Madame Bovary contada por Carlos el señor Bovary - veredas ...
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<strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong> (1857)<br />
Gustave Flaubert (1821-1880)<br />
Contado <strong>por</strong> Monsieur <strong>Bovary</strong><br />
Ante esta gran nov<strong>el</strong>a uno se plantea si escribir una breve reseña o más bien hacer un comentario<br />
de texto en toda regla. Su calidad, su im<strong>por</strong>tancia me impiden despacharla con una mera faena de<br />
aliño –suum cuique tribuere-, pero tampoco quisiera hacer aquí un ensayo lingüístico, literario o<br />
sociológico sobre <strong>el</strong>la. Debe haber cientos de <strong>el</strong>los, más o menos insufribles. Existe uno famoso de<br />
Mario Vargas Llosa titulado “La Orgía Perpetua: Flaubert y Mme. <strong>Bovary</strong>”, que es un libro de casi<br />
300 páginas; un libro de un libro. Una referencia in<strong>el</strong>udible. Lo he comprado y le he echado un<br />
vistazo y al final acabaré leyéndolo <strong>por</strong> completo. Yo aquí haré otra cosa considerablemente<br />
inferior aunque espero que más divertida, esperando entretenerles y acaso despertar vuestro<br />
interés <strong>por</strong> esta estupenda nov<strong>el</strong>a.<br />
Sinopsis:<br />
Aunque es sabido que <strong>el</strong> tema central de la obra es la infid<strong>el</strong>idad de Enma <strong>Bovary</strong>, no desv<strong>el</strong>aré <strong>el</strong><br />
argumento de la nov<strong>el</strong>a, sino que apenas esbozaré sucintamente los hechos que acontecen a lo<br />
largo de <strong>el</strong>la. La nov<strong>el</strong>a se estructura en tres partes:<br />
En la primera <strong>el</strong> autor se remonta a la infancia de <strong>Carlos</strong> (Charles) <strong>Bovary</strong>, sus días grises de escolar<br />
voluntarioso, sus primeros tiempos de médico rural en Tostes tras casarse con una viuda y después<br />
su noviazgo y matrimonio con Enma hasta que queda embarazada y se mudan a otro pueblo. La<br />
segunda narra las infid<strong>el</strong>idades de la <strong>señor</strong>a <strong>Bovary</strong> en Yonville y en la tercera se lleva a cabo <strong>el</strong><br />
desenlace de una vida de desaciertos familiares, económicos y amorosos, tanto para él como para<br />
<strong>el</strong>la.<br />
Bifurcación: Aquí me di cuenta que tal vez interesaría menos a los lectores de nuestras Mágicas<br />
Veredas Cordobesas la típica reseña literaria como <strong>el</strong> trasfondo de la misma, <strong>el</strong> tema d<strong>el</strong> adulterio,<br />
que ha pervivido en la actualidad con mayor fuerza aún que <strong>el</strong> propio clásico francés. Por <strong>el</strong>lo a<br />
partir de aquí cambiamos <strong>el</strong> típico rumbo para poner <strong>el</strong> dedo en la llaga que más du<strong>el</strong>e, para lo que<br />
hemos confeccionado una versión menos formal y más lúdica. Para los amantes de la ortodoxia y<br />
para aqu<strong>el</strong>los que les resulte penoso <strong>el</strong> tratamiento de esta agria temática disponen de la típica<br />
reseña literaria en <strong>el</strong> fichero adjunto; tiraremos la casa <strong>por</strong> la ventana para hacer en esta especial<br />
ocasión un dos <strong>por</strong> uno. O más bien un cuatro <strong>por</strong> uno, pues nuestro cuentecito se ha ido alargando<br />
hasta rebasar con creces <strong>el</strong> tamaño manejable de una reseña-web. Así que la entregaremos en tres<br />
capítulos, que se corresponderán con los de la propia narración de Flaubert.<br />
Comentario nov<strong>el</strong>ado:<br />
A mí las cosas de los cuernos siempre me producen un fuerte rechazo, me da como dentera. Tal vez<br />
hablando de <strong>el</strong>lo se me pase un poco, ya veremos. La nov<strong>el</strong>a <strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong> está narrada desde <strong>el</strong><br />
punto de vista de un narrador omniscente, que es aqu<strong>el</strong> que cuenta la historia en tercera persona<br />
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desde fuera, ajeno a la misma, pero lo sabe todo de <strong>el</strong>la y de todos los personajes. Aunque a veces<br />
calle y silencie algo que sabe y no le conviene decir. Pero qué tal si Flaubert hubiese narrado su<br />
obra desde <strong>el</strong> punto de vista de alguno de sus personajes, la cosa cambia; los personajes no son tan<br />
sumisos ni complacientes entonces. Al personaje que le dejen tomarse un dedo se tomará la mano<br />
y <strong>el</strong> brazo entero si se descuida <strong>el</strong> autor. Recordad <strong>el</strong> trajín que tenía Don Migu<strong>el</strong> de Unamuno con<br />
sus díscolos personajes.<br />
Es notorio que algunas nov<strong>el</strong>as perduran para la posteridad y no es agradable interpretar un pap<strong>el</strong><br />
insufrible toda la vida, viviendo una eterna condena sin la esperanza de la posible redención. Por mi<br />
parte yo daré a alguno de <strong>el</strong>los esa o<strong>por</strong>tunidad, la posibilidad de al menos explicarse y contar su<br />
punto de vista, y de esa forma interpretar para unos cuantos al menos una variante menos<br />
desgraciada.<br />
Si la visión que tiene la int<strong>el</strong>ectualidad literaria sobre <strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong> personaje es la que tiene<br />
Mario Vargas Llosa entonces me he perdido gran parte de la obra, debo ser un lector bastante<br />
simple pues nunca encontré ese lado feminista y revolucionario d<strong>el</strong> mayo d<strong>el</strong> 68 en la nov<strong>el</strong>a de<br />
Flaubert. Creí más bien reconocer a una mujer caprichosa y antojadiza, derrochadora, insensible,<br />
despreciativa, infi<strong>el</strong>, irresponsable, p<strong>el</strong>igrosamente calenturienta y algunas cosas más que <strong>el</strong> autor<br />
supo apuntar más o menos sucintamente. Pero a lo mejor sólo lo vi eso yo. Nuestro amigo Charles<br />
<strong>Bovary</strong>, <strong>el</strong> marido de la <strong>Madame</strong>, no debió verlo tampoco, al menos al principio, cegado <strong>por</strong> <strong>el</strong> amor<br />
platónico y más tarde <strong>por</strong> la pasión carnal. Pero luego, despreciado día tras día, tan falto de cariño y<br />
de recursos económicos como se iba quedando, debió cambiar de talante paulatinamente y de<br />
actitud ante la cruda realidad. Como mi punto de vista nada im<strong>por</strong>ta dejémoslo todo en boca d<strong>el</strong><br />
hombre que más la amó y la padeció.<br />
Me pondré pues en <strong>el</strong> lugar d<strong>el</strong> marido, no sé <strong>por</strong> qué me tengo yo que identificar con él, en lugar<br />
de hacerlo con uno de sus amantes o con la propia Enma <strong>Bovary</strong>, como decía Flaubert que hacía él,<br />
roles menos sacrificados y placenteros.<br />
Pero en fin, me sacrificaré y seré <strong>Carlos</strong> <strong>por</strong> un rato, espero no acostumbrarme. Así contaré lo que<br />
<strong>el</strong> narrador ocultó a todos los lectores y además esto servirá también como una pequeña venganza.<br />
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MADAME BOVARY. La nov<strong>el</strong>a narrada <strong>por</strong> su esposo Monsieur <strong>Bovary</strong><br />
CAPÍTULO 1<br />
Ya saben que fui un mediocre pero voluntarioso estudiante d<strong>el</strong> que se burlaban a menudo los<br />
listillos de la clase, aunque yo llegué a médico y a <strong>el</strong>los me los encontraba luego <strong>por</strong> los corrales de<br />
las aldeas, de <strong>por</strong>queros o de gañanes arando en <strong>el</strong> campo, y no es que tenga eso nada de malo.<br />
Tuve un padre juerguista y borrachín, que no echaba muchas cuentas de mí, <strong>por</strong> eso yo quise<br />
estudiar y ser una persona de provecho. Y tuve una madre de su casa cansada de ser pobre y de<br />
aguantar a mi padre. Por eso cuando me gradué buscó una mujer que me conviniera, una rica viuda<br />
muchos años mayor que yo. Y no <strong>por</strong>que yo no fuera capaz de procurarme una buena mujer, soy<br />
bien parecido y tengo una profesión respetable, así que era <strong>el</strong> terror de las solteronas de mi pueblo.<br />
La <strong>señor</strong>a en cuestión, <strong>Madame</strong> Dubuc, contaba a la sazón 45 años cuando me casó mi madre con<br />
<strong>el</strong>la, que para mí los quisiera yo ahora. Me fui a vivir a su gran caserío a las afueras de un pequeño<br />
pueblo llamado Tostes, al otro lado de nuestra comarca. La recuerdo siempre vestida de negro, con<br />
una mirada libidinosa. No muy agraciada de semblante <strong>por</strong>que tenía la cara un poco estropeada <strong>por</strong><br />
los barrillos, pero seca no, d<strong>el</strong>gadita, con un tipito muy gracioso, con una d<strong>el</strong>antera respetable y un<br />
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uen trasero. Y lo mejor, una fiera en la alcoba. Los primeros días los pasamos encerrados en casa,<br />
repasando posturas de una revista ilustrada que había mandado traer de París la viuda cuando<br />
aceptó mi mano. Que conste que cuando me la enseñó <strong>por</strong> primera vez la revista no estaba nueva,<br />
tenía hasta algunas esquinas dobladas. O la compró de segunda mano o se la prestaron o había<br />
estado antes practicando, seguramente lo último <strong>por</strong>que cuando me acostaba <strong>el</strong>la entraba al<br />
cuarto de baño y me decía:<br />
- Carlitos repasa la número cinco. Y cuando volvía me daba cuenta de que <strong>el</strong>la se la sabía de<br />
memoria.<br />
Pronto acabamos <strong>el</strong> repertorio y empezamos <strong>por</strong> <strong>el</strong> principio, pero yo no podía con mi cuerpo y me<br />
escapaba con <strong>el</strong> caballo con la excusa de una visita de urgencia. En una de las cuales conocí al <strong>señor</strong><br />
Rouault, un floreciente campesino con una pierna rota que tenía una hija preciosa llamada Enma a<br />
la que recuerdo aqu<strong>el</strong> primer día vestida con un escueto corpiño rojo tan liviano que le designaba a<br />
las claras desde su pequeña cintura hasta la gargantilla.<br />
Gracias a Dios era una fractura limpia en <strong>el</strong> tobillo que ya había tratado alguna vez, <strong>por</strong>que aunque<br />
no puedo decir que la escayolara a ciegas, sí que lo hice mirando casi al tendido, embobado <strong>por</strong> la<br />
presencia de aqu<strong>el</strong>la joven campesina tan hermosa.<br />
Desde aqu<strong>el</strong> día Monsieur Rouault fue mi mejor cliente y precisaba de toda mi atención; fue la<br />
fractura de peroné mejor cuidada de Francia. Lo que no podía comprender mi astuta mujer.<br />
Puedo jurar que respeté carnalmente a mi esposa toda su vida, pues los encuentros con la hija de<br />
los Rouault fueron meramente platónicos, entre la picardía de la chica que me llevaba en volandas<br />
apenas con la punta de la muleta -como Finito cuando no le embisten- y <strong>el</strong> paralizante desgaste que<br />
llevaba yo de casa.<br />
Aunque la viuda puedo dar fe y certificar que era una <strong>señor</strong>a sana, empezó a mostrar síntomas de<br />
deterioro, tal vez <strong>por</strong> los c<strong>el</strong>os, preocupaciones y excesos maritales que fueron minando su salud y<br />
que corrieron de boca en boca <strong>por</strong> toda la comarca. Pues debido a su falta de confianza en mí quiso<br />
incrementar aún más la dosis usual, terminando un día <strong>por</strong> no resistirlo su ferviente corazón.<br />
Descansando yo, al fin, tanto como <strong>el</strong>la.<br />
Después de unos días de merecido luto y descanso más pronto que tarde corrí a galope tendido a<br />
ver cómo evolucionaba la fractura de mi cliente, para retomar mi tesis doctoral. Los <strong>señor</strong>es<br />
Roualult se alegraron de verme y me dispensaron un opíparo recibimiento que, junto a las<br />
atenciones de su cariñosa hija aliviaron mi corto pero intenso dolor.<br />
Terminada la tesis -cum laudem- no había excusas para prolongar las visitas, <strong>por</strong> lo que tuve que<br />
hacer público mi interés <strong>por</strong> Enmita para continuar aqu<strong>el</strong>la r<strong>el</strong>ación <strong>por</strong> los cauces reglamentarios.<br />
El <strong>señor</strong> y la <strong>señor</strong>a Rouault tuvieron a bien ratificar nuestra unión, no sin cierto rec<strong>el</strong>o, pues<br />
aqu<strong>el</strong>las batallas campales <strong>por</strong> la alcoba, <strong>el</strong> interior y <strong>el</strong> exterior a veces de la casa de la viuda<br />
fueron vox populi, si bien cuando tuve ocasión siempre reiteré mi pap<strong>el</strong> de víctima más que de<br />
verdugo.<br />
A partir de entonces se pegó un poquito más la dulce campesina, con <strong>el</strong> torito ya embistiendo. Pero<br />
sin redondear completamente la faena. Guardando lo mejor a sabiendas para después d<strong>el</strong><br />
matrimonio. Lo que provocaba en mí cierto progresivo aturdimiento.<br />
Pero no me im<strong>por</strong>tó sufrir un tiempo sabedor que pronto saborearía aqu<strong>el</strong>las prometidas mi<strong>el</strong>es.<br />
Aunque pronto se me hizo duro, comprenderán que nadie pasa fácilmente d<strong>el</strong> lujo asiático a la<br />
miseria más absoluta, pues con unas flores silvestres, con románticas poesías recitadas al oído y<br />
alguna reiterada m<strong>el</strong>odía al piano pretendía <strong>el</strong>la calmar mis impulsos varoniles.<br />
Por lo que pronto nos casamos y nos fuimos a vivir a mi casa, bueno al gran caserón que heredé de<br />
la viuda en Tostes. Enma pronto lo transformó completamente. Hizo obras en <strong>el</strong> jardín para ampliar<br />
<strong>el</strong> <strong>por</strong>che y reducir los corrales y construyó una buhardilla encima de la segunda planta.<br />
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Compró muebles nuevos como para un palacete, de estilo barroco y rococó en su mayoría. Así<br />
como decenas de grandes y pequeños cuadros. Aquí colocaba un gran cojín en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, más allá<br />
una alfombra persa, <strong>por</strong> aquí un enorme diván, al otro lado un gran sofá con dos butacones a juego<br />
y camas en todas las dependencias y de todos los colores d<strong>el</strong> arco iris, con dos<strong>el</strong> y sin dos<strong>el</strong>,<br />
sencillas o profusamente decoradas. Salvo en la cocina donde colocó un gran banquete acolchado y<br />
en <strong>el</strong> cuarto de baño, donde cambió la sobria y funcional ducha <strong>por</strong> una enorme e historiada<br />
bañera. Ya les digo, todo pensado para no despistarse ni un momento de las más tiernas labores<br />
maritales y borrar de paso cualquier vestigio d<strong>el</strong> pasado. Si bien a mi me pareció todo esto en<br />
realidad más de lo mismo.<br />
Mi encantadora esposa no sabía freír un huevo ni hacer una cama, aunque yo ya lo sabía, yo ya<br />
sabía que tendríamos que tirar de chequera para tener a una mujer al servicio de la casa. Anastasia,<br />
una mujer muy buena a la que atendí <strong>por</strong> primera vez al llegar a Tostes con la viuda sería nuestra<br />
criada. Enma era una buena jefa y todo se hacía según sus órdenes a la perfección, tal vez<br />
demasiado meticulosamente incluso al principio.<br />
Después de mantenerme a raya durante todo <strong>el</strong> noviazgo en la noche de bodas, después de<br />
abandonar todos los invitados <strong>el</strong> caserío, me tenía reservada una fiesta privada en la alcoba.<br />
Enfundóse una especie de disfraz negro a lo chica-gato, con su antifaz y su cola a manera de látigo,<br />
me encerró en <strong>el</strong> cuarto de baño y me hizo salir para recibirme en lo alto de la gran cama de esa<br />
guisa. Se pueden imaginar lo demás; ronroneos, maullidos y arañazos <strong>por</strong> toda la habitación hasta<br />
<strong>el</strong> amanecer. Y eso que se estaba estrenando la <strong>Madame</strong>. Desde entonces, la expupila de las<br />
monjitas no se cortó ni un p<strong>el</strong>o y fue un no parar.<br />
Me explotó sexualmente los primeros meses de matrimonio, como la viuda o peor. Aunque a mí<br />
tampoco me im<strong>por</strong>tó nada de eso al principio, dada mi experiencia personal pensé que eso era lo<br />
normal al casarse. Yo la quería como era, como fuese, con sus rarezas. Sus exageraciones<br />
parecíanme exigencias de la perfección que <strong>el</strong>la pretendía. La miraba y me quedaba embobado.<br />
Yo trabajaba generalmente fuera de casa, visitando a los enfermos de la comarca, a veces llegaba a<br />
almorzar y a veces no. Pero a las ocho estaba en mi casa siempre. Los fines de semana apenas<br />
salíamos. Algunos domingos pasábamos <strong>el</strong> día entero de habitación en habitación. Como yo había<br />
aprendido mucho de los libros y tenía bastante experiencia quise abrir poco a poco <strong>el</strong> repertorio, a<br />
lo que no hizo ascos en ningún momento, mostrándose al contrario de lo que cabría esperar,<br />
sumamente mañosa y hasta creativa, pensé yo que como una forma de competir con la fama de la<br />
dichosa viuda, eso pensé yo al principio.<br />
Aqu<strong>el</strong>la especie de competición que mi esposa quería librar contra la difunta viuda dejó<br />
esquilmadas nuestras arcas. La generosa dote pronto desapareció convertida en mil cuadros,<br />
muebles y cachivaches de todas clases. Cuando terminó la <strong>Madame</strong> de poner los pesados cortinajes<br />
de vivos colores y las historiadas lámparas, para terminar de decorar nuestro hogar, quiso que<br />
colgase en la fachada unos graciosos cand<strong>el</strong>abros con unas pequeñas v<strong>el</strong>as de color púrpura que le<br />
dieron un impresionante aspecto a la casa -de lupanar de lujo-.<br />
Pero a mí me parecía todo muy bonito y muy cómodo, nunca me quejé de su buen gusto, sino todo<br />
lo contrario. Sólo le insinuaba la posibilidad de haber escogido unos materiales más económicos,<br />
pues veía mermar considerablemente nuestra hacienda. Por lo que mis vacaciones de boda fueron<br />
cortas. Tuve que echarme pronto al monte a buscar enfermos que sanar que sustentaran nuestro<br />
alto niv<strong>el</strong> de vida. Empecé <strong>por</strong> <strong>el</strong>lo a volver más tarde a casa, rara vez antes de las diez de la noche,<br />
cansado de buscar pacientes, cansado de encontrar enfermedades donde no las había y cansado de<br />
curar.<br />
Cuando llegaba a casa siempre me encontraba la cena preparada y un montón de cambios en la<br />
decoración d<strong>el</strong> hogar. Cada detalle me parecía a mí un toque de genialidad y de gracia de mi<br />
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esposa. Aunque cada día me quedaban menos ganas de subir a ver las nuevas incor<strong>por</strong>aciones,<br />
pues para llegar a la buhardilla había que subir cuatro tramos de escaleras y yo llegaba reventado<br />
de los saltitos y vaivenes de mi rocinante. Así es que cuando no le dolía la cabeza a <strong>el</strong>la al<br />
acostarnos, me dolía a mí. Y aqu<strong>el</strong>la pasión inicial fue paulatinamente desapareciendo.<br />
Mientras yo curaba enfermos mi <strong>señor</strong>a disponía con la criada todo lo necesario para tener en<br />
orden nuestro hogar. Cuando terminaba de dar las órdenes pasaba revista y todo estaba como los<br />
chorros d<strong>el</strong> oro, impecable. Al menos los primeros meses.<br />
Mi madre admiraba la perfección de su nuera, aunque siempre le pareció que estaba viviendo <strong>por</strong><br />
encima de sus posibilidades. Empezaron ambas a tratarse como mamá e hijita, pero pronto dejaron<br />
ese tratamiento para las frases irónicas. Mi madre quiso incluso apuntar algo respecto a la<br />
educación r<strong>el</strong>igiosa de la criada, a lo que mi esposa saltó como una verdadera harpía. Por lo que<br />
nunca más quiso intervenir en nuestras cuestiones d<strong>el</strong> hogar.<br />
Trataba yo los fines de semana de encontrar una afición que me apartase al menos <strong>por</strong> unas horas<br />
d<strong>el</strong> encierro carnal al que me veía sistemáticamente sometido, descubriendo en <strong>el</strong> senderismo la<br />
mejor forma de conseguirlo. Aunaba al mismo tiempo naturaleza, ejercicio físico, salud y <strong>el</strong> tiempo<br />
suficiente para la mínima recuperación fisiológica.<br />
Al principio, <strong>el</strong> primer mes, todo fue de maravilla, pero todo empezó a cambiar.<br />
Aunque Enma dejó de mostrarse cariñosa conmigo nada más casarnos, es verdad que durante las<br />
primeras semanas, algunos meses incluso, su actitud apasionada compensó con creces la falta de<br />
d<strong>el</strong>icadezas que me dispensara durante <strong>el</strong> noviazgo. Pero una vez terminadas las obras y la<br />
decoración de la casa la pasión cesó también a la misma vez, como si acabados sus dispendios no se<br />
sintiera en la obligación de seguir compensándome <strong>por</strong> <strong>el</strong>lo. Aqu<strong>el</strong>lo le funcionó, nos funcionó lo<br />
que duraron como digo las obras. Pero pronto cambió <strong>el</strong> humor de Enma, empezó a estar de mal<br />
genio y a descuidar incluso su casa.<br />
Pero hubo un suceso que la perturbó más que cualquier otra cosa. Fue una invitación que nos<br />
hicieron al baile d<strong>el</strong> marqués Vaubyessard como agradecimiento a unos esquejes de cerezo que le<br />
regalé a través de un conocido suyo al que tuve la fortuna de curar. Aqu<strong>el</strong> episodio desquició a<br />
Enma <strong>por</strong> completo.<br />
Asistimos a la gran mansión con lo mejor que supimos adquirir para la ocasión. Cohabitamos todo<br />
<strong>el</strong> día entre los más refinados petimetres de Rouen y París, entre enormes y oscuros retratos de sus<br />
antepasados. Almorzamos exquisitas d<strong>el</strong>icatesen no aptas para <strong>el</strong> paladar de dos campesinos<br />
aburguesados como nosotros, de mí <strong>por</strong> lo menos, pues no encontré nada tan vulgar como para<br />
gustarme algo. Pero Enma parecía encantada, permaneció toda la comida sin echarse nada a la<br />
boca, como vio hacer a otras damas, viendo extasiada pasar flotando de aquí para ya un rosario de<br />
floridos manjares entre maravillosos jarrones de <strong>por</strong>c<strong>el</strong>ana y r<strong>el</strong>ucientes cand<strong>el</strong>abros de plata. Al<br />
atardecer las mujeres se cambiaron de ropa para saltar a los salones de baile. Enma no consintió<br />
que bailara yo, aunque <strong>el</strong>la desconocía que no lo hacía mal d<strong>el</strong> todo pues tenía cierta práctica, no<br />
para <strong>el</strong> vals precisamente. Ella sin embargo, requerida <strong>por</strong> un engolado vizconde de no sé dónde,<br />
danzó hasta altas horas de la noche, girando hasta marearnos a todos con grandes estrecheces y sin<br />
muchos miramientos, a no ser los que le prodigaban <strong>por</strong> encima de su escote. Y eso que no tenía<br />
costumbre. Mientras tanto yo veía jugar a las cartas a los <strong>señor</strong>es, retranqueando una puerta<br />
durante más de tres horas, que sólo aqu<strong>el</strong>los <strong>por</strong>tentosos goznes hubieran podido aguantar. Por<br />
<strong>el</strong>lo a las once cuando se empezó a hablar de marcharse no pude evitar dar muestras de alegría.<br />
Fueron despidiéndose de dos en dos decenas, quizás cientos de personas, pero Enma seguía<br />
girando como una peonza, toqueteada como <strong>el</strong> más usado de los violines de la fiesta. Cuando sólo<br />
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quedaron <strong>el</strong> marqués y su esposa junto al vizconde y la mía, los anfitriones decidieron poner punto<br />
final a la v<strong>el</strong>ada. Nos despedimos a la francesa, pues solos no encontrábamos la salida perdidos <strong>por</strong><br />
aqu<strong>el</strong>los largos pasillos de palacio. Por <strong>el</strong> camino me encontré una preciosa petaca de tabaco que<br />
quiso guardar como recuerdo de la ocasión mi obnubilada esposa -cual misteriosa flor de Coleridge<br />
traída d<strong>el</strong> Paraiso-.<br />
Nada más llegar a casa se encontró con la cena sin hacer y cierto desorden incomprensible para<br />
<strong>el</strong>la. Así que indignada con Anastasia la puso de patitas en la calle y contrató al día siguiente a una<br />
guapa muchacha de 14 años huérfana llamada F<strong>el</strong>icidad a la que ordenó primero que se dirigiese a<br />
<strong>el</strong>los en tercera persona, nada de tutearlos desde <strong>el</strong> principio. La enseñó directamente todo lo<br />
necesario para llevar una casa y atenderla a <strong>el</strong>la personalmente. Cosa que la niña hizo al pie de la<br />
letra demostrando gran sabiduría <strong>por</strong> encima de lo solicitado incluso.<br />
A partir de entonces Enma entró en una fase agria y depresiva. Quiso refugiarse en la lectura de las<br />
revistas de moda de París y en las nov<strong>el</strong>as románticas que proliferaban <strong>por</strong> entonces. Aburrida en<br />
su casa todo <strong>el</strong> día, rodeada sólo de campo y de vecinos vulgares, hasta que llegaba yo y pagaba<br />
conmigo todas sus insatisfacciones. No lo comprendo se quejaba de que no estaba con <strong>el</strong>la más<br />
tiempo y cuando llegaba no me so<strong>por</strong>taba, siempre había algo que reprocharme. Ya temía yo llegar<br />
cada día a casa, iba pensando en qué es lo que habría hecho mal aqu<strong>el</strong> día. Y es que parece que ser<br />
médico fuera poco para <strong>el</strong>la, le hubiera gustado si acaso que fuera un célebre doctor o científico<br />
para aparecer en las <strong>por</strong>tadas de los periódicos o algo así. Me decía que <strong>por</strong> qué no estudiaba más<br />
para progresar en mi profesión. Pero yo bastante tenía con trabajar todo <strong>el</strong> día para costear<br />
nuestro régimen de vida. Yo no paraba en todo <strong>el</strong> día.<br />
Si bien no tenía conocimientos profundos de algunas enfermedades raras gozaba de buena<br />
reputación <strong>por</strong> toda la comarca, se me daban bien los típicos resfriados y los dolores de mu<strong>el</strong>as,<br />
pues me daba cierta maña en las extracciones. Y no me im<strong>por</strong>taba coger <strong>el</strong> bisturí si era necesario<br />
para sangrar los males de peor curación. Solían alegrarse sinceramente cuando llegaba a casa de un<br />
paciente, pues trataba de sacar lo más agradable de mi carácter, me desenvolvía bien con los niños<br />
y nunca resulté orgulloso para nadie. El tiempo que me quedaba era apenas para comer y dormir<br />
<strong>por</strong>que hacía muchas semanas ya que no manteníamos realmente r<strong>el</strong>aciones de otro tipo, mejor<br />
dicho, de ningún tipo. Apenas <strong>el</strong> saludo de llegada y despedida, pues los avisos para comer eran<br />
cosa de F<strong>el</strong>icidad, la muchacha, que crecía a ojos vista y se estaba poniendo de buen ver.<br />
Enma hablaba sola de viajar a París, muy lejos, de cambiar su vida, dejó de tocar <strong>el</strong> piano e incluso<br />
de leer, ya sabía todo lo que tenía que saber. Y sólo quería morirse una y otra vez -de una bendita<br />
vez-.<br />
Tan mal se encontraba que cayó enferma realmente, <strong>por</strong> lo que decidí llevarla a que la viera un<br />
colega de París, <strong>el</strong> Dr. Denis L<strong>el</strong>oup, recomendado <strong>por</strong> un profesor mío de Rouen, una eminencia de<br />
las que hubiera querido <strong>el</strong>la para sí, al que le contó p<strong>el</strong>os y señales de sus desgracias en su primera<br />
consulta. Quien le diagnosticó tras numerosas sesiones a las que no pude acompañarla, un d<strong>el</strong>icado<br />
problema nervioso con la recomendación de cambiar de aires como única alternativa.<br />
Así pues decidimos marchar de Tostes en breve después de cuatro años allí, dejando algunos<br />
amigos y una buena client<strong>el</strong>a <strong>por</strong> <strong>el</strong> bien de mi querida esposa, hecho que nunca me agradeció.<br />
Encontré un puesto vacante de médico rural en un pueblo algo mayor que <strong>el</strong> nuestro en los límites<br />
de nuestra comarca, Yonville L´Abbaye, a ocho leguas de Rouen en los confines de Normandía.<br />
Cuando salimos de Tostes; en <strong>el</strong> mes de marzo, inverosímilmente <strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong>, mi <strong>señor</strong>a,<br />
estaba encinta.<br />
Fin d<strong>el</strong> primer capítulo<br />
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