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Hacia-Rutas-Salvajes-Into-The-Wild-Jon-Krakauer

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Southcentral Alaska, de Priscilla Russell Kari. Del expositor que había junto a la<br />

caja registradora escogió dos postales con la imagen de un oso polar, escribió<br />

en ellas sus últimos mensajes a Wayne Westerberg y a Jan Burres y las envió<br />

desde la estafeta de correos de la universidad. Luego buscó en los anuncios<br />

clasificados de los periódicos y encontró uno en que se ofrecía vender un rifle<br />

de segunda mano, un Remington semiautomático del 22, con la culata de<br />

plástico y una mira telescópica de 4 x 20. Era un modelo llamado Nylon 66; en<br />

la actualidad ya no se fabrica, pero es muy apreciado por los tramperos de<br />

Alaska a causa de su fiabilidad y poco peso. Cerró el trato en un aparcamiento,<br />

pagando 125 dólares por el arma. Después compró la munición en una armería<br />

cercana, cuatro cajas de cien balas de punta hueca para rifle largo.<br />

Cuando concluyó los preparativos, McCandless se cargó la mochila a la<br />

espalda y se puso en marcha hacia el oeste. Al abandonar el campus de la<br />

universidad, pasó por delante del Instituto Geofísico, un moderno edificio de<br />

cristal y hormigón coronado por una enorme antena parabólica. Ésta, cuya<br />

silueta recortada contra el horizonte constituye una de las vistas características<br />

de Fairbanks, se construyó para recoger los datos enviados por los satélites<br />

equipados con el radar de apertura sintética diseñado por Walt McCandless.<br />

Walt McCandless incluso había ideado algunos de los programas informáticos<br />

imprescindibles para su funcionamiento y había viajado a Fairbanks para asistir<br />

a la inauguración del instituto. En el caso de que Chris McCandless se<br />

acordara de su padre mientras recorría los alrededores del edificio, no dejó<br />

constancia de ello.<br />

Al atardecer, McCandless acampó a seis kilómetros de la ciudad. Levantó la<br />

tienda en un bosquecillo de abedules, cerca de una colina desde la que se<br />

divisan las luces de la gasolinera de Gold Hill. La noche era gélida y el terreno<br />

estaba completamente helado. El terraplén de la carretera de George Parks,<br />

que lo llevaría hasta la Senda de la Estampida, se encontraba a menos de 50<br />

metros del lugar que había elegido para acampar. La mañana del 28 de abril<br />

despertó muy temprano, bajó hasta la carretera al despuntar el alba y se quedó<br />

agradablemente sorprendido cuando el primer vehículo que vio aparecer se<br />

detuvo en el arcén para recogerlo. Era una camioneta Ford de color gris, con<br />

un adhesivo en el parachoques trasero en el que se leía: «Pesco, luego existo.<br />

Petersburg, Alaska.» El conductor era un electricista no mucho mayor que<br />

McCandless, que se dirigía hacia Anchorage. Le dijo que se llamaba Jim<br />

Gallien.<br />

Al cabo de tres horas, Gallien dobló a la izquierda para salir de la carretera<br />

de George Parks y se internó todo lo que pudo por un camino secundario<br />

cubierto de nieve. Cuando McCandless se apeó, la temperatura no llegaba a un<br />

grado bajo cero —por la noche descendería hasta diez grados bajo cero— y<br />

medio metro de crujiente nieve primaveral obstruía el paso del vehículo.<br />

McCandless no cabía en sí de alegría. Por fin estaba a punto de iniciar su<br />

solitaria aventura por las vastas tierras salvajes de Alaska.<br />

Unos minutos después, se alejó de la camioneta andando con dificultad<br />

entre la nieve, arropado en una parka de piel sintética y con el Remington<br />

colgado del hombro. Todos los víveres que llevaba consistían en un saco de<br />

arroz de cinco kilos y los dos emparedados y la bolsa de maíz frito que<br />

acababa de darle Gallien. El año anterior había subsistido durante más de un<br />

mes en el golfo de California con dos kilos de arroz y el pescado que sacaba<br />

con una caña de pescar de mala calidad; la experiencia lo había llevado al<br />

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