17.05.2013 Views

Leer - Snte

Leer - Snte

Leer - Snte

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

CUANDO<br />

EL SOL SE FUE<br />

Flavio Canastillo Murrieta


CUANDO EL SOL SE FUE<br />

Primera edición. 500 Ejemplares<br />

Mayo 2009<br />

Diseño de portada:<br />

Osmar Reyes Perches<br />

Diseño de Interiores:<br />

Emmanuel Avalos Ríos<br />

Corrección de Estilo:<br />

Patricia García Cano<br />

Impreso en México<br />

Printed in Mexico


DEDICATORIAS<br />

A DIOS, quien me dio fe y fortaleza.<br />

A MI MADRE (†), por su recuerdo y su amor.<br />

A mi esposa Olga Delia, porque creyó en la<br />

realización de mi historia.<br />

A la señora Albita Ramos, quien me inició en la<br />

rehabilitación para seguir adelante.<br />

A don Enguerrando Tapia (†), por su valiosa<br />

colaboración en mi partida a México.<br />

A la profesora Consuelo Cornejo (†), mi tutora<br />

durante mi estancia en México.<br />

Al doctor Gastón Cano Ávila,<br />

por su gran apoyo moral.<br />

A la sra. Martha Alicia Pacheco,<br />

por su empeño y tiempo dedicado<br />

al escribir esta historia.<br />

A mi familia y mis amigos.<br />

Al Sindicato Nacional de Trabajadores<br />

de la Educación, Sección 54, en especial<br />

a los departamentos de Cultura y Recreación<br />

y Educación especial.


ÍNDICE<br />

PRÓLOGO...................................................................8<br />

I.- CUANDO EL SOL SE FUE………………...……....12<br />

II.- VIAJE A MÉXICO Y REHABILITACIÓN…..…….54<br />

III.- LOS PRIMEROS EMPLEOS………………....….92<br />

IV.- EL PASAJE OSCURO……………………...….....118<br />

V.- LA ILUSIÓN DE VOLVER A MÉXICO…....…....158<br />

VI.- EL NOMBRAMIENTO Y LA CASA……...…….192<br />

VII.- EL ÁNGEL DE MIS SUEÑOS………......…….217<br />

VIII.- MI RETIRO………………………………..….240


P R Ó L O G O<br />

Fue en los ochentas cuando tuve la fortuna de conocer<br />

al “profe” Flavio, como todos cariñosamente<br />

lo conocemos. Flavio Canastillo Murrieta es una<br />

carismática y extraordinaria persona. Originario de<br />

Trincheras Sonora, de formación profesional Técnico<br />

Masajista y su vocación es ser profesor de ciegos. Su<br />

vida está llena de experiencias muy interesantes, las<br />

cuales nos reafirman el dicho “Hace más el que quiere<br />

que el que puede”, cito esto porque la vida para<br />

él no ha sido nada fácil, pero sí muy bendecida. Durante<br />

nuestra convivencia cuando él fue maestro del<br />

Instituto Iris, escuela para ciegos y débiles visuales,<br />

disfruté mucho de los relatos de su vida.<br />

El “profe” Flavio creció en un rancho al lado de sus<br />

padres y de sus cinco hermanos, participaba en todas<br />

las tareas propias del campo y de la casa, sólo que<br />

con mayor esfuerzo que el resto de la familia, ya que<br />

a sus diez años perdió la vista. Al preguntarle cómo se<br />

había sentido ante tal suceso, su respuesta fue que se<br />

había adaptado con facilidad a su nueva condición,<br />

debido a que estaba muy pequeño; algo de lo que<br />

él disfrutaba mucho, aparte de juntar leña, montar<br />

a caballo y jugar con sus hermanos, era escuchar los<br />

cuentos leídos por su mamá.<br />

En su diario acontecer en el rancho vivía con la esperanza<br />

de recuperar la vista, pero los días pasaban y<br />

pasaban; llegó a su mayoría de edad sin que su deseo


CUANDO EL SOL SE FUE<br />

de mirar otra vez se hiciera realidad. Y es en ese momento<br />

cuando se preocupa aún más por su futuro,<br />

dándose cuenta de que ahí no lo tenía, pero no podía<br />

hacer nada, por las noches no conciliaba el sueño<br />

de tanto pensar, y sólo conseguía sentirse frustrado.<br />

Afortunadamente tomó la mejor decisión para aligerar<br />

su carga, aclamó a Dios, le pidió al Todopoderoso<br />

que le ayudara a salir adelante; entre ejercicios físicos<br />

y otras actividades oraba mucho, hasta que un<br />

día sus súplicas fueron escuchadas y fue bendecido<br />

con la presencia de la señorita Albita Ramos, quien<br />

lo llevó a la ciudad de Hermosillo, Sonora con un<br />

médico especialista para determinar si había alguna<br />

posibilidad de volver a ver. La respuesta fue negativa,<br />

era imposible que esto sucediera, sin embargó, ello<br />

no lo desanimó, mucho menos a su protectora quien<br />

buscó los medios para enviarlo a la Ciudad de México,<br />

D. F. a estudiar en la Escuela Nacional para Ciegos<br />

Lic. Ignacio Trigueros, ahí obtuvo su título de Técnico<br />

Masajista.<br />

A partir de su rehabilitación y formación, su vida<br />

da un vuelco –como lo dice él–, más que volver a<br />

ver, fue como comenzar a vivir de nuevo. Durante<br />

su estancia en la Ciudad de México, casi nueve años,<br />

le pasaron un sinfín de acontecimientos, unos muy<br />

agradables, y otros no tanto, pero, a pesar de lo difíciles<br />

que fueron, no le restan importancia al placer de<br />

recordarlos.<br />

Lo más significativo que aprendió en la escuela<br />

para ciegos es la lecto-escritura en el sistema braille,<br />

lo que es considerado por él como lo más grande y


10 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

valioso que les legó a los ciegos don Luis Braille, el<br />

creador de dicho sistema.<br />

Después de su permanencia en la Ciudad de México,<br />

mi gran amigo viajó por diferentes lugares, incluyendo<br />

la Unión Americana, para poner en práctica<br />

su profesión de masajista, permitiéndose así adquirir<br />

día a día más seguridad. Una vez concluidos sus compromisos<br />

laborales en Texas y Guadalajara, regresó a<br />

Sonora estableciéndose de forma definitiva en la ciudad<br />

de Hermosillo.<br />

En el sexenio del Dr. Samuel Ocaña García, ex gobernador<br />

del Estado de Sonora, obtiene su plaza como<br />

docente, es ubicado en el Instituto Iris, escuela para<br />

ciegos y débiles visuales. Recuerdo verlo llegar, muy<br />

seguro de sí mismo, impecable en el vestir, con su<br />

sombrerito muy peculiar, saludaba siempre con una<br />

sonrisa y su trato amable y característico; en nuestras<br />

reuniones sociales le gustaba contar chistes y gritar<br />

sus frases preferidas: “No le hace que no me quieran,<br />

al cabo que yo me quiero sólo” y “Parece que vamos<br />

llegando a Camagüiroga”, aclaro que la primera era<br />

sólo un decir porque admiradoras y novias de que<br />

tuvo, las tuvo.<br />

No puedo dejar de comentar que, como todo hombre<br />

“de sangre azul”, rompió corazones por donde<br />

pasaba. Su vida de soltero se terminó porque el amor<br />

llegó a su vida al conocer a una excelente mujer, mi<br />

gran amiga Olga Delia Romero López, su ángel de<br />

la guarda y ahora esposa; aunque no procrearon hijos,<br />

son muy felices. Actualmente, por su problema<br />

de salud, se separó de las filas del magisterio, en las


CUANDO EL SOL SE FUE 11<br />

que sembró la semilla del amor y la amistad. Dejó su<br />

trabajo en las aulas, sin embargo, su gusto por la lectura<br />

y la creación literaria lo llevó a capacitarse en el<br />

uso de la computadora –herramienta que le permite<br />

escribir cuentos y leyendas de la región del desierto<br />

de Sonora–, asimismo gusta de la música romántica<br />

y clásica y, por supuesto, continúa agradeciéndole al<br />

Creador por su bienestar.<br />

Amigo lector, tienes en tus manos la historia de<br />

un gran hombre que te asombrará y de quien podrás<br />

aprender que debes amarte y amar la vida como Dios<br />

te la ha enviado.<br />

CON AFECTO Y ADMIRACIÓN<br />

Profra. Martha Llánes Valenzuela


I.-CUANDO EL SOL SE FUE<br />

Con pocas palabras, pero con muchos pasajes, les<br />

contaré la historia de mi vida. Una vida como todas,<br />

pero con muchos obstáculos que me golpearon duramente.<br />

Cuando parecía que esto no tendría fin llegó<br />

la recompensa a mi martirio. Esta es la historia de<br />

Beto –como me llamaron en mi familia y de flavio–,<br />

ya que mi nombre asentado en el Registro Civil es<br />

Flavio Canastillo Murrieta, pero al bautizarme en la<br />

fe de bautismo quedó Roberto, y ese lo tomé como mi<br />

nombre real; por esa razón todos me decían Beto. En<br />

la primaria me registré como Roberto. Y ya de grande,<br />

cuando tenía 25 años, cambié al nombre de Flavio, y<br />

los de Roberto y Beto quedaron borrados.<br />

Era feliz con la protección de mis padres, quienes<br />

se llamaron Claudio Canastillo y Adelaida Murrieta.<br />

Mi padre, de oficio minero, era de carácter duro y con<br />

la mirada nos hacía ver cuando actuabamos mal. Mi<br />

madre, dedicada al hogar, nos había enseñado los valores<br />

que crecieron con nosotros. Yo ocupaba el cuarto<br />

lugar, ya que somos seis hermanos: la mayor y la<br />

única mujer, Teresa, Antonio, Claudio, Roberto – o<br />

Flavio, el que escribe–, Salomón y Dimas.<br />

Todo empezó aquel día dos de marzo de 1951. La<br />

tarde estaba fría, con mucho aire y polvo, como es<br />

natural en la región desértica del municipio de Trincheras,<br />

Sonora. El pueblo estaba muy triste, pero más


CUANDO EL SOL SE FUE 13<br />

mi casa pues aún no hacía un mes que había fallecido<br />

mi padre, por lo que mi madre andaba toda vestida<br />

de negro y las ventanas tenían unas cortinas oscuras.<br />

Yo no quería estar adentro porque me sentía mal; por<br />

si eso fuera poco, todos mis hermanos tenían la influenza.<br />

Como quería salir, busqué cualquier pretexto,<br />

le dije a mi mamá:<br />

–Yo puedo ir a los mandados.<br />

Corrí para alejar de mí aquella tristeza que por todos<br />

lados estaba. Me sentía cansado, pero ni caso hacía.<br />

Sentía dolor en el lado izquierdo del hombro y la<br />

cabeza. Así me llovió, y me fui a la casa a llevar unos<br />

encargos, unas pastillas para la gripe. Ya era tarde y<br />

el frío se sentía más intenso. Quería borrar aquella<br />

melancolía y me fui a la casa de mi tía Adriana que<br />

estaba en el mismo solar, sin división entre los dos<br />

patios. Estaba cerrado, no se veía nadie.<br />

Me senté en el pretil del pozo que estaba junto a la<br />

puerta que daba al jardín, en el cual había un molino<br />

de viento o papalote –como le llamábamos– para sacar<br />

el agua que utilizábamos en el consumo doméstico<br />

y para regar el jardín. Me puse a ver el cerro que es<br />

la insignia del pueblo, distante medio kilómetro de<br />

ahí y elevado a unos cien metros de altura.<br />

Yo miraba hacia el cerro porque en esa dirección<br />

estaba el rancho en donde me había criado, y añoraba<br />

aquellos días en que vivíamos allá mis padres, mis<br />

hermanos y yo. ¡Ah, qué tiempo tan feliz! En el verano<br />

corría descalzo por los arroyos y lomas, a veces<br />

detrás de alguna ardilla queriéndola atrapar, aunque<br />

nunca lo lograba. Me gustaba correr tras ellas porque


14 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

me sentía con mucha energía, y aunque me espinaba<br />

los pies, el dolor no me afectaba.<br />

En 1950 había pasado a segundo año de primaria,<br />

y recuerdo bien que mis hermanos se fueron al pueblo<br />

para asistir a la escuela y yo me quedé con mis<br />

padres y mi hermano menor quien tenía dos años.<br />

Fue hasta el mes de octubre cuando me reintegré a la<br />

primaria, aunque no quería hacerlo pues sentía mucha<br />

timidez, como si algo me avizorara el destino. Ya<br />

no era el mismo de primer año. Mi padre se había enfermado<br />

y mi mamá se tuvo que ir con él a la ciudad<br />

de Magdalena donde fue sometido a una operación.<br />

Regresó al pueblo, pero seguía sintiéndose mal. Se<br />

fue de nuevo, y mi mamá lo acompañó. En enero de<br />

1951 fue intervenido otra vez, y a finales del mismo<br />

mes se le realizó una tercera operación en la que ya<br />

no fue posible hacer algo por él.<br />

Recuerdo el día seis de febrero. Eran las cinco de la<br />

tarde y estaba en la escuela. Nos avisaron a mis hermanos<br />

y a mí que nos fuéramos a casa a esperar a que<br />

llegaran con mi padre porque ya no tenía remedio<br />

y regresaba a morir. Yo no sabía lo que era la muerte<br />

y no alcanzaba a comprender. Alguien se ofreció<br />

para llevarnos a encontrar el carro en el que venía.<br />

No quise ir… no entendía lo que estaba pasando con<br />

mi familia.<br />

Un primo me llevó a su casa para que allá durmiera.<br />

Estaba asustado y mi primo me hacía preguntas<br />

que me alteraban más. Ya me habían tendido un catre,<br />

pero me sentía muy inquieto. Como a las ocho de<br />

la noche llegaron por mí:


CUANDO EL SOL SE FUE 15<br />

–¡Vámonos!– me dijo un hermano. Yo no quería<br />

ir.<br />

–¡No quiero ver morir a mi padre!.. –Me llevó casi<br />

a rastras.<br />

Mi padre estaba en agonía y no resistía verlo. Al fin<br />

me venció el sueño; me acosté en el piso en un rincón<br />

de la habitación y me dormí. Ya había muchas personas<br />

acompañando a mi mamá en esos momentos de<br />

dolor.<br />

Al día siguiente una tía nos llevó a comer a su casa.<br />

Mi mamá no quería tomar alimento alguno. Así pasó<br />

aquel día y por la noche, mi padre murió. Fue sepultado<br />

a la mañana siguiente. Mis hermanos fueron al<br />

panteón, pero yo no quise hacerlo; me quedé con mi<br />

mamá. El día estaba nublado y triste.<br />

Yo no entendía por qué uno tenía que morirse.<br />

No… ¿Por qué mi padre? ¿Qué íbamos a hacer si todavía<br />

estábamos muy chicos?.. Así continuaban aquellos<br />

días. Me sentía muy descontrolado y no quería ir<br />

a la escuela. Iba contra mi voluntad. Mi vida había<br />

cambiado y ya no era el niño de unos meses antes. En<br />

algunas ocasiones pensaba que mejor sería morirme,<br />

pero con el paso del tiempo empezaba a aceptar la<br />

realidad.<br />

Y fue ese día dos de marzo cuando me encontraba<br />

ahí sentado en el pretil del pozo y tuve que irme<br />

a la casa porque ya no aguantaba el dolor en el ojo<br />

izquierdo. Llegué y le dije a mi mamá que me dolía<br />

mucho, y conforme pasaban los minutos me aumentaba<br />

más y más. Ya no podía estar de ningún modo.


16 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Mi madre me tendió una colchoneta en su recámara,<br />

junto a un altarcito donde tenía imágenes de<br />

algunos santos. Ella era muy devota y quizá creía que<br />

ahí iba a estar mejor. Pero yo no me acomodaba de<br />

ningún modo, pataleaba, y el dolor no cedía. Tomaba<br />

veganines, mejorales, y parecía que más me arreciaba.<br />

Así pasé la noche más amarga y larga que recuerdo<br />

de mi niñez… Igual continué todo ese día, pues<br />

el médico pasante no se encontraba en el pueblo y<br />

hasta el tercer día llegó. Yo ya no encontraba ni qué<br />

hacer y pensaba que me iba a morir. No…, no quería<br />

morirme, y tenía que aguantarme con el problema.<br />

No teníamos ni un solo centavo para salir a la ciudad<br />

más próxima, Santa Ana, distante unos ochenta<br />

kilómetros. De modo que me aliviaba o me moría,<br />

una de dos. Una vez que el doctor Humberto Segura<br />

estuvo ahí me empezó a aplicar penicilina, porque<br />

según él se trataba de una infección muy fuerte y había<br />

que controlarla para trasladarme a la ciudad de<br />

Hermosillo.<br />

Para el siguiente día tenía el ojo izquierdo muy hinchado<br />

y no veía absolutamente nada con él. Cuando<br />

me alivié un poco, el médico, que era muy humanitario,<br />

viendo la situación por la que pasaba mi familia,<br />

se ofreció a llevarme a la ciudad de Hermosillo para<br />

que me atendiera un especialista, y así fue como me<br />

alistaron. Una tía que era costurera con una tela que<br />

se encontró me hizo un pantalón y una camisa, que<br />

me quedaron muy bien. Un primo me dio un cinto, y<br />

así sucesivamente hasta que me “acompletaron”.


CUANDO EL SOL SE FUE 17<br />

Ya que estuve listo, una mañana fría del cinco de<br />

marzo, pasó el doctor Segura por mí. Yo estaba asustado<br />

y mi mamá me dijo:<br />

–Te voy a hacer desayuno.<br />

–No, no quiero- le conteste.<br />

Pero ella me convenció.<br />

Siempre me comí un taco de papas, uno de frijoles<br />

y una taza de café. Me enjuagué la boca y me cambié<br />

rápidamente. Serían las seis de la mañana.<br />

A las siete teníamos que estar en la estación para<br />

tomar el tren que nos llevaría al pequeño poblado<br />

de Benjamín Hill, donde abordaríamos un camión<br />

para la capital. Yo sentía mucho frío pues no tenía<br />

chamarra; llevaba una camisa de manga larga y abajo<br />

una camiseta gruesa, pero temblaba más por miedo<br />

que por frío. Caminamos a pie hasta donde estaba un<br />

changarrito, mi mamá me dio la bendición, y de ahí<br />

nos llevó un señor en un carrito antiguo a la estación<br />

que distaba aproximadamente tres kilómetros. Esperamos<br />

el tren que venía de Mexicali, B. C.<br />

Nunca había subido a un tren, pero esta vez lo tenía<br />

que hacer. No me podía controlar, temblaba y simulaba<br />

que era por el frío. En eso llegó el tren. Me<br />

parecía que estábamos muy cerca y me retiraba lo<br />

más lejos posible, pero el médico decía:<br />

–No te alejes que tenemos que subir rápido, ya que<br />

no para mucho tiempo aquí.<br />

Cuando al fin se detuvo subimos y caminamos<br />

hacia los asientos. Todavía no me sentaba cuando el<br />

tren empezó a avanzar y me puse a trastabillar como<br />

borracho. Me senté y por la ventanilla pude ver a lo<br />

lejos a mi mamá y a mis hermanos junto al papalote


18 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

que estaba en el pozo, con su hélice que se movía<br />

con el aire. Al verlos se me salieron las lágrimas de<br />

emoción.<br />

A las ocho estábamos en Benjamín Hill. No hacía<br />

frío. Después de una hora tomamos un camión que<br />

nos llevaría a la ciudad de Hermosillo y para el mediodía<br />

nos encontrábamos frente a una clínica a la<br />

que me daba miedo entrar. Tuve que hacerlo porque<br />

no me quedaba más. Subimos unos escalones y llegamos<br />

hasta la sala de espera del consultorio donde<br />

aguardamos a que tocara mi turno, ya que el doctor<br />

Segura me había anotado.<br />

Pasé con mucho miedo. El doctor especialista que<br />

me iba a examinar, Enrique López Quiñónez, era una<br />

persona de semblante agradable, eso me dio confianza,<br />

y una vez que el doctor Humberto Segura le platicó<br />

del problema por el que estaba atravesando mi<br />

familia, de inmediato dio instrucciones para que quedara<br />

internado y me pasaron al hospital. En el cuarto<br />

al que me asignaron estaba también un niño que<br />

había sido operado, lo acompañaba su papá quien se<br />

portó muy atento conmigo y me hacía plática, pero<br />

no me gustaba que me hiciera preguntas, como ¿de<br />

dónde era?,¿quiénes eran mis padres?,¿cuál era mi<br />

enfermedad?,¿me iban a operar?, etcétera. Todas esas<br />

preguntas me lastimaban.<br />

Después de tres días de muchos estudios en los<br />

ojos, salí, pero permanecí otros dos en el Hotel Laval<br />

ubicado muy cerca de la Clínica del Noroeste, donde<br />

me habían consultado. Yo no conocía los sanitarios<br />

de agua, les tenía miedo, y una noche hasta me oriné


CUANDO EL SOL SE FUE 1<br />

porque no quería usar el baño. Cuando ya me andaba<br />

de “hacer del dos” no me quedaba más remedio que<br />

utilizarlo. En el pueblo no contábamos con agua potable<br />

ni luz eléctrica; en la escuela sí había sanitarios<br />

de agua, pero como casi todos les teníamos miedo<br />

nunca entrábamos y “hacíamos del dos” en letrinas.<br />

Después de cinco días volví al pueblo contento y<br />

con mucho qué platicar sobre mis experiencias en la<br />

capital. El médico pasante le explicó a mi mamá que<br />

la enfermedad era algo rara y que habría que hacerme<br />

exámenes cada quince días, cosa que la entristeció<br />

porque a nadie conocía en la ciudad y llegar a un<br />

hotel no era posible, pues no había dinero. Pero por<br />

fortuna se encontraba ahí mi tío Teodoro, hermano<br />

de mi papá, quien le dijo a mi madre:<br />

–Yo tengo un compadre allá y llego con él. De paso<br />

llevo a Beto y le pido de favor que lo reciba en su<br />

casa.<br />

–Bueno –respondió mi mamá y le volvió el alma<br />

al cuerpo.<br />

Y así, para los últimos del mes de marzo mi tío Teodoro<br />

me llevó a la ciudad de Hermosillo; él ya sabía<br />

la dirección. Esta vez no tuve tanto miedo aunque no<br />

dejaba de admirar todo lo que veía. Llegamos un día<br />

soleado, y al bajarnos del camión tomamos un taxi<br />

que nos llevó a una casa situada cerca del aeropuerto<br />

que estaba junto al Panteón Yáñez, a orillas de la<br />

ciudad.<br />

Llegamos con los compadres de mi tío Teodoro,<br />

ellos se mostraron muy amables cuando él les platicó<br />

la situación. Nos ofrecieron su casa, y aunque


20 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

muy pequeña ya teníamos un hogar adonde poder<br />

llegar. La casa contaba con dos cuartos, la cocina y la<br />

recámara y –así como en mi pueblo– un excusado de<br />

fosa que estaba bastante lejos, en la esquina del solar<br />

compuesto por dos lotes. Dormiríamos en la cocina<br />

cuyo piso era de tierra bien compacta, pues lo regaban<br />

diariamente para que la tierra no se soltara.<br />

Estuvimos tres días. Me admiraba ver tanto avión.<br />

Diario llegaba uno de la Ciudad de México y como<br />

el aeropuerto no tenía pavimento, levantaban mucho<br />

polvo cuando aterrizaban, lo que me parecía muy<br />

chistoso.<br />

Mi tío Teodoro nos llevó a muchos lugares a su ahijado<br />

y a mí. Estuvimos en un circo, el Atayde, donde<br />

conocí muchos animales: un imponente elefante al<br />

que se podía ver sin costo alguno, ya que lo tenían<br />

afuera de las carpas amarrado de una pata con una<br />

cadena, pero era tan mansito que no se acongojaba<br />

por nada. Pasamos a una carpa donde había changos,<br />

tigres, leones, canguros, y otros más. Me sentía<br />

impresionado por los animales que apenas iba conociendo<br />

y recuerdo bien que hice enojar a un tigre.<br />

Junté piedritas y comencé a tirárselas, y un chamaco<br />

que traía sombrero lo amenazaba con él. El tigre se<br />

enfureció y rugía horrible, por lo que rápidamente<br />

llegó un empleado quien nos dio una regañada y casi<br />

nos pegaba.<br />

Ya no me volvieron a llevar al circo, pero sí al cine,<br />

el cual no me gustó debido a que me comenzaron a<br />

doler los ojos. En el pueblo había estado en una función,<br />

pero esa vez no entendí la película, creía que en


CUANDO EL SOL SE FUE 21<br />

esta ocasión sí me iba a entretener porque se trataba<br />

de Los Niños Héroes de Chapultepec, mas no fue así,<br />

pues los árboles se veían oscuros porque la película<br />

era en blanco y negro; lo único bonito, y que se apreciaba<br />

más real, eran los caballos y sus jinetes, unos<br />

militares muy impresionantes; lo demás, unas lomas<br />

pelonas. Así que no atendí toda la película porque<br />

me lastimaba la vista. Ya no veía más que con un ojo,<br />

y ambos me lloraban.<br />

Después de tres días regresamos al pueblo, llegamos<br />

como a las nueve de la noche. Estaba muy oscuro<br />

pues no había luz eléctrica y nos alumbrábamos<br />

con lámparas de petróleo. Se veían puras sombras y<br />

en algunas casas unas pequeñas lucecitas muy tenues.<br />

Caminando llegamos a la casa y mi mamá ya nos esperaba.<br />

Nos preguntó cómo nos había ido y mi tío<br />

contestó que muy bien, que ya tenía un lugar adonde<br />

llegar en la ciudad de Hermosillo, pues su compadre<br />

había dicho que su casa estaba a nuestras órdenes,<br />

que ahí llegáramos. Con esto, mi mamá tuvo un alivio<br />

en medio de su tristeza.<br />

Los primeros días del mes de mayo fuimos a que<br />

me examinara el doctor por tercera ocasión. El médico<br />

dijo que debían hospitalizarme para que se me<br />

realizara una operación para salvar el ojo derecho,<br />

con el que aún podía ver. Mi mamá permaneció en<br />

Hermosillo cinco días y no conseguía internarme por<br />

los trámites. Doña Toña, así se llamaba la señora de<br />

la casa a donde llegamos, le dijo:<br />

–Váyase, yo lo puedo acompañar al hospital.<br />

Y así fue. La señora muy amablemente me acom-


22 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

pañó hasta que quedé internado en el Hospital del<br />

Estado; recuerdo bien que en ese tiempo estaba atendido<br />

por religiosas. Ya que me dieron el pase fue una<br />

monjita y me acompañó hasta el lugar en donde iba a<br />

estar mi cama, la número siete al fondo de un pasillo.<br />

La madrecita me dijo:<br />

–Háblale a tu mamá.<br />

Ella había creído que la señora que me acompañaba<br />

–doña Toña– era mi mamá. Corrí, pero no la<br />

alcancé. Regresé muy triste al lugar que me había señalado<br />

la madrecita.<br />

–No la encontré –le dije–, ya se había ido.<br />

–Quería únicamente que se llevara tu ropa, pero te<br />

la vamos a guardar porque aquí vas a andar con pijamas<br />

–me dijo–. Sígueme.<br />

Me llevó con una enfermera que me dio una pijama<br />

y me señaló una sala donde me dijo que me<br />

cambiara. Sólo me puse el pantalón de rayas azules<br />

y blancas, sin camisa, ya que hacía mucho calor. Entonces<br />

agregó:<br />

–Ya métete al cuarto donde te vas a quedar.<br />

Me fui y muy serio me quedé parado enfrente de la<br />

sala en donde estaba mi cama. Era un lugar amplio<br />

con siete camas, abierto al pasillo, pues sólo lo dividía<br />

de él un muro de metro y medio. Ahí me quedé<br />

pensando no sé cuántas cosas. Los demás pacientes<br />

me invitaban a pasar, pero no les contestaba por más<br />

que insistían, hasta que uno de los señores dijo:<br />

–¡Déjenlo!, verán que cuando agarre confianza no<br />

lo vamos a aguantar. Yo sé lo que les digo.<br />

Más tarde, una muchacha que llevaba unas charolas<br />

me dijo amablemente:<br />

–Mira, te traje comida, ¿quieres comer?


CUANDO EL SOL SE FUE 23<br />

Como yo no hablaba me tomó de un brazo y me<br />

sentó en un banco frente a una mesita en donde estaba<br />

la charola; así, sin hablar, comí porque tenía hambre.<br />

Pasaron los días y me hice amigo de un chamaco<br />

que era muy inquieto. Estaba ahí porque había sufrido<br />

una herida con una bala de escopeta que le había<br />

pegado en la cabeza, junto al oído. Para tapar el hueco<br />

que le había dejado la bala le hicieron un injerto<br />

con la piel de la muñeca del brazo derecho, el cual<br />

traía pegado al lado izquierdo de la cabeza con yeso,<br />

éste le dejaba libre el área de los ojos; pero no le afectaba,<br />

corría y hacía maldades. Él me ayudó a olvidar<br />

un poco mi tristeza.<br />

Después hice amistad con todos los de mi sala y<br />

algunos del personal. Ayudaba a servir a las que repartían<br />

la comida, quienes me tomaron aprecio y me<br />

llevaban dulces; también ayudaba a trapear y en ocasiones<br />

a lavar los trastes, y así transcurría el tiempo.<br />

Los jueves y domingos eran días de visita y acudía<br />

mucha gente a ver a los enfermos. Como yo no tenía<br />

quién me visitara, algunos me preguntaban si no<br />

tenía familiares y yo decía que sí, pero vivían muy<br />

lejos; que mi papá había muerto y mi mamá no tenía<br />

dinero para venir y además tenía hermanos chicos y<br />

ella tenía que ver por ellos. Algunos se enternecían y<br />

me “disparaban” una sodita de las que había en ese<br />

tiempo, sin marca, que un señor iba a vender; eran de<br />

tres sabores –fresa, limón y naranja–, y se me hacían<br />

las más buenas del mundo. Valían únicamente diez<br />

centavos.


24 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Pero un domingo, día de visita, llegó la señora<br />

Toña –acompañada de su único hijo más o menos<br />

de mi edad, y una niña que estaba cuidando porque<br />

había muerto su mamá– con dulces y chicles. ¡Ah,<br />

qué gusto me dio!, pues también iban otros amiguitos<br />

del barrio. Me llevaban tres rebanadas de piña en<br />

un trastecito de peltre todo “descalabrado”, pero a<br />

pesar de todo me pareció muy sabrosa porque no la<br />

conocía más que en dibujos. ¡Qué contento me había<br />

puesto!<br />

Así transcurrió el mes de mayo, y fue hasta el siete<br />

de junio por la mañana cuando me dijo una enfermera:<br />

–Vengo a inyectarte porque mañana te van a operar.<br />

¿Ya te confesaste?, porque todos los que van a ser<br />

operados tienen que confesarse por si acaso se mueren<br />

que se vayan al cielo, pero si no se han confesado<br />

van al infierno.<br />

Eso me asustó mucho pues no me había confesado.<br />

Un viejito me daba doctrina, pero no me había<br />

preparado bien.<br />

Al día siguiente me dieron a tomar una cápsula y<br />

luego pasaron por mí en una camilla. Iba despierto.<br />

Me llevaron a una sala donde había tres personas vestidas<br />

de blanco, me pasaron a una mesa alta. Aún no<br />

me dormía bien cuando los que estaban ahí me pusieron<br />

una especie de máscara con una manguera que<br />

olía muy feo. Absorbí el olor y de inmediato no supe<br />

de mí. No sé a qué hora de la tarde desperté con la<br />

cabeza toda envuelta en vendas, no veía nada y preguntaba:


CUANDO EL SOL SE FUE 25<br />

–¿En dónde estoy..?<br />

–Aquí estás, en la sala –me contestó un señor al<br />

que reconocí por la voz ronca.<br />

Después una enfermera me tomó el pulso y me<br />

dijo:<br />

–Por orden del médico vas a estar tres días sin moverte,<br />

acostado boca arriba –luego se fue.<br />

En la noche hacía mucho calor y yo no iba a aguantar<br />

sin moverme. Me dieron ganas de ir al baño y un<br />

señor me dijo:<br />

–No te levantes, vamos a hablarle a una enfermera.<br />

No llegó. Al rato, cuando ya dormían todos, me<br />

levanté y busqué un bacín que ya sabía dónde estaba,<br />

lo tomé e hice mis necesidades. Como no podía ver<br />

porque tenía envuelta la cabeza lo dejé ahí; poco después<br />

los señores despertaron y empezaron a rezongar.<br />

No vino en toda la noche ninguna enfermera.<br />

Por la mañana, cuando traían el desayuno ya tenía<br />

mucha hambre, pero a mí no me llevaban nada porque<br />

no podía sentarme. Yo gritaba que quería comer<br />

lo que fuera. Una de las muchachas que servían la<br />

comida me llevó pan con mantequilla y avena, pero<br />

para mí no era suficiente. Así estuve como dos días<br />

hasta que el doctor que me operó llegó y me preguntó<br />

cómo me sentía.<br />

–Con mucha hambre –le dije.<br />

Y el médico me respondió:<br />

–Ya te vamos a quitar las vendas para que puedas<br />

comer a gusto.<br />

Algunos de los pacientes que estaban en la sala le<br />

decían:


26 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

–No se las quite, no hizo caso, se levantaba y hacía<br />

desarreglos. Déjenlo otros días vendado.<br />

Y yo, asustado, grité:<br />

–¡Que no me dejen más sin ver!<br />

Me quitó el vendaje, pude ver y así ya comí a gusto.<br />

Una madrecita que nos daba pláticas de historias<br />

sagradas y se portaba muy bien, como a los cinco días<br />

de que me habían operado, me dijo que ya me podía<br />

ir a la casa.<br />

–Sí, yo sólo me puedo ir. Conozco ya bien y no me<br />

pierdo.<br />

–No, no puedes irte tú sólo. Así que mándale decir<br />

a tu mamá que venga por ti.<br />

Pero ¿Cómo?.., ¿con quién le mandaba decir a<br />

doña Toña?.. Rogaba a Dios para que alguien fuera<br />

a visitarme. Un muchacho como de unos diecisiete<br />

años que había estado internado dos días llegó y me<br />

llevaba dulces. Estuvo un rato y le pedí que fuera a<br />

la Barbería Lizárraga y le dijera al señor don Esteban<br />

Lizárraga –el dueño–, que ya podía salir, pero que no<br />

me dejaban irme solo.<br />

–Sí, ya sé en donde está esa peluquería. Yo llevo tu<br />

recado, cómo no.<br />

Al día siguiente muy temprano llegó una flota de<br />

chamacos, pues ya estaban de vacaciones. Dijeron<br />

que iban por mí, que la señora doña Toña no había<br />

podido ir y los había mandado a ellos. La madrecita<br />

le preguntó a la más grande –que tendría como doce<br />

años– cómo se llamaba. Ella contestó:<br />

–Socorro Osuna, soy sobrina de la señora de la casa<br />

en donde llega. Ahí también vivo yo.


CUANDO EL SOL SE FUE 27<br />

–Tú eres la responsable –le dijo. Y le dio unos papeles<br />

para que se los entregara a mi mamá.<br />

La chamaca salió del hospital “luria” de gusto porque<br />

se sentía muy importante. Nos fuimos caminando<br />

con los otros niños. Iba muy contento de haber<br />

salido y de estar vivo, ya que mi padre había muerto<br />

por una operación, o al menos esa era la idea que yo<br />

tenía. Era por eso por lo que les temía tanto a las operaciones.<br />

Llegamos a la casa en donde me daban alojamiento<br />

y lo hacían de muy buena voluntad, aunque<br />

la señora, doña Toña, pregonaba que ella no iba a la<br />

iglesia, pero hacía caridades, y bien sabía que lo decía<br />

por mí. Allí me quedé varios días, pues mi mamá<br />

no tenía dinero para venir a recogerme. Yo extrañaba<br />

mi pueblo, a mi mamá, a mis hermanos, y al rancho<br />

donde me había criado. Ya debía estar allá.<br />

Me iba a la peluquería que tenía el señor Esteban<br />

en el centro. Ahí me ponía a barrer el pelo que caía.<br />

Algunas veces me regañaban porque era un poco atrabancado,<br />

les golpeaba las piernas a los clientes y me<br />

decían:<br />

–Muchacho, vete. Déjalo para después.<br />

El señor Lizárraga me aconsejo:<br />

–Mejor vas a vender periódicos.<br />

Don Esteban le pidió a un chamaco que iba a dejar<br />

el periódico que me llevara con él para que aprendiera<br />

a venderlos. Él estuvo de acuerdo y me explicó:<br />

–Te voy a dar de los que traigo y después, cuando<br />

ya te pongas abusado, te voy a llevar al periódico para<br />

que te entreguen a ti.<br />

Creía que él iba a andar conmigo, pero me dio


28 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

unos cinco periódicos y me dijo:<br />

–Vete a la estación del ferrocarril.<br />

Como en ese tiempo la estación del ferrocarril se<br />

encontraba en el centro, no se me hizo difícil. Con<br />

miedo crucé las vías del tren y, al llegar, un señor de<br />

los que trabajaban ahí me compró uno. Otro que pasaba<br />

me gritó:<br />

–¡Dame uno!, ¿cuánto cuesta?<br />

–Un peso.<br />

Luego me habló otro que estaba esperando el tren.<br />

Me dio veinte centavos para mí. ¡Qué gusto!.., pensé<br />

que si me iba bien podía ayudar a mi mamá.<br />

Cuando caminaba me salieron tres chamacos que<br />

me querían pegar porque ese era su lugar de venta.<br />

Uno me tiró una patada y corrí, pues estaba muy feo<br />

y gordo, con rasgos de japonés. Otro chamaco que<br />

también traía pleito con él fue a darle un golpe, y vi<br />

cómo lo tomó del brazo y lo estampó en el suelo. ¡De<br />

tonto le echaba yo bronca!<br />

Sin embargo, lo que más me asustó fue que en ese<br />

momento llegaba el tren. ¡Qué cosa más espantosa!<br />

La máquina –que funcionaba con vapor– venía<br />

echando unos chorros de humo: por una chimenea<br />

salía humo negro que se levantaba muy alto, y por<br />

otra humo blanco que no era tan abundante. Era<br />

como un enorme tanque negro. Tenía unos brazos<br />

de acero de una rueda a otra que se movían haciendo<br />

unas ondulaciones. Se veía imponente y daba unos<br />

pitidos aterradores que estremecían. Muy atrás iba el<br />

maquinista sacando la cabeza para ver las vías adelante,<br />

bajo una lonita inclinada para que no le pegara<br />

el sol. Yo temblaba de miedo. El tiempo que duró


CUANDO EL SOL SE FUE 2<br />

se me figuró una eternidad. Cuando se fue salí corriendo<br />

hacia la peluquería, que estaba a unas cuatro<br />

cuadras de ahí.<br />

Cuando llegué –todavía muy asustado–, el chamaco<br />

de los periódicos ya me esperaba. Le platiqué lo<br />

que me había pasado y me dice:<br />

–Tienes que aprender. ¡Eso no es nada!<br />

–Pero yo no vuelvo a ir a vender ahí.<br />

–Pues ahí hay muchos que te echan la bronca, pero<br />

es un buen lugar.<br />

–¡Yo no vuelvo ahí!<br />

–Entonces dame los periódicos y el dinero.<br />

Le di el dinero, lo contó y me dijo:<br />

–No te doy nada, porque esto es para que aprendas.<br />

¿Y no te dieron propina? –me preguntó.<br />

Yo no sabía qué era propina... Y únicamente me<br />

quedé con los veinte centavos que me había dado el<br />

señor. Le dije a don Esteban que mejor ya no iba a<br />

vender el periódico. Me contestó:<br />

–Mi chamaco tiene un cajón para bolear zapatos.<br />

Le das bola a los que vienen aquí, ¿te parece?<br />

–Sí –le contesté.<br />

Me gustó la idea, pero no resultaba. Yo le ofrecía a<br />

todo el que pasaba y nadie quería. Hasta que llegó un<br />

muchacho, se iba a cortar el pelo y aceptó que le boleara<br />

su calzado. De inmediato empecé; los zapatos<br />

estaban muy viejos y se los dejé más o menos bien.<br />

Cuando terminé dijo que no me iba a pagar porque<br />

no le habían dado dinero más que para “hacerse” el<br />

pelo, y que si quería les quitara lo pintado. Uno de<br />

los clientes de la barbería comentó que el muchacho<br />

no estaba bien de la cabeza, y yo dije enojado:


30 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

–¡Es un menso!<br />

Aunque me oyó no se enojó, nomás se rió. Ya no<br />

di más bola.<br />

Una mañana, muy temprano, me subí a un mezquite<br />

bastante alto que estaba en el límite del patio de la<br />

casa. Divisaba hacia donde se encontraba el rancho,<br />

más o menos hacia el noroeste, el mismo rumbo en<br />

que se situaba el pueblo de Trincheras. Divisaba unas<br />

nubes que estaban en esa dirección. Así estuve mucho<br />

rato y aclamaba a mi mamá pidiendo que viniera por<br />

mí. Observé cuando se levantaba un avión de pasajeros<br />

platinado, con ese mismo rumbo. Asemejaba un<br />

pescado gigantesco, de esos plateados como los había<br />

conocido. ¡Cómo anhelaba poder volar en un avión<br />

y dominar con la vista mucho espacio! Así es que le<br />

pedía a Diosito que me oyera y que mi mamá viniera.<br />

Me bajé del mezquite cansado de permanecer ahí.<br />

Apenas había bajado llegó un taxi. Corrí a ver quién<br />

llegaba y... ¡Qué gusto, mi mamá venía por mí! Corrí<br />

a abrazarla y se me salieron las lágrimas, pues estábamos<br />

ya a veinte de julio y hacía más de un mes que<br />

había salido del hospital. Me parecía tener un siglo<br />

sin ver a mi mamá ni a mis hermanos.<br />

La última vez que había estado con mi mamá fue<br />

cuando me preparaban para ser operado. No era día<br />

de visita, pero mi mamá quería verme. Un vigilante le<br />

permitió entrar y la acompañó. Yo andaba trapeando<br />

el piso ahí en el hospital. No quería que me viera así<br />

con un ojo todo morado por el mertiolate; me habían<br />

retirado las cejas y cortado las pestañas. No sabía qué<br />

hacer, si darle un abrazo... y me habló el vigilante:


CUANDO EL SOL SE FUE 31<br />

–Ven, te habla tu mamá.<br />

Me limpiaba los ojos llenos de lágrimas con el<br />

dorso de la mano, no quería que me viera llorar. Mi<br />

mamá se entristeció al verme así y no me preguntó<br />

nada.<br />

–Estoy muy bien. Como bien aquí.<br />

–Bueno –contestó.<br />

También se le rodaron las lágrimas. Me dio un peso<br />

para que comprara soda y le dije:<br />

–¿Cuándo te vas, mamá?<br />

Recuerdo que se veía muy alta vestida de negro.<br />

Pero ya había regresado y me iba a ir con ella. Pasó<br />

a saludar a la señora Toña y me dijo:<br />

–Alístate, porque hoy mismo nos vamos.<br />

–Ya estoy listo.<br />

Agarré un pantalón y una camiseta y los eché en<br />

una bolsita. Era todo lo que tenía.<br />

Nos fuimos a la central de Transportes Norte de Sonora.<br />

El camión venía retrasado y tardó un poco. Salimos<br />

a Benjamín Hill, pero cuando llegamos eran las<br />

cinco y media de la tarde y ya el tren iba partiendo.<br />

¡Qué desconsuelo!<br />

Entonces mamá dijo:<br />

–Vamos a buscar a unos conocidos del pueblo.<br />

Preguntando por los señores Grijalva, llegamos a<br />

una tienda donde nos atendió una empleada.<br />

–Es aquí, por la puerta de atrás.<br />

¡Cuál sería nuestra sorpresa al saber que no se encontraban<br />

ahí! Ese día habían viajado a la ciudad de<br />

Tucson.


32 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Caminamos hasta un restaurante que estaba junto<br />

a Transportes Norte de Sonora, conocíamos al dueño<br />

porque ahí llegábamos a comer, y él nos había dicho<br />

que también rentaba cuartos, que lo que se nos<br />

ofreciera estaba para servirnos. Rentamos un cuarto<br />

en quince pesos. Tenía una cama de tubos alta y una<br />

mesita. Había un excusado en el patio para todos los<br />

clientes y como era de fosa estaba más cochino que<br />

los del pueblo.<br />

Estuvimos buen rato en la banqueta por si veíamos<br />

a algún conocido de Trincheras para pedirle unos<br />

diez pesos. Se nos hizo de noche, no encontramos a<br />

nadie y nos fuimos a dormir con hambre porque no<br />

teníamos más que para el pasaje del tren. Así pasamos<br />

aquella noche; yo no dormí, pues mi mamá tenía<br />

miedo porque se oían muchos ruidos de los otros<br />

cuartos. Al día siguiente ella amaneció con dolor de<br />

cabeza y no se levantaba. Yo tenía hambre, pero me<br />

la tenía que aguantar. Después de un rato vi que mi<br />

madre seguía callada, yo me atreví a preguntarle:<br />

–¿No te vas a levantar?<br />

–Y para qué, si no traemos dinero ni para un<br />

café...<br />

Me quedé callado deseando que pasaran pronto<br />

las horas para tomar el tren. Se llegaron las doce de<br />

mediodía, mi mamá se levantó y tomó una bolsa de<br />

ixtle donde guardaba sus prendas y otras cosas. Nos<br />

fuimos al restaurante, buscamos al dueño y ella, con<br />

mucha pena, no hallaba cómo decirle que nos fiara<br />

dos comidas, sumaban diez pesos entre las dos. De<br />

muy buen modo nos dijo que sí, que lo que quisié-


CUANDO EL SOL SE FUE 33<br />

ramos. Se nos alegró la cara, pues también yo sufría<br />

viendo su angustia.<br />

–Estamos pasando cada mes a la ciudad de Hermosillo<br />

–le dijo–. Ya sabe que le vamos a pagar con<br />

intereses.<br />

–Estoy para servirles.<br />

Comimos. Mi mamá tomó café, pero no se le quitaba<br />

el dolor de cabeza. Se tomó un mejoral y nos<br />

fuimos a la estación del tren. Ahí esperamos a que<br />

abrieran las oficinas y compramos los boletos.<br />

El cielo había estado muy nublado todo el día. Mi<br />

mamá se asustaba con la lluvia y los rayos. Para las<br />

cinco y media, cuando subimos al tren, ya estaba lloviendo.<br />

A mí eso no me asustaba. Iba feliz porque nos<br />

dirigíamos al pueblo. Contemplaba el campo muy<br />

verde. Al fin llegamos, el tren pitó anunciándolo, y<br />

yo con un gozo que me regocijaba el corazón miraba<br />

para todos lados para no perder detalle. De pronto vi<br />

el carro de mi tío Manuel. Sí, era él; conocía bien el<br />

carro. Lo acompañaba su hijo Benjamín.<br />

Apenas se detuvo el tren, bajamos. Corrí a saludar<br />

a mi tío y a mi primo. De un salto caí en la caja del<br />

carro y mi mamá me dijo:<br />

–Ven, para que tu tío te vea los ojos.<br />

Con un ademán desbaratado me pasé por el guardafangos,<br />

como llamábamos al estribo. Mi tío me<br />

miró y dijo:<br />

–Está bien; no se le nota nada. Un poco flaco nada<br />

más.<br />

Sí, en realidad estaba delgado.


34 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

En el camino veía la tierra musga y qué bonita me<br />

parecía. Llegamos a casa de mi tía Adriana. Ella no<br />

tenía hijos y a los sobrinos nos veía como tales. Le<br />

llamábamos nana, no tía, pues se nos hacía más fácil<br />

o quizá de cariño. Una vez en su casa no hallaba qué<br />

hacer o decir, ni cómo saludar a todos.<br />

Mi tía nos dio café, lo que mi mamá ya estaba deseando.<br />

Platicaban no sé de cuantas cosas y le dije a<br />

mi mamá que iba a dar una vuelta por el pueblo.<br />

–No te tardes, porque tenemos que ir a la iglesia.<br />

Salí para caminar un poco. Ya estaba oscureciendo.<br />

En el pueblo no había luz eléctrica. Cuando regresé<br />

me dijo mi mamá:<br />

–Cena.<br />

Me dio un plato con papas y frijoles con queso,<br />

después me acosté en el piso porque así me sentía<br />

más a gusto por el calor, y me dormí.<br />

Cuando desperté al otro día ya había salido el sol.<br />

Salté y salí a ver a todos lados. Para el rumbo del cerro,<br />

de unas casas ya salía humo, quizá ya estarían<br />

haciendo el desayuno. Quería salir a caminar, pero<br />

tenía que pedirle permiso a mi mamá. Cuando los<br />

demás se levantaron se pusieron a hacer café y desayuno.<br />

Rápidamente subió el sol y comenzó a zumbar<br />

un enjambre de moscas. Desayunamos y nos fuimos<br />

a la iglesia.<br />

Ahí estuvimos buen rato. Le traía a San Rafael unos<br />

floreritos de cristal con unos adornos dorados. Mi<br />

mamá rezó y yo también. Me gustaba ver a San Rafael,<br />

quizá por sus alas o por el pescado que tiene


CUANDO EL SOL SE FUE 35<br />

en las manos. Regresamos a empacar unas cosas que<br />

íbamos a llevar:<br />

–Coman, para que se vayan comidos –nos dijo mi<br />

tía Adriana.<br />

Llegó por nosotros mi tío Manuel. Venía acompañado<br />

de su esposa, su hijo Benjamín, una sobrina de<br />

su esposa y otro muchacho. Así era mi tío, siempre<br />

andaba acompañado. Subimos las cosas que íbamos<br />

a llevar, entre ellas una máquina de coser que para mi<br />

mamá era indispensable, pues con ella nos remendaba<br />

la ropa y parchaba los pantalones, que nos duraban<br />

muy poco.<br />

¡Al fin estábamos en camino! Yo iba muy contento.<br />

Pasamos junto al panteón y mi mamá no pudo contener<br />

el llanto. Continuamos. Contemplaba el monte,<br />

los pájaros..., cruzamos muchos arroyos, en uno<br />

de ellos el carro se apagó pues se había calentado y<br />

nos detuvimos una hora hasta que se enfrió; el carro<br />

ya era viejo, un Chevrolet 1940.<br />

Seguimos. Conocía el camino y me decía “¡Ya estamos<br />

llegando!”, cuando vi el papalote que estaba<br />

en el pozo, el corazón me saltó de gusto. El carro se<br />

detuvo frente a la puerta; rápidamente me bajé para<br />

abrirla y me fui caminando a la casa. Mis hermanos<br />

estaban ahí y me veían como algo raro; hasta que les<br />

hablé me saludaron. También se encontraban ahí un<br />

tío –hermano de mi mamá– y su esposa. Mi tía y sus<br />

hijos muy afectuosos decían: “¡Es Beto!, sí, ¡es Beto!”<br />

De la emoción no hallaban de qué platicarme ni yo<br />

qué preguntarles. Decían:<br />

–Tenemos muchas sandías sembradas. Un viejito<br />

cuida la milpa.


36 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Ya tarde, cuando el sol se estaba metiendo, apareció<br />

el viejito del que me habían hablado. Le faltaba<br />

un ojo, un brazo, y por si eso fuera poco tenía una<br />

pierna chueca, o sea que estaba como quien dice “a<br />

la mitad”. Tenía una fuerza de voluntad admirable y<br />

muy amena conversación. Contaba que se había accidentado<br />

en la Mina de Cananea. Había llegado al<br />

rancho accidentalmente; estaba en un mineral que se<br />

encontraba cerca y buscaba trabajo para ganarse la comida.<br />

A nosotros, todavía muy chamacos, nos faltaba<br />

mucha experiencia y él nos contagiaba su ánimo.<br />

Al día siguiente fuimos a la milpa. Estaba muy bonita:<br />

el verano ya estaba echando guías y, como me<br />

había dicho mi hermano mayor, estaba arrepollado;<br />

el maíz estaba muy verde y crecido. Estuvimos hasta<br />

el mediodía quitando yerbas que habían nacido junto<br />

a las plantas, y cuando empezó a sentirse bastante<br />

calor nos fuimos a la casa. Al paso de los días llovía<br />

mucho; para los últimos de agosto ya había sandías<br />

maduras y para el mes de septiembre cosechamos<br />

ejotes, elotes, y ya no pasábamos hambre pues abundaba<br />

la comida. Teníamos también ocho gallinas que<br />

ponían huevos, y, a pesar de que nos hacía mucha<br />

falta mi padre, Dios nos proveía de lo necesario.<br />

Mi tío Ramón –el que se encontraba en el rancho<br />

cuando llegué, pero vivía en Trincheras– se prestó<br />

para ayudar a mi mamá a llevar sandías para venderlas.<br />

En el rancho también vendíamos, ya que pasaban<br />

muchos carros metaleros y llegaban a comprarnos.<br />

De esa forma reunimos el dinero suficiente para ir<br />

a Hermosillo a mediados del mes de septiembre. Vi-


CUANDO EL SOL SE FUE 37<br />

mos al médico que me atendía y nos dijo que todo<br />

iba bien, que volviéramos en octubre. Cuando regresábamos<br />

a Trincheras pasamos por el restaurante en<br />

el que debíamos y pagamos la cuenta.<br />

De vuelta en el rancho seguimos nuestra vida acostumbrada.<br />

Mi tío seguía yendo dos veces a la semana<br />

por sandías, y para mediados de octubre completamos<br />

el dinero necesario para volver a que me checaran.<br />

El médico que me examinó en Hermosillo le<br />

dijo a mi mamá que me encontraba muy bien, que<br />

volviéramos cuando pudiéramos pues ya estaba sano,<br />

y sólo me dio unas inyecciones de vitamina A para<br />

fortalecer la vista.<br />

Regresamos muy contentos. Una vez en Trincheras,<br />

una prima le dijo a mi mamá:<br />

–Yo lo inyecto para que no pague.<br />

Así que me quedé en el pueblo. La primera inyección<br />

que me puso ¡Qué cosa más horrible!, la aguja<br />

parecía flauta y como que estaba enmohecida. Mi prima<br />

me inyectaba de atrabancada. Lloré y salí cojo de<br />

la pierna derecha. Fueron cinco piquetes los que tuve<br />

que aguantar y me dolían mucho.<br />

El veinte de octubre empezaron las fiestas de San<br />

Rafael. Me iba a ver a los fiesteros que se estaban<br />

instalando en la plaza del pueblo. Para tener dinero<br />

Salomón –mi hermano más chico a quien había dejado<br />

mi mamá con mi tía Victoria para que asistiera<br />

a la escuela– y yo nos fuimos a pizcar algodón. Sacábamos<br />

tres o cuatro pesos que gastábamos en los<br />

jueguitos, como la lotería, pero duramos poco ya que<br />

nos corrieron de la milpa porque no agarrábamos un


38 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

surco parejo y pizcábamos en donde había más motas.<br />

Cuando se terminaron las inyecciones regresé al<br />

rancho. Le dije a mi tía que ya me iba, ella me dio<br />

unas cosas para que se las llevara a mi mamá y a Tere,<br />

mi hermana. Yo tenía un peso y quería comprar algo<br />

para mi mamá, así que fui a la carnicería y compré<br />

un peso de carne. Me dieron un pedacito chiquito.<br />

Como a mi mamá le daba mucho latido –debilidad<br />

en el estómago– pensé que era mejor llevarle carne<br />

para que se aliviara un poco; la envolví en una cobija<br />

que mi tía le mandaba a mi hermana.<br />

Como a las diez agarré un raid en un carro metalero.<br />

Ya tenía unas dos horas esperando en una tiendita,<br />

un restaurante al que llegaban los choferes a tomar<br />

café y a comer. El señor que traía el carro venía<br />

solo y me fui con él adelante. Llevaba chiles verdes en<br />

una bolsa de papel –como las que se usaban en aquel<br />

tiempo– que se comenzó a romper. No hallaba qué<br />

hacer.<br />

Llegamos como a las doce del día, ya con bastante<br />

calor. El chofer se estacionó frente a la puerta que distaba<br />

de la casa como cincuenta metros y, muy atento,<br />

esperó a que bajara las cosas que traía en la caja del<br />

carro. Llegué y saludé. También les llevaba dulces que<br />

me había dado mi tía Adriana.<br />

Me acosté y pronto me dormí, ya que estaba bastante<br />

adolorido por las inyecciones. Olvidé decirle a<br />

mi mamá que en medio de la cobija llevaba carne. Ya<br />

tarde, cuando extendió la cobija, ella la encontró:


CUANDO EL SOL SE FUE 3<br />

–Por poco se pierde la carne.<br />

Ya olía un poco mal, pero siempre nos la preparó<br />

con papas y estaba muy sabrosa. ¡Qué ocurrencia!<br />

Fue la última vez que anduve en un carro de raid.<br />

Ya me había tocado muchas veces ir a mandado a<br />

Trincheras; no me daba pena pedir raid aunque anduviera<br />

descalzo y por eso me mandaban a mí, además,<br />

nunca se me olvidaba nada de lo que me encargaban.<br />

Desde esta vez ya no volví al pueblo porque<br />

ya no iba a checarme los ojos, aunque hubiera sido<br />

lo mejor pues la vista se me empezaba a nublar, mas<br />

no le di importancia sólo cerraba los ojos un rato y se<br />

me componía.<br />

Ayudaba a mis hermanos a ordeñar a las vacas y a<br />

acumular leña porque el frío estaba sintiéndose más<br />

cada día y ninguno de nosotros teníamos chamarras;<br />

nos poníamos unos sacos de mujer que nos habían<br />

regalado. Por las noches contemplaba el cielo estrellado<br />

y la luna como si ya no fuera a volver a verlos, y<br />

recordaba un año antes cuando en el verano dormíamos<br />

afuera y miraba las estrellas, y mi mamá nos decía<br />

en dónde se encontraba la Osa Mayor y la Menor,<br />

el Alacrán, el Camino de San Santiago, los Ojitos de<br />

Santa Lucía, la Estrella del Norte, ... Ahora las observaba<br />

con más atención; quizás no volvería a verlos ya<br />

que se me nublaba la vista, pero no decía nada.<br />

Llegó la Navidad y mi mamá hizo muchas empanadas<br />

de calabaza. Al iniciar el año nuevo 1952 ya<br />

veía muchas sombras y a veces se me acababa la vista.<br />

Cuando se dieron cuenta de que no veía mi mamá<br />

quiso llevarme a Hermosillo para que me revisara el


40 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

médico especialista. En el mes de abril fuimos a Trincheras<br />

y ya casi no veía de lejos. No lograba ver el<br />

cerro.<br />

Un día mi tía Adriana me mandó a la tienda a comprar<br />

petróleo para las lámparas con que nos alumbrábamos<br />

en esos días. Ya estaba muy bajito el sol. De<br />

día distinguía un poco, pero a la luz de las lámparas<br />

no podía ver nada, sólo manchas rojas y negras y me<br />

empezaban a llorar los ojos. Caminando despacito<br />

llegué a la tienda, pedí el petróleo y para cuando me<br />

lo dieron ya era de noche y no veía ni la puerta pues<br />

estaba muy oscuro.<br />

Cerré los ojos y orientándome llegué hasta la banqueta,<br />

donde me limpié las lágrimas que me provocaba<br />

la luz. Al llegar a la calle pude caminar mejor y<br />

arrastrando los pies avanzaba despacio. Tenía miedo<br />

de que se me quebrara la botella de petróleo. Como<br />

había carros estacionados no me podía bajar a la calle,<br />

pero una vez que lo logré por en medio caminé<br />

mejor. Me fui muy lento para no pasarme de la casa y<br />

cuando creí que había llegado me acerqué al cerco y<br />

me guié por él. Entré muy apenado porque me había<br />

tardado mucho; me regañaron porque no volví rápido,<br />

yo traté de justificarme:<br />

–Es que tardaron para despacharme.<br />

–Aquí estamos a oscuras por tu tardanza.<br />

Prendieron las lámparas, pero no soportaba la luz<br />

y me salí a lo oscuro. Y me hablaban:<br />

–Vente a cenar.<br />

–No quiero porque la luz me hace mal.


CUANDO EL SOL SE FUE 41<br />

Otro día nos fuimos a Hermosillo. El doctor al revisarme<br />

dijo:<br />

–Ya no se puede hacer nada. Llévamelo al hospital<br />

para operarlo, pero sin ninguna esperanza.<br />

Yo no quería quedarme y mi mamá respondio:<br />

–Si no hay esperanzas, no lo dejo.<br />

Regresamos a Trincheras y de ahí al rancho. Aunque<br />

no veía más que sombras me aventuraba a salir<br />

al monte. Cuando se me nublaba la vista cerraba los<br />

ojos y rezaba un padre nuestro; así duraba un rato y<br />

después podía ver algo. En ocasiones me espine todo<br />

y ya no podía salir solo. Traía leña acompañado de mi<br />

hermano –el más pequeño, que tenía cuatro años–,<br />

pero como estaba muy chico no me advertía de las ramas<br />

y andaba todo arañado, pero no me importaba.<br />

Cuando llegaron las lluvias, en julio, sólo veía los<br />

relámpagos. Para entonces me sentía muy nervioso,<br />

con mucha inseguridad. Salía afuera y cuando entraba<br />

tenía que tentar la puerta muchas veces para<br />

comprobar si la había cerrado. En las noches pasaba<br />

horas sin dormir, pensando e imaginándome grandiosas<br />

fantasías. En el día me la pasaba acostado y no<br />

quería salir.<br />

Los días se me hacían muy largos y llegó el momento<br />

en que el sistema nervioso se me había alterado<br />

exageradamente, al grado de que no podía soportar<br />

que gente extraña me viera porque me ponía<br />

tembloroso, inquieto, y los ojos me comenzaban a<br />

bailar para todos lados. Prefería esconderme y no salir<br />

hasta que se fueran.


42 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Mi mamá no perdía la fe en que iba a poder ver<br />

de nuevo. Pero cómo, si no teníamos recursos para<br />

consultar a un especialista de prestigio, pues según<br />

le decían a mi mamá había doctores muy buenos en<br />

Tucson.<br />

–A ver de qué modo vamos. No tenemos ahí ni un<br />

conocido ni dinero – decía mi mamá.<br />

Yo nomás me quedaba pensando con qué íbamos<br />

a Tucson si no teníamos ni en qué caer muertos.<br />

Los años 1952 y 1953 habían sido muy malos en<br />

lluvias, de manera que todo el ganado se nos había<br />

muerto. El agua de los pozos también se había agotado<br />

y casi no había para tomar. Así la pasamos hasta<br />

1954 que sí fue un año muy bueno, y las cosas cambiaron.<br />

Ya me encontraba más integrado a la idea de no<br />

ver, de ser ciego. Mis hermanos se dedicaban a sembrar<br />

muchas sandías, calabazas, melones... Yo me la<br />

llevaba jugando. A veces se me pasaban las horas de<br />

comer, y no me daba cuenta de que era muy tarde y<br />

ya se estaba metiendo el sol. Llegaba a la casa a comer<br />

lo que hubiera, y al fin ya no era tanta mi pena por<br />

vivir “entre sombras”. Había veces en que no sentía la<br />

falta de vista. Montaba a caballo con mis hermanos,<br />

iba a la milpa, cargaba sandías en la espalda en costales<br />

que pesaban bastante… y pasaban los días.<br />

Por entonces hubo necesidad de sacar agua para el<br />

ganado con una herramienta muy antigua, una cigüeña.<br />

Había que darle vuelta a una manivela. Conocí<br />

el terreno y pude sacar bastante agua, eso me sirvió<br />

mucho. Me ubiqué en el lugar. Mi hermano tomaba


CUANDO EL SOL SE FUE 43<br />

el bote y lo vaciaba en el depósito. En un principio<br />

me parecía muy pesado, aunque en esa época tenía<br />

trece años de edad. En los días de frío, después de tomar<br />

café nos íbamos a sacar agua. Descalzo, con una<br />

camisa rota, al comenzar el trabajo tenía frío, pero al<br />

cabo de una hora ya se me quitaba.<br />

Un buen día en que me sentía contento le dije a mi<br />

hermano menor, que ya tenía seis años:<br />

–¡Vamos a jugar unas carreras!, ya estoy listo.<br />

De donde creí que no había ningún obstáculo salí.<br />

Me desvié y fui a estrellarme contra un árbol, quedé<br />

ahí tirado. Andaba sin camisa, con la frente descalabrada<br />

y corriéndome la sangre. Estuve bastante rato<br />

atarantado, luego vomité y me decían que era por el<br />

susto.<br />

Mi hermano mayor, Claudio –el más responsable<br />

de entre nosotros–, una vez que fue a Trincheras me<br />

compró unos zapatos, unos botines, y tuve tan mala<br />

suerte que no los pude estrenar porque esa noche<br />

cuando andaba jugando brinqué de un muro al arroyo<br />

y, al caer, pisé una piedra que me fracturó un dedo.<br />

El pie se me hinchó mucho y ya no pude ponérmelos.<br />

Así de todos modos me iba a sacar agua del pozo,<br />

aunque me dolía, me aguantaba. Al otro día amanecí<br />

con el pie más hinchado y andaba cojeando, hasta<br />

que pasaron varios días se me fue corrigiendo y ya<br />

pude ponerme los zapatos.<br />

Fueron muy pocas las veces que después volví a<br />

Trincheras. En 1955 me llevaron casi a la fuerza a las<br />

fiestas de San Rafael, porque ya no quería ir. Me quería<br />

quedar sólo, pero no me dejaron. Duramos allá


44 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

unos tres días. Estaba con mi mamá en casa de unos<br />

tíos cuando llegó una misionera y al ver que estaba<br />

ciego le dijo a mi mamá que si me ponía unos escapularios<br />

de Santa Lucía, que abogaba por los ciegos.<br />

Me puso los escapularios, rezó algunas oraciones y<br />

me pidió que rezara y le pidiera a esta santa que me<br />

ayudara. Recordé que algunos años antes, en 1947,<br />

mi papá había recortado de una revista una imagen<br />

de Santa Lucía; la puso en un cuadro y me enseñó<br />

una oración que a él le habían enseñado sus padres.<br />

Tal vez la oración provenía de la tribu de los pápagos,<br />

de la que mi padre tenía ascendencia. Así fue como la<br />

aprendí y la rezaba a menudo.<br />

Pasaron los días y yo trataba de acoplarme a la vida<br />

cada vez más. En 1957 vendí una vaca que tenía y<br />

compré en seiscientos pesos un radio de onda corta.<br />

¡Cómo lo disfruté!, podía escuchar muchas radionovelas<br />

y sintonizaba la XEW de México. Anhelaba<br />

conocer la Ciudad de México, lo que no era posible,<br />

pero la imaginaba y soñaba. El radio era de bulbos,<br />

del tamaño más o menos de un horno de microondas.<br />

Tenía cuatro botones y llevaba unas baterías muy<br />

grandes y pesadas –algo así como un acumulador de<br />

carro– que costaban ciento veinte pesos y duraban<br />

de tres a cinco meses. Sufría cuando se agotaban las<br />

baterías.<br />

En 1958 mi hermana Tere, la mayor, que entonces<br />

tenía veintiún años, se casó en Nogales, Sonora. Fui<br />

a la boda y me la pasé muy contento. Bailé, lo cuál<br />

nunca había hecho, y sentí el amor. Pero no, no era<br />

posible porque estaba ciego y no podría volver a ver.<br />

Tenía que quedarme en el rancho. Me refugié en el


CUANDO EL SOL SE FUE 45<br />

campo, en la compañía de mi madre y mis hermanos.<br />

Tenía que olvidar, pero ya estaba grande. Me había<br />

desarrollado físicamente y aunque tenía 17 años pensaba<br />

en las mujeres, y oyendo las radionovelas más<br />

me aceleraba porque oía de muchachas que sentían<br />

ansias de amores y yo imaginaba, pensaba, soñaba,<br />

ambicionaba..., pero nada podía ser realidad. Estaba<br />

ciego y quizás no volvería a ver jamás.<br />

Sucedió que a partir de 1958 Antonio, mi hermano<br />

mayor quien entonces tenía veinte años, empezó a tomar.<br />

Se tiró a la borrachera. Mi mamá sufría mucho,<br />

ya que él trataba de malbaratar el poco ganado que<br />

había en el rancho. Se echaba cuentas que teníamos<br />

que pagar y no le importaban los demás. En 1960 se<br />

fue a Estados Unidos y trató de desentenderse de la<br />

familia.<br />

El único que estaba con nosotros y no nos abandonaba<br />

era Claudio, él siempre fue responsable. Ese<br />

mismo año mi mamá se puso gravemente enferma y<br />

requirió de una operación. Hubo necesidad de vender<br />

el ganado que quedaba y el rancho terminó solo.<br />

Así tuvimos que seguir mi mamá y yo. Para entonces<br />

también Salomón se fue a los Estados Unidos y<br />

Dimas –el menor de mis hermanos, tenía once años–<br />

estaba estudiando en Nogales, vivía con Tere; y en el<br />

rancho únicamente mi mamá, Claudio y yo. En un<br />

periodo de vacaciones Dimas vino y Claudio se fue a<br />

trabajar a Nogales.


46 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Como se habían venido vacas de otros ranchos animé<br />

a mi hermano para que las ordeñáramos –había<br />

aprendido a hacerlo de chamaco–, ya que había algunas<br />

paridas. Logramos reunir ocho, y aunque algunas<br />

eran muy broncas nos dábamos maña y las amarrábamos.<br />

Como andaba descalzo me pisaban pero ya<br />

estaba muy cuerudo y no me dolía. Algunas veces me<br />

patearon y en una ocasión me corneó una en la frente,<br />

pero nomás se me hinchó un poco. Les tenía mucho<br />

cariño a las vacas y no sentía ningún temor; no<br />

me importaba que me maltrataran. Mi mamá hacía<br />

quesos cocidos y se los vendíamos a un fayuquero<br />

que iba cada quince días. De esta forma nos proveíamos<br />

de algunos alimentos.<br />

Mi tía Adriana me mandaba de vez en cuando<br />

zapatos usados de los parientes que estaban en los<br />

Estados Unidos, que calzaban números grandes. Me<br />

había desarrollado mucho y ningunos me quedaban,<br />

pero me los ponía cortándoles las puntas. Mi mamá<br />

a veces iba a Nogales y yo me quedaba sólo o con<br />

alguno de mis hermanos. Me pasaba los días triste<br />

porque ni siquiera el radio tenía baterías para poder<br />

oír música, ya que éstas eran muy caras y no teníamos<br />

para comprarlas.<br />

Un invierno me quedé sólo, los días fueron largos<br />

y tristes, entonces me empezó a dar la loquera de que<br />

la muerte era mi única salida. Aunque rezaba para<br />

ahuyentar esa idea, no la podía borrar de mi mente.<br />

Los medios estaban a mi alcance pues teníamos<br />

armas que habían pertenecido a mi papá. Una tarde<br />

estaba recargado en la pared, por fuera, pero no sentía<br />

el frío pues me obsesionaba la idea de quitarme la


CUANDO EL SOL SE FUE 47<br />

vida. Lo pensé bastante y por fin me decidí. Tomé una<br />

carabina 30-30 y la preparé temeroso, pero al accionarla<br />

no tronó y se quebró una pieza del arma.<br />

Caí en cuenta de pronto y me dio mucho miedo la<br />

idea que estaba alimentando. Comprendí que Dios<br />

sí estaba conmigo y no había permitido que me quitara<br />

la vida. Desde ese momento prometí que jamás<br />

volvería a dudar de su poder y todo lo tomaría con<br />

resignación. Aunque vinieron días difíciles, los tomaba<br />

con calma. Me levantaba temprano y lo primero<br />

que hacía era rezar. Después preparaba y tomaba<br />

café, y luego hacía ejercicios hasta que se me quitaba<br />

el frío. Arreglaba el jardín, abonaba y aflojaba la tierra<br />

de los árboles que produjeron muchos duraznos<br />

con mis cuidados, y sembraba hortalizas. Había parras<br />

que daban muchos racimos. Empezaba también<br />

a volverme más sociable. Me gustaba platicar con las<br />

personas que llegaban y así pasaba ratos distraído. Ya<br />

no me apenaba andar con ropa vieja y sólo procuraba<br />

estar aseado.<br />

Claudio siempre estuvo con mi mamá y conmigo.<br />

Él también andaba escaso de ropa, pero no podía<br />

dejarnos porque tenía la responsabilidad de hacer<br />

frente a la situación que estábamos pasando. Además<br />

el rancho estaba intestado y él trataba de ver cómo<br />

arreglar este problema. Dio vueltas a Altar a los archivos,<br />

pero no podía hacer nada. En ese tiempo a<br />

mi hermano Antonio lo echaron de donde trabajaba<br />

y vino sin un cinco al rancho, a visitarnos únicamente.<br />

Venía muy bien vestido, pero nosotros estábamos<br />

muy atrasados y casi no teníamos qué ponernos. Se<br />

quedó para ayudarnos.


48 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Claudio y Antonio dividieron los límites del rancho,<br />

que estaban unidos al terreno de unos tíos por<br />

lo que no podíamos rentar; se cercó y ya hubo quien<br />

nos rentara. Cuando menos ya nos cambió el panorama<br />

en el que estábamos, pues las personas que nos<br />

rentaron se llevaban muy bien con nosotros.<br />

Una señorita que tenía su rancho por el mismo<br />

rumbo, aunque no llevábamos amistad con ella, en<br />

ocasiones llegaba al rancho a tomar agua y a descansar,<br />

siempre acompañada de una tía. Nosotros también<br />

les ofrecíamos café. Yo les cortaba uvas o duraznos<br />

y platicábamos mucho, pero no les creía nada<br />

porque hablaban demasiado. En una de esas ocasiones<br />

mi mamá comentó que Claudio quería arreglar el<br />

intestado del rancho y la señorita Albita Ramos –ese<br />

era su nombre– dijo:<br />

–Yo trabajo en la escuela de leyes de la Universidad<br />

de Sonora, ahí tengo muchas amistades y ellas podrían<br />

ayudarnos a que se arregle ese problema.<br />

Y se dio a la tarea de arreglar el intestado del rancho,<br />

lo cual logró después de un tiempo y quedamos<br />

muy agradecidos con ella. Rogábamos a Dios que le<br />

diera energía para que nos ayudara más. Cuando ella<br />

necesitó postes para cercar su terreno –que era muy<br />

extenso– recurrió a nosotros. Sacó una buena cantidad<br />

de ellos y además Claudio le trabajó mucho sin<br />

paga. Y un día que me dice:<br />

–No te gustaría ver.<br />

–Sí. Yo no pierdo la esperanza de volver a ver.<br />

–Yo te puedo ayudar para que veas.<br />

Entonces sí le creí. Se me regocijó el corazón.


CUANDO EL SOL SE FUE 4<br />

–Sí, habría que llevarte a la ciudad de Hermosillo<br />

para que te valorara un médico especialista y después,<br />

si fuera necesario, te mandaríamos a México.<br />

Sentía que se me salía el corazón. A los quince días<br />

volvió y nos dijo que me llevaran a la ciudad de Hermosillo<br />

para ser examinado por un médico. Él haría<br />

un diagnóstico para saber si debía pasar a México.<br />

Claudio me acompañó al examen con el médico especialista,<br />

el cual diagnosticó que, en mi caso, no había<br />

nada que hacer, ni existía cura.<br />

Aunque me pudo mucho oír esa versión y por dentro<br />

sentía el corazón oprimido no quise manifestar mi<br />

tristeza. Así que no lo notaron. En la casa a la que habíamos<br />

llegado en Hermosillo me quedé solo porque<br />

salieron y me dejaron un radio. Puse música clásica<br />

y sentí que me llegaba al corazón, incluso lloré, pero<br />

había prometido que jamás volvería a meter dudas<br />

absurdas en mi cerebro. Se me pasó. Cuando llegaron<br />

estaba muy tranquilo, como si nada me hubieran dicho.<br />

Albita me preguntó si no me había lastimado el<br />

saber que no volvería a ver.<br />

–No –le contesté–, ya presentía que eso me iban a<br />

decir.<br />

–No te desanimes. ¿Te gustaría ir a estudiar a la<br />

Ciudad de México?<br />

–Sí, me encantaría.<br />

–¿De veras?, para buscarle.<br />

–Sí –le contesté con mucha seguridad.<br />

–Pues voy a “pisar teclas” para conseguir una beca<br />

y puedas hacerlo.<br />

Regresé al rancho con la esperanza de poder estu-


50 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

diar, lo que quizá podría cambiar mi vida. Tenía fe en<br />

Dios y esperaba la realización de un milagro que me<br />

permitiera salir del rancho. Aunque me encontraba<br />

muy bien al lado de mi madre y hermanos, tenía que<br />

ver por mi persona e independizarme, y confiaba en<br />

que lo lograría. Aumenté mis oraciones para que Albita<br />

Ramos no perdiera la intención de conseguir los<br />

medios para que pudiera estudiar.<br />

Esperaba que Albita viniera al rancho para ver qué<br />

noticias me traía, pero había ocasiones en que no hacía<br />

ningún comentario. Siempre me hacía presente<br />

para que se acordara y no me desanimaba aunque<br />

sentía como que no le daba mucha importancia. Me<br />

levantaba temprano y pedía con toda mi fe y mis deseos<br />

que se realizara un milagro. Le decía: “Dios, pon<br />

en Albita la intención de ayudarme. Ella tiene muchos<br />

contactos”.<br />

Así llegó el invierno y yo no perdía la fe. Le rezaba a<br />

la Virgen del Carmen con mucha devoción y al fin, en<br />

la primavera de 1965, un día vino Albita y me dijo:<br />

–Ya estoy conectándome con amigos y casi está lista<br />

tu ida a México. ¿No te arrepientes?<br />

–¡No, claro que no!, quiero irme a estudiar. Ya me<br />

estoy haciendo viejo.<br />

–Pues prepárate, porque de un momento a otro te<br />

mando hablar.<br />

Y dirigiendose a mi mamá:<br />

–No se moleste en buscarle ropa porque ya ando<br />

“moviendo teclas”.<br />

Y nos llevaba una lista de los oficios que podía estudiar.<br />

Eran muchos. Entre otros estaban masaje cu-


CUANDO EL SOL SE FUE 51<br />

rativo, música con guitarra, violín, saxofón, piano,<br />

acordeón y otras más. Mi mamá opinaba que estudiara<br />

masaje:<br />

-Eso es lo que más te conviene, tienes destreza para<br />

eso-.<br />

Yo le daba masaje para que se le aliviaran el latido<br />

y las dolencias que ella sufría, y siempre se aliviaba.<br />

Un tío decía que estudiara botánica porque me<br />

gustaban mucho las plantas. Claudio y mi mamá estuvieron<br />

de acuerdo, pero había quienes me desanimaban<br />

y decian que lo pensara. Yo me encontraba<br />

decidido y no podía dejar ir esta oportunidad de salir<br />

a prepararme. El momento había llegado. Me daba<br />

un poco de miedo, pero a la vez sabía que Dios me<br />

ponía en el camino que tanto había deseado.<br />

Había transcurrido ya más de un año desde que<br />

Albita me había prometido que me ayudaría a salir a<br />

estudiar y desde entonces a diario pedía a Dios que<br />

llegara ese día. El veinticinco de junio llegó al rancho<br />

uno de mis primos con un telegrama para que<br />

me presentara en Hermosillo a hacer los preparativos<br />

para el día veintisiete de ese mes. Ya tenía el boleto de<br />

avión. Me embargó una gran emoción ese día.<br />

No quería mostrar ninguna tribulación para que<br />

mi mamá no se entristeciera y me despedí de ella contento<br />

como si fuera ahí cerquita. Ya tarde nos fuimos<br />

a Trincheras a la casa de mi tía Adriana; en la noche<br />

Alejandro, su esposo, un tanto ocurrente, entre bromas<br />

me decía que quizá no volvería porque me iba<br />

a casar, que me iba a olvidar de mi familia o podían


52 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

matarme, eran comentarios a los que no quería dar<br />

importancia, pero me pusieron un poco triste.<br />

Al día siguiente, el mismo primo que me había entregado<br />

el telegrama nos llevó a Claudio y a mí a la<br />

estación. Mientras llegaba el tren estuvimos diciendo<br />

chistes y yo fingía que no me inquietaba viajar a<br />

un lugar desconocido. Llegamos a Hermosillo a las<br />

doce el día 26 de junio. Albita ya nos esperaba y esa<br />

tarde estuvimos muy activos, ya que el periodista Enguerrando<br />

Tapia había hecho una colecta mediante<br />

el periódico El Sonorense con el fin de obtener algún<br />

dinero para comprar ropa. Albita y él la escogieron,<br />

reunieron una buena cantidad de prendas. La misma<br />

Albita se desveló marcando cuidadosamente camisetas,<br />

calcetines, pantalones, etc.., con hilaza; después<br />

acomodó todo muy bien en un veliz grande, con<br />

otros artículos de uso personal como jabones, navajas<br />

para afeitar, etcétera.<br />

Albita había obtenido además que don Luis Encinas<br />

–gobernador del Estado en ese entonces– me<br />

otorgara una beca de quinientos pesos mensuales.<br />

Estuve también con algunas personas que ella me<br />

presentó, como Betina Lizárraga de Mazón, el profesor<br />

Rosalío E. Moreno, el psiquiatra Mario Padilla<br />

Chacón y otras más, así como también con un sacerdote<br />

que me confesó, me dio su bendición y me hizo<br />

algunas recomendaciones para cuando estuviera en<br />

la Ciudad de México.<br />

Cuando estábamos por salir rumbo al aeropuerto<br />

como a las dos de la tarde del 27 de junio de 1966,<br />

una vecina fue al carro en donde estaba, me dio la


CUANDO EL SOL SE FUE 53<br />

bendición y rezó una oración ¿Lo hacía porque creía<br />

que el avión pudiera accidentarse y ahí quedaría? Yo<br />

estaba emocionado por tantas impresiones, me encontraba<br />

un poco nervioso y no sabía qué pensar...<br />

Al fin nos fuimos al aeropuerto; el avión salía a las<br />

dos y media. Una vez ahí, Albita quiso comprarme<br />

un seguro de vida. El boleto costó setecientos pesos y<br />

el seguro de vida cincuenta.<br />

–Sí, es mejor que vaya con seguro, porque si algo<br />

pasa en el vuelo “ya no queda en blanco”...<br />

Yo escuchaba y no decía nada. Ella me pedía aprobación<br />

a mí, y yo muy apesadumbrado apenas respondía<br />

que estaba bien.


II.- VIAJE A MÉXICO Y REHABILITACIÓN<br />

Ya para abordar el avión Albita me tomó unas fotos<br />

y me acompañó a subir la escalinata. Arriba no<br />

dejaban tomar ninguna fotografía, por lo tanto, una<br />

vez que me dejó en el asiento que me correspondía,<br />

se despidió de mí aprisa pues le habían detenido la<br />

cámara. Me quedé muy triste esperando, pero nadie<br />

viajaba junto a mí, y me acerqué a la ventanilla para<br />

que pudieran verme.<br />

Al encender los motores una sobrecargo dio instrucciones<br />

por radio para abrocharse los cinturones y me<br />

pasé al asiento de la orilla del pasillo; vino la señorita<br />

sobrecargo, y muy atenta, me abrochó el cinturón de<br />

seguridad y puso el respaldo en posición vertical. Los<br />

aviones de ese tiempo eran de hélice, los mismos que<br />

había conocido cuando veía. Hacían mucho ruido, y<br />

no podían oírse las voces de las personas de los asientos<br />

contiguos, únicamente a la sobrecargo cuando hablaba<br />

por radio.<br />

Cuando el avión se levantó tuve la misma sensación<br />

que en los elevadores, hasta que se estabilizó la<br />

altura. Una voz anunció la temperatura y la altitud.<br />

Estábamos a cuarenta grados centígrados y a una altura<br />

sobre el nivel del mar de siete mil metros. Quedé<br />

frío, “¡Siete kilómetros!.. No queda nada de mí si<br />

esto se cae…”, me dije a mí mismo.


CUANDO EL SOL SE FUE 55<br />

En voz baja me encomendé a Dios: pedí que no<br />

pasara nada, que llegáramos con bien a México. De<br />

pronto me empezaron a tronar los oídos como si trajera<br />

muchas piedritas sueltas que me anduvieran botando.<br />

Empecé a tallarme los oídos, la sobrecargo me<br />

dio unos dulces y me dijo:<br />

−No es nada, sólo la presión debido a la altura.<br />

Tenía miedo, aunque Albita me había dado una<br />

pastilla para los nervios. Un acierto, ya que eran muchas<br />

las impresiones que estaba experimentando.<br />

En eso, alguien me puso un cojín de hule espuma<br />

sobre las piernas; lo puse en el asiento de enseguida<br />

porque no me pareció que fuese para la cabeza. Vino<br />

la sobrecargo y me pidió que me lo pusiera de nuevo<br />

porque traía la charola con la comida. Colocó la charola<br />

y me preguntó si quería tequila o café. Pedí café,<br />

pero me dice:<br />

−Le traigo tequila.<br />

−No, lo que quiero es café.<br />

Y ella seguía insistiendo en que tomara tequila hasta<br />

que finalmente dijo:<br />

−Mire, el café está muy caliente y se puede quemar.<br />

−No, no me quemo.<br />

Así que me trajo café y ciertamente estaba muy caliente.<br />

Pero el problema fue que no sabía cuál de las<br />

muchas bolsitas que había traído era el azúcar. Abrí<br />

una y me eche en la mano para probar y resultó ser<br />

sal. La siguiente contenía leche. Me daba mucha pena<br />

que me vieran los de enseguida, porque tenía que lamerme<br />

la mano. Otra más… también leche… Pero la<br />

cuarta sí tenía azúcar. Al fin me tomé el café que me


56 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

pareció muy bueno. Después probé con un tenedor<br />

para saber cuál era la carne, la sopa, etc... Encontré así<br />

todos los platillos y comí sin problemas.<br />

Anunciaron una escala en la ciudad de Culiacán.<br />

Volví a sentir el efecto parecido al del elevador, ahora<br />

del descenso. Permanecimos ahí veinte minutos y se<br />

repitieron las recomendaciones de abrocharse el cinturón<br />

y poner el asiento en posición vertical. Así continuamos<br />

y cuando ya me sentía más tranquilo e iba<br />

distraído pensando en muchas otras cosas, de pronto<br />

sentí que el avión bajaba con rapidez. Me quedé sin<br />

respiración y aclamé a Dios. “¡Hasta aquí llegamos!”,<br />

pensé.<br />

Pero entonces, de la misma forma en que bajó el<br />

avión volvió a subir. Al percatarse de mi temor la sobrecargo<br />

se acercó y me dijo:<br />

−No se asuste, que no pasa nada. Son las barrancas<br />

del aire.<br />

Así se repitieron tres, y continuó el vuelo. Tras otra<br />

escala de veinte minutos en Guadalajara con las mismas<br />

recomendaciones anteriores, continuamos hacia<br />

la Ciudad de México. Se sentía que la noche ya estaba<br />

cayendo y por radio nos dijeron que a la derecha se<br />

veía la ciudad de Salamanca; diez minutos después<br />

informaron que a la derecha podía verse Toluca. Me<br />

acerqué a la ventanilla e imagine las luces y enseguida<br />

dieron el aviso –en español y en inglés– de que<br />

llegábamos a la Ciudad de México y que la temperatura<br />

era de 16 grados centígrados, recomendaban<br />

abrigarse.


CUANDO EL SOL SE FUE 57<br />

El avión empezó a descender hasta que tocamos<br />

tierra. Se percibía muy bien cuando aterrizaba porque<br />

botaba y hacía mucho ruido. Apenas se detuvo<br />

me dije: “Cuando bajen todos también lo voy a hacer”.<br />

Pero aún no había bajado nadie cuando un piloto<br />

se me acercó:<br />

−Póngase el saco que está haciendo frío −me ayudó<br />

a ponérmelo y continuó−. Vamos a bajar.<br />

Una vez en tierra, me encaminó hasta la oficina,<br />

me dejó en un asiento y me preguntó el nombre de<br />

la persona que iba a esperarme. Albita lo había pre-<br />

visto todo y se había comunicado con el doctor Gastón<br />

Cano para pedirle que me condujera a la escuela<br />

de rehabilitación infantil en donde me iba a instalar.<br />

Llamaron al doctor por el altavoz y enseguida apareció<br />

acompañado por otra persona que se presentó<br />

como el esposo de la señora Consuelo Cornejo, directora<br />

de la escuela en donde iba a quedarme y desde<br />

la cual yo me trasladaría los días de clase a la escuela<br />

para ciegos en donde ella era profesora. Como no me<br />

conocía me dijo:<br />

−¿Tú eres Flavio?<br />

−Para servirle.<br />

−Yo soy Antonio Villagrán y este el doctor Gastón<br />

Cano. Ya tenía referencia de ti, pero me quedé sorprendido<br />

al ver que eres un sahuaro .<br />

Me pidió el ticket y sin dilación recogió las maletas,<br />

y el señor Antonio agregó:<br />

−Vamos a tomar un “cocodrilo”.<br />

Me quedé asustado pensando qué podría ser un cocodrilo.<br />

Caminamos hacia un carro y me dijo:<br />

−Este es el cocodrilo. Así llamamos a estos taxis<br />

que son de aquí del aeropuerto de México.


58 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Subimos y el señor Villagrán indicó al chofer:<br />

−A la Roma.<br />

Por el radio, conocía los nombres de algunas calles<br />

de México, como San Juan de Letrán, Donceles, 16<br />

de Septiembre, etc.., pero no había oído nombrar la<br />

colonia Roma; Roma significaba para mí sólo la capital<br />

de Italia. Me quedé pensativo… ¿Sí estábamos en<br />

México?.. El señor Villagrán lo notó y me dice:<br />

−Así se llama la colonia a donde vamos.<br />

El ambiente se sentía húmedo, el tránsito muy intenso<br />

y todo esto me ponía un poco nervioso. Al fin<br />

llegamos a la dirección −San Luís Potosí 130−. Bajamos,<br />

y el señor Villagrán tocó en una vieja puerta de<br />

madera. Después de tocar más fuerte se oyeron pasos<br />

de tacones que se acercaban y alguien gritó:<br />

−¡Ahí voy!<br />

Abrió la puerta una persona con voz muy diferente<br />

a las que estaba familiarizado:<br />

−Este es el muchacho que estábamos esperando −le<br />

dice el señor Villagrán.<br />

−Sí, ya me había dicho la profesora Chelo. Aquí se<br />

va a quedar conmigo. Páselo a la cocina.<br />

Avanzamos por un pasillo.<br />

−La profesora arregló. Ya me había dicho −nos seguía<br />

repitiendo.<br />

Las salas tenían piso de madera y retumbaba el<br />

sonido de nuestros pasos. Llegamos a la cocina. Era<br />

muy chica y en ella había una mesita, cuatro sillas, un<br />

refrigerador, el lavaplatos o fregadero como le nombran<br />

allá, y la estufa. Apenas cabíamos. Me invitó a<br />

cenar y yo le dije que solo quería un café.


−¿Le preparo algo?<br />

−Gracias, únicamente café.<br />

Y con una voz cortante me dice:<br />

−Usted lo quiere así, yo le ofrezco.<br />

CUANDO EL SOL SE FUE 5<br />

Y me sirvió café con leche en una taza grande que<br />

en un tiempo había tenido dos asas, pero ya le faltaba<br />

una. Una de esas que usan los barberos. Me sirvió<br />

también un trozo de un pastel que yo nunca había<br />

comido. Estaba bueno, llevaba unas rajas de canela y<br />

pasas. Me dijo que era budín. Quedé satisfecho.<br />

El doctor Cano y el señor Villagrán se despidieron<br />

diciéndome:<br />

−Mañana va a estar aquí la profesora Consuelo y<br />

ella te va a acompañar a la escuela para ciegos donde<br />

es profesora.<br />

Se fueron y la señora Rita –ese era su nombre− me<br />

dijo:<br />

−Te acompaño hasta donde te vas a quedar –y con<br />

voz de gendarme añadió−. Sígueme.<br />

La seguí. Retumbaban los pasos en el piso de madera.<br />

Salimos por un pasillo que tenía muchas enredaderas<br />

por un lado y por el otro estaban los salones<br />

donde, en un tiempo, se habían impartido clases. Me<br />

habían asignado uno y me dijo:<br />

−Este es. Como no hay cobijas le puse una colchoneta<br />

y aquí le dejo unos abrigos viejos. Y cierre la<br />

puerta. Aquí le pongo el veliz en una mesita. También<br />

su maleta. El baño está en la misma dirección de la<br />

cocina… ya sabe que al lado derecho es la cocina. Al<br />

lado izquierdo está una alacena y enfrente el baño.


60 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Cuando me quedé sólo me dispuse a ubicarme<br />

en el cuarto palpando todo lo que encontraba. Era<br />

grande. Había unas mesitas con sillas chiquitas para<br />

niños. Dos puertas que comunicaban a otro salón.<br />

Toqué y me di cuenta de que la puerta era grande,<br />

de dos manos, y a cada lado tenía un guardapuertas<br />

en donde se plegaban una primera puerta de madera<br />

y una segunda con cristal. Me fui al baño despacio,<br />

atravesando un amplio salón con muchas mesas y<br />

sillas. Llegué y al entrar noté que el piso del salón<br />

estaba ya muy roído. Cuando pisé sentí que me iba<br />

para abajo ¡Qué susto!, se hundió un poco. El piso<br />

del baño era de material. Aprendí así que había que<br />

dar un paso largo para no tener ese incidente. Regresé<br />

a mi cuarto sin problema.<br />

Estaba lloviendo y se oía el susurro de las hojas.<br />

Sentía una melancolía mezclada con tristeza y ya que<br />

cerré la puerta traté de abrir el veliz para sacar la pijama,<br />

pero no encontraba la combinación. Así me pasé<br />

como tres horas porque quería sacar la pijama y ponérmela<br />

para no sentir frío.<br />

Fueron pasando las horas y todo se me juntaba. No<br />

tenía cómo acostarme, ya que la colchoneta era muy<br />

pequeña y recordaba mi casa de allá del rancho, el<br />

calor tan bonito que hace en Sonora que al estar lejos<br />

apreciaba, y se me salían las lágrimas… Pero, puesto<br />

que yo lo había querido así, tenía que hacerle frente.<br />

Al fin pude encontrar la combinación, abrí el veliz,<br />

tomé la pijama y me la puse. Un abrigo lo puse<br />

de cabecera y otro en los pies, y me cubrí con una<br />

chamarra que llevaba. Me dormí como a la una y des-


CUANDO EL SOL SE FUE 61<br />

perté sorprendido cuando oí hablar a los niños. Rápidamente<br />

me bañé y me cambié para esperar a la directora.<br />

Después de un rato la señora Rita me habló:<br />

−Véngase a desayunar para que ya esté listo.<br />

Del abundante desayuno no me puedo quejar:<br />

huevos, longaniza, frijoles, tortillas de maíz y café<br />

con leche. Para las siete y media estaba listo.<br />

Llegaron algunos chamacos. La señora Rita ya había<br />

aseado los salones. Yo esperaba en el pasillo, nervioso,<br />

a que llegara la directora. La mañana estaba<br />

muy húmeda y algunos niños le preguntaban a la señora<br />

Rita:<br />

−¿Quién es esa persona? ¿Qué hace aquí?<br />

−Es un muchacho que va a estar con ustedes. Es<br />

ciego.<br />

−!Fuchi! no queremos a un ciego con nosotros.<br />

Al oír esas expresiones me sentí más triste por mi<br />

limitación física, pero a la vez me di cuenta de que<br />

los niños son crueles, no miden el daño que pueden<br />

causar sus palabras.<br />

Ya iban a dar las ocho cuando llegaron la directora<br />

y otra maestra y, antes que nada, los chamacos le<br />

dieron la noticia de que había llegado un ciego muy<br />

maleducado porque no los había saludado. Caminé<br />

unos pasos hacia donde la tenían detenida y me presenté:<br />

−Yo soy Flavio.<br />

La señora directora, muy amable, me abrazó diciendo:<br />

−¡Bendito sea Dios que me llegó un hijo más. −Y<br />

luego, refiriéndose a la maestra que la acompañaba−


62 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Ven, esta es Sonia, es la pieza de Judas, pero es buena.<br />

−Sí −dijo la maestra− conmigo poco y bueno. Soy<br />

veracruzana y conmigo mucho cuidado. Muy derechos.<br />

−No lo asustes, Sonia −dice la directora al percibir<br />

mi temor.<br />

−No te asustes −me dice−. Yo así soy. Con la profesora<br />

Chelo y conmigo vas a estar en buenas manos.<br />

Me tomó de un brazo y me pasó a la dirección donde<br />

la profesora Consuelo Cornejo me cedió su asiento<br />

ante el escritorio. Ya me sentía más tranquilo, y me<br />

comenzó a interrogar; ella tenía referencias mías pero<br />

quería saber un poco más por mí:<br />

−¿Eres ciego de nacimiento?<br />

−Cegué desde muy chamaco. Me fui al rancho y<br />

no quería salir de ahí hasta que la señorita Albita me<br />

ayudo y ahora estoy aquí.<br />

−¡Qué bueno!, verás que vas a poder ser otro y a<br />

vencer los obstáculos, ya lo verás. Pon toda la fe y<br />

las mejores intenciones. Aquí me llegó una carta en<br />

donde me relatan un poco de ti y de tu situación económica.<br />

Pero no te desanimes. Ponle fe a todo lo que<br />

hagas y las cosas van a salir bien. A la una, después<br />

de comer, nos vamos a ir a la escuela para ciegos que<br />

está en el centro, cerquita del Zócalo. Yo trabajo ahí y<br />

también Sonia. Te vas a ir con nosotros y ahí te voy a<br />

enseñar las primeras letras del sistema braille.<br />

Me sentí mucho más reconfortado; los niños también<br />

me expresaron su cariño. Una niña gordita de<br />

seis años que no hablaba y emitía unos sonidos guturales<br />

quiso darme un beso. Los demás niños también


CUANDO EL SOL SE FUE 63<br />

me abrazaron logrando que cambiara mi semblante.<br />

A las doce y media pasamos a comer a la cocina −las<br />

profesoras también comían ahí− con la señora Rita, la<br />

conserje de la escuela, con la que quedé de abonado<br />

por instrucciones de la profesora Consuelo Cornejo,<br />

la directora. Una hora después salimos, caminamos<br />

cuatro cuadras y tomamos un camión que nos llevaría<br />

a la escuela para ciegos.<br />

Iba impresionado por el intenso ruido producto<br />

del tráfico; sin conocer nada de la capital ni de la forma<br />

en que se conducía, me había sentado muy serio<br />

en un asiento lateral y cruzado la pierna. De pronto el<br />

camión “pegó un frenón” y ahí te voy dando vueltas<br />

hasta caer junto al chofer ¡El gran susto que me di! La<br />

gente puso su atención en mí y la profesora Consuelo<br />

me dijo:<br />

−¡Ay muchacho!, ponte listo que aquí al que se<br />

duerme se lo lleva la corriente.<br />

Así fue que me senté bien apoyado en mis pies y<br />

atento para que no me pasara nada más.<br />

Cuando entramos al primer cuadro se oía una algarabía<br />

de voces anunciando comercios, música, gritos<br />

de vendedores… Sobresalían unos chillidos con un<br />

acento triste. Pero no pude preguntar a las profesoras<br />

de qué eran porque iban sentadas al otro lado del pasillo,<br />

y por el ruido no se podía escuchar nada. También<br />

subían vendedores con diferentes artículos. Oí<br />

entonces la voz de la profesora Consuelo que decía:<br />

−Ya vamos a bajarnos.<br />

Me puse de pie con precaución porque ya no quería<br />

que me pasara ningún incidente. Además, me habían<br />

advertido que no me confiara en los camiones


64 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

porque las paradas eran muy rápidas. Así que me bajé<br />

con prontitud mientras la profesora Sonia me apresuraba.<br />

Caminamos una cuadra y entramos por un portón<br />

hasta el edificio de la escuela para ciegos; pasamos<br />

unas escaleras y la profesora Consuelo me dijo:<br />

−Aquí está mi salón. Y también estos odiosos –así<br />

llamaba a sus alumnos de cariño.<br />

Ya se encontraban ahí algunas de las personas a<br />

quienes ella daba clases, y les dijo:<br />

−Ah, muchachos, ya llegaron. Aquí traigo a otro<br />

hijo que me llegó en paquete por avión.<br />

Me sentía muy protegido. Me presentó con los<br />

que estaban ahí. Todos eran personas mayores, pues<br />

el menor tenía veinticinco años. Había un señor de<br />

setenta, pero no me lo parecía porque hablaba con<br />

un tono de voz distinto al de las voces que estaba<br />

acostumbrado a escuchar y eso me confundía. En un<br />

principio pensé que por ser ciegos hablaban así tan<br />

raro, pero me di cuenta de que era porque estaba en<br />

un lugar en donde la forma de hablar se diferenciaba<br />

mucho a la de la región de donde yo iba.<br />

Recuerdo que la maestra me sentó en un escritorio<br />

cerca de ella, me dio un punzón y una regleta con una<br />

pizarra y puso una cartulina sujeta a la pizarra con<br />

una prensa. La regleta estaba diseñada para trazar los<br />

puntos (del signo generador del sistema braille) de<br />

tal forma que la escritura era de derecha a izquierda y<br />

la lectura en sentido inverso. Esto era nuevo para mí,<br />

y me encontraba sorprendido con tantas cosas que<br />

estaba conociendo. La profesora colocó su mano so-


CUANDO EL SOL SE FUE 65<br />

bre la mía y me empezó a enseñar el orden de los seis<br />

puntos; una vez que aprendí a identificarlos inició<br />

con el abecedario.<br />

A las cuatro sonó un timbre y me quedé escuchándolo;<br />

me dijo un señor:<br />

−Vente conmigo, vengo con mi hijo; el sí ve y nos va<br />

a guiar. Fuimos los dos. Los demás traían un bastón<br />

de tubo que hacía mucho ruido. Otro más se acercó:<br />

−Yo soy de Toluca y veo un poco. Soy Chucho Castrejón,<br />

su amigo.<br />

−Y a mí me llaman “El chilaquiles” −me dijo el señor<br />

que llevaba a su niño− y soy su amigo. Y ese timbre<br />

es para que vayamos a la “alfalfa”.<br />

−¿Vamos a echarnos unos tacos de “alfalfa”?<br />

−Sí, vamos.<br />

Caminamos por unas banquetas voladas de un<br />

área bastante amplia; alrededor había salones de clases<br />

y abajo estaba un patio en donde se practicaban<br />

algunos juegos. Yo me la imaginaba, pero fui completando<br />

esa imagen poco a poco al irme adaptando<br />

a las instalaciones y por las maestras quienes me<br />

explicaron cómo estaban divididos los espacios para<br />

cada actividad. Entramos a un salón grande en donde<br />

había mesas y bancas; nos sentamos y nos sirvieron<br />

sopa de arroz con frijoles de la olla −muy buenos−,<br />

también una jarra de barro con chocolate y unas<br />

cuantas galletas Marías. Así que “me puse panzón”<br />

y luego de quedar satisfecho le comenté a uno de los<br />

que me acompañaban:<br />

−¡Esta era la “alfalfa”!<br />

−Sí, así le llamamos. “Alfalfa o pastura”, porque somos<br />

unos burros y no aprendemos nada.


66 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

La tarde se estaba poniendo muy húmeda y fría y<br />

algunos decían: “Va a llover”. Yo iba encogido, con<br />

manga corta y me senté junto a las escaleras, frente<br />

a mi salón que era el único que se encontraba ahí.<br />

Empecé a recordar el rancho en mi pueblo desértico<br />

de Sonora, a mi mamá y a mis hermanos; pensaba en<br />

qué estarían haciendo.<br />

Sonó el timbre. Pasamos a clases y a las seis y media<br />

timbró de nuevo para salir.<br />

−Me voy porque tengo que trabajar en otra escuela<br />

nocturna −comentó la profesora Consuelo−. Ya te<br />

dejé encargado con uno de mis amigos que sé que es<br />

muy responsable y no me queda mal. Se llama Jesús<br />

y te va a acompañar a la parada del camión que te va<br />

a dejar en donde lo tomamos antes para venir. No<br />

tengas miedo, ahí va a pasar un hijo de doña Rita y él<br />

te llevará a la casa. Ya le di instrucciones a Rita.<br />

Se fue. Me quedé triste, sentado en esa banca que<br />

estaba junto al salón de la profesora. Se despidieron<br />

de mí los dos amigos, “El chilaquiles” y Jesús, el de<br />

Toluca. Enfrente de la dirección estaba el salón que<br />

me había tocado. Se acercó entonces la profesora Sonia<br />

y me dijo con voz irónica:<br />

−Ya te quedaste solo, ya se están yendo todos.<br />

Llegó en ese momento la persona que me iba a<br />

acompañar a tomar el camión.<br />

−Soy Chucho, el que te va a acompañar, no te asustes.<br />

Intervino la profesora Sonia:<br />

−Si no te acompaña Chucho yo te doy “un aventón”,<br />

como dicen los de aquí.


CUANDO EL SOL SE FUE 67<br />

Llovía cuando salimos. Caminamos una cuadra,<br />

pasamos por un parque y llegamos a una calle:<br />

−Esta es la calle del Carmen y por aquí pasa tu camión.<br />

Hizo la parada a uno y me subí. El chofer dijo:<br />

−Denle un asiento al señor. Y luego, dirigiéndose a<br />

mí: - Ustedes no pagan.<br />

Avancé y una persona me dio su lugar y así no tuve<br />

problemas. Iba impresionado y asustado por tanto<br />

ruido y voces extrañas. Al fin llegamos a la terminal;<br />

me di cuenta porque toda la gente había bajado. Pregunté<br />

al chofer:<br />

−¿Aquí es la terminal?<br />

−Sí.<br />

−Aquí me bajo.<br />

Caminé hacia la pared y ahí estuve como quince<br />

minutos hasta que llegó alguien, se acercó a mí y me<br />

dijo:<br />

−Yo soy el que voy a llevarlo a la casa.<br />

−¿Qué casa?, pregunté.<br />

−Pues en la que va a estar hospedado. Rita es mi<br />

mamá.<br />

Su voz me parecía muy rara, como esas que oía en<br />

el radio, tenía la forma de hablar de los maleantes de<br />

las radionovelas que escuchaba. Nos fuimos a la casa,<br />

ya era de noche. A mí se me notaba la cara triste, pues<br />

no lograba asimilar tantas impresiones. Ya en la casa<br />

me sentí mejor. Estaba en mi cuarto cuando la señora<br />

Rita fue y me dijo:<br />

−Véngase a cenar. Ya sobra de tristezas.<br />

−No tengo hambre porque me dieron algo de alimento<br />

en la escuela.


68 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

−No importa, yo ya preparé la cena y no me voy a<br />

quedar con ella. Así es que véngase.<br />

−Yo la voy a seguir- le contesté, y me fui tras ella.<br />

−Lávese las manos para que cene.<br />

Me pasé al baño que estaba enseguida de la cocina.<br />

De vuelta en la cocina me senté en una silla muy callado<br />

y me dijo:<br />

−Ahí lo buscan. Terminé de cenar y salí. Cuando<br />

iba por el pasillo escuché que me llamaron:<br />

−¡Flavio! Soy el doctor Cano, estoy aquí, en la dirección.<br />

Vente para acá. –caminé hacia donde estaba.−Vengo<br />

a ayudarte a hacer una carta porque te oí decir que tenías<br />

que escribirle a tu familia.<br />

−Sí, tengo que escribir para avisar que llegué bien.<br />

–Ya vengo equipado con papel, lápiz y todo lo necesario.<br />

No hallaba cómo empezar la carta, pero él me fue<br />

dando la idea.<br />

−Esta es para que tengan razón de ti, que sepan que<br />

llegaste bien y te has encontrado con personas que no<br />

te han dejado sólo.<br />

Cuando terminamos la carta dijo:<br />

−Ya me voy, mañana vengo temprano para traerte<br />

un radio. Ya lo compré, pero ahorita vengo del trabajo.<br />

Cuando se retiró me fui a mi cuarto. El ambiente<br />

se sentía muy húmedo y más ahí dentro. Cerré las<br />

puertas y, una vez solo, me sentí triste y quise rezar<br />

un poco, pero no pude concentrarme. Aun así lo hice


CUANDO EL SOL SE FUE 6<br />

y me acomodé en la cama con lo poco que contaba<br />

para arroparme. Como estaba cansado por tanta impresión<br />

me dormí profundamente.<br />

Temprano, desperté asustado al oír voces. Se trataba<br />

de los niños, pues empezaban a llegar a las siete<br />

de la mañana. Tomé mi ropa y fui al baño para arreglarme,<br />

y en veinte minutos estuve listo. Me dirigí a<br />

la cocina donde la señora Rita me dio de desayunar,<br />

y antes de las ocho llegaron la directora y la profesora<br />

Sonia. Me presenté donde estaban, di los buenos días<br />

a todos, y saludé a las maestras.<br />

−Siéntate en el mismo lugar de ayer −me dice la<br />

profesora Consuelo.<br />

−¿Y usted?<br />

−Yo aquí me acomodo con un niño.<br />

Me guiaron para que me sentara en el lugar de la<br />

profesora Consuelo, frente al escritorio. Habían llevado<br />

una caja de aritmética, unas cajas metálicas muy<br />

pesadas con muchos números también de metal, era<br />

un material francés para invidentes que en la actualidad<br />

ya no se utiliza. Pesaban mucho, por lo menos<br />

unos diez kilos. Eran muy prácticas para trabajar,<br />

ya que las operaciones podían hacerse igual que las<br />

realizadas con caracteres comunes. Únicamente había<br />

que tener habilidad y conocer bien los números;<br />

logré hacerlo con bastante rapidez aunque no tanto<br />

como con un lápiz. Esta experiencia me resultó muy<br />

motivante. Como antes había asistido a la escuela conocía<br />

los números, no me fue difícil y me entusiasmó<br />

mucho conocer los métodos modernos.


70 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Me avisaron entonces que me buscaban y salí a la<br />

puerta. Era el doctor Cano.<br />

−¡Hola, don Flavio, aquí le traigo el radio que le<br />

prometí!<br />

¡Qué gusto me dio! El doctor saludó a la profesora<br />

Consuelo y se despidió diciendo:<br />

−Seguimos comunicándonos.<br />

Mostré el radio a la directora y a la profesora Sonia.<br />

A la directora la llamaban profesora Chelo, de cariño,<br />

y también así la empecé a llamar. Me recomendó que<br />

tuviera cuidado con mis cosas y no dejara el cuarto<br />

abierto para que no se metieran y no se me fuera a<br />

perder algo.<br />

Se llegó la hora de comer y pasamos a la cocina a<br />

tomar los alimentos; después nos fuimos a la escuela<br />

para ciegos. Ya iba con un poco más de confianza.<br />

Llegamos y saludamos a todos. Tomé mi pizarra y me<br />

puse a estudiar. Me tardé un poco entrenándome para<br />

aprender el orden del sistema para lograr rapidez y<br />

hacer mejor trabajo. A las seis me dijo la profesora<br />

Sonia:<br />

−Tú vas a ir con nosotras.<br />

Creí que me iban a llevar a la colonia Roma, pero<br />

nos dirigimos a un mercado y ahí me compraron una<br />

cobija de lana, un juego de sábanas, una almohada y<br />

una colcha, que juntas hacían un bulto bastante grande.<br />

Me acompañaron a tomar el camión y, como no<br />

pasaba pronto, me dejaron con un señor desconocido<br />

para que él me dijera cuando viniese; me quedé<br />

muy asustado. Estaba empezando a llover; pasó un<br />

camión, pero no se detuvo porque el tránsito a las<br />

siete se ponía muy congestionado. El señor me dijo:


CUANDO EL SOL SE FUE 71<br />

−Ya viene mi camión, que lo oriente otra persona.<br />

Una señora me preguntó entonces:<br />

−¿Qué camión espera?<br />

−Quiero tomar el Niños Héroes.<br />

La señora me encaminó y tomé el camión que iba<br />

a la colonia Roma. Me ayudaron para que me sentara<br />

y llegué sin ningún problema. Cuando bajé en la terminal<br />

ya el muchacho me esperaba y me ayudó con<br />

el bulto, que era grande y estorboso para caminar con<br />

él.<br />

Di gracias a Dios porque ya había llegado a la casa<br />

donde me hospedaba. Pasé a la cocina y me reporté<br />

con la señora Rita. Le conté que había traído ropa<br />

para la cama y que si no hubiera sido por la ayuda<br />

de José Manuel –su hijo− se me hubiera dificultado<br />

mucho llegar a la casa.<br />

−Los problemas que tuve los vencí, le dije.<br />

−¿Y no lo han enseñado a usar el bastón blanco?<br />

−No, todavía no.<br />

La señora se acomidió y me tendió la cama. Yo le<br />

tenía mucho respeto porque era muy seria y me quedé<br />

afuera de mi cuarto mientras lo hacía. Esa noche<br />

dormí muy bien, y al día siguiente −un viernes− me<br />

levanté temprano y estuve listo cuando llegaron las<br />

maestras Consuelo y Sonia.<br />

Me encontraba ya más tranquilo y desenvuelto, y<br />

había perdido el miedo con el que llegué. Sentía la<br />

protección de la directora, que afirmaba haber sacado<br />

a muchos jóvenes ciegos adelante; aunque decía<br />

que algunos le habían pagado muy mal de cualquier


72 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

forma estaba contenta de haberlos ayudado. Yo no<br />

quería un día quedar mal con la profesora Consuelo,<br />

confiaba en que todo me iba a salir bien y atendía temeroso<br />

todas sus recomendaciones. Iba de provincia,<br />

como ella decía llegué “todo asustado”, y en realidad<br />

así era. Me advirtió que me mantuviera alejado de<br />

otras personas que habían estado en la misma casa y<br />

le habían pagado muy mal.<br />

−Ahora que sabes cómo es esta persona, no hagas<br />

amistad con ella -me advirtió.<br />

−Bueno, lo que usted diga, profesora.<br />

Ese viernes, después de que tomamos los alimentos,<br />

nos fuimos a la Escuela Nacional para Ciegos Lic.<br />

Ignacio Trigueros. Una vez ahí me tocó conocer más<br />

de ella y en la hora del recreo me fui a la “alfalfa”,<br />

como le llamaban los compañeros. Me senté en una<br />

banca que estaba a la salida y empecé a platicar con<br />

un muchacho ciego. No me gustó su plática; trataba<br />

de reírse de mí como lo hacía con los demás, pero en<br />

realidad era su nerviosismo por lo que se reía de todos<br />

y debido a eso nadie lo aceptaba. Entonces:<br />

−Véngase a platicar conmigo –intervino una jovencita<br />

de unos dieciséis años.<br />

De un brinco salté. Me platicó que el muchacho<br />

con el que estaba antes tenía una hermana que estaba<br />

ciega, y que ambos trataban a las personas en forma<br />

parecida. Se llamaba Jesús Infante.<br />

Al entrar al salón la muchacha y yo nos sentamos<br />

en la misma banca. Cuando llegó la hora de salida la<br />

profesora me hizo algunas recomendaciones.


CUANDO EL SOL SE FUE 73<br />

−Hoy es viernes, tenga mucho cuidado. No ande<br />

saliendo con nadie.<br />

Se despidió, pues ya era la hora en que se retiraba.<br />

Yo me iba a las siete, pero ese día el joven que me<br />

acompañaba salió más temprano que de costumbre<br />

y me dio “un aventón” al irse. Llegué, pues, más temprano<br />

a la terminal y ahí espere buen rato. Me arrimé<br />

a la pared, junto a una tiendita: entraba y salía gente<br />

y oía que compraban diversas cosas.<br />

Al cabo de un buen rato oí unas voces que se acercaban<br />

y una niña dijo:<br />

−Aquí está un señor.<br />

Y una persona me dice:<br />

−Buenas tardes, ¿usted es Flavio?<br />

−Sí, yo soy.<br />

−Soy la profesora Jorgelina. Vengo por usted y le<br />

traigo un bastón blanco para que se mueva sólo y no<br />

tenga que andar pidiendo que pasen a recogerlo.<br />

La señora tenía una voz muy dura. Tomé el bastón<br />

blanco que me dio y me pidió que caminara delante<br />

de ella. Así lo hice; como las banquetas eran anchas<br />

no tuve problemas.<br />

−Va bien.<br />

Me adelanté. Al llegar al borde de la banqueta,<br />

avancé y crucé sin cerciorarme de que no hubiera carros.<br />

Me alcanzó:<br />

−¡Así no se cruza!<br />

¡Y qué iba yo a saber si venían carros o no! Así, en<br />

la siguiente calle me detuve pues sentía mucho tráfico.<br />

Me dijo:


74 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

−Cuando deba cruzar tenga cuidado. Son cuatro<br />

calles las que hay hasta la terminal.<br />

Y yo pensaba: “... Esta es la persona con quien me<br />

dice la profesora Chelo que procure no tener mucho<br />

trato. No le voy a hacer comentarios, sólo que me<br />

pregunte.” Llegamos a la casa en la que estaba hospedado<br />

y me aconsejó que siguiera practicando con<br />

el bastón. Yo no quería usarlo, pero en realidad ni<br />

me había enseñado ni lo había utilizado bien. ¡Si no<br />

era anciano! Me daba vergüenza que me vieran con<br />

el bastón, y además hacía mucho ruido. Si se me caía<br />

era demasiado el sonido. Sentía que las personas que<br />

estaban cerca volteaban a ver y pensaban “¡Pobre cieguito!”<br />

Lo guardé en mi cuarto y ahí quedó hasta el<br />

domingo, pues como el día siguiente era sábado no<br />

lo ocupé.<br />

Me levanté muy alegre y la señora Rita, con una voz<br />

golpeada y autoritaria que me atemorizaba, me habló<br />

para que desayunara:<br />

−Ya véngase a desayunar –y añadió−. Hoy es sábado,<br />

¿va a salir?.<br />

−No.<br />

−¿Y para qué se arregló tanto? −me dijo, pues yo<br />

procuraba andar siempre presentable−. Pero bueno,<br />

si la profesora le dice que ande arreglado, ella que le<br />

aliste la ropa. Es por eso que le digo que cuide la ropa<br />

y no la ensucie.<br />

Eran las nueve de la mañana y salí al pasillo porque<br />

ya me había enfadado el ruido que hacía el radio.<br />

Lo había apagado pues aunque no cesaban las transmisiones<br />

ni de día ni de noche y movía el cuadrante<br />

en todas las estaciones, no podía sintonizar alguna<br />

de Sonora.


CUANDO EL SOL SE FUE 75<br />

Apenas tenía una semana en México y ya añoraba<br />

el sol y me faltaba el aire; donde estaba casi no entraba<br />

el sol. Ya estaba cayendo la lluvia cuando tocaron<br />

la puerta. Acudió a abrir José Manuel, el muchacho<br />

que antes había pasado por mí a la terminal, y me<br />

dijo:<br />

−Ahí lo buscan.<br />

Me encaminé hacia la puerta y pregunté quién me<br />

buscaba. La persona se dirigió hacia mí.<br />

−Soy Juan Antonio Guillespide, el prometido de<br />

Albita.<br />

–Mucho gusto. Yo soy Flavio.<br />

–Sí, ya lo conozco por fotos y antes de tocar la<br />

puerta –estaba vieja y deteriorada, tenía algunos hoyos<br />

como de uno por cuatro centímetros de largo que<br />

se le habían hecho con el tiempo− lo vi por unos agujeros.<br />

Vengo por usted para ir a Chapultepec, ¿está<br />

dispuesto? −Siguió diciendo.<br />

–Voy a avisarle a la señora Rita.<br />

–Sí, me parece muy bien.<br />

Fui a la cocina a avisar que habían venido a invitarme<br />

y que iba a salir a Chapultepec.<br />

−¿Lo conoce?<br />

–Ahorita lo voy conociendo, es el prometido de Albita,<br />

la amiga que me envió aquí.<br />

–Bueno, pero quiero conocerlo.<br />

–Venga para presentárselo.<br />

−Ya lo vi, parece gringo. Mejor no, me quedo tranquila.<br />

Fue la primera vez que visité el Bosque de Chapultepec.<br />

Lo había oído nombrar muchas veces y me lo<br />

imaginaba muy hermoso, como en realidad estaba.<br />

Estuve en el castillo de los emperadores Maximilia-


76 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

no y Carlota de Austria. Me parecía un sueño encontrarme<br />

ahí. Se respiraba un aire húmedo con aroma<br />

a hierba. Observamos los carruajes de Maximiliano<br />

−con los escudos imperiales− y de Don Benito Juárez;<br />

los muebles de los emperadores, los cañones con<br />

los que lucharon los mexicanos en la Revolución, y<br />

estuvimos en el sitio desde donde se arrojó uno de<br />

los Niños Héroes... Todo muy impresionante. El castillo<br />

guarda mucha historia; se encuentra en un cerro,<br />

y aunque hay un elevador para subir preferí hacerlo<br />

caminando. Visitamos también un parque ecológico<br />

que hay en los alrededores; no podía ver los animales,<br />

pero Juan Antonio me describió los variados tipos<br />

que había y pude imaginarlos: jirafas, osos blancos,<br />

entre otros.<br />

Como a la una de la tarde nos fuimos caminando<br />

hasta la colonia Condesa, ahí se encontraba la casa<br />

donde Juan Antonio vivía con su hermana y una criada.<br />

Hicimos media hora en llegar ya que está muy cerca.<br />

Su hermana Nancy era enfermera y pasaba todo el<br />

día en el trabajo, sólo los fines de semana se localizaba<br />

en casa. Me presentó y ella se portó muy amable.<br />

Tenían una persona que les ayudaba a cocinar, Cirila,<br />

ese día preparó tortitas de papa con carne, me invitaron<br />

a comer y yo me sentí contento por la atención<br />

hacia mí y por el platillo que estaba delicioso. Por la<br />

tarde Juan Antonio me acompañó a la colonia Roma,<br />

quedaba relativamente lejos y tomamos un camión<br />

que nos dejó frente a la escuela de rehabilitación infantil,<br />

donde me alojaba; le di las gracias y cuando se<br />

fue me reporté con doña Rita quien me esperaba para<br />

que cenara. No tenía hambre, pero no objeté porque<br />

se enojaba mucho. Tenía que darme de comer por-


CUANDO EL SOL SE FUE 77<br />

que a ella le habían encomendado esa tarea. Le dije<br />

que con un café con leche y un trozo de budín sería<br />

suficiente…<br />

Así pasé ese día −sábado 4 de julio de 1966−. Me<br />

sentí muy satisfecho porque había conocido a dos<br />

nuevos amigos, Juan Antonio y su hermana Nancy.<br />

Me dormí pronto porque estaba un poco cansado y<br />

con mucha emoción por tantas impresiones que había<br />

tenido. Muy temprano me levanté, fui al baño,<br />

prendí el radio y me di cuenta de que apenas eran las<br />

cuatro de la mañana. Me puse a orar, a pedir por mis<br />

hermanos, por mi mamá y por Albita, y para que Dios<br />

no me dejara de la mano y me siguiera poniendo personas<br />

buenas en mi camino. Me recosté y me puse a<br />

escuchar la radio. Así se pasó el tiempo hasta que, al<br />

esclarecer el día, la señora Rita me tocó la puerta:<br />

−¿Qué no piensa levantarse?<br />

−Hace rato que me levanté; ya estoy vestido.<br />

−Véngase, que ya está el desayuno.<br />

El día había amanecido lluvioso. Fui a la cocina y<br />

tomé el desayuno que estaba muy sabroso. Ya me estaba<br />

acostumbrando a las voces y al lugar, aunque me<br />

resultaba muy grande y los retumbos de los pisos de<br />

madera me atemorizaban. Pero seguía siempre muy<br />

callado y no dejaba de acordarme de mi gente, de mi<br />

mamá a la que había dejado muy triste y lejos; también<br />

del calor tan intenso que hace durante el verano<br />

en Sonora, el cual extrañaba y me parecía agradable;<br />

recordaba el rancho donde me crié y el pueblo de<br />

Trincheras, y pensaba si se acordarían de mí, ya que<br />

yo siempre los tenía presentes.


78 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Me fui a mi cuarto y encendí el radio para divagar,<br />

pero me estorbaba, como que no me dejaba pensar<br />

bien. Lo apagué para oír el susurro de la lluvia que<br />

me producía melancolía. Opté por salir a que me cayera<br />

la lluvia. De pronto oí un grito. Era la señora Rita<br />

que me decía:<br />

−¡Qué está loco!, le va a pegar un resfriado.<br />

Rápido entré de nuevo al cuarto. Tomé el radio, lo<br />

volví a encender y salí al pasillo avergonzado porque<br />

pensaba que sí parecía loco. Subí el volumen para espantar<br />

los recuerdos y la tristeza, y caminando de un<br />

lado a otro se llegó la hora de la comida. La lluvia<br />

continuaba; llegó la noche y aún llovía. El radio ya<br />

me aturdía y lo apagué. Me puse a orar, con lo que<br />

logré algo de tranquilidad y me dormí.<br />

El día siguiente me levanté temprano, me arreglé<br />

y tomé el desayuno. Cuando los niños empezaban a<br />

llegar me pasé a la dirección y esperé a que llegara la<br />

profesora Consuelo. Lo primero que hice fue platicarle<br />

todo lo que me había sucedido el sábado: ¡Algo<br />

maravilloso!, Juan Antonio, el prometido de Albita,<br />

había pasado por mí y me había llevado a que conociera<br />

Chapultepec, lo que me pareció como un sueño,<br />

fue impresionante.<br />

−¡Ya muchacho!, qué bueno que encuentres personas<br />

que te ayuden y te den su amistad.<br />

La profesora Consuelo había llevado una regleta<br />

de escritorio −una tabla en donde se sujetaba una regleta−<br />

para escribir en braille, para que lo aprendiera<br />

pronto, pues en un principio me parecía muy difícil.<br />

Cada mañana hasta que nos íbamos a la escuela para<br />

ciegos trabajaba en la escritura y lectura del sistema<br />

braille y también con la caja de matemáticas. Así pa-


CUANDO EL SOL SE FUE 7<br />

saba el tiempo muy ocupado, y todo eso me ayudó<br />

a incorporarme a la vida de la Ciudad de México y<br />

dejar esa angustia que me afligía.<br />

Llegó la hora de irnos a la escuela y como de costumbre<br />

tomamos el camión que nos llevaba al centro,<br />

muy cerca del Zócalo. Cuando llegamos subimos<br />

al primer piso y yo dejé el bastón que llevaba en las<br />

escaleras, con el fin de que se me perdiera porque no<br />

me gustaba: era un tubo de aluminio con empuñadura,<br />

muy ruidoso al caer y me parecía que me hacía<br />

ver como un anciano. Ya estábamos en el salón cuando<br />

pasó a saludar a la maestra un señor ciego que la<br />

apreciaba mucho, me presentó con él y me dijo que<br />

era comerciante. La maestra le preguntó si tendría un<br />

bastón que estuviera bueno y bonito.<br />

−Sí, mañana mismo se lo traigo.<br />

Al día siguiente me llevó un bastón que estaba tapizado<br />

con cinta blanca y con una parte roja, se doblaba<br />

en cuatro partes. Este bastón sí me agradó, en<br />

cuanto lo tomé lo puse en práctica, empecé a recorrer<br />

bien la escuela ubicada en un edificio bastante amplio.<br />

El domingo siguiente fui a misa de nueve a la iglesia<br />

de la Virgen de Fátima, que estaba a la vuelta y no<br />

tenía que cruzar calles. Me senté cerca de la entrada y<br />

ya me retiraba cuando alguien me habló:<br />

−¿A dónde va? Quiero acompañarlo a donde va.<br />

−Aquí vivo a la vuelta.<br />

−Yo quiero ayudarlo, soy de la orden de San Francisco<br />

y mi intención es ayudar. Mi nombre es Garita.<br />

Era una señorita grande y me dijo que quería com-


80 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

prarme otro bastón y conocer a la directora; me dejó<br />

hasta la puerta de la escuela donde vivía. En la misma<br />

semana volví a la iglesia y de nuevo nos encontramos,<br />

me acompañó y esta vez sí encontró a la directora<br />

Consuelo Cornejo. Le comentó sobre sus intenciones<br />

de ayudarme a comprar un bastón bueno porque el<br />

que traía estaba muy flojo –lo cuál era cierto− y se<br />

movía para todos lados. Pero la profesora le dijo que<br />

no tuviera pendiente, que yo estaba a su cuidado, que<br />

era bueno que tuviera amistades, que yo iba a ir a<br />

verla, y que gracias por querer ayudar, pero que no se<br />

molestara.<br />

A pesar de todo, ese bastón me fue muy útil: me<br />

brindaba más libertad y confianza para moverme<br />

solo, iba a tomar el camión por las tardes sin necesidad<br />

de que alguien me acompañara. Pero como en el<br />

mes de julio llovía mucho −casi a diario− y yo andaba<br />

solo, me pegaba unas remojadas, y eso me ocasionaba<br />

unos catarros tremendos por lo que recurría a<br />

toda clase de pastillas para la gripe −que no me hacían<br />

efecto− proporcionadas por Nancy, la enfermera<br />

hermana de Juan Antonio.<br />

Cuando Juan Antonio tuvo que irse a Sonora me<br />

entristecí porque él me acompañaba a muchos lugares,<br />

pero seguí comunicándome con su hermana Nancy,<br />

pues me caía muy bien. En ocasiones ella pasaba<br />

por mí, me invitaba a algún lado a tomar un refresco<br />

y platicábamos. Me sentía muy bien con su amistad.<br />

Además me agradaba como mujer y pensaba que yo<br />

también le gustaba a ella, pero no podía expresarle<br />

mis sentimientos, quizá porque me cohibía el no tener<br />

una fuente de ingresos. No podía tener una novia,


CUANDO EL SOL SE FUE 81<br />

así que “me hacía el tonto”, y quizás sí hubiera existido<br />

química entre nosotros.<br />

Tenía entonces veinticinco años y Nancy unos<br />

treinta y dos. Yo me la imaginaba muy bien de su<br />

físico, únicamente tenía un problema en el paladar y<br />

su voz era gangosa, pero eso no era defecto para mí.<br />

Nos gustábamos, pero yo iba llegando a la Ciudad de<br />

México y era inexperto, debía estudiar, no tenía ingresos<br />

y me esperaban muchos golpes de la vida. Todo<br />

terminó cuando regresó Juan Antonio de Hermosillo<br />

y se enteró de que había una estrecha amistad entre<br />

nosotros. Habló conmigo y me hizo reaccionar, me<br />

dijo que no abrigara ilusiones con Nancy, ya que ella<br />

tenía el mundo que yo no podía tener.<br />

−Así es que te digo que no vayas a meter las cuatro<br />

patas de un jalón.<br />

Me dio tristeza, pero reconocí que era la realidad, y<br />

le agradecí el hacerme verla así.<br />

Transcurrían los días, y me acostumbraba al cambio<br />

que se operaba en mi persona. Ya me desenvolvía<br />

solo, me trasladaba a algunos lugares y había hecho<br />

amigos, entre ellos un muchacho de Veracruz con el<br />

que aprendí algunos trucos que utilizan los ciegos<br />

para orientarse, así que iba y venía a la colonia Roma<br />

donde estaba el lugar en el que me hospedaba.<br />

Aunque me sentía ya muy a gusto, no por esto<br />

dejaba de acordarme de mi terruño en donde había<br />

crecido y de mi gente que había dejado en Sonora.<br />

Así pasó el mes de agosto –también muy lluvioso− y<br />

seguía aprendiendo cosas nuevas. Con mi amigo de<br />

Veracruz –quien se movía solo en la ciudad− aprendí


82 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

y conocí muchos lugares. También sabía de política,<br />

pero tenía el defecto de ser muy fantasioso. Me platicaba<br />

de sucesos que había vivido; en un principio me<br />

dejaba en suspenso, pero conforme lo fui tratando<br />

me di cuenta de que eran más las mentiras producto<br />

de su imaginación.<br />

En septiembre recibí una carta donde me daban la<br />

noticia de que mi mamá había sufrido un accidente<br />

y se había fracturado la cadera, lo que me afligió mucho.<br />

Se me hacía largo el tiempo para poder verla,<br />

mas no me fue posible por diversos motivos: debía<br />

seguir estudiando hasta que llegaran las vacaciones y<br />

además no contaba con ingresos.<br />

Todos los domingos iba a misa de nueve –que era<br />

para los niños− a la iglesia que estaba a la vuelta y<br />

tuve la oportunidad de conocer a una jovencita de<br />

diecisiete años que me brindó su amistad. Vivía en<br />

una casa de niñas huérfanas y maltratadas que estaba<br />

a cargo de religiosas. Cuando terminaba la misa pedía<br />

permiso a una de las monjas para acompañarme a la<br />

casa en la calle de enseguida, y aprovechábamos para<br />

platicar. Caminábamos muy lento para poder platicar<br />

más, sentíamos que “Cupido nos flechaba”, pero al<br />

mismo tiempo yo me daba cuenta de que estaba muy<br />

“verde” o tonto y aún tenía que aprender mucho de<br />

esa gran ciudad en donde me había tocado aprender<br />

a rehabilitarme y a valerme por mí mismo. Aunque<br />

ella se me insinuaba para que le hablara de amor yo<br />

“me hacía el tonto” y le hacía boruca con la plática.<br />

La religiosa que le había dado permiso advirtió que la<br />

jovencita me daba un trato muy especial y le prohibió<br />

que se acercara a mí, y aunque la extrañé pensé que<br />

era lo mejor.


CUANDO EL SOL SE FUE 83<br />

Pasó el mes de octubre y entramos a noviembre.<br />

Recibimos la buena noticia de que las vacaciones<br />

que anteriormente eran durante enero y febrero ese<br />

año iban a empezar a recorrerse hasta quedar acordes<br />

con el calendario del norte, tipo B que eran de julio<br />

a agosto −en la capital tenían el calendario tipo A−. Y<br />

me dijo la maestra Consuelo:<br />

−Tengo que darte dos noticias: una buena y otra<br />

mala. Primero la buena: el veinte de noviembre empiezan<br />

las vacaciones. La mala es que no voy a volver<br />

el año entrante. Pero te voy a tener bien checado y te<br />

voy a encargar con amigos que tengo ahí en la escuela.<br />

Así es que tuviste suerte por haberme encontrado<br />

trabajando en la escuela para ciegos.<br />

−Pues gracias, maestra.<br />

−Gracias a Dios.<br />

−Usted también me ha ayudado mucho.<br />

Ya estábamos en las fiestas de los muertos, y se<br />

me hacía largo el tiempo que faltaba para irme de<br />

vacaciones a mi tierra. También Juan Antonio iba a<br />

Sonora y hacía los preparativos para casarse el año<br />

entrante, 1967. Y se llegó el día en que salimos de<br />

vacaciones. Yo había aprendido a leer y a escribir en<br />

el sistema braille. La profesora Consuelo, directora de<br />

la escuela y mi tutora, había hecho trámites para que<br />

el siguiente año fuera a tercero y me había encomendado<br />

con una muy buena profesora, amiga suya, de<br />

nombre Lilia Cureco, con quien me presentó. Hacía<br />

esto para que yo no tuviera problemas.<br />

Sin más demora preparé mi viaje el mismo veinte<br />

de noviembre. Muy temprano, como a las siete de<br />

la mañana, pasaron por mí la profesora Consuelo y


84 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

su esposo para llevarme a tomar un camión de la línea<br />

Transportes Tres Estrellas de Oro. El camión salió<br />

aproximadamente a las ocho. Cuando ya estaba arriba,<br />

con el smog me empezaron a llorar los ojos y creyeron<br />

que estaba llorando de emoción, pero no era<br />

así. Era la primera vez que viajaba solo en camión,<br />

pero tenía fe. Debía tenerla porque no quería depender<br />

de nadie. Aunque tuve algunos problemas en los<br />

lugares en donde estuve, gracias a Dios, los superé.<br />

Llegué a Hermosillo a las ocho de la noche del<br />

veintidós de noviembre y ya me esperaba Albita. Venía<br />

muy contento. Al día siguiente ella me dio un raid<br />

hasta Santa Ana y de ahí tomé un camión a Trincheras,<br />

a donde llegué al anochecer. La gente me parecía<br />

un poco bronca y no me orientaba. En el camioncito<br />

que hacía el recorrido a Trincheras, cuando subí, nadie<br />

me dijo dónde había un asiento desocupado.<br />

Así que todavía me faltaba mucho por aprender.<br />

Esto me fue ayudando a modelar mi carácter. Estaba<br />

iniciando la rehabilitación: en primer lugar no sabía<br />

usar el bastón en la provincia, ya que me cohibía; En<br />

segundo lugar, era la primera vez que llegaba a mi<br />

pueblo con mi bastón y solo.<br />

Llegué a casa de mi tía Adriana y el recibimiento<br />

fue un poco frío pues ella no era de muchas palabras.<br />

Esperaba tener un recibimiento caluroso, pero no fue<br />

así, y como la conocía no me extrañó. Al día siguiente<br />

–lunes veinticuatro de noviembre− fueron unos primos<br />

y uno de ellos se ofreció a llevarme al rancho.


CUANDO EL SOL SE FUE 85<br />

Para las tres de la tarde ya estábamos en el rancho,<br />

de donde había salido apenas cinco meses antes, pero<br />

me habían parecido una eternidad. Ahí la emoción<br />

fue mayor. Mi mamá no podía ni hablar y a mí se me<br />

agitaba el corazón. Contuve las lágrimas para que no<br />

dijeran que era un “maricón”. A todos se nos trababa<br />

la lengua. Después tomamos café con empanadas y<br />

empecé a platicar; a la vez hicieron preguntas y las<br />

emociones que experimentábamos fueron tomando<br />

otro color, se habían convertido en alegría y las palabras<br />

eran ahora de bromas y chistes que hacían mis<br />

hermanos. Llegó también un tío a visitarme, era muy<br />

alegre y le gustaban mucho las bromas. Esa tarde fue<br />

muy bonita.<br />

Mi mamá no podía caminar por la fractura, así<br />

que en el transcurso de los días me visitaron algunos<br />

amigos. El tiempo pasó rápido, llegaron la Navidad<br />

y el Año Nuevo de 1967. Uno de mis hermanos me<br />

acompañó a la ciudad de Hermosillo, donde ya se<br />

había celebrado la boda de Albita y Juan Antonio.<br />

El cinco de enero ya estaba en la Ciudad de México.<br />

Me impresionó la celebración de los Santos Reyes,<br />

con tanto entusiasmo que se podía palpar la alegría<br />

de los niños. Me fui a la escuela temprano; a eso de las<br />

tres de la tarde comenzó la algarabía, pues las clases<br />

en la escuela se habían cambiado al turno vespertino.<br />

Afortunadamente ya para las seis la euforia se había<br />

calmado, pues tenía temor de que, por el congestionamiento,<br />

no pudiera tomar el camión para regresar<br />

a la colonia Roma.


86 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

El día siete de enero amaneció haciendo mucho frío<br />

y nevando. Ese día no fui a la escuela. Para entonces<br />

ya había tenido varias impresiones, ya que apenas tenía<br />

unos cuantos días de haber llegado a la Ciudad de<br />

México por primera vez cuando me tocó un temblor.<br />

Ya no me asustaban tanto las cosas que me ocurrían.<br />

Ya me sentía más desenvuelto. Un día, después de<br />

salir de clases, fui al Comité Internacional de Ciegos<br />

que está situado en la colonia Santa María La Rivera.<br />

No conocía, pero me dieron “el norte” y no tuve<br />

ningún problema. Ahí había una imprenta y también<br />

vendían toda clase de material para invidentes.<br />

Quería comprar un bastón como uno que me había<br />

mostrado mi amigo de Veracruz. Me atendieron muy<br />

bien. Un señor ciego que daba orientación y movilidad<br />

esa misma tarde me dio unas clases y me sacó a<br />

dar una vuelta por las calles de los alrededores. Sus<br />

consejos me sirvieron mucho porque con el bastón<br />

de aluminio que es más liviano y las nuevas técnicas<br />

que me enseñó pude desenvolverme mucho mejor y<br />

trasladarme a todos lados sin mayores complicaciones.<br />

Transcurrió el año y a fines del mes de enero de<br />

1968 la sociedad de alumnos se declaró en huelga, y<br />

a mí también me buscaron para que apoyara el movimiento.<br />

Pero no sabía ni de qué se trataba y aunque<br />

me explicaban las causas no entendía nada. Estuve<br />

un día con ellos y en la tarde me les escapé. Ahí estaba<br />

un muchacho de Sonora que era “muy broncudo”<br />

y otros que se llevaban conmigo, pero que no eran<br />

amigos.


CUANDO EL SOL SE FUE 87<br />

Pasaba el tiempo y ya iba a cumplir un mes la<br />

huelga. Me enfadaba porque no podía tomar clases<br />

y me iba al centro para informarme de cómo seguía<br />

la huelga, pero no tenía para cuándo. Un día fui a<br />

una asociación de ciegos, de las que había muchas,<br />

llamada Asociación de Ciegos de la República, y ahí<br />

me encontré a Félix, aquel amigo muy político, él me<br />

dijo:<br />

−A ti te andaba buscando porque vamos a formar<br />

un frente para desconocer a la asociación que tiene<br />

tomado el plantel. Y no me digas que no puedes, yo<br />

te voy a poner al tanto y te conviene por muchas razones.<br />

La primera para que se normalicen las clases y<br />

la otra para que aprendas. No te puedes negar.<br />

Acepté y de inmediato me pasaron con otras personas<br />

que había ahí, eran los líderes quienes estaban<br />

muy bien documentados y me presentaron el plan<br />

del frente.<br />

Desde ese día empecé a tener mucha actividad, a<br />

presentarme en muchos lugares como la Secretaría de<br />

Salubridad y en televisión. Estuve en un programa de<br />

Nescafé que tenía Jacobo Zabludowsky, que pasaba<br />

a las siete de la mañana y duraba quince minutos.<br />

Tenía muchas otras actividades y me sentía importante<br />

porque andaba conociendo. Pensaba que era una<br />

causa noble el volver a la escuela, y ponía mucho empeño<br />

en ella.<br />

El doce de marzo de 1968 se reanudaron las clases<br />

en la escuela, y yo quedé como Secretario de Finanzas<br />

de la Asociación. Todo marchaba bien. Las clases<br />

de primaria pasaron al turno matutino y las especiales,<br />

como música y otras, al vespertino. La ciudad se


88 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

desquició, el tráfico urbano era un caos y hubo un<br />

día que tuve muchos problemas para trasladarme a la<br />

colonia Roma. Esto sucedía los últimos días de septiembre.<br />

Ese año la Ciudad de México se preparaba<br />

para las Olimpiadas, cuando surgieron los conflictos<br />

del dos de octubre.<br />

La profesora Consuelo me dijo que no esperara más,<br />

que me fuera a Sonora porque el ambiente se había<br />

puesto muy feo. No lo pensé mucho, el veinticinco<br />

de septiembre hice maletas y tomé un camión para<br />

Sonora. Las clases iban a terminar hasta noviembre,<br />

pues aún se estaba recorriendo el calendario escolar<br />

para igualarlo con el del norte del país; la propuesta<br />

era cambiar las vacaciones, que en México eran en<br />

enero y febrero, para los meses de julio y agosto.<br />

Iba contento porque había adelantado mis vacaciones.<br />

Llegué a Hermosillo donde visité a Albita,<br />

pues le llevaba unos regalos, continué a Trincheras<br />

para saludar a algunos de mis tíos y de ahí al rancho.<br />

Fue una alegría encontrarme con los míos. Ya estaba<br />

más desenvuelto. Los primeros días fueron de mucha<br />

plática sobre las cosas que me ocurrían en la Ciudad<br />

de México; gracias a Dios todo me salía bien y seguía<br />

aprendiendo y conociendo cada vez más. Les conté<br />

que me adelantaron las vacaciones por los disturbios<br />

que se habían desatado, según decían porque querían<br />

sabotear las Olimpiadas, y de cómo se había descontrolado<br />

el tráfico y el transporte urbano. Y antes<br />

de que tuviera que lamentar algún problema, mejor<br />

aproveché para estar con mi gente.


CUANDO EL SOL SE FUE 8<br />

Así transcurrieron los días. Oíamos por radio las<br />

Olimpiadas y también informaban sobre los sucesos<br />

que se dieron en Tlatelolco, pero en las transmisiones<br />

se minimizaba la realidad de las cosas restándoles<br />

importancia. Un pariente que había llegado de California<br />

contó que en la televisión de Estados Unidos<br />

estaban transmitiendo sucesos impresionantes sobre<br />

la masacre ocurrida, pero como en el rancho sólo se<br />

sabía que lo sucedido no era nada de lamentarse y<br />

que las Olimpiadas se desarrollaban sin ningún problema,<br />

no le di más importancia y seguí disfrutando<br />

de las transmisiones de los encuentros deportivos.<br />

Me la pasé muy bien esa temporada. Me sentía más<br />

seguro de mí mismo y ya me prestaban más atención.<br />

Notaba a mi mamá más contenta y sentía que confiaba<br />

en mí. Se llegaron las fiestas de San Rafael y estuve<br />

en ellas. Para fines del mes de noviembre tuve<br />

que regresar a la ciudad de México; me daba tristeza<br />

despedirme, pero tenía que hacerlo, para, tal vez en<br />

el futuro, poder sacar del rancho a mi mamá y a mis<br />

hermanos.<br />

Mi hermano Claudio me acompañó a la ciudad de<br />

Hermosillo desde donde viajé en autobús al Distrito<br />

Federal y llegué la mañana del veintisiete de noviembre.<br />

Tomé un taxi, legué a la escuelita de rehabilitación<br />

infantil donde me quedaba y encontré ahí a las<br />

maestras Consuelo y Sonia, a las que saludé con mucho<br />

aprecio porque las sentía como de mi familia.<br />

Les llevaba queso y tortillas de Sonora. Les impresionaron<br />

las tortillas de harina –se les llama “sobaqueras”<br />

porque las hacen ocupando todo el brazo para<br />

extenderlas− y dijeron que parecían sábanas; el queso


0 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

también les fascinó y preguntaban si se podría pedir<br />

más por correo aéreo.<br />

−Flavio, te tenemos una noticia. Se encuentra aquí<br />

una paisana tuya y la hemos hospedado en tu cuarto.<br />

Le hablaron y me presentaron con ella. Una señora<br />

humilde y sufrida.<br />

−Ella es doña Petra Bustamante, de Hermosillo. La<br />

mandó don Enguerrando Tapia. Tiene un hijo internado<br />

en Cancerología.<br />

−Esa es la razón por la que me encuentro aquí, y no<br />

hay problema por su cuarto - me dijo la señora.<br />

Enseguida de mi cuarto había otro que tenía una<br />

mesa muy grande y firme de madera, se utilizaba<br />

para taller. Ahí quedó acomodada ella. Se ganaba la<br />

confianza de todos porque era una persona muy acomedida.<br />

La señora Rita ya se había ido y únicamente<br />

estaba Lorenzo, un muchacho que hacía el aseo, pero<br />

no era muy activo, y como no tenía sueldo pues sólo<br />

le permitían quedarse en la escuela a cambio de ayudar<br />

con la limpieza, no le podían exigir mucho.<br />

Una vez que llegó doña Petra, la escuela lucía muy<br />

bien. Lorenzo y yo habíamos comprado una estufita<br />

de petróleo. Yo nunca preparé nada en ella porque<br />

levantaba unas llamaradas horribles y echaba mucha<br />

peste a petróleo, pero doña Petra sí la sabía controlar<br />

y hacía muy buenas comidas. Lorenzo y yo cooperábamos<br />

para comprar lo necesario para que ella cocinara.


CUANDO EL SOL SE FUE 1<br />

Cuando podíamos tratábamos de gratificarla con<br />

algunos pesos, ya que no contábamos con mucho.<br />

Lorenzo trabajaba en una carpintería y yo había conseguido<br />

un trabajo por las tardes −de una a siete−<br />

en el que me pagaban veinticinco pesos. Me rendían<br />

porque en ese tiempo todo era muy barato. Tenía<br />

que trabajar porque la beca de quinientos pesos que<br />

me daba el gobierno de Sonora me la suspendieron<br />

cuando entró el gobernador Faustino Félix Serna.


III.- LOS PRIMEROS EMPLEOS<br />

Los días posteriores a las Olimpiadas me parecieron<br />

muy bonitos. Trabajaba amparando un puesto de<br />

ropa con mi credencial como ciego, que respetaban<br />

las autoridades de mercados de la Ciudad de México.<br />

Era una ayuda pues no se permitía que hubiera puestos<br />

en la vía pública, pero el Departamento de Mercados<br />

otorgaba un permiso a los invidentes para que<br />

ejercieran el comercio en las banquetas. La condición<br />

era que la persona a quien se le otorgaba el permiso<br />

debía estar presente y permanecer ahí y el maletero<br />

–el comerciante− contrataba a dicha persona ciega<br />

para poder establecer el puesto.<br />

De esta forma, la avenida Anillo de Circunvalación<br />

que pasaba a un costado del Mercado de la Merced<br />

se encontraba atestada de puestos de los ciegos. Diariamente<br />

los puestos, que ofrecían gran diversidad de<br />

productos, eran recorridos por miles de personas que<br />

venían de los pueblos cercanos al D. F. y de la misma<br />

metrópolis. Como La Merced es un mercado de abastos,<br />

el movimiento de los carros de carga era cosa de<br />

no acabar. Cargadores con sus “diablos” convertían<br />

la avenida del Anillo de Circunvalación en mercado.<br />

Había infinidad de comercios de españoles, judíos,<br />

etcétera, y las banquetas estaban llenas de puestos,<br />

entre ellos el mío, que había conseguido mediante<br />

una asociación a la que me afilié.


CUANDO EL SOL SE FUE 3<br />

Casi no se podía caminar por el tumulto de gente.<br />

Ese año todo lo que se comerciaba decían que era<br />

olímpico. Me parecía muy curioso que hubiese esferitas<br />

olímpicas, chamarras olímpicas, camisas olímpicas...<br />

y la hacía de merolico anunciando camisas,<br />

pantalones, zapatos, calcetines, etcétera. Aunque la<br />

mercancía tenía presencia y se vendía muy barata,<br />

también era de mala calidad. A pesar de todo, yo trabajaba<br />

muy a gusto.<br />

Una noche que llegaba a la colonia Roma me encontré<br />

con la novedad de que don Carlos –esposo de<br />

doña Petra− y su hijo Francisco habían llegado de Sonora.<br />

Platicamos bastante esa noche pues nos identificamos<br />

como sonorenses. Al día siguiente pasó un<br />

compañero por mí, le comenté que estaba un amigo<br />

de Sonora, que él podía ver, pero sólo con un ojo y<br />

muy poco, entonces propuso:<br />

−Hay que llevarlo al centro, a donde trabajamos.<br />

−Lo invité, pero me dijo que tenía que pedir permiso.<br />

Voy a decirle a su mamá.<br />

−Nomás tengan mucho cuidado –asintió doña Petra.<br />

Nos fuimos a donde trabajábamos. Mi amigo les<br />

cayó bien, pronto le ofrecieron trabajo, pero había<br />

que agruparse en una asociación. Lo llevamos con el<br />

líder, quedó anotado y ya para la tarde tenía un lugar.<br />

Como todos los días nos pagaban, esa noche tenía su<br />

paga. Regresamos contentos, ya que ellos iban muy<br />

limitados. Eran esos días de diciembre que muchos<br />

llaman “días de fiesta grande”, y en realidad eran de<br />

pura pachanga. Este muchacho sonorense estaba muy<br />

emocionado, pero le duró poco porque el veintitrés


4 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

de ese mes tuvo que acompañar de regreso a Sonora<br />

a su mamá y a su hermano Luis –ya en fase terminal<br />

de cáncer− para que no falleciera en la Ciudad de<br />

México.<br />

En febrero llegó de nuevo, pues quería estudiar y<br />

trabajar. Yo ya conocía cómo se movía el ambiente<br />

en la Ciudad de México y cómo era la mayoría de<br />

los ciegos. Es un medio muy difícil, y a él, siendo de<br />

provincia, le hablaban bonito y todo les creía. Pero<br />

en esa gran ciudad a nadie hay que creerle porque hay<br />

mucha hipocresía. Todas las personas parecen muy<br />

buenas, pero no lo son. Así que no hay que confiarse<br />

de nadie. Yo ya lo había experimentado.<br />

Lo acompañé al Comité Pro Ciegos, en donde le<br />

proporcionaron trabajo en un taller, allí también le<br />

daban una comida −muy raquítica− y le consiguieron<br />

hospedaje en una casa de huéspedes cercana. Él era<br />

confiado, y muchas cosas le prometieron, pero nada<br />

le cumplieron. En la misma casa de huéspedes me<br />

hospedé después, ya que la escuelita de la Colonia<br />

Roma acabó por no tener presupuesto.<br />

Un señor de apellido Güemes, de origen alemán,<br />

era el que patrocinaba esa escuela de la colonia Roma.<br />

Tenía un hijo que tenía problemas músculo-esqueléticos<br />

y el señor quería que la profesora siguiera atendiendo<br />

a su hijo y para mí también tenía un lugar<br />

para que estuviera en su casa en Las Lomas. Pero la<br />

profesora Consuelo me dijo que no era conveniente<br />

que yo me quedara en su casa, y así se lo dijo al señor<br />

Güemes. Yo me disgusté porque pensé que hubiese<br />

podido tener todo allí sin ningún problema, pero


CUANDO EL SOL SE FUE 5<br />

después analicé la situación y me di cuenta de que<br />

estaba bien lo que me decía la profesora Consuelo.<br />

Así que me hospedé en la colonia Santa María La<br />

Rivera, en la casa de huéspedes donde se encontraba<br />

Francisco Vásquez, el muchacho de Sonora. Se ubicaba<br />

a una cuadra de la Alameda Santa María. Era una<br />

construcción muy vieja y tenía planta alta con pisos<br />

de madera ya muy roídos. Las escaleras rechinaban<br />

mucho. Nos tocó quedarnos en la planta alta.<br />

Ya había terminado la primaria y obtenido mi<br />

certificado. Entré a una clase de masoterapia como<br />

oyente aunque no me gustaba el masaje, pero un profesor<br />

ciego me decía que un año era un año, que me<br />

inscribiera. Después las clases de masaje me fueron<br />

convenciendo, y ya que no podía estudiar algo mejor<br />

o una carrera larga, me decidí por una profesión<br />

técnica. También me inscribí en bachillerato, que se<br />

estudiaba en seis años −secundaria y preparatoria−,<br />

de siete de la mañana a una de la tarde, pero además<br />

tenía que trabajar y de tres a cinco entrar a masoterapia.<br />

Los sábados trabajaba en maquila de productos<br />

Avon empacando la mercancía en bolsas; para que<br />

me rindiera el tiempo y el dinero, ya que era muy<br />

poco lo que me pagaban, únicamente comía en la<br />

mañana unas pieza de pan y un litro de leche, y así<br />

aguantaba todo el día.<br />

A las siete iba llegando a la colonia Santa María,<br />

donde me hospedaba; me daban algo de cenar y después<br />

me quedaba en el cuarto. Francisco también llegaba<br />

a las siete y platicábamos de los acontecimientos<br />

del día. Los primeros de junio salí de vacaciones


6 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

y no quise seguir trabajando, e hice los preparativos<br />

para irme a Sonora con mi gente. Francisco pretendía<br />

seguir trabajando y en septiembre hacer los trámites<br />

para inscribirse en la escuela, pero después optó por<br />

irse a Sonora y así lo hicimos.<br />

Los primeros días de julio estábamos en Hermosillo.<br />

Estuvimos cinco días con su gente que me trató<br />

muy bien, aunque eran bastante unidos entre ellos<br />

me sentí muy bien con su familia. El calor se dejó sentir<br />

intensamente ese año de 1969. Francisco ya estaba<br />

impuesto a ese clima, pero a mí me afectaba mucho.<br />

Como no tenían baño y a mí me gustaba bañarme, lo<br />

hacía en las noches en el patio con una manguera.<br />

Francisco me acompañó a Trincheras y al rancho<br />

–que estaba muy llovido y fresco−, y en septiembre<br />

pasó por mí. En Hermosillo aproveché para ir al Palacio<br />

de Gobierno a solicitar que me siguieran otorgando<br />

la beca, pero como no sabía ni con quién debía<br />

dirigirme, sólo me dijeron que sí me iban a ayudar.<br />

Albita, quien se mostraba ya un poco apática, sí hubiera<br />

logrado que continuara recibiendo la beca que<br />

me habían retirado.<br />

Regresamos a la Ciudad de México, pero ya no<br />

pude seguir estudiando el bachillerato y únicamente<br />

asistía a la escuela de ciegos a las clases de masoterapia.<br />

Esta vez me inscribí como alumno regular, y podía<br />

trabajar por las mañanas hasta las tres de la tarde.<br />

Ya me gustaba la terapia y había comprado seis libros<br />

de anatomía en braille. Como no se me hacía difícil<br />

me gustaba lucirme, ya que uno podía hacer una<br />

pregunta a un compañero de algún tema relaciona-


CUANDO EL SOL SE FUE 7<br />

do con anatomía y si no la contestaba, el mismo que<br />

hizo la pregunta tenía que responderla. Lo hacía con<br />

gusto porque yo ya había estudiado y me alegraba de<br />

que no me pudiesen responder; hasta que un día el<br />

profesor, que también era ciego, me bajó los humos<br />

diciéndome:<br />

−Señor Flavio, el burro puede ser sabio preguntando,<br />

pero contestando no. Si yo le hago una pregunta<br />

no me la podrá responder.<br />

Quedé apenado porque, ciertamente, preguntaba<br />

sobre lo que sabía. En clase me la pasaba muy bien<br />

trabajando con huesos humanos. Teníamos además<br />

un esqueleto armado en una vitrina, el maestro lo<br />

utilizaba para explicarnos el funcionamiento de huesos<br />

y músculos. También un médico nos hablaba de<br />

medicina y las clases resultaban muy amenas.<br />

Llegó el mes de noviembre de 1970. Francisco no<br />

había logrado inscribirse en ninguna escuela y, por<br />

mala suerte, a su única hermana le habían diagnosticaron<br />

cáncer en los pulmones por lo que tuvo que regresarse<br />

a Sonora. Yo seguí en la casa de huéspedes.<br />

Seguía frecuentando a la profesora Consuelo y los<br />

sábados me iba a comer a su casa en Coyoacán. Me<br />

brindaba su amistad y sus consejos que trataba de<br />

llevar a cabo, me daba algún dinero y también me<br />

ofrecía comida deliciosa, de modo que regresaba por<br />

la tarde muy satisfecho.<br />

En ese entonces, un muchacho que había llegado<br />

a ser buen amigo mío cuando estudiamos juntos la<br />

primaria me invitó a trabajar. Su familia se dedicaba


8 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

al comercio y tenía un puesto en La Merced. Me dijo<br />

que trabajaría en unos puestos de ropa, que él me iba<br />

a ayudar y me iba a ir bien. Conocía el comercio y me<br />

daba el veinte por ciento de las ventas. Me convino<br />

porque había días buenos, cuando vendía hasta dos<br />

mil pesos.<br />

Él estaba casado con una muchacha que yo había<br />

conocido desde que llegué a México. Era muy jovencita,<br />

apenas de diecisiete años. Trabajábamos dos<br />

puestos de ropa; yo atendía uno y la señora estaba<br />

al pendiente de los dos. Se nos amontonaba mucha<br />

gente. La llevaba muy bien con ella, pero él era muy<br />

mujeriego y le gustaba la tomada. Yo no quería hacerme<br />

vicioso, pero, por la amistad que tenía con él, me<br />

veía forzado a irme de farra los domingos.<br />

No me gustaba ese trabajo porque estaba en un lugar<br />

en donde había mucho tráfico de camiones y se<br />

respiraba mucho humo. Entre semana salía a las tres<br />

para ir a la clase de masaje, pero sábados y domingos<br />

el turno era de doce horas: de las ocho de la mañana<br />

a las ocho de la noche. Aunque tenía el veinte por<br />

ciento de las ventas no me rendía, porque los domingos<br />

nos íbamos a Garibaldi y le dábamos en la torre<br />

a todo.<br />

Mi amigo y patrón quiso entrar a clases de masaje,<br />

pero no pudo porque había que estudiar y él no era<br />

de los que ponían muchas ganas. Como yo ya había<br />

estado de oyente no se me dificultó. Duré como unos<br />

tres meses en ese trabajo y mejor me retiré porque no<br />

me servía de nada.


CUANDO EL SOL SE FUE<br />

En las vacaciones de ese año de 1970 no fui a Sonora<br />

porque tenía que trabajar para entrarle con más<br />

empeño al segundo año. Debía entregarme más al<br />

estudio, ya que se tornaba más complicado y exigente.<br />

Me cambié a un dormitorio que daba asilo a personas<br />

que no tenían hogar y a estudiantes ciegos y<br />

también me anoté en un comedor para estudiantes<br />

en donde cobraban una cuota módica. Tenía muchos<br />

deseos de ir de vacaciones, pero me sacrifiqué porque<br />

quería terminar mis estudios pronto para regresarme<br />

a Sonora con mi gente, ya que no los olvidaba. Trabajé<br />

dos meses y no pude ahorrar mucho, pero sí logré<br />

comprar zapatos buenos, y también pantalones y camisas<br />

para estar más o menos preparado.<br />

Ese diciembre sólo se quedaron algunos compañeros<br />

en el dormitorio. Añoraba mucho mi tierra y a<br />

menudo me iba a la Colonia Roma, con la que estaba<br />

familiarizado, a recordar el tiempo en que viví ahí.<br />

Iba a visitar a doña Rita con quien había estado hospedado,<br />

y trataba de llevarle algunos presentes, como<br />

dulces y juguetitos baratos para su pequeña sobrina<br />

que vivía con ella.<br />

Había conocido también a una norteamericana<br />

llamada Taira Ulrich, ella era muy bondadosa y, al<br />

enterarse de que me quedaría a pasar esos días en el<br />

dormitorio, le pagó a doña Rita para que yo fuera a<br />

su casa durante diez días a pasar la Navidad y el Año<br />

Nuevo en familia. Fui algunas veces, pero me regresaba<br />

al dormitorio para no dar lata. Pasaron las fiestas<br />

decembrinas y tenía la esperanza de que en 1971 las<br />

cosas cambiaran para bien. Tenía mucha fe en Dios y<br />

puse mucho entusiasmo en terminar bien el estudio


100 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

técnico que había escogido, ya que mi condición no<br />

me permitía estudiar algo mejor que esta profesión.<br />

El 22 de marzo de 1971 se celebró el centenario de<br />

la Escuela Nacional para Ciegos Lic. Ignacio Trigueros,<br />

nombrada así en reconocimiento del fundador<br />

de la escuela en México; la fiesta fue en grande, pero<br />

no pude asistir a todos los eventos porque tenía que<br />

estudiar, pues quería salir bien. A donde sí pude ir fue<br />

a visitar su tumba, que se encuentra en el Panteón de<br />

los Virreyes ubicado en lo alto del Cerro del Tepeyac,<br />

en la explanada de la Basílica −para llegar al panteón<br />

debe subirse una escalinata de aproximadamente<br />

doscientos cincuenta escalones.<br />

En mayo nos mandaron a prácticas a los hospitales;<br />

junto con otros tres compañeros –Delfina Flores,<br />

Pedro Barbosa y Jesús Infante− me tocó practicar durante<br />

dos meses en el Hospital Músculo-Esquelético<br />

o Centro Número Cinco. Eran ahí bastante exigentes,<br />

pero eso me ayudó mucho: teníamos que ir uniformados<br />

y checar entrada y salida a las siete y las trece<br />

horas, ya que nos calificaban la puntualidad y la forma<br />

de desenvolvernos en el trabajo.<br />

Yo procuraba llegar a las seis y media o antes de las<br />

siete, Delfina igualmente, siempre llegábamos antes<br />

que Pedro y éste nos pidió de favor que checáramos<br />

su tarjeta para que quedara registrado igual que nosotros;<br />

nuestras tarjetas estaban marcadas con braille,<br />

yo llegaba y checaba la mía y la de él, luego Delfina<br />

checaba la suya y también la de Pedro, después aparecía<br />

el compañero y volvía a checarla, como ninguno<br />

de los tres nos enterábamos de que alguien ya había<br />

checado la tarjeta, cometíamos ese error hasta que le


CUANDO EL SOL SE FUE 101<br />

llamaron la atención a Pedro por tantas entradas y<br />

salidas. Tuvimos que aclarar con la directora que no<br />

eran entradas y salidas, sino tres checadas de entrada.<br />

Terminamos las prácticas a fines de junio y sólo restaba<br />

esperar a que los encargados del hospital pasaran<br />

la aprobación o rechazo de las mismas –rara vez<br />

reprobaban a alguien– a la Secretaría de Salubridad y<br />

Asistencia, dependencia que nos daba el certificado<br />

de aprobación sellado.<br />

Esta vez sí hice mis maletas y me fui de vacaciones<br />

a mi tierra, donde buscaba establecerme. Visité a Albita<br />

y le platiqué que había terminado mis estudios<br />

técnicos y pretendía regresar, lo que no le pareció y<br />

me dijo que mejor me conseguiría otra beca para que<br />

me quedara en México, pues pensaba que no podría<br />

sobresalir en Sonora. Yo no quería seguir en el D. F.<br />

porque la veía muy difícil; también aquí lo sería: no<br />

había ciegos que se desenvolvieran en el campo de<br />

la terapia y, por lo tanto, no podrían tenerme confianza.<br />

Pero me dije que iba a lograr desarrollarme<br />

en Hermosillo. Regresé a México, me puse a trabajar<br />

y conseguí mi certificado de estudios. Tenía que buscarle,<br />

ya que yo no era de los que se pasaban todo el<br />

día sentados en los puestos que daban a los ciegos<br />

para que los ampararan. Conseguí un puesto en un<br />

mercado, a donde iba por la mañana un rato y por la<br />

tarde atendía a unos pacientes de masajes.<br />

Transcurrió el año de 1971; en vacaciones estuve<br />

en Sonora y, aunque me sentía un poco desmoralizado,<br />

no mostraba ninguna preocupación pues tenía<br />

fe en Dios y en mí mismo, y la esperanza de que iba


102 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

a lograr mis propósitos. Me encontré con la novedad<br />

de que mi hermano Claudio se iba a casar, pero no<br />

pude estar en la boda porque tenía planes para ver<br />

qué podía hacer para regresarme a Sonora, uno de<br />

mis objetivos.<br />

Pasé la navidad un poco triste porque ya se había<br />

ido otro año más y no había logrado lo que pretendía;<br />

todos los años me fijaba una meta y me fallaba.<br />

Para 1972 yo quería regresar a Sonora o irme a la Paz,<br />

Baja California, pero no quedarme en México, aunque<br />

no tenía una mejor opción que permanecer en el<br />

Distrito Federal.<br />

Continuar en la Ciudad de México me estaba resultando<br />

muy difícil. Necesitaba un buen trabajo y<br />

no lo tenía, sólo un puesto en el Mercado de Jamaica,<br />

un punto de los buenos, según los líderes. Me pagaban<br />

treinta pesos diarios, o sea doscientos diez a la<br />

semana, sin embargo, por lo regular no me los daban<br />

porque decían que estaban mal las ventas o me salían<br />

con cincuenta pesos y en ocasiones ni eso, pero los<br />

dejaba porque en realidad sí se portaban bien conmigo.<br />

Al menos no gastaba en comida y charlaba<br />

mucho con la familia que atendía el puesto, lo que<br />

me gustaba porque me permitía divagar y olvidar mis<br />

problemas.<br />

Seguían pasando los días. Siempre me acompañaba<br />

un muchacho ciego originario de Sinaloa, muy listo,<br />

que me había conseguido el lugar en ese mercado.<br />

Pero a lo poco que ganábamos le dábamos en la torre<br />

los domingos, cuando no teníamos ninguna actividad.<br />

Como nos llevábamos bien tenía que “jalar con


CUANDO EL SOL SE FUE 103<br />

él a matar el domingo”, como él decía. Nos íbamos a<br />

unos cafés que había muy cerca del dormitorio. Eran<br />

lugares de “mala nota”. Pero tenían sinfonola y muchachas<br />

muy simpáticas, y ahí pasábamos las tardes<br />

sin sentir el avance de las horas, pero el poco dinero<br />

que lograba reunir se me iba como agua y ya no estaba<br />

conforme con esa forma de vida en la capital.<br />

Quería salir de ahí y le buscaba por todos lados.<br />

De este modo terminé el año 1972 y al inicio del<br />

73 me ofrecieron un trabajo en Celaya, Guanajuato,<br />

como masajista en un hospital; me pareció muy bien,<br />

pero se quedó sólo en la promesa: la persona que me<br />

lo había ofrecido era un compañero ciego que iba a<br />

dejar ese puesto porque él se iba a trasladar a Mexicali,<br />

yo entusiasmado le creí, me dijo que lo esperara<br />

una noche para irnos juntos a Guanajuato para<br />

presentarme con las autoridades del hospital donde<br />

supuestamente trabajaría, quedamos de vernos en un<br />

lugar, pero fue puro cuento pues me dejó plantado.<br />

En mayo de 1973 le pedí a un sacerdote español, al<br />

que me habían presentado hacía algunos meses y se<br />

había mostrado muy amable conmigo, que me ayudara<br />

con sus contactos en Guadalajara para buscar<br />

una oportunidad de trabajo. Me dio una carta dirigida<br />

a sus amigos, lo que aumentó mi esperanza de<br />

lograr algo en esta ocasión.<br />

En cuanto me fue posible me trasladé a Guadalajara<br />

donde estuve dos días hasta que localicé a la persona<br />

que con muy buena intención me había recomendado<br />

el padre Miguel. Era un señor mayor, y cuando<br />

me presenté con él buscó evasivas diciéndome que


104 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

no era a él, sino a su hermano a quien yo buscaba y<br />

que necesitaba más explicaciones. Le di las gracias y<br />

me retiré muy desmoralizado. Tal vez fue lo mejor<br />

porque los sueldos que pagaban eran muy raquíticos,<br />

según pude comprobar en La Casa del Niño Ciego<br />

donde me ofrecieron empleo como instructor para<br />

que otros aplicaran la terapia, por ese trabajo me pagarían<br />

únicamente cuatrocientos pesos. Al regresar a<br />

México no volví a buscar al padre –me había encargado<br />

que lo visitara para darse cuenta de la atención<br />

que me daban las personas a las que había dirigido<br />

su carta–, ya que me dio pena decirle que me habían<br />

tratado con desaire. Preferí que ellos le contaran su<br />

versión como quisieran.<br />

Aunque por entonces permanecía en un dormitorio<br />

para estudiantes ciegos, iba seguido a la Colonia<br />

Roma, donde una señora ciega cubana llamada<br />

Jorgelina me rentaba un cuarto muy pequeño −que<br />

solamente tenía un sofá cama− en el que guardaba<br />

algunas de mis pertenencias; un día del mes de mayo<br />

llegué y me dijo que había llamado un doctor de Sonora<br />

y había dejado dicho que se encontraba en la<br />

Ciudad de México y que me comunicara con él. Inmediatamente<br />

me comuniqué con el doctor Gastón<br />

Cano, gustoso de que un sonorense me buscara. Nos<br />

saludamos y entre la plática me preguntó:<br />

−¿Qué has pensado, Flavio?¿Te quieres quedar aquí<br />

en México?<br />

−No, nunca he pensado en quedarme.<br />

−Vengo por ti. Si los sonorenses no hacemos grande<br />

a Sonora no podemos esperar que otros vayan a hacerlo.<br />

Vete, te voy a ayudar a que consigas un trabajo.


CUANDO EL SOL SE FUE 105<br />

Me dio mucho gusto escuchar esas palabras. ¡Claro<br />

que me iba!, si lo que deseaba es que algún sonorense<br />

me diera la mano. Contento le di las gracias.<br />

Sabía que sería difícil, pero estaba determinado a lograrlo.<br />

Desde ese momento cambió mi semblante, no<br />

dije nada, pero ya tenía una esperanza y la fe que no<br />

había perdido. Seguí trabajando entusiasmado con<br />

algunos clientes para masaje que me buscaban porque<br />

les agradaba mi atención hacia ellos, a la cual correspondían;<br />

era un ambiente muy distinto al medio<br />

en el que me había estado desenvolviendo. Ya no me<br />

quedaba en el dormitorio, pues ahí me veía obligado<br />

a irme de parranda los domingos, y lo que quería era<br />

juntar dinero para regresar a Sonora.<br />

Por fin el veinte de julio de 1973 tuve listos los<br />

preparativos para volver a La tierra del fuego, así le<br />

llamaba a Sonora por el calor y porque se oía más elegante.<br />

Recuerdo que me tocaron unos aguaceros que<br />

me dejaron hecho sopa; empaqué una ropa mojada<br />

y así me la llevé, unos zapatos nuevos se me echaron<br />

a perder, pero no me importaba porque ya me iba y<br />

tenía una esperanza. Quise conseguir un pase para<br />

gastar menos en el pasaje y me lo negaron, esto en<br />

vez de molestarme o hacerme sentir mal alentó mi<br />

espíritu, pues no me trataron como discapacitado.<br />

Compré el boleto y ni siquiera me hicieron descuento,<br />

pero estaba feliz.<br />

Cuando llegué a Hermosillo hacía mucho calor,<br />

pero me lo aguantaba. No encontré a Pancho Vásquez,<br />

el muchacho que había querido estudiar en<br />

México y que siempre me acompañaba a todas partes<br />

cuando regresaba. Así que tomé mi bastón y fui a vi-


106 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

sitar al doctor Cano, él se portó muy atento conmigo<br />

y de inmediato me llevó al DIF donde estaba como<br />

jefe de medicina física el doctor Marco Aurelio Larios.<br />

Éste me llenó una solicitud sin darme muchas<br />

esperanzas, lo hizo porque me acompañaba el doctor<br />

Cano. Me dijo:<br />

−Espera a ver si sale algo, nosotros te vamos a avisar.<br />

Le di las gracias y nos retiramos. Me despedí del<br />

doctor Cano.<br />

Tenía fe en que conseguiría un trabajo en Hermosillo.<br />

Me fui al rancho con mi mamá, Claudio y su<br />

esposa Dora, en donde estuve hasta el mes de septiembre<br />

cuando volví a Hermosillo para indagar qué<br />

había pasado con mi solicitud de trabajo. Recuerdo<br />

que me tocó estar en la capital el dieciséis de septiembre<br />

cuando tomó posesión como gobernador de Sonora<br />

don Carlos Armando Biebrich. Lo escuché por<br />

radio.<br />

Con muchas esperanzas de lograr algo, me presenté<br />

en el DIF. El doctor Larios, de carácter un poco áspero,<br />

me dijo que no abrigara esperanzas y que no echara<br />

vueltas, que si había algo ellos me lo comunicarían.<br />

Pero ni eso apagaba mi entusiasmo. Regresé al rancho<br />

donde estuve unos días. Me acomedía en todas<br />

las labores de la casa; no era lo mismo que cuando<br />

estaba sólo mi mamá. Aunque no tenía dinero para<br />

hacerle frente a la vida quería estar con mi gente.<br />

En noviembre volví al DIF en Hermosillo a darles<br />

lata preguntando si no había salido algo para mí. De<br />

nuevo me dijeron que no me apresurara, ya que era


CUANDO EL SOL SE FUE 107<br />

muy difícil, casi imposible, conseguir un trabajo ahí,<br />

pero no me apagaban la fe que mantenía en Dios y<br />

en mí mismo.<br />

De Hermosillo me fui a la Ciudad de México con<br />

el fin de vender el lugar que tenía en el Mercado de<br />

Jamaica por el que pensaba pedir dos mil pesos. Al<br />

cabo de una semana se me acabó el dinero y no logré<br />

que me dieran nada. Me ponían muchas trabas y aunque<br />

los señores que me trabajaban el puesto ya tenían<br />

más de tres meses y me debían ya unos tres mil pesos,<br />

a duras penas conseguí que me dieran cuatrocientos.<br />

Más me desilusioné de la Ciudad de México; no quise<br />

saber más de asociaciones de ciegos ni de puestos y<br />

regresé a Sonora, y aunque no me gustaba causar molestias<br />

compré con el poco dinero que tenía algunos<br />

vinos para regalar a mi hermano y a mi cuñada y estar<br />

unos días con ellos. ¿Cuánto tiempo?, no sabía...<br />

En los días navideños me fui a Nogales –ciudad a<br />

la que no había regresado desde que se casó mi hermana<br />

en 1958– y pasé ahí las fiestas muy contento<br />

con mi mamá y mis hermanos Tere y Salomón. No<br />

quería ser una carga más, pero no tenía otro lado a<br />

donde ir; Salomón trabajaba en un carro de sitio y<br />

más o menos le iba bien, pero, al igual que mi hermana,<br />

estaba muy limitado por lo que me daba pena<br />

estar causando molestias.<br />

Transcurría el tiempo y no dejaba de comunicarme<br />

al DIF de Hermosillo, pues quería conseguir trabajo.<br />

El 24 de enero sorpresivamente me llamaron para<br />

que me presentara en la ciudad de Navojoa, donde<br />

había una oportunidad en un centro de rehabilita-


108 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

ción recién inaugurado. Muy emocionado empecé<br />

a hacer los preparativos para irme, pero no contaba<br />

con dinero. Tenía únicamente ciento cincuenta pesos<br />

y muy poca ropa; mi hermano Salomón me compró<br />

dos pantalones en El Otro Lado, le pedí además un<br />

préstamo de doscientos pesos y me prestó cuatrocientos.<br />

Me fui al rancho acompañado de un sobrino para<br />

recoger unos documentos y darles la noticia de que<br />

me iba a trabajar a Navojoa.<br />

El día 27 me fui a Hermosillo, donde sólo estuve<br />

un día que aproveché para comprar unos zapatos –en<br />

la Zapatería Canadá, recuerdo− porque los que traía<br />

me apretaban bastante. Estaban junto con una ropa<br />

que unos parientes que vivían en Estados Unidos le<br />

mandaron a mi hermana y me los había regalado.<br />

Llegué a Navojoa a las ocho de la noche del 28 de<br />

enero y en cuanto bajé del autobús tomé un carro<br />

de sitio para que me llevara al DIF. Corrí con mucha<br />

suerte pues estaban en junta, que de no haber sido así<br />

no hubiera encontrado a nadie.<br />

Pasé con mi veliz y fui bien recibido por el presidente<br />

municipal don Samuel Ocaña y su esposa doña<br />

Albita Zaragoza, la directora Silvia Cevallos y algunas<br />

otras personas que estaban en la reunión. Quedé<br />

como encargado de la sala de terapia y ya previamente<br />

me había entrenado para hablar un poco de rehabilitación.<br />

Todos quedaron muy contentos y, por supuesto,<br />

también a mí todo me parecía bueno. Hubo<br />

ciertos puntos que les rebatí y eso fue lo que más les<br />

gustó; querían hacer algunas adecuaciones para ahorrar<br />

recursos −resultaban insuficientes− y no tener que


CUANDO EL SOL SE FUE 10<br />

comprar aparatos caros. Me pasaron al lugar donde<br />

iba a quedar la sala de terapia y me llevaron frente a<br />

una licuadora –más grande que una lavadora− donde<br />

preparaban el chocolate para los desayunos escolares.<br />

Decían que se podría adecuar para dar hidroterapia a<br />

los niños y les dije que no por hacer ahorros con adecuaciones<br />

había que arriesgarse a tener un accidente.<br />

Lo único con lo que se contaba era una mesa médica<br />

y aseguré que con eso podíamos empezar. Conforme<br />

se fuera creciendo se mandarían hacer mesas para la<br />

terapia y colchones para volverla más completa. Al<br />

fin y al cabo la terapia se realizaba con las manos y<br />

aunque los aparatos mecánicos eran muy buenos y<br />

útiles para hacer más rápido el trabajo y dar mejor<br />

atención a los pacientes, no habiéndolos por el momento<br />

habría que sustituir su función manualmente,<br />

ya que la terapia se inició con ejercicios manuales y<br />

movimientos pasivos y activos.<br />

Todos quedamos de acuerdo y el doctor Ocaña dio<br />

instrucciones de que me dejaran instalado en el Hotel<br />

Río Mayo, hasta donde me acompañaron la señorita<br />

directora Silvia Cevallos, una trabajadora social y el<br />

chofer, todos muy agradables. Me dieron una habitación<br />

de la planta alta, y de momento quise quedarme<br />

en el comedor, para conocer a los empleados quienes<br />

se portaron muy atentos. El hotel estaba en el centro<br />

de la ciudad y no me quedaba lejos el DIF; el chofer<br />

pasaba por mí y nos hicimos grandes amigos. El centro<br />

de rehabilitación iniciaría sus labores el día tres<br />

de febrero.<br />

En el transcurso busqué alojamiento en una casa<br />

de huéspedes que también se ubicaba en el centro


110 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

de la ciudad, quizá la única prestigiada que existía<br />

entonces, ahí se hospedaban ingenieros y licenciados<br />

y en la hora de mediodía pasaban a comer señoritas<br />

de Teléfonos de México y otros negocios cercanos.<br />

Tenía muy buen ambiente. La dueña era una señora<br />

ya grande, un poco despectiva y discriminante; en algunas<br />

ocasiones trataba de rebajarme, pero yo no la<br />

tomaba en cuenta. El encargado de la cocina y administrador<br />

era un joven homosexual, muy bueno para<br />

preparar toda clase de comidas. Aunque el ambiente<br />

era agradable no permanecí ahí mucho tiempo porque<br />

no soportaba la actitud de ese muchacho ni a la<br />

viejita, doña Cayita de la Huerta.<br />

Opté por buscar hospedaje en otro lugar que una<br />

señora me recomendó. Como ya tenía quince días trabajando<br />

pedí un préstamo para ir a Nogales pues me<br />

sentía muy contento de haber logrado hacer realidad<br />

un sueño. Como no tenía el pago con regularidad y<br />

en esta casa eran muy exigentes, me cambié a otra,<br />

propiedad de unos señores Valenzuela quienes sí se<br />

mostraron muy atentos. Esto fue en marzo de 1974.<br />

Poco a poco fui conociendo más personas, incluyendo<br />

a algunas jovencitas a las que parecía agradarles<br />

y me invitaban a sus casas. Se referían a mí como<br />

“el doctor”, lo que en un principio no me parecía<br />

bien, pero lo tomé por bueno, aclarándoles que era<br />

terapeuta físico. En Semana Santa volví a Nogales a<br />

visitar a mi mamá y a mis hermanos. Me la pasé tan<br />

bien que me pareció corto el periodo de vacaciones.<br />

Tenía treinta y dos años y me sentía realizado personalmente,<br />

sólo me faltaba el cariño de una mujer.


CUANDO EL SOL SE FUE 111<br />

Aunque mantenía mi carácter serio para no “volarme”<br />

con la primera muchacha que se me acercara, no<br />

dejaba de acelerárseme el corazón. Hubo algunas jovencitas<br />

que “me dieron entrada”, como vulgarmente<br />

se dice.<br />

Había una muchacha que me gustaba; pasaba por<br />

mí para que le diera terapia a una señora y me llevaba<br />

a su casa. Tenía una niña, pero no sé por qué razón<br />

la señora no permitió que hubiese ninguna relación<br />

conmigo.<br />

Otra jovencita –más agraciada físicamente que la<br />

primera− vivía en un rancho con su mamá y me invitaba<br />

a su casa. Como me llevaba muy bien con el<br />

chofer, y una señorita encargada en el DIF nos ofrecía<br />

uno de los dos carros para que fuéramos a dar<br />

la vuelta los domingos, después de algunas veces en<br />

que la muchacha había insistido, no me hice del rogar<br />

y fuimos a verla. Le caí bien a su mamá, doña<br />

Juana Palomares, y me dio permiso para que visitara<br />

a su hija menor, Josefina –Finita, como la llamaban−<br />

aunque no éramos novios. Esa tarde de los últimos<br />

de mayo pusieron un tocadiscos en el patio y se hizo<br />

el baile. La tierra estaba muy suelta y traíamos unas<br />

polvaredas, pero yo estaba encantado con mi amiga,<br />

hasta una foto me dio en prueba de amistad. Pronto<br />

se hizo de noche y nos retiramos. Iba que no cabía en<br />

mí, y me hacía ilusiones… Finita tenía veintiún años<br />

y yo treinta y dos, y pensaba que diez años de diferencia<br />

no eran muchos.<br />

Cuando regresamos la señora Norma, la dueña de<br />

la casa, me dijo que me habían ido a buscar, al pare-


112 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

cer para que le diera terapia a una persona.<br />

−Bueno, gracias –le dije−, ya mañana será otro día<br />

y sabremos qué es lo que quieren esas personas.<br />

Tenía sueño. Dormía en una recámara amplia en<br />

un catre de lona y a pesar del intenso calor, me arropaba<br />

con una sábana para evitar que me picaran los<br />

zancudos, de los que parecía haber millones. Sólo<br />

nos refrescábamos con un abanico. Ahí también se<br />

quedaba don Felizardo −un señor ya grande que era<br />

alcohólico, papá de la señora Norma de Valenzuela−,<br />

quien era muy atento conmigo. Cuando veía que despertaba<br />

y me sentaba para secarme el sudor y tratar<br />

de espantar los zancudos, don Felizardo se levantaba,<br />

hacía café y me llevaba una taza que me caía muy<br />

bien, por lo regular alrededor de las tres de la madrugada.<br />

Después me levantaba, me bañaba y salía al patio<br />

que daba hacia la calle esperando a que se levantaran<br />

los demás; desayunaba a las siete de la mañana y después<br />

pasaba por mí el chofer para llevarme al trabajo.<br />

Al principio eran muchos los niños que necesitaban<br />

terapia y querían que los atendiera, y no me alcanzaba<br />

el tiempo. Salíamos a las doce y media y alcanzaba<br />

a atender a la mayoría, pero regresaba como voluntario<br />

de cuatro a seis de la tarde para trabajar con los<br />

restantes.<br />

La señora que me había ido a buscar quería que<br />

atendiera a su mamá, una profesora jubilada muy<br />

activa que había padecido una embolia y presentaba<br />

parálisis. Su médico había recomendado que se le<br />

diera terapia. Fui a ver a doña Balvaneda y platicamos.<br />

Había que trabajar mucho pues sufría de hemiplegia


CUANDO EL SOL SE FUE 113<br />

izquierda; quedamos en que le iba a cobrar muy poco<br />

–sólo veinte pesos– y una de sus hijas pasaría por mí<br />

diariamente, ya que entre más trabajásemos obtendríamos<br />

más pronto su recuperación.<br />

Empezamos a trabajar con la terapia, descansando<br />

sólo los domingos. Un día, platicando con doña<br />

Balvaneda, me preguntó que si tenía novia. Le contesté<br />

que había conocido a una chamaca y me gustaba.<br />

Dijo que estaba dispuesta a darme una casa si el noviazgo<br />

cristalizaba.<br />

–Gracias, muchas gracias –respondí.<br />

Aunque le agradecía no podía ser posible. La atendía<br />

con mucho gusto, pero eso de regalarme una casa<br />

no debía ser. Era una señora muy culta. Me platicaba<br />

que había escrito un libro Los forjadores de los caminos<br />

de Sonora, y de hecho tenía un tío escritor que era<br />

secretario de educación en ese tiempo, don José Abraham<br />

Mendívil. Como ella ya se había jubilado había<br />

abierto una escuela particular que llevaba el nombre<br />

de su tío, la cual tuvo que clausurar al no poder atenderla<br />

por su enfermedad.<br />

La hija de doña Balvaneda, quien me llevaba a diario<br />

a su casa para darle terapia, me había platicado<br />

que tenía una hermana divorciada y que era muy bonita,<br />

como para que me interesara en ella. Un día me<br />

la presentó. Se llamaba Gloria Judith y no me pareció<br />

muy atractiva porque era muy liberal. No me gustó la<br />

forma de ser que percibí en ella. Al día siguiente pasó<br />

por mí y me invitó a comer.<br />

Me dio mucho gusto que me invitara a comer y le


114 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

dije a doña Norma que al rato regresaba, a lo que ella<br />

replicó:<br />

–Regrese temprano, no se le olvide que tiene que<br />

atender a un cliente en la tarde.<br />

–Sí, gracias, volveré pronto.<br />

Salimos. Venía en un carro de sitio y le indicó al<br />

chofer una dirección, fuimos a la casa de una amiga<br />

suya.<br />

–Vamos con una amiga a Pueblo Viejo –dijo ella.<br />

–Bueno, para conocer.<br />

Llegamos a la casa de su amiga −también era profesora−,<br />

estuvimos charlando. Cuando calculé que ya<br />

eran las cinco de la tarde, les dije que me la había<br />

pasado muy bien, pero que debía regresarme porque<br />

tenía un trabajo pendiente y no podía cancelarlo. No<br />

mentí, la verdad es que sí tenía compromisos que<br />

cumplir: una señora iba a llevar a su niña para que le<br />

diera terapia. Muy gentilmente la profesora se regresó<br />

conmigo para acompañarme.<br />

Aunque yo había vivido en México aún era inexperto<br />

en el trato con las mujeres, además, yo tenía<br />

principios muy bien fundamentados que mi madre<br />

me había inculcado y los llevaba en la sangre, por lo<br />

tanto, no concebía esa forma de ser tan liberal.<br />

Continué yendo a darle terapia a doña Balvaneda y<br />

su hija Gloria se hacía la aparecida; se mostraba muy<br />

atenta, me ofrecía café, me pasaba al patio en donde<br />

había árboles y me ponía una silla muy cómoda, me<br />

caía bien como amiga. Tenía tres niños, ellos se mostraban<br />

huraños y celosos, y yo trataba de ganarme su<br />

confianza, platicaba con ellos pues me inspiraban


CUANDO EL SOL SE FUE 115<br />

ternura porque estaban tristes debido a la enfermedad<br />

de su abuela quien los cuidó mucho tiempo.<br />

Los días corrían y la terapia se seguía aplicando con<br />

mucha fe. Llegaron las vacaciones escolares. Los profesores<br />

salieron a principios de junio, pero yo continué<br />

hasta el día veinte, y pronto pasó el tiempo. Me<br />

pagaron el retroactivo que sumaba tres mil pesos, y<br />

muy satisfecho de haber realizado un sueño le daba<br />

gracias a Dios. Me despedí de doña Balvaneda diciéndole<br />

que en pocos días continuaríamos la terapia.<br />

Uno de sus hijos me regaló un galón de vino Kalúa y<br />

Gloria me acompañó a que tomara el camión.<br />

Llegué a Nogales la tarde del 22 de junio de 1974;<br />

ahí se encontraban mi mamá y mis hermanos Tere,<br />

Salomón y Dimas. Esa misma tarde-noche empezó<br />

la fiesta de mi recibimiento, pues, como decía mi<br />

mamá:<br />

–No esperan más que un pretexto, y todos contentos.<br />

Le di a ella algo de dinero para que lo gastara en lo<br />

que quisiera y también a Tere. Trataba de pasar la mayor<br />

parte del tiempo con mi mamá y a ratos me iba<br />

con Salomón y con mi cuñada Martha y nos parrandeábamos.<br />

Mi cuñada nos aguantaba el relajo que<br />

hacíamos, mi hermano Salomón invitaba a un primo<br />

de nombre Gustavo Bermúdez, al que le decían “El<br />

niño”, para que amenizara el ambiente, pues era muy<br />

cómico y nos reíamos en grande con sus payasadas.<br />

Llegó el dos de septiembre y me reintegré al trabajo;<br />

no pude regresar a la casa en donde me hospedaba<br />

antes porque ya vivía en pareja con Gloria, pero


116 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

no me convencía estar atado a una mujer a la que<br />

no quería; mi amigo, el chofer, me decía que no me<br />

arrepintiera, que se veía buena mujer. Lo pensé y me<br />

quedé con ella, tomándola como mi compañera. El<br />

16 de septiembre la llevé a Nogales donde estuvimos<br />

un día muy contentos, pero mi mamá se encontraba<br />

en el rancho y no la conoció. Nos regresamos porque<br />

teníamos que trabajar.<br />

Transcurría el año de 1975 y en septiembre se cambió<br />

o le dieron cambio a Gloria a la ciudad de Nogales<br />

y me decía que yo también me cambiara, pero yo<br />

no podía porque en Nogales no había trabajo para<br />

mí, yo tenía que continuar en Navojoa porque allí<br />

me había iniciado y me había abierto paso para encontrar<br />

la manera de desarrollarme en lo que yo sabía<br />

hacer que era la terapia.<br />

Yo permanecía en Navojoa, era difícil irme a Nogales.<br />

En mi trabajo no tenía base y ni siquiera me<br />

pagaba el municipio, pero se buscaba la forma de<br />

que quedara en la nómina; mi sueldo se conseguía<br />

mediante un comité juvenil que apoyaba la Primera<br />

Dama y tenía que hacer actividades para reunir el dinero<br />

necesario. A mí se me hacía muy difícil conseguir<br />

trabajo allá. Seguía dando terapia a doña Balvaneda<br />

y a otros pacientes que requerían masaje curativo. Así<br />

transcurrió este año y yo continuaba trabajando con<br />

muchas deficiencias ya que no había dinero para cubrir<br />

mi sueldo. Los problemas se me habían multiplicado.<br />

Además, ya no podía estar en la casa de doña<br />

Balvaneda porque la señora que la atendía ya no era<br />

la que me asistía. Opté por irme a casa de mi amigo,<br />

el chofer del DIF, donde su esposa me asistía.


CUANDO EL SOL SE FUE 117<br />

Recibí el año 1976 con fe y entusiasmo de que me<br />

fuera mejor en todos los aspectos. Volví al trabajo en<br />

Navojoa y el mes de enero estuve en casa de doña<br />

Balvaneda, pero no podía continuar mucho ahí pues<br />

me traía de Nogales algunas latas que se me desaparecían.<br />

Mejor decidí hospedarme con una señora ya grande<br />

que daba asistencia a profesores. Supe de ella por un<br />

profesor un poco “deschavetado” que se llevaba bien<br />

conmigo. Estaban arreglándole la casa y nos quedábamos<br />

tres en un cuarto grande que no tenía puertas<br />

ni piso, durmiendo en unos catres de lona. Pasábamos<br />

mucho frío. No teníamos agua caliente, pero ya<br />

me había acostumbrado a bañarme con agua fría. La<br />

comida era modesta. Para la cena un vaso de leche y<br />

un plátano; en las otras horas sí estaba bien, pero era<br />

poco lo que nos cobraba y no podíamos pedir más.<br />

La casa estaba a cuatro cuadras del DIF y ya conocía<br />

el camino. Uno de los compañeros de hospedaje era<br />

profesor, trabajaba conmigo en el DIF y siempre me<br />

acompañaba, y cuando faltaba me iba solo. Con el<br />

otro muchacho que se hospedaba ahí también me<br />

llevaba muy bien.<br />

Casi todas las tardes iba a ver a doña Balvaneda,<br />

me sentía obligado a hacerlo. Ahí tomaba café –que<br />

yo preparaba− con pan. Algunas veces ella quería que<br />

le preparara café con leche y yo lo hacía con mucho<br />

gusto. La cuidaba una chamaca inexperta, pues estaba<br />

muy chiquilla, de apenas doce años. Otras veces había<br />

una muchacha muy activa que le ayudaba.


IV.- EL PASAJE OSCURO<br />

Gloria, doña Balvaneda y una comadre suya que vivía<br />

enfrente tenían una fe muy arraigada en las brujerías,<br />

cosa que yo no aceptaba, pero no decía nada por<br />

no discutir con ellas. Gloria decía que sabía practicarlas;<br />

que la familia del que había sido su marido le<br />

tenía pánico porque al separarse ella les había hecho<br />

unos hechizos y se les había muerto el ganado de ordeña<br />

que tenían. Yo me reía, pues no comulgaba con<br />

esas ideologías y más bien creía que me lo decía para<br />

atemorizarme.<br />

En la casa donde estaba hospedado había tres yucatecos<br />

muy frondosos del lado de la calle, y por<br />

entonces me empezó a despertar el canto nocturno<br />

de los tecolotes, sonido con el que estaba familiarizado<br />

pues también había en el rancho, los oía lejos en<br />

el monte, pero aquí en la ciudad se escuchaban muy<br />

cerca. Todas las noches me impresionaban esos cantos<br />

nada agradables, pero me persignaba, rezaba unas<br />

oraciones y me dormía.<br />

En agosto de 1976 me fui a la Ciudad de México<br />

con el fin de actualizarme en el funcionamiento de<br />

toda clase de aparatos que se utilizan en la terapia<br />

para realizar con más eficiencia el trabajo. Visité a<br />

algunos amigos y también a la profesora Consuelo<br />

Cornejo.


CUANDO EL SOL SE FUE 11<br />

Estuve en el Hospital Músculo-Esquelético o Centro<br />

Número Cinco. La administradora permitió que<br />

tomara datos de las instalaciones, las cuales estaban<br />

adecuadas para el trabajo de rehabilitación. Como en<br />

ese lugar había hecho mis prácticas, me sentía en confianza<br />

y me pareció bueno tomar algunos modelos<br />

de la forma en que se aplicaba la terapia, pero me<br />

encontré con la jefa de la sala –una señora con carácter<br />

de los mil demonios– y me dio una “enjabonada”.<br />

No quise saber más y salí “como perro con la cola<br />

entre las patas.”<br />

Me fui al INPI (Instituto de Protección a la Infancia),<br />

donde sí me trataron bien. Se encontraba al sur<br />

de la Ciudad de México y tenía un movimiento tremendo.<br />

Mi idea era conocer el uso de todo tipo de<br />

aparatos y su aplicación. La semana que permanecí<br />

ahí me pareció corta, una vez transcurrida, el director<br />

y el subdirector me dieron una constancia de mecanoterapia.<br />

Esto me cayó muy bien porque permanecer<br />

más tiempo requería bastante dinero y no llevaba<br />

suficiente. Quedé muy contento y les regalé una de<br />

las botellas de whisky que había llevado para obsequiar.<br />

La otra botella se la llevé al director de la Secretaría<br />

de Salud, el señor Enrique Sánchez Suárez, quien<br />

se había portado muy cortés conmigo; de paso saludé<br />

a unas amigas, entre ellas su secretaria particular,<br />

con la que le dejé la botella porque él no se encontraba.<br />

También fui a visitar a la profesora Consuelo,<br />

yo quería contarle sobre mis logros obtenidos, ya que<br />

sentía mucho afecto y gratitud por ella pues me infundió<br />

entusiasmo para seguir adelante, no obstan-


120 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

te, me causó mucha pena no poder saludarla porque<br />

andaba en una consulta y únicamente platiqué con<br />

la señora que le ayudaba en su casa, ella era como de<br />

la familia, le dio mucho gusto verme y que estuviera<br />

bien. Esperé un buen rato, pero la profesora no llegó<br />

y me retiré.<br />

Me regresé a Nogales, a esperar que llegara septiembre<br />

para volver a Navojoa, me dediqué a buscar<br />

en dónde podía trabajar. Estuve con la primera dama,<br />

doña Anita Elías de Monroy. Hubo muchas promesas,<br />

pero sólo eso. Me dijeron que fuera con una trabajadora<br />

social de un centro de rehabilitación de Nogales,<br />

Arizona. Ella sí fue más eficiente, pero necesitaba<br />

tener pasaporte para conseguir algo ahí. Me propuse<br />

obtenerlo, me hicieron dar muchas vueltas y me pusieron<br />

muchas trabas, pero al final me lo dieron.<br />

Regresé a Navojoa y se me presentaron algunos<br />

problemas: la directora Silvia Ceballos, quien había<br />

estado desde que llegué y siempre se portó atenta,<br />

se iba a otro trabajo. El nuevo director trataba de sacarme<br />

de ahí, pues yo no tenía plaza –mi sueldo lo<br />

pagaba un comité juvenil organizado por la Primera<br />

Dama–, me ofrecía conseguirme una beca para que<br />

me fuera a estudiar a Hawai, no sé si era cierto, quizá<br />

sí, mas no se lo creí; pensé que, más bien, lo que quería<br />

era que me quitara del camino, pues nunca en el<br />

tiempo que estuve en México supe que hubiera becas<br />

para estudiar en Hawai, pero él sus razones tendría.<br />

Según este nuevo director, él transformaría el centro<br />

de rehabilitación de Navojoa, poniéndolo a la altura<br />

del de Ciudad Obregón; esa era la promesa que había<br />

hecho a las autoridades. Sin embargo, yo ya no me<br />

sentía a gusto ahí.


CUANDO EL SOL SE FUE 121<br />

Pasó la Navidad y llegó 1977. Ya no volví al trabajo<br />

en Navojoa pues ni siquiera los aguinaldos me<br />

dieron, y mejor decidí quedarme en Nogales. Me la<br />

pasaba muy mal pues estaba muy limitado y hasta<br />

llegué a pensar que sí estaba embrujado, en una ocasión<br />

pasé a visitar a San Francisco en Magdalena y le<br />

pedí que me ayudara para vencer todos los problemas<br />

que se estaban presentando, pude darme cuenta<br />

de que sí logré liberarme de muchas dificultades que<br />

se me presentaban y tuve más decisión para enfrentar<br />

muchos problemas y solucionarlos.<br />

El día tres de octubre fue mi hermano Claudio a visitarme.<br />

Le conté que quería dejar a Gloria y esperaba<br />

el momento oportuno para hacerlo, finalmente tomé<br />

la determinación y nos separamos. Cuando dijo que<br />

el día siguiente regresaría a Trincheras, le pedí que<br />

llegara por mí. El día cuatro él y un primo me recogieron<br />

como a las once de la mañana. Fuimos a<br />

comer a un lugar donde vendían mariscos, y ahí los<br />

esperé hasta las cinco de la tarde; entretanto compré<br />

tres o cuatro bebidas para hacer consumo. Sólo traía<br />

como trescientos pesos que escondía en el doblez del<br />

pantalón. Salimos por la tarde y llegamos un rato a<br />

Magdalena, donde había un relajo tremendo. Quisimos<br />

llegar a ver a San Francisco, pero había mucha<br />

gente y seguimos a Trincheras, llegando ya entrada<br />

la noche a casa de mi tía Adriana. Como ya era tarde<br />

no quise despertarla; me saludó muy afectuosa por la<br />

mañana.<br />

Me quedé dos semanas en Trincheras, donde también<br />

se encontraba mi mamá. A mediados de mes fui<br />

con Claudio a Benjamín Hill, pues Dora, su esposa,


122 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

había dado a luz a unas cuatitas. De ahí le pedí a<br />

Claudio ciento cincuenta pesos para llegar a Ciudad<br />

Obregón donde tenía posibilidades de conseguir trabajo<br />

como terapeuta.<br />

Llegué a Ciudad Obregón la tarde del dieciocho de<br />

octubre. Me sentía muy cabizbajo, pero sacaba ánimo<br />

para que no se notara la pena que me agobiaba.<br />

Busqué a doña Berta, una señora que tenía un niño<br />

con parálisis cerebral. Le platiqué del problema que<br />

tuve con Gloria, y que no pensaba regresar con ella.<br />

Me dijo que me brindaba su hospitalidad para que<br />

me quedara en su casa y le diera terapia a su niño,<br />

pero que había que esperar a su esposo para consultárselo.<br />

Ahí estuve, clamando a Dios que me dieran<br />

alojamiento porque de otra manera iba a tener que<br />

irme a la central de transportes de Ciudad Obregón y<br />

esperar otro día para buscar la manera de conseguir<br />

trabajo. Otra de las posibilidades que me quedaban<br />

era contactar a un muchacho que vendía medicina<br />

homeopática y me había invitado a trabajar con él;<br />

juntos podíamos hacer sociedad.<br />

Ya de noche llegó don Alfonso, esposo de doña<br />

Berta, y me recibió muy bien. Me dijo que me podía<br />

quedar en su casa y agradecí a Dios que me hubiese<br />

llevado con ellos para que les ayudara con su niño.<br />

Respiré profundo y también di gracias a Dios porque<br />

al menos ya tenía un lugar en donde estar, lo que aliviaba<br />

un poco mi pena. Me quedé en un sofá estilo<br />

colonial, un poco duro, y me dieron una cobija que<br />

estaba rota para que me tapara, pero me sentí como<br />

en la gloria.


CUANDO EL SOL SE FUE 123<br />

Al día siguiente me familiaricé con el lugar y con la<br />

forma en que estaban dispuestos los muebles, y, sin<br />

pensarlo más, comencé con la terapia. La siguiente<br />

noche me quedé en una recámara que no tenía muebles,<br />

como no hacía frío dormí en el piso. El cuarto<br />

tenía una ventana grande que daba al patio. Serían<br />

como las doce cuando me desperté y comencé a pensar<br />

muchas cosas; en eso oí que un tecolote estaba<br />

cantando en el techo de la casa de enseguida y de<br />

inmediato empecé a rezar. El animal siguió ahí hasta<br />

que alguien le disparó con un arma de fuego y se<br />

fue.<br />

A los pocos días la señora Berta encontró a Gloria<br />

en una farmacia; se habían conocido en Navojoa<br />

cuando ella me llevaba a su niño para darle terapia.<br />

Gloria la saludó y de inmediato le preguntó si me<br />

había visto. Le contestó que no me había visto, que si<br />

Gloria no sabía nada de mí menos ella.<br />

Por mala suerte estas personas con las que había<br />

caído eran también fanáticas de las brujerías. Decía<br />

la señora Berta que yo estaba embrujado hasta los<br />

huesos, que fuéramos con un brujo que les había hecho<br />

muy buenos trabajos. Me convenció, aunque no<br />

creía. Rezaba en mi interior cuando me llevaban con<br />

el brujo Ramón. Llegamos a su casa y nos dijeron que<br />

volviéramos porque estaba dormido y no lo podían<br />

despertar.<br />

...Regresamos por la tarde y preguntamos por el señor<br />

Ramón, el brujo. Una señora nos informó, muy<br />

apesadumbrada, que ya no iba a volver porque había<br />

sufrido un infarto y había muerto. A la señora Berta le


124 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

dio un ataque de risa y no podíamos calmarla. Cuando<br />

la llevábamos decía:<br />

–Está embrujado hasta los huesos, ¡donde hasta<br />

mató al brujo!<br />

–Lo voy a llevar con un doctor que se portó muy<br />

mal conmigo –me decía en broma el señor Alfonso–,<br />

a ver si también le pasa lo mismo.<br />

Yo no creía en brujerías, pero a la vez no dejaba<br />

de pensar: “…Y en esto que sí me tienen embrujado,<br />

porque estos animales parece que me andan siguiendo,<br />

aunque no los he vuelto a oír…”<br />

En ese entonces me relacioné con unas señoritas<br />

mormonas que me dieron su amistad y me invitaron<br />

a su iglesia. Se veía que formaban una comunidad<br />

muy unida y yo les platiqué mi situación; ellas<br />

me decían que entrara a su religión y los problemas se<br />

me iban a acabar, que me iban a encontrar una mujer<br />

y me ayudarían para que emigrara al estado de Yuta.<br />

Sí me hacían pensar, pero no quería nada regalado a<br />

cambio de mi voluntad; aunque me habían comentado<br />

que una de las misioneras que pasaban por mí<br />

estaba muy bien físicamente, ni así me convencían de<br />

que entrara a su religión.<br />

Me ilusionaba la idea de irme a Estados Unidos<br />

para capacitarme, pero me decían que para recibir su<br />

ayuda tenía que ser bautizado en su religión, hacer<br />

un juramento de no desertar y estar presto a servir. Lo<br />

pensé mejor, aunque me la pasaba muy mal económicamente,<br />

me di cuenta de que había muchos que<br />

trataban de sacar ventaja, y eso no me parecía.


CUANDO EL SOL SE FUE 125<br />

Me habían proporcionado una grabadora para que<br />

estudiara El libro del Mormón. Un día un muchacho<br />

que también asistía a su iglesia me invitó a tomar<br />

unas cervezas y a escuchar música. Según él, le daban<br />

dinero porque estaba muy mal económicamente,<br />

pero el muy “conchudo” se lo gastaba en cerveza.<br />

En eso estábamos cuando llegaron las misioneras y<br />

me vieron saboreando una cerveza –ellos no aceptan<br />

ningún tipo de bebidas embriagantes ni refrescos<br />

de cola o cigarros–. Aunque no estaba faltando a los<br />

principios pues no pertenecía a su religión, sí me dio<br />

pena que vieran que estaba utilizando la grabadora<br />

que me habían dejado para escuchar un casete de Los<br />

Tigres del Norte.<br />

Asumí toda la culpa y les dije que el muchacho no<br />

había cometido ninguna falta. Lo hacía para que me<br />

dejaran en paz y a él no lo perjudicaran, pero no me<br />

creyeron y dijeron que me iban a dar otra oportunidad.<br />

Estuve de acuerdo y me puse a estudiar El libro<br />

del Mormón, esto para que no me contaran, pero no<br />

me convenció. Muy amables me invitaron en Navidad<br />

y me la pasé con ellos tomando refrescos de sabores,<br />

sándwiches, galletas, etc.<br />

Me sentía muy agradecido con los señores de la<br />

casa en donde me habían dado alojamiento y trataba<br />

de ayudarlos en todo lo que fuera posible. Le daba<br />

terapia a su niño y me quedaba en la casa con otro<br />

de sus hijos, de siete años, cuando se iban a vender a<br />

los campos. Las misioneras mormonas iban a diario y<br />

algunas veces los señores las encontraban ahí, y también<br />

a ellos les platicaban de La Iglesia de Jesucristo


126 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

de los Santos de los Últimos Días, a la que ellas pertenecían.<br />

Cuando se quedaba en la casa otra señora que cuidaba<br />

al niño, me iba con ellos a los campos en donde<br />

había bailes a vender tacos, permanecíamos allí hasta<br />

las dos o tres de la mañana. Como la señora no preparaba<br />

comida, yo comía lo que podía agenciarme;<br />

ya en la madrugada sobraban muchos tacos y me pegaba<br />

una hartada que, aunque ya no comiera en todo<br />

el día, me sentía satisfecho. Ellos no sé en dónde comerían<br />

porque todo el día se la llevaban en la calle y<br />

los ratos en que se encontraban ahí siempre estaban<br />

haciendo preparativos para la siguiente vendimia en<br />

algún campo.<br />

Casi todos los días vendían. En ocasiones sólo salían<br />

los fines de semana, pero siempre andaban en<br />

actividades. La señora Bertha tenía un problema: a<br />

todo vendedor que llegaba a la casa le tomaba algún<br />

producto para pagar en abonos. A algunos ni el<br />

enganche les daba, y yo tenía que estar sorteando al<br />

chorro de cobradores que desfilaban durante el día.<br />

Les decía que había salido, pero que ya traía el dinero<br />

y no se preocuparan, que se les iba a pagar.<br />

Había ocasiones en que se me juntaban cuatro o<br />

cinco cobradores; lo peor del caso era que les decía<br />

que yo era familiar de ella y me echaban la bronca<br />

queriendo que respondiera en su nombre. Había un<br />

señor prestamista muy ventajoso al que se le debía<br />

una cantidad, no sé cuanto sería, pero él quería que<br />

la señora le pagara de otra manera; así me lo expresó,<br />

pero yo no le dije a doña Berta. Cuando ella me


CUANDO EL SOL SE FUE 127<br />

comentó lo que quería este señor, le aconsejé que le<br />

diera su dinero y no se metiera en esos problemas.<br />

Me tenían por una persona seria y respetuosa, y<br />

es por eso por lo que la aconsejaba. Esto me daba<br />

la pauta para portarme bien y ser respetado por las<br />

personas con las que me iba relacionando, yo quería<br />

darme a conocer como terapeuta y tenía fe en que iba<br />

a salir adelante. El fin de año me la pase en un campo<br />

vendiendo tacos. Según el señor me dejaba ahí como<br />

un respeto para la señora, pero esta vez de nada valió.<br />

Volaban botellas y los policías disparaban sus armas;<br />

la señora asustada se subió al carro y yo me quedé<br />

cuidando que no se despacharan solos. Así que la<br />

veía muy difícil.<br />

Empezaba el año 1978 y yo no podía obtener ningún<br />

centavo. Al ver mi inquietud me decía el señor<br />

Alfonso Barba que no me desesperara, que pronto él<br />

se iba a alivianar y estaría en condiciones de ayudarme.<br />

La señora Berta un día me dijo:<br />

–Lo voy a llevar con otro brujo a Esperanza.<br />

Cuando estuve en consulta el brujo agarró un cuaderno<br />

y me preguntó mi nombre y el nombre de la<br />

persona que creía que me tenía embrujado. Doña<br />

Berta ya le había platicado un poco de la situación<br />

por la que estaba pasando. Y me dice:<br />

–Sí lo tienen embrujado. Yo puedo hacer un hechizo<br />

para liberarlo y que consiga trabajo y una mujer<br />

que de veras lo quiera. Sólo le voy a cobrar mil quinientos<br />

pesos.


128 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Sugirió que fuera lo más pronto posible, antes de<br />

que se fuera a agravar el problema y ya no se pudiera<br />

hacer nada. Le dije:<br />

–Sí, en cuanto tenga el dinero vengo.<br />

Nos despedimos. Fueron veinticinco pesos por la<br />

consulta. Cuando salimos ella me dijo:<br />

–Consígase el dinero, este brujo es una excelencia.<br />

Fíjese que él dice que se convierte en gato y trepa a las<br />

casas por las azoteas para dejar o tomar lo necesario<br />

para que se realicen los efectos de las brujerías.<br />

Yo no creía nada en este brujo y pensaba: “En cuanto<br />

pueda me salgo de esa casa.”<br />

Empecé a tener problemas con la señora porque en<br />

un arranque de nervios corrió a las mormonas porque<br />

según ella me andaban sonsacando, y éstas llamaron<br />

a la policía diciendo que me tenían secuestrado. Pasé<br />

una vergüenza cuando llegaron a “liberarme”. Por<br />

fortuna ahí estaba la señora Berta y les dijo a los policías<br />

que esas señoritas eran unas mentirosas, y que<br />

sólo los habían llamado porque ella las había corrido.<br />

Cuando me preguntaron si no estaba secuestrado<br />

les dije que de ninguna manera, que ya conocían los<br />

mitotes de las mujeres. En realidad ya algunas veces<br />

habían venido a la casa porque doña Berta decía que<br />

la vecina le echaba polvos malignos y por eso su niño<br />

estaba malo; aseguraba que ella había visto cuando le<br />

echaban cosas en el pasillo, pero la policía no podía<br />

hacer nada.<br />

Sentía ya el ambiente muy pesado. Quizá sólo fuesen<br />

figuraciones mías, pero sí me tocó experimentar<br />

algunos sucesos extraños en esa casa. Como una vez<br />

que estaba acostado en un catre de lona: cuando ya


CUANDO EL SOL SE FUE 12<br />

estaba durmiéndome muy a gusto me moví, la lona<br />

se rompió y fui a dar al piso; lo raro del suceso es<br />

que la lona era muy fuerte, de esas que se usan para<br />

los tapones de los canales de riego y me extrañó la<br />

facilidad con la que se trozó. Una mañana también<br />

me tocó presenciar cómo una de las ventanas grandes<br />

que tenía la sala tronó y cayeron los vidrios hechos<br />

añicos.<br />

En otra ocasión la señora me pidió que las acompañara<br />

a ella y a una bruja al panteón para traer tierra de<br />

la tumba de una persona que se llamara igual que su<br />

vecina para hacer un preparado y lograr que se fuera<br />

de ahí. Cuando llegamos al panteón su chamaco y yo<br />

nos quedamos en el carro; mientras esperábamos se<br />

produjo un corto y el carro estuvo a punto de incendiarse.<br />

Aclamé a Dios y a los santos de mi devoción<br />

para que no pasara a mayores.<br />

Llenaron una bolsa con tierra para mezclarla con<br />

chiltepines y otros menjurjes y esa misma noche la<br />

señora Berta me pidió que yo la tirara en el patio de la<br />

vecina. Ésta protestó y llamó a la policía. Era un montón<br />

de tierra el que le habían desparramado; como<br />

me vi obligado a participar y alguien nos había descubierto,<br />

me encontré metido en apuros. La vecina<br />

aseguraba haberme visto echar la tierra en el piso del<br />

patio, y doña Berta por su parte –aprovechando las<br />

circunstancias– decía que yo tenía la culpa porque la<br />

había tirado junta…<br />

Ya no quise saber más y tomé mis cosas. Me fui a<br />

Hermosillo con mi amigo Francisco Vásquez. Como<br />

sólo traía diez pesos venía pidiéndole a San Antonio


130 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

que pudiese encontrar un carro de sitio que me cobrara<br />

esa cantidad. Y me hizo el milagro. Cuando me<br />

bajé del camión en la central comencé a orientarme<br />

para darme cuenta en dónde estaba la salida a la calle<br />

y trataba de percibir hacia dónde caminaba la gente.<br />

En eso se me acercó un muchacho y con voz educada<br />

me dijo:<br />

–Buenas tardes, ¿espera a alguien?<br />

–No, quiero salir hacia la calle.<br />

–Yo venía por un hermano y como veo que no llegó<br />

le doy un raid hasta donde usted viva.<br />

Me acompañó a la salida y subimos a un Volkswagen.<br />

Di gracias a Dios y a San Antonio porque no me<br />

dejaban de la mano.<br />

Llegamos a casa de mi amigo Pancho. Él tomaba<br />

sus alimentos con unos parientes que vivían enseguida;<br />

en su casa también tenía refrigerador y estufa,<br />

pero no comida. Esperaba que sus familiares me invitaran<br />

a comer, pero sólo me ofrecían café, con lo que<br />

me daba más hambre. Yo le decía a Pancho:<br />

–Cómprate algo para comer.<br />

Compraba entonces tres pesos de bolonia y le pedía<br />

tortillas a su prima, o llegaba y él mismo tomaba<br />

lo que encontrara en la cocina, pero yo me tenía que<br />

aguantar el hambre. De vez en cuando me invitaban<br />

un plato de sopa que me parecía una delicia.<br />

Como a las dos semanas de haber llegado me encontraba<br />

en el patio, estaban unas primas de Pancho<br />

de visita y yo me hallaba un poco apartado de ellos<br />

cuando llegó un carro y me hablaron. Me acerqué<br />

y era doña Berta, me sorprendí al saludarla porque<br />

ella no sabía dónde encontrarme, posiblemente me


CUANDO EL SOL SE FUE 131<br />

había oído mencionar el lugar, pero no tenía alguna<br />

pista de donde hubiera podido obtener la dirección<br />

de Pancho, eso me dejó helado y pensé que quizá<br />

gracias a las brujerías ella no tuvo problemas para dar<br />

conmigo:<br />

–Vengo por usted –me dijo.<br />

Le avise a Pancho que regresaba en un rato. Me llevó<br />

a casa de una hermana suya, donde estaba también<br />

don Alfonso, su marido. Me contaron que iban<br />

a Calexico, California a consultar a un médico especialista<br />

en niños con PCI (Parálisis Cerebral Infantil)<br />

que les habían recomendado diciéndoles que era una<br />

eminencia. Tenían fe en que Lupito se iba a componer<br />

y sería un niño normal. Les dije:<br />

–¡Qué bueno que la fe no se les acabe porque es lo<br />

principal!<br />

Me dijeron que creían que me había venido enojado.<br />

–Con ustedes no puedo enojarme. Lo que busco es<br />

poder trabajar, por eso me vine. En cuanto me vaya<br />

bien, con mucho gusto voy a visitarlos.<br />

Nos encontrábamos en un taller de muebles que<br />

tenían sus sobrinos donde, de momento, me sentí<br />

mejor que en casa de Pancho. Tomamos café con pan,<br />

les deseé suerte y les reiteré que en cuanto pudiera iría<br />

a visitarlos y a ver cómo estaba Lupito, su hijo. Doña<br />

Berta me dio ciento cincuenta pesos que me cayeron<br />

muy bien porque no traía ni un cinco, como se dice<br />

vulgarmente. Como a las once de la noche uno de los<br />

muchachos me dio un raid y ya no tuve que gastar en<br />

carro de sitio.


132 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Con ese dinero en la bolsa, hice el plan de irme<br />

a Navojoa donde tenía unos clientes para terapia.<br />

Cuando Pancho me decía que sacara el dinero para<br />

comer no quise hacerlo porque se me iba a acabar y<br />

le decía que no íbamos a comer porque no traía ni<br />

un peso. Una prima de Pancho me invitó un café y<br />

una tortilla con mantequilla que me supieron muy<br />

buenos; a la hora de la comida no me aparecía para<br />

que no se vieran obligados a invitarme. Carolina –la<br />

prima de Pancho– tenía muchos chamacos y su esposo,<br />

quien era mueblero, no estaba con ella y lo que<br />

le daba no le alcanzaba para comer, e invitándome a<br />

mí menos.<br />

Mis planes eran irme esa misma tarde y esperaba<br />

que pasaran las horas. No había comido nada, pero<br />

andaba con ánimo aunque un poco débil. Serían<br />

como las cinco de la tarde cuando llegó un señor que<br />

conocía a Pancho y lo llamó. Me había visto con él<br />

pues pretendía a una vecina y seguido iba por ahí.<br />

–Ven, y trae también a tu amigo.<br />

Me acerqué y me presenté. Me dijo:<br />

–Soy Octavio Loustaunau y trabajo en la fiscal. Los<br />

voy a invitar a comer.<br />

¡Qué gusto me dio! “No –me dije–, San Antonio<br />

me ayuda”, pues yo le pedía que consiguiera de comer.<br />

Nos fuimos en su carro y nos platicó que la verdad<br />

era que había invitado a unos amigos y lo habían<br />

dejado plantado. La comida fue un delicioso choup<br />

suey y nos dijo que comiéramos lo que quisiéramos<br />

pues había mucho. Nos pegamos un buen atracón.<br />

Pancho era de buen comer y yo andaba por el estilo.<br />

El día siguiente me fui a Navojoa. Llegué con doña


CUANDO EL SOL SE FUE 133<br />

Balvaneda, se puso muy contenta. Cuando le dije que<br />

iba a estar unos días, me invitó a quedarme en su<br />

casa. Le dije que si Gloria se enteraba no le iba a parecer,<br />

a lo que replicó que ella era la dueña y si Gloria<br />

venía y se ponía carrascalosa la corría. Me quedé con<br />

mucho gusto.<br />

Otro día vino a buscarme una pareja para que le<br />

diera terapia a una señora que padecía hemiplegia<br />

y había ya visitado a muchos médicos, brujos y curanderos<br />

sin lograr ninguna mejoría. Tenían mucho<br />

dinero, pero tanto ella como él eran de trato muy<br />

difícil. Les habían dicho que lo único con lo que la<br />

señora podría curarse era con terapia, pero que fuera<br />

constante. Me contrataron y les dije que les iba a<br />

cobrar barato. No me preguntaron cuánto, lo que sí<br />

dijeron fue que si la señora se componía me harían<br />

un buen regalo.<br />

–Yo no quiero regalos, primero Dios que se componga.<br />

Me convino porque pasaban por mí a las siete de<br />

la mañana y allá desayunaba y comía muy bien; le<br />

daba a la señora dos sesiones de terapia –a las diez<br />

de la mañana y a las dos de la tarde– y a las cinco me<br />

llevaban a casa de doña Balvaneda.<br />

Trataba de estar ocupado todo el día para no pensar<br />

en los problemas y platicaba un rato con doña<br />

Balvaneda, a ella le gustaba mucho que le contara<br />

anécdotas de mi pueblo, se emocionaba, reía y olvidaba<br />

sus penas. Me decía:<br />

–Escriba un libro con todas esas cosas que me platica.<br />

Yo escribía, y de hecho escribí un libro: Los forjadores<br />

de los caminos de Sonora.


134 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Ya en la noche lavaba mi ropa, pues no contaba<br />

más que con cuatro pantalones buenos y unas cuantas<br />

camisas, pero los mantenía bien ordenados y para<br />

el trabajo usaba la ropa más viejita, así que siempre<br />

andaba bien arreglado y limpio.<br />

Más o menos un mes estuve dando terapia a esta<br />

señora. Tanto ella como el señor eran de esas personas<br />

que quieren ver resultados de un día para otro, y<br />

eso no es posible. Les decía que tuvieran paciencia,<br />

con paciencia se logran muchas cosas. Ya se apreciaba<br />

una leve mejoría, caminaba con un andador y ella<br />

también nos acompañaba cuando iban a dejarme.<br />

Les pedí que me dieran algo de lo que me debían y<br />

con dificultad me dieron veinte pesos; aunque tenían<br />

mucho, eran extremadamente tacaños. Por esos días<br />

fueron a ver a un brujo a Sinaloa, el cual les dijo que<br />

lo que yo le hacía la estaba empeorando y que él sí<br />

la iba a sanar. Cuando regresaron así me lo hicieron<br />

saber, un poco incómodos. A mí en realidad me cayó<br />

bien, pues ya no tendría que tratar con esas personas<br />

tan variables y difíciles.<br />

Al otro día me tocó ir a atender a un señor que<br />

tenía un problema con el nervio ciático. Se compuso<br />

y me pagaron muy bien. Como a los quince días<br />

fueron a buscarme los mismos señores que habían<br />

dicho que mi trabajo no servía como si nada hubiera<br />

pasado, para que siguiera con el tratamiento. Como<br />

sabían que andaba muy mal económicamente y no<br />

tenía dónde comer, me dijeron que tenían una muchacha<br />

nueva que hacía muy buena comida. Les dije<br />

que sí iba a seguir dándole terapia a la señora, pero


CUANDO EL SOL SE FUE 135<br />

primero tenía que ir a ver un trabajo para el que me<br />

hablaron y después volvería con ellos.<br />

Fui el fin de semana a Ciudad Obregón a visitar a<br />

la señora Berta –con la que antes había estado hospedado–<br />

y a su esposo para saludarlos, saber cómo<br />

les había ido en Calexico y cómo estaba Lupito. La<br />

señora muy contenta me dijo:<br />

–¡Qué bueno que viene! ¿Se va a quedar con nosotros<br />

unos días?<br />

Con pena, me contaron que el problema del niño<br />

era algo grave y ya no pudieron agregar más; no seguí<br />

preguntando.<br />

No dejaba de pedir a Dios y a San Antonio que mejorara<br />

mi situación, porque este santo siempre me oía<br />

y me ayudaba a resolver los problemas. Pasé la noche<br />

en casa de la señora Berta y me invitaron a cenar<br />

unos tacos porque en la casa casi nunca había comida<br />

–tenían en la cocina un refrigerador que no servía–,<br />

pero hacían un café colado muy bueno. Yo les estaba<br />

agradecido por lo bien que se habían portado conmigo<br />

cuando más lo necesitaba.<br />

Otro día, como a las once de la mañana, se estacionó<br />

un carro del que se bajó una persona:<br />

–¡Hasta que te encuentro!<br />

Salí a recibirlo, se trataba del ingeniero Manuel Andalón.<br />

También la señora Berta salió y lo invitó a pasar.<br />

Siguió diciendo:<br />

–Sí, te busco porque te necesito. Así es que no te<br />

vas a hacer el que no puedes. Es que está aquí en Sonora<br />

una hermana mía; su hija se accidentó y necesita<br />

que le den terapia. ¿Estás dispuesto?


136 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

–Sí, cómo no.<br />

El corazón se me aceleró y sentí que se me iluminó<br />

la cara de alegría. ¡Qué gusto sentí! La señora Berta<br />

me dijo:<br />

–¿Qué, se va a ir y nos deja?<br />

Y el señor don Manuel Andalón:<br />

–¿Entonces qué dices?, ¿nos vamos?<br />

–Sí, pero hasta el día de mañana.<br />

Era el quince de mayo de 1978. Me dejó doscientos<br />

pesos para lo que se me ofreciera y dijo que al día<br />

siguiente pasaría por mí. Di gracias a Dios.<br />

Un día después, como a las diez de la mañana, salimos<br />

hacia Navojoa. Bertita, la esposa del ingeniero,<br />

era muy amable conmigo. Ya había tratado a uno de<br />

sus niños y era por eso que don Manuel me buscó<br />

para que le diera terapia a su sobrina, lo que considero<br />

un verdadero milagro dadas las circunstancias en<br />

las que entonces me encontraba. Me presentaron con<br />

la doctora Catalina Andalón quien se mostró muy<br />

cortés, y con su hija Marta Gómez Andalón la cual<br />

permaneció muy callada. Platicamos y de inmediato<br />

comencé a trabajar en la terapia. Bertita nos prestó la<br />

mesa del comedor para que ahí diera la terapia mientras<br />

conseguíamos otra más adecuada para ello.<br />

Esta vez me hospedé con unos amigos que tenían<br />

un restaurantito. Sin querer llegué con ellos y les pregunté<br />

si sabían de un lugar donde pudiera quedarme,<br />

de inmediato me dijo don Tacho Valenciano, una<br />

persona muy tratable:<br />

–Aquí quédese. No le va a costar nada, más que lo<br />

que consuma en mi restaurante.<br />

Me dio mucho gusto saber que todo se iba solucio-


CUANDO EL SOL SE FUE 137<br />

nando y oré “¡Gracias, Dios mío, por todos los favores!”<br />

Estos señores tenían también un taller de carpintería<br />

blanca o de calidad. Al día siguiente le dije a la<br />

doctora Catalina:<br />

–Los señores con los que me hospedo son carpinteros.<br />

Me dijo que les preguntara en cuánto le salía hacer<br />

una mesa para la terapia. Como yo ya les había<br />

dicho las medidas más adecuadas ya sabía el costo.<br />

Quiso mandarla hacer y me dio el dinero. Al otro día<br />

llegaron con la mesa, le pareció buena, fuerte y muy<br />

liviana. La acomodó en una recámara que contaba<br />

con refrigeración, pues el calor era muy fuerte y así<br />

trabajaríamos mejor. El trabajo era agotador, pero yo<br />

estaba contento con Dios y con todos los santos.<br />

Seguía en el restaurante El Pacífico del señor Tacho<br />

Valenciano, el establecimiento estaba patrocinado<br />

por la cerveza Modelo que en ese tiempo se vendía<br />

mucho. Tanto don Tacho como la señora que trabajaba<br />

en la cocina se portaban muy bien conmigo.<br />

Conocí al esposo de ésta al que también le caí bien,<br />

aunque no iba mucho por ahí. Me llamaban “el doctor”.<br />

Me desayunaba y arreglaba para ir a darle terapia<br />

a Martita, así le llamaba de cariño, ya que en realidad<br />

era una chamacona de un metro ochenta y cinco centímetros<br />

de estatura. Tenía resueltos todos los problemas<br />

pues el chofer del señor Andalón pasaba por mí<br />

a las siete de la mañana, a mediodía comía en su casa<br />

y en la cena tomaba cualquier cosa, ya que la comida<br />

por lo regular era abundante y suculenta.


138 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

El cinco de junio de ese año la doctora iba a llevar<br />

a Marta a una consulta que tenía concertada con<br />

un especialista en problemas musculares, un médico<br />

muy acertado, según decían, en la ciudad de Phoenix.<br />

Como iban a permanecer allá una semana me dijo<br />

que iba a estar fuera y me dio una cantidad considerable<br />

de dinero para que fuera a ver a mi mamá. Regresando<br />

de Phoenix se irían a Guadalajara, me preguntó<br />

si estaba dispuesto a irme con ellos, le contesté que<br />

sí me iba, que me interesaba mucho trabajar.<br />

Para llegar a donde vivían mi mamá, mi hermano<br />

Claudio y su esposa Dora me acompañó un sobrino<br />

desde Nogales hasta Trincheras y de ahí al rancho.<br />

Estuve con ellos unos días. Mi mamá se encontraba<br />

muy triste porque mi tía Adriana había muerto el día<br />

cinco de junio –apenas hacía una semana–, pero ella<br />

era muy fuerte y tomaba las cosas con resignación. La<br />

tranquilizaba haciéndole plática de cosas buenas que<br />

nos habían ocurrido. Le conté que me iba a Guadalajara<br />

a trabajar dando terapia a la hija de una doctora<br />

que en un accidente había sufrido una lesión en la<br />

séptima vértebra cervical, lo que la había dejado paralítica;<br />

que un hermano de la doctora me había recomendado<br />

y, como yo no tenía un trabajo constante,<br />

me convenía irme a probar suerte en otro lugar. Ella<br />

me dio muchos consejos y me encargó que no dejara<br />

de pedirle a Dios que me protegiera; dijo que ella iba<br />

a estar pidiéndole que no me dejara de su mano y<br />

que nada malo me ocurriera. Me echó la bendición y<br />

me marché más tranquilo.<br />

Me fui a Nogales a casa de mi hermana Teresa, la<br />

doctora me había dicho que ahí me recogería cuando


CUANDO EL SOL SE FUE 13<br />

volviera de Phoenix, pero como se tardaban regresé<br />

a Navojoa y ahí esperé una semana más mientras venían.<br />

Al llegar me contaron que el doctor aseguró que<br />

todo iba muy bien, que en estos casos se componía<br />

uno en un millón y que podía decirse que era un milagro<br />

el que estaba efectuándose. Marta muy animada<br />

decía que de ninguna manera me iban a dejar ir.<br />

Ese mismo día llegaron también otras dos hijas de<br />

la doctora, Claudia y Miru, jóvenes muy educadas y<br />

amables a quienes les caí bien y me trataron como<br />

si me conocieran de siempre. Fuimos a la playa de<br />

Huatabampito y una sobrina de la doctora que vivía<br />

en Ciudad Obregón las invitó a su casa. Al tercer día<br />

pasaron por mí para seguir con la terapia; me fui a<br />

Ciudad Obregón en la parte trasera de un pick up,<br />

con un calor de los mil demonios. Improvisé para dar<br />

la terapia, mas como no había nada adecuado para<br />

darla nos regresamos a Navojoa.<br />

Casualmente el veinticinco de junio –como cuando<br />

por primera vez salí del rancho y de Sonora–, la<br />

doctora y Marta se trasladaron en avión a Guadalajara,<br />

fui al aeropuerto de Ciudad Obregón con uno de<br />

los choferes a dejarlas. Yo viajé el día veintisiete en el<br />

tren bala y llegué a las siete de la tarde del veintiocho.<br />

Estaba lloviendo mucho y esperé un rato hasta que<br />

llegaron la doctora y Miru. También iba Marta, muy<br />

asustada por la lluvia.<br />

Nos trasladamos a una suite del Hotel Guadalajara.<br />

Me sentía un poco desubicado en un lugar que<br />

no conocía y la suite me resultaba muy pequeña.<br />

Había llegado ya la mesa de terapia que enviamos el


140 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

día veintiséis; la llevaron hasta la puerta de la suite y<br />

únicamente cobraron cuarenta pesos, un servicio que<br />

nos pareció muy barato y eficiente.<br />

El hotel tenía una alberca y alrededor de ella muchas<br />

sillas; había también varios postes de metal que<br />

tenía que sortear para llegar a la suite. Salí y, muy callado,<br />

me senté a la orilla de la alberca. En eso me<br />

pregunta la doctora:<br />

–¿A dónde quiere ir?<br />

Le dije que quería buscar a un amigo que había<br />

conocido en la escuela para ciegos.<br />

–Me parece bien. Ahorita mismo vamos a buscarlo<br />

para que tenga con quien platicar.<br />

Fuimos a la Escuela del niño ciego y preguntamos<br />

por Eduardo Padilla. Un muchacho nos dijo:<br />

–Vino un rato hace unos tres días, pero él ya no<br />

está aquí.<br />

–Dígale que vino una persona a buscarlo.<br />

–Se lo diré cuando venga. Déjeme su nombre y el<br />

del lugar donde está viviendo.<br />

Le dije que en el Hotel Guadalajara y aseguró que<br />

le daría mi recado.<br />

La doctora y sus hijas fueron a visitar a unos parientes,<br />

me invitaron y acepté ir con ellas. Al llegar les<br />

dije que las iba a esperar afuera.<br />

–Pero vamos a durar mucho tiempo.<br />

–No importa, las espero aquí.<br />

Después de un rato salió una muchacha y me preguntó<br />

a quién esperaba. Le dije que venía con la doctora<br />

Andalón.<br />

–Ella es mi tía Catalina y yo soy la licenciada Lupita<br />

Vera. No tiene que esperar aquí solo. Véngase.


CUANDO EL SOL SE FUE 141<br />

Me tomó del brazo y me pasó a la casa. Al entrar<br />

pude tocar ligeramente la puerta de madera tallada,<br />

en el ambiente había un aroma suave, subimos unas<br />

escaleras alfombradas, el pasamanos –igual que la<br />

puerta– era de madera tallada, por lo que pude imaginar<br />

que era una casa muy elegante y grande. Llegamos<br />

a un lugar muy cómodo en donde estaba la<br />

doctora platicando, muy tranquila, con una señora.<br />

La muchacha le dijo:<br />

–Tía, ¿dígame por qué no pasó a este señor? No<br />

tiene perdón.<br />

–No –le dije–, lo que pasa es que yo no quise pasar.<br />

La doctora confirmó:<br />

–Así es, él no quiso pasar por más que insistí.<br />

Las personas de la casa se mostraron amables y dijeron<br />

que no tuviera pena, que era mi casa y cuando<br />

quisiera fuera a comer con ellos. Me sentí muy bien y<br />

les agradecí todas sus atenciones. Tomamos café con<br />

pastel y ya tarde regresamos al departamento.<br />

Al día siguiente acomodamos la mesa de terapia y<br />

le apliqué los ejercicios a Marta. Después de la comida<br />

salí un rato a sentarme junto a la alberca, cuidando<br />

de no caerme ya que no había ninguna protección<br />

y estaba al nivel del piso, pues con el bastón había<br />

notado que el agua estaba hasta el borde, derramándose.<br />

Más tarde llegó un médico, amigo de la doctora.<br />

Él no me tomó en cuenta cuando le dijeron que le<br />

aplicaba terapia a Marta, sólo comentó con un tono<br />

áspero:<br />

–¿Y crees que se va a componer con que esta persona<br />

le haga unos ejercicios?


142 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

–Pues sí lo creo, porque para Dios no hay imposibles.<br />

–Pues puedes hacer lo que quieras con tu hija.<br />

Esta conversación me intranquilizó pues temía que<br />

la doctora se dejara llevar por las opiniones de esta<br />

persona. Aunque ella tenía su criterio bien formado,<br />

sí analizaba los comentarios que le hacían.<br />

Como a las cinco de la tarde oí que alguien con un<br />

bastón se estaba acercando a la alberca y dije:<br />

–¡Cuidado que estás junto a una alberca!, ¿a quién<br />

buscas? Ya se dirigió a mí.<br />

–Busco a un señor Flavio que preguntó por mí en<br />

la escuela.<br />

–Soy yo, ¿tú quién eres?<br />

–Eduardo Padilla; vine a buscarte para saber qué se<br />

te ofrece.<br />

Un rato después salió la doctora y le dije:<br />

–Este es el muchacho que fuimos a buscar ayer.<br />

Eduardo le dijo que me iba a llevar a una asociación<br />

que estaba en el centro y regresaríamos un poco<br />

tarde. Le dije a la doctora que no se preocupara, que<br />

al rato regresaba.<br />

–Pero ya es muy tarde.<br />

–No importa, la noche y el día son iguales para nosotros.<br />

Lo voy a acompañar, no tenga pendiente –respondió<br />

Eduardo.<br />

–Está bien, nada más cuídense mucho.<br />

Nos fuimos a la asociación. Tomamos un camión<br />

que nos dejó a una cuadra y al llegar me presentó a algunos<br />

de los integrantes. Un maestro llamado Sebastián<br />

Anguiano Manzano, muy preparado y amable,


CUANDO EL SOL SE FUE 143<br />

comentó que la siguiente semana quería que fueran<br />

a llevarle serenata por su cumpleaños a la señora Irene<br />

Adoración Pelayo, oficial mayor del gobierno de<br />

Jalisco en esa época, se había portado muy bien con<br />

ellos por lo que se sentían en deuda y era una manera<br />

de corresponderle. Me invitaron y quedé en acompañarlos.<br />

Ya como a las once de la noche, mi amigo me<br />

dejó hasta la puerta del departamento. La doctora salió<br />

y Eduardo le dijo:<br />

–Aquí le traigo al niño.<br />

–No tienen comparación ustedes los ciegos. Son el<br />

demonio –contestó ella.<br />

–Bueno, mañana vengo por ti.<br />

–No, yo me voy solo.<br />

Empezaba a aprender a utilizar el transporte público<br />

en la ciudad de Guadalajara.<br />

El día que fuimos a llevarle serenata a la señora Pelayo<br />

nos reunimos un grupo como de quince muchachos<br />

ciegos. Ahí conocí a otros que aún no me habían<br />

presentado; iba también el maestro Anguiano, él me<br />

había invitado. Tocaba muy bien el órgano, era maestro<br />

de una secundaria y, además, tocaba en las calles<br />

para obtener así algunos pesos más. Estuvimos en la<br />

casa de la señora Irene, nos ofrecieron pastel, refresco<br />

y unos bocadillos. Como permanecía callado y los<br />

demás conversaban, la señora Irene se acercó y me<br />

dijo:<br />

–A usted no lo conozco.<br />

–Soy nuevo.<br />

–¿De dónde es usted?<br />

–Vengo de Sonora. Me invitaron a venir a darle serenata<br />

y por eso estoy aquí.<br />

–Pues estoy para servirle. Mi oficina está en el Pala-


144 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

cio de Gobierno. No dude en buscarme si tiene algún<br />

problema.<br />

Salimos de su casa como a las doce de la noche.<br />

Tomé un sitio y no tuve ningún contratiempo para<br />

llegar a la suite.<br />

Podía trasladarme ya sin problemas a la asociación<br />

–que estaba junto al Mercado Alcalde–, y me había<br />

familiarizado con las calles del centro. Pero no se<br />

pudo continuar en el hotel y nos cambiamos a un<br />

departamento situado en el tercer piso de un edificio<br />

de la colonia Altamira, muy cerca de la Basílica de Zapopan.<br />

El edificio contaba también con alberca y tuve<br />

que adaptarme a los escalones, pero me acomodaba a<br />

lo que fuera; lo que sí se me hacía pesado era subir a<br />

Martita hasta el tercer piso, pero al poco tiempo ella y<br />

la doctora se fueron a Piedras Negras, y yo me quedé<br />

porque iban a regresar. No tenía más quehacer que<br />

ir y venir a la asociación a ver cómo podía conseguir<br />

trabajo. Recurrí a la licenciada Irene y muchas veces<br />

fui a buscarla al Palacio, pero nunca me recibió, quizá<br />

porque estaba “muy ocupada” o simplemente no<br />

quiso hacerlo.<br />

Habían pasado ya dos meses desde que se habían<br />

ido Martita y la doctora. Yo no tenía nada qué hacer.<br />

A Claudia y a Miru les pedía algo de dinero para los<br />

camiones; me daban diez pesos, y con eso me iba al<br />

centro y ahí permanecía todo el día, en ocasiones jugando<br />

dominó para pasar el tiempo.<br />

Pensé ir a los hospitales a ver si me daban trabajo;<br />

un buen día me decidí y fui al Hospital México Americano.<br />

Logré llegar con el director, se mostró muy


CUANDO EL SOL SE FUE 145<br />

atento, y le planteé mi petición de que me dieran la<br />

oportunidad de trabajar como masajista, al principio<br />

le pareció bien. Me pidió algún documento que me<br />

respaldara y le mostré una copia del certificado que<br />

me acreditaba como terapeuta y masajista. Me dijo<br />

que por él no había inconveniente, pero además había<br />

que considerar la opinión del encargado del Departamento<br />

de Terapia Física, y me dirigió con él para<br />

que me diera su aprobación. El terapeuta encargado<br />

me puso muchas trabas y en pocas palabras terminó<br />

diciendo que no podía porque estaba ciego. Le di las<br />

gracias y me retiré.<br />

Seguí esperando a que regresara la doctora para ver<br />

qué iba a pasar, ya me encontraba muy impaciente.<br />

Como era el mes de octubre y el edificio estaba sobre<br />

la calle Prolongación de las Américas que llevaba a la<br />

Basílica de Zapopan, me tocó presenciar el día doce la<br />

peregrinación que traía a la virgen a su casa después<br />

de más de tres meses de haber salido. Se organizaba<br />

una fiesta en grande; ese día salí muy temprano porque<br />

en la calle había mucho tumulto y tuve miedo<br />

de no poder llegar al centro. El paso de la peregrinación<br />

fue en la noche, pero la fiesta se prolongó hasta<br />

el amanecer; los mariachis y algunos conjuntos norteños<br />

tocaban y la algarabía de la fiesta no me dejó<br />

dormir.<br />

Los días siguientes me encontraba un poco triste<br />

porque no tenía ingresos. Llegó el menor de los cuatro<br />

hijos de la doctora, con el que me enviaba unos<br />

pantalones y camisas de buena calidad, unos lentes<br />

para el sol, etcétera, pero lo que me animó fue la no-


146 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

ticia de que regresarían a Guadalajara los primeros<br />

días de noviembre.<br />

Estaba muy contento y ya me había olvidado del<br />

ave que me cantaba en Sonora. Dormía en una recámara<br />

de servicio que tenía una ventana con vista<br />

hacia un lugar en donde había muchos árboles. Una<br />

noche lluviosa de los últimos de octubre como a las<br />

dos de la madrugada, me despertó el canto de una<br />

lechuza, la oí a través de la ventana, pero pensé que<br />

se encontraba dentro del cuarto; me acordé de que<br />

no podía entrar porque había una alambrera. Lleno<br />

de pavor me puse a rezar y cuando me tranquilicé<br />

un poco fui a la ventana para cerciorarme de que la<br />

alambrera no estuviera rota. Volví a escucharla en los<br />

árboles, cerré el vidrio y seguí rezando hasta que se<br />

me pasó el miedo y al fin pude conciliar el sueño.<br />

Al siguiente día, Miru y Claudia, como acostumbraban,<br />

iban a la universidad. Por lo regular yo me<br />

quedaba y me alistaba, tomaba algo de desayunar<br />

que ellas como atención me preparaban –aunque yo<br />

les decía que no se molestaran y que yo me podía<br />

hacer el desayuno–, después me iba y volvía hasta la<br />

noche. Cuando regresé me encontré con la noticia de<br />

que, cuando salí, habían entrado al departamento y<br />

robado unas joyas, una televisión portátil y algunas<br />

otras cosas. Como Claudia llegó temprano y vio que<br />

habían falseado la cerradura fue a la judicial a poner<br />

la denuncia y detuvieron al conserje. Se armó la<br />

“bitachera”, porque el encargado del condominio le<br />

“echo la aburridora” a ella y la querían detener. No<br />

les permití que entraran al departamento, y ella muy<br />

asustada le habló a su mamá y le expuso el problema


CUANDO EL SOL SE FUE 147<br />

en el que nos encontrábamos. La doctora se vino de<br />

inmediato, otro día estaba ahí. Claudia no podía salir,<br />

y se arregló el problema con la condición de que<br />

dejáramos de inmediato el departamento y le devolvieron<br />

a la doctora el dinero que había dejado en depósito.<br />

Apenas habíamos cumplido tres meses ahí.<br />

Nos cambiamos a la suite de un hotel llamado<br />

La Giralda que se ubicaba en La Plaza del Sol, en la<br />

zona hotelera. El lugar estaba muy bien, aunque no<br />

tan elegante como el edificio de Prolongación de las<br />

Américas. De ahí caminaba dos cuadras y llegaba a<br />

la avenida López Mateos, donde tomaba un camión<br />

que me dejaba en el centro cerca de la asociación de<br />

ciegos. Por entonces andaba en romances con una<br />

muchacha invidente; no sentía amor por ella, pero sí<br />

sentía la necesidad de tener una ilusión.<br />

La doctora se regresó a Piedras Negras porque<br />

iba por Marta. Vendría también doña Catalina –su<br />

mamá– y una de sus hermanas, Trini, una señorita<br />

ya grande y soltera. Llegaron los primeros días de noviembre.<br />

La suite era amplia: tenía dos recámaras en<br />

la planta alta y una sala-comedor en la parte de abajo,<br />

donde yo me quedaba padeciendo ciertas incomodidades:<br />

dormía en un colchón de un sofá que tendía<br />

en el piso y me tapaba con una cobija muy chica porque<br />

no había más; en la sala estaba un ventanal grande<br />

con una alambrera que tenía algunos hoyos por<br />

donde se metían arañas provenientes de un jardín<br />

con muchas plantas de plátano que se encontraba<br />

enfrente, eran de esas arañas patonas que no pican,<br />

pero sí es molesto que se le suban a uno, las sentía<br />

pasearse por encima de mí y las aventaba. Como yo


148 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

estaba para atender a Marta, algunas noches ella me<br />

hablaba para que la llevara al baño, lo hacía con gusto<br />

porque la doctora se portaba muy bien conmigo.<br />

Y cuando más a gusto estaba descansando, Claudia y<br />

Miru prendían el carro; la cochera quedaba frente a<br />

la ventana, el humo del carro hacía que me levantara<br />

y para no intoxicarme subía corriendo a la planta de<br />

arriba.<br />

Como a las cinco de la tarde, por lo regular me<br />

iba a la asociación para divagar y no pensar en mi<br />

situación y llegaba al departamento como a las diez<br />

u once de la noche; me acostaba tarde, ya sea porque<br />

tuviese que atender a Marta o a su abuelita, o porque<br />

me iba de visita a casa de Josefina, mi novia, quien yo<br />

sabía que no tenía “ni el habla completa”, pero tenía<br />

corazón.<br />

Una noche aproximadamente a las once, regresaba<br />

de visita de casa de Chepina. Me venía en un trolebús<br />

que me dejaba frente al Hotel Holiday Inn y de ahí<br />

caminaba unas tres cuadras por una amplia franja lateral<br />

donde había árboles. Avanzaba con seguridad<br />

guiándome con mi bastón cuando de repente sentí<br />

que me iba al vacío, pues no me había percatado de<br />

que habían abierto unas perforaciones para el drenaje<br />

profundo. Abrí los brazos y me detuve al quedar<br />

sentado justo en la boca de un pozo que tenía como<br />

metro y medio de diámetro y se escuchaba el sonido<br />

de agua corriendo muy abajo. Encontré mi bastón y<br />

salí con cuidado; estaba todo enterrado, me sacudí y<br />

me repuse del susto. Seguí por debajo de la banqueta<br />

y cuando sentía muy cerca los carros me pasaba<br />

hacia esa franja que tenía tierra. Calculé que aproxi-


CUANDO EL SOL SE FUE 14<br />

madamente cada ocho metros había un pozo abierto<br />

y, dando gracias a Dios de que no me hubiese ocurrido<br />

nada grave, me fui rezando en voz baja hasta que<br />

llegué a una calle poco transitada que daba al Hotel<br />

Giralda. Caminé dos cuadras y llegué al hotel, donde<br />

siempre me ayudaban algunas de las personas que<br />

estaban hospedadas, pero esta vez no quise platicar<br />

para que no me atemorizaran con sus comentarios<br />

sobre lo que me hubiera podido suceder. Al llegar me<br />

preguntó la doctora:<br />

–¿Por qué viene todo revolcado?<br />

–Es que me caí.<br />

–Pero no se le quita lo andariego.<br />

Me cambie y al día siguiente muy temprano lavé<br />

mi ropa en un lavadero que estaba en un patiecito<br />

pequeño.<br />

Continuaban los días y los primeros de diciembre<br />

se fueron rápidamente. Pensaba en irme a Sonora,<br />

pero no tenía dinero. En mi angustia por no tener un<br />

trabajo constante tomé la decisión de ir a la Ciudad<br />

de México a entrevistarme con la directora nacional<br />

del DIF. No quise dejar pasar más tiempo y les dije a<br />

Claudia y a Miru que iba a estar ausente dos días; se<br />

mostraron muy solidarias conmigo y me dieron ciento<br />

cincuenta pesos.<br />

Salí en autobús para la Ciudad de México una noche,<br />

como a las diez, llegué muy temprano a la terminal<br />

que estaba en el centro y de ahí me fui a la<br />

escuela para ciegos, la cual también se encontraba en<br />

el primer cuadro, cerca del zócalo. Esperé a que se<br />

llegaran las diez de la mañana y pasé a saludar a unos<br />

amigos y a confirmar la dirección de la directora del


150 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

DIF. Uno de ellos me dijo que el director de la escuela<br />

para ciegos trabajaba con ella y tal vez me pudiera<br />

ayudar. Pasé con él, amablemente me dio su tarjeta<br />

encargándome que dijera que iba de parte del Dr. Salvador<br />

Valdés.<br />

Contento fui a entrevistarme. Cuando llegué me recibió<br />

una señorita de mal carácter a la que le expuse<br />

mi caso y me pidió una identificación. Le proporcioné<br />

mi constancia de estudios y la tarjeta que me había<br />

dado el doctor y se las pasó a la directora. Esperé para<br />

ver cuál era la respuesta. Un momento después salió<br />

y con voz neutral dijo:<br />

–Dice la señora directora Miragoytia que no lo puede<br />

recibir y con respecto al trabajo no hay nada para<br />

usted pues está saturado en la rama que busca, y no se<br />

puede hacer nada. Es todo lo que puedo decirle.<br />

Le di las gracias a la señorita y salí. No volví a la<br />

escuela para que no me preguntaran cómo me había<br />

ido, y aproveché para saludar a unos amigos del dormitorio<br />

en donde había estado hospedado un tiempo.<br />

Procuré que se llegaran las diez u once de la noche<br />

para salir a Guadalajara y así dormir las siete horas<br />

que duraba el trayecto. Entretanto, aproveché para<br />

comprar dulces para halagar a las hijas de la doctora.<br />

Compré como setenta pesos –en aquel tiempo<br />

era una cantidad considerable– de una variedad de<br />

coloridos chuchulucos, los que les fascinaron y dijeron<br />

que iban a guardárselos a su mamá para cuando<br />

viniera. Me comentaron que había llamado y dejó<br />

indicaciones para que el día dieciséis nos fuéramos


CUANDO EL SOL SE FUE 151<br />

todos a Monterrey, y posteriormente, pasarnos a los<br />

Estados Unidos.<br />

El dieciséis de diciembre en la noche salimos, llegando<br />

a Monterrey como a las diez de la mañana del<br />

siguiente día. Inmediatamente nos fuimos a Nuevo<br />

Laredo en carro; para la una de la tarde estábamos<br />

en Laredo Texas donde comimos, y a las tres salimos<br />

para San Antonio. Como a las cinco nos detuvimos<br />

en una gasolinera y me bajé para tomar un refresco y<br />

estirar las piernas. El frío parecía que entraba hasta los<br />

huesos, el aire soplaba llevando y trayendo el canto<br />

triste de unos pájaros chanates. Me entró melancolía<br />

al pensar que me encontraba muy lejos de mi tierra.<br />

Llegamos a San Antonio a las ocho de la noche,<br />

a una casona estilo español antiguo, como colonial.<br />

Por precaución esperé a que todos pasaran y los seguí.<br />

Había unas estancias muy grandes con pisos de<br />

madera en los que retumbaban las pisadas. Temeroso<br />

avanzaba por una sala muy grande con pocos muebles,<br />

llegamos al comedor para cenar algo, y ya pude<br />

orientarme sobre la forma en que estaba dispuesta<br />

toda la casa.<br />

Hacía mucho viento. Me acomodé para dormir en<br />

un sofá de la sala, con una cobija muy pequeña que<br />

no alcanzaba a cubrirme por completo –si me arropaba<br />

la cabeza, se me destapaban los pies–, y no me<br />

quité la ropa porque hacía mucho frío. Como la sala<br />

era muy grande no alcanzaba a calentarse, además,<br />

el piso tenía unas hendiduras por donde se colaba el<br />

aire, pero preferí aguantarme el frío porque la calefacción<br />

no me caía bien. Temprano, al día siguiente,<br />

después de rezar mis acostumbradas oraciones a Dios


152 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

para agradecerle por todo lo que me daba y a la vez<br />

pedirle que no me olvidara, me puse a hacer ejercicio<br />

para entrar en calor mientras los demás se levantaban.<br />

Cuando se levantó la doctora me dijo:<br />

–¿Siente el frío?<br />

Lo sentía, pero no como para andar encogido, aunque<br />

me hubiera gustado traer una camiseta de manga<br />

larga porque la chamarra me parecía muy incómoda.<br />

La cocina de la casa era muy chica y tenía una puerta<br />

“loca” que abría para los dos lados y la dejaban<br />

abierta para que se calentara la casa cuando prendían<br />

el horno de la estufa eléctrica, pues se producía un calor<br />

muy intenso y el ambiente se ponía agradable. A<br />

media mañana salí al patio y con mi bastón pude darme<br />

cuenta de en dónde estaban los tendederos para<br />

la ropa, y como la doctora, Claudia, Miru, Roberto y<br />

Juanito habían salido aproveché para bañarme, ahí<br />

en el baño lavé mi ropa interior y salí en camiseta<br />

a colgarla en los tendederos. Al abrir la puerta hacía<br />

mucho viento y sentí frío, por lo que me apresuré a<br />

volver adentro; me toqué la cabeza porque sentía algo<br />

raro y me di cuenta de que se me había hecho hielo<br />

el pelo, pues lo traía mojado cuando salí. En adelante<br />

tuve más cuidado para salir en los días muy fríos, ya<br />

que no llevaba nada de ropa de invierno ni con qué<br />

comprarla.<br />

Me daba un tiempo para darle terapia a Marta por<br />

las tardes, cuando casi siempre nos quedábamos en<br />

casa ella, su abuela doña Catalina y yo, pues a la doctora,<br />

sus hijas y su hermana Trini les encantaba irse a<br />

las tiendas a ver qué ofertas había, aunque no com-


CUANDO EL SOL SE FUE 153<br />

praran nada. En ocasiones me invitaban, pero no me<br />

gustaba andar en las tiendas sin dinero.<br />

Una vez que salí con ellas fuimos a West Ash, una<br />

colonia de negros y mexicanos donde la doctora tenía<br />

un amigo de nombre Julián Mercado al que quería<br />

saludar. Me lo presentó así como a sus dos hijas que<br />

eran estudiantes; su esposa no estaba. Eran personas<br />

agradables y atentas, pero hablaban una mezcolanza<br />

de lenguaje que no se entendía. La doctora le preguntó<br />

a su amigo si quería que yo le diera terapia, pues<br />

había sufrido un accidente y tenía problemas para caminar.<br />

Cuando platicamos me dijo que se dedicaba a decorar,<br />

poner cortinas, alfombras, tapices de paredes, etc.<br />

En esto se había especializado, tenía mucho trabajo y<br />

contrataba gente para que que le ayudara. Ya con más<br />

confianza sacó una guitarra y comenzó a requintear,<br />

arrancándole sonidos muy bonitos y me preguntó:<br />

–¿Qué pieza te gusta?<br />

Le comenté que el sonido de la guitarra me transportaba<br />

a la época en que vivía en un dormitorio en<br />

la Ciudad de México; como dormía en la parte de<br />

arriba de una litera y tenía una ventana al lado, podía<br />

oír un disco que ponían algunas noches en una<br />

vecindad cercana, después supe que era de Los Tres<br />

Caballeros. Me gustaba mucho escucharlo, pues me<br />

traía varios recuerdos, me relajaba y echaba a volar<br />

mi imaginación.<br />

–¿Qué pieza te gusta del trío Los Tres Caballeros?<br />

–Reloj –contesté.<br />

¡Y que empieza a tocarla! Al verme emocionado le<br />

pidió a una de sus hijas que nos llevara dos cervezas.


154 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Cuando terminó dijo:<br />

–Yo fui integrante del trío Los Tres Caballeros.<br />

–¡Cómo, no puede ser! ¡Nunca creí que conocería<br />

a uno de ellos!<br />

Me platicó que el trío se formó en Dallas, Texas<br />

y cómo él se integró casualmente al suplir por corto<br />

tiempo a uno de los miembros que se enfermó.<br />

Cuando éste se reincorporó, él se dedicó a lo suyo.<br />

Después Julián visitó a la doctora en su casa, y me<br />

contó que un hermano suyo era amigo del secretario<br />

del gobernador de Texas, el señor Clement. Me dijo<br />

que me podía conseguir una pensión económica de<br />

ciento veinte dólares mensuales, pero que tenía que<br />

quedarme tres años sin salir de Estados Unidos. Se<br />

lo agradecí y le dije que lo iba a pensar, pero nunca<br />

tuve la ilusión de quedarme en ninguna parte que no<br />

fuera Sonora pues quería estar cerca de mi mamá y de<br />

mis hermanos, quienes se mortificaban por mí. No<br />

acepté su ofrecimiento.<br />

Después también Marta me dijo que ella me podía<br />

ayudar para que tuviera una pensión y me dieran la<br />

ciudadanía, obteniendo así todos los beneficios que<br />

tienen los discapacitados en Estados Unidos. Se lo<br />

tomé a broma.<br />

–Sí, nos casamos por la Corte.<br />

Como permanecí serio agregó:<br />

–Nos casamos por conveniencia para que obtenga<br />

las prestaciones que nos dan a los discapacitados.<br />

La doctora aprobó la idea:<br />

–Después se divorcian.<br />

Cuando me vio interesado dijo:


CUANDO EL SOL SE FUE 155<br />

–Sería por conveniencia y no de verdad, no se ilusione.<br />

Lo entendía así. Nunca pensé que fuera con el fin<br />

de casarnos para vivir en pareja porque para eso se requiere<br />

de amor, y yo lo que sentía por ella era amistad<br />

y cariño, pero nada más.<br />

Transcurría el tiempo. Pasamos una navidad un<br />

poco fría. Hubo regalos y la cena fue pollo rostizado,<br />

lo acompañamos con etnoc, una bebida parecida al<br />

rompope, pero sin alcohol. Ese fin de año estuve en<br />

una iglesia de cristianos, pues la doctora pertenecía a<br />

esa religión. Aunque todos se portaron muy atentos<br />

conmigo percibía la ocasión festiva un poco fría, ya<br />

que en México se celebra con mucho entusiasmo, y<br />

me di cuenta de que muchas de las personas estaban<br />

en esa religión por sacar ventaja. Había algunos gringos,<br />

pero la mayoría eran latinos. Ahí pedían que se<br />

realizaran milagros como el que una jovencita tuviese<br />

suficiente dinero para ir a Bolivia, y sí se realizó porque<br />

el pastor les decía:<br />

–El que quiera salvar su alma que deposite una<br />

ofrenda especial de cien dólares.<br />

Después pidió doscientos, y así fue aumentando<br />

hasta llegar a quinientos dólares, y me dijeron que sí<br />

hubo quienes dieron cheques por esa cantidad.<br />

Un señor, ya maduro, me dijo que él era el pastor<br />

y que si quería me podía preparar para que yo también<br />

fuera ministro, lo cual cambiaría mi situación<br />

económica. Le contesté que lo iba a pensar, que sí me<br />

gustaría. Me dio su nombre, pero yo no le hablé de<br />

esto a la doctora; cuando me preguntó de qué había<br />

platicado con el pastor sólo le dije que de muchas<br />

cosas, nada en particular.


156 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

–Usted debería acercarse a la iglesia de los bautistas<br />

para que lo ayuden –comentó ella.<br />

–Sí, sería bueno –contesté.<br />

Recibimos el año 1979 con mucha lluvia y tronaba<br />

el cielo como en verano, pero hacía mucho frío. Ahí<br />

en el templo había calefacción y a la salida me prestaron<br />

una chamarra para que me subiera al carro.<br />

Podía advertir que la doctora no tenía suficiente dinero;<br />

el ritmo de vida que llevaban era muy exigente<br />

y sus dos hijas estudiaban. Su mamá era, quizá, quien<br />

le ayudaba a solventar los gastos. La doctora Trini sí<br />

tenía sus buenos ahorros, según me contaban, porque<br />

era muy cuidadosa y no le gustaba malgastar su<br />

dinero. En esas condiciones no podía exigirle nada y<br />

me conformaba con la hospitalidad de su casa; sabía<br />

que en cuanto la doctora tuviera dinero me pagaría<br />

algo, pues, según yo entendía, estaba contratado para<br />

darle terapia a Marta.<br />

Cuando vino el papa Juan Pablo II por primera vez<br />

a México, todavía estábamos en San Antonio y seguimos<br />

por los medios toda su estancia en los lugares<br />

donde se presentó. Me pareció muy interesante su<br />

vida y mientras más conocía de él fue creciendo mi fe<br />

y mi admiración hacia su persona.<br />

Llegó febrero. Ya me había olvidado de aquella ave<br />

nocturna que me asustaba y no quería pensar en nada<br />

de ello pues me parecía que yo mismo me estaba sugestionando<br />

con algo que no podía ser real. Pero una<br />

noche, hacía mucho aire y afuera tronaba, desperté<br />

ya muy tarde y escuché los pillidos que tan bien conocía.<br />

El sonido provenía de un árbol de nogal que


CUANDO EL SOL SE FUE 157<br />

estaba en el patio. Me puse a rezar pidiendo que se<br />

retirara esa horrible ave diabólica. Desde entonces ya<br />

no la volví a oír.


V.- LA ILUSIÓN DE VOLVER A MÉXICO<br />

De pronto, la doctora advirtió que como Marta no<br />

quería ira al Hospital de Rehabilitación Rosa Verde<br />

que se encontraba en Ciudad González –un pueblo<br />

cercano a San Antonio– nos iríamos a Piedras Negras<br />

porque allí ya no teníamos nada qué hacer. Me alegré<br />

porque al fin volvería a México y quizá a Sonora. Ni<br />

siquiera podía desde ahí escribir muy seguido porque<br />

era un problema para hacer las cartas y no quería que<br />

se mortificaran por mí.<br />

Uno de esos días lluviosos, después de la comida la<br />

doctora anunció:<br />

–Hoy nos vamos porque nos vamos.<br />

Así era la doctora Catalina. Cuando decía esto se<br />

hace, se hacía. Era un día frío de lluvia, de esas de<br />

invierno que pueden durar muchas horas, el cielo estaba<br />

cerrado –como se acostumbra decir cuando está<br />

totalmente cubierto de nubes– y cualquiera pensaría<br />

que no era adecuado para viajar, pero la doctora confirmó<br />

su decisión:<br />

–Hoy nos vamos.<br />

Y así fue. Para las ocho de la noche estábamos en<br />

Eagle Pass, a donde llegamos porque la doctora quiso<br />

dejar con una amiga una televisión, ya que temía<br />

que se la quitaran en la pasada; yo la bajé y como era<br />

grande y pesada me mojé bastante pues llovía muy<br />

fuerte. Continuamos a Piedras Negras, que queda


CUANDO EL SOL SE FUE 15<br />

como a tres kilómetros del río. Llegamos y ahí estaba<br />

la doctora Trini. Lo que yo quería era cambiarme porque<br />

no me sentía a gusto con la ropa mojada, pero no<br />

me dejaron hasta que cené algo. Después la doctora<br />

me condujo hacia una recámara de la planta alta; estaba<br />

haciendo mucho frío, pero no quise encender la<br />

calefacción porque hacía que me doliera la cabeza,<br />

preferí pasar un poco de frío al que ya estaba acostumbrado<br />

y no me afectaba mucho.<br />

Permanecimos en Piedras Negras hasta los primeros<br />

días de marzo. Hacía mucho frío y no tenía chamarra,<br />

pero no podía exigirle pago a la doctora. No<br />

quería que me despidiera, ya que ella andaba muy<br />

“quebrada” económicamente y me conformaba con<br />

tener techo y alimentación; además tenía la seguridad<br />

de que mi situación se iba a componer y tenía la fe en<br />

Dios de que iba a poder salir adelante. Me levantaba<br />

temprano y hacía mis oraciones y también iba con<br />

ellos al templo bautista y lo hacía con devoción, y<br />

cosa misteriosa, hasta aquí me dejó de asustar aquella<br />

ave maligna por lo que estaba agradecido y me sentía<br />

contento.<br />

A principios de marzo viajamos a Guadalajara. A<br />

la doctora, a Marta, a doña Catalina y a la doctora<br />

Trini las llevamos al aeropuerto que quedaba entre<br />

Saltillo y Monterrey, común para ambas capitales ya<br />

que están cerca una de la otra. Roberto, el hijo de la<br />

doctora, y yo nos fuimos en una camioneta que gastaba<br />

mucha gasolina; estuvimos en Saltillo y como a las<br />

ocho de la noche salimos hacia Guadalajara, a donde<br />

llegamos alrededor de las tres de la mañana.


160 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Una vez en Guadalajara me sentí más relajado y<br />

me dediqué a visitar a algunos amigos. Josefina, la<br />

muchacha invidente que era mi novia, ya se me había<br />

salido del corazón. Yo le traía unos dulces, pero no se<br />

los di porque se había ido con un profesor guatemalteco<br />

que luego la dejó. No lo sentí mucho porque no<br />

estaba tan enamorado como para ponerme triste. Si<br />

se me había ido, ya vendrían otras.<br />

Quería irme a Sonora, pero necesitaba que la doctora<br />

me diera algún dinero y esperaba que me preguntara<br />

cuánto quería. Yo calculaba unos tres mil pesos,<br />

mas pasaba el tiempo y no me decía nada, hasta que<br />

por fin me animé a decirle que me iba a ir a Sonora y<br />

con trabajos me completó mil quinientos. La doctora<br />

Trini y Roberto me acompañaron a la central para tomar<br />

el camión, pero como la terminal es muy grande<br />

no oímos cuando anunciaron la salida. Cuando yo<br />

iba solo preguntaba, sin embargo, esta vez me confié<br />

en que no lo estaba; se me fue el camión y no me<br />

quisieron hacer bueno el boleto; tuve que comprarlo<br />

de nuevo para otra salida. La doctora Trini me dio<br />

doscientos pesos porque se sentía culpable, los tomé<br />

aunque me hizo sentir mal porque me decía que ese<br />

dinero era con el que iba a comprar el mandado, pero<br />

me hice el desentendido porque era muy poco lo que<br />

yo traía.<br />

Al siguiente día estaba en Navojoa. Llegué al restaurante<br />

El Pacífico a saludar a don Tacho Valenciano y<br />

me encontré con la mala noticia de que había muerto.<br />

Platiqué con un hijo suyo y con la señora que le<br />

ayudaba, desayuné con ellos; después fui a ver a doña<br />

Bertita a la que también tenía mucho que agradecer,


CUANDO EL SOL SE FUE 161<br />

y más tarde pasé a saludar a los profesores del DIF<br />

donde había trabajado, con los que conservaba una<br />

buena amistad.<br />

Otro día por la noche salí a Nogales y llegué con mi<br />

hermana. Yo creí que mi mamá estaba en el rancho<br />

con Claudio y su esposa Dora. Después de unos días<br />

me fui a Trincheras, a donde me acompañó uno de<br />

mis sobrinos –que también se llama Claudio– porque<br />

se me dificultaba tomar el tren en Benjamín Hill.<br />

Llegamos a Trincheras como a las ocho de la noche<br />

y estuvimos ahí tres días hasta que llegó mi mamá,<br />

que estaba con Antonio en un campo cerca de Altar.<br />

La trajo mi hermano pues supo que había llegado y<br />

no sabían si me iba a ir de nuevo, pero yo no pensaba<br />

volver pronto a Guadalajara. Como mi hermano<br />

Claudio tenía que ir y venir al rancho, pues tenía<br />

pendientes en Trincheras, le propuse que mi mamá,<br />

mi sobrino y yo podíamos quedarnos allá mientras él<br />

arreglaba el carro y se desocupaba.<br />

A mi mamá le fascinaba estar en el rancho pues ahí<br />

había pasado sus mejores años en compañía de mi<br />

papá y de sus hijos. Nos fuimos ya en abril y el tiempo<br />

estaba muy bonito. Mi sobrino ordeñaba unas<br />

vacas, hacíamos quesos y nos la pasábamos entretenidos<br />

y contentos. Pero sabíamos que esto no podía<br />

durar mucho.<br />

Para los primeros de mayo regresamos a Trincheras<br />

pues estaría ahí el doctor Ocaña en visita electoral<br />

como candidato para gobernador de Sonora y<br />

me interesaba saludarlo, ya que en Navojoa se había<br />

mostrado muy amable, y pensaba que estando en el


162 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

gobierno me podría favorecer; no había duda de su<br />

triunfo, pues no tenía rival en la campaña política.<br />

Logré saludarlo y le dije que no se olvidara de mí, a<br />

lo que contestó:<br />

–Yo no me olvido de los amigos.<br />

Regresé al rancho con Claudio y Dora. Días después<br />

mi sobrino me acompañó a Hermosillo porque<br />

quería estudiar para profesor y no tenía los medios<br />

para ir a una normal, pensamos que el doctor Ocaña<br />

nos podría ayudar para que fuera a la Escuela Normal<br />

Federal El Quinto, ubicada cerca de Navojoa. Por<br />

más que hicimos no logramos verlo pues era mucha<br />

la gente que quería entrevistarse con él.<br />

Como no traíamos dinero pensé ir a Guaymas, con<br />

el ingeniero Andalón a pedirle un préstamo, él tenía<br />

una licorería. No lo encontré, pero informé sobre el<br />

motivo de mi visita a una de sus hijas, y le pregunté<br />

cuáles posibilidades había de que el ingeniero me<br />

prestara una cantidad considerable. Me escuchó amablemente<br />

y me dijo que no creía que lo hiciera porque<br />

tenía muchas deudas; ante tal respuesta desistí,<br />

pues sería muy penoso que me diera una negativa.<br />

Nos regresamos a Trincheras, ya se me había acabado<br />

el dinero, vislumbré la viabilidad de ir a Navojoa<br />

para intentar conseguir trabajo, aunque ya no<br />

quería tener más desilusiones. Llegué allá con doña<br />

Bertita, la esposa del ingeniero Andalón. Ella era muy<br />

servicial y cuando le conté que quería irme a Piedras<br />

Negras a trabajar porque era la única parte donde le<br />

daban valor al trabajo de terapia que yo desarrollaba,<br />

pero no tenía dinero para transportarme, me dijo:


CUANDO EL SOL SE FUE 163<br />

–No te apures, yo te doy de lo poco con que cuento.<br />

No ha de ser tanto ¿No?<br />

–No, con trescientos pesos sería suficiente.<br />

Ella sacó cuatrocientos y dijo:<br />

–También te voy a dar lonche para que no te malpases.<br />

Y así, sin pensarlo, hice el viaje.<br />

Ya para el nueve de mayo estaba en Piedras Negras.<br />

Había mucha algarabía por los regalos pues otro día<br />

sería día de las madres, y hacía un calor tremendo;<br />

en la noche se desató un aguacero con muchos rayos,<br />

pero ni así se refrescó el clima.<br />

Y sí, poco a poco me salieron muchos trabajos, y<br />

aunque el calor era agobiante me sentía bien porque<br />

la alimentación era suficientemente buena. Se llegó<br />

el ocho de julio, día de mi cumpleaños, que me celebró<br />

en su casa una familia donde diariamente le daba<br />

terapia a un niño: me cantaron las mañanitas, hubo<br />

pastel y me dieron otro para que lo llevara a la casa de<br />

la familia Andalón.<br />

No me alcanzaba el día para atender a todas las<br />

personas que requerían terapia. No era mucho lo que<br />

cobraba, pero sí logré reunir una cantidad más o menos<br />

regular. Los domingos iba a Eagle Pass y compraba<br />

algo para la casa, pues sentía la obligación de hacerlo.<br />

Antes de finalizar el mes de octubre ya se sentía<br />

mucho frío y teníamos que encender la calefacción.<br />

Recuerdo la fecha porque por esos días me tocó oír en<br />

la televisión el accidente de un avión en el aeropuerto<br />

de la Ciudad de México.


164 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Ya me había hecho de muy buenos amigos. Cleotilde,<br />

una amiga ciega muy preparada que se había<br />

rehabilitado en una escuela de Houston, Texas y dominaba<br />

el inglés a la perfección, me puso en contacto<br />

con una muchacha de un pueblo de Texas llamado<br />

Matadores, en el Valle de Lobus, que me quedaba muy<br />

lejos de Piedras Negras pues se hacían como ocho horas<br />

en autobús. Esta muchacha me mandó una carta<br />

en casete platicándome que también era ciega e invitándome<br />

a su pueblo para que nos conociéramos y si<br />

quería me quedara ahí, ya que ella tenía a su mamá<br />

y no podía dejarla sola pues era la única mujer y me<br />

explicaba que aunque tenía hermanos no era igual.<br />

Pero también yo tenía a mi mamá y no quería estar<br />

lejos de ella; sabía bien que se mortificaba mucho al<br />

no saber de mí pues no me era fácil escribirle. Para<br />

finales de noviembre de 1979 el trabajo de terapia<br />

bajó por el aumento del frío, así que me fui a Sonora<br />

esperando aprovechar para informarme sobre lo de<br />

mi trabajo.<br />

Estando en Hermosillo pensé que lo más indicado<br />

era hablar con don Enguerrando Tapia, director del<br />

periódico El Sonorense, quien se había portado muy<br />

amable conmigo cuando me fui por primera vez a la<br />

Ciudad de México, y allá me visitó ocasionalmente.<br />

Pasé a saludarlo y le planteé mi necesidad de trabajar<br />

en Sonora –en el gobierno me parecía que podría<br />

desempeñarme bien– para ver si podía ayudarme. Me<br />

dijo:<br />

–Fíjate que sí te voy a ayudar. Mi esposa está formando<br />

una escuelita para ciegos y me parece que tú


CUANDO EL SOL SE FUE 165<br />

le serías muy útil. Te voy a dar el teléfono de la casa<br />

para que hables con ella y se pongan de acuerdo.<br />

Esto me hizo sentir muy contento. Cuando hablé<br />

con doña Esperanza Garner de Tapia me dijo que ella<br />

pasaría por mí para platicar. Llegó a recogerme a casa<br />

de mi amigo Pancho, en El Ranchito, y de ahí fuimos<br />

al Coloso Alto donde vivía José Alfredo Yánez Gálvez,<br />

un muchacho ciego amigo de ella a quien me<br />

presentó.<br />

Nos llevó a un bonito lugar: el terreno estaba a desnivel<br />

y había que bajar a las cabañas por un camino<br />

bordeado por pinos. Se lo había proporcionado<br />

el padre Villegas pues pertenecía al Instituto Kino, y<br />

estaba ubicado en los terrenos de lo que había sido<br />

el lecho del Río Sonora. Nos dijo que ya casi estaba<br />

todo listo, que les habían donado un camión y sólo<br />

faltaba acondicionar las instalaciones. Según nos platicó<br />

doña Esperanza, ya se había conformado un patronato<br />

para trabajar y muy pronto la escuela comenzaría<br />

con sus labores. Nos aconsejó que tuviéramos<br />

paciencia y luego nos fue a llevar.<br />

Ya veía algo más firme a corto plazo, pero había<br />

que esperar. Me fui a Nogales a visitar a mi mamá y<br />

aunque no traía mucho dinero le di algo y le compré<br />

lo que pude para halagarla. Un primo me invitó a<br />

Tucson a pasar la Navidad; de ahí me regresé con una<br />

prima y su esposo a Benjamín Hill. El último día del<br />

año estuve en Nogales con mi mamá y mis hermanos<br />

Tere, Salomón y Dimas.<br />

A principios de 1980 regresé a Hermosillo a hablar


166 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

con doña Esperanza, pero aún no había nada nuevo<br />

con respecto a la escuela.<br />

Como no tenía dinero me fui a Benjamín Hill a<br />

casa de mi prima, porque el tiempo estaba muy frío y<br />

en Hermosillo sólo tenía un lugar dónde quedarme,<br />

pero no dónde comer ni cobijas para dormir. Cuando<br />

no hacía frío no había problema, ya que me había<br />

acostumbrado a pasarla como fuera. Así que me<br />

fui con mi prima Raquel y su esposo, me recibieron<br />

con gusto. Tenían una hija y todos me atendían bien,<br />

aunque mi prima tenía sus detalles: era muy escrupulosa<br />

y fastidiosa, extremadamente limpia, y esto me<br />

hacía sentir mal. Apenas comía lavaba los trastes con<br />

cloro, si pasaba al baño hacía lo mismo con aerosoles<br />

y otros limpiadores. Me fui a Nogales. Sí pasé unos<br />

días bien atendido y alimentado, pero era mejor no<br />

dar problemas. En esas condiciones, cuando se está<br />

sin dinero, uno se pone muy sensible.<br />

Estuve en Nogales con mi hermana, con muchas limitaciones,<br />

pero, gracias a Dios, no nos faltaba nada.<br />

Lo que no podía hacer regularmente era bañarme<br />

porque hacía mucho frío y no había calefacción, por<br />

lo que temía enfermarme. Cuando había días buenos<br />

sí lo hacía y también en ocasiones un sobrino y su<br />

esposa que se portaban muy bien me invitaban a su<br />

casa en Nogales, Arizona y aprovechaba para bañarme.<br />

Así pasé el invierno.<br />

Cuando empezó a cambiar el clima me fui a Trincheras<br />

donde permanecí unos días. Claudio le había<br />

prometido a mi mamá llevarla a Llano Blanco a visitar<br />

a Antonio, otro de mis hermanos. Fuimos a dejarla


CUANDO EL SOL SE FUE 167<br />

con Antonio y Alba, su esposa. Yo me devolví a Trincheras<br />

y los primeros días de junio volví a Hermosillo<br />

para ver qué noticias había sobre el trabajo.<br />

Hablé de nuevo con doña Esperanza de Tapia<br />

quien me dijo que en tanto se definiera lo de la escuela<br />

don Enguerrando me podría conseguir trabajo<br />

como masajista en el Racquet Club. Fui y me presenté<br />

con el encargado del gimnasio, pero no me tuvieron<br />

confianza, y tal vez eso fue lo mejor porque el tiempo<br />

estaba muy caluroso y no conocía las rutas del transporte<br />

público.<br />

Me sentía muy mal, como si me estuviera deshidratando,<br />

quizá porque casi no comía. Opté por regresar<br />

a Benjamín Hill con mi prima Raquel. Cuando llegué<br />

me dijo que iba a tener una reunión y no podía atenderme.<br />

–No te molestes, yo nada más llegué a saludarlos.<br />

Me dio una cerveza que me pareció muy buena y<br />

me ofreció de comer, pero no quise porque no me<br />

sentía en condiciones de hacerlo; después me acompañó<br />

a que tomara un camión para ir a Nogales. Ya<br />

en Ímuris estaba lloviendo y el clima se sentía muy<br />

agradable. Cuando llegué a Nogales con mi hermana<br />

Tere ya me sentía bien, pensé que iba a necesitar alguna<br />

medicina, pero no fue necesario. Ahí estuve unos<br />

días mientras mi sobrino Jesús Antonio arreglaba un<br />

carro que le había regalado su suegro.<br />

Después mi sobrino, Cristina –su esposa– y yo hicimos<br />

viaje a Trincheras y de ahí al campo agrícola<br />

Llano Blanco, donde estaba mi mamá. Ellos estuvie-


168 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

ron dos días y se regresaron a Nogales. Yo me quedé;<br />

me la pasaba muy bien con mi mamá y platicábamos<br />

mucho. Por las tardes, cuando hacía mucho calor,<br />

ella se ponía a rezar y yo a comer sandías y uvas.<br />

Como ahí también trabajaba mi hermano Dimas, le<br />

pedí prestados ciento cincuenta pesos, me los dio de<br />

su raya.<br />

Los últimos días de septiembre fui a Hermosillo<br />

y hablé con doña Esperanza. Me dijo que ya mero<br />

comenzaban, que no me moviera porque en octubre<br />

empezaría a funcionar la escuela. Con mucho ánimo<br />

le pedía a Dios que no se tardaran.<br />

El mes de octubre lo pasé esperando. Le pregunté a<br />

una prima de Pancho que si con ella me podía asistir,<br />

le dije que no contaba con dinero, pero ya pronto me<br />

iban a hablar de un trabajo. No me creyó:<br />

–¿Y dónde está ese trabajo?<br />

Cuando le contesté se quedó dudando y dijo:<br />

–Es que no tengo nada, apenas me alcanza con lo<br />

que me da mi esposo Rubén.<br />

–No importa, lo que sea está bien.<br />

–Pura sopa y frijoles, tortillas y café le voy a dar.<br />

–En cuanto me paguen te voy a dar el dinero.<br />

Hacía casi un año que yo había traído de Guadalajara<br />

y dejé encargado con Pancho un material de<br />

hilos de polietileno del que se utiliza para tejer sillas<br />

para jardín y bolsas para mandado. Era bastante y de<br />

varios colores y se encontraba intacto. Fabriqué un<br />

molde con parte de la mucha madera vieja que ahí<br />

había e hice una bolsa para regalarla.


CUANDO EL SOL SE FUE 16<br />

Al verla le gustó a una señora que comerciaba con<br />

fayuca que traía de Agua Prieta. Me preguntó por<br />

cuánto le hacía una grande y le dije que en doscientos<br />

pesos; me dio el dinero y con la ayuda de un muchacho<br />

pronto estuvo lista. Otra señora vio el trabajo, le<br />

gustó y me dijo que necesitaba reparar un sofá reposet<br />

para el jardín y un señor le cobraba seiscientos pesos.<br />

Le dije que lo haría por cuatrocientos y accedió;<br />

esto se llevó mucho material; el dinero que me pagó<br />

cuando quedó lista se lo di a la señora que me asistía,<br />

quien ya se portaba muy amable y me daba mejor<br />

atención.<br />

El material se agotaba y alcancé a terminar otra<br />

silla –aunque con pegaduras– para una señora que<br />

siempre nos invitaba a Pancho y a mí cuando hacía<br />

menudo o pozole. Me preguntó cuánto era pero no<br />

le cobré. No encontré ese tipo de material en Hermosillo;<br />

se podía encargar, pero salía muy caro. Cuando<br />

estuve en México su costo era bajo, pero ya todos los<br />

derivados del petróleo se habían ido por las nubes y,<br />

por lo tanto, no pude continuar con la elaboración<br />

de estos trabajos. Así que buscaba cómo mantenerme<br />

ocupado arreglando el patio: quitaba las piedras que<br />

me estorbaban, ya que había muchas semienterradas<br />

y tropezaba con ellas, entonces me dediqué a emparejar<br />

el piso; asimismo hice unos canalitos para regar<br />

los árboles.<br />

Al fin, por esos días me llamaron de la escuela porque<br />

ya íbamos a empezar a trabajar. Ahí se encontraba<br />

doña Esperanza y los demás que formaban el<br />

patronato, me presentó con ellos pues no conocía a<br />

ninguno. Platicamos y me pidieron que les diera los


170 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

documentos que acreditaban mis estudios, constancias,<br />

certificados, etc. El chofer me acompañó al DIF a<br />

recoger mis papeles –donde los había dejado cuando<br />

creí que me podían ayudar a conseguir trabajo, mas<br />

no fue así.<br />

Quedaron en pasar por mí; otro día a las siete de la<br />

mañana, me alisté muy temprano. Ese día asistieron<br />

sólo cinco niños; empecé a platicarles un poco sobre<br />

rehabilitación y les dije que les iba a enseñar orientación<br />

y movilidad. Les conté que yo me había rehabilitado<br />

en la Ciudad de México y me había parecido<br />

como empezar a vivir de nuevo, que ser ciego no era<br />

feo como creían las personas normales que piensan<br />

que nosotros los ciegos vemos oscuro y no es así, ya<br />

que no vemos de ningún color. Después los saqué al<br />

patio y ahí les seguí contando que yo me trasladaba<br />

en el transporte público, para lo que se requería de<br />

un bastón. Les prometí que más adelante les iba a<br />

conseguir unos bastones para que los usaran cuando<br />

anduvieran solos en lugares desconocidos.<br />

Algunas señoras del patronato habían escuchado<br />

solícitas lo que platiqué con los niños y les pareció<br />

bien. Una de ellas preguntó sobre qué más les iba a<br />

hablar y le contesté que cuando fueran más niños la<br />

clase sería de higiene mental, pues creía que les sería<br />

útil. Las señoras empezaron a comentar sus impresiones,<br />

se nos fue la mañana y ni tuve tiempo de recorrer<br />

toda el área para conocerla y ubicarme con soltura.<br />

A la una de la tarde pasaron por los niños para llevarlos<br />

a sus casas y al día siguiente igual los recogieron<br />

a las siete de la mañana. Esta vez fueron unos diez


CUANDO EL SOL SE FUE 171<br />

niños y hubo más algarabía porque algunos gritaban<br />

mientras otros chillaban; también se presentaron las<br />

señoras del patronato y todas andaban en actividad<br />

aseando la escuela, ya que aún no contrataban un<br />

conserje. Hasta el chofer ayudaba recogiendo basura.<br />

Yo también le entré a barrer pues para mí no era nada<br />

nuevo y lo hacía bien. Como la escuela estaba en un<br />

lugar donde había muchos árboles y hierba todos<br />

los días cuando llegábamos encontrábamos mucha<br />

basura y nos veíamos en la necesidad de agarrar las<br />

escobas y hacer la talacha.<br />

La escuela se llamó Santa Lucía y a los niños se les<br />

enseñó un himno que cantaban los lunes y los viernes,<br />

para iniciar y despedir la semana. A mí me gustaba<br />

mucho esta escuelita porque, como faltaba mucho<br />

material, había que improvisar e ingeniárselas para<br />

dar las clases, y existía mucho compañerismo. No me<br />

quedaba lejos de donde vivía y cuando el camión se<br />

descomponía y tenían que trasladar a los niños en<br />

carros particulares tomaba un camión al centro y de<br />

ahí caminaba hasta la escuela para dar confianza a<br />

los niños –las mamás al verme caminar y trasladarme<br />

solo podían darme su respaldo para desempeñar mejor<br />

el trabajo con sus hijos–, pues pretendía enseñarles<br />

orientación y movilidad.<br />

En ocasiones me atrevía a sacarlos de la escuela y<br />

en la hora del recreo me llevaba a algunos de los más<br />

grandes a un súper que estaba a tres o cuatro cuadras<br />

para que aprendieran a orientarse. Los muchachos se<br />

sentían muy bien al salir sin que fueran sus mamás<br />

acompañándolos. Los días pasaban y nos íbamos organizando,<br />

ya había más niños y se contrataron otros


172 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

tres maestros. A mí me tocaba darles braille dos horas<br />

a cuatro niños y a las once, después del recreo, daba<br />

terapia a otros cuatro, y me programé para darles un<br />

día a dos y al siguiente a dos o tres más.<br />

El patronato atrajo a estudiantes de las escuelas de<br />

Trabajo Social y Psicología de la Universidad de Sonora,<br />

así que había mucha concurrencia y actividad.<br />

Los meses de noviembre y diciembre no tuve pago y<br />

yo aguantaba. Conseguí quinientos pesos prestados<br />

para darle a la señora que me asistía, pues no había<br />

para cuándo obtener mi sueldo. Ya me hacían falta<br />

zapatos; había comprado grasa para bolearlos y se les<br />

había caído una tapa que llevan en el tacón. Como el<br />

terreno era muy pedregoso los tacones se me estaban<br />

cayendo porque eran de plástico duro. Y para solucionar<br />

el problema, como tenía dos cintos tomé el que<br />

estaba más maltratado y les hice nuevas tapas a mis<br />

zapatos. Llegó la Navidad y tuve un cinto de regalo;<br />

conseguí ciento cincuenta pesos y me fui a Nogales a<br />

ver a mi mamá y a mis hermanos. Así llegó 1981.<br />

Iniciando enero le pregunté a doña Esperanza –ella<br />

era la integrante del patronato a la que le tenía más<br />

confianza– si para mí no había o no iba a haber algo,<br />

pues ya tenía dos meses trabajando y no se decía nada<br />

de mi pago. Le habló a otra señora del patronato y<br />

ésta dijo:<br />

–A ver cómo le hacemos.<br />

Otro señor que también formaba parte del patronato<br />

agregó:<br />

–No hay dinero.<br />

Les propuse una solución: hablar con el señor Ocaña,<br />

el gobernador, él había prometido ayudarme. La


CUANDO EL SOL SE FUE 173<br />

señora Milly de Palma muy entusiasta dijo:<br />

–Sí, vamos.<br />

Los demás me preguntaron:<br />

–¿Tú lo conoces?<br />

–Sí, trabajé en el DIF con él cuando fue presidente<br />

en Navojoa.<br />

Fueron a hablar con el Gobernador y me dijo doña<br />

Esperanza que se logró que entrara en el magisterio<br />

cubriendo un interinato, pero nada más. Seguí esperando.<br />

Para el día veinte me dijo el señor René Amado,<br />

quien era un poco duro en su trato:<br />

–Ya salió su pago. Pero nos dijeron que nos iban a<br />

dar una cantidad grande para que nosotros la dividiéramos<br />

y pagáramos a tres maestros.<br />

Le pregunté de cuánto era el cheque y no me respondió.<br />

Sólo dijo:<br />

–Yo lo voy a cobrar y le doy su parte.<br />

Quedé muy confundido y las señoras no hablaron<br />

por no contradecirlo, o tal vez le tenían miedo. Le<br />

contesté:<br />

–Voy a ver qué puedo hacer.<br />

Ese mismo día fui a ver a Alma Madrid –una amiga<br />

ciega– y a su esposo Héctor Anaya, ambos licenciados.<br />

Les conté que me había salido un cheque y un<br />

profesor me lo había detenido porque lo iba a cambiar<br />

para dividirlo y hacer otros pagos. Me dijeron:<br />

–No digas nada, espera a ver si tiene la osadía de<br />

cambiarlo y vienes con nosotros. Se va a arrepentir<br />

porque hasta al “bote” puede ir a parar si se atreve a<br />

hacerlo.<br />

El profesor retuvo el cheque unos cinco días y finalmente<br />

me lo dio:


174 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

–Aquí está su pago. Es mucho dinero, cuídelo.<br />

No era tanto, pero sí pasaba de cinco mil pesos.<br />

Muy contento cambié el cheque y le di dos mil pesos<br />

a la señora que me daba asistencia y también un<br />

dinero a Pancho, porque compartía su casa conmigo.<br />

Ahí me quedaba y él me prestaba una cobija para que<br />

la tendiera en el piso, ponía de cabecera un saco que<br />

alguien le había regalado y su prima me prestaba otra<br />

cobija para que me arropara. Pagué los quinientos<br />

pesos que debía y compré un catrecito con colchón,<br />

dos cobijas y zapatos. Fui a Nogales y le di dinero a<br />

mi mamá. Regresé sin nada, pero ya tenía pagada la<br />

asistencia.<br />

En febrero me pagaron la segunda quincena de<br />

enero y fui a recoger el cheque a la Tesorería del Estado,<br />

a donde acudía cada vez que salía mi pago. Cada<br />

quince días o cuando menos una vez al mes iba a<br />

Nogales a ver a mi mamá –le daba mucho gusto que<br />

lo hiciera–, le dejaba dinero e iba al Otro Lado. Me<br />

compré ropa y una grabadora.<br />

Para las vacaciones de julio ya me habían subido el<br />

sueldo y me dieron siete mil quinientos pesos. Abrí<br />

una cuenta de ahorros en Bancomer y estuve en Nogales<br />

para dejarle dinero a mi mamá; tome cuatro<br />

mil pesos –lo suficiente para ir y venir– e hice viaje<br />

a Piedras Negras, compré una grabadora Hitachi chica<br />

para llevármela y también una maleta. El primero<br />

de septiembre debía estar en el trabajo para renovar<br />

el interinato; yo quería la base, pero no sabía cómo<br />

conseguirla.


CUANDO EL SOL SE FUE 175<br />

El viaje en el tren bala me pareció muy confortable.<br />

Iba emocionado de sentirme sin limitaciones y<br />

sin hambre; daba gracias a Dios y rezaba en voz baja<br />

pidiéndole a San Antonio que me protegiera de todos<br />

los peligros. Llevaba mi grabadora en la mano y escuchaba<br />

un casete de Los Cadetes de Linares cuando la<br />

persona que revisaba los boletos me dijo:<br />

–A la otra no compres boleto. No vas a pagar hasta<br />

que suba otro checador; por esta vez pues ya ni<br />

modo.<br />

A las siete de la noche del día siguiente –después de<br />

veinticuatro horas– estaba en Guadalajara. Cuando<br />

me bajé una señora me advirtió:<br />

–Se le va a caer su dinero. Lleva la mitad fuera de<br />

la bolsa.<br />

Qué bueno que los invidentes no estamos del todo<br />

perdidos, ya que hay personas bondadosas que nos<br />

protegen. Eran ocho billetes de quinientos pesos –yo<br />

doblaba de distinta manera los billetes de cada denominación:<br />

los de cincuenta, un doblez; los de cien,<br />

dos dobleces; los de quinientos tres, etcétera– y agradecí<br />

de nuevo a Dios el haberme favorecido para no<br />

perderlos. Llevaba también mi tarjeta de ahorros por<br />

si llegaba a necesitarla.<br />

Salí de la terminal y tomé un sitio para dirigirme<br />

a un hotel bueno y barato que ya conocía llamado<br />

Praga, quedaba cerca de la central de autobuses. Otro<br />

día temprano fui a la asociación a saludar a algunos<br />

amigos y también avisé a los parientes de la doctora<br />

que iba para Piedras Negras; me recibieron muy bien<br />

y me invitaron a comer. Como a las once de la noche


176 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

tomé el autobús, procurando llegar después de medio<br />

día, ya que son diecisiete horas de camino.<br />

Llegué a las cuatro de la tarde aproximadamente y<br />

encontré a la doctora en su casa; me sentía un poco<br />

acalorado, ella lo notó y me ofreció café inmediatamente<br />

y algo de comer. Me dijo que podía quedarme<br />

en una de las recámaras de arriba; subí, dejé mi maleta,<br />

me di un baño y bajé para seguir platicando. En<br />

eso llegaron Claudia y Miru, y pude saludar a todos<br />

sus hijos; Claudia ya se había casado con un muchacho<br />

de Monterrey y vivían allá, pero se encontraban<br />

de vacaciones en Piedras Negras. Les conté que me<br />

había ido muy bien y los motivos de mi visita: saludarlos<br />

y continuar con la terapia de Marta, pero ésta<br />

en cuanto supo mi intención se marchó a Monterrey<br />

y allí se quedó. Me dijo la doctora que no me molestara<br />

porque Marta no se quería aliviar y que no le anduviera<br />

rogando, que estaba muy lejos para que ella<br />

no tomara en cuenta el sacrificio que yo hacía.<br />

Estuve muy contento con ellos una agradable temporada<br />

que se prolongó como un mes. En ese lapso<br />

me salieron muchos trabajos y algunos los atendí para<br />

no estar desocupado, además, no me caían mal unos<br />

pesos, pero yo no iba con el fin de trabajar. A fines<br />

de agosto regresé a Guadalajara donde pasé dos días<br />

antes de tomar el tren para Nogales el día veintiocho;<br />

permanecí allá otros cinco y me devolví a Hermosillo,<br />

pues tenía que presentarme en la escuela.<br />

Empezamos el año escolar con mucho entusiasmo;<br />

el único inconveniente era que cambiábamos de chofer<br />

cada rato porque era muy poco el sueldo que se


CUANDO EL SOL SE FUE 177<br />

le pagaba; había quienes duraban sólo quince días y<br />

luego nos quedábamos sin poder recoger a los niños.<br />

Georgina Robinson –la trabajadora social que fungía<br />

como directora– y su novio se preocupaban mucho<br />

y en esos casos nos ayudaban a trasladar a los niños.<br />

Por esos días un primo mío, Francisco Murrieta, me<br />

dijo que él podía ayudar unos meses porque no tenía<br />

trabajo. Estuvo un tiempo durante el cual se la pasó<br />

muy bien e hizo muchos amigos entre los que ahí<br />

trabajaban.<br />

Un fin de semana de los últimos de octubre invité<br />

a mi amigo Pancho a Trincheras a las fiestas de San<br />

Rafael Arcángel, patrono del pueblo, las más grandes<br />

de la región que abarcan cinco días incluyendo el<br />

veinticuatro que es el principal. Salimos en la tarde<br />

a tomar el tren y apenas habíamos caminado hasta<br />

el periférico –que se encuentra a dos cuadras de su<br />

casa– cuando de pronto dijo:<br />

–¡No puedo ver!<br />

Él no veía con un ojo y en el otro su visión era<br />

débil, este día decía que se le nublaba la vista y veía<br />

puras sombras. Nos devolvimos porque iba tropezándose<br />

al caminar y después me acompañaron un<br />

primo y un sobrino suyos. En Trincheras visitamos la<br />

Iglesia de San Rafael y nos fuimos al rancho, que tenía<br />

sembradío de sandías. El rancho se sentía sólo y triste<br />

pues Claudio no estaba allí, aunque iba casi todos los<br />

días; ahí estuve recordando tiempos que quizá fueron<br />

mejores, pero que ya habían quedado muy lejos.<br />

Al día siguiente nos vinimos porque no podía faltar<br />

al trabajo. Mi amigo Pancho no se recuperaba de


178 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

la vista y ya casi no veía nada. Una prima suya lo llevó<br />

con un especialista, pero no se logró que recuperara<br />

nada de visión; para fin de año una señora nos habló<br />

de un médico que estaba atendiendo a su hijo en Tucson,<br />

Arizona y, según decía, era bueno y de mucho<br />

prestigio. Le dije a Pancho que aprovecharía las vacaciones<br />

decembrinas para ponerme de acuerdo con un<br />

sobrino para llevarlo a Tucson con el doctor que nos<br />

habían recomendado, yo costearía los gastos; le dio<br />

mucho gusto el ofrecimiento que le hice y comentó<br />

que esperaba que cumpliera lo prometido.<br />

Celebramos la posada en la escuelita, resultó muy<br />

lucida con la asistencia de muchas personas y la pasamos<br />

muy bien. Traía el pendiente de que mi pago lo<br />

había recogido un profesor al que no podía localizar,<br />

pues se había ido a Agua Prieta. El sindicato me ayudó<br />

a dar con él y éste me llevó los cheques poco después<br />

de salir de vacaciones. Quién sabe cuáles serían<br />

sus intenciones porque al entregármelos me dijo:<br />

–Cuidado, que es mucho dinero.<br />

No era tanto, pero pasaban de quince mil pesos.<br />

Me fui a Nogales a pasar la Navidad con mi mamá<br />

y mis hermanos en casa de mi hermana Tere, ella<br />

siempre se preparaba para esos días con muchos tamales.<br />

Mi sobrino Jesús Antonio –el que me iba a<br />

hacer el favor de acompañar a Pancho a consultar al<br />

especialista– y su esposa Cristina también estuvieron<br />

con nosotros, haciendo más ambiente en la Nochebuena<br />

y los días últimos. Pasamos la temporada muy<br />

contentos y para el dos de enero me presenté en la<br />

escuela y empezamos el nuevo año de 1982.


CUANDO EL SOL SE FUE 17<br />

Le traje de regalo una gran caja de chocolates a<br />

doña Esperanza y muy contenta los repartió entre los<br />

niños; ese año empezó mal porque los últimos días<br />

del mes de enero murió don Enguerrando Tapia y el<br />

duelo fue grande, ya que doña Esperanza era el alma<br />

de la escuela Santa Lucía –llevaba el nombre de la<br />

santa patrona de los ciegos en la que yo confiaba y<br />

con quien me sentía identificado–. La escuela pareció<br />

cimbrarse, pero todos le pusimos muchas ganas y seguimos<br />

adelante.<br />

En febrero pedí un día de permiso para acompañar<br />

a mi amigo Pancho a Nogales porque habíamos concertado<br />

una consulta con el médico; esta vez yo iba<br />

guiando pues él no se orientaba. Lo dejé en casa de<br />

mi hermana y le di dinero suficiente para la consulta,<br />

uno de mis sobrinos lo acompañaría pues yo debía<br />

presentarme en el trabajo el día siguiente. Él regresó<br />

al tercer día; venía triste porque el médico no le había<br />

recetado ningún medicamento y le había dicho que<br />

no era necesario que volviera, ya que su problema se<br />

iba a corregir con el paso del tiempo. Muy agüitado<br />

dijo:<br />

–Es que no quiso decirme que no tenía remedio.<br />

Yo trataba de animarlo. Una prima suya le pagaba<br />

las consultas y medicamentos con una doctora que<br />

le dijo que sí podía aliviarlo, pero los “hizo tontos”<br />

pues los medicamentos no le hacían ningún efecto.<br />

Ya no quiso ir con ella porque sólo estaba perdiendo<br />

el tiempo y el tratamiento resultaba muy caro.<br />

Para que se incorporara a la vida de los ciegos lo<br />

invité a conocer la escuela en donde estaba trabajando,<br />

asegurándole que le iba a gustar, y no tuve que


180 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

insistir mucho para que accediera. Lo llevé con la señora<br />

del patronato y fue bien aceptado. El primer día<br />

estuvo un poco serio, pero al segundo le llevaron una<br />

guitarra y empezó a tocarla. Comenzó a dar clases de<br />

guitarra y yo empecé a darle orientación y movilidad;<br />

pronto se ambientó y se dio cuenta de que estando<br />

ciego también se puede vivir bien. Como antes había<br />

conocido el terreno pronto se ubicó, y en ocasiones<br />

nos íbamos caminando hasta su casa de la colonia El<br />

Ranchito para practicar con el bastón blanco.<br />

Rápido llegaron las vacaciones de verano. El dieciséis<br />

de julio desperté muy temprano. Dormía en un<br />

catre en el patio; las lluvias no se habían presentado<br />

aún, pero esa mañana empezaron a caer unas cuantas<br />

gotas que me alegraron porque llegando las lluvias el<br />

calor disminuye. No me quería levantar y comencé a<br />

recordar con nostalgia a mi gente y el rancho. Cuando<br />

escuché movimiento me levanté a tomar café para<br />

alejar ese sentimiento y apenas había comenzado a<br />

hacerlo vinieron a avisarme que me llamaban por teléfono.<br />

Acudí rápidamente pues la casa a donde me<br />

hablaban estaba como a dos cuadras.<br />

Me llamaba Rosalba, esposa de un primo, para darme<br />

la noticia de que una cuatita hija de Dora y de mi<br />

hermano Claudio había muerto en Nogales y la iban<br />

a sepultar en Trincheras. Sentí que el estómago se me<br />

encogía y regresé a la casa para preparar la salida. Ya<br />

no desayuné y le pedí a doña Carolina permiso para<br />

que me acompañara su hijo –un muchachito de doce<br />

años quien ya me había acompañado en otras ocasiones–<br />

a lo que accedió muy conmovida.


CUANDO EL SOL SE FUE 181<br />

Por la tarde salimos a Benjamín Hill y de ahí tomamos<br />

el tren que nos dejó en Trincheras a las nueve de<br />

la noche. Nos amanecimos velando el cuerpo y otro<br />

día, después del sepelio, nos vinimos a Santa Ana y<br />

de ahí tomamos un camión para Hermosillo, donde<br />

cobré un dinero que me debían y me fui a Nogales.<br />

Mi mamá se había quedado en Trincheras con Claudio<br />

y Dora.<br />

En Nogales se encontraba mi hermano Dimas, desempleado<br />

por entonces, y Claudio me había dicho<br />

que le pidiera que me acompañara para llevar a mi<br />

mamá al rancho, batallé un poco para convencerlo.<br />

Se animó porque un primo le dijo que iría y posiblemente<br />

también su papá, mi tío Ramón Bermúdez, al<br />

que le gustaba ir porque ahí tuvieron una mina y le<br />

hacía recordar viejos tiempos, así que le llamó. Otro<br />

día lo trajo un hijo a Nogales, él tenía un pick up,<br />

pero ya no manejaba. Así que en total sumábamos<br />

cinco: mi tío Ramón, su hijo Gustavo –al que le apodábamos<br />

“El niño”–, mi hermano Dimas, mi sobrino<br />

Elías y yo. En Santa Ana nos surtimos de víveres para<br />

unos quince días más o menos.<br />

Llegamos a Trincheras ya tarde, recogimos a mi<br />

mamá y salimos ya anocheciendo para el rancho.<br />

Mi tío y mi mamá iban muy contentos y yo estaba<br />

muy emocionado. A la semana mi tío Ramón quiso<br />

regresarse y yo le pagué por habernos llevado porque,<br />

gracias a Dios, no tenía que andar pidiendo nada regalado,<br />

ya que traía dinero suficiente para quedarnos<br />

unos dos meses.


182 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Pasábamos el tiempo charlando y tomando café.<br />

Apenas se había ido mi tío Ramón, llegó un hermano<br />

de mi mamá, mi tío José de Jesús, al que le encantaban<br />

las anécdotas de tiempos pasados y gozaba con<br />

nuestras pláticas. Teníamos un radio, pero casi no<br />

lo escuchábamos porque unas veces platicábamos y<br />

otras cantábamos –o aullábamos–; mi mamá se ponía<br />

nerviosa y nos callaba, pero mi tío encantado nos<br />

seguía el ambiente recordando otras épocas. Claudio<br />

fue a visitarnos y después Salomón, éste nos dejó un<br />

carro “chueco”, pero que funcionaba bien, nos sirvió<br />

mucho para trasladarnos a Trincheras; cada tercer día<br />

íbamos al pueblo a distraernos y a comprar alimentos.<br />

Yo ya tenía que presentarme en el trabajo y mi hermano<br />

Dimas también quería irse a trabajar a Hermosillo.<br />

Le comenté que en la escuela hacía falta un<br />

chofer, que si se aventaba a manejar el camión, y dijo<br />

que estaba dispuesto a entrarle. Mi tío José de Jesús lo<br />

animó diciéndole que se fuera sin preocupación pues<br />

él se quedaría con mi mamá y como ya tenían carro<br />

no había problema.<br />

Nos fuimos a Hermosillo y lo presenté con los del<br />

patronato, lo aceptaron de inmediato. Agarró el camión<br />

y le dieron un mapa de la ciudad; la trabajadora<br />

social se comprometió a ayudarle un tiempo para<br />

que no tuviera problema en familiarizarse con la ruta<br />

que debía seguir, pasaba primero por ella para que le<br />

señalara la trayectoria. Obtuvo la licencia de manejo<br />

y, como el sueldo era muy poco, se le tramitó una<br />

base para que entrara en la nómina del Gobierno del<br />

Estado.


CUANDO EL SOL SE FUE 183<br />

Para el dieciséis de septiembre regresamos a Trincheras<br />

y estuvimos con mi mamá y mi tío José; se encontraba<br />

ahí también un sobrino, hijo de Salomón.<br />

Les dejé dinero por si algo se les ofrecía y nos regresamos<br />

al trabajo. Dimas se había echado algunos<br />

aperitivos, pero no pasó de ahí; a él le gusta mucho<br />

la tomada; yo quería que tuviera fuerza de voluntad<br />

para vencer ese vicio y si bebía lo hiciera con moderación.<br />

En las fiestas de San Rafael volvimos al pueblo. Mi<br />

mamá y mi tío ya se habían venido del rancho y estaban<br />

con mi hermano Antonio. Mi tío había alborotado<br />

a mi mamá para que la lleváramos a Puerto<br />

Peñasco, ya que él y su familia se habían establecido<br />

allá; ella sólo podía viajar en carro particular debido<br />

a su enfermedad, le prometí que pasando el Día de<br />

Muertos iba a llevarla, y luego me puse de acuerdo<br />

con mi sobrino Jesús Antonio para encontrarnos en<br />

Trincheras y cumplirle la promesa a mi mamá.<br />

Así lo hicimos y la noche del tres de noviembre salimos<br />

en un pick up mi sobrino, Cristina su esposa,<br />

mi mamá, mi tío José de Jesús en la cabina; Dimas,<br />

otro sobrino, y yo íbamos en la caja. En Caborca nos<br />

detuvimos a comprar unos refrescos y, por supuesto,<br />

Dimas y mi tío se surtieron de tequila. De ahí tomamos<br />

un camino que aún no estaba terminado y que<br />

nos ahorraría unos ochenta kilómetros, ya que era directo<br />

y se hacía menos tiempo que irse por Sonoyta<br />

y de ahí a Puerto Peñasco. Llegamos a un lugar en<br />

el que la arena era como movediza, se nos atascó el<br />

carro y por más esfuerzos que hicimos no logramos<br />

sacarlo.


184 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Mi tío, que ya andaba un poco atarantado, se cayó<br />

y se golpeó la nuca. Como se dieron cuenta de que estaba<br />

pataleando, rápidamente le empecé a dar masaje<br />

con tequila, era lo más apropiado que teníamos al alcance.<br />

Como mi mamá se preocupó y nos preguntaba<br />

qué le pasaba le decíamos que no era nada y que ya<br />

se estaba componiendo. En efecto se pudo levantar,<br />

aunque aturdido. Después venían unos muchachos<br />

en un carro Estaquitas, también se les quedó atascado<br />

y los ayudamos a sacarlo de un trecho como de cien<br />

metros de lo que parecían arenas movedizas. Entre<br />

seis personas sacamos los dos carros y así pudimos<br />

continuar a Puerto Peñasco, llegamos a las doce de la<br />

noche. Llevaron a mi tío al médico quien dijo que no<br />

había sido nada, que se había salido un poco de sí,<br />

pero que no habría problema.<br />

Al siguiente día debíamos regresarnos para estar a<br />

tiempo en el trabajo, pero mi hermano –ahora chofer<br />

del camión de la escuela– había agarrado la tomada<br />

y fue imposible traerlo, así que viajé sólo. Ya en<br />

Hermosillo, para no quedar más mal, me llevé a un<br />

muchacho que quería trabajar; hicimos el recorrido y<br />

les dije que mi hermano se había quedado en Puerto<br />

Peñasco, pero llevaba a ese muchacho para ver si lo<br />

empleaban como chofer. No lo aceptaron, su objeción<br />

se basó en que estaba muy joven, y fue mejor así<br />

porque yo no quería recomendar a nadie pues en mí<br />

caía la responsiva. Llegó después a suplir a mi hermano<br />

un señor muy atento que trabajaba en el Gobierno<br />

del Estado.<br />

Hice viaje a Puerto Peñasco para ver a mi mamá,<br />

se había quedado en la casa de un sobrino; mi tía,


CUANDO EL SOL SE FUE 185<br />

que vive en Tijuana, se encontraba ahí también. Me<br />

acompañó otro de mis sobrinos y me encontré con<br />

que mi mamá ya quería volver a Nogales –yo pensaba<br />

que pasaría la Navidad ahí con sus hermanos–,<br />

pero yo no podía traerla solo porque ella no podía<br />

caminar bien; usaba un andador y tenía que cargarla<br />

para subirla a los camiones. No le pregunté más y le<br />

prometí que en una semana iba a volver por ella. Se le<br />

notaba que ya no estaba a gusto ahí y no supe cuál sería<br />

el motivo, más bien pienso que se debía a que ya<br />

estaba mayor y no se acomodaba en ninguna parte.<br />

Me vine a Nogales para pedirles a unos sobrinos<br />

que me acompañaran a ir por mi mamá. El siguiente<br />

fin de semana ya me estaban esperando en Benjamín<br />

Hill y de ahí tomamos el tren que nos llevaría hasta<br />

Puerto Peñasco. Llegamos a casa de mi tío José de Jesús<br />

y avisamos a mi mamá, ya tenía listas sus maletas;<br />

otro día pasamos por ella en un taxi y la llevamos a<br />

casa de mi tío para que se despidiera también de él y<br />

de su familia.<br />

A las once tomamos un camión Norte de Sonora<br />

y para las cuatro estábamos en Santa Ana, y de ahí<br />

agarramos otro autobús para Nogales. A las seis llegamos<br />

a casa de mi hermana Tere. Mi mamá venía un<br />

poco cansada, pero contenta, yo también estaba cansado<br />

pues la subía cargando a los camiones. Estuve<br />

con ellos un rato, tomé café y algo de cena, pero tenía<br />

que salir esa misma noche para presentarme otro día<br />

a trabajar en Hermosillo, a donde llegué a medianoche.


186 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

En la escuela se empezaban a organizar los preparativos<br />

para las fiestas navideñas. Pancho, muy emocionado,<br />

entrenaba cantos y villancicos con la guitarra.<br />

El día dieciocho la posada se celebró en grande, desde<br />

las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Fue<br />

de pachanga, carne asada, tamales, pasteles, gelatinas,<br />

etc., y las señoras del patronato llevaron algunos regalos;<br />

yo había traído dulces para todos.<br />

Cuando ya nos retirábamos una muchacha me dio<br />

una botella de Brandy Presidente que me había llevado.<br />

Otro profesor de la escuela al darse cuenta empezó<br />

a “alborotar la bitachera” diciendo que esa botella<br />

se tenía que destapar ahí en el camión. Mi amigo<br />

Pancho, al que también le gustaba mucho el trago,<br />

me persuadía para que sacara la botella y el chofer<br />

del camión me decía que eran días festivos y que no<br />

había problema en hacerlo, pero yo no quería porque<br />

todavía se encontraban con nosotros algunos niños.<br />

Al fin me convencieron y compraron unos refrescos<br />

y unos vasitos desechables, empezamos a tomar<br />

y pronto se acabó la botella. Pancho –que era muy<br />

terco– quería que comprara otra y yo no quería hacerlo<br />

hasta que estuviéramos en la casa, y el chofer<br />

decía que de una vez. Cuando entregamos a todos los<br />

niños, le di dinero al chofer para comprar otra botella,<br />

él sí se medía para tomar, al profesor lo bajamos<br />

mareado y Pancho, muy loco, llevaba más de media<br />

botella y todavía quería más. Llegamos bastante tarde,<br />

dejé a Pancho en su casa y me fui a tomar café con<br />

la señora Carolina quien me asistía, y así me quité la<br />

ataranta que traía.


CUANDO EL SOL SE FUE 187<br />

Estaba de vacaciones y quería ir a Nogales después<br />

de cobrar mi sueldo, pero la familia de Pancho, que<br />

me había tomado cariño como si perteneciera a ella,<br />

me invitaba a quedarme a pasar las fiestas en su casa.<br />

No me convencieron para Navidad, pero sí me comprometí<br />

a pasar el día último con ellos. En estas fechas<br />

acostumbraban ir de visita unos primos de Pancho<br />

que venían de Guaymas ambos eran maestros,<br />

me habían brindado su amistad y yo también los<br />

apreciaba.<br />

Recogí mi pago y me fui a Nogales con mi mamá<br />

y mis hermanos; el día veintiocho estaba de regreso<br />

en Hermosillo con Pancho y su familia, les traía algunos<br />

regalos. Doña Carolina había hecho pozole y la<br />

pasamos muy bien. Yo tenía una grabadora y compré<br />

unos casetes de Los Caminantes y nos amanecimos<br />

bailando y tomando.<br />

Con el ambiente atrajimos al vecino, al que le gustaba<br />

mucho la parranda. Tenía muchas hijas y primero<br />

llegaron ellas, con las que nos mandaba una botella<br />

de Don Pedro. Como él también lleva ese nombre<br />

le eché unas vivas a mi amigo Pedro y fui por él para<br />

que compartiera con nosotros. Yo bailaba con una<br />

de sus hijas, una muchacha muy agradable. Se formó<br />

un buen ambiente y ya para amanecer llegaron otros<br />

vecinos que querían seguirla y nos traían otros aperitivos.<br />

Así nos salió el sol. El día primero mi amigo<br />

Pancho le siguió porque él era “de tomada larga”, yo<br />

me medía porque le tenía miedo a las crudas.<br />

El tres de enero de 1983 regresamos a clases. Pancho<br />

se seguía recuperando de la cruda. Como la pri-


188 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

mera semana la asistencia estuvo muy baja, le dije a<br />

un muchacho de aproximadamente veinte años, que<br />

venía de la costa a rehabilitarse –le había prometido<br />

darle orientación y movilidad–, que lo iba a llevar<br />

al Instituto Iris para que conociera a las morritas tan<br />

bonitas que había ahí, pero no debía comentarlo con<br />

nadie.<br />

Nos subimos a un camión para el centro y de ahí<br />

a otro que nos dejó en el Instituto Iris. Policarpo, el<br />

muchacho que me acompañaba, estaba muy emocionado<br />

porque nos recibieron muy bien. Yo ya había<br />

estado ahí otras veces, pero no mencioné nada<br />

porque existía una rivalidad entre los institutos Iris y<br />

Santa Lucía, y nos habían dicho que por ningún motivo<br />

nos paráramos en esa escuela. Por esa razón tenía<br />

que ir escondido, pero representaba un reto para mí<br />

no dejarme influenciar por nadie.<br />

Estuvimos ahí un buen rato y al oscurecer acompañé<br />

a Poli hasta donde se quedaba, en una colonia que<br />

yo no conocía. Me dijo que vivía en la calle Panamá<br />

y cuando preguntamos al chofer del camión por ella<br />

nos aseguró que ya nos habíamos pasado.<br />

Nos bajamos y caminamos por el fraccionamiento<br />

en donde había unas cuantas casas y muchos baldíos<br />

con trazos para construir. Le preguntamos a una persona<br />

que pasó, pero no nos atendió y como nadie<br />

más había por ahí nos acercamos a una casa y tocamos.<br />

Salió una señora y al parecer tenía desconfianza,<br />

llamó a un señor y éste nos preguntó si andábamos<br />

perdidos. Le respondí que sí, buscábamos la calle Pa-


CUANDO EL SOL SE FUE 18<br />

namá, pero el chofer nos había dicho que ya nos habíamos<br />

pasado.<br />

–¿Venían del centro?<br />

–Sí.<br />

–Todavía les faltan cuatro cuadras. ¿Entre qué calles?<br />

Poli contestó y el señor agregó:<br />

–La calle que sigue es la Juan José Aguirre y de ahí<br />

ya salen derecho hasta la Panamá.<br />

Le dimos las gracias y le preguntamos:<br />

–¿Cómo se llama este fraccionamiento?<br />

–Es el fraccionamiento de los maestros.<br />

Nos fuimos. Le dije a Poli que si me regalaran un<br />

terreno o una casa en este fraccionamiento no la aceptaría<br />

porque estaba muy feo y muy sólo. Llegamos a<br />

la casa, tomé un café que me ofrecieron y un señor<br />

muy afable me acompañó a la parada de un camión<br />

que me llevara al centro, y de ahí tomé otro hasta la<br />

casa de Pancho.<br />

Con mucha emoción, otro día platicaba Poli del<br />

lugar tan bonito al que lo había llevado, donde habíamos<br />

conocido a muchas chamacas hermosas y<br />

simpáticas que nos habían tratado muy bien. José Alfredo<br />

y otros de los muchachos le preguntaban dónde<br />

estaba ese lugar, que les dijera.<br />

–No, no puedo porque “se nos va a regar el tepache”.<br />

Se sostenía, hasta que finalmente José Alfredo le<br />

sacó la verdad y muy alegre dijo que sí era el Instituto<br />

Iris. José Alfredo dijo que él por solidaridad a la<br />

escuela Santa Lucía no iría ni muerto. La trabajadora<br />

social le decía:


1 0 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

–No digas nada, que cae más pronto un hablador<br />

que un cojo.<br />

Pero él seguía repitiendo que no iría por nada de<br />

este mundo.<br />

Volvimos al Instituto Iris Poli y yo e invitamos a los<br />

muchachos de ahí a que fueran a visitarnos al Instituto<br />

Santa Lucía. María del Carmen, una muchacha<br />

que tenía problemas visuales, pero lograba moverse<br />

sola sin el bastón blanco, dijo que ella las iba a llevar,<br />

y un buen día llegaron tres de las jóvenes que conocimos:<br />

María de los Ángeles, Rosa Martha y María del<br />

Carmen, quien las guiaba.<br />

Mi amigo Pancho andaba comiéndose una lata de<br />

chiles jalapeños porque así se curaba los estragos que<br />

le quedaban con las pisteadas y se estaba reponiendo<br />

de una, pero se dio unos minutos para interpretarles<br />

unas melodías con su guitarra, sabía tocarla muy<br />

bien, sólo que no se sabía ninguna canción completa.<br />

De cualquier forma, las muchachas se sintieron halagadas.<br />

Todo iba bien, pero al señor Amado, del patronato,<br />

no le pareció correcto que fueran a visitarnos del<br />

Instituto Iris y preguntó quién las había invitado. Las<br />

muchachas contestaron que iban porque querían<br />

propiciar el intercambio entre las dos escuelas. Entonces<br />

dijo:<br />

–Eso me parece bien.<br />

Y las señoras del Patronato afirmaron:<br />

–Claro que sí.<br />

Después de esto continuamos visitando el Institu-


CUANDO EL SOL SE FUE 1 1<br />

to Iris regularmente y se nos unieron dos muchachos<br />

más. Como estar pendiente de los tres representaba<br />

mayor presión, le pedía al chofer que nos dejara frente<br />

a la puerta. La salida allá era a la una de la tarde,<br />

pero los muchachos más grandes se quedaban en<br />

unas clases especiales con dos maestras que trabajaban<br />

con ellos.<br />

Entre los que se quedaban estaban María de los<br />

Ángeles, Rosa Martha, Griselda, María del Carmen<br />

y Margarita, la más chica de ellas que tenía dieciséis<br />

años. Todos estaban encantados pues habían encontrado<br />

su amor. Hasta a mí me andaban endonando<br />

una, pero yo era el profesor y tenía que portarme a<br />

la altura. Pancho ligó con María de los Ángeles, José<br />

Alfredo con Rosa Martha y Poli con Margarita. Los<br />

alumnos estaban muy entusiasmados y, como yo era<br />

el instructor de orientación y movilidad, cada tres<br />

días querían que los llevara.


VI.- EL NOMBRAMIENTO Y LA CASA<br />

A principios de 1983 anduve haciendo trámites para<br />

comprar una casa ahí cerca del Instituto Santa Lucía<br />

y los del patronato me habían dicho que construyera<br />

una casita en el terreno que ocupaba la escuela. Yo<br />

había hecho venir a un cuñado de Nogales que estuvo<br />

unos días y trazó los planos para construir una casa<br />

chica, pero me dijeron que mejor me iban a comprar<br />

una construida, de esas que hacen y las ponen donde<br />

uno quiere. Decían que, al parecer, el patronato la<br />

iba a comprar y que no invirtiera nada; le pidieron a<br />

mi cuñado que mejor les hiciera un presupuesto para<br />

construir una capillita para Santa Lucía. Le dieron el<br />

plano, pero como sólo era un presupuesto y no tenían<br />

para cuándo mi cuñado se fue de nuevo.<br />

La escuela Santa Lucía continuaba decayendo y no<br />

había dinero para pagarle a los maestros. A mí me<br />

aterrorizaba que se cerrara y me quedara en la calle,<br />

así que fui con el subdirector de educación, el señor<br />

Cevallos, y le planteé el problema. Me dijo que volviera<br />

a buscarlo dentro de una semana. Cuando regresé<br />

me dijo que le habían contestado que yo no<br />

reunía los requisitos y no había nada qué hacer.<br />

Conocía al director de educación, don José María<br />

Ruiz Vázquez, le comenté cómo andaba mi situación<br />

y que el señor Ocaña había dado la orden de que se<br />

me diera una plaza como profesor, pero me decían


CUANDO EL SOL SE FUE 1 3<br />

que no se podía porque no reunía los requisitos necesarios.<br />

Él, muy cordialmente, replicaba que sí se<br />

podía:<br />

–¡Cómo no se va a poder! Si el Gobernador dice<br />

que se haga, se puede hacer. Voy a abocarme a esto.<br />

Vuelve dentro de unos veinte días, yo creo que te voy<br />

a tener el nombramiento.<br />

Dejé pasar veinticinco días y, en una de las ocasiones<br />

en que fui a recoger mi cheque a la Tesorería, me<br />

presenté con la secretaria del señor Ruiz Vázquez, una<br />

atenta señora llamada Teresita, quien después de saludarme<br />

me informó:<br />

–Ya salió su nombramiento.<br />

¡Qué gusto me dio! Sentía que el corazón se me<br />

salía. Pasé ansioso con el director. No lo podía creer<br />

pues ya antes el subdirector me había dicho que no se<br />

podía. Me dijo el profesor Ruiz Vázquez:<br />

–Le dije que sí se podía y se pudo.<br />

–Gracias, muchas gracias.<br />

–No tiene por qué darlas. Estamos para servirle.<br />

Me leyó el documento y me lo entregó en un sobre.<br />

–Cuidado, no se le vaya a perder. Pero si se le pierde<br />

aquí tenemos un duplicado.<br />

Decía esto en broma. Me despedí de él muy contento<br />

y le pedí a Teresita que me lo leyera de nuevo.<br />

Quedé con nombramiento de profesor de primaria<br />

con una carga de cero a cinco horas de trabajo, la fecha:<br />

treinta de mayo de 1983.<br />

No habían pasado ni tres días de esto cuando la<br />

tarde del tres de junio me encontraba con Pancho en<br />

su casa, llegó el profesor René Amado. Salí y lo pasé.


1 4 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

–A usted lo vengo buscando.<br />

–Usted dirá para qué soy bueno.<br />

–Vengo a decirle que le haga como quiera porque<br />

ya no vamos a seguir en Santa Lucía. No puede seguir<br />

con nosotros porque se ha terminado la escuela, así<br />

que busque por donde pueda.<br />

Yo ya sabía que no íbamos a continuar porque a<br />

los maestros se les debía todo lo que iba del año. Le<br />

dije:<br />

–Señor Amado, fíjese que yo sí voy a seguir en el<br />

sistema.<br />

–¿Por qué?, si lo de usted es interinato.<br />

–Quiero decirle que me dieron el nombramiento<br />

como profesor de primaria.<br />

–No puede ser, enséñeme ese nombramiento que<br />

dice que le dieron.<br />

Fui a donde lo tenía guardado, lo saqué y se lo<br />

mostré.<br />

–Aquí está, señor Amado.<br />

Lo tomó, lo leyó y dijo:<br />

–¡Felicidades!<br />

Le pedí a una niña que me trajera unos refrescos<br />

que había comprado precisamente para ofrecérselos<br />

a los que fueran a visitarme para compartir la satisfacción<br />

de haber obtenido mi nombramiento, lo que en<br />

un principio se me figuraba difícil, pero no imposible.<br />

Había tenido problemas más grandes que se habían<br />

cruzado en mi vida y los había vencido, así que<br />

tenía fe en Dios y en mí mismo, estaba seguro de que<br />

lo conseguiría. Cuando se despidió el señor Amado<br />

lo hizo un poco apenado porque él iba a darme una


CUANDO EL SOL SE FUE 1 5<br />

noticia que me iba a afectar y yo le di otra que me<br />

alegraba compartir con todos.<br />

En septiembre de ese mismo año me mandaron al<br />

Instituto Iris donde fui bien recibido. La directora me<br />

preguntó si podría con el grupo de preescolar –que no<br />

tenía maestro– y me mandó con ellos, quizá para ver<br />

cómo me desempeñaba, dándome un libro que me<br />

serviría como guía de trabajo; no faltaron voluntarios<br />

para leérmelo. Comencé con un grupo de cuatro niñas<br />

y un niño, tenían de cinco a seis años. Después<br />

llegaron dos jovencitas ciegas a las que había que enseñarles<br />

el sistema braille, orientación y movilidad, y<br />

también las enviaron a mi grupo.<br />

Me resultaba muy difícil trabajar con niños y<br />

adultos a la vez, pero no me rajaba. Por buena suerte<br />

mandaron a la escuela a un profesor muy joven y<br />

la directora nos reunió para ver con quién era más<br />

conveniente asignarlo. Argumenté que me hacía falta<br />

un auxiliar y los demás estuvieron de acuerdo en que<br />

fuera a mí a quien apoyara. El joven maestro Tobías,<br />

eficiente y dinámico, fue mi salvación y me permitió<br />

ordenar el trabajo. Los niños estaban encantados con<br />

él pues les organizaba juegos, les cantaba y les contaba<br />

cuentos. Al ver que con su apoyo yo me dedicaba<br />

más a trabajar con las jovencitas me mandaron a<br />

otros que requerían de terapia pues tenían dificultades<br />

para caminar.<br />

Poco nos duró el gusto; el profesor Tobías tuvo que<br />

ausentarse y me quedé de nuevo con un grupo numeroso<br />

y difícil. De inmediato protesté y exigí que<br />

me pusieran un auxiliar pues yo sólo no podía con el


1 6 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

grupo. La señorita encargada de trabajo social –con<br />

quien me llevaba muy bien– se dedicó a resolver el<br />

problema y lo expuso ante el patronato de la escuela.<br />

Una semana después tenía una auxiliar, que era hermana<br />

de la trabajadora social.<br />

Aunque esta señorita no tenía el perfil de educadora,<br />

sí me fue muy útil porque me permitió dedicarme<br />

más a los adultos, a los que les enseñaba el sistema<br />

braille; poco a poco el grupo se hacía más numeroso,<br />

y los muchachos mayores me habían pedido que<br />

también les diera orientación y movilidad, por lo que<br />

los sacaba a hacer recorridos por las calles cercanas<br />

para ayudarlos a orientarse y para que también conocieran<br />

los comercios que se ubicaban en el entorno<br />

de la escuela. Así se fue el año de 1983. Para las fiestas<br />

decembrinas se prepararon unas actividades muy bonitas<br />

en las posadas participaron los niños.<br />

Yo seguía en la colonia El Ranchito y ya me había<br />

familiarizado con las rutas del transporte público.<br />

Había dos formas de llegar a la escuela: la menos<br />

problemática era tomar un camión al centro y de ahí<br />

otro a la colonia Las Granjas, y, al bajar, caminaba un<br />

trecho largo por una banqueta que me llevaba a la<br />

escuela; pero la ruta más rápida y la que más utilizaba<br />

era tomar un camión que me dejaba a unas cuatro<br />

cuadras; ya conocía bien ese camino, pero debía cruzar<br />

una avenida muy transitada.<br />

Buscaba la forma de salirme de casa de Pancho<br />

porque quería un poco de comodidad. Pancho había<br />

rentado parte de la casa y le dije que podía pagarle<br />

una renta, pero contestó que en el cuarto que le


CUANDO EL SOL SE FUE 1 7<br />

quedaba podíamos acomodarnos los dos; aunque era<br />

muy amplio no estaba a gusto porque había sólo un<br />

baño que compartían tres casas.<br />

Una señora llamada Graciela Chacón de Tolano y<br />

su esposo don Chalo –a los que seguía frecuentando<br />

y conocía desde que iniciamos el Instituto Santa<br />

Lucía pues habían tenido ahí una niña que padecía<br />

una lesión cerebral– me decían que podían darme<br />

hospedaje en su casa. Me convenía porque el camión<br />

que recogía a los niños del Instituto Iris pasaba a una<br />

cuadra de su casa y el chofer me había dicho que lo<br />

esperara ahí a una determinada hora y si no estaba<br />

aún ahí él podía pasar por mí. Me cambié a casa de<br />

estos señores y estuve un tiempo muy a gusto.<br />

En uno de mis viajes a Nogales me dijo mi hermano<br />

Salomón que si quería comprar una casa él me<br />

prestaba el dinero. Acepté, le dije que ya tenía una<br />

elegida y me la daban en un millón doscientos mil<br />

pesos. Cuando fui a ver la casa, la señora que la rentaba<br />

nos la mostró, iba conmigo una amiga que me<br />

ofreció su ayuda para acompañarme a donde se me<br />

dificultara llegar, ella me describió la casa: con mucho<br />

terreno bardado y rodeada de bugambilias; tenía<br />

dos recámaras, sala grande, cocina, comedor, no tenía<br />

cochera, pero eso no era problema pues había un<br />

portón para guardar el carro.<br />

La casa me pareció bien, pero la señora me decía<br />

que no me convenía porque se goteaba mucho pues<br />

no servían los techos y que no fuera a comprarla porque<br />

esa zona por la noche era ‘panino’ de mariguanos;<br />

que en la capillita que estaba enfrente habían


1 8 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

matado a una persona y si no respetaban ese lugar<br />

sagrado, qué podíamos esperar. Le dije que iba a pensarlo,<br />

pero me di cuenta de lo que pasaba: en realidad<br />

no quería salirse y por eso ponía muchos obstáculos.<br />

La persona que me acompañaba me dijo que la casa<br />

estaba muy bien por ese precio; fuimos a hablar con<br />

la hija del dueño para comprarla, quien nos dijo que<br />

ya la habían tratado con un compadre del señor. Qué<br />

bueno que no se llevó a cabo la compra porque ya me<br />

había arrepentido de irme a ese lugar. Así que tomé<br />

el dinero y lo deposité en un banco a plazo fijo –los<br />

intereses estaban muy altos por esos días– en tanto<br />

esperaba que saliera otra oportunidad para comprar<br />

casa. Salomón me había dicho que ahí lo tuviera hasta<br />

que lo invirtiera.<br />

No obstante, no quitaba el dedo del renglón y quería<br />

conseguir mi propia casa. Recuerdo una ocasión<br />

en que venía de Guadalajara en el tren bala y –como<br />

suele suceder– mi compañero de asiento, un señor ya<br />

mayor, y yo nos hicimos de gran plática. Me preguntó<br />

a qué me dedicaba y le platiqué un poco de mi historia.<br />

También yo hacía preguntas, me contó que había<br />

trabajado mucho para formar una familia y acumular<br />

una fortuna más o menos considerable. Me aconsejó<br />

que siempre tomara la vida –y cualquier trabajo<br />

que emprendiera– con entusiasmo, y lo primero que<br />

debía hacer era conseguir una casita propia para no<br />

andar de arrimado (aunque pagara en una casa de<br />

asistencia no por eso dejaba de ser un arrimado), decía<br />

que una casa propia yo la podía hacer grande y a<br />

mi gusto, y conseguir una mujer porque a un hombre<br />

sólo le falta la mitad para formar un hogar. Esto<br />

nunca lo olvidé y no cejaba en mi intención de con-


CUANDO EL SOL SE FUE 1<br />

seguirme mi casa y después una compañera para mi<br />

vida. Encontraba casas –o terrenos para construir–,<br />

pero no quería que estuvieran en un lugar apartado<br />

donde no hubiese servicios.<br />

Ya no me sentía a gusto en la casa de la familia<br />

Tolano pues como había muchos niños no tenía un<br />

lugar fijo dónde quedarme, y me cambié a otra casa<br />

donde me iban a dar un cuarto. Tampoco duré mucho<br />

tiempo ahí porque tenían un perro muy bravo y<br />

una noche cuando llegaba me dio una buena mordida,<br />

lo que hizo que le tuviera pavor y ya no quisiera<br />

continuar ahí; me cambié a otra casa cercana al Instituto<br />

Iris.<br />

Corría el año de 1985; para el diez de marzo me<br />

habían programado una cirugía de una hernia que<br />

me molestaba bastante, y cada vez aumentaba más<br />

el dolor cuando permanecía mucho tiempo de pie.<br />

Así que apenas había hecho el trato con la señora de<br />

la casa que iba a darme hospedaje cuando al otro día<br />

tuve que presentarme en el Hospital Chávez para ser<br />

intervenido. Recuerdo que estaba en el Instituto Iris<br />

pues me había presentado a trabajar porque me daba<br />

miedo ir al hospital y la directora me dijo:<br />

–Tienes que ir, ya está programada tu cirugía. No<br />

tengas miedo.<br />

Muy amablemente le pidió al chofer que me acompañara<br />

y me quedé internado, a las dos de la tarde fui<br />

intervenido. Me pusieron bloqueo de modo que sentí<br />

cuando me cortaron y, ya para terminar, también<br />

los piquetes cuando me estaban suturando, me dolió<br />

un poco, pero me aguanté.


200 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Al siguiente día llegó mi sobrino Elías, se quedó<br />

conmigo esa noche y un día después me dieron de<br />

alta con quince días de incapacidad. Como ya le había<br />

pagado a la señora que me iba a dar hospedaje le<br />

avisé que me iba a ir a Nogales y le dejaba ahí algunas<br />

pertenencias. Pasé unos días con mi mamá y mis<br />

hermanos y regresé antes de que se me venciera el<br />

permiso para presentarme a trabajar, pues no podía<br />

estar mucho tiempo desocupado.<br />

Un profesor compañero de trabajo, Gilberto Maldonado,<br />

con el que me llevaba bastante bien había<br />

quedado como representante o delegado del Instituto<br />

Iris y le pregunté si podía ser candidato para una<br />

casa. Me dijo que en el reglamento se estipulaban al<br />

menos cinco años de servicio y yo aún no los tenía, y<br />

que otro requisito era ser casado, pero podía hacerle<br />

la lucha diciendo que era el sostén de mi mamá y ella<br />

dependía de mí.<br />

Me dediqué a reunir documentos, con tan mala<br />

suerte que en el Registro Civil no encontraron el acta<br />

de mi mamá; encontré una de matrimonio de mis padres<br />

y como había puesto en servicios médicos a mi<br />

mamá y tenía la credencial con su foto, ésta me fue<br />

muy útil. También necesitaba que un notario avalara<br />

los documentos y me recomendaron al licenciado<br />

Carlos Cabrera, éste me expidió una carta certificada<br />

que me costó doscientos pesos.<br />

Reuní los documentos y se los confié al profesor<br />

Maldonado para que él me hiciera el favor de entregarlos<br />

en el departamento encargado de la vivienda,<br />

se los aceptaron diciéndole que debería asistir a una


CUANDO EL SOL SE FUE 201<br />

reunión que iba a celebrarse ese día a las ocho de la<br />

noche ahí en el sindicato. Acudieron a ella algunas<br />

personas y el encargado de promover la vivienda nos<br />

dijo que no nos alegráramos puesto que aún no había<br />

nada, pero que teníamos que ir a las reuniones<br />

para que cobráramos conciencia del bien que íbamos<br />

a recibir, y así nos habló durante poco más de<br />

una hora de no sé cuántas cosas más, pero sin decir<br />

mucho. Terminó diciendo que dentro de un mes nos<br />

presentáramos de nuevo a otra reunión porque quien<br />

no asistiera iba a perder el crédito y no se sabía para<br />

cuándo se dieran esas casas, el día se veía muy lejano,<br />

pero yo era paciente.<br />

Mientras tanto, una muchacha –hija de una vecina<br />

de Pancho en El Ranchito–, como sabía que buscaba<br />

una casa para vivir en forma independiente, me dijo<br />

que si quería me pasaba la que ella había rentado<br />

ahí cerca, en Los Naranjos, y que no podía pagar. Me<br />

gustó la idea. El contrato ya estaba hecho y ella me<br />

acompañó cerca del Palacio de Gobierno al despacho<br />

del licenciado José Luis García –encargado de la<br />

casa–, para cambiar el contrato a mi nombre. Quedé<br />

en pasar a dejarle el dinero y me dijo que podía hacerlo<br />

cada dos meses, y así lo convenimos.<br />

La renta era de treinta y dos mil pesos mensuales<br />

pues en esos días el dinero se había devaluado mucho,<br />

ya andaba como en tres mil pesos el dólar; yo<br />

compraba zapatos de cincuenta mil pesos y una soda<br />

costaba seiscientos pesos. Mi sueldo era de setenta y<br />

cinco mil pesos quincenales, así que el dinero no valía<br />

en aquellos días.<br />

De inmediato me aboqué a comprar los muebles


202 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

más indispensables: una estufa, un refrigerador, un<br />

comedor, una cama y un cooler. Los llevé al departamento,<br />

que se encontraba en la calle Salustiana<br />

número 46. Tenía un jardincito y entrando estaba la<br />

sala-comedor, con una puerta y una ventana que daban<br />

al frente. A la mitad quedaban unas escaleras de<br />

caracol, la cocinita y una puerta de salida hacia un<br />

patio, muy pequeño, donde estaba el lavadero y los<br />

tendederos; subiendo a la planta alta se encontraba el<br />

baño y dos recámaras, una hacia el frente y otra hacia<br />

la parte posterior de la casa. A los lados había otros<br />

departamentos con los que se compartían paredes y<br />

pronto me familiaricé con los vecinos.<br />

Rara vez hacía comida –aunque siempre tenía algo<br />

en el refrigerador–, pues pagaba para que me atendiera<br />

a mediodía a una señora que vivía a una cuadra;<br />

por la mañana y por la tarde yo me preparaba algo, y<br />

una vecina muy amable me mandaba algo de comer;<br />

también la vecina de enfrente me invitaba a tomar un<br />

café muy bueno que preparaba por las tardes, fueron<br />

pocas las veces que acepté, ya que seguido me invitaba,<br />

pero le agradecía su consideración.<br />

De donde se encontraba la casa caminaba tres cuadras<br />

muy temprano para tomar un camión que me<br />

dejara cerca de la escuela en donde trabajaba. Me bajaba<br />

en la colonia Las Granjas y tenía que cruzar una<br />

avenida con mucho tránsito, pero casi siempre me<br />

encontraba a una niña muy acomedida que parecía<br />

que me estaba esperando para ayudarme a cruzar, y<br />

así no tenía problema alguno. Imaginaba a esta niña<br />

muy bonita, rubia, y su voz ingenua me llenaba de<br />

ánimo. Llegaba contento al trabajo pues cualquier


CUANDO EL SOL SE FUE 203<br />

problema que tuviera no lo sentía porque ya había<br />

tonificado mi espíritu.<br />

En el trayecto de cuatro o cinco cuadras que recorría<br />

a diario desde donde me bajaba hasta la escuela,<br />

casi siempre encontraba personas que me acompañaran.<br />

Una de ellas, una amable señorita, también vivía<br />

en los naranjos y tomaba el mismo camión que yo, al<br />

verme caminando con mi bastón me ayudaba a cruzar<br />

la avenida hasta el Instituto Iris; ella trabajaba en<br />

la colonia Las Granjas, y en una ocasión me preguntó<br />

si vivía sólo. Me explicó que su novio y el hermano de<br />

él trabajaban en la Ford y no tenían dónde quedarse,<br />

y quería saber si podrían vivir conmigo.<br />

Yo no quería a nadie conmigo pues mi idea al rentar<br />

el departamento era ser independiente, pero me<br />

decía que los muchachos pagarían la mitad de la renta<br />

y ella a diario podía llevarnos tortillas de las que<br />

hacía. Fueron los muchachos y se instalaron en una<br />

recámara que estaba vacía, y únicamente tendrían que<br />

darme dieciséis mil pesos. Estuvieron ahí unos meses,<br />

pero como estaban muy mimados no aguantaron estar<br />

lejos de sus papás y se fueron a Ciudad Obregón.<br />

La muchacha sólo una vez nos llevo tortillas.<br />

Seguía visitando a mi amigo Pancho y a doña Carolina<br />

en El Ranchito, pues ya me consideraban como<br />

de la familia. Los hijos de las primas de Pancho me<br />

llamaban tío y casi a diario iban a visitarme, Pancho<br />

los acompañaba de vez en cuando; también a un muchacho<br />

le daba clases de braille los sábados. Así que<br />

no estaba solo.


204 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Entretanto, mi amigo Pancho seguía su romance,<br />

estaba muy enamorado y diariamente iba a visitar a<br />

Marielos, ella también estaba sola en Hermosillo, no<br />

soportó seguir así y se fue a vivir con Pancho, tiempo<br />

después se casaron.<br />

Un buen día llamó por teléfono al Instituto Iris la<br />

señora Petterson –quien siempre buscaba el bienestar<br />

de los ciegos adultos con familia y procuraba la<br />

manera de ayudarlos– preguntando si alguna persona<br />

invidente necesitaba y quería trabajar en una carpintería.<br />

Me dieron el recado y le dije que conocía<br />

una persona a quien podía interesarle pues tenía que<br />

mantener a su esposa. Llamé por teléfono a casa de<br />

uno de los vecinos de Pancho para que le dijeran que<br />

llamara al número de teléfono que la señora me había<br />

proporcionado. Después de la salida fui a su casa<br />

para cerciorarme de que si le dieron el recado y me<br />

dijo que ya se había comunicado y al día siguiente se<br />

presentaría a trabajar. El patrón resultó ser una persona<br />

muy considerada, y de esa forma Pancho ya tuvo<br />

un ingreso.<br />

Se llegaron las vacaciones de verano y me fui a Nogales<br />

nada más quince días, no quería dejar el departamento<br />

solo por mucho tiempo; mientras, buscaba<br />

algo en qué ocuparme pues no podía pasar tanto<br />

tiempo sin hacer nada y pensé que sería bueno ir al<br />

rancho a visitar a Claudio y Dora con quienes estuve<br />

muy a gusto unos días.<br />

Regresé porque tenía la junta del sindicato. Estábamos<br />

los solicitantes de las casas para ver qué nos<br />

decían al respecto, pues no se vislumbraba nada. Nos


CUANDO EL SOL SE FUE 205<br />

dijo el encargado de la construcción que ya habían<br />

surgido algunas protestas, pero era bueno que nosotros<br />

hiciéramos presión para que se otorgara el préstamo<br />

para la construcción de viviendas populares para<br />

los maestros, que las casas iban a estar muy cómodas<br />

y baratas y que no nos desanimáramos porque ahora<br />

sí ya iban a empezar y había que tener paciencia.<br />

Así empezamos ese mes de septiembre con muchas<br />

esperanzas, pero entonces sobrevino el fatídico terremoto<br />

de la Ciudad de México, suceso que trastornó a<br />

todo el país. En el transcurso, Sonora había cambiado<br />

de gobierno y había quedado don Rodolfo Félix<br />

Valdés al frente de los destinos del Estado. Doña Gloria<br />

de Félix, con su comitiva, fue de visita al Instituto<br />

Iris y nos robó el corazón; nos visitó varias veces y<br />

siempre me saludaba con mucho afecto. En diversas<br />

ocasiones llevó invitados, como el padre Tomás Herrera,<br />

un sacerdote español amigo suyo, y el obispo<br />

de Mexicali, para que conocieran el instituto.<br />

Ya no hubo más reuniones y nadie preguntaba,<br />

pues el préstamo bancario que se destinaba para la<br />

construcción de las casas se emplearía ahora para la<br />

reconstrucción de la Ciudad de México. No podíamos<br />

creer que tal tragedia nos hubiese ocurrido a los<br />

mexicanos, pasaban los días y no nos conformábamos.<br />

Terminó el año y empezó 1986.<br />

En marzo nos llamaron a una reunión en el sindicato<br />

a los solicitantes de casas. Nos dieron la noticia<br />

de que ahora sí se iban a construir y ya estaban empezando;<br />

el dinero ya lo tenían, no había afectado lo<br />

del terremoto; podíamos ir a ver ahí en la colonia Ma-


206 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

gisterial. Poco después me hice acompañar de una jovencita<br />

sobrina de Pancho a quien le pedía que fuera<br />

conmigo a algunos lugares a los que se me dificultaba<br />

llegar. Buscamos las casas y no las encontramos. Estábamos<br />

en el fraccionamiento, pero no había nada.<br />

Recuerdo que era en el mes de abril…, caía una lluviecita<br />

muy agradable, pero era un poquito molesto<br />

andar húmedo.<br />

Desde entonces perdí la fe, me parecían muchas las<br />

mentiras que nos decían y, además, para mí era complicado<br />

salir de las reuniones a las diez u once de la<br />

noche y buscar un carro de sitio. Tenía que caminar<br />

cuatro o cinco cuadras hasta llegar al lugar donde había<br />

taxis. Nadie me ofrecía un raid y yo no les pedía<br />

ayuda porque me daba cuenta de que todos salían<br />

corriendo de las reuniones, así que no mostraba ninguna<br />

preocupación pues conocía el lugar y podía hacerlo<br />

solo.<br />

En ese tiempo Salomón andaba bien económicamente,<br />

tenía algunos negocios que le redituaban buenas<br />

ganancias. También quiso adquirir el rancho de<br />

mi mamá que había quedado a nombre de Claudio<br />

en acuerdo de todos los demás hermanos, ya que él se<br />

había ocupado de arreglar el intestado mucho tiempo<br />

después de la muerte de mi papá. Salomón le dio<br />

a Claudio seis millones de pesos, y éste a su vez le dio<br />

tres de ellos a mi mamá, y ella nos repartió trescientos<br />

mil pesos a cada uno de los hermanos restantes,<br />

cantidad que puse a plazo fijo.<br />

Yo antes le había dado dinero a Claudio para que<br />

me comprara cinco vaquillas y un toro, que luego le


CUANDO EL SOL SE FUE 207<br />

vendí a Salomón cuando compró el rancho. Este dinero<br />

también fue al banco y, como los intereses estaban<br />

muy altos, logré reunir tres millones de pesos.<br />

Cuando Salomón tuvo necesidad del dinero que le<br />

debía se lo envié y seguí ahorrando porque quería<br />

comprar una casa. Me ofrecían muchas, pero no me<br />

gustaban.<br />

Pasaron los meses y en octubre citaron a otra reunión.<br />

Acudí, no dije nada, pero no faltó quien dijera<br />

que había ido a ver las casas y no había nada, que nos<br />

estaban mintiendo vilmente. Respondieron “Ahora sí<br />

ya están los cimientos, vayan para que se den cuenta.”<br />

Alguien dijo que era cierto, que había ido y los había<br />

visto, pero no le habían gustado, que estaban muy<br />

mal hechos y era mucho el dinero que se nos iba a<br />

cobrar.<br />

Perdí las esperanzas de que me dieran una casa,<br />

pensé en construir una a la medida de mis posibilidades<br />

y buscaba un terreno pues había perdido el<br />

entusiasmo que tenía en un principio. Si me la daban<br />

qué bueno y si no, también. Lo que me motivaba a<br />

adquirir una casa era la intención de traerme a mi<br />

mamá conmigo, para brindarle cierta comodidad con<br />

la ilusión de devolverle un poco de lo que ella me<br />

había dado. Además de su problema de la columna<br />

había sufrido una fractura en un brazo y se movía con<br />

un andador dentro de la casa, pero dependía de los<br />

demás.<br />

Terminó 1986 y llegó 1987. Pasé los días de Navidad<br />

y Año Nuevo muy contento con mi gente, con


208 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

la esperanza de que el nuevo año fuera mejor y nos<br />

trajera mucha felicidad.<br />

Volvieron a citar a una reunión para informarnos<br />

que estaban terminando la construcción de las casas<br />

y ya pronto las entregarían; nos pidieron que depositáramos<br />

seiscientos mil pesos –el importe del enganche–<br />

en el Banco del Norte y nos proporcionaron<br />

el número de cuenta; el descuento sería quincenal,<br />

con lo que muchos protestaron pues serían treinta<br />

y dos mil pesos mensuales por veinte años, lo cual<br />

consideraban excesivo. Yo no dije nada, no sabía ni<br />

qué decir porque no veía clara la entrega de las casas.<br />

Pasó abril, mayo, y aunque entonces hubo muchas<br />

reuniones no asistí a ninguna más. Si me la daban<br />

bien, y si no era así les reclamaría la devolución de lo<br />

que había pagado. Se lo hice saber al delegado, él me<br />

presionaba para que asistiera a las juntas que ya se<br />

habían vuelto puro mitote.<br />

Seguía viviendo en la casa que tenía rentada en Los<br />

Naranjos. Un día llegó mi hermano Claudio con otro<br />

muchacho de Trincheras, venían a visitar a mi primo<br />

Benjamín Murrieta Celaya quien se encontraba internado<br />

en el Hospital Militar, ya que requería una operación<br />

del estómago. Antes había acudido a un hospital<br />

en Tucson, pero allá no lo quisieron operar pues<br />

encontraron que tenía la terrible enfermedad del cáncer,<br />

pero en el Hospital Militar les habían dicho que<br />

sí se podía hacer mucho y se corregiría el problema al<br />

extraerle el quiste.<br />

Me informaron el número de cama en que se encontraba<br />

y otro día fui a visitarlo. Él había quedado


CUANDO EL SOL SE FUE 20<br />

huérfano a los cinco años y nos habíamos criado<br />

juntos, por lo que había mucha convivencia y comunicación<br />

entre nosotros. Fue él quien pasó por mí<br />

al rancho la primera vez que me fui a la Ciudad de<br />

México, y por todas estas razones no podía dejar de<br />

ir a visitarlo. Esta vez me acompañó Alejandra, una<br />

muchachita de quince años, hija de doña Caro, la señora<br />

que me asistía cuando viví en El Ranchito. Mi<br />

primo se sintió muy contento de vernos, y a su esposa<br />

Paulina le cayó muy bien Alejandra. Me despedí para<br />

volver en unos tres días.<br />

En marzo doña Caro me había pedido que le bautizara<br />

a la última y más pequeña de sus hijas, lo que<br />

hice con mucho gusto y ya éramos compadres, emparentándome<br />

así con la familia Márquez Garrobo.<br />

El veinticuatro de junio dijeron que ya estaban<br />

repartiéndose las casas y que el Gobernador había<br />

estado en el fraccionamiento. Le pedí a Alejandra<br />

–me llamaba tío– que me acompañara de nuevo a<br />

la colonia Magisterial, al principio se conocía como<br />

Veintidós de Septiembre. El veintisiete de junio, un<br />

día muy caluroso en que el sol castigaba duramente<br />

a los hermosillenses, como a las once de la mañana<br />

llegamos a donde estaban las casas y le preguntamos<br />

a una señora si sabía quién estaba a cargo del reparto.<br />

Le señaló a Alejandra un cuartito hecho de lámina de<br />

asbesto en medio de un baldío grande que iba a ser<br />

un parque, diciéndole que ahí debía encontrarse el<br />

ingeniero. Llegamos con él, preguntó mi nombre y<br />

nos informó que a como iban llegando iba tocando<br />

el número. Me entregó las llaves de la casa número<br />

diecisiete y un térmico, puesto que no había luz, y


210 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

nos dirigió al lugar en donde se situaba la casa; se<br />

trataba del número 17 de la privada Sección 28, entre<br />

Esteban Baca Calderón y Leopoldo Ramos.<br />

Llegamos, abrimos y nos encontramos en una casa<br />

pequeña, pero bonita, los pisos se sentían sucios, Alejandra<br />

confirmó mi sospecha, pues parecía que habían<br />

batido mezcla; la recorrí por dentro y por fuera<br />

dándome cuenta de que tenía terreno para ampliarla.<br />

Advertí que las casas se encontraban todas comunicadas<br />

y era urgente bardar.<br />

Como ese día había quedado de pasar a visitar a<br />

mi primo al hospital nos regresamos a la colonia El<br />

Ranchito para descansar un poco y a las cuatro nos<br />

encontrábamos en el hospital. Cuando llegamos a<br />

la sala donde había estado mi primo, Alejandra, un<br />

poco sorprendida, me dijo:<br />

–El cuarto está vacío, ahí no hay nadie.<br />

No quise pensar nada trágico y contesté:<br />

–Seguramente lo llevaron a curación.<br />

Seguimos caminando por el pasillo buscando a<br />

quién preguntarle. Nos topamos con una enfermera,<br />

antes de que le dijéramos algo ella nos preguntó si<br />

íbamos a visitar al señor Benjamín Murrieta<br />

–Sí –le contestamos, y ella afligida nos dio la noticia<br />

de que esa mañana se lo habían llevado a Trincheras<br />

porque murió. Me sentí como si me hubieran echado<br />

un balde de agua fría, me quedé sin respiración y permanecí<br />

inmóvil un momento. Me dijo entonces:<br />

–Lo siento mucho, no quisiera dar estas noticias,<br />

pero así es la realidad.<br />

Me serené, le di las gracias y nos retiramos. Iba muy<br />

pensativo y triste, rogándole a Dios que lo hubiera


CUANDO EL SOL SE FUE 211<br />

agarrado en buena hora. Así estuve toda la tarde, tomaba<br />

café para calmarme, pero no lo conseguía. Al<br />

día siguiente me habló Dora, mi cuñada, para preguntarme<br />

si iba a ir al funeral a Trincheras, le respondí<br />

que no porque estaba haciendo demasiado calor.<br />

La siguiente semana me acompañaron Alejandra y<br />

una hermanita de ella de doce años a la colonia Magisterial<br />

y lavamos los pisos. El baño por lo menos ya<br />

estaba aseado. El siguiente fin de semana volví con<br />

un compadre y su esposa a instalar el térmico, para<br />

la luz eléctrica.<br />

Los primeros días de julio fui a Nogales a pasar un<br />

tiempo con mi mamá y mis hermanos y permanecí<br />

allá un mes. Les platiqué que ya me habían entregado<br />

la casa y la iba a arreglar para llevarme a mi mamá.<br />

Ella se puso muy contenta.<br />

Regresé a Hermosillo y pensaba cambiarme hasta<br />

septiembre, pero me dijeron que si las casas estaban<br />

solas nos las iban a quitar. Pagué a un señor para que<br />

me ayudara a cambiarme y me ayudó también un<br />

hijo de mi comadre Caro. Era una tarde calurosa y<br />

también pasamos la noche con calor. Como no había<br />

barda, no podía poner el gas afuera porque si lo colocaba<br />

donde estaba lista la instalación me lo robarían.<br />

Cuando se iban a preparar alimentos abría el gas y<br />

cuando no se utilizaba lo cerraba. Así estuve durante<br />

algún tiempo.<br />

Como mi mamá se encontraba impaciente por venirse<br />

conmigo compré otros muebles para acondicionar<br />

la casa: un sofá cama, un comedor de madera,


212 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

un trastero y dos mecedoras. Lijé los pisos con lija de<br />

agua hasta que quedaron bien pulidos, y aunque eran<br />

de cemento ya estaban bonitos. Cuando supieron algunos<br />

de los que se decían mis amigos iban conmigo,<br />

pero no para ayudarme, sino para, allí en mi casa, poder<br />

hacer las tomadas, porque en sus casas sus esposas<br />

no los dejaban hacer reuniones de borracheras.<br />

Se contaba entre ellos un señor al que apodaban<br />

“El macuarro”, según él, daba pláticas en San Juan<br />

Bosco. Una persona muy atenta, pero tenía el gran<br />

defecto de que le gustaba la tomada; tenía cinco hijos,<br />

pero su esposa se había ido seguramente porque<br />

no aguantó seguir a su lado. Tenía buenos ingresos,<br />

sabía trabajar la tapicería, alfombras, cortinas, pisos,<br />

soldadura, etcétera, pero el dinero se le iba en<br />

cerveza. Muchos ciegos lo querían porque él ponía<br />

las bebidas y no dejaba que ellos compraran, por el<br />

contrario, les daba dinero para que lo acompañaran.<br />

Este señor –tenía muy buena voz– ayudaba también<br />

a las muchachas ciegas leyéndoles, claro, cuando no<br />

andaba tomado. De este modo se ganó la confianza<br />

de todos.<br />

Angélica, una de esas jovencitas a las que ese señor<br />

ayudaba leyéndoles, era también mi alumna. Era de<br />

Cananea, no tenía aquí en donde quedarse y quería<br />

estudiar la secundaria y la preparatoria en el sistema<br />

abierto, me pidió que le permitiera llegar conmigo<br />

cada veinte días por uno o dos días cuando tuviera<br />

que venir a presentar los exámenes, y yo estuve de<br />

acuerdo. La primera vez que vino la acompañó una<br />

de sus hermanas a la que yo ya conocía, se notaba<br />

seria y respetuosa, pero como no se podían ir por-


CUANDO EL SOL SE FUE 213<br />

que no traían dinero y ya tenían cuatro días aquí les<br />

di dinero para que se fueran pues me di cuenta de<br />

que estaban mortificadas. Aproximadamente al mes<br />

volvieron Angélica y su hermana Rosario, una mujer<br />

seria que se había separado de su marido y se dedicaba<br />

a ayudar a su hermana ya que su mamá tenía otros<br />

compromisos; esta vez venían a quedarse un tiempo<br />

y también me iban a servir de ayuda a mí.<br />

Me pareció bien porque la señora era muy formal y<br />

activa. Yo no estaba en la casa durante el día y siempre<br />

me tenía la ropa bien arreglada y cena en forma.<br />

Yo salía de la escuela a la una de la tarde y me venía<br />

a un taller de escobas y trapeadores que habíamos<br />

formado los ciegos como sociedad cooperativa, y ahí<br />

“loncheaba” algunos tacos a veces y otras me aguantaba<br />

con una soda y galletas. Trataba de granjearlas<br />

dándoles algún dinero para que compraran lo que hiciera<br />

falta, y un día me avisaron que se iban a Cananea<br />

porque no querían darme mucha lata y seguirían<br />

viniendo como lo habían hecho. Les di las gracias,<br />

pero no podía detenerlas, y les reiteré que las puertas<br />

estaban abiertas para cuando vinieran.<br />

La Semana Santa de 1988 fui a Nogales por mi<br />

mamá, le había dicho que la traería en cuanto comenzaran<br />

las vacaciones de pascua. El Sábado Santo<br />

llegué a Nogales y me encontré con que ella y una sobrina,<br />

hija de mi hermana Tere, se habían venido para<br />

aprovechar el raid con uno de mis hermanos que iba<br />

de vacaciones para Vallarta, por lo que me regresé inmediatamente<br />

para ver si las encontraba. Ellas, al no<br />

hallarme, se regresaron en un carro de sitio que les<br />

pagó mi hermano Salomón, así que cuando yo llegué


214 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

ya se habían ido y muy desconsolado me quedé unos<br />

días antes de volver a Nogales, no entendía por qué<br />

no me habían esperado con una prima que estaba viviendo<br />

en Hermosillo. El caso fue que la mala suerte<br />

no quiso que mi mamá estuviera en mi casa, pero no<br />

perdía la esperanza de que se viniera conmigo, si no<br />

a quedarse por lo menos unos días.<br />

Pasó el tiempo y yo seguía trabajando también por<br />

las tardes en la cooperativa. Volvieron la alumna y<br />

dos de sus hermanas, estuvieron unos días, pero les<br />

dije que me iba a ir a Nogales en cuanto comenzaran<br />

las vacaciones de verano porque mi mamá estaba enferma<br />

y tenía que ir con ella y con mi hermana que<br />

estaba al pendiente de ella. No quise que se quedaran<br />

porque empezaba a notar un poco liberales a sus hermanas,<br />

una chamaca de catorce años y otra que traía<br />

problemas con su esposo. Me di cuenta de que eran<br />

bonitas, se empezaron a reunir con amigos para hacer<br />

pachangas y no me agradó que se organizaran borracheras<br />

en mi casa. Les pedí que se fueran y les di un<br />

dinero pues no traían nada; la casa se la iba a encargar<br />

a los vecinos. Insistieron en que las dejara ahí y que<br />

ellas podían cuidar la casa, pero no me convenía que<br />

se quedaran porque me imaginaba que iba a encontrar<br />

destrozos por las borracheras que organizaba “El<br />

macuarro”, el amigo de los ciegos que no escatimaba<br />

el dinero cuando de comprar cerveza se trataba, y no<br />

quise arriesgar mi casa.<br />

Me fui a Nogales. Mi mamá se hallaba internada<br />

en un hospital de especialidades y no la dejábamos<br />

sola ni un momento, en ocasiones rezando, y así nos<br />

turnábamos. En agosto llegó de Tijuana mi tía Marga-


CUANDO EL SOL SE FUE 215<br />

rita, la única hermana de mi mamá, pues se enteró de<br />

lo delicado de su enfermedad y quería estar con ella.<br />

Como no se notaba alivio, mi hermano Salomón y<br />

mi sobrino Jesús Antonio vieron la posibilidad de<br />

trasladarla a la ciudad de Tucson, Arizona. Hicieron<br />

trámites por medio de un licenciado y pagaron un<br />

seguro médico para que se le diera atención médica,<br />

lograron llevarla al Hospital Santa María.<br />

Mi tía Margarita y yo nos fuimos con un primo en<br />

un carro de Salomón. Llegamos a la casa de Martha y<br />

Salomón; mi mamá estaba muy bien atendida en el<br />

hospital. Algunas amigas iban a visitarla, pero ella estaba<br />

inconciente desde que la internaron en Nogales,<br />

pues cayó en un cuadro de deshidratación debido a<br />

una infección intestinal. Lo que hicieron los médicos<br />

de Sonora era administrarle suero y más suero, y los<br />

de Tucson dijeron que ese había sido el error, tenía<br />

agua en los pulmones, era posible corregir eso, pero<br />

lo consideraban difícil.<br />

Cuando tuvo una mejoría me vine a Hermosillo a<br />

sacar algunos pendientes. No tenía ni un día de haber<br />

llegado cuando una prima fue por mí para que me<br />

devolviera a Nogales porque mi mamá había muerto.<br />

Esa misma noche tomé un camión, no encontré<br />

asiento y me fui de pie, pero no me importó, pues<br />

quería llegar con mis hermanos para ver qué íbamos<br />

a hacer. Llegué muy temprano y me dijeron que la<br />

iban a trasladar a Trincheras ese mismo día.<br />

Nos fuimos a Trincheras y ahí esperamos hasta la<br />

noche a que llegaran con mi mamá, así que no dormí.<br />

Al día siguiente, ocho de septiembre, la sepulta-


216 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

mos en donde también estaba inhumado mi papá. Ya<br />

que la dejamos en el panteón, nos fuimos al pueblo<br />

a casa de Claudio, ahí estuvimos un rato y nos tomamos<br />

unas cervezas.<br />

En la noche nos retiramos al rancho en donde crecimos<br />

al lado de mi mamá. Recordé otros tiempos<br />

que yo pasé ahí, unos buenos…, otros no tanto… Ahí<br />

permanecía la recámara de mi mamá y los naranjos<br />

que ella había plantado, el pozo con su papalote que<br />

nos proveía de agua para las plantas y la casa. Recuerdos<br />

tristes… Muchos recuerdos… El siguiente día regresamos<br />

a Nogales.<br />

Todo ese tiempo yo me había estado comunicando<br />

con la directora del Instituto Iris porque tenía que<br />

haberme presentado los primeros días del mes, pero<br />

ella me decía que no había problema y que me tomara<br />

el tiempo necesario. Así que permanecí unos<br />

días del novenario y antes de que terminara, el día catorce,<br />

regresé a Hermosillo. La directora me llamó la<br />

atención diciéndome que eran muchos los días que<br />

me había tomado, ya que únicamente daban tres; que<br />

pidiera un permiso al sindicato a ver si me lo daban<br />

y si no, a ver qué se podía hacer. También me pidió<br />

una constancia del médico que atendió a mi mamá<br />

explicando el padecimiento. Fui a Nogales, pero no<br />

pude obtener ese documento y una secretaria me falsificó<br />

la firma del médico, pero no “la pegué” porque<br />

no tenía la cédula cuarta. La directora se calmó pues<br />

sólo eran necedades suyas. Ya el sindicato me había<br />

otorgado quince días de permiso.


VII.- EL ÁNGEL DE MIS SUEÑOS<br />

En los últimos días del mes de septiembre llegó a la<br />

escuela una señorita que iba a cubrir un interinato y<br />

nos reunieron en la dirección para presentárnosla. Su<br />

nombre era Olga Delia Romero López, estaba muy<br />

preparada, era empleada del Seguro Social (IMSS)<br />

y estaría con nosotros seis meses. No pensé que la<br />

asignarían a mi grupo porque las personas que usualmente<br />

me ponían como auxiliares eran pasantes que<br />

iban a hacer su servicio social, así que me sorprendí<br />

cuando la directora dijo que estaría conmigo pues<br />

tenía un grupo muy variado, ya que me mandaban<br />

a los niños más difíciles, adolescentes con lesiones<br />

cerebrales, etcétera.<br />

Me daba un poco de inquietud trabajar con ella por<br />

tratarse de una persona profesional. Yo tenía que ponerme<br />

al nivel de los alumnos con deficiencias para<br />

que me entendieran, algo que siempre me daba resultado,<br />

pero ahora con una persona más preparada que<br />

yo, y que según ella iba a seguir las indicaciones que<br />

le daría… De inmediato pasamos al aula de trabajo<br />

y nos sentamos a platicar acerca de la forma en que<br />

trabajaríamos, y con detenimiento le expliqué, mientras<br />

los niños estaban en recreo, que el grupo que yo<br />

tenía era un poco complicado. Le dije que había que<br />

improvisar formas de trabajo y ella me sería muy útil,<br />

pero no le iba a indicar cómo trabajara, sino, más<br />

bien, íbamos a idear estrategias en forma conjunta.


218 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Me dijo que ella no manejaba el sistema braille.<br />

–No importa, hay quienes no lo saben ni lo van<br />

a aprender, pero con ayuda de la psicóloga vamos a<br />

elaborar el trabajo –argumenté.<br />

De inmediato escogió a seis niños y empezó a prepararlos<br />

para que hicieran una representación acerca<br />

del Descubrimiento de América. Ya estaba cerca el<br />

Doce de Octubre, Día de la Raza. Una niña representaba<br />

a Isabel y un niño a Fernando VII, los reyes católicos<br />

de España, otro a Cristóbal Colón y dos más a<br />

la tripulación, personajes de la historia que llevaron a<br />

cabo la empresa, los que la hicieron inmortal. El día<br />

doce se llevó a cabo la representación en la sala de actos.<br />

La obra quedó muy bien y la participación en ella<br />

ayudó mucho a los niños con su sociabilización.<br />

Se llegó diciembre y cerramos el año celebrando<br />

los quince años de uno de los alumnos. En estas fiestas<br />

no me fui a Nogales como acostumbraba y Olga<br />

Delia, sabía que recientemente había perdido a mi<br />

mamá, me invitó a cenar en casa de la suya; así conocí<br />

a doña Ramona, una agradable señora. Después<br />

fuimos a casa de una amiga mía que había simpatizado<br />

también con Olga, y ahí estuvimos charlando.<br />

Para entonces, ya sentía que me atraía Olga Delia y<br />

no hallaba cómo decirle que me gustaba, que sentía<br />

que la quería. Pero había surgido un problema: hacía<br />

poco me había reencontrado en Hermosillo con una<br />

señora que había conocido en México y que en ese<br />

tiempo pretendí, haría cerca de doce años. Habíamos<br />

sido novios, pero pronto me cambió por otro y después<br />

se casó, ella era joven y bonita, a mí me dolió


CUANDO EL SOL SE FUE 21<br />

perderla. Tuvo dos hijos, surgieron problemas en la<br />

pareja y se vino a Sonora, su esposo murió en un accidente<br />

poco después. Ella quería volver a rehacer las<br />

relaciones amorosas, pero yo ya no quería nada con<br />

ella y le decía que no era posible. Quizá sí me hubiera<br />

decidido si no hubiera sido tan aprehensiva, ya que<br />

yo no quería seguir sólo, pero sin amor no podría alimentarse<br />

una relación. Y ahora que había conocido<br />

a Olga no quería dejarla ir y tenía que poner de mi<br />

parte todo para conquistarla.<br />

Un buen día la invité al bautizo del hijo de una<br />

amiga mía con el propósito de hablarle de mis intenciones.<br />

Estuvimos ahí, pero ella no me daba ocasión<br />

de expresarle mis sentimientos. Cuando nos retiramos<br />

me invitó a casa de una de sus amigas, Lupita Loreto,<br />

con quien me presentó y ésta, muy amablemente, nos<br />

invitó a pasar, ella andaba regando el patio. Como<br />

el calor era mucho, yo antes había invitado a Olga a<br />

tomar una nieve porque quería platicar más con ella,<br />

nos despedimos de Lupita y así tuve la oportunidad<br />

de hablarle con mucha naturalidad de lo bien que<br />

me caía y de que había llegado a sentir algo especial<br />

hacia su persona. Le dije que había encontrado en<br />

ella a la mujer de mis sueños, la que yo siempre había<br />

esperado…<br />

Me contestó que todo estaba bien, pero que le diera<br />

unos días pues tenía que pensarlo… Dejé pasar cuatro<br />

o cinco días y le llamé para preguntarle qué había<br />

decidido, y me dijo que fuera a su casa y que ahí me<br />

respondería. Fui de inmediato. A las cinco de la tarde<br />

ya estaba en casa de su mamá y Olga me esperaba.<br />

Doña Ramona nos invitó un café con coricos que


220 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

ella misma preparaba. Me dijo entonces que sí me<br />

aceptaba, pero que teníamos que platicar más acerca<br />

de la decisión que íbamos a tomar, le contesté que<br />

teníamos todo el tiempo que fuera necesario. Desde<br />

ese día todas las tardes a las cuatro le hablaba para<br />

invitarla a algún lado y le platicaba de mis proyectos<br />

y lo que pensaba sobre el futuro.<br />

Los días transcurrían rápidamente. En agosto, Olga<br />

me dijo que en los veinte días de vacaciones que les<br />

otorgaba el IMSS iba a ir con su amiga Lupita –las dos<br />

eran empleadas de ese instituto– y uno de sus hijos<br />

a Guadalajara, ya que el esposo de ella se encontraba<br />

allá haciendo una especialidad. El esposo de Lupita<br />

quiso que Olga los acompañara porque como también<br />

iría un niño, de esta forma se sentirían con más<br />

seguridad. Olga pensaba aprovechar estos días de vacaciones<br />

para ver los ajuares de novia y otros detalles.<br />

Se fueron y yo me quedé sin saber qué hacer ni qué<br />

pensar. Ya iba menos a Nogales, pero ahora no sabía<br />

si irme o no y mejor opté por quedarme aunque los<br />

días me parecían interminables. Yo siempre le marcaba<br />

para ver si había llegado, ya que ella se quedaba<br />

en una casita que le había dejado una tía y uno de sus<br />

sobrinos la acompañaba algunas veces. También una<br />

muchacha de Jalisco que era enfermera se quedaba<br />

ahí en su casa, pero al enterarse de que andaba de<br />

novia se había ido a casa de una hermana de Olga,<br />

y esa era la razón por la que nadie me contestaba.<br />

Pero yo no dejaba de marcar, hasta que un día sí me<br />

contestaron. Era ella, Olga, y sentí un gozo enorme al<br />

oír su voz.


CUANDO EL SOL SE FUE 221<br />

–¿Eres tú, Olga?<br />

–Sí, y tengo muchas cosas que contarte.<br />

Muy contento, de inmediato me dirigí a casa de<br />

su mamá. Me contó que aunque había visto muchos<br />

vestidos de novia no le habían gustado, y que mejor<br />

lo comprábamos en Tucson; que había comprado<br />

ceniceros para ponerles el nombre de los novios<br />

-nosotros- y otros detalles... Platicamos de nuestros<br />

planes y acordamos que sería lo mejor casarnos lo<br />

más pronto posible.<br />

Hice viaje a Nogales para platicar con mis hermanos<br />

y participarles mi decisión de unirme en matrimonio,<br />

así como para comprar los anillos de compromiso.<br />

Llegué y procuré reunir a mi familia, los que<br />

se encontraban en esos momentos: mis hermanos<br />

Claudio y Tere, mi sobrino Jesús Antonio y su esposa<br />

Cristina. Les di la noticia de que me iba a casar e iba a<br />

ver quién quería ir a hacer la petición de mano. Jesús<br />

Antonio dijo:<br />

–¡Ahorita mismo vamos y pedimos la mano, y<br />

también te casamos!<br />

A mi hermano le pareció bien y quedó en acompañarnos<br />

para que tuviera más validez la pedida de<br />

mano. Al día siguiente, primero de octubre, partimos<br />

para Hermosillo. También nos acompañaba Dora, la<br />

esposa de Claudio.<br />

Habíamos convenido que Olga y dos de sus hermanas,<br />

Rosa Amelia y Silvia, nos esperarían en la casa<br />

que le había dejado su tía, pues su mamá se negaba<br />

a dar su consentimiento. No quería que se casara con<br />

nadie, y menos conmigo pues le habían dicho que<br />

no dejara que Olga se casara con Flavio. Conociendo<br />

Olga que su madre era de pocas palabras, prefirió


222 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

recibirnos en la casa donde se quedaba. Estuvimos<br />

ahí un rato, nos tomamos unos refrescos, una de sus<br />

hermanas cantó dos o tres canciones, ya que lo hace<br />

muy bien, y como a las siete nos despedimos y me<br />

dieron un raid a mi casa.<br />

Muy pronto, los primeros días de octubre, volví a<br />

Nogales pues tenía que recoger los anillos. Me dijo<br />

Cristina que me regresara por Olga pues ya tenía todo<br />

listo para organizarnos una despedida, y buscamos<br />

que fuera en un fin de semana para que no interfiriera<br />

con el trabajo, se fijó para el catorce de octubre.<br />

Regresé por Olga para estar presentes en la despedida<br />

en casa de mi hermana Tere, que vive en un<br />

callejón de la colonia Granjas de Nogales, Sonora.<br />

Cristina Agostini, la esposa de mi sobrino Jesús Antonio,<br />

mandó arreglar el patio y colocar mesas adornadas<br />

con sus manteles, donde sirvieron bocadillos,<br />

algunas bebidas y champaña, y contrataron música<br />

programada. Invitaron a todos los conocidos de la<br />

colonia y amigos de la familia logrando congregar a<br />

un buen número de personas por lo que reunimos<br />

una cantidad considerable de regalos. Muy contentos<br />

agradecimos a todos la atención de haber asistido,<br />

pero Olga y yo teníamos que regresar a Hermosillo<br />

para estar otro día temprano en el trabajo.<br />

El veintiuno de octubre viajamos de nuevo, esta vez<br />

a Tucson para comprar el traje y el vestido de novia.<br />

Íbamos en el Volkswagen de Olga e invitamos a unos<br />

amigos para que nos ayudaran a manejar, ya que ella<br />

no lo hacía en carretera. Aprovechamos para llegar a<br />

la Iglesia de San Francisco en Magdalena para buscar


CUANDO EL SOL SE FUE 223<br />

mi fe de bautismo que no habían encontrado en Catedral,<br />

pero tampoco ahí la hallaron y un sacerdote<br />

me había dicho que si no la tenía no podría casarme.<br />

La señorita que nos atendió nos dijo que en Altar sí<br />

la encontrarían aunque yo hubiera sido bautizado en<br />

Magdalena y le pedimos el favor de que ella se comunicara<br />

a Altar para que enviaran ese documento a la<br />

Catedral de Hermosillo, ella respondió que con gusto<br />

lo haría.<br />

Continuamos hacia Tucson donde la amiga de<br />

Olga, muy conocedora, la ayudó a escoger el vestido,<br />

compraron la corona y un metro y medio de una<br />

mantilla francesa muy cara para hacer un chalequito<br />

que iban a bordar con perlas de fantasía. Mi hermano<br />

Salomón y su esposa Martha me regalaron el traje y<br />

regresamos contentos a Hermosillo.<br />

Entretanto, la maestra Ernestina Badilla –impartía<br />

danza en el Instituto Iris y le había cobrado aprecio<br />

a Olga– organizó una despedida en mi casa en la colonia<br />

Magisterial, se realizaría en la tarde-noche del<br />

veintitrés de noviembre. Los días seguían corriendo<br />

y aún faltaban muchos preparativos. Se llegó el día<br />

de la despedida y hubo muy pocos asistentes, la mayoría<br />

alumnos y ex alumnos, dos madres de familia,<br />

dos compañeras de trabajo, en total doce personas.<br />

Uno de los alumnos, ya adolescente, llevó un teclado<br />

y amenizó el ambiente. La noche estaba muy fría,<br />

pero pasamos un rato agradable: bailamos y de cena<br />

se sirvieron taquitos acompañados de refrescos. Les<br />

agradecimos a los invitados por su asistencia y por<br />

los obsequios recibidos, pero el mejor regalo era su<br />

presencia. Todos estábamos contentos. Algunos de


224 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

nuestros alumnos nos demostraron su afecto y sus<br />

buenos deseos. La profesora Ernestina se comprometió<br />

a darme clases de baile para que bailara bien el<br />

vals, iniciamos desde el día siguiente.<br />

El tiempo se nos estaba yendo muy rápido y eso<br />

traía muy angustiada a Olga. Para colmo la iglesia<br />

que nos correspondía era San Francisco de Asís y el<br />

sacerdote nos ponía muchos obstáculos. Pero Olga<br />

Delia conocía a un sacerdote que había sido su compañero<br />

en la secundaria y la preparatoria; platicó con<br />

él y le pidió que nos casara, accedió gustoso, fijándose<br />

la fecha para el nueve de diciembre.<br />

Las cosas se iban dando bien para nosotros. Ya<br />

habían mandado la fe de bautismo a Catedral, pero<br />

Olga tenía que estar al pendiente de todos los preparativos<br />

y yo no la podía ayudar porque no sabía nada<br />

de todos esos trámites. Recibimos las pláticas prematrimoniales<br />

en la Iglesia de San Juan Bosco, de diez<br />

a once de la noche. Por los muchos compromisos,<br />

ella no había podido terminar el chalequito bordado<br />

con perlas; faltaba contratar al juez, al fotógrafo y<br />

el Casino del Club Campestre –más conocido como<br />

Casino del Country Club– donde iba a realizarse la<br />

ceremonia civil.<br />

Yo andaba muy emocionado y no sabía qué hacer.<br />

Olga fue conmigo a comprar los zapatos apropiados<br />

para el traje y todavía la noche anterior a la fecha fijada<br />

tuvo que desvelarse para terminar de bordar el<br />

chaleco. Mientras me arreglaba para la ceremonia, la<br />

mañana del nueve de diciembre llegaron mis sobrinos;<br />

un amigo y compañero de trabajo, el profesor


CUANDO EL SOL SE FUE 225<br />

Filiberto Maldonado, me iba a acompañar a la iglesia<br />

de Fátima. Esperaba que mis sobrinos me trajeran<br />

una camisa porque la que tenía previsto ponerme no<br />

le había gustado a Olga, pero no la habían traído, y<br />

mi amigo me prestó una de las suyas que aunque no<br />

me quedaba de las mangas no me importó porque el<br />

saco me cubría y no se notaba, y luego me dio una<br />

rociada de loción.<br />

Llegamos a la iglesia y ya se encontraban ahí todos<br />

los invitados, el único que faltaba era el novio y estaba<br />

empezando la misa. Los padrinos fueron Jesús<br />

Antonio Rodríguez y Cristina Agostini; dos de mis sobrinas,<br />

Trinidad y Rosalina Rodríguez, fueron damas<br />

y unas amigas de Olga también estuvieron muy felices<br />

de tener participación en la boda.<br />

La celebración se efectuó en el Casino del Country<br />

Club, me informaron que estaba situado en una estratégica<br />

y céntrica elevación desde donde se puede<br />

dominar la ciudad y que lucía muy bonito. Se encontraba<br />

ahí muy contenta doña Ramona, la mamá de<br />

Olga Delia, que fue testigo en el acta de matrimonio<br />

y bromeando le preguntaba al juez cuántas firmas<br />

tenía que poner para que quedáramos bien casados.<br />

Asistieron también los hermanos de Olga, Francisco<br />

Romero –quien desde muy joven se había ido a Los<br />

Ángeles, California y había regresado sólo dos o tres<br />

veces– y Víctor Manuel que radica en Tijuana, Baja<br />

California. Ellos dos nos regalaron el viaje de luna de<br />

miel a La Paz. En la tarde-noche del mismo día seguimos<br />

la fiesta en la casa de Olga Delia en la colonia<br />

Balderrama.


226 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Al día siguiente planeábamos salir a La Paz, pero<br />

viniendo en el Volkswagen de Olga Delia de la casa de<br />

la Magisterial nos dimos cuenta de que algo se nos<br />

había olvidado y cuando ella frenó para devolvernos<br />

nos chocaron por alcance. La muchacha que conducía<br />

el otro carro venía acompañada por su papá quien<br />

era policía de tránsito y no pudimos alegar mucho.<br />

Se nos amoló el carro y, como nos era muy necesario,<br />

mejor pensamos en arreglarlo con el dinero que íbamos<br />

a utilizar para la luna de miel. Así que tomamos<br />

el dinero y el viaje quedó trunco. Nos dedicamos a<br />

ordenar cómo empezaríamos nuestra vida en pareja.<br />

Rentamos la casa de la colonia Magisterial y nos llevamos<br />

los muebles a la casa de Olga Delia, ya que tenía<br />

muy pocos.<br />

Mientras tanto seguía trabajando en el taller de manufactura<br />

de trapeadores que habíamos formado Ramón<br />

Contreras, Pancho Palacios, Germán Trasviña y<br />

yo. Invertí todo el dinero que tenía ahorrado, dinero<br />

que se volvió nada cuando vino la devaluación. El<br />

taller quedó registrado con el nombre de La Providencia,<br />

el cual nos escogió el señor Humberto Coronel,<br />

“El macuarro”. Pero Ramón Contreras salió muy<br />

largo. Había registrado el taller a su nombre y teníamos<br />

problemas para conseguir el material, y a pesar<br />

de que veía que estábamos con limitaciones quería<br />

asignarse un sueldo. Esto no era posible porque tratábamos<br />

de reinvertir el capital y hasta que lográramos<br />

conquistar un mercado no podíamos disponer de dinero.<br />

Ramón también andaba en negocios oscuros y<br />

lo detuvieron porque lo agarraron en flagrante, y todos<br />

nos alarmamos.


CUANDO EL SOL SE FUE 227<br />

Decidí mejor apartarme y poner un taller de fabricación<br />

de trapeadores en la casa. Lo consulté con Olga<br />

Delia y le pareció bien, ella a su vez platicó con unos<br />

amigos suyos muy entusiastas, Gloria y Pepe, con los<br />

que acordamos trabajar en sociedad. Pepe es profesor<br />

del ITH y me dijo que él podía hacer la máquina pues<br />

contaba con talleres de soldadura muy buenos. De<br />

inmediato comenzamos a trabajar. Pedimos material<br />

a Guadalajara e instalamos el taller al fondo del patio.<br />

Yo era el encargado de la elaboración y Germán,<br />

un muchacho muy joven, pero muy bueno para ese<br />

trabajo, dijo que él me podía ayudar. Estudiaba la<br />

preparatoria y necesitaba dinero pues no tenía ingresos.<br />

Desde entonces, él hacía los trapeadores, para lo<br />

que era muy rápido, y yo los peinaba y empacaba en<br />

docenas.<br />

Surgió entonces el problema de colocarlos en el<br />

mercado. Como el espacio era muy reducido, teníamos<br />

que sacarlos rápido para dar lugar a los trapeadores<br />

que se iban fabricando, pero como esto no sucedía<br />

se iban acumulando. Esto no nos pareció bien y<br />

ya no pedimos material, mejor nos dedicamos a buscar<br />

mercado para los que ya estaban elaborados. El<br />

socio no le daba mucha importancia, no les buscaba<br />

mercado y únicamente Olga se preocupaba de ello.<br />

Visitamos algunos comercios, pero no pudimos colocarlos<br />

pues ya tenían quien les surtiera, y además los<br />

pedían etiquetados. Así que decidimos clausurar el<br />

taller al que le habíamos puesto nuestro entusiasmo,<br />

no pudimos continuar, y sólo logramos, con muchas<br />

dificultades, que salieran los trapeadores ya fabricados<br />

dejándolos a crédito por un mes.


228 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Pensamos entonces construir un cuarto al fondo<br />

del terreno para que nos diera amplitud, conseguimos<br />

una mesa y acondicionamos una sala para masaje<br />

curativo y terapia física. Disponía para esta actividad<br />

de las tardes y también de sábados y domingos.<br />

Había días en que tenía varias personas y ello representaba<br />

bastante trabajo. Muchos venían y no traían<br />

ni un cinco, así que no les cobraba, y en ocasiones<br />

me llegaban con problemas de golpes por riñas. El<br />

trabajo era muy desgastante pues atendía también a<br />

personas hemipléjicas con las que empleaba mucho<br />

tiempo y no les cobraba más porque eran humildes,<br />

y a mí me gustaba hacer este trabajo.<br />

En lo que Olga no estaba muy de acuerdo era en<br />

que, por las tardes, cuando me encontraba solo iban<br />

muchas personas extrañas, pues, por lo general, con<br />

la persona que atendía iban tres o cuatro más acompañándola.<br />

Nunca me faltó nada y sí tuve muchas satisfacciones;<br />

la mayoría se quedaba contenta porque<br />

se sentía bien, sobre todo las personas que venían<br />

con problemas de ciático: a veces bastaba una sola<br />

sesión para obtener mejoría. Utilizaba con ellos rayos<br />

infrarrojos y esto era lo que más me cansaba, pues el<br />

calor que emitían –de más o menos setenta y cinco<br />

grados centígrados– me agotaba mucho.<br />

En 1990 el IMSS mandó a Olga a un curso de manualidades<br />

en papiroflexia a La Malintzin, Tlaxcala.<br />

Consistía en trabajar con títeres de papel para hacer<br />

representaciones y llevar mensajes a la población<br />

rural dándoles a saber la importancia que tienen la<br />

higiene y las vacunas para la prevención de enfermedades.<br />

El curso duró cinco días y Olga vino contenta


CUANDO EL SOL SE FUE 22<br />

porque había conocido a personas importantes, entre<br />

ellas a las profesoras Mirta Córdova y Maria Elena Andrade,<br />

y, por lo tanto, se encontraba muy motivada.<br />

En 1991 trabajó en una escuela primaria en Hermosillo<br />

cubriendo un interinato. En noviembre hubo otro<br />

curso en Chihuahua, y en mayo de 1992 le dieron a<br />

Olga una plaza en Educación especial.<br />

Como la casa estaba muy chica le hicimos enfrente<br />

una cochera de estructura metálica que nos quedó<br />

bastante bien y también un cubículo para atender a<br />

los pacientes de terapia física y masaje curativo. En<br />

1991 entramos a un plan para adquirir un carro Volkswagen,<br />

uno de los más económicos, y empezamos<br />

a pagar la mensualidad que nos asignaron. También<br />

ese mismo año, Olga Delia promovió un juicio por<br />

posesión pasiva porque ya había cumplido cinco<br />

años en la casa que le había dejado su tía y la ley<br />

le otorgaba el beneficio como dueña. Se publicaron<br />

edictos y, como no se presentó ningún heredero, el<br />

veredicto como única propietaria le favoreció.<br />

En el 92 contratamos a un ingeniero del municipio<br />

para que nos hiciera un plano para una ampliación<br />

que pretendíamos hacer a la casa, pues aunque no teníamos<br />

dinero sí mucha voluntad; nos hizo el plano<br />

como se lo pedimos. Para noviembre de ese año nos<br />

dieron el carro; lo recibimos con mucho gusto.<br />

Solicitamos unos préstamos con el fin de iniciar la<br />

ampliación de la casa y con el dinero de los aguinaldos<br />

nos fuimos a México y allá pasamos la Navidad.<br />

Los últimos días de diciembre estábamos de vuelta en<br />

Hermosillo porque el contratista que habíamos visto<br />

para que nos hiciera el trabajo era un poco atrabanca-


230 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

do y quería empezar a trabajar en esos días. Comenzó<br />

con los cimientos y también inició el ajetreo. De esta<br />

manera terminamos ese año de 1992 y empezamos<br />

1993.<br />

A principios de este año vino por primera vez a<br />

Hermosillo la profesora Mirta, una de las amigas que<br />

Olga Delia había conocido en el curso de Tlaxcala.<br />

Impartió un curso sobre la elaboración de títeres de<br />

cartón y de guante para preparar o capacitar instructores<br />

que a su vez enseñaran a otras personas, asistió<br />

personal del Seguro Social de todo el estado. Durante<br />

los cinco días que duró el curso, Olga, muy emocionada,<br />

estuvo en primera fila. Hospedaron a la profesora<br />

en un prestigiado hotel y nosotros tratábamos de<br />

darle atención trasladándola a diversos puntos de la<br />

ciudad en el carro.<br />

Los primeros días de enero también tuvimos el<br />

agrado de recibir la visita de mi tía Margarita, única<br />

hermana de mi mamá, venía a conocer a Olga, nos<br />

dio mucho gusto. Estuvo en nuestra casa una tardenoche<br />

acompañada de una de mis primas. Nos hubiera<br />

gustado darle un mejor recibimiento, pero como<br />

estábamos construyendo no nos fue posible hacerlo<br />

pues la casa era muy chica aún.<br />

En febrero la profesora Mirta volvió a darle continuidad<br />

al curso de títeres. Venía acompañada de un<br />

escritor de renombre, el señor Emilio Carballido, que<br />

impartiría “Textos infantiles”. Olga no se perdía ningún<br />

curso, aunque tenía problemas con la Secretaría<br />

de Educación porque no querían darle permiso para<br />

tomarlo porque ella trabajaba en una escuela de educación<br />

especial. Eran muchas las personas que toma-


CUANDO EL SOL SE FUE 231<br />

ban los cursos, pero pocas las que lo hacían con entusiasmo.<br />

Olga sí ponía muchas ganas para aprender<br />

el arte de escenificar cuentos cortos que llevaran un<br />

mensaje y tuvo experiencias muy bonitas, como una<br />

ocasión cuando montaron una obra para los niños<br />

que se encontraban internados en pediatría con problemas<br />

de salud y que se sintieron muy motivados<br />

con los coloridos títeres.<br />

La profesora Mirta estaba de regreso en marzo, en<br />

esta ocasión la acompañaba una maestra que traía<br />

una técnica más avanzada y sofisticada, y también<br />

más difícil, que a nadie le gustó. Se trataba de los títeres<br />

de sombra.<br />

Para la continuidad del curso, en abril, acompañaba<br />

a la profesora Mirta un profesor cubano, Alberto<br />

Palmero, especialista en la elaboración de marionetas,<br />

venía a enseñar cómo hacerlas. El curso iniciaba<br />

desde las diez de la mañana para terminar a las siete<br />

de la tarde, Olga Delia salía un poco antes de la escuela<br />

para poder llegar alrededor de las doce y veinte,<br />

y así se perdía una hora y media de clase, pero alcanzaba<br />

la mayor parte del curso. Al terminar la instrucción,<br />

todos debían haber elaborado una marioneta<br />

de hilos y tenían que aprender a bailarla. Lo que no<br />

alcanzaba a captar del profesor durante las primeras<br />

horas del curso, la profesora Mirta, que era una artista<br />

en papiroflexia se lo explicaba a Olga; de esa manera,<br />

y poniendo mucho interés, logró terminar su marioneta;<br />

le quedó muy bien.<br />

En el mismo mes de abril concluimos la remodelación<br />

de la casa, quedó muy amplia, con dos recámaras,<br />

dos baños, cocina-comedor, estancia, y la sala<br />

para la terapia. Aún faltaban muchos detalles, pero<br />

por lo pronto así la dejamos.


232 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Ya para finalizar la serie de cursos, en mayo, contaron<br />

con la presencia del profesor Antonio Avitia quien<br />

los vino a capacitar sobre dirección y escenografía. Así<br />

concluyó ese proyecto con una gran clausura, pero<br />

nosotros seguimos frecuentando a la amiga de Olga<br />

–la profesora Mirta– y cultivando su amistad.<br />

En julio fuimos a México y estuvimos quince días<br />

vacacionando. Visitamos a la profesora Mirta en su<br />

casa y nos tocó estar en muchos lugares, como el<br />

Anfiteatro Simón Bolívar, donde se encontraban los<br />

tesoros del Vaticano. Me pareció fantástico que para<br />

explicar el recorrido nos proporcionaran un walkman<br />

que nos servía de guía. Mediante él se marcaba la ruta<br />

a seguir y a la vez nos explicaban lo referente a los<br />

cuadros y diversos objetos resguardados en las vitrinas,<br />

entre ellos se encontraban coronas de algunos<br />

papas, fabricadas en oro con pedrerías finas. Nos advirtieron<br />

que si tocábamos las vitrinas se activaría una<br />

alarma. Recorrimos los tres pisos de la exposición<br />

que contenía una variedad de piezas de metal, hueso,<br />

etcétera. Antes de empezar proyectaban una película<br />

con rayos láser, Olga me dijo que era en tercera dimensión,<br />

lo que simulaba que uno andaba entre las<br />

plantas y los animales, esto me impresionó mucho.<br />

Tuve oportunidad de conocer también el Teatro Julio<br />

Castillo, donde representaron una obra sobre la discriminación<br />

de los chicanos en Texas, me pareció un<br />

excelente trabajo de los actores y de los encargados de<br />

efectos especiales, pues por los diálogos y los sonidos<br />

yo pude recrear toda la representación. Disfruté mucho<br />

de este viaje, gracias a Dios, a Olga y a la profesora<br />

Mirta Córdova quien nos atendió muy bien.


CUANDO EL SOL SE FUE 233<br />

Al regresar atendimos algunos de las asuntos que<br />

teníamos pendientes, entre ellos arreglar el sobretecho<br />

de la casa y ponerle piso al patio. Localicé a un<br />

compadre que era buen albañil y lo contratamos para<br />

hacer el trabajo. Quedaron otros arreglos pendientes,<br />

pero había que esperar un poco porque no nos alcanzaba<br />

el presupuesto.<br />

Una noche lluviosa de finales de agosto me encontraba<br />

solo en casa cuando sonó el teléfono. Llamaba<br />

Olga, con voz angustiada me decía que no me asustara.<br />

Al preguntarle qué pasaba me dijo que nos habían<br />

robado el carro. Al oír esto me tranquilicé pues me<br />

había imaginado algo peor. No hacía ni diez días que<br />

le había insistido a Olga para que comprara el seguro<br />

del carro, lo que antes no habíamos hecho porque<br />

no teníamos dinero; así pudimos recuperar su valor y<br />

sacamos otro Volkswagen modelo 1993 de color azul<br />

marino, que nos trajo mejor suerte. Yo le tomé mucho<br />

cariño, hasta le cambié una llanta en una ocasión<br />

que se ponchó: Olga Delia tenía que llegar puntual a<br />

su trabajo y rápidamente cambié el neumático, nunca<br />

lo había intentado y pude hacerlo bien.<br />

En 1995 no quise ir a México. Olga Delia viajó sola<br />

y estuvo allá una semana. Me trajo un cachorrito pastor<br />

alemán que pronto creció, y yo le dije a Olga Delia<br />

que lo iba a hacer guía pues lo consideraba muy<br />

inteligente.<br />

Al casarnos Olga Delia me platicó que ella había<br />

tenido una cirugía y posiblemente no tendría familia<br />

porque su problema de columna era delicado y también<br />

por su trabajo, bastante pesado, porque estaba<br />

de oficial en la guardería del IMSS. Yo notaba cómo se


234 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

estresaba y sí creí conveniente pensarlo para tener un<br />

hijo porque había que darle mucha atención y lo medité<br />

muchas veces. Lo de menos sería que yo pusiera<br />

de mi parte para atenderlo. Pero Olga Delia seguido<br />

se ponía muy mal de un espasmo que se le formaba<br />

a la altura de la cintura y todo esto me hizo pensar<br />

que iba a ser muy problemático tener un hijo, que si<br />

tuviéramos el problema económico resuelto nos sería<br />

más fácil porque podríamos contratar a una persona<br />

que nos ayudara con las labores de la casa, pero como<br />

no era así, debíamos planearlo; yo le dije que fuera lo<br />

que Dios quisiera.<br />

Así pasaban los días y viendo cómo Olga sufría con<br />

el problema de la espina dorsal, creímos que lo mejor<br />

sería adoptar un niño; nos enteramos de que una muchacha<br />

tenía dos niñas e iba a tener otra y quería darla<br />

en adopción; Olga Delia le ayudaba antes de que<br />

naciera la niña y le llevaba alimentos para las otras<br />

niñas. Y ya que nació, Olga le dijo a la muchacha que<br />

la iba a registrar y ésta empezó a poner muchos pretextos:<br />

primero dijo que esperáramos a que la registrara<br />

ella y luego la entregaría; después que el padre<br />

de la niña no estaba de acuerdo en que nos la diera<br />

aunque no vivía con ella. Tal vez al verla se le hizo feo<br />

entregarla. Yo le tomé a bien que no quisiera darla<br />

porque ha de ser horrible regalar un hijo y le decía a<br />

Olga que no la presionara, que si se había arrepentido<br />

qué bueno, que Dios la ayudara para que las pudiera<br />

sacar adelante. Y así fue que no se nos concedió<br />

tener un hijo; yo me conformaba con tener salud, ya<br />

que Dios nos ayudaba enormemente, nos daba una<br />

fortaleza increíble y, sin tener dinero, nos echábamos<br />

cuentas grandes y lográbamos salir de ellas


CUANDO EL SOL SE FUE 235<br />

A la casa de la colonia Magisterial le mandamos<br />

hacer una recámara y un baño más porque estaba<br />

muy chica y queríamos rentarla a mejor precio, y con<br />

estos anexos nos quedó muy bien; también a la casa<br />

en la que estábamos viviendo le hicimos cambios:<br />

una cochera hacia el frente que le dio mucha vista y<br />

la enjarramos toda. Cambió totalmente la fachada de<br />

aquella casita que no tenía enjarre ni banqueta.<br />

Una tarde de noviembre Olga vio por la ventana de<br />

la cocina que llegó una persona en un taxi. Me dijo<br />

que era un joven con un portafolio y no parecía que<br />

viniera conmigo para terapia. Cuando salió a ver qué<br />

se le ofrecía le dijo que era licenciado y venía porque<br />

esta propiedad se iba a vender. Olga se quedó atónita<br />

y preguntaba por qué y quién era. El joven, con acento<br />

“chilango”, le dijo que la señora Reyes le había encomendado<br />

que la vendiera, a lo que Olga replicaba<br />

que ella era la única dueña y cuando supo de quién<br />

se trataba le dijo:<br />

–¡Qué venga Manuel si tiene valor y no tiene vergüenza,<br />

y ya haremos cuentas!<br />

El joven contestó que el señor Manuel Reyes se encontraba<br />

muy mal pues había sufrido una embolia.<br />

Él era su yerno y como tenía que venir a arreglar unos<br />

asuntos pendientes en Sonora le habían hecho la encomienda<br />

de que viera este problema, pero no era<br />

licenciado.<br />

Ese mismo año 1995 estuvo terminada la ampliación<br />

que le hicimos a la casa de la colonia Magisterial.<br />

Mi compadre Chalo, que era muy bueno para<br />

trabajar y tenía mucha experiencia en las remodelaciones,<br />

había construido una recámara muy amplia


236 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

y un baño. Había una persona a quien le íbamos a<br />

rentar la casa, pero después ya no se interesó, y como<br />

antes habíamos tenido problemas con un inquilino,<br />

Olga ya no quiso rentarla y me dijo que mejor nos<br />

iríamos nosotros. En el lugar donde estábamos había<br />

mucho tránsito, teníamos una ruta de camiones por<br />

la calle Luís Orcí y otra por la Arizona, y ya nos habían<br />

atropellado a dos perros cuando se nos salían a<br />

la calle.<br />

Yo estaba muy familiarizado con el lugar y con el<br />

transporte urbano y no quería irme a vivir a la colonia<br />

Magisterial. Seguía muy ligado al taller de los<br />

ciegos y casi a diario estaba con ellos viendo qué actividad<br />

podíamos realizar para sacar fondos, habíamos<br />

formado una asociación asesorados por el licenciado<br />

Manuel Cerez, un compañero discapacitado que quería<br />

que yo fungiera como presidente. Quedé electo<br />

como secretario de salud, seguí poniéndole muchas<br />

ganas al trabajo en la asociación y procuraba conseguir<br />

despensas para los compañeros. Mi participación<br />

en estas actividades era la razón por la que no quería<br />

cambiarme de la colonia Balderrama, pero, al fin,<br />

Olga me convenció.<br />

Nos cambiamos en julio de 1995. Uno de los que<br />

más nos ayudó fue mi compadre Chalo, que siempre<br />

estaba muy dispuesto. Recuerdo que muchas cosas<br />

no cupieron en la casa y tuvimos que dejarlas afuera,<br />

lo que nos obligó a hacer un cuartito al fondo para<br />

los tiliches, nos ayudó mucho, pero no estábamos totalmente<br />

conformes porque Olga ya se había metido<br />

de lleno en la fabricación de títeres y necesitaba más<br />

espacio, no obstante tuvimos que acoplarnos.


CUANDO EL SOL SE FUE 237<br />

Rentamos la casa de la calle Luís Orcí a unas maestras<br />

y ahí pusieron un kínder llamado Las Maripositas.<br />

En un cuarto que había al fondo dejamos muchas<br />

de nuestras pertenencias guardadas y no había<br />

problema. En tanto, en la colonia Magisterial iba a<br />

buscarme gente para que le diera terapia, pero no tenía<br />

un lugar acondicionado para atender, sólo dos o<br />

tres personas a la semana pues necesitaba un espacio<br />

más apropiado.<br />

En esta colonia sí podía salir a caminar, ayudándome<br />

con el bastón me desplazaba con rapidez. Frente<br />

a la casa había un espacio grande donde estaba diseñado<br />

un jardín de niños que únicamente tenía dos<br />

aulas. Salía con el perro pastor alemán, que en la casa<br />

de la Luís Orcí no podía sacar por el tránsito. Era un<br />

perro muy dócil, se había dado cuenta de que necesitaba<br />

de alguien que me guiara porque veía a Olga que<br />

me tomaba de un brazo y entonces se ponía delante<br />

de mí para que lo siguiera. En ocasiones le ponía una<br />

cinta en el cuello y él me guiaba, sólo necesitaba entrenarlo<br />

más, pero sufrió de un problema de artritis<br />

reumatoide en la espina dorsal, a la que es propensa<br />

esta raza según nos dijo el doctor Monzalvo, veterinario<br />

con mucha experiencia en mascotas quien<br />

lo atendió, y no tuvo remedio. Me decían que fuera<br />

a Rochester en Estados Unidos para que me dieran<br />

un perro guía, pero no quise porque aquí el clima es<br />

muy caliente en verano y esos perros no están acostumbrados.<br />

Por ese tiempo Olga impartió algunos cursos para<br />

maestros e invitaba a la profesora Mirta, así que ella


238 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

vino algunas veces y llegaba con nosotros a la casa de<br />

la Magisterial.<br />

Olga quería construir una segunda planta y hacíamos<br />

planes para ello. Platicamos con mi compadre<br />

Chalo, él nos sugirió una forma en que podría salir<br />

más económico. Le pedimos que hiciera los planos<br />

para la construcción de dos cuartos y las escaleras –el<br />

tenía una escalera de metal que sería más adecuada– y<br />

empezó a hacer cálculos. Nos convenció el presupuesto<br />

que nos presentó, comenzó a construir y pronto el<br />

trabajo estuvo terminado. Hicimos también una cochera<br />

al frente con espacio para dos carros, nos quedó<br />

muy bien y, además, nos ayudó mucho porque antes<br />

el sol nos pegaba muy fuerte por las tardes y ahora ya<br />

teníamos sombra.<br />

Esta ampliación representó un alivio para nosotros,<br />

pero aún faltaban algunos acabados. Esperamos<br />

a tramitar otros préstamos para continuar y logramos<br />

terminar todos los arreglos que faltaban. Yo quería<br />

buscar otro trabajo para tener más sueldo, pues mi<br />

pago como maestro de primaria era muy bajo. Quedó<br />

vacante por esas fechas una plaza de terapeuta de<br />

cuarenta horas o tiempo completo, concursé para<br />

que me la dieran, ya que contaba con estudios en ese<br />

campo, pero no me tomaron en cuenta. Se la otorgaron<br />

a una muchacha que no había participado en la<br />

convocatoria como aspirante sufrí la discriminación<br />

que existe hacia los discapacitados.<br />

Esa experiencia no me doblegó y hablé con el director<br />

de educación especial para solicitar un cam-


CUANDO EL SOL SE FUE 23<br />

bio a la escuela de alteraciones neuromotoras. Con<br />

el apoyo de Olga, quien me daba ánimos para que<br />

no desfalleciera, logré finalmente que me dieran un<br />

nombramiento como terapeuta físico.


VIII.- MI RETIRO<br />

Me fui a presentar a la escuela de alteraciones neuromotoras,<br />

la directora se portó muy déspota y no<br />

me quería aceptar en su equipo de trabajo, yo no me<br />

“achicopalé”, le dije que me diera la oportunidad de<br />

demostrarle que sí podía desarrollar el trabajo. Ella<br />

quería mandar un escrito en donde expresaba su negativa<br />

aceptarme, sí quería a un terapista, pero no a<br />

mí. Yo me le puse fuerte y no me dejé, le hice saber<br />

que yo me iba a quedar porque ahí me había mandado<br />

el director de educación. Se calmó y me dijo que<br />

permitiría que me quedara a reserva de ver cómo me<br />

desenvolviera; ya después se portó más accesible.<br />

Pronto me familiaricé con el lugar y con las mamás<br />

de los niños, así como con las terapistas físicas, ellas<br />

me tomaron confianza y nos llevábamos muy bien.<br />

Era mucho trabajo, pero lo hacía y me sentía a gusto.<br />

Después la directora se jubiló y llegó una nueva.<br />

Una terapista que tenía veintinueve horas también se<br />

retiró y me advirtió la directora que me pusiera listo<br />

porque nueve de esas horas me correspondían a mí,<br />

pero el representante del sindicato no quiso dármelas<br />

y se las dio a una muchacha porque le simpatizaba.<br />

Olga, al ver cómo se ensañaba, se encolerizó, habló<br />

con medio mundo y pusieron en su lugar a este profesor<br />

porque siempre asustaba a todos con sus gritos<br />

y se sintió muy ofendido de que Olga no se dejara.<br />

Al final de cuentas sí me dieron las nueve horas que


CUANDO EL SOL SE FUE 241<br />

me correspondían y tenía que salir hasta las dos de la<br />

tarde aunque todos se iban a las doce y media. Eso no<br />

me afectaba porque los niños se iban a las doce y ya<br />

no tenía trabajo. Debían quedarse los de intendencia,<br />

pero únicamente nos quedábamos la secretaria y yo.<br />

Esto ocurría en 1997. En el mes de agosto fui sometido<br />

a una cirugía de las hemorroides, procuré que<br />

fuera en vacaciones de verano y regresé al trabajo el<br />

veinte de septiembre porque me extendieron la incapacidad<br />

hasta ese día. Continuamos sin problemas<br />

aunque percibía a la directora malhumorada, algunas<br />

veces sí me llamó la atención, pero no pasó a mayores;<br />

en cambio con otras personas sí tuvo fricciones.<br />

En febrero de 1998 me sentí mal y le dije a Olga<br />

Delia que habría que ir al médico porque me atarantaba<br />

y así no podía continuar trabajando con los niños;<br />

fuimos y el doctor me mandó con un especialista<br />

en los oídos, éste me examinó y de uno me extrajo<br />

un acumulamiento de cerilla seca, pero yo no sentía<br />

nada en los oídos y me dijo que era el equilibrio y<br />

que no había problema alguno; me recetó unos sedantes<br />

contra los nervios, dijo que me tomara cuatro<br />

voltarén diarios: dos en la mañana y dos en la<br />

noche. Me tomé uno en la noche y dormí bien, pero<br />

en la mañana me levanté, desayuné algo ligero, me<br />

tomé las dos pastillas y me dispuse a ir al trabajo. No<br />

podía pararme porque me iba para los lados y tenía<br />

que agarrarme de algo porque no podía sostenerme<br />

de pie, incluso sentado sentía que me estaba atarantando<br />

y como que me elevaba. Olga rápidamente me<br />

llevó al Hospital Chávez al servicio de urgencias, me<br />

sentía muy mal, hacía un esfuerzo por caminar, pero


242 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

no sabía ni cómo lo hacía, iba con la cabeza agachada<br />

y tenía ganas de vomitar, pero no era nada del estómago,<br />

respiraba hondo para soportar lo mal que<br />

me sentía y al vernos cómo íbamos batallando para<br />

llegar al servicio de urgencias, alguien trajo una camilla<br />

y me trasladaron, me revisaron inmediatamente,<br />

dándose cuenta de que mi corazón estaba trabajando<br />

con mucha dificultad, enseguida me pusieron suero<br />

con medicamentos para controlarme, al recibirlo,<br />

empecé a respirar con más facilidad, se me calmaron<br />

las náuseas y me pasaron a terapia intensiva.<br />

Ahí me conectaron a un aparato donde estaban<br />

monitoreando el corazón, yo escuchaba perfectamente<br />

los latidos, me di cuenta de que latía dos o<br />

tres veces seguidas, hacía una pausa y volvía a iniciar;<br />

como esta situación no se corregía, el cardiólogo ordenó<br />

que se me administrara un medicamento el cual<br />

me cayó muy mal, sentía que andaba volando y que<br />

la garganta se me cerraba, como pude hice un esfuerzo<br />

y les llamé para que me quitaran esa cosa, rápido<br />

la enfermera me retiró el suero, le habló a una doctora<br />

y ésta le dijo que estuvo muy bien, que había<br />

que cambiar de medicamento; así me pude dar cuenta<br />

de que estaba bastante delicado y quizá no saliera<br />

de ésta, pero a mí no me asusta la muerte, pensé que<br />

no me podía morir y empecé a pedir a Dios para que<br />

me dejara vivir un poco más y con toda la fe puesta<br />

en los santos de mi devoción, el Señor Cristo de las<br />

Maravillas y San Antonio que siempre que los aclamo<br />

me escuchan.<br />

Después de tres días se me corrigió el problema y<br />

me dieron de alta con una serie de medicamentos,


CUANDO EL SOL SE FUE 243<br />

con los que tampoco me sentí bien, ya no en el corazón,<br />

sino en los músculos, me dolían mucho, sentía<br />

que se me estaban separando de los huesos; tenía que<br />

presentarme al trabajo y le dije a Olga:<br />

–Llévame con un médico particular.<br />

Y fuimos con un cardiólogo muy joven, me atendió<br />

bastante bien y resultó muy atinado, me dijo además<br />

que el problema que yo traía se debía a los medicamentos<br />

que me habían recetado y necesitaba que se<br />

me hiciera de inmediato un estudio llamado ecocardiograma<br />

para buscar un tratamiento adecuado a mi<br />

problema cardiaco, ya que era muy sensible a varios<br />

medicamentos; después de revisar el estudio que se<br />

me practicó, me recetó dos medicinas con las cuales<br />

me sentí mucho mejor físicamente, cambió mi semblante<br />

y pude continuar trabajando normalmente.<br />

Me sentía a gusto realizando mi trabajo, sólo que<br />

no he contado la situación que vivíamos en la escuela<br />

debido al mal carácter de nuestra directora y de no<br />

saber tratar ni a empleados ni a padres de familia. Ya<br />

casi para salir de vacaciones de verano del año 2000,<br />

siendo casi la hora de salida de los alumnos, se presentó<br />

conmigo un padre de familia a quien yo debía<br />

entregar una copia de unos ejercicios que le harían al<br />

niño en su casa durante las vacaciones, yo le comenté<br />

al padre de familia que contaba únicamente con el<br />

original y no se lo podía entregar, que me permitiera<br />

enviar a alguien a que sacaran la copia; nos dirigimos<br />

ambos a la oficina de dirección, encontrándonos saliendo<br />

de ella a la directora, yo le comuniqué el motivo<br />

de mi visita a lo cual ella respondió de una manera<br />

muy airada, gritándome:


244 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

–Usted debe ir personalmente a sacar la copia, aquí<br />

nadie es su mandadero.<br />

–Está bien, yo voy a ir a sacarla –le dije.<br />

Me dio mucha vergüenza ser tratado de esa forma<br />

tan grosera delante de un padre de familia; me fui a<br />

buscar la papelería, aunque no sabía dónde se localizaba,<br />

sabía que estaba relativamente cerca, a unas<br />

cuatro cuadras de la escuela y como era la primera vez<br />

que iba, lógicamente, tuve algunos tropiezos, dándome<br />

golpes sin importancia, pero lo que más me había<br />

afectado era la manera en que me trató la directora,<br />

reacción que a mí me pareció exagerada y que por<br />

más que pensaba no entendía a qué se podía deber.<br />

Por fin pude regresar a la escuela con las mentadas<br />

copias, se las entregué al padre de familia y éste me<br />

dijo:<br />

–Sabe qué “profe”, no se deje. Demándela. Esa no<br />

es la forma de tratar a una persona.<br />

Me quedé pensando en todo y más en lo último<br />

que me dijo el papá del niño. Estaba muy abrumado<br />

por la situación cuando llega Olga, y no tuve necesidad<br />

de comentarle nada, ya que las compañeras de<br />

trabajo se encargaron de contarle con lujo de detalles<br />

toda la situación. Olga reaccionó como leona herida<br />

y se dirigió a buscar a la directora para pedirle una<br />

explicación, corrió con tan mala suerte que ésta ya<br />

se había ido, como no pudimos hablar con ella, de<br />

inmediato nos dirigimos a las oficinas del sindicato,<br />

siguiendo nuestra mala suerte, porque la representante<br />

sindical se encontraba en una junta, pero no nos<br />

“dormimos”, pedimos hablar con la supervisora de<br />

nuestra zona, la cual nos recibió muy amablemente,


CUANDO EL SOL SE FUE 245<br />

nos atendió; le platicamos lo ocurrido y que deseábamos<br />

hacer un escrito dirigido al director de Educación<br />

Especial en el Estado, y al director de Derechos<br />

Humanos con lo que ella estuvo de acuerdo, nos<br />

animó a hacerlo y llegar hasta las últimas instancias.<br />

Por supuesto, hicimos los escritos correspondientes,<br />

con copia para la Secretaría de Educación y Cultura,<br />

el Sindicato de Maestros de la Sección 54, para Derechos<br />

Humanos y para la directora en cuestión.<br />

A la mañana siguiente, recibimos la visita de la<br />

representante sindical para tratar de mediar la situación,<br />

solicitando carearme con la directora, yo estuve<br />

de acuerdo, hablamos, pero cuando estuvimos frente<br />

a frente ella negó todo, dijo que yo mentía.<br />

–No señora, yo tengo pruebas –me defendí.<br />

Entonces lo aceptó, pero haciendo la aclaración<br />

de que yo no me había sabido explicar, la representante<br />

del sindicato quería que hiciéramos las pases,<br />

que el conflicto no continuara, yo estaba de acuerdo<br />

siempre y cuando se me ofrecieran disculpas, pero es<br />

una persona tan arrogante que no lo hizo, aduciendo<br />

además que a ella no le harían nada puesto que era<br />

amiga de los de la Secretaría, que ellos la conocían<br />

muy bien.<br />

Sorpresivamente, dos días después de este acontecimiento,<br />

recibí una llamada telefónica del director<br />

de Educación Especial para comunicarme que, después<br />

de un año de haber solicitado mi reubicación<br />

laboral por mi problema cardiaco, me presentara con<br />

el director de Salud Ocupacional del ISSTESON, que<br />

ya me iban a dar mi cambio a un área donde no tuviera<br />

que realizar mucho esfuerzo. Llegándome dicho


246 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

cambio a varias escuelas secundarias como asesor de<br />

lecto-escritura a niños invidentes. Las escuelas distaban<br />

mucho unas de otras y aún así yo realizaba mi<br />

trabajo con gusto, sólo que por mi problema de invidencia<br />

necesitaba la ayuda de Olga para llevarme<br />

de una secundaria a otra, fue muy difícil para los dos<br />

porque ella también trabajaba. Así transcurrió un ciclo<br />

escolar y medio, que fue cuando yo me decidí a<br />

solicitar, si era posible, que me ubicaran en una sola<br />

escuela; se resolvió favorablemente, me dejaron únicamente<br />

en la Escuela Secundaria Juan Escutia, donde<br />

encontré personas amables que me brindaron su<br />

afecto, su comprensión y ante esta nueva experiencia<br />

tan agradable, se me olvidó el trago amargo pasado<br />

en la otra escuela; pero no sólo yo fui favorecido con<br />

ese cambio, sino que al comentar los problemas que<br />

Olga también tenía al estarme llevando y trayendo,<br />

decidieron ubicarla en mi mismo centro de trabajo,<br />

con lo cual ahí si me cambió completamente el panorama.<br />

Hasta aquí todo iba muy bien, pero un día se nos<br />

comunica que a nuestra directora del área se le había<br />

ascendido de puesto y dejaría vacante esa plaza y la<br />

ocuparía, nada más y nada menos que la directora<br />

con la que habíamos tenido el conflicto. Vislumbrando<br />

nosotros un posible enfrentamiento, o futuros<br />

problemas, optamos por platicar con la supervisora<br />

de nuestra zona, la cual ya estaba enterada, nos<br />

comunicó que no tuviéramos pendiente, que dicha<br />

persona venía en una circunstancia muy diferente, ya<br />

que había sido destituida de su cargo y únicamente<br />

por hacerle el favor la Secretaría la dejó terminar su<br />

tiempo para jubilación, pidió que comprendiéramos


CUANDO EL SOL SE FUE 247<br />

la situación tan vulnerable en que venía la directora,<br />

aseguró que ella nos daría también todo su apoyo,<br />

nosotros le dijimos que por supuesto contara con<br />

nuestra disposición para llevarnos bien con ella y así<br />

fue. La directora llegó en un plan muy diferente, ya<br />

no con la arrogancia de antes, tratable, y pudimos llevar<br />

una muy buena relación con ella.<br />

Aproximadamente tres meses y medio después<br />

de estar laborando, recibí una llamada telefónica de<br />

nuevo del Departamento de Salud Ocupacional para<br />

iniciar los trámites referentes a una pensión por invalidez.<br />

Me dijeron que integrara un expediente donde<br />

incluyera todos los análisis y estudios que se me hubieran<br />

practicado y los entregara en dicho departamento,<br />

después de lo cual se me daría una fecha de<br />

revisión de los mismos para la resolución, yo pensé<br />

que sería muy tardado, pero para mi buena suerte,<br />

enseguida me dieron la cita para revisar mi expediente.<br />

Me presenté ante los médicos del Deparmento de<br />

Salud Ocupacional, dictaminaron favorablemente,<br />

haciendo incluso el comentario de que esta resolución<br />

debería haberse dado tiempo atrás.<br />

Con estas buenas noticias, nos dirigimos Olga y yo<br />

a comer a casa de mi cuñada Ofelia para comentarle<br />

la buena nueva, pasamos un rato muy a gusto y como<br />

a las tres horas nos disponíamos a regresar a la casa,<br />

muy contentos porque las cosas iban bien, cuando<br />

en el trayecto a la misma, un carro se atravesó intempestivamente,<br />

se impactó en la cajuela del carro de<br />

Olga, yo me pegué con la puerta y Olga con el espejo<br />

retrovisor. Fue impresionante vivir esta situación en<br />

unos cuantos segundos y entonces pensé qué sabio


248 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

es Dios al darnos alegrías y tristezas para hacernos<br />

más valientes. Afortunadamente como fueron golpes<br />

leves, nos recuperamos pronto. Después de ser dado<br />

de alta me presenté de nuevo a trabajar, sólo que fue<br />

por unos cuantos días, ya que muy pronto me llegó a<br />

la escuela el dictamen final de que estaba legalmente<br />

pensionado y ya no me presentaría a trabajar. Inmediatamente<br />

les comuniqué a todos mis compañeros<br />

de trabajo la noticia, mostraron tristeza porque ya no<br />

iba a ir a trabajar, pero a la vez se sintieron felices por<br />

mí y se pusieron de acuerdo para organizarme una<br />

despedida. Yo me sentí sumamente emocionado por<br />

todos sus comentarios y muestras de afecto.<br />

A partir de la segunda quincena del mes de mayo<br />

ya no me presenté a laborar. En la oficina de pensiones<br />

se me comunicó que mi primer pago como<br />

pensionado se me haría hasta dentro de cuatro meses,<br />

pero que si me urgía dinero se me podía hacer<br />

un préstamo para pagarlo cuando me llegara el dinero;<br />

aproveché para pedir una cantidad suficiente para<br />

realizar un viaje a Los Ángeles, ya que yo no conocía y<br />

habíamos recibido una invitación de mi cuñado para<br />

visitarlo y pensé “Este viaje me va a ayudar a levantar<br />

mi ánimo.” Pasamos unos días fabulosos, Los Ángeles<br />

es un lugar muy bonito, se me hizo enorme, mucho<br />

movimiento, pero con mucho orden, duramos<br />

poquitos días, pero los disfrutamos al máximo.<br />

Regresando de Los Ángeles me comunicaron que<br />

me había llegado el primer pago de mi pensión, junto<br />

con un finiquito por años de servicio, y un fondo<br />

de ahorro, yo no esperaba tanto, me sentí muy con-


CUANDO EL SOL SE FUE 24<br />

tento y le pedí a Olga que me ayudara a preparar una<br />

reunión con mis amistades más cercanas para festejar<br />

todo lo bueno que me estaba pasando, escogimos el<br />

local de fiestas de los jubilados y pensionados de la<br />

sección 54 para hacer la reunión, asistió mucha gente,<br />

gracias a Dios. Uno de los momentos más emotivos<br />

de esa noche fue cuando mis compañeros de trabajo<br />

me dedicaron unas palabras, demostrándome con<br />

ellas su cariño, afecto y solidaridad. Otro momento<br />

que me llenó de felicidad fue cuando me dijeron que<br />

iban llegando mi hermano Claudio y su familia, con<br />

eso tuve una gran felicidad de principio a fin de la<br />

fiesta porque mi hermano ya no se separó de mí.<br />

Pensando qué haría de ahora en adelante al ya no<br />

ir a trabajar a la escuela, creí que era una buena idea<br />

aprender computación. Compré una computadora<br />

con programa de voz, me inscribí en la escuela de<br />

computación de la UNISON donde hay una sala especial<br />

para aprendizaje de ciegos y débiles visuales,<br />

que cuenta con un personal capacitado y muy amable,<br />

aprendiendo así los primeros pasos para manejar<br />

una computadora. Continué yendo a clases dos veces<br />

por semana y practicando en mi casa hasta lograr más<br />

o menos defenderme en ese aspecto; con ello conseguí<br />

vaciar mis pensamientos en esta máquina y desahogar<br />

mis penas y alegrías en historias que he vivido<br />

y que invento. Como a mí me gusta mucho leer, he<br />

conseguido algunos libros muy buenos, no dejo de<br />

comprar, aparte de estar suscrito a cinco revistas que<br />

se imprimen en Uruguay, con muchos artículos muy<br />

interesantes, similares a los que se pueden leer en la<br />

revista Selecciones.


250 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />

Aquí termino esta historia en la que trato de contar<br />

lo más importante que me ocurrió a lo largo de mi<br />

vida, una vida como todas, pero con muchas peripecias.<br />

No me arrepiento de haberla vivido porque creo<br />

y sé que de no haber sido así, no habría logrado valorar<br />

la vida y fue gracias a que tuve una mamá como<br />

ella, mi madre que me enseñó el cariño, la fe en Dios<br />

y muchos otros valores los cuales llevo en la sangre<br />

Aunque pudiera parecer que fui castigado por la<br />

adversidad, ello me hizo crecer y no tener miedo a<br />

cualquier cosa que se me presentara porque sabía que<br />

iba a superar todas las dificultades y limitaciones, ya<br />

que, cuando nos damos cuenta de que tenemos un<br />

cerebro bien dotado, todo lo alcanzamos. Como manifiesta<br />

el dicho “Querer es poder”, y yo invito a mis<br />

lectores a que no se dobleguen y no habrá obstáculo<br />

que no venzan. Ser ciego no es un defecto como lo<br />

creemos, pues cuando aceptamos que hemos perdido<br />

uno de nuestros sentidos es cuando percibimos<br />

mejor, porque, ya saben: los ojos no son los que ven,<br />

sino la mente.


IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS<br />

DE LA SECCIÓN 54 DEL S.N.T.E.<br />

“Profr. Francisco Félix Bernal”<br />

TEL. 259 99 50<br />

Correo electrónico:<br />

talleresgraficos54@hotmail.com<br />

Obregón 64 Col. Centro<br />

Hermosillo, Sonora, Mex.<br />

Se terminó de imprimir el 1 de Mayo de 2009<br />

PRIMER EDICIÓN DE 500 EJEMPLARES<br />

MÁS SOBRANTES DE REPOSICIÓN

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!