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Vol. 2, Page 99 - Colegio de Capellanes de Venezuela

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esa expedición Pizarro <strong>de</strong>jó tras sí, sin siquiera saberlo, uno <strong>de</strong> sus más po<strong>de</strong>rosos<br />

aliados: una epi<strong>de</strong>mia <strong>de</strong> viruelas, enfermedad hasta entonces <strong>de</strong>sconocida en el país, que<br />

diezmó la población y trastornó los sistemas <strong>de</strong> producción y <strong>de</strong> asistencia social <strong>de</strong>l<br />

Tahuantinsuyu.<br />

La tercera y <strong>de</strong>finitiva expedición partió en 1531. Al llegar a la isla <strong>de</strong> Puná y a<br />

Tumbes, en el Golfo <strong>de</strong> Guayaquil, Pizarro y los ciento ochenta y tres españoles que lo<br />

acompañaban recibieron las primeras noticias <strong>de</strong> la guerra civil que convulsionaba al<br />

país. Huayna Cápac, el nieto <strong>de</strong> Pachacútec, había muerto, y le había <strong>de</strong>jado el trono<br />

imperial a su hijo Huáscar. Pero también había separado <strong>de</strong>l imperio el reino <strong>de</strong> Quito, y<br />

se lo había entregado a su otro hijo Atao Hualpa (o Atahualpa), que había tenido <strong>de</strong> una<br />

princesa quiteña. Ni Huáscar ni Atahualpa se contentaban con aquella situación, y pronto<br />

este último emprendió la guerra contra su medio hermano. Huáscar era sin lugar a dudas<br />

el soberano legítimo, pues era hijo <strong>de</strong> Huayna Cápac y <strong>de</strong> su hermana. Por ello tenía el<br />

apoyo <strong>de</strong> la vieja aristocracia <strong>de</strong>l Cuzco y <strong>de</strong> los sacerdotes. Atahualpa, a todas luces<br />

usurpador <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista <strong>de</strong> la ley incaica, contaba sin embargo con el apoyo <strong>de</strong><br />

los más hábiles generales, quienes veían en él el espíritu conquistador <strong>de</strong> su bisabuelo<br />

Pachacútec.<br />

La suerte <strong>de</strong> la guerra, al principio in<strong>de</strong>cisa, parecía inclinarse hacia Atahualpa, cuyos<br />

generales habían logrado varias victorias importantes y se acercaban cada vez más al<br />

Cuzco. A sangre y fuego, Atahualpa y los suyos se habían impuesto en las regiones por<br />

don<strong>de</strong> ahora marchaba Pizarro, quien por tanto encontró gran<strong>de</strong> [<strong>Vol</strong>. 2, <strong>Page</strong> 208]<br />

enemistad contra el usurpador, y a base <strong>de</strong> ella se hizo recibir bien por la mayoría <strong>de</strong> los<br />

naturales <strong>de</strong> las tierras que atravesaba.<br />

A poco les llegó a los españoles una extraña embajada. Venían emisarios <strong>de</strong> parte <strong>de</strong><br />

Huáscar y <strong>de</strong> sus sacerdotes, preguntándoles si en verdad eran ellos los “viracochas” que<br />

según una antigua profecía vendrían <strong>de</strong>l occi<strong>de</strong>nte, para salvar al país en momentos <strong>de</strong><br />

grave crisis. Pizarro reconoció enseguida circunstancias parecidas a las que habían<br />

facilitado la conquista <strong>de</strong> México por parte <strong>de</strong> Cortés, y acerca <strong>de</strong> las cuales había oído<br />

(no po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir que las hubiera leído, por cuanto el gobernador <strong>de</strong> Nueva Castilla era<br />

analfabeto). Con el trueno <strong>de</strong> sus arcabuces, y las cabriolas <strong>de</strong> sus caballos, Pizarro hizo<br />

todo lo posible por darles a enten<strong>de</strong>r a los emisarios que tenía po<strong>de</strong>res divinos, y les dijo<br />

que en efecto él y los suyos eran los viracochas prometidos, que venían a hacer justicia. A<br />

partir <strong>de</strong> entonces, entre los partidarios <strong>de</strong> Huáscar, se llamó a los españoles “los<br />

viracochas”. Atahualpa, por su parte, <strong>de</strong>screído como era, los llamaba sencillamente<br />

“sungasapa”, que quiere <strong>de</strong>cir barbudos. Cuando, más tar<strong>de</strong>, llegaron los emisarios <strong>de</strong><br />

Atahualpa, Pizarro se puso también a su servicio. Pero en las marchas por los pueblos iba<br />

proclamando que venía a restaurar al rey legítimo.<br />

Atahualpa nunca parece haber sentido gran respeto o temor por aquel puñado <strong>de</strong><br />

extranjeros. Pero a su retaguardia algunos se rebelaban contra él, y por tanto <strong>de</strong>cidió no<br />

marchar hacia Cuzco hasta tanto no se aclarara el misterio <strong>de</strong> los pretendidos viracochas.<br />

Varias veces pudo haberles dado muerte en los pasos por las montañas. Pero la curiosidad<br />

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