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Hacia-Rutas-Salvajes-Into-The-Wild-Jon-Krakauer

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desarraigados, indigentes y desempleados permanentes. Sus miembros son<br />

hombres, mujeres y niños de todas las edades, personas que eluden las<br />

entidades financieras, la justicia o Hacienda, que huyen de una relación<br />

fracasada, los inviernos de Ohio o la pesada monotonía de la clase media.<br />

Cuando McCandless llegó a los Bloques, un enorme y animado mercadillo<br />

se extendía por el desierto. Burres había montado varias mesas plegables<br />

donde exponía sus artículos, en su mayor parte de segunda mano.<br />

McCandless se brindó a supervisar sus existencias de libros usados.<br />

«Me ayudó muchísimo —afirma Burres—. Vigilaba el tenderete cuando me<br />

iba. Clasificó todos los libros y se hartó de vender. Parecía pasárselo en<br />

grande. Alex era un entusiasta de los clásicos: Dickens, H. G. Wells, Mark<br />

Twain, Jack London… Su preferido era London. Intentaba convencer a todo el<br />

que pasaba de que debía leer La llamada de la selva.»<br />

Desde niño, McCandless se había sentido hechizado por la literatura de<br />

London. La ardiente condena de la sociedad capitalista, la glorificación de los<br />

instintos primitivos, la vindicación de la plebe, todo ello era un espejo de sus<br />

propias pasiones. Fascinado por el grandilocuente retrato que London hizo de<br />

la vida de Alaska y el territorio del Yukon, McCandless releía una y otra vez<br />

novelas como La llamada de la selva y Colmillo blanco o cuentos como «El<br />

fuego de la hoguera», «Una odisea nórdica» y «El ingenio de Porportuk».<br />

Estaba tan cautivado por estos relatos que pareció olvidar que eran<br />

invenciones, construcciones imaginarias que tenían más que ver con la<br />

sensibilidad romántica de London que con la realidad de los grandes espacios<br />

salvajes subárticos. Tal vez por razones de conveniencia, pasó por alto el<br />

hecho de que el propio London había pasado un único invierno en el Norte y<br />

llevaba una vida que guardaba una escasa semejanza con los ideales que<br />

propugnaba, hasta el punto de convertirse en un alcohólico obeso y fatuo y<br />

suicidarse a los 40 años en su finca de California.<br />

Entre los acampados en los Bloques se contaba una adolescente de 17<br />

años, Tracy, quien se enamoró desesperadamente de Chris durante las casi<br />

dos semanas que duró la visita de éste. «Era bonita, muy dulce —explica<br />

Burres—. Era la hija de una pareja que había aparcado su caravana un poco<br />

más allá de la nuestra. La pobre Tracy se derretía por él. Durante el tiempo que<br />

Alex estuvo en Niland, andaba todo el día persiguiéndolo con ojos soñadores y<br />

me daba la lata para que lo convenciera de que fueran a pasear juntos. Alex se<br />

mostraba amable con ella, pero pensaba que era demasiado joven. Era<br />

incapaz de tomársela en serio. A ella le dolió en el alma que Alex se<br />

marchara.»<br />

Burres precisa que McCandless no era un solitario por más que rechazara<br />

los intentos de seducción de Tracy: «Se lo pasaba muy bien con la gente,<br />

disfrutaba. En el mercadillo hablaba como un descosido con cualquiera que se<br />

le acercara. Debió de conocer a setenta u ochenta personas, y siempre fue<br />

amable con todas y cada una de ellas. De vez en cuando necesitaba estar solo,<br />

pero no era un ermitaño. Al contrario, hacía mucha vida social, se relacionaba<br />

con todo el mundo. En ocasiones pienso que hacía acopio de compañía para<br />

los momentos en que sabía que no tendría a nadie.»<br />

McCandless trataba a Jan Burres con especial afecto; hacía payasadas y<br />

flirteaba con ella a la menor ocasión. «Le gustaba tomarme el pelo y<br />

martirizarme. Cuando salía a tender la ropa en el tendedero que teníamos<br />

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