y su hermana Nancy.<br />
Me dormí pronto porque estaba un poco cansado y<br />
con mucha emoción por tantas impresiones que había<br />
tenido. Muy temprano me levanté, fui al baño,<br />
prendí el radio y me di cuenta de que apenas eran las<br />
cuatro de la mañana. Me puse a orar, a pedir por mis<br />
hermanos, por mi mamá y por Albita, y para que Dios<br />
no me dejara de la mano y me siguiera poniendo personas<br />
buenas en mi camino. Me recosté y me puse a<br />
escuchar la radio. Así se pasó el tiempo hasta que, al<br />
esclarecer el día, la señora Rita me tocó la puerta:<br />
−¿Qué no piensa levantarse?<br />
−Hace rato que me levanté; ya estoy vestido.<br />
−Véngase, que ya está el desayuno.<br />
El día había amanecido lluvioso. Fui a la cocina y<br />
tomé el desayuno que estaba muy sabroso. Ya me estaba<br />
acostumbrando a las voces y al lugar, aunque me<br />
resultaba muy grande y los retumbos de los pisos de<br />
madera me atemorizaban. Pero seguía siempre muy<br />
callado y no dejaba de acordarme de mi gente, de mi<br />
mamá a la que había dejado muy triste y lejos; también<br />
del calor tan intenso que hace durante el verano<br />
en Sonora, el cual extrañaba y me parecía agradable;<br />
recordaba el rancho donde me crié y el pueblo de<br />
Trincheras, y pensaba si se acordarían de mí, ya que<br />
yo siempre los tenía presentes.
78 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Me fui a mi cuarto y encendí el radio para divagar,<br />
pero me estorbaba, como que no me dejaba pensar<br />
bien. Lo apagué para oír el susurro de la lluvia que<br />
me producía melancolía. Opté por salir a que me cayera<br />
la lluvia. De pronto oí un grito. Era la señora Rita<br />
que me decía:<br />
−¡Qué está loco!, le va a pegar un resfriado.<br />
Rápido entré de nuevo al cuarto. Tomé el radio, lo<br />
volví a encender y salí al pasillo avergonzado porque<br />
pensaba que sí parecía loco. Subí el volumen para espantar<br />
los recuerdos y la tristeza, y caminando de un<br />
lado a otro se llegó la hora de la comida. La lluvia<br />
continuaba; llegó la noche y aún llovía. El radio ya<br />
me aturdía y lo apagué. Me puse a orar, con lo que<br />
logré algo de tranquilidad y me dormí.<br />
El día siguiente me levanté temprano, me arreglé<br />
y tomé el desayuno. Cuando los niños empezaban a<br />
llegar me pasé a la dirección y esperé a que llegara la<br />
profesora Consuelo. Lo primero que hice fue platicarle<br />
todo lo que me había sucedido el sábado: ¡Algo<br />
maravilloso!, Juan Antonio, el prometido de Albita,<br />
había pasado por mí y me había llevado a que conociera<br />
Chapultepec, lo que me pareció como un sueño,<br />
fue impresionante.<br />
−¡Ya muchacho!, qué bueno que encuentres personas<br />
que te ayuden y te den su amistad.<br />
La profesora Consuelo había llevado una regleta<br />
de escritorio −una tabla en donde se sujetaba una regleta−<br />
para escribir en braille, para que lo aprendiera<br />
pronto, pues en un principio me parecía muy difícil.<br />
Cada mañana hasta que nos íbamos a la escuela para<br />
ciegos trabajaba en la escritura y lectura del sistema<br />
braille y también con la caja de matemáticas. Así pa-
CUANDO EL SOL SE FUE 7<br />
saba el tiempo muy ocupado, y todo eso me ayudó<br />
a incorporarme a la vida de la Ciudad de México y<br />
dejar esa angustia que me afligía.<br />
Llegó la hora de irnos a la escuela y como de costumbre<br />
tomamos el camión que nos llevaba al centro,<br />
muy cerca del Zócalo. Cuando llegamos subimos<br />
al primer piso y yo dejé el bastón que llevaba en las<br />
escaleras, con el fin de que se me perdiera porque no<br />
me gustaba: era un tubo de aluminio con empuñadura,<br />
muy ruidoso al caer y me parecía que me hacía<br />
ver como un anciano. Ya estábamos en el salón cuando<br />
pasó a saludar a la maestra un señor ciego que la<br />
apreciaba mucho, me presentó con él y me dijo que<br />
era comerciante. La maestra le preguntó si tendría un<br />
bastón que estuviera bueno y bonito.<br />
−Sí, mañana mismo se lo traigo.<br />
Al día siguiente me llevó un bastón que estaba tapizado<br />
con cinta blanca y con una parte roja, se doblaba<br />
en cuatro partes. Este bastón sí me agradó, en<br />
cuanto lo tomé lo puse en práctica, empecé a recorrer<br />
bien la escuela ubicada en un edificio bastante amplio.<br />
El domingo siguiente fui a misa de nueve a la iglesia<br />
de la Virgen de Fátima, que estaba a la vuelta y no<br />
tenía que cruzar calles. Me senté cerca de la entrada y<br />
ya me retiraba cuando alguien me habló:<br />
−¿A dónde va? Quiero acompañarlo a donde va.<br />
−Aquí vivo a la vuelta.<br />
−Yo quiero ayudarlo, soy de la orden de San Francisco<br />
y mi intención es ayudar. Mi nombre es Garita.<br />
Era una señorita grande y me dijo que quería com-
80 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
prarme otro bastón y conocer a la directora; me dejó<br />
hasta la puerta de la escuela donde vivía. En la misma<br />
semana volví a la iglesia y de nuevo nos encontramos,<br />
me acompañó y esta vez sí encontró a la directora<br />
Consuelo Cornejo. Le comentó sobre sus intenciones<br />
de ayudarme a comprar un bastón bueno porque el<br />
que traía estaba muy flojo –lo cuál era cierto− y se<br />
movía para todos lados. Pero la profesora le dijo que<br />
no tuviera pendiente, que yo estaba a su cuidado, que<br />
era bueno que tuviera amistades, que yo iba a ir a<br />
verla, y que gracias por querer ayudar, pero que no se<br />
molestara.<br />
A pesar de todo, ese bastón me fue muy útil: me<br />
brindaba más libertad y confianza para moverme<br />
solo, iba a tomar el camión por las tardes sin necesidad<br />
de que alguien me acompañara. Pero como en el<br />
mes de julio llovía mucho −casi a diario− y yo andaba<br />
solo, me pegaba unas remojadas, y eso me ocasionaba<br />
unos catarros tremendos por lo que recurría a<br />
toda clase de pastillas para la gripe −que no me hacían<br />
efecto− proporcionadas por Nancy, la enfermera<br />
hermana de Juan Antonio.<br />
Cuando Juan Antonio tuvo que irse a Sonora me<br />
entristecí porque él me acompañaba a muchos lugares,<br />
pero seguí comunicándome con su hermana Nancy,<br />
pues me caía muy bien. En ocasiones ella pasaba<br />
por mí, me invitaba a algún lado a tomar un refresco<br />
y platicábamos. Me sentía muy bien con su amistad.<br />
Además me agradaba como mujer y pensaba que yo<br />
también le gustaba a ella, pero no podía expresarle<br />
mis sentimientos, quizá porque me cohibía el no tener<br />
una fuente de ingresos. No podía tener una novia,
CUANDO EL SOL SE FUE 81<br />
así que “me hacía el tonto”, y quizás sí hubiera existido<br />
química entre nosotros.<br />
Tenía entonces veinticinco años y Nancy unos<br />
treinta y dos. Yo me la imaginaba muy bien de su<br />
físico, únicamente tenía un problema en el paladar y<br />
su voz era gangosa, pero eso no era defecto para mí.<br />
Nos gustábamos, pero yo iba llegando a la Ciudad de<br />
México y era inexperto, debía estudiar, no tenía ingresos<br />
y me esperaban muchos golpes de la vida. Todo<br />
terminó cuando regresó Juan Antonio de Hermosillo<br />
y se enteró de que había una estrecha amistad entre<br />
nosotros. Habló conmigo y me hizo reaccionar, me<br />
dijo que no abrigara ilusiones con Nancy, ya que ella<br />
tenía el mundo que yo no podía tener.<br />
−Así es que te digo que no vayas a meter las cuatro<br />
patas de un jalón.<br />
Me dio tristeza, pero reconocí que era la realidad, y<br />
le agradecí el hacerme verla así.<br />
Transcurrían los días, y me acostumbraba al cambio<br />
que se operaba en mi persona. Ya me desenvolvía<br />
solo, me trasladaba a algunos lugares y había hecho<br />
amigos, entre ellos un muchacho de Veracruz con el<br />
que aprendí algunos trucos que utilizan los ciegos<br />
para orientarse, así que iba y venía a la colonia Roma<br />
donde estaba el lugar en el que me hospedaba.<br />
Aunque me sentía ya muy a gusto, no por esto<br />
dejaba de acordarme de mi terruño en donde había<br />
crecido y de mi gente que había dejado en Sonora.<br />
Así pasó el mes de agosto –también muy lluvioso− y<br />
seguía aprendiendo cosas nuevas. Con mi amigo de<br />
Veracruz –quien se movía solo en la ciudad− aprendí
82 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
y conocí muchos lugares. También sabía de política,<br />
pero tenía el defecto de ser muy fantasioso. Me platicaba<br />
de sucesos que había vivido; en un principio me<br />
dejaba en suspenso, pero conforme lo fui tratando<br />
me di cuenta de que eran más las mentiras producto<br />
de su imaginación.<br />
En septiembre recibí una carta donde me daban la<br />
noticia de que mi mamá había sufrido un accidente<br />
y se había fracturado la cadera, lo que me afligió mucho.<br />
Se me hacía largo el tiempo para poder verla,<br />
mas no me fue posible por diversos motivos: debía<br />
seguir estudiando hasta que llegaran las vacaciones y<br />
además no contaba con ingresos.<br />
Todos los domingos iba a misa de nueve –que era<br />
para los niños− a la iglesia que estaba a la vuelta y<br />
tuve la oportunidad de conocer a una jovencita de<br />
diecisiete años que me brindó su amistad. Vivía en<br />
una casa de niñas huérfanas y maltratadas que estaba<br />
a cargo de religiosas. Cuando terminaba la misa pedía<br />
permiso a una de las monjas para acompañarme a la<br />
casa en la calle de enseguida, y aprovechábamos para<br />
platicar. Caminábamos muy lento para poder platicar<br />
más, sentíamos que “Cupido nos flechaba”, pero al<br />
mismo tiempo yo me daba cuenta de que estaba muy<br />
“verde” o tonto y aún tenía que aprender mucho de<br />
esa gran ciudad en donde me había tocado aprender<br />
a rehabilitarme y a valerme por mí mismo. Aunque<br />
ella se me insinuaba para que le hablara de amor yo<br />
“me hacía el tonto” y le hacía boruca con la plática.<br />
La religiosa que le había dado permiso advirtió que la<br />
jovencita me daba un trato muy especial y le prohibió<br />
que se acercara a mí, y aunque la extrañé pensé que<br />
era lo mejor.
CUANDO EL SOL SE FUE 83<br />
Pasó el mes de octubre y entramos a noviembre.<br />
Recibimos la buena noticia de que las vacaciones<br />
que anteriormente eran durante enero y febrero ese<br />
año iban a empezar a recorrerse hasta quedar acordes<br />
con el calendario del norte, tipo B que eran de julio<br />
a agosto −en la capital tenían el calendario tipo A−. Y<br />
me dijo la maestra Consuelo:<br />
−Tengo que darte dos noticias: una buena y otra<br />
mala. Primero la buena: el veinte de noviembre empiezan<br />
las vacaciones. La mala es que no voy a volver<br />
el año entrante. Pero te voy a tener bien checado y te<br />
voy a encargar con amigos que tengo ahí en la escuela.<br />
Así es que tuviste suerte por haberme encontrado<br />
trabajando en la escuela para ciegos.<br />
−Pues gracias, maestra.<br />
−Gracias a Dios.<br />
−Usted también me ha ayudado mucho.<br />
Ya estábamos en las fiestas de los muertos, y se<br />
me hacía largo el tiempo que faltaba para irme de<br />
vacaciones a mi tierra. También Juan Antonio iba a<br />
Sonora y hacía los preparativos para casarse el año<br />
entrante, 1967. Y se llegó el día en que salimos de<br />
vacaciones. Yo había aprendido a leer y a escribir en<br />
el sistema braille. La profesora Consuelo, directora de<br />
la escuela y mi tutora, había hecho trámites para que<br />
el siguiente año fuera a tercero y me había encomendado<br />
con una muy buena profesora, amiga suya, de<br />
nombre Lilia Cureco, con quien me presentó. Hacía<br />
esto para que yo no tuviera problemas.<br />
Sin más demora preparé mi viaje el mismo veinte<br />
de noviembre. Muy temprano, como a las siete de<br />
la mañana, pasaron por mí la profesora Consuelo y
84 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
su esposo para llevarme a tomar un camión de la línea<br />
Transportes Tres Estrellas de Oro. El camión salió<br />
aproximadamente a las ocho. Cuando ya estaba arriba,<br />
con el smog me empezaron a llorar los ojos y creyeron<br />
que estaba llorando de emoción, pero no era<br />
así. Era la primera vez que viajaba solo en camión,<br />
pero tenía fe. Debía tenerla porque no quería depender<br />
de nadie. Aunque tuve algunos problemas en los<br />
lugares en donde estuve, gracias a Dios, los superé.<br />
Llegué a Hermosillo a las ocho de la noche del<br />
veintidós de noviembre y ya me esperaba Albita. Venía<br />
muy contento. Al día siguiente ella me dio un raid<br />
hasta Santa Ana y de ahí tomé un camión a Trincheras,<br />
a donde llegué al anochecer. La gente me parecía<br />
un poco bronca y no me orientaba. En el camioncito<br />
que hacía el recorrido a Trincheras, cuando subí, nadie<br />
me dijo dónde había un asiento desocupado.<br />
Así que todavía me faltaba mucho por aprender.<br />
Esto me fue ayudando a modelar mi carácter. Estaba<br />
iniciando la rehabilitación: en primer lugar no sabía<br />
usar el bastón en la provincia, ya que me cohibía; En<br />
segundo lugar, era la primera vez que llegaba a mi<br />
pueblo con mi bastón y solo.<br />
Llegué a casa de mi tía Adriana y el recibimiento<br />
fue un poco frío pues ella no era de muchas palabras.<br />
Esperaba tener un recibimiento caluroso, pero no fue<br />
así, y como la conocía no me extrañó. Al día siguiente<br />
–lunes veinticuatro de noviembre− fueron unos primos<br />
y uno de ellos se ofreció a llevarme al rancho.
CUANDO EL SOL SE FUE 85<br />
Para las tres de la tarde ya estábamos en el rancho,<br />
de donde había salido apenas cinco meses antes, pero<br />
me habían parecido una eternidad. Ahí la emoción<br />
fue mayor. Mi mamá no podía ni hablar y a mí se me<br />
agitaba el corazón. Contuve las lágrimas para que no<br />
dijeran que era un “maricón”. A todos se nos trababa<br />
la lengua. Después tomamos café con empanadas y<br />
empecé a platicar; a la vez hicieron preguntas y las<br />
emociones que experimentábamos fueron tomando<br />
otro color, se habían convertido en alegría y las palabras<br />
eran ahora de bromas y chistes que hacían mis<br />
hermanos. Llegó también un tío a visitarme, era muy<br />
alegre y le gustaban mucho las bromas. Esa tarde fue<br />
muy bonita.<br />
Mi mamá no podía caminar por la fractura, así<br />
que en el transcurso de los días me visitaron algunos<br />
amigos. El tiempo pasó rápido, llegaron la Navidad<br />
y el Año Nuevo de 1967. Uno de mis hermanos me<br />
acompañó a la ciudad de Hermosillo, donde ya se<br />
había celebrado la boda de Albita y Juan Antonio.<br />
El cinco de enero ya estaba en la Ciudad de México.<br />
Me impresionó la celebración de los Santos Reyes,<br />
con tanto entusiasmo que se podía palpar la alegría<br />
de los niños. Me fui a la escuela temprano; a eso de las<br />
tres de la tarde comenzó la algarabía, pues las clases<br />
en la escuela se habían cambiado al turno vespertino.<br />
Afortunadamente ya para las seis la euforia se había<br />
calmado, pues tenía temor de que, por el congestionamiento,<br />
no pudiera tomar el camión para regresar<br />
a la colonia Roma.
86 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
El día siete de enero amaneció haciendo mucho frío<br />
y nevando. Ese día no fui a la escuela. Para entonces<br />
ya había tenido varias impresiones, ya que apenas tenía<br />
unos cuantos días de haber llegado a la Ciudad de<br />
México por primera vez cuando me tocó un temblor.<br />
Ya no me asustaban tanto las cosas que me ocurrían.<br />
Ya me sentía más desenvuelto. Un día, después de<br />
salir de clases, fui al Comité Internacional de Ciegos<br />
que está situado en la colonia Santa María La Rivera.<br />
No conocía, pero me dieron “el norte” y no tuve<br />
ningún problema. Ahí había una imprenta y también<br />
vendían toda clase de material para invidentes.<br />
Quería comprar un bastón como uno que me había<br />
mostrado mi amigo de Veracruz. Me atendieron muy<br />
bien. Un señor ciego que daba orientación y movilidad<br />
esa misma tarde me dio unas clases y me sacó a<br />
dar una vuelta por las calles de los alrededores. Sus<br />
consejos me sirvieron mucho porque con el bastón<br />
de aluminio que es más liviano y las nuevas técnicas<br />
que me enseñó pude desenvolverme mucho mejor y<br />
trasladarme a todos lados sin mayores complicaciones.<br />
Transcurrió el año y a fines del mes de enero de<br />
1968 la sociedad de alumnos se declaró en huelga, y<br />
a mí también me buscaron para que apoyara el movimiento.<br />
Pero no sabía ni de qué se trataba y aunque<br />
me explicaban las causas no entendía nada. Estuve<br />
un día con ellos y en la tarde me les escapé. Ahí estaba<br />
un muchacho de Sonora que era “muy broncudo”<br />
y otros que se llevaban conmigo, pero que no eran<br />
amigos.
CUANDO EL SOL SE FUE 87<br />
Pasaba el tiempo y ya iba a cumplir un mes la<br />
huelga. Me enfadaba porque no podía tomar clases<br />
y me iba al centro para informarme de cómo seguía<br />
la huelga, pero no tenía para cuándo. Un día fui a<br />
una asociación de ciegos, de las que había muchas,<br />
llamada Asociación de Ciegos de la República, y ahí<br />
me encontré a Félix, aquel amigo muy político, él me<br />
dijo:<br />
−A ti te andaba buscando porque vamos a formar<br />
un frente para desconocer a la asociación que tiene<br />
tomado el plantel. Y no me digas que no puedes, yo<br />
te voy a poner al tanto y te conviene por muchas razones.<br />
La primera para que se normalicen las clases y<br />
la otra para que aprendas. No te puedes negar.<br />
Acepté y de inmediato me pasaron con otras personas<br />
que había ahí, eran los líderes quienes estaban<br />
muy bien documentados y me presentaron el plan<br />
del frente.<br />
Desde ese día empecé a tener mucha actividad, a<br />
presentarme en muchos lugares como la Secretaría de<br />
Salubridad y en televisión. Estuve en un programa de<br />
Nescafé que tenía Jacobo Zabludowsky, que pasaba<br />
a las siete de la mañana y duraba quince minutos.<br />
Tenía muchas otras actividades y me sentía importante<br />
porque andaba conociendo. Pensaba que era una<br />
causa noble el volver a la escuela, y ponía mucho empeño<br />
en ella.<br />
El doce de marzo de 1968 se reanudaron las clases<br />
en la escuela, y yo quedé como Secretario de Finanzas<br />
de la Asociación. Todo marchaba bien. Las clases<br />
de primaria pasaron al turno matutino y las especiales,<br />
como música y otras, al vespertino. La ciudad se
88 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
desquició, el tráfico urbano era un caos y hubo un<br />
día que tuve muchos problemas para trasladarme a la<br />
colonia Roma. Esto sucedía los últimos días de septiembre.<br />
Ese año la Ciudad de México se preparaba<br />
para las Olimpiadas, cuando surgieron los conflictos<br />
del dos de octubre.<br />
La profesora Consuelo me dijo que no esperara más,<br />
que me fuera a Sonora porque el ambiente se había<br />
puesto muy feo. No lo pensé mucho, el veinticinco<br />
de septiembre hice maletas y tomé un camión para<br />
Sonora. Las clases iban a terminar hasta noviembre,<br />
pues aún se estaba recorriendo el calendario escolar<br />
para igualarlo con el del norte del país; la propuesta<br />
era cambiar las vacaciones, que en México eran en<br />
enero y febrero, para los meses de julio y agosto.<br />
Iba contento porque había adelantado mis vacaciones.<br />
Llegué a Hermosillo donde visité a Albita,<br />
pues le llevaba unos regalos, continué a Trincheras<br />
para saludar a algunos de mis tíos y de ahí al rancho.<br />
Fue una alegría encontrarme con los míos. Ya estaba<br />
más desenvuelto. Los primeros días fueron de mucha<br />
plática sobre las cosas que me ocurrían en la Ciudad<br />
de México; gracias a Dios todo me salía bien y seguía<br />
aprendiendo y conociendo cada vez más. Les conté<br />
que me adelantaron las vacaciones por los disturbios<br />
que se habían desatado, según decían porque querían<br />
sabotear las Olimpiadas, y de cómo se había descontrolado<br />
el tráfico y el transporte urbano. Y antes<br />
de que tuviera que lamentar algún problema, mejor<br />
aproveché para estar con mi gente.
CUANDO EL SOL SE FUE 8<br />
Así transcurrieron los días. Oíamos por radio las<br />
Olimpiadas y también informaban sobre los sucesos<br />
que se dieron en Tlatelolco, pero en las transmisiones<br />
se minimizaba la realidad de las cosas restándoles<br />
importancia. Un pariente que había llegado de California<br />
contó que en la televisión de Estados Unidos<br />
estaban transmitiendo sucesos impresionantes sobre<br />
la masacre ocurrida, pero como en el rancho sólo se<br />
sabía que lo sucedido no era nada de lamentarse y<br />
que las Olimpiadas se desarrollaban sin ningún problema,<br />
no le di más importancia y seguí disfrutando<br />
de las transmisiones de los encuentros deportivos.<br />
Me la pasé muy bien esa temporada. Me sentía más<br />
seguro de mí mismo y ya me prestaban más atención.<br />
Notaba a mi mamá más contenta y sentía que confiaba<br />
en mí. Se llegaron las fiestas de San Rafael y estuve<br />
en ellas. Para fines del mes de noviembre tuve<br />
que regresar a la ciudad de México; me daba tristeza<br />
despedirme, pero tenía que hacerlo, para, tal vez en<br />
el futuro, poder sacar del rancho a mi mamá y a mis<br />
hermanos.<br />
Mi hermano Claudio me acompañó a la ciudad de<br />
Hermosillo desde donde viajé en autobús al Distrito<br />
Federal y llegué la mañana del veintisiete de noviembre.<br />
Tomé un taxi, legué a la escuelita de rehabilitación<br />
infantil donde me quedaba y encontré ahí a las<br />
maestras Consuelo y Sonia, a las que saludé con mucho<br />
aprecio porque las sentía como de mi familia.<br />
Les llevaba queso y tortillas de Sonora. Les impresionaron<br />
las tortillas de harina –se les llama “sobaqueras”<br />
porque las hacen ocupando todo el brazo para<br />
extenderlas− y dijeron que parecían sábanas; el queso
0 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
también les fascinó y preguntaban si se podría pedir<br />
más por correo aéreo.<br />
−Flavio, te tenemos una noticia. Se encuentra aquí<br />
una paisana tuya y la hemos hospedado en tu cuarto.<br />
Le hablaron y me presentaron con ella. Una señora<br />
humilde y sufrida.<br />
−Ella es doña Petra Bustamante, de Hermosillo. La<br />
mandó don Enguerrando Tapia. Tiene un hijo internado<br />
en Cancerología.<br />
−Esa es la razón por la que me encuentro aquí, y no<br />
hay problema por su cuarto - me dijo la señora.<br />
Enseguida de mi cuarto había otro que tenía una<br />
mesa muy grande y firme de madera, se utilizaba<br />
para taller. Ahí quedó acomodada ella. Se ganaba la<br />
confianza de todos porque era una persona muy acomedida.<br />
La señora Rita ya se había ido y únicamente<br />
estaba Lorenzo, un muchacho que hacía el aseo, pero<br />
no era muy activo, y como no tenía sueldo pues sólo<br />
le permitían quedarse en la escuela a cambio de ayudar<br />
con la limpieza, no le podían exigir mucho.<br />
Una vez que llegó doña Petra, la escuela lucía muy<br />
bien. Lorenzo y yo habíamos comprado una estufita<br />
de petróleo. Yo nunca preparé nada en ella porque<br />
levantaba unas llamaradas horribles y echaba mucha<br />
peste a petróleo, pero doña Petra sí la sabía controlar<br />
y hacía muy buenas comidas. Lorenzo y yo cooperábamos<br />
para comprar lo necesario para que ella cocinara.
CUANDO EL SOL SE FUE 1<br />
Cuando podíamos tratábamos de gratificarla con<br />
algunos pesos, ya que no contábamos con mucho.<br />
Lorenzo trabajaba en una carpintería y yo había conseguido<br />
un trabajo por las tardes −de una a siete−<br />
en el que me pagaban veinticinco pesos. Me rendían<br />
porque en ese tiempo todo era muy barato. Tenía<br />
que trabajar porque la beca de quinientos pesos que<br />
me daba el gobierno de Sonora me la suspendieron<br />
cuando entró el gobernador Faustino Félix Serna.
III.- LOS PRIMEROS EMPLEOS<br />
Los días posteriores a las Olimpiadas me parecieron<br />
muy bonitos. Trabajaba amparando un puesto de<br />
ropa con mi credencial como ciego, que respetaban<br />
las autoridades de mercados de la Ciudad de México.<br />
Era una ayuda pues no se permitía que hubiera puestos<br />
en la vía pública, pero el Departamento de Mercados<br />
otorgaba un permiso a los invidentes para que<br />
ejercieran el comercio en las banquetas. La condición<br />
era que la persona a quien se le otorgaba el permiso<br />
debía estar presente y permanecer ahí y el maletero<br />
–el comerciante− contrataba a dicha persona ciega<br />
para poder establecer el puesto.<br />
De esta forma, la avenida Anillo de Circunvalación<br />
que pasaba a un costado del Mercado de la Merced<br />
se encontraba atestada de puestos de los ciegos. Diariamente<br />
los puestos, que ofrecían gran diversidad de<br />
productos, eran recorridos por miles de personas que<br />
venían de los pueblos cercanos al D. F. y de la misma<br />
metrópolis. Como La Merced es un mercado de abastos,<br />
el movimiento de los carros de carga era cosa de<br />
no acabar. Cargadores con sus “diablos” convertían<br />
la avenida del Anillo de Circunvalación en mercado.<br />
Había infinidad de comercios de españoles, judíos,<br />
etcétera, y las banquetas estaban llenas de puestos,<br />
entre ellos el mío, que había conseguido mediante<br />
una asociación a la que me afilié.
CUANDO EL SOL SE FUE 3<br />
Casi no se podía caminar por el tumulto de gente.<br />
Ese año todo lo que se comerciaba decían que era<br />
olímpico. Me parecía muy curioso que hubiese esferitas<br />
olímpicas, chamarras olímpicas, camisas olímpicas...<br />
y la hacía de merolico anunciando camisas,<br />
pantalones, zapatos, calcetines, etcétera. Aunque la<br />
mercancía tenía presencia y se vendía muy barata,<br />
también era de mala calidad. A pesar de todo, yo trabajaba<br />
muy a gusto.<br />
Una noche que llegaba a la colonia Roma me encontré<br />
con la novedad de que don Carlos –esposo de<br />
doña Petra− y su hijo Francisco habían llegado de Sonora.<br />
Platicamos bastante esa noche pues nos identificamos<br />
como sonorenses. Al día siguiente pasó un<br />
compañero por mí, le comenté que estaba un amigo<br />
de Sonora, que él podía ver, pero sólo con un ojo y<br />
muy poco, entonces propuso:<br />
−Hay que llevarlo al centro, a donde trabajamos.<br />
−Lo invité, pero me dijo que tenía que pedir permiso.<br />
Voy a decirle a su mamá.<br />
−Nomás tengan mucho cuidado –asintió doña Petra.<br />
Nos fuimos a donde trabajábamos. Mi amigo les<br />
cayó bien, pronto le ofrecieron trabajo, pero había<br />
que agruparse en una asociación. Lo llevamos con el<br />
líder, quedó anotado y ya para la tarde tenía un lugar.<br />
Como todos los días nos pagaban, esa noche tenía su<br />
paga. Regresamos contentos, ya que ellos iban muy<br />
limitados. Eran esos días de diciembre que muchos<br />
llaman “días de fiesta grande”, y en realidad eran de<br />
pura pachanga. Este muchacho sonorense estaba muy<br />
emocionado, pero le duró poco porque el veintitrés
4 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
de ese mes tuvo que acompañar de regreso a Sonora<br />
a su mamá y a su hermano Luis –ya en fase terminal<br />
de cáncer− para que no falleciera en la Ciudad de<br />
México.<br />
En febrero llegó de nuevo, pues quería estudiar y<br />
trabajar. Yo ya conocía cómo se movía el ambiente<br />
en la Ciudad de México y cómo era la mayoría de<br />
los ciegos. Es un medio muy difícil, y a él, siendo de<br />
provincia, le hablaban bonito y todo les creía. Pero<br />
en esa gran ciudad a nadie hay que creerle porque hay<br />
mucha hipocresía. Todas las personas parecen muy<br />
buenas, pero no lo son. Así que no hay que confiarse<br />
de nadie. Yo ya lo había experimentado.<br />
Lo acompañé al Comité Pro Ciegos, en donde le<br />
proporcionaron trabajo en un taller, allí también le<br />
daban una comida −muy raquítica− y le consiguieron<br />
hospedaje en una casa de huéspedes cercana. Él era<br />
confiado, y muchas cosas le prometieron, pero nada<br />
le cumplieron. En la misma casa de huéspedes me<br />
hospedé después, ya que la escuelita de la Colonia<br />
Roma acabó por no tener presupuesto.<br />
Un señor de apellido Güemes, de origen alemán,<br />
era el que patrocinaba esa escuela de la colonia Roma.<br />
Tenía un hijo que tenía problemas músculo-esqueléticos<br />
y el señor quería que la profesora siguiera atendiendo<br />
a su hijo y para mí también tenía un lugar<br />
para que estuviera en su casa en Las Lomas. Pero la<br />
profesora Consuelo me dijo que no era conveniente<br />
que yo me quedara en su casa, y así se lo dijo al señor<br />
Güemes. Yo me disgusté porque pensé que hubiese<br />
podido tener todo allí sin ningún problema, pero
CUANDO EL SOL SE FUE 5<br />
después analicé la situación y me di cuenta de que<br />
estaba bien lo que me decía la profesora Consuelo.<br />
Así que me hospedé en la colonia Santa María La<br />
Rivera, en la casa de huéspedes donde se encontraba<br />
Francisco Vásquez, el muchacho de Sonora. Se ubicaba<br />
a una cuadra de la Alameda Santa María. Era una<br />
construcción muy vieja y tenía planta alta con pisos<br />
de madera ya muy roídos. Las escaleras rechinaban<br />
mucho. Nos tocó quedarnos en la planta alta.<br />
Ya había terminado la primaria y obtenido mi<br />
certificado. Entré a una clase de masoterapia como<br />
oyente aunque no me gustaba el masaje, pero un profesor<br />
ciego me decía que un año era un año, que me<br />
inscribiera. Después las clases de masaje me fueron<br />
convenciendo, y ya que no podía estudiar algo mejor<br />
o una carrera larga, me decidí por una profesión<br />
técnica. También me inscribí en bachillerato, que se<br />
estudiaba en seis años −secundaria y preparatoria−,<br />
de siete de la mañana a una de la tarde, pero además<br />
tenía que trabajar y de tres a cinco entrar a masoterapia.<br />
Los sábados trabajaba en maquila de productos<br />
Avon empacando la mercancía en bolsas; para que<br />
me rindiera el tiempo y el dinero, ya que era muy<br />
poco lo que me pagaban, únicamente comía en la<br />
mañana unas pieza de pan y un litro de leche, y así<br />
aguantaba todo el día.<br />
A las siete iba llegando a la colonia Santa María,<br />
donde me hospedaba; me daban algo de cenar y después<br />
me quedaba en el cuarto. Francisco también llegaba<br />
a las siete y platicábamos de los acontecimientos<br />
del día. Los primeros de junio salí de vacaciones
6 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
y no quise seguir trabajando, e hice los preparativos<br />
para irme a Sonora con mi gente. Francisco pretendía<br />
seguir trabajando y en septiembre hacer los trámites<br />
para inscribirse en la escuela, pero después optó por<br />
irse a Sonora y así lo hicimos.<br />
Los primeros días de julio estábamos en Hermosillo.<br />
Estuvimos cinco días con su gente que me trató<br />
muy bien, aunque eran bastante unidos entre ellos<br />
me sentí muy bien con su familia. El calor se dejó sentir<br />
intensamente ese año de 1969. Francisco ya estaba<br />
impuesto a ese clima, pero a mí me afectaba mucho.<br />
Como no tenían baño y a mí me gustaba bañarme, lo<br />
hacía en las noches en el patio con una manguera.<br />
Francisco me acompañó a Trincheras y al rancho<br />
–que estaba muy llovido y fresco−, y en septiembre<br />
pasó por mí. En Hermosillo aproveché para ir al Palacio<br />
de Gobierno a solicitar que me siguieran otorgando<br />
la beca, pero como no sabía ni con quién debía<br />
dirigirme, sólo me dijeron que sí me iban a ayudar.<br />
Albita, quien se mostraba ya un poco apática, sí hubiera<br />
logrado que continuara recibiendo la beca que<br />
me habían retirado.<br />
Regresamos a la Ciudad de México, pero ya no<br />
pude seguir estudiando el bachillerato y únicamente<br />
asistía a la escuela de ciegos a las clases de masoterapia.<br />
Esta vez me inscribí como alumno regular, y podía<br />
trabajar por las mañanas hasta las tres de la tarde.<br />
Ya me gustaba la terapia y había comprado seis libros<br />
de anatomía en braille. Como no se me hacía difícil<br />
me gustaba lucirme, ya que uno podía hacer una<br />
pregunta a un compañero de algún tema relaciona-
CUANDO EL SOL SE FUE 7<br />
do con anatomía y si no la contestaba, el mismo que<br />
hizo la pregunta tenía que responderla. Lo hacía con<br />
gusto porque yo ya había estudiado y me alegraba de<br />
que no me pudiesen responder; hasta que un día el<br />
profesor, que también era ciego, me bajó los humos<br />
diciéndome:<br />
−Señor Flavio, el burro puede ser sabio preguntando,<br />
pero contestando no. Si yo le hago una pregunta<br />
no me la podrá responder.<br />
Quedé apenado porque, ciertamente, preguntaba<br />
sobre lo que sabía. En clase me la pasaba muy bien<br />
trabajando con huesos humanos. Teníamos además<br />
un esqueleto armado en una vitrina, el maestro lo<br />
utilizaba para explicarnos el funcionamiento de huesos<br />
y músculos. También un médico nos hablaba de<br />
medicina y las clases resultaban muy amenas.<br />
Llegó el mes de noviembre de 1970. Francisco no<br />
había logrado inscribirse en ninguna escuela y, por<br />
mala suerte, a su única hermana le habían diagnosticaron<br />
cáncer en los pulmones por lo que tuvo que regresarse<br />
a Sonora. Yo seguí en la casa de huéspedes.<br />
Seguía frecuentando a la profesora Consuelo y los<br />
sábados me iba a comer a su casa en Coyoacán. Me<br />
brindaba su amistad y sus consejos que trataba de<br />
llevar a cabo, me daba algún dinero y también me<br />
ofrecía comida deliciosa, de modo que regresaba por<br />
la tarde muy satisfecho.<br />
En ese entonces, un muchacho que había llegado<br />
a ser buen amigo mío cuando estudiamos juntos la<br />
primaria me invitó a trabajar. Su familia se dedicaba
8 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
al comercio y tenía un puesto en La Merced. Me dijo<br />
que trabajaría en unos puestos de ropa, que él me iba<br />
a ayudar y me iba a ir bien. Conocía el comercio y me<br />
daba el veinte por ciento de las ventas. Me convino<br />
porque había días buenos, cuando vendía hasta dos<br />
mil pesos.<br />
Él estaba casado con una muchacha que yo había<br />
conocido desde que llegué a México. Era muy jovencita,<br />
apenas de diecisiete años. Trabajábamos dos<br />
puestos de ropa; yo atendía uno y la señora estaba<br />
al pendiente de los dos. Se nos amontonaba mucha<br />
gente. La llevaba muy bien con ella, pero él era muy<br />
mujeriego y le gustaba la tomada. Yo no quería hacerme<br />
vicioso, pero, por la amistad que tenía con él, me<br />
veía forzado a irme de farra los domingos.<br />
No me gustaba ese trabajo porque estaba en un lugar<br />
en donde había mucho tráfico de camiones y se<br />
respiraba mucho humo. Entre semana salía a las tres<br />
para ir a la clase de masaje, pero sábados y domingos<br />
el turno era de doce horas: de las ocho de la mañana<br />
a las ocho de la noche. Aunque tenía el veinte por<br />
ciento de las ventas no me rendía, porque los domingos<br />
nos íbamos a Garibaldi y le dábamos en la torre<br />
a todo.<br />
Mi amigo y patrón quiso entrar a clases de masaje,<br />
pero no pudo porque había que estudiar y él no era<br />
de los que ponían muchas ganas. Como yo ya había<br />
estado de oyente no se me dificultó. Duré como unos<br />
tres meses en ese trabajo y mejor me retiré porque no<br />
me servía de nada.
CUANDO EL SOL SE FUE<br />
En las vacaciones de ese año de 1970 no fui a Sonora<br />
porque tenía que trabajar para entrarle con más<br />
empeño al segundo año. Debía entregarme más al<br />
estudio, ya que se tornaba más complicado y exigente.<br />
Me cambié a un dormitorio que daba asilo a personas<br />
que no tenían hogar y a estudiantes ciegos y<br />
también me anoté en un comedor para estudiantes<br />
en donde cobraban una cuota módica. Tenía muchos<br />
deseos de ir de vacaciones, pero me sacrifiqué porque<br />
quería terminar mis estudios pronto para regresarme<br />
a Sonora con mi gente, ya que no los olvidaba. Trabajé<br />
dos meses y no pude ahorrar mucho, pero sí logré<br />
comprar zapatos buenos, y también pantalones y camisas<br />
para estar más o menos preparado.<br />
Ese diciembre sólo se quedaron algunos compañeros<br />
en el dormitorio. Añoraba mucho mi tierra y a<br />
menudo me iba a la Colonia Roma, con la que estaba<br />
familiarizado, a recordar el tiempo en que viví ahí.<br />
Iba a visitar a doña Rita con quien había estado hospedado,<br />
y trataba de llevarle algunos presentes, como<br />
dulces y juguetitos baratos para su pequeña sobrina<br />
que vivía con ella.<br />
Había conocido también a una norteamericana<br />
llamada Taira Ulrich, ella era muy bondadosa y, al<br />
enterarse de que me quedaría a pasar esos días en el<br />
dormitorio, le pagó a doña Rita para que yo fuera a<br />
su casa durante diez días a pasar la Navidad y el Año<br />
Nuevo en familia. Fui algunas veces, pero me regresaba<br />
al dormitorio para no dar lata. Pasaron las fiestas<br />
decembrinas y tenía la esperanza de que en 1971 las<br />
cosas cambiaran para bien. Tenía mucha fe en Dios y<br />
puse mucho entusiasmo en terminar bien el estudio
100 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
técnico que había escogido, ya que mi condición no<br />
me permitía estudiar algo mejor que esta profesión.<br />
El 22 de marzo de 1971 se celebró el centenario de<br />
la Escuela Nacional para Ciegos Lic. Ignacio Trigueros,<br />
nombrada así en reconocimiento del fundador<br />
de la escuela en México; la fiesta fue en grande, pero<br />
no pude asistir a todos los eventos porque tenía que<br />
estudiar, pues quería salir bien. A donde sí pude ir fue<br />
a visitar su tumba, que se encuentra en el Panteón de<br />
los Virreyes ubicado en lo alto del Cerro del Tepeyac,<br />
en la explanada de la Basílica −para llegar al panteón<br />
debe subirse una escalinata de aproximadamente<br />
doscientos cincuenta escalones.<br />
En mayo nos mandaron a prácticas a los hospitales;<br />
junto con otros tres compañeros –Delfina Flores,<br />
Pedro Barbosa y Jesús Infante− me tocó practicar durante<br />
dos meses en el Hospital Músculo-Esquelético<br />
o Centro Número Cinco. Eran ahí bastante exigentes,<br />
pero eso me ayudó mucho: teníamos que ir uniformados<br />
y checar entrada y salida a las siete y las trece<br />
horas, ya que nos calificaban la puntualidad y la forma<br />
de desenvolvernos en el trabajo.<br />
Yo procuraba llegar a las seis y media o antes de las<br />
siete, Delfina igualmente, siempre llegábamos antes<br />
que Pedro y éste nos pidió de favor que checáramos<br />
su tarjeta para que quedara registrado igual que nosotros;<br />
nuestras tarjetas estaban marcadas con braille,<br />
yo llegaba y checaba la mía y la de él, luego Delfina<br />
checaba la suya y también la de Pedro, después aparecía<br />
el compañero y volvía a checarla, como ninguno<br />
de los tres nos enterábamos de que alguien ya había<br />
checado la tarjeta, cometíamos ese error hasta que le
CUANDO EL SOL SE FUE 101<br />
llamaron la atención a Pedro por tantas entradas y<br />
salidas. Tuvimos que aclarar con la directora que no<br />
eran entradas y salidas, sino tres checadas de entrada.<br />
Terminamos las prácticas a fines de junio y sólo restaba<br />
esperar a que los encargados del hospital pasaran<br />
la aprobación o rechazo de las mismas –rara vez<br />
reprobaban a alguien– a la Secretaría de Salubridad y<br />
Asistencia, dependencia que nos daba el certificado<br />
de aprobación sellado.<br />
Esta vez sí hice mis maletas y me fui de vacaciones<br />
a mi tierra, donde buscaba establecerme. Visité a Albita<br />
y le platiqué que había terminado mis estudios<br />
técnicos y pretendía regresar, lo que no le pareció y<br />
me dijo que mejor me conseguiría otra beca para que<br />
me quedara en México, pues pensaba que no podría<br />
sobresalir en Sonora. Yo no quería seguir en el D. F.<br />
porque la veía muy difícil; también aquí lo sería: no<br />
había ciegos que se desenvolvieran en el campo de<br />
la terapia y, por lo tanto, no podrían tenerme confianza.<br />
Pero me dije que iba a lograr desarrollarme<br />
en Hermosillo. Regresé a México, me puse a trabajar<br />
y conseguí mi certificado de estudios. Tenía que buscarle,<br />
ya que yo no era de los que se pasaban todo el<br />
día sentados en los puestos que daban a los ciegos<br />
para que los ampararan. Conseguí un puesto en un<br />
mercado, a donde iba por la mañana un rato y por la<br />
tarde atendía a unos pacientes de masajes.<br />
Transcurrió el año de 1971; en vacaciones estuve<br />
en Sonora y, aunque me sentía un poco desmoralizado,<br />
no mostraba ninguna preocupación pues tenía<br />
fe en Dios y en mí mismo, y la esperanza de que iba
102 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
a lograr mis propósitos. Me encontré con la novedad<br />
de que mi hermano Claudio se iba a casar, pero no<br />
pude estar en la boda porque tenía planes para ver<br />
qué podía hacer para regresarme a Sonora, uno de<br />
mis objetivos.<br />
Pasé la navidad un poco triste porque ya se había<br />
ido otro año más y no había logrado lo que pretendía;<br />
todos los años me fijaba una meta y me fallaba.<br />
Para 1972 yo quería regresar a Sonora o irme a la Paz,<br />
Baja California, pero no quedarme en México, aunque<br />
no tenía una mejor opción que permanecer en el<br />
Distrito Federal.<br />
Continuar en la Ciudad de México me estaba resultando<br />
muy difícil. Necesitaba un buen trabajo y<br />
no lo tenía, sólo un puesto en el Mercado de Jamaica,<br />
un punto de los buenos, según los líderes. Me pagaban<br />
treinta pesos diarios, o sea doscientos diez a la<br />
semana, sin embargo, por lo regular no me los daban<br />
porque decían que estaban mal las ventas o me salían<br />
con cincuenta pesos y en ocasiones ni eso, pero los<br />
dejaba porque en realidad sí se portaban bien conmigo.<br />
Al menos no gastaba en comida y charlaba<br />
mucho con la familia que atendía el puesto, lo que<br />
me gustaba porque me permitía divagar y olvidar mis<br />
problemas.<br />
Seguían pasando los días. Siempre me acompañaba<br />
un muchacho ciego originario de Sinaloa, muy listo,<br />
que me había conseguido el lugar en ese mercado.<br />
Pero a lo poco que ganábamos le dábamos en la torre<br />
los domingos, cuando no teníamos ninguna actividad.<br />
Como nos llevábamos bien tenía que “jalar con
CUANDO EL SOL SE FUE 103<br />
él a matar el domingo”, como él decía. Nos íbamos a<br />
unos cafés que había muy cerca del dormitorio. Eran<br />
lugares de “mala nota”. Pero tenían sinfonola y muchachas<br />
muy simpáticas, y ahí pasábamos las tardes<br />
sin sentir el avance de las horas, pero el poco dinero<br />
que lograba reunir se me iba como agua y ya no estaba<br />
conforme con esa forma de vida en la capital.<br />
Quería salir de ahí y le buscaba por todos lados.<br />
De este modo terminé el año 1972 y al inicio del<br />
73 me ofrecieron un trabajo en Celaya, Guanajuato,<br />
como masajista en un hospital; me pareció muy bien,<br />
pero se quedó sólo en la promesa: la persona que me<br />
lo había ofrecido era un compañero ciego que iba a<br />
dejar ese puesto porque él se iba a trasladar a Mexicali,<br />
yo entusiasmado le creí, me dijo que lo esperara<br />
una noche para irnos juntos a Guanajuato para<br />
presentarme con las autoridades del hospital donde<br />
supuestamente trabajaría, quedamos de vernos en un<br />
lugar, pero fue puro cuento pues me dejó plantado.<br />
En mayo de 1973 le pedí a un sacerdote español, al<br />
que me habían presentado hacía algunos meses y se<br />
había mostrado muy amable conmigo, que me ayudara<br />
con sus contactos en Guadalajara para buscar<br />
una oportunidad de trabajo. Me dio una carta dirigida<br />
a sus amigos, lo que aumentó mi esperanza de<br />
lograr algo en esta ocasión.<br />
En cuanto me fue posible me trasladé a Guadalajara<br />
donde estuve dos días hasta que localicé a la persona<br />
que con muy buena intención me había recomendado<br />
el padre Miguel. Era un señor mayor, y cuando<br />
me presenté con él buscó evasivas diciéndome que
104 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
no era a él, sino a su hermano a quien yo buscaba y<br />
que necesitaba más explicaciones. Le di las gracias y<br />
me retiré muy desmoralizado. Tal vez fue lo mejor<br />
porque los sueldos que pagaban eran muy raquíticos,<br />
según pude comprobar en La Casa del Niño Ciego<br />
donde me ofrecieron empleo como instructor para<br />
que otros aplicaran la terapia, por ese trabajo me pagarían<br />
únicamente cuatrocientos pesos. Al regresar a<br />
México no volví a buscar al padre –me había encargado<br />
que lo visitara para darse cuenta de la atención<br />
que me daban las personas a las que había dirigido<br />
su carta–, ya que me dio pena decirle que me habían<br />
tratado con desaire. Preferí que ellos le contaran su<br />
versión como quisieran.<br />
Aunque por entonces permanecía en un dormitorio<br />
para estudiantes ciegos, iba seguido a la Colonia<br />
Roma, donde una señora ciega cubana llamada<br />
Jorgelina me rentaba un cuarto muy pequeño −que<br />
solamente tenía un sofá cama− en el que guardaba<br />
algunas de mis pertenencias; un día del mes de mayo<br />
llegué y me dijo que había llamado un doctor de Sonora<br />
y había dejado dicho que se encontraba en la<br />
Ciudad de México y que me comunicara con él. Inmediatamente<br />
me comuniqué con el doctor Gastón<br />
Cano, gustoso de que un sonorense me buscara. Nos<br />
saludamos y entre la plática me preguntó:<br />
−¿Qué has pensado, Flavio?¿Te quieres quedar aquí<br />
en México?<br />
−No, nunca he pensado en quedarme.<br />
−Vengo por ti. Si los sonorenses no hacemos grande<br />
a Sonora no podemos esperar que otros vayan a hacerlo.<br />
Vete, te voy a ayudar a que consigas un trabajo.
CUANDO EL SOL SE FUE 105<br />
Me dio mucho gusto escuchar esas palabras. ¡Claro<br />
que me iba!, si lo que deseaba es que algún sonorense<br />
me diera la mano. Contento le di las gracias.<br />
Sabía que sería difícil, pero estaba determinado a lograrlo.<br />
Desde ese momento cambió mi semblante, no<br />
dije nada, pero ya tenía una esperanza y la fe que no<br />
había perdido. Seguí trabajando entusiasmado con<br />
algunos clientes para masaje que me buscaban porque<br />
les agradaba mi atención hacia ellos, a la cual correspondían;<br />
era un ambiente muy distinto al medio<br />
en el que me había estado desenvolviendo. Ya no me<br />
quedaba en el dormitorio, pues ahí me veía obligado<br />
a irme de parranda los domingos, y lo que quería era<br />
juntar dinero para regresar a Sonora.<br />
Por fin el veinte de julio de 1973 tuve listos los<br />
preparativos para volver a La tierra del fuego, así le<br />
llamaba a Sonora por el calor y porque se oía más elegante.<br />
Recuerdo que me tocaron unos aguaceros que<br />
me dejaron hecho sopa; empaqué una ropa mojada<br />
y así me la llevé, unos zapatos nuevos se me echaron<br />
a perder, pero no me importaba porque ya me iba y<br />
tenía una esperanza. Quise conseguir un pase para<br />
gastar menos en el pasaje y me lo negaron, esto en<br />
vez de molestarme o hacerme sentir mal alentó mi<br />
espíritu, pues no me trataron como discapacitado.<br />
Compré el boleto y ni siquiera me hicieron descuento,<br />
pero estaba feliz.<br />
Cuando llegué a Hermosillo hacía mucho calor,<br />
pero me lo aguantaba. No encontré a Pancho Vásquez,<br />
el muchacho que había querido estudiar en<br />
México y que siempre me acompañaba a todas partes<br />
cuando regresaba. Así que tomé mi bastón y fui a vi-
106 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
sitar al doctor Cano, él se portó muy atento conmigo<br />
y de inmediato me llevó al DIF donde estaba como<br />
jefe de medicina física el doctor Marco Aurelio Larios.<br />
Éste me llenó una solicitud sin darme muchas<br />
esperanzas, lo hizo porque me acompañaba el doctor<br />
Cano. Me dijo:<br />
−Espera a ver si sale algo, nosotros te vamos a avisar.<br />
Le di las gracias y nos retiramos. Me despedí del<br />
doctor Cano.<br />
Tenía fe en que conseguiría un trabajo en Hermosillo.<br />
Me fui al rancho con mi mamá, Claudio y su<br />
esposa Dora, en donde estuve hasta el mes de septiembre<br />
cuando volví a Hermosillo para indagar qué<br />
había pasado con mi solicitud de trabajo. Recuerdo<br />
que me tocó estar en la capital el dieciséis de septiembre<br />
cuando tomó posesión como gobernador de Sonora<br />
don Carlos Armando Biebrich. Lo escuché por<br />
radio.<br />
Con muchas esperanzas de lograr algo, me presenté<br />
en el DIF. El doctor Larios, de carácter un poco áspero,<br />
me dijo que no abrigara esperanzas y que no echara<br />
vueltas, que si había algo ellos me lo comunicarían.<br />
Pero ni eso apagaba mi entusiasmo. Regresé al rancho<br />
donde estuve unos días. Me acomedía en todas<br />
las labores de la casa; no era lo mismo que cuando<br />
estaba sólo mi mamá. Aunque no tenía dinero para<br />
hacerle frente a la vida quería estar con mi gente.<br />
En noviembre volví al DIF en Hermosillo a darles<br />
lata preguntando si no había salido algo para mí. De<br />
nuevo me dijeron que no me apresurara, ya que era
CUANDO EL SOL SE FUE 107<br />
muy difícil, casi imposible, conseguir un trabajo ahí,<br />
pero no me apagaban la fe que mantenía en Dios y<br />
en mí mismo.<br />
De Hermosillo me fui a la Ciudad de México con<br />
el fin de vender el lugar que tenía en el Mercado de<br />
Jamaica por el que pensaba pedir dos mil pesos. Al<br />
cabo de una semana se me acabó el dinero y no logré<br />
que me dieran nada. Me ponían muchas trabas y aunque<br />
los señores que me trabajaban el puesto ya tenían<br />
más de tres meses y me debían ya unos tres mil pesos,<br />
a duras penas conseguí que me dieran cuatrocientos.<br />
Más me desilusioné de la Ciudad de México; no quise<br />
saber más de asociaciones de ciegos ni de puestos y<br />
regresé a Sonora, y aunque no me gustaba causar molestias<br />
compré con el poco dinero que tenía algunos<br />
vinos para regalar a mi hermano y a mi cuñada y estar<br />
unos días con ellos. ¿Cuánto tiempo?, no sabía...<br />
En los días navideños me fui a Nogales –ciudad a<br />
la que no había regresado desde que se casó mi hermana<br />
en 1958– y pasé ahí las fiestas muy contento<br />
con mi mamá y mis hermanos Tere y Salomón. No<br />
quería ser una carga más, pero no tenía otro lado a<br />
donde ir; Salomón trabajaba en un carro de sitio y<br />
más o menos le iba bien, pero, al igual que mi hermana,<br />
estaba muy limitado por lo que me daba pena<br />
estar causando molestias.<br />
Transcurría el tiempo y no dejaba de comunicarme<br />
al DIF de Hermosillo, pues quería conseguir trabajo.<br />
El 24 de enero sorpresivamente me llamaron para<br />
que me presentara en la ciudad de Navojoa, donde<br />
había una oportunidad en un centro de rehabilita-
108 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
ción recién inaugurado. Muy emocionado empecé<br />
a hacer los preparativos para irme, pero no contaba<br />
con dinero. Tenía únicamente ciento cincuenta pesos<br />
y muy poca ropa; mi hermano Salomón me compró<br />
dos pantalones en El Otro Lado, le pedí además un<br />
préstamo de doscientos pesos y me prestó cuatrocientos.<br />
Me fui al rancho acompañado de un sobrino para<br />
recoger unos documentos y darles la noticia de que<br />
me iba a trabajar a Navojoa.<br />
El día 27 me fui a Hermosillo, donde sólo estuve<br />
un día que aproveché para comprar unos zapatos –en<br />
la Zapatería Canadá, recuerdo− porque los que traía<br />
me apretaban bastante. Estaban junto con una ropa<br />
que unos parientes que vivían en Estados Unidos le<br />
mandaron a mi hermana y me los había regalado.<br />
Llegué a Navojoa a las ocho de la noche del 28 de<br />
enero y en cuanto bajé del autobús tomé un carro<br />
de sitio para que me llevara al DIF. Corrí con mucha<br />
suerte pues estaban en junta, que de no haber sido así<br />
no hubiera encontrado a nadie.<br />
Pasé con mi veliz y fui bien recibido por el presidente<br />
municipal don Samuel Ocaña y su esposa doña<br />
Albita Zaragoza, la directora Silvia Cevallos y algunas<br />
otras personas que estaban en la reunión. Quedé<br />
como encargado de la sala de terapia y ya previamente<br />
me había entrenado para hablar un poco de rehabilitación.<br />
Todos quedaron muy contentos y, por supuesto,<br />
también a mí todo me parecía bueno. Hubo<br />
ciertos puntos que les rebatí y eso fue lo que más les<br />
gustó; querían hacer algunas adecuaciones para ahorrar<br />
recursos −resultaban insuficientes− y no tener que
CUANDO EL SOL SE FUE 10<br />
comprar aparatos caros. Me pasaron al lugar donde<br />
iba a quedar la sala de terapia y me llevaron frente a<br />
una licuadora –más grande que una lavadora− donde<br />
preparaban el chocolate para los desayunos escolares.<br />
Decían que se podría adecuar para dar hidroterapia a<br />
los niños y les dije que no por hacer ahorros con adecuaciones<br />
había que arriesgarse a tener un accidente.<br />
Lo único con lo que se contaba era una mesa médica<br />
y aseguré que con eso podíamos empezar. Conforme<br />
se fuera creciendo se mandarían hacer mesas para la<br />
terapia y colchones para volverla más completa. Al<br />
fin y al cabo la terapia se realizaba con las manos y<br />
aunque los aparatos mecánicos eran muy buenos y<br />
útiles para hacer más rápido el trabajo y dar mejor<br />
atención a los pacientes, no habiéndolos por el momento<br />
habría que sustituir su función manualmente,<br />
ya que la terapia se inició con ejercicios manuales y<br />
movimientos pasivos y activos.<br />
Todos quedamos de acuerdo y el doctor Ocaña dio<br />
instrucciones de que me dejaran instalado en el Hotel<br />
Río Mayo, hasta donde me acompañaron la señorita<br />
directora Silvia Cevallos, una trabajadora social y el<br />
chofer, todos muy agradables. Me dieron una habitación<br />
de la planta alta, y de momento quise quedarme<br />
en el comedor, para conocer a los empleados quienes<br />
se portaron muy atentos. El hotel estaba en el centro<br />
de la ciudad y no me quedaba lejos el DIF; el chofer<br />
pasaba por mí y nos hicimos grandes amigos. El centro<br />
de rehabilitación iniciaría sus labores el día tres<br />
de febrero.<br />
En el transcurso busqué alojamiento en una casa<br />
de huéspedes que también se ubicaba en el centro
110 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
de la ciudad, quizá la única prestigiada que existía<br />
entonces, ahí se hospedaban ingenieros y licenciados<br />
y en la hora de mediodía pasaban a comer señoritas<br />
de Teléfonos de México y otros negocios cercanos.<br />
Tenía muy buen ambiente. La dueña era una señora<br />
ya grande, un poco despectiva y discriminante; en algunas<br />
ocasiones trataba de rebajarme, pero yo no la<br />
tomaba en cuenta. El encargado de la cocina y administrador<br />
era un joven homosexual, muy bueno para<br />
preparar toda clase de comidas. Aunque el ambiente<br />
era agradable no permanecí ahí mucho tiempo porque<br />
no soportaba la actitud de ese muchacho ni a la<br />
viejita, doña Cayita de la Huerta.<br />
Opté por buscar hospedaje en otro lugar que una<br />
señora me recomendó. Como ya tenía quince días trabajando<br />
pedí un préstamo para ir a Nogales pues me<br />
sentía muy contento de haber logrado hacer realidad<br />
un sueño. Como no tenía el pago con regularidad y<br />
en esta casa eran muy exigentes, me cambié a otra,<br />
propiedad de unos señores Valenzuela quienes sí se<br />
mostraron muy atentos. Esto fue en marzo de 1974.<br />
Poco a poco fui conociendo más personas, incluyendo<br />
a algunas jovencitas a las que parecía agradarles<br />
y me invitaban a sus casas. Se referían a mí como<br />
“el doctor”, lo que en un principio no me parecía<br />
bien, pero lo tomé por bueno, aclarándoles que era<br />
terapeuta físico. En Semana Santa volví a Nogales a<br />
visitar a mi mamá y a mis hermanos. Me la pasé tan<br />
bien que me pareció corto el periodo de vacaciones.<br />
Tenía treinta y dos años y me sentía realizado personalmente,<br />
sólo me faltaba el cariño de una mujer.
CUANDO EL SOL SE FUE 111<br />
Aunque mantenía mi carácter serio para no “volarme”<br />
con la primera muchacha que se me acercara, no<br />
dejaba de acelerárseme el corazón. Hubo algunas jovencitas<br />
que “me dieron entrada”, como vulgarmente<br />
se dice.<br />
Había una muchacha que me gustaba; pasaba por<br />
mí para que le diera terapia a una señora y me llevaba<br />
a su casa. Tenía una niña, pero no sé por qué razón<br />
la señora no permitió que hubiese ninguna relación<br />
conmigo.<br />
Otra jovencita –más agraciada físicamente que la<br />
primera− vivía en un rancho con su mamá y me invitaba<br />
a su casa. Como me llevaba muy bien con el<br />
chofer, y una señorita encargada en el DIF nos ofrecía<br />
uno de los dos carros para que fuéramos a dar<br />
la vuelta los domingos, después de algunas veces en<br />
que la muchacha había insistido, no me hice del rogar<br />
y fuimos a verla. Le caí bien a su mamá, doña<br />
Juana Palomares, y me dio permiso para que visitara<br />
a su hija menor, Josefina –Finita, como la llamaban−<br />
aunque no éramos novios. Esa tarde de los últimos<br />
de mayo pusieron un tocadiscos en el patio y se hizo<br />
el baile. La tierra estaba muy suelta y traíamos unas<br />
polvaredas, pero yo estaba encantado con mi amiga,<br />
hasta una foto me dio en prueba de amistad. Pronto<br />
se hizo de noche y nos retiramos. Iba que no cabía en<br />
mí, y me hacía ilusiones… Finita tenía veintiún años<br />
y yo treinta y dos, y pensaba que diez años de diferencia<br />
no eran muchos.<br />
Cuando regresamos la señora Norma, la dueña de<br />
la casa, me dijo que me habían ido a buscar, al pare-
112 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
cer para que le diera terapia a una persona.<br />
−Bueno, gracias –le dije−, ya mañana será otro día<br />
y sabremos qué es lo que quieren esas personas.<br />
Tenía sueño. Dormía en una recámara amplia en<br />
un catre de lona y a pesar del intenso calor, me arropaba<br />
con una sábana para evitar que me picaran los<br />
zancudos, de los que parecía haber millones. Sólo<br />
nos refrescábamos con un abanico. Ahí también se<br />
quedaba don Felizardo −un señor ya grande que era<br />
alcohólico, papá de la señora Norma de Valenzuela−,<br />
quien era muy atento conmigo. Cuando veía que despertaba<br />
y me sentaba para secarme el sudor y tratar<br />
de espantar los zancudos, don Felizardo se levantaba,<br />
hacía café y me llevaba una taza que me caía muy<br />
bien, por lo regular alrededor de las tres de la madrugada.<br />
Después me levantaba, me bañaba y salía al patio<br />
que daba hacia la calle esperando a que se levantaran<br />
los demás; desayunaba a las siete de la mañana y después<br />
pasaba por mí el chofer para llevarme al trabajo.<br />
Al principio eran muchos los niños que necesitaban<br />
terapia y querían que los atendiera, y no me alcanzaba<br />
el tiempo. Salíamos a las doce y media y alcanzaba<br />
a atender a la mayoría, pero regresaba como voluntario<br />
de cuatro a seis de la tarde para trabajar con los<br />
restantes.<br />
La señora que me había ido a buscar quería que<br />
atendiera a su mamá, una profesora jubilada muy<br />
activa que había padecido una embolia y presentaba<br />
parálisis. Su médico había recomendado que se le<br />
diera terapia. Fui a ver a doña Balvaneda y platicamos.<br />
Había que trabajar mucho pues sufría de hemiplegia
CUANDO EL SOL SE FUE 113<br />
izquierda; quedamos en que le iba a cobrar muy poco<br />
–sólo veinte pesos– y una de sus hijas pasaría por mí<br />
diariamente, ya que entre más trabajásemos obtendríamos<br />
más pronto su recuperación.<br />
Empezamos a trabajar con la terapia, descansando<br />
sólo los domingos. Un día, platicando con doña<br />
Balvaneda, me preguntó que si tenía novia. Le contesté<br />
que había conocido a una chamaca y me gustaba.<br />
Dijo que estaba dispuesta a darme una casa si el noviazgo<br />
cristalizaba.<br />
–Gracias, muchas gracias –respondí.<br />
Aunque le agradecía no podía ser posible. La atendía<br />
con mucho gusto, pero eso de regalarme una casa<br />
no debía ser. Era una señora muy culta. Me platicaba<br />
que había escrito un libro Los forjadores de los caminos<br />
de Sonora, y de hecho tenía un tío escritor que era<br />
secretario de educación en ese tiempo, don José Abraham<br />
Mendívil. Como ella ya se había jubilado había<br />
abierto una escuela particular que llevaba el nombre<br />
de su tío, la cual tuvo que clausurar al no poder atenderla<br />
por su enfermedad.<br />
La hija de doña Balvaneda, quien me llevaba a diario<br />
a su casa para darle terapia, me había platicado<br />
que tenía una hermana divorciada y que era muy bonita,<br />
como para que me interesara en ella. Un día me<br />
la presentó. Se llamaba Gloria Judith y no me pareció<br />
muy atractiva porque era muy liberal. No me gustó la<br />
forma de ser que percibí en ella. Al día siguiente pasó<br />
por mí y me invitó a comer.<br />
Me dio mucho gusto que me invitara a comer y le
114 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
dije a doña Norma que al rato regresaba, a lo que ella<br />
replicó:<br />
–Regrese temprano, no se le olvide que tiene que<br />
atender a un cliente en la tarde.<br />
–Sí, gracias, volveré pronto.<br />
Salimos. Venía en un carro de sitio y le indicó al<br />
chofer una dirección, fuimos a la casa de una amiga<br />
suya.<br />
–Vamos con una amiga a Pueblo Viejo –dijo ella.<br />
–Bueno, para conocer.<br />
Llegamos a la casa de su amiga −también era profesora−,<br />
estuvimos charlando. Cuando calculé que ya<br />
eran las cinco de la tarde, les dije que me la había<br />
pasado muy bien, pero que debía regresarme porque<br />
tenía un trabajo pendiente y no podía cancelarlo. No<br />
mentí, la verdad es que sí tenía compromisos que<br />
cumplir: una señora iba a llevar a su niña para que le<br />
diera terapia. Muy gentilmente la profesora se regresó<br />
conmigo para acompañarme.<br />
Aunque yo había vivido en México aún era inexperto<br />
en el trato con las mujeres, además, yo tenía<br />
principios muy bien fundamentados que mi madre<br />
me había inculcado y los llevaba en la sangre, por lo<br />
tanto, no concebía esa forma de ser tan liberal.<br />
Continué yendo a darle terapia a doña Balvaneda y<br />
su hija Gloria se hacía la aparecida; se mostraba muy<br />
atenta, me ofrecía café, me pasaba al patio en donde<br />
había árboles y me ponía una silla muy cómoda, me<br />
caía bien como amiga. Tenía tres niños, ellos se mostraban<br />
huraños y celosos, y yo trataba de ganarme su<br />
confianza, platicaba con ellos pues me inspiraban
CUANDO EL SOL SE FUE 115<br />
ternura porque estaban tristes debido a la enfermedad<br />
de su abuela quien los cuidó mucho tiempo.<br />
Los días corrían y la terapia se seguía aplicando con<br />
mucha fe. Llegaron las vacaciones escolares. Los profesores<br />
salieron a principios de junio, pero yo continué<br />
hasta el día veinte, y pronto pasó el tiempo. Me<br />
pagaron el retroactivo que sumaba tres mil pesos, y<br />
muy satisfecho de haber realizado un sueño le daba<br />
gracias a Dios. Me despedí de doña Balvaneda diciéndole<br />
que en pocos días continuaríamos la terapia.<br />
Uno de sus hijos me regaló un galón de vino Kalúa y<br />
Gloria me acompañó a que tomara el camión.<br />
Llegué a Nogales la tarde del 22 de junio de 1974;<br />
ahí se encontraban mi mamá y mis hermanos Tere,<br />
Salomón y Dimas. Esa misma tarde-noche empezó<br />
la fiesta de mi recibimiento, pues, como decía mi<br />
mamá:<br />
–No esperan más que un pretexto, y todos contentos.<br />
Le di a ella algo de dinero para que lo gastara en lo<br />
que quisiera y también a Tere. Trataba de pasar la mayor<br />
parte del tiempo con mi mamá y a ratos me iba<br />
con Salomón y con mi cuñada Martha y nos parrandeábamos.<br />
Mi cuñada nos aguantaba el relajo que<br />
hacíamos, mi hermano Salomón invitaba a un primo<br />
de nombre Gustavo Bermúdez, al que le decían “El<br />
niño”, para que amenizara el ambiente, pues era muy<br />
cómico y nos reíamos en grande con sus payasadas.<br />
Llegó el dos de septiembre y me reintegré al trabajo;<br />
no pude regresar a la casa en donde me hospedaba<br />
antes porque ya vivía en pareja con Gloria, pero
116 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
no me convencía estar atado a una mujer a la que<br />
no quería; mi amigo, el chofer, me decía que no me<br />
arrepintiera, que se veía buena mujer. Lo pensé y me<br />
quedé con ella, tomándola como mi compañera. El<br />
16 de septiembre la llevé a Nogales donde estuvimos<br />
un día muy contentos, pero mi mamá se encontraba<br />
en el rancho y no la conoció. Nos regresamos porque<br />
teníamos que trabajar.<br />
Transcurría el año de 1975 y en septiembre se cambió<br />
o le dieron cambio a Gloria a la ciudad de Nogales<br />
y me decía que yo también me cambiara, pero yo<br />
no podía porque en Nogales no había trabajo para<br />
mí, yo tenía que continuar en Navojoa porque allí<br />
me había iniciado y me había abierto paso para encontrar<br />
la manera de desarrollarme en lo que yo sabía<br />
hacer que era la terapia.<br />
Yo permanecía en Navojoa, era difícil irme a Nogales.<br />
En mi trabajo no tenía base y ni siquiera me<br />
pagaba el municipio, pero se buscaba la forma de<br />
que quedara en la nómina; mi sueldo se conseguía<br />
mediante un comité juvenil que apoyaba la Primera<br />
Dama y tenía que hacer actividades para reunir el dinero<br />
necesario. A mí se me hacía muy difícil conseguir<br />
trabajo allá. Seguía dando terapia a doña Balvaneda<br />
y a otros pacientes que requerían masaje curativo. Así<br />
transcurrió este año y yo continuaba trabajando con<br />
muchas deficiencias ya que no había dinero para cubrir<br />
mi sueldo. Los problemas se me habían multiplicado.<br />
Además, ya no podía estar en la casa de doña<br />
Balvaneda porque la señora que la atendía ya no era<br />
la que me asistía. Opté por irme a casa de mi amigo,<br />
el chofer del DIF, donde su esposa me asistía.
CUANDO EL SOL SE FUE 117<br />
Recibí el año 1976 con fe y entusiasmo de que me<br />
fuera mejor en todos los aspectos. Volví al trabajo en<br />
Navojoa y el mes de enero estuve en casa de doña<br />
Balvaneda, pero no podía continuar mucho ahí pues<br />
me traía de Nogales algunas latas que se me desaparecían.<br />
Mejor decidí hospedarme con una señora ya grande<br />
que daba asistencia a profesores. Supe de ella por un<br />
profesor un poco “deschavetado” que se llevaba bien<br />
conmigo. Estaban arreglándole la casa y nos quedábamos<br />
tres en un cuarto grande que no tenía puertas<br />
ni piso, durmiendo en unos catres de lona. Pasábamos<br />
mucho frío. No teníamos agua caliente, pero ya<br />
me había acostumbrado a bañarme con agua fría. La<br />
comida era modesta. Para la cena un vaso de leche y<br />
un plátano; en las otras horas sí estaba bien, pero era<br />
poco lo que nos cobraba y no podíamos pedir más.<br />
La casa estaba a cuatro cuadras del DIF y ya conocía<br />
el camino. Uno de los compañeros de hospedaje era<br />
profesor, trabajaba conmigo en el DIF y siempre me<br />
acompañaba, y cuando faltaba me iba solo. Con el<br />
otro muchacho que se hospedaba ahí también me<br />
llevaba muy bien.<br />
Casi todas las tardes iba a ver a doña Balvaneda,<br />
me sentía obligado a hacerlo. Ahí tomaba café –que<br />
yo preparaba− con pan. Algunas veces ella quería que<br />
le preparara café con leche y yo lo hacía con mucho<br />
gusto. La cuidaba una chamaca inexperta, pues estaba<br />
muy chiquilla, de apenas doce años. Otras veces había<br />
una muchacha muy activa que le ayudaba.
IV.- EL PASAJE OSCURO<br />
Gloria, doña Balvaneda y una comadre suya que vivía<br />
enfrente tenían una fe muy arraigada en las brujerías,<br />
cosa que yo no aceptaba, pero no decía nada por<br />
no discutir con ellas. Gloria decía que sabía practicarlas;<br />
que la familia del que había sido su marido le<br />
tenía pánico porque al separarse ella les había hecho<br />
unos hechizos y se les había muerto el ganado de ordeña<br />
que tenían. Yo me reía, pues no comulgaba con<br />
esas ideologías y más bien creía que me lo decía para<br />
atemorizarme.<br />
En la casa donde estaba hospedado había tres yucatecos<br />
muy frondosos del lado de la calle, y por<br />
entonces me empezó a despertar el canto nocturno<br />
de los tecolotes, sonido con el que estaba familiarizado<br />
pues también había en el rancho, los oía lejos en<br />
el monte, pero aquí en la ciudad se escuchaban muy<br />
cerca. Todas las noches me impresionaban esos cantos<br />
nada agradables, pero me persignaba, rezaba unas<br />
oraciones y me dormía.<br />
En agosto de 1976 me fui a la Ciudad de México<br />
con el fin de actualizarme en el funcionamiento de<br />
toda clase de aparatos que se utilizan en la terapia<br />
para realizar con más eficiencia el trabajo. Visité a<br />
algunos amigos y también a la profesora Consuelo<br />
Cornejo.
CUANDO EL SOL SE FUE 11<br />
Estuve en el Hospital Músculo-Esquelético o Centro<br />
Número Cinco. La administradora permitió que<br />
tomara datos de las instalaciones, las cuales estaban<br />
adecuadas para el trabajo de rehabilitación. Como en<br />
ese lugar había hecho mis prácticas, me sentía en confianza<br />
y me pareció bueno tomar algunos modelos<br />
de la forma en que se aplicaba la terapia, pero me<br />
encontré con la jefa de la sala –una señora con carácter<br />
de los mil demonios– y me dio una “enjabonada”.<br />
No quise saber más y salí “como perro con la cola<br />
entre las patas.”<br />
Me fui al INPI (Instituto de Protección a la Infancia),<br />
donde sí me trataron bien. Se encontraba al sur<br />
de la Ciudad de México y tenía un movimiento tremendo.<br />
Mi idea era conocer el uso de todo tipo de<br />
aparatos y su aplicación. La semana que permanecí<br />
ahí me pareció corta, una vez transcurrida, el director<br />
y el subdirector me dieron una constancia de mecanoterapia.<br />
Esto me cayó muy bien porque permanecer<br />
más tiempo requería bastante dinero y no llevaba<br />
suficiente. Quedé muy contento y les regalé una de<br />
las botellas de whisky que había llevado para obsequiar.<br />
La otra botella se la llevé al director de la Secretaría<br />
de Salud, el señor Enrique Sánchez Suárez, quien<br />
se había portado muy cortés conmigo; de paso saludé<br />
a unas amigas, entre ellas su secretaria particular,<br />
con la que le dejé la botella porque él no se encontraba.<br />
También fui a visitar a la profesora Consuelo,<br />
yo quería contarle sobre mis logros obtenidos, ya que<br />
sentía mucho afecto y gratitud por ella pues me infundió<br />
entusiasmo para seguir adelante, no obstan-
120 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
te, me causó mucha pena no poder saludarla porque<br />
andaba en una consulta y únicamente platiqué con<br />
la señora que le ayudaba en su casa, ella era como de<br />
la familia, le dio mucho gusto verme y que estuviera<br />
bien. Esperé un buen rato, pero la profesora no llegó<br />
y me retiré.<br />
Me regresé a Nogales, a esperar que llegara septiembre<br />
para volver a Navojoa, me dediqué a buscar<br />
en dónde podía trabajar. Estuve con la primera dama,<br />
doña Anita Elías de Monroy. Hubo muchas promesas,<br />
pero sólo eso. Me dijeron que fuera con una trabajadora<br />
social de un centro de rehabilitación de Nogales,<br />
Arizona. Ella sí fue más eficiente, pero necesitaba<br />
tener pasaporte para conseguir algo ahí. Me propuse<br />
obtenerlo, me hicieron dar muchas vueltas y me pusieron<br />
muchas trabas, pero al final me lo dieron.<br />
Regresé a Navojoa y se me presentaron algunos<br />
problemas: la directora Silvia Ceballos, quien había<br />
estado desde que llegué y siempre se portó atenta,<br />
se iba a otro trabajo. El nuevo director trataba de sacarme<br />
de ahí, pues yo no tenía plaza –mi sueldo lo<br />
pagaba un comité juvenil organizado por la Primera<br />
Dama–, me ofrecía conseguirme una beca para que<br />
me fuera a estudiar a Hawai, no sé si era cierto, quizá<br />
sí, mas no se lo creí; pensé que, más bien, lo que quería<br />
era que me quitara del camino, pues nunca en el<br />
tiempo que estuve en México supe que hubiera becas<br />
para estudiar en Hawai, pero él sus razones tendría.<br />
Según este nuevo director, él transformaría el centro<br />
de rehabilitación de Navojoa, poniéndolo a la altura<br />
del de Ciudad Obregón; esa era la promesa que había<br />
hecho a las autoridades. Sin embargo, yo ya no me<br />
sentía a gusto ahí.
CUANDO EL SOL SE FUE 121<br />
Pasó la Navidad y llegó 1977. Ya no volví al trabajo<br />
en Navojoa pues ni siquiera los aguinaldos me<br />
dieron, y mejor decidí quedarme en Nogales. Me la<br />
pasaba muy mal pues estaba muy limitado y hasta<br />
llegué a pensar que sí estaba embrujado, en una ocasión<br />
pasé a visitar a San Francisco en Magdalena y le<br />
pedí que me ayudara para vencer todos los problemas<br />
que se estaban presentando, pude darme cuenta<br />
de que sí logré liberarme de muchas dificultades que<br />
se me presentaban y tuve más decisión para enfrentar<br />
muchos problemas y solucionarlos.<br />
El día tres de octubre fue mi hermano Claudio a visitarme.<br />
Le conté que quería dejar a Gloria y esperaba<br />
el momento oportuno para hacerlo, finalmente tomé<br />
la determinación y nos separamos. Cuando dijo que<br />
el día siguiente regresaría a Trincheras, le pedí que<br />
llegara por mí. El día cuatro él y un primo me recogieron<br />
como a las once de la mañana. Fuimos a<br />
comer a un lugar donde vendían mariscos, y ahí los<br />
esperé hasta las cinco de la tarde; entretanto compré<br />
tres o cuatro bebidas para hacer consumo. Sólo traía<br />
como trescientos pesos que escondía en el doblez del<br />
pantalón. Salimos por la tarde y llegamos un rato a<br />
Magdalena, donde había un relajo tremendo. Quisimos<br />
llegar a ver a San Francisco, pero había mucha<br />
gente y seguimos a Trincheras, llegando ya entrada<br />
la noche a casa de mi tía Adriana. Como ya era tarde<br />
no quise despertarla; me saludó muy afectuosa por la<br />
mañana.<br />
Me quedé dos semanas en Trincheras, donde también<br />
se encontraba mi mamá. A mediados de mes fui<br />
con Claudio a Benjamín Hill, pues Dora, su esposa,
122 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
había dado a luz a unas cuatitas. De ahí le pedí a<br />
Claudio ciento cincuenta pesos para llegar a Ciudad<br />
Obregón donde tenía posibilidades de conseguir trabajo<br />
como terapeuta.<br />
Llegué a Ciudad Obregón la tarde del dieciocho de<br />
octubre. Me sentía muy cabizbajo, pero sacaba ánimo<br />
para que no se notara la pena que me agobiaba.<br />
Busqué a doña Berta, una señora que tenía un niño<br />
con parálisis cerebral. Le platiqué del problema que<br />
tuve con Gloria, y que no pensaba regresar con ella.<br />
Me dijo que me brindaba su hospitalidad para que<br />
me quedara en su casa y le diera terapia a su niño,<br />
pero que había que esperar a su esposo para consultárselo.<br />
Ahí estuve, clamando a Dios que me dieran<br />
alojamiento porque de otra manera iba a tener que<br />
irme a la central de transportes de Ciudad Obregón y<br />
esperar otro día para buscar la manera de conseguir<br />
trabajo. Otra de las posibilidades que me quedaban<br />
era contactar a un muchacho que vendía medicina<br />
homeopática y me había invitado a trabajar con él;<br />
juntos podíamos hacer sociedad.<br />
Ya de noche llegó don Alfonso, esposo de doña<br />
Berta, y me recibió muy bien. Me dijo que me podía<br />
quedar en su casa y agradecí a Dios que me hubiese<br />
llevado con ellos para que les ayudara con su niño.<br />
Respiré profundo y también di gracias a Dios porque<br />
al menos ya tenía un lugar en donde estar, lo que aliviaba<br />
un poco mi pena. Me quedé en un sofá estilo<br />
colonial, un poco duro, y me dieron una cobija que<br />
estaba rota para que me tapara, pero me sentí como<br />
en la gloria.
CUANDO EL SOL SE FUE 123<br />
Al día siguiente me familiaricé con el lugar y con la<br />
forma en que estaban dispuestos los muebles, y, sin<br />
pensarlo más, comencé con la terapia. La siguiente<br />
noche me quedé en una recámara que no tenía muebles,<br />
como no hacía frío dormí en el piso. El cuarto<br />
tenía una ventana grande que daba al patio. Serían<br />
como las doce cuando me desperté y comencé a pensar<br />
muchas cosas; en eso oí que un tecolote estaba<br />
cantando en el techo de la casa de enseguida y de<br />
inmediato empecé a rezar. El animal siguió ahí hasta<br />
que alguien le disparó con un arma de fuego y se<br />
fue.<br />
A los pocos días la señora Berta encontró a Gloria<br />
en una farmacia; se habían conocido en Navojoa<br />
cuando ella me llevaba a su niño para darle terapia.<br />
Gloria la saludó y de inmediato le preguntó si me<br />
había visto. Le contestó que no me había visto, que si<br />
Gloria no sabía nada de mí menos ella.<br />
Por mala suerte estas personas con las que había<br />
caído eran también fanáticas de las brujerías. Decía<br />
la señora Berta que yo estaba embrujado hasta los<br />
huesos, que fuéramos con un brujo que les había hecho<br />
muy buenos trabajos. Me convenció, aunque no<br />
creía. Rezaba en mi interior cuando me llevaban con<br />
el brujo Ramón. Llegamos a su casa y nos dijeron que<br />
volviéramos porque estaba dormido y no lo podían<br />
despertar.<br />
...Regresamos por la tarde y preguntamos por el señor<br />
Ramón, el brujo. Una señora nos informó, muy<br />
apesadumbrada, que ya no iba a volver porque había<br />
sufrido un infarto y había muerto. A la señora Berta le
124 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
dio un ataque de risa y no podíamos calmarla. Cuando<br />
la llevábamos decía:<br />
–Está embrujado hasta los huesos, ¡donde hasta<br />
mató al brujo!<br />
–Lo voy a llevar con un doctor que se portó muy<br />
mal conmigo –me decía en broma el señor Alfonso–,<br />
a ver si también le pasa lo mismo.<br />
Yo no creía en brujerías, pero a la vez no dejaba<br />
de pensar: “…Y en esto que sí me tienen embrujado,<br />
porque estos animales parece que me andan siguiendo,<br />
aunque no los he vuelto a oír…”<br />
En ese entonces me relacioné con unas señoritas<br />
mormonas que me dieron su amistad y me invitaron<br />
a su iglesia. Se veía que formaban una comunidad<br />
muy unida y yo les platiqué mi situación; ellas<br />
me decían que entrara a su religión y los problemas se<br />
me iban a acabar, que me iban a encontrar una mujer<br />
y me ayudarían para que emigrara al estado de Yuta.<br />
Sí me hacían pensar, pero no quería nada regalado a<br />
cambio de mi voluntad; aunque me habían comentado<br />
que una de las misioneras que pasaban por mí<br />
estaba muy bien físicamente, ni así me convencían de<br />
que entrara a su religión.<br />
Me ilusionaba la idea de irme a Estados Unidos<br />
para capacitarme, pero me decían que para recibir su<br />
ayuda tenía que ser bautizado en su religión, hacer<br />
un juramento de no desertar y estar presto a servir. Lo<br />
pensé mejor, aunque me la pasaba muy mal económicamente,<br />
me di cuenta de que había muchos que<br />
trataban de sacar ventaja, y eso no me parecía.
CUANDO EL SOL SE FUE 125<br />
Me habían proporcionado una grabadora para que<br />
estudiara El libro del Mormón. Un día un muchacho<br />
que también asistía a su iglesia me invitó a tomar<br />
unas cervezas y a escuchar música. Según él, le daban<br />
dinero porque estaba muy mal económicamente,<br />
pero el muy “conchudo” se lo gastaba en cerveza.<br />
En eso estábamos cuando llegaron las misioneras y<br />
me vieron saboreando una cerveza –ellos no aceptan<br />
ningún tipo de bebidas embriagantes ni refrescos<br />
de cola o cigarros–. Aunque no estaba faltando a los<br />
principios pues no pertenecía a su religión, sí me dio<br />
pena que vieran que estaba utilizando la grabadora<br />
que me habían dejado para escuchar un casete de Los<br />
Tigres del Norte.<br />
Asumí toda la culpa y les dije que el muchacho no<br />
había cometido ninguna falta. Lo hacía para que me<br />
dejaran en paz y a él no lo perjudicaran, pero no me<br />
creyeron y dijeron que me iban a dar otra oportunidad.<br />
Estuve de acuerdo y me puse a estudiar El libro<br />
del Mormón, esto para que no me contaran, pero no<br />
me convenció. Muy amables me invitaron en Navidad<br />
y me la pasé con ellos tomando refrescos de sabores,<br />
sándwiches, galletas, etc.<br />
Me sentía muy agradecido con los señores de la<br />
casa en donde me habían dado alojamiento y trataba<br />
de ayudarlos en todo lo que fuera posible. Le daba<br />
terapia a su niño y me quedaba en la casa con otro<br />
de sus hijos, de siete años, cuando se iban a vender a<br />
los campos. Las misioneras mormonas iban a diario y<br />
algunas veces los señores las encontraban ahí, y también<br />
a ellos les platicaban de La Iglesia de Jesucristo
126 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
de los Santos de los Últimos Días, a la que ellas pertenecían.<br />
Cuando se quedaba en la casa otra señora que cuidaba<br />
al niño, me iba con ellos a los campos en donde<br />
había bailes a vender tacos, permanecíamos allí hasta<br />
las dos o tres de la mañana. Como la señora no preparaba<br />
comida, yo comía lo que podía agenciarme;<br />
ya en la madrugada sobraban muchos tacos y me pegaba<br />
una hartada que, aunque ya no comiera en todo<br />
el día, me sentía satisfecho. Ellos no sé en dónde comerían<br />
porque todo el día se la llevaban en la calle y<br />
los ratos en que se encontraban ahí siempre estaban<br />
haciendo preparativos para la siguiente vendimia en<br />
algún campo.<br />
Casi todos los días vendían. En ocasiones sólo salían<br />
los fines de semana, pero siempre andaban en<br />
actividades. La señora Bertha tenía un problema: a<br />
todo vendedor que llegaba a la casa le tomaba algún<br />
producto para pagar en abonos. A algunos ni el<br />
enganche les daba, y yo tenía que estar sorteando al<br />
chorro de cobradores que desfilaban durante el día.<br />
Les decía que había salido, pero que ya traía el dinero<br />
y no se preocuparan, que se les iba a pagar.<br />
Había ocasiones en que se me juntaban cuatro o<br />
cinco cobradores; lo peor del caso era que les decía<br />
que yo era familiar de ella y me echaban la bronca<br />
queriendo que respondiera en su nombre. Había un<br />
señor prestamista muy ventajoso al que se le debía<br />
una cantidad, no sé cuanto sería, pero él quería que<br />
la señora le pagara de otra manera; así me lo expresó,<br />
pero yo no le dije a doña Berta. Cuando ella me
CUANDO EL SOL SE FUE 127<br />
comentó lo que quería este señor, le aconsejé que le<br />
diera su dinero y no se metiera en esos problemas.<br />
Me tenían por una persona seria y respetuosa, y<br />
es por eso por lo que la aconsejaba. Esto me daba<br />
la pauta para portarme bien y ser respetado por las<br />
personas con las que me iba relacionando, yo quería<br />
darme a conocer como terapeuta y tenía fe en que iba<br />
a salir adelante. El fin de año me la pase en un campo<br />
vendiendo tacos. Según el señor me dejaba ahí como<br />
un respeto para la señora, pero esta vez de nada valió.<br />
Volaban botellas y los policías disparaban sus armas;<br />
la señora asustada se subió al carro y yo me quedé<br />
cuidando que no se despacharan solos. Así que la<br />
veía muy difícil.<br />
Empezaba el año 1978 y yo no podía obtener ningún<br />
centavo. Al ver mi inquietud me decía el señor<br />
Alfonso Barba que no me desesperara, que pronto él<br />
se iba a alivianar y estaría en condiciones de ayudarme.<br />
La señora Berta un día me dijo:<br />
–Lo voy a llevar con otro brujo a Esperanza.<br />
Cuando estuve en consulta el brujo agarró un cuaderno<br />
y me preguntó mi nombre y el nombre de la<br />
persona que creía que me tenía embrujado. Doña<br />
Berta ya le había platicado un poco de la situación<br />
por la que estaba pasando. Y me dice:<br />
–Sí lo tienen embrujado. Yo puedo hacer un hechizo<br />
para liberarlo y que consiga trabajo y una mujer<br />
que de veras lo quiera. Sólo le voy a cobrar mil quinientos<br />
pesos.
128 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Sugirió que fuera lo más pronto posible, antes de<br />
que se fuera a agravar el problema y ya no se pudiera<br />
hacer nada. Le dije:<br />
–Sí, en cuanto tenga el dinero vengo.<br />
Nos despedimos. Fueron veinticinco pesos por la<br />
consulta. Cuando salimos ella me dijo:<br />
–Consígase el dinero, este brujo es una excelencia.<br />
Fíjese que él dice que se convierte en gato y trepa a las<br />
casas por las azoteas para dejar o tomar lo necesario<br />
para que se realicen los efectos de las brujerías.<br />
Yo no creía nada en este brujo y pensaba: “En cuanto<br />
pueda me salgo de esa casa.”<br />
Empecé a tener problemas con la señora porque en<br />
un arranque de nervios corrió a las mormonas porque<br />
según ella me andaban sonsacando, y éstas llamaron<br />
a la policía diciendo que me tenían secuestrado. Pasé<br />
una vergüenza cuando llegaron a “liberarme”. Por<br />
fortuna ahí estaba la señora Berta y les dijo a los policías<br />
que esas señoritas eran unas mentirosas, y que<br />
sólo los habían llamado porque ella las había corrido.<br />
Cuando me preguntaron si no estaba secuestrado<br />
les dije que de ninguna manera, que ya conocían los<br />
mitotes de las mujeres. En realidad ya algunas veces<br />
habían venido a la casa porque doña Berta decía que<br />
la vecina le echaba polvos malignos y por eso su niño<br />
estaba malo; aseguraba que ella había visto cuando le<br />
echaban cosas en el pasillo, pero la policía no podía<br />
hacer nada.<br />
Sentía ya el ambiente muy pesado. Quizá sólo fuesen<br />
figuraciones mías, pero sí me tocó experimentar<br />
algunos sucesos extraños en esa casa. Como una vez<br />
que estaba acostado en un catre de lona: cuando ya
CUANDO EL SOL SE FUE 12<br />
estaba durmiéndome muy a gusto me moví, la lona<br />
se rompió y fui a dar al piso; lo raro del suceso es<br />
que la lona era muy fuerte, de esas que se usan para<br />
los tapones de los canales de riego y me extrañó la<br />
facilidad con la que se trozó. Una mañana también<br />
me tocó presenciar cómo una de las ventanas grandes<br />
que tenía la sala tronó y cayeron los vidrios hechos<br />
añicos.<br />
En otra ocasión la señora me pidió que las acompañara<br />
a ella y a una bruja al panteón para traer tierra de<br />
la tumba de una persona que se llamara igual que su<br />
vecina para hacer un preparado y lograr que se fuera<br />
de ahí. Cuando llegamos al panteón su chamaco y yo<br />
nos quedamos en el carro; mientras esperábamos se<br />
produjo un corto y el carro estuvo a punto de incendiarse.<br />
Aclamé a Dios y a los santos de mi devoción<br />
para que no pasara a mayores.<br />
Llenaron una bolsa con tierra para mezclarla con<br />
chiltepines y otros menjurjes y esa misma noche la<br />
señora Berta me pidió que yo la tirara en el patio de la<br />
vecina. Ésta protestó y llamó a la policía. Era un montón<br />
de tierra el que le habían desparramado; como<br />
me vi obligado a participar y alguien nos había descubierto,<br />
me encontré metido en apuros. La vecina<br />
aseguraba haberme visto echar la tierra en el piso del<br />
patio, y doña Berta por su parte –aprovechando las<br />
circunstancias– decía que yo tenía la culpa porque la<br />
había tirado junta…<br />
Ya no quise saber más y tomé mis cosas. Me fui a<br />
Hermosillo con mi amigo Francisco Vásquez. Como<br />
sólo traía diez pesos venía pidiéndole a San Antonio
130 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
que pudiese encontrar un carro de sitio que me cobrara<br />
esa cantidad. Y me hizo el milagro. Cuando me<br />
bajé del camión en la central comencé a orientarme<br />
para darme cuenta en dónde estaba la salida a la calle<br />
y trataba de percibir hacia dónde caminaba la gente.<br />
En eso se me acercó un muchacho y con voz educada<br />
me dijo:<br />
–Buenas tardes, ¿espera a alguien?<br />
–No, quiero salir hacia la calle.<br />
–Yo venía por un hermano y como veo que no llegó<br />
le doy un raid hasta donde usted viva.<br />
Me acompañó a la salida y subimos a un Volkswagen.<br />
Di gracias a Dios y a San Antonio porque no me<br />
dejaban de la mano.<br />
Llegamos a casa de mi amigo Pancho. Él tomaba<br />
sus alimentos con unos parientes que vivían enseguida;<br />
en su casa también tenía refrigerador y estufa,<br />
pero no comida. Esperaba que sus familiares me invitaran<br />
a comer, pero sólo me ofrecían café, con lo que<br />
me daba más hambre. Yo le decía a Pancho:<br />
–Cómprate algo para comer.<br />
Compraba entonces tres pesos de bolonia y le pedía<br />
tortillas a su prima, o llegaba y él mismo tomaba<br />
lo que encontrara en la cocina, pero yo me tenía que<br />
aguantar el hambre. De vez en cuando me invitaban<br />
un plato de sopa que me parecía una delicia.<br />
Como a las dos semanas de haber llegado me encontraba<br />
en el patio, estaban unas primas de Pancho<br />
de visita y yo me hallaba un poco apartado de ellos<br />
cuando llegó un carro y me hablaron. Me acerqué<br />
y era doña Berta, me sorprendí al saludarla porque<br />
ella no sabía dónde encontrarme, posiblemente me
CUANDO EL SOL SE FUE 131<br />
había oído mencionar el lugar, pero no tenía alguna<br />
pista de donde hubiera podido obtener la dirección<br />
de Pancho, eso me dejó helado y pensé que quizá<br />
gracias a las brujerías ella no tuvo problemas para dar<br />
conmigo:<br />
–Vengo por usted –me dijo.<br />
Le avise a Pancho que regresaba en un rato. Me llevó<br />
a casa de una hermana suya, donde estaba también<br />
don Alfonso, su marido. Me contaron que iban<br />
a Calexico, California a consultar a un médico especialista<br />
en niños con PCI (Parálisis Cerebral Infantil)<br />
que les habían recomendado diciéndoles que era una<br />
eminencia. Tenían fe en que Lupito se iba a componer<br />
y sería un niño normal. Les dije:<br />
–¡Qué bueno que la fe no se les acabe porque es lo<br />
principal!<br />
Me dijeron que creían que me había venido enojado.<br />
–Con ustedes no puedo enojarme. Lo que busco es<br />
poder trabajar, por eso me vine. En cuanto me vaya<br />
bien, con mucho gusto voy a visitarlos.<br />
Nos encontrábamos en un taller de muebles que<br />
tenían sus sobrinos donde, de momento, me sentí<br />
mejor que en casa de Pancho. Tomamos café con pan,<br />
les deseé suerte y les reiteré que en cuanto pudiera iría<br />
a visitarlos y a ver cómo estaba Lupito, su hijo. Doña<br />
Berta me dio ciento cincuenta pesos que me cayeron<br />
muy bien porque no traía ni un cinco, como se dice<br />
vulgarmente. Como a las once de la noche uno de los<br />
muchachos me dio un raid y ya no tuve que gastar en<br />
carro de sitio.
132 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Con ese dinero en la bolsa, hice el plan de irme<br />
a Navojoa donde tenía unos clientes para terapia.<br />
Cuando Pancho me decía que sacara el dinero para<br />
comer no quise hacerlo porque se me iba a acabar y<br />
le decía que no íbamos a comer porque no traía ni<br />
un peso. Una prima de Pancho me invitó un café y<br />
una tortilla con mantequilla que me supieron muy<br />
buenos; a la hora de la comida no me aparecía para<br />
que no se vieran obligados a invitarme. Carolina –la<br />
prima de Pancho– tenía muchos chamacos y su esposo,<br />
quien era mueblero, no estaba con ella y lo que<br />
le daba no le alcanzaba para comer, e invitándome a<br />
mí menos.<br />
Mis planes eran irme esa misma tarde y esperaba<br />
que pasaran las horas. No había comido nada, pero<br />
andaba con ánimo aunque un poco débil. Serían<br />
como las cinco de la tarde cuando llegó un señor que<br />
conocía a Pancho y lo llamó. Me había visto con él<br />
pues pretendía a una vecina y seguido iba por ahí.<br />
–Ven, y trae también a tu amigo.<br />
Me acerqué y me presenté. Me dijo:<br />
–Soy Octavio Loustaunau y trabajo en la fiscal. Los<br />
voy a invitar a comer.<br />
¡Qué gusto me dio! “No –me dije–, San Antonio<br />
me ayuda”, pues yo le pedía que consiguiera de comer.<br />
Nos fuimos en su carro y nos platicó que la verdad<br />
era que había invitado a unos amigos y lo habían<br />
dejado plantado. La comida fue un delicioso choup<br />
suey y nos dijo que comiéramos lo que quisiéramos<br />
pues había mucho. Nos pegamos un buen atracón.<br />
Pancho era de buen comer y yo andaba por el estilo.<br />
El día siguiente me fui a Navojoa. Llegué con doña
CUANDO EL SOL SE FUE 133<br />
Balvaneda, se puso muy contenta. Cuando le dije que<br />
iba a estar unos días, me invitó a quedarme en su<br />
casa. Le dije que si Gloria se enteraba no le iba a parecer,<br />
a lo que replicó que ella era la dueña y si Gloria<br />
venía y se ponía carrascalosa la corría. Me quedé con<br />
mucho gusto.<br />
Otro día vino a buscarme una pareja para que le<br />
diera terapia a una señora que padecía hemiplegia<br />
y había ya visitado a muchos médicos, brujos y curanderos<br />
sin lograr ninguna mejoría. Tenían mucho<br />
dinero, pero tanto ella como él eran de trato muy<br />
difícil. Les habían dicho que lo único con lo que la<br />
señora podría curarse era con terapia, pero que fuera<br />
constante. Me contrataron y les dije que les iba a<br />
cobrar barato. No me preguntaron cuánto, lo que sí<br />
dijeron fue que si la señora se componía me harían<br />
un buen regalo.<br />
–Yo no quiero regalos, primero Dios que se componga.<br />
Me convino porque pasaban por mí a las siete de<br />
la mañana y allá desayunaba y comía muy bien; le<br />
daba a la señora dos sesiones de terapia –a las diez<br />
de la mañana y a las dos de la tarde– y a las cinco me<br />
llevaban a casa de doña Balvaneda.<br />
Trataba de estar ocupado todo el día para no pensar<br />
en los problemas y platicaba un rato con doña<br />
Balvaneda, a ella le gustaba mucho que le contara<br />
anécdotas de mi pueblo, se emocionaba, reía y olvidaba<br />
sus penas. Me decía:<br />
–Escriba un libro con todas esas cosas que me platica.<br />
Yo escribía, y de hecho escribí un libro: Los forjadores<br />
de los caminos de Sonora.
134 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Ya en la noche lavaba mi ropa, pues no contaba<br />
más que con cuatro pantalones buenos y unas cuantas<br />
camisas, pero los mantenía bien ordenados y para<br />
el trabajo usaba la ropa más viejita, así que siempre<br />
andaba bien arreglado y limpio.<br />
Más o menos un mes estuve dando terapia a esta<br />
señora. Tanto ella como el señor eran de esas personas<br />
que quieren ver resultados de un día para otro, y<br />
eso no es posible. Les decía que tuvieran paciencia,<br />
con paciencia se logran muchas cosas. Ya se apreciaba<br />
una leve mejoría, caminaba con un andador y ella<br />
también nos acompañaba cuando iban a dejarme.<br />
Les pedí que me dieran algo de lo que me debían y<br />
con dificultad me dieron veinte pesos; aunque tenían<br />
mucho, eran extremadamente tacaños. Por esos días<br />
fueron a ver a un brujo a Sinaloa, el cual les dijo que<br />
lo que yo le hacía la estaba empeorando y que él sí<br />
la iba a sanar. Cuando regresaron así me lo hicieron<br />
saber, un poco incómodos. A mí en realidad me cayó<br />
bien, pues ya no tendría que tratar con esas personas<br />
tan variables y difíciles.<br />
Al otro día me tocó ir a atender a un señor que<br />
tenía un problema con el nervio ciático. Se compuso<br />
y me pagaron muy bien. Como a los quince días<br />
fueron a buscarme los mismos señores que habían<br />
dicho que mi trabajo no servía como si nada hubiera<br />
pasado, para que siguiera con el tratamiento. Como<br />
sabían que andaba muy mal económicamente y no<br />
tenía dónde comer, me dijeron que tenían una muchacha<br />
nueva que hacía muy buena comida. Les dije<br />
que sí iba a seguir dándole terapia a la señora, pero
CUANDO EL SOL SE FUE 135<br />
primero tenía que ir a ver un trabajo para el que me<br />
hablaron y después volvería con ellos.<br />
Fui el fin de semana a Ciudad Obregón a visitar a<br />
la señora Berta –con la que antes había estado hospedado–<br />
y a su esposo para saludarlos, saber cómo<br />
les había ido en Calexico y cómo estaba Lupito. La<br />
señora muy contenta me dijo:<br />
–¡Qué bueno que viene! ¿Se va a quedar con nosotros<br />
unos días?<br />
Con pena, me contaron que el problema del niño<br />
era algo grave y ya no pudieron agregar más; no seguí<br />
preguntando.<br />
No dejaba de pedir a Dios y a San Antonio que mejorara<br />
mi situación, porque este santo siempre me oía<br />
y me ayudaba a resolver los problemas. Pasé la noche<br />
en casa de la señora Berta y me invitaron a cenar<br />
unos tacos porque en la casa casi nunca había comida<br />
–tenían en la cocina un refrigerador que no servía–,<br />
pero hacían un café colado muy bueno. Yo les estaba<br />
agradecido por lo bien que se habían portado conmigo<br />
cuando más lo necesitaba.<br />
Otro día, como a las once de la mañana, se estacionó<br />
un carro del que se bajó una persona:<br />
–¡Hasta que te encuentro!<br />
Salí a recibirlo, se trataba del ingeniero Manuel Andalón.<br />
También la señora Berta salió y lo invitó a pasar.<br />
Siguió diciendo:<br />
–Sí, te busco porque te necesito. Así es que no te<br />
vas a hacer el que no puedes. Es que está aquí en Sonora<br />
una hermana mía; su hija se accidentó y necesita<br />
que le den terapia. ¿Estás dispuesto?
136 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
–Sí, cómo no.<br />
El corazón se me aceleró y sentí que se me iluminó<br />
la cara de alegría. ¡Qué gusto sentí! La señora Berta<br />
me dijo:<br />
–¿Qué, se va a ir y nos deja?<br />
Y el señor don Manuel Andalón:<br />
–¿Entonces qué dices?, ¿nos vamos?<br />
–Sí, pero hasta el día de mañana.<br />
Era el quince de mayo de 1978. Me dejó doscientos<br />
pesos para lo que se me ofreciera y dijo que al día<br />
siguiente pasaría por mí. Di gracias a Dios.<br />
Un día después, como a las diez de la mañana, salimos<br />
hacia Navojoa. Bertita, la esposa del ingeniero,<br />
era muy amable conmigo. Ya había tratado a uno de<br />
sus niños y era por eso que don Manuel me buscó<br />
para que le diera terapia a su sobrina, lo que considero<br />
un verdadero milagro dadas las circunstancias en<br />
las que entonces me encontraba. Me presentaron con<br />
la doctora Catalina Andalón quien se mostró muy<br />
cortés, y con su hija Marta Gómez Andalón la cual<br />
permaneció muy callada. Platicamos y de inmediato<br />
comencé a trabajar en la terapia. Bertita nos prestó la<br />
mesa del comedor para que ahí diera la terapia mientras<br />
conseguíamos otra más adecuada para ello.<br />
Esta vez me hospedé con unos amigos que tenían<br />
un restaurantito. Sin querer llegué con ellos y les pregunté<br />
si sabían de un lugar donde pudiera quedarme,<br />
de inmediato me dijo don Tacho Valenciano, una<br />
persona muy tratable:<br />
–Aquí quédese. No le va a costar nada, más que lo<br />
que consuma en mi restaurante.<br />
Me dio mucho gusto saber que todo se iba solucio-
CUANDO EL SOL SE FUE 137<br />
nando y oré “¡Gracias, Dios mío, por todos los favores!”<br />
Estos señores tenían también un taller de carpintería<br />
blanca o de calidad. Al día siguiente le dije a la<br />
doctora Catalina:<br />
–Los señores con los que me hospedo son carpinteros.<br />
Me dijo que les preguntara en cuánto le salía hacer<br />
una mesa para la terapia. Como yo ya les había<br />
dicho las medidas más adecuadas ya sabía el costo.<br />
Quiso mandarla hacer y me dio el dinero. Al otro día<br />
llegaron con la mesa, le pareció buena, fuerte y muy<br />
liviana. La acomodó en una recámara que contaba<br />
con refrigeración, pues el calor era muy fuerte y así<br />
trabajaríamos mejor. El trabajo era agotador, pero yo<br />
estaba contento con Dios y con todos los santos.<br />
Seguía en el restaurante El Pacífico del señor Tacho<br />
Valenciano, el establecimiento estaba patrocinado<br />
por la cerveza Modelo que en ese tiempo se vendía<br />
mucho. Tanto don Tacho como la señora que trabajaba<br />
en la cocina se portaban muy bien conmigo.<br />
Conocí al esposo de ésta al que también le caí bien,<br />
aunque no iba mucho por ahí. Me llamaban “el doctor”.<br />
Me desayunaba y arreglaba para ir a darle terapia<br />
a Martita, así le llamaba de cariño, ya que en realidad<br />
era una chamacona de un metro ochenta y cinco centímetros<br />
de estatura. Tenía resueltos todos los problemas<br />
pues el chofer del señor Andalón pasaba por mí<br />
a las siete de la mañana, a mediodía comía en su casa<br />
y en la cena tomaba cualquier cosa, ya que la comida<br />
por lo regular era abundante y suculenta.
138 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
El cinco de junio de ese año la doctora iba a llevar<br />
a Marta a una consulta que tenía concertada con<br />
un especialista en problemas musculares, un médico<br />
muy acertado, según decían, en la ciudad de Phoenix.<br />
Como iban a permanecer allá una semana me dijo<br />
que iba a estar fuera y me dio una cantidad considerable<br />
de dinero para que fuera a ver a mi mamá. Regresando<br />
de Phoenix se irían a Guadalajara, me preguntó<br />
si estaba dispuesto a irme con ellos, le contesté que<br />
sí me iba, que me interesaba mucho trabajar.<br />
Para llegar a donde vivían mi mamá, mi hermano<br />
Claudio y su esposa Dora me acompañó un sobrino<br />
desde Nogales hasta Trincheras y de ahí al rancho.<br />
Estuve con ellos unos días. Mi mamá se encontraba<br />
muy triste porque mi tía Adriana había muerto el día<br />
cinco de junio –apenas hacía una semana–, pero ella<br />
era muy fuerte y tomaba las cosas con resignación. La<br />
tranquilizaba haciéndole plática de cosas buenas que<br />
nos habían ocurrido. Le conté que me iba a Guadalajara<br />
a trabajar dando terapia a la hija de una doctora<br />
que en un accidente había sufrido una lesión en la<br />
séptima vértebra cervical, lo que la había dejado paralítica;<br />
que un hermano de la doctora me había recomendado<br />
y, como yo no tenía un trabajo constante,<br />
me convenía irme a probar suerte en otro lugar. Ella<br />
me dio muchos consejos y me encargó que no dejara<br />
de pedirle a Dios que me protegiera; dijo que ella iba<br />
a estar pidiéndole que no me dejara de su mano y<br />
que nada malo me ocurriera. Me echó la bendición y<br />
me marché más tranquilo.<br />
Me fui a Nogales a casa de mi hermana Teresa, la<br />
doctora me había dicho que ahí me recogería cuando
CUANDO EL SOL SE FUE 13<br />
volviera de Phoenix, pero como se tardaban regresé<br />
a Navojoa y ahí esperé una semana más mientras venían.<br />
Al llegar me contaron que el doctor aseguró que<br />
todo iba muy bien, que en estos casos se componía<br />
uno en un millón y que podía decirse que era un milagro<br />
el que estaba efectuándose. Marta muy animada<br />
decía que de ninguna manera me iban a dejar ir.<br />
Ese mismo día llegaron también otras dos hijas de<br />
la doctora, Claudia y Miru, jóvenes muy educadas y<br />
amables a quienes les caí bien y me trataron como<br />
si me conocieran de siempre. Fuimos a la playa de<br />
Huatabampito y una sobrina de la doctora que vivía<br />
en Ciudad Obregón las invitó a su casa. Al tercer día<br />
pasaron por mí para seguir con la terapia; me fui a<br />
Ciudad Obregón en la parte trasera de un pick up,<br />
con un calor de los mil demonios. Improvisé para dar<br />
la terapia, mas como no había nada adecuado para<br />
darla nos regresamos a Navojoa.<br />
Casualmente el veinticinco de junio –como cuando<br />
por primera vez salí del rancho y de Sonora–, la<br />
doctora y Marta se trasladaron en avión a Guadalajara,<br />
fui al aeropuerto de Ciudad Obregón con uno de<br />
los choferes a dejarlas. Yo viajé el día veintisiete en el<br />
tren bala y llegué a las siete de la tarde del veintiocho.<br />
Estaba lloviendo mucho y esperé un rato hasta que<br />
llegaron la doctora y Miru. También iba Marta, muy<br />
asustada por la lluvia.<br />
Nos trasladamos a una suite del Hotel Guadalajara.<br />
Me sentía un poco desubicado en un lugar que<br />
no conocía y la suite me resultaba muy pequeña.<br />
Había llegado ya la mesa de terapia que enviamos el
140 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
día veintiséis; la llevaron hasta la puerta de la suite y<br />
únicamente cobraron cuarenta pesos, un servicio que<br />
nos pareció muy barato y eficiente.<br />
El hotel tenía una alberca y alrededor de ella muchas<br />
sillas; había también varios postes de metal que<br />
tenía que sortear para llegar a la suite. Salí y, muy callado,<br />
me senté a la orilla de la alberca. En eso me<br />
pregunta la doctora:<br />
–¿A dónde quiere ir?<br />
Le dije que quería buscar a un amigo que había<br />
conocido en la escuela para ciegos.<br />
–Me parece bien. Ahorita mismo vamos a buscarlo<br />
para que tenga con quien platicar.<br />
Fuimos a la Escuela del niño ciego y preguntamos<br />
por Eduardo Padilla. Un muchacho nos dijo:<br />
–Vino un rato hace unos tres días, pero él ya no<br />
está aquí.<br />
–Dígale que vino una persona a buscarlo.<br />
–Se lo diré cuando venga. Déjeme su nombre y el<br />
del lugar donde está viviendo.<br />
Le dije que en el Hotel Guadalajara y aseguró que<br />
le daría mi recado.<br />
La doctora y sus hijas fueron a visitar a unos parientes,<br />
me invitaron y acepté ir con ellas. Al llegar les<br />
dije que las iba a esperar afuera.<br />
–Pero vamos a durar mucho tiempo.<br />
–No importa, las espero aquí.<br />
Después de un rato salió una muchacha y me preguntó<br />
a quién esperaba. Le dije que venía con la doctora<br />
Andalón.<br />
–Ella es mi tía Catalina y yo soy la licenciada Lupita<br />
Vera. No tiene que esperar aquí solo. Véngase.
CUANDO EL SOL SE FUE 141<br />
Me tomó del brazo y me pasó a la casa. Al entrar<br />
pude tocar ligeramente la puerta de madera tallada,<br />
en el ambiente había un aroma suave, subimos unas<br />
escaleras alfombradas, el pasamanos –igual que la<br />
puerta– era de madera tallada, por lo que pude imaginar<br />
que era una casa muy elegante y grande. Llegamos<br />
a un lugar muy cómodo en donde estaba la<br />
doctora platicando, muy tranquila, con una señora.<br />
La muchacha le dijo:<br />
–Tía, ¿dígame por qué no pasó a este señor? No<br />
tiene perdón.<br />
–No –le dije–, lo que pasa es que yo no quise pasar.<br />
La doctora confirmó:<br />
–Así es, él no quiso pasar por más que insistí.<br />
Las personas de la casa se mostraron amables y dijeron<br />
que no tuviera pena, que era mi casa y cuando<br />
quisiera fuera a comer con ellos. Me sentí muy bien y<br />
les agradecí todas sus atenciones. Tomamos café con<br />
pastel y ya tarde regresamos al departamento.<br />
Al día siguiente acomodamos la mesa de terapia y<br />
le apliqué los ejercicios a Marta. Después de la comida<br />
salí un rato a sentarme junto a la alberca, cuidando<br />
de no caerme ya que no había ninguna protección<br />
y estaba al nivel del piso, pues con el bastón había<br />
notado que el agua estaba hasta el borde, derramándose.<br />
Más tarde llegó un médico, amigo de la doctora.<br />
Él no me tomó en cuenta cuando le dijeron que le<br />
aplicaba terapia a Marta, sólo comentó con un tono<br />
áspero:<br />
–¿Y crees que se va a componer con que esta persona<br />
le haga unos ejercicios?
142 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
–Pues sí lo creo, porque para Dios no hay imposibles.<br />
–Pues puedes hacer lo que quieras con tu hija.<br />
Esta conversación me intranquilizó pues temía que<br />
la doctora se dejara llevar por las opiniones de esta<br />
persona. Aunque ella tenía su criterio bien formado,<br />
sí analizaba los comentarios que le hacían.<br />
Como a las cinco de la tarde oí que alguien con un<br />
bastón se estaba acercando a la alberca y dije:<br />
–¡Cuidado que estás junto a una alberca!, ¿a quién<br />
buscas? Ya se dirigió a mí.<br />
–Busco a un señor Flavio que preguntó por mí en<br />
la escuela.<br />
–Soy yo, ¿tú quién eres?<br />
–Eduardo Padilla; vine a buscarte para saber qué se<br />
te ofrece.<br />
Un rato después salió la doctora y le dije:<br />
–Este es el muchacho que fuimos a buscar ayer.<br />
Eduardo le dijo que me iba a llevar a una asociación<br />
que estaba en el centro y regresaríamos un poco<br />
tarde. Le dije a la doctora que no se preocupara, que<br />
al rato regresaba.<br />
–Pero ya es muy tarde.<br />
–No importa, la noche y el día son iguales para nosotros.<br />
Lo voy a acompañar, no tenga pendiente –respondió<br />
Eduardo.<br />
–Está bien, nada más cuídense mucho.<br />
Nos fuimos a la asociación. Tomamos un camión<br />
que nos dejó a una cuadra y al llegar me presentó a algunos<br />
de los integrantes. Un maestro llamado Sebastián<br />
Anguiano Manzano, muy preparado y amable,
CUANDO EL SOL SE FUE 143<br />
comentó que la siguiente semana quería que fueran<br />
a llevarle serenata por su cumpleaños a la señora Irene<br />
Adoración Pelayo, oficial mayor del gobierno de<br />
Jalisco en esa época, se había portado muy bien con<br />
ellos por lo que se sentían en deuda y era una manera<br />
de corresponderle. Me invitaron y quedé en acompañarlos.<br />
Ya como a las once de la noche, mi amigo me<br />
dejó hasta la puerta del departamento. La doctora salió<br />
y Eduardo le dijo:<br />
–Aquí le traigo al niño.<br />
–No tienen comparación ustedes los ciegos. Son el<br />
demonio –contestó ella.<br />
–Bueno, mañana vengo por ti.<br />
–No, yo me voy solo.<br />
Empezaba a aprender a utilizar el transporte público<br />
en la ciudad de Guadalajara.<br />
El día que fuimos a llevarle serenata a la señora Pelayo<br />
nos reunimos un grupo como de quince muchachos<br />
ciegos. Ahí conocí a otros que aún no me habían<br />
presentado; iba también el maestro Anguiano, él me<br />
había invitado. Tocaba muy bien el órgano, era maestro<br />
de una secundaria y, además, tocaba en las calles<br />
para obtener así algunos pesos más. Estuvimos en la<br />
casa de la señora Irene, nos ofrecieron pastel, refresco<br />
y unos bocadillos. Como permanecía callado y los<br />
demás conversaban, la señora Irene se acercó y me<br />
dijo:<br />
–A usted no lo conozco.<br />
–Soy nuevo.<br />
–¿De dónde es usted?<br />
–Vengo de Sonora. Me invitaron a venir a darle serenata<br />
y por eso estoy aquí.<br />
–Pues estoy para servirle. Mi oficina está en el Pala-
144 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
cio de Gobierno. No dude en buscarme si tiene algún<br />
problema.<br />
Salimos de su casa como a las doce de la noche.<br />
Tomé un sitio y no tuve ningún contratiempo para<br />
llegar a la suite.<br />
Podía trasladarme ya sin problemas a la asociación<br />
–que estaba junto al Mercado Alcalde–, y me había<br />
familiarizado con las calles del centro. Pero no se<br />
pudo continuar en el hotel y nos cambiamos a un<br />
departamento situado en el tercer piso de un edificio<br />
de la colonia Altamira, muy cerca de la Basílica de Zapopan.<br />
El edificio contaba también con alberca y tuve<br />
que adaptarme a los escalones, pero me acomodaba a<br />
lo que fuera; lo que sí se me hacía pesado era subir a<br />
Martita hasta el tercer piso, pero al poco tiempo ella y<br />
la doctora se fueron a Piedras Negras, y yo me quedé<br />
porque iban a regresar. No tenía más quehacer que<br />
ir y venir a la asociación a ver cómo podía conseguir<br />
trabajo. Recurrí a la licenciada Irene y muchas veces<br />
fui a buscarla al Palacio, pero nunca me recibió, quizá<br />
porque estaba “muy ocupada” o simplemente no<br />
quiso hacerlo.<br />
Habían pasado ya dos meses desde que se habían<br />
ido Martita y la doctora. Yo no tenía nada qué hacer.<br />
A Claudia y a Miru les pedía algo de dinero para los<br />
camiones; me daban diez pesos, y con eso me iba al<br />
centro y ahí permanecía todo el día, en ocasiones jugando<br />
dominó para pasar el tiempo.<br />
Pensé ir a los hospitales a ver si me daban trabajo;<br />
un buen día me decidí y fui al Hospital México Americano.<br />
Logré llegar con el director, se mostró muy
CUANDO EL SOL SE FUE 145<br />
atento, y le planteé mi petición de que me dieran la<br />
oportunidad de trabajar como masajista, al principio<br />
le pareció bien. Me pidió algún documento que me<br />
respaldara y le mostré una copia del certificado que<br />
me acreditaba como terapeuta y masajista. Me dijo<br />
que por él no había inconveniente, pero además había<br />
que considerar la opinión del encargado del Departamento<br />
de Terapia Física, y me dirigió con él para<br />
que me diera su aprobación. El terapeuta encargado<br />
me puso muchas trabas y en pocas palabras terminó<br />
diciendo que no podía porque estaba ciego. Le di las<br />
gracias y me retiré.<br />
Seguí esperando a que regresara la doctora para ver<br />
qué iba a pasar, ya me encontraba muy impaciente.<br />
Como era el mes de octubre y el edificio estaba sobre<br />
la calle Prolongación de las Américas que llevaba a la<br />
Basílica de Zapopan, me tocó presenciar el día doce la<br />
peregrinación que traía a la virgen a su casa después<br />
de más de tres meses de haber salido. Se organizaba<br />
una fiesta en grande; ese día salí muy temprano porque<br />
en la calle había mucho tumulto y tuve miedo<br />
de no poder llegar al centro. El paso de la peregrinación<br />
fue en la noche, pero la fiesta se prolongó hasta<br />
el amanecer; los mariachis y algunos conjuntos norteños<br />
tocaban y la algarabía de la fiesta no me dejó<br />
dormir.<br />
Los días siguientes me encontraba un poco triste<br />
porque no tenía ingresos. Llegó el menor de los cuatro<br />
hijos de la doctora, con el que me enviaba unos<br />
pantalones y camisas de buena calidad, unos lentes<br />
para el sol, etcétera, pero lo que me animó fue la no-
146 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
ticia de que regresarían a Guadalajara los primeros<br />
días de noviembre.<br />
Estaba muy contento y ya me había olvidado del<br />
ave que me cantaba en Sonora. Dormía en una recámara<br />
de servicio que tenía una ventana con vista<br />
hacia un lugar en donde había muchos árboles. Una<br />
noche lluviosa de los últimos de octubre como a las<br />
dos de la madrugada, me despertó el canto de una<br />
lechuza, la oí a través de la ventana, pero pensé que<br />
se encontraba dentro del cuarto; me acordé de que<br />
no podía entrar porque había una alambrera. Lleno<br />
de pavor me puse a rezar y cuando me tranquilicé<br />
un poco fui a la ventana para cerciorarme de que la<br />
alambrera no estuviera rota. Volví a escucharla en los<br />
árboles, cerré el vidrio y seguí rezando hasta que se<br />
me pasó el miedo y al fin pude conciliar el sueño.<br />
Al siguiente día, Miru y Claudia, como acostumbraban,<br />
iban a la universidad. Por lo regular yo me<br />
quedaba y me alistaba, tomaba algo de desayunar<br />
que ellas como atención me preparaban –aunque yo<br />
les decía que no se molestaran y que yo me podía<br />
hacer el desayuno–, después me iba y volvía hasta la<br />
noche. Cuando regresé me encontré con la noticia de<br />
que, cuando salí, habían entrado al departamento y<br />
robado unas joyas, una televisión portátil y algunas<br />
otras cosas. Como Claudia llegó temprano y vio que<br />
habían falseado la cerradura fue a la judicial a poner<br />
la denuncia y detuvieron al conserje. Se armó la<br />
“bitachera”, porque el encargado del condominio le<br />
“echo la aburridora” a ella y la querían detener. No<br />
les permití que entraran al departamento, y ella muy<br />
asustada le habló a su mamá y le expuso el problema
CUANDO EL SOL SE FUE 147<br />
en el que nos encontrábamos. La doctora se vino de<br />
inmediato, otro día estaba ahí. Claudia no podía salir,<br />
y se arregló el problema con la condición de que<br />
dejáramos de inmediato el departamento y le devolvieron<br />
a la doctora el dinero que había dejado en depósito.<br />
Apenas habíamos cumplido tres meses ahí.<br />
Nos cambiamos a la suite de un hotel llamado<br />
La Giralda que se ubicaba en La Plaza del Sol, en la<br />
zona hotelera. El lugar estaba muy bien, aunque no<br />
tan elegante como el edificio de Prolongación de las<br />
Américas. De ahí caminaba dos cuadras y llegaba a<br />
la avenida López Mateos, donde tomaba un camión<br />
que me dejaba en el centro cerca de la asociación de<br />
ciegos. Por entonces andaba en romances con una<br />
muchacha invidente; no sentía amor por ella, pero sí<br />
sentía la necesidad de tener una ilusión.<br />
La doctora se regresó a Piedras Negras porque<br />
iba por Marta. Vendría también doña Catalina –su<br />
mamá– y una de sus hermanas, Trini, una señorita<br />
ya grande y soltera. Llegaron los primeros días de noviembre.<br />
La suite era amplia: tenía dos recámaras en<br />
la planta alta y una sala-comedor en la parte de abajo,<br />
donde yo me quedaba padeciendo ciertas incomodidades:<br />
dormía en un colchón de un sofá que tendía<br />
en el piso y me tapaba con una cobija muy chica porque<br />
no había más; en la sala estaba un ventanal grande<br />
con una alambrera que tenía algunos hoyos por<br />
donde se metían arañas provenientes de un jardín<br />
con muchas plantas de plátano que se encontraba<br />
enfrente, eran de esas arañas patonas que no pican,<br />
pero sí es molesto que se le suban a uno, las sentía<br />
pasearse por encima de mí y las aventaba. Como yo
148 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
estaba para atender a Marta, algunas noches ella me<br />
hablaba para que la llevara al baño, lo hacía con gusto<br />
porque la doctora se portaba muy bien conmigo.<br />
Y cuando más a gusto estaba descansando, Claudia y<br />
Miru prendían el carro; la cochera quedaba frente a<br />
la ventana, el humo del carro hacía que me levantara<br />
y para no intoxicarme subía corriendo a la planta de<br />
arriba.<br />
Como a las cinco de la tarde, por lo regular me<br />
iba a la asociación para divagar y no pensar en mi<br />
situación y llegaba al departamento como a las diez<br />
u once de la noche; me acostaba tarde, ya sea porque<br />
tuviese que atender a Marta o a su abuelita, o porque<br />
me iba de visita a casa de Josefina, mi novia, quien yo<br />
sabía que no tenía “ni el habla completa”, pero tenía<br />
corazón.<br />
Una noche aproximadamente a las once, regresaba<br />
de visita de casa de Chepina. Me venía en un trolebús<br />
que me dejaba frente al Hotel Holiday Inn y de ahí<br />
caminaba unas tres cuadras por una amplia franja lateral<br />
donde había árboles. Avanzaba con seguridad<br />
guiándome con mi bastón cuando de repente sentí<br />
que me iba al vacío, pues no me había percatado de<br />
que habían abierto unas perforaciones para el drenaje<br />
profundo. Abrí los brazos y me detuve al quedar<br />
sentado justo en la boca de un pozo que tenía como<br />
metro y medio de diámetro y se escuchaba el sonido<br />
de agua corriendo muy abajo. Encontré mi bastón y<br />
salí con cuidado; estaba todo enterrado, me sacudí y<br />
me repuse del susto. Seguí por debajo de la banqueta<br />
y cuando sentía muy cerca los carros me pasaba<br />
hacia esa franja que tenía tierra. Calculé que aproxi-
CUANDO EL SOL SE FUE 14<br />
madamente cada ocho metros había un pozo abierto<br />
y, dando gracias a Dios de que no me hubiese ocurrido<br />
nada grave, me fui rezando en voz baja hasta que<br />
llegué a una calle poco transitada que daba al Hotel<br />
Giralda. Caminé dos cuadras y llegué al hotel, donde<br />
siempre me ayudaban algunas de las personas que<br />
estaban hospedadas, pero esta vez no quise platicar<br />
para que no me atemorizaran con sus comentarios<br />
sobre lo que me hubiera podido suceder. Al llegar me<br />
preguntó la doctora:<br />
–¿Por qué viene todo revolcado?<br />
–Es que me caí.<br />
–Pero no se le quita lo andariego.<br />
Me cambie y al día siguiente muy temprano lavé<br />
mi ropa en un lavadero que estaba en un patiecito<br />
pequeño.<br />
Continuaban los días y los primeros de diciembre<br />
se fueron rápidamente. Pensaba en irme a Sonora,<br />
pero no tenía dinero. En mi angustia por no tener un<br />
trabajo constante tomé la decisión de ir a la Ciudad<br />
de México a entrevistarme con la directora nacional<br />
del DIF. No quise dejar pasar más tiempo y les dije a<br />
Claudia y a Miru que iba a estar ausente dos días; se<br />
mostraron muy solidarias conmigo y me dieron ciento<br />
cincuenta pesos.<br />
Salí en autobús para la Ciudad de México una noche,<br />
como a las diez, llegué muy temprano a la terminal<br />
que estaba en el centro y de ahí me fui a la<br />
escuela para ciegos, la cual también se encontraba en<br />
el primer cuadro, cerca del zócalo. Esperé a que se<br />
llegaran las diez de la mañana y pasé a saludar a unos<br />
amigos y a confirmar la dirección de la directora del
150 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
DIF. Uno de ellos me dijo que el director de la escuela<br />
para ciegos trabajaba con ella y tal vez me pudiera<br />
ayudar. Pasé con él, amablemente me dio su tarjeta<br />
encargándome que dijera que iba de parte del Dr. Salvador<br />
Valdés.<br />
Contento fui a entrevistarme. Cuando llegué me recibió<br />
una señorita de mal carácter a la que le expuse<br />
mi caso y me pidió una identificación. Le proporcioné<br />
mi constancia de estudios y la tarjeta que me había<br />
dado el doctor y se las pasó a la directora. Esperé para<br />
ver cuál era la respuesta. Un momento después salió<br />
y con voz neutral dijo:<br />
–Dice la señora directora Miragoytia que no lo puede<br />
recibir y con respecto al trabajo no hay nada para<br />
usted pues está saturado en la rama que busca, y no se<br />
puede hacer nada. Es todo lo que puedo decirle.<br />
Le di las gracias a la señorita y salí. No volví a la<br />
escuela para que no me preguntaran cómo me había<br />
ido, y aproveché para saludar a unos amigos del dormitorio<br />
en donde había estado hospedado un tiempo.<br />
Procuré que se llegaran las diez u once de la noche<br />
para salir a Guadalajara y así dormir las siete horas<br />
que duraba el trayecto. Entretanto, aproveché para<br />
comprar dulces para halagar a las hijas de la doctora.<br />
Compré como setenta pesos –en aquel tiempo<br />
era una cantidad considerable– de una variedad de<br />
coloridos chuchulucos, los que les fascinaron y dijeron<br />
que iban a guardárselos a su mamá para cuando<br />
viniera. Me comentaron que había llamado y dejó<br />
indicaciones para que el día dieciséis nos fuéramos
CUANDO EL SOL SE FUE 151<br />
todos a Monterrey, y posteriormente, pasarnos a los<br />
Estados Unidos.<br />
El dieciséis de diciembre en la noche salimos, llegando<br />
a Monterrey como a las diez de la mañana del<br />
siguiente día. Inmediatamente nos fuimos a Nuevo<br />
Laredo en carro; para la una de la tarde estábamos<br />
en Laredo Texas donde comimos, y a las tres salimos<br />
para San Antonio. Como a las cinco nos detuvimos<br />
en una gasolinera y me bajé para tomar un refresco y<br />
estirar las piernas. El frío parecía que entraba hasta los<br />
huesos, el aire soplaba llevando y trayendo el canto<br />
triste de unos pájaros chanates. Me entró melancolía<br />
al pensar que me encontraba muy lejos de mi tierra.<br />
Llegamos a San Antonio a las ocho de la noche,<br />
a una casona estilo español antiguo, como colonial.<br />
Por precaución esperé a que todos pasaran y los seguí.<br />
Había unas estancias muy grandes con pisos de<br />
madera en los que retumbaban las pisadas. Temeroso<br />
avanzaba por una sala muy grande con pocos muebles,<br />
llegamos al comedor para cenar algo, y ya pude<br />
orientarme sobre la forma en que estaba dispuesta<br />
toda la casa.<br />
Hacía mucho viento. Me acomodé para dormir en<br />
un sofá de la sala, con una cobija muy pequeña que<br />
no alcanzaba a cubrirme por completo –si me arropaba<br />
la cabeza, se me destapaban los pies–, y no me<br />
quité la ropa porque hacía mucho frío. Como la sala<br />
era muy grande no alcanzaba a calentarse, además,<br />
el piso tenía unas hendiduras por donde se colaba el<br />
aire, pero preferí aguantarme el frío porque la calefacción<br />
no me caía bien. Temprano, al día siguiente,<br />
después de rezar mis acostumbradas oraciones a Dios
152 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
para agradecerle por todo lo que me daba y a la vez<br />
pedirle que no me olvidara, me puse a hacer ejercicio<br />
para entrar en calor mientras los demás se levantaban.<br />
Cuando se levantó la doctora me dijo:<br />
–¿Siente el frío?<br />
Lo sentía, pero no como para andar encogido, aunque<br />
me hubiera gustado traer una camiseta de manga<br />
larga porque la chamarra me parecía muy incómoda.<br />
La cocina de la casa era muy chica y tenía una puerta<br />
“loca” que abría para los dos lados y la dejaban<br />
abierta para que se calentara la casa cuando prendían<br />
el horno de la estufa eléctrica, pues se producía un calor<br />
muy intenso y el ambiente se ponía agradable. A<br />
media mañana salí al patio y con mi bastón pude darme<br />
cuenta de en dónde estaban los tendederos para<br />
la ropa, y como la doctora, Claudia, Miru, Roberto y<br />
Juanito habían salido aproveché para bañarme, ahí<br />
en el baño lavé mi ropa interior y salí en camiseta<br />
a colgarla en los tendederos. Al abrir la puerta hacía<br />
mucho viento y sentí frío, por lo que me apresuré a<br />
volver adentro; me toqué la cabeza porque sentía algo<br />
raro y me di cuenta de que se me había hecho hielo<br />
el pelo, pues lo traía mojado cuando salí. En adelante<br />
tuve más cuidado para salir en los días muy fríos, ya<br />
que no llevaba nada de ropa de invierno ni con qué<br />
comprarla.<br />
Me daba un tiempo para darle terapia a Marta por<br />
las tardes, cuando casi siempre nos quedábamos en<br />
casa ella, su abuela doña Catalina y yo, pues a la doctora,<br />
sus hijas y su hermana Trini les encantaba irse a<br />
las tiendas a ver qué ofertas había, aunque no com-
CUANDO EL SOL SE FUE 153<br />
praran nada. En ocasiones me invitaban, pero no me<br />
gustaba andar en las tiendas sin dinero.<br />
Una vez que salí con ellas fuimos a West Ash, una<br />
colonia de negros y mexicanos donde la doctora tenía<br />
un amigo de nombre Julián Mercado al que quería<br />
saludar. Me lo presentó así como a sus dos hijas que<br />
eran estudiantes; su esposa no estaba. Eran personas<br />
agradables y atentas, pero hablaban una mezcolanza<br />
de lenguaje que no se entendía. La doctora le preguntó<br />
a su amigo si quería que yo le diera terapia, pues<br />
había sufrido un accidente y tenía problemas para caminar.<br />
Cuando platicamos me dijo que se dedicaba a decorar,<br />
poner cortinas, alfombras, tapices de paredes, etc.<br />
En esto se había especializado, tenía mucho trabajo y<br />
contrataba gente para que que le ayudara. Ya con más<br />
confianza sacó una guitarra y comenzó a requintear,<br />
arrancándole sonidos muy bonitos y me preguntó:<br />
–¿Qué pieza te gusta?<br />
Le comenté que el sonido de la guitarra me transportaba<br />
a la época en que vivía en un dormitorio en<br />
la Ciudad de México; como dormía en la parte de<br />
arriba de una litera y tenía una ventana al lado, podía<br />
oír un disco que ponían algunas noches en una<br />
vecindad cercana, después supe que era de Los Tres<br />
Caballeros. Me gustaba mucho escucharlo, pues me<br />
traía varios recuerdos, me relajaba y echaba a volar<br />
mi imaginación.<br />
–¿Qué pieza te gusta del trío Los Tres Caballeros?<br />
–Reloj –contesté.<br />
¡Y que empieza a tocarla! Al verme emocionado le<br />
pidió a una de sus hijas que nos llevara dos cervezas.
154 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Cuando terminó dijo:<br />
–Yo fui integrante del trío Los Tres Caballeros.<br />
–¡Cómo, no puede ser! ¡Nunca creí que conocería<br />
a uno de ellos!<br />
Me platicó que el trío se formó en Dallas, Texas<br />
y cómo él se integró casualmente al suplir por corto<br />
tiempo a uno de los miembros que se enfermó.<br />
Cuando éste se reincorporó, él se dedicó a lo suyo.<br />
Después Julián visitó a la doctora en su casa, y me<br />
contó que un hermano suyo era amigo del secretario<br />
del gobernador de Texas, el señor Clement. Me dijo<br />
que me podía conseguir una pensión económica de<br />
ciento veinte dólares mensuales, pero que tenía que<br />
quedarme tres años sin salir de Estados Unidos. Se<br />
lo agradecí y le dije que lo iba a pensar, pero nunca<br />
tuve la ilusión de quedarme en ninguna parte que no<br />
fuera Sonora pues quería estar cerca de mi mamá y de<br />
mis hermanos, quienes se mortificaban por mí. No<br />
acepté su ofrecimiento.<br />
Después también Marta me dijo que ella me podía<br />
ayudar para que tuviera una pensión y me dieran la<br />
ciudadanía, obteniendo así todos los beneficios que<br />
tienen los discapacitados en Estados Unidos. Se lo<br />
tomé a broma.<br />
–Sí, nos casamos por la Corte.<br />
Como permanecí serio agregó:<br />
–Nos casamos por conveniencia para que obtenga<br />
las prestaciones que nos dan a los discapacitados.<br />
La doctora aprobó la idea:<br />
–Después se divorcian.<br />
Cuando me vio interesado dijo:
CUANDO EL SOL SE FUE 155<br />
–Sería por conveniencia y no de verdad, no se ilusione.<br />
Lo entendía así. Nunca pensé que fuera con el fin<br />
de casarnos para vivir en pareja porque para eso se requiere<br />
de amor, y yo lo que sentía por ella era amistad<br />
y cariño, pero nada más.<br />
Transcurría el tiempo. Pasamos una navidad un<br />
poco fría. Hubo regalos y la cena fue pollo rostizado,<br />
lo acompañamos con etnoc, una bebida parecida al<br />
rompope, pero sin alcohol. Ese fin de año estuve en<br />
una iglesia de cristianos, pues la doctora pertenecía a<br />
esa religión. Aunque todos se portaron muy atentos<br />
conmigo percibía la ocasión festiva un poco fría, ya<br />
que en México se celebra con mucho entusiasmo, y<br />
me di cuenta de que muchas de las personas estaban<br />
en esa religión por sacar ventaja. Había algunos gringos,<br />
pero la mayoría eran latinos. Ahí pedían que se<br />
realizaran milagros como el que una jovencita tuviese<br />
suficiente dinero para ir a Bolivia, y sí se realizó porque<br />
el pastor les decía:<br />
–El que quiera salvar su alma que deposite una<br />
ofrenda especial de cien dólares.<br />
Después pidió doscientos, y así fue aumentando<br />
hasta llegar a quinientos dólares, y me dijeron que sí<br />
hubo quienes dieron cheques por esa cantidad.<br />
Un señor, ya maduro, me dijo que él era el pastor<br />
y que si quería me podía preparar para que yo también<br />
fuera ministro, lo cual cambiaría mi situación<br />
económica. Le contesté que lo iba a pensar, que sí me<br />
gustaría. Me dio su nombre, pero yo no le hablé de<br />
esto a la doctora; cuando me preguntó de qué había<br />
platicado con el pastor sólo le dije que de muchas<br />
cosas, nada en particular.
156 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
–Usted debería acercarse a la iglesia de los bautistas<br />
para que lo ayuden –comentó ella.<br />
–Sí, sería bueno –contesté.<br />
Recibimos el año 1979 con mucha lluvia y tronaba<br />
el cielo como en verano, pero hacía mucho frío. Ahí<br />
en el templo había calefacción y a la salida me prestaron<br />
una chamarra para que me subiera al carro.<br />
Podía advertir que la doctora no tenía suficiente dinero;<br />
el ritmo de vida que llevaban era muy exigente<br />
y sus dos hijas estudiaban. Su mamá era, quizá, quien<br />
le ayudaba a solventar los gastos. La doctora Trini sí<br />
tenía sus buenos ahorros, según me contaban, porque<br />
era muy cuidadosa y no le gustaba malgastar su<br />
dinero. En esas condiciones no podía exigirle nada y<br />
me conformaba con la hospitalidad de su casa; sabía<br />
que en cuanto la doctora tuviera dinero me pagaría<br />
algo, pues, según yo entendía, estaba contratado para<br />
darle terapia a Marta.<br />
Cuando vino el papa Juan Pablo II por primera vez<br />
a México, todavía estábamos en San Antonio y seguimos<br />
por los medios toda su estancia en los lugares<br />
donde se presentó. Me pareció muy interesante su<br />
vida y mientras más conocía de él fue creciendo mi fe<br />
y mi admiración hacia su persona.<br />
Llegó febrero. Ya me había olvidado de aquella ave<br />
nocturna que me asustaba y no quería pensar en nada<br />
de ello pues me parecía que yo mismo me estaba sugestionando<br />
con algo que no podía ser real. Pero una<br />
noche, hacía mucho aire y afuera tronaba, desperté<br />
ya muy tarde y escuché los pillidos que tan bien conocía.<br />
El sonido provenía de un árbol de nogal que
CUANDO EL SOL SE FUE 157<br />
estaba en el patio. Me puse a rezar pidiendo que se<br />
retirara esa horrible ave diabólica. Desde entonces ya<br />
no la volví a oír.
V.- LA ILUSIÓN DE VOLVER A MÉXICO<br />
De pronto, la doctora advirtió que como Marta no<br />
quería ira al Hospital de Rehabilitación Rosa Verde<br />
que se encontraba en Ciudad González –un pueblo<br />
cercano a San Antonio– nos iríamos a Piedras Negras<br />
porque allí ya no teníamos nada qué hacer. Me alegré<br />
porque al fin volvería a México y quizá a Sonora. Ni<br />
siquiera podía desde ahí escribir muy seguido porque<br />
era un problema para hacer las cartas y no quería que<br />
se mortificaran por mí.<br />
Uno de esos días lluviosos, después de la comida la<br />
doctora anunció:<br />
–Hoy nos vamos porque nos vamos.<br />
Así era la doctora Catalina. Cuando decía esto se<br />
hace, se hacía. Era un día frío de lluvia, de esas de<br />
invierno que pueden durar muchas horas, el cielo estaba<br />
cerrado –como se acostumbra decir cuando está<br />
totalmente cubierto de nubes– y cualquiera pensaría<br />
que no era adecuado para viajar, pero la doctora confirmó<br />
su decisión:<br />
–Hoy nos vamos.<br />
Y así fue. Para las ocho de la noche estábamos en<br />
Eagle Pass, a donde llegamos porque la doctora quiso<br />
dejar con una amiga una televisión, ya que temía<br />
que se la quitaran en la pasada; yo la bajé y como era<br />
grande y pesada me mojé bastante pues llovía muy<br />
fuerte. Continuamos a Piedras Negras, que queda
CUANDO EL SOL SE FUE 15<br />
como a tres kilómetros del río. Llegamos y ahí estaba<br />
la doctora Trini. Lo que yo quería era cambiarme porque<br />
no me sentía a gusto con la ropa mojada, pero no<br />
me dejaron hasta que cené algo. Después la doctora<br />
me condujo hacia una recámara de la planta alta; estaba<br />
haciendo mucho frío, pero no quise encender la<br />
calefacción porque hacía que me doliera la cabeza,<br />
preferí pasar un poco de frío al que ya estaba acostumbrado<br />
y no me afectaba mucho.<br />
Permanecimos en Piedras Negras hasta los primeros<br />
días de marzo. Hacía mucho frío y no tenía chamarra,<br />
pero no podía exigirle pago a la doctora. No<br />
quería que me despidiera, ya que ella andaba muy<br />
“quebrada” económicamente y me conformaba con<br />
tener techo y alimentación; además tenía la seguridad<br />
de que mi situación se iba a componer y tenía la fe en<br />
Dios de que iba a poder salir adelante. Me levantaba<br />
temprano y hacía mis oraciones y también iba con<br />
ellos al templo bautista y lo hacía con devoción, y<br />
cosa misteriosa, hasta aquí me dejó de asustar aquella<br />
ave maligna por lo que estaba agradecido y me sentía<br />
contento.<br />
A principios de marzo viajamos a Guadalajara. A<br />
la doctora, a Marta, a doña Catalina y a la doctora<br />
Trini las llevamos al aeropuerto que quedaba entre<br />
Saltillo y Monterrey, común para ambas capitales ya<br />
que están cerca una de la otra. Roberto, el hijo de la<br />
doctora, y yo nos fuimos en una camioneta que gastaba<br />
mucha gasolina; estuvimos en Saltillo y como a las<br />
ocho de la noche salimos hacia Guadalajara, a donde<br />
llegamos alrededor de las tres de la mañana.
160 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Una vez en Guadalajara me sentí más relajado y<br />
me dediqué a visitar a algunos amigos. Josefina, la<br />
muchacha invidente que era mi novia, ya se me había<br />
salido del corazón. Yo le traía unos dulces, pero no se<br />
los di porque se había ido con un profesor guatemalteco<br />
que luego la dejó. No lo sentí mucho porque no<br />
estaba tan enamorado como para ponerme triste. Si<br />
se me había ido, ya vendrían otras.<br />
Quería irme a Sonora, pero necesitaba que la doctora<br />
me diera algún dinero y esperaba que me preguntara<br />
cuánto quería. Yo calculaba unos tres mil pesos,<br />
mas pasaba el tiempo y no me decía nada, hasta que<br />
por fin me animé a decirle que me iba a ir a Sonora y<br />
con trabajos me completó mil quinientos. La doctora<br />
Trini y Roberto me acompañaron a la central para tomar<br />
el camión, pero como la terminal es muy grande<br />
no oímos cuando anunciaron la salida. Cuando yo<br />
iba solo preguntaba, sin embargo, esta vez me confié<br />
en que no lo estaba; se me fue el camión y no me<br />
quisieron hacer bueno el boleto; tuve que comprarlo<br />
de nuevo para otra salida. La doctora Trini me dio<br />
doscientos pesos porque se sentía culpable, los tomé<br />
aunque me hizo sentir mal porque me decía que ese<br />
dinero era con el que iba a comprar el mandado, pero<br />
me hice el desentendido porque era muy poco lo que<br />
yo traía.<br />
Al siguiente día estaba en Navojoa. Llegué al restaurante<br />
El Pacífico a saludar a don Tacho Valenciano y<br />
me encontré con la mala noticia de que había muerto.<br />
Platiqué con un hijo suyo y con la señora que le<br />
ayudaba, desayuné con ellos; después fui a ver a doña<br />
Bertita a la que también tenía mucho que agradecer,
CUANDO EL SOL SE FUE 161<br />
y más tarde pasé a saludar a los profesores del DIF<br />
donde había trabajado, con los que conservaba una<br />
buena amistad.<br />
Otro día por la noche salí a Nogales y llegué con mi<br />
hermana. Yo creí que mi mamá estaba en el rancho<br />
con Claudio y su esposa Dora. Después de unos días<br />
me fui a Trincheras, a donde me acompañó uno de<br />
mis sobrinos –que también se llama Claudio– porque<br />
se me dificultaba tomar el tren en Benjamín Hill.<br />
Llegamos a Trincheras como a las ocho de la noche<br />
y estuvimos ahí tres días hasta que llegó mi mamá,<br />
que estaba con Antonio en un campo cerca de Altar.<br />
La trajo mi hermano pues supo que había llegado y<br />
no sabían si me iba a ir de nuevo, pero yo no pensaba<br />
volver pronto a Guadalajara. Como mi hermano<br />
Claudio tenía que ir y venir al rancho, pues tenía<br />
pendientes en Trincheras, le propuse que mi mamá,<br />
mi sobrino y yo podíamos quedarnos allá mientras él<br />
arreglaba el carro y se desocupaba.<br />
A mi mamá le fascinaba estar en el rancho pues ahí<br />
había pasado sus mejores años en compañía de mi<br />
papá y de sus hijos. Nos fuimos ya en abril y el tiempo<br />
estaba muy bonito. Mi sobrino ordeñaba unas<br />
vacas, hacíamos quesos y nos la pasábamos entretenidos<br />
y contentos. Pero sabíamos que esto no podía<br />
durar mucho.<br />
Para los primeros de mayo regresamos a Trincheras<br />
pues estaría ahí el doctor Ocaña en visita electoral<br />
como candidato para gobernador de Sonora y<br />
me interesaba saludarlo, ya que en Navojoa se había<br />
mostrado muy amable, y pensaba que estando en el
162 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
gobierno me podría favorecer; no había duda de su<br />
triunfo, pues no tenía rival en la campaña política.<br />
Logré saludarlo y le dije que no se olvidara de mí, a<br />
lo que contestó:<br />
–Yo no me olvido de los amigos.<br />
Regresé al rancho con Claudio y Dora. Días después<br />
mi sobrino me acompañó a Hermosillo porque<br />
quería estudiar para profesor y no tenía los medios<br />
para ir a una normal, pensamos que el doctor Ocaña<br />
nos podría ayudar para que fuera a la Escuela Normal<br />
Federal El Quinto, ubicada cerca de Navojoa. Por<br />
más que hicimos no logramos verlo pues era mucha<br />
la gente que quería entrevistarse con él.<br />
Como no traíamos dinero pensé ir a Guaymas, con<br />
el ingeniero Andalón a pedirle un préstamo, él tenía<br />
una licorería. No lo encontré, pero informé sobre el<br />
motivo de mi visita a una de sus hijas, y le pregunté<br />
cuáles posibilidades había de que el ingeniero me<br />
prestara una cantidad considerable. Me escuchó amablemente<br />
y me dijo que no creía que lo hiciera porque<br />
tenía muchas deudas; ante tal respuesta desistí,<br />
pues sería muy penoso que me diera una negativa.<br />
Nos regresamos a Trincheras, ya se me había acabado<br />
el dinero, vislumbré la viabilidad de ir a Navojoa<br />
para intentar conseguir trabajo, aunque ya no<br />
quería tener más desilusiones. Llegué allá con doña<br />
Bertita, la esposa del ingeniero Andalón. Ella era muy<br />
servicial y cuando le conté que quería irme a Piedras<br />
Negras a trabajar porque era la única parte donde le<br />
daban valor al trabajo de terapia que yo desarrollaba,<br />
pero no tenía dinero para transportarme, me dijo:
CUANDO EL SOL SE FUE 163<br />
–No te apures, yo te doy de lo poco con que cuento.<br />
No ha de ser tanto ¿No?<br />
–No, con trescientos pesos sería suficiente.<br />
Ella sacó cuatrocientos y dijo:<br />
–También te voy a dar lonche para que no te malpases.<br />
Y así, sin pensarlo, hice el viaje.<br />
Ya para el nueve de mayo estaba en Piedras Negras.<br />
Había mucha algarabía por los regalos pues otro día<br />
sería día de las madres, y hacía un calor tremendo;<br />
en la noche se desató un aguacero con muchos rayos,<br />
pero ni así se refrescó el clima.<br />
Y sí, poco a poco me salieron muchos trabajos, y<br />
aunque el calor era agobiante me sentía bien porque<br />
la alimentación era suficientemente buena. Se llegó<br />
el ocho de julio, día de mi cumpleaños, que me celebró<br />
en su casa una familia donde diariamente le daba<br />
terapia a un niño: me cantaron las mañanitas, hubo<br />
pastel y me dieron otro para que lo llevara a la casa de<br />
la familia Andalón.<br />
No me alcanzaba el día para atender a todas las<br />
personas que requerían terapia. No era mucho lo que<br />
cobraba, pero sí logré reunir una cantidad más o menos<br />
regular. Los domingos iba a Eagle Pass y compraba<br />
algo para la casa, pues sentía la obligación de hacerlo.<br />
Antes de finalizar el mes de octubre ya se sentía<br />
mucho frío y teníamos que encender la calefacción.<br />
Recuerdo la fecha porque por esos días me tocó oír en<br />
la televisión el accidente de un avión en el aeropuerto<br />
de la Ciudad de México.
164 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Ya me había hecho de muy buenos amigos. Cleotilde,<br />
una amiga ciega muy preparada que se había<br />
rehabilitado en una escuela de Houston, Texas y dominaba<br />
el inglés a la perfección, me puso en contacto<br />
con una muchacha de un pueblo de Texas llamado<br />
Matadores, en el Valle de Lobus, que me quedaba muy<br />
lejos de Piedras Negras pues se hacían como ocho horas<br />
en autobús. Esta muchacha me mandó una carta<br />
en casete platicándome que también era ciega e invitándome<br />
a su pueblo para que nos conociéramos y si<br />
quería me quedara ahí, ya que ella tenía a su mamá<br />
y no podía dejarla sola pues era la única mujer y me<br />
explicaba que aunque tenía hermanos no era igual.<br />
Pero también yo tenía a mi mamá y no quería estar<br />
lejos de ella; sabía bien que se mortificaba mucho al<br />
no saber de mí pues no me era fácil escribirle. Para<br />
finales de noviembre de 1979 el trabajo de terapia<br />
bajó por el aumento del frío, así que me fui a Sonora<br />
esperando aprovechar para informarme sobre lo de<br />
mi trabajo.<br />
Estando en Hermosillo pensé que lo más indicado<br />
era hablar con don Enguerrando Tapia, director del<br />
periódico El Sonorense, quien se había portado muy<br />
amable conmigo cuando me fui por primera vez a la<br />
Ciudad de México, y allá me visitó ocasionalmente.<br />
Pasé a saludarlo y le planteé mi necesidad de trabajar<br />
en Sonora –en el gobierno me parecía que podría<br />
desempeñarme bien– para ver si podía ayudarme. Me<br />
dijo:<br />
–Fíjate que sí te voy a ayudar. Mi esposa está formando<br />
una escuelita para ciegos y me parece que tú
CUANDO EL SOL SE FUE 165<br />
le serías muy útil. Te voy a dar el teléfono de la casa<br />
para que hables con ella y se pongan de acuerdo.<br />
Esto me hizo sentir muy contento. Cuando hablé<br />
con doña Esperanza Garner de Tapia me dijo que ella<br />
pasaría por mí para platicar. Llegó a recogerme a casa<br />
de mi amigo Pancho, en El Ranchito, y de ahí fuimos<br />
al Coloso Alto donde vivía José Alfredo Yánez Gálvez,<br />
un muchacho ciego amigo de ella a quien me<br />
presentó.<br />
Nos llevó a un bonito lugar: el terreno estaba a desnivel<br />
y había que bajar a las cabañas por un camino<br />
bordeado por pinos. Se lo había proporcionado<br />
el padre Villegas pues pertenecía al Instituto Kino, y<br />
estaba ubicado en los terrenos de lo que había sido<br />
el lecho del Río Sonora. Nos dijo que ya casi estaba<br />
todo listo, que les habían donado un camión y sólo<br />
faltaba acondicionar las instalaciones. Según nos platicó<br />
doña Esperanza, ya se había conformado un patronato<br />
para trabajar y muy pronto la escuela comenzaría<br />
con sus labores. Nos aconsejó que tuviéramos<br />
paciencia y luego nos fue a llevar.<br />
Ya veía algo más firme a corto plazo, pero había<br />
que esperar. Me fui a Nogales a visitar a mi mamá y<br />
aunque no traía mucho dinero le di algo y le compré<br />
lo que pude para halagarla. Un primo me invitó a<br />
Tucson a pasar la Navidad; de ahí me regresé con una<br />
prima y su esposo a Benjamín Hill. El último día del<br />
año estuve en Nogales con mi mamá y mis hermanos<br />
Tere, Salomón y Dimas.<br />
A principios de 1980 regresé a Hermosillo a hablar
166 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
con doña Esperanza, pero aún no había nada nuevo<br />
con respecto a la escuela.<br />
Como no tenía dinero me fui a Benjamín Hill a<br />
casa de mi prima, porque el tiempo estaba muy frío y<br />
en Hermosillo sólo tenía un lugar dónde quedarme,<br />
pero no dónde comer ni cobijas para dormir. Cuando<br />
no hacía frío no había problema, ya que me había<br />
acostumbrado a pasarla como fuera. Así que me<br />
fui con mi prima Raquel y su esposo, me recibieron<br />
con gusto. Tenían una hija y todos me atendían bien,<br />
aunque mi prima tenía sus detalles: era muy escrupulosa<br />
y fastidiosa, extremadamente limpia, y esto me<br />
hacía sentir mal. Apenas comía lavaba los trastes con<br />
cloro, si pasaba al baño hacía lo mismo con aerosoles<br />
y otros limpiadores. Me fui a Nogales. Sí pasé unos<br />
días bien atendido y alimentado, pero era mejor no<br />
dar problemas. En esas condiciones, cuando se está<br />
sin dinero, uno se pone muy sensible.<br />
Estuve en Nogales con mi hermana, con muchas limitaciones,<br />
pero, gracias a Dios, no nos faltaba nada.<br />
Lo que no podía hacer regularmente era bañarme<br />
porque hacía mucho frío y no había calefacción, por<br />
lo que temía enfermarme. Cuando había días buenos<br />
sí lo hacía y también en ocasiones un sobrino y su<br />
esposa que se portaban muy bien me invitaban a su<br />
casa en Nogales, Arizona y aprovechaba para bañarme.<br />
Así pasé el invierno.<br />
Cuando empezó a cambiar el clima me fui a Trincheras<br />
donde permanecí unos días. Claudio le había<br />
prometido a mi mamá llevarla a Llano Blanco a visitar<br />
a Antonio, otro de mis hermanos. Fuimos a dejarla
CUANDO EL SOL SE FUE 167<br />
con Antonio y Alba, su esposa. Yo me devolví a Trincheras<br />
y los primeros días de junio volví a Hermosillo<br />
para ver qué noticias había sobre el trabajo.<br />
Hablé de nuevo con doña Esperanza de Tapia<br />
quien me dijo que en tanto se definiera lo de la escuela<br />
don Enguerrando me podría conseguir trabajo<br />
como masajista en el Racquet Club. Fui y me presenté<br />
con el encargado del gimnasio, pero no me tuvieron<br />
confianza, y tal vez eso fue lo mejor porque el tiempo<br />
estaba muy caluroso y no conocía las rutas del transporte<br />
público.<br />
Me sentía muy mal, como si me estuviera deshidratando,<br />
quizá porque casi no comía. Opté por regresar<br />
a Benjamín Hill con mi prima Raquel. Cuando llegué<br />
me dijo que iba a tener una reunión y no podía atenderme.<br />
–No te molestes, yo nada más llegué a saludarlos.<br />
Me dio una cerveza que me pareció muy buena y<br />
me ofreció de comer, pero no quise porque no me<br />
sentía en condiciones de hacerlo; después me acompañó<br />
a que tomara un camión para ir a Nogales. Ya<br />
en Ímuris estaba lloviendo y el clima se sentía muy<br />
agradable. Cuando llegué a Nogales con mi hermana<br />
Tere ya me sentía bien, pensé que iba a necesitar alguna<br />
medicina, pero no fue necesario. Ahí estuve unos<br />
días mientras mi sobrino Jesús Antonio arreglaba un<br />
carro que le había regalado su suegro.<br />
Después mi sobrino, Cristina –su esposa– y yo hicimos<br />
viaje a Trincheras y de ahí al campo agrícola<br />
Llano Blanco, donde estaba mi mamá. Ellos estuvie-
168 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
ron dos días y se regresaron a Nogales. Yo me quedé;<br />
me la pasaba muy bien con mi mamá y platicábamos<br />
mucho. Por las tardes, cuando hacía mucho calor,<br />
ella se ponía a rezar y yo a comer sandías y uvas.<br />
Como ahí también trabajaba mi hermano Dimas, le<br />
pedí prestados ciento cincuenta pesos, me los dio de<br />
su raya.<br />
Los últimos días de septiembre fui a Hermosillo<br />
y hablé con doña Esperanza. Me dijo que ya mero<br />
comenzaban, que no me moviera porque en octubre<br />
empezaría a funcionar la escuela. Con mucho ánimo<br />
le pedía a Dios que no se tardaran.<br />
El mes de octubre lo pasé esperando. Le pregunté a<br />
una prima de Pancho que si con ella me podía asistir,<br />
le dije que no contaba con dinero, pero ya pronto me<br />
iban a hablar de un trabajo. No me creyó:<br />
–¿Y dónde está ese trabajo?<br />
Cuando le contesté se quedó dudando y dijo:<br />
–Es que no tengo nada, apenas me alcanza con lo<br />
que me da mi esposo Rubén.<br />
–No importa, lo que sea está bien.<br />
–Pura sopa y frijoles, tortillas y café le voy a dar.<br />
–En cuanto me paguen te voy a dar el dinero.<br />
Hacía casi un año que yo había traído de Guadalajara<br />
y dejé encargado con Pancho un material de<br />
hilos de polietileno del que se utiliza para tejer sillas<br />
para jardín y bolsas para mandado. Era bastante y de<br />
varios colores y se encontraba intacto. Fabriqué un<br />
molde con parte de la mucha madera vieja que ahí<br />
había e hice una bolsa para regalarla.
CUANDO EL SOL SE FUE 16<br />
Al verla le gustó a una señora que comerciaba con<br />
fayuca que traía de Agua Prieta. Me preguntó por<br />
cuánto le hacía una grande y le dije que en doscientos<br />
pesos; me dio el dinero y con la ayuda de un muchacho<br />
pronto estuvo lista. Otra señora vio el trabajo, le<br />
gustó y me dijo que necesitaba reparar un sofá reposet<br />
para el jardín y un señor le cobraba seiscientos pesos.<br />
Le dije que lo haría por cuatrocientos y accedió;<br />
esto se llevó mucho material; el dinero que me pagó<br />
cuando quedó lista se lo di a la señora que me asistía,<br />
quien ya se portaba muy amable y me daba mejor<br />
atención.<br />
El material se agotaba y alcancé a terminar otra<br />
silla –aunque con pegaduras– para una señora que<br />
siempre nos invitaba a Pancho y a mí cuando hacía<br />
menudo o pozole. Me preguntó cuánto era pero no<br />
le cobré. No encontré ese tipo de material en Hermosillo;<br />
se podía encargar, pero salía muy caro. Cuando<br />
estuve en México su costo era bajo, pero ya todos los<br />
derivados del petróleo se habían ido por las nubes y,<br />
por lo tanto, no pude continuar con la elaboración<br />
de estos trabajos. Así que buscaba cómo mantenerme<br />
ocupado arreglando el patio: quitaba las piedras que<br />
me estorbaban, ya que había muchas semienterradas<br />
y tropezaba con ellas, entonces me dediqué a emparejar<br />
el piso; asimismo hice unos canalitos para regar<br />
los árboles.<br />
Al fin, por esos días me llamaron de la escuela porque<br />
ya íbamos a empezar a trabajar. Ahí se encontraba<br />
doña Esperanza y los demás que formaban el<br />
patronato, me presentó con ellos pues no conocía a<br />
ninguno. Platicamos y me pidieron que les diera los
170 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
documentos que acreditaban mis estudios, constancias,<br />
certificados, etc. El chofer me acompañó al DIF a<br />
recoger mis papeles –donde los había dejado cuando<br />
creí que me podían ayudar a conseguir trabajo, mas<br />
no fue así.<br />
Quedaron en pasar por mí; otro día a las siete de la<br />
mañana, me alisté muy temprano. Ese día asistieron<br />
sólo cinco niños; empecé a platicarles un poco sobre<br />
rehabilitación y les dije que les iba a enseñar orientación<br />
y movilidad. Les conté que yo me había rehabilitado<br />
en la Ciudad de México y me había parecido<br />
como empezar a vivir de nuevo, que ser ciego no era<br />
feo como creían las personas normales que piensan<br />
que nosotros los ciegos vemos oscuro y no es así, ya<br />
que no vemos de ningún color. Después los saqué al<br />
patio y ahí les seguí contando que yo me trasladaba<br />
en el transporte público, para lo que se requería de<br />
un bastón. Les prometí que más adelante les iba a<br />
conseguir unos bastones para que los usaran cuando<br />
anduvieran solos en lugares desconocidos.<br />
Algunas señoras del patronato habían escuchado<br />
solícitas lo que platiqué con los niños y les pareció<br />
bien. Una de ellas preguntó sobre qué más les iba a<br />
hablar y le contesté que cuando fueran más niños la<br />
clase sería de higiene mental, pues creía que les sería<br />
útil. Las señoras empezaron a comentar sus impresiones,<br />
se nos fue la mañana y ni tuve tiempo de recorrer<br />
toda el área para conocerla y ubicarme con soltura.<br />
A la una de la tarde pasaron por los niños para llevarlos<br />
a sus casas y al día siguiente igual los recogieron<br />
a las siete de la mañana. Esta vez fueron unos diez
CUANDO EL SOL SE FUE 171<br />
niños y hubo más algarabía porque algunos gritaban<br />
mientras otros chillaban; también se presentaron las<br />
señoras del patronato y todas andaban en actividad<br />
aseando la escuela, ya que aún no contrataban un<br />
conserje. Hasta el chofer ayudaba recogiendo basura.<br />
Yo también le entré a barrer pues para mí no era nada<br />
nuevo y lo hacía bien. Como la escuela estaba en un<br />
lugar donde había muchos árboles y hierba todos<br />
los días cuando llegábamos encontrábamos mucha<br />
basura y nos veíamos en la necesidad de agarrar las<br />
escobas y hacer la talacha.<br />
La escuela se llamó Santa Lucía y a los niños se les<br />
enseñó un himno que cantaban los lunes y los viernes,<br />
para iniciar y despedir la semana. A mí me gustaba<br />
mucho esta escuelita porque, como faltaba mucho<br />
material, había que improvisar e ingeniárselas para<br />
dar las clases, y existía mucho compañerismo. No me<br />
quedaba lejos de donde vivía y cuando el camión se<br />
descomponía y tenían que trasladar a los niños en<br />
carros particulares tomaba un camión al centro y de<br />
ahí caminaba hasta la escuela para dar confianza a<br />
los niños –las mamás al verme caminar y trasladarme<br />
solo podían darme su respaldo para desempeñar mejor<br />
el trabajo con sus hijos–, pues pretendía enseñarles<br />
orientación y movilidad.<br />
En ocasiones me atrevía a sacarlos de la escuela y<br />
en la hora del recreo me llevaba a algunos de los más<br />
grandes a un súper que estaba a tres o cuatro cuadras<br />
para que aprendieran a orientarse. Los muchachos se<br />
sentían muy bien al salir sin que fueran sus mamás<br />
acompañándolos. Los días pasaban y nos íbamos organizando,<br />
ya había más niños y se contrataron otros
172 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
tres maestros. A mí me tocaba darles braille dos horas<br />
a cuatro niños y a las once, después del recreo, daba<br />
terapia a otros cuatro, y me programé para darles un<br />
día a dos y al siguiente a dos o tres más.<br />
El patronato atrajo a estudiantes de las escuelas de<br />
Trabajo Social y Psicología de la Universidad de Sonora,<br />
así que había mucha concurrencia y actividad.<br />
Los meses de noviembre y diciembre no tuve pago y<br />
yo aguantaba. Conseguí quinientos pesos prestados<br />
para darle a la señora que me asistía, pues no había<br />
para cuándo obtener mi sueldo. Ya me hacían falta<br />
zapatos; había comprado grasa para bolearlos y se les<br />
había caído una tapa que llevan en el tacón. Como el<br />
terreno era muy pedregoso los tacones se me estaban<br />
cayendo porque eran de plástico duro. Y para solucionar<br />
el problema, como tenía dos cintos tomé el que<br />
estaba más maltratado y les hice nuevas tapas a mis<br />
zapatos. Llegó la Navidad y tuve un cinto de regalo;<br />
conseguí ciento cincuenta pesos y me fui a Nogales a<br />
ver a mi mamá y a mis hermanos. Así llegó 1981.<br />
Iniciando enero le pregunté a doña Esperanza –ella<br />
era la integrante del patronato a la que le tenía más<br />
confianza– si para mí no había o no iba a haber algo,<br />
pues ya tenía dos meses trabajando y no se decía nada<br />
de mi pago. Le habló a otra señora del patronato y<br />
ésta dijo:<br />
–A ver cómo le hacemos.<br />
Otro señor que también formaba parte del patronato<br />
agregó:<br />
–No hay dinero.<br />
Les propuse una solución: hablar con el señor Ocaña,<br />
el gobernador, él había prometido ayudarme. La
CUANDO EL SOL SE FUE 173<br />
señora Milly de Palma muy entusiasta dijo:<br />
–Sí, vamos.<br />
Los demás me preguntaron:<br />
–¿Tú lo conoces?<br />
–Sí, trabajé en el DIF con él cuando fue presidente<br />
en Navojoa.<br />
Fueron a hablar con el Gobernador y me dijo doña<br />
Esperanza que se logró que entrara en el magisterio<br />
cubriendo un interinato, pero nada más. Seguí esperando.<br />
Para el día veinte me dijo el señor René Amado,<br />
quien era un poco duro en su trato:<br />
–Ya salió su pago. Pero nos dijeron que nos iban a<br />
dar una cantidad grande para que nosotros la dividiéramos<br />
y pagáramos a tres maestros.<br />
Le pregunté de cuánto era el cheque y no me respondió.<br />
Sólo dijo:<br />
–Yo lo voy a cobrar y le doy su parte.<br />
Quedé muy confundido y las señoras no hablaron<br />
por no contradecirlo, o tal vez le tenían miedo. Le<br />
contesté:<br />
–Voy a ver qué puedo hacer.<br />
Ese mismo día fui a ver a Alma Madrid –una amiga<br />
ciega– y a su esposo Héctor Anaya, ambos licenciados.<br />
Les conté que me había salido un cheque y un<br />
profesor me lo había detenido porque lo iba a cambiar<br />
para dividirlo y hacer otros pagos. Me dijeron:<br />
–No digas nada, espera a ver si tiene la osadía de<br />
cambiarlo y vienes con nosotros. Se va a arrepentir<br />
porque hasta al “bote” puede ir a parar si se atreve a<br />
hacerlo.<br />
El profesor retuvo el cheque unos cinco días y finalmente<br />
me lo dio:
174 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
–Aquí está su pago. Es mucho dinero, cuídelo.<br />
No era tanto, pero sí pasaba de cinco mil pesos.<br />
Muy contento cambié el cheque y le di dos mil pesos<br />
a la señora que me daba asistencia y también un<br />
dinero a Pancho, porque compartía su casa conmigo.<br />
Ahí me quedaba y él me prestaba una cobija para que<br />
la tendiera en el piso, ponía de cabecera un saco que<br />
alguien le había regalado y su prima me prestaba otra<br />
cobija para que me arropara. Pagué los quinientos<br />
pesos que debía y compré un catrecito con colchón,<br />
dos cobijas y zapatos. Fui a Nogales y le di dinero a<br />
mi mamá. Regresé sin nada, pero ya tenía pagada la<br />
asistencia.<br />
En febrero me pagaron la segunda quincena de<br />
enero y fui a recoger el cheque a la Tesorería del Estado,<br />
a donde acudía cada vez que salía mi pago. Cada<br />
quince días o cuando menos una vez al mes iba a<br />
Nogales a ver a mi mamá –le daba mucho gusto que<br />
lo hiciera–, le dejaba dinero e iba al Otro Lado. Me<br />
compré ropa y una grabadora.<br />
Para las vacaciones de julio ya me habían subido el<br />
sueldo y me dieron siete mil quinientos pesos. Abrí<br />
una cuenta de ahorros en Bancomer y estuve en Nogales<br />
para dejarle dinero a mi mamá; tome cuatro<br />
mil pesos –lo suficiente para ir y venir– e hice viaje<br />
a Piedras Negras, compré una grabadora Hitachi chica<br />
para llevármela y también una maleta. El primero<br />
de septiembre debía estar en el trabajo para renovar<br />
el interinato; yo quería la base, pero no sabía cómo<br />
conseguirla.
CUANDO EL SOL SE FUE 175<br />
El viaje en el tren bala me pareció muy confortable.<br />
Iba emocionado de sentirme sin limitaciones y<br />
sin hambre; daba gracias a Dios y rezaba en voz baja<br />
pidiéndole a San Antonio que me protegiera de todos<br />
los peligros. Llevaba mi grabadora en la mano y escuchaba<br />
un casete de Los Cadetes de Linares cuando la<br />
persona que revisaba los boletos me dijo:<br />
–A la otra no compres boleto. No vas a pagar hasta<br />
que suba otro checador; por esta vez pues ya ni<br />
modo.<br />
A las siete de la noche del día siguiente –después de<br />
veinticuatro horas– estaba en Guadalajara. Cuando<br />
me bajé una señora me advirtió:<br />
–Se le va a caer su dinero. Lleva la mitad fuera de<br />
la bolsa.<br />
Qué bueno que los invidentes no estamos del todo<br />
perdidos, ya que hay personas bondadosas que nos<br />
protegen. Eran ocho billetes de quinientos pesos –yo<br />
doblaba de distinta manera los billetes de cada denominación:<br />
los de cincuenta, un doblez; los de cien,<br />
dos dobleces; los de quinientos tres, etcétera– y agradecí<br />
de nuevo a Dios el haberme favorecido para no<br />
perderlos. Llevaba también mi tarjeta de ahorros por<br />
si llegaba a necesitarla.<br />
Salí de la terminal y tomé un sitio para dirigirme<br />
a un hotel bueno y barato que ya conocía llamado<br />
Praga, quedaba cerca de la central de autobuses. Otro<br />
día temprano fui a la asociación a saludar a algunos<br />
amigos y también avisé a los parientes de la doctora<br />
que iba para Piedras Negras; me recibieron muy bien<br />
y me invitaron a comer. Como a las once de la noche
176 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
tomé el autobús, procurando llegar después de medio<br />
día, ya que son diecisiete horas de camino.<br />
Llegué a las cuatro de la tarde aproximadamente y<br />
encontré a la doctora en su casa; me sentía un poco<br />
acalorado, ella lo notó y me ofreció café inmediatamente<br />
y algo de comer. Me dijo que podía quedarme<br />
en una de las recámaras de arriba; subí, dejé mi maleta,<br />
me di un baño y bajé para seguir platicando. En<br />
eso llegaron Claudia y Miru, y pude saludar a todos<br />
sus hijos; Claudia ya se había casado con un muchacho<br />
de Monterrey y vivían allá, pero se encontraban<br />
de vacaciones en Piedras Negras. Les conté que me<br />
había ido muy bien y los motivos de mi visita: saludarlos<br />
y continuar con la terapia de Marta, pero ésta<br />
en cuanto supo mi intención se marchó a Monterrey<br />
y allí se quedó. Me dijo la doctora que no me molestara<br />
porque Marta no se quería aliviar y que no le anduviera<br />
rogando, que estaba muy lejos para que ella<br />
no tomara en cuenta el sacrificio que yo hacía.<br />
Estuve muy contento con ellos una agradable temporada<br />
que se prolongó como un mes. En ese lapso<br />
me salieron muchos trabajos y algunos los atendí para<br />
no estar desocupado, además, no me caían mal unos<br />
pesos, pero yo no iba con el fin de trabajar. A fines<br />
de agosto regresé a Guadalajara donde pasé dos días<br />
antes de tomar el tren para Nogales el día veintiocho;<br />
permanecí allá otros cinco y me devolví a Hermosillo,<br />
pues tenía que presentarme en la escuela.<br />
Empezamos el año escolar con mucho entusiasmo;<br />
el único inconveniente era que cambiábamos de chofer<br />
cada rato porque era muy poco el sueldo que se
CUANDO EL SOL SE FUE 177<br />
le pagaba; había quienes duraban sólo quince días y<br />
luego nos quedábamos sin poder recoger a los niños.<br />
Georgina Robinson –la trabajadora social que fungía<br />
como directora– y su novio se preocupaban mucho<br />
y en esos casos nos ayudaban a trasladar a los niños.<br />
Por esos días un primo mío, Francisco Murrieta, me<br />
dijo que él podía ayudar unos meses porque no tenía<br />
trabajo. Estuvo un tiempo durante el cual se la pasó<br />
muy bien e hizo muchos amigos entre los que ahí<br />
trabajaban.<br />
Un fin de semana de los últimos de octubre invité<br />
a mi amigo Pancho a Trincheras a las fiestas de San<br />
Rafael Arcángel, patrono del pueblo, las más grandes<br />
de la región que abarcan cinco días incluyendo el<br />
veinticuatro que es el principal. Salimos en la tarde<br />
a tomar el tren y apenas habíamos caminado hasta<br />
el periférico –que se encuentra a dos cuadras de su<br />
casa– cuando de pronto dijo:<br />
–¡No puedo ver!<br />
Él no veía con un ojo y en el otro su visión era<br />
débil, este día decía que se le nublaba la vista y veía<br />
puras sombras. Nos devolvimos porque iba tropezándose<br />
al caminar y después me acompañaron un<br />
primo y un sobrino suyos. En Trincheras visitamos la<br />
Iglesia de San Rafael y nos fuimos al rancho, que tenía<br />
sembradío de sandías. El rancho se sentía sólo y triste<br />
pues Claudio no estaba allí, aunque iba casi todos los<br />
días; ahí estuve recordando tiempos que quizá fueron<br />
mejores, pero que ya habían quedado muy lejos.<br />
Al día siguiente nos vinimos porque no podía faltar<br />
al trabajo. Mi amigo Pancho no se recuperaba de
178 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
la vista y ya casi no veía nada. Una prima suya lo llevó<br />
con un especialista, pero no se logró que recuperara<br />
nada de visión; para fin de año una señora nos habló<br />
de un médico que estaba atendiendo a su hijo en Tucson,<br />
Arizona y, según decía, era bueno y de mucho<br />
prestigio. Le dije a Pancho que aprovecharía las vacaciones<br />
decembrinas para ponerme de acuerdo con un<br />
sobrino para llevarlo a Tucson con el doctor que nos<br />
habían recomendado, yo costearía los gastos; le dio<br />
mucho gusto el ofrecimiento que le hice y comentó<br />
que esperaba que cumpliera lo prometido.<br />
Celebramos la posada en la escuelita, resultó muy<br />
lucida con la asistencia de muchas personas y la pasamos<br />
muy bien. Traía el pendiente de que mi pago lo<br />
había recogido un profesor al que no podía localizar,<br />
pues se había ido a Agua Prieta. El sindicato me ayudó<br />
a dar con él y éste me llevó los cheques poco después<br />
de salir de vacaciones. Quién sabe cuáles serían<br />
sus intenciones porque al entregármelos me dijo:<br />
–Cuidado, que es mucho dinero.<br />
No era tanto, pero pasaban de quince mil pesos.<br />
Me fui a Nogales a pasar la Navidad con mi mamá<br />
y mis hermanos en casa de mi hermana Tere, ella<br />
siempre se preparaba para esos días con muchos tamales.<br />
Mi sobrino Jesús Antonio –el que me iba a<br />
hacer el favor de acompañar a Pancho a consultar al<br />
especialista– y su esposa Cristina también estuvieron<br />
con nosotros, haciendo más ambiente en la Nochebuena<br />
y los días últimos. Pasamos la temporada muy<br />
contentos y para el dos de enero me presenté en la<br />
escuela y empezamos el nuevo año de 1982.
CUANDO EL SOL SE FUE 17<br />
Le traje de regalo una gran caja de chocolates a<br />
doña Esperanza y muy contenta los repartió entre los<br />
niños; ese año empezó mal porque los últimos días<br />
del mes de enero murió don Enguerrando Tapia y el<br />
duelo fue grande, ya que doña Esperanza era el alma<br />
de la escuela Santa Lucía –llevaba el nombre de la<br />
santa patrona de los ciegos en la que yo confiaba y<br />
con quien me sentía identificado–. La escuela pareció<br />
cimbrarse, pero todos le pusimos muchas ganas y seguimos<br />
adelante.<br />
En febrero pedí un día de permiso para acompañar<br />
a mi amigo Pancho a Nogales porque habíamos concertado<br />
una consulta con el médico; esta vez yo iba<br />
guiando pues él no se orientaba. Lo dejé en casa de<br />
mi hermana y le di dinero suficiente para la consulta,<br />
uno de mis sobrinos lo acompañaría pues yo debía<br />
presentarme en el trabajo el día siguiente. Él regresó<br />
al tercer día; venía triste porque el médico no le había<br />
recetado ningún medicamento y le había dicho que<br />
no era necesario que volviera, ya que su problema se<br />
iba a corregir con el paso del tiempo. Muy agüitado<br />
dijo:<br />
–Es que no quiso decirme que no tenía remedio.<br />
Yo trataba de animarlo. Una prima suya le pagaba<br />
las consultas y medicamentos con una doctora que<br />
le dijo que sí podía aliviarlo, pero los “hizo tontos”<br />
pues los medicamentos no le hacían ningún efecto.<br />
Ya no quiso ir con ella porque sólo estaba perdiendo<br />
el tiempo y el tratamiento resultaba muy caro.<br />
Para que se incorporara a la vida de los ciegos lo<br />
invité a conocer la escuela en donde estaba trabajando,<br />
asegurándole que le iba a gustar, y no tuve que
180 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
insistir mucho para que accediera. Lo llevé con la señora<br />
del patronato y fue bien aceptado. El primer día<br />
estuvo un poco serio, pero al segundo le llevaron una<br />
guitarra y empezó a tocarla. Comenzó a dar clases de<br />
guitarra y yo empecé a darle orientación y movilidad;<br />
pronto se ambientó y se dio cuenta de que estando<br />
ciego también se puede vivir bien. Como antes había<br />
conocido el terreno pronto se ubicó, y en ocasiones<br />
nos íbamos caminando hasta su casa de la colonia El<br />
Ranchito para practicar con el bastón blanco.<br />
Rápido llegaron las vacaciones de verano. El dieciséis<br />
de julio desperté muy temprano. Dormía en un<br />
catre en el patio; las lluvias no se habían presentado<br />
aún, pero esa mañana empezaron a caer unas cuantas<br />
gotas que me alegraron porque llegando las lluvias el<br />
calor disminuye. No me quería levantar y comencé a<br />
recordar con nostalgia a mi gente y el rancho. Cuando<br />
escuché movimiento me levanté a tomar café para<br />
alejar ese sentimiento y apenas había comenzado a<br />
hacerlo vinieron a avisarme que me llamaban por teléfono.<br />
Acudí rápidamente pues la casa a donde me<br />
hablaban estaba como a dos cuadras.<br />
Me llamaba Rosalba, esposa de un primo, para darme<br />
la noticia de que una cuatita hija de Dora y de mi<br />
hermano Claudio había muerto en Nogales y la iban<br />
a sepultar en Trincheras. Sentí que el estómago se me<br />
encogía y regresé a la casa para preparar la salida. Ya<br />
no desayuné y le pedí a doña Carolina permiso para<br />
que me acompañara su hijo –un muchachito de doce<br />
años quien ya me había acompañado en otras ocasiones–<br />
a lo que accedió muy conmovida.
CUANDO EL SOL SE FUE 181<br />
Por la tarde salimos a Benjamín Hill y de ahí tomamos<br />
el tren que nos dejó en Trincheras a las nueve de<br />
la noche. Nos amanecimos velando el cuerpo y otro<br />
día, después del sepelio, nos vinimos a Santa Ana y<br />
de ahí tomamos un camión para Hermosillo, donde<br />
cobré un dinero que me debían y me fui a Nogales.<br />
Mi mamá se había quedado en Trincheras con Claudio<br />
y Dora.<br />
En Nogales se encontraba mi hermano Dimas, desempleado<br />
por entonces, y Claudio me había dicho<br />
que le pidiera que me acompañara para llevar a mi<br />
mamá al rancho, batallé un poco para convencerlo.<br />
Se animó porque un primo le dijo que iría y posiblemente<br />
también su papá, mi tío Ramón Bermúdez, al<br />
que le gustaba ir porque ahí tuvieron una mina y le<br />
hacía recordar viejos tiempos, así que le llamó. Otro<br />
día lo trajo un hijo a Nogales, él tenía un pick up,<br />
pero ya no manejaba. Así que en total sumábamos<br />
cinco: mi tío Ramón, su hijo Gustavo –al que le apodábamos<br />
“El niño”–, mi hermano Dimas, mi sobrino<br />
Elías y yo. En Santa Ana nos surtimos de víveres para<br />
unos quince días más o menos.<br />
Llegamos a Trincheras ya tarde, recogimos a mi<br />
mamá y salimos ya anocheciendo para el rancho.<br />
Mi tío y mi mamá iban muy contentos y yo estaba<br />
muy emocionado. A la semana mi tío Ramón quiso<br />
regresarse y yo le pagué por habernos llevado porque,<br />
gracias a Dios, no tenía que andar pidiendo nada regalado,<br />
ya que traía dinero suficiente para quedarnos<br />
unos dos meses.
182 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Pasábamos el tiempo charlando y tomando café.<br />
Apenas se había ido mi tío Ramón, llegó un hermano<br />
de mi mamá, mi tío José de Jesús, al que le encantaban<br />
las anécdotas de tiempos pasados y gozaba con<br />
nuestras pláticas. Teníamos un radio, pero casi no<br />
lo escuchábamos porque unas veces platicábamos y<br />
otras cantábamos –o aullábamos–; mi mamá se ponía<br />
nerviosa y nos callaba, pero mi tío encantado nos<br />
seguía el ambiente recordando otras épocas. Claudio<br />
fue a visitarnos y después Salomón, éste nos dejó un<br />
carro “chueco”, pero que funcionaba bien, nos sirvió<br />
mucho para trasladarnos a Trincheras; cada tercer día<br />
íbamos al pueblo a distraernos y a comprar alimentos.<br />
Yo ya tenía que presentarme en el trabajo y mi hermano<br />
Dimas también quería irse a trabajar a Hermosillo.<br />
Le comenté que en la escuela hacía falta un<br />
chofer, que si se aventaba a manejar el camión, y dijo<br />
que estaba dispuesto a entrarle. Mi tío José de Jesús lo<br />
animó diciéndole que se fuera sin preocupación pues<br />
él se quedaría con mi mamá y como ya tenían carro<br />
no había problema.<br />
Nos fuimos a Hermosillo y lo presenté con los del<br />
patronato, lo aceptaron de inmediato. Agarró el camión<br />
y le dieron un mapa de la ciudad; la trabajadora<br />
social se comprometió a ayudarle un tiempo para<br />
que no tuviera problema en familiarizarse con la ruta<br />
que debía seguir, pasaba primero por ella para que le<br />
señalara la trayectoria. Obtuvo la licencia de manejo<br />
y, como el sueldo era muy poco, se le tramitó una<br />
base para que entrara en la nómina del Gobierno del<br />
Estado.
CUANDO EL SOL SE FUE 183<br />
Para el dieciséis de septiembre regresamos a Trincheras<br />
y estuvimos con mi mamá y mi tío José; se encontraba<br />
ahí también un sobrino, hijo de Salomón.<br />
Les dejé dinero por si algo se les ofrecía y nos regresamos<br />
al trabajo. Dimas se había echado algunos<br />
aperitivos, pero no pasó de ahí; a él le gusta mucho<br />
la tomada; yo quería que tuviera fuerza de voluntad<br />
para vencer ese vicio y si bebía lo hiciera con moderación.<br />
En las fiestas de San Rafael volvimos al pueblo. Mi<br />
mamá y mi tío ya se habían venido del rancho y estaban<br />
con mi hermano Antonio. Mi tío había alborotado<br />
a mi mamá para que la lleváramos a Puerto<br />
Peñasco, ya que él y su familia se habían establecido<br />
allá; ella sólo podía viajar en carro particular debido<br />
a su enfermedad, le prometí que pasando el Día de<br />
Muertos iba a llevarla, y luego me puse de acuerdo<br />
con mi sobrino Jesús Antonio para encontrarnos en<br />
Trincheras y cumplirle la promesa a mi mamá.<br />
Así lo hicimos y la noche del tres de noviembre salimos<br />
en un pick up mi sobrino, Cristina su esposa,<br />
mi mamá, mi tío José de Jesús en la cabina; Dimas,<br />
otro sobrino, y yo íbamos en la caja. En Caborca nos<br />
detuvimos a comprar unos refrescos y, por supuesto,<br />
Dimas y mi tío se surtieron de tequila. De ahí tomamos<br />
un camino que aún no estaba terminado y que<br />
nos ahorraría unos ochenta kilómetros, ya que era directo<br />
y se hacía menos tiempo que irse por Sonoyta<br />
y de ahí a Puerto Peñasco. Llegamos a un lugar en<br />
el que la arena era como movediza, se nos atascó el<br />
carro y por más esfuerzos que hicimos no logramos<br />
sacarlo.
184 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Mi tío, que ya andaba un poco atarantado, se cayó<br />
y se golpeó la nuca. Como se dieron cuenta de que estaba<br />
pataleando, rápidamente le empecé a dar masaje<br />
con tequila, era lo más apropiado que teníamos al alcance.<br />
Como mi mamá se preocupó y nos preguntaba<br />
qué le pasaba le decíamos que no era nada y que ya<br />
se estaba componiendo. En efecto se pudo levantar,<br />
aunque aturdido. Después venían unos muchachos<br />
en un carro Estaquitas, también se les quedó atascado<br />
y los ayudamos a sacarlo de un trecho como de cien<br />
metros de lo que parecían arenas movedizas. Entre<br />
seis personas sacamos los dos carros y así pudimos<br />
continuar a Puerto Peñasco, llegamos a las doce de la<br />
noche. Llevaron a mi tío al médico quien dijo que no<br />
había sido nada, que se había salido un poco de sí,<br />
pero que no habría problema.<br />
Al siguiente día debíamos regresarnos para estar a<br />
tiempo en el trabajo, pero mi hermano –ahora chofer<br />
del camión de la escuela– había agarrado la tomada<br />
y fue imposible traerlo, así que viajé sólo. Ya en<br />
Hermosillo, para no quedar más mal, me llevé a un<br />
muchacho que quería trabajar; hicimos el recorrido y<br />
les dije que mi hermano se había quedado en Puerto<br />
Peñasco, pero llevaba a ese muchacho para ver si lo<br />
empleaban como chofer. No lo aceptaron, su objeción<br />
se basó en que estaba muy joven, y fue mejor así<br />
porque yo no quería recomendar a nadie pues en mí<br />
caía la responsiva. Llegó después a suplir a mi hermano<br />
un señor muy atento que trabajaba en el Gobierno<br />
del Estado.<br />
Hice viaje a Puerto Peñasco para ver a mi mamá,<br />
se había quedado en la casa de un sobrino; mi tía,
CUANDO EL SOL SE FUE 185<br />
que vive en Tijuana, se encontraba ahí también. Me<br />
acompañó otro de mis sobrinos y me encontré con<br />
que mi mamá ya quería volver a Nogales –yo pensaba<br />
que pasaría la Navidad ahí con sus hermanos–,<br />
pero yo no podía traerla solo porque ella no podía<br />
caminar bien; usaba un andador y tenía que cargarla<br />
para subirla a los camiones. No le pregunté más y le<br />
prometí que en una semana iba a volver por ella. Se le<br />
notaba que ya no estaba a gusto ahí y no supe cuál sería<br />
el motivo, más bien pienso que se debía a que ya<br />
estaba mayor y no se acomodaba en ninguna parte.<br />
Me vine a Nogales para pedirles a unos sobrinos<br />
que me acompañaran a ir por mi mamá. El siguiente<br />
fin de semana ya me estaban esperando en Benjamín<br />
Hill y de ahí tomamos el tren que nos llevaría hasta<br />
Puerto Peñasco. Llegamos a casa de mi tío José de Jesús<br />
y avisamos a mi mamá, ya tenía listas sus maletas;<br />
otro día pasamos por ella en un taxi y la llevamos a<br />
casa de mi tío para que se despidiera también de él y<br />
de su familia.<br />
A las once tomamos un camión Norte de Sonora<br />
y para las cuatro estábamos en Santa Ana, y de ahí<br />
agarramos otro autobús para Nogales. A las seis llegamos<br />
a casa de mi hermana Tere. Mi mamá venía un<br />
poco cansada, pero contenta, yo también estaba cansado<br />
pues la subía cargando a los camiones. Estuve<br />
con ellos un rato, tomé café y algo de cena, pero tenía<br />
que salir esa misma noche para presentarme otro día<br />
a trabajar en Hermosillo, a donde llegué a medianoche.
186 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
En la escuela se empezaban a organizar los preparativos<br />
para las fiestas navideñas. Pancho, muy emocionado,<br />
entrenaba cantos y villancicos con la guitarra.<br />
El día dieciocho la posada se celebró en grande, desde<br />
las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Fue<br />
de pachanga, carne asada, tamales, pasteles, gelatinas,<br />
etc., y las señoras del patronato llevaron algunos regalos;<br />
yo había traído dulces para todos.<br />
Cuando ya nos retirábamos una muchacha me dio<br />
una botella de Brandy Presidente que me había llevado.<br />
Otro profesor de la escuela al darse cuenta empezó<br />
a “alborotar la bitachera” diciendo que esa botella<br />
se tenía que destapar ahí en el camión. Mi amigo<br />
Pancho, al que también le gustaba mucho el trago,<br />
me persuadía para que sacara la botella y el chofer<br />
del camión me decía que eran días festivos y que no<br />
había problema en hacerlo, pero yo no quería porque<br />
todavía se encontraban con nosotros algunos niños.<br />
Al fin me convencieron y compraron unos refrescos<br />
y unos vasitos desechables, empezamos a tomar<br />
y pronto se acabó la botella. Pancho –que era muy<br />
terco– quería que comprara otra y yo no quería hacerlo<br />
hasta que estuviéramos en la casa, y el chofer<br />
decía que de una vez. Cuando entregamos a todos los<br />
niños, le di dinero al chofer para comprar otra botella,<br />
él sí se medía para tomar, al profesor lo bajamos<br />
mareado y Pancho, muy loco, llevaba más de media<br />
botella y todavía quería más. Llegamos bastante tarde,<br />
dejé a Pancho en su casa y me fui a tomar café con<br />
la señora Carolina quien me asistía, y así me quité la<br />
ataranta que traía.
CUANDO EL SOL SE FUE 187<br />
Estaba de vacaciones y quería ir a Nogales después<br />
de cobrar mi sueldo, pero la familia de Pancho, que<br />
me había tomado cariño como si perteneciera a ella,<br />
me invitaba a quedarme a pasar las fiestas en su casa.<br />
No me convencieron para Navidad, pero sí me comprometí<br />
a pasar el día último con ellos. En estas fechas<br />
acostumbraban ir de visita unos primos de Pancho<br />
que venían de Guaymas ambos eran maestros,<br />
me habían brindado su amistad y yo también los<br />
apreciaba.<br />
Recogí mi pago y me fui a Nogales con mi mamá<br />
y mis hermanos; el día veintiocho estaba de regreso<br />
en Hermosillo con Pancho y su familia, les traía algunos<br />
regalos. Doña Carolina había hecho pozole y la<br />
pasamos muy bien. Yo tenía una grabadora y compré<br />
unos casetes de Los Caminantes y nos amanecimos<br />
bailando y tomando.<br />
Con el ambiente atrajimos al vecino, al que le gustaba<br />
mucho la parranda. Tenía muchas hijas y primero<br />
llegaron ellas, con las que nos mandaba una botella<br />
de Don Pedro. Como él también lleva ese nombre<br />
le eché unas vivas a mi amigo Pedro y fui por él para<br />
que compartiera con nosotros. Yo bailaba con una<br />
de sus hijas, una muchacha muy agradable. Se formó<br />
un buen ambiente y ya para amanecer llegaron otros<br />
vecinos que querían seguirla y nos traían otros aperitivos.<br />
Así nos salió el sol. El día primero mi amigo<br />
Pancho le siguió porque él era “de tomada larga”, yo<br />
me medía porque le tenía miedo a las crudas.<br />
El tres de enero de 1983 regresamos a clases. Pancho<br />
se seguía recuperando de la cruda. Como la pri-
188 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
mera semana la asistencia estuvo muy baja, le dije a<br />
un muchacho de aproximadamente veinte años, que<br />
venía de la costa a rehabilitarse –le había prometido<br />
darle orientación y movilidad–, que lo iba a llevar<br />
al Instituto Iris para que conociera a las morritas tan<br />
bonitas que había ahí, pero no debía comentarlo con<br />
nadie.<br />
Nos subimos a un camión para el centro y de ahí<br />
a otro que nos dejó en el Instituto Iris. Policarpo, el<br />
muchacho que me acompañaba, estaba muy emocionado<br />
porque nos recibieron muy bien. Yo ya había<br />
estado ahí otras veces, pero no mencioné nada<br />
porque existía una rivalidad entre los institutos Iris y<br />
Santa Lucía, y nos habían dicho que por ningún motivo<br />
nos paráramos en esa escuela. Por esa razón tenía<br />
que ir escondido, pero representaba un reto para mí<br />
no dejarme influenciar por nadie.<br />
Estuvimos ahí un buen rato y al oscurecer acompañé<br />
a Poli hasta donde se quedaba, en una colonia que<br />
yo no conocía. Me dijo que vivía en la calle Panamá<br />
y cuando preguntamos al chofer del camión por ella<br />
nos aseguró que ya nos habíamos pasado.<br />
Nos bajamos y caminamos por el fraccionamiento<br />
en donde había unas cuantas casas y muchos baldíos<br />
con trazos para construir. Le preguntamos a una persona<br />
que pasó, pero no nos atendió y como nadie<br />
más había por ahí nos acercamos a una casa y tocamos.<br />
Salió una señora y al parecer tenía desconfianza,<br />
llamó a un señor y éste nos preguntó si andábamos<br />
perdidos. Le respondí que sí, buscábamos la calle Pa-
CUANDO EL SOL SE FUE 18<br />
namá, pero el chofer nos había dicho que ya nos habíamos<br />
pasado.<br />
–¿Venían del centro?<br />
–Sí.<br />
–Todavía les faltan cuatro cuadras. ¿Entre qué calles?<br />
Poli contestó y el señor agregó:<br />
–La calle que sigue es la Juan José Aguirre y de ahí<br />
ya salen derecho hasta la Panamá.<br />
Le dimos las gracias y le preguntamos:<br />
–¿Cómo se llama este fraccionamiento?<br />
–Es el fraccionamiento de los maestros.<br />
Nos fuimos. Le dije a Poli que si me regalaran un<br />
terreno o una casa en este fraccionamiento no la aceptaría<br />
porque estaba muy feo y muy sólo. Llegamos a<br />
la casa, tomé un café que me ofrecieron y un señor<br />
muy afable me acompañó a la parada de un camión<br />
que me llevara al centro, y de ahí tomé otro hasta la<br />
casa de Pancho.<br />
Con mucha emoción, otro día platicaba Poli del<br />
lugar tan bonito al que lo había llevado, donde habíamos<br />
conocido a muchas chamacas hermosas y<br />
simpáticas que nos habían tratado muy bien. José Alfredo<br />
y otros de los muchachos le preguntaban dónde<br />
estaba ese lugar, que les dijera.<br />
–No, no puedo porque “se nos va a regar el tepache”.<br />
Se sostenía, hasta que finalmente José Alfredo le<br />
sacó la verdad y muy alegre dijo que sí era el Instituto<br />
Iris. José Alfredo dijo que él por solidaridad a la<br />
escuela Santa Lucía no iría ni muerto. La trabajadora<br />
social le decía:
1 0 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
–No digas nada, que cae más pronto un hablador<br />
que un cojo.<br />
Pero él seguía repitiendo que no iría por nada de<br />
este mundo.<br />
Volvimos al Instituto Iris Poli y yo e invitamos a los<br />
muchachos de ahí a que fueran a visitarnos al Instituto<br />
Santa Lucía. María del Carmen, una muchacha<br />
que tenía problemas visuales, pero lograba moverse<br />
sola sin el bastón blanco, dijo que ella las iba a llevar,<br />
y un buen día llegaron tres de las jóvenes que conocimos:<br />
María de los Ángeles, Rosa Martha y María del<br />
Carmen, quien las guiaba.<br />
Mi amigo Pancho andaba comiéndose una lata de<br />
chiles jalapeños porque así se curaba los estragos que<br />
le quedaban con las pisteadas y se estaba reponiendo<br />
de una, pero se dio unos minutos para interpretarles<br />
unas melodías con su guitarra, sabía tocarla muy<br />
bien, sólo que no se sabía ninguna canción completa.<br />
De cualquier forma, las muchachas se sintieron halagadas.<br />
Todo iba bien, pero al señor Amado, del patronato,<br />
no le pareció correcto que fueran a visitarnos del<br />
Instituto Iris y preguntó quién las había invitado. Las<br />
muchachas contestaron que iban porque querían<br />
propiciar el intercambio entre las dos escuelas. Entonces<br />
dijo:<br />
–Eso me parece bien.<br />
Y las señoras del Patronato afirmaron:<br />
–Claro que sí.<br />
Después de esto continuamos visitando el Institu-
CUANDO EL SOL SE FUE 1 1<br />
to Iris regularmente y se nos unieron dos muchachos<br />
más. Como estar pendiente de los tres representaba<br />
mayor presión, le pedía al chofer que nos dejara frente<br />
a la puerta. La salida allá era a la una de la tarde,<br />
pero los muchachos más grandes se quedaban en<br />
unas clases especiales con dos maestras que trabajaban<br />
con ellos.<br />
Entre los que se quedaban estaban María de los<br />
Ángeles, Rosa Martha, Griselda, María del Carmen<br />
y Margarita, la más chica de ellas que tenía dieciséis<br />
años. Todos estaban encantados pues habían encontrado<br />
su amor. Hasta a mí me andaban endonando<br />
una, pero yo era el profesor y tenía que portarme a<br />
la altura. Pancho ligó con María de los Ángeles, José<br />
Alfredo con Rosa Martha y Poli con Margarita. Los<br />
alumnos estaban muy entusiasmados y, como yo era<br />
el instructor de orientación y movilidad, cada tres<br />
días querían que los llevara.
VI.- EL NOMBRAMIENTO Y LA CASA<br />
A principios de 1983 anduve haciendo trámites para<br />
comprar una casa ahí cerca del Instituto Santa Lucía<br />
y los del patronato me habían dicho que construyera<br />
una casita en el terreno que ocupaba la escuela. Yo<br />
había hecho venir a un cuñado de Nogales que estuvo<br />
unos días y trazó los planos para construir una casa<br />
chica, pero me dijeron que mejor me iban a comprar<br />
una construida, de esas que hacen y las ponen donde<br />
uno quiere. Decían que, al parecer, el patronato la<br />
iba a comprar y que no invirtiera nada; le pidieron a<br />
mi cuñado que mejor les hiciera un presupuesto para<br />
construir una capillita para Santa Lucía. Le dieron el<br />
plano, pero como sólo era un presupuesto y no tenían<br />
para cuándo mi cuñado se fue de nuevo.<br />
La escuela Santa Lucía continuaba decayendo y no<br />
había dinero para pagarle a los maestros. A mí me<br />
aterrorizaba que se cerrara y me quedara en la calle,<br />
así que fui con el subdirector de educación, el señor<br />
Cevallos, y le planteé el problema. Me dijo que volviera<br />
a buscarlo dentro de una semana. Cuando regresé<br />
me dijo que le habían contestado que yo no<br />
reunía los requisitos y no había nada qué hacer.<br />
Conocía al director de educación, don José María<br />
Ruiz Vázquez, le comenté cómo andaba mi situación<br />
y que el señor Ocaña había dado la orden de que se<br />
me diera una plaza como profesor, pero me decían
CUANDO EL SOL SE FUE 1 3<br />
que no se podía porque no reunía los requisitos necesarios.<br />
Él, muy cordialmente, replicaba que sí se<br />
podía:<br />
–¡Cómo no se va a poder! Si el Gobernador dice<br />
que se haga, se puede hacer. Voy a abocarme a esto.<br />
Vuelve dentro de unos veinte días, yo creo que te voy<br />
a tener el nombramiento.<br />
Dejé pasar veinticinco días y, en una de las ocasiones<br />
en que fui a recoger mi cheque a la Tesorería, me<br />
presenté con la secretaria del señor Ruiz Vázquez, una<br />
atenta señora llamada Teresita, quien después de saludarme<br />
me informó:<br />
–Ya salió su nombramiento.<br />
¡Qué gusto me dio! Sentía que el corazón se me<br />
salía. Pasé ansioso con el director. No lo podía creer<br />
pues ya antes el subdirector me había dicho que no se<br />
podía. Me dijo el profesor Ruiz Vázquez:<br />
–Le dije que sí se podía y se pudo.<br />
–Gracias, muchas gracias.<br />
–No tiene por qué darlas. Estamos para servirle.<br />
Me leyó el documento y me lo entregó en un sobre.<br />
–Cuidado, no se le vaya a perder. Pero si se le pierde<br />
aquí tenemos un duplicado.<br />
Decía esto en broma. Me despedí de él muy contento<br />
y le pedí a Teresita que me lo leyera de nuevo.<br />
Quedé con nombramiento de profesor de primaria<br />
con una carga de cero a cinco horas de trabajo, la fecha:<br />
treinta de mayo de 1983.<br />
No habían pasado ni tres días de esto cuando la<br />
tarde del tres de junio me encontraba con Pancho en<br />
su casa, llegó el profesor René Amado. Salí y lo pasé.
1 4 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
–A usted lo vengo buscando.<br />
–Usted dirá para qué soy bueno.<br />
–Vengo a decirle que le haga como quiera porque<br />
ya no vamos a seguir en Santa Lucía. No puede seguir<br />
con nosotros porque se ha terminado la escuela, así<br />
que busque por donde pueda.<br />
Yo ya sabía que no íbamos a continuar porque a<br />
los maestros se les debía todo lo que iba del año. Le<br />
dije:<br />
–Señor Amado, fíjese que yo sí voy a seguir en el<br />
sistema.<br />
–¿Por qué?, si lo de usted es interinato.<br />
–Quiero decirle que me dieron el nombramiento<br />
como profesor de primaria.<br />
–No puede ser, enséñeme ese nombramiento que<br />
dice que le dieron.<br />
Fui a donde lo tenía guardado, lo saqué y se lo<br />
mostré.<br />
–Aquí está, señor Amado.<br />
Lo tomó, lo leyó y dijo:<br />
–¡Felicidades!<br />
Le pedí a una niña que me trajera unos refrescos<br />
que había comprado precisamente para ofrecérselos<br />
a los que fueran a visitarme para compartir la satisfacción<br />
de haber obtenido mi nombramiento, lo que en<br />
un principio se me figuraba difícil, pero no imposible.<br />
Había tenido problemas más grandes que se habían<br />
cruzado en mi vida y los había vencido, así que<br />
tenía fe en Dios y en mí mismo, estaba seguro de que<br />
lo conseguiría. Cuando se despidió el señor Amado<br />
lo hizo un poco apenado porque él iba a darme una
CUANDO EL SOL SE FUE 1 5<br />
noticia que me iba a afectar y yo le di otra que me<br />
alegraba compartir con todos.<br />
En septiembre de ese mismo año me mandaron al<br />
Instituto Iris donde fui bien recibido. La directora me<br />
preguntó si podría con el grupo de preescolar –que no<br />
tenía maestro– y me mandó con ellos, quizá para ver<br />
cómo me desempeñaba, dándome un libro que me<br />
serviría como guía de trabajo; no faltaron voluntarios<br />
para leérmelo. Comencé con un grupo de cuatro niñas<br />
y un niño, tenían de cinco a seis años. Después<br />
llegaron dos jovencitas ciegas a las que había que enseñarles<br />
el sistema braille, orientación y movilidad, y<br />
también las enviaron a mi grupo.<br />
Me resultaba muy difícil trabajar con niños y<br />
adultos a la vez, pero no me rajaba. Por buena suerte<br />
mandaron a la escuela a un profesor muy joven y<br />
la directora nos reunió para ver con quién era más<br />
conveniente asignarlo. Argumenté que me hacía falta<br />
un auxiliar y los demás estuvieron de acuerdo en que<br />
fuera a mí a quien apoyara. El joven maestro Tobías,<br />
eficiente y dinámico, fue mi salvación y me permitió<br />
ordenar el trabajo. Los niños estaban encantados con<br />
él pues les organizaba juegos, les cantaba y les contaba<br />
cuentos. Al ver que con su apoyo yo me dedicaba<br />
más a trabajar con las jovencitas me mandaron a<br />
otros que requerían de terapia pues tenían dificultades<br />
para caminar.<br />
Poco nos duró el gusto; el profesor Tobías tuvo que<br />
ausentarse y me quedé de nuevo con un grupo numeroso<br />
y difícil. De inmediato protesté y exigí que<br />
me pusieran un auxiliar pues yo sólo no podía con el
1 6 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
grupo. La señorita encargada de trabajo social –con<br />
quien me llevaba muy bien– se dedicó a resolver el<br />
problema y lo expuso ante el patronato de la escuela.<br />
Una semana después tenía una auxiliar, que era hermana<br />
de la trabajadora social.<br />
Aunque esta señorita no tenía el perfil de educadora,<br />
sí me fue muy útil porque me permitió dedicarme<br />
más a los adultos, a los que les enseñaba el sistema<br />
braille; poco a poco el grupo se hacía más numeroso,<br />
y los muchachos mayores me habían pedido que<br />
también les diera orientación y movilidad, por lo que<br />
los sacaba a hacer recorridos por las calles cercanas<br />
para ayudarlos a orientarse y para que también conocieran<br />
los comercios que se ubicaban en el entorno<br />
de la escuela. Así se fue el año de 1983. Para las fiestas<br />
decembrinas se prepararon unas actividades muy bonitas<br />
en las posadas participaron los niños.<br />
Yo seguía en la colonia El Ranchito y ya me había<br />
familiarizado con las rutas del transporte público.<br />
Había dos formas de llegar a la escuela: la menos<br />
problemática era tomar un camión al centro y de ahí<br />
otro a la colonia Las Granjas, y, al bajar, caminaba un<br />
trecho largo por una banqueta que me llevaba a la<br />
escuela; pero la ruta más rápida y la que más utilizaba<br />
era tomar un camión que me dejaba a unas cuatro<br />
cuadras; ya conocía bien ese camino, pero debía cruzar<br />
una avenida muy transitada.<br />
Buscaba la forma de salirme de casa de Pancho<br />
porque quería un poco de comodidad. Pancho había<br />
rentado parte de la casa y le dije que podía pagarle<br />
una renta, pero contestó que en el cuarto que le
CUANDO EL SOL SE FUE 1 7<br />
quedaba podíamos acomodarnos los dos; aunque era<br />
muy amplio no estaba a gusto porque había sólo un<br />
baño que compartían tres casas.<br />
Una señora llamada Graciela Chacón de Tolano y<br />
su esposo don Chalo –a los que seguía frecuentando<br />
y conocía desde que iniciamos el Instituto Santa<br />
Lucía pues habían tenido ahí una niña que padecía<br />
una lesión cerebral– me decían que podían darme<br />
hospedaje en su casa. Me convenía porque el camión<br />
que recogía a los niños del Instituto Iris pasaba a una<br />
cuadra de su casa y el chofer me había dicho que lo<br />
esperara ahí a una determinada hora y si no estaba<br />
aún ahí él podía pasar por mí. Me cambié a casa de<br />
estos señores y estuve un tiempo muy a gusto.<br />
En uno de mis viajes a Nogales me dijo mi hermano<br />
Salomón que si quería comprar una casa él me<br />
prestaba el dinero. Acepté, le dije que ya tenía una<br />
elegida y me la daban en un millón doscientos mil<br />
pesos. Cuando fui a ver la casa, la señora que la rentaba<br />
nos la mostró, iba conmigo una amiga que me<br />
ofreció su ayuda para acompañarme a donde se me<br />
dificultara llegar, ella me describió la casa: con mucho<br />
terreno bardado y rodeada de bugambilias; tenía<br />
dos recámaras, sala grande, cocina, comedor, no tenía<br />
cochera, pero eso no era problema pues había un<br />
portón para guardar el carro.<br />
La casa me pareció bien, pero la señora me decía<br />
que no me convenía porque se goteaba mucho pues<br />
no servían los techos y que no fuera a comprarla porque<br />
esa zona por la noche era ‘panino’ de mariguanos;<br />
que en la capillita que estaba enfrente habían
1 8 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
matado a una persona y si no respetaban ese lugar<br />
sagrado, qué podíamos esperar. Le dije que iba a pensarlo,<br />
pero me di cuenta de lo que pasaba: en realidad<br />
no quería salirse y por eso ponía muchos obstáculos.<br />
La persona que me acompañaba me dijo que la casa<br />
estaba muy bien por ese precio; fuimos a hablar con<br />
la hija del dueño para comprarla, quien nos dijo que<br />
ya la habían tratado con un compadre del señor. Qué<br />
bueno que no se llevó a cabo la compra porque ya me<br />
había arrepentido de irme a ese lugar. Así que tomé<br />
el dinero y lo deposité en un banco a plazo fijo –los<br />
intereses estaban muy altos por esos días– en tanto<br />
esperaba que saliera otra oportunidad para comprar<br />
casa. Salomón me había dicho que ahí lo tuviera hasta<br />
que lo invirtiera.<br />
No obstante, no quitaba el dedo del renglón y quería<br />
conseguir mi propia casa. Recuerdo una ocasión<br />
en que venía de Guadalajara en el tren bala y –como<br />
suele suceder– mi compañero de asiento, un señor ya<br />
mayor, y yo nos hicimos de gran plática. Me preguntó<br />
a qué me dedicaba y le platiqué un poco de mi historia.<br />
También yo hacía preguntas, me contó que había<br />
trabajado mucho para formar una familia y acumular<br />
una fortuna más o menos considerable. Me aconsejó<br />
que siempre tomara la vida –y cualquier trabajo<br />
que emprendiera– con entusiasmo, y lo primero que<br />
debía hacer era conseguir una casita propia para no<br />
andar de arrimado (aunque pagara en una casa de<br />
asistencia no por eso dejaba de ser un arrimado), decía<br />
que una casa propia yo la podía hacer grande y a<br />
mi gusto, y conseguir una mujer porque a un hombre<br />
sólo le falta la mitad para formar un hogar. Esto<br />
nunca lo olvidé y no cejaba en mi intención de con-
CUANDO EL SOL SE FUE 1<br />
seguirme mi casa y después una compañera para mi<br />
vida. Encontraba casas –o terrenos para construir–,<br />
pero no quería que estuvieran en un lugar apartado<br />
donde no hubiese servicios.<br />
Ya no me sentía a gusto en la casa de la familia<br />
Tolano pues como había muchos niños no tenía un<br />
lugar fijo dónde quedarme, y me cambié a otra casa<br />
donde me iban a dar un cuarto. Tampoco duré mucho<br />
tiempo ahí porque tenían un perro muy bravo y<br />
una noche cuando llegaba me dio una buena mordida,<br />
lo que hizo que le tuviera pavor y ya no quisiera<br />
continuar ahí; me cambié a otra casa cercana al Instituto<br />
Iris.<br />
Corría el año de 1985; para el diez de marzo me<br />
habían programado una cirugía de una hernia que<br />
me molestaba bastante, y cada vez aumentaba más<br />
el dolor cuando permanecía mucho tiempo de pie.<br />
Así que apenas había hecho el trato con la señora de<br />
la casa que iba a darme hospedaje cuando al otro día<br />
tuve que presentarme en el Hospital Chávez para ser<br />
intervenido. Recuerdo que estaba en el Instituto Iris<br />
pues me había presentado a trabajar porque me daba<br />
miedo ir al hospital y la directora me dijo:<br />
–Tienes que ir, ya está programada tu cirugía. No<br />
tengas miedo.<br />
Muy amablemente le pidió al chofer que me acompañara<br />
y me quedé internado, a las dos de la tarde fui<br />
intervenido. Me pusieron bloqueo de modo que sentí<br />
cuando me cortaron y, ya para terminar, también<br />
los piquetes cuando me estaban suturando, me dolió<br />
un poco, pero me aguanté.
200 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Al siguiente día llegó mi sobrino Elías, se quedó<br />
conmigo esa noche y un día después me dieron de<br />
alta con quince días de incapacidad. Como ya le había<br />
pagado a la señora que me iba a dar hospedaje le<br />
avisé que me iba a ir a Nogales y le dejaba ahí algunas<br />
pertenencias. Pasé unos días con mi mamá y mis<br />
hermanos y regresé antes de que se me venciera el<br />
permiso para presentarme a trabajar, pues no podía<br />
estar mucho tiempo desocupado.<br />
Un profesor compañero de trabajo, Gilberto Maldonado,<br />
con el que me llevaba bastante bien había<br />
quedado como representante o delegado del Instituto<br />
Iris y le pregunté si podía ser candidato para una<br />
casa. Me dijo que en el reglamento se estipulaban al<br />
menos cinco años de servicio y yo aún no los tenía, y<br />
que otro requisito era ser casado, pero podía hacerle<br />
la lucha diciendo que era el sostén de mi mamá y ella<br />
dependía de mí.<br />
Me dediqué a reunir documentos, con tan mala<br />
suerte que en el Registro Civil no encontraron el acta<br />
de mi mamá; encontré una de matrimonio de mis padres<br />
y como había puesto en servicios médicos a mi<br />
mamá y tenía la credencial con su foto, ésta me fue<br />
muy útil. También necesitaba que un notario avalara<br />
los documentos y me recomendaron al licenciado<br />
Carlos Cabrera, éste me expidió una carta certificada<br />
que me costó doscientos pesos.<br />
Reuní los documentos y se los confié al profesor<br />
Maldonado para que él me hiciera el favor de entregarlos<br />
en el departamento encargado de la vivienda,<br />
se los aceptaron diciéndole que debería asistir a una
CUANDO EL SOL SE FUE 201<br />
reunión que iba a celebrarse ese día a las ocho de la<br />
noche ahí en el sindicato. Acudieron a ella algunas<br />
personas y el encargado de promover la vivienda nos<br />
dijo que no nos alegráramos puesto que aún no había<br />
nada, pero que teníamos que ir a las reuniones<br />
para que cobráramos conciencia del bien que íbamos<br />
a recibir, y así nos habló durante poco más de<br />
una hora de no sé cuántas cosas más, pero sin decir<br />
mucho. Terminó diciendo que dentro de un mes nos<br />
presentáramos de nuevo a otra reunión porque quien<br />
no asistiera iba a perder el crédito y no se sabía para<br />
cuándo se dieran esas casas, el día se veía muy lejano,<br />
pero yo era paciente.<br />
Mientras tanto, una muchacha –hija de una vecina<br />
de Pancho en El Ranchito–, como sabía que buscaba<br />
una casa para vivir en forma independiente, me dijo<br />
que si quería me pasaba la que ella había rentado<br />
ahí cerca, en Los Naranjos, y que no podía pagar. Me<br />
gustó la idea. El contrato ya estaba hecho y ella me<br />
acompañó cerca del Palacio de Gobierno al despacho<br />
del licenciado José Luis García –encargado de la<br />
casa–, para cambiar el contrato a mi nombre. Quedé<br />
en pasar a dejarle el dinero y me dijo que podía hacerlo<br />
cada dos meses, y así lo convenimos.<br />
La renta era de treinta y dos mil pesos mensuales<br />
pues en esos días el dinero se había devaluado mucho,<br />
ya andaba como en tres mil pesos el dólar; yo<br />
compraba zapatos de cincuenta mil pesos y una soda<br />
costaba seiscientos pesos. Mi sueldo era de setenta y<br />
cinco mil pesos quincenales, así que el dinero no valía<br />
en aquellos días.<br />
De inmediato me aboqué a comprar los muebles
202 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
más indispensables: una estufa, un refrigerador, un<br />
comedor, una cama y un cooler. Los llevé al departamento,<br />
que se encontraba en la calle Salustiana<br />
número 46. Tenía un jardincito y entrando estaba la<br />
sala-comedor, con una puerta y una ventana que daban<br />
al frente. A la mitad quedaban unas escaleras de<br />
caracol, la cocinita y una puerta de salida hacia un<br />
patio, muy pequeño, donde estaba el lavadero y los<br />
tendederos; subiendo a la planta alta se encontraba el<br />
baño y dos recámaras, una hacia el frente y otra hacia<br />
la parte posterior de la casa. A los lados había otros<br />
departamentos con los que se compartían paredes y<br />
pronto me familiaricé con los vecinos.<br />
Rara vez hacía comida –aunque siempre tenía algo<br />
en el refrigerador–, pues pagaba para que me atendiera<br />
a mediodía a una señora que vivía a una cuadra;<br />
por la mañana y por la tarde yo me preparaba algo, y<br />
una vecina muy amable me mandaba algo de comer;<br />
también la vecina de enfrente me invitaba a tomar un<br />
café muy bueno que preparaba por las tardes, fueron<br />
pocas las veces que acepté, ya que seguido me invitaba,<br />
pero le agradecía su consideración.<br />
De donde se encontraba la casa caminaba tres cuadras<br />
muy temprano para tomar un camión que me<br />
dejara cerca de la escuela en donde trabajaba. Me bajaba<br />
en la colonia Las Granjas y tenía que cruzar una<br />
avenida con mucho tránsito, pero casi siempre me<br />
encontraba a una niña muy acomedida que parecía<br />
que me estaba esperando para ayudarme a cruzar, y<br />
así no tenía problema alguno. Imaginaba a esta niña<br />
muy bonita, rubia, y su voz ingenua me llenaba de<br />
ánimo. Llegaba contento al trabajo pues cualquier
CUANDO EL SOL SE FUE 203<br />
problema que tuviera no lo sentía porque ya había<br />
tonificado mi espíritu.<br />
En el trayecto de cuatro o cinco cuadras que recorría<br />
a diario desde donde me bajaba hasta la escuela,<br />
casi siempre encontraba personas que me acompañaran.<br />
Una de ellas, una amable señorita, también vivía<br />
en los naranjos y tomaba el mismo camión que yo, al<br />
verme caminando con mi bastón me ayudaba a cruzar<br />
la avenida hasta el Instituto Iris; ella trabajaba en<br />
la colonia Las Granjas, y en una ocasión me preguntó<br />
si vivía sólo. Me explicó que su novio y el hermano de<br />
él trabajaban en la Ford y no tenían dónde quedarse,<br />
y quería saber si podrían vivir conmigo.<br />
Yo no quería a nadie conmigo pues mi idea al rentar<br />
el departamento era ser independiente, pero me<br />
decía que los muchachos pagarían la mitad de la renta<br />
y ella a diario podía llevarnos tortillas de las que<br />
hacía. Fueron los muchachos y se instalaron en una<br />
recámara que estaba vacía, y únicamente tendrían que<br />
darme dieciséis mil pesos. Estuvieron ahí unos meses,<br />
pero como estaban muy mimados no aguantaron estar<br />
lejos de sus papás y se fueron a Ciudad Obregón.<br />
La muchacha sólo una vez nos llevo tortillas.<br />
Seguía visitando a mi amigo Pancho y a doña Carolina<br />
en El Ranchito, pues ya me consideraban como<br />
de la familia. Los hijos de las primas de Pancho me<br />
llamaban tío y casi a diario iban a visitarme, Pancho<br />
los acompañaba de vez en cuando; también a un muchacho<br />
le daba clases de braille los sábados. Así que<br />
no estaba solo.
204 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Entretanto, mi amigo Pancho seguía su romance,<br />
estaba muy enamorado y diariamente iba a visitar a<br />
Marielos, ella también estaba sola en Hermosillo, no<br />
soportó seguir así y se fue a vivir con Pancho, tiempo<br />
después se casaron.<br />
Un buen día llamó por teléfono al Instituto Iris la<br />
señora Petterson –quien siempre buscaba el bienestar<br />
de los ciegos adultos con familia y procuraba la<br />
manera de ayudarlos– preguntando si alguna persona<br />
invidente necesitaba y quería trabajar en una carpintería.<br />
Me dieron el recado y le dije que conocía<br />
una persona a quien podía interesarle pues tenía que<br />
mantener a su esposa. Llamé por teléfono a casa de<br />
uno de los vecinos de Pancho para que le dijeran que<br />
llamara al número de teléfono que la señora me había<br />
proporcionado. Después de la salida fui a su casa<br />
para cerciorarme de que si le dieron el recado y me<br />
dijo que ya se había comunicado y al día siguiente se<br />
presentaría a trabajar. El patrón resultó ser una persona<br />
muy considerada, y de esa forma Pancho ya tuvo<br />
un ingreso.<br />
Se llegaron las vacaciones de verano y me fui a Nogales<br />
nada más quince días, no quería dejar el departamento<br />
solo por mucho tiempo; mientras, buscaba<br />
algo en qué ocuparme pues no podía pasar tanto<br />
tiempo sin hacer nada y pensé que sería bueno ir al<br />
rancho a visitar a Claudio y Dora con quienes estuve<br />
muy a gusto unos días.<br />
Regresé porque tenía la junta del sindicato. Estábamos<br />
los solicitantes de las casas para ver qué nos<br />
decían al respecto, pues no se vislumbraba nada. Nos
CUANDO EL SOL SE FUE 205<br />
dijo el encargado de la construcción que ya habían<br />
surgido algunas protestas, pero era bueno que nosotros<br />
hiciéramos presión para que se otorgara el préstamo<br />
para la construcción de viviendas populares para<br />
los maestros, que las casas iban a estar muy cómodas<br />
y baratas y que no nos desanimáramos porque ahora<br />
sí ya iban a empezar y había que tener paciencia.<br />
Así empezamos ese mes de septiembre con muchas<br />
esperanzas, pero entonces sobrevino el fatídico terremoto<br />
de la Ciudad de México, suceso que trastornó a<br />
todo el país. En el transcurso, Sonora había cambiado<br />
de gobierno y había quedado don Rodolfo Félix<br />
Valdés al frente de los destinos del Estado. Doña Gloria<br />
de Félix, con su comitiva, fue de visita al Instituto<br />
Iris y nos robó el corazón; nos visitó varias veces y<br />
siempre me saludaba con mucho afecto. En diversas<br />
ocasiones llevó invitados, como el padre Tomás Herrera,<br />
un sacerdote español amigo suyo, y el obispo<br />
de Mexicali, para que conocieran el instituto.<br />
Ya no hubo más reuniones y nadie preguntaba,<br />
pues el préstamo bancario que se destinaba para la<br />
construcción de las casas se emplearía ahora para la<br />
reconstrucción de la Ciudad de México. No podíamos<br />
creer que tal tragedia nos hubiese ocurrido a los<br />
mexicanos, pasaban los días y no nos conformábamos.<br />
Terminó el año y empezó 1986.<br />
En marzo nos llamaron a una reunión en el sindicato<br />
a los solicitantes de casas. Nos dieron la noticia<br />
de que ahora sí se iban a construir y ya estaban empezando;<br />
el dinero ya lo tenían, no había afectado lo<br />
del terremoto; podíamos ir a ver ahí en la colonia Ma-
206 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
gisterial. Poco después me hice acompañar de una jovencita<br />
sobrina de Pancho a quien le pedía que fuera<br />
conmigo a algunos lugares a los que se me dificultaba<br />
llegar. Buscamos las casas y no las encontramos. Estábamos<br />
en el fraccionamiento, pero no había nada.<br />
Recuerdo que era en el mes de abril…, caía una lluviecita<br />
muy agradable, pero era un poquito molesto<br />
andar húmedo.<br />
Desde entonces perdí la fe, me parecían muchas las<br />
mentiras que nos decían y, además, para mí era complicado<br />
salir de las reuniones a las diez u once de la<br />
noche y buscar un carro de sitio. Tenía que caminar<br />
cuatro o cinco cuadras hasta llegar al lugar donde había<br />
taxis. Nadie me ofrecía un raid y yo no les pedía<br />
ayuda porque me daba cuenta de que todos salían<br />
corriendo de las reuniones, así que no mostraba ninguna<br />
preocupación pues conocía el lugar y podía hacerlo<br />
solo.<br />
En ese tiempo Salomón andaba bien económicamente,<br />
tenía algunos negocios que le redituaban buenas<br />
ganancias. También quiso adquirir el rancho de<br />
mi mamá que había quedado a nombre de Claudio<br />
en acuerdo de todos los demás hermanos, ya que él se<br />
había ocupado de arreglar el intestado mucho tiempo<br />
después de la muerte de mi papá. Salomón le dio<br />
a Claudio seis millones de pesos, y éste a su vez le dio<br />
tres de ellos a mi mamá, y ella nos repartió trescientos<br />
mil pesos a cada uno de los hermanos restantes,<br />
cantidad que puse a plazo fijo.<br />
Yo antes le había dado dinero a Claudio para que<br />
me comprara cinco vaquillas y un toro, que luego le
CUANDO EL SOL SE FUE 207<br />
vendí a Salomón cuando compró el rancho. Este dinero<br />
también fue al banco y, como los intereses estaban<br />
muy altos, logré reunir tres millones de pesos.<br />
Cuando Salomón tuvo necesidad del dinero que le<br />
debía se lo envié y seguí ahorrando porque quería<br />
comprar una casa. Me ofrecían muchas, pero no me<br />
gustaban.<br />
Pasaron los meses y en octubre citaron a otra reunión.<br />
Acudí, no dije nada, pero no faltó quien dijera<br />
que había ido a ver las casas y no había nada, que nos<br />
estaban mintiendo vilmente. Respondieron “Ahora sí<br />
ya están los cimientos, vayan para que se den cuenta.”<br />
Alguien dijo que era cierto, que había ido y los había<br />
visto, pero no le habían gustado, que estaban muy<br />
mal hechos y era mucho el dinero que se nos iba a<br />
cobrar.<br />
Perdí las esperanzas de que me dieran una casa,<br />
pensé en construir una a la medida de mis posibilidades<br />
y buscaba un terreno pues había perdido el<br />
entusiasmo que tenía en un principio. Si me la daban<br />
qué bueno y si no, también. Lo que me motivaba a<br />
adquirir una casa era la intención de traerme a mi<br />
mamá conmigo, para brindarle cierta comodidad con<br />
la ilusión de devolverle un poco de lo que ella me<br />
había dado. Además de su problema de la columna<br />
había sufrido una fractura en un brazo y se movía con<br />
un andador dentro de la casa, pero dependía de los<br />
demás.<br />
Terminó 1986 y llegó 1987. Pasé los días de Navidad<br />
y Año Nuevo muy contento con mi gente, con
208 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
la esperanza de que el nuevo año fuera mejor y nos<br />
trajera mucha felicidad.<br />
Volvieron a citar a una reunión para informarnos<br />
que estaban terminando la construcción de las casas<br />
y ya pronto las entregarían; nos pidieron que depositáramos<br />
seiscientos mil pesos –el importe del enganche–<br />
en el Banco del Norte y nos proporcionaron<br />
el número de cuenta; el descuento sería quincenal,<br />
con lo que muchos protestaron pues serían treinta<br />
y dos mil pesos mensuales por veinte años, lo cual<br />
consideraban excesivo. Yo no dije nada, no sabía ni<br />
qué decir porque no veía clara la entrega de las casas.<br />
Pasó abril, mayo, y aunque entonces hubo muchas<br />
reuniones no asistí a ninguna más. Si me la daban<br />
bien, y si no era así les reclamaría la devolución de lo<br />
que había pagado. Se lo hice saber al delegado, él me<br />
presionaba para que asistiera a las juntas que ya se<br />
habían vuelto puro mitote.<br />
Seguía viviendo en la casa que tenía rentada en Los<br />
Naranjos. Un día llegó mi hermano Claudio con otro<br />
muchacho de Trincheras, venían a visitar a mi primo<br />
Benjamín Murrieta Celaya quien se encontraba internado<br />
en el Hospital Militar, ya que requería una operación<br />
del estómago. Antes había acudido a un hospital<br />
en Tucson, pero allá no lo quisieron operar pues<br />
encontraron que tenía la terrible enfermedad del cáncer,<br />
pero en el Hospital Militar les habían dicho que<br />
sí se podía hacer mucho y se corregiría el problema al<br />
extraerle el quiste.<br />
Me informaron el número de cama en que se encontraba<br />
y otro día fui a visitarlo. Él había quedado
CUANDO EL SOL SE FUE 20<br />
huérfano a los cinco años y nos habíamos criado<br />
juntos, por lo que había mucha convivencia y comunicación<br />
entre nosotros. Fue él quien pasó por mí<br />
al rancho la primera vez que me fui a la Ciudad de<br />
México, y por todas estas razones no podía dejar de<br />
ir a visitarlo. Esta vez me acompañó Alejandra, una<br />
muchachita de quince años, hija de doña Caro, la señora<br />
que me asistía cuando viví en El Ranchito. Mi<br />
primo se sintió muy contento de vernos, y a su esposa<br />
Paulina le cayó muy bien Alejandra. Me despedí para<br />
volver en unos tres días.<br />
En marzo doña Caro me había pedido que le bautizara<br />
a la última y más pequeña de sus hijas, lo que<br />
hice con mucho gusto y ya éramos compadres, emparentándome<br />
así con la familia Márquez Garrobo.<br />
El veinticuatro de junio dijeron que ya estaban<br />
repartiéndose las casas y que el Gobernador había<br />
estado en el fraccionamiento. Le pedí a Alejandra<br />
–me llamaba tío– que me acompañara de nuevo a<br />
la colonia Magisterial, al principio se conocía como<br />
Veintidós de Septiembre. El veintisiete de junio, un<br />
día muy caluroso en que el sol castigaba duramente<br />
a los hermosillenses, como a las once de la mañana<br />
llegamos a donde estaban las casas y le preguntamos<br />
a una señora si sabía quién estaba a cargo del reparto.<br />
Le señaló a Alejandra un cuartito hecho de lámina de<br />
asbesto en medio de un baldío grande que iba a ser<br />
un parque, diciéndole que ahí debía encontrarse el<br />
ingeniero. Llegamos con él, preguntó mi nombre y<br />
nos informó que a como iban llegando iba tocando<br />
el número. Me entregó las llaves de la casa número<br />
diecisiete y un térmico, puesto que no había luz, y
210 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
nos dirigió al lugar en donde se situaba la casa; se<br />
trataba del número 17 de la privada Sección 28, entre<br />
Esteban Baca Calderón y Leopoldo Ramos.<br />
Llegamos, abrimos y nos encontramos en una casa<br />
pequeña, pero bonita, los pisos se sentían sucios, Alejandra<br />
confirmó mi sospecha, pues parecía que habían<br />
batido mezcla; la recorrí por dentro y por fuera<br />
dándome cuenta de que tenía terreno para ampliarla.<br />
Advertí que las casas se encontraban todas comunicadas<br />
y era urgente bardar.<br />
Como ese día había quedado de pasar a visitar a<br />
mi primo al hospital nos regresamos a la colonia El<br />
Ranchito para descansar un poco y a las cuatro nos<br />
encontrábamos en el hospital. Cuando llegamos a<br />
la sala donde había estado mi primo, Alejandra, un<br />
poco sorprendida, me dijo:<br />
–El cuarto está vacío, ahí no hay nadie.<br />
No quise pensar nada trágico y contesté:<br />
–Seguramente lo llevaron a curación.<br />
Seguimos caminando por el pasillo buscando a<br />
quién preguntarle. Nos topamos con una enfermera,<br />
antes de que le dijéramos algo ella nos preguntó si<br />
íbamos a visitar al señor Benjamín Murrieta<br />
–Sí –le contestamos, y ella afligida nos dio la noticia<br />
de que esa mañana se lo habían llevado a Trincheras<br />
porque murió. Me sentí como si me hubieran echado<br />
un balde de agua fría, me quedé sin respiración y permanecí<br />
inmóvil un momento. Me dijo entonces:<br />
–Lo siento mucho, no quisiera dar estas noticias,<br />
pero así es la realidad.<br />
Me serené, le di las gracias y nos retiramos. Iba muy<br />
pensativo y triste, rogándole a Dios que lo hubiera
CUANDO EL SOL SE FUE 211<br />
agarrado en buena hora. Así estuve toda la tarde, tomaba<br />
café para calmarme, pero no lo conseguía. Al<br />
día siguiente me habló Dora, mi cuñada, para preguntarme<br />
si iba a ir al funeral a Trincheras, le respondí<br />
que no porque estaba haciendo demasiado calor.<br />
La siguiente semana me acompañaron Alejandra y<br />
una hermanita de ella de doce años a la colonia Magisterial<br />
y lavamos los pisos. El baño por lo menos ya<br />
estaba aseado. El siguiente fin de semana volví con<br />
un compadre y su esposa a instalar el térmico, para<br />
la luz eléctrica.<br />
Los primeros días de julio fui a Nogales a pasar un<br />
tiempo con mi mamá y mis hermanos y permanecí<br />
allá un mes. Les platiqué que ya me habían entregado<br />
la casa y la iba a arreglar para llevarme a mi mamá.<br />
Ella se puso muy contenta.<br />
Regresé a Hermosillo y pensaba cambiarme hasta<br />
septiembre, pero me dijeron que si las casas estaban<br />
solas nos las iban a quitar. Pagué a un señor para que<br />
me ayudara a cambiarme y me ayudó también un<br />
hijo de mi comadre Caro. Era una tarde calurosa y<br />
también pasamos la noche con calor. Como no había<br />
barda, no podía poner el gas afuera porque si lo colocaba<br />
donde estaba lista la instalación me lo robarían.<br />
Cuando se iban a preparar alimentos abría el gas y<br />
cuando no se utilizaba lo cerraba. Así estuve durante<br />
algún tiempo.<br />
Como mi mamá se encontraba impaciente por venirse<br />
conmigo compré otros muebles para acondicionar<br />
la casa: un sofá cama, un comedor de madera,
212 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
un trastero y dos mecedoras. Lijé los pisos con lija de<br />
agua hasta que quedaron bien pulidos, y aunque eran<br />
de cemento ya estaban bonitos. Cuando supieron algunos<br />
de los que se decían mis amigos iban conmigo,<br />
pero no para ayudarme, sino para, allí en mi casa, poder<br />
hacer las tomadas, porque en sus casas sus esposas<br />
no los dejaban hacer reuniones de borracheras.<br />
Se contaba entre ellos un señor al que apodaban<br />
“El macuarro”, según él, daba pláticas en San Juan<br />
Bosco. Una persona muy atenta, pero tenía el gran<br />
defecto de que le gustaba la tomada; tenía cinco hijos,<br />
pero su esposa se había ido seguramente porque<br />
no aguantó seguir a su lado. Tenía buenos ingresos,<br />
sabía trabajar la tapicería, alfombras, cortinas, pisos,<br />
soldadura, etcétera, pero el dinero se le iba en<br />
cerveza. Muchos ciegos lo querían porque él ponía<br />
las bebidas y no dejaba que ellos compraran, por el<br />
contrario, les daba dinero para que lo acompañaran.<br />
Este señor –tenía muy buena voz– ayudaba también<br />
a las muchachas ciegas leyéndoles, claro, cuando no<br />
andaba tomado. De este modo se ganó la confianza<br />
de todos.<br />
Angélica, una de esas jovencitas a las que ese señor<br />
ayudaba leyéndoles, era también mi alumna. Era de<br />
Cananea, no tenía aquí en donde quedarse y quería<br />
estudiar la secundaria y la preparatoria en el sistema<br />
abierto, me pidió que le permitiera llegar conmigo<br />
cada veinte días por uno o dos días cuando tuviera<br />
que venir a presentar los exámenes, y yo estuve de<br />
acuerdo. La primera vez que vino la acompañó una<br />
de sus hermanas a la que yo ya conocía, se notaba<br />
seria y respetuosa, pero como no se podían ir por-
CUANDO EL SOL SE FUE 213<br />
que no traían dinero y ya tenían cuatro días aquí les<br />
di dinero para que se fueran pues me di cuenta de<br />
que estaban mortificadas. Aproximadamente al mes<br />
volvieron Angélica y su hermana Rosario, una mujer<br />
seria que se había separado de su marido y se dedicaba<br />
a ayudar a su hermana ya que su mamá tenía otros<br />
compromisos; esta vez venían a quedarse un tiempo<br />
y también me iban a servir de ayuda a mí.<br />
Me pareció bien porque la señora era muy formal y<br />
activa. Yo no estaba en la casa durante el día y siempre<br />
me tenía la ropa bien arreglada y cena en forma.<br />
Yo salía de la escuela a la una de la tarde y me venía<br />
a un taller de escobas y trapeadores que habíamos<br />
formado los ciegos como sociedad cooperativa, y ahí<br />
“loncheaba” algunos tacos a veces y otras me aguantaba<br />
con una soda y galletas. Trataba de granjearlas<br />
dándoles algún dinero para que compraran lo que hiciera<br />
falta, y un día me avisaron que se iban a Cananea<br />
porque no querían darme mucha lata y seguirían<br />
viniendo como lo habían hecho. Les di las gracias,<br />
pero no podía detenerlas, y les reiteré que las puertas<br />
estaban abiertas para cuando vinieran.<br />
La Semana Santa de 1988 fui a Nogales por mi<br />
mamá, le había dicho que la traería en cuanto comenzaran<br />
las vacaciones de pascua. El Sábado Santo<br />
llegué a Nogales y me encontré con que ella y una sobrina,<br />
hija de mi hermana Tere, se habían venido para<br />
aprovechar el raid con uno de mis hermanos que iba<br />
de vacaciones para Vallarta, por lo que me regresé inmediatamente<br />
para ver si las encontraba. Ellas, al no<br />
hallarme, se regresaron en un carro de sitio que les<br />
pagó mi hermano Salomón, así que cuando yo llegué
214 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
ya se habían ido y muy desconsolado me quedé unos<br />
días antes de volver a Nogales, no entendía por qué<br />
no me habían esperado con una prima que estaba viviendo<br />
en Hermosillo. El caso fue que la mala suerte<br />
no quiso que mi mamá estuviera en mi casa, pero no<br />
perdía la esperanza de que se viniera conmigo, si no<br />
a quedarse por lo menos unos días.<br />
Pasó el tiempo y yo seguía trabajando también por<br />
las tardes en la cooperativa. Volvieron la alumna y<br />
dos de sus hermanas, estuvieron unos días, pero les<br />
dije que me iba a ir a Nogales en cuanto comenzaran<br />
las vacaciones de verano porque mi mamá estaba enferma<br />
y tenía que ir con ella y con mi hermana que<br />
estaba al pendiente de ella. No quise que se quedaran<br />
porque empezaba a notar un poco liberales a sus hermanas,<br />
una chamaca de catorce años y otra que traía<br />
problemas con su esposo. Me di cuenta de que eran<br />
bonitas, se empezaron a reunir con amigos para hacer<br />
pachangas y no me agradó que se organizaran borracheras<br />
en mi casa. Les pedí que se fueran y les di un<br />
dinero pues no traían nada; la casa se la iba a encargar<br />
a los vecinos. Insistieron en que las dejara ahí y que<br />
ellas podían cuidar la casa, pero no me convenía que<br />
se quedaran porque me imaginaba que iba a encontrar<br />
destrozos por las borracheras que organizaba “El<br />
macuarro”, el amigo de los ciegos que no escatimaba<br />
el dinero cuando de comprar cerveza se trataba, y no<br />
quise arriesgar mi casa.<br />
Me fui a Nogales. Mi mamá se hallaba internada<br />
en un hospital de especialidades y no la dejábamos<br />
sola ni un momento, en ocasiones rezando, y así nos<br />
turnábamos. En agosto llegó de Tijuana mi tía Marga-
CUANDO EL SOL SE FUE 215<br />
rita, la única hermana de mi mamá, pues se enteró de<br />
lo delicado de su enfermedad y quería estar con ella.<br />
Como no se notaba alivio, mi hermano Salomón y<br />
mi sobrino Jesús Antonio vieron la posibilidad de<br />
trasladarla a la ciudad de Tucson, Arizona. Hicieron<br />
trámites por medio de un licenciado y pagaron un<br />
seguro médico para que se le diera atención médica,<br />
lograron llevarla al Hospital Santa María.<br />
Mi tía Margarita y yo nos fuimos con un primo en<br />
un carro de Salomón. Llegamos a la casa de Martha y<br />
Salomón; mi mamá estaba muy bien atendida en el<br />
hospital. Algunas amigas iban a visitarla, pero ella estaba<br />
inconciente desde que la internaron en Nogales,<br />
pues cayó en un cuadro de deshidratación debido a<br />
una infección intestinal. Lo que hicieron los médicos<br />
de Sonora era administrarle suero y más suero, y los<br />
de Tucson dijeron que ese había sido el error, tenía<br />
agua en los pulmones, era posible corregir eso, pero<br />
lo consideraban difícil.<br />
Cuando tuvo una mejoría me vine a Hermosillo a<br />
sacar algunos pendientes. No tenía ni un día de haber<br />
llegado cuando una prima fue por mí para que me<br />
devolviera a Nogales porque mi mamá había muerto.<br />
Esa misma noche tomé un camión, no encontré<br />
asiento y me fui de pie, pero no me importó, pues<br />
quería llegar con mis hermanos para ver qué íbamos<br />
a hacer. Llegué muy temprano y me dijeron que la<br />
iban a trasladar a Trincheras ese mismo día.<br />
Nos fuimos a Trincheras y ahí esperamos hasta la<br />
noche a que llegaran con mi mamá, así que no dormí.<br />
Al día siguiente, ocho de septiembre, la sepulta-
216 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
mos en donde también estaba inhumado mi papá. Ya<br />
que la dejamos en el panteón, nos fuimos al pueblo<br />
a casa de Claudio, ahí estuvimos un rato y nos tomamos<br />
unas cervezas.<br />
En la noche nos retiramos al rancho en donde crecimos<br />
al lado de mi mamá. Recordé otros tiempos<br />
que yo pasé ahí, unos buenos…, otros no tanto… Ahí<br />
permanecía la recámara de mi mamá y los naranjos<br />
que ella había plantado, el pozo con su papalote que<br />
nos proveía de agua para las plantas y la casa. Recuerdos<br />
tristes… Muchos recuerdos… El siguiente día regresamos<br />
a Nogales.<br />
Todo ese tiempo yo me había estado comunicando<br />
con la directora del Instituto Iris porque tenía que<br />
haberme presentado los primeros días del mes, pero<br />
ella me decía que no había problema y que me tomara<br />
el tiempo necesario. Así que permanecí unos<br />
días del novenario y antes de que terminara, el día catorce,<br />
regresé a Hermosillo. La directora me llamó la<br />
atención diciéndome que eran muchos los días que<br />
me había tomado, ya que únicamente daban tres; que<br />
pidiera un permiso al sindicato a ver si me lo daban<br />
y si no, a ver qué se podía hacer. También me pidió<br />
una constancia del médico que atendió a mi mamá<br />
explicando el padecimiento. Fui a Nogales, pero no<br />
pude obtener ese documento y una secretaria me falsificó<br />
la firma del médico, pero no “la pegué” porque<br />
no tenía la cédula cuarta. La directora se calmó pues<br />
sólo eran necedades suyas. Ya el sindicato me había<br />
otorgado quince días de permiso.
VII.- EL ÁNGEL DE MIS SUEÑOS<br />
En los últimos días del mes de septiembre llegó a la<br />
escuela una señorita que iba a cubrir un interinato y<br />
nos reunieron en la dirección para presentárnosla. Su<br />
nombre era Olga Delia Romero López, estaba muy<br />
preparada, era empleada del Seguro Social (IMSS)<br />
y estaría con nosotros seis meses. No pensé que la<br />
asignarían a mi grupo porque las personas que usualmente<br />
me ponían como auxiliares eran pasantes que<br />
iban a hacer su servicio social, así que me sorprendí<br />
cuando la directora dijo que estaría conmigo pues<br />
tenía un grupo muy variado, ya que me mandaban<br />
a los niños más difíciles, adolescentes con lesiones<br />
cerebrales, etcétera.<br />
Me daba un poco de inquietud trabajar con ella por<br />
tratarse de una persona profesional. Yo tenía que ponerme<br />
al nivel de los alumnos con deficiencias para<br />
que me entendieran, algo que siempre me daba resultado,<br />
pero ahora con una persona más preparada que<br />
yo, y que según ella iba a seguir las indicaciones que<br />
le daría… De inmediato pasamos al aula de trabajo<br />
y nos sentamos a platicar acerca de la forma en que<br />
trabajaríamos, y con detenimiento le expliqué, mientras<br />
los niños estaban en recreo, que el grupo que yo<br />
tenía era un poco complicado. Le dije que había que<br />
improvisar formas de trabajo y ella me sería muy útil,<br />
pero no le iba a indicar cómo trabajara, sino, más<br />
bien, íbamos a idear estrategias en forma conjunta.
218 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Me dijo que ella no manejaba el sistema braille.<br />
–No importa, hay quienes no lo saben ni lo van<br />
a aprender, pero con ayuda de la psicóloga vamos a<br />
elaborar el trabajo –argumenté.<br />
De inmediato escogió a seis niños y empezó a prepararlos<br />
para que hicieran una representación acerca<br />
del Descubrimiento de América. Ya estaba cerca el<br />
Doce de Octubre, Día de la Raza. Una niña representaba<br />
a Isabel y un niño a Fernando VII, los reyes católicos<br />
de España, otro a Cristóbal Colón y dos más a<br />
la tripulación, personajes de la historia que llevaron a<br />
cabo la empresa, los que la hicieron inmortal. El día<br />
doce se llevó a cabo la representación en la sala de actos.<br />
La obra quedó muy bien y la participación en ella<br />
ayudó mucho a los niños con su sociabilización.<br />
Se llegó diciembre y cerramos el año celebrando<br />
los quince años de uno de los alumnos. En estas fiestas<br />
no me fui a Nogales como acostumbraba y Olga<br />
Delia, sabía que recientemente había perdido a mi<br />
mamá, me invitó a cenar en casa de la suya; así conocí<br />
a doña Ramona, una agradable señora. Después<br />
fuimos a casa de una amiga mía que había simpatizado<br />
también con Olga, y ahí estuvimos charlando.<br />
Para entonces, ya sentía que me atraía Olga Delia y<br />
no hallaba cómo decirle que me gustaba, que sentía<br />
que la quería. Pero había surgido un problema: hacía<br />
poco me había reencontrado en Hermosillo con una<br />
señora que había conocido en México y que en ese<br />
tiempo pretendí, haría cerca de doce años. Habíamos<br />
sido novios, pero pronto me cambió por otro y después<br />
se casó, ella era joven y bonita, a mí me dolió
CUANDO EL SOL SE FUE 21<br />
perderla. Tuvo dos hijos, surgieron problemas en la<br />
pareja y se vino a Sonora, su esposo murió en un accidente<br />
poco después. Ella quería volver a rehacer las<br />
relaciones amorosas, pero yo ya no quería nada con<br />
ella y le decía que no era posible. Quizá sí me hubiera<br />
decidido si no hubiera sido tan aprehensiva, ya que<br />
yo no quería seguir sólo, pero sin amor no podría alimentarse<br />
una relación. Y ahora que había conocido<br />
a Olga no quería dejarla ir y tenía que poner de mi<br />
parte todo para conquistarla.<br />
Un buen día la invité al bautizo del hijo de una<br />
amiga mía con el propósito de hablarle de mis intenciones.<br />
Estuvimos ahí, pero ella no me daba ocasión<br />
de expresarle mis sentimientos. Cuando nos retiramos<br />
me invitó a casa de una de sus amigas, Lupita Loreto,<br />
con quien me presentó y ésta, muy amablemente, nos<br />
invitó a pasar, ella andaba regando el patio. Como<br />
el calor era mucho, yo antes había invitado a Olga a<br />
tomar una nieve porque quería platicar más con ella,<br />
nos despedimos de Lupita y así tuve la oportunidad<br />
de hablarle con mucha naturalidad de lo bien que<br />
me caía y de que había llegado a sentir algo especial<br />
hacia su persona. Le dije que había encontrado en<br />
ella a la mujer de mis sueños, la que yo siempre había<br />
esperado…<br />
Me contestó que todo estaba bien, pero que le diera<br />
unos días pues tenía que pensarlo… Dejé pasar cuatro<br />
o cinco días y le llamé para preguntarle qué había<br />
decidido, y me dijo que fuera a su casa y que ahí me<br />
respondería. Fui de inmediato. A las cinco de la tarde<br />
ya estaba en casa de su mamá y Olga me esperaba.<br />
Doña Ramona nos invitó un café con coricos que
220 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
ella misma preparaba. Me dijo entonces que sí me<br />
aceptaba, pero que teníamos que platicar más acerca<br />
de la decisión que íbamos a tomar, le contesté que<br />
teníamos todo el tiempo que fuera necesario. Desde<br />
ese día todas las tardes a las cuatro le hablaba para<br />
invitarla a algún lado y le platicaba de mis proyectos<br />
y lo que pensaba sobre el futuro.<br />
Los días transcurrían rápidamente. En agosto, Olga<br />
me dijo que en los veinte días de vacaciones que les<br />
otorgaba el IMSS iba a ir con su amiga Lupita –las dos<br />
eran empleadas de ese instituto– y uno de sus hijos<br />
a Guadalajara, ya que el esposo de ella se encontraba<br />
allá haciendo una especialidad. El esposo de Lupita<br />
quiso que Olga los acompañara porque como también<br />
iría un niño, de esta forma se sentirían con más<br />
seguridad. Olga pensaba aprovechar estos días de vacaciones<br />
para ver los ajuares de novia y otros detalles.<br />
Se fueron y yo me quedé sin saber qué hacer ni qué<br />
pensar. Ya iba menos a Nogales, pero ahora no sabía<br />
si irme o no y mejor opté por quedarme aunque los<br />
días me parecían interminables. Yo siempre le marcaba<br />
para ver si había llegado, ya que ella se quedaba<br />
en una casita que le había dejado una tía y uno de sus<br />
sobrinos la acompañaba algunas veces. También una<br />
muchacha de Jalisco que era enfermera se quedaba<br />
ahí en su casa, pero al enterarse de que andaba de<br />
novia se había ido a casa de una hermana de Olga,<br />
y esa era la razón por la que nadie me contestaba.<br />
Pero yo no dejaba de marcar, hasta que un día sí me<br />
contestaron. Era ella, Olga, y sentí un gozo enorme al<br />
oír su voz.
CUANDO EL SOL SE FUE 221<br />
–¿Eres tú, Olga?<br />
–Sí, y tengo muchas cosas que contarte.<br />
Muy contento, de inmediato me dirigí a casa de<br />
su mamá. Me contó que aunque había visto muchos<br />
vestidos de novia no le habían gustado, y que mejor<br />
lo comprábamos en Tucson; que había comprado<br />
ceniceros para ponerles el nombre de los novios<br />
-nosotros- y otros detalles... Platicamos de nuestros<br />
planes y acordamos que sería lo mejor casarnos lo<br />
más pronto posible.<br />
Hice viaje a Nogales para platicar con mis hermanos<br />
y participarles mi decisión de unirme en matrimonio,<br />
así como para comprar los anillos de compromiso.<br />
Llegué y procuré reunir a mi familia, los que<br />
se encontraban en esos momentos: mis hermanos<br />
Claudio y Tere, mi sobrino Jesús Antonio y su esposa<br />
Cristina. Les di la noticia de que me iba a casar e iba a<br />
ver quién quería ir a hacer la petición de mano. Jesús<br />
Antonio dijo:<br />
–¡Ahorita mismo vamos y pedimos la mano, y<br />
también te casamos!<br />
A mi hermano le pareció bien y quedó en acompañarnos<br />
para que tuviera más validez la pedida de<br />
mano. Al día siguiente, primero de octubre, partimos<br />
para Hermosillo. También nos acompañaba Dora, la<br />
esposa de Claudio.<br />
Habíamos convenido que Olga y dos de sus hermanas,<br />
Rosa Amelia y Silvia, nos esperarían en la casa<br />
que le había dejado su tía, pues su mamá se negaba<br />
a dar su consentimiento. No quería que se casara con<br />
nadie, y menos conmigo pues le habían dicho que<br />
no dejara que Olga se casara con Flavio. Conociendo<br />
Olga que su madre era de pocas palabras, prefirió
222 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
recibirnos en la casa donde se quedaba. Estuvimos<br />
ahí un rato, nos tomamos unos refrescos, una de sus<br />
hermanas cantó dos o tres canciones, ya que lo hace<br />
muy bien, y como a las siete nos despedimos y me<br />
dieron un raid a mi casa.<br />
Muy pronto, los primeros días de octubre, volví a<br />
Nogales pues tenía que recoger los anillos. Me dijo<br />
Cristina que me regresara por Olga pues ya tenía todo<br />
listo para organizarnos una despedida, y buscamos<br />
que fuera en un fin de semana para que no interfiriera<br />
con el trabajo, se fijó para el catorce de octubre.<br />
Regresé por Olga para estar presentes en la despedida<br />
en casa de mi hermana Tere, que vive en un<br />
callejón de la colonia Granjas de Nogales, Sonora.<br />
Cristina Agostini, la esposa de mi sobrino Jesús Antonio,<br />
mandó arreglar el patio y colocar mesas adornadas<br />
con sus manteles, donde sirvieron bocadillos,<br />
algunas bebidas y champaña, y contrataron música<br />
programada. Invitaron a todos los conocidos de la<br />
colonia y amigos de la familia logrando congregar a<br />
un buen número de personas por lo que reunimos<br />
una cantidad considerable de regalos. Muy contentos<br />
agradecimos a todos la atención de haber asistido,<br />
pero Olga y yo teníamos que regresar a Hermosillo<br />
para estar otro día temprano en el trabajo.<br />
El veintiuno de octubre viajamos de nuevo, esta vez<br />
a Tucson para comprar el traje y el vestido de novia.<br />
Íbamos en el Volkswagen de Olga e invitamos a unos<br />
amigos para que nos ayudaran a manejar, ya que ella<br />
no lo hacía en carretera. Aprovechamos para llegar a<br />
la Iglesia de San Francisco en Magdalena para buscar
CUANDO EL SOL SE FUE 223<br />
mi fe de bautismo que no habían encontrado en Catedral,<br />
pero tampoco ahí la hallaron y un sacerdote<br />
me había dicho que si no la tenía no podría casarme.<br />
La señorita que nos atendió nos dijo que en Altar sí<br />
la encontrarían aunque yo hubiera sido bautizado en<br />
Magdalena y le pedimos el favor de que ella se comunicara<br />
a Altar para que enviaran ese documento a la<br />
Catedral de Hermosillo, ella respondió que con gusto<br />
lo haría.<br />
Continuamos hacia Tucson donde la amiga de<br />
Olga, muy conocedora, la ayudó a escoger el vestido,<br />
compraron la corona y un metro y medio de una<br />
mantilla francesa muy cara para hacer un chalequito<br />
que iban a bordar con perlas de fantasía. Mi hermano<br />
Salomón y su esposa Martha me regalaron el traje y<br />
regresamos contentos a Hermosillo.<br />
Entretanto, la maestra Ernestina Badilla –impartía<br />
danza en el Instituto Iris y le había cobrado aprecio<br />
a Olga– organizó una despedida en mi casa en la colonia<br />
Magisterial, se realizaría en la tarde-noche del<br />
veintitrés de noviembre. Los días seguían corriendo<br />
y aún faltaban muchos preparativos. Se llegó el día<br />
de la despedida y hubo muy pocos asistentes, la mayoría<br />
alumnos y ex alumnos, dos madres de familia,<br />
dos compañeras de trabajo, en total doce personas.<br />
Uno de los alumnos, ya adolescente, llevó un teclado<br />
y amenizó el ambiente. La noche estaba muy fría,<br />
pero pasamos un rato agradable: bailamos y de cena<br />
se sirvieron taquitos acompañados de refrescos. Les<br />
agradecimos a los invitados por su asistencia y por<br />
los obsequios recibidos, pero el mejor regalo era su<br />
presencia. Todos estábamos contentos. Algunos de
224 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
nuestros alumnos nos demostraron su afecto y sus<br />
buenos deseos. La profesora Ernestina se comprometió<br />
a darme clases de baile para que bailara bien el<br />
vals, iniciamos desde el día siguiente.<br />
El tiempo se nos estaba yendo muy rápido y eso<br />
traía muy angustiada a Olga. Para colmo la iglesia<br />
que nos correspondía era San Francisco de Asís y el<br />
sacerdote nos ponía muchos obstáculos. Pero Olga<br />
Delia conocía a un sacerdote que había sido su compañero<br />
en la secundaria y la preparatoria; platicó con<br />
él y le pidió que nos casara, accedió gustoso, fijándose<br />
la fecha para el nueve de diciembre.<br />
Las cosas se iban dando bien para nosotros. Ya<br />
habían mandado la fe de bautismo a Catedral, pero<br />
Olga tenía que estar al pendiente de todos los preparativos<br />
y yo no la podía ayudar porque no sabía nada<br />
de todos esos trámites. Recibimos las pláticas prematrimoniales<br />
en la Iglesia de San Juan Bosco, de diez<br />
a once de la noche. Por los muchos compromisos,<br />
ella no había podido terminar el chalequito bordado<br />
con perlas; faltaba contratar al juez, al fotógrafo y<br />
el Casino del Club Campestre –más conocido como<br />
Casino del Country Club– donde iba a realizarse la<br />
ceremonia civil.<br />
Yo andaba muy emocionado y no sabía qué hacer.<br />
Olga fue conmigo a comprar los zapatos apropiados<br />
para el traje y todavía la noche anterior a la fecha fijada<br />
tuvo que desvelarse para terminar de bordar el<br />
chaleco. Mientras me arreglaba para la ceremonia, la<br />
mañana del nueve de diciembre llegaron mis sobrinos;<br />
un amigo y compañero de trabajo, el profesor
CUANDO EL SOL SE FUE 225<br />
Filiberto Maldonado, me iba a acompañar a la iglesia<br />
de Fátima. Esperaba que mis sobrinos me trajeran<br />
una camisa porque la que tenía previsto ponerme no<br />
le había gustado a Olga, pero no la habían traído, y<br />
mi amigo me prestó una de las suyas que aunque no<br />
me quedaba de las mangas no me importó porque el<br />
saco me cubría y no se notaba, y luego me dio una<br />
rociada de loción.<br />
Llegamos a la iglesia y ya se encontraban ahí todos<br />
los invitados, el único que faltaba era el novio y estaba<br />
empezando la misa. Los padrinos fueron Jesús<br />
Antonio Rodríguez y Cristina Agostini; dos de mis sobrinas,<br />
Trinidad y Rosalina Rodríguez, fueron damas<br />
y unas amigas de Olga también estuvieron muy felices<br />
de tener participación en la boda.<br />
La celebración se efectuó en el Casino del Country<br />
Club, me informaron que estaba situado en una estratégica<br />
y céntrica elevación desde donde se puede<br />
dominar la ciudad y que lucía muy bonito. Se encontraba<br />
ahí muy contenta doña Ramona, la mamá de<br />
Olga Delia, que fue testigo en el acta de matrimonio<br />
y bromeando le preguntaba al juez cuántas firmas<br />
tenía que poner para que quedáramos bien casados.<br />
Asistieron también los hermanos de Olga, Francisco<br />
Romero –quien desde muy joven se había ido a Los<br />
Ángeles, California y había regresado sólo dos o tres<br />
veces– y Víctor Manuel que radica en Tijuana, Baja<br />
California. Ellos dos nos regalaron el viaje de luna de<br />
miel a La Paz. En la tarde-noche del mismo día seguimos<br />
la fiesta en la casa de Olga Delia en la colonia<br />
Balderrama.
226 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Al día siguiente planeábamos salir a La Paz, pero<br />
viniendo en el Volkswagen de Olga Delia de la casa de<br />
la Magisterial nos dimos cuenta de que algo se nos<br />
había olvidado y cuando ella frenó para devolvernos<br />
nos chocaron por alcance. La muchacha que conducía<br />
el otro carro venía acompañada por su papá quien<br />
era policía de tránsito y no pudimos alegar mucho.<br />
Se nos amoló el carro y, como nos era muy necesario,<br />
mejor pensamos en arreglarlo con el dinero que íbamos<br />
a utilizar para la luna de miel. Así que tomamos<br />
el dinero y el viaje quedó trunco. Nos dedicamos a<br />
ordenar cómo empezaríamos nuestra vida en pareja.<br />
Rentamos la casa de la colonia Magisterial y nos llevamos<br />
los muebles a la casa de Olga Delia, ya que tenía<br />
muy pocos.<br />
Mientras tanto seguía trabajando en el taller de manufactura<br />
de trapeadores que habíamos formado Ramón<br />
Contreras, Pancho Palacios, Germán Trasviña y<br />
yo. Invertí todo el dinero que tenía ahorrado, dinero<br />
que se volvió nada cuando vino la devaluación. El<br />
taller quedó registrado con el nombre de La Providencia,<br />
el cual nos escogió el señor Humberto Coronel,<br />
“El macuarro”. Pero Ramón Contreras salió muy<br />
largo. Había registrado el taller a su nombre y teníamos<br />
problemas para conseguir el material, y a pesar<br />
de que veía que estábamos con limitaciones quería<br />
asignarse un sueldo. Esto no era posible porque tratábamos<br />
de reinvertir el capital y hasta que lográramos<br />
conquistar un mercado no podíamos disponer de dinero.<br />
Ramón también andaba en negocios oscuros y<br />
lo detuvieron porque lo agarraron en flagrante, y todos<br />
nos alarmamos.
CUANDO EL SOL SE FUE 227<br />
Decidí mejor apartarme y poner un taller de fabricación<br />
de trapeadores en la casa. Lo consulté con Olga<br />
Delia y le pareció bien, ella a su vez platicó con unos<br />
amigos suyos muy entusiastas, Gloria y Pepe, con los<br />
que acordamos trabajar en sociedad. Pepe es profesor<br />
del ITH y me dijo que él podía hacer la máquina pues<br />
contaba con talleres de soldadura muy buenos. De<br />
inmediato comenzamos a trabajar. Pedimos material<br />
a Guadalajara e instalamos el taller al fondo del patio.<br />
Yo era el encargado de la elaboración y Germán,<br />
un muchacho muy joven, pero muy bueno para ese<br />
trabajo, dijo que él me podía ayudar. Estudiaba la<br />
preparatoria y necesitaba dinero pues no tenía ingresos.<br />
Desde entonces, él hacía los trapeadores, para lo<br />
que era muy rápido, y yo los peinaba y empacaba en<br />
docenas.<br />
Surgió entonces el problema de colocarlos en el<br />
mercado. Como el espacio era muy reducido, teníamos<br />
que sacarlos rápido para dar lugar a los trapeadores<br />
que se iban fabricando, pero como esto no sucedía<br />
se iban acumulando. Esto no nos pareció bien y<br />
ya no pedimos material, mejor nos dedicamos a buscar<br />
mercado para los que ya estaban elaborados. El<br />
socio no le daba mucha importancia, no les buscaba<br />
mercado y únicamente Olga se preocupaba de ello.<br />
Visitamos algunos comercios, pero no pudimos colocarlos<br />
pues ya tenían quien les surtiera, y además los<br />
pedían etiquetados. Así que decidimos clausurar el<br />
taller al que le habíamos puesto nuestro entusiasmo,<br />
no pudimos continuar, y sólo logramos, con muchas<br />
dificultades, que salieran los trapeadores ya fabricados<br />
dejándolos a crédito por un mes.
228 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Pensamos entonces construir un cuarto al fondo<br />
del terreno para que nos diera amplitud, conseguimos<br />
una mesa y acondicionamos una sala para masaje<br />
curativo y terapia física. Disponía para esta actividad<br />
de las tardes y también de sábados y domingos.<br />
Había días en que tenía varias personas y ello representaba<br />
bastante trabajo. Muchos venían y no traían<br />
ni un cinco, así que no les cobraba, y en ocasiones<br />
me llegaban con problemas de golpes por riñas. El<br />
trabajo era muy desgastante pues atendía también a<br />
personas hemipléjicas con las que empleaba mucho<br />
tiempo y no les cobraba más porque eran humildes,<br />
y a mí me gustaba hacer este trabajo.<br />
En lo que Olga no estaba muy de acuerdo era en<br />
que, por las tardes, cuando me encontraba solo iban<br />
muchas personas extrañas, pues, por lo general, con<br />
la persona que atendía iban tres o cuatro más acompañándola.<br />
Nunca me faltó nada y sí tuve muchas satisfacciones;<br />
la mayoría se quedaba contenta porque<br />
se sentía bien, sobre todo las personas que venían<br />
con problemas de ciático: a veces bastaba una sola<br />
sesión para obtener mejoría. Utilizaba con ellos rayos<br />
infrarrojos y esto era lo que más me cansaba, pues el<br />
calor que emitían –de más o menos setenta y cinco<br />
grados centígrados– me agotaba mucho.<br />
En 1990 el IMSS mandó a Olga a un curso de manualidades<br />
en papiroflexia a La Malintzin, Tlaxcala.<br />
Consistía en trabajar con títeres de papel para hacer<br />
representaciones y llevar mensajes a la población<br />
rural dándoles a saber la importancia que tienen la<br />
higiene y las vacunas para la prevención de enfermedades.<br />
El curso duró cinco días y Olga vino contenta
CUANDO EL SOL SE FUE 22<br />
porque había conocido a personas importantes, entre<br />
ellas a las profesoras Mirta Córdova y Maria Elena Andrade,<br />
y, por lo tanto, se encontraba muy motivada.<br />
En 1991 trabajó en una escuela primaria en Hermosillo<br />
cubriendo un interinato. En noviembre hubo otro<br />
curso en Chihuahua, y en mayo de 1992 le dieron a<br />
Olga una plaza en Educación especial.<br />
Como la casa estaba muy chica le hicimos enfrente<br />
una cochera de estructura metálica que nos quedó<br />
bastante bien y también un cubículo para atender a<br />
los pacientes de terapia física y masaje curativo. En<br />
1991 entramos a un plan para adquirir un carro Volkswagen,<br />
uno de los más económicos, y empezamos<br />
a pagar la mensualidad que nos asignaron. También<br />
ese mismo año, Olga Delia promovió un juicio por<br />
posesión pasiva porque ya había cumplido cinco<br />
años en la casa que le había dejado su tía y la ley<br />
le otorgaba el beneficio como dueña. Se publicaron<br />
edictos y, como no se presentó ningún heredero, el<br />
veredicto como única propietaria le favoreció.<br />
En el 92 contratamos a un ingeniero del municipio<br />
para que nos hiciera un plano para una ampliación<br />
que pretendíamos hacer a la casa, pues aunque no teníamos<br />
dinero sí mucha voluntad; nos hizo el plano<br />
como se lo pedimos. Para noviembre de ese año nos<br />
dieron el carro; lo recibimos con mucho gusto.<br />
Solicitamos unos préstamos con el fin de iniciar la<br />
ampliación de la casa y con el dinero de los aguinaldos<br />
nos fuimos a México y allá pasamos la Navidad.<br />
Los últimos días de diciembre estábamos de vuelta en<br />
Hermosillo porque el contratista que habíamos visto<br />
para que nos hiciera el trabajo era un poco atrabanca-
230 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
do y quería empezar a trabajar en esos días. Comenzó<br />
con los cimientos y también inició el ajetreo. De esta<br />
manera terminamos ese año de 1992 y empezamos<br />
1993.<br />
A principios de este año vino por primera vez a<br />
Hermosillo la profesora Mirta, una de las amigas que<br />
Olga Delia había conocido en el curso de Tlaxcala.<br />
Impartió un curso sobre la elaboración de títeres de<br />
cartón y de guante para preparar o capacitar instructores<br />
que a su vez enseñaran a otras personas, asistió<br />
personal del Seguro Social de todo el estado. Durante<br />
los cinco días que duró el curso, Olga, muy emocionada,<br />
estuvo en primera fila. Hospedaron a la profesora<br />
en un prestigiado hotel y nosotros tratábamos de<br />
darle atención trasladándola a diversos puntos de la<br />
ciudad en el carro.<br />
Los primeros días de enero también tuvimos el<br />
agrado de recibir la visita de mi tía Margarita, única<br />
hermana de mi mamá, venía a conocer a Olga, nos<br />
dio mucho gusto. Estuvo en nuestra casa una tardenoche<br />
acompañada de una de mis primas. Nos hubiera<br />
gustado darle un mejor recibimiento, pero como<br />
estábamos construyendo no nos fue posible hacerlo<br />
pues la casa era muy chica aún.<br />
En febrero la profesora Mirta volvió a darle continuidad<br />
al curso de títeres. Venía acompañada de un<br />
escritor de renombre, el señor Emilio Carballido, que<br />
impartiría “Textos infantiles”. Olga no se perdía ningún<br />
curso, aunque tenía problemas con la Secretaría<br />
de Educación porque no querían darle permiso para<br />
tomarlo porque ella trabajaba en una escuela de educación<br />
especial. Eran muchas las personas que toma-
CUANDO EL SOL SE FUE 231<br />
ban los cursos, pero pocas las que lo hacían con entusiasmo.<br />
Olga sí ponía muchas ganas para aprender<br />
el arte de escenificar cuentos cortos que llevaran un<br />
mensaje y tuvo experiencias muy bonitas, como una<br />
ocasión cuando montaron una obra para los niños<br />
que se encontraban internados en pediatría con problemas<br />
de salud y que se sintieron muy motivados<br />
con los coloridos títeres.<br />
La profesora Mirta estaba de regreso en marzo, en<br />
esta ocasión la acompañaba una maestra que traía<br />
una técnica más avanzada y sofisticada, y también<br />
más difícil, que a nadie le gustó. Se trataba de los títeres<br />
de sombra.<br />
Para la continuidad del curso, en abril, acompañaba<br />
a la profesora Mirta un profesor cubano, Alberto<br />
Palmero, especialista en la elaboración de marionetas,<br />
venía a enseñar cómo hacerlas. El curso iniciaba<br />
desde las diez de la mañana para terminar a las siete<br />
de la tarde, Olga Delia salía un poco antes de la escuela<br />
para poder llegar alrededor de las doce y veinte,<br />
y así se perdía una hora y media de clase, pero alcanzaba<br />
la mayor parte del curso. Al terminar la instrucción,<br />
todos debían haber elaborado una marioneta<br />
de hilos y tenían que aprender a bailarla. Lo que no<br />
alcanzaba a captar del profesor durante las primeras<br />
horas del curso, la profesora Mirta, que era una artista<br />
en papiroflexia se lo explicaba a Olga; de esa manera,<br />
y poniendo mucho interés, logró terminar su marioneta;<br />
le quedó muy bien.<br />
En el mismo mes de abril concluimos la remodelación<br />
de la casa, quedó muy amplia, con dos recámaras,<br />
dos baños, cocina-comedor, estancia, y la sala<br />
para la terapia. Aún faltaban muchos detalles, pero<br />
por lo pronto así la dejamos.
232 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Ya para finalizar la serie de cursos, en mayo, contaron<br />
con la presencia del profesor Antonio Avitia quien<br />
los vino a capacitar sobre dirección y escenografía. Así<br />
concluyó ese proyecto con una gran clausura, pero<br />
nosotros seguimos frecuentando a la amiga de Olga<br />
–la profesora Mirta– y cultivando su amistad.<br />
En julio fuimos a México y estuvimos quince días<br />
vacacionando. Visitamos a la profesora Mirta en su<br />
casa y nos tocó estar en muchos lugares, como el<br />
Anfiteatro Simón Bolívar, donde se encontraban los<br />
tesoros del Vaticano. Me pareció fantástico que para<br />
explicar el recorrido nos proporcionaran un walkman<br />
que nos servía de guía. Mediante él se marcaba la ruta<br />
a seguir y a la vez nos explicaban lo referente a los<br />
cuadros y diversos objetos resguardados en las vitrinas,<br />
entre ellos se encontraban coronas de algunos<br />
papas, fabricadas en oro con pedrerías finas. Nos advirtieron<br />
que si tocábamos las vitrinas se activaría una<br />
alarma. Recorrimos los tres pisos de la exposición<br />
que contenía una variedad de piezas de metal, hueso,<br />
etcétera. Antes de empezar proyectaban una película<br />
con rayos láser, Olga me dijo que era en tercera dimensión,<br />
lo que simulaba que uno andaba entre las<br />
plantas y los animales, esto me impresionó mucho.<br />
Tuve oportunidad de conocer también el Teatro Julio<br />
Castillo, donde representaron una obra sobre la discriminación<br />
de los chicanos en Texas, me pareció un<br />
excelente trabajo de los actores y de los encargados de<br />
efectos especiales, pues por los diálogos y los sonidos<br />
yo pude recrear toda la representación. Disfruté mucho<br />
de este viaje, gracias a Dios, a Olga y a la profesora<br />
Mirta Córdova quien nos atendió muy bien.
CUANDO EL SOL SE FUE 233<br />
Al regresar atendimos algunos de las asuntos que<br />
teníamos pendientes, entre ellos arreglar el sobretecho<br />
de la casa y ponerle piso al patio. Localicé a un<br />
compadre que era buen albañil y lo contratamos para<br />
hacer el trabajo. Quedaron otros arreglos pendientes,<br />
pero había que esperar un poco porque no nos alcanzaba<br />
el presupuesto.<br />
Una noche lluviosa de finales de agosto me encontraba<br />
solo en casa cuando sonó el teléfono. Llamaba<br />
Olga, con voz angustiada me decía que no me asustara.<br />
Al preguntarle qué pasaba me dijo que nos habían<br />
robado el carro. Al oír esto me tranquilicé pues me<br />
había imaginado algo peor. No hacía ni diez días que<br />
le había insistido a Olga para que comprara el seguro<br />
del carro, lo que antes no habíamos hecho porque<br />
no teníamos dinero; así pudimos recuperar su valor y<br />
sacamos otro Volkswagen modelo 1993 de color azul<br />
marino, que nos trajo mejor suerte. Yo le tomé mucho<br />
cariño, hasta le cambié una llanta en una ocasión<br />
que se ponchó: Olga Delia tenía que llegar puntual a<br />
su trabajo y rápidamente cambié el neumático, nunca<br />
lo había intentado y pude hacerlo bien.<br />
En 1995 no quise ir a México. Olga Delia viajó sola<br />
y estuvo allá una semana. Me trajo un cachorrito pastor<br />
alemán que pronto creció, y yo le dije a Olga Delia<br />
que lo iba a hacer guía pues lo consideraba muy<br />
inteligente.<br />
Al casarnos Olga Delia me platicó que ella había<br />
tenido una cirugía y posiblemente no tendría familia<br />
porque su problema de columna era delicado y también<br />
por su trabajo, bastante pesado, porque estaba<br />
de oficial en la guardería del IMSS. Yo notaba cómo se
234 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
estresaba y sí creí conveniente pensarlo para tener un<br />
hijo porque había que darle mucha atención y lo medité<br />
muchas veces. Lo de menos sería que yo pusiera<br />
de mi parte para atenderlo. Pero Olga Delia seguido<br />
se ponía muy mal de un espasmo que se le formaba<br />
a la altura de la cintura y todo esto me hizo pensar<br />
que iba a ser muy problemático tener un hijo, que si<br />
tuviéramos el problema económico resuelto nos sería<br />
más fácil porque podríamos contratar a una persona<br />
que nos ayudara con las labores de la casa, pero como<br />
no era así, debíamos planearlo; yo le dije que fuera lo<br />
que Dios quisiera.<br />
Así pasaban los días y viendo cómo Olga sufría con<br />
el problema de la espina dorsal, creímos que lo mejor<br />
sería adoptar un niño; nos enteramos de que una muchacha<br />
tenía dos niñas e iba a tener otra y quería darla<br />
en adopción; Olga Delia le ayudaba antes de que<br />
naciera la niña y le llevaba alimentos para las otras<br />
niñas. Y ya que nació, Olga le dijo a la muchacha que<br />
la iba a registrar y ésta empezó a poner muchos pretextos:<br />
primero dijo que esperáramos a que la registrara<br />
ella y luego la entregaría; después que el padre<br />
de la niña no estaba de acuerdo en que nos la diera<br />
aunque no vivía con ella. Tal vez al verla se le hizo feo<br />
entregarla. Yo le tomé a bien que no quisiera darla<br />
porque ha de ser horrible regalar un hijo y le decía a<br />
Olga que no la presionara, que si se había arrepentido<br />
qué bueno, que Dios la ayudara para que las pudiera<br />
sacar adelante. Y así fue que no se nos concedió<br />
tener un hijo; yo me conformaba con tener salud, ya<br />
que Dios nos ayudaba enormemente, nos daba una<br />
fortaleza increíble y, sin tener dinero, nos echábamos<br />
cuentas grandes y lográbamos salir de ellas
CUANDO EL SOL SE FUE 235<br />
A la casa de la colonia Magisterial le mandamos<br />
hacer una recámara y un baño más porque estaba<br />
muy chica y queríamos rentarla a mejor precio, y con<br />
estos anexos nos quedó muy bien; también a la casa<br />
en la que estábamos viviendo le hicimos cambios:<br />
una cochera hacia el frente que le dio mucha vista y<br />
la enjarramos toda. Cambió totalmente la fachada de<br />
aquella casita que no tenía enjarre ni banqueta.<br />
Una tarde de noviembre Olga vio por la ventana de<br />
la cocina que llegó una persona en un taxi. Me dijo<br />
que era un joven con un portafolio y no parecía que<br />
viniera conmigo para terapia. Cuando salió a ver qué<br />
se le ofrecía le dijo que era licenciado y venía porque<br />
esta propiedad se iba a vender. Olga se quedó atónita<br />
y preguntaba por qué y quién era. El joven, con acento<br />
“chilango”, le dijo que la señora Reyes le había encomendado<br />
que la vendiera, a lo que Olga replicaba<br />
que ella era la única dueña y cuando supo de quién<br />
se trataba le dijo:<br />
–¡Qué venga Manuel si tiene valor y no tiene vergüenza,<br />
y ya haremos cuentas!<br />
El joven contestó que el señor Manuel Reyes se encontraba<br />
muy mal pues había sufrido una embolia.<br />
Él era su yerno y como tenía que venir a arreglar unos<br />
asuntos pendientes en Sonora le habían hecho la encomienda<br />
de que viera este problema, pero no era<br />
licenciado.<br />
Ese mismo año 1995 estuvo terminada la ampliación<br />
que le hicimos a la casa de la colonia Magisterial.<br />
Mi compadre Chalo, que era muy bueno para<br />
trabajar y tenía mucha experiencia en las remodelaciones,<br />
había construido una recámara muy amplia
236 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
y un baño. Había una persona a quien le íbamos a<br />
rentar la casa, pero después ya no se interesó, y como<br />
antes habíamos tenido problemas con un inquilino,<br />
Olga ya no quiso rentarla y me dijo que mejor nos<br />
iríamos nosotros. En el lugar donde estábamos había<br />
mucho tránsito, teníamos una ruta de camiones por<br />
la calle Luís Orcí y otra por la Arizona, y ya nos habían<br />
atropellado a dos perros cuando se nos salían a<br />
la calle.<br />
Yo estaba muy familiarizado con el lugar y con el<br />
transporte urbano y no quería irme a vivir a la colonia<br />
Magisterial. Seguía muy ligado al taller de los<br />
ciegos y casi a diario estaba con ellos viendo qué actividad<br />
podíamos realizar para sacar fondos, habíamos<br />
formado una asociación asesorados por el licenciado<br />
Manuel Cerez, un compañero discapacitado que quería<br />
que yo fungiera como presidente. Quedé electo<br />
como secretario de salud, seguí poniéndole muchas<br />
ganas al trabajo en la asociación y procuraba conseguir<br />
despensas para los compañeros. Mi participación<br />
en estas actividades era la razón por la que no quería<br />
cambiarme de la colonia Balderrama, pero, al fin,<br />
Olga me convenció.<br />
Nos cambiamos en julio de 1995. Uno de los que<br />
más nos ayudó fue mi compadre Chalo, que siempre<br />
estaba muy dispuesto. Recuerdo que muchas cosas<br />
no cupieron en la casa y tuvimos que dejarlas afuera,<br />
lo que nos obligó a hacer un cuartito al fondo para<br />
los tiliches, nos ayudó mucho, pero no estábamos totalmente<br />
conformes porque Olga ya se había metido<br />
de lleno en la fabricación de títeres y necesitaba más<br />
espacio, no obstante tuvimos que acoplarnos.
CUANDO EL SOL SE FUE 237<br />
Rentamos la casa de la calle Luís Orcí a unas maestras<br />
y ahí pusieron un kínder llamado Las Maripositas.<br />
En un cuarto que había al fondo dejamos muchas<br />
de nuestras pertenencias guardadas y no había<br />
problema. En tanto, en la colonia Magisterial iba a<br />
buscarme gente para que le diera terapia, pero no tenía<br />
un lugar acondicionado para atender, sólo dos o<br />
tres personas a la semana pues necesitaba un espacio<br />
más apropiado.<br />
En esta colonia sí podía salir a caminar, ayudándome<br />
con el bastón me desplazaba con rapidez. Frente<br />
a la casa había un espacio grande donde estaba diseñado<br />
un jardín de niños que únicamente tenía dos<br />
aulas. Salía con el perro pastor alemán, que en la casa<br />
de la Luís Orcí no podía sacar por el tránsito. Era un<br />
perro muy dócil, se había dado cuenta de que necesitaba<br />
de alguien que me guiara porque veía a Olga que<br />
me tomaba de un brazo y entonces se ponía delante<br />
de mí para que lo siguiera. En ocasiones le ponía una<br />
cinta en el cuello y él me guiaba, sólo necesitaba entrenarlo<br />
más, pero sufrió de un problema de artritis<br />
reumatoide en la espina dorsal, a la que es propensa<br />
esta raza según nos dijo el doctor Monzalvo, veterinario<br />
con mucha experiencia en mascotas quien<br />
lo atendió, y no tuvo remedio. Me decían que fuera<br />
a Rochester en Estados Unidos para que me dieran<br />
un perro guía, pero no quise porque aquí el clima es<br />
muy caliente en verano y esos perros no están acostumbrados.<br />
Por ese tiempo Olga impartió algunos cursos para<br />
maestros e invitaba a la profesora Mirta, así que ella
238 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
vino algunas veces y llegaba con nosotros a la casa de<br />
la Magisterial.<br />
Olga quería construir una segunda planta y hacíamos<br />
planes para ello. Platicamos con mi compadre<br />
Chalo, él nos sugirió una forma en que podría salir<br />
más económico. Le pedimos que hiciera los planos<br />
para la construcción de dos cuartos y las escaleras –el<br />
tenía una escalera de metal que sería más adecuada– y<br />
empezó a hacer cálculos. Nos convenció el presupuesto<br />
que nos presentó, comenzó a construir y pronto el<br />
trabajo estuvo terminado. Hicimos también una cochera<br />
al frente con espacio para dos carros, nos quedó<br />
muy bien y, además, nos ayudó mucho porque antes<br />
el sol nos pegaba muy fuerte por las tardes y ahora ya<br />
teníamos sombra.<br />
Esta ampliación representó un alivio para nosotros,<br />
pero aún faltaban algunos acabados. Esperamos<br />
a tramitar otros préstamos para continuar y logramos<br />
terminar todos los arreglos que faltaban. Yo quería<br />
buscar otro trabajo para tener más sueldo, pues mi<br />
pago como maestro de primaria era muy bajo. Quedó<br />
vacante por esas fechas una plaza de terapeuta de<br />
cuarenta horas o tiempo completo, concursé para<br />
que me la dieran, ya que contaba con estudios en ese<br />
campo, pero no me tomaron en cuenta. Se la otorgaron<br />
a una muchacha que no había participado en la<br />
convocatoria como aspirante sufrí la discriminación<br />
que existe hacia los discapacitados.<br />
Esa experiencia no me doblegó y hablé con el director<br />
de educación especial para solicitar un cam-
CUANDO EL SOL SE FUE 23<br />
bio a la escuela de alteraciones neuromotoras. Con<br />
el apoyo de Olga, quien me daba ánimos para que<br />
no desfalleciera, logré finalmente que me dieran un<br />
nombramiento como terapeuta físico.
VIII.- MI RETIRO<br />
Me fui a presentar a la escuela de alteraciones neuromotoras,<br />
la directora se portó muy déspota y no<br />
me quería aceptar en su equipo de trabajo, yo no me<br />
“achicopalé”, le dije que me diera la oportunidad de<br />
demostrarle que sí podía desarrollar el trabajo. Ella<br />
quería mandar un escrito en donde expresaba su negativa<br />
aceptarme, sí quería a un terapista, pero no a<br />
mí. Yo me le puse fuerte y no me dejé, le hice saber<br />
que yo me iba a quedar porque ahí me había mandado<br />
el director de educación. Se calmó y me dijo que<br />
permitiría que me quedara a reserva de ver cómo me<br />
desenvolviera; ya después se portó más accesible.<br />
Pronto me familiaricé con el lugar y con las mamás<br />
de los niños, así como con las terapistas físicas, ellas<br />
me tomaron confianza y nos llevábamos muy bien.<br />
Era mucho trabajo, pero lo hacía y me sentía a gusto.<br />
Después la directora se jubiló y llegó una nueva.<br />
Una terapista que tenía veintinueve horas también se<br />
retiró y me advirtió la directora que me pusiera listo<br />
porque nueve de esas horas me correspondían a mí,<br />
pero el representante del sindicato no quiso dármelas<br />
y se las dio a una muchacha porque le simpatizaba.<br />
Olga, al ver cómo se ensañaba, se encolerizó, habló<br />
con medio mundo y pusieron en su lugar a este profesor<br />
porque siempre asustaba a todos con sus gritos<br />
y se sintió muy ofendido de que Olga no se dejara.<br />
Al final de cuentas sí me dieron las nueve horas que
CUANDO EL SOL SE FUE 241<br />
me correspondían y tenía que salir hasta las dos de la<br />
tarde aunque todos se iban a las doce y media. Eso no<br />
me afectaba porque los niños se iban a las doce y ya<br />
no tenía trabajo. Debían quedarse los de intendencia,<br />
pero únicamente nos quedábamos la secretaria y yo.<br />
Esto ocurría en 1997. En el mes de agosto fui sometido<br />
a una cirugía de las hemorroides, procuré que<br />
fuera en vacaciones de verano y regresé al trabajo el<br />
veinte de septiembre porque me extendieron la incapacidad<br />
hasta ese día. Continuamos sin problemas<br />
aunque percibía a la directora malhumorada, algunas<br />
veces sí me llamó la atención, pero no pasó a mayores;<br />
en cambio con otras personas sí tuvo fricciones.<br />
En febrero de 1998 me sentí mal y le dije a Olga<br />
Delia que habría que ir al médico porque me atarantaba<br />
y así no podía continuar trabajando con los niños;<br />
fuimos y el doctor me mandó con un especialista<br />
en los oídos, éste me examinó y de uno me extrajo<br />
un acumulamiento de cerilla seca, pero yo no sentía<br />
nada en los oídos y me dijo que era el equilibrio y<br />
que no había problema alguno; me recetó unos sedantes<br />
contra los nervios, dijo que me tomara cuatro<br />
voltarén diarios: dos en la mañana y dos en la<br />
noche. Me tomé uno en la noche y dormí bien, pero<br />
en la mañana me levanté, desayuné algo ligero, me<br />
tomé las dos pastillas y me dispuse a ir al trabajo. No<br />
podía pararme porque me iba para los lados y tenía<br />
que agarrarme de algo porque no podía sostenerme<br />
de pie, incluso sentado sentía que me estaba atarantando<br />
y como que me elevaba. Olga rápidamente me<br />
llevó al Hospital Chávez al servicio de urgencias, me<br />
sentía muy mal, hacía un esfuerzo por caminar, pero
242 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
no sabía ni cómo lo hacía, iba con la cabeza agachada<br />
y tenía ganas de vomitar, pero no era nada del estómago,<br />
respiraba hondo para soportar lo mal que<br />
me sentía y al vernos cómo íbamos batallando para<br />
llegar al servicio de urgencias, alguien trajo una camilla<br />
y me trasladaron, me revisaron inmediatamente,<br />
dándose cuenta de que mi corazón estaba trabajando<br />
con mucha dificultad, enseguida me pusieron suero<br />
con medicamentos para controlarme, al recibirlo,<br />
empecé a respirar con más facilidad, se me calmaron<br />
las náuseas y me pasaron a terapia intensiva.<br />
Ahí me conectaron a un aparato donde estaban<br />
monitoreando el corazón, yo escuchaba perfectamente<br />
los latidos, me di cuenta de que latía dos o<br />
tres veces seguidas, hacía una pausa y volvía a iniciar;<br />
como esta situación no se corregía, el cardiólogo ordenó<br />
que se me administrara un medicamento el cual<br />
me cayó muy mal, sentía que andaba volando y que<br />
la garganta se me cerraba, como pude hice un esfuerzo<br />
y les llamé para que me quitaran esa cosa, rápido<br />
la enfermera me retiró el suero, le habló a una doctora<br />
y ésta le dijo que estuvo muy bien, que había<br />
que cambiar de medicamento; así me pude dar cuenta<br />
de que estaba bastante delicado y quizá no saliera<br />
de ésta, pero a mí no me asusta la muerte, pensé que<br />
no me podía morir y empecé a pedir a Dios para que<br />
me dejara vivir un poco más y con toda la fe puesta<br />
en los santos de mi devoción, el Señor Cristo de las<br />
Maravillas y San Antonio que siempre que los aclamo<br />
me escuchan.<br />
Después de tres días se me corrigió el problema y<br />
me dieron de alta con una serie de medicamentos,
CUANDO EL SOL SE FUE 243<br />
con los que tampoco me sentí bien, ya no en el corazón,<br />
sino en los músculos, me dolían mucho, sentía<br />
que se me estaban separando de los huesos; tenía que<br />
presentarme al trabajo y le dije a Olga:<br />
–Llévame con un médico particular.<br />
Y fuimos con un cardiólogo muy joven, me atendió<br />
bastante bien y resultó muy atinado, me dijo además<br />
que el problema que yo traía se debía a los medicamentos<br />
que me habían recetado y necesitaba que se<br />
me hiciera de inmediato un estudio llamado ecocardiograma<br />
para buscar un tratamiento adecuado a mi<br />
problema cardiaco, ya que era muy sensible a varios<br />
medicamentos; después de revisar el estudio que se<br />
me practicó, me recetó dos medicinas con las cuales<br />
me sentí mucho mejor físicamente, cambió mi semblante<br />
y pude continuar trabajando normalmente.<br />
Me sentía a gusto realizando mi trabajo, sólo que<br />
no he contado la situación que vivíamos en la escuela<br />
debido al mal carácter de nuestra directora y de no<br />
saber tratar ni a empleados ni a padres de familia. Ya<br />
casi para salir de vacaciones de verano del año 2000,<br />
siendo casi la hora de salida de los alumnos, se presentó<br />
conmigo un padre de familia a quien yo debía<br />
entregar una copia de unos ejercicios que le harían al<br />
niño en su casa durante las vacaciones, yo le comenté<br />
al padre de familia que contaba únicamente con el<br />
original y no se lo podía entregar, que me permitiera<br />
enviar a alguien a que sacaran la copia; nos dirigimos<br />
ambos a la oficina de dirección, encontrándonos saliendo<br />
de ella a la directora, yo le comuniqué el motivo<br />
de mi visita a lo cual ella respondió de una manera<br />
muy airada, gritándome:
244 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
–Usted debe ir personalmente a sacar la copia, aquí<br />
nadie es su mandadero.<br />
–Está bien, yo voy a ir a sacarla –le dije.<br />
Me dio mucha vergüenza ser tratado de esa forma<br />
tan grosera delante de un padre de familia; me fui a<br />
buscar la papelería, aunque no sabía dónde se localizaba,<br />
sabía que estaba relativamente cerca, a unas<br />
cuatro cuadras de la escuela y como era la primera vez<br />
que iba, lógicamente, tuve algunos tropiezos, dándome<br />
golpes sin importancia, pero lo que más me había<br />
afectado era la manera en que me trató la directora,<br />
reacción que a mí me pareció exagerada y que por<br />
más que pensaba no entendía a qué se podía deber.<br />
Por fin pude regresar a la escuela con las mentadas<br />
copias, se las entregué al padre de familia y éste me<br />
dijo:<br />
–Sabe qué “profe”, no se deje. Demándela. Esa no<br />
es la forma de tratar a una persona.<br />
Me quedé pensando en todo y más en lo último<br />
que me dijo el papá del niño. Estaba muy abrumado<br />
por la situación cuando llega Olga, y no tuve necesidad<br />
de comentarle nada, ya que las compañeras de<br />
trabajo se encargaron de contarle con lujo de detalles<br />
toda la situación. Olga reaccionó como leona herida<br />
y se dirigió a buscar a la directora para pedirle una<br />
explicación, corrió con tan mala suerte que ésta ya<br />
se había ido, como no pudimos hablar con ella, de<br />
inmediato nos dirigimos a las oficinas del sindicato,<br />
siguiendo nuestra mala suerte, porque la representante<br />
sindical se encontraba en una junta, pero no nos<br />
“dormimos”, pedimos hablar con la supervisora de<br />
nuestra zona, la cual nos recibió muy amablemente,
CUANDO EL SOL SE FUE 245<br />
nos atendió; le platicamos lo ocurrido y que deseábamos<br />
hacer un escrito dirigido al director de Educación<br />
Especial en el Estado, y al director de Derechos<br />
Humanos con lo que ella estuvo de acuerdo, nos<br />
animó a hacerlo y llegar hasta las últimas instancias.<br />
Por supuesto, hicimos los escritos correspondientes,<br />
con copia para la Secretaría de Educación y Cultura,<br />
el Sindicato de Maestros de la Sección 54, para Derechos<br />
Humanos y para la directora en cuestión.<br />
A la mañana siguiente, recibimos la visita de la<br />
representante sindical para tratar de mediar la situación,<br />
solicitando carearme con la directora, yo estuve<br />
de acuerdo, hablamos, pero cuando estuvimos frente<br />
a frente ella negó todo, dijo que yo mentía.<br />
–No señora, yo tengo pruebas –me defendí.<br />
Entonces lo aceptó, pero haciendo la aclaración<br />
de que yo no me había sabido explicar, la representante<br />
del sindicato quería que hiciéramos las pases,<br />
que el conflicto no continuara, yo estaba de acuerdo<br />
siempre y cuando se me ofrecieran disculpas, pero es<br />
una persona tan arrogante que no lo hizo, aduciendo<br />
además que a ella no le harían nada puesto que era<br />
amiga de los de la Secretaría, que ellos la conocían<br />
muy bien.<br />
Sorpresivamente, dos días después de este acontecimiento,<br />
recibí una llamada telefónica del director<br />
de Educación Especial para comunicarme que, después<br />
de un año de haber solicitado mi reubicación<br />
laboral por mi problema cardiaco, me presentara con<br />
el director de Salud Ocupacional del ISSTESON, que<br />
ya me iban a dar mi cambio a un área donde no tuviera<br />
que realizar mucho esfuerzo. Llegándome dicho
246 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
cambio a varias escuelas secundarias como asesor de<br />
lecto-escritura a niños invidentes. Las escuelas distaban<br />
mucho unas de otras y aún así yo realizaba mi<br />
trabajo con gusto, sólo que por mi problema de invidencia<br />
necesitaba la ayuda de Olga para llevarme<br />
de una secundaria a otra, fue muy difícil para los dos<br />
porque ella también trabajaba. Así transcurrió un ciclo<br />
escolar y medio, que fue cuando yo me decidí a<br />
solicitar, si era posible, que me ubicaran en una sola<br />
escuela; se resolvió favorablemente, me dejaron únicamente<br />
en la Escuela Secundaria Juan Escutia, donde<br />
encontré personas amables que me brindaron su<br />
afecto, su comprensión y ante esta nueva experiencia<br />
tan agradable, se me olvidó el trago amargo pasado<br />
en la otra escuela; pero no sólo yo fui favorecido con<br />
ese cambio, sino que al comentar los problemas que<br />
Olga también tenía al estarme llevando y trayendo,<br />
decidieron ubicarla en mi mismo centro de trabajo,<br />
con lo cual ahí si me cambió completamente el panorama.<br />
Hasta aquí todo iba muy bien, pero un día se nos<br />
comunica que a nuestra directora del área se le había<br />
ascendido de puesto y dejaría vacante esa plaza y la<br />
ocuparía, nada más y nada menos que la directora<br />
con la que habíamos tenido el conflicto. Vislumbrando<br />
nosotros un posible enfrentamiento, o futuros<br />
problemas, optamos por platicar con la supervisora<br />
de nuestra zona, la cual ya estaba enterada, nos<br />
comunicó que no tuviéramos pendiente, que dicha<br />
persona venía en una circunstancia muy diferente, ya<br />
que había sido destituida de su cargo y únicamente<br />
por hacerle el favor la Secretaría la dejó terminar su<br />
tiempo para jubilación, pidió que comprendiéramos
CUANDO EL SOL SE FUE 247<br />
la situación tan vulnerable en que venía la directora,<br />
aseguró que ella nos daría también todo su apoyo,<br />
nosotros le dijimos que por supuesto contara con<br />
nuestra disposición para llevarnos bien con ella y así<br />
fue. La directora llegó en un plan muy diferente, ya<br />
no con la arrogancia de antes, tratable, y pudimos llevar<br />
una muy buena relación con ella.<br />
Aproximadamente tres meses y medio después<br />
de estar laborando, recibí una llamada telefónica de<br />
nuevo del Departamento de Salud Ocupacional para<br />
iniciar los trámites referentes a una pensión por invalidez.<br />
Me dijeron que integrara un expediente donde<br />
incluyera todos los análisis y estudios que se me hubieran<br />
practicado y los entregara en dicho departamento,<br />
después de lo cual se me daría una fecha de<br />
revisión de los mismos para la resolución, yo pensé<br />
que sería muy tardado, pero para mi buena suerte,<br />
enseguida me dieron la cita para revisar mi expediente.<br />
Me presenté ante los médicos del Deparmento de<br />
Salud Ocupacional, dictaminaron favorablemente,<br />
haciendo incluso el comentario de que esta resolución<br />
debería haberse dado tiempo atrás.<br />
Con estas buenas noticias, nos dirigimos Olga y yo<br />
a comer a casa de mi cuñada Ofelia para comentarle<br />
la buena nueva, pasamos un rato muy a gusto y como<br />
a las tres horas nos disponíamos a regresar a la casa,<br />
muy contentos porque las cosas iban bien, cuando<br />
en el trayecto a la misma, un carro se atravesó intempestivamente,<br />
se impactó en la cajuela del carro de<br />
Olga, yo me pegué con la puerta y Olga con el espejo<br />
retrovisor. Fue impresionante vivir esta situación en<br />
unos cuantos segundos y entonces pensé qué sabio
248 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
es Dios al darnos alegrías y tristezas para hacernos<br />
más valientes. Afortunadamente como fueron golpes<br />
leves, nos recuperamos pronto. Después de ser dado<br />
de alta me presenté de nuevo a trabajar, sólo que fue<br />
por unos cuantos días, ya que muy pronto me llegó a<br />
la escuela el dictamen final de que estaba legalmente<br />
pensionado y ya no me presentaría a trabajar. Inmediatamente<br />
les comuniqué a todos mis compañeros<br />
de trabajo la noticia, mostraron tristeza porque ya no<br />
iba a ir a trabajar, pero a la vez se sintieron felices por<br />
mí y se pusieron de acuerdo para organizarme una<br />
despedida. Yo me sentí sumamente emocionado por<br />
todos sus comentarios y muestras de afecto.<br />
A partir de la segunda quincena del mes de mayo<br />
ya no me presenté a laborar. En la oficina de pensiones<br />
se me comunicó que mi primer pago como<br />
pensionado se me haría hasta dentro de cuatro meses,<br />
pero que si me urgía dinero se me podía hacer<br />
un préstamo para pagarlo cuando me llegara el dinero;<br />
aproveché para pedir una cantidad suficiente para<br />
realizar un viaje a Los Ángeles, ya que yo no conocía y<br />
habíamos recibido una invitación de mi cuñado para<br />
visitarlo y pensé “Este viaje me va a ayudar a levantar<br />
mi ánimo.” Pasamos unos días fabulosos, Los Ángeles<br />
es un lugar muy bonito, se me hizo enorme, mucho<br />
movimiento, pero con mucho orden, duramos<br />
poquitos días, pero los disfrutamos al máximo.<br />
Regresando de Los Ángeles me comunicaron que<br />
me había llegado el primer pago de mi pensión, junto<br />
con un finiquito por años de servicio, y un fondo<br />
de ahorro, yo no esperaba tanto, me sentí muy con-
CUANDO EL SOL SE FUE 24<br />
tento y le pedí a Olga que me ayudara a preparar una<br />
reunión con mis amistades más cercanas para festejar<br />
todo lo bueno que me estaba pasando, escogimos el<br />
local de fiestas de los jubilados y pensionados de la<br />
sección 54 para hacer la reunión, asistió mucha gente,<br />
gracias a Dios. Uno de los momentos más emotivos<br />
de esa noche fue cuando mis compañeros de trabajo<br />
me dedicaron unas palabras, demostrándome con<br />
ellas su cariño, afecto y solidaridad. Otro momento<br />
que me llenó de felicidad fue cuando me dijeron que<br />
iban llegando mi hermano Claudio y su familia, con<br />
eso tuve una gran felicidad de principio a fin de la<br />
fiesta porque mi hermano ya no se separó de mí.<br />
Pensando qué haría de ahora en adelante al ya no<br />
ir a trabajar a la escuela, creí que era una buena idea<br />
aprender computación. Compré una computadora<br />
con programa de voz, me inscribí en la escuela de<br />
computación de la UNISON donde hay una sala especial<br />
para aprendizaje de ciegos y débiles visuales,<br />
que cuenta con un personal capacitado y muy amable,<br />
aprendiendo así los primeros pasos para manejar<br />
una computadora. Continué yendo a clases dos veces<br />
por semana y practicando en mi casa hasta lograr más<br />
o menos defenderme en ese aspecto; con ello conseguí<br />
vaciar mis pensamientos en esta máquina y desahogar<br />
mis penas y alegrías en historias que he vivido<br />
y que invento. Como a mí me gusta mucho leer, he<br />
conseguido algunos libros muy buenos, no dejo de<br />
comprar, aparte de estar suscrito a cinco revistas que<br />
se imprimen en Uruguay, con muchos artículos muy<br />
interesantes, similares a los que se pueden leer en la<br />
revista Selecciones.
250 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Aquí termino esta historia en la que trato de contar<br />
lo más importante que me ocurrió a lo largo de mi<br />
vida, una vida como todas, pero con muchas peripecias.<br />
No me arrepiento de haberla vivido porque creo<br />
y sé que de no haber sido así, no habría logrado valorar<br />
la vida y fue gracias a que tuve una mamá como<br />
ella, mi madre que me enseñó el cariño, la fe en Dios<br />
y muchos otros valores los cuales llevo en la sangre<br />
Aunque pudiera parecer que fui castigado por la<br />
adversidad, ello me hizo crecer y no tener miedo a<br />
cualquier cosa que se me presentara porque sabía que<br />
iba a superar todas las dificultades y limitaciones, ya<br />
que, cuando nos damos cuenta de que tenemos un<br />
cerebro bien dotado, todo lo alcanzamos. Como manifiesta<br />
el dicho “Querer es poder”, y yo invito a mis<br />
lectores a que no se dobleguen y no habrá obstáculo<br />
que no venzan. Ser ciego no es un defecto como lo<br />
creemos, pues cuando aceptamos que hemos perdido<br />
uno de nuestros sentidos es cuando percibimos<br />
mejor, porque, ya saben: los ojos no son los que ven,<br />
sino la mente.
IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS<br />
DE LA SECCIÓN 54 DEL S.N.T.E.<br />
“Profr. Francisco Félix Bernal”<br />
TEL. 259 99 50<br />
Correo electrónico:<br />
talleresgraficos54@hotmail.com<br />
Obregón 64 Col. Centro<br />
Hermosillo, Sonora, Mex.<br />
Se terminó de imprimir el 1 de Mayo de 2009<br />
PRIMER EDICIÓN DE 500 EJEMPLARES<br />
MÁS SOBRANTES DE REPOSICIÓN