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ALFAGUARA INFANTIL<br />
<strong>Pedro</strong> <strong>Pascacio</strong>.<strong>indd</strong> 3 26/2/10 16:51:01
© 2010, Carlos José Reyes<br />
© De esta edición:<br />
2010, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A.<br />
Calle 80 No. 9-69<br />
Teléfono (571) 639 60 00<br />
Telefax (571) 236 93 82<br />
Bogotá – Colombia<br />
www.santillana.com.co<br />
• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A.<br />
Av. Leandro N. Alem 720 (C1001AAP), Buenos Aires<br />
• <strong>Santillana</strong> Ediciones Generales, S.A. de C.V.<br />
Avda. Universidad, 767. Col. Del Valle,<br />
México D.F. C.P. 03100<br />
• <strong>Santillana</strong> Ediciones Generales, S.L.<br />
Torrelaguna, 60.28043, Madrid<br />
ISBN: 978-958-704-933-6<br />
Impreso en Colombia<br />
Primera edición, marzo de 2010<br />
Diseño de la colección:<br />
Manuel Estrada<br />
Ilustraciones:<br />
Carlos Manuel Díaz Consuegra<br />
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser<br />
reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida<br />
por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma<br />
ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico,<br />
magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el<br />
permiso previo, por escrito, de la editorial.<br />
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<strong>Pedro</strong> Pascasio,<br />
el pequeño prócer<br />
Carlos José Reyes<br />
Ilustraciones de Carlos Manuel Díaz Consuegra<br />
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Índice<br />
El hombre de la ceiba 9<br />
Tema para una historia 19<br />
Llega una oportunidad 26<br />
El niño que cuidaba los caballos 31<br />
Una decisión valiente 45<br />
Un niño en el campo de batalla 51<br />
El Pantano de Vargas 57<br />
Una pérdida dolorosa 62<br />
En espera de un nuevo combate 68<br />
El niño de la lanza 76<br />
Final de las dos historias 87<br />
Nota del autor 93<br />
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El hombre de la ceiba<br />
Debajo de la gran ceiba, en la plaza del pueblo,<br />
se sentaba un viejo de barba blanca. Parecía tener<br />
cien años y muchas historias a sus espaldas. Los<br />
hombres pasaban y lo miraban, pero no hablaban<br />
con él. Las mujeres tampoco. Algunos niños lo miraban<br />
con curiosidad, pero no se atrevían a acercarse.<br />
–¿Y si es el viejo del costal que se roba a los<br />
niños?<br />
–No tiene cara de ladrón y ni siquiera tiene<br />
costal.<br />
–Pero… ¿Y si fuera?<br />
Por asustar a sus niños desobedientes, los abuelos<br />
de uno y un tío de otro les hicieron creer ese<br />
cuento: que si se portaban mal, vendría un viejo con<br />
un costal y se los llevaría a una cueva. Los niños<br />
se preguntaban entonces qué haría con ellos. ¿Los<br />
encerraría en una jaula? ¿Les daría mucha comida,<br />
para luego engordarlos y comérselos? Se imaginaban<br />
muchas cosas, pero aquel viejo seguía allí<br />
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10<br />
tan tranquilo, debajo de la ceiba, sentado en una<br />
banca como un buen hombre.<br />
Nadie sabía de dónde había llegado al pueblo<br />
ni cómo se llamaba. No tenía ni burro ni caballo, ni<br />
siquiera un perro que lo acompañara. Entró al pueblo<br />
caminando, miró las casas y las calles como si<br />
las conociera, y después de dar una vuelta por la<br />
plaza resolvió sentarse bajo las ramas de la ceiba.<br />
Los niños empezaron a competir entre ellos<br />
sobre quién sería el primero que se acercaría a hablar<br />
con aquel desconocido. Cada uno de ellos desafiaba<br />
al otro, pero no se atrevía a hacerlo por su<br />
propia cuenta.<br />
Sin entrar en competencia con sus compañeros,<br />
Jacinto, un niño de nueve años de edad, no<br />
se pudo aguantar las ganas de acercarse al viejo<br />
para saber quién era y qué buscaba en aquel pueblo.<br />
Claro que no lo hizo en el primer momento.<br />
Antes quería estar seguro de que no le iba a hacer<br />
nada malo, si es que esto puede saberse a primera<br />
vista. Para comenzar, se sentó en otra banca, a varios<br />
metros de distancia. El viejo hacía como que<br />
no lo había visto y miraba para otro lado. Pero<br />
lo había observado con el rabillo del ojo, que es<br />
como mirar rápido por un lado, sin que la otra<br />
persona se dé cuenta de que la están mirando.<br />
Pasaron varios días y poco a poco Jacinto se<br />
fue acercando, mientras el viejo dirigía hacia él rápidas<br />
miradas que el niño no alcanzaba a percibir.<br />
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11<br />
Cuando llegó a un punto cercano, el viejo fue el<br />
primero que habló, con un tono divertido:<br />
–Acércate, que yo no muerdo.<br />
Jacinto percibió el tono amistoso y descubrió<br />
una sonrisa en los labios del viejo.<br />
–Yo no tengo miedo –respondió.<br />
–Desde luego. A simple vista se ve que eres<br />
un muchacho valiente.<br />
–¿Cómo puede saber eso? ¿Acaso es un brujo?<br />
–¿Tú que piensas?<br />
–No lo sé… Otros niños le tienen miedo.<br />
–¿Y quién podría tener miedo de un pobre<br />
viejo como yo?<br />
–Por ahí dicen cosas…<br />
–No creas todo lo que dice la gente, muchacho.<br />
Mejor, trata de observar con cuidado y hacerte<br />
tú mismo una idea.<br />
El viejo sonrió al pensar en lo que podrían<br />
estar diciendo de él en el pueblo, pero no se preocupó.<br />
Sin duda, se sentía contento de hablar con<br />
un niño, y no con los viejos, que tienen ideas fijas<br />
y a veces están ya tan torcidos como los troncos de<br />
ciertos árboles, que no se pueden enderezar. Después<br />
de unos instantes de silencio, Jacinto se atrevió<br />
a preguntar:<br />
–¿Viene de muy lejos?<br />
–De tan lejos como me lo han permitido mis<br />
piernas.<br />
–¿Y qué hace?<br />
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13<br />
–Hablar.<br />
–No digo ahora, sino el resto del tiempo. ¿En<br />
qué trabaja?<br />
–Hablar.<br />
–¿Se está burlando de mí?<br />
–No, es en serio. Eso es lo que yo hago: hablar,<br />
contar cuentos. Pero para eso, necesito que alguien<br />
quiera oírme.<br />
Esa respuesta puso muy contento a Jacinto,<br />
porque si algo le gustaba, era oír contar historias.<br />
Pero no las que acostumbraba referir la gente del<br />
pueblo, pues siempre eran las mismas y él ya se<br />
las sabía de memoria.<br />
–¡Yo quiero oírlo! –dijo Jacinto.<br />
–Bueno, pero debes darte cuenta de que ese<br />
es un compromiso muy serio.<br />
–¿Por qué?<br />
–Porque mucha gente habla y habla sin escuchar<br />
a los demás; saber oír es un verdadero arte.<br />
Jacinto sonrió con un gesto de aprobación,<br />
pero no dijo una sola palabra más. Se acomodó<br />
en la banca e hizo cara de estar listo para poner<br />
atención. El viejo comenzó entonces a hablar, moviendo<br />
los brazos y las manos como si dibujara las<br />
palabras en el aire:<br />
–Debes saber que existen diferentes clases<br />
de historias. Unas tienen que ver con personajes<br />
y cosas que ocurrieron de verdad en alguna parte.<br />
Otras son inventadas, aunque nunca se puede decir<br />
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14<br />
que una historia ha sido inventada del todo, pues<br />
el que se la haya imaginado la ha armado con sus<br />
recuerdos, las cosas que ha oído, las cosas que ha<br />
leído… Todo el mundo tiene una historia para contar,<br />
aunque muchos no la cuenten y se la guarden<br />
para ellos solos. De allí nacen todos los cuentos:<br />
de lo que le pasa a la gente; a ti, a mí, a los demás.<br />
Jacinto se entusiasmó ante la posibilidad de<br />
hacer parte de alguna historia. ¿También él podría<br />
ser el personaje de un relato? Era muy agradable<br />
pensarlo.<br />
–¿Yo también puedo ser parte de un cuento?<br />
–¡Claro! Si me cuentas lo que pasa en tu casa,<br />
en el colegio…<br />
La expresión de Jacinto cambió, y tomó un<br />
aire serio. Ni en su casa ni en el colegio pasaba<br />
nada importante, digno de contarse. Por lo menos,<br />
él así lo creía. Las cosas se repetían una y<br />
otra vez sin mucha gracia. Para convertir algo en<br />
un cuento, tendría que existir una aventura, algo<br />
emocionante. Esas eran las historias que a él le<br />
gustaba oír.<br />
–A mí nunca me ha pasado nada que valga la<br />
pena de ser contado.<br />
–No digas eso. Hasta la cosa más sencilla puede<br />
volverse muy interesante si está bien contada.<br />
Sonaron las campanas de la iglesia y el viejo<br />
hizo un gesto como dando a entender que se estaba<br />
haciendo tarde.<br />
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15<br />
–¿Ya se va? Y entonces, ¿no me va a contar<br />
ningún cuento?<br />
–No seas impaciente, niño. No se puede hacer<br />
todo en un día. Tú ni siquiera me has dicho<br />
cómo te llamas.<br />
–Jacinto.<br />
–El jacinto es una bella flor. Y pueden darse<br />
de distintos colores; hay jacintos blancos, azules,<br />
rosados y amarillos… ¿De qué color eres tú?<br />
–¡Yo no soy una flor!<br />
–Muy bien, Jacinto, no eres una flor. Eres<br />
un muchacho al que le gustan los cuentos. ¿Qué<br />
clase de historia quieres oír?<br />
Jacinto se entusiasmó de nuevo, y se sentó haciendo<br />
otra vez el gesto de atención, y puso cara<br />
del que está dispuesto a escuchar. El viejo se puso<br />
el sombrero que había dejado a un lado en la banca,<br />
mientras el muchacho le respondía con rapidez,<br />
como para detener al viejo que estaba a punto de<br />
irse:<br />
–Me gustaría una historia que hubiera ocurrido<br />
de verdad.<br />
–Por ejemplo, ¿la historia de un niño como tú?<br />
–Más bien la de un joven al que le hubiera<br />
ocurrido algo importante.<br />
–Muy bien, muy bien. Pero antes piensa en<br />
algo que te haya sucedido a ti, para que yo pueda<br />
escoger un cuento que te pueda interesar y del<br />
que puedas aprender algo útil.<br />
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16<br />
De nuevo Jacinto no pudo contener un gesto<br />
de desagrado.<br />
–¿Como si fuera una tarea para el colegio? ¡Me<br />
gustaría más una aventura! ¡Algo emocionante!<br />
–Hay cosas que se pueden aprender y al<br />
mismo tiempo ser emocionantes y divertidas.<br />
–Pero que no sea como en el colegio, donde<br />
nos hacen aprender las cosas de memoria para<br />
que podamos repetirlas como loros.<br />
–Ya verás que no. Piensa tu historia, que yo<br />
pensaré en la mía, y mañana hablamos.<br />
–¿Ya se va? ¿No va a empezar hoy el cuento?<br />
El viejo sonrió al ver la impaciencia del niño<br />
y le dio unas palmaditas en el hombro.<br />
–Por hoy es suficiente. Si te quedaron ganas<br />
de oír, guárdalas para mañana. Ahora tengo que<br />
ir a descansar y a comer algo, porque yo también<br />
soy de carne y hueso.<br />
Y sin decir ni una palabra más, el viejo se<br />
alejó por la calle, sin mirar hacia atrás, hasta perderse<br />
en la lejanía.<br />
Algunos compañeros de Jacinto lo habían visto<br />
hablando con el desconocido, pero no se acercaron<br />
a él hasta que el viejo no desapareció de su vista.<br />
Le hicieron toda clase de preguntas, pero el niño<br />
no dijo nada al respecto. Quería guardar el secreto<br />
para él solo, y además, el hombre aún no le había<br />
contado ninguna historia. ¿Qué podría decirles entonces<br />
que valiera la pena?<br />
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18<br />
–Todavía no sé.<br />
–¡Eres un egoísta! ¡Quieres guardarte las cosas<br />
para ti solo!<br />
–No es verdad. Cuando tenga algo interesante<br />
para contar, se los diré.<br />
Y sin agregar una palabra más, se marchó a<br />
su casa.<br />
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Tema para una historia<br />
Aquel era un pueblo pequeño, perdido en un recoveco<br />
de la cordillera de los Andes, donde todos<br />
los habitantes se conocían entre sí y sabían<br />
de memoria la vida y milagros de unos y otros.<br />
Como allí no existían teatros, ni circos, ni lugares<br />
de diversión de ninguna clase, la gente acostumbraba<br />
sentarse frente a sus casas, en las horas de<br />
la tarde, a comentar lo que había ocurrido durante<br />
el día, y casi siempre se repetían muchos incidentes,<br />
pues casi nunca pasaba nada realmente digno<br />
de contarse.<br />
En aquel pueblo sólo había una pequeña escuela<br />
con un maestro que trabajaba en ella desde<br />
mucho antes de que los actuales alumnos hubieran<br />
nacido. Era el único maestro, nombrado desde hacía<br />
más de treinta años, y hasta el momento no le<br />
habían asignado ningún ayudante ni otro profesor<br />
que pudiera encargarse de algunas de las materias,<br />
por eso a él le tocaba dictar todas las clases,<br />
y su repertorio era tan limitado, que muchas veces<br />
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20<br />
los niños ya sabían lo que él iba a decir, antes de<br />
que hubiera abierto la boca.<br />
Se llamaba <strong>Pedro</strong>, como el apóstol que guarda<br />
las llaves del cielo, y tenía una esposa a la que<br />
todos llamaban doña Maruja, a la que el maestro<br />
había encargado de algunas tareas, pues sólo tenía<br />
dos ojos y no podía vigilar todo lo que ocurría en<br />
la escuela. Ella era la encargada de observar lo que<br />
hacían los niños en los recreos, así como de poner<br />
mucha atención durante los exámenes, para que<br />
ninguno de los muchachos sacara papelitos con las<br />
respuestas, o copiara lo que otros escribían.<br />
Doña Maruja también era la encargada de vigilar<br />
la entrada de los alumnos en las mañanas y de<br />
anotar si alguno llegaba tarde. También se fijaba si<br />
tenían limpias las manos, pero de los pies no decía<br />
nada, porque en esa época los niños todavía andaban<br />
descalzos y tenían que recorrer las calles de tierra<br />
pisada y los caminos polvorientos de las veredas.<br />
Al día siguiente, al terminar las clases, Jacinto<br />
salió del colegio y con paso rápido se dirigió a la<br />
plaza. En el banco, bajo la ceiba, ya estaba el viejo<br />
esperándolo. Corrió hasta sentarse a su lado, ansioso<br />
de oír los relatos.<br />
–¿Me va a contar una de esas historias que<br />
sabe, o de esas que inventa?<br />
–¡Un momento, jovencito! La prisa es mala<br />
consejera. ¿Quién te ha dicho que yo invento historias?<br />
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21<br />
–Usted dijo ayer que…<br />
–Dije que existen historias que habían ocurrido<br />
de verdad, y también otras que habían sido<br />
inventadas, pero eso no quiere decir que las hubiera<br />
inventado yo. ¿Entiendes por qué es tan importante<br />
aprender a escuchar?<br />
Jacinto se dio cuenta de que tenía que pensar<br />
con mucho cuidado las palabras que dijera de<br />
ahora en adelante. Había aprendido la lección.<br />
–Vamos a ver, Jacinto: Si quieres que te<br />
cuente una historia, tienes que proponerme un<br />
tema; quiero decir, haz de cuenta de que se trata<br />
de un juego.<br />
–¿De un juego? ¿Entonces no es en serio?<br />
–¡Al contrario! Los juegos, cuando tienen reglas,<br />
son muy serios. Mira, tú me cuentas algo<br />
que te haya pasado, algún problema o una situación<br />
difícil. Entonces, yo te contaré una historia<br />
que te ayude a pensar mejor esa situación e incluso<br />
a resolverla.<br />
–Pero yo no sé contar historias –dijo Jacinto.<br />
–Todos tenemos alguna historia que contar,<br />
por pequeña que sea. ¿Me vas a decir que tú<br />
nunca has tenido un problema, o una situación difícil<br />
de resolver? Además, con los cuentos no sólo<br />
se trata de aprender, como pasa con las lecciones<br />
de tu escuela, sino también de divertirse, de soñar<br />
con situaciones parecidas y, de pronto, sentirse el<br />
personaje de una de ellas.<br />
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22<br />
Estas palabras despertaron el interés de Jacinto.<br />
A veces, cuando paseaba solo por las callejuelas<br />
del pueblo o por las veredas de los alrededores,<br />
pensaba que era otro y que vivía grandes<br />
aventuras. Si caminaba por la orilla del río y veía<br />
pasar una barca, se imaginaba viajando a otros<br />
pueblos, a ciudades fantásticas. En otras ocasiones<br />
tenía sueños llenos de aventuras, en los que<br />
él era el protagonista. En los sueños pasaba de un<br />
lugar a otro a gran velocidad; podía volar y hacer<br />
muchas cosas que no podía realizar en la vida<br />
real, cuando despertaba. Pero le daba vergüenza<br />
contar esas cosas, que hacían parte de su mundo<br />
secreto. Por eso, después de un rato, preguntó con<br />
timidez:<br />
–¿No importa que el problema que yo tenga<br />
sea un problema chiquito?<br />
–No hay problemas chiquitos, amigo mío.<br />
Cada problema tiene el tamaño y el valor de la<br />
persona que lo padece y, por lo tanto, merece todo<br />
nuestro respeto.<br />
Con esas palabras, Jacinto se sintió más tranquilo.<br />
Ahora estaba seguro de que el viejo no se<br />
iba a reír de él cuando le contara un problemita<br />
que se le había presentado durante los últimos<br />
días, con un compañero de su clase.<br />
–Bueno, el problema lo tuve después de las<br />
clases de ayer.<br />
–¿Una tarea difícil de resolver?<br />
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23<br />
–No para mí. Yo ya la había resuelto, pero un<br />
compañero mío, no. Él es muy vago. No le gusta<br />
estudiar y quiere que uno le haga las tareas y le<br />
resuelva los problemas difíciles.<br />
–En ese caso, basta con decirle que no, ¿no<br />
te parece?<br />
–La cosa no es tan fácil. Me prometió que si<br />
le hacía la tarea, me pagaba unas monedas. Más<br />
de lo que me dan en la casa para las medias nueves<br />
de una semana.<br />
–¿Y si no le hacías la tarea?<br />
–Ahí está el problema más complicado; me<br />
dijo que si no le hacía la tarea, me esperaría a la<br />
salida del colegio y que ya vería. Es más grande<br />
que yo y le gusta pelear. A otro compañero más<br />
chiquito le dio una muenda tan grande, que no<br />
pudo volver a la escuela durante una semana.<br />
–¡Caramba! ¡Ese muchacho es un matón!<br />
–A algunos amigos míos les ha roto los cuadernos<br />
y les ha hecho otras cosas malas.<br />
–¿Y tú qué piensas? ¿Cómo crees que pueda<br />
terminar esa historia?<br />
–Mi cuento no tiene final. Yo no quiero hacerle<br />
las tareas, porque eso está mal hecho y así no aprende<br />
nada. No sé entonces para qué va a la escuela.<br />
–Eso es verdad.<br />
–Pero tampoco quiero que me vaya a dar una<br />
muenda, me rompa los libros o quién sabe qué otra<br />
cosa. Por eso pienso: si le hago la tarea, lo que<br />
<strong>Pedro</strong> <strong>Pascacio</strong>.<strong>indd</strong> 23 26/2/10 16:51:07
24<br />
sería fácil, porque yo ya la resolví, puedo ganarme<br />
unas monedas, pero eso no está bien, porque<br />
es una trampa.<br />
–Muy bien pensado, Jacinto. Ya tienes el final<br />
de tu historia.<br />
–En ese caso el final sería una buena paliza.<br />
–Quién sabe; para cada problema, puede haber<br />
distintas soluciones.<br />
–Aquí no hay sino dos: o me gano una platica<br />
o una muenda.<br />
El viejo sonrió, pues ya había encontrado<br />
una historia que podía servirle a Jacinto. Entonces<br />
encendió su pipa y dejó salir una nube de humo,<br />
mientras se recostaba contra el tronco del árbol.<br />
–Las aventuras siempre tienen riesgos, hay<br />
que enfrentar peligros. Ya lo verás en la historia<br />
que te voy a contar. Se trata de un niño como tú,<br />
y ocurrió durante la época de las guerras de independencia.<br />
Jacinto se entusiasmó, y volvió a asumir una<br />
actitud muy seria, como para escuchar. Se sentó,<br />
muy atento, colocando los brazos sobre las rodillas<br />
y sosteniendo la cabeza con las manos, como todo<br />
un pensador. Un gran interrogante daba vueltas en<br />
su cabeza, y no se aguantó las ganas de preguntarle<br />
al viejo:<br />
–¿Qué tenía que ver un niño en una guerra de<br />
los mayores, de la gente grande?<br />
–Pues ya lo verás. Pon atención.<br />
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25<br />
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